la decepción democrática

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Política España- Siglo XXI

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La decepcin democrtica

Debemos ser crticos con la poltica pero sin hacernos demasiadas ilusiones

Podemos inicia su campaa electoral con una marcha en Madrid

DANIEL INNERARITY 2 FEB 2015 - 00:00 CET

Conviene que nos vayamos haciendo a la idea: la poltica es fundamentalmente un aprendizaje de la decepcin. La democracia es un sistema poltico que genera decepcin especialmente cuando se hace bien. Cuando la democracia funciona bien se convierte en un rgimen de desocultacin, en el que se vigila, descubre, critica, desconfa, protesta e impugna.

Pensemos en dos de las ms comunes fuentes de desafecto ciudadano hacia nuestros representantes: la corrupcin y el desacuerdo. El menos avisado puede tener una impresin demasiado negativa y caer en el tpico error de percepcin que genera la corrupcin descubierta o el desacuerdo institucionalizado propio del antagonismo democrtico. La corrupcin es siempre intolerable, por supuesto, y la incapacidad para generar grandes acuerdos est en el origen de muchas de nuestras torpezas colectivas, pero deberamos ser sinceros y reconocer que buena parte de nuestro malestar con la poltica corresponde a una nostalgia inadvertida por la comodidad en que se vive donde lo malo no es sabido y se reprimen los desacuerdos. La antropologa poltica nos ensea que hay un sentimiento atvico, nunca plenamente superado, de aoranza hacia formas de organizacin social en las que reine una plcida ignorancia y los polticos, como reza la queja habitual, no estn todo el da discutiendo.

Hay otra fuente de decepcin democrtica que tiene que ver con nuestra incompetencia prctica a la hora de resolver los problemas y tomar las mejores decisiones. La poltica es una actividad que gira en torno a la negociacin, el compromiso y la aceptacin de lo que los economistas suelen llamar decisiones suboptimales, que no es sino el precio que hay que pagar por el poder compartido y la soberana limitada. Est incapacitado para la poltica quien no haya aprendido a gestionar el fracaso o el xito parcial, porque el xito absoluto no existe. Hace falta al menos saber arreglrselas con el fracaso habitual de no poder sacar adelante completamente lo que se propona. La poltica es inseparable de la disposicin al compromiso, que es la capacidad de dar por bueno lo que no satisface completamente las propias aspiraciones. Similarmente los pactos y las alianzas no acreditan el propio poder sino que ponen de manifiesto que necesitamos de otros, que el poder es siempre una realidad compartida. El aprendizaje de la poltica fortalece la capacidad de convivir con ese tipo de frustraciones e invita a respetar los propios lmites.

Todas las decisiones polticas, salvo que uno viva en el delirio de la omnipotencia, sin constricciones ni contrapesos, implican, aunque sea en una pequea medida, una cierta forma de claudicacin. En el mundo real no hay iniciativa sin resistencia, accin sin rplica. Las aspiraciones mximas o los ideales absolutos se rinden o ceden ante la dificultad del asunto y las pretensiones de los otros, con quienes hay que jugar la partida. No tiene nada de extrao, por ello, que nuestros ms fervorosos seguidores aseguren que no era eso a lo que aspiraban. Si adems tenemos en cuenta que la competicin poltica crea incentivos para que los polticos inflen las expectativas pblicas, un alto grado de decepcin resulta inevitable.

Todo esto provoca un carrusel de promesas, expectativas y frustraciones, de engaos y desengaos, que gira a una velocidad a la que no estbamos acostumbrados. Los tiempos de la decepcin lo que tarda el nuevo Gobierno en defraudar nuestras expectativas o los carismas en desilusionar, los proyectos en desgastarse, la competencia en debilitarse parecen haberse acortado dramticamente.

Incluso quien se presenta generando las mayores expectativas de renovacin porque no forma parte de lo ya conocido y esa carencia de pasado poltico le permite gozar de la virginidad poltica como su principal valor, no tarda mucho en decepcionarnos. Pronto recurren esos mismos a las jugadas polticas que nos haban escandalizado y se organizan como un aparato clsico. Comienzan pudiendo, siguen con un quin sabe y terminan posponiendo indefinidamente las promesas ms audaces. Hemos pasado, por ejemplo, de no pagar la deuda a pagarla slo en parte para finalizar con una inocua auditora tica (apelando, por cierto, al juicio de los expertos). Es curioso lo poco que tarda el radicalismo en socialdemocratizarse. La estrategia para ganar elecciones es muy diferente de la tarea de gobernar, y por eso suele ocurrir que lo primero palidece a medida que se acerca la hora de la responsabilidad. Con el paso del tiempo, lo que era exhibido como radicalidad democrtica que los temas cruciales sean decididos por todos se revela como indefinicin tctica o simple ignorancia acerca de qu debe hacerse. No creo que Podemos tarde mucho en decepcionar, como ocurre con todos los actores polticos, no slo porque comparten nuestra condicin humana sino sobre todo porque en algn momento tendrn que tomar decisiones que suponen aceptar algo como menos malo. La prueba de fuego estar en el momento en que sus votos en una institucin impliquen una preferencia por unos o por otros, cuando su abstencin abra el paso del gobierno a alguien en concreto, todava ms, cuando tengan que preferir a alguien de la casta para gobernar.

Qu racionalidad podemos introducir en medio de esta decepcin? Creo que lo mejor es partir de una constatacin muy liberadora: la poltica es una actividad limitada, mediocre y frustrante porque as es la vida, limitada, mediocre y frustrante, lo que no nos impide, en ambos casos, tratar de hacerlas mejores. Y en segundo lugar, nuestras mejores aspiraciones no deberan ser incompatibles con la conciencia de la dificultad y los lmites de gobernar en el siglo XXI. Lo que hacen los polticos es demasiado conocido y demasiado poco entendido. La sociedad comprende poco los condicionamientos en medio de los cuales han de moverse y las complejidades de la vida pblica. Esto no ha de entenderse como una disculpa sino todo lo contrario: es el elemento de objetividad que nos permite agudizar nuestras crticas, impidiendo que campen desaforadas en el espacio de la imposibilidad.

Recordar tales cosas en medio de esa desbandada que llamamos desafeccin poltica, cuando estn saliendo a la luz mltiples casos de corrupcin y la poltica se muestra incompetente para resolver nuestros principales problemas, puede parecer una provocacin. Si lo recuerdo es para defender estas tres tesis: que la poltica no est a la altura de lo que podemos esperar de ella, que no es inevitablemente desastrosa y que tampoco deberamos hacernos demasiadas ilusiones a este respecto. Y es que las quejas por lo primero (por su incompetencia) se debilitan cuando uno da a entender que acepta lo segundo (que la poltica no tiene remedio) y cuando traslucen una expectativa desmesurada acerca de la poltica. De este modo no pretendo disculpar a nadie, sino permitir una crtica ms certera, porque nada deja ms ilesa a la poltica realmente existente que unas expectativas desmesuradas por parte de quien no ha entendido su lgica, sus limitaciones y lo que razonablemente podemos exigirle.

Ahora que todo est lleno de propuestas de regeneracin democrtica no viene nada mal que analicemos con menos histeria el contexto en el que se produce nuestra decepcin poltica, para que estemos en condiciones de valorarla en su justa medida y no cometamos el error de sacar consecuencias equivocadas de ella. Deberamos ser capaces de apuntar hacia un horizonte normativo que nos permita ser crticos sin abandonarnos cmodamente a lo ilusorio, que ample lo posible frente a los administradores del realismo, pero que tampoco olvide las limitaciones de nuestra condicin poltica.

Daniel Innerarity es catedrtico de Filosofa Poltica y Social e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pas Vasco.http://elpais.com/elpais/2015/01/27/opinion/1422386132_177795.html