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LUNA Publicación de arte, cultura y sociedad LA Tercera Semana Dic. 2014 No. 177 Crédito/ Miguel Alvarado.

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LUNAP u b l i c a c i ó n

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* El joven de 22 años, originario del Estado de México, había dejado en agosto a su familia en la capital del país para empezar a estudiar en la

Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el norte del esta-do de Guerrero. El día de su atroz asesinato, 26 de septiembre, el Chilango

(apelativo por el que lo conocían sus amigos debido a su procedencia) había viajado junto con un grupo de compañeros de estudios a la ciudad de Iguala, a unos 100 kilómetros de su escuela, donde el gobierno munici-

pal realizaba un evento electoral que derivó en orgía de poder caníbal.

Neopatrimonialismo, nepotismo, violencia e impunidad en la era de la narcopolítica y el extractivismo desatado. La barbarie de Igua-la ha dejado al desnudo las subterráneas co-rrientes que han venido manteniendo a flote

al Estado mexicano de la posguerra fría; y ha desvelado también que estas, aunque se alimenten de fuentes jó-venes, manan de otras más profundas. El preconizado fin de la historia fue sólo un error de imprenta en un rela-to al que le faltan páginas y le sobran muertos. Pueden adornarlo con velas y flores, llenarlo de virtuosos adjeti-vos; pero México, un lugar tan hermoso como siniestro, seguirá pareciendo un cementerio.

El pasado 20 de septiembre Julio César Mondragón actualizó la portada de su perfil de una red social con una imagen feliz. En la foto mira a la cámara, orgulloso, mientras sostiene en brazos a su hija recién nacida y apoya con ternura la cabeza en la de su mujer. Unos días más tarde sería esta la que cambiaría su retrato en su propio perfil. Desde finales de septiembre, Marissa Mendoza es un lazo negro sobre fondo blanco.

“¿Por qué el listón negro? ¿Qué pasó?”, le pregunta un amigo. “Mataron a mi esposo, Ray ”, responde ella. Así de simple, con 20 caracteres y un (triste) emoticono (triste), traduce Marissa su resignado dolor al lenguaje 2.0. Un par de días antes estaba también conectada a internet cuando vio otra foto de Julio, la última y defini-tiva. En esta no hay felicidad, no hay orgullo ni ternura. En esta, Julio ya no es Julio. En esta foto sólo hay un nadie tirado sobre el asfalto. Su mujer sólo pudo reco-nocerlo por la camiseta roja que llevaba puesta. Julio César Mondragón todavía vivía cuando lo desollaron y le arrancaron los ojos.

El joven de 22 años, originario del Estado de México, había dejado en agosto a su familia en la capital del país para empezar a estudiar en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el norte del estado de Guerrero. El día de su atroz asesinato, 26 de sep-tiembre, el Chilango (apelativo por el que lo conocían sus amigos debido a su procedencia) había viajado jun-to con un grupo de compañeros de estudios a la ciudad de Iguala, a unos 100 kilómetros de su escuela, donde el gobierno municipal realizaba un evento electoral que

derivó en orgía de poder caníbal.

La intención del centenar de chicos de entre 18 y 23 años era la de conseguir fondos y un medio de transporte para participar en la con-memoración de la matanza del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de Tlatelolco de Ciudad de México, en la que un número indetermina-do de estudiantes (se habla de más de 300), fue asesinado primero por las balas y luego por el silencio impune. En Iguala, 46 años

después, se repitió la historia.

La historia sin fin

Si para algo ha servido el crimen de Estado de Iguala ha sido para dejar al descubierto algunas de las dinámicas que caracterizan al México del siglo XXI. Porque, empe-zando por el final, lo de Iguala no es nada raro en la his-toria reciente de Iguala. En los últimos dos años, en esta ciudad guerrerense la conocida como pareja imperial se dedicaba a terminar con la oposición a balazos mientras gestionaba las finanzas del cártel de los Guerreros Uni-dos bajo las mantas que repartía a las masas indígenas narcotizadas por la pobreza.

El ex alcalde y su mujer, presidenta de la institución mu-nicipal encargada de “asuntos de la familia”, han sido tan caricaturizados que ya todo parece una telenovela; pero no nos dejemos engañar por el atrezo: los muertos son de carne y, sobre todo, de hueso. Y esto sucedía mucho antes de que llegasen las cámaras, y seguirá pasando cuando se vayan. Como pasó y seguirá suce-diendo en Ciudad Juárez, en Veracruz, en Monterrey, en Michoacán; ahora fuera de plano.

La náusea de Iguala ha revelado que no es que “los presidentes municipales y sus aparatos policíacos cobi-jen a los señores del narco”, como dice Enrique Krauze. En Iguala, y otros lugares de Guerrero, “son ellos”. Y ese “ellos” no sólo los Abarca y los Pineda, potenciales musas de narcocorrido. El poder criminal, sanguinario, del que han hecho uso esos inmundos personajes ha pasado de mano en mano, y de sigla en sigla, desde que Cortés conquistó estas tierras. Porque la infamia de Iguala tampoco es nada nuevo en la historia del resto de Guerrero. Hoy, junto a los huesos que emergen de las fosas que infectan uno de los estados más empo-brecidos de México, se desentierran también trocitos de memoria, cubierta durante siglos por el manto freático de la impunidad.

Primero, los purépechas, coixcas, jopis y otros pueblos indígenas hicieron frente de diversos modos la domina-ción mexica y luego la española. Después, desde que la espada y la cruz cambiaron de manos, los guerreren-ses han resistido el caciquismo de sus elites; la des-posesión por acumulación trasnacional; la violencia por parte de todas las fuerzas de (in)seguridad, estatales y paraestatales. Desde finales de la década de 1960 y hasta principios de los 80, esa resistencia tomó for-ma de insurgencia armada. Las guerrillas lideradas por Lucio Cabañas y Genaro Vázquez, formados en la hoy doliente escuela de Ayotzinapa, se convirtieron en un

referente de la lucha campesina por la defensa de los bosques, entonces controlados por caciques locales y estatales.

Desde entonces en Guerrero, y en otros estados como Chiapas, el Ejército tiene el control del territorio, “actúa bajo la lógica de la contrainsurgencia −es decir, del ene-migo interno− y vive obsesionado con la presencia de la guerrilla”, apunta Carlos Fazio, periodista uruguayo afincado en México. Las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones forzadas, la tortura extrema, no son algo aislado, deben verse “como una tecnología represiva adoptada racional y centralizadamente que, entre otras funciones, persigue la diseminación del terror”.

La guerra sucia que el Estado emprendió contra estos grupos durante los años setenta del siglo pasado fue muy similar a la que tuvieron que afrontar entonces los movimientos sociales del Cono Sur, con vuelos de la muerte incluidos. Dos décadas más tarde, en un con-texto internacional seducido por la narrativa del fin de la historia, esa misma doctrina se replicaría en la matan-za de campesinos de Aguas Blancas en junio de 1995 y en la matanza de indígenas de El Charco en 1998, episodios que alumbraron nuevas guerrillas y otros movimientos sociales con nuevas prácticas y discursos en relación con la intervención de empresas transna-cionales en la explotación de los recursos naturales de la región.

Muchos de los análisis que se están publicando a raíz de la matanza de los estudiantes de Ayotzinapa coinci-den en que Guerrero ha hecho siempre honor a su nom-bre. Que esta siempre ha sido una tierra violenta. Tras la matanza de Aguas Blancas Juan Carlos Osorio decía: “Sí, mucha violencia ha habido en Guerrero a lo largo de su historia. Es la violencia –sistemática, tenaz, terri-blemente actual– que viene de sus grupos dirigentes”.

En los veinte años que han pasado desde que este periodista local escribió esas palabras la violencia de la que hablaba se ha ido multiplicando y haciendo más compleja al calor de la integración de México en nue-vos procesos económicos mundiales. Mal que le pese a Fukuyama y sus adalides, lo que pasa hoy en Guerrero sólo se explica reconociendo que, como dice Fazio, la guerra sucia nunca terminó, sólo ha sido adaptada a las dinámicas neoliberales del México de la narcopolítica y el neoextractivismo transnacional.

La firma del Tratado de Libre Comercio de América del norte (TLCAN) en 1994 fomentó la llegada de nuevos actores en la lucha por el acceso a los recursos natura-les estratégicos (mineros, forestales, acuíferos) de los que dispone la región, que unos años más tarde en-traría a formar parte junto a otros estados del sur de México del Plan Puebla-Panamá, hoy llamado Proyecto

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La náusea de los crímenes de Iguala

Aloia Álvarez Feáns/ FronteraD

Mesoamérica. Las actividades extractivas de las que se benefician las elites locales aliadas al capital transnacio-nal bajo esos acuerdos han generado múltiples impac-tos socioeconómicos, políticos y medioambientales que han favorecido la consolidación de otra gran industria transnacional. Las redes de narcotráfico, que durante las décadas anteriores habían encontrado en las dinámicas neopatrimoniales de las instituciones locales un canal abierto en el que navegar, se han fortalecido en el marco de la aplicación del dogma neoliberal.

En ese contexto de erosión de lo público que ha ahonda-do las desigualdades sociales, la llamada “guerra contra el narcotráfico” emprendida por el gobierno panista de Felipe Calderón en 2006 tuvo unos resultados nefastos en el primer productor de amapola de México. La perver-sa estrategia gubernamental durante el sexenio de los 100 mil muertos no hizo más que avivar el conflicto entre los distintos actores implicados en las redes criminales desplegadas en el estado. Con el regreso de un PRI maquillado al gobierno federal en 2012 tampoco se ha atajado la violencia en el histórico bastión de un PRD, hoy tan desacreditado como los dos grandes partidos.

Y esa violencia de todo tipo, desmedida, indiscriminada, que no es nueva en Guerrero, se replica también en ma-yor o menor medida en todos y cada uno de los estados del país, donde las malas noticias son siempre peores. En este tiempo en el que todas las miradas han estado enfocadas en Iguala, en Tamaulipas habrán encontrado decenas de migrantes enterrados en fosas comunes; en Chiapas varios líderes indígenas habrán sido ame-drentados por un grupo paramilitar; en Michoacán, algún narcopolicía habrá violado a una adolescente; hasta en Querétaro, donde la paz es un abrigo sujeto por alfileres, es posible que otro niño le haya cedido su riñón al negro mercado.

Durante los primeros meses del gobierno de Peña Nieto los árboles no nos dejaron ver el bosque. El control me-diático por parte del aparato del Estado fue tan efectivo que el flamante presidente acabó encumbrado en los medios internacionales y nacionales como el nuevo Me-sías que vendría a guiar “el momento de México”. Hoy, caído el velo de las macrorreformas, es posible ver que la guerra sucia es más sucia que nunca, por muchos disfraces que vista, y que el enemigo interno puede ser cualquiera. Cualquiera que obstaculice los intereses de una compleja, elástica y criminal alianza, sea aquel un migrante, un indígena, una adolescente, un niño, o un estudiante, todos ellos potenciales víctimas de una rein-ventada violencia, descarnada e intratable. Como la que se encontraron los estudiantes muertos y desaparecidos de Ayotzinapa.

Tras la matanza del 68, Octavio Paz se lamentaba: “un pasado que creíamos enterrado está vivo e irrumpe entre

nosotros”. Ese pasado nos escupe a la cara desde el 26 de septiembre y nos recuerda que lo de Iguala no es la excepción, es la norma en un país en el que la lucha de clases, la historia sin fin, parece una película de terror.

Los normales, contra la norma

Julio César, protagonista de la escena más abominable de este relato, llegó a la Escuela Isidro Burgos tanto por sus convicciones ideológicas como por cubrir las nece-sidades materiales más perentorias. El acceso a la edu-cación superior es una quimera para los 54 millones de pobres que, como él, viven en uno de los países más desiguales de la OCDE (Organización para la Coopera-ción y el Desarrollo Económico). Ser maestro rural era la única opción de Julio César.

Las Escuelas Normales Rurales como la de Ayotzinapa se crearon en el México posrevolucionario de la déca-da de 1920 con el objetivo de socializar el acceso a la educación en el campo. Estos centros de formación en Magisterio, guiados por una filosofía de carácter marxis-ta-leninista, nacieron con el objetivo de romper con el círculo de la exclusión de las clases más bajas. Campe-sinos pobres formando a los hijos de otros campesinos pobres para que esa condición dejase de ser hereditaria, y mayoritaria.

Este modelo de educación pública y gratuita fue impul-sado en gran medida durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) a partir de la idea de que el cam-bio social vendría de la mano de un sistema educativo inclusivo, en el que se promoviese la participación de las clases más empobrecidas y marginadas del país. No es de extrañar que esta “postura intelectual que concebía a la escuela como un espacio propicio para el despertar de la conciencia popular”, como afirma el investigador en educación y comunicación Hugo Boites, fuese condena-da a muerte junto con todo el programa socialista.

Desde mediados de la década de 1944 las políticas conservadoras que veían la educación como un medio disciplinario y de control social ganaron la batalla. El consenso de Washington atacó todavía más el corazón de este sistema: desde inicios de la década de 1990 los sucesivos gobiernos federales, alentados por las diná-micas globales, han tratado de acabar con él. De las 46 Escuelas Normales Rurales que llegaron a existir duran-te el cardenismo en la actualidad en todo el país sólo resiste una quincena.

Hoy, “la supervivencia de las ENR es una aberración

para el discurso neoliberal. Constituyen un modelo edu-cativo que obstaculiza la industrialización del campo mexicano y que, de acuerdo con su lógica, debió liqui-darse hace 20 años”, sigue Boites, para quien detrás de la campaña de persecución y criminalización que sufren las Normales Rurales están los “grandes capitales que quieren maquilar el campo mexicano”. En México, a los Peña Nieto, Slim, Calderón, Larrea, Aguirre o Abarca, y a sus aliados, llámense cárteles, gobiernos extranjeros o empresas transnacionales, les molestan, como dice Juan Villoro, los pobres que saben leer. Eso es lo que evidencia la ignominia de Iguala.

“Aquí se aprende a no agacharse. Aunque nos quieran mandar a todos a la fosa común, tenemos que apren-der a levantarnos” sentencia el lema, funesta profecía autocumplida, de la escuela Isidro Burgos. En la fosa han acabado ya demasiados, y por ellos hoy otros se levantan de una larga y silenciosa noche de plomo. Pero aún faltan muchos, porque “Ayotzinapa, el nombre del horror”, afirma la antropóloga Rossana Reguillo, “es un instante que sigue sucediendo, en un país que no presta atención”.

De Julio César y los otros 5 asesinados el 27 de septiem-bre ya nadie habla, porque han entrado en la categoría de los ejecutados extrajudicialmente que tienen reserva-das parcelitas individuales en la eternidad; lo que en este país sólo es privilegio de unos cuantos nadies. Las caras de los otros 43 empapelan hoy las paredes de algunas universidades del país y desfilan por plazas de todo el mundo, porque han desaparecido en el saco sin fondo de las mentiras gubernamentales, que acabarán desgastan-do también ese nuevo clamor, tan legítimo y necesario como insuficiente.

Sé que a este relato también le sobran muertos y le fal-tan páginas. La historia admite innumerables versiones y el país de los abrazos, que también existe, ya tiene suficientes cronistas. A los pocos privilegiados que, gra-cias al dolor de muchos, disfrutamos de ese otro paisaje de postal, nos asusta y nos avergüenza la moraleja de toda esta fábula: la belleza y el horror brotan de la misma fuente. Pueden llenarlo de rezos y de danzas, vestirlo de fiesta; pero hasta que los vivos se levanten de sus tumbas, México, este lugar tan hermoso como siniestro, seguirá siendo un cementerio.

* Aloia Álvarez Feáns es periodista e investi-gadora del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid. Autora de Nigeria. Las brechas de un petorestado, edi-tado por Los libros de la Catarata, en Fronte-raD ha publicado Nigeria y el maniqueísmo o las historias sin Historia.

DISEÑO, PRODUCCIÓN & ILUSTRACIÓN

5 90 67 69 & 5 90 61 70

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Crédito/ Miguel Alvarado.

MáscarasPregúntale al muerto cómo se llamatómale las huellaslimpia sus ojosdile de la sangre que hiela sus brazossus piernas quebrantadas que no lo llevaron a ningún lado.

Lloran las madres un sollozo por ese muerto sin orillasporque tomarle la mano, confirmar la horaen este siseo de plumas y fotos parece -pero no lo es-una última ternura machacada en el negro esputo de su boca.

Y tú, creyendo que la credencial de prensa te mantendrá a salvo.Tú, que no sabes lo que miraste acercas al cuerpo y con una mueca

un soplo epiléptico

apagas de golpe el solde una vez le clausuras los ojos.

Llegan las niñas de la escuela con las caras desencajadasabriendo puertas en busca de un juguete.Jugar es comenzar a morirecharse encima el estruendo de las armascaerse aguantándose la risa, derrumbadas por el rayo.

Este día es un desorden de ventanasy la verdad de los periódicos hace que amanezca más temprano.Extiende la ropa y estornuda, inundada de olores ajenos.Dice como si rezara el nombre de los muertosy en su boca se pronuncia una O que no concluye.

Primero dice:

es el que abate quien dispara y luego correesconde las armas.

Yo soy Ángel o Miguel y mi casano es amarga ni dulcepero el camino de vuelta no pasa por enfrente.

Sobraba el cielo y la tierra se abría en un puño.Sobraban los cerros y en las brechasse iban descubriendo el pedazo incinerado de un corazónel paso de un ave y soldados disfrazados de semillas como agua fresca.

Alexander Mora Venancio no regresó a su casay sus padres dijeron al principio lo mismo que yo:“nadie nos ha confirmado nada, no lo vamos a creer”.

Nada hay de fuerte en los brazos que sostienen a los muertos.

Ellos

ya sin máscaracomenzaron a disparar.

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El teatro como memoria y resistencia

* Incendios cuenta la historia de dos hermanos gemelos, quienes cumplirán con los últimos deseos de su madre recién fallecida. Deben de entregar dos cartas. Una a su padre, que ellos pensaban que estaba muerto, y otra a su hermano, que ni siquiera sabían que existía. Los hermanos emprenden una encomienda que los llevará a conocer un pasado violento que tendrán que afrontar.

Mina Santiago/ UNAM/

www.cultura.unam.mx

El teatro humanista de Wajdi Mouawad (Líba-no, 1968) se ha esparcido como un virus que sacude a las audiencias. Desde esta trinchera le ha sido posible contribuir al cambio, generar resquicios a través del arte donde se pueda afrontar el dolor y salir victorioso al sanar he-ridas provocadas por la sociedad e incluso las de la violencia que genera la misma familia.

La comunidad universitaria tuvo la oportunidad de conocer a profundidad la visión del prolífi-co dramaturgo, creador de la obra Incendios, en una plática que ofreció como parte de las actividades de su primera visita a México or-ganizada por la Cátedra Ingmar Bergman en cine y teatro.

La conversación que se realizó en el auditorio del MUAC fue comandada por la actriz Karina Gidi, quien durante cuatro años interpretó el rol de Julia en la puesta en escena Incendios, y el escritor Diego Rabasa, con quienes Mou-awad charló sobre sus motivaciones, el miedo a repetirse como artista, el poder del teatro, su ambición por realizar cine y cómo lidiar con la fama.

Mouawad nació en Líbano, país del que tuvo que huir con su familia debido a conflictos so-ciales, posteriormente vivió en Francia, pero fue hasta su traslado a Canadá cuando entró a la Escuela Nacional de Teatro porque que-ría ser actor, sin embargo, su acento fue un impedimento en su carrera, "al no hablar fran-cés como quebequense me eran otorgados

papeles de francés o árabe, lo cual limitaba mis posibilidades de hacer interpretaciones más grandes por lo que decidí escribir mis propias historias", contó.

La idea de escribir le cautivó desde pequeño cuando pensaba que el fin verdadero de todas las personas era ser artista y ese sentimiento se fue afinando con el paso del tiempo; "los seres humanos compartimos dolores y en la literatura existen palabras que abren espacios nuevos que nos permiten aceptar que el dolor es algo poderoso; hundirse en aguas profun-das es la función de la literatura", afirmó.

La obra del libanés está plagada de experien-cias fuertes, dolorosas, encrucijadas donde los personajes reaccionan y al igual que la audiencia se sacuden y es que con base en experiencias propias como vivir una guerra y los valores inculcados en familia, Mouawad asevera que como individuos debemos encon-trar las hendiduras que nos permitan atravesar lo impenetrable, "todos estamos sentados con una bomba debajo nuestro, cuando detone de-bemos buscar nuestros recursos, cómo cargar nuestra propia vida para poder seguir".

Para Mouawad la empatía con el horror es un concepto clave para salir adelante, "crecí con una familia que me enseñó el odio. No fue algo hecho a propósito, pues era una familia también llena de amor; mis padres tomaron decisiones de vida que fueron muy difíciles para ellos", aseveró sobre su vivencias en la guerra en Líbano.

Teatro como catalizador El dramaturgo menciona que la fuerza del teatro es poderosa, es una forma de revertir el dolor y escribirlo le ayuda a sanar las ampu-taciones. "Pensar que Incendios -parcialmente

inspirada en la historia de una mujer que fue encarcelada más de 10 años conocida como la Mujer que canta- generó conexión con la audiencia tocando la vida de espectadores, es maravilloso".

Incendios cuenta la historia de dos hermanos gemelos, quienes cumplirán con los últimos deseos de su madre recién fallecida. Deben de entregar dos cartas. Una a su padre, que ellos pensaban que estaba muerto, y otra a su hermano, que ni siquiera sabían que existía. Los hermanos emprenden una encomienda que los llevará a conocer un pasado violento que tendrán que afrontar.

Ante cuestionamientos sobre su sentir con respecto a la desaparición de 43 normalistas en Iguala y la situación de violencia que en-frenta el país, Mouawad envió un mensaje de solidaridad y dijo que una forma de actuar ante la atrocidad del mundo es generar cambios desde la creación, desde el idioma que cada ser humano domina se debe gestar la lucha, en su caso la escritura y el teatro.

Incitó a practicar la solidaridad de los sacu-didos, "aquellos que son capaces de tener conciencia de la incomodidad de su posición tan cómoda y llevarlos a entender que viven atrás escondidos en la sangre de los demás. Tener osadía más allá de lo que la gente dice que tienes que hacer, buscar lo que sacude", concluyó.

Wajdi Mouawad cuenta con una amplia obra como dramaturgo. Ha sido reconocido por su calidad artística y distinguido en diversos paí-ses. El gobierno francés le otorgó en 2002 el tí-tulo de la Orden de caballero de las Artes y las Letras. Es autor de la tetralogía La sangre de las promesas, compuesta por Litoral (2000), Incendios (2003), Bosques (2005) y Cielos (2009), llevados a escena en varios países.

Imágenes ausentes

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¿Qué es un narcoestado?

* Un Estado es básicamente una forma organizada de la violencia. Y que esa organización de la violencia –el Estado– responde a los

modos de una clase dominante o un poder constituido. Es decir, el Estado es una violencia al servicio de un poder.

Arsinoé Orihuela/ Colectivo La digna voz/

Rebelión

Wil G. Pansters, en un texto que lleva por título “Del control centralizado a la sobe-ranía fragmentada: narcotráfico y Estado en México”, documenta que en la víspe-ra de las elecciones presidenciales de

2000, el New York Review of Books publicó un artículo en el que se inquiría si el Estado mexicano era un narcoes-tado. La preocupación en realidad gravitaba alrededor de la candidatura de Francisco Labastida, exgobernador de su natal Sinaloa, y sobre cuya persona circulaban rumo-res acerca de presuntos vínculos con el narcotráfico. En esa época todavía existían académicos, funcionarios e intelectuales que sostenían que el narcotráfico era una lacra constitutiva a la supremacía indisputada del Partido Revolucionario Institucional. Naturalmente, las expectati-vas de esos grupos “críticos” (nótese el entrecomillado) estaban colocadas en el candidato de oposición: Vicente Fox Quezada, del proto-falangista Partido Acción Nacio-nal. Sin embargo, la fallida “alternancia” refutaría esos torpes diagnósticos, y confirmaría que el problema no podía explicarse sólo “en términos de redes y lealtades partidistas en sí” (G. Pansters).

El texto referido tiene algunas virtudes. Pero como ocu-rre a menudo con los estudios acerca del narcotráfico, yerra en las premisas de fondo y atiende el problema admitiendo la hipótesis falsaria que coincidentemente utiliza el discurso oficial para justificar la guerra contra el narcotráfico: a saber, la de una disputa entre sobera-nías, o bien, la de un desafío del crimen organizado al poder del Estado. Esta lectura es altamente lesiva para la comprensión del fenómeno en cuestión. E inevitable-mente refuerza la tesis de ciertos autores como Edgar-do Buscaglia, que a nuestro juicio distorsiona la trama de la alianza Estado-narcotráfico en México. Buscaglia escribe: “el crecimiento de la delincuencia organizada extremadamente violenta y transnacional se alimenta siempre de vacíos y fallas del Estado”. Si se extiende un poco más este razonamiento, termina desembocan-do allí donde acaban casi todos los análisis estériles: en sostener que el Estado mexicano es un Estado fallido. Y por extensión, en responsabilizar principalmente a la clase política por el drama del narcotráfico y la narcovio-lencia. Esto se traduce en una explicación insolvente, que el propio Buscaglia resume ciñéndose a una falacia teórica garrafal: que “el corazón del narco son los polí-ticos”. Desde luego que los políticos están involucrados en el narco. Pero conferirles el rol protagónico en la materia, es por lo menos tan errado como creer que la alternancia partidaria va a resolver el problema.

Por eso se hace necesario definir qué es un narcoestado. Justamente para evitar estos tropiezos explicatorios.

Narcoestado es más que una mera consigna empuña-da al vapor del ciclo de protestas en curso. Hay quienes piensan que se trata de un neologismo con un alcance sólo panfletario. La propuesta, no obstante, es que el tér-mino tiene un valor conceptual. Y que por consiguiente connota y denota algo preciso, concreto.

Narcoestado es más que un maridaje histórico entre el narcotráfico y el Estado. De hecho, no existe un Estado que se pueda sustraer de esta unión con la criminalidad, o con los ilegalismos que engloba el concepto de “narco”. El narcoestado es algo más que esa relación coyuntural o histórica entre crimen y Estado.

Lo que acá se plantea es que un narcoestado es un modo específico de organización de la violencia y los intereses dominantes. Y que estos intereses dominantes están or-gánicamente articulados a la criminalidad e ilegalidad. Es la organización de los negocios criminales alrededor del Estado.

Cabe hacer algunas precisiones para entender esta ecuación.

Para situarnos en un terreno común, adviértase que un Estado es básicamente una forma organizada de la vio-lencia. Y que esa organización de la violencia –el Esta-do– responde a los modos de una clase dominante o un poder constituido. Es decir, el Estado es una violencia al servicio de un poder.

En este sentido, un narcoestado no puede ser llanamente un contubernio entre un partido político y las redes del narcotráfico, como sugirieran algunos documentos como el arriba citado. Tampoco se trata de un Estado donde el crimen organizado tiene injerencia en los procesos y pro-cedimientos de la administración pública. Mucho menos se puede hablar de narcoestado ahí donde ciertas em-presas criminales cosechan réditos extraordinarios con el tráfico de la droga. Para tal caso, todos los Estados serían narcoestados.

Por eso es preciso insistir en la especificidad de un nar-coestado. En suma, se trata de un Estado que impulsa ciertas políticas (e.g. la guerra contra el narcotráfico) que suministran ex profeso una trama legal e institucional en beneficio irrestricto de los negocios criminales. Es el pre-dominio categórico del binomio criminalidad empresarial-

violencia criminal en la trama de relaciones sociales com-prendidas en un Estado.

Por ejemplo, en México es virtualmente imposible aspirar a un cargo de elección popular sin el aval y el financia-miento de las organizaciones criminales. Lo cual resulta cierto para todos los niveles de la cadena de mando po-lítico, es decir, municipal, estatal o federal. Esto implica que el crimen tenga control de la totalidad de las insti-tuciones de Estado. Por eso se dice que tenemos un narcoestado. Otro ejemplo lapidario es la situación de los ministerios públicos o las instituciones judiciales. Más de un agente ministerial ha confesado en encuentros con periodistas que la orden de “arriba” es desestimar los ca-sos que involucren personas desaparecidas a manos del crimen, y por consiguiente tienen la instrucción de abortar cualquier seguimiento a esas ocasiones de delito. Con li-geras variaciones en las diferentes entidades federativas, el porcentaje de impunidad oscila entre el 98 y el 100 por ciento. Esto no es un desafío del crimen al Estado: eso es un Estado al servicio del crimen.

Para recapitular, cabe recordar lo sostenido en otra en-trega: “Un narcoestado es un Estado donde la institución dominante es la empresa criminal. Los funcionarios de ese Estado están todos coludidos con el narco, pero no por una cuestión de corruptelas personales o grupales, sino sencillamente porque el narco es el patrón de ese Estado. La narcopolítica es la cría de los negocios cri-minales, creada por y para la empresa criminal. Y con los narcofuncionarios , los patrones –la empresa crimi-nal– ganan mucho más. En este sentido, la impotencia o negligencia de las instituciones para perseguir a los de-lincuentes es la ley natural de un narcoestado . El Estado es el brazo legalmente armado de la empresa criminal...” (http://lavoznet.blogspot.mx/2014/11/fin-al-narcoestado.html).

Resumidamente, el narcoestado es la modalidad espe-cífica de organización de la violencia en México. Desde luego que no es un Estado fallido: es un Estado criminal. La guerra nunca fue contra las drogas o el nar-cotráfico. La guerra es una política de Estado para organizar la violencia en beneficio de la empresa criminal. Y el resultado de esa políti-ca es la configuración de un narcoestado.

* Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/2014/12/que-es-un-narcoestado.html

INSTITUCIÓN DE ASISTENCIA PRIVADA PARA NIÑOS CON CÁNCERINSTITUCIÓN DE ASISTENCIA PRIVADA PARA NIÑOS CON CÁNCER

www.extiendetumano.com

Visión

Misión

Objetivos

En el año 2004 se crea “Extiende tu Mano” como Institución de Asistencia Privada para atender las necesidades generales de niños que padecen cáncer, de los grupos más desprotegidos en el Estado de México y de otros Estados de la república.

Proporcionar apoyo integral, con calidad y calidez, a los menores de escasos recursos económicos y que padecen Cáncer.

Promover y encauzar la participación de la sociedad para cubrir las necesidades de los menores de escasos recursos económicos, que no cuentan con el apoyo de alguna institución de asistencia social y que pade-cen cáncer.

Desarrollar la participación de la sociedad en general en beneficio de los menores enfer-mos con cáncer

Fomentar la colaboración con otras organi-zaciones e instituciones de asistencia social, públicas o privadas, estatales, nacionales e internacionales, promoviendo la misión de Extiende Tu Mano.

Cubrir todas las necesidades de los menores de 0 a 18 años, de escasos recursos económicos y que padecen cáncer, con calidad, calidez y eficiencia.

Alimentos oncológicos y periféricos que necesita el paciente durante su tratamiento médico.

Estudios especiales que no proporcione la institución médica.

Prótesis ocular, de miembro o edoprótesis.

Complementos alimenticios, infusores, vacunas.

Gastos funerarios.

Sillas de ruedas, bastones, andaderas, etc., cuando su estado de salud así lo requiera.

Antibióticos, antiméticos, reguladores de médula, catéter de permanencia y agujas.

Actividades culturales de recreación y fortalecimiento de venas.

Programas

Apoyos

El cáncer es una enfermedad curable en un 70 % de los casos detectados a tiempo.

Conviértete en un sembrador de esperanza proporcionando una aportación mensual. tu ayuda servirá para darles una mejor calidad de vida.

TU APORTACIÓN MENSUAL SERVIRÁ PARA:

Complementos AlimenticiosFortalecen el organismo del niño durante su

tratamiento. Son soporte alimenticio.

Aguja para catéterProtegen las venas de los menores

mejorando su calidad de vida

AntibióticosAyudan contra otras enfermedades

durante el tratamiento

Medicamento OncológicoElimina las células cancerígenas combatien-

do directamente la enfermedad

Tratamiento completoCubre el tratamiento completo mensual

para un niño. La consulta semanal es de suma importancia.

Cómo participar

Banco de MedicamentosApoyo DidácticoApoyo EconómicoMi mayor anheloManos CreativasSembrador de esperanza:

Te invitamos a que juntos extendamos nuestra mano para dar esperanza a un niño que no alcanza a entender porqué ahora su vida trascurre entre médi-

cos y no maestros; entre inyecciones dolorosas y no libros; entre largos tiempos en hospitales y no recreos; entre sueños truncados y sobretodo...en la incertidumbre del día de mañana si podrá ser doctor, bombero, enfer-mera, licenciado, astronauta, aquitecto... o sencillamente dejará de existir.

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