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LA ESTRATEGIA NUCLEAR EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA Fernando Castillo Cáceres Colaborador del EE. Durante el largo período de guerra fría que se extiende entre los ahos 1945 y 1991 y que, según Raymond Aron, estuvo caracterizado por la tensión extrema entre los dos sistemas globales representados por las consideradas superpotencias, las armas nuclea- res han tenido un papel de protagonistas indiscutibles. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial surgieron dos de los elementos definitorios del mundo durante las siguientes décadas. Primero, la realidad que suponía la existencia de dos Estados de proyección, intereses y capacidades universales enfrentados entre sí, de manera solapada y sin llegar a un choque directo y, segundo, la aparición del arma- mento nuclear vinculado inicialmente a los dos grandes poderes. Ambos fenómenos, la presencia de un arsenal atómico y la categoría de superpotencia, permanecían en intima y, hasta ahora, indisoluble relación. La estrategia nuclear y las armas nucleares han esta- do durante los años de la guerra fría especialmente en las primeras décadas determina- das por ambas superpotencias, descansando la última ratio de su empleo en la disua- sión, una estrategia basada en la Destrucción Mutua Asegurada (DMA), es decir, en el terror que existía a una represalia extremadamente destructiva a cualquier agresión. La tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética a lo largo de décadas se reflejó en la elaboración de los principios de la estrategia nuclear, unos conceptos que incluso hoy, tras haber desaparecido Uno de los protagonistas, todavía permanecen vigentes y que con sólo su enunciado eran capaces de mostrar el grado de tensión alcanzado. La exis- tencia de «objetivos de contravalor» o «contrafuerza» de conceptos como «primer gol- pe», etc., revelan una concepción de las armas nucleares propias del período de la estra- tegia de «represalias masivas». Durante estos años la carrera de armamentos, caracterizada por un incremento tanto cuantitativo como tecnológico de los arsenales, permitió alcan- zar y sobrepasar ampliamente unas capacidades de destrucción muy superiores a las ne- cesarias para acabar con la sociedad civil de las respectivas superpotencias; eran en tér- minos de Robert S. McNamara, el denominado overkill, una de las características de los arsenales de la época que nos ocupa. Durante este largo período de tensión entre el Este y el Oeste se atravesaron ora períodos de deshielo y distensión, ora de frialdad y tirantez que, en algunos casos como los de Cuba y Berlín, llegaron a ser extremos, mientras que las armas nucleares se convertían en instrumentos indispensables de la política de am- bos gigantes ya que, en esta anómala situación de guerra fría, era esencial contar con elementos capaces de materializar la amenaza implícita en la disuación nuclear y hacer verosimil la hipotktica represalia, al tiempo que garantizar la defensa del propio territorio. Como intuyó Raymond Aron, las fuerzas nucleares eran instrumentos destinados a no ser utilizados siempre que sus poseedores se encontraran dentro del juego de la disua- - 55 -

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LA ESTRATEGIA NUCLEAR EN LA DÉCADA DE LOS NOVENTA

Fernando Castillo Cáceres Colaborador del EE.

Durante el largo período de guerra fría que se extiende entre los ahos 1945 y 1991 y que, según Raymond Aron, estuvo caracterizado por la tensión extrema entre los dos sistemas globales representados por las consideradas superpotencias, las armas nuclea- res han tenido un papel de protagonistas indiscutibles.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial surgieron dos de los elementos definitorios del mundo durante las siguientes décadas. Primero, la realidad que suponía la existencia de dos Estados de proyección, intereses y capacidades universales enfrentados entre sí, de manera solapada y sin llegar a un choque directo y, segundo, la aparición del arma- mento nuclear vinculado inicialmente a los dos grandes poderes. Ambos fenómenos, la presencia de un arsenal atómico y la categoría de superpotencia, permanecían en intima y, hasta ahora, indisoluble relación. La estrategia nuclear y las armas nucleares han esta- do durante los años de la guerra fría especialmente en las primeras décadas determina- das por ambas superpotencias, descansando la última ratio de su empleo en la disua- sión, una estrategia basada en la Destrucción Mutua Asegurada (DMA), es decir, en el terror que existía a una represalia extremadamente destructiva a cualquier agresión.

La tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética a lo largo de décadas se reflejó en la elaboración de los principios de la estrategia nuclear, unos conceptos que incluso hoy, tras haber desaparecido Uno de los protagonistas, todavía permanecen vigentes y que con sólo su enunciado eran capaces de mostrar el grado de tensión alcanzado. La exis- tencia de «objetivos de contravalor» o «contrafuerza» de conceptos como «primer gol- pe», etc., revelan una concepción de las armas nucleares propias del período de la estra- tegia de «represalias masivas». Durante estos años la carrera de armamentos, caracterizada por un incremento tanto cuantitativo como tecnológico de los arsenales, permitió alcan- zar y sobrepasar ampliamente unas capacidades de destrucción muy superiores a las ne- cesarias para acabar con la sociedad civil de las respectivas superpotencias; eran en tér- minos de Robert S. McNamara, el denominado overkill, una de las características de los arsenales de la época que nos ocupa. Durante este largo período de tensión entre el Este y el Oeste se atravesaron ora períodos de deshielo y distensión, ora de frialdad y tirantez que, en algunos casos como los de Cuba y Berlín, llegaron a ser extremos, mientras que las armas nucleares se convertían en instrumentos indispensables de la política de am- bos gigantes ya que, en esta anómala situación de guerra fría, era esencial contar con elementos capaces de materializar la amenaza implícita en la disuación nuclear y hacer verosimil la hipotktica represalia, al tiempo que garantizar la defensa del propio territorio.

Como intuyó Raymond Aron, las fuerzas nucleares eran instrumentos destinados a no ser utilizados siempre que sus poseedores se encontraran dentro del juego de la disua-

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sión. Este concepto, piedra angular de estrategia nuclear, supone que los rivales son ca- paces de entender el significado de cada uno de los actos del contrario y de conocer en qué estado de la escalada se encuentra la situación. Esto supone un elevado riesgo ya que el mensaje que contiene una decisión puede ser interpretado de manera incorrecta y caerse en valoraciones inexactas. El conjunto de incomprensiones entre Estados Uni- dos y la Unión Soviética con ocasión de la crisis de Cuba puso de manifiesto lo delicado de la disuasión nuclear.

Durante decenios de inmovilidad teórica las armas atómicas estuvieron concebidas, dentro del esquema de la disuasión esencialmente como armas de represalia y destrucción ma- siva, en especial a raiz de la aparición de los MIRV, permaneciendo estos principios vi- gentes en sus líneas generales hasta finales de los años setenta. A pesar de la aparición del concepto de «guerra nuclear limitada)) y del desarrollo de nuevos vectores con una precisión desconocida hasta entonces, que hacían posible, a juicio de algunos estrate- gas un conflicto nuclear sin escalada, y el mantenimiento de la estrategia de la «respues- ta flexible», la realidad es que la guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética afortunadamente ha finalizado sin que se hayan utilizado este tipo de armamento, ni nin- gún otro, entre ambos rivales, ni siquiera en momentos de extrema tensión.

Hoy día, el sistema internacional aparece definido por la hegemonía unipolar de Estados Unidos, fruto de la desaparición de la Unión Soviética, carentes de un enemigo clara- mente identificable ante cuyo ataque las armas nucleares pudieran cumplir su función de represalia y disuasión. En la actualidad este tipo de armamento conserva sus capaci- dades disuasoria y destructiva en t6rminos generales, pero carece del objetivo concreto al cual dirigirse a causa de la desaparición del conflicto que las justificaba y las desarro- 116. Las armas de destrucción masiva, los /CBM,s y las estrategias que las sustentaban carecen de objetivos nítidos contra los que dirigirse. Se puede afirmar que la estrategia nuclear, tal y como hasta ahora ha sido formulada, es un fenómeno definido por la rivali- dad entre la Unión Soviética y Estados Unidos y que en consecuencia carece de conteni- do al desaparecer ésta. Armas y estrategias atómicas están en entredicho en la última d6cada del siglo.

Durante los años de enfrentamiento y rivalidad entre bloques se fue afirmando y desa- rrollando la estrategia nuclear al compás de los descubrimientos tecnológicos que ha- cían de las armas atómicas instrumentos cada vez más sofisticados. Al mismo tiempo, ” se extendió la noción de que toda la gran potencia que se preciara de tal debía contar con armas nucleares y con los vectores correspondientes para su lanzamiento. Esta acti- tud, inevitable por otra parte entre aquellos países que poseían veleidades de indepen- dencia al margen de los bloques, inauguró una primera etapa de proliferación nuclear, muy reducida en comparación con la actual disponibilidad o capacidad de disponer de armas nucleares que poseen numerosos países. De esta forma Gran Bretaña, Francia y China se convirtieron durante los años sesenta en potencias nucleares, aunque con to- das las limitaciones propias de aquellos países que carecen de los medios de dos gran- des por antonomasia, convencidos sus gobiernos de poder mantener gracias al arsenal atómico una política exterior realmente soberana, es decir, congruente con los intereses del país, e independientemente al disponer de los más modernos medios para su defen- sa. Al mismo tiempo, se argumentaba que las respectivas fuerzas nucleares permitían el ejercicio de la soberanía de forma verdadera al no depender la defensa de su territorio de ningún «paraguas nuclear» extranjero para establecer una verdadera disuasión ante

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un ataque tanto nuclear como convencional. Francia representa el ejemplo más acabado de creación de un arsenal atómico con fines antes políticos que disuasorios ya que su salida de la Alianza Atlántica y su independencia en cuestiones nucleares a iniciativa del general De Gaulle respondían a un mismo fin como era el de conseguir una política exte- rior independiente de Estados Unidos.

La grandeur de Francia necesitaba de las armas atómicas aunque tan sólo fueron conce- bidos como un símbolo, bien que oneroso, de la calidad de Francia como primera poten- cia. Muy diferente en el caso de China cuyas fuerzas nucleares tenían como objetivo an- tes de la Unión Soviética que a Estados Unidos y cuya creación, a pesar del prestigio que dio a Pekín entre los países no alineados, respondía a cuestiones más militares que políticas, ni se nos permite la ficticia separación. Los casos citados demuestran cómo la mera posesión de un arsenal atómico no mejora la cualidad de potencia ya que en el contexto mundial tanto Francia como Gran Bretaña, a pesar de su panoplia nuclear, dis- tan de mantener una politica exterior realmente independiente.

Desde que a finales de los años ochenta cedieron las tensiones entre los tradicionales enemigos de la guerra fría a raíz del Tratado de Washington, la disuasión tradicional ba- sada en el terror y en las represalias a un ataque sufrió un duro golpe que anunciaba su inutilidad inminente. La distensi6n aportada por la perestroika acentuó la erosión que ve- nía sufriendo esta estrategia desde que la Unión Soviética alcanzó la paridad y se desa- rrollaron las armas que al incorporar nuevas tecnologías conseguían un extraordinario aumento de la precisión, cuestión esta de grandes consecuencias de carácter estratégi- co ya que existía la posibilidad de eliminar de un solo golpe la capacidad de respuesta del enemigo. El golpe a la disuasión tradicional vino dado de la mano de la Iniciativa de Defensa Estratégica, proyecto que, al menos sobre el papel, garantizaba «un paraguas defensivo» sobre Estados Unidos tan perfecto que le hacía inmune a cualquier agresión que procediera de la triada nuclear. A pesar de los esfuerzos iniciales, la Unión Soviética, sumida en una profunda crisis que luego se revelaría fatal, no pudo responder a este nue- vo reto en el seno de la tradicional carrera de armamentos.

La tradicional concepción de la disuasión, basada en elementos de carácter ofensivo ade- cuados para un ataque de represalia, fue dejando su lugar a lo largo de los años ochenta a otras posibilidades que se asientan en la defensiva. De esta manera, los sistemas anti- misiles han cobrado una creciente importancia que es previsible continuarán acrecen- tando dado el carácter pasivo que tiene por esencia el armamento nuclear y que se acen- tuará en el futuro. Ahora, con la desaparición de uno de los tradicionales rivales, no ha lugar al desarrollo de una carrera de armamento que rebase las más altas cotas de over- kill sino a una progresiva reducción del arsenal atómico y al control de estas armas en busca de una mayor seguridad.

Sin embargo, a pesar de las severas iniciativas de desarme presentadas desde el año 1989, es previsible que continúe el mantenimiento de cierto número de fuerzas nucleares es- tratégicas por Estados Unidos y Rusia, como heredera de la Unibn Soviética, así como de otras armas nucleares de teatro capaces de mantener la disuasión y de llevar a cabo una guerra nuclear limitada o bien de responder de manera idéntica a una agresión de ese carácter. Esta última cuestión responde a la realidad multipolar del mundo de finales del siglo XX que supera la hegemonía militar estadounidense y donde se contemplan con alarma la existencia de varios focos de tensión en los cuales, aunque es improbable, puede estallar un conflicto nuclear en especial si tenemos en cuenta la proliferación atómica producida en los últimos años.

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En los Estados Unidos de la última década del siglo, el armamento nuclear y en especial las fuerzas nucleares estratégicas se conciben como una expresión del carácter de su- perpotencia global que mantiene este país y se consideran un elemento indispensable, para la disuasión y defensa de un territorio relativamente fácil y de alcanzar en la actuali- dad a causa de la proliferación y el desarrollo de la tecnología nuclear. A pesar del tradi- cional enfrentamiento entre posturas intervencionistas y aislacionistas, que en el fondo no ha dejado de existir, y de las dificultades económicas que atraviesa el país, en Nortea- m6rica no se discute la necesidad de mantener unas capacidades nucleares mínimas y diversificadas que permitan defender el suelo americano, pero también intervenir con estas armas allí donde la amenaza a los intereses de Estados Unidos lo puedan requerir. Ésta ha sido la base de la política de seguridad posreganiana de George Bush siendo conti- nuada por Bill Clinton desde sus primeras declaraciones programiiticas. El papel de su- perpotencia con intereses planetarios marcha en este caso al paso del papel de gendar- me internacional, todo ello sin aludir a la inercia de 45 años de guerra fría, difíciles de eliminar de un plumazo, que han generado en la sociedad americana un sentimiento de amenaza y de terror al peligro atómico difícil de erradicar del todo.

Hay que tener presente que a pesar de que Rusia, heredera de potencial nuclear de la desaparecida Unión Soviética, mantiene unas fuerzas nucleares estratkgicas propias de una superpotencia, la realidad es que tanto este país como la confusa Comunidad de Es- tados Independientes (CEI), una Commonwealth sin la reina, carecen de la estabilidad política y social requerida para constituir una amenaza verosímil. Lo mismo sucede con las llamadas «repúblicas nucleares» como Kazajstán, Ucrania y Bielorrusia, surgidas al desmembrarse la Unión Soviética, y quedar bajo los nuevos gobiernos el arsenal soviéti- co instalado en su territorio, las cuales están renunciando al menos teóricamente al ar- mamento atómico en favor de Rusia. No obstante, se considera que la existencia de es- tas nuevas capacidades nucleares representan para Estados Unidos una improbable amenaza, aunque no imposible, que condiciona la actitud americana hacia el fenómeno nuclear en el seno del mundo surgido al desaparecer la Unión Soviética.

Según amplios sectores de la Administración y de la sociedad estadounidense, la exis- tencia de un arsenal atómico considerable bajo un difuso control, en condiciones de ines- tabilidad política y de deficiente conservación, existe todavía de Estados Unidos, como una actitud refleja y desconfiada, el mantenimiento de un mínimo de fuerzas capaces de conservar viva la disuasión. Esta circunstancia junto con la existencia de otras enti- dades con armamento nuclear han impulsado la creación del concepto «fuerza mínima», nueva doctrina nuclear estadounidense sin abandonar otros principios contenidos ante- riormente en el informe Discriminate Deterrence. Esta nueva estrategia está dominada por la desnuclearización y la reducción de armamentos junto a una relación de blancos y adversarios, define la política de Washington independientemente de las Administra- ciones demócrata y republicana que ocupen la presidencia.

En los últimos años de la década de los ochenta, tanto Norteamérica como la extinta Unión Soviética habían definido su vinculación con las armas nucleares, en lo que a la relación entre ambos se refiere, desde la perspectiva del desarme y la limitación de armamentos. La actualidad de la estrategia y de las fuerzas atómicas tiene en estas cuestiones uno de sus elementos básicos y definitivos, en especial desde la firma del ya histórico Trata- do de Washington en diciembre de 1987, por el cual se acordaba la eliminación de los misiles del alcance intermedio instalados en suelo europeo. Este pacto supuso el punto

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de partida en un proceso de desarme nuclear que ha superado la existencia de la propia Unión Soviética y que, aún hoy, continúa abierto con continuas iniciativas que afectan a los distintos arsenales. El acuerdo de disminución de los INF del año 1987 fue el prime- ro que contempló la destrucción de armamento nuclear iniciando un proceso que define la actitud existente a principios de los años noventa. Desde entonces y al compás de los vertiginosos acontecimientos producidos, se han sucedido los acuerdos tanto sobre armas convencionales como los relativos a las fuerzas nucleares estratégicas.

Las conversaciones START, cuyo acuerdo firmado en Moscú en agosto del año 1991, poco antes del golpe de Estado, ha sido ratificado por Rusia y las repúblicas ex soviéti- cas poseedoras de armamento nuclear en mayo del año 1992, han supuesto la reduc- ción del 30% del arsenal estratégico de Estados Unidos y la antigua Unión Soviética. Las propuestas efectuadas por el presidente americano en septiembre de 1991, conoci- da como Plan Bush, han supuesto un salto cualitativo en el proceso de desarme nuclear abierto a raíz de la descomposición de una de las superpotencias. Estas propuestas im- plican la destrucción y retirada de armamento nuclear, especialmente táctico, desplega- do en suelo europeo y reflejan tanto una considerable reducción en la tensión entre las dos potencias nucleares, como el temor de Washington ante el descontrol y la posible proliferación nuclear que podía suceder a la desaparición de la Unión Soviética, conside- rada como inminente. Estados Unidos ofrecía destruir parte de sus arsenales, siempre que los antiguos sovi&icos procedieran de igual manera, como medio para evitar la ame- naza de dispersión y de accidentes que se cernía sobre los arsenales nucleares reparti- dos por el territorio de la CEI. En la iniciativa americana subyacía la intención de consoli- dar el papel de Rusia como heredera de la Unión Soviética al tratar a Moscú como único interlocutor nuclear válido intentando evitar la existencia de las «repúblicas nucleares».

El Plan Bush arrastraba a otras reducciones como la acordada por la OTAN en la reunión de Taormina de octubre de 1991, que dejaban a Europa prácticamente libre de armas nucleares, al tiempo que confirmaba a la disuasión como la piedra angular de la defensa americana, la cuál está regulada por la nueva doctrina nuclear de la «fuerza mínima», sustituta de la inútil y ya histórica «respuesta flexible>), que se basa en la selección de blancos y, e ahí la novedad, de adversarios.

El período de crisis desatado en la extinta Unión Soviética, durante la segunda mitad de la década de los ochenta, ha dado lugar a una situación totalmente nueva desde que se produjo la aparición de las armas nucleares. La fabricación y posesión de este tipo de armamento tradicionalmente suponía la existencia de unos recursos económicos y tec- nológicos notables pero también una gran estabilidad del sistema político y social, la cual debía ser lo suficientemente evidente para respaldar la utilización de esas armas dentro de la coherencia de la disuasión, que es indudablemente cosa de dos, y conseguir los efectos deseados. Hasta el año 1990, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos, poseedores del arsenal nuclear y de los vectores más completos y complejos hasta el punto de reducir al resto a categoría de anécdota, habían hecho buena esta afirmación.

Bien por medio de un modelo democrático, bien totalitario, parecía que ambas socieda- des se encontraban firmemente asentadas, con una estabilidad fuera de toda duda. Sin embargo, la quiebra y posterior desmoronamiento del régimen soviético ha demostrado que la fortaleza y homogeneidad de la Unión Soviética era tan sólo’un espejismo, reve- lando la descomposición general de una sociedad y de una potencia militar de primer or- den. En este contexto crítico nos encontramos con un arsenal nuclear capaz de arrasar

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a cualquier país y poner en peligro, en caso de empleo o accidente, la actual forma de vida sobre la tierra. Estas circunstancias son especialmente graves al existir la amenaza de descontrol de las armas nucleares y de su paso a unos centros de decisión diferentes de aquéllos con los que han estado vinculados hasta ahora estas fuerzas de destrucción masiva.

Desde la actual situación que atraviesa la CEI, resulta casi impensable contemplar la po- sibilidad de una acción nuclear o de una estrategia basada en la ofensiva fuera del entor- no de la antigua Unión Soviética. Algo verdaderamente novedoso han sido las situacio- nes difíciles que han afectado indirectamente a las fuerzas nucleares desplegadas por territorio soviético poniendo en peligro su control por el poder central durante los meses de extrema inestabilidad del año 1991. A lo largo de la primera fase de la guerra civil entre armenios y azeríes en los años 1989 y 1990, el poder central por medio de unida- des selectas del Ejtkcito y el KGB se apresuró a proteger los emplazamientos y las insta- laciones vinculadas con las armas nucleares. A su vez, al proclamar Lituania su indepen- dencia y producirse el bloqueo del nuevo Estado por parte de Moscú, se dio la singular circunstancia de existir en territorio báltico armas nucleares de la Unión Soviética en ba- ses protegidas por unidades del EjBrcito sovi&ico que quedaron en una situación al me- nos embarazosa durante unas semanas.

El camino recorrido desde el golpe de Estado de agosto del año 1991 hasta la desapari- ción de la Unión Soviética en diciembre de ese año y la proclamación de independencia de las repúblicas y posterior creación de la CEI, ha representado para las armas nuclea- res la quiebra de su vinculaci6n con una entidad política de fortaleza y estabilidad en apa- riencia definitiva. Por vez primera el armamento atómico ha atravesado una época crítica y ha vivido en situaciones de inestabilidad que han arrojado como resultado la desapari- ción de la entidad política que lo originó. El ciclo abierto por la Unión Soviética en 1949 al convertirse en potencia nuclear se ha cerrado en 1991 tras haber recorrido todas las etapas orgánicas desde su nacimiento.

Es evidente que si, hasta ahora, el control político de las armas nucleares por un centro de mando homogéneo e indentificable han sido una constante desde su aparición, tam- bién es una realidad que la crisis de la Unión Soviética ha alterado esta circunstancia. Los primeros síntomas de cambio se produjeron cuando en los últimos meses del año 1990 el Gobierno de Moscú procedió a la concentración de la mayor cantidad posible de armas nucleares posibles en la República de Rusia con la intención de evitar su des- control dada la creciente debilidad del poder central, la autonomía de las repúblicas y los crecientes enfrentamientos que permitían imaginar un escenario en el que las armas nucleares tácticas podían ser utilizadas. Esta iniciativa también preludiaba el acuerdo que en septiembre de 1991 confirmaba el carácter hegemónico de la Federación Rusa en el seno del ámbito soviético al establecer el doble control, de la CEI y de Rusia, de las ar- mas nucleares. Como vemos, una de las interrogantes que se cernía sobre las fuerzas nucleares ex soviéticas era la ruptura de la relación establecida entre este tipo de arma- mento, con la variedad y potencia que caracterizaba al arsenal soviético y la existencia de un solo centro de poder y decisión que controlase de forma inequívoca estas fuerzas. La aparición de conflictos inter&nicos y fronterizos entre las nuevas repúblicas desde el año 1989 y su continuo agravamiento, junto con la debilidad del poder central encar- nado en la CEI, cuya autoridad y legitimidad en muchos casos está en tela de juicio, aún plantea problemas relativos al control e identificación del centro de decisión de las fuer-

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zas nucleares ex soviéticas, a pesar de haberse superado los momentos críticos de la descomposición de la Unión Soviética.

El acuerdo que permitió al Gobierno ruso concentrar y controlar las armas nucleares dis- tribuidas por territorio ex soviético no ha sido acogido de manera unánime por el conjun- to de las repúblicas ya que en un primer momento Kazajstán y Ucrania mostraron su reti- cencia a renunciara su categoría de potencias nucleares recientemente adquirida. A ellas se unió Bielorrusia dando lugar a una extrema proliferación de potencias atómicas desde septiembre de 1991. El ranking atómico mundial en lo a cantidad de cabezas y potencia de las mismas se refiere ha conocido un singular incremento ya, que tras Estados Unidos se situaba Rusia seguida de Ucrania, Kazajstán, Bielorrusia y las otras potencias nuclea- res secundarias: Francia, China y el Reino Unido. En un entorno en el que se han desata- do los más intensos sentimientos nacionalistas cabría pensar, a la luz de la actitud de las repúblicas ex soviéticas citadas, que el arma nuclear fuera concebida como un supre- mo signo de soberanía, símbolo antes de la independencia que de la fortaleza. Sin em- bargo, esta situación se ha corregido con el paso del tiempo ya que, tras la desaparición de los últimos restos del poder central en diciembre del aiio 1991, tanto Bielorrusia co- mo Ucrania han decidido traspasar sus armas nucleares a territorio de la Federación Ru- sa así como la destrucción de parte de ellas, aunque sin renunciar a una cierta jurisdic- ción, prácticamente simbólica, sobre el mismo. Esta reacción de las dos repúblicas que supone el insólito caso de renunciar no a ser sino a continuar siendo potencias nuclea- res, refleja un sentimiento de profundo rechazo de todo lo atómico que no puede dejar de vincularse con el caso de Chernóbil.

La catástrofe que se abatió sobre Ucrania y Bielorrusia fue tan intensa que ha llevado a la renuncia de las armas nucleares. Estas razones junto a las dificultades que atraviesa la economía de Ucrania ha sido probablemente la que ha impulsado al Gobierno de Kiev a lanzar en noviembre de 1992 a Estados Unidos la insólita propuesta de venta de sus armas atómicas. Diferente es el caso de Kazajstán, un Estado que posee pretensiones hegemónicas en el entorno de Asia central, un área estratégica definida por la inestabili- dad, y que contempla a las fuerzas nucleares como un elemento político de primer or- den, por lo que su renuncia a la categoría de potencia atómica es más improbable. El caso de Kazajstán agrava el posible descontrol del arsenal ex soviético e impide que el acuerdo que convertía a Rusia en heredera absoluta de la capacidad atómica de la Unión Soviética, con todos los riesgos que supone dotara Boris Yeltsin, de equívoca conducta política, y a una nación de tradición expansionista de unos medios de esta magnitud, traiga tranquilidad acerca de su posesión.

En estas circunstancias hablar de la vigencia de la disuasión tradicional basada en la DMA carece de sentido. Esta situación surgida desde el año 1990 en el ámbito de la antigua Unión Soviética, junto con la aplicación de las nuevas tecnologías a los mi- siles, el desarrollo de elementos defensivos y a la aparición del espacio como campo de batalla, todo ello en el contexto de la hegemonía militar norteamericana, han pues- to en tela de juicio los supuestos en que se basaba la estrategia nuclear desde el año 1945. Cabe incluso plantearse si lo que está ocurriendo no es más que la inadecua- ción de las armas nucleares a la realidad política del mundo surgido al finalizar la política de bloques, la evidencia de su profunda inutilidad derivada de su imposible uso y de la indiscutible vigencia de la disuasión nuclear, cuya última razón de ser descansa en el terror.

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La estrategia nuclear de los años noventa está determinada entre otros factores por II aparición de una serie de países dotados de cabezas nucleares y de los correspondientes vectores para su utilización. Se ha producido una proliferación nuclear que escapa del cálculo de las otras potencias del escogido club atómico. La ampliación del número de países con armamento nuclear ha sida una posibilidad que siempre inquietó a Moscú y Washington consciente del peligro de este tipo de arsenales por lo que siguieron una po- lítica restrictiva, especialmente en el caso soviético ya que su colaboración en el progra- ma nuclear chino fue escasa y a regañadientes manteniendo al resto de los países del bloque del Este fuera de la condición nuclear. En Occidente las iniciativas británicas y francesas no pudieron ser impedidas por Washington por lo que ambos países pasaron a ser potencias nucleares aunque de segundo orden y en la realidad bajo el control de Washington. Hoy día la política de Estados Unidos hacia el fenómeno atómico está pre- sidida por un objetivo básico como es evitar la proliferación nuclear y extremar el control de este tipo de armas, especialmente difícil en el caso del ámbito de la antigua Unión Soviética, aunque otras potencias atómicas como China y Francia han seguido una polí- tica comercial en lo referente a cuestiones nucleares y vectores muy poco restrictiva. Dos casos resultan especialmente ilustrativos, primero la venta de plutonio por Francia y Japón y, segundo, la de misiles chinos a Irán y Arabia.

Conviene recordar que el monopolio nuclear de los dos gigantes lo rompió primero el Rei- no Unido, seguido de Francia y China, deseosos todos ellos de alcanzar o mantener el status de gran potencia que se suponía llevaba aparejada la posesión de armamento nu- clear. Los dos países europeos estaban integrados, cada uno a su manera, en la Alianza Atlántica por lo que sus capacidades nucleares venían a servir de complemento a las fuer- zas atómicas norteamericanas dentro de la estrategia global de este país y de la OTAN, aunque con más 0 menos reticencias por parte europea, especialmente francesa. Por lo tanto, aunque existía una efectiva proliferación nuclear, la realidad es que estas armas respondían en su concepción y estrategia, e incluso se puede discutir si no cabria incluir también la decisión final de su uso, a la misma lógica disuasoria por la que se regían las armas atómicas de las dos superpotencias. En este caso se puede hablar de una falsa proliferación ya que Washington por medio de la Alianza Atlántica o por medios más di- rectos podía garantizar el control del arsenal nuclear franco-británico y condicionar su uso al enfrentamiento Este-Oeste.

Diferente era el caso de China ya que este país, en creciente enfrentamiento con su veci- no sovi&ico desde finales de los años cincuenta, ansiaba adquirir la condición de super- potencia que le permitiese servir de tercera vía a los países del Tercer Mundo desenga- ñados de la Unión Soviética y hostiles al Occidente neocolonial. Esta política de prestigio llevada a cabo por Pekín se completaba con el temor a una agresión soviética, un senti- miento más intenso que el miedo a un ataque americano como lo confirma el hecho de que los /CBM,s chinos apunten hacia objetivos de la antigua Unión Soviética. Ambas ra- zones explicarían el porqué del desarrollo de las armas nucleares chinas desde mediados de los años sesenta.

A estos países poseedores de armas nucleares se les han unido desde entonces otros que ocultan su condición atómica y que se encuentran situados en regiones tradicional- mente conflictivas; todos ellos han adquirido esta categoría gracias a la permisividad de Occidente y de China, ya que la Unión Soviética fue tradicionalmente muy rigurosa a la hora de controlar la tecnología nuclear. Su capacidad reside en la posibilidad de fabricar

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alguna cabeza atómica de potencia más bien reducida yen la disponibilidad de algún vector, normalmente un misil de alcance intermedio, para su lanzamiento. En estos casos la di- ferencia respecto de las potencias nucleares tradicionales venía dada al encontrarse es- tas armas en un contexto ajeno a la tradicional rivalidad Este-Oeste, es decir, a la lógica de la MAD y de la disuasión que fue la que caracterizó a la estrategia nuclear durante la guerra fría.

En efecto, fue la tensión entre los dos campos, capitalista y socialista, la que impulsó durante decenios el desarrollo de las fuerzas nucleares de una y otra superpotencia ante el temor de quedar en una posición de inferioridad que permitiera al adversario tener la ventaja suficiente para efectuar un ataque con éxito. Esta relación, sin embargo, se ca- racterizaba por un acuerdo común: la aceptación de la disuasidn que permitía mediante un lenguaje compartido evitar el uso de las armas nucleares. Existía una carrera de arma- mento pero tambikn se efectuaron acuerdos para limitar aquellas fuerzas como los ABM, que limitaban la capacidad de respuesta ante el temor de invalidar el juego de la disua- sión basado en las represalias. De esta forma un complicado equilibrio de terror que com- binaba la carrera de armamentos y las mejoras tecnológicas con las limitaciones (Trata- dos SALT y ABM), inspiraba la estrategia de unas armas cuyo uso era indispensable pero cuya presencia imponía sus reglas.

Hoy día, la posesión o la intención de producir fuerzas nucleares, independientemente de su magnitud, por países que ocultan su fabricación y que no pertenecen a ninguna institución política o de seguridad que regule estos aspectos, junto con el hecho de estar implicados en agudos enfrentamientos regionales, una cuestión clave para el desarrollo de este tipo de armas, han provocado que se contemple como una posibilidad nada disparatada el fenómeno de una guerra nuclear regional, limitada especialmente por los escasos recursos atómicos de los contendientes pero factible por la proliferación de los últimos años. Sin embargo, hay que recordar cómo la guerra del Golfo del año 1991 ha revelado lo difícil del uso del armamento no convencional aun en condicio- nes extremadamente restrictivas, tanto por parte de Estados Unidos como por Irak, en caso de que este último poseyera este tipo de armas ya que, a pesar de todas las inspec- ciones aún no es posible precisar las verdaderas capacidades de Bagdad en el campo del armamento atómico. El recurso a fuerzas nucleares supone un paso, una decisión, que no deja lugar a la rectificación y significa llevar el enfrentamiento al indeseable grado de guerra total. Las consecuencias del uso de armas no convencionales suscita tal rechazo que la victoria no resulta rentable para aquel que la obtuviera mediante el empleo de las mismas. Estas armas tienen tal magnitud que su uso rebasa el ámbito militar.

Conviene señalar que en la decisión da fabricar armamento nuclear por parte de estos países, en su mayoría lejos de poder situarse entre los calificados de desarrollados, han tenido especial influencia una serie de factores como la percepción de una amenaza cer- cana, la adquisición del prestigio que se supone lleva aparejada la posesión de armas nu- cleares así como ciertas pretensiones hegemónicas, tanto territoriales como políticas. Estos fueron algunos de los motivos por los que China se dotó de armamento atómico, pero con la salvedad de enfrentarse con unos adversarios como Estados Unidos de los que tenía casi la certeza que no iban a emplear las fuerzas nucleares según se podía de- ducir de la experiencia de la guerra de Corea, al tiempo de encontrarse rodeada de unos vecinos claramente más débiles, exceptuando el caso de la Unión Soviética.

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La multiplicación de los centros de decisión, uso y control de armamento nuclear en los últimos años representan una forma de proliferación nuclear sin que necesariamente se hayan incrementado el número de cabezas atómicas existentes. La desintegración de la Unión SoviBtica ha provocado que su lugar en el escalafón nuclear haya sido ocupado por algunas repúblicas que, a pesar de haber renunciado a la posesión del arma atómica, tienen desplegados en su territorio un arsenal que las convierte en potencias de primer orden en lo que a capacidad de destrucci6n se refiere. Aunque estas repúblicas pertene- cen al que podemos considerar grupo de los países nucleares declarados, la presencia de Ucrania, KazajstBn y Bielorrusia en los puestos tercero, cuarto y quinto respectiva- mente, tras Estados Unidos y Rusia, en lo relativo a posesión de armas nucleares, supo- ne una innegable proliferación nuclear en un entorno inestable donde el control del arse- nal no convencional puede estar comprometido. Se han descrito escenarios apocalípticos en los que se han imaginado una masiva venta o cesión de armas ex sovi&icas a grupos terroristas o a países implicados en contenciosos violentos sin tener en cuenta que las armas nucleares llevan un sistema de protecci6n, el PAL fPermissive Acction Linkl , con el objeto de prevenir el uso no autorizado de las mismas. Sin embargo, la posibilidad del extravio y descontrol de alguna cabeza nuclear o el alquiler de técnicos y expertos ex soviéticos, ahora sin trabajo, a terceros países sí es una amenaza real, tanto que incluso el IISS, por boca de su director Franyois Heisbourg, advirtió sobre ello, llegando incluso la OTAN en enero de 1992 a ofrecer empleo a los t6cnicos nucleares soviéticos para evitar su dispersi6n y posible integración en países deseosos de obtener este tipo de ar- mamento.

A pesar del traspaso de armas atómicas a territorio de la Federación Rusa y tal deseo de Ucrania y Bielorrusia de prescindir del arsenal atómico y de firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear, la realidad es que la multiplicación de los centros de decisión de los que dependen estos arsenales y el descontrol de material y personal es aún grande. Asi lo han visto en Estados Unidos ya que todas las iniciativas de reducción y elimina- ción de armas propuestas por la Administración Bush han tenido como objetivo reducir al mínimo las posibilidades de proliferación y descontrol de las armas nucleares ex sovié- ticas, un criterio seguido por la Administración Clinton. Para Washington la opción idó- nea sería el establecimiento en el ámbito de la antigua Unión Soviética de un poder políti- co estable, no expansionista, que fuera capaz de controlar el arsenal nuclear de manera que éste sea identificable con un centro de decisión centralizado y verosímil y, por tanto, capaz de cumplir con las reglas de la disuasión. Esto explica el apoyo americano a la CEI y a Rusia desde los primeros momentos.

En el área de Oriente Medio se encuentran a principios de los años noventa algunos paí- ses que combinan la posesión de misiles de medio alcance y de cabezas nucleares de manera oculta, sin declarar su condición atómica. A pesar de lo restringido de la infor- mación referente a estos asuntos, se puede afirmar que Israel posee cabezas nucleares y misiles de alcance corto y medio, hasta 2.000 km. como el Jericó II, los cuales cabe pensar serían usados sin duda en caso de encontrarse en peligro la existencia del Estado judio. Al respecto hay que señalar que en octubre del año 1991 informaciones proce- dentes de la antigua Unión Soviética confirmaban la importancia del arsenal nuclear is- raelíal tiempo que señalaban a las ciudades del sur de la Unión Soviética como objetivos de los misiles judíos, en un juego disuasorio complicado dirigido a los países árabes a trav6s de su respaldo soviético. Por otra parte, algunos países como Siria, Irán, Irak y

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Libia trabajan en la fabricación con armamento nuclear y cuentan con los adecuados me- dios técnicos para su uso, al tiempo que poseen misiles balísticos capaces de ser usados como vectores con un alcance inferior a los 2.000 km, así como reactores nucleares y reservas de material radioactivo. En el caso de Irak, el final de la guerra del Golfo le ha supuesto un rígido control por parte de las Naciones Unidas y de la Agencia Internacio- nal de Energía Atómica que ha frenado todas sus veleidades nucleares. La tensión en la región de Oriente Medio, con problemas casi end6micos y sin aparente solución inme- diata como la cuestión palestina, el conflicto por la dirección del mundo árabe y la dife- rencia entre los países petroleros y los que carecen de estos recursos, permiten contem- plar con escepticismo el futuro de la paz en el área, a no ser que una decidida actuación de las Naciones Unidas, con el adecuado respaldo internacional, pueda imponer el diálo- go, felizmente iniciado en octubre de 1991 con la Conferencia de Paz de Madrid. A pesar de estas iniciativas, la estabilidad del entorno es precaria y los riesgos de utilización de armamento nuclear todavía son altos, lo que ha producido la alerta de Estados Unidos, especialmente sensible en su papel de gendarme nuclear internacional, ante los nuevos retos planteados por esta nueva amenaza procedentes de áreas tradicionalmente desco- nectadas del armamento nuclear.

La desaparición de la tensión entre los bloques ha repercutido beneficiosamente en otros focos de conflicto a lo largo del mundo en los cuales las armas nucleares tambikn podían estar presentes. La nueva situación internacional ha implicado un proceso de distensión en focos conflictivos regionales que ha permitido el abandono de programas emprendi- dos por países con el objetivo de dotarse de armas nucleares. Esta renuncia momentá- nea no supone que estos Estados carezcan de este tipo de armamento ni tampoco su renuncia definitiva a poseerlo. Esto es lo que ha sucedido en el contencioso existente entre China y Taiwan, quienes están registrando un proceso de acercamiento cuyo pri- mer efecto ha sido la renuncia de Taipei a seguir manteniendo programas nucleares. En el Lejano Oriente, Corea del Sur también estaba en vías de conseguir armas nucleares que tenían como objetivo primordial a su vecina del Norte e incluso blancos en territorio chino, pero la nueva situación internacional ha supuesto una reducción en la tensión en- tre ambos países permitiendo que Seúl, al contrario que su vecino del Norte, renuncie a la fabricaci6n de armamento nuclear.

También han sido muy beneficiosos en África los efectos registrados por la disminución general de las tensiones y de la guerra fría, lo cual ha supuesto que países como Sudáfri- ca, empeñados en obtener armas nucleares y misiles balísticos de corto alcance, hayan visto cómo las amenazas procedentes de su entorno se han reducido debido al cambio de actitud y a la falta de respaldo internacional de los países enfrentados con Pretoria como Mozambique, Zambia, Angola, y gracias tambi6n al tímido conjunto de reformas efectuado que ha conducido al abandono del appartheid. Todas las transformaciones en la política internacional han tenido menos efectos sobre dos países como Pakistán e In- dia que combinan la posesión de armas nucleares y de misiles. Entre ambas naciones las tensiones fronterizas han estado lejos de ceder, manteniéndose viva la tradicional rivalidad entre los dos países a causa de cuestiones tradicionales como la región de Cachemira. Aunque las posibilidades de que algunas de ellas haga uso de su arsenal atómico no es muy probable, la existencia de este tipo de armas bajo el control de unos gobiernos hostiles entre sí desde hace décadas por razones histórica suponen un riesgo evidente.

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Las características del armamento nuclear de aquellos países que ocultan su pertenencia al club nuclear vienen dadas básicamente por lo reducido de su número, su escasa capa- cidad explosiva y lo limitado de sus posibilidades. Todo ello permite pensar que un con- flicto nuclear en áreas del llamado Tercer Mundo se limitaría a un intercambio o a un bom- bardeo, previsiblemente sobre objetivos de contravalor, es decir, sobre las ciudades, destacando el aspecto de armas de terror que caracterizaban a las fuerzas nucleares en su fase primitiva. Esto ha sido lo que ha ocurrido en el año 1991 cuando los Scud ira- quíes fueron lanzados sobre ciudades israelíes, aunque afortunadamente con cabezas de explosivos convencionales, con un éxito más que discutible. A pesar de todo el fenó- meno disuasorio de estas fuerzas ya ha tenido lugar ya que, probablemente la presencia de armas nucleares en la zona ha impedido que árabes y judíos no emprendieran un con- flicto generalizado en épocas de mayor tensión.

El futuro técnico de las armas nucleares viene dado por varios fenómenos paralelos. En- tre los países que pugnan por hacerse con un arsenal atómico y vectores adecuados, existía una tendencia a la construcckn de cabezas de potencia media y de misiles de alcance intermedio, del cual podría ser un ejemplo el Jericó II israelí, pero la rigurosa acti- tud de Occidente a instancias de Estados Unidos está limitando las posibilidades de fa- bricación a pesar de las ventas de China. Tras la proliferación nuclear de los últimos tiempos y el éxito de los misiles Patriot cedidos a Israel, a la hora de interceptar los Scud iraquíes se tiende al desarrollo y perfeccionamiento de los sistemas defensivos, especialmente útiles en una época en que las amenazas no están localizadas, asi como a un incremento de la precisión de los misiles, siempre con la intención de emplear de forma limitada este tipo de armamento. La pérdida de importancia del armamento nuclear de corto alcance y de la artillería de estas características, se ha puesto de manifiesto al contemplarse no sólo su retirada, sino incluso su eliminación impulsada por la relativamente fácil disponi- bilidad de este tipo de fuerzas y lo factible tanto de su empleo en un conflicto loca- lizado como el descontrol. En Estados Unidos se ha producido tras la guerra del Golfo una revalorización de los sistemas ABM y de los misiles de alcance intermedio y estraté- gicos.

Concretamente el mantenimiento de los SLBM, indetectables gracias a estar instalados en submarinos, muestran la vigencia de la disuasión nuclear en los planes estratégicos de Washington a pesar de las iniciativas de deasarme. Fuera de los arsenales estadouni- denses y ex soviéticos, las armas nucleares estrathgicas, concepto que hoy día reclama un nuevo contenido, son patrimonio de China y las potencias nucleares de la Comunicad Europea (CE), teniendo en cuenta las limitaciones impuestas a todos los programas nu- cleares de Washington, Moscú, París y, a la fuerza, Londres, a causa de la congelación de pruebas atómicas decidida por los Gobiernos de los tres primeros países en el año 1992. Hay que señalar la posibilidad de que la CE, si persiste como es de esperar en el proceso de constitución de una entidad supranacional con soberanía y autoridad en cues- tiones de defensa común, se dote de «un paraguas nuclear» disuasorio a partir de las fuerzas atómicas francesas y británicas para sustituir el americano. En este sentido ha de entenderse la propuesta hecha por París al Gobierno de Londres en octubre del año 1992 ofreciendo coordinar sus fuerzas nucleares para servir de base a una futura políti- ca de seguridad colectiva de la CE. Esta iniciativa, que no ha encontrado la adecuada respuesta en el Reino Unido, más inclinado a las posturas de Washington, contrasta con la actual tendencia al desarme, tanto nuclear como convencional, y a la reducción de

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gastos en cuestiones de defensa, sin olvidar el fracaso experimentado en el proceso de integración europeo en los últimos meses del año 1992.

Para finalizar, hay que referirse de nuevo a la creciente importancia de todo lo relativo a la supresión de armamento. Estas iniciativas han rebasado el ámbito de Estados Uni- dos y de la actual CEI, y por medio de las Naciones Unidas y la Agencia Internacional de la Energía Atómica, se han extendido, bien por la fuerza, a otros países como Irak. Bajo la supervisión de este organismo y a impulsos de Washington se persigue una efec- tiva limitación e incluso eliminación de las armas nucleares en todo el mundo. Estos pro- yectos chocan con las posibilidades t8cnicas que tienen las armas atómicas para mante- ner una guerra nuclear limitada a causa de la gran precisión alcanzada por los misiles, aunque es tan elevada que, según afirman analistas y expertos, las cabezas nucleares podían llegar a ser sustituidas por cargas convencionales debido al efecto conseguido. El proceso de control de todo lo relativo a las cuestiones nucleares no impide que se pro- duzcan hechos tan relevantes como la venta a Japón por Francia en noviembre del aiio 1992 de una cantidad de plutonio suficiente para convertir al país asiático en una poten- cia nuclear de primer orden. El futuro, para que sea auténticamente seguro y permita evitar los riesgos de cualquier conflicto, en especial de caracter nuclear, debería de con- templar activamente la posibilidad de limitar y eliminar este tipo de armamento dentro de un proceso de alcance mundial.

Sin embargo, las potencias medias como Francia, China y el Reino Unido se resisten a vincular sus arsenales a las iniciativas de reducción impulsadas por Estados Unidos y Rusia, convencidos aún de que la posesión de este tipo de fuerzas continúa representan- do el supremo signo de soberanía. Por el contrario, hay que pensar que la eliminación de las armas nucleares emprendida por Washington y Moscú en los últimos años sean el exponente de los cambios acaecidos en las relaciones internacionales así como el ejemplo palpable de la inadecuación de estos medios a los problemas surgidos del fin de la guerra fría. Cabe esperar que las iniciativas en el campo nuclear que han emprendido algunos países finalizasen dotando de esta manera de una mayor estabilidad a la región en que se encuentran. Esta nueva situación ha puesto de manifiesto que el mundo es m8s segu- ro cuanto menos armamento nuclear 0 convencional almacena y que los nuevos retos planteados, desde el medio ambiente a una revisión las relaciones Norte-Sur, exigen las energías y los medios anteriormente dedicados a la investigación y producción de armas, especialmente nucleares.

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