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LA DICTADURA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO Uno de los grandes logros de la Democracia es haber sido capaz de garantizar la libertad de expresión y pensamiento para los ciudadanos. En España una dictadura de cuatro décadas había conseguido instaurar un pensamiento, o al menos un modo de expresión, único de puertas afuera para la gente que sabía que ciertas cosas no se podían decir o poner en duda. A la muerte del dictador se votó la que iba a ser nuestra Constitución, un contrato donde todos los españoles tenían cabida junto con su ideología, fe y pensamiento. Después de treinta años de Democracia, un virus dictatorial se ha colado en nuestra vida social, y éste es incorpóreo e inconsciente, por lo que no podemos pedir que por voluntad propia desaparezca, ni tampoco esperar a que la edad se lo lleve por delante. Este fenómeno tiene nombre, pero no posee un origen, una definición, ni una motivación claros. En los últimos años han comenzado a aparecer filósofos y escritores, que han puesto el dedo en la llaga, y al menos han sentado la base para comenzar a reconquistar la libertad de expresión y pensamiento que discreta y sibilinamente se nos ha ido usurpando. Uno de ellos ha sido Vladimir Volkoff, uno de los intelectuales franceses más relevantes de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en París el 7 de Noviembre de 1932, hijo de emigrantes rusos, doctor en filosofía en la Universidad de Lieja, y profesor de lengua y literatura francesa y rusa en EE.UU., también fue profesor de inglés; autor de novelas y ensayos, funcionario del Ministerio de Defensa y militar durante la guerra de Argelia. Es el primer escritor francés que ha dedicado parte de su trabajo a estudiar la manipulación informativa, y un pionero en explicar y definir el fenómeno que conocemos como “políticamente correcto”, tema de algunos de sus libros como: La désinformation par l´image, Le montage, La désinformation; arme de guerre, Petite histoire de la désinformation, Désinformation; flagrant délit, y Le manuel du politiquement correct. Falleció el 14 de septiembre de 2005 en Francia, y con él se ha ido uno de los mayores defensores de la libertad ideológica y de expresión del mundo democratizado.

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LA DICTADURA DE LO POLÍTICAMENTE CORRECTO

Uno de los grandes logros de la Democracia es haber sido capaz de garantizar la libertad de

expresión y pensamiento para los ciudadanos. En España una dictadura de cuatro décadas

había conseguido instaurar un pensamiento, o al menos un modo de expresión, único de

puertas afuera para la gente que sabía que ciertas cosas no se podían decir o poner en duda.

A la muerte del dictador se votó la que iba a ser nuestra Constitución, un contrato donde

todos los españoles tenían cabida junto con su ideología, fe y pensamiento. Después de

treinta años de Democracia, un virus dictatorial se ha colado en nuestra vida social, y éste es

incorpóreo e inconsciente, por lo que no podemos pedir que por voluntad propia

desaparezca, ni tampoco esperar a que la edad se lo lleve por delante. Este fenómeno tiene

nombre, pero no posee un origen, una definición, ni una motivación claros. En los últimos

años han comenzado a aparecer filósofos y escritores, que han puesto el dedo en la llaga, y

al menos han sentado la base para comenzar a reconquistar la libertad de expresión y

pensamiento que discreta y sibilinamente se nos ha ido usurpando.

Uno de ellos ha sido Vladimir Volkoff, uno de los intelectuales franceses más relevantes de la

segunda mitad del siglo XX. Nacido en París el 7 de Noviembre de 1932, hijo de emigrantes

rusos, doctor en filosofía en la Universidad de Lieja, y profesor de lengua y literatura francesa

y rusa en EE.UU., también fue profesor de inglés; autor de novelas y ensayos, funcionario del

Ministerio de Defensa y militar durante la guerra de Argelia. Es el primer escritor francés que

ha dedicado parte de su trabajo a estudiar la manipulación informativa, y un pionero en

explicar y definir el fenómeno que conocemos como “políticamente correcto”, tema de

algunos de sus libros como: La désinformation par l´image, Le montage, La désinformation;

arme de guerre, Petite histoire de la désinformation, Désinformation; flagrant délit, y Le

manuel du politiquement correct. Falleció el 14 de septiembre de 2005 en Francia, y con él

se ha ido uno de los mayores defensores de la libertad ideológica y de expresión del mundo

democratizado.

Vladimir Volkoff

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En una entrevista realizada por Marc Vittelio, Volkoff explicaba la dificultad de definir lo políticamente correcto, por carecer de un verdadero contenido. “Lo políticamente correcto, tal y como lo conocemos en la actualidad, representa la entropía del pensamiento político. Como tal, es de imposible definición puesto que carece de un verdadero contenido. Su fundamento básico es aquello del ‘todo vale’. En él encontramos restos de un cristianismo degradado, de un socialismo reivindicativo, de un economicismo marxista, y de un freudismo en permanente rebelión contra la moral del yo. Si comparamos el hundimiento del comunismo con una explosión atómica, diríamos que lo políticamente correcto constituye la nube radioactiva que sigue a la hecatombe”. Volkoff prosigue diciendo que lo políticamente correcto consiste en la observación de la sociedad y la historia en términos maniqueos. “Lo políticamente correcto representa el bien, y lo políticamente incorrecto representa el mal”. No se contempla, sin embargo, que el bien o el mal deban ser el punto de partida, y que lo políticamente correcto sea lo que se deba adecuar al bien. También hace referencia a que: “Lo políticamente correcto no atiende a igualdad de oportunidades alguna en el punto de partida, sino al igualitarismo en los resultados en el punto de llegada”. Marcando la igualdad como objetivo final, eliminando el premio al mérito, al esfuerzo o a la capacidad. Haciendo prevalecer el concepto de igualdad final sobre el de justicia.

Volkoff afirma que lo políticamente correcto es consecuencia de la decadencia del espíritu

crítico de la identidad colectiva, tanto social, nacional, religiosa como étnica. También señala

a los intelectuales desarraigados como principales practicantes, aunque el contagio puede

llegar a todo tipo de personas sin que estas sean conscientes de ello. Una vez ocurrido esto,

la desintoxicación se observa complicada, puesto que los medios de comunicación son los

encargados de llevarnos al contagio masivo y estos han adquirido una importancia

desmesurada. “El primer remedio consiste en tomar conciencia de que lo políticamente

correcto existe y que circula sobre todo a través de nuestro vocabulario. El segundo, sería

tomar conciencia de que el ‘yo’ forma parte de un ‘nosotros’, y de que ese ‘nosotros’ debe

proteger al ‘yo’ contra el ’se dice…’ políticamente correcto. El tercer remedio consiste en

poner en práctica la conciencia de renuncia a toda terminología políticamente correcta y a

las ideologías sobre las que se apoya. Por ejemplo, hay que decir ‘aborto’ en lugar de

‘interrupción del embarazo’, ’sordo’ en lugar de ‘deficiente auditivo’, ‘vejez’ en lugar de

‘tercera edad’, ’sinvergüenza’ en lugar de ‘inadaptado’. Un ‘docente’ nunca llegará a ser un

‘maestro’ “. Volkoff incide en la terminología considerada políticamente correcta. Estos

eufemismos se fueron imponiendo con la intención de no ofender a las personas a quienes

definían, sólo que su utilización envilecía aún más al término sustituido. Hoy ya no es posible

decir viejo, minusválido o negro, ni siquiera ciego, sin sentir un rechazo social, y en su lugar

se utilizan giros semánticos que tratan de ocultar su existencia como persona de la tercera

edad, discapacitado, persona de color (no sabemos de qué color), o invidente; término, este

último, que además disgusta a la mayoría de los ciegos. Según Volkoff una persona

políticamente correcta se considera a sí mismo tolerante, pero no practica la tolerancia. A

veces ni siquiera con aquellos a los que supuestamente defiende.

Sobre el origen o expansión del fenómeno, Volkoff afirma: “Lo políticamente correcto es

supranacional, como todas las enfermedades. Si estamos en condiciones de afirmar que

nació en determinadas universidades americanas, no es menos cierto que se expandió

rápidamente por todo el mundo”. De origen anglosajón aterrizó en Europa, Volkoff afirmaba

que los países donde más se han resistido a la infección son aquellos de religión cristiano-

ortodoxa, en Europa del Este con reminiscencias comunistas. Apunta el filósofo, como

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ejemplos, a Serbia y Rusia, por su posicionamiento ante determinados conflictos. En España,

tardía pero ferozmente, se ha ido expandiendo entre los pseudointelectuales y la clase

política, y hoy es difícil encontrar quién no esté o aparente estar contaminado con tal de

evitar consecuencias negativas para su imagen.

Ante la pregunta de cómo evitar la contaminación, el filósofo responde lo siguiente: “Es

verdad que lo políticamente correcto nos acecha y se presenta siempre con argumentos

inocentes y de fácil asimilación. Se trata de rechazar su inocencia y repudiar esa facilidad de

asimilación. Es necesario, así mismo, prevenirse contra el mimetismo de hablar como los

demás. Repito, aún a riesgo de parecer pesado, el vocabulario políticamente correcto es el

principal vehículo de contagio. En cualquier caso, hay que afirmar que lo políticamente

correcto es una fe débil y que, como tal, no resiste a una enérgica aplicación del espíritu

crítico. No hay que ser sumisos a los sentimientos y opiniones generalizados: el espíritu

contradictorio más obtuso vale siempre más que la aceptación liberal del pasto mediático”. El

motivo por el cual debemos pensar o expresarnos en determinados términos se nos presenta

como obvio. Es un “¿tú no lo entiendes?, los demás sí”. Pretende arrancarnos la posibilidad

de reflexionar sobre lo que nos tratan de imponer, ya que determinados argumentos caerían

por su propio peso al hacerlo. El nuevo modelo nos aleja de la religión argumentando

conocimientos científicos, pero tras el abandono de la fe, nos obligan a creer, sin posibilidad

de negarnos, en valores impuestos, introducidos con calzador en nuestras mentes, utilizando

un vasto entramado publicitario y demagógico. Se sustituye al Dios de siglos anteriores y sus

mandamientos, por el Oráculo de la Democracia que todo lo sabe y nos adoctrina “por

nuestro bien”. Además muestra una especie de compasión cristiana, una posibilidad de

mejora y redención para los hijos pródigos: delincuentes, criminales, terroristas, violadores…

que obtienen un mar de teóricos derechos, mientras sus víctimas deben esperar en cristiana

resignación lo que les aguarde el futuro, “rezando” porque no les vuelva a pasar; y mientras,

los medios de comunicación, que tratarán con respeto singular a unos, caerán con la debida

ferocidad contra aquellos que discrepen de lo políticamente correcto o exijan penas mayores,

respaldándose en una ley a la que hay que rendir pleitesía aunque practique la indefensión

de la sociedad.

Volkoff remata sus aseveraciones hablando de las consecuencias que puede traer la

imposición de lo políticamente correcto: “Lo políticamente correcto prepara el terreno de

forma ideal para las operaciones de desinformación y para la expansión de la mundialización.

Cuando todo el mundo crea que las verdades pueden ser objetos de trueque, de que no

existen ni verdades ni mentiras, el mundo estará preparado para recibir la misma

propaganda, de participar de la misma pseudo-opinión pública fabricada para consumo

universal. Y esta pseudo-opinión pública aceptará cualquier acción, incluidas las más brutales

que indefectiblemente irán en beneficio de los manipuladores”. Deberemos sentirnos

agradecidos por no pasar hambre como los niños que nos presentan por la televisión,

perdidos en un desierto de miseria, mientras la población crece dónde menos recursos hay.

Los occidentales, europeos, españoles; nos iremos amoldando a viviendas de 30 metros

cuadrados y tendremos un hijo o medio, pero creeremos estar viviendo bien. Mientras, el

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mundo globalizado irá acercándonos los niños que pasaban hambre en el Sur convertidos en

adultos para trabajar en los puestos que solidariamente les cederemos por considerar

insuficiente su remuneración. Después, se impondrá la ley del mercado laboral, y las

condiciones de trabajo se irán igualando… a la baja, así como los derechos y servicios.

Europa irá armándose con mano de obra barata, hombres y mujeres necesitados de llevarse

un pan a la boca; de ciudadanos acostumbrados a tener derechos no sólo sobre el papel y

que un día se despertarán sin ellos; y de delincuentes de diversa ralea que en un mar de

injusticia habrán estado pescando con el consentimiento de una sociedad en declive

económico, pero sobre todo moral e intelectual. Aquí, algunos de los manipuladores buscarán

en el abc del liberalismo económico la forma de sacar cuantiosos beneficios monetarios. La

globalización habrá creado un mercado mundial donde el ser humano vivirá bajo los

designios de una democracia estéril, sin voz, acallada por lo políticamente correcto y con un

voto dirigido. Los otros, los manipuladores de corte socialista, conseguirán fácilmente

adhesiones, en una sociedad desesperada porque la guíen en la búsqueda de unas mejoras

económicas, laborales y de derechos sociales, que habrá que volver a reconquistar mediante

sangrientas revoluciones, fratricidas guerras y sufrimiento, y todo esto para volver a la

situación que teníamos, que aún tenemos, y que la estulticia general nos obligó a abandonar.

Evitarlo, sólo tiene un camino: recuperar el control sobre nuestra propia opinión.

© José L. Casillas, 2008

Ldo. en Filología Hispánica