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La «dignidad» de la Caballería en el horizonte intelectual del s. XV El tema de la caballería en el siglo xv, por su amplitud y comple- jidad, merece más espacio y dedicación que la que permiten los estre- chos límites de un artículo. De todas formas no he querido dejar pasar la oportunidad de ofrecer aquí mis avances sobre una cues- tión en la que trabajo en la actualidad, y es la prolongación de es- tudios anteriores míos; realicé la tesis doctoral sobre la caballería, si bien durante un período diferente: los primeros siglos de la Edad Media’. Centraré mi atención en las cuestiones conceptuales que intere- saron enormemente al siglo xv, una época en la que la especulación crítica sobre la realidad cotidiana se abre paso de la mano de un co- nocimiento cada vez más profundo y mejor fundado de ciencias como la lingilística, la filosofía o la historia. La primera característica que se pone de manifiesto al tratar el tema de la caballería es esa —tantas veces aludida— complejidad del mismo. Bajo el epígrafe de «Caballeros» se agrupa una multitud de estatutos distintos que suponen una disparidad de condiciones. Cier- tamente, esa disparidad es heredera de la que comienza a gestarse en los primeros tiempos de la Reconquista, pero no se debe olvidar que con el correr de las centurias el abanico se va enriqueciendo con nuevos aportes exigidos, las más de las veces, por las necesidades militares, otras por las aspiraciones de promoción de determinados grupos sociales 2. 1 La tesis está publicada por la Universidad Complutense con el título In- fanzones y Caballeros. Su proyección en la es/era nobiliaria castellano-leonesa (siglos IX-XIII), Madrid, 1979. 2 Entre los numerosos títulos que tratan del tema merece destacarse La Caballería popular en Cuenca durante la Baja Edad Media, Madrid> 1980. La En la España Medieval. Tomo V. Editorial de la Universidad Complutense. Madrid 1986

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La «dignidad» de la Caballeríaenel horizonteintelectualdel s. XV

El tema de la caballeríaen el siglo xv, por su amplitud y comple-jidad, merecemás espacioy dedicaciónque la quepermiten los estre-chos límites de un artículo. De todas formas no he querido dejarpasar la oportunidad de ofrecer aquí mis avancessobre una cues-tión en la que trabajo en la actualidad,y es la prolongaciónde es-tudios anterioresmíos; realicé la tesis doctoral sobrela caballería,sibien duranteun período diferente: los primeros siglos de la EdadMedia’.

Centrarémi atención en las cuestionesconceptualesque intere-saron enormementeal siglo xv, una épocaen la que la especulacióncrítica sobrela realidad cotidianase abre paso de la mano de un co-nocimientocadavez másprofundo y mejor fundado de cienciascomola lingilística, la filosofía o la historia.

La primera característicaque se pone de manifiesto al tratar eltemade la caballeríaes esa—tantasvecesaludida— complejidad delmismo. Bajo el epígrafede «Caballeros»se agrupauna multitud deestatutosdistintos que suponenuna disparidadde condiciones.Cier-tamente,esa disparidades herederade la que comienzaa gestarseen los primeros tiemposde la Reconquista,pero no se debeolvidarque con el correr de las centuriasel abanicose va enriqueciendoconnuevosaportes exigidos, las más de las veces, por las necesidadesmilitares, otras por las aspiracionesde promociónde determinadosgrupos sociales2.

1 La tesis está publicada por la Universidad Complutensecon el título In-fanzonesy Caballeros. Su proyección en la es/era nobiliaria castellano-leonesa(siglos IX-XIII), Madrid, 1979.

2 Entre los numerosostítulos que tratan del tema merece destacarseLaCaballería popular en Cuenca durante la Baja Edad Media, Madrid> 1980. La

En la España Medieval. Tomo V. Editorial de la Universidad Complutense.Madrid 1986

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Es, sin duda, la profusión de grupos de caballerosla que muevelas lucubracionesde los tratadistasdel xv hacia la clarificación delorigen y significado de un vocablo—caballería—que,por otra parte,les es enteramentefamiliar.

Probablementesea Alonso de Cartagenaquien con mayor rigory precisión discurra sobre el problema, al tratar de respondera lapeguntaque acerca de cuestionesrelacionadascon el mismo le hadirigido Iñigo López de Mendoza~. Suspuntualizacionesresultanmuyinteresantes,aunquea nosotros pudieran parecernosen algún mo-mento lugares comunes.El sabio obispo de Burgos comienza afir-mando lo que todos sabemos, que el término «caballero» pro-cede del latino miles. Y añadeun comentarioque resultamucho másoriginal, dandola medida de la profundidaddel autor: el vocablo seha prestado, desde la antiguedad,a confusiones,por cuanto en suacepciónmás generalsignifica algo tan amplio como «defensorde laRepública». Más aún, advierte que la voz «caballero» es aplica-ble a todo contendiente,tanto al comprometidoen luchas de ordenespiritual como a aquel que lo está en combatesde caráctertem-poral. Consideraa los primeros miembros de un orden especial,elde la «caballeríadesarmada»,y mencionacomo incluidos dentro deella a los «sacerdotesorando delante del trono divino; e a los le-tradosalegandodelantede los tribunaleshumanos»,puestoque am-bos «trabajanpor escapara los que son en peligro». Caballería ar-maday caballeríadesarmadacoincidenen tener «susvotos,provisio-nes e juramentos,segunt que en la recepciónde las órdenes,gradose officios a cada uno conviene»4.

Continúa el de Cartagenaen su designio clasificador, precisandoque eí vocablo «caballero»—traducciónal romancede la voz latinamiles~— ha llegado a poseerun amplio abanicode acepcionespor-que dice textualmente:«en estereino entre los de a cavallo hay unadiferenciaque en pocaspartidasse falla —es a saber,que unos sona la guisae otros a la gineta, e seguntcostumbrecomon,el de la guisa

autora, Maria Dolores CabañasGonzález, dedica el último capítulo al estudiodel Cabildo de guisados de Caballo, agrupaciónde caballerosvillanos con losmismoshonores y derechosque los nobles de linaje.

El marquésde Santillana proponeuna serie de cuestionesque le sugierela lectura de los clásicosy la visión de la sociedadde su tiempo. De esascues-tiones destacaremosdos: «qual e quanta sea la dignidal del officio dc cava-llero, e sus preheminenciase prerrogativas, e por quales cagoneseste oroque traben los cavalleros en collares, en cintas, en espadas,en espuelase enotras cosas,mas que otros lo deven traer» («Questión»en Prosistascastellai¡osdel siglo XV, vol. 1, torno CXVI de la BAE, págs.235 y 236, Madrid, Atlas, 1959).

Ibid., pág. 239.5 Mostrando un buen conocimiento filológico, Alfonso de Cartagenaseñala

hasta qué punto resulta impropia la utilización del vocablo miles (en latínsimple soldado)para designaral contendientea caballo. Ibid., pág. 241.

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decimosorne de armas,e al otro ginete—s>6.No parecemuy de acuer-do el obispo con el equívocoque podría originarse al aplicar el tér-mino «caballero»a ambosgruposmilitares, y para evitarlo proponeque se les designecon la expresión«combatientesde a cavallo,>.

Todavía poseela palabraque le preocupauna acepciónmás,conun significado reducidoy pudiéramosdecir «cortesano»,ya que, enefecto,para el obispo y la mayor partede los hombresde su tiempola voz caballeroadquieresumásgenuinasignificacióncuandosepredi-ca del guerreroarmadopor el rey ~. Ahora bien, esa «cavalleríaso-lemne,quese da por orden e dinidat»~ tiene sus exigencias,queAlon-so de Cartagenano duda en recordar: disciplina en la hueste,valoren el combatey en todo momento obedienciaabsolutaa los jefes.Más aún, el docto obispo reclama,si llegare el caso, el sacrificiode la vida: «el buen cavallero que su sacramentoquiere guardar,deve tener en poco su vida, quando sintiere que a defensiónde laley, o servicio u honor de su Rey, e provecho e bien de su tierracomplieremorir o poner en aventurasu vida: e si non lo face, vive

ocontra su profesión, como el fraile que quebrantela su regla»

Por estos derroterosva a continuar discurriendoel talanteespecu-lativo del siglo xv: acercadel «orden» de la caballeríay de sucódigomoral; en torno al oficio militar y al honor que confiere a quien lopractica.Con estascuestionesse abre pasoen la literatura del xv elcontrovertido tema de la «nobleza»o «fidalgula» y el aún más vi-drioso de la relación entre el honor nobiliario y de estirpe y el ho-flor personal;honor heredadoy honor conquistadoy mantenido.Es-peculacionesestasque aunqueno seanuna novedad que aporte lacenturia, sí se presentande forma distinta, enriquecidascon el ba-gaje de lecturas eruditas que los tratadistasfrecuentan,manejanygustande exhibir. Alonso de Cartagena,Diego de Valera, Rodrigo deArévalo o Juan Rodríguezdel Padrónconoceny esgrimencon todasoltura a Aristótelesy a Séneca;a Bartolo y los textos sagrados;lasleyes de Partidas y los ejemplos de la Historia, tanto clásicacomomedieval, descollandosu interés por la propia del reino de Casti-lía. Nos encontramos,en fin, con una efervescenciadisquisitiva quevienemotivadapor una doble complejidad: la propia de la sociedadespañolay la derivadadel horizonte ideológico en el que el xv semueve

6 Ibid., pág. 241.Pertenecetambién al «orden»,cualquier otro caballero armadopor quien

esté capacitadopara hacerlo. Ibid., pág. 241.Ibid., pág. 240.Ibid., pág. 242.

10 Sobreestacuestiónvéasede Ottavio Di Camilo, El Humanismocastellanodel siglo XV, Valencia, 1976. El autor dedica a Alonso de Cartagenatodo elV capítulo de su obra.

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En efecto, la centuria ha recibido elementosnuevos de filosofíamoral y social que pesansobretodos y cada uno de los aspectosdela vida. En este sentido aún tendremosocasión de analizarun fac-tor más, la antinomia evidenteentre los postuladosideales de la ca-ballería y el real cumplimiento de los mismos por parte de quienesse dedicana la profesiónde las armase incluso de aquellosinvestidosdel «orden».

Pero volvamosal análisis del vocabulariode la mano de los tra-tadistas.Todos ellos admiten que el oficio militar reporta nobleza—«onor, gloria y fama», dirá Diego de Valera”—. Un interrogantese abre de inmediato: ¿Quévirtud tiene ese ejercicio para enaltecertanto a quien lo practica?La respuestaa la cuestión—que interesóa la épocatanto como nos interesana nosotroscuestionessimilares—la ofreció a sus contemporáneosy a la posteridadRodrigo de Aréva-lo. El seráquien en su Vergel de los príncipes dediqueextensaspá-ginas a glosarlas excelenciasdel arte de la guerra. En doce puntosque nosotrosresumiremosen siete enumeralas bondadesde la «glo-riosa milicia»:

a) Las armasguardan libertad y vida’2;b> por ellas se alzan los reinosy graciasa eUas esosmismos rei-

nos son defendidosy conservados12;

c) por su ej.ercicio se ensanchanlos reinos «fasta venir a inpe-nos e a una sola monarchíadel mundo»14.

d) con ellas se ganael triunfo de la victoria 15;

e) las armas y la guerra alcanzanel beneficio de la paz 1*7;

f) las armasengendranvirtudes en el hombre que las empuña1’7;

g) ellas sirven para guarda y protección de las cosas sagradasy mediantesu ejercicio el hombrese entrenapara los combateses-pirituales~

Y si excelentey magníficaes la profesiónmilitar en general,¿quégrado de bondad no alcanzarála práctica de la misma a caballo,que es, sin duda, la sublimaciándel deportede la guerra?Por todoello no es de extrañar que Diego de Valera considere la caballería

11 La afirmación se incluye en la «Epístola XV» que contiene la respuestadel tratadista a una cuestiónplanteadapor los Reyes Católicos en julio de1480, Ed. BAE, tomo XCVI, vol. 1, de los Prosistas castellanosdel siglo XV,pág. 19.

‘~ Ibid., pág. 318. Correspondea la que el autor denomina «la tercera ex-cellencia».

“ Ibid., («quinta excellencia»).~‘ ibid. («quartaexcellencia”).

Ibid., pág. 319 («septimaexcellencia»>.16 1h11, pág. 318 («sextaexcellencia»).17 Ibid., pág. 319 («octavaexcellencia»).

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como la «dignidat más común en el mundo»19 y dedique a ella unextensocapítulo de su Espejo de verdadera nobleza.

El tratadistaconcedeinterés prioritario al análisis de la caballe-ría como orden. Así, comienza el décimo capitulo de su obra enun-ciando las tres consideracionesque tuvieron en cuenta«los antiguoscomen9adoresde la muy noble orden de cavallería»:

A) «Amor del bien público».B) «Deseode atribuir honor devido a la virtud».C) «Dar a la orden devidos ministros e servidores»~.

El juramentode guardarlos deberesexigidos en un código de ele-vado sentido moral convierte al caballeroque lo prestaen un gue-rrero investido de una noblezasuperior,la que otorgael «sacramen-to» de la caballería.

En la Castilla de finales del Medievo, el conceptode nobleza,queDiego de Valera asimila al de hidalguía21,es algo máscomplejo queuna simple preeminenciao dignidad atribuida al militar que ajustasu conductaa la norma estableciday por él aceptada.Es un con-cepto controvertido, ambiguo y, por ende, polémico. A aclarar suscontenidosdedican denodadosesfuerzoslos más brillantes tratadis-tas. Valera, espoleadotal vez por las constantesinterpelacionesquesobreel temale dirigen tanto el rey como los nobles,se aplicó a re-dactarel escrito que comentamos.El Espejo es, en efecto, un aná-lisis minuciosoy esclarecedordel conceptoqueda nombrea la obra,desdeun doble prisma: el que correspondeal umbral teórico e idealy el referentea la realidad cotidiana.

Trataréde sintetizar en pocospárrafossu contenido,pero previa-mente,y como punto de arranque,permítasemerecordarlos comen-tarios que el vocablo «nobleza» sugieren al anónimoautor de lasPartidas. Es fácil comprobarqueel conceptono ha desarrolladoaúnsu potencial complejidad. «Et nobles son llamados en dos maneras,6 por linage ó por bondaí: et como quier que linage es noble cosa,la bondatpasaet vence».Curiosamente,no se hacealusión en el tex-to a la autoridadcomo fuente de nobleza~.

Pero volvamosal xv y al Espejo. Diego de Valera aceptacon Bar-tolo tres clases de nobleza: teologal, natural y civil~. De las treses la última, obviamente,la que interesaa nuestro autor, y a ellava a dedicar sus atencionespreferentes.

» Ibid., pág. 322 («honsena»y «dozenaexcellencia»).10 Ibid., pág. 105.20 Ibid., págs. 105-106.~> «Nobleza civil, o fidalgula vulgarmentellamada», Ibid., pág. 95.~ Partida II, título IX, ley VI.25 A su definición dedica el autor los capítulosII, III y IV. Ibid., págs. 92-94,

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Según Valera, la fuente de esa noblezacivil es el príncipe: «No-bleza es una calidad dada por el príncipe, por la qual alguno pa-rescesermásaceptoallende los otros onestosplebeos»,dirá, siguien-do al célebre jurista italiano ~‘. Pero hay algo más: Mosén Diegono puedeignorar que la condición nobiliaria se hereda,y el testimo-nio del filósofo —que él recoge—es terminanteen estesentido(<‘No-bles parescenser aquellos cuyos progenitoresvirtuosos fueron e ri-cos»25). Ahora bien, el juicio de Aristótelesno es el único a teneren cuenta. A través de su recorrido por las autoridades,y merceda la observacióndel sentimiento común en su época,Valera descu-bre que son varios los criterios esgrimidoscomo fuente de nobleza:

a) Riqueza y heredamientos.b) Buenascostumbres.e) Valentía ~.

Como las demás clasesde nobleza, la civil puedeganarseo per-derse.Hay que comenzaradvirtiendo que son las mujeres las másexpuestasa la pérdidade la condición nobiliaria, por afectarlesunaformalidad generalísimaque, desdeluego, no alcanzaa los hombres.La mujer noble que se casacon un plebeyoabandonasu estadopri-mero. Bien es verdad que, en contrapartida,cualquierplebeyaaban-dona su situación deprimida mediante matrimonio con un noble27

De ello se deduceunaconsecuenciaqueno comentaValera, pero quenosotrospodemosinferir fácilmente: el estatutode la mujer, salvoen contadasexcepciones,no deriva de su propia condición, sino dela del hombrequeen cada momentotiene autoridadsobreella o bajocuyo amparovive. En un sentido más general, la peculiar forma deaplicación del estatutonobiliario al génerofemenino lleva a nuestrotratadistaa señalarestecaso como particular dentro de la regla uni-versal segúnla cual la noblezaderiva de la virtud, y así lo formulacon toda claridad: en ellas «acaesceaverse dignidad o nobleza sinvicio o virtud» 28

Como acabamosde ver, no podía ignorar Valera las exigenciasde orden ético preceptivaspara mantenerla condición nobiliaria. Eneste sentido seráde nuevo Aristóteles la autoridad cuyo testimoniomejor se acomodea los designiosdel tratadista. Nuestro autor re-coge al respectoun postuladodel filósofo en el que se aseguraque

24 Ibid., págs. 92-93.~ Ibid., pág. 90.

El primer criterio lo recoge el tratadista de Juan Bocaccio, el segundoprocede de Boecio, Acerca de la consolación.La última opinión la recogeVa-lera «de la gentevulgar». Ibid., págs. 90-9!.

Ibid., pág. 93.~ Ibid., pág. 101.

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sólo «el honor es galardón de la virtud», y sólo a los virtuosos debeser dado29• Pero existen,además,otras opinionesigualmentedignasde consideración.Santo Tomás aseguraque peca mortalmente elpríncipe que otorga dignidadesa quien no las merece,y ello en vir-tud del siguiente principio: la dignidad es la manifestaciónde lahonra que debe prestarsea los virtuosos~.

En definitiva, la virtud personal (entendida en el sentido de lavirtus latina, voz derivadade vis: poder, capacidadpara...)aparececomo requisito imprescindibleparala adquisicióndel honor y la no-bleza,puesto que —recordemos—ese honor deriva de la tal virtud.

La conservaciónde las dignidadesadquiridaspor vía de lifiaje de-pende igualmentedel mantenimientode una línea de conductaho-nesta,«ca por los delictos viene la infamia, e por la infamia la dig-nidad e nobleza se pierde»21~ En este sentido, Diego de Valera semuestratajante. Además de la frase ya apuntada,poseemosotrostestimoniosigualmenteexpresivosde su modo de pensar.Así, cuandose autointerrogasobre si actosnefandosotorgan dignidad, respondeafirmativamente,siempreque el que la reciba<‘viva virtuosamente,caen otra maneraperderíala dignidad o nobleza»,<‘que aunquevirtuo-samenteretornea bivir, jamáspuederecobrarla noblezao fidalgula

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si por el príncipe no es restituido»Ahora bien, el problemano está resuelto.En la panorámicadel xv

aparecenotras realidadesqueno son sino la explicitaciónde esaviejaantinomia entre el plano ideal y el plano real. La noblezacivil o hi-dalguía, al ser transmisiblepor herencia, resulta, en la práctica, in-dependientede cualquier «virtus» personal.

No sólo eso; es cierto que las críticas a la deshonrosaconductade los caballerosson múltiples en todos los autoresde la Baja EdadMedia, pero lo más grave es que los tratadistas,en su penetraciónanalítica, acentúanlos rasgos diferenciadoresentre la caballeríaan-tigua y la de su siglo, evidenciandola decadenciade la institución.El propio Valera se extiendeen una serie de comparacionesentre elcomportamientodel guerreroa caballo de su ¿pocay el de las cen-turias anteriores,que resulta muy poco halagtieñopara los prime-ros. El docto escritoracusaa sus contemporáneosde auténticoscrí-menes atentatorioscontra el espíritu de la caballería. Asegura quese buscael «orden»para no pechar,para robar en su nombre,para

25 Ibid., págs.93-94. ArgumentaAristóteles que es éstala única dignidad queconviene a los virtuosos.

~ Ibid., pág. 93.~‘ La afirmación del autor está respaldadapor juicios semejantesd~ Bár-

tolo y de Alfonso X en la Partida II, título XXI, ley IV. Ibid., pág. 98.~ Ed. RAE, págs. 101, 102.

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señorearla república. Las costumbrescaballerescasse han transfor-mado en rapiñay tiranía~.

Pero con ser graves las críticas hasta aquí vertidas,no comple-tan el panorama;el impropio comportamientode los caballeros,apar-te de conculcar los principios generalesde la ¿tica, quebranta losmodelos de conductasecularmenteprevistosparaellos. Diego de Va-lera responsabilizade estoa las riquezasen un doble sentido: la am-bición de poseerlasy el deseo de exhibirías. En efecto,por causadelo primero se desprecianlas honestasocupacionestradicionalmenteunidasal ejercicio de las armasy se buscanotrasmás lucrativas; enrazón de lo segundoel caballero prefiere gastaren joyas lo que de-biera reservarpara armamentoy cabalgadura~.

Rodrigo de Arévalo, más moderadoen el tono, no deja por ellode deslizar alguna invectiva contra el comportamientode los mili-taresde su siglo. Hombre político, prefiere atacarlos rasgosexternos,evidentesa todo el mundo, y pasarpor alto el talante moral de suscontemporáneosnobles. De esta forma, al tratar en la considera-ción XVII de su Sumade la política de cuálesdebenser las cualida-des y los bienesde fortuna de los caballeros,insertael siguienteco-mentario,lleno de mordacidad:los caballerosde «agora»«gastanmásen una ropa o en un pequeñoanillo que en todas sus armas; assímesmomás gastanen guarnicionessuperfluasque no en la principalarmadura,ca a las veces trahen muy fermoso penachoy de granvalor y trahen las armasde vil precio»~. No es la anterior una crí-tica aislada ni gratuita. Algo más adelanteArévalo exhorta al buencaballeroa cuidar su arnésmás que su ajuar. «Deve ser todo cava-hero bien armadoy mal vestido»,dirá en frase tajante. Es cierto quetoda la prédica del autor sobre la recta conductadel guerrero a ca-bailo se cimenta sobre una exigencia de austeridad: austeridadenla mesa, con las mujeresy, por supuesto,en el vestido.

~> Ibid., pág. 107. «Ya son mudadospor la mayor parte aquellospropósitos,con los guales la cavalleríafue comenzada:estoncese buscabaen el cavallerosola virtud, agoraes buscadacavalleríapara no pechar; estoncesa fin de hon-rar estaorden, agora para robar el su nombre; estoncepara defender la re-pública, agora para señolerarla;estoncela orden los virtuosos buscaban,ago-ra los viles buscana ella por aprovecharsede solo su nombre. Ya las costum-bres de cavallería en robo e tiranía son reformadas.»

~‘ Ibid. Continúa Valera en frasesque no pueden ser más expresivas; «yano curamos quánto virtuoso sea el cavallero, mas quánto abundoso sea deriquezas; ya su cuidado que ser solía en conplir grandescosases convertidoen pura avaricia; ya no enverg en9an de ser mercaderese usar de oficios aunmás desonestos,antes piensan aquestascosas poder convenirse; sus pensa-mientos que ser solíanen sólo el bien público, con grant deseode allegar rique-sas por mares e tierras son esparzidos».Insistiendo en la misma idea acudeal ejemplo de los antiguos que «mas deseavancavallos e armasque ropas ejoyas» (Ibid., pág. 106), y predica que «así como el ábito non faze el monje, asílo doradono 1aze el cavallero» (Ibid., pág. 107).

Ed. BAE, pág. 277.

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Tras el análisis del conceptode «nobleza»,la exposición de lasexigenciaséticas aparejadasa la dignidad y la determinaciónde lafuente de la misma, pasaDiego de Valera a plantearun abanicodecuestionesde orden práctico. Todo indica que dichas cuestionespre-ocupabana los hombresde entoncestanto como los problemasteó-ricos. Las reseñarépor el gran interés de sus enunciadosy de lasrespuestasa que dan lugar.

a) En el caso de que alguno consiga dignidadesen razón de susvicios, ¿tales dignidadesle hacen noble?

b) Si la noblezase pierde por el delito, ¿se recuperacon el re-torno a la vida honrada y honorable?

e) ¿Heredanlos bastardosla noblezao hidalguía?d) ¿Mantienenlos conversosa la fe cristiana la noblezaquepo-

seíanen su ley o secta?e) ¿Cuántotiempo dura la noblezade linaje?

Planteadaslas cinco interrogantes,el mismo Valera se ocupa deexponerlas respuestasque le sugiereuna detenida meditación.

Ya hemosvisto como resolvíael primer interrogante—uno de losmás arduossi tenemosen cuentasus implicacionespolíticas—con uninteligente y práctico sesgode la doctrina del Filósofo: «nobleza»nosignifica, no es,«virtud» en sí, sino señalde virtud, en el pasado,en elpresenteo en el tiempopor venir. Por tanto,el príncipe puedeotorgar-ía a cualquiera,en la esperanzade que la virtud deseadase conviertaen realidad. Bien es verdad que tampocoen esta comprometidaco-yunturaolvida el tratadistalas exigenciasde orden ético querequierela dignidad. Recuerdaal respecto la frase de Boecio: «la nobleza..pareceser inpuestanescesidada los nobles queno desviende la vir-tud de sus progenitores»y recoge el juicio de Bartolo, para quienlos nobles que viven viciosamentedeben ser tenidos por más vilesque los demás,así como otros comentariosde Séneca de parecidaíndole~«.

Con relacióna la segundacuestión,también señalamosla posturatajantede nuestroautor: nadiepuederecobrarla noblezaperdidasiel príncipe no se la restituye.

Sobre el tema de cuáles•de los hijos heredanla nobleza del pa-dre, Diego de Valera se define dentro de una línea de pensamientoque es,por otra parte, la más común enter las gentes de su época.Podránser hidalgos los hijos bastardos;los espúreos,no, salvo queseanlegitimadospor el príncipe.

>~ Al tratamiento de estascuestionesdedica Valera el capítulo IX del Es-pc/o, ed. de la RAE, págs. 101 a 105.

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Por lo que se refiere al cuarto punto, el relativo a la hidalguíade los conversos,la solución tambiénes sencilla. Al adherirseal cris-tianismo ven acrecentadala dignidad que tuvieran de nacimiento,ya que, por el bautismo,adquierenla noblezateologal de la que an-tes estabanprivados.

De nuevo surgeel problemapolítico al abordarel autor la cues-tión quinta. Buscando la solución a la interroganteplanteada,mo-sénDiego acudeal terrenojurídico y a la autoridadde Bartolo. Poresta vía resuelveque la noblezase heredahastael cuarto grado porlínea directa (la recibenhastalos biznietos), salvo en el caso de re-yes, duques,condeso barones,que la mantienende generaciónengeneración,para siempre. Ahora bien, la costumbreen Castilla noes ésta.Aquí cualquierapuedeserhidalgo en cuanto pruebeque suspadresy abuelosno pechaban,no siendoobstáculopara recibir estacondiciónun oficio vil o unaconductadeshonrosa.

A tenor de lo anterior, el capítulo se cierra con un lamento porla decadenciade la institución. Valera proponecomo remedio un másriguroso control de las dignidadesy la definitiva adecuaciónentrenoblezaespiritual y temporal. <‘Ca si los nobles cierto sopiesenqueviciosamente biviendo perderían la nobleza e dignidades,guardarse

37y an de faser tales cosas»

Juan Rodríguezdel Padrón abordarálas mismas cuestionesquehemos analizadohastaaquí en su Cadira de, onor, también tituladaTratado de la noblezao ¡idalgula. En un tono menos polémico, adu-lador incluso para con la aristocracia,intenta buscar solución a laantinomia verdaderohonor-falsohonor; honor personal-honorsocial,pudiéramosinterpretar nosotros,forzando, desde luego, los concep-tos del autor. El primero está simbolizado en la «muy alta Cadiradel onor», <‘vergel de merescimiento>’,dondecrecen ‘<dos plantasfi-u-tuosas,virtud e nobleza,en nombrediversas,en frutos semejables».El segundo,en ‘<la silla del falso onor», allí tienen su morada ‘<dossalvajes plantas, ficgión e fortuna»~ Este planteamiento,que pa-rece encaminaral autor por las sendasde las más rigurosasexigen-cias morales,se resuelve,sin embargo,en un tratadojustificativo dela antigua noblezatitulada.

Una vez presentadala cuestión,Juan Rodríguezse detienea des-entrañarer significado de ese término ambiguo por demás que es elde «nobleza».No se muestrademasiadooriginal en sus puntos departida, acudeal criterio de las autoridadesde rigor y admite, conellas, cuatroclasesde nobleza: «theológica,moral, política, vulgar»~.

Fácilmentese percibe que esta clasificaciónha añadidoun conceptoi- Ibid, pág. 105.~< Utilizo la edición de las Obras Completasdel autor preparadapor César

HernándezAlonso, Madrid, Editora Nacional, 1982, pág. 260.

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más,el de «noblezavulgar», a la que proponeDiego de Valera. Ma-yor personalidaddemuestrael autor cuando recuerda que en Es-pañael vocablo se empleapara designara la más alta clasesocial.Digámoslo con las palabrasde la obra: <‘los menoresnobles son lla-madosfidalgos e gentiles onbres,e los mayoresen nuestrosdías sonllamados nobles»~. Estos últimos son los que interesan a nuestroescritor,los hombresqueostentanesanoblezallamadapolítica, cómojustifican su posición, en qué basansus preeminenciasy, en defini-tiva, qué relacionesexisten entre la nobleza política y la moral.

Permítaseseguirel hilo de su argumentación.Tras anotar la doc-trina de unaserie de figuras para las que la noblezaes virtud, y sólolos virtuosos merecenel calificativo de ‘<nobles», manifiesta su dis-conformidadconestepostuladotan distantede los hechosreales,adu-ciendo un argumentoquea él le parececoncluyente: «la virtud solapor sí nunca es nobleza,aunquela noblezaalguna vez es virtud».Juan Rodríguezinterpretaen esa frase el pensamientode Santo To-más,para quien, recordemos,la noblezano es verdaderavirtud, sinoseñalde ella41 Por todo lo anterior no tiene nada de particular queRodríguezdel Padrón se adhieracon todo entusiasmoa la opiniónde Bartolo, ya conocida por nosotros, segúnla cual sólo la autori-dad del príncipe puedehacer nuevos nobles~. Ahora bien, a su jui-cio, otros requisitos—claridad de linaje, buenascostumbresy anti-guas riquezas—debensumarsea aquél~. A este respectoresulta lla-mativa su exigencia,que,por otra parte,no es nadanueva,de cuatro

- 44generacionespara purgar lo que él llama «oscuridaddel linaje» -

Pesea todo, no se decidenuestroautor a suprimir de raíz el va-lor de los «honores»sobreel buen comportamientode los hombresen general y de los militares en particular. Aduce, acudiendo unavez más al testimonio de los antiguos, que la esperanzade galardónestimula la virtud. Sin embargo, también los honorestienen su fa-ceta negativa, porque si la posibilidad de un premio alienta en los

>‘ Ibid., pág. 263. Sobrela clasificación de Diego de Valera, véasela nota 23del presentetrabajo.

‘« Ibid., pág. 261.“ Ibid., págs. 266-267. La misma cita la recogía Diego de Valera de Aristó-

teles. Véase supra, pág. 8.“ Ibid., pág. 268.‘> Ibid., pág. 269.“ Ibid., «aunqueel prínqipe e el prinqipado puedenproveerde algunasdig-

nidadesque traen consigoprevillejos e prin9ipio de noblezae otorgarpor leyo por palabra los tales previlegios, que non puedan fazer verdaderosnobles,

pues noble no es, que tengaclaridad del linaje; e por consiguiente,no seráverdaderonoble, ni lo seránlos que dél des~endieren,fasta la quarta genera-.ion que sea purgadala oscuridaddel linaje por olvidan9a, e por luengapos-sessiónde buenascostumbrese riqueza antigua con el título de] príncipeo delprin9ipadose perscrívala nobleza».

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caballerosun comportamientoidóneo, esto es, acomodadoa las exi-genciasdel código quese comprometena guardar,la ausenciade re-compensasdesanimaa los nobles y íes induce incluso a emprenderla senda del delito. Con estos argumentos,Vegecio, y tras él JuanRodríguez,justifica la desastrosaconducta de tantos nobles titula-dos que, «seyendoforqados por la fortuna, cometen robos, furtose varios delitos, por endese fazeninfames,e pierdenla nobleza».Des-de estossupuestos,es el hado adversoel que inclina a los noblesa quebrantarlas más elementalesnormas áe moral, un hado ad-verso queen algunoscasosdificulta el mantenimientode su posiciónsocial y en otros llega a poner en peligro la misma supervivencia,llevando a los afectadosa desempeñaroficios «desonestos»o al «usode las mecánicasartes>’. A consecuenciade esto último «así mesmopierdenla nobleza»~.

Conviene señalar la ambigiledadmanifiesta con que Juan Rodrí-guezempleael término «noblezas>en las últimas frases. Noblezamo-ral y nobleza política llegan en ellos a confundirsea pesar de losdenodadosesfuerzosque previamenteha realizado el autor para di-ferenciarlos. Así resulta que actos infamcs ocasionanuna pérdidade nobleza.¿Políticao moral?, cabe preguntarse.La respuesta,a miparecer,es sencilla. Juan Rodríguezalude a una nobleza moral queal serquebrantadamotiva, o pudieramotivar, la recesiónde los «ho-nores» civiles, puestoque, en puridad de doctrina, sólo puedenserfruto de la virtud ~. Similar interrogantesc planteaen el caso delos oficios artesanos.¿De qué género es la <‘nobleza» que se pierdecon el desempeñode los mismos? Sin duda política, puesto que elhecho tiene Érascendcnciasocial. Y esa misma dimensión social po-see el adjetivo «desonestos>aplicado a los oficios manuales.

Al compásde las anterioresconsideraciones,nuestro tratadistahaido desgranandosus ideassobrela caballería,ideasque tampocosonmuy originales. Si noble es el que recibe el título del príncipe, ca-ballero es aquel al que le ha sido conferido cl orden de la caballe-ría, y sólo él. En efecto, lo mismo que las virtudes morales no otor-gan por sí mismas nobleza a quienes las practican, nadie, por muy<‘estrennoo valiente manqebo»que sea, «goza de los previllejos e li-bertadescavallerosas,fasta que por a!gund otro que pueda la ordenresqiba»~ Pero ¿quién posee ese privilegio? Nuestro autor lo acla-rará con todo detalle en un interesantepárrafo que por su significa-ción copiaré íntegramente:

<> Ibid., pág. 275.Ibid., pág. 274. El mismo autor ha dejado escrito que nadie posee ver-

daderanobleza si no da ejemplo de buenascostumbres(Ibid., pág. 269).Ibid., pág. 267.

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«No sola mente los coronadospríngipes puedenotorgar pi-ovillejos de no-bleza por ley o por palabra, proveyendode las tales dignidades, o armar ca-valleros en su señoríacommo fuera della, mas cualquier otro prín9ipe sin co-rona, duque, marquéso conde, que puedafazer ley, puede por la mesmavía,aunque no sea cavallero, ennobles9ere armar»

Se origina, por esta vía, una especiede hermanamientoentreno-bleza y caballería,hermanamientoque no es casual,puestoque sólose produceen aquelloscasosen los que la caballeríaalcanzala con-sideraciónde dignidad.Estospensamientosdanpie al tratadistaparaenumerarlas dignidadesreconocidaspor las leyeshumanas,que son:duque,marqués,condey varón. A renglón seguido recuerdaque, se-gún las mismasleyes humanas,esasdignidades,incluyendoel ordende la caballería,<‘constituyenpringipio de nobleza».

Permítasemeterminar con el concepto del «onor» con el que co-meneé.Acabamosde ver que las dignidadespolíticas confieren «no-bleza», sabemosque Juan Rodríguezpostula que la nobleza es «vn-tud en efecto» y, por último, fruto de la virtud es el honor~. Con-secuentemente,no nos puede extrañar que los nobles no virtuososocupenla escalamás baja del «onor»~ Juan Rodríguezno se atrevea ir más lejos en su alegato.Es cierto que ha comenzadola Cadiradefiniendo el falso honor como sustentadosobre la ficción y la for-tuna; que ha predicadocuatro requisitos para la ostentación de laauténtica nobleza; que entiendeque la nobleza es más excelenteenla tercera y cuarta generación; que la infamia significa la pérdidade la nobleza. Puesbien, todo ello no desembocaen una descalifica-ción terminante del noble infame, sino en una definición personalnadarigorista, muy flexible y atentaa los interesesde la clasenobi-liana. Veámosla: «la nobleza es honrable benefigio por méritos ograyiosa mente, de antiguos tiempos ávido del prín~ipe o por sub-§esi~n,que fazc a su poseedordel pueblo serdiferente»~

Lo que trasluce la Cadira es un sentimiento mezcla de recelo ymenospreciocontra la noblezareciente, la que debe su ascensoa ladesorientaciónde los tiempos, la que aún no ha purgadopor la víade las generaciones«la oscuridaddel linaje».

Al llegar a estepunto del análisis no nos puedeextrañar que enla literatura del siglo xv —doctrinal o no— el temael comportamien-to militar adquieraun notable desarrollo. Ciertamenteno es esteun

Ibid., pág. 272.a Ibid., pág. 274. Glosando las Fti<as recoge la frase.«EI honor es merqed

e gualardóndel beneficio e de la virtud», y añade por su cuenta.«Por endeclaro se prueva que el honor sea el verdaderofruto de la virtud.»

ibid., pág. 267. «E los tales nobles,no virtuosos, el más baxo grado de lafamosaescalapor do sc viene a la muy alta Cadira de onor se veen oeupar.s~

Ibid., pág. 282.Todo eí titulo XXI de la Partida II estádedicado al tema de la caballería.

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motivo nuevo en nuestrasletras; recordemosque Alfonso X dedicóen las Partidas un buennúmerode leyesa reglar la vida del caballe-ro 52 Ello, tal vez, en razón de que en el siglo xiii el código caballe-rescoha cristalizadoen un doble sentido: como ideal de vida y comoaxiología. Al tiempo aumentael númerode combatientesque lo con-culca5~. La decadenciadel xiv no hace sino acentuarel proceso.

Como hemosvisto, la situación no parecehaber mejorado en elsiglo xv. Pero también hemos tenido ocasión de señalar que la ca-ballería, la noblezay las dignidadesa ellas aparejadas,siguensiendouna realidad insustituible dadala estructuradel ejército y de la so-ciedaden el Bajo Medievo. De ahí el interés de los tratadistasporintentar corregir desvíosy encauzarconductas,ofreciendo los mode-los de comportamientoa seguir por parte de los denominados“de-fensores».También hemos podido comprobarla existenciade un es-tado de concienciageneralizadopara el que es justo exigir a noblesy caballerosel cumplimientode determinadasobligaciones,a cambiode la preeminenteposición que ocupan.Más aún,hastaun autor tanmoderadocomo Rodrigo de Arévalo cree convenienterecordara «fi-dalgos y cavalleros» que «son dados al pueblo para defensióny nopara opresión»~ La frasees bien reveladorade hasta quépunto seha echadoen olvido lo queen tiemposse consideróla esenciamismadel ejercicio de las armas.

A través del análisis de los diversostratadosha sido fácil com-probar una perduraciónde los antiguoscriterios y esquemasvalora-tivos sobre el significado y misión de la caballería.Como novedadpuedemencionarsela utilización del ropajeerudito que los escritoresempleanen el deseo de fundamentarsus afirmaciones.

El principio fundamental,el que está fuera de toda duda y gozade secularaceptaciónes aquel que postulaque la misión del caballeroconsisteen defender la <‘república». Como tal lo enuncia Alonso deCartagenaen la contestacióna Iñigo López de Mendozaa la quealudíamosal comienzo del trabajo. El obispo de Burgos que se re-fiere, claro está,al «orden»de la caballeríacomo máximo exponentede la asunción del código caballeresco,advierte que los modernoslegistas,siguiendoa Acurcio, explicitaron el texto de la norma e in-cluyeron una serie de preceptosque se derivan del primero. Esospreceptosson: defensade la ley, servicio del rey o del señor natural,protecciónde la tierra y del pueblo. Vimos cómo apurandolas impli-caciones al respecto, Cartagena,generalmentetan comedido en sus

» Por estos años también comienza la crítica al comportamientode loscaballeros.Recuérdeseal respectoel Debate de Elena y María (ed. RamónMenéndezPida!, en «Tres poetas primitivos’>, Madrid, Espasa-Calpe,1968).

<‘ Ed. de la BAE, pág. 275.

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juicios, lanzanla condenadel caballeroque incumplesu compromisodefensor~.

Doctrina muy parecidaes la que se mantieneen la Sumade la Po-Utica. Su autor, Rodrigo de Arévalo, concreta en cinco puntos lasobligaciones que el caballero debe comprometersea guardar bajojuramento:

a) Fidelidad y lealtad a Dios.b) Honray defensade la Iglesia.e) Obedienciay reverenciaal rey o al príncipe.d) No huir ni rehusar la muerte por la salud de su rey y la Re-

pública.e) Amparar y defendera las viudas, huérfanosy personasmise-

rables~.

En páginasanteriores,el mismo autor ha dedicadosu esfuerzoa asesorara sus interlocutoressobre las cualidadesreclamablesalos combatinetesa caballoy asus jefes. A juicio de Arévalo, seis de-ben ser los rasgos definitorios del buen caballero:

a) Fortalezay coraje de corazon.b) Discreción y animosidadpara guardarse.e) Ligereza para luchar y fuerza para sufrir los trabajos de la

guerra.d) Prestezapara herir.e) Adiestramiento en los ejercicios militares.f) Buen armamentoy pobre vestimenta~.

Las exigenciascon relación al capitánson las mismasqueparaelcaballero, pero en grado superlativo.

Además, conviene al buen caudillo ser <‘sabidor» de su oficio yversadoen él mediantela frecuente lectura de las hazañasde los clá-sicos y la práctica personal de las mismas. También debe ser elo-cuentepara animar a su huesteen las batallas. Aparte de todo, Aré-valo le imagina sabio en «muchasparticulares cosasque contecenenlas guerras, de las cuales no se puede dar cierta doctrina». Así esprimordial que sepaescogertanto el buen lugar de acampadacomoel campo de batalla favorable, evitando el sol, el polvo y el viento.Por último, el buen capitán está obligado a guardar celosamenteelorden dentro de su hueste, reprimiendo discordias, castigando‘<de-leites y luxurias carnales»en tiempo de guerra, controlando los ex-cesos en la comida y en la bebida. Todo esto en la idea de que elguerrero vicioso presta mal el servicio que de él se solicita, mien-

~« Véase supra, nota 9.~‘ Ed. BAE, <‘Consideración XV111, pág. 278.

Ibid., págs. 277-278, «ConsideraciónXVII».

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tras que «los virtuosos no perdonan a la vida cuandocumplen».Se-mejantesapriorismos se basanen la idea, enunciadapor Aristóteles,de que «el caballeroque mucho ama o desseala vida y el bivir, lige-ramente incurrirá en torpe fuir». Especialesconsideracionesmereceel vicio dc la lujuria: debe ser reprimido con toda energía «ca lasmugeresen todo tiempo, y más en la guerra, destruyen las fuergasde los cavalleros, y no solamentelas fuergas corporales,más aun lafortaleza y animosidad de los coragones,ca los amollenta y faze en-feminados y mugeriles»~

Pero de todos los vicios que empañanel antañonobilísimo artede la caballería,tal vez el que más preocupea los hombresdel xv seael de la rapiña; y íes preocupatanto por lo que suponede transgre-sión del código caballeresco,como por los efectos políticos que pue-den derivarse»». Parecefuera de toda duda que las cuestionesquemuevenparte de la literatura doctrinal del xv, aquellassobrelas quehemosvisto extendersea los tratadistas,son las mismas que acuciana la sociedaddel momento; así nos lo descubrenal hilo de susnarra-ciones cronistas,poetasy novelistas.No es mi deseoagotarun temacaudalosísimo.Me permitiré sólo poner algún ejemplo.

En los LMchos ele! CondestableMiguel Lucas de Iranzo, el célebrecaudillo de la frontera apareceante nosotroscaracterizadocomo unceloso cumplidor ele las obligaciones, ya militares, ya administrati-vas, que suponen su cargo; atento a las necesidadesde aquellos quele están encomendadosy dispuestoa prestar ayuda a cuantos cris-tianos cautivos se la solicitan desde tierra de moros. Bien es verdadque la existenciade Miguel Lucas, en la antesaladel Renacimiento,se rodea de un halo de brillantez y suntuosidad,materializadaen lasmagníficasfiestasque se celebranen la «corte» de Jaén~.

Más teórico que el autor de la Crónica de Iranzo, Díez de Games,el escuderode don Pero Niño y su biógrafo, dedica los priTherosca-pítulos de la obra a teorizar sobre la caballería. Concretamente,elcapítulo VIII trata las cuestionestradicionalmente relacionadasconla institución. Nada nuevo, por cierto; pero una frase resume todoel pensamientodel cronista:

«El buen canallero, ¿quéá de ayer? Que sea noble. ¿Quées noble e noble-za? Que aya el corazónordenadode virtudes... Ansi el buen cavallerovertuosoconbiene que seacavto, e prudente,e que sea judicante, e que sea ateuperado,e mesurado,e que sea fuerte e esforzado; e con estasque aya grand fee enDios e esperanzade la su gloria»6¾

~‘ Ibid., págs. 271-274, «ConsideraciónXiii y XIV».~ Ibid., págs. 274-5. El. autor dedica toda la ConsideraciónXV al modo en

que el capitán debecastigar los robos y rapiñas en tiempo de guerra. Recor-demos asimismo las frases de Diego de Valera recogidasen las notas33 y 34,Vid, la edición de Juan de Mata Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe,1940.

6L Gutierre Díez de Games, El Victorial, edición Carriazo, Madrid, Espasa-Calpe, 1940, págs. 40-41.

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Además mueve a nuestrosescritoresel deseode otorgar el galar-dón de la famaa quienespor sus actosvirtuosos se hicieron acreedo-res de él. ParaPérezde Guzmán, la buenafama es «el verdaderopre-mio e galardónde los quebien e vertuosamentepor ella trabajan»~,

y aún se quejade la pocadiligencia que siemprehubo en Castillaparaguardar la memoria de los hechosantiguos. En muy semejantestér-minos se expresaDiego de Valera en su Memorial, repitiendo la ideaya expuestaen la obra doctrinal: el honor es premio de la virtud ysólo a los virtuosos debeser concedido63 Esa es la finalidad de lacrónica. A tenor de sus esquemasconceptuales—y de sus inclinacio-nes políticas—, Diego de Valera se esforzarápor adscribir a todos ycada uno de los personajesque trata ya en el bando de los buenosya enel de los maloscabaUeros.No pareceexistir en el autor unacon-ciencia maniquea;más bien su postura obedecea los presupuestosejemplarizantesmanifestadosal comienzo de la crónica. Así, cl másdepuradoexponentede un buen caballero es sin discusión don Fer-nando de Acuña, eximio practicantede las genuinasvirtudes caba-llerescas.El hace realidad los axiomas de Rodrigo de Arévalo: lacontinencia en los actos de la vida allana el camino de la victoria.Virgen hasta los treinta años en que contrajo matrimonio demostróa los dieciséis, en combate, ser más diestro y valiente que los ve-teranos64

En el otro platillo de la balanza,Rodrigo de Marchenarepresentael colmo de los vicios y el riesgo del fracaso. Se trata de un hombrenuevo,de bajo linaje y costumbresdeshonestas,que puso en peligroel Alcázar de Ciudad Rodrigo. No menos paradigmático resulta serPedro de Basurto,«quien se dabatanto a las mugeres,que pocasve-ces durmía en la fortaleza»de la que era alcaide. Por su culpa se per-dió la plaza de Medinasidonia65

Noticias de robos, asaltos,violaciones,muestras,en fin, de la ava-ricia y despotismode los nobles salpican las crónicas,dando la clavedel grado de indignidad de extensossectoresde la caballería.

María Isabel. PÉREZ DE TUDELA Y VELxsco(Universidad Complutensede Madrid)

02 Generacionesy Semblanzas,Madrid, Espasa-Calpe,1979, pág. 6. Sobre elterna de la fama en Pérezde Guzmánplena actualidadlas páginasque le de-dicara María Roca Lida de Malquiel en su obra La Idea de la fama en la EdadMedia castellana,Madrid, 1983 (primera edición dc 1952), págs.271-275.

<> Diego de Valera, Memorial de diversas hazañas,ed. BAE, t. LXX Madrid,Atlas, 1953, pág. 3.

Ibid., pág. 50.<> Ibid., págs. 19 y 76.