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La Voluntad de Joder(y otras apasionantes lecturas)
Rubén Darío Fernández
Colección La Filosofía ContemporáneaEnsayo
EXCODRA EDITORIAL 2018
Texto: © Rubén Darío Fernández.Edición: © Excodra Editorial.1a Edición, enero del 2018.ISBN: 9788494313615
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I
En los años treinta del mil novecientos, y durante al menos sieteaños, de los que tenemos noticia, comenzó y se llevó a término un horrible experimento social en un pequeño pueblo de Austria. La semillase plantó durante la Primera Guerra Mundial en la mente de un jovensoldado del ejército alemán. Finalizando el tercer año de la contienda,sentado en el suelo y cubierto casi por completo por el fango de laszanjas de las trincheras, escuchando silbar a las balas sobre su cabezacomo la sinfonía de una ópera siniestra, a las bombas y los gritos deagonía de sus compañeros, respirando el olor del sudor y del miedo, dela tierra mojada y la orina, de la sangre, con una neblina gris, granulada y densa invadiendo el aire, como un mar, que ondulante, descendíapoco a poco hacia las trincheras, inmerso en un estado de absolutatranquilidad, se dijo en voz baja, casi con tibieza: No siento nada. Nohabía desfallecido, no, era como si hubiera entrado en un estado dedesensibilización, o más bien, se acababa de dar cuenta de lo poco quele afectaba aquel entorno desde hacía ya unos meses. La brutalidad sehabía convertido en su normalidad. En esos momentos pensaba quematar es brutal, pero en una guerra, era lo normal, de hecho, era sufundamento violento y primigenio, se decía, es lo necesario, le habíandicho, tú o él. Reducir al enemigo hasta un número de población controlable, o hasta su total desaparición, o hasta la rendición, hasta elcese de actividades o aceptación del sometimiento, pero esto vendríamás adelante, le explicó en uno de los primeros días de caminatas, alinicio de la guerra, uno de sus compañeros que no paraba de hablar.Todo comenzaría por ocupar una cueva durante una tormenta, tantaviolencia premeditada entre los hombres, pensaba él, rebuscando enese momento entre recuerdos, lecciones de la escuela, lecciones de sussuperiores, lecciones de sus mayores, intentando hallar un sentido atodo lo que había vivido. Recuerda la emoción y las risas de las primeras semanas, se sentían verdaderos héroes, los salvadores de sus familias, de sus pueblos, admirados por las muchachas, honorados a su regreso, valientes como los vencedores de los cuentos que les contaba su
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madre de niño. Pensaba en toda la leña que había partido antes de ir ala guerra. Yann tenía dieciocho años cuando entró a formar parte delejército, ahora tenía veintiuno. El ruido a su alrededor era totalmenteensordecedor, disparos, gritos, corredores arma en mano, el galopar decaballos, el rugido de los heridos. En ese instante sólo podía escucharsus recuerdos. Se recostó en el suelo. Pasaron unos minutos y el ruidofue haciéndose menor hasta desaparecer por completo. Le preguntaronsi estaba herido y contestó que no, que estaba bien, pero que cree quese había desmayado. Mintió. Era la primera vez que lo hacía. Su compañero le creyó y al cabo de un rato le acercó una bolsa con azúcar yun pedazo de pan. En sus recuerdos tenía escenas demasiado sangrientas, de otro mundo, no podía creerlo. El tiroteo entre trincheras habíacesado y sus compañeros recomponían la localización. Yann arrancapequeños trozos de pan y se los lleva a la boca, recuerda cómo Schüllclavaba en su muslo izquierdo la punta de la bayoneta, cinco, seis, sieteveces, como un palillo en mantequilla, diciéndole, mira, no siento nada.Durante estos tres años había estado sólo cuatro veces en las enfermerías. Un disparo enemigo le desgarró la parte superficial de un hombro,en dos semanas estaba casi como nuevo. La peor fue la infección en lospies, tenía los dedos rojos y redondos como pelotas, la infección le llegaba hasta los tobillos, le salía el pus por debajo de las uñas, no podíadar un paso, tardó más de un mes en poder andar con normalidad.Nunca pudo darle un sentido a las alucinaciones que le provocó la fiebre continuada por semanas, llegó a ver en pie junto a él y conversarcon su hermano mayor, muerto dos años antes del inicio de la guerra,durante una pelea entre vecinos, de cinco puñaladas en el abdomen.Hablaron durante horas. Las otras dos veces tuvo vómitos incontrolables varios días seguidos, perdió muchísimo peso en ambas ocasiones,apenas si podía tomar agua sin volver a echarla fuera al instante. Admiraba a las enfermeras del frente. Era lo mejor de la guerra, pensaba, lasúnicas que hacían el bien, sanaban, volvían a los muertos a la vidamientras ellos llenaban de muertos los campos, arrebataban vidas a lavida. No sabía exactamente cuántos muertos llevaba, unos cuarenta, ocincuenta, pensaba, tal vez más, cuatro cuerpo a cuerpo. A los dos pri
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meros los mató a cuchillo y al mismo tiempo, no puede calcular cuántasveces hundió su cuchillo en sus cuerpos, se abalanzaban sobre él constantemente pero no acertaron a herirle, él clavaba el cuchillo en suscarnes una y otra vez pero no caían, le agarraban los brazos, el cuello,el pelo, pero podía soltarse y seguir hincando el metal en ellos, durócinco eternos minutos. Al terminar se tumbó entre los cuerpos muertos.Al tercero lo ahogó en el barro tras derribarlo de un puñetazo brutal. Alcuarto le machacó la cabeza con una piedra, cuando habían salido delcampo de batalla a uno de los bosques laterales, persiguiendo a un grupo que huía, lo zancadilleó y se echó encima suya, cogió la primera piedra que tenía a mano y golpeó su cráneo hasta que dejó de ser duro algolpe. Los demás fueron de disparos lejanos, tenía muy buena punteríay solía permanecer en tierra en la trinchera, como francotirador, y nodejaron tanta huella en él. Ha terminado de comerse el pan. Lame elazúcar de la bolsa como si fuera un gato. Recuerda una frase que le dijouna de las enfermeras cuando estuvo con alucinaciones, la mente esuna fiera domeñable, le dijo, respira, tranquilo, terminará, trata de dormir y al despertar te sentirás mejor. Recuerda los paños fríos y mojadosen su frente. En el primer trimestre del segundo año escasearon másque de costumbre las provisiones, pasó muchísima hambre y sed, y aunque les decían que no se comieran el hielo de la tierra no podía evitarlo, le calmaba la sed, llegó a comer hierbas a manojos en los días másduros y desesperados. Todos los esfuerzos realizados durante estosaños no le dejaron sentir el frío, y lo hacía en los inviernos, prácticamente la mitad del año, pero sólo alguna noche tuvo consciencia de él.Otros compañeros sí lo sentían y padecían a diario, muchos fueron losque murieron a causa del frío, por congelación en las noches o tras largas enfermedades, muchos más que en las refriegas, pero él podía soportarlo con tranquilidad. A lo largo de los días no paraba ni un momento, tenía una actividad constante, cavando, montando tiendas, armando alambradas, tirando de los carros con los cañones, situando lasametralladoras, haciendo las cuadras provisionales para los caballos,organizando campamentos y en los instantes de lucha, la sola espera, lomantenía en calor por la tensión del momento y la concentración.
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Cuando arreciaba el aburrimiento por la calma, semanas a veces desimple espera de instrucciones, siempre buscaba algún quehacer paraemborronar, en cierta medida, los recuerdos que iba acumulando y quedeseaba olvidar. No era capaz de poner nombre a todo lo visto y vivido.En esos meses de escasez, algunos soldados, recogían enemigos aún vivos del suelo donde habían luchado, los llevaban a la trinchera, les rebanaban el cuello, cortaban finos trozos de carne de sus piernas y susbrazos, los pinchaban en un palo, los ponían sobre el fuego de las hogueras y se los comían. Él también comió. Algunos decoraban las cabezas cortadas de los muertos con ramitas y hojas hasta que se pudríanpor completo y tenían que tirarlas lejos, nunca preguntó por qué lo hacían. No presenció ninguna tortura a los prisioneros de guerra, las realizaban en la retaguardia, los oficiales de mayor grado, o en tiendas unpoco alejadas del campamento principal, pero sí vio una vez cómo uncoronel vaciaba un cubo en un reguero tras salir de la tienda donde solían hacerlas. Le llamó la atención ver a un coronel vaciando un cubo yal rato fue a mirar. Dedos de manos, pies, ojos y orejas se esparcían porel suelo, sobre todo lo que parecían ser los dedos meñiques de las manos. Los cuerpos putrefactos de los muertos, mares de insectos y milesde ratas habitaban junto a ellos las trincheras y sus alrededores. Mantenían a un grupo de mujeres, entre cinco y diez en su disminuido batallón, raptadas en sus avances por los pueblos perdidos de los valles, ylas violaban todas las noches hasta que morían y salían a buscar sureemplazo. Montaban grupos especiales para esto, a veces tardaban semanas en regresar. Él también las violaba. Eran muchos los que huían,desertaban durante los momentos de más confusión. Otros se suicidaban en las noches más oscuras de sus mentes. Otros se dejaban matarponiéndose en pie sobre los sacos de las trincheras. Otros sencillamentelloraban de nervios y sin descanso durante días y noches enteras apagándose lentamente hasta un día morir. Otros enloquecían por completo, emitiendo parlamentos inconexos caminando sin cesar de un ladopara otro de la zanja, automutilándose o desnudándose para salir alcombate con el cuchillo entre los dientes. Yann ni siquiera podía decirque aquello fuera el horror. Había visto rostros atravesados por bayone
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tas, mitades de cuerpos aún moviéndose en el suelo tras ser desgarrados por la bala de un cañón, caras deformadas por los gases tóxicos, laenfermedad o simplemente de dolor y sufrimiento, el fluir constante dela sangre desde las heridas de los cuerpos hasta el barro de los suelos,compañeros que portaban en sus manos brazos arrancados de otroscompañeros y los buscaban para devolvérselos, te lo coserán, decían, telo van a coser, seguro. Termina la bolsita con azúcar y bebe un poco deagua.
II
La guerra terminó y Yann regresó a su hogar. Tenía veintidós años.La primera noticia que recibió fue que su padre, destinado en otro batallón el último año de la guerra, había muerto hacía tres meses en combate. Tenía cuarenta y tres años. Su madre y sus tres hermanas menores murieron durante los meses siguientes a causa de la gripe españolaque sobrevino después de la guerra. Sus abuelos y varios tíos y primos,los que no habían muerto en la guerra, murieron por la gripe. De su familia quedaron con vida, tras guerra y gripe, una de las hermanas de sumadre y dos de sus hijos que habían regresado con vida de la guerra, yun hermano de su padre y su mujer, con tres hijas pequeñas. Los demáshabían muerto, unos cinco sextos de la familia. Vivían todos en pueblosmuy cercanos entre sí, en el mismo valle, y mantuvieron mucho contacto, sobre todo los dos primos varones y él. Yann permaneció en su casaen Alemania cuatro años desde su llegada, cultivaba el campo y pudojuntar una buena y aprovechable granja. Vendía en el mercado de laciudad la leche de sus vacas, huevos de sus gallinas y carne de los cerdos, también algunas verduras. A finales de mil novecientos veinte secasó con una muchacha del mismo pueblo, Sophie, y tuvieron un hijo.Le llamaron Alger. Alger Klee. Los primeros meses tras su regreso fueron para él peores que la propia guerra. La noticia de la muerte de supadre hizo que se tambaleara de costa a costa, puesto que lo que másardía en su cabeza era regresar con el pensamiento de que todo el te
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rror de la guerra habría valido la pena para que su familia pudiera vivirmejor, pero nada más llegar su familia ya había menguado en su pilarcentral. Pudo rehacerse echándose a los hombros el peso del trabajo familiar para arropar y cuidar a sus hermanas y a su madre, pero a losdos meses comenzó la guerra silenciosa que supone una epidemia. Primero murieron, la misma semana, sus dos hermanas más pequeñas deocho y doce años. Tres semanas después, la mayor, de quince. Dos meses después moriría también su madre en un nuevo brote que devastóaún más los pueblos de su zona, pero sobre todo murió de pena, agotada, exhausta, tras ver morir y enterrar a sus hijas. En sus últimos díashablaba continuamente con Yann, le decía lo que tenía que hacer, sabíaque también se iba a morir, le explicaba al detalle cómo preparar losalimentos, las épocas del año de la siembra, el cuidado de los animales,cómo y qué darles a comer, con quién hablar para ir a vender al mercado, muchas cosas que Yann ya sabía, pero escuchaba con atención, lerecordaba a su hermano, un año mayor que él, la manera estúpida enque había muerto, que evitara las peleas sin sentido, que él ya había luchado por tres vidas enteras, cogía su mano con fuerza. Cielo, le decíasu madre, la vida es un asco, tú lo sabes bien, todo lo que nos ha sucedido, la muerte de tu hermano primero, la guerra, el hambre, luego tupadre, tus hermanas, todo lo que habrás sufrido durante la guerra,nada de esto tiene ningún sentido, sólo hemos comido dolor duranteaños seguidos, apretaba su mano aún más fuerte. Tú sólo vive, queridoYann.
Todos los muertos de la familia estaban enterrados en la misma colina, allí solían verse al menos una vez a la semana él y sus primos. Charlaban con sus muertos, les narraban la semana, qué había salido bien,qué se había echado a perder, qué iban a hacer los días siguientes,cuánto les añoraban. Después bajaban juntos la larga colina y se separaban en el cruce en donde se encontraban los caminos a sus pueblos.Yann, como en la guerra, trabajaba de la mañana a la noche para sosegar el pasado y difuminar lo vivido.
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III
RecursosEstructurasEscenariosFlujosArgumentosPredicción
Las bases de la política.
IV
Se había permitido y no sé por qué no me alegraba, me lo preguntaba en el sueño. Al contrario, sentía un miedo horrible, sentía verdaderoterror. No porque se permitiera y por lo que podría ocurrir, sino por suscaras. Eran caras sin registro propio, eran todo vacío, como si sus cuerpos sólo estuvieran regidos por los impulsos más primarios pero además de manera deformada, contra natura, contra supervivencia. Recordaba la película en que un virus hacía que la gente se suicidara, asíeran sus cuerpos y sus movimientos, en realidad impulsados hacia sudestrucción, pero ellos sentían que lo hacían para sobrevivir, que aquello era lo más elevado.
Luego pensaba en la creencia en dioses, la Iglesia Católica está haciendo ahora mismo una campaña impresionante desde los medios deentretenimiento occidentales, no sé desde otros lados, imagino que sí,desde las noticias, como la chorrada que acaban de comentar en la radio diciendo que el Papa hacía de mediador, ¿por qué habrán comentado algo así? Sólo da presencia, los muestra como relevantes, como queexisten y están ahí, bueno, es lo que van haciendo constantemente. Talvez, en realidad, a lo largo de los siglos no se haya creído tanto en dioses, pero el poder los usaba como argumento, daba igual si creyeras ono, siendo del pueblo, de la gente normal, sólo hacías lo que se hiciera,
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