la crónica- una escritura a la intemperie - rosana reguillo

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R. Reguillo Rossana Reguillo Textos fronterizos. La crónica, una escritura a la intemperie diá logos de la comunicación Profesora-investigadora del Departamento de Estudios Socioculturales, del ITESO, Guadalajara, México. E-mail:[email protected] 58 59

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diálogosde la comunicación

Profesora-investigadora del Departamento deEstudios Socioculturales, del ITESO, Guadalajara, México.

E-mail:[email protected]

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“Si la escritura es verdadera-mente neutra... entonces la

literatura está vencida”Roland Barthes

“La literatura está hechapara que la protesta humanasobreviva al naufragio de los

destinos individuales” Jean Paul Sartre

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NARRATIVAS EN CRISIS

Si en Latinoamérica el melo-drama como forma expandi-da de relato ha servido paracontar el mundo, para poner-lo en forma, para darle un sen-tido, es quizás porque lossaberes populares, en generalmás rápidos para detectar lascontradicciones de la moder-nidad, construyeron en elmelodrama latinoamericanouna solución de continuidadentre la realidad y la ficción,una manera de anclar en elrelato una memoria y unamatriz cultural que no se de-jaba contar de otra manera.

La narrativa melodramática,cristalizada en diferentes gé-neros y soportes, por ejemploel cine, la radionovela, el bo-lero, se convirtió en el reflejode una época y de una sensi-bilidad, al tiempo en que loslatinoamericanos fueron in-ventados por el mismo melo-drama. Esta forma de relatologró abolir la frontera entrelo real y lo representado. Elmelodrama se convirtió enescritura de lo real, en visióndel mundo y en el abrevade-ro de las grandes verdadespara amplios sectores de lapoblación que interpretarony fueron interpretados en lanarrativa melodramática quemás que un género se convir-tió en matriz cultural.

Se trata, pienso, de un lengua-je epocal para América Lati-na, narrativa que sirvió paracontar, de otra manera, losgrandes procesos migrato-rios del campo a las ciudades,

la urbanización de los modosde vida, el desarraigo y la nos-talgia, las transformacionesen el amor y en la familia (quetan bien contó, por ejemplo,el cine mexicano) y las dife-rentes maneras en que las so-ciedades latinoamericanas hi-cieron frente al despegue deuna modernidad que no fuecapaz de incorporar la dife-rencia, la cultura profunda,que encontró en el melodra-ma la posibilidad de expre-sión que la modernidad ofi-cial le negaba.

Por ello el melodrama sobre-vive aún de maneras comple-jas y contradictorias. Sin em-bargo, al gestarse las trans-formaciones en las formas desensibilidad, en buena medi-da operadas por los crecien-tes procesos de globali-zación, se ha producido unarevolución silenciosa en losmodos de contar el mundo.En el ciclo de urgencias enque parece haberse converti-do la escena social de fin desiglo hay una constante: lacrisis en las formas del rela-to.

No se trata solamente de unacrisis “formal” en el sentidode implosión de los cánonesque operaron las demarcacio-nes entre las distintas formasde relato y funcionaron comobrújulas orientadoras paranavegar al interior de estasformas, mismas que la mo-dernidad se empeñó en sepa-rar y clasificar. Se trata, sobretodo, de la irreductibilidad dela ambigua y compleja vidasocial a unas formas particu-lares de relato.

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EL OTRO LADO DE LA NA-RRACIÓN

Cómo narrar, por ejemplo, lamuerte que se disfraza de re-tórica oficial para justificar lamuerte de tantos y tantos jó-venes en el continente que,aguas al sur del Río Bravo,constituyen ya el ejércitoinerme de “los inviables” quemueren bocabajo, en un terre-no abandonado, con los tes-tículos desechos y la lenguaarrancada por otros jóvenesvestidos de uniforme. Cómocontar la historia de los sue-ños empacados en bolsitas deplástico que estallan las vís-ceras de “las mulas” o“traquetos” que conviertensu cuerpo en depósitos decocaína porque hay pocasopciones y cómo entonces,resistirse a los dólares blan-cos. Cómo mantener las fron-teras del relato, para contarel frío, el miedo, la temblorinade un “ilegal” pegado a la “lí-nea” y rezándole a la“Sanjuanita” para que la“migra” no lo descubra.

La crónica, en femenino, re-lación ordenada de los he-chos; y en masculino, lo cró-nico, como enfermedad largay habitual, se instaura hoycomo forma de relato, paracontar aquello que no se dejaencerrar en los marcosasépticos de un género. ¿Serámás bien que el aconteci-miento instaura sus propiasreglas, sus propias formas dedejarse contar?

La crónica, de alma antigua,irrumpe en el concierto armó-nico de los relatos goberna-

bles y asimilables a unos lími-tes precisos. Su ritmo sinco-pado transgrede la métrica deuna linealidad desimplicada:la crónica está ahí, rasgandoel velo de lo real lejano:

“Algunas veces pienso que aLuis lo dejaron loco de tortu-ras y que puede andar comoun mendigo callejero. Cuandovoy por el centro miro los ros-tros buscando un rasgo que medé su imagen. También he vi-sitado los centros donde alber-gan personas con problemasmentales”.1

“Diez segundos de silencio.Los vengadores intercambianuna mirada de hielo.-Vamos por partes, caballero-le dice el agente a Teófilo, yacon otro tono- ¿Ésta es la casanúmero 20 de la Vuelta delMocho?- No señor. Ésta es la casanúmero 20 pero del callejónRicaurte. La Vuelta del Mochoqueda como a ocho cuadras,hacia arriba.- Ah, carajo.Entonces, sólo entonces, per-miten que la familia salga delcuarto. Justo para ver cómodesde la azotea arrojan unbulto hacia la calle. No ha cla-reado del todo, pero es fáciladivinar que esa cosa que hanarrojado desde arriba es elcuerpo de José Gregorio”.2

Y en tanto la crónica está ahí,en el cuarto, en la calle aban-donada, en la voz que narrael desconsuelo, es incómoda,como incómodo testigo deaquello que no debiera verse,por doloroso o por ridículo,que a veces es lo mismo. Pero

la crónica ve, observa, se sor-prende a sí misma en el actode ver, de comprender:

Mientras la noche descendíarápidamente por las laderasde Pétare en Caracas, Ronalddijo: “la policía de ahí, esa queves, son los fontaneros, los quesacan la mierda de las cloa-cas”. Con un intento de suici-dio a cuestas, Ronald es un“chamo” de 16 años, que asu-mía con pasmosa tranquilidadque los jóvenes de los barrios(como se denomina en Vene-zuela a los cinturones de mi-seria) representaban el deshe-cho de la sociedad. Otro mu-chacho, que miraba a todaspartes con ojos preocupadosmientras subíamos por el ca-ñaveral, comentó, quizás pararomper el silencio de una ex-pedición que quitaba el alien-to por lo empinado y la violen-cia latente, “mi cédula tienehuequitos”. Me tomó un ratocomprender el significado dela afirmación: en Caracas,cada vez que la policía detie-ne a los jóvenes (pobres) porcualquier motivo, hace unaperforación en la cédula deidentidad que deben portar atoda hora. Así, poco a poco,la identidad se les llena de ho-yos y el futuro es una coladerapor la que se escapan los sue-ños.3

La crónica aspira a entenderel movimiento, el flujo perma-nente como característicaepocal: personas, bienes ydiscursos, que no sólo recon-figuran el horizonte espacialde nuestras sociedades, sinoseñalan, ante todo, la migra-ción constante del sentido.

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Sentido en fuga que escapa delos lugares tradicionales, quefisura las narrativas “legíti-mas” que incrementa la dis-puta por las representacionesorientadoras. Multiplicidadque no se traduce necesaria-mente en pluralidad (coexis-tencia de lo diverso en laigualdad). Un nuevo orden seprefigura y en el conflicto porsu constitución se hacen vi-sibles las narrativas que in-tentan comprender ese senti-do itinerante, fugitivo:

“Una supuesta identidad bo-rracha que trata de sujetarsedel soporte frágil de los sím-bolos, que a estas alturas delsiglo se importan desde Japón,como adornos de un cumplea-ños patrio que sólo brillan fu-gazmente los días permitidos.Y una vez pasada la euforia,el mismo sol de septiembreempalidece su fulgor, retornan-do al habitante al tránsito desuelas desclavadas, que unpoco más tristes, hacen el ca-mino de regreso a su rutinalaboral”.4

Si como dice Michel Serres“ver supone un observadorinmóvil y visitar exige quepercibamos mientras nosmovemos”, el practicante dela crónica acepta el destinonomádico, renuncia a la cer-teza del lugar propio, en suitinerario encuentra los cam-pos de exclusión y dominio.Desplazarse es romper elmonopolio de los regímenesde autoridad discursiva, desus valores, de sus símbolos.

“El mundo se oscurece a sualrededor, las voces y los rui-

dos suenan lejanos, absurdos.Su cuerpo es un puro dolor.Bañado en su propio vómitoestá desmadejado sobre elcharco que forma la sangre, lasuya... Mientras unas botas seclavan en su espalda ‘paraverificar su estado’, el Güeroreconstruye fragmentos de suvida.

...Como un monje zen, el Güe-ro aprendió el difícil pero ne-cesario arte de separar la men-te del cuerpo, de aislar el do-lor... Casi hasta lograba comer-se el caldo asqueroso, simula-cro de comida, con cierta do-sis de alegría. Entre la raza elGüero era respetado: una pun-ta en el abdomen de otro re-cluso, una golpiza a mano lim-pia en situación desventajosa.... Nomás lamentó estarbocabajo, ¡qué jodido! pensó elGüero, no morirse de frente,con los ojos abiertos...Afuera la Carmen esperaba,con el corazón encogido, unarazón. Les decían que todoestaba bajo control. Mientras,en la radio los funcionarios delnuevo gobierno declaraban, ala antigua usanza, que se tra-taba de una riña... Sietereclusos habían cometido laingratitud de morirse”.5

La crónica se re-coloca hoyfrente al logos pretendido dela modernidad como discur-so comprensivo, al oponér-sele a éste, otra racionalidad,en tanto ella puede hacersecargo de la inestabilidad delas disciplinas, de los géne-ros, de las fronteras que deli-mitan el discurso. La crónica,en su “estar allí” es capaz derecuperar el habla de los mu-

chos diversos, de jugar conlas ganas de experiencia, conla necesidad de un mundotrascendente que esté porencima de lo experimentadoy que sea, paradójicamente,experimentable a través delrelato. La crónica no debilita“lo real”, lo fortalece, ya quesu “apertura” posibilita layuxtaposición de versiones yde anécdotas que acercan aterritorio propio, es decir,(re)localizan el relato.

Relocalizar el relato significaparticipar de algún modo delo narrado. Participar poneen crisis la noción de autoría.La crónica es un texto sin au-tor o aspira a convertirse enun texto sin autor, en unacasa que se construye a me-dida que se le habita, abiertaa otras definiciones; entremás cerca está de lo narrado,más lejos queda de la clausu-ra de sentido.

El acontecimiento, el perso-naje, la historia narrada, pier-den su dimensión singular yse transforman en memoriacolectiva, en testimonio de locompartible, de lo que une enla miseria, en el dolor, en lafiesta, en el gozo. Retrato in-vertido de las característicasque se ven con los ojos entre-cerrados. La crónica reconstru-ye los dialectos sociales y alobturar la contención entre loobjetivo y lo subjetivo se dise-mina como forma de relato.

Sus territorios no son sola-mente los del periodismo olos de la literatura, avanza enlegitimidad también en el dis-curso producido desde las

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ciencias sociales. Hay una ar-quitectura del discurso com-prensivo que rompe la barre-ra ortopédica de la desimpli-cación. La crónica es un tex-to que se implica en lo quenarra, en lo que explica.

Poco a poco en la escena del“nuevo periodismo” y tam-bién en el ámbito de las cien-cias sociales en el campo delos estudios culturales ganaespacio y visibilidad esta for-ma discursiva que, al tiempoque busca el análisis de la rea-lidad social, quiere convertir-se en eficaz y estético dispo-sitivo de reflexividad.

Lo “narrativo” antes condena-do a la extratextualidad (a lapágina izquierda, como decíaWittgenstein) hoy irrumpe enel cuerpo principal del textoperiodístico e incluso del tex-to académico, acostumbra-dos a observar sin ser vistosy a controlar sin aparentarcontrol.

FRACTURAS

El debilitamiento de las insti-tuciones que la modernidadlevantó también ha significa-do la erosión de los lugares“legítimos” de enunciación.La voz, crecientemente audi-ble de los excluidos, de losmarginales, de los que tradi-cionalmente habían sido con-siderados sólo informantespara el discurso cientificistay objetivo, reclama hoy unestatuto distinto en la narra-ción.

En su historia social del silen-cio, el historiador de la cultu-

ra Peter Burke (1996) estudiala manera en que se configu-raron en las sociedades cier-tas formas de silencio im-puestas a grupos sociales.Los “grupos mudos”, como éllos denomina, entre ellos lasmujeres, los indígenas, losnegros y todos aquellos otrosperiféricos y marginales, se-gún cada periodo históricosocial, deben estructurar sudiscurso ateniéndose a losmodelos y vocabulario delgrupo dominante. Los “silen-ciosos” terminan siempre porser representados por unavoz autorizada y legítima.

La crónica, sin resolver lacuestión del acceso a un lu-gar legítimo de enunciación,fisura el monopolio de la vozúnica para romper el silenciode personas, situaciones, es-pacios, normalmente conde-nados a la oscuridad del silen-cio. Esto no significa que lacrónica aspire a ser“medium” de los excluidos dela palabra, es decir, no se tra-ta de “traer” lo periférico a unlenguaje normalizado, sino,en todo caso, de volver visi-ble lo que suele quedar ocul-to en la narración. Al “recu-perar” la voz y la mirada delos personajes “liminales”, elciudadano, la mujer, la madrede la víctima (a veces la pro-pia víctima), la esposa del vic-timario (con frecuencia elpropio victimario), el tran-seúnte distraído, el verdugoque no se percata de serlo,dejan de ser exigencia exter-na para colocarse en prime-ra persona. Así la crónica pe-riodística por ejemplo, no secontenta con la enumeración

de los hechos sino que buscala narración de historias conla descripción que sólo ad-quiere densidad desde el in-terior desde cual es narrada.

Si el melodrama le abrió pasoa unas formas culturales ypuso en escena unos modosparticulares de interpretar elmundo al codificar valores,aspiraciones, creencias y sen-timientos, la crónica ha traí-do una forma de registro enla que ha podido contarseuna historia paralela quepone en crisis al discurso “le-gítimo”.

Pero quizás, más que su “en-frentamiento” a un discursolineal y dominante, lo verda-deramente irruptivo de lacrónica está en su operarotras formas de escucha. Alcolocarse frente a un discur-so vertical, el de un periodis-mo de fuentes “autorizadas”,la crónica que relata desdeotra geografía los mismosacontecimientos, genera laposibilidad de otra lectura ypor consiguiente, inauguranuevos puntos de vista; nue-vos, en tanto ciertas perspec-tivas, como ya se dijo, hansido invisibilizadas en la es-cena pública.

La crudeza de la crónica, quea veces parece regodearse enlos detalles sórdidos, en elgrito desgarrador que se es-capa de un pecho enardecidoo, en el cursi, por inexplica-ble, gesto ante la muerte, qui-zá radica en su búsqueda in-alcanzable por negar la pre-cariedad de la vida. Narrar lamuerte para afirmar la vida,

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contar el sometimiento de loscuerpos ante la macana im-placable, para afirmar la dig-nidad, decir la necia voluntadde sobrevivir en medio delcaos y del derrumbe, paraafirmar la risa. Tal vez, comodice Derrida (1998) a propó-sito de la muerte de Barthes“como si se pudiere hablardel otro aún vivo en un es-fuerzo inútil por convertir lapropia palabra, meramenteconfesional, en algo más queuna reminiscencia mutilada,en “testimonio”, la crónica selevanta para ofrecer el testi-monio del desasosiego latino-americano.

TERRITORIOS YMETÁFORAS

Si el melodrama se instauracomo forma de relato en elmomento de crisis del proce-so modernizador, la crónicalo hace en el momento en quese incrementan las señalesdel fracaso de ese procesomodernizador. Un malestardifuso se expande por terri-torios diversos, en ellos apa-rece la crónica como un tex-to fronterizo que cabalga en-tre el periodismo, el análisissocial y la literatura.

Género-síntesis para contarun mundo en el que se trans-forman aceleradamente lasnociones de frontera y de lí-mite.

Si el aceleramiento espacio-temporal es una de las cons-tantes de la época, no resultaextraño que sea la crónica laque adquiera un estatuto pri-vilegiado en las formas de re-

lato, en tanto ésta es deudo-ra de la vieja crónica de via-jes. Los viajeros representanen sus crónicas las imágenesde un mundo nuevo en expan-sión, sus relatos proporciona-ron mapas de tierras lejanasy exóticas y en su divulgacióncontribuyeron a construir elimaginario del otro. El viaje,dice Albert Chillón (1999) “seconvirtió en una fuente pri-mordial de conocimientopara el entonces pujantecientificismo”. Hoy, cuando lootro, lo diferente no está másen una isla lejana, sino en elcentro mismo de la cultura“propia”, la “crónica de via-jes” alude metafóricamente aun movimiento interno, a undesplazamiento por entre losintersticios que separan yunen a los diferentes en unacultura globalizada.

El viajero se mueve en mun-dos que pueden estar en unmismo plano espacial perocuya temporalidad diferen-ciada los vuelve extrañosentre sí. La crónica urbana,por ejemplo, narra las múlti-ples ciudades que existen enuna ciudad, conversa con lospersonajes que van al en-cuentro de la cotidianidaddesde temporalidades ycreencias distintas. La cróni-ca urbana se filtra en la pági-na periodística para contar ladiferencia, para abrir otrasposibilidades de comunica-ción entre dialectos y ritualesque configuran el tejido múl-tiple de lo social.

La historia cotidiana se cuen-ta en los muros de la ciudad,en los grafittis que narran des-

de sus propios códigos la cró-nica del acontecimiento. Cro-nistas sin papel los grafiterosconsignan en las paredes ladesazón, la incertidumbre, lapregunta terrible por el sen-tido de la historia. En los mu-ros queda tatuada la crónicaefímera del desencuentro, elrelato caótico de un mundo alque ya no le alcanza el melo-drama para contar el tamañode la exclusión y la desigual-dad.

En otros territorios, el rockhace la crónica de un presen-te sin futuro. Tanto el raperodel barrio como ese híbridotransfronterizo que es ManuChao que se declara “perio-dista musical” (Curiel, 1999),narran esas “pequeñas histo-rias” de todo aquello que losrelatos consagrados no con-sideran digno de contar, porejemplo cuando un pequeñode trece años rapea en Cara-cas;

Te lo juro panaQue la leche está más caraQue la marihuanaQue la cocaína, que la medici-na,Que la Coca Cola, que la PepsiCola...6

Hay realidades que no se de-jan contar más que a travésde ese lenguaje cotidiano enel que se ha convertido la cró-nica, al oponerle al discursooficial unos relatos poli-fónicos. A decir de Pratt(1997), “la voz y la autoridaddel sujeto metropolitano seatenúan pero no hasta el pun-to de la disolución, sino has-ta el de la desilusión”. El dis-

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curso monolítico y omnicom-prensivo de la modernidad noes más eficaz para mantenercodificadas y en situación delegitimidad excluyente las re-presentaciones, aspiracionesy prácticas sociales. Las cró-nicas que transitan por diver-sos territorios han puesto enapuros a las visiones domi-nantes.

DESAFÍOS

La crónica no es un géneroinocente, una escritura “neu-tra” en tanto aspira a repre-sentar lo no representado ylo no representable en el con-cierto de los múltiples relatospara contar el mundo.

El debilitamiento de la sepa-ración tajante entre periodis-mo y literatura, entre realidady ficción, entre cultura oral ycultura escrita, entre sujetoautorizado y sujeto represen-tado, implicarán en el futuroun desafío importante para el“nuevo” periodismo, un dis-curso transversal a todas lasdemás formas de discurso, entanto se constituye en el “cen-tro” del espacio público. Desu capacidad para hacersecargo de las transformacio-nes en las formas del relato,en las sensibilidades, en lasformas de comunicar de losotros, dependerá en buenamedida que lo proscrito, loestigmatizado, lo invisibili-zado, lo otro, emerja con fuer-za para abrir la posibilidad dere-pensar un proyecto moder-nizador que afirmó sus domi-nios mediante la condena alsilencio de amplios sectoresde la sociedad.

Mientras que los discursostradicionales buscan reducirla complejidad del mundosometiendo los lenguajesirruptivos a una tipificaciónnormalizada, la crónica bus-ca abrirse a esa complejidad,de ahí que pese a su crecien-te importancia genere recelosy sospechas en unas rutinasperiodísticas, académicas, li-terarias, cuya tarea ha sido,en lo general, la de domesti-car lo “desconocido” some-tiéndolo a unos marcos cer-canos y conocidos.

Si como creo, toda crisis essimultáneamente oportuni-dad, la crónica debería servista más que como un géne-ro circunscrito, definido,delimitable, como un lengua-je de encuentro, como un lu-gar desde el que la comuni-cación, vehículo primero dela socialidad, pueda tenderun puente entre mundos di-versos.

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