la duquesa del candilmanos, y salpica con ellas al gozoso cervatillo. la fábula se cumple: acteón,...
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La Duquesa
del Candil
Zarzuela en tres actos
Texto original de GUILLERMO y RAFAEL FERNÁNDEZ SHAW
Música de JESÚS GARCÍA LEOZ
PERSONAJES Y REPARTO
DUQUESITA ................................ JOSEFINA CANALES
CELIA LANGA
PACA ......................................... MATILDE VÁZQUEZ
ANA MARÍA IRIARTE
MARQUESITO .................................. MARIANO IBARS
ESTEBAN LEOZ
COLÁS ................................................... JESÚS GOIRI
MANUEL AUSENSI
DUQUE ................................................ MANUEL GAS
MARQUÉS ....................................... ELADIO CUEVAS
LA DESGARRONA ............................ LUISA ESPINOSA
LA HUESUDA .............................. VICTORIA ARGOTA
LA HIERBABUENA
DIANA ...... MARIANELA DE MONTIJO
GITANILLA
DAMA 1.ª .................................... MARÍA VILLASECA
DAMA 2.ª .......................................... MARÍA ARJONA
DON GIL / DIMAS ................ FRANCISCO AMENGUAL
DON JUAN .................................... ALEJO QUERALTÓ
ACTEÓN / GITANO .................... ALBERTO PORTILLO
ALGUACIL ............................................ GOYO REYES
CABALLERO ..................................... JESÚS ROMERO
GUARDIA 1.º ............................. GREGORIO PERALES
GUARDIA 2.º ............................................ PEDRO GIL
MOZO 1.º ............................................ ÁNGEL COBOS
MOZO 2.º ....................................... ANTONIO MUÑOZ
MONAGUILLO ............................... CÉSAR DEL COTO .
Estrenada el 17 de marzo de 1949 en el Teatro Madrid de Madrid.
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ACTO PRIMERO Un rincón o plazoleta de los Jardines –recién inaugurados– del Real Sitio de La Granja
de San Ildefonso, viéndose en la lejanía la fachada del Palacio Real y una perspectiva de
las fuentes y el parque. La Corte celebra una de sus fiestas aristocráticas. Damas y
caballeros de la Corte han adoptado ya los aires y vestidos franceses importados por el
rey Felipe V, su familia y cortesanos: plumas, encajes, sombreros de anchos vuelos,
cintillas y alegres colores en las presumidas formas de sus vestidos. Cantan también estas
marquesitas pseudo-versallescas las ligeras canciones afrancesadas, los madrigales y
estrofas de amor. La Duquesita del Lirio Blanco y el Marquesito del Aire Bueno –jóvenes
y alegres– disfrutan desenfadadamente en este ambiente que ellos casi presiden: estuvieron
en París, y en La Granja muestran las canciones y bailes que aprendieron en aquella Corte
del Rey Sol. Sin embargo, el Duque y el Marqués –sus padres respectivos– futuros
consuegros según tienen concertado desde antaño, aún conservan las severas costumbres
de la Corte de la Casa de los Austrias.
BALLET DE DIANA Y ACTEÓN
Diana, envuelta en blanca túnica, recorre –como una
mariposa– una plazoleta, temerosa de los importunos
que la persiguen. Va de un lado a otro, sin acertar
dónde posarse. Llegan otras dos deidades –sus doncellas–
que, por su mandato, atisban por derecha e izquierda.
«No hay importunos» –vienen a decir– y acompañan a
Diana hasta el borde del estanque, ante el cual suspenden,
brazos en alto, la túnica de la diosa. Recórtase en ella la
silueta de Diana, colocada detrás del lienzo y de espaldas
a éste. Entra la deidad en el agua y sus doncellas retiran
la túnica, que queda como abandonada en la orilla del
estanque. Desde las claras ondas despide Diana con
besos a sus servidoras, que se retiran hasta que su
señora termina el baño. Pero he aquí que, cuando la
diosa ha desaparecido entre las aguas, surge entre los
árboles el gentil Acteón, tocado con montera de pastor,
semicubierto con pieles y con una correa en bandolera,
de la que pende su flauta de apacentar ganados. Acteón
viene en busca de su amada, la desdeñosa Diana y
pregunta por ella a sus asustadizas doncellas. Éstas
simulan no entender y él les describe –con elocuentes
gestos y ademanes– la belleza de su cuerpo, el óvalo
finísimo de su rostro, la coronita de rosas que sujeta
sus rubios cabellos y la asombrosa agilidad de sus
movimientos. Las doncellas no se dan por enteradas y
hasta fingen creer que el pastor se refiere a ellas, por
lo cual imitan posturas y ademanes de los descritos por
Acteón; pero éste niega, y las servidoras –desengañadas–
se retiran. Acteón va al estanque; mira y nada descubre;
bordea su margen y halla de pronto la túnica caída, que
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recoge amoroso, y cuyos aromas –que aspira con
deleite– le confirman en su creencia de que allí está
DIANA. Deja el lienzo donde lo encontró y piensa que
su salvación está en su caramillo. Él le arrancará
dulcísimas notas que enternezcan el corazón de la
ingrata. Se dirige entonces a un banco rústico –que
más parece una roca de monte que un asiento pulido–
y allí acomodado toca en la flauta, que ha descolgado
de su correa, una tonada digna del Dios Pan. No se ha
equivocado el pastor: la curiosidad fue siempre
condición femenina y es causa de que la divina Diana
quiera saber de dónde emana el cautivador sonido.
Primero, un brazo; luego, un lindo escote; después, la
cabeza... Diana sale del baño y, envuelta otra vez en su
túnica, teje una breve danza al son del caramillo
pastoril. Acteón se ha ocultado tras el grueso tronco
del árbol que se cobijaba y sigue su tocata hasta que,
en el momento oportuno –cuando ella inquiere el
origen del sonido– se presenta ante su adorada y, a sus
pies, se arrodilla suplicante. Pero la diosa se manifiesta
terriblemente ofendida; quiere huir y Acteón, más
rápido en sus saltos, la va cerrando todos los caminos.
Él suplica por una mirada, por una sonrisa, por algo
que calme su sed amorosa. Diana se repliega junto al
estanque y, cuando el pastor cree que le es propicia la
ocasión, ella toma con ligereza un poco de agua
mitológica entre sus manos y la arroja al rostro de su
galán, cuyos ojos se ciegan repentinamente. Con las
manos sobre sus muertas pupilas, y luego con los
brazos extendidos en demanda de humano auxilio,
Acteón desaparece mientras que Diana, arrepentida de
lo hecho, llora por su crueldad y besa el caramillo que
quedó caído en el suelo cuando el pastor se postró de
hinojos ante ella. La flauta, sin que nadie la toque,
suena tristemente entre las manos de la diosa; le dice
con claras reminiscencias toda la pureza del cariño de
su adorador y ella, escuchándola, la acaricia y acuna
como si tuviese un niño en los brazos. Despacito, con
leves brincos nervioso, llega de nuevo Acteón; pero no
hay quien le conozca porque ha sido transformado en
ciervo: un cervatillo joven, de plateada y bella
cornamenta. Cuando advierte los mimos que Diana
tiene para su caramillo, salta de júbilo y rodea a su
amada del mejor homenaje de su gratitud: lindas
cabrioladas y sutiles arrumacos con la testa y el hocico.
Diana acaricia al ciervo, pero al buscar sus miradas le
recuerdan las del pastor. Asústase y huye de él.
Entonces, el animalito se arrodilla ante ella. La diosa,
loca de alegría al comprobar que es su pretendiente,
vuelve rápida al estanque, sumerge en él ambas
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manos, y salpica con ellas al gozoso cervatillo. La
fábula se cumple: Acteón, vuelto a la gracia de Diana,
recupera su figura de hombre; él mismo se arranca sus
cuernos y su apuntado hocico; desnúdase los brazos
librándolos de la piel del ciervo, y toma en sus amantes
brazos a la ya rendida deidad. Mientras, alrededor de
ambos, forman una diadema en su loor, no sólo las
doncellas –que vuelven para recoger y acompañar a su
señora–, sino una porción de Ninfas y Faunos, que han
salido del estanque y a él vuelven cuando, terminada la
pantomima, Diana y Acteón hacen mutis precedidos
por sus servidores.
El Marqués ha empezado a transigir a instancias de su hijo el Marquesito, y lleva por
primera vez el traje afrancesado; por esta causa pelea con el Duque, que no traga con
estas novedades estridentes y conserva modos y modas de la desaparecida Casa de
Austria. Pelean entre sí; pelean siempre... y siempre acaban en la mejor de las armonías.
¡Buenos tunantes fueron y aún son a sus años! Inseparables desde la infancia, tampoco
ahora saben estar el uno sin el otro. En este ambiente y lugar es sorprendida una mujer
joven y guapa, una serrana humilde y típicamente vestida. Los guardias la traen presa y
el Marqués y el Duque acuden a ella, la interrogan, despiden a la guardia y admiran la
belleza de la arisca mujer. Ella explica que se extravió en el camino de Segovia y la
curiosidad la hizo entrar en los jardines del recinto real. Los viejos cortesanos –el
Duque y el Marqués– la coquetean y juegan con su ingenuidad; la hacen cantar y ella
dice sus letrillas serranas de agreste sabor.
PACA La moza, en la fuente,
miraba y miraba,
queriendo los ojos
mirarse en el agua;
más ¡ay! los espejos
saltaban, saltaban,
y nunca podían
copiarle la cara.
Llegó un caballero,
miró a la mozuela,
gustó de sus ojos,
le dijo quién era.
–«Soy moza que lava;
soy moza que espera»...
Y él dijo a la niña:
–«Yo llamo a tu puerta».
Olor a cantueso y olor a retama,
y olor a tomillo y olor a alhucema...
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¡Qué alegre la moza
saltaba y reía!
¡Ay, madre, mi madre,
lució mi estrellica!
Sus galas mejores
la niña lucía...
¡Qué dulce el coloquio
del mozo y la niña!
La moza, en la fuente,
lloraba y lloraba.
¡Qué tristes sus ojos
temblando en el agua!
Se fue el caballero;
con él se llevaba
su joya más rica...
¡Malhaya y malhaya!
Olor a tomillo y olor a alhucema,
y olor a cantueso y olor a retama.
Pero un serrano brusco y valentón viene en su favor con sorpresa y enfado de ella: es su
novio... aunque su vestimenta es más de chulapo madrileño de la Villa y Corte que de
hombre de la serranía del Guadarrama o de Gredos. Es Colás, que iba también de camino,
vio de lejos a la serrana, la persiguió y la apostrofa y zahiere. Los viejos, asustados por
el tono y violencia de la pelea –ya que ella se encrespa ante Colás–, llaman en su ayuda
a los cortesanos y a sus criados, pues llevan golpes allá donde buscaron caricias y halagos.
Acuden todos, con la Marquesita y el Marquesito a la cabeza. Éste reconoce en la serrana
a la Paca, la chula de rompe y rasga con la que alterna en los Bailes de Candil, cuando
de noche –embozado–, acude a ellos disimulando su personalidad aristocrática. La Paca
supo quién era él verdaderamente y cómo se hablaba de que iba a celebrar bodas con la
Duquesita del Lirio Blanco; y a verle de cerca en su propia salsa, y a cortarle la cara,
vino a la Granja. Pero el Colás, –su guitarrista, su hombre– celoso, la siguió adivinando
sus propósitos, y llegó también... y muy a punto. Quiere el Marquesito proteger a la
Paca y, a la vez, calmar las iras y desprecios de la Duquesita, que se ríe de él. El Colás,
al ver la realidad de su suposición, no halla mejor arma que la de la contra: hacerse con
la Duquesita frívola. Juego –por ende– con ella, a su manera, y ella se deja jugar. El
Marquesito, al verlo, manda arrojar de los jardines a la pareja entrometida y perturbadora.
Pero antes ha quedado secreta para los demás un cita del Marquesito con la Paca, otra
con la Duquesita con el Colás... y el afán de los dos viejos aristócratas por jaranear en el
baile de candil con la Paca y sus bullangueras amigas. Vuelve la aristocracia de la Corte
–con sus aires delicados importados de Francia– a dominar en el ambiente, mezclados
con los desplantes, risas y desafíos de la pareja de rompe y rasga que torna su viaje a
Madrid, dejando su aguijón clavado y cruzado con el de la Duquesita y el Marquesito.
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ACTO SEGUNDO Patio grande de un Baile de Candil, en el riñón de los barrios bajos de Madrid. Zambras
y boleros alumbran con su alegría la noche madrileña. A la greña discuten el Colás con
la Paca, mientras ésta canta y baila acompañada por el guitarrista de él.
PACA ¡Olé!, vaya un bolero,
¡olé!, que no se estila;
¡olé!, porque le falta,
¡olé!, la fantasía.
_____
Si le preguntas al aire
–¡bolero!–
la causa de mi desdén,
él te dirá que no es majo
–¡bolero!–
del barrio del Avapiés.
En una tarde de bulla
–¡bolero!–
te vi en la Calle Alcalá,
y hasta la Fuente del Prado
–¡bolero!–
requiebros te echó al pasar.
CORO Si le preguntas al aire
–¡bolero!–
la causa de su desdén,
él te dirá que no es majo
–¡bolero!–
del barrio del Avapiés.
En una tarde de bulla
–¡bolero!–
te vio en la Calle Alcalá.
y hasta la Fuente del Prado
–¡bolero!–
requiebros te echó al pasar.
PACA Y TODOS Que la mujer,
si es de Madrí,
al más barbián
da que sufrir.
¡Viva Madrid!
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La Desgarrona –madre de la Paca– y la Huesuda –madre del Colás– se arrancan el moño
y las tiras del pellejo al inmiscuirse en las discrepancias de sus hijos, sacando las navajas
de las ligas. Las dos son coreadas por la gente del lugar hasta que intervienen los hijos,
por quienes fue la bronca; al fin son separadas y se curan las heridas del amor propio
con buenos tientos de vino de Peralta. En el baile entra –medio encubierto con larga
capa y caído sombrero– el viejo Duque que, picarescamente, saluda a la Huesuda y la
pregunta con el mayor recato por las chicas que –casi a diario– le hacen alegremente la
tertulia. Y llega, en las mismas condiciones que el anterior, el viejo Marqués, que se
dirige a la Desgarrona –su antigua conocida– en el mismo plan que su amigo el Duque,
con el que se encuentra de improviso. Ambos se increpan y avergüenzan mutuamente
por verse donde se ven, pero terminan –entre abrazos y risas– organizando su diversión
conjuntamente y siendo juego de las bailaoras y cantaoras del cotarro. La Duquesita
llega –rebozada– a la cita del Colás, que por ella abandona jacarandoso a la Paca, que
quiere sacarles los ojos. Loco de entusiasmo llama con fuertes voces a toda la gente para
que venga a admirar a su Duquesa, que en traje de Corte no desdeña bajar con ellos al
patio ni alternar con todos. El entusiasmo popular corona a la Duquesita y la nombra
«Duquesa del Candil», reina del baile popular.
DUQUESITA ¿De veras te inquieto?
COLÁS ¡De veras! ¡Palabra!
DUQUESITA ¡Y yo, que traía
repleta mi alma
de alegres canciones
que sé que te chiflan!...
COLÁS Y yo que aguardaba
que fuera de noche...
¡para ver el día!...
DUQUESITA ¿Para ver... mis ojos?
COLÁS Para oír... tu voz.
Para que tu canto
traiga a mis oídos
el eco de aquella
popular canción:
«La canción del Bien Amado,
es de azúcar y de sal...»
DUQUESITA ¡Vaya!, puesto que lo quieres:
para ti sólo será.
_____
Era un Príncipe amado
por su audaz valentía
sus anhelos de gloria
y su fogosidad;
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pero más era amado
porque el pueblo sabía
la virtud soberana
de su gran caridad.
El amado tenía
resplandor de lucero;
y una noche estrellada
su fulgor se apagó.
Y el país, desde entonces,
con temblor lastimero,
dirigía a su amado
esta interrogación:
«¿Adónde? ¿Adónde
te fuiste tú?
¿Adónde? ¿Adónde
se fue tu luz?»
Y dicen, dicen
que él contestó:
–«Junto a vosotros
está mi amor.»
COLÁS La canción del Bien Amado
es de azúcar y de sal...
DUQUESITA La canción del Bien Amado,
que de boca en boca va!
LOS DOS ¡Vuela ya!
En medio de la bulla aparecen los viejos Duque y Marqués –ya alegres– que se sorprenden
al ver que el motivo de la bulla está motivado por lo que ven. El Marqués afea al Duque
la presencia de su hija –¡allí nada menos!– abochornándole, avergonzándole y rompiendo
en ese instante el compromiso con su hijo el Marquesito, prototipo de caballero. Pero el
Marquesito acude también a su cita respectiva, y se escandaliza al ver allí a su prometida.
MARQUESITO ¡Vino al jaco, hazme el favor!
¡Vino también al jinete
que está sediento de amor
y de risas de mujeres!
El ardor que traigo, quiere
que se mitigue enseguida.
Pero prefiero que este vino
mi princesa me lo sirva.
¡Paloma de mis madriles,
mis ojos beben sin tino
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en el vaso de tu amor,
que es donde está el dulce vino!
¡Aquí se viene a reír,
a gozar del placer jaranero
de decir un «¡te quiero!»
sin miedo a morir!
¡Alegría del buen amor!
¡El secreto de la vida
es el dejarse querer...
sin darle suelta a la brida!
Que el caballo y la mujer
son dos cosas parecidas:
con el rigor los encrespas
y los domas con caricias.
¡Paloma de mis madriles,
a ti también te lo digo:
si te desmandas un día,
te domará mi cariño!
¡Aquí se viene a reír,
a gozar del placer jaranero
de decir un «¡te quiero!»
sin miedo a morir!
¡Alegría del buen amor!
Con el vino y las mujeres
yo disfruto de la vida,
porque son los dos placeres
que mi ilusión nunca olvida.
PACA ¡Olé, mi vida, y olé!
¡Así te quiero escuchar!
MARQUESITO ¡Y le digo y repito,
y nada me vuelve atrás!
¡Alegría para querer!
¡Ese es el todo en la vida!
¡Y de ello nunca se olvida
el Marquesito del Avapiés!
Como una loca, la Paca, que estaba mordiéndose los puños de rabia al verse relegada a
un segundo término, acude a su reclamo de tantas noches atrás. «¿No está él también? –
dice la Paca– ¡Pues entonces!...» «¿No están aquí el Duque y el Marqués?... ¡Pues venga!»
Y al ir desenmascarando a la concurrencia, van apareciendo Grandes de la Corte,
cortesanos alegres y aristocráticos, etc. Al fin, allí están todos. Y, al fin también, todos
ríen sus travesuras y todos deciden que se lleve a buen puerto la tormenta desencadenada.
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¿Y en este ambiente de alegría y desenfado no va a haber arreglo entre todos los que bien
se quieren? Vaya cada oveja con su pareja. Los amores son los amores: la Paca con el
Marquesito y la Duquesita con el Colás.
PACA Y COLÁS ¡Tesoro mío!
DUQUESITA Y MARQ. ¡Mi único bien!
PACA Y COLÁS ¿Por qué viniste?
DUQUESITA Y MARQ. ¿Dudas por qué?
Porque, en mi anhelo
de libertad,
tú me atraías
como un imán.
¡Luz de mis ojos!
PACA Y COLÁS ¡Mágica luz!
DUQUESITA Y MARQ. ¿Tú me esperabas?
PACA Y COLÁS ¿Lo dudas tú?
Yo te aguardaba
con la ilusión
de quien espera
la luz del sol.
Pero comprendo...
DUQUESITA Y MARQ. Comprendes mal.
PACA Y COLÁS ...Que, por razones
muy poderosas,
jamás contigo
podré volar...
Subir a tus altas nubes
un día fue mi esperanza.
¡Aquello que más se quiere,
no es siempre lo que se alcanza!
Porque, en tu altura,
yo leo con pena
que, si a mí vienes,
vendrás con tristeza.
DUQUESITA Y MARQ. El agua baja del monte
riendo por las cascadas.
¡Qué alegre va cuesta abajo!
¡Qué grandes sus carcajadas!
No la detienen
peñascos ni ramas;
que el agua todo,
si quiere, lo arrasa.
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PACA Y COLÁS ¡Bendito/a seas!
DUQUESITA Y MARQ. ¡Mi único bien!
PACA Y COLÁS ¡Tesoro mío!
DUQUESITA Y MARQ. ¡Tuya/o seré!
Porque no existe
fuerza mayor
que la creada
por el amor.
PACA Y COLÁS Todas las fuerzas...
DUQUESITA Y MARQ. ...del vendaval...
PACA Y COLÁS ...contra nosotros...
DUQUESITA Y MARQ. ...nada podrán.
LOS CUATRO ¡Porque no existe
fuerza mayor
que la creada
por el amor!
PACA Y DUQUESITA ¡Eterna tiene que ser
la fuerza que da el amor!
COLÁS Y MARQUÉS ¡Ha de ser eterno
el poder del amor!
Los dos viejos quieren sacar de allí a su respectivos hijos. Decídese, entre vayas y chungas
de los altos y los bajos ya unidos en mancomunado desenfado, que se celebren en el
mismo día e iglesia las bodas de las unas con los otros. La zumba y el vino, el jolgorio y
las pasiones, han hecho su efecto. Bodas habrá por partida doble. Se casarán, el mismo
día y en la misma iglesia; al menos se guardarán las formas: se cruzarán la aristocracia y
el pueblo. ¡Menudo día se va a dar a Madrid! La juerga irá por derecho.
ACTO TERCERO En la Puerta del Sol de Madrid. En pleno día. La iglesia, al fondo, entre las calles de
Alcalá y la Carrera de San Jerónimo; la fuente de la Mariblanca a la derecha. La gente
inventa y comenta; se van a celebrar dos bodas de rumbo: un chulo con una Duquesa y
un Marqués con una chula. Llegan los cortejos, uno bajando por Carretas y otro por
Montera. En esta gente está representada toda la del Madrid de entonces: alta, media y
baja, con todos sus tipos populares de los sainetes de don Ramón de la Cruz y de las
comedias de costumbres de la época.
P A N T O M I M A
Un caballero saca ostentosamente el reloj de su bolsillo
del chaleco y mira la hora, presumiendo de alhaja y de
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cadena de oro. Un gitano con un burro, que contempla
el presuntuoso ademán –hecho para deslumbrar a las
damas– da un codazo a la gitanilla que le acompaña y le
hace reparar en la prenda que muestra el caballero. Los
chicos se dan cuenta del hecho y, con evidente burla, se
disponen a contemplar el suceso que esperan y –quizás–
a intervenir. La gitanilla da unas vueltas alrededor del
«pavo real» que semeja el caballero y, aprovechando un
descuido de éste, habilidosamente le birla el reloj con la
cadena de oro; rápidamente la esconde en el buche, da
unas vueltas con disimulo y va a escaparse. En ese
instante, el caballero se da cuenta del hurto de que ha
sido víctima y da un grito de horror señalando –acto
seguido, y pomposamente– a la ladronzuela. Ríen y
bailan los chiquillos, que salen corriendo alrededor de
la gitanilla para armar barullo. Desmáyanse las damas
en brazos de los caballeros. Acude con pasos de ave de
presa –de pájaro zancudo– un alguacil, y atiende las
quejas airadas del caballero, que le señala a la gitanilla.
Discretamente hace mutis el gitano con el burrillo. Se
entromete bulliciosa y rápidamente la gitanilla por
entre los grupos que pululan, ajenos a lo sucedido: va y
viene, torna y va; sube y baja, cruza y vuelve...
escapando de las garras del alguacil, que torpe aunque
cumplido, pretende alcanzarla. A veces se interponen
los chicos, que le impiden echarle mano. Cae sudoroso
el caballero en el pretil de la fuente, donde le dan agua –
en los pañuelos mojados– las vendedoras próximas.
Van enterándose poco a poco del altercado unos y otros
grupos, y paulatinamente se van incorporando a la
danza. Crece el bullicio y el ritmo. Aumenta el ademán
y la gesticulación de unos y otros. Al fin, todos
intervienen en el suceso; y cuando mayor es el jolgorio,
con risas o lamentaciones de unos y otros, el alguacil
consigue coger del cogote a la gitanilla, la cual se
arrodilla pidiendo perdón. El caballero llega presuroso
y quiere recoger con su mano la joya de donde ella la
guardaba, pero la gitanilla se opone por su rubor de
mujer. El alguacil le da la razón a ésta y obliga a que,
tanto ella como el caballero, le acompañen a donde más
alta autoridad imponga su justicia. Hace mutis el
alguacil con la gitanilla detenida y el sufrido caballero.
Los chicos, entonces, entonan un lamento en su honor y
respiran las gentes serias. Y, de repente, cruza
rápidamente la gitanilla, escapada de manos de la
justicia; tras ella el alguacil, enfadado y sudoroso;
después, casi llorando, el caballero. Y los chicos bailan
la chunga siguiendo tras ellos. Vuelve la calma a la
plaza, retratada en un suspiro de alivio y satisfacción de
todos los presentes.
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Hombres sensatos muestran su escándalo: «¿Cómo Su Majestad lo consiente? ¿A dónde
vamos a parar?» Asoma y llega el lucido cortejo, rodeado de gran algarabía que baja por
la calle de Carretas: el de la Paca y el Marquesito. El Marqués y la Desgarrona, de
padrinos. La sucia chiquillería y la golfería andante forma el acompañamiento, con
bailaoras y demás gente de los barrios bajos. Bailotean y cantan con chunga y bulla.
Pelean los novios y bufan los padrinos. Y como aún no ha llegado el otro cortejo, le
esperarán haciendo boca en la Botillería cercana.
DUQUESITA Duquesita del Candil...
¿Del Candil?...
¡Del Candil!
Has jugado con tu amor,
¡ay, de ti!...
¡Ay, de ti!...
¿De verdad tu corazón
es feliz?
Piensa bien qué vas a hacer,
Duquesita del Candil.
El áspid de la duda
corroe mis entrañas,
y en esta lucha extraña
no sé qué debo hacer.
Acaso fue locura
mi alegre decisión,
y es sólo devaneo
lo que creí pasión.
Duquesita del Candil,
¿del Candil?...
¡Del Candil!
Has jugado con tu amor,
¡ay, de ti!
¡Ay, de ti!
Piensa bien qué vas a hacer,
Duquesita del Candil.
¡Del Candil!
De Montera llega el otro cortejo: la Duquesita y el Colás, en espléndida litera de mano,
con la Huesuda y el Duque que los apadrinan. También riñen entre sí y jaranean los
invitados –en su mayoría cortesanos ricamente vestidos– y los chiquillos en su alrededor.
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CORO ¡Una maja muy maja
del Avapiés,
se va a casar
con un Marqués!
¡Viva el rumbo, señores,
de tales dos!
Y la gracia y salero
de la Puerta del Sol!
PACA ¡Viva la plaza
con más alegría,
salero y majeza
que el sol alumbró!
¡Ay, Marqués, marquesito!
MARQUESITO ¡Ay, mi Paca, mi Paca!
CORO ¡Ay, qué boda de rumbo
se nos prepara!
¡Un marqués y una maja!
¡Vaya que sí!
¡Ay, qué sal y pimienta
pone Madrid!
MARQUESITO ¡Viva la plaza
con más alegría
salero y majeza
que el sol alumbró!
¡Viva el sol de Madrid...
CORO ¡Vivan los novios!
MARQUESITO ...que con su alegre luz...
CORO ¡Y los padrinos!
MARQUESITO ...nos hace revivir!
¡Y que viva mi novia
cuarenta siglos!
CORO ¡Y que vivan y vivan
cuarenta siglos!
PACA Al «!Viva, viva, viva!»
de las manolas,
responde el «¡Viva, viva, viva!»
de los manolos.
¡Viva alegre el cortejo
del «¡Viva, viva!»,
que cada «¡Viva, viva!»
es un piropo!
MARQUESITO Al «!Viva, viva, viva!»
de las manolas,
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responde el «¡Viva, viva!»
de los manolos.
¡Viva alegre el cortejo
del «¡Viva, viva!»,
que dice en cada «¡Viva!»
que viva nuestro amor!
MUJERES ¡Olé ya!
HOMBRES ¡Viva tu salero!
CORO ¡Silencio!,
que esto empieza bien.
No se vio en Madrid
otra boda igual.
Si él es un Marqués,
ella es lo mejor
que se crió
en el Avapiés.
Al «!Viva, viva, viva!»
de las manolas...
PACA Y MARQUESITO ¡Que va por ti!
CORO ...responde el «¡Viva, viva, viva!»
de los manolos.
PACA Y MARQUESITO ¡Que va por mi!
No hay «viva» como el «¡Vivan,
y olé, los novios!»
porque es un «¡viva!» lleno
de amor.
CORO Cantemos siempre
el «¡Viva, viva!»...
TODOS ...del buen amor.
Salen de la Botillería la Paca y el Marquesito y se enzarzan los dos cortejos. Van las
pullas de unos a otros. Se enzarzan los dos cortejos. Lloran las mujeres, chillan los
chiquillos, se injurian los hombres... Tiran estos de sus armas blancas y se interponen
las mujeres. Acude la Duquesita al socorro del Marquesito, y la Paca al de Colás,
encontrándose cada una en brazos de cada cual: la Duquesita en los del Marquesito, la
Paca en los del Colás, el Marqués en los del Duque y la Desgarrona en los de la Huesuda.
«¡Cada oveja con su pareja!», grita enardecido el Duque. «Así sea y a gusto de todos,
como Dios manda y el buen sentido otorga», dicen las mujeres que van a matrimoniar.
Con la alegre algarabía de las campanas echadas a vuelo, el monaguillo trae recado
urgente del señor Cura –que les está esperando– para que no se hagan esperar más.