la espada y la rosa - antonio martinez menchen

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Page 1: La Espada Y La Rosa - Antonio Martinez Menchen
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Antonio Martínez Menchén

Nota preliminar1234567891011Apéndice

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notes

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Antonio MartínezMenchén

La Espada Y La Rosa

A mi sobrina Anabel,amante de todo lo medieval.

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Nota preliminar

Este relato no pretende ser unanovela histórica. De hecho tan sólohe seguido los hechos históricos enel episodio referente a la primeracruzada. El resto tanto en losnombres como en los lugares yacontecimientos, es completamenteimaginario. Incluso la cronologíapuede resultar algo fantástica, puesen el transcurrir novelesco los añospueden equipararse a decenios, talcomo ocurre a quienes vivieron en

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la maravillosa isla de Avalan.Lo que he pretendido en este

relato es dar a conocer a losmuchachos algo de lo que pordiversas razones se encuentranalejados: la literatura medieval. Asíque dentro de una estructuraargumental original pero queresponde a la de múltiples obrasmedievales y a la de los cuentos dehadas, he ido insertando comotrama una serie de temas tomadosde diversas obras de la Edad Media-poemas caballerescos y religiosos,lais, fábulas- que el conocedor

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podrá fácilmente identificar. Unasveces -como en la leyenda delCaballero del Cisne según La granconquista de Ultramar- latrasposición, aunque resumida, esmuy fiel; otras veces hetransformado o modificado el temaoriginal; otras en fin, me helimitado casi a una breve cita.

Aunque la mayoría de lasfuentes utilizadas lo han sido de laliteratura medieval occidental, ymuy particularmente de la francesa,también he manejado, sobre todo enla aventura fantástica de Gilberto,

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fuentes orientales. La diferenciaentre una y otra es escasa, ya queambas se encuentran en ese terrenocomún, fuente de toda la granliteratura, que es el relato mítico.Con todo ello he pretendidoconstruir una obra eminentementelúdica, en la que, mediante unaserie de temas literariosmedievales, se dé al joven lector,una panorámica de todo un períodohistórico -la Baja Edad Media- consu belleza y su miseria, subrutalidad y su piedad, suignorancia y su sabiduría, su

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crueldad y su religiosidad profunda.

Al final del libro, en elapéndice, el lector encontraráinformación sobre los temasrelacionados con fuentes medievalesque aparecen en el libro.

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1

El monasterio abandonado

Cuando empieza a tañer lacampana es que va a soplar el vientodel norte.

Una vez pregunté al hermanoMartín por qué toca esa campana sinque nadie la agite, pero el hermanono supo responder.

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La campana es pequeña. Cuelgaen una espadaña situada sobre lapuerta de entrada del monasterio. Esapuerta, como todo el monasteriosalvo la antigua cocina del patiodonde vivimos Martín y yo, seencuentra en ruinas. Nadie puedehacer sonar la campana. Sólo elviento del norte.

Pero la campana tañe antes deque el viento del norte comience asoplar. Tañe al atardecer, en díasoscuros como éste con el cielocubierto de nubarrones plomizos quependen inmóviles del aire. Pasa

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gritando una bandada de cuervos yapenas se han perdido sus gritos alláhacia el sur, comienza a tañer lacampana. Es entonces cuando dice elhermano Martín: «Moisés, añade unbuen tronco al fuego. El viento delnorte va a soplar.»

Pronto comienzan sus aullidos.Porque el viento del norte nos traelos aullidos del lobo y los demonios,aunque yo no sé si se limita a traersus aullidos o son esos mismosaullidos los que forman, los queconstituyen la propia sangre y carnedel viento del norte.

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Vuelan en remolinos las últimashojas del otoño. Tiemblancimbreándose hasta rozar el suelocon su copa los álamos y loscipreses. A veces uno se desgaja conun gemido casi humano, pero másfuerte, más intenso; tal un gigante quegimiera. Entran ráfagas heladas porla puerta, por la chimenea,esparciendo las llamas. Es atroz estesilbido que llega hasta los huesos.Cuando ya todo está oscuro, lasllamas agitadas pintan las paredescon figuras siniestras. Temblando defrío y miedo me acurruco junto al

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hermano Martín. Es entonces cuandoel hermano me narra antiguashistorias, historias de monjes quevendieron su alma al maligno, deleprosos que ponen sordina a sucampanilla para sorprender alviajero, de partidas de soldados queincendian y asolan la campiña, decampesinos hambrientos que acechana los niños a quienes asesinan yluego devoran para combatir suhambruna, de siervos fugitivos queviven entre las bestias salvajes en loprofundo del bosque. Silba el viento,se agitan bajo su soplo las llamas del

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hogar que llenan en su danzar deinquietantes figuras las paredes y yo,tembloroso y asustado, me acurrucojunto al hermano que narra antiguashistorias. De pronto el monje cesa ensu parla.

- Escucha -dice-, escucha elsilencio. El viento ha dejado desoplar. Ahora está nevando.

Sí. Ha comenzado a nevar. Meesfuerzo en ver, a través de la tablarota en la parte superior de la puertade roble que el hermano atranca conun grueso leño, los copos blancosque caen mansamente sobre el huerto,

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pero mis ojos no pueden taladrar laoscuridad.

El hermano y yo permanecemosjunto al fuego que ahora ardetranquilo. Me gana el sueño y quedodormido junto al lar. No sé el tiempoque llevaré durmiendo, cuando elsalvaje silbar de una ráfaga de vientoen la chimenea me despiertasobresaltado.

El viento del norte sopla otravez. Ahora ya no caerán lentos ymansos los copos de nieve, sino quela ventisca los agitará en cegadorestorbellinos. Que Nuestro Señor y su

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Santa Madre tengan piedad de quienyerre su camino en noche como ésta.

León, el gran alano que se trajoel hermano Martín de la abadía, hacomenzado a gruñir enseñando losdientes.

Hay alguien tras la puerta. Através del roto cuarterón me parecedistinguir, destacándose de laoscuridad, la parte inferior de unrostro cubierto por una espesa barbablanquecina.

Temeroso, despierto alhermano.

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- Hay alguien en la puerta -digo.León gruñe fieramente. El hermanose incorpora, empuña una gruesarama de roble y pregunta:

- ¿Quién va?- Un pobre peregrino -responde

una voz grave y recia.Duda el hermano entre los

dictados del temor y la caridad. Porfin se decide.

- Sujeta al can -me dicemientras desatranca la puerta.

Entra el viajero. Gracias aDios, y en contra de lo que temíamos,entra un hombre solo. Un hombre de

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edad, casi un anciano, de estaturagigantesca, el cuerpo abrigado poruna larga capa toda cubierta denieve. También cubre la nieve subarba y su cabello entrecano. Debede estar enfermo de los ojos, puestantea al andar.

- Quitaos la capa y sentaos juntoal fuego -dice el hermano Martín. Yal observar el paso vacilante delviajero, añade-: ¿Estáis enfermo?

- Son los ojos -responde elviajero mientras se despoja de lacapa y toma asiento junto al hogar-.Veo cada vez peor.

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- ¿Y dónde camináis casi sinpoder ver y en noche como ésta?

- Marchaba en peregrinaciónpara orar ante el Señor Santiago encumplimiento de una promesa. Perocreo que erré el camino.

- ¿Andabais solo?- Un mozuelo me servía de ojos.

Mas picóle una serpiente y murió.- En una noche como la de hoy -

dice el hermano-, andando solo yperdido, milagro me parece que vosno estéis también muerto.

- Cuando reina la oscuridad,mejor nos valemos quienes estamos

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acostumbrados a la penumbra que loshechos a la luz. Hace horas llegóhasta mí un son de campana. Orientémis pasos hacia él, y aun cuandopronto se apagó, ya no pudierondesviarlos ni el bramar del viento nilos torbellinos de nieve.

Aunque sentado junto al fuego,largos escalofríos estremecen alviajero. El hermano Martín hacalentado un resto de nuestra sopa decoles.

- Esto os entonará -dicealargándole la escudilla.

- Dios premie vuestra caridad.

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Se ha calmado el viento. El alanocesó en su fiero gruñir y permanecetranquilo tendido a mis pies.

- ¿Dónde están los monjes? -pregunta.

- No hay monjes. Si vieseismejor os hubierais dado cuenta deque os halláis en un monasterio enruinas, abandonado. Hace ya largotiempo la abadía se quemó y losmonjes la dejaron para fundar otra ados jornadas de aquí, río abajo. Estodesvió el camino de los peregrinos.Vos tomasteis la antigua sendaabandonada.

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- Pero dentro de lo poco quemis ojos me dejan percibir, vosmismo sois un fraile.

- Tan sólo un pobre lego -responde humildemente el hermanoMartín.

- ¿Y cómo no marchasteis conlos demás?

- Me negué a ello. Hace muchosaños, alguien me abandonó a lapuerta del monasterio. Los monjesme criaron en él. Cuando ellos sefueron, pensé que si Dios me habíatraído aquí sería con algún designio.La cocina en que ahora estamos se

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había salvado del incendio y aúnestaba habitable. Disponía delhuerto, que me proporcionabahortalizas y algunas frutas, y del río,donde podía pescar. Lo suficientepara vivir conforme a la Orden deSan Benito. La iglesia, aunque casien ruinas, continuaba siendo un lugarsanto donde poder orar. Solicité alabad permiso para vivir comoermitaño y él me lo otorgó.

- ¿Y el muchacho?- Hace unos once años, cuando

yo llevaba muchos viviendo en estasoledad, un día bajó el río lleno de

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cadáveres. Entre tanto muerto vi,sujeto sobre un escudo, un niño deunos dos o tres años. Estaba aúnvivo. Lo rescaté de la corriente, locuidé, le puse por nombre Moisés ylo dejé conmigo, pues pensé que éltambién había llegado hasta aquí poroculto designio del Señor.

Arrecian los escalofríos delviajero. El hermano le toca la frente.

- Estáis ardiendo. Tendeos adescansar mientras os preparo unatisana.

- No quisiera molestar más -dice el hombre tumbándose sobre una

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frazada de heno-. Mañana megustaría reemprender miperegrinación.

- Eso -responde el hermanoMartín- será sólo si Dios lo quiere.

El viento ha soplado durantetoda la noche. Gime de tarde en tardeLeón, echado manso a mis pies. Elviajero duerme intranquilo. De vezen vez lanza unos suspiros profundosy entre sueños habla una extrañalengua, desconocida para mí. Alescucharle ese raro idioma me vieneel recuerdo de otro viajero que en

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mala hora fue acogido una noche enla abadía, ya que habría de ser lacausa de su hundimiento.

Muchas veces a lo largo deestos años, el hermano Martín mecontó la historia. Tantas veces lanarró con tales detalles, que casipuedo ver a aquel viajero que llegóal entonces floreciente monasteriomuchos años antes de que yo naciera.Puedo ver su alta figura envuelta enuna capa negra, sus ojos negrísimoscon una mirada de fuego, sus negrosrizos cayendo sobre una frentemorena surcada de profundas

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arrugas, su entrecejo sombrío. Másque cristiano -decía el hermanoMartín- semejaba uno de esossarracenos enemigos de Dios.

Caritativamente acogieron losmonjes al extraño. Contra lo quepresagiaba su apariencia, resultóbuen cristiano y frecuentaba laoración. Mas cuando le preguntaronpor su vida, confesó haber moradolargo tiempo en tierra de infieles.Allí, entre moros y judíos, aprendióvarias ciencias, entre ellas el arte decurar. Esto hizo que la mayoría delos monjes le miraran con recelo.

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Pero aparte de fray Humberto,encargado del herbolario, que prontose benefició de la ciencia delextranjero, encontró en fraySilvestre, el bibliotecario, undecidido y poderoso valedor.

Ahora, mientras contemplo alperegrino y al hermano Martíndormir junto al lar y escucho elsilbar del viento del norte, recuerdola historia que tantas y tantas vecesme narró el hermano. «Si fraySilvestre», decía, «no le hubieraprotegido, él no hubiera permanecidoen la abadía y ésta seguiría en pie tan

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próspera y floreciente como antaño.Fue su afición desmedida por laciencia del forastero lo que nos trajola ruina. Que Dios le hayaperdonado.»

El peregrino se revuelveinquieto. La calentura le hace delirar.Habla con palabras entrecortadasque no comprendo, pero que mesuenan al ladrar de la morería.¿Habrá él también vivido entreinfieles, como Hildebrando, como elpropio fray Silvestre vivió?

Hombre extraño este fraySilvestre, según lo que el hermano

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Martín me narró de él. Descendía delos grandes señores que cedierontierras para la fundación de laabadía, de ahí su peso y su poder.Pero antes que fraile fue guerrero ytambién anduvo en tierras de infielesy convivió con ellos, y hasta dicenque se desposó con una princesasarracena. Después, cuandoarrepentido tomó los hábitos, noaspiró a ser abad, cosa fácil para éldada la alteza de su cuna.Conformóse con dirigir el escritorioy la biblioteca, siempre entregado alos autores gentiles contra la opinión

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al propio abad quien, siguiendo algran Odilón*, decía no han de ser losantiguos poetas paganos, sino losSantos Padres quienes ocupen eltrabajo del monje.

Duerme, plácido, el hermanoMartín. El hermano Martín semuestra agradecido a fray Silvestre,porque le instruyó en la Gramáticatransmitiéndole, lo mismo que él hahecho luego conmigo, las enseñanzasde Donato*. Pero, sin embargo, da larazón al abad. El gran Odilón, cuentaMartín, tuvo un sueño.

Vio en su sueño un jarrón

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maravilloso, un jarrón de oro ygemas preciosas tan primorosamentemodelado que parecía fabricado enel propio Paraíso. Pero cuandoestaba más entregado a lacontemplación de la obra asombrosa,comenzaron a salir sierpes por ella.El maravilloso jarrón era un nido devíboras. Y el sabio abad de Clunysupo interpretar el aviso que,mediante su sueño, le había enviadoDios Nuestro Señor. Esa joyahermosísima de la poesía de losgriegos y latinos, que tanto gusta amuchos de sus monjes, tan sólo

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guarda en su interior los frutos delInfierno.

Pero fray Silvestre es estapoesía de la que gusta y hace quetrabajen sobre ella en el escritorio.Cuando llega el extraño peregrinopronto abandona a los demás monjespara pasar el tiempo con él. Yamurmuran en el monasterio sobre larelación de esos dos hombres quetienen en común haber vivido largotiempo en tierras sarracenas. Y esasmurmuraciones se intensificancuando fray Silvestre dispone de unaparte de la biblioteca para que el

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extranjero se entregue en ella aextrañas prácticas. De muy lejos,seguramente de tierras de moros,hacen traer raros artilugios que nuncaantes se habían visto en la abadía yque a todos parecen obra de Satanás.Y mientras los demás monjes seentregan al reposo o la oración, fraySilvestre, descuidando lasobligaciones de la orden, pasa lasnoches con el forastero en aquellatorre de la biblioteca cuyas ventanasse iluminan con siniestrosresplandores y de la que escapa unhumo infernal. Hasta que una noche

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ocurre lo que todos temían. Seproduce un espantoso trueno y,primero la biblioteca, después todoel monasterio son presa de lasllamas. Tan sólo se salva esta cocinaretirada y en desuso donde ahorahabitamos el hermano Martín y yo.

Mientras contemplo al hermanoMartín dormido junto a esteextranjero que en su delirio habla enuna lengua extraña, me pregunto si supresencia no le habrá evocado aquelotro que llegó aquí hace muchosaños. «Los monjes», me dice elhermano siempre que me cuenta la

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historia, «creían que era el propioSatán y que se llevó con él a fraySilvestre. Yo no lo sé. El hecho esque nadie pudo encontrar los restosdel monje y el extranjero entre lasruinas». Viéndole ahora dormir, mepregunto si habrá pensado que estehombre que junto a él reposa puedaser, como aquél, también unapersonificación del Enemigo. Entodo caso, ha sabido seguir elmandato de nuestro Señor que nospredicó la caridad. Él y su SantaMadre permitan que esta caridad nostraiga bien a todos.

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2

Gilberto

Dios no quiso que el peregrinotomase al día siguiente el camino deSantiago.

Gilberto -éste es el nombre delcaballero pues, como hemos podidosaber, de un caballero se trata- hapermanecido enfermo largo tiempo.

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Sólo los cuidados del hermanoMartín y el favor de Dios le hanconservado la vida.

Ahora, cuando al fin comienza alucir el sol y a derretirse la nieve,Gilberto sale de vez en vez y da unbreve paseo por el antiguo huerto opor el viejo claustro en ruinas. Suextrema delgadez parece alargar aúnmás su elevada estatura. Tan alto,flaco y pálido, paseando al ponienteentre las rotas arcadas del claustro,él mismo semeja un espectro; elespíritu de uno de los caballeros quereposaban en la cripta y cuyos restos

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se llevaron los monjes cuando setrasladaron a la nueva abadía.

El invierno parece que llega asu fin. Yo no recuerdo un inviernotan duro como el que está a punto deacabar. Nieve, viento y hambre. Estoes lo que ha supuesto el inviernopara nosotros.

Día tras día cae la nievemientras el ventarrón sopla formandofuriosos torbellinos que casi nosimpiden salir. El lobo aúlla toda lanoche. A veces, movido por elhambre, se llega a escarbar la puertade nuestro refugio, escalofriándonos

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de miedo y haciendo que se ericenlos pelos del can, que muestraamenazador sus colmillos. Al finabandona su intento de entrar y sealeja. Pero allá a lo lejos su largo ytriste aullido sigue estremeciendo lanoche.

Siempre que escucho aullar allobo recuerdo la historia que mecontó el hermano Martín:

Vivía al otro lado de estamontaña un conde que tenía unahermosa hija. La hija del condegustaba ir a cazar sola, sin dejarseacompañar tan siquiera de los

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monteros. Un caballero de lavecindad solicitaba a la doncellapero ésta no correspondía a su amor.

Cierto día el caballero,recelando, por el desprecio de ladoncella y sus escapadas solitarias almonte, que ésta acudiera a la cita dealgún amante, la siguió furtivamentea una de sus cacerías. Cuando lajoven llegó a lo más profundo delbosque el galán, oculto entre losárboles, vio cómo bajaba de sucaballo y se despojaba de susvestiduras. Pero el enamoradoapenas pudo recrear sus ojos en la

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desnudez de su amada pues ésta,nada más quitarse su última prenda,se transformó en un enorme loboblanco.

El lobo se alejó, internándoseen el bosque. Oculto entre losárboles, sujetando su corcel, quepugnaba por huir aterrorizado, elcaballero esperaba el final de suaventura.

A la caída de la tarde, el loboblanco regresó, sus fauces aún tintasde sangre. El caballero pudocomprobar cómo, a diferencia de loque ocurría con su caballo, el corcel

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de la doncella permanecía tranquilojunto al lobo. Éste se tendió sobre laropa e inmediatamente recobró suforma de mujer. La doncella vistiósey, montando en su caballo, se dirigióa su castillo.

Varias veces siguió el caballeroa su amada sin que se produjera latransformación. Tal como decía en elcastillo, pasaba el tiempo entregadaa la caza con más fortuna que lamayoría de los hombres. Pero un díavolvió a despojarse de sus vestidurasy a convertirse de nuevo en aquelgran lobo blanco en que se había

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transformado la primera vez.Mas ahora su galán no se limitó

a esperar su vuelta. Apoderóse delos vestidos de la doncella y se alejóhasta un altozano desde el que podíadivisar el claro del bosque donde sehabía producido la transformación.Desde allí pudo ver cómo al lubricanvolvía el lobo blanco, cómo daba envano vueltas y vueltas buscando susvestidos, cómo aullabadesesperadamente y cómo, al final,se adentraba en el bosque. Nuncamás volvió a aparecer. A vecesalgunos cazadores dicen que lo han

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visto, pero ninguno lo ha podidoabatir.

Esta es la historia que me contóel hermano Martín, la historia quesiempre me viene a la cabezacuando, durante los días de invierno,me llega desde el profundo delbosque el largo aullido de los lobos.

Sí, éste ha sido un largo y duroinvierno. Milagro parece quehayamos escapado de él con bien.Sobre todo el caballero que a lamañana siguiente a su llegadaparecía que iba a finar, de la

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calentura y temblores que tenía. Elhermano Martín procuraba aliviarlecon los remedios que en otrostiempos le enseñó el herborista, sinque por ello sus males encontrasenalivio.

Durante un tiempodesesperamos de poder salvarlo.Sobre todo por su extrema debilidad,agravada por el hambre. Porque elhambre nos ha castigado a todos a lolargo de estos meses de fríointerminable, que parecía no iban aacabar nunca.

A poco de comenzar a nevar una

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turba desarrapada arrancó las pocashortalizas que había en nuestrohuerto. Milagro es que no entrase ennuestro refugio para robar yasesinarnos, pues en estos tiempos demiseria el hombre llega a losmayores extravíos. Ni siquiera lacarne humana es sagrada cuando unotiene las entrañas corroídas por lahambruna. Pero estas piedras aúnimponen respeto, no sé bien sidebido a su antigua santidad, o alcontrario por temor al Enemigo que,según general creencia, un día entróen el monasterio y, tras ganarse la

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voluntad del monje Silvestre, porarte diabólica entregó a las llamas laabadía.

Tras el asalto, sólo algunosbulbos y raíces que Martín y yodesenterrábamos en el bosque ycocíamos durante horas y horas noshan servido de comida. Pero, si he dedecir la verdad, nuestra vida se ladebemos a las chovas. La chova esun feo pajarraco, un pájaro agorero ydesagradable, pero que tiene unacostumbre maravillosa: a unadeterminada hora les gusta agruparseen un mismo árbol, y este árbol es

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precisamente el gran manzano secoque se levanta frente a la puerta denuestro hogar. A la caída de la tardesus ramas negrean de grajinas. Ysiempre hay alguna que se posa enuna de las varitas enligadas queMartín y yo colocamos allí.

Sí, han sido las chovas quienesnos han permitido sobrevivir. Sucarne no es precisamente la de labecada, pero es un ave al fin. Nocomo esas asquerosas ratas negrasque pululan por la antigua cripta, quesólo de verlas se me revuelve elestómago, pero que han sido las que

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han salvado del hambre a nuestrobuen León.

Pero el invierno ha pasado ya.Luce el sol y cantan los pájaros. Elhuerto comienza a darnos su verduray el río sus peces. Cruzan el airebandadas de estorninos y en elramaje del viejo manzano se posa elzorzal, de carne más jugosa y tiernaque la chova. Se ha ido la nieve y tansólo de tarde en tarde nos llega elaullido del lobo que vaga lejos en lomás profundo del bosque.

El sol que ahora brilla parece

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haberle dado la vida a Gilberto. Aúnenflaquecido, el caballero estárecobrando su antigua fuerza. Aveces se interna en el bosque paracortar leña y vuelve cargado con ungran haz. Hasta la vista parece queestá recuperando. Sus ojos ya notemen a la luz y a más de loscontornos comienza a distinguir losdetalles de las cosas.

Ahora, viéndole pasear entre lasruinas del claustro, me cuesta creerque este anciano de magra figura ymirar cansado haya estado en latierra que pisó Nuestro Señor, que

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haya combatido contra los infielesfrente a los muros de Jerusalén, quehaya servido a las órdenes del granGodofredo, nieto del Caballero delCisne. Aunque cuando un día le habléde esa historia tal como, segúnMartín, la cantan los juglares, élsonrió incrédulo.

- ¿Quién os contó esto? -mepregunta.

- El hermano Martín. Él me locontó tal como lo escuchó de labiosde un juglar que un día se acercó alnuevo monasterio, hace ya de estomucho tiempo, antes de que yo

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naciera.- Sí, se cuentan muchas cosas de

los caballeros que fueron a TierraSanta.

- ¿Y no son ciertas?- Unas sí y otras no.- ¿Y ésta del Caballero del

Cisne, es de las ciertas?- Cuando la cantan los juglares,

lo será. Todo es posible -añadió traspermanecer un rato pensativo-. Yomismo te contaré algún día mihistoria y verás que también podríaservir de tema al cantar de losjuglares.

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- De todas las historias que meha contado el hermano Martíndurante las largas noches deinvierno, pocas me han gustado tantocomo esa del abuelo de Godofredode Buillón, la historia del Caballerodel Cisne.

»Antes de dormir, en laoscuridad, me imagino el aspecto delos personajes de la historia. Meimagino a la joven que el reyencuentra en el bosque como unadoncella blanca y esbelta, decabellos de oro y ojos tan dulces que

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enternecen el corazón del rey hasta elpunto de que la toma por esposa. Meimagino a la malvada madre del reycomo una bruja de nariz corva y ojosde águila, ojos duros y crueles, puesmuy cruel debe de ser una abuela quehechiza a sus seis nietostransformándolos en cisnes. Y a lahermanita, quien devuelve su figurahumana a cinco de aquellos seisniños hechizados por su abuelamientras su padre estaba en la guerra,la imagino como una muchachamorena con la mirada centelleante delas hadas. Y sobre todo veo al

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caballero que en su barca, guiada porsu hermano cisne, va por el mundo endefensa de los desvalidos einocentes… Sí, le veo como unhombre alto, de cabellos rubios,hermoso como un ángel, su cabezaprotegida por un yelmo de oro y supecho por una coraza de plataresplandeciente. Y yo, que he pasadotoda mi vida en esta abadía en ruinas,que apenas he visto a otra personaque al hermano Martín, que noconozco nada del mundo, que jamáshe empuñado una espada; yo, en lasoledad de la noche junto a las

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llamas mortecinas, sueño con ser uncaballero justiciero e invenciblecomo él.

»Según cuenta la canción que elhermano escuchó a un juglar ciertavez que fue a visitar la nueva abadíaantes de que yo llegara aquí sobre lasaguas del río, aquel caballerotambién llegó por el río en subarquilla arrastrada por su hermanocisne hasta Nimeya, donde laduquesa de Buillón había acudido alemperador en demanda de justiciacontra un traidor que le habíaarrebatado sus tierras. Y el

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Caballero del Cisne fue el paladín dela duquesa y venció al usurpador y ledevolvió su feudo. La duquesa, enpremio, le concedió la mano de suhija. Y la noche de su boda elcaballero hizo prometer a la doncellaque jamás le preguntaría su nombreni su historia. Y así vivieron felicesdurante ocho años, y tuvieron unahija que sería la madre del señorGodofredo, el conquistador deJerusalén. Pero al cabo de los ochoaños el Enemigo tentó a la mujer lomismo que había hecho con nuestramadre Eva, infundiendo en su pecho

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una invencible curiosidad. Y laduquesa, rompiendo su promesa,preguntó al caballero su nombre,linaje e historia. Y el caballero, muytriste, dijo a la duquesa que habíaroto su promesa, y que tenía que irsey nunca más le volverían a ver. Yentonces apareció el cisnearrastrando su barquilla, y lanzó ungran grito, y entonces el caballeroabandonó el castillo y subiendo enaquella barquilla que arrastraba suhermano el cisne, se alejó por el ríoperdiéndose para siempre.»

Cuando termino mi narración, el

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caballero sonríe levemente. No sépor qué, cuando le miro sonreír,pienso que no le da mucho crédito.

- Vos -le digo- no creéis en estahistoria del Caballero del Cisne. Nocreéis que éste fuera el abuelo delGodofredo, rey de Jerusalén.

- ¿Por qué no iba a creerla? Esuna historia que ya contaban losjuglares, allá en oriente, y que secuenta en toda la Cristiandad, aunqueno siempre de la misma manera.Pude escuchársela a un juglar quevolvía de Santiago de Galicia y elprincipio era distinto del vuestro y

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de todos los que hasta entonces oí.- ¿Cómo era?

- Un rey tenía una hermosa hija.Aunque todos sus vecinos la pedíanen matrimonio, no quería desposarse.Temiendo que su padre la obligase atomar estado, cierto día partió de sucastillo y, encontrándose una barca aorillas del mar, se introdujo en ella yse dejó ir a la ventura. La barcaarribó a un desierto y la princesaempezó a caminar por él. En esto oyólatir de canes y, temerosa, se ocultóen el hueco de una encina. Y era que

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el conde dueño de aquel desiertohabía salido a cazar ciervos, ycuando los lebreles aventaron a laprincesa comenzaron a ladrar. Ycomo la princesa, asustada, dabagrandes voces, el conde alescucharlas pensó que podían ser deldiablo, pues nadie se aventuraba aentrar en aquel lugar ya que el condelo tenía prohibido. Pero, comoescuchó que las voces imploraban aDios y a Santa María, tomó confianzay descubrió a la princesa en laencina. Y tras consolarla, llevóla asu castillo, y después la desposó

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contra la voluntad de su madre, queno deseaba ver a su hijo casado conuna desconocida.

»El conde partió para la guerray la infanta durante su ausenciaalumbró siete varones. Y cada vezque nacía uno bajaba un ángel delcielo y le ponía un collar de oro en elcuello. El caballero que se habíaquedado guardando a la doncellapensó que aquello era cosa del cieloy mucho se alegró y escribió alconde su señor comunicándole labuena noticia. Pero la reina cambióla carta por otra donde decía que la

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infanta había tenido siete podencos,cada uno de ellos con un collar deoropel.

»Cuando el conde recibió lacarta, hubo un gran pesar. Pero nomandó que matasen a la madre y alos hijos como intentaba la abuelaque hiciera, sino que escribió alcaballero ordenándole que losguardase. Mas la abuela engañó otravez al mensajero y trocó la carta desu hijo por otra en la que se ordenabaencarcelar y dar muerte a la condesay a los siete podencos que alumbró.

El caballero no cumplió la

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orden sino que, tomando los sieteniños, los abandonó en el monte. YDios nuestro señor acogió a losniños bajo su protección y envió unacierva para que los criase. Despuésfue un ermitaño quien los recogió ytomó bajo su amparo. E iba con ellosa pedir limosna, y todo el mundo lossocorría cumplidamente pues a todosmaravillaba su hermosura.

»La madre del conde oyó hablarde aquellos niños y pidió al ermitañoque los condujese a su presencia. Elermitaño fue con seis de los sietehermanos, quedándose uno al

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cuidado de la ermita. Y cuando suabuela los vio conoció que eran susnietos, y engañando al ermitaño conbuenas palabras hizo quepermaneciesen en su castillo.Después mandó llamar a dosescuderos muy fuertes y feroces y lesordenó que degollasen a aquellosseis niños en su presencia. Masconforme les iban quitando loscollares de oro para degollarlos, losniños se transformaban en cisnes quese escapaban volando a través de laventana.

»Al verlo, la abuela pensó que

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los collares estaban hechizados y losentregó a un platero para que losfundiese e hiciese con ellos una grancopa de oro. El platero fundió elprimer collar y el oro creció tantoque pudo hacer con él una gran copa,guardándose los otros cinco. Ycuando entregó la copa a la madredel conde, ésta no receló el engaño.

»Entre tanto, los cisnes, habíanllegado a un lago cercano al lugardonde moraba el ermitaño. Y cuandoéste y el muchacho que habíapermanecido en la ermita pasaronpor allí salieron los cisnes y se

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acercaron a ellos y comenzaron ahalagarlos con sus picos y alas conmuestras de gran amor. Y el ermitañoy su hermano les ofrecieron parte dela comida que llevaban y ellos lacomieron con gran contento. Y ambosquedaron maravillados de lo queocurría con aquellos cisnes.

»Al fin, tras dieciséis años, elconde volvió de la guerra. Y cuandopreguntó por sus hijos al caballero aquien había encomendado la custodiade la condesa, éste le mostró suscartas.

»El conde descubrió el engaño

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y que había sido su madre lacausante. Acudió a ésta muy sañudopara que le diese explicaciones. Yentonces su madre dijo que todo lohizo por su bien, por cubrir suvergüenza ya que su mujer habíatenido un parto múltiple, y esto erasigno de adulterio. Y que, por tanto,debía proceder de acuerdo a loacostumbrado en estos casos. Y enconformidad con tal costumbre, lacondesa debía ser quemada, a no serque un caballero probase suinocencia en juicio de Dios. Yaunque el conde no quería, tuvo que

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someterse a lo que era costumbre. Yla condesa fue condenada a lahoguera salvo que un caballerosaliese en su defensa y resultasevencedor en buena lid.

»Se echaron los bandos, peroningún caballero acudía a defender ala condesa. Mas un día, antes de queésta fuera conducida a la hoguera, unángel se le apareció en sueños a suhijo y le contó su historia. Y le dijoque Dios había dispuesto que, trasdefender a su madre, fuese por elmundo amparando a todas las damasinjustamente agraviadas, y que

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Nuestro Señor le daría su ayuda paraque siempre saliese vencedor. Y asífue como acudió en defensa de sumadre y, tras vencer al caballero quemantenía la acusación, descubrió a supadre toda la verdad. Y éste forzó asu madre a confesar sus felonías.

»Cuando el mancebo oyó quesus hermanos habían sidotransformados en cisnes al quitarleslos collares, recordó a los cisnes dellago y dijo que sin duda esos cisneseran sus hermanos. Después llamaronal platero y éste les entregó los cincocollares. Y así fueron al lago y

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encontraron a los cisnes, que ibanrecobrando la figura humanaconforme les ponían los collares.Pero uno, aquel que no tenía collarpues el platero lo había fundido parahacer la copa de oro, no pudorecobrar su apariencia humana. Yeste cisne es el que conducía labarquilla donde marchaba elCaballero en busca de la aventura.

- Éste es -dijo tras una pausaGilberto- el principio de la historiadel Caballero del Cisne tal como lanarraba un juglar que volvía deSantiago de Galicia. Lo que continúa

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es ya igual que la que me has contadotú y se cuenta por toda laCristiandad.

Durante largo tiempo no hepodido dormir pensando en lahistoria que me ha narrado Gilberto.No sé por qué, este otro principio meconmueve profundamente y, sindemasiada razón, pienso que tienealgo en común con mi propiahistoria. Porque yo, que no sé nadade mi infancia, que llegué hasta aquíarrastrado por las aguas del río, ¿nopodría haber sido arrojado a él para

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librarme de la muerte que habríaordenado una abuela malvada, comola del Caballero? ¿Y es que acaso nohe sido, como aquél, criado por unermitaño en este lugar perdido delbosque, en la más absoluta soledad?¿Esta infancia mía, tan pobre, tanmonótona, tendrá una continuacióntan llena de gloria y aventura como ladel Caballero? Y es así como,mientras escucho los ronquidos delhermano Martín y doy vueltas yvueltas sobre el heno sin poderdormir, mi pobre cabeza se pierde enun torbellino de sueños vanos.

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En el apéndice el lectorencontrará información sobre: lamujer loba y el Caballero del Cisne.

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3

El cruzado

Ahora que ya entró la primaveraes cuando definitivamente Gilbertose va.

Al pensar que muy pronto saldráa esos caminos de Dios, mientras queyo continuaré aquí, en esta soledad,sin otra compañía que la de León y el

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hermano Martín, me invade unatristeza que parece oscurecer estajubilosa luz que llena los campos deflores y sonoros trinos de aves.

El caballero ha debido de notarlo que siento, pues deteniendo supasear por el derruido claustro sevuelve hacia mí y dice:

- Muy pensativo te veo, Moisés.¿Es que te pesa ya tanta soledad? ¿Esque tú también quisieras alejartevolando como esos gansos que ahoracruzan, allá en lo alto, por encima denuestras cabezas?

Yo nada contesto. Me limito a

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sonreír, pero muy triste debe de sermi sonrisa ya que el caballeroacaricia mi cabeza como si intentaraconsolarme.

Permanecemos unos instantesjuntos, sin hablar. Al fin rompe elsilencio:

- Ya te dije que me acompañabaun muchacho en mi peregrinaje.Ahora veo mejor, pero siempre esbueno contar con unos ojos jóvenes.¿Te gustaría ir conmigo para orarante el Señor Santiago?

Late agitado mi corazón. Perocuando me imagino al hermano

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Martín solo en este desierto seenturbia mi alegría.

- ¿Y qué será del hermano? -digo al fin.

- También él puedeacompañarnos.

- No sé si querrá.- Bien. Esta noche lo sabremos.

Ya es de noche. Estamos juntoal fuego comiendo nuestra humildecena. Yo mantengo los ojos en lasllamas, sin atreverme a levantarloshasta el hermano.

Es Gilberto quien, finalmente,

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habla.- ¿No pensáis, hermano Martín,

que este mozo ya tiene edad para verun poco de mundo?

- ¿Qué pretendéis?- Pensaba en que podía

acompañarme hasta Compostela,para postrarse conmigo a los pies delSeñor Santiago. Y que vos tambiénpodríais uniros a la peregrinación.

Tras unos instantes de silencio,habla Martín:

- Largo es el camino. Ypeligroso.

- Muchos son los cristianos que

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transitan por él.- Y muchos también los que en

él quedan para siempre.- Porque ésa es la voluntad de

Dios.Nada responde el hermano.

Permanece un buen ratocontemplando las llamas mortecinas.Se levanta y, cogiendo una gruesarama, aviva el fuego. Al fin dice:

- Siempre pensé que si el ríotrajo hasta mí a este niño es porqueNuestro Señor tenía algún designiooculto.

- Nada podemos saber de este

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designio. Acaso pase por mi venida yporque el mozo emprenda conmigoesta peregrinación. De todas formas,cuando terminemos nuestro viaje,regresaremos otra vez los tres aquí.

- Yo no voy -dice el hermano-.Éste es mi lugar.

Vuelve a hacerse el silencio. Alfin, con una voz dulce, Martín sedirige a mí:

- Tú sí quieres ir, ¿verdad?- No lo sé -respondo-. Quiero

ir, pero no quiero dejaros.- Cosa difícil es ésa -replica

sonriendo el hermano-. En fin, la

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empresa es buena y también creo loes la compañía, aunque pocosabemos de ella. Hágase la voluntadde Dios.

- Razón tenéis al reprochar milargo silencio -dice el caballero-.Justo es que sepáis a quien vais aconfiar este muchacho. Permitidme,pues, que os cuente mi historia:

»Mi nombre es Gilberto deMontsalve y soy hijo segundo delseñor de Montsalve, vasallo delbarón de Forner. El orden denacimiento me destinaba a la

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iglesia, pero mi sangre, demasiadoviva, se avenía mal con la quietuddel claustro; así que escogí elcamino de las armas, poniendo milanza al servicio de los grandesseñores y participando en tiempo depaz en los torneos con tal fortunaque pronto mi nombre se celebrópor todo el condado de Tolosa*.Esto hizo que el conde de San Gilme concediese la mano de unasobrina segunda suya y prima delbarón de Forner, que aport ó comodote un castillo a nuestromatrimonio, pasando yo así de

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soldado de fortuna a castellano conunas cuantas lanzas a mi servicio.

»Habían transcurrido cuatroaños durante los que nos bendijo elcielo con un niño y una niña,cuando el conde de San Gil,Raimundo de Tolosa, obedeciendolas llamadas del Santo Padre,organizó con Adalberto, obispo dePuy, la Cruzada a Jerusalén. Unosde los primeros en incorporarse asus filas fue mi señor, Robert deForner. Yo le segu í, obrando comobuen vasallo y también como buencristiano, siempre dispuesto a

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entregar su vida para liberar elSepulcro de Nuestro Señor*.

»El día en que emprendimos lamarcha, nuestros corazonesestallaban de júb i l o , íbamos aarrojar al infiel de los SantosLugares, a establecer, seg ún laprofecía, el reino de la JerusalénCelestial. No sé si algunos de miscompañeros pensaban entonces,como ciertamente después hicieron,en feudos y tesoros. Por SantaMaría puedo juraros que yo en nadade eso pensé. No era la voz delMundo, sino la voz de Dios la que

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seguía.»Muchos caballeros se

hicieron acompañar por sus mujerese incluso por sus hijos. Yo dej é a losmíos en el castillo. Cuandoconsidero cuántos de esosdesgraciados murieron en aquellaslejanas tierras y, lo que es peor,cuántas de nuestras damas ydoncellas fueron a parar a losharenes de los sarracenos, a pesarde iodo lo que después he sufrido,no lamento mi decisión.

»Era otoño cuando nospusimos en camino. El invierno nos

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sorprendió en la Dalmacia. Uninvierno duro, cruel, que helónuestros iniciales entusiasmos yalegrías.

Marchábamos por caminos decabras, acosados por salvajesmontañeses que nos tendíanemboscadas mortales. Fueronmuchos los que quedaron enaquellos despeñaderos, tan lejosaún de las tierras que pisó NuestroSeñor.

»Al fin llegamos a los dominiosimperiales. Pero no por eso cesaronnuestras penas, pues si antes fueron

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las tribus paganas, eran ahora loss o l d a d o s pachanegos* delemperador quienes nos humillabany ofendían. Guardias paganos, dequienes el cristiano Alejo* se fiabamás que de nosotros, idos hasta allípara combatir a los enemigos denuestra fe, que también lo eran desu imperio.

»Era ya bien entrada laprimavera cuando llegamos a lasmurallas de Nicea. Largo y penosofue el asedio que ni siquiera nosrindió el fruto de la victoria, ya queun traidor entregó la ciudad al

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emperador, burlándonos de estamanera a los cruzados.

»No quiero cansaros con elrelato detallado de penalidades ybatallas. Con la ayuda de Dios,aplastamos a los turcos en Dorilea,y tras sufrir los rigores del ardienteverano pudimos avistar las murallasde Antioquía, un año después deabandonar nuestra tierra.

»Los hombres de Raimundoquedamos emplazados frente a laPuerta del Perro. En aquel largositio, nuestro mayor enemigo fue elhambre. Cuando llegaron las

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Navidades, el ejército estaba alborde de la inanición. Cualquiercosa que pudiera ser comida, pormuy repugnante o insalubre quefuera, era devorada sin reparos.Hasta carne humana parece que sellegó a comer, aunque yo no tuveconstancia de ello. Puede queocurriese entre los normandos o loshombres de Godofredo, pero ennuestras filas, que yo sepa, no sedieron tales abominaciones.

»Hambrientos comoestábamos, aún tuvimos que hacerfrente a los sarracenos enviados por

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el emir de Damasco en defensa desus hermanos sitiados. Mucho fue loque tuvimos que sufrir. Y aúnaumentaba nuestro pesar ver cómolos infieles colgaban en la muralla,frente a nuestras catapultas, unajaula en la que habían metido alSanto Patriarca de Antioquía. Peronada pudo amenguar nuestro ánimo.

»Sin embargo, tanto esfuerzono tuvo el premio merecido pues uncapitán armenio, furioso alaveriguar que su mujer le engañabacon un turco, abrió a Bohemundo deTárenlo un portón de la muralla.

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Fue así como el normando seapoderó de la ciudad y pudonombrarse príncipe de Antioquía yllevarse la gloria de aquel sitiocontra el mejor derecho de miseñor, el conde de San Gil.

»Hace de esto muchos años y,sin embargo, siempre que pienso enAntioquía se apodera de mí latristeza. Entramos en ella aprincipios de junio. El calor y losmuchos cadáveres que seamontonaban en las calles prontodesataron la pestilencia. Y yo tuveel dolor de ver cómo sucumbían a

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ella el santo obispo Adalberto dePuy y mi amado señor, Robert deForner. All í quedaron, en aquellamaldita ciudad dondepermanecimos un tiempointerminable los que soñábamos contomar Jerusalén. Pero mi sueño nose pudo cumplir.

»Casi a finales de otoñoabandonamos Antioquía. TomamosMaarat, donde volvieron areproducirse las disputas entreRaimundo de Tolosa y el normando.

En enero partimos de allí paraproseguir nuestra cruzada. Pero

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antes de dirigirnos a Jerusalén,Raimundo se dirigió hacia Trípoli.Para doblegar a su emir puso cercoa la ciudad de Arqa.

Y fue durante este cercocuando me alcanzó una piedra quearrojaron desde las murallas.Herido gravemente tuve que serpoco después abandonado enTrípoli donde permanecí luchandocon la muerte mientras los cruzadoslo hacían frente a Jerusalén.

- Qué grande debió de servuestro pesar -interrumpe Martín- al

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no poder tomar parte en aquellagloriosa batalla.

- Sí que lo fue -respondeGilberto y continúa:

»Mas veréis, mi permanenciaen Trípoli hizo que algunas cosascambiaran para mi.

Cuando entramos en Antioquíay en Maarat yo pude ver, sin queello me conmoviera, cómo losnuestros degollaban a todos loshabitantes no cristianos de laciudad; pude ver sin estremecermecómo se degollaba a las mujeres y a

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los niños; cómo familias enterasaparecían carbonizadas en elinterior de sus viviendasincendiadas, y cómo arroyos desangre corrían a lo largo de lascalles. No sentí piedad por aquellasmujeres y aquellos niños. Eraninfieles, enemigos de Nuestro Señor,y, por tanto, merec ían la muerte quenuestros soldados les daban.Después, cuando nuestros guerrerostomaron Jerusalén, volvieron aproducirse las mismas escenas queen Antioquía y Maarat, volvieron acorrer arroyos de sangre por las

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calles, a arder las mezquitas y lascasas, a morir degollados todos losmahometanos y judíos sin que leslibrase su sexo o su edad. Y si yohubiera tomado parte en el asalto,mi espada también habríacontribuido a aquella sangría y micorazón no se habría estremecidocon los gritos de angustia y de dolorde aquellos a quienes degollamos.Pero mientras mis compañerosluchaban frente a las murallas de laCiudad Santa, yo permanecía enTrípoli, inconsciente. Y cuando alfin abrí los ojos, lo primero que

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éstos vieron fueron otros ojosnegros brillantes y dulces; los ojosde una dama sarracena que estabajunto a mi lecho, cuidándome. Unfino velo cubría buena parte de surostro, según ordena la ley delIslam, pero lo que de él restabadescubierto me permitió colegir queera una mujer joven y muy hermosaquien me velaba. Y era esta mujer,una infiel, una sarracena, la que mehabía estado cuidando desde el díaen que, herido de muerte, medejaron en casa de su padre, unnotable de la ciudad. Y fue ella

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quien con sus conocimientosmédicos salvó mi vida. Y fue ellaquien permaneció junto a mí hastami completo restablecimientoprodigándome las más dulces yafectuosas atenciones.

»Mentiría si os negara quedurante aquel largo período de miconvalecencia, mientras aprendíalos primeros rudimentos de lalengua árabe, mi corazón no sesintió atraído por aquella hermosamujer. No sé si ella llegó a sentir lomismo que yo. En todo caso, si estoocurrió, lo mantuvo en el mayor de

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los secretos. Su padre, siendo muyniña, la había prometido a un primosuyo de Mosul, y ella, aunqueaficionada a mi conversación y mitrato, siempre mantuvo la actitud deuna hermana cariñosa. Yo tambi éndominé mis impulsos y recordando ami joven esposa, procuré apagaraquel amor naciente. Pero despuésde tantos años, aún mi memoriaguarda su dulce recuerdo.

»Fue entonces, mientras micorazón agradecido se rendía aaquella mujer, cuando por primeravez pensé en aquellas otras mujeres

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que habíamos matado en Antioquíay en Maarat. Cuando pensé enaquellas doncellas, en aquellasmadres a quienes degollábamosmientras protegían a sus pequeños,a los que estampábamos contra elsuelo, y cuando pensé por primeravez que nada podía justificaraquellos actos.

»Mucho más tarde, cuando porfin, temblando de emoción, pudepostrarme ante el Sepulcro denuestro Señor, pensé en lo que mehabían contado quienes sepostraron ante él aquel día glorioso

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en que la ciudad fue liberada. Penséen aquellos soldados y caballerosque radiantes de júbilo y emociónfueron a arrodillarse ante elsepulcro del Salvador, sus piernasaún tintas por la sangre que comoun rojo río corría por las estrechascalles de la Ciudad Santa. Y mealegré de estar allí arrodilladolimpio de sangre; de estar rezandosin que mi oración fuese turbadapor el recuerdo de unos ojosclavados en mí, unos ojos que memiraban sin ver y que acaso fuesentan negros y dulces como aquellos

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que contemplaron mis propios ojoscuando, tras muchos días deoscuridad, volvieron a abrirse a laluz…

El cruzado ha interrumpido surelato. Ahora contempla las llamasmortecinas en silencio. Tambiéncallamos Martín y yo respetando elmutismo pensativo del caballero. Porfin, éste aparta la mirada del fuego yvuelve a mirarnos. Y yo siento comosi esa mirada triste y pensativaregresase a nosotros después dehaber errado por lugares y tiempos

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dolorosos y lejanos.

- En fin -continúa Gilberto-, elhecho es que no estuve en la tomade Jerusalén. Mucho tiempo deberíatranscurrir antes de que yo pudieraorar ante el Santo Sepulcro. Misheridas mejoraban lentamente.Cuando Raimundo, que había vistocómo Godofredo se ceñía unacorona a la que él se creía conmejor derecho entró en Lodicea, yo,casi repuesto, fui a esa ciudad paracontinuar sirviendo a mi señor.Tomé parte en diversas batallas y

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algaradas de las que no voy a hacermención. Transcurría el tiempo.Algunos de los hombres del condede San Gil, cansados de aquellalarga estancia en Laodicea,regresaron a Europa. Pero yo,aunque añoraba a los míos, noquería volver a mi tierra sin haberpisado la Santa Ciudad.

»Corrían los últimos días delaño 1101 cuando pedí permiso a miseñor para incorporarme al séquitodel duque de Aquitania y entrar conél en Jerusalén. Hacía unos mesesque había muerto Godofredo de

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Buillón y su hermano Balduino,conde de Edesa, reinaba en laCiudad Santa. Con la autorizaciónde mi señor Raimundo, pasé aformar parte de la guardia personaldel monarca.

»Cierta tarde de mayo en quehabíamos hecho una salida fuimossorprendidos por una patrullaegipcia. Luchando fieramenteconseguimos abrirnos paso yrefugiarnos en la fortaleza deRamleh. Hacía algunos tiempos, lastropas de Balduino habían apresadouna caravana de árabes. Poco

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después, un jeque árabe sepresentaba ante el duque pidiendola libertad de su mujer. Balduino,impresionado por la dignidad y elvalor del jeque, atendió su petición.Pues bien, esa noche en Ramleh sepresentó el mismo árabe paracomunicar a Balduino que un grancontingente egipcio se acercaba ala fortaleza. Era imposible resistir.La única solución para el rey estabaen huir furtivamente a favor de lassombras de la noche.

» Yo fui uno de los pocoscaballeros que acompañó a

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Balduino en su huida. Llevaríamosalgo más de una hora cabalgando,cuando divisamos un grupo dejinetes que se acercaba hacianosotros. Nos ocultamos tras unasrocas con la intención deesquivarlos. Pronto comprobamosque los sarracenos cabalgabanprecisamente en la direcci ón denuestro escondite. Sólo cabía unasolución para salvar al rey: que unode nosotros se ofreciera como cebo.Fui yo quien lo hizo. Partírápidamente, arrastrando tras mí ala patrulla. Cabalgué a todo galope

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bajo la luz de la luna hasta que micaballo cayó reventado. Lossarracenos se arrojaron sobre m í.Yo había perdido la libertad, pero elrey estaba a salvo.

- Ésta es mi historia -concluyóGilberto-. Ya sabéis, pues, quiénsoy, y, con ello, si podéis confiarmeal muchacho para que me acompañeen mi peregrinación a Compostela.

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4

Los sueños

Los hombres podemosproponer, pero es Dios quien, alfinal, dispone todas las cosas.

Aquella noche en que Gilbertonos contó su historia, un mal aire semetió en mi cuerpo y yo, queesperaba emprender al día siguiente

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el viaje hacia Compostela, a puntoestuve de emprender el viaje hacia elotro mundo.

Días y días he permanecidotendido junto al fuego, consumidopor la fiebre. En los raros momentosen que salía de aquel pozo detinieblas en que me hallaba hundido,podía entrever a Gilberto junto a mí,refrescando con un paño húmedo mislabios y mi frente. Ahora sé que essobre todo a sus cuidados, así comoal conocimiento que tiene de lasvirtudes salutíferas de ciertasplantas, a lo que debo la vida.

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Hoy un alegre sol ha venido adespertarme. Su tibio calor haentrado como un dulce vino en mipecho, y por primera vez desde hacemuchos días me siento lleno de vida.Tengo hambre. El hermano Martín hadebido adivinarlo, porque se llegahasta mí con una humeante escudillade sopa de coles.

Todavía no he terminado decomerla cuando entra el caballerollevando un conejo aún palpitanteque acaba sin duda de cazar.

- Mucho me place -dice- vertecomer con apetito. Mañana -añade

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arrojando el conejo junto al hogar -comerás carne, y antes de que entreel verano estaremos dispuestos paraemprender el camino de Santiago.

Yo sonrío ante estas palabras deánimo, y sonrío no sólo poragradecérselas, sino porque sé quees verdad, que si Dios Nuestro Señorquiere, pronto él y yo estaremos poresos caminos, tal como habíamospensado.

- Cuánto me agrada -dice- verosal fin sonreír tan feliz. Sin duda quetuvisteis un sueño tranquilo yplácido.

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- Sí -respondo-, hoy he dormidobien. Sin embargo -añado-, de laoscura confusión que han sido paramí todos estos días guardo laimpresión de atroces pesadillas queme agitaban durante tiempo y tiempo,sin que las pudiera luego recordar.Pero sí, hay un sueño que recuerdoclaramente, un sueño que se me harepetido más de una vez por lo quepienso que tiene un significado,aunque desgraciadamente dichosignificado queda lejos de mialcance.

- ¿Y cuál es ese sueño que tan

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bien recordáis?- Soñaba con una gran plaza en

cuyo centro se alzaba una horca en laque iban a colgar a un hombre. Yoestaba mirando cómo le ceñían eldogal cuando, de pronto, meestremecí de terror. Aquel hombre aquien iban a colgar era yo. Veíahorrorizado cómo pendía de la horca,y sentía cómo la cuerda oprimía migarganta. De pronto caía, caía en unpozo profundo durante tiempo ytiempo, hasta que un caballero merecogía mansamente en sus brazos y,depositándome suavemente en el

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suelo, me llevaba hasta un estradolleno de damas y caballeroslujosamente vestidos. Y entonces unode ellos, ataviado como un rey,levantándose de su asiento seacercaba a mí y ceñía mi frente conuna diadema dorada.

- Sí, es un extraño sueño -diceGilberto- y puede que signifiquealgo. No sé qué será, aunque piensoque puede ser algo bueno para ti.

- No hay que fiarse de lossueños -interviene el hermanoMartín-. Muchas veces nos losmanda Satanás. Otras son únicamente

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tonterías sin sentido.- Lleváis razón -dice Gilberto-.

Muchas veces son tonterías sinsentido. Pero a veces, como aquellosdel faraón que interpretó José, sí queson sueños proféticos. Aunque nodebe fiarse uno de ellos, ni muchomenos obedecer lo que nos dicen.También yo, Moisés, tuve una vez unsueño que, como el vuestro, serepitió muchas veces y que aldespertarme recordaba con todaclaridad. Tanto me obsesionó, queconseguí realizarlo. Y ello cambiómi vida.

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- ¿Y cuál era ese sueño?- Ahora te lo diré. Ya que te

encuentras mejor, voy a continuarcon el relato de mis aventuras enUltramar.

»El capitán que me tomóprisionero me llevó a El Cairo. Eraun hombre avariento y brutal.Pensaba obtener por mí un buenrescate, pero conforme pasaban losdías sin que nadie se interesase pormi libertad, comenzó a desesperarsey a tratarme con la mayor sevicia.Permanecía el día encadenado en

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una infecta prisión, sin apenascomida y teniendo que oírcontinuamente cómo me amenazabacon mutilarme o matarme si nollegaba el altísimo precio que habíapedido por mi rescate. Al fin elSeñor compadecióse de misdesdichas e hizo que mi dueño,desesperando de obtener algúnprovecho por mí, me cediese enpago de una deuda a un ricopropietario de El Cairo.

»Aquel hombre, Al \Moin sellamaba, era, al contrario de miprimer amo, afable y de bondadoso

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corazón. Yo estaba medio muertopor el hambre y la miseria quehabía tenido que soportar bajo latiranía del capitán. Pues bien, antesde que transcurriera un mes a suservicio ya era otro hombre. A ellocontribuyó no sólo una comida sanay abundante, sino el cambiar lalobreguez de un húmedo calabozopor la vida al aire libre que gozabadesde que me incorporé a suservidumbre.

»Tenía mi amo una almunia ados jornadas, río arriba, deMonfalut. Pues bien, allí fue donde

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me destinó. Primero para quetrabajase con los restanteshortelanos y después, cuando por midisposición y laboriosidad gané suconfianza, para que dirigiese eltrabajo de los esclavos y llevase elgobierno de la finca.

»Yo me había hecho pasar porun pobre caballero, cosa tampocolejos de la realidad, pues no queríagravar a mi familia con la carga demi rescate. Mi nueva situación erasoportable, pero añoraba lalibertad perdida y me desesperabael no encontrar la forma de

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recuperarla.»Llevaba cerca de medio año

con mi nuevo amo cuando tuve porprimera vez el sueño al que antesme referí.

»Soñé que dormía junto al ríoy, al despertar, una barca estabavarada en la orilla a mi lado. Meintroducía en ella y me dejabaarrastrar por la corriente a laventura. De pronto, ya no estaba enel río, sino que formaba parte deuna gran caravana y atravesaba conella un inhóspito desierto.

«Después soñaba que

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sufríamos una horrible tempestadde arena. Ahora yo estaba solo,rodeado de cadáveres de hombres yanimales en los que se cebaban losbuitres. Echaba a andar, huyendode aquella abominación. De prontosurgían ante mí las ruinas de unaciudad abandonada, una ciudadmaravillosa, toda de mármol, conhermosos templos, estatuas deídolos de oro y pedrer ía, lujosascasas y suntuosos palacios. Pero nohabía nadie en aquella ciudad; nihombres ni animales, ni vivos nimuertos. Por no haber, no había

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siquiera árboles o plantas. Tan sólopiedra. Una bellísima desolación depiedra.

»Tras rondar un rato por laciudad abandonada, encaminé mispasos hacia las puertas de unamplio edificio de mármol blanco.El viento que silbaba por suscorredores era la única señal devida y movimiento. Después deatravesar varios salones,desemboqué en un patio dealabastro en cuyo centro había unafuente sostenida por ocho leones deoro. Tras calmar mi sed con el agua

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de la fuente, me senté junto a ella adescansar. De pronto entraron enaquel patio unos camellosconducidos por doncellas blancas ynegras, lujosamente vestidas. Laque encabezaba la comitiva, unabelleza de rubios cabellos quecubría su rostro con un velo de tisúde plata, se encaminó hacia mí.Entonces, me desperté.

»Durante tres meses se repiti óvarias veces este sueño. Lo curiosoes que siempre era igual,exactamente igual, y que siempreme despertaba en el preciso

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momento en que la doncella sedirigía hacia mí. Fue entonces, trashaberlo soñado cinco o seis veces,cuando pensé que aquel sueño eraalgo más que un sueño, que era unaindicación de mi futuro destino; quee n él se hallaba acaso la clave demi soñada libertad.

»Cierto día al anochecer,paseando por la heredad de mi amo,llegué hasta la cerca de cañizo quemarcaba el límite de la misma. Laquinta terminaba al borde de untalud que la guardaba de lasinundaciones periódicas, ya que el

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inmenso río discurría a sus pies.Pues bien, justamente donde sedetuvieron mis pasos la cercaestaba medio hundida y yo pudedivisar a la luz indecisa del ocasouna barca encallada entre losjuncos.

»Entonces me acordé de aquelsueño que había soñado con tantainsistencia durante los últimosmeses y, sin pararme en lo insensatode la empresa, pasé por el huecoabierto entre las cañas, me dejédeslizar por el empinado terraplény, levantando una nube de aves

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acuáticas, me introduje en la barcaabandonada.

»La barca carec ía de remos,pero se encontraba en buen estado.Cogí una larga caña que habíajunto a ella y abrí un paso entre losjuncos hasta que comenzó a serarrastrada por la corriente.Después me tendí en el fondo y medejé llevar río abajo, procurando noapartarme de la orilla para noencontrarme con los veleros y lasgrandes barcazas quecontinuamente navegaban por elcentro del gran río.

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»Había anochecido. En el cielobrillaban las estrellas y yo parec íasumido en un sueño. La empresa eradisparatada. Si alguien no medetenía antes, al día siguientellegaría a El Cairo, donde seríairremediablemente apresado. Miamo, que tanta confianza habíadepositado en mí, cambiaría sinduda su trato por otro mucho másriguroso. Aquel impulso súbito,motivado por un loco sueño y miansia de libertad, sólo podíaconducirme al desastre.

»Llevaría una hora navegando

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río abajo cuando sentí unas vocesangustiosas. Me incorporé y a la luzde la luna pude ver cómo en laribera un árabe se debatía entre losbrazos de un enorme esclavo negro.

»Con ayuda de la caña dirigíla barca hacia la orilla. Salté atierra y me dirigí hacia los doshombres que luchaban. El negrosoltó su presa, medio asfixiada, y selanzó hacia mí. Él era más fuerte,pero yo más ágil y mejor luchador,así que tras un rato de ferozforcejeo, pude arrojarle al r ío y vercómo se hundía en sus aguas

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profundas y fangosas para noreaparecer más.

»El hombre a quien habíasalvado la vida era un opulentomercader de Bujara. Desde laremota tierra de la seda habíallevado su caravana hasta El Cairo,comerciando a todo lo largo yancho del Islam. No contento aún,continuó con su negocioremontando el curso del gran ríohasta llegar a la tierra del marfilAhora volvía a El Cairo con unagran carga de aquel tesoro. All ívendería una parte, reservando otra

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para irla negociando en otroszocos. Y así, comprando yvendiendo, después de un viaje queduraría varios meses, llegaría a sucasa para, tras un merecidodescanso, emprender de nuevo laruta.

»Su caravana se encontraba auna hora escasa de allí. Él se habíaalejado, acompañado de un esclavonegro, para cazar aves acuáticas.Tan entusiasmado estaba con lacaza, que le había sorprendido lacaída de la noche. De pronto, aquelnegro que siempre le había sido fiel,

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pareció enloquecer. Primeroestrelló contra el suelo su hermosohalcón, y cuando él, indignado,quiso golpearle se revolvió furioso.Intentó defenderse con su espadapero el negro lo desarmó.Sintiéndose más débil, emprendió lahuida. Pero tras una largapersecución, el negro consiguióalcanzarlo. Fue entonces cuando yole socorrí.

»-No sé quién sois -me dijo-,pero os debo la vida. Acompañadmea mi caravana y allí podrérecompensaros con largueza,

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aunque de sobra sé que no hay orobastante para pagar la deuda quetengo con vos.

»-No quiero vuestro oro-respondí-. Mas si os consideráis mideudor y queréis pagarme, tan sólodeseo un manto, un turbante y queme permitáis incorporarme avuestra caravana.

»Y tal como en mis sueños,unas semanas después, formandoparte de una gran caravana, meadentraba en el desierto desolado.

Pasan las horas sin sentir y yo

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sigo pendiente del relato del cruzado.El hermano Martín, después delaborar la huerta, ha preparado elconejo que Gilberto cazó y ahora sedirige a nosotros.

- Vamos, ya es hora de comer.Este mozo jamás se cansa deescuchar historias y consejas. Elcaballero estará ya cansado de tantaparla. Preciso es que se tome unrespiro.

Gilberto sonríe e,interrumpiendo su relato, toma unmuslo de conejo y comienza adevorarlo.

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- ¿Pero qué ocurrió en aqueldesierto? -le digo-. Muchas son lasmaravillas que seguramente visteisen un viaje tan largo y peligroso.

- Sí, fue largo y tampocofaltaron los peligros.

En cuanto a las maravillas quevi… En fin, si os portáis bien ycoméis este hermoso muslo, que faltaos hace para que comencéis areponeros, os seguiré contando misaventuras.

Es la primera carne que tomodesde hace mucho tiempo, y elestómago no se encuentra muy

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dispuesto a recibirla, pero hago unesfuerzo. El que Gilberto continúecon su historia, bien lo merece.

- Maravillas sí que vi -diceGilberto al reanudar su narración- alo largo de mi viaje y la parte final,como pronto escucharéis, es toda ellamaravillosa. Pero tampoco hay quecreer todo lo que cuentan losviajeros. Yo he oído durante laslargas noches junto al fuego de lacaravana narrar sucesosmaravillosos que luego no he podidocomprobar. No digo que sean mentirapero, por ejemplo, hace algunos

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meses, en un albergue de peregrinos,uno que decía haber viajado muchocontaba que en el Nilo existe unanimalejo, el enidro, que viveenterrado en el barro, y que cuandoencuentra un cocodrilo dormido seintroduce por su boca y le devora lasentrañas. Pues bien, yo estuvebastante tiempo en el Nilo y nunca viun enidro ni tampoco nunca oí allíhablar de él. Y lo mismo puede queocurra con el basilisco, esa serpientecon alas y cabeza de pájaro que matacon la mirada; o con el ave fénix, quetambién según dicen vive en Egipto y

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de la que allí nunca oí hablar. En fin,puede que existan esas maravillas,pero yo al menos no puedo asegurarsu existencia, pues aunque me hanhablado de ellas, nunca las vi.

Yo no me canso de escuchar yaprovecho una pausa del cruzadopara preguntarle:

- ¿Y es cierto lo que dice elhermano Martín de que existenhombres que tienen un solo ojo enmedio de la frente y que se alimentancon carne humana?

- Yo no sé -dice sonriendo elhermano, que ha tomado de nuevo

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asiento junto a nosotros- si eso es ono verdad. Pero según me dijo unsabio monje, en la biblioteca delmonasterio había un libro quecontaba esa historia.

- Sí -dice Gilberto- yo tambiénoí hablar de esos seres y de otros aúnmás extraordinarios. Se cuenta quehay hombres con un solo pie, perotan ancho que pueden resguardarsecon él del sol y de la lluvia. Ytambién de hombres que tienen doscabezas, y de otros que tienen sucabeza en el pecho. Y de loscinocéfalos, que tienen cuerpo de

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hombre y cabeza de perro. Y de lostrogloditas que viven en agujerosexcavados en la tierra y salen deellos arrastrándose como ratas. Ytambién he oído que existe un árbolque da un fruto tan grande como unacalabaza en cuyo interior hay uncordero. Y otro árbol que da floresque se abren al amanecer y de ellassalen unas bellísimas doncellas quemueren al ocaso, cuando la flor semarchita. Y otro que crece en mediode una laguna de aguas doradas quetransforman en oro todo lo que enellas se baña, y cuyas hojas tienen la

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virtud de sanar cualquier herida quetoquen por mala que sea. Y he oídohablar de un ave que llaman rock tangrande que puede coger con cada unade sus garras un elefante y elevarsecon ellos hasta el cielo. Y de islasque de pronto navegan y se hunden enel mar, arrastrando hasta lasprofundidades a los viajeros quetuvieron la malaventura de adentrarseen ellas. Sí, de todas estas maravillashe oído hablar, pero en mi largoviaje nunca vi ninguna.

»Claro está que, aunque viajémucho, no llegué a esas tierras

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lejanas donde al parecer se dan esosprodigios. No llegué hasta el país dela seda, pasado el cual y en ladirección de la salida del sol dicenque se halla el Paraíso; ni adentrémetampoco en el hemisferio sur, dondetiene sus pies el mundo y en cuyoúltimo extremo se encuentran losInfiernos; ni tampoco visité las milesde islas que hay en las Indias, puesmi viaje fue por tierra y no meaventuré en el mar.

Acaso por todo esto no he vistotodas esas maravillas que otrosviajeros narran.

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Gilberto se ha levantado paratomar un tronco con el que avivar elmortecino fuego. Ya es muy tarde,pero ni el hermano Martín ni yotenemos deseos de dormir. Sóloqueremos que el cruzado continúecontándonos sus aventuras.

- No he visto esos prodigios -dice Gilberto cuando toma de nuevoasiento junto al reavivado fuego-pero sí puedo decir que vi y viví enese viaje cosas extraordinarias, y quela última parte de lo que vi y viví enél supera todas las maravillas que

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cuentan esos viajeros y que acabo dereferiros. Pero antes de llegar a ella,volvamos a donde interrumpí mirelato.

»Nos adentramos en el desiertohuyendo de las rutas másfrecuentadas pues los mercaderessabían que muchas veces partidasde cruzados asaltaban lascaravanas, así que procurabanmantenerse lejos de las ciudades yfortalezas de los francos. Eso no erabueno para mí, pues únicamente unencuentro con los cruzados podría

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asegurar mi libertad. Peroobsesionado por aquel loco sueñome dejaba llevar sin intentarescaparme.

»Aunque escaparme, por otraparte, hubiera sido difícil. DeEgipto habíamos cruzado a laArabia y, evitando Siria,atravesamos los ardientes desiertoshasta llegar a Bagdad. Nunca habíavisto ciudad tan hermosa comoaquélla. Ni siquiera El Cairo podíaigualar su esplendor y hermosura.Tras pasar varias semanas allíreemprendimos el viaje. Nos

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internamos en Persia. Cierto díadivisamos a lo lejos, erguida sobreun inaccesible peñasco, unaimponente fortaleza. Su vista llenóde terror a los caravaneros. EraAlamut, el Nido del Águila, el reinode Hassan Sabbah, el feroz jefe delos terribles Asesinos. Pero Dios,que ya nos había librado de unasalto de los bandidos kurdos,tampoco quiso aquella vezdesampararnos y cruzamos frente ala fortaleza sin que nos molestaran.Lo más peligroso de la ruta habíasido casi cubierto. Sólo faltaba un

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último escollo: el terrible DesiertoDesolado.

»¿Quién, entre los mercaderesde oriente, no ha oído ponderar lospeligros de aquel desierto? ¿Quiénentre ellos no teme adentrarse enaquel paraje en cuyo centro dicenexiste una gigantesca cabeza depiedra, que es la cabeza de Satán;donde vagan espíritus que atraencon sus voces insinuantes al viajeropara devorarlo, y donde las arenasse mueven como las olas del mar?Yo estuve all í, y aunque no vi lacabeza de piedra, sí puedo asegurar

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que de pronto el aire se llena desonidos extraños, y que a vecesoleadas de arena se precipitansobre los viajeros. Puedoasegurarlo porque una de estasgigantescas olas avanzó deimproviso sobre nosotros y cay ósobre la caravana, sepultándola.

»No puedo explicarme cómoconseguí escapar con vida.Arrastrado por torbellinos de arena,logré encontrar refugio bajo unalona sintiendo cómo el desiertobramaba sobre mí como un marembravecido. No sé el tiempo que

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permanecí allí porque el día y lanoche se habían hermanado bajoaquel torbellino de polvo. No sécómo la arena no llenó mis ojos ymis pulmones, cómo no fuisepultado como el resto de miscompañeros de caravana. Al cabode un tiempo interminable el vientodejó de rugir. Saqué mi cabeza deaquella lona protectora y vi un cielosereno salpicado de estrellas, en elque lucía una enorme luna quebañaba con su luz la inmensidadsolitaria. Yo estaba solo. Habíandesaparecido las tiendas, los

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hombres, los camellos. Aquellasvoces, aquellos extraños susurrosque nos acompañaron desde queentramos en el Desierto Desolado,se habían apagado. Reinaba untotal y ominoso silencio queresaltaba angustiosamente miabsoluta soledad. Comencé a andar,tambaleándome como un ebrio.Caminé a lo loco, sin rumbo,durante toda la noche. El cielocomenzaba a iluminarse con elrosáceo resplandor de la auroracuando creí ver, recort ándose en él,las torres de una ciudad espectral.

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Pensé que era una de esas ilusionesque tanto se producen en losdesiertos para engaño ydesesperación del viajero, peroaferrándome a una últimaesperanza caminé y caminé haciaaquella ciudad. No, no era unailusión. La ciudad existía. Era laciudad que repetidamente habíavisto en mi sueño. La ciudad demármol con hermosos palacios ytemplos con ídolos de oro ypedrería, muerta, sin nadie que losadorase, sin nadie que transitasepor sus calles desiertas Y como en

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mi sueño entré en un palacio demármol blanco y camine por susvacíos corredores y salones en losque tan sólo se escuchaba el ululardel viento y desemboqué al fin en elpatio de alabastro en cuyo centromanaba la fuente sostenida por losochos leones de oro. Calmé en susfrescas aguas mi ardiente sed y metendí junto a ella a descansar. Y nome sorprendí, porque lo esperaba,cuando la comitiva de esclavasblancas y negras encabezada por labelleza de cabellos de oro entró enel patio y, silenciosamente, se

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encaminó hacia mí.

En el apéndice el lectorencontrará información sobre:monstruos y maravillas el viejo dela montaña y ciudadesdeshabitadas.

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5

Uma

- Las esclavas conducidas porla joven de rubios cabellos -prosiguió Gilberto- se acercaron, ytras saludarme con profundaszalemas me condujeron a uncamello ricamente enjaezado. Yo medejé guiar como en un sueño.

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» Viajamos durante variassemanas. Ni siquiera preguntédónde íbamos ni qué deseaban. Erael destino el que lo había dispuestotodo y me dejaba arrastrar por él.

»Al fin un día, ya casi a lapuesta del sol, nuestro viaje llegó asu término.

»En el cielo rosado serecortaban las graciosas torres deun palacio rodeado de jardinesmaravillosos. Entramos en él, y mecondujeron a un regio sal ón. Y allí,sentada en un trono de oro cuajadode pedrería, estaba ella, Uma *. Al

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verme, lanzó un grito de alegría y,levantándose, corrió hacia mí.

»-Al fin estamos juntos -dijo; ysu voz era tan dulce como la de laalondra mañanera-. Al fin puedotenerte entre mis brazos.

»Entonces me besó. Y suslabios me hicieron olvidar mipatria, mi esposa, mis hijos. Todo seborró bajo el calor dulcísimo deaquellos labios de fuego.

»-Cuánto soñé contigo, miseñor -me susurró al oído mientrasme cubría de besos-; cuántas ycuántas veces he soñado contigo.

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Ahora demos gracias a los dioses,pues ellos han permitido quenuestros sueños se hagan realidad.

»Tal como me explicar íadespués, lo suyo también había sidoun sueño. Lo mismo que yo, ellahabía tenido un sueño que serepetía noche tras noche. Soñabacon la ciudad abandonada, con elpalacio de mármol, con la fuente delos leones dorados y con un hombreque descansaba junto a la fuente. Ytodo lo veía tan claro y precisocomo si en vez de un sueño aquellohubiera sido realidad.

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» Y ocurrió que aquella imagensoñada, la imagen de aquel hombreque descansaba junto a la fuente, sele metió en el corazón inflamándolade amor. Ya no era s ólo durante lanoche, sino también durante el día,mientras estaba despierta, cuandosoñaba con él. Y aquel sueño deamor se convirtió en el loco deseode hacerlo realidad, de unirse aaquella imagen soñada, de hacerlasuya. Y aquel deseo se transformóen una obsesión que no la dejabavivir.

»Un día habló con la vieja

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gobernanta de aquel sueño. Y laanciana, tras escucharla, le contó lahistoria de la ciudad muerta, laciudad que hacía cientos de añoshabía mandado construir un reypoderoso quien, ufano de suomnipotencia, ofendió con suorgullo a los dioses proclamandoque ni siquiera ellos habían sidocapaces de construir una ciudad tanhermosa como la erigida por él.Pero los dioses, irritados,arrebataron en una noche a todoslos habitantes de la ciudad,dispersándolos por la faz de la

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tierra, y la ciudad continuó desdeentonces en todo su esplendor, tanhermosa como el día en que sehabía erigido, pero desierta, sinnadie que se atreviera a morar enella, ya que nadie osaba desafiar lamaldición que sobre ella pesaba.

»Cuando oyó la historia que laanciana contaba supo que eraaquella ciudad muerta la ciudad desus sueños. Entonces ordenó a susesclavas que partieran en su buscaa través del desierto tenebroso. Unacaravana de hermosas esclavasguerreras, más hábiles y aguerridas

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que los más feroces soldados,marchó obediente a los deseos de suseñora y pronto pudieron hacerlosrealidad.

»Eran esclavas quienes mehabían buscado y encontrado yquienes únicamente moraban allí.En aquel maravilloso vergelrodeado de campos desolados ysolitarios, yo era el único varón. Elresto de sus habitantes eranmujeres. Cientos de mujeres quecuidaban, servían y protegían a lamujer más hermosa de la tierra. MiUma.

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»Esto es lo único que sabía deella, que se llamaba Uma y que eramía, enteramente mía. Mil veces lerogué que me contase su historia,que me revelase el secreto de aquelpalacio que se alzaba solitario enaquel páramo desolado y donde nohabitaba ningún varón. Elladulcemente contestaba que noindagase el pasado, que me limitasea vivir el presente, que fuese felizentre sus brazos. Y yo, obediente asus dulces ruegos, no insistí más.

»Pasé seis meses maravillososen su compañía. Había olvidado mi

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patria, mi familia, hasta mi fe,hechizado por aquella mujerextraordinaria. Todo era juego ymúsica y alegría en aquel palacioprodigioso. Hasta que un día, Uma,con aspecto triste -y era la primeravez que en todo aquel tiempo latristeza ensombrecía su semblante-se dirigió a mí y me dijo:

»-Amor mío. Hoy llora micorazón, porque tenemos quesepararnos. No, no temas -añadióviendo mis muestras de pesar-, éstaserá una separación breve. Antes deque transcurran cuatro meses,

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estaré de nuevo junto a ti.Permanece aquí, esperándome.Todo el palacio es tuyo. Mejordicho, todo no. Ven -me dijo,conduciéndome a lo largo de uncorredor al fondo del cual habíauna puerta de ébano-. Todo elpalacio es tuyo, menos esta puerta.No debes traspasarla jamás, porquesi lo haces, no volveremos a vernosnunca.

»Ella partió y yo quedé solo,vagando por el enorme palaciocomo una sombra. Había decenas de

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bellas esclavas dispuestas aservirme, a satisfacer cualquiera demis caprichos, pero nadasignificaban para mí. Yo penaba asolas y nada ni nadie podíacompensarme de aquella ausencia,aquella soledad.

»¿Dónde estaba? ¿A quéobedecía su partida? ¿Por qué sehabía negado a decirme el motivode su alejamiento? ¿Por qué seobstinaba en no revelarme quiénera, en no aclararme el misterio desu vida? Allá, en la vastedad deaquel maravilloso palacio, mientras

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las horas transcurrían lentas yvacías, yo me repetía una y milveces estas preguntas, y las máslocas sospechas se iban apoderandode mí.

»"No volverá -me decía- novolverá nunca. Me ha dejado parasiempre". Pensar esto me llenaba dedesesperación, y aunque el recuerdode la evidencia de su amor hacíarenacer mi esperanza, el misterioque rodeaba su vida y su partidavolvía a llenarme de dudas ytristeza.

»Una tarde, después de que las

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más bellas músicas y bailarinashubieran intentado inútilmentedistraerme con sus cantos y danzas,la anciana gobernanta de lasesclavas, conmovida sin duda pormi tristeza y una vez que noshubimos quedado solos, me dijo:

»-¿Por qué os mostráis tansombrío, señor? Ella volverá.

»-¿Volverá? -pregunté. Y en eltono de mi voz se reflejaba toda laangustia de mi duda.

»-Claro que volverá. Ella no osha engañado nunca.

»-P e ro , ¿por qué no quiso

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decirme adonde ha ido? ¿Con quiénestá? ¿Por qué me ha dejado?

»-Debía hacerlo.»-Pero, ¿por qué? Vos sabéis

todo. ¿Por qué se niega ella, porqué os negáis vos también acontármelo?

»La anciana callaba. Yo seguíaacosándola con mis preguntas. Alfin rompió su obstinado silencio, yme dijo:

»-Nunca, nunca, oídme bien,tenéis que revelar lo que ahora voya contaros. Yo tendr ía que seguirguardando silencio, pero temo que

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vuestra tristeza os traiga aún malesmayores. Ella -continuó- os hadejado porque tres meses al añodebe de pasarlos en el palacio delgran rey.

»-¿El gran rey?»-Sí, el gran rey. Su esposo y

su señor.»-El gran rey -comenzó la

anciana- se había criado entre lasintrigas del harén, y su infanciaresultó un infierno. Pudo ver lasrencillas, los celos, las argucias ylos crímenes que las diversasesposas de su padre desplegaban en

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su lucha por asegurar el poder a supropia descendencia. Varios de sushermanos murieron envenenados,sin duda por las maquinaciones desus madrastras, entre las que nofaltaban las de su propia madre. Élmismo estuvo varias veces a puntode perder la vida. Cuando al fin,cansado de tanto odio y lleno deamargura, su padre muri ó y élheredó el trono, se prometi ó que sureinado se vería libre de aquellasvíboras que habían empozoñado lavida de su progenitor. Alej ó de sucorte a todas las mujeres, sin que

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tan siquiera su madre se librase dela pena, y cerró el gineceo. En supalacio, dijo, jamás pondría los piesuna mujer. Sólo así podría vivir yreinar tranquilo.

»-El gran rey era todavía muyjoven cuando ascendió al trono. Lacaza, las justas y las guerras conlas que engrandecía el imperiocalmaron durante algunos años losardores de su sangre. Peroconforme el tiempo pasaba unavaga tristeza iba apoderándose delgran rey. Aquella tristeza acabóconvirtiéndose en una profunda

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melancolía. Las crisis durante lasque se encerraba semanas enteras,negándose a ver a nadie, a realizarcualquier actividad, negándoseincluso a comer, se hicieron cadavez más frecuentes. Sus visires yconsejeros empezaron a temer porsu vida. Fue entonces cuandoalguien recordó el nombre deMarut, el mago, y aunque todosmiraban con aprensión los ritosnefastos de los adoradores delfuego, su desconfianza hubo derendirse al convencimiento de quesólo la superior sabiduría del mago

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podría curar el mal de Schensum, elgran rey.

»-Tras visitar al soberano,Marut pidió permiso para retirarsedurante unos días a una gran salasituada en el ala norte del palacio yque desde hacía tiempo se hallabaabandonada. Allí permaneció un parde semanas sin que nadie pudieraaveriguar lo que estaba haciendo.Al cabo de ese tiempo, rogó al reyque le acompañase a aquel lejanosalón. El rey cedió a la sugerenciadel mago y le acompañó hasta lasala. Nada más entrar en ella,

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quedó paralizado por la emoción.En cada una de sus cuatro esquinasse erguía una mujer dedeslumbrante belleza. Todas erandistintas, pero todas tenían tambiénalgo común, algo que lashermanaba. Cuando Schensumtemblando de emoción se aproximóa una de aquellas mujeres descubrióque era, como todas las demás, unaestatua de mármol.

»-Hay quien dice que el mago,atendiendo a la solicitud, del rey,dio vida a aquellas estatuas; otrosaseguran que tan sólo eran retratos

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de mujeres reales que Marut,cumpliendo las órdenes delmonarca, hizo venir de las islasmisteriosas y lejanas en que teníansu morada. Nadie sabía a cienciacierta la verdad. Lo único cierto esque el rey había descubierto elamor y se había curado de suafección melancólica.

»-Pero Schensum no podíaolvidar las lecciones de su infanciaen el harén. Entonces, para evitarsufrir lo que había sufrido su padre,decidió que aquellas mujeres no severían jamás. Mandó construir

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cuatro suntuosos palacios en cadauno de los cuatro extremos de suimperio, y allí envió a sus mujerescon su cohorte de esclavas. Ningúnvarón podía acercarse a menos decien leguas de los retiros de lasesposas del gran rey. Una vez alaño, cada una de ellas, por rigurosoturno, se trasladaba a la cortedonde permanecía tres meses con suseñor. Jamás coincidían.

»-Esta es la historia -dijo lagobernanta poniendo fin a sunarración-. Ahora ya sabes dónde seencuentra Uma y sabes también lo

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mucho que te ama. No sólo su vida,sino la de todas nosotras está enpeligro por ese amor que te profesa.Así que lo menos que puedes haceres esperar tranquilo y paciente suregreso.

»Aquella historia -dijoGilberto-, en lugar detranquilizarme sirvió para acentuarmi inquietud y mi desesperación. Elpensar que mi Uma estaba ahora enlos brazos de otro me abrasaba decelos, y hacía que mi pensamientodesbocado se preguntara si al

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encontrarse entre aquellos brazosno se olvidaría de los míos.

»Además había tantos aspectosextraños y misteriosos en la historiade Uma, en aquella duda que habíainsinuado la gobernanta de lasesclavas de si se trataba realmentede una mujer o si, por el contrario,era una estatua que por artesmágicas había cobrado vida, que memovía a desconfiar de la veracidadde su relato. No, aquella historia noacababa de disipar el misterio. Y yo,que había aceptado cuando la teníapresente todos los elementos

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fantásticos que rodeaban nuestroencuentro, ahora, en su ausencia,me resistía a aceptar lo que repetíaa mi razón.

»Me acordé entonces de lapuerta de ébano que Uma meprohibió franquear. Como un rayome asaltó la idea de que trasaquella puerta se ocultaba lasolución de aquel arcano. Así que,desobedeciendo su advertencia, abríla puerta prohibida.

»Cuando pude ver lo que seocultaba tras ella, la más amargadesilusión se apoderó de mí. Tras

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aquella puerta no se ocultabaningún secreto.

»Ante mí se abría un patiocuadrado. Un patio desnudo, vacío,sin fuentes ni arriates de flores, sinnada que pudiera justificar laprohibición de entrar en él, sinnada que indujera a visitarle, sinotra cosa que un árbol de frondosacopa irguiéndose en el centro.

»Tampoco aquel árbol ofrecíanada de particular. Ni flores, nifrutos, ni pájaros que cantasen ensus ramas. Simplemente un poco desombra era lo que aquel árbol nos

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brindaba.»Me aproximé a él. Era

mediodía y el sol caía a plomo enaquel patio desolado. Cuando entrébajo su sombra noté una gratasensación de frescor. De lafrondosa copa se desprendía unaroma extraño, dulzarrón y denso.Me sentí invadido de una muellelaxitud. Me tendí bajo su copa ycerré los ojos.

»Me despertó una sensación defrío. Abrí los ojos. Era nochecerrada y en el cielo lucían lasestrellas. Entonces sentí el olor

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característico del río. Cuandosobresaltado me incorporé, pudecomprobar que me encontraba enaquella vieja barca abandonada enla que me introduje para librarmede la esclavitud, navegando a favorde la corriente del Nilo.

»Primero pensé que estabareviviendo en sueños mi huida y queal despertarme, me encontraría denuevo en el palacio de mi amada;mas después, cuando introduje mimano en el agua y comprobé queestaba despierto, creí que mi largoviaje hasta Uma y mis días de amor

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y alegría y mi desesperanza por suausencia, que todo eso era tan sólolo soñado. Entonces fue cuandoreparé en el anillo. El anillo que miamada me había ofrecido aldespedirse y en el que fulguraba unnegro carbunclo digno del rescatede un rey. No, no había estadosoñando, aunque todo parecía unsueño. Un maravilloso sueño quehabía perdido para siempre.

»También reparé que no vestíaaquellas humildes ropas de siervoque llevaba al entrar en la barca,sino los lujosos vestidos que Uma

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me había proporcionado.Comenzaba a clarear y debía deencontrarme cerca de El Cairo.Remé hacia la orilla y desembarqué.Era ya bien entrado el día cuandollegué a las puertas de la ciudad.Mis lujosos vestidos eran misalvaguardia y nadie obstaculizó mipaso.

»Me acerqué al barrio de losjoyeros y ofrec í mi anillo a un viejojudío. Aunque no me lo tasó ni en ladécima parte de su valor, me dio losuficiente para que pudiera pagarmi rescate y volver a Jerusalén.

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»Me dirigí a la casa de miantiguo amo. Se había portado muybien conmigo y, ahora que podía,iba a recompensarle pagándole elrescate. Llamé a su puerta ypregunté por él. Me introdujeron enuna sólita y al cabo salió un jovenal que reconocí como su hijo.Cuando le dije que deseaba hablarcon su padre, bajó la cabezatristemente y me respondió que,hacía ya diez años largos, su padrehabía muerto.

»Me alejé de allí, aterrado yconfuso. Ya en la posada donde me

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alojaba, me miré en el espejo y elespejo me brindó la imagen de unanciano. Tenía blanco los cabellos ylas arrugas cruzaban mi rostro.

»Después me cercioré de quehabían transcurrido quince añosdesde que me introduje en aquellabarquilla abandonada en el Nilo, enpos de un sueño, y veintitrés desdeque abandoné mi patria y mi hogarpara dirigirme a la liberación delSepulcro de Nuestro Señor. Supeque hacía ya un año que habíamuerto Balduino, rey de Jerusalén,a quien yo salvé de caer prisionero.

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También había muerto Raimundo,conde de San Gil, mi señor natural.Casi todos mis compañeros habíanmuerto o regresado a su patria.

»Nada tenía que hacer ya enO r i e n t e -concluyó Gilberto-.Aproveché que una nave bizantinapartía hacia Constantinopla paraemprender el viaje a mi país, en laesperanza de que Dios y su SantaMadre se apiadaran de mí yperdonasen mis pecados.

En el apéndice el lectorencontrará información sobre: los

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sueños complementarios yproféticos, el enamoramiento adistancia, la sala prohibida, losparaísos sensuales y la cronologíadel más allá.

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6

La marca de nacimiento

Creo que nunca me he sentidotan feliz como me siento ahora.

Es un día espléndido. Luce elsol radiante en un cielo intensamenteazul, el aire fresco de la montaña mevivifica con su soplo, trinan lospájaros en la chopera y el arroyuelo

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de aguas límpidas y heladas entonasu canción jubilosa mientras salta depeña en peña, ágil y retozón cual losrebecos de los escarpados riscos.

Gilberto dormita tendido en lahierba, a la sombra de un fresno. Yodirijo los ojos a las alturas y una vezmás contemplo las peladas cumbresen las que aún blanquean algunosneveros, y una vez más me admiro deque fuésemos capaces de cruzarlas ynos encontremos aquí, en este valleameno y risueño, camino de lasoñada Compostela.

Sí, al fin emprendimos nuestra

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peregrinación. Cuando dejé elarruinado monasterio donde hatranscurrido casi toda mi vida,contrarias emociones batallaban enmi pecho. De un lado la alegreexcitación de la aventura, delanzarme al camino y ver mundo, deconocer nuevas gentes y ciudades, yoque tan sólo conocía la porción debosque que rodea nuestra ruinosamorada. Pero junto a ello estabatambién el dolor que me producíasepararme del hermano Martín queha sido para mí, huérfanoabandonado, el padre y la madre que

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nunca conocí y llenó mi vida con sudedicación y su cariño. Y si por unaparte tenía ganas de saltar por laagitación de la aventura, por otra, eldolor de la separación ponía un nudoen mi garganta; así que, cuando trasabrazarle me separé del hermanoMartín y emprendí el camino, misojos estaban nublados por laslágrimas.

Pero ya estoy aquí, en la ruta deCompostela, tras cruzar eldesfiladero donde encontró la muerteRoldan debido a la villanía deltraidor Canelón. Cuando a la

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atardecida comienza a extenderse lasombra por estos silenciosos valles,espero que rompa el silencio elronco son del olifante del caballeroque, rebotando de risco en risco,intenta en vano llevar a su señorCarlomagno el aviso de la celadaque le han tendido los moros del reyMarsil. Pero tan sólo rompe elprofundo silencio el rumoroso cantardel arroyo y el tierno y alegre trinode los pájaros.

Gilberto gusta de la soledad yúnicamente busca la compañía de losotros peregrinos cuando resulta

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prudente ampararse en la seguridadque proporciona la fuerza del númeropor tener que cruzar un bosque oalgún otro paraje sombrío. Cuandollegamos a lugares más tranquilos ydespejados, procura alejarse de lamultitud a la que ya no volverá aacercarse hasta que la proximidad dealgún otro sitio peligroso así se loaconseje.

La verdad es que sería locuraadentrarse solo en esos bosquestupidos en los que apenas penetra laluz entre la espesura de sus árboles.No son las fieras, los muchos lobos y

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osos que allí se ocultan, el mayorpeligro de estos bosques sino loshombres que habitan en ellos, másfieros que las propias fieras. Son losforajidos que, huyendo de la horca,buscan un abrigo en estas soledades;son los cazadores furtivos que selanzaron al bosque escapando acasode la tiranía de su señor feudal; sonesos leñadores y carboneros, de carasiempre tiznada en la que brillanunos ojos salvajes, brillantes yacerados como el filo de susterribles hachas con las que siempreestán dispuestos a despedazar al

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viajero para aprovecharse de susdespojos. Sí, son todos los habitantesde estas selvas agrestes, queobligados a vivir como los animales,han perdido casi su condiciónhumana.

Pero, si el peligro de losbosques mueve a buscar el arrimo delos otros peregrinos, tambiéncomprendo que Gilberto siempre quepueda procure dejar esa compañía.Nunca, nunca pude imaginar quehombres y mujeres que se encaminana postrarse ante el Santo Apótolseguramente para buscar el perdón

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de sus pecados, puedan comportarsecomo ellos se comportan. Más que auna peregrinación, parece que van auna desenfrenada fiesta. Todo sonbailes, canciones obscenas y cuentosdesvergonzados. Cuando tienen,comen y beben sin templanza,terminando muchas veces estascomidas en luchas a puñadas, enrevolcarse por el suelo mordiéndosecomo si fueran perros. Ni los lugaressagrados respetan. Más de una vez,en la hospedería que los monasteriosdestinan a los peregrinos pobres,desvelado por el insoportable olor

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que desprende tanta humanidadamontonada, mis ojos sorprendieronescenas que jamás había imaginado.Educado en la inocencia por elhermano Martín, ha sido en esta rutade los peregrinos a Composteladonde, sin quererlo, he descubiertoel pecado de la carne en toda suhorrible fealdad.

Pero también he descubiertootras cosas. He descubierto el dolory la miseria humana. ¿Cómo puede elcorazón del nombre no conmoverse,como yo me conmoví ante tantalacería? Esos pobres tullidos que se

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arrastran penosamente por loscaminos, esos desgraciados con elcuerpo cubierto de horribles llagas,esos ciegos a los que conducen de lamano unos niños tan desgraciadoscomo ellos mismos, ponen con susufrimiento y su miseria un nudo deangustia en mi garganta. Al verloscomprendo que los hombres selancen a ese desenfrenado torbellinopara cegarse en él y olvidar tantodolor; y espero que cuando al fin nospostremos a los pies del Santo, éstenos otorgue a todos su amparo y superdón.

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Cae la tarde. En el cielo aúnazul, aparece la estrella del pastor.Llega desde muy lejos un tintineo decencerros. Se han callado lospájaros, y el rumor del arroyuelo yese son metálico que la distanciatorna en cristalino son los únicos quemás que romper, acentúan la calmade esta melancólica soledad.

Observo con disimulo aGilberto, que sentado a unos pasostiene la mirada perdida en lasúltimas luces del poniente. No sé sies por la melancolía del paraje, pero

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a mí me parece que se encuentra muytriste el caballero. Daría cualquiercosa por poder consolarlo, peropermanezco quieto, mirándole condisimulo, sin saber qué hacer.

No me extraña esta tristeza deGilberto. A poco de emprendernuestra peregrinación, me dio aconocer más pormenores de suhistoria. Yo recordaba que en elrelato que nos hizo al hermanoMartín y a mí nos había hablado desu familia, de su mujer y de sus doshijos; y me sorprendía mucho que nolos hubiera vuelto a mencionar.

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Aunque era grande mi curiosidad, nome decidí a preguntarle. Pero hacetres días, mientras descansábamos enla sala de peregrinos de una abadía,al fin osé hacerlo aunque de unamanera indirecta:

- ¿Vuestro hijo será ya todo unhombre? -le dije.

- Sí que lo es. Aunque, laverdad, no sé qué clase de hombreserá pues no lo he visto desde que lodejé, siendo aún muy niño, para ir alas cruzadas.

- ¿Es que estaba ausente cuandoregresasteis a vuestro castillo?

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- No lo estaba. Pero yo no lo vi.Ni a él, ni a su madre ni a suhermana. Sólo vi a una niñita que alprincipio tomé por mi propia hija,pues era igual que aquella niña tanhermosa que yo dejé cuando meincorporé a las huestes del conde deSan Gil. Claro está, no era ella, sinosu hija. Aquella niña era mi nieta.

Gilberto se mantuvo durante untiempo silencioso, como perdido ensus pensamientos. Luego reanudó sunarración:

- Cuando tras tantos días de

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penoso viaje divisé al fin micastillo, el pecho se me dilató dealegría. Apresuré el paso y casi a lacarrera me encaminaba hacia lapuerta de entrada cuando dosenormes dogos me cerraron el paso.

»Tuve que defenderme con mibordón del ataque de aquellasfieras. De todas formas mal lohubiera pasado de no haber salidoen mi socorro un escudero que, trasno pocos esfuerzos, consiguióreducir a los canes.

»-Sois un imprudente -me dijo-.Suerte tenéis de que yo anduviese

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por aquí, pues si no los perros oshabrían destrozado. Ellos estánpara impedir que los vagabundos seaproximen a esta puerta. Si queréisun socorro, encaminaos hacia lasdependencias de los criados dondese os atenderá, pues a nadie se leniega un trozo de pan y un techodonde pasar la noche.

»No sé qué extraño impulsohizo que no me diese a conocer. Meencaminé a las dependencias de loscriados y allí entré en la saladestinada a la acogida decaminantes y mendigos. Había un

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par de ancianos sentados junto alfuego que me miraron condesconfianza. El hombre, al fin, mepreguntó.

»-¿Vais de camino?»Cuando asentí a su pregunta

con un gesto, el viejo me dijo queellos vivían desde hacía años allí,gozando de la caridad de losseñores.

»-A nadie se cierra esta puerta-añadió-.

Todo el que viene es bienrecibido, sin que su permanenciatenga otro límite que el de su propio

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deseo.Poco después entraba en la

estancia una joven de unos doceaños y la niñita de la que antes tehablé. La pequeña portaba uncestillo con pan que nos fuealargando con grácil sonrisa.

»-Que nuestro señor tebendiga, hermosa -dijo la vieja,zalamera-. A lo que la niñarespondió gentil:

»-Que su bendición caigatambién sobre vosotros.

»Cuando las dos niñas sefueron, pregunté:

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»-¿Quiénes son esas preciosascriaturas?

»-Son las hijas de la castellana-respondió el mendigo.

»-Eres tonto -intervino lamujer-. La hija es la niña mayor. Lapequeñita es la nieta, la hija de lajoven señora, que vive con su madredesde que su padre marchó aguerrear con los enemigos deCristo.

»No comprendía nada. ¿Quésignificaba aquello de la hija y lanieta? En aquel momento, perdidala noción del tiempo, no sabía cuál

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de aquellas criaturas era mi propiahija. Confuso, dije.

»-¿Pero cómo es posible? Queyo sepa, el señor de Montsalve tansólo tenía una hija.

»-Pues claro -respondió lamendiga-. Un hijo y una hija, lamadre de la niña pequeña.

»-¿Entonces la niña mayor?»Esa es la hija del señor de

Rocafort, con quien la señora volvióa casar a los dos años de recibir lanoticia de la muerte del señor deMontsalve en Tierra Santa.

»Ahora se me aclaraba todo.

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Aquella niñita, tan parecida a laniña que yo dejé al partir, era minieta. La niña mayor era lahermanastra de su madre. Yo estabamuerto y todos los míos habíanreemprendido una vida en la que mipropia vida no tenía lugar.

»¿Qué haría ? ¿Darme aconocer, decir: "Yo soy el se ñor deMontsalve que no ha muerto en lascruzadas, sino que tras permanecerveinticuatro años lejos de vosotros,ahora vuelve para deshacer todo loque habéis hecho, y declararbígama a mi mujer, y arrojar de su

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lado a su marido y a su hija aquienes sin duda ama; sí yo soy elseñor de Montsalve que viene adestrozar este hogar tan feliz, yoque durante tantos y tantos años letuve olvidado"? No, yo no podíahacer aquello. No podía causar másdaño a quien ya tanto habíacausado con mi ausencia.

»Permanecí allí, anonadado,sentado junto a los dos mendigos.Entonces recordé la historia de sanAlejo. Recordé cómo san Alejo elmismo día de casarse por mandatode su padre con una princesa, le

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comunicó a su esposa que habíahecho voto de castidad y se separóde ella y vivió mendigando a lapuerta de una iglesia durantediecisiete años. Después, movido sinduda por el deseo de ver a lossuyos, volvió a su tierra y seacomodó a la puerta del palacio desu padre y allí permaneció sin darsea conocer durante otros dieciochoaños, junto a los mendigos quevivían de la caridad de su familia,sufriendo la hostilidad de los demáspobres y el desprecio y escarnio delos criados de su casa; viendo todos

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los días a sus padres y a su esposapero sin darse a conocer hasta queen el día de su muerte pudieronarrancar de sus yertas manos elpapel donde había escrito toda suhistoria.

»Sí, recordé la historia de sanAlejo y pensé que podría hacerc o mo él. Que podría permanecerallí, conviviendo con los mendigos,con aquellos dos ancianos queahora estaban junto a mí; sin darmea conocer, viviendo de la limosna delos míos, y viéndoles. Viendo a mimujer, a mis hijos, a mi nieta.

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Viendo su felicidad y gozando conella…

»Durante unos brevesmomentos fue ésa mi intención.Pero para vivir así hay que ser unsanto, y yo no lo era. Sabía que nopodría resistirlo, que antes odespués lo estropearía todo. Asíque, tras comerme el trozo de pan,partí de mi casa dispuesto a novolver nunca más a ella. Solamentealejándome de los míos podríapreservar su felicidad. Por esoemprendí mi peregrinación aCompostela con la esperanza de que

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el santo, tras interceder por elperdón de mis pecados, encaminaramis pasos hacia mi auténticodestino.

Esta es la historia que Gilbertome contó. Una historia bien triste, enverdad. Por eso, cuando le miro talcomo está ahora con un aspectosombrío y melancólico, por muchoque me apene verle así, me mantengoalejado de él, dejándole que rumiesus amargos pensamientos.

Me despierta el cálido beso delsol en mis mejillas. Abro los ojos.

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Luce azul la mañana que se alegracon el trino de los pájaros y el cantardel arroyuelo. Busco con la mirada aGilberto, pero aunque la manta enque se ha envuelto para pasar lanoche se encuentra a mi lado, él noestá.

Me levanto de un salto,asustado, y sólo vuelvo a respirartranquilo cuando veo al caballero aunos cien pasos de mí, bañándose enun remanso que forma el arroyuelo.

Me dirijo hacia él. Un pocoantes de llegar a su lado, me grita.

- Vamos, Moisés. Anímate.

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Métete en el agua conmigo.- Estará muy fría.- Sí, está helada. Pero esto es

bueno. Después de un baño en aguahelada, verás cómo la sangre circulamucho mejor. Anda, no seas cobardey entra en el agua.

Mientras me despojo de la ropa,observo a Gilberto. A pesar de losaños, el cuerpo gigantesco dejapatente su enorme fortaleza. Nadamás verle, se adivina que ha sido unformidable guerrero. Y todavía lo es.Pude comprobarlo hace unos días,cuando al cruzar una espesura de

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estas agrestes montañas, nosasaltaron tres enormes lobos.Gilberto hizo voltear su cayado deperegrino y de un solo golpe saltó lossesos a la más agresiva de las fierasy puso en fuga a las otras dos.Aunque ya anciano, Gilberto aún esun temible caballero.

Nada más entrar en el agua,siento como si me hubieran cortadolas piernas. Lanzo un grito y salgohuyendo del agua helada. Gilberto,riendo, corre tras de mí y, a pesar deque soy un joven y él un anciano,pronto me da alcance.

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- Nadie te libra del baño -diceriendo. Y levantándome como unapluma, se encamina hacia el arroyollevándome en sus brazos no obstantemi resistencia.

- ¿Qué es esto? -exclama,deteniéndose de pronto.

- ¿El qué?- Esa mancha que tienes bajo la

axila.Me ha posado en el suelo. Ya

no ríe, sino que está muy serio.Podría casi asegurar que se hallaprofundamente alterado.

- No es nada -digo para

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tranquilizarle-. La he tenido siempre.Creo que tengo esa señal desde quenací.

- Deja que te la vea mejor. Alzabien el brazo, que mi vista es mala.Sí, estoy seguro. Esa mancha cárdenaparece…

- Una espada que se cruza conuna flor -le interrumpo-. Eso es loque parece. Lo que me parece a mí ytambién al hermano Martín, que diceme marcó Dios con una espada y unarosa.

- Sí -afirma Gilberto-. Dios temarcó con una espada y una rosa. Y

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ahora, al verlas, también sé queDios, al encaminar mis pasos alderruido monasterio, estaba fijandomi destino.

Miro sorprendido a Gilberto.No sé lo que sus palabras puedensignificar.

- Vamos, vístete -me dice-. Nosvamos ya.

Nos ponemos a caminar. Masapenas hemos andado cien pasos,observo que estamos deshaciendonuestra ruta.

- Gilberto -digo-, ésta no parecela dirección de Compostela. Más

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bien parece que nos disponemos acruzar otra vez las montañas que yacruzamos al venir.

- No te equivocas hijo.Hacemos el camino de vuelta.

- ¿Pero es que ya no vamos aver al señor Santiago?

- Moisés -y mientras habla, seha detenido -te dije que Dios nuestroSeñor acababa de mostrarme midestino. Yo ya había visto esa rosa yesa espada que la cruza. La habíavisto bajo la axila de mi señor, elbarón de Forner. Porque esa es lamarca con que vienen al mundo todos

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los herederos de la baronía. Y esamarca, Moisés, me dice que tú eresel heredero del barón de Forner yque mi destino no es ir a Compostela,sino hacer valer tu derecho.

En el apéndice el lectorencontrará información sobre: elcantar de Roldan, la vida de sanAlejo y las marcas de nacimiento.

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Desandando el camino

Ahora, mientras volvemos sobrenuestros pasos desandando la ruta dela interrumpida peregrinación, si meparo a pensar en lo que Gilberto medijo y en lo que pretende quehagamos, más que una locura, meparece un sueño.

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¿Cómo no va a ser un sueño queyo sea el barón de Forner? Yo, aquien recogió del río el hermanoMartín, criado malamente en unmonasterio ruinoso y abandonado,sin ver a nadie, sin otra compañía niamparo que el de un pobre lego,¿cómo voy a ser el legítimo herederode la noble casa que dotó y construyóen tiempos pasados esa mismaabadía de la que tan sólo conocí unospobres despojos? No, no es posible.Sin duda Gilberto se engaña osimplemente sueña.

¿Pero y si no soñara? ¿Si fuera

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verdad? ¿Si yo fuese el heredero delbarón de Forner, nieto del que luchócon Gilberto en Tierra Santa? Está laseñal, esa marca que tengo desde eldía que nací y que, según mi amigo,llevan al nacer todos los herederosde la baronía. ¿Por qué no podríaser? ¿Es que no ocurre en las coplasque cantan los juglares tales sucesos?Mas una cosa son las historiasjuglarescas y otra mi propia historia.

Recuerdo que cuando me refirióGilberto el principio de la historiadel Caballero del Cisne, tal como sela narró un juglar que volvía de

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Compostela, me preguntaba, enespera de conciliar el sueño, si nosería como aquel antepasado deGodofredo: si dado lo oscuro de minacimiento y el hecho, que parece decanto de un juglar, de bajararrastrado por la corriente, amarradosobre un escudo y flotando entre unmontón de cadáveres, no supondríaque también, como el de aquellosotros siete hermanos abandonados,mi origen fuese noble y misterioso yestuviera como estaban ellosdestinado a más altos destinos.Entonces creía que aquellos

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pensamientos eran tan sólofiguraciones y fantasías con las quellenaba la pobreza y monotonía de mivida, pero ahora bien puedo pensarque aquellos ensueños e ilusiones noestaban muy lejos de la realidad.

Mas aunque fuera así, aunque yofuese el heredero del barón deForner, aunque una bruja malvada mehubiera arrancado de mi noble cuna yarrojado al río, ¿cómo podré hacervaler mi derecho? Gilberto es miúnico valedor. Con su capa oscura,su bordón y su sombrero deperegrino, nadie podría tomarlo por

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un caballero; más bien por unmendigo, tal como hizo el criado desu propia casa. ¡Y éste es mi paladín,mi único amparo!

Sin embargo, Gilberto tienealgo especial, algo que, a pesar detodo, obliga a confiar en él. Haceunos días, cuando salvábamos, deregreso, estas altas montañas queahora tengo a mi espalda, en unangosto desfiladero se nos cruzócortándonos el camino un enormeoso. Yo quedé inmovilizado por elterror. La fiera se alzó sobre suspatas traseras, abrió las fauces

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mostrando sus agudos dientes y lanzóun feroz rugido. Gilberto dio un pasoy se detuvo frente a ella. Empuñabasu gran cuchillo de monte y semantenía quieto, plantando cara aloso que rugía cada vez con mayorfiereza. Durante unos instantesinterminables estuvieron así,sosteniendo la mirada. El oso, losbrazos abiertos, balanceándoseligeramente sobre sus patas; Gilbertototalmente inmóvil. Por fin la fieralanzó un rugido más fuerte y agudoque los roncos gruñidos que habíaestado emitiendo y, dejándose caer

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sobre sus patas, comenzó aretroceder lentamente sin cesar derugir pero cediéndonos el paso. Tansólo con la firmeza de su mirada, sinnecesidad de luchar, el caballero lahabía vencido.

Hemos dejado ya atrás lasásperas montañas y los bosquesespesos y sombríos. Ahoramarchamos por un fértil valle, quecruza un río de mansa corriente.Altivos álamos, grises fresnos ydolientes sauces se alzan en susriberas, dando abrigo a un enjambre

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de aves que acompañan su curso consu alegre trinar. Los trigales, loshuertos y las praderas van alternandosu diverso verdor. Todo es fresco yrisueño en este dulce paraje.

Marchamos por un ampliocamino transitado en uno y otrosentido por una abigarradamuchedumbre. Labriegos que sedirigen a su aldea o a su alquería;peregrinos que marchan a cumplir supromesa postrándose ante el santo, oque vuelven de ella, alegres yjubilosos ostentando la concha en susombrero o en su manto; hasta algún

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caballero que, jinete en su fuertecorcel de guerra y cubierto con susarmas, da muestra de su poder yorgullo arrojando sin miramiento alos viandantes fuera del camino. Masclérigos y seglares, nobles yvillanos, hombres y mujeres, todoscaminan como si lo risueño de estedía jubiloso les hubiera contagiadosu alegre esplendor.

Y nada tan alegre como estecarromato que acaba de alcanzarnos.Con un toldo pintado de vivoscolores, tirado por dos mulascurramente enjaezadas, lleva

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sentados en su pescante la más jovialpareja del mundo. Quien empuña lasriendas viste un traje verde claro y secubre con una caperuza encarnadacoronada por un gran cascabel queresuena cristalino al menormovimiento de su cabeza. Sucompañero lleva una enorme narizpostiza, roja y averrugada, y vatocando una alegre melodía en unacornamusa.

- Son juglares -dice Gilbertosonriendo. Al llegar a nuestro lado,el conductor, refrenando el paso delas mulas, me grita.

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- Zagal, ¿quieres descansar unpoco? Si no te dan miedo los locos, ytonto es quien de ellos se asusta,sube a este carro. Verás cómo elcamino se te hace más corto.

Miró a Gilberto solicitando suaprobación.

- Anda, sube. Así descansarásun rato de tanto andar.

- No tema el peregrino perder almuchacho por quedarse rezagado -dice el de la cornamusa cesando ensu soplar-. Estas mulas son capacesde acomodarse al paso de una madreabadesa.

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Trepo al carro ágilmente y mecoloco entre el de la cornamusa y elconductor. Las mulas reemprendenuna marcha lenta que a Gilberto no lecuesta ningún trabajo seguir. Es tanalto que su cabeza queda casi alnivel de la nuestra.

El conductor agita bruscamentela suya, arrancando al cascabel unagudo tintineo. Una vieja campesinaque camina delante se vuelvesobresaltada.

- ¡Demonio de loco! -exclama-.Qué susto me diste. Creí que venía unleproso.

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- Madre abuela -replica eljuglar- ¿quién os robó el oído? ¿O esque se lo cambiasteis a uno que teníanecesidad de él por una jarra devino? ¿Cómo se puede confundir elcantarino sonido de mi cascabel conel lúgubre son de la campana de unleproso?

- Verdad es -dice un labriegojoven que camina a su lado- que elsonido de la campanilla de unleproso no tiene igual. Ni la de esteloco, ni las esquilas del ganadosuenan lo mismo. Aunque los hay tanmalvados que apagan con estopa el

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son de su campana para sorprenderal viajero y trasladarle su mal.

- Sí que son malvados, sí -terciauna moza de mejillas rosadas-. Poreso Dios nuestro Señor los aquejócon la horrible plaga en castigo desus pecados.

- Que él perdone los nuestros ynos libre de todo mal -dicesantiguándose la campesina.

Todos, hasta mis alegrescompañeros, imitamos a la vieja.Durante unos momentos seinterrumpe la conversación. Despuésun mancebo con pinta de estudiante

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que se ha arrimado a nuestro grupo,dice:

- Escuché a un peregrino quehabía estado en Oriente, que allí unrey curó su lepra bañando su cuerpoen la sangre de una doncella.

- ¿Y tenía que ser una doncellade verdad, una virgen? -tercia micompañero de la nariz postiza.

- Eso dicen -responde elestudiante-. Al parecer no sirvesangre de doncella remendada.

- Pues en tal caso -añade mijovial compañero- puede que allá enOriente ese rey encontrase remedio a

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su mal; pero lo que es aquí tendríaque irse con su lepra a la sepultura,pues esa especie es entre nosotrosmás rara que el ave fénix.

Todos prorrumpen en risotadas.Destaca entre ellas las del estudiante,que ha clavado mientras ríe sus ojosen la lozana moza. Ésta, con los ojosbrillantes y todavía más rubor en susya rojas mejillas, dice riendotambién:

- Así se os caigan las lenguas yse las coma un can, para que no seáismaldicientes.

Ríe toda la concurrencia. Al fin,

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cuando vuelve la calma, pregunto aGilberto.

- ¿Es verdad que la lepra secura con la sangre de una doncella?Él estuvo en Oriente -digodirigiéndome a quienes nos rodean.

- Eso se cuenta, aunque de otramanera -responde el caballero-. Paraque el remedio sea eficaz, ladoncella debe accedervoluntariamente a su sacrificio.

- Doncella y que se sacrifiquevoluntariamente… -interrumpe micompañero del cascabel-. Ahora síque puede asegurarse que la lepra no

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tiene cura.- Sin embargo -dice Gilberto-,

mientras yo estaba en Trípolirestableciéndome de mis heridas, ladoncella que me cuidaba y de la queya te hablé me contó la siguientehistoria:

»Había una vez un rey de lasIndias que era uno de los monarcasmás ricos y poderosos de la tierra.Poseía rebaños de elefantes,incontables gemas, palacios demármol revestidos de oro, jardinesparadisíacos y un harén con

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quinientas mujeres tan bellas comolos propios ángeles del cielo. Y élmismo era el más bizarro y apuestode los hombres.

»Pero aquel rey que lo teníatodo un día se vio asaltado por elterrible mal. Y entonces pudo verque la riqueza, la hermosura y elpoder son tan sólo dibujos en laarena que puede borrar el menorsoplo de viento. De nada le servíanel oro, las joyas, los elefantes, losjardines y palacios. En cuanto a lasmujeres que antes se disputabancelosas sus favores, mostraban ahora

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tal asco y espanto ante su solapresencia, que el gran rey decidiódejar de visitarlas.

»Encerrado en la más apartadaestancia del palacio veía, en susoledad, cómo el mal iba día tras díaroyendo sus carnes. Inútiles erantodos los remedios de los médicosde la corte y de aquellos otros quehizo venir de los más lejanos países.Nada podía detener el avance de laenfermedad.

»Por fin un día un famosomédico griego le comunicó que lalepra sólo se curaba si bañaba el

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cuerpo enfermo en la sangre de unavirgen sacrificada con suconsentimiento. Pero, insistió, eraesencial para la eficacia del remedioque la doncella accedieravoluntariamente a ello.

«Esperanzado, el gran reyordenó pregonar por todos susdominios que entregaría la mitad desus tesoros a quien consintiera dartoda su sangre por él. Confiaba enque alguna de las doncellas pobresde su reino sacrificaría su vida parasacar a su familia de su atrozmiseria.

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»No fue así. Ciertamentenumerosas doncellas, y no sólo defamilias míseras sino también defamilias acomodadas e incluso ricas,fueron conducidas a su presencia.Pero cuando el rey quedaba a solascon la joven, los llantos y lamentosde ésta le convencían de que habíasido arrastrada contra su voluntadpor la codicia de sus parientes. Y elrey, entristecido, la devolvía a suhogar.

»Un día en que perdida todaesperanza paseaba por el másrecoleto de todos sus jardines, un

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jardín al que sólo tenía él acceso ydonde nadie podía contemplar latriste ruina de sus carnes, se vio deimproviso sorprendido por unarepentina aparición. Una muchacha,con el rostro oculto por un blancovelo, surgió tras unos macizos dearrayanes y se encaminó a suencuentro.

»¿Cómo podía aquellamuchacha haber llegado hasta aquellugar, el más recóndito de supalacio? ¿Quién era? ¿Qué quería?¿Cómo se atrevía a romper susoledad? Disponíase ya a

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reprenderla ásperamente cuando,arrodillándose a sus pies, lamuchacha dijo:

»-Perdonad mi atrevimiento,gran señor, pero he aprovechado elque mi padre duerme para hablaros.El me lo hubiera impedido.

»Era tan dulce, tan melodiosaaquella voz… Al escucharla, el reysintió que desaparecía su anteriorenojo, y mientras con un gestoordenaba levantarse a la joven lepreguntó aún sorprendido.

»-¿Tu padre? ¿Quién es tupadre?

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»-El jardinero.»Todo quedaba aclarado. El rey

ni siquiera recordaba la casita que,oculta entre los árboles, servía demorada al criado que cuidaba aquelpequeño y perdido jardín.Naturalmente el hombre tendríafamilia y aquella joven era una de lashijas del jardinero.

»-¿Y qué deseas decirme?»-Señor, mi padre dijo que os

podríais curar si os bañáis en lasangre de una doncella. Yo soydoncella y quisiera ofreceros misangre.

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»El rey permanecióinmovilizado por el asombro y laalegría. ¿Sería posible aquel milagrocuando ya había perdido todaesperanza? No, no podía ser.Ocurriría como las otras veces. Conuna voz donde se traslucía una íntimaamargura, dijo:

»-Te obliga tu padre, ¿verdad?»-No, no, él no quiere -

respondió apresuradamente ladoncella-. Soy su única hija, lo únicoque tiene, pues mi madre murió, y noquiere perderme por nada del mundo.Por eso tuve que aprovechar su

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sueño para poder decíroslo.»-Entonces -exclamó el rey

asombrado- ¿por qué lo haces?¿Piensas que tu padre apreciará másposeer la mitad de mis tesoros que tuvida?

»-Pero si yo no quiero vuestrostesoros, señor.

»-¿Qué quieres entonces? ¿Porqué lo haces?

»Pero la muchacha no contestó.Permanecía ante el rey, con la cabezainclinada, guardando un dolorososilencio. El rey retiró el velo de surostro y vio una cara bella como la

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luna, arrebolada por el rubor.Dulcemente, tomándola de labarbilla, levantó su cabeza y volvió apreguntar.

- ¿Dime, pequeña, por qué lohaces?

»-Señor, desde muy niña measomaba a la celosía cuandopaseabais por el jardín para verospasar. No había en el mundo nadamás hermoso. Después enfermasteis.Era tan triste veros así, tan triste…

»Se había interrumpido ahogadapor las lágrimas. Y el gran rey sintióalgo que nunca había sentido.

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Aquella niña a la que ni recordabahaber visto le había amado duranteaños, le había amado con un amor sinesperanza, con un amor tal que ahorale ofrecía su vida para salvarle.

»-¿Cómo podría agradecértelo?-dijo mientras le acariciaba loscabellos-. ¿Si pudiera hacer algo porti, algo que compensara tu sacrificio?

»-Sí puede. Puede darme algo.Lo que más he deseado, lo quesiempre soñé. Un día antes de vertermi sangre, tomadme por esposa.

»Y así fue como el rey desposóa la doncella que al día siguiente

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había de ser sacrificada para que élrecobrase su salud. Fue sólo unaceremonia simbólica, pues lamuchacha debería llegar virgen alsacrificio.

»Pero al día siguiente esesacrificio no se realizó. Ni al otro.Ni al otro… Al gran rey le habíaocurrido algo extraño. Le faltaba elvalor para ordenar la muerte deaquella criatura tan dulce, tan bella,que le amaba tanto y a la que éltambién amaba cada día más. Por esofue posponiéndolo hasta que unanoche entró con ella en la cámara

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nupcial para perder entre los brazosde su amada su única oportunidad desalvar la vida.

»Por amor, el rey habíarenunciado a curar su lepra. Esalepra que, también por amor, iba muypronto a pudrir las dulces carnes desu bien amada. Murieron el mismodía y a la misma hora y fueronenterrados el uno junto al otro. Ycuentan allá en Oriente que en sumausoleo nacieron dos rosales, unrosal de rosas rojas y otro de rosasblancas, que se buscan y entrecruzancomo si se abrazasen. Y ésta es la

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historia que yo escuché cuandoestaba en Trípoli sobre el reyleproso y la doncella, pero en verdadno sabría decir si en realidadsucedió o se trata sólo de una de lasmuchas leyendas que por allí senarran…»

- En todo caso -dijo micompañero de cascabel- es unahermosa historia. Si yo fuesetrovador, buen provecho le sacaríaponiéndola en verso y cantándosela alas demás por los castillos.

- Lo que saco de ella -terció el

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narizotas- es que, como no vuelvanuestro Señor Jesucristo a esta tierra,los leprosos leprosos se quedan.

- Bien que podría volver -dicela vieja campesina- a ver si nosampara de tanto mal como nosaqueja.

Ahora todos caminan ensilencio. Únicamente lo rompe elestudiante que, aproximándose a lamoza sonrosada, le va diciendo algoque yo no puedo oír. Mas debe de sermuy divertido pues la moza, alescucharlo, rompe a reír con unasonora carcajada.

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En el apéndice el lectorencontrará información sobre: lacuración de la lepra.

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8

La Virgen y el juglar

Tras de mí suena un brevegruñido. Vuelvo la cabeza y mequedo paralizado por el asombro.Del fondo de la carreta ha surgido lafigura más extraña que nunca vi. Esun hombre sumamente delgado,vestido con un traje similar al de mi

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acompañante, el del cascabel. Perotodo lo que éste tiene de jovial, lotiene de lamentable quien tan deimproviso aparece a mis espaldas.Su pelo semeja un puñado de estopaque hubieran pegado a dispersosmanojos sobre su cráneo. Fáltale unaoreja, la mitad de la mano izquierday un buen trozo de nariz. En cuanto asu boca… ¿cómo podría describirla?Torcida a un lado, el labio inferiorcaído le presta una perpetua sonrisa.Pero esta mueca grotesca que parecereír me produce una impresiónpenosa. Al ver esa sonrisa, uno

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siente ganas de llorar.- Hola, mi buen Jacques -dice

mi vecino, el de la cornamusa-; ¿tedespertaste ya?

Se ha adelantado inclinándosesobre mí. Asustado, inicio unmovimiento para bajarme de lacarreta, pero el del cascabel medetiene.

- Quieto. No temas. Nuestrobuen Jacques es más inofensivo queun ratón silvestre, y bueno como elpan.

Jacques abre su boca, como siquisiera acentuar su perpetua sonrisa

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para tranquilizarme. Después, conuna voz extrañamente gutural,pregunta:

- ¿Se queda con nosotros?- No -responde el carretero-.

Sólo nos acompaña durante un trechopara dar descanso a sus pies.

- Quiero que se quede.- Bien, bien. Se quedará. Anda,

sigue durmiendo. Yo te llamarécuando nos paremos a comer.

Obediente, vuelve a meterse enla carreta. Mi acompañante me diceen voz baja:

- Mejor así. Es como un niño y

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si le da porque te quedes connosotros, puede estar repitiéndolodurante todo el camino.

- Es feo, ¿eh? -tercia el de lacornamusa.

- ¿Pero quién es? -preguntó.- Pues eso… Jacques. Nuestro

buen Jacques*.- En realidad -dice el del

cascabel- le llamamos así. Pero nosabemos su nombre, ni quién es, nicasi nada de él. Va para un año quelo encontramos en la plaza de Foix.Estaba en medio de una multitud quese reía viéndole danzar. Porque con

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esa figura y esa cara y su manera decontorsionarse cuando danza, hacereír a cualquiera. Cuando terminóhabía quien le daba trozos de pan yalgún que otro nabo, pero tambiénhabía malintencionados que learrojaban palos, boñigas secas yhasta piedras. Nos dio lástima y lorecogimos. Ahora sigue danzando,pero nadie se mete con él. Ya seguardarán, ya… -terminó acariciandoel mango de un pequeño puñal quellevaba colgado a la cintura.

- ¿Pero por qué tiene la caraasí?

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- Bueno. Eso es una de laspocas cosas que sabemos del pobre.Siendo muy niño, en un descuido desus padres, las ratas estuvieron apunto de devorarlo. Alguien entró enla choza y no dio tiempo a que se locomiesen del todo. Porque, ¿sabes?,éste es el fin de muchos de estospequeños Jacques, de los bebés denuestros campesinos. Que se loscoman las ratas o los cerdos entre losque duermen.

- Mira aquellos álamos -dice elcompañero de las narizotas y lacornamusa-. Si no me falla la

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memoria, entre ellos mana la fuentede agua más fría y cristalina que unopueda desear. Es el sitio en quevamos a parar para comer.

Tras haber comido el pan yqueso que los juglares hancompartido generosamente connosotros, y en espera de reemprenderla marcha hacia el cercanomonasterio benedictino dondeesperamos pasar la noche, descansotendido sobre la hierba de esteameno soto. Mantengo entornada lospárpados, pero aún así vislumbro la

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grotesca figura de Jacques que seencuentra sentado frente a mí. Nopuedo quitarme de la cabeza tanto lafealdad de su rostro como esahorrible historia que de él me hancontado. Señor y Dios mío, ¿cómopuedes permitir que ocurran cosascomo éstas? ¿Por qué permites queexistan criaturas tan desgraciadascomo Jacques?

Aunque él no parece sentir supropia desgracia. Todo lo contrario.Ahora mismo está riendo con esa risasonora y gutural, esa risa que parecemás animal que humana, y canturrea

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acompañando la melodía que el de lacornamusa arranca a su instrumento.Acaso no se sienta tan desgraciadocomo yo lo veo. Nadie puedeconocer los designios del Señor nihasta dónde puede alcanzar sumisericordia.

De pronto me saca de mispensamientos una barabúnda devoces y ladridos. Abro los ojos y meincorporo para enterarme de lo quesucede. Y ante nosotros cruza a todocorrer un zorro con una jauría deperros y un grupo de campesinosarmados de estacas pisándole los

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talones.Perseguido y perseguidores han

cruzado en un abrir y cerrar de ojos.Todos nos hemos levantado para veren qué acaba la cacería.

- Maese Renart -dice el de lacornamusa-, de ésta sí que me pareceque perdéis vuestra bonita piel.

- Habrá que verlo -le respondesu compañero-. Pienso que ese zorroes mucho más listo que los perros ylos rústicos que le acosan.

Los hombres han quedado yacompletamente rezagados. Hemosperdido de vista al zorro, que debe

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de tener encima a la jauría por elfuror de sus ladridos que denotan laproximidad de la presa. Al cabo deunos minutos, tan sólo podemos yaguiarnos por los ladridos, pues a losperros casi los ha borrado ladistancia. De pronto, el de lacaperuza prorrumpe en una carcajaday grita:

- Mirad, mirad hacia esaslomas.

Y cuando miro, lo que veo es alzorro que corre por ella en direccióncontraria de la que, a unos mil pasosa la izquierda de las lomas, sigue la

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jauría ladrando como si lo tuviesebajo el hocico.

- ¿Qué te decía Pedro? ¿Hasvisto cómo les ha dado el esquinazo,cómo se ha reído de todos lacondenada vulpeja?

- Sí -intervengo-, el zorro es unanimal muy listo. Tras ver cómo éstese ha burlado de sus perseguidores,me acuerdo de una historia que mecontaba el hermano Martín.

- ¿Y qué historia es ésa? -pregunta Gilberto sonriendo.

- Una vez un cuervo habíarobado un queso y se disponía a

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comérselo en la rama de un árbol. Enesto un zorro muerto de hambrepasaba por allí y vio al cuervo con elqueso. Entones se detuvo y dijo:«Qué hermoso sois, don Cuervo. Enverdad, entre todos los pájaros delbosque no encuentro uno que, por elplumaje o lo majestuoso de su vuelopueda compararse con vos. Lástimaque no os haya oído cantar porqueentonces, si como supongo habéisheredado la voz armoniosa devuestro padre, ya podría asegurarque sois la más bella de las aves.

»Entonces el cuervo se puso a

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graznar. Y como nada más abrir supico se le cayó el queso, el astutozorro pudo apoderarse de él y salircorriendo, calmando así su hambre acosta del pobre cuervo. Y el hermanoMartín me decía que esta historiadebería servirme de enseñanza parano fiarme de las lenguas lisonjeras.»

- Es una bonita historia -dicePedro una vez que cesan las risas conque ha sido acogido mi relato-.Aunque éste y yo ya la conocíamos ymás de un trago de buen vino noshemos ganado narrándola por ahí, túla has contado muy bien. Podrías -

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dice volviendo a reír- unirte anosotros y ganarte la vida comojuglar.

- Sí -replica el de la cornamusa-. Pero para ello tendría que conocermás historias. Qué te parece,hermano Luís, si de momentorepresentamos para que lo aprendaese pasaje que tantos buenos tragosnos ha proporcionado del cuento deRenart e Isegrin.

- Me parece muy bien -diceLuis, el de la caperuza. Vamos a ello.

Los dos juglares se dirigen a la

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carreta y tras permanecer un ratitobajo el toldo, vuelven a salir. Luis seha quitado la caperuza y lleva enambas manos la imitación en tela dedos cabezas de animales que muybien podrían ser la de un zorro y lade un lobo. Pedro sostiene en lassuyas su cornamusa y un tamboril.Jacques, cuando los ve, acentúa sumueca riente y bate sus palmas conentusiasmo.

Luis se coloca la cabeza delzorro y comienza a bailar de unamanera cómica, mientras Pedroacompaña la danza con los

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instrumentos. De pronto interrumpela música y canturrea:

- Éste es maese Renart, el másastuto de los animales.

Tras ello, es Pedro quien secoloca la cabeza del lobo y baila asu vez, acompañado por el tamborilque ahora toca Luis, quien seinterrumpe para gritar a través de sucabeza de zorro:

- Y éste es maese Isegrin, mienemigo. Es el más feroz y estúpidode todos los animales.

Mientras prosiguen su danza,unos cuantos viajeros que los han

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visto desde el camino se hanacercado a nuestro ameno retiro ysentados en la hierba forman un corroalrededor de los danzantes,dispuestos a disfrutar de suespectáculo.

Al fin maese Renart y maeseIsegrin cesan en sus cabriolas einician su diálogo:

- Maese Isegrin, ¿dónde osencamináis tan apresurado?

- Vengo huyendo de unospastores que tienen jurado hacerseunas zamarras con mi piel. Y por sanJacques que casi lo consiguen.

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Fatigas de muerte me ha costadolibrarme de ellos, maese Renart.

- Sí que os veo fatigado, sí.Además parecéis mucho másenflaquecido que la última vez quenos encontramos. Por vuestro aspectono creo que las cosas os vayandemasiado bien.

- ¡Y cómo han de irme,desgraciado de mí! El invierno esduro, en los bosques apenasencuentro un vil ratoncillo quellevarme a la boca y los pastorescada vez tienen más ojos para vigilarsu ganado y mastines más feroces

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para acosarme. Así que, entre elhambre y los sobresaltos, estoy queno vivo.

- Justicia del cielo, maeseIsegrin. Porque, decidme, ¿cuál esvuestra vida? Robar y matar, robar ymatar, tan sólo eso. Luego, ¿quéqueréis? Cada uno recoge lo quesiembra. Fijaos en los santos monjes.

¿Cuál es su vida? Ora etlabora. Rezar y trabajar. Y así sonlos frutos que recogen. No haycampesino que les niegue su trigo,sus verduras, su vino o su carne.Todos corren a llenar sus trojes y

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bodegas como premio a su santidad.Y ellos comen a boca llena yduermen a pierna suelta sin ansias nisobresaltos. Y así lucen como lucen,orondos y sonrosados. En verdad osdigo, maese Isegrin, que no existe eneste mundo vida que puedacompararse a la del buen monje.

- Razón lleváis, maese Renart, ybien que me gustaría cambiar mi vidapor la suya en bien de mi alma y demi cuerpo.

- Pues no lo dudéis, haceosmonje.

- ¿Pero cómo?

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- Muy fácil. Yo os ayudaré.Empecemos por la tonsura.

- ¿La tonsura?- Sí. La tonsura. ¿Es que no

sabéis, maese Isegrin, que los monjesdeben tener la cabeza tonsurada? Sintonsura no se puede ser monje.

- Entonces, maese Renart, yo nolo seré, porque el pelo de mi cabezaes tan ralo y a la par tan fuerte, quetrabajo le doy a quien quieratonsurarme.

- Eso corre de mi cuenta.Tomad asiento y permaneced quietoy tranquilo, mientras yo hago lo que

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tengo que hacer.Mientras maese Isegrin se sienta

en la hierba, Renart, que ha tomadola cornamusa, se encamina danzandoal son de la melodía que toca hastauno de los extremos del círculo quese ha formado en torno a los juglares.Allí deja la zampona y, mediantegestos, hace ver a los asistentes queestá encendiendo un fuego. Despuésentra en el carromato y sale con unaolla que simula llenar de agua yponer a calentar al fuego. Fingemeter el dedo en la olla y lo soplaostensiblemente como si se hubiese

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abrasado. Tras ello, la coge, sedirige donde está sentado Isegrin ysimula arrojarle el agua en la cabeza.Isegrin lanza una serie de aullidos dedolor y sale corriendo con las manosen la cabeza mientras Renart seretuerce de risa. Entonces los dosjuglares se toman de la mano ydanzan al son de la cornamusa entanto los asistentes ríen y aplaudenalborozados.

- Ésta es -dice Luis- una de lastretas más celebradas del maestroRenart. Podríamos contaros muchashistorias de Renart e Isegrin y el

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gallo Chantecler, y Noble, el león.Pero ya va siendo hora de quereemprendamos todos nuestrocamino.

Llegamos a la abadía a la caídade la tarde. A poco que noshubiéramos retrasado, habríamosencontrado cerrada la puerta que daacceso al monasterio.

Pedro se ha quedadoacampando con la carreta en elexterior, junto a la muralla. Nosotros,acompañados de Jacques y Luis, quese ha despojado de su caperuza,

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cruzamos la puerta y nosencaminamos al albergue de losperegrinos.

El albergue se encuentra llenohasta los topes. Hace buen tiempo ynosotros preferimos acampar en elatrio que se abre ante el portal desanta María, donde ya se haninstalado un buen número deviajeros, en espera del limosnero queen breve se presentará con su cestoatiborrado de trozos de pan.

Yo me alegro. En una nochetemplada como ésta prefiero dormirbajo las estrellas que en una sala

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apestada por el olor que sedesprende de un montón de cuerpossucios y sudorosos.

Nos sentamos en el suelo.Pronto Jacques se incorpora ycomienza a dar vueltas entre losperegrinos. Algunos se horrorizan desu aspecto, otros, los menos, danmuestras de compasión; pero lamayoría rompe en risas y haceescarnio de su presencia.

Como si nada de aquello fueracon él, nuestro pobre Jacques siguedeambulando de un lado a otro hastallegar frente al pórtico de la iglesia.

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Puedo ver cómo se arrodilla y sesantigua torpemente. Después selevanta, y tras permanecer unosinstantes contemplando el pórticocon la mayor atención, vuelve hacianosotros.

- Está muy triste -dice al llegar.- ¿Quién está triste? -pregunta

Luis.- Ella, la señora. Está muy

triste. Ven.Comienza a caminar hacia la

iglesia. Nosotros le seguimos. Alllegar al pórtico se detiene yseñalando la imagen de Nuestra

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Señora que corona el tímpano, dice:- ¿No veis? Está muy triste.

Quiero que ría.- Tú eres tonto -replica Luis-.

¿No ves que es una imagen depiedra? Las imágenes ni están tristesni alegres. Son como son.

Miro detenidamente la estatua.La Virgen está de pie y sostiene alniño en sus brazos. Lleva razón Luis.No está triste ni alegre, porque notiene expresión. Sus rasgos sonrígidos, sin vida. Una mujer vivapuede llorar o reír; pero una imagenes eso: una imagen, una estatua de

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piedra.- Está muy triste -repite Jacques

con esa tonta obstinación de losniños pequeñitos- y yo quiero queesté alegre, que ría. Voy a bailarpara hacerla reír.

- Baila, tonto, baila -dice Luis-.Si ése es tu gusto, baila hasta que tecanses.

Jacques comienza a bailar.Aunque no sé si lo que hace puedeconsiderarse baile. Saltafrenéticamente, gira y gira sobre unsolo pie, se arroja de pronto al suelodonde se retuerce como el rabo

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cortado de una lagartija hasta que seincorpora de un salto y comienza adar volteretas. Y mientras hace todoesto, canturrea algo ininteligible y suboca torcida y deforme se abre aúnmás como si acentuara esa mueca quele hace reír perpetuamente con unarisa grotesca, y sus ojos se extravíanen un atroz bizquear que acentúa aúnmás la fealdad de aquel pobre rostromedio comido por las ratas.

Los peregrinos, formandocírculo alrededor de él, animan sudanza con palmoteos, gritos y cantossoeces, a la vez que ríen con

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estruendosas carcajadas. Yo no sécómo pueden reír y disfrutar con tanpenoso espectáculo; no sé cómo elhombre puede encontrar regocijo enla desgracia de un semejante. A mí,,por el contrario, al verle y pensar entodo lo que ha sido su vida, se meencoge el corazón.

Mas él continúa con su baile,ignorando a todos quienes le rodean,ajeno a todo lo que no sea su locaobsesión. A veces se detiene paraencaminarse al pórtico. Allí, duranteunos instantes, contempla fijamente ala Virgen. Entonces exclama con una

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voz llena de desilusión y tristeza:«Está muy triste.» Y tras ello,reanuda de nuevo su frenética danza.

La aparición del limosnero haroto el ruidoso círculo que se haformado en torno a Jacques. Lamuchedumbre cesa en su bulla y ensus risas y se dispone a recibir lapitanza. Sólo nuestro juglar continúaentregado al baile, sin atender elreclamo de la comida. El limosnerole mira con enojo y exclama:

- ¿Qué haces tú, loco? Deja desaltar y vuelve aquí. No estamos enla plaza pública, sino ante la casa de

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Dios.Pero Jacques sigue saltando y

contorsionándose, como si aquellaspalabras no fuesen con él.

- Es inútil que le grite, hermano-dice uno de los presentes mientrastiende su mano en busca del trozo depan moreno-. El muy loco no le harácaso. Se ha empeñado -añaderompiendo en una sonora carcajada-en divertir a nuestra Señora.

- Ahora -responde el hermanomalhumorado- daré cuenta de ello aquien va a terminar con estadiversión.

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Tras repartir el pan a losperegrinos el limosnero, se va.Vuelve acompañado de dos monjes.Uno de ellos, un monje grueso yrechoncho, con rosadas mejillas yojuelos pequeños y chispeantes,exclama:

- ¿Qué pasa aquí? Éste es lugarde oración, no de volatines yjolgorio. Vamos, tú, deja ya dedanzar, si es que a eso se le puedellamar danza.

Jacques prosigue con sus giros,saltos y cabriolas, como si no leoyera. El monje se dirige hacia él,

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airado. Intentando calmar su enojo,Luis intercede.

- Deje, padre, yo lo arreglaré.Es un inocente y no sabe lo que sehace.

- Un inocente, un inocente…Más valdría que se entregara a laoración, en lugar de a esa danza queaquí es como una blasfemia.

Al escuchar la palabrablasfemia, se santiguan algunosperegrinos. Entonces Gilberto,levantándose del suelo donde estabasentado, dice con voz suave:

- ¿Por qué va a ser una

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blasfemia? ¿Por qué no puede ser esadanza la manera que tiene este pobrehermano nuestro de orar, de ofrecersu corazón a nuestro Señor y a suSanta Madre?

- ¿Quién eres tú -dice el monje-para discutir conmigo sobre lo que esblasfemia u oración? ¿Qué sabes túde estas cosas?

- Sí sabe -digo en un súbitoarranque-. Él peleó en Tierra Santa yderramó su sangre por la conquistadel reino de Dios, y oró ante elSepulcro de nuestro Señor Jesucristoen Jerusalén.

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Con sorpresa no exenta de duda,el monje contempla a Gilberto.Ciertamente, sus humildes vestidosno pueden testificar mis palabras.Pero hay algo en él, en su gigantescaestatura, en el señorío de suexpresión, que hace vacilar al fraile.Entonces su acompañante, un monjealto y demacrado, de miradaprofunda, autoritaria y tierna,interviene:

- Tan sólo Dios ve el fondo delas almas. Razón tiene esteperegrino. Ni su paternidad, ni yo, ninadie, podemos decir si esa danza es

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una blasfemia o una oración.Dejemos que sea nuestro Señor y suSantísima Madre quienes decidan.

Mucha debe de ser la autoridadde este monje, pues aunque sucompañero no parece muyconvencido por sus palabras, lasacata en silencio. Ambos frailes sealejan dejando que nuestro pobreJacques continúe con su loca danza.

Cae la noche y los peregrinos,cansados ya del espectáculo, se hanechado en el suelo para dormir.También Luis, desistiendo deconvencer a su compañero, tras

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comerse el trozo de pan se entrega alsueño. Yo permanezco sentado juntoal caballero, mirando a Jacques conprofundo pesar, y observando sussaltos, sus muecas y cabriolas. Devez en cuando se detiene. paraencaminarse hacia la imagen depiedra y, tras mirarla durante unosmomentos y comprobar cómo -segúndice él, pobre loco- continúa muytriste, reemprende su danza. Y no sépor qué, el observar todo esto llenade amargura mi corazón.

Me incorporo sobresaltado.Jacques, que llevaba un buen rato

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girando vertiginosamente sobre laspuntas de sus pies, ha caído a tierracomo fulminado por un rayo. Sucabeza, al chocar con el suelo, haresonado con un ruido sordo. Medirijo corriendo hacia él, seguido porLuis y Gilberto.

Jacques permanececompletamente inmóvil, boca arriba,con los ojos muy abiertos clavadosen el cielo. Gilberto, inclinado sobreél, toma su muñeca izquierda y.coloca su mano sobre el corazón.Tras unos instantes se incorpora ydice:

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- El pobre ya no bailará más.Está muerto.

- ¡Está muerto! -grita Luis en unsollozo-. Nuestro desgraciadoJacques está muerto.

Se arrodilla junto al caído, ytomándole la mano como parainfundirle su calor llora condesconsuelo.

- ¡Es un castigo de Dios! -gritajunto a nosotros una mujer-. Dios leha castigado por blasfemo.

Y haciéndose eco de la mujer,la muchedumbre de peregrinos quede nuevo ha vuelto a arremolinarse

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junto a Jacques comienza a gritar:- ¡Castigo de Dios! ¡Blasfemo,

blasfemo!Un hombre de rostro deformado

por las bubas y enrojecida nariz debeodo se inclina para coger elcadáver mientras grita:

- Saquémoslo de este lugarsagrado y arrojémoslo a los perros.

Pero antes de que su mano sepose sobre el cuerpo del pobreJacques se cierra la de Gilberto entorno a su pescuezo y, levantándolemás de dos varas, le arroja a largadistancia contra el suelo como si

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fuese un pelele. Después, haciendovoltear sobre su cabeza su cayado, seencara con la muchedumbre que serevuelve alrededor de nosotros, ycon voz serena pero firme dice:

- A quien se acerque, le abro lacabeza. Juro por Dios y santa Maríay yo nunca juré en vano, que a quienlo toque, lo mato.

Luis se ha colocado junto alcaballero, empuñando su puñaltambién dispuesto a enfrentarse a lamultitud. Pero Gilberto no precisaayuda. Hay algo en él, en sugigantesca estatura, en la tremenda

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fuerza de la que ha dado buenamuestra arrojando a un hombre tanlejos como otro cualquiera podríaarrojar un gato y, sobre todo, en esaimpresión de valor sereno que sedesprende de toda su persona, capazde infundir pavor al más osado.Aunque refunfuñando, la gente seaparta poco a poco de nosotros.Cuando los ve más calmados,Gilberto dice:

- Ahora permanecerá aquí.Cuando amanezca, los monjesdispondrán dónde se le da sepultura.Ellos son los únicos que deben

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decidir.Gilberto se inclina sobre el

cadáver y, apoyando sus dedos sobrelos párpados, le cierra los ojos. Trascubrir el cuerpo con su capa, medice:

- Vamos, Moisés. Tiéndete aquíconmigo. Te hará bien dormir.

- ¿Tú crees que, como dice esagente, ha sido un castigo de Dios?

- ¿Por qué iba a castigarle? Élno estaba haciendo ningún mal. No,Moisés, no es un castigo de Dios. Esque su pobre corazón no ha podidoresistir el esfuerzo de su vertiginosa

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danza. Puede que sea lo mejor que lepodía ocurrir.

Gilberto cierra los ojos. Yopermanezco a su lado, pero no puedodormir. Miro el cadáver del pobrejuglar a quien Luis, de rodillas juntoa él, vela en silencio. Elevo mis ojosal cielo. ¡Qué hermosa noche! Brillaninnumerables estrellas y cual unreguero de leche se destaca esecamino que Dios trazó en elfirmamento para indicar a losperegrinos la ruta del sepulcro delApóstol, ese sepulcro que nosotrosno hemos podido visitar. «¿Por qué

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Dios, creador de tanta hermosura,permitió la existencia de una criaturatan triste y desgraciada como elpobre Jacques?» Pero cuando mehago esta pregunta, recuerdo laspalabras del hermano Martín:«Nunca, hijo, juzgues los designiosde Dios.» No, no debo juzgarlos. Séque es un gran pecado pensar comoacabo de hacerlo. Empiezo a rezarpara que me perdone, y el Señordebe acoger bien mi oración, puesenseguida me concede la paz y elolvido de un profundo sueño.

Me despierto de súbito, y no es

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la luz del día que ya besa mismejillas, ni el trino de los pájarosque pueblan los árboles del huerto loque me ha despertado. Es otro ruido,el ruido de cien bocas que gritan yrezan. Incorporándome al tiempo queGilberto, ambos nos dirigimos haciael cadáver del juglar a quien otra vezha rodeado la multitud. Pero no setrata como antes de unamuchedumbre amenazante. Ahoratodos permanecen de rodillas junto alpobre muerto. La mujer que antesgritaba blasfemo, ahora clama: «Esun santo, es un santo». Muchos

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gritan: «¡Milagro, milagro!»,mientras otros se limitan a rezar ocantar himnos al Señor.

Miro el cadáver y no veo nadade particular en él. Está como lodejamos, blanco, los ojos cerrados,su rostro desfigurado por lashorribles huellas que le causaron lavoracidad de las ratas. Sólo esacicatriz de la boca que semeja unaperpetua sonrisa grotesca parecedulcificada, prestándole a su caramuerta una expresión serena quenunca tuvo en vida.

Arrodillados ante la puerta del

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templo está una buena parte de losasilados, gritando milagro yelevando sus rezos y cantos al Señor.Me aproximo para ver qué ocurre, ycuando llego al pórtico todo micuerpo se estremece en un intensoescalofrío, un escalofrío que meconmueve como nada hasta entoncesme había conmovido, ni nada jamásme volverá a conmover así. Llorandode emoción, yo también caigo derodillas y grito milagro, y comienzo arezar y a cantar himnos al Señor.

La imagen de Nuestra Señora,aquella imagen de piedra que el

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pobre juglar consideraba tan triste,tiene ahora su rostro iluminado poruna alegre, tierna y celestial sonrisa.Tal como Jacques, nuestro buenJacques, pretendía con su danza, laVirgen, al fin, se estaba riendo…

En el apéndice el lectorencontrará información sobre: lasfábulas, el román de Renart y eljuglar de Nuestra Señora.

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9

La ermita en el bosque

Abandonamos el monasteriohace ya días. Allí quedó el buenJacques. Aquel cuyo cadáver decíanhabría de arrojarse a los perrosreposa ahora en la iglesia de laabadía en el sitio de honor, junto alas tumbas de los abades, como

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muestra del favor que Dios y suSanta Madre concedieron al máshumilde y desdichado de sus hijos yperpetuo ejemplo de la misericordiadel Señor para todos losdesgraciados de este mundo.

También nos separamos dePedro y Luis, sus jovialescamaradas. La verdad, echo en faltasu compañía. Y más ahora quecaminamos Gilberto y yo por estebosque sombrío y solitario.

Ya estoy en lo que, según elcaballero, constituyen mis dominios.La tierra que piso desde hace dos

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días, incluyendo este enorme bosque,es de mi propiedad. Qué extraño mesuena esto a mí, que crecí en laestrechez de un monasterio en ruinas,sin más bien que las cuatro verdurasque cultivaba el hermano Martín; quehace tan sólo unos meses sobrevivímalamente a los rigores del inviernogracias a los grajos que cazaba conla liga que Martín y yo habíamossacado de las bayas del muérdago.Sí, qué extraño e increíble resultaescuchar que yo, pobre de mí, soy elseñor de todas estas tierras quevamos pisando.

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Aunque si todas son como estebosque por el que ahora marchamospoca ilusión me hace, la verdad.Nunca vi nada más triste y sombrío.Los robles centenarios levantan suscopas sobre nuestras cabezasformando con sus ramas una bóvedaque apenas deja entrever la celeste.El musgo que cubre sus rugosostroncos tiene un color blancuzco querecuerda el de la carne muerta. Devez en vez surge algún ruido de laespesura que me sobresalta de temor,y aunque me digo que seguramente essólo un venado o un jabalí que se

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abren paso a través de las matas, nopor ello acabo de tranquilizarme.Sólo pensar que la noche nos puedasorprender sin abrigo en lugar tanlúgubre me encoge el corazón.

- Qué lugar más tétrico -nopuedo por menos de exclamar.

- ¿Te asusta este bosque? -diceel caballero.

- Sí -respondo-. Parece unbosque encantado. El bosque deOberón.

- Oberón… -y el caballerosonríe dulcemente al repetir estenombre-. ¿Qué sabes tú del viejo

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Oberón?- Poco. Lo que me contó el

hermano Martín. Que los campesinostemen adentrarse en los bosques portemor a encontrarse en ellos aOberón, el rey de las hadas.

- ¿Sabes? Cuando yo era muyniño, mi vieja nodriza me asustabacon Oberón. Si eres malo -decía- y tealejas de casa para buscar nidos, teencontrarás cualquier día con elseñor del bosque. Y me hablaba deOberón, me hablaba como si más deuna vez se lo hubiera encontrado. Mehablaba tanto y tanto, que yo soñaba

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con él. De ahí que cuando lo hasnombrado me haya visto de nuevosiendo niño, acostado junto a minodriza y fantaseando con elmaravilloso señor del bosque.

- ¿Pero existe Oberón?- Sí, existe. Existe al menos en

la imaginación de nuestroscampesinos. Y sin duda, existía paramí. Yo podía verlo de noche cuandocerraba los ojos. Podía verlo talcomo me lo describía mi ama: unenanito bello como el sol, pues unhada que no había sido invitada a lasfiestas de su nacimiento le condenó a

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no crecer; mas luego, arrepentida, leotorgó el don de ser el hombre másbello de la tierra.

- ¿Pero él no es un hombre?- No, no es un hombre. Su

madre era el hada Morgana y supadre un mortal, un gran emperador.Y las hadas, al nacer, le concedieronsus dones. Ya te he dicho que laprimera, tras condenarle a no crecer,le dio la hermosura; una segunda leotorgó el don de adivinar todos lospensamientos y sentimientos de loshombres; la tercera el de desplazarsea cualquier lugar con la rapidez del

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pensamiento; la cuarta que cualquierave o bestia salvaje acudiríamansamente a su mano cuando él lodesease; y, finalmente, una quinta leagració con el más envidiable detodos los dones: conocer los secretosdel paraíso y escuchar y entender loscánticos de los ángeles de Dios.

- Entonces, si él mismo es comoun ángel, ¿por qué infunde temor?

- Infunde temor porque, comolos ángeles, puede premiar perotambién puede castigar. Si eresbueno -decía mi ama- acaso un día enque te halles perdido en lo más

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profundo de un bosque veas aparecera un hombrecillo bello como el sol,que viste un gran manto de sedabordado en oro y lleva colgado alcuello un cuerno de oro y marfil.Entonces no temas, sino regocíjateporque es Oberón. Él, continuaba midoncella, podrá librarte de cualquierpeligro. Con el son de su cuernomágico hará brotar una fuente deaguas fresquísima que aliviará tused: también el son de su cuerno tetrasladará desde donde te encuentresa su ciudad, Mommur, capital delreino de las hadas. Pero si fueses

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malo ese cuerno que puede levantarlas más terribles tormentas te harácantar y danzar sin que puedas dejarde hacerlo hasta que caigas muerto.Esas son las cosas -concluyóGilberto- que me contaba mi nodrizadel pequeño Oberón. Pero comonosotros no somos malos -añadiósonriendo- no debemos temerle. Noes el del rey de las hadas elencuentro que debe atemorizarte eneste bosque.

Tiene razón Gilberto. Son otroslos peligros reales que acechan enlos bosques. Mas, sin embargo,

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mientras camino a su lado, no measalta el temor de los hombres o lasfieras. Son esos otros seresmisteriosos que surgen en mi fantasíaconforme, al declinar el sol, aumentala lobreguez de este lugar los quealimentan mi miedo.

Afortunadamente hemos idodescendiendo lentamente hasta unavaguada menos temerosa y másrisueña que esa espesura de arbustosy robles centenarios. Corre unriachuelo por ella, flanqueado porfresnos, chopos y alisos. Alegranuestros oídos el trinar de los mirlos

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ocultos en su enramada, y nuestravista los vivos colores de un martín-pescador que zigzaguea a ras de aguaen busca de una presa. Y aunque unalínea carmesí nos anuncia la próximaentrada de la noche, pienso que éstaserá más llevadera en tan amenolugar.

Pero no vamos a tener que pasarla noche bajo las estrellas. A lavuelta de un recodo del río, nostopamos con una pequeña ermita.

El ermitaño, que está cavandosu pequeño huerto, deja su trabajopara observarnos con desconfianza.

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Gilberto procura tranquilizarlosaludándole mientras sonríeamablemente.

- A la paz de Dios, hermano.¿Podría acogernos esta noche bajo sutecho?

El ermitaño tarda algo encontestar. Al fin se decide.

- Poco amparo os puedoofrecer, pues la pobreza es la señorade este lugar.

- Con poco nos conformamos -le interrumpe Gilberto-. Por muyhumilde que sea su abrigo, siempreserá mejor que pasar la noche en el

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bosque.- Tenéis razón. Un techo y unos

nabos cocidos sí os puedo ofrecer.Es lo único que tengo, ya os dije quesoy muy pobre.

- Nosotros también lo somos,pero un trozo de pan y algo de quesopodemos añadir a su cena. Dios lepague su caridad.

El ermitaño parece mástranquilo. Sin duda la imponentepresencia de Gilberto le infundiócierto temor, aunque él tampocosemeje hombre que se deje avasallarpor cualquiera. Los años que cargan

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sus espaldas no parecen habermermado su natural robusto. Aunqueno tanto como Gilberto es un hombrealto, y la amplitud de su torso y elgrosor de sus muñecas son clarasseñas de fortaleza, y su nariz deáguila y el brillo metálico de susojos denotan una ferocidad máspropia de guerrero que de hombre deDios.

Ha entrado la noche y noshallamos sentados en el interior delalbergue del ermitaño terminandonuestra humilde cena. Tenía razón enponderar su pobreza, aunque lo

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hiciera motivado por el temor. Mirochisporrotear un tronco en el hogar yrecuerdo a ese otro queridoermitaño, el hermano Martín. ¿Quéserá de él? Ojalá Nuestro SeñorJesucristo le haya librado de todomal. Más de una vez he sentido eldeseo de volver con él, olvidandoesta loca aventura en que me hametido Gilberto. Sin embargo, hayalgo en mí que me incita a confiar enel caballero y seguirle hasta el finalde nuestra empresa.

El reflejo de las llamas acentúaaún más el aspecto feroz del rostro

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del ermitaño. Una vez más atrae miatención su perfil de ave de rapiña ysus ojos fieros y brillantes.Aprovechando que se aleja unospasos para tomar unas ramas con queavivar el fuego, le digo en un susurroa Gilberto:

- ¿Habéis notado que elermitaño parece un halcón?

Gilberto, que durante muchotiempo ha estado también mirandodisimuladamente pero con insistenciaal ermitaño, se limita a sonreír. Perocuando el hombre vuelve a ocupar suasiento, dice en voz alta.

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- Mi joven compañero haobservado que parecéis un halcón.Es curioso como hay gente que, afuerza de convivir con algunosanimales, acaba semejándose a ellos.De ahí que a mí no me extrañe, comoextraña a mi acompañante, que unmontero tenga parecido con unhalcón.

Al oír estas palabras los ojosdel ermitaño se encienden con unamirada de fuego. Después se levantade un salto empuñando un cuchillo demonte, dispuesto a lanzarse sobreGilberto. Pero éste, que se ha

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incorporado también, le detieneextendiendo su brazo con un gestoimperioso al tiempo que exclama:

- ¿Desde cuándo Bruno, elmontero de los condes de Forner,desenvaina su acero contra su antiguoamigo, Gilberto de Montsalve?

Al escuchar estas palabras elermitaño se ha detenido comopetrificado. Después observa aGilberto atentamente, cual si quisieragrabar en su mente cada uno de losrasgos de su cara. Al fin se arrodillade pronto ante Gilberto y tras besarlela mano, que ha tomado entre las

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suyas, exclama:- ¡Gilberto de Montsalve!

Todos decían que había muerto enTierra Santa y el Señor nos lodevuelve en un milagro. ¡Bendito seasu Nombre!

Gilberto le ha ayudado aincorporarse, y mientras mantiene lamano cariñosamente apoyada en suhombro dice:

- Mi buen amigo, hablando demilagros, también lo pareceencontrar en estas soledades a unvaliente cazador y soldadoconvertido en un piadoso y humilde

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ermitaño. ¿A qué se debe estatransformación?

El ermitaño, tras mantenerseunos instantes en silencio con lacabeza baja, dice al fin:

- Abandoné el mundo paraexpiar un pecado.

- ¿Qué pecado?- Ese es mi secreto.Tras permanecer un momento

observándole en silencio, Gilbertodice:

- Ésta es una noche de milagrosy secretos. Voy a confiarte yo el mío.Moisés, ven aquí.

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Cuando llego a su lado, en unrápido movimiento, Gilberto mequita el jubón y, alzándome el brazo,le muestra al ermitaño la marca quetengo bajo la axila.

- ¿Conoces esta marca, verdad?Es una señal de nacimiento. Unaseñal que ya tenía este niño cuando,hace once años, otro ermitaño losacó del río donde flotaba amarradosobre un escudo y rodeado decadáveres.

El ermitaño se ha quedadoblanco como la nieve. De pronto sevuelve y postrándose ante un Cristo

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que cuelga en la pared, exclama:- Gracias, Señor. Tuviste

misericordia de mí y perdonaste mipecado. ¡Bendito seas!

Nos hallamos de nuevo los tressentados junto al hogar. El ermitañopermanece contemplando elresplandor de las llamas, en unsilencio que ni Gilberto ni yoqueremos interrumpir. Sin duda suspensamientos están muy lejos de estetiempo y este lugar. Por fin lanza unprofundo suspiro y, volviéndosehacia Gilberto, dice:

- Hace poco me preguntasteis

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cuál fue mi pecado. Creo que ya oslo puedo confesar, pues acabo decomprobar que si bien pequé, mipecado no fue el crimen horrible quedurante todos estos años atormentómi conciencia. Cuando escuchéis loque os voy a contar, comprenderéisque no fui yo el principal culpable yque incluso serví de instrumento alSeñor para desbaratar el designio delmalvado y salvar al inocente.

»Poco después de recibir lanoticia de que el señor Robert deForner había muerto víctima de lapeste en Antioquía, su hermano

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Yvain comenzó a dar muestras de unaambición que durante la vida delprimogénito no había osadomanifestar. Sin duda Yvain temíamás a aquel Robert, aun estandolejos en Tierra Santa, que a este otroRobert, su joven sobrino, aquí en sufeudo. De ahí que cuando un añodespués de la muerte del antiguoseñor de Forner, su herederopereciera víctima de un extrañoaccidente durante una cacería, fueranmuchos los que vieron en aquelaccidente la mano de Yvain deForner.

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»Ahora el título correspondía alpequeño Robert, de apenas tres años.Menguado obstáculo para losdesignios de Yvain. Su madre, lajoven viuda, señora de Montagut,debió así comprenderlo ya quedecidió poner a salvo a su hijo de laambición criminal de Yvain.

»Cierto día, el pequeño Robertdesapareció misteriosamente. Se dijoque el culpable había sido su tíoabuelo Yvain, y el señor deLaurogois y Gilles de Lambez sealzaron en armas en contra de él. Sinembargo, otros muchos pensaban que

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Yvain era ajeno a esa desaparición, eincluso que ésta sé había realizadopara burlar sus designios. El hechoes que ofreció una bolsa de monedasde oro a quien pudiera dar noticiasdel niño, y redobló la vigilancia entodos los caminos para evitar quenadie sin su consentimiento pudierasalir de los dominios de Forner.

»Una mañana en que yo andabaadiestrando a un rebelde azor en elsoto que se extiende al pie del tesosobre el que se alza el castillo, lajoven viuda de Robert de Forner, quecabalgaba acompañada de una

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azafata y un escudero, se acercó a míy se puso a observar mi trabajo conel azor. Tras hacerme algunaspreguntas sobre el arte de la cetrería,bajó la voz para que no pudieranoírla sus acompañantes que estaban aunos pasos de distancia, y me dijo:

»-Siempre fuiste fiel a losseñores de Forner y sé el afecto quesentías por el padre de mi difuntoesposo. ¿Puedo confiar en ti?

»-Pedidme lo que queráis,señora -le respondí bajando tambiénla voz.

»-Nadie como tú conoce estos

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bosques. Mi deseo es que a través deellos, y con el mayor secreto, llevesalgo que me es muy preciado alcastillo de mi padre, el señor deMontagut. Toma este anillo -añadiópasándome una sortija con disimulotras darle yo mi respuesta afirmativa-y muéstralo al rabadán que tiene sumajada al pie de la Peña Negra. Él tedará lo que tienes que llevar aMontagut.

»Al día siguiente me dirigí a laPeña Negra y presenté al rabadán elanillo de la señora. Éste, trasexaminarlo, entró en su choza y salió

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llevando de la mano un niño de unostres años. Le reconocí a pesar de suaspecto, bien distinto al que tenía enel castillo. Era el pequeño Robert deForner.

»Fue entonces, cuando elEnemigo se apoderó de mí. A pesarde los muchos años transcurridos,todavía no puedo explicarme cómopude cometer tal felonía. ¿Fue elbrillo de oro que prometía Yvain loque me deslumbró, o fue acaso laambición, pues también pensé queaquella acción me atraería losfavores de quien de hecho gobernaba

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ya el señorío de Forner? No lo sé. Elcaso es que tras decir al rabadán quevolvería al día siguiente pues debíahacer algunos preparativos paradesempeñar con más seguridad mimisión, salí al paso de Yvain deForner que se dirigía con susmesnadas a enfrentarse con el señorde Laurogois y Gilles de Lambez, yle revelé lo que jamás debí revelarle.

»-¡La joven baronesa…! -exclamó Yvain con ironía-. Bien,cumpliremos su encargo. Vuelve apor el niño y condúcelo a Montagut,tal como desea su madre. La única

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diferencia es que no llegará allí.Mátalo y entiérralo en el bosque. Siobras conforme a mis deseos, yosabré recompensarte; pero si meengañas, te arrepentirás de habernacido.

»Quedé como si hubiera caídoun rayo a mis pies. Aunque debía dehaberlo previsto, nunca pensé queaquel monstruo fuera a matar al niñoy menos que tuviera que hacerlo yocon mis propias manos. Pero ahoraya no era la ambición ni la codicia loque me dominaba, sino el miedo. Yera el miedo lo que me movió a

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ejecutar aquel criminal encargo.»Al día siguiente cabalgaba por

el bosque con el niño. Muchas vecesmi mano se había cerrado sobre laempuñadura de mi puñal y otrastantas había vuelto a abrirse incapazde realizar el sangriento encargo.Pero tenía que decidirme de una vez.El río cerraba mi paso marcando ellímite de las tierras de Forner. Teníaque hacerlo ahora. No podía pasar deallí.

»Descabalgué y llevando alniño de la mano me dirigí, dispuestoa degollarlo, a la orilla del río.

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Entonces vi que el agua arrastrabanumerosos cadáveres de hombresarmados. Sin duda, Yvain había dadola batalla a sus enemigos junto al río,y aquellos eran los despojos de lamisma.

»Un guerrero medio sumergidobajaba hacia mí con un gran escudosujeto a su mano por una correa.Entonces tuve una iluminación. Nome mancharía con la sangre de aquelinocente, sino que confiaría su vida ala misericordia de Dios.

»Entré en el río y tras despojaral cadáver de su escudo, le dejé

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seguir aguas abajo. Después, trasdesnudarle de su jubón, até a pesarde su llanto al pequeño sobre elescudo y lo confié a la corriente. Vicómo se alejaba tan seguro como sifuera en una barca. Entonces montéen mi caballo y me dirigí al castillo.

»Yvain había vencido en labatalla. Cuando me recibió su rostroaún reflejaba el esfuerzo de la luchay la alegría del triunfo.

»-¿Cumpliste mi encargo?»Mi respuesta fue entregarle el

rasgado jubón, manchado con lasangre de un cervatillo que había

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matado en el bosque.»-¿Juras, pues, que el niño está

muerto?»-Juro por la salvación de mi

alma -respondí- que dejé al niñoentre los muertos.

»-Bien -dijo con una sonrisafeliz- y yo juro que el señor deForner te sabrá recompensar.

»Y así fue. Vencidos susenemigos, desaparecido el herederoa quien pronto se declaró muerto,Yvain pasó a ser el señor de Forner.La joven viuda volvió pronto con supadre al castillo de Montagut,

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librándome así de una presencia queme recordaba mi felonía. Mas apesar de que Yvain cumplió suspromesas y me colmó de oro yhonores, la conciencia meatormentaba sin cesar. Un díaabandoné todo y me retiré a estaermita donde me habéis encontrado.Y ésta es la historia de mi horriblepecado. Mas la presencia de esteniño me indica que Dios en sumisericordia tuvo a bien concedermesu perdón.

En el apéndice el lector

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encontrará información sobre:Oberón, rey de las hadas.

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El juicio de Dios

Cuando veo la horca alzadapara mí, no puedo dejar de recordaraquel sueño repetido durante los díasen que yacía víctima de laenfermedad que me asaltó envísperas de nuestra partida aCompostela.

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Resulta curioso cómo algunossueños o ensoñaciones que he tenidose están tornando realidad. CuandoGilberto me contó la historia delCaballero del Cisne tal como laescuchó a un juglar que volvía devisitar el sepulcro de Santiago, yome decía durante las noches, antes deconciliar el sueño, si mi historia nosería similar a aquella historia. Y loque semejaba locura ha resultado,según la narración de Bruno elhalconero, verdad. Pues yo también,como los siete infantes del relato,soy hijo de un gran señor; y también

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a mí, como a aquellos niños sumalvada abuela, un tío abuelomalvado ordenó darme muerte; y, lomismo que con ellos, el hombre quedebía acabar con mi vida tuvocompasión de mí y me abandonó, sino en lo profundo del bosque, a lacorriente del río; e igual que a ellosme recogió y crió un santo ermitaño;y ahora un caballero que vino comocaído del cielo va a luchar para queyo alcance la nobleza o la muerte..

Miro otra vez la horca que sealza tras los límites del palenque yme estremezco de terror. Dentro de

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muy poco, mi pobre cuerpo puedeestar colgado de ella, ofrecido comopasto a los cuervos. Y una vez másrecuerdo aquel sueño que tuve dondeaparecía un hombre a quien iban acolgar de una horca, y cómoaterrorizado comprobaba que elhombre a quien iban a ahorcar era yomismo, y cómo caía a un pozoprofundo y me recogía un hombredulcemente en sus brazos, y cómo mellevaba a un estrado lleno de damas ycaballeros, y un caballero vestidoregiamente me colocaba unadiadema. Y ahora el sueño se ha

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hecho realidad, porque la horca estáallí, y puede que dentro de poco yoesté pendiendo de ella; pero tambiénpuede que me amparen los brazossalvadores de Gilberto y meconduzcan hasta ese resplandecienteestrado donde se encuentran las másnobles damas y caballeros, y el másalto de ellos, el propio conde deTolosa, me otorgue el título de barón.

Mentiría si negara que tengomiedo como también debe tenerloBruno, pues su destino puede ser aúnpeor que el mío, ya que si la suertenos es adversa será despedazado por

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falso testimonio contra su señornatural. Sin embargo, a pesar de mimiedo, en lo más profundo de mí latela esperanza. Tengo fe en Gilberto.Él me ha llevado a esta aventura yalgo me dice que no me puede fallar.

Gilberto se ha presentado consu verdadero nombre, porque ya elconocimiento de que está vivo anadie perjudica. Su esposa hamuerto. Recuerdo su contenido dolorcuando Bruno le comunicó la noticiade la muerte reciente de la dama, élque tan noblemente había renunciadoa ella por no perjudicarla. Recuerdo

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cómo se le llenaron los ojos delágrimas y cómo, al cabo de un buenespacio de tiempo, volviéndosehacia mí dijo que ya no necesitabaocultar su nombre, por lo que midefensa no la asumiría un caballeroque ocultase sus armas y su rostro, alamparo de sus propias armas, sino elcaballero Gilberto de Montsalve.

Y así ha ocurrido. Pasan antemis ojos como en un sueño todos losacontecimientos de estos últimosdías. Puedo ver, tal si estuvieraocurriendo en este preciso momento,

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cómo Gilberto con una bolsa llena debasantes de oro que tenía oculta bajosus pobres hábitos -oro, que, segúnme dijo, aún le restaba del que le dioel judío del El Cairo por el fabulosocarbunclo, único recuerdo de lamisteriosa Uma- adquiere, caballo yarmas para transformarse encaballero. Puedo ver cómo vestidocon sus armas se presenta en la cortede Tolosa, entonces de fiestas, y enla que se hallaba Yvain de Forner, ycómo delante del propio conde deTolosa le acusa de felón y traidor. Yel asombro del conde, primero al ver

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ante él, vivo, al compañero de supadre Raimundo de Tolosa en TierraSanta, a ese señor de Montsalve aquien todos daban por muerto;después al escuchar las acusacionesque lanzaba contra Yvain de Forner.Y la ira del barón ante las palabrasde Gilberto, y su mentís al queresponde el caballero arrojándole suguante para tras ello presentarme amí, que temblaba de miedo, al condede Tolosa como el auténtico ylegítimo heredero de la baronía deForner, aduciendo como prueba demi derecho mi marca de nacimiento y

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el testimonio del montero Bruno. Sí,ahora, en estos momentos angustiososen que la historia llega a su fin,puedo ver todas estas escenas comosi en lugar de recordarlas, estuvierandesarrollándose ante mis propiosojos:

Eran días de fiesta en la cortede Tolosa, y el gran salón delcastillo de los condes lucía con laspompas de sus mejores galas. Yoestaba deslumbrado ante talesplendor. Aquel salón de techoabovedado tan alto como el de unaiglesia, con paredes cubiertas con

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tapices, alumbrado por mil antorchasque tornaban la noche en día; aquellamultitud de damas y caballerosvestidos con las más lujosas sedas ybrocados; aquellas largas mesas deroble cubiertas de blancos mantelesentre las que iba y venía una multitudde criados portando grandes fuentesde carne, de caza, de pescado, defrutas, así como enormes jarrosrepletos de vino rojo con el quecontinuamente llenaban las copas deplata de los comensales, todo ellocausaba en mí, criado en la estrechezy la pobreza, tal impresión que no

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sabía si era real o lo estaba soñando.Pero era real. Yo seguía a

Gilberto, que ya no era el pobreperegrino enfermo y medio ciego queuna noche de nieve y ventisca llegóperdido a nuestro monasterioabandonado, sino un soberbiocaballero que, vistiendo sus propiasarmas, marchaba precedido por unheraldo hacia la mesa principalpresidida, imponente en su pompa ymajestad, por el conde de Tolosa. Ycuando el heraldo pronunció sunombre todas las damas y caballerosse alzaron de sus asientos para

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mirarnos asombrados. Y yo,viéndome el centro de tantasmiradas, hubiera querido en eseinstante que el suelo se abriese bajomis pies y hundirme hasta lo másprofundo de la tierra. Pero no,continuaba allí detrás de Gilbertoque había llegado hasta el estradodonde se sentaba el conde y, trasdoblar la rodilla y besarle la manoen señal de sumisión y vasallaje, sealzaba de nuevo para con voz firmedecir:

- Mi noble señor. Ante vos sepresenta Gilberto de Montsalve, que

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sirvió con vuestro padre, mi amadoseñor el conde de San Gil, en TierraSanta y a quien Dios preservó la vidapara que ante vos pueda demandarjusticia. Yo acuso de traición yfelonía a Yvain de Forner, que sehace llamar falsamente barón deForner, usurpando así el título quetan sólo corresponde al legítimoheredero de Robert de Forner, miseñor natural, que encontró la muerteen Antioquía, en cuyos murosbravamente batalló por la conquistade los Santos Lugares.

Una confusión de voces

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interrumpe el discurso de Gilberto.Yvain de Forner, que se encuentrasentado junto al conde, se ha erguidoairado echando mano a su espada.Pero el conde, con un ademánautoritario, le obliga a sentarse yluego, tras imponer silencio a losasistentes, dice:

- Muy graves son vuestrasacusaciones, y más cuando elacusado es vuestro señor el barón deForner. Pero habéis llegado hastaaquí en demanda de justicia y se osescuchará. Pido silencio mientras elseñor de Montsalve diga lo que tiene

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que decir.- Gracias, señor -responde

Gilberto una vez restablecido elsilencio-. Habéis dicho que acuso ami señor natural, pero no es así. Y noes así porque, contra los propósitosde Yvain que ordenó asesinar alpequeño Robert de Forner, éste vivepor la gracia de Dios y sólo a élcorresponde el título de barón deForner y, por tanto, tan sólo a él debofidelidad.

Al escuchar esta afirmación deGilberto la sala se llena otra vez conel murmullo de las voces y

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exclamaciones, y de nuevo el condetiene que recurrir a su autoridad paraimponer silencio. Cuando éste reinaal fin, dice:

- Si como decís, el pequeñoRobert de Forner, desaparecidomisteriosamente hace más de diezaños y a quien se dio por muertovive, él es el auténtico barón deForner. Pero, ¿dónde está ese niño yqué pruebas podéis presentar endefensa de vuestras palabras?

- Robert de Forner está aquí,ante vos -dice Gilberto tomándomede la mano y presentándome ante el

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conde-. Las pruebas, la marca denacimiento de la espada y la rosa quellevan todos los herederos de labaronía de Forner y que podréiscontemplar bajo el brazo de esteniño, y la declaración de estehombre, Bruno, montero del barón deForner a quien Yvain ordenó elasesinato del pequeño y quien, con laayuda de Dios, le salvó la vida.

Totalmente descompuesto ypálido, con la mirada fulgurante yenloquecida, Yvain de Forner se halevantado de nuevo, y grita:

- ¡Mentís, villano!

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- Nadie me arroja un mentís nime tilda de villano sin que recoja miguante -dice Gilberto arrojándolo alrostro de Yvain.

- Ni nadie lanza insultos ypromueve desafíos en mi presenciasin mi autorización -exclama elconde de Tolosa-. Mantened, pues, elrespeto que se me debe. Soy yo quiendecidirá lo que ha de hacerse.Examinemos las pruebas.

Y así es como, tembloroso,obedeciendo las órdenes del condeme desprendo de mi jubón y meacerco a él para que examine mi

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marca. Tras mirarla con atención, elconde ordena hablar al montero.Éste, con voz firme y segura, repitela historia que nos refirió a Gilbertoy a mí.

Cuando Bruno termina sunarración, surgen de nuevo losmurmullos de conversacionesahogadas en toda la sala. Me doycuenta de que la historia ha merecidoel crédito de una gran parte de losasistentes. Sólo el conde permanecedurante largo tiempo en un silencioque me hace temblar.

- Bien -dice al fin-; las pruebas

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no son desdeñables, pero no puedensin más ser aceptadas. La marcaexiste, pero no debemos dar a esamarca el valor dé prueba irrefutable.En cuanto el testimonio, tampocopodemos aceptar la palabra de unvillano en contra de la de su señor.Me encuentro en tan profundas dudas,que sólo veo una solución: que seaNuestro Señor el que decida. Sometoeste caso al Juicio de Dios. ¿Hayalgún caballero que se comprometa amantener el derecho de estemuchacho que dice ser Robert deForner?

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- Yo, Gilberto de Montsalve,me comprometo a mantenerlo.

- Y vos, Yvain de Forner,¿nombráis algún paladín, o preferísdefenderos vos mismo de lasacusaciones que se os hacen?

- Yo mismo seré mi defensor.- Pues bien -dice el conde- que

Dios decida. El combate será amuerte. Si el acusador de Yvain deForner resulta vencedor, este niñoserá reconocido como Robert deForner con todos sus derechos. Sipor el contrario resulta vencido, elniño será ahorcado por falsario y el

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montero despedazado por calumniar,en su declaración, a su señor. Estodo lo que tengo que decir en estecaso.

Era todo lo que tenía que decir.Y ahora va a celebrarse el Juicio deDios que decretó. Él está ahí, en ellujoso estrado, rodeado deresplandecientes damas, bizarroscaballeros y graves y solemneseclesiásticos. A ambos lados delcampo se agolpa el pueblo deTolosa, ansioso de seguir eldesarrollo de la justa. Y aquí, en unextremo, guardados por una escolta

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armada, Bruno y yo, forzados aseguir pasivamente una lucha de laque depende nuestro destino.

Ya están en el campo loscaballeros. En un extremo, a laderecha del estrado donde se halla elconde, Yvain de Forner. Frente a él,en el otro extremo, Gilberto deMontsalve.

Yvain sostiene el yelmo en sumano. Puedo ver su cabellera rojiza,que los años hacen ya blanquear,ondeando al viento. Algo más bajoque Gilberto, su pecho de toro

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cubierto por la cota de malla y susbrazos, cortos para su estatura ytremendamente gruesos, denotan unafuerza terrible. Yvain es un granguerrero. Se dice de él que es lamejor lanza del condado de Tolosa y,aunque han transcurrido ya muchosaños desde que fue armadocaballero, aún está lejos de alcanzarla edad de su retador, por lo que eneste combate a muerte casi todos seinclinan por su triunfo.

Miro a Gilberto. Cabalga en uncorcel negro con gualdrapas rojas.También negros y rojos son los

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colores de su escudo tronchado,colores de su casa. Lleva puesto elyelmo, aun cuando mantiene alzada lavisera, y al ver cómo hace caminarlentamente a su caballo siento, sinsaber bien por qué, renacer miconfianza.

Yvain se ha puesto ya el yelmocoronado por una cimera ornada deplumas rojas. Monta un hermosocaballo blanco enjaezado congualdrapas también blancas.Asimismo es blanco el fondo de suescudo en cuyo centro se entrecruzanuna espada y una rosa púrpuras.

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Cuando unos heraldos hacensonar el clarín, los caballeros secalan las viseras de sus yelmos,enristran las lanzas y sujetan susescudos sobre el pecho. Un segundotoque anuncia el comienzo de lajusta. Ahora sí que mi vida dependeúnicamente del brazo de Gilberto y,sobre todo, de la bondad de Dios.

Bien sujetos los escudos, lanzasen ristre, ambos caballeros se dirigenuno contra el otro al galope de suscaballos. Cuando se encuentran, laslanzas saltan hechas astillas. Gilbertoha conseguido desviar el golpe con

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su escudo, pero Yvain, que hasufrido de lleno el lanzazo, pierdelos estribos y debe sujetarsedesesperadamente al cuello de subridón para no caer. Tan sólo cuandollega al extremo del campo consiguerecuperar el equilibrio. Lo mismoque Gilberto, toma una nueva lanza y,haciendo girar su cabalgadura, tornade nuevo al ataque.

Esta vez la lanzada de Gilbertoes aún más certera e Yvain saledespedido de su silla; pero suenorme corcel ha chocado con el deGilberto haciendo rodar por tierra a

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caballo y caballero.Yvain se incorpora rápidamente

y sacando su espada se dirige haciaGilberto. Una pierna de éste haquedado aprisionada por su montura.Saca también su espada y hiere a sucaballo, que se incorpora lanzandoun relincho de dolor. Intentalevantarse, pero vuelve a caer sobresu rodilla derecha. Tiene una piernarota. Bruno se inclina hacia mí y condesesperación exclama: «¡Todo estáperdido!»

Todo está perdido. Yvain se halanzado sobre Gilberto y comienza a

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descargar feroces golpes de espadaque mi amigo, semiarrodillado,detiene con su escudo. Yvain gira entorno de Gilberto buscándole laespalda, y a éste no le queda otroremedio que mantener su escudohorizontal sobre la cabeza,cubriéndose con él todo el cuerpo.

A cada golpe saltan astillas delescudo de Gilberto. Yvain, deseandoterminar de una vez y seguro de sutriunfo, arroja al suelo el suyo yempuñando la espada con ambasmanos, descarga con todas susfuerzas el golpe definitivo.

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Un grito de asombro yadmiración ha surgido de todas lasgargantas. En el momento en queYvain descargaba su golpe Gilberto,arrojando también su escudo, se hadejado caer rodando sobre sí mismo.Llevado de su propio impulso y al noencontrar resistencia, el señor deForner se inclina hasta casi tocar elsuelo. Y en el instante en que iniciael movimiento para incorporarse,desde tierra, el brazo derecho deGilberto, el brazo que empuña suespada y que mantenía doblado sobreel pecho, se extiende hacia arriba

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trazando un semicírculo con lavelocidad de un rayo.

Yvain está erguido de nuevo,sus dos brazos completamentealzados, empuñando la espada comosi fuera a descargar un nuevo golpe.Pero ahora entre los dos brazos, enlugar de la cabeza cubierta por elyelmo, hay una fuente que se elevaimpetuosa tiñendo de rojo su acero.Así permanece unos momentosinterminables. Después, cuando elrojo manantial ha perdido su fuerza,sus manos sueltan la espada ylentamente se desploma, quedando

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tendido a un par de varas del yelmoque aún aprisiona la cabeza de quienfue el señor de Forner.

Gilberto se ha incorporado y,apoyándose en su espada, intenta envano caminar. Dos escuderos correnhacia él para sostenerlo. Pero yo yano le estoy mirando. No tengo ojos nipara el caballero ni para Bruno que,a mi lado, salta de alegría. Mis ojosvan de la horca que se alza al otroextremo del campo al regio estradodonde, como en mi sueño, dentro depoco me ceñirán esa diadema queconfirma la nobleza de mi estirpe y

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consagra la legitimidad de miderecho.

En el apéndice el lectorencontrará información sobre: losjuicios de Dios.

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El nuevo monasterio

Cual las nubes en un cielosereno, así es el correr de los años.

Son ya quince desde aquel díaen que fui investido con el título debarón de Forner. Durante este tiempomuchas cosas me han acaecido,buenas y malas. Entre las buenas,

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celebraría ante todo el recuperar auna madre a la que ni recordaba tansiquiera, así como mi boda conMargarita, la bella sobrina del condede Tolosa que tantos días defelicidad me ha dado, y el ver crecera nuestros dos hijos, Marian yRobert. Entre las malas, las intrigas yasechanzas que siempre acompañanal poder, y alguna guerra en que hedebido intervenir contra mi voluntad,pues tal como transcurrió mi infanciasoy menos dado a la guerra que a lapaz.

Ciertamente no hago honor a la

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sangre de mi abuelo, el bravocruzado. Odio la violencia y, en loposible, procuro evitarla. Ni siquieradisfruto en las justas y torneos yestoy muy lejos de ser un espejo delo que se entiende por caballero. Sialguna vez empuñé la espada fuepara defenderme de vecinosambiciosos, y en estos pocos casosnadie ha podido tildarme de falta devalor. Pero yo nunca emprendíninguna hostilidad. Empleo misfuerzas en gobernar mis estados conjusticia, procurando socorrer a losnecesitados conforme enseña

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Jesucristo, nuestro Señor. A esto, ami familia y a la reconstrucción delmonasterio es a lo que dedico mivida.

Desde que dispuse de medios ypoder para ello, levantar de nuevo elmonasterio abandonado ha sido miprincipal obsesión porque, comotambién pensaba el hermano Martín,pienso que ése es el designio deDios.

Fue designio de Dios queabandonaran al hermano Martínsiendo un niño a la puerta delmonasterio para que, tras el desastre

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que lo llevó a su destrucción,permaneciese en sus desoladasruinas y así pudiera recogerme a míde entre los muertos; a mí cuyodestino, estoy seguro de ello, sería elreconstruir la abadía destruida porculpa de un hombre de mi mismasangre, Silvestre de Forner, graciasal milagroso auxilio que pudoprestarme un peregrino que extraviócierta noche su ruta y a quien elSeñor encaminó hacia nosotros paraque se cumpliera lo que en susuprema sabiduría había dispuesto.

Y ahora todo está cumplido.

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Hace tiempo que los monjes blancos*

pueblan la nueva abadía que yoordené edificar sobre los restos de laque se quemó. Aunque las obras noestán del todo concluidas -falta,según me han dicho, completaralguna capilla y cerrar la salacapitular-, los que lo han visitado sehacen lenguas de la grandiosidad delmonasterio. Mucho tiempo hatranscurrido desde que estuve porúltima vez allí, cuando se estabaniniciando las obras que yo costeabaen su mayor parte. Ahora por fin,cuando ya está casi totalmente

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concluido, voy de nuevo a visitarlo.Antes de llegar a la abadía

puedo darme cuenta del enormecambio producido. Lo que eransalvajes bosques y erialesdespoblados ahora son tierrasferaces cultivadas con amor yesmero. Puedo comprobar cómo losprados, los viñedos, los huertoscolmados de hortalizas y frutales, lastierras de sembradura rodean elespacio que circunda la abadíaextendiéndose hasta el río. Es la obrade los monjes blancos. Nada máscruzar a la otra orilla aparece el

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bosque. El bosque espeso y sombríodel que una noche surgió Gilberto.

¡Gilberto! Al fin veré otra vez aquien para mí es más que un amigo,más que un hermano. Diría que escomo un padre, si ese lugar no loocupara en mi corazón el hermanoMartín. Cuando, desde la cima de lacolina contemplo la imponentefábrica del monasterio, una intensa,incontenible emoción, me llena.Apresuro el paso. Martín y Gilbertome esperan allí.

Aunque es ya muy anciano,Gilberto aún se conserva bien. Más

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delgado y muy pálido, su espaldaligeramente corvada, envuelto en susblancos hábitos su figura tiene algode espectral, algo que sobrecoge. Sinembargo, su sonrisa dulce y amorosapronto me borra esa impresión, yvuelvo a gozar de esa sensacióncálida y protectora que siempre meprodujo su presencia.

Estamos en la pequeña celdasituada junto al gran dormitorio delos monjes. El abad es quienúnicamente dispone de una celdaindividual en todo el monasterio. ¡Yqué extraño se me hace ver a mi

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viejo amigo de abad! Aunque sinduda fue mi favor, así como su edad,lo que motivó, su elección hace tresaños, a la muerte del anterior abad.Sin duda una elección acertada.

La celda y el dormitoriocomunal se hallan en el segundo piso,sobre la sala capitular. Durante todala mañana he recorrido elmonasterio. He visitado la residenciade conversos, los lagares, la bodega,las cuadras, la herrería. He visto lacocina, la enfermería, el refectorio,la sala capitular y el claustro. Delclaustro he cruzado con los monjes -y

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esto en deferencia a mi persona, puesesa puerta únicamente se destina aellos- a la iglesia, y he unido mi voza la suya en el coro. Tras compartirsus pobres alimentos, he subido a lacelda de mi amigo el abad.

La celda, pequeña y blanca,tiene la sobriedad y sencillez quedomina en todo el monasterio. Peroesta sobriedad, este despojo de todoornato ¡qué profunda sensacióntransmite de paz y de belleza! Eseclaustro cuadrado, cuatro galeríasabovedadas en torno a un patiodesnudo, de capiteles sencillos sin

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adornos, sin imágenes de caballeros,de campesinos de bestias y pájaros,de monstruos y demonios que tantohe admirado en otras abadías; esteclaustro tan desnudo, pero tanarmonioso y proporcionado, derramaen el alma como un bálsamo de luz.Y después la iglesia, tambiénaustera, también sin ornatos, singrandes puertas, sin pinturas, sin otracosa que esos estrechos ventanalespor los que se filtran unos rayos deluz que permanecen flotando en lapenumbra como espíritus celestiales¡cómo eleva el alma en la perfecta

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armonía de sus proporciones! Ycuando toda ella se llena con lasvoces de los monjes que entonan lossalmos, el cántico parece hermanarsecon la luz y elevar nuestropensamiento hasta el paraíso.

Sí, tienen una extraña bellezalos monasterios de los monjesblancos. Incluso esta celda humilde ydesnuda, esta celda que asimismo esun cuadrado perfecto, también sumeel alma en la paz y eleva nuestrospensamientos hacia Dios.

En la pared cuelga un crucifijode madera. Junto a dos sillas, una

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cama estrecha y una mesa sobre laque hay una Biblia, forma todo elmenaje de la celda. Mas de prontodescubro algo que me había pasadodesapercibido. Frente al crucifijo, enuna hornacina, hay una imagen enpiedra de la Virgen, nuestra Señora.

Me aproximo a examinarla.Gilberto, acercándose a mí, me dicesonriendo:

- ¿Te gusta? Es la obra de unhábil tallista. Pensé colocarla en lapuerta de entrada, pero como algunosmonjes dóciles a los consejos deBernardo podían sentirse molestos

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por la presencia de una imagen, latraje a mi celda. Sé -añadesuspirando- que en esto me apartodel espíritu de la orden. Pero tú, queconoces mi vida, te darás cuenta deque a un hombre que pasó por lo queyo pasé no le viene mal tener en sucuarto una imagen de la Madre deDios.

- Su sonrisa -le digo- merecuerda la sonrisa milagrosa de laVirgen de nuestro pobre Jacques.

- Sí, acaso por eso meencapriché de ella.

- ¿Sabes una cosa, Gilberto? En

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todas las iglesias que ahora se estánconstruyendo en las ciudades,siempre que tallan una imagen desanta María la representan sonriente,como la del milagro.

- Fíjate en esta imagen. ¿No terecuerda una de esas niñascampesinas que nos encontrábamospor los caminos? Muchas veces hepensado que ése era el verdaderosignificado del milagro del pobreJacques. Dios nuestro Señor, al hacerque la Virgen sonriera, queríaindicarnos que le incorporaba a suiglesia. No a los monjes ni a los

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caballeros, sino a Jacques elcampesino, el pobre y despreciadocampesino. Por eso ahora, segúncuentan, los nuevos tallistas llenanlas iglesias con imágenes quereflejan los rasgos de la gente delpueblo. Nuestra orden está en contrade ello, porque dicen que ningunaimagen debe esculpirse en la casa deDios. Pero yo creo que se equivocan.El pueblo debe incorporarse a laIglesia, debe formar parte de ella yen ella reconocerse.

Hemos vuelto a nuestrossencillos asientos. Durante un rato

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Gilberto permanece en silencio. Alfin reemprende su discursointerrumpido.

- Este monasterio… Hicistebien en construirlo. Dices que éseera el designio de Dios, que nosescogió a ti y a Martín y a mí parapoder realizar esta obra. Puede ser.Yo me siento feliz aquí. Participo enla oración común y en el trabajocomún. Lejos de tanta sangre, deaquella aventura misteriosa, acasodemoníaca que viví, espero que misrezos lleguen hasta el Señor. Yespero también que mi trabajo, ese

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humilde trabajo de labriego, dé sufruto.

- Esto antes era un erial.Nosotros lo hemos desbrozado,hemos convertido el bosque en unatierra fértil. Y esto es lo importante.Ya han comenzado a llegar loscampesinos. Ahora son conversos.Más tarde serán colonos y llegará undía que las tierras del monasterioserán sus propias tierras. Ylevantarán aldeas y las aldeastendrán su iglesia, una iglesia dondeserán ellos, no los monjes, quienesrezarán. Entonces acaso el

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monasterio ya no tenga razón de ser,pero no importará porque habrácumplido su función.

Ha oscurecido. Hasta nosotrosllega el son cristalino de la campana.

- Vamos a la iglesia. Es la horade la oración. Aunque me temo -añade con su suave sonrisa- que asícomo no fui un buen cruzado,tampoco seré un buen abad.

Hay un solo lugar al que nollegó la reconstrucción de la abadía:la cocina del monasterio abandonadodonde transcurrió mi infancia bajo la

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protección y el cuidado del hermanoMartín.

Fue mi única exigencia cuandocedí los terrenos y proporcioné losmedios necesarios para laconstrucción del monasterio. Eso, yque permitiesen seguir en ella alhermano Martín, ya que ésa era suvoluntad.

Así que la vieja cocina continúaallí, más allá del dormitorio de losconversos, junto a la muralla. Todopermanece igual. Arde un tronco enla chimenea. Gilberto, Martín y yoestamos sentados en torno al fuego.

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Sólo falta León, el gran alano. León yla luz de los ojos del hermanoMartín…

No ha podido verme, pero susmanos han pasado y repasado mirostro y mis cabellos, como si meviese con ellas. Y mientras me palpa,repite y repite mi nombre: Moisés.

- Ya no es Moisés, Martín -diceGilberto-. Ahora es Robert. Robertde Forner.

- Para mí siempre será Moisés.Moisés, salvado de las aguas.

- Hacía mucho tiempo que nadieme llamaba así. Y ahora me agrada.

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Me agrada escuchar ese antiguonombre en tu voz.

- ¿Te gusta? A mí me gustaríaverte. Debes de ser un mozo muygallardo, pero yo sólo te diviso comouna sombra.

- ¿Te acuerdas, Moisés? -mediaGilberto dándome por primera vezdesde que llegué al monasterio esenombre-. La noche que llegué aquíera yo el que no te veía. Y ahora esMartín quien no te ve. Acaso prontodejemos de verte los dos…

Permanecemos en silencio.Como aquella noche, crepita el

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tronco en el hogar. Miro a Martín ymi corazón se llena de ternura alverle tan anciano, tan desvalido.Sigue haciendo su vida de ermitaño.A veces acompaña a los conversos ala iglesia, pero por lo general legusta orar solo, fiel a sus costumbressolitarias. También le gusta trabajaruna pequeña huerta junto a lamuralla, empeñado como está encomer del trabajo de sus manos.

Lejano llega el son de lacampana.

- Llaman a la oración -diceGilberto-. Voy a la iglesia. ¿Queréis

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acompañarme?- Es el viento del norte -susurra

Martín.- ¿Qué dices, Martín? -pregunta

Gilberto mientras me mirasonriendo.- Hace muchos años queya no existe esa campana.

- Voy a pasar la noche aquí -ledigo-. Mañana te buscaré paradespedirnos.

Gilberto abre la puerta. Unaráfaga fría agita las llamas del hogar.

- ¿Has oído? -dice Martíncuando la puerta se cierra tras eseraro abad, que no desdeña cruzar la

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línea que separa a los monjes delcoro de los conversos, para pasarselas horas con un anciano ermitaño -¿Has oído, Moisés? -repite Martín-Siempre que empieza a tañer lacampana, es porque va a llegar elviento del norte…

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Apéndice

Capítulo 2:

La mujer loba

Una de las características quese atribuye a las brujas durante laEdad Media, según recoge Michelete n La sorciére, es la detransformarse en lobo para

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posteriormente recobrar su formahumana.

Por ello, y dada esta generalcreencia, resulta extraño que apenasse recoja la fábula de la mujer lobaen la literatura medieval. Dos de lasmuestras más conocidas delicantropía en dicha literatura son ellai bretón anónimo, Melión , y el laide María de Francia Bisdavert o ElHombre\lobo. Pero curiosamente loslicántropos son masculinos en amboslais . En los dos se indica que latransformación exige despojarse delas vestiduras, y que si alguien se

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apodera de ellas y el hombre lobo nopuede recuperarlas, tampocorecobrará su condición de hombre.Yo, recogiendo lo esencial de ambosl a i s , he preferido otorgarle elprotagonismo a quien realmente lotenía en esta creencia medieval: lamujer.

El Caballero del Cisne

Popularizada por la ópera deRicardo Wagner, Lohengrin, laleyenda del Caballero del Cisnetiene su más antigua expresión escrita

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en un poema medieval francés delmismo título, dentro del ciclocorrespondiente a la literaturasurgida en torno a la primeracruzada. Posteriormente pasó aAlemania, hacia la segunda mitad enel siglo XIII.

En España la leyenda delCaballero del Cisne se recoge en laobra en prosa redactada en tiemposde Alfonso X, La gran conquista deUltramar. La originalidad de estaversión española está en el principiode la narración, referente alnacimiento e infancia del caballero,

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distinto de las versiones francesas yalemanas y más próximo al relatopopular maravilloso. Es de dichoprincipio del que me he servido enesta obra.

Capítulo 4:

Monstruos y maravillas

La creencia en hombres yanimales monstruosos llega a la Edad

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Media de fuentes de la antigüedad(Odisea, Eneida, Historia Naturalde Plinio) y va perdurar hasta lostiempos del descubrimiento yconquista de América. Lasprincipales fuentes medievales deestas creencias se encuentran en loslibros de viajes de Mandeville,Rubrouck, Oderico de Pordenone yMarco Polo. Claude Kappler en suo b r a Monstruos, demonios ymaravillas a fines de la EdadM edi a , ofrece un panorama muycompleto sobre este tema.

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El viejo de la montaña

A partir de las cruzadas sepopulariza en la Edad Media laleyenda del viejo de la montaña, unmalvado y misterioso anciano quetenía en la cima de un escarpadomonte un palacio rodeado de jardinesmaravillosos, donde llevaba a losjóvenes tras drogarlos paraofrecerles toda clase de delicias,entre ellas las de las más hermosasdoncellas que se pueden soñar. Trashacerles creer que estaban en losjardines del paraíso, los volvía a

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drogar para llevarlos de nuevo a suspueblos y ciudades. Allí les decíaque si morían cumpliendo la misiónque les encomendase volverían parasiempre al paraíso. Y era así como elviejo podía disponer de un ejércitode fanáticos dispuestos a asesinar asus enemigos.

Esta es una figura histórica. Setrata del persa Hassan Sabbah, que afinales del siglo XI fundó la temiblesecta de los asesinos, que sembraronel terror en el Islam defendiendo losintereses de la secta ismaelí a la quepertenecía. Su fortaleza de Alamut.

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que parecía inexpugnable, fue por findestruida por los mongoles. Lo queno parece cierto es la leyenda de quelos asesinos eran reclutados a travésdel engaño y la droga, sino más bienlo eran por fanatismo religioso.

Ciudades deshabitadas

El motivo de una misteriosaciudad, a la que llega un maravilladoy perdido viajero, aparece en variosrelatos de Las mil y una noches. Conindependencia del asombro mezcladode temor que puede producir a los

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conquistadores árabes las ruinas deciudades de antiguas civilizaciones,como Susa, Persépolis y Babilonia,la ciudad maldita, estas ciudadesabandonadas son uno de los puntosde encuentro con el «más allá», talcomo lo son también la montaña, lacueva o el pozo.

Capítulo 5:

Sueños complementarios y

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proféticos

Entre los varios tipos de sueñosque figuran en Las mil y una nochescabe destacar el de dos personasdistintas que tienen sueños que secomplementan. El mejor de ellos essin duda el titulado El sueño delhombre de Bagdad y el gobernadorde El Cairo Un hombre sueña queencontrará su fortuna junto a lamezquita de El Cairo. Va allíobediente a su sueño. Ya en el patiode la mezquita es detenido junto aunos ladrones. Interrogado por el

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gobernador, le cuenta su historia y susueño. El gobernador se ríe de sucredulidad, diciendo que si fuesecomo él, tiempo ha que habría ido aBagdad, ya que frecuentemente hasoñado que había un tesoro enterradojunto al pozo de un patio de unadeterminada casa. El hombre deBagdad reconoce en la descripcióndel gobernador su casa, su patio y supozo. Vuelve a Bagdad y descubre eltesoro enterrado.

Enamoramiento a distancia

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El enamoramiento de unapersona que tan sólo se ha visto ensueño, o en un retrato, o a la que nitan siquiera se ha visto pero de laque se ha oído ponderar su belleza,es un tema muy frecuente en losrelatos de Las mil y una noches.

La sala prohibida

El tema de la sala prohibida esuno de los clásicos del relatopopular. En Europa el más conocidode estos relatos es el de Barba Azul,pero con otras variantes se encuentra

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el mismo tema en relatos de todo elmundo. También abunda este motivode la sala prohibida en la literaturacaballeresca, y muy concretamente enel ciclo artúrico.

Paraísos sensuales

El poema novelesco persa Sieteimágenes, de Nizam (S. XIII), relatacomo un rey sasánida mandóconstruir siete pabellones, en cadauno de los cuales alojaba a unabellísima princesa, de las que sehabía enamorado al contemplar sus

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siete imágenes en una sala de supalacio, y a las que había hecho traerde las siete partes del mundo. Cadadía de la semana iba a visitar a unaprincesa distinta, y ésta le recitaba uncuento.

En "La historia del tercercalenda hijo de rey", de Las mil yuna noches, el joven es conducidopor el ave rock a un palaciomaravilloso donde, durante un año,goza de la amorosa hospitalidad decuarenta doncellas hijas de un mismorey pero de distintas madres. Al cabode un año las doncellas tienen que

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rendir a su padre la visita anual.Dejan al joven en el palacio, con laúnica condición de que no entre enuna de sus cien salas. El joveninfringe la prohibición, lo que leacarrea la pérdida de un ojo y, lo quees aún más grave, la de aquelmaravilloso paraíso.

Esta historia de Las mil y unanoches es una versión oriental deltema de Venusberg, el paraísosensual, recogida en la leyendamedieval de Tannháuser que habríade popularizar el genio de RicardoWagner. En realidad el tema de este

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paraíso del placer es otro motivo delfolclore universal y se refiere al másallá iniciático, al edén perdido. Es laisla de las hadas, el maravillosoAvalón de la literatura celta querecogerían los lais bretones.

Cronología del más allá

La cronología del más allá, delos paraísos de las islas afortunadas,no coincide con la del reino de estemundo. Allí los días son años realesy cuando el mortal cruza de nuevo lasfronteras se encuentra con que sus

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cabellos han blanqueado. Este temafolclórico fue cristianizado a partirde la leyenda siria del siglo V Lossiete durmientes de Éfeso, que dioorigen en la Edad Media a un grannúmero de variaciones en las que senarra como un minuto de Diosequivale a un año de los hombres.

Capítulo 6:

Cantar de Roldan

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Es el más antiguo e importantecantar de gesta francés que seconserva del ciclo carolingio. Suparte central narra la muerte deRoldan en Roncesvalles a manos delas tropas del rey Marsil deZaragoza, merced a la traición delpadrastro de Roldan, Canelón. Elmanuscrito conocido más antiguodata de la última década del siglo xi.

Vida de san Alejo

Este breve poema redactado en

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la lengua de o i l de mediados delsiglo xi es una de las más antiguasmuestras de la literatura francesa.Basado en una leyenda siria del sigloV pasó en el siglo X del oriente aRoma donde se recoge en Las actasde los santos. Con posterioridad alpoema francés hay un poema alemán.Más tarde, dado el carácteredificante de la leyenda, ésta seincorpora a diversos sermonarioseuropeos.

Las marcas de nacimiento

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Esta señal que posteriormentepermite la identificación del héroe esun motivo muy generalizado en elrelato folclórico. En su fase másantigua esta señal consiste en unresplandor, una marca dorada o unaestrella que indican la íntimarelación del héroe con el otro mundo.La literatura caballeresca cambiaeste tipo de señales por las de unaespada o lanza impresa en algunaparte del cuerpo del recién nacido.Más tarde, lo mismo que se separa enel relato mítico la señal del cuerpodel héroe, y en lugar de nacer con

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una estrella es una nueva estrella queaparece en el cielo la que indica elnacimiento, también en la literaturacaballeresca en lugar de la marca enel cuerpo, la espada o un anillo quese coloca junto al recién nacido(caso de Amadís), servirá para elreconocimiento posterior.

Capítulo 7:

Curación de la lepra

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La creencia de que la sangre deuna doncella puede curar la leprapasa de oriente a occidente en laépoca de las cruzadas, recogiéndosecomo motivo secundario en algunospoemas caballerescos yconvirtiéndose en motivo central delpoema del siglo XII del alemánHartman von Aue El pobre Enrique.En él se cuenta cómo una pobrecampesina ofrece por amor la sangrede su corazón al caballero Enriquede Aue, enfermo de lepra. Pero elcaballero, conmovido por el gesto de

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la doncella, rechaza el sacrificio.Entonces Dios obra un milagrosanando a Enrique, quien acabaráfelizmente desposándose con la bellay amorosa campesina.

Capítulo 8:

Fábulas

Las fábulas de animales, a lasque se suele denominar esópicas,

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debido a las pseudorrecopilacionesde Esopo en latín vulgar, aunque susfuentes sean varias, son muypopulares durante la Baja EdadMedia y se incorporan confrecuencia a los exempla para uso delos predicadores.

El román de Renart

Partiendo de los fabliaux, es unamplio poema construido pordiversas ramas de distintos autores,que se compone en Francia durantelos siglos XII al XIV. Aun

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careciendo de un argumento unitario,mantiene los mismos personajes y,bajo la fórmula aparente de cuentos yfábulas de animales, es una agudasátira de las costumbres de la época.

El juglar de Nuestra Señora

Dentro del género de losfabl iaux, destaca por su alientopoético esta narración anónimafrancesa del siglo XII al XIII. Cuentacomo un pobre e ignorante juglaracogido en el monasterio deClaraval, incapaz de tomar parte en

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los rezos y oficios, quiere celebrar ala Virgen de la única forma que sabe:mediante bailes y piruetas. Losmonjes le reprenden tildándole desacrílego, pero el juglar continúahasta que muere por agotamiento. LaVirgen con sus ángeles baja del cielopara llevarse el alma del juglar.

Capítulo 9:

Oberón, rey de las hadas

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Inmortalizado por Shakespeareen El sueño de una noche de verano,Oberón, rey de las hadas, tiene suorigen remoto en Alberich, el enanonibelungo de las leyendas germánicasque popularizará en su tetralogíaRicardo Wagner. Deformado sunombre en Alberón, el feo y malvadoguardián del tesoro de losNibelungos se transformará en elbellísimo y diminuto rey de los elfosAuberon, de la canción de gestafrancesa del siglo XIII Huon deBurdeos. Esta visión de Oberón es la

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que va a predominar en la tradiciónpopular de la Edad Media francesa, yes también la que hemos seguido ennuestra breve descripción.

Capítulo 10:

El juicio de Dios

Es la forma de ordalíareservada a los caballeros. Se basa,como todas las ordalías, en que en un

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litigio es el propio Dios quienmanifiesta la razón a la parte quesupera determinada prueba -en elcaso que nos ocupa, la victoria en uncombate individual-. Hacia finalesde la Edad Media la hostilidad de laIglesia, favorable a las pruebas delderecho romano, va a terminar con eljuicio de Dios como prueba judicial.Muy abundante en la literaturacaballeresca, puede servirnos deejemplo el que sostiene Lanzarote enfavor de la reina Ginebra.

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05/10/2008

notes

* Odilón: Más conocido comosan Odón, fue el segundo abad de

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Cluny (879-942). Tuvo una enormeinfluencia tanto política comocultural en su época.

* Donato: Aelius Donatus.Famoso gramático del siglo IV autorde las obras Ars maior y Ars minor,muy utilizadas durante la EdadMedia para la enseñanza del latín.

* El condado de Tolosa tiene suorigen en la marca carolingia delmismo nombre. Su capital eraTolosa, la actual Toulouse (Francia).En tiempo de Raimundo, conde deSan Gil, el condado teníaincorporado los territorios de Albi,

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Quercy y Septimania, y sus límitesalcanzaban por el sur hasta elLanguedoc.

* La primera cruzada comienzaen el año 1095, cuando el papaUrbano II, en el concilio deClermont, al grito de «Dios loquiere» convoca a los fieles a laconquista de Jerusalén.

* Pueblo turco, cuyos miembrosservían de guardia a los emperadoresbizantinos.

* Alejo I Commeno: Emperadorde Bizancio al inicio de la primeracruzada. Hay primero una cruzada

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popular conducida por Pedro elErmitaño, que acabadesastrosamente. Más afortunada fuela cruzada aristocrática queculminaría con la creación del reinode Jerusalén. Fue dirigida porRaimundo de San Gil, conde deTolosa y marqués de Provenza;Godofredo de Buillón, duque deLorena, y Bohemundo de Tárenlo,señor del reino normando de Sicilia.

* Este nombre corresponde auna de las esposas de Siva. Frente aKalí, símbolo de la muerte, Umaviene a ser el principio creador de la

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vida, personalizado en la bellezasexual y el amor.

* Se denomina así a la orden delCíster, en contraposición a losmonjes negros, de Cluny, de acuerdocon el color de sus hábitos.

* Jacques es el nombre genéricoque en la Baja Edad Media se da alcampesino francés. Por eso larevuelta del siglo XIV se conocecomo las jacqueries.