la cobertura de la cabeza (1 co. 11:2-16)

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1 LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16) Introducción La primera epístola a los corintios incluye el mayor número de correcciones que un apóstol dirige a una iglesia en concreto del Nuevo Testamento. En los primeros seis capítulos Pablo reprende a los corintios por sus divisiones internas, su carnalidad, su consentimiento de la inmoralidad y sus pleitos y litigios públicos. A partir del capítulo 7, Pablo comienza a responder diferentes temas que los corintios le habían hecho llegar mediante una carta. Todos esos temas fueron de relevancia para los cristianos de todas partes y por eso esa carta se incluyó dentro del canon del Nuevo Testamento, y por supuesto son aun de relevancia para nosotros hoy en día. En el capítulo 11, Pablo presenta tres símbolos (la cabeza, el pan y el vino) y enseña todos ellos a los corintios para que los guarden por igual, sin considerar ninguno de ellos como insignificante o doctrinalmente irrelevante. Sin embargo, este pasaje ha sido en los últimos tiempos muy contestado y discutido en nuestras iglesias. Un escritor evangélico inicia así su comentario a este pasaje: “Este es uno de los pasajes que tiene una significación puramente temporal y local; parece a primera vista como si no tuvieran más que un interés de anticuario, porque tratan de situaciones que hace mucho que han dejado de ser relevantes para nosotros” 1 . Debido a la influencia del movimiento feminista, los círculos evangélicos hemos ido abandonando la interpretación tradicional de este pasaje por otra de tipo histórico-cultural, que limita la aplicación de esta enseñanza de Pablo únicamente a aquel tiempo y a aquella ciudad. En la mayoría de nuestras iglesias evangélicas, este pasaje nunca es enseñado para evitar polémicas y en consecuencia no sólo el uso del velo es casi inexistente en nuestros días, sino que incluso se llega a observar a varones, normalmente jóvenes, con un sombrero o gorra en el transcurso de nuestras reuniones. Es pues necesario volver a estudiar este pasaje y descubrir las profundas verdades que el apóstol nos quiso enseñar por medio de él, sin dejarnos llevar o incluso amilanar por influencias y modas procedentes del mundo. Quiera Dios darnos luz para poder comprenderlas y un espíritu de valentía para obedecerle a Él antes que a los hombres, pues “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:17). El contexto del pasaje Un asunto de importancia a dilucidar es si Pablo está hablando en este pasaje exclusivamente de reuniones de iglesia o no. Quienes defienden que Pablo se está refiriendo exclusivamente a cuando la iglesia se reúne para adorar o escuchar la Palabra, aportan los siguientes argumentos: 1. La referencia a la profecía (vv. 4-5) indica una actividad comunitaria en el contexto de la iglesia reunida (Hch. 11:27-28; 15:30-32), donde las profecías han de ser examinadas (14:23-29). 2. La referencia a “las iglesias de Dios” (vv. 16) parece sugerir una preocupación a nivel de iglesia, no meramente por la piedad privada o de un grupo reducido. 1 Barclay, p. 634.

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LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

Introducción La primera epístola a los corintios incluye el mayor número de correcciones que un apóstol dirige

a una iglesia en concreto del Nuevo Testamento. En los primeros seis capítulos Pablo reprende

a los corintios por sus divisiones internas, su carnalidad, su consentimiento de la inmoralidad y

sus pleitos y litigios públicos. A partir del capítulo 7, Pablo comienza a responder diferentes

temas que los corintios le habían hecho llegar mediante una carta. Todos esos temas fueron de

relevancia para los cristianos de todas partes y por eso esa carta se incluyó dentro del canon del

Nuevo Testamento, y por supuesto son aun de relevancia para nosotros hoy en día. En el capítulo

11, Pablo presenta tres símbolos (la cabeza, el pan y el vino) y enseña todos ellos a los corintios

para que los guarden por igual, sin considerar ninguno de ellos como insignificante o

doctrinalmente irrelevante.

Sin embargo, este pasaje ha sido en los últimos tiempos muy contestado y discutido en nuestras

iglesias. Un escritor evangélico inicia así su comentario a este pasaje: “Este es uno de los pasajes

que tiene una significación puramente temporal y local; parece a primera vista como si no

tuvieran más que un interés de anticuario, porque tratan de situaciones que hace mucho que

han dejado de ser relevantes para nosotros”1.

Debido a la influencia del movimiento feminista, los círculos evangélicos hemos ido

abandonando la interpretación tradicional de este pasaje por otra de tipo histórico-cultural, que

limita la aplicación de esta enseñanza de Pablo únicamente a aquel tiempo y a aquella ciudad.

En la mayoría de nuestras iglesias evangélicas, este pasaje nunca es enseñado para evitar

polémicas y en consecuencia no sólo el uso del velo es casi inexistente en nuestros días, sino

que incluso se llega a observar a varones, normalmente jóvenes, con un sombrero o gorra en el

transcurso de nuestras reuniones. Es pues necesario volver a estudiar este pasaje y descubrir las

profundas verdades que el apóstol nos quiso enseñar por medio de él, sin dejarnos llevar o

incluso amilanar por influencias y modas procedentes del mundo. Quiera Dios darnos luz para

poder comprenderlas y un espíritu de valentía para obedecerle a Él antes que a los hombres,

pues “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para

siempre” (1 Jn. 2:17).

El contexto del pasaje

Un asunto de importancia a dilucidar es si Pablo está hablando en este pasaje exclusivamente

de reuniones de iglesia o no. Quienes defienden que Pablo se está refiriendo exclusivamente a

cuando la iglesia se reúne para adorar o escuchar la Palabra, aportan los siguientes argumentos:

1. La referencia a la profecía (vv. 4-5) indica una actividad comunitaria en el contexto de la

iglesia reunida (Hch. 11:27-28; 15:30-32), donde las profecías han de ser examinadas

(14:23-29).

2. La referencia a “las iglesias de Dios” (vv. 16) parece sugerir una preocupación a nivel de

iglesia, no meramente por la piedad privada o de un grupo reducido.

1 Barclay, p. 634.

2

3. La siguiente sección refiere a la celebración de la Mesa del Señor (vv. 17-34) en el ámbito

de la congregación. Pablo relaciona ambos pasajes por medio de la expresión “os alabo”

(v. 2) y “pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo” (v. 17)2.

Sin embargo, no creemos que estas razones sean suficientes para aceptar este contexto

congregacional:

1. Si bien los ejemplos que hallamos en el Nuevo Testamento son de profecías realizadas

en una congregación (con la salvedad, quizá, de la profecía de Ágabo en Hch. 21:8-11),

nada indica que no se pudiera realizar también en un entorno familiar o privado. Por

otro lado, la prohibición posterior a las mujeres a hablar en la congregación (1 Co. 14:34)

sugiere que hay otros ámbitos en los que sí pueden hacerlo.

2. El apóstol no habla de la costumbre en las reuniones de iglesia, sino de la costumbre de

las iglesias. Es decir, no hace más que afirmar que cada iglesia local seguía y enseñaba

la misma práctica, sin entrar en qué ámbito se practicaba.

3. Aunque ambas secciones están relacionadas con la dupla “os alabo / no os alabo”, es a

partir de la segunda (vv. 17ss) que Pablo dice explícitamente “os congregáis” (v. 17) y

“cuando os reunís como iglesia” (v. 18), referencias que omite en este pasaje.

Creemos por tanto que Pablo no está hablando aquí exclusivamente de reuniones de iglesia,

aunque sí las incluye. Los problemas que en Corinto se producían al congregarse los empieza a

tratar en el versículo 17: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis

para lo mejor, sino para lo peor”. Y a continuación comenzará a tratar cuestiones específicas del

ámbito eclesial: la cena del Señor (capítulo 11), los dones (12 y 13) y el orden necesario en los

cultos (14).

Que la argumentación de Pablo acerca del uso del velo no se limita únicamente al ámbito de las

reuniones de iglesia lo vemos en los distintos argumentos que usa. Por ejemplo, en el caso del

varón, éste seguirá siendo gloria de Cristo y Cristo seguirá siendo su cabeza dentro y fuera de

las reuniones de iglesia. Por tanto, siempre que un varón ore y profetice, esté en una reunión

de iglesia o en otra ocasión y lugar, ha de llevar su cabeza como corresponde a lo que Dios ha

determinado; en su caso, descubierta. Y lo mismo se puede aplicar a la mujer. Del mismo modo,

los ángeles de Dios nos observan tanto dentro como fuera del local de reunión.

¿Significa esto entonces que la mujer ha de llevar velo siempre que enseñe la Biblia o realice una

oración, aun en el ámbito privado (al bendecir los alimentos, por ejemplo)? La Biblia, como en

muchas otras facetas de la vida, no nos da una lista de lo que debemos hacer o dejar de hacer

en cada momento y situación en que nos encontremos, sino unas reglas generales que debemos

aplicar con la ayuda del Espíritu en nuestra vida diaria. Corresponde a cada hermano y hermano,

en libertad siempre pero con responsabilidad delante del Señor, decidir con la ayuda de Dios y

mediante el estudio serio y constante de su Palabra lo más adecuado en cada momento,

teniendo siempre claro que nuestra decisión ha de venir marcada no por lo que nos agrade a

nosotros, sino por lo que agrade a Dios. No nos corresponde como creyentes poner imposiciones

2 Luis de Miguel, p. 1.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

3

a los demás hermanos y hermanas en el ámbito de su vida privada, es decir, fuera del ámbito

del orden que se ha de mantener en una reunión de iglesia.

El marco apostólico

El versículo con que comienza este pasaje contiene una declaración de alabanza por la actitud

de los corintios de recepción y atención a las instrucciones del apóstol. Este versículo a menudo

se pasa por alto pero es de una gran importancia. Las instrucciones que los apóstoles entregaban

a los creyentes no eran sugerencias de tipo personal, sino que estaban cargadas de la autoridad

apostólica que el Señor les había conferido.

El verbo que se traduce como “entregué” (gr. “paradídōmi”) está muy relacionado con la palabra

que se traduce como “tradición” (gr. “parádosis”), es decir, algo entregado por personas de

autoridad a otras personas para que sea guardado (Hch. 6:14; Jud. 3). Esta “parádosis” o

tradición puede ser humana, y por tanto susceptible de caer en el peligro de quebrantar el

mandamiento de Dios (Mt. 15:2ss; Gá. 1:13-14; Col. 2:8). Pero también hay otra “tradición”, que

es aquel mensaje dado por Dios a ciertas personas para que estas a su vez nos lo hagan llegar al

resto. Así, tenemos las figuras de los profetas en el Antiguo Testamento y de los apóstoles en el

Nuevo. Este mensaje que les fue entregado a los apóstoles para que ellos a su vez lo entregaran

a nosotros es lo que se denomina “tradición apostólica” (gr. “parádosis ton apóstolon”), y que

constituye el fundamento apostólico sobre el cual somos edificados como Iglesia (Efe. 2:20).

En este mismo capítulo Pablo dice que él recibió “del Señor lo que asimismo nos ha enseñado”

(11:23). Los apóstoles son los agentes transmisores que el Señor en su gracia ha escogido para

hacernos llegar Su Palabra, y Pablo era “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1:1). Es

por eso mismo que su mensaje no es según hombres, sino de procedencia divina, como si Dios

hablara por ellos. No se trata de palabra de hombres sino de Palabra de Dios (1 Ts. 2:13), algo

que requiere de discernimiento espiritual para percibir la diferencia (1 Co. 14:37). Esta

procedencia divina del mensaje de los apóstoles es lo que confería al mensaje su autoridad, una

autoridad que llamamos apostólica y que permitía a estos siervos del Señor exigir a los creyentes

retener y estar firmes en aquello que les había sido entregado (2 Ts. 2:15; Jud. 1:3) y al mismo

tiempo ser tan tajantes en lo concerniente a aquellos que no se sujetaban a dicha autoridad, ni

en consecuencia al mensaje (2 Ts. 3:6; 2 Jn. 10).

En este versículo 2 el apóstol Pablo está por tanto alabando a sus lectores de Corinto porque

permanecen firmes en la doctrina que les había entregado oralmente, y que ahora se disponía

a poner por escrito (ver otros ejemplos de esta traslación a escrito de la tradición oral apostólica

que nos fue “entregada” en 11:23; 15:1,3).

Pero Pablo cierra el pasaje apelando de nuevo a su autoridad como apóstol: “si alguno quiere

ser contencioso, nosotros (los apóstoles) no tenemos tal costumbre” (11:16). Así pues, el pasaje

entero se encuentra comprendido entre sendas referencias a la autoridad del mensaje

apostólico, que se desprende de la de los mismos apóstoles; autoridad que les confirió también

Jesús (Jn. 13:20). Que el apóstol Pablo abra y cierre un pasaje tan breve haciendo mención por

dos veces a su autoridad apostólica, poniéndole al pasaje un marco apostólico por así decirlo,

nos indica que el asunto comprendido dentro de este marco no era un tema menor en la

4

consideración del apóstol. Por ello, nos debe hacer detenernos a estudiar con respeto e interés

qué es aquello que para Pablo tenía tal importancia.

La estructura de la argumentación de Pablo

Una vez discernido el marco apostólico (vv. 2 y 16), nos queda el cuerpo del pasaje donde el

apóstol desarrolla su doctrina, compartida por los demás apóstoles e iglesias de Dios (v. 16),

acerca de cómo han de llevar la cabeza (ya sea cubierta o descubierta) los varones y mujeres

creyentes durante las actividades espirituales de oración y profecía.

El pasaje se puede dividir en dos secciones. En la primera sección, de carácter más teológico que

la segunda, Pablo se mueve en el terreno espiritual y nos ofrece tres argumentos doctrinales en

los que basa sus instrucciones al respecto. El primer argumento (vv. 3-6) se basa en el concepto

de primacía o liderazgo, y Pablo lo desarrolla en la esfera de la Redención. El segundo (vv. 7-9)

lo basa en el concepto de gloria y lo desarrolla en la esfera de la Creación tal y como se describe

en Génesis 2. Con estos dos argumentos (autoridad y gloria) Pablo sienta las bases teológicas

necesarias para entender el porqué del uso del velo. El tercer argumento (“por causa de los

ángeles”, v. 10) viene a reforzar estas bases apelando a nuestro buen testimonio, no delante del

mundo, sino de las potestades espirituales de los cielos.

En la segunda sección (vv. 13-15), Pablo desarrolla un cuarto argumento en el ámbito de lo

natural, no de lo espiritual. Aquí Pablo no expone una base teológica, pues ya la concluyó en la

primera sección, sino que presenta a sus lectores una analogía entre el uso de una cobertura o

velo durante nuestra actividad espiritual, y lo que “lo natural” nos muestra en cuanto a una

cobertura natural o cabello sobre nuestras cabezas.

Entre ambas secciones hay un pasaje (vv. 11-12) en el que Pablo combate las falsas ideas de

superioridad de un sexo sobre el otro que se pudieran derivar de un incorrecto entendimiento

de los argumentos primero y segundo (autoridad y gloria) que acaba de dar. Esta falsa

superioridad queda descartada en base al diseño de dependencia entre ambos sexos que Dios

ha querido.

Evidentemente, el lector puede perfectamente hacer otras divisiones similares o diferentes a

esta. No obstante, usaremos esta división porque creemos que es la que mejor se ajusta para la

correcta comprensión de la sucesión de tesis y conclusiones que Pablo expone en este pasaje.

Antes de seguir adelante debemos hacer notar nuevamente que los argumentos que Pablo usa

en su primera sección son de tipo doctrinal, con una fuerte carga teológica, y no de tipo social.

Únicamente podría entenderse una referencia social en el cuarto y último argumento, si

entendemos lo que Pablo llama “la naturaleza” como aquello socialmente aceptado. No

obstante, también caben otras interpretaciones de este término, como veremos en su

momento. En cualquier caso, el hecho de que Pablo no recurra a cuestiones de decencia y

testimonio ante los demás, como por ejemplo sí hace en otros pasajes para defender una

determinada doctrina apostólica (p. ej. Tit. 2:5,8,10), nos debería indicar el camino para

entender e interpretar correctamente este pasaje. Pablo no está diciendo que si el hombre y la

mujer deben llevar su cabeza de una determinada manera, es porque llevarlo de otra manera

fuera escandaloso, sino porque hay fuertes razones teológicas y doctrinales que lo sostienen.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

5

El argumento del liderazgo (11:3-6)

“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón

es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (11:3)

Aunque vimos que en el versículo 2 Pablo alaba a los corintios por cumplir diligentemente sus

mandamientos y aunque hubiera bastado su sola autoridad apostólica para imponerles tal

conducta, había cierta confusión respecto a este tema, como lo había con los otros temas

tratados en la epístola, y Pablo prefiere explicarles el porqué de esas instrucciones. Pablo no

quiere que sus lectores ignoren ni la historia del pueblo de Israel (10:1) ni acerca de los dones

espirituales (12:1), pero tampoco las razones que hay detrás de que el hombre tenga la cabeza

descubierta ni de que la mujer la cubra en presencia del Señor.

La primera de esas razones es la que expone en estos cuatro versículos. Hay un orden que Dios

ha establecido y que es el siguiente: Cristo es la cabeza del varón, el varón es la cabeza de la

mujer y Dios es la cabeza de Cristo.

Muchos comentaristas rechazan que el término “cabeza” signifique primacía o autoridad.

Cuando se tradujo el Antiguo Testamento al griego (250 – 150 a.C.), el término para cabeza en

hebreo, “rosh”, se tradujo como “kefalē” si se refería a la cabeza física, o como “arjōn” si se

refería a gobernante o principal. De hecho, sobre un total de 180 veces que aparecía la palabra

“rosh”, se tradujo como “kefalē”, en sólo 17 ocasiones. De estas 17 ocasiones, cinco son

variantes y en otros cuatro había implícita una metáfora entre la cabeza y la cola. En las 8

ocasiones restantes, la palabra “kefalē” sí implicaba el concepto de “rango superior”, pero lo

consideran excepciones y por tanto que no era ese su significado común3. Por ello, proponen

que en su lugar, y basándose en 11:8, donde se dice que la mujer procede del varón, el concepto

de “cabeza” ha de significar más bien “origen” o “fuente”. Además, afirmar que Dios tiene

autoridad sobre Cristo es un concepto herético llamado subordinacionismo y condenado en los

concilios de Nicea (325 d.C.) y de Constantinopla (381 d.C.), pues Cristo tiene todo el poder y

por tanto no está sometido a Dios4. Así, que Dios sea cabeza de Cristo significaría que Cristo

procede del Padre (Jn. 5:43; 7:28; 8:42; 16:28). Sin embargo, creemos que esta explicación no

traduce bien el significado de “cabeza” por las siguientes razones:

1. El significado de “kefalē” como cabeza está muy bien atestiguado por los mejores léxicos del

griego del Nuevo Testamento. Así por ejemplo el de Thayer y el de Bauer (BDAG) coinciden

no sólo en indicar que ese es su primer significado, sino en negar cualquier referencia a

“fuente” u “origen” como otro posible significado. De hecho, el de Bauer niega

explícitamente esa posible traducción. A veces se hace referencia al léxico de Liddell-Scott-

Jones (LSJ) que sí refrenda ese significado. Sin embargo hay que tener en cuenta que (a) ese

léxico no sólo cubre el periodo helenístico o “koiné”, que es en el que se escribió el Nuevo

Testamento, sino también el clásico5; (b) la única referencia que aparece en el LSJ a ese

sentido es el Fragmenta Orphilcorum, que es del s. V a.C (periodo clásico); y (c) que se trata

de un texto incierto y que ha sufrido más de una traducción.

3 Yebra, pp. 108-109. 4 Muñiz, pp. 84-86. 5 El periodo del griego clásico se extendió desde el 900 a.C. (Homero) al 330 a.C. (Alejandro).

6

2. El término “cabeza” está muy identificado en la Biblia con la idea de autoridad en pasajes

como Ef. 1:22, donde claramente se utiliza en relación con el señorío de Cristo sobre todo

lo creado: “... y sometió (Dios) todas las cosas bajo sus pies (los de Cristo) y lo dio por Cabeza

sobre todas las cosas a la iglesia”. Del mismo modo, Pablo dice de Cristo que “es la cabeza

de todo principado y potestad” (Col. 2:10), indicando así que Cristo es la autoridad de rango

más alto al que todas las demás autoridades están sujetas. Finalmente, el sentido de

“cabeza” como “fuente” es muy improbable en Ef. 5:23 pues todo el contexto es igualmente

el de sujeción: la Iglesia está sujeta a la autoridad de Cristo (no a la inversa) y la mujer ha de

estarlo a su marido (no a la inversa).

3. Pablo exhorta repetidas veces a la mujer a sujetarse a su marido, por lo cual reconoce en

éste autoridad sobre su mujer (Ef. 5:22; Col. 3:18; Tit. 2:5). Pedro, del mismo modo, las llama

a imitar el ejemplo de Sara, quien llamaba “señor” (gr. “kyrios”) a Abraham (1 P. 3:5-6).

4. Acerca de la traducción Septuaginta o de los LXX del Antiguo Testamento al griego, es normal

que los traductores usaran la palabra “arjōn” para líder de forma más habitual, siendo que

“cabeza” sólo significa líder de forma metafórica.

5. En cambio, deducir que esas ocho ocasiones en que la palabra “kefalē” en la versión griega

del Antiguo Testamento significa “líder” o “gobernante” son excepciones no deja de ser una

suposición y por el contrario demuestra que esa acepción de “cabeza” sí era reconocida y

aceptada en el mundo de habla griega, y no sólo entre los hebreos.

6. Siempre que en los textos griegos antiguos se usaba el término “cabeza” para alguien, aun

si aquel pudiera entenderse también como “fuente”, siempre se aplicaba a alguien con

autoridad. No existe ni un solo caso documentado de alguien a quien se le aplicara el título

de “cabeza” en el sentido de “fuente, sin autoridad”6.

7. El hecho de que Pablo se refiera a Cristo y no a Jesús o al Hijo nos indica que la esfera

espiritual que Pablo tiene en mente es la de la Redención7. Es como Cristo, como Mesías,

que la segunda persona de la Trinidad se humilló y se hizo obediente, sujetándose en todo

momento a la voluntad del Padre. Como Hijo de Dios, Él es eternamente preexistente con el

Padre y disfruta de la gloria y atributos que sólo a Dios corresponden, pero es como Cristo

que se produce el misterio de la piedad, al encarnarse como hombre y hacerse “obediente

hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8). Y es como Cristo que Pablo lo relaciona con

la jerarquía establecida por Dios en otro pasaje de esta misma epístola: “todo es vuestro, y

vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co. 3:22-23).

8. Finalmente, el subordinacionismo que la Iglesia ha condenado históricamente como

herético es el que supone al Hijo inferior al Padre en esencia y deidad, no en el ejercicio de

sus funciones. Por el contrario, ha afirmado la subordinación voluntaria, tanto del Hijo al

Padre (1 Co. 15:28) como del Espíritu al Hijo y al Padre.

Al intento de asimilar el término “kefalē” con el sentido de “origen”, Carson lo engloba en dos

de sus falacias exegéticas:

6 Grudem, pp. 468-469. 7 Gooding.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

7

1. La obsolescencia semántica. Tratar de asignar a una palabra del texto un significado que

tuvo siglos antes pero que para la época del texto ya no tenía.

2. Apelar a significados desconocidos o improbables. La traducción de “kefalē” como

“fuente” es tan incierta, dado el hecho de basarse en un único texto no muy bien

atestiguado, y siendo que el sentido de “cabeza” encaja normalmente mejor, que

intentar imponer aquel significado basándose en evidencias tan pobres no es la mejor

opción8.

Una vez esclarecido el significado del término “cabeza”, concluimos que Pablo está enseñando

que hay una jerarquía establecida por Dios mismo. Notemos el orden que Pablo usa: antes de

decir que el hombre es cabeza de la mujer, le recuerda que él también tiene una cabeza, Cristo.

En este punto alguien podría preguntar: “De acuerdo, es lógico que Cristo tenga la primacía

sobre el varón, y aún sobre la mujer, puesto que es Dios. ¿Pero por qué la ha de tener el varón

sobre la mujer, si ambos son criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios?”. Por eso Pablo

añade un cuarto eslabón en la cadena de autoridad, que es en realidad el primero: Cristo, pese

a ser Dios mismo, no está asimismo sin una cabeza, pues Dios es Su cabeza. Esta jerarquía implica

por tanto un orden, pero en manera alguna inferioridad entre Cristo y Dios o entre hombre y

mujer. La idea de Pablo no es por tanto la de una mujer sometida a un hombre que es

independiente de todo señorío, sino que está sometido a su vez a una cabeza, Cristo9.

La jerarquía es pues que Dios es la primacía de Cristo, quien a su vez es la primacía del varón y

quien asimismo es la primacía sobre la mujer. O recorriendo la cadena a la inversa, la mujer ha

de estar sujeta al varón, del mismo modo que éste ha de estar sujeto a Cristo, quien a su vez

está sujeto a Dios. Esto nos ha de abrir los ojos ante dos grandes verdades:

1. Al varón, que el sentido de su liderazgo sobre la mujer no puede ser diferente al del liderazgo

de Cristo sobre él, es decir, un liderazgo que implica guía, provisión y cuidado (como la

cabeza con el cuerpo) y que presupone la sujeción voluntaria del otro, no su sometimiento

a la fuerza. El mismo Cristo nos señaló en qué consistía este tipo de liderazgo (Lc. 22:24-27).

2. A la mujer, que si la aceptación de esa jerarquía le supuso a Cristo venir a morir en una cruz,

¿es acaso demasiado sacrificio que nosotros la aceptemos también a cambio de llevar un

símbolo sobre la cabeza? Su ejemplo solo debiera bastar para vencer toda resistencia

nuestra a esta enseñanza.

No es que la mujer deba estar sujeta a absolutamente todos los hombres. La Biblia enseña que

la mujer debe estar sujeta su padre en tanto es joven (Ef. 6:1; Col. 3:20), a su marido cuando

está casada (Ef. 5:22; Col. 3:18) y a los ancianos de la congregación (He. 13:17), que según el

apóstol Pablo han de ser igualmente varones (1 Ti. 2:12).

Hay además otra razón por el que el uso del título de Cristo en vez del de Hijo es adecuado:

puesto que es cierto que Dios ha establecido un orden, no es menos cierto que este orden ha

sido alterado por causa del Diablo y de la introducción por su mediación del pecado en el mundo.

Como consecuencia, no sólo el varón se niega a estar bajo la autoridad de Cristo sino que la

8 Carson, pp. 43-44. 9 Alonso, p. 62.

8

mujer considera un menosprecio hacia su dignidad el estar sometida al varón. La serpiente no

propuso a Eva ser como el varón, sino directamente ser como Dios. Es algo que la serpiente ya

había intentado y fracasó (Is. 14:14), pero ahora a Eva se le presenta como una posibilidad

atractiva y factible y por eso Eva no consultó en seguida con Adán. Si había de ser como Dios,

¿por qué necesitaba estar bajo la autoridad de nadie a quien consultar?

Sin embargo Dios no iba a permitir que el orden que Él mismo había establecido se derrumbara

por la acción de ninguna criatura suya. Cristo vino a este mundo a deshacer las obras del Diablo

(1 Jn. 3:8) y la confusión de roles entre los sexos no es sino una más de ellas. Él ahora está

sentado como Señor y Cristo a la diestra del Padre hasta la hora de la restauración de todas las

cosas (Hch. 3:21), incluyendo en ellas el orden que Dios había establecido desde la creación.

Pero este orden, como otras tantas cosas, están ya empezando a ser restauradas dentro de su

Iglesia y así debemos nosotros proclamarlo por medio de estos símbolos dados por el apóstol

en nombre del Señor.

“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su

cabeza.” (11:4)

En consecuencia, puesto que Cristo es la cabeza o autoridad del varón, éste debe llevar su cabeza

física descubierta cuando “ora o profetiza” (v. 4), pues de otra forma afrenta a su cabeza

espiritual, la cual es Cristo. Lo que hace un varón al orar o profetizar con la cabeza descubierta

es proclamar que Cristo es Señor. Lo contrario es negarlo y afrentar a Cristo.

Aún hasta el día de hoy, los judíos varones cubren sus cabezas con la kipá en las sinagogas por

respeto a Dios, simbolizando que Dios está por encima de todos. El significado que le da un

cristiano al gesto de descubrirse, proclamar su fe en el señorío de Cristo, es considerado

blasfemo por los judíos. Pero también piensan lo mismo de la celebración de la mesa del Señor

que realizamos los cristianos en recuerdo de la expiación por nuestros pecados que Cristo llevó

a cabo en la cruz. Todos estos símbolos que encontramos en el capítulo 11 de 1 Corintios nos

hablan de nuestro proclamación a un mundo que no cree en Cristo, de que sólo Él es Señor (vv.

2-16) y de que sólo Él es Salvador (vv. 17-34). No podemos proclamar sólo lo segundo y olvidar

lo primero, pues el mundo ha de saber “que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le

ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Es por tanto del todo importante que los varones seamos

diligentes en no cubrir nuestras cabezas al orar o profetizar.

“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta

su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.” (11:5)

De modo análogo, puesto que el varón es la cabeza o autoridad de la mujer, Pablo nos dice (v.

5) que ésta ha de llevar la cabeza cubierta cuando “ora o profetiza”, pues de otro modo afrenta

a su cabeza espiritual, la cual es el varón (al no reconocer su primacía sobre ella ni querer

sujetarse a él), del mismo modo que al raparse afrenta a su cabeza física. En todo este pasaje el

apóstol usa unas expresiones muy fuertes para indicarnos la seriedad del tema que está

tratando. En tiempos del Antiguo Testamento, descubrir o rapar la cabeza a una mujer era una

señal de vergüenza, como cuando una esposa estaba bajo sospecha de su marido por infidelidad

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

9

(Nm. 5:18) o había sido hecha prisionera tras una acción de guerra (Dt. 21:10-13). En tiempos

de Pablo, a las mujeres adúlteras se les rapaba el cabello10.

El apóstol está diciendo por tanto que la mujer que no se cubre está demostrando tan poco

respeto por su cabeza espiritual (el varón) como una adúltera por su marido. Por ello el apóstol

usa en el versículo siguiente una seria advertencia.

“Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es

vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra.” (11:6)

Sin hacer violencia al texto, podríamos parafrasear este versículo de la siguiente forma: “Si a la

mujer le trae sin cuidado afrentar a su cabeza espiritual, entonces que haga afrenta también a

su cabeza física y que se rape. Y si tiene en gran consideración a su cabeza física y la idea de

raparse le es vergonzosa, entonces que tenga en la misma consideración a su cabeza espiritual

y que se cubra.” Siendo que la mujer ha sido dotada por Dios de un cabello largo y hermoso, el

hecho de raparse ha sido considerado siempre como motivo de afrenta y oprobio. Tras la

liberación de París en la 2ª Guerra Mundial se afeitó la cabeza a las mujeres francesas que habían

tenido relaciones con los invasores alemanes, para su vergüenza y escarnio público11.

Pero Pablo hace una diferenciación clara entre el pelo largo y el velo. No son lo mismo ni tienen

la misma función, por lo que pretender usar el pelo largo como sustituto del velo convertiría

esta frase de Pablo en una perogrullada: “Si la mujer no se deja el cabello largo, que se corte

también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se lo deje

largo”. En realidad, el apóstol está diciendo que aunque la mujer tenga el pelo largo, aun así se

debe cubrir. Y si no, ha de cortárselo (lo que implica que lo lleva largo). Veremos más acerca de

esta confusión entre el uso del velo y el cabello en el versículo 15.

El término usado por Pablo para “cubrir” es “katakalypto” (usado en voz media,

“katakalyptomai”, cubrirse a uno mismo). La preposición “kata” (sobre, hacia abajo) tiene una

función intensiva sobre el verbo “kalypto”, que significa ocultar o cubrir (Mt. 8:24) y se relaciona

con “apokalypto” (revelar algo oculto) y con “apokalypsis” (revelación). Así pues, “katakalypto”

significa literalmente ocultar completamente una cosa (el cabello de la mujer) de la vista de los

demás con algo que se pone encima y que desciende hacia abajo (el velo). Es evidente que no

cumplen este requisito ni las diademas ni las cintas para el pelo, y que así mismo deberíamos

juzgar y discernir si los modernos sombreros y boinas que se usan por imperativos de la moda

en lugar de los tradicionales y “anticuados” velos se adaptan al sentido del texto bíblico.

Notemos una vez finalizado el estudio de este primer argumento, que Pablo no ha usado de

explicaciones de tipo cultural o por causa del testimonio ante los demás ciudadanos corintios.

No ha apelado a las costumbres de su época ni siquiera a posibles usos que se hubieran dado en

el periodo del Antiguo Testamento. Toda su argumentación es profundamente teológica puesto

10 El código de Justiniano ordenaba rapar a la adúltera a quien su marido rehusara recibir tras pasar dos años de los

hechos. En cambio, no hay ninguna evidencia histórica o arqueológica fidedigna de que una mujer rapada identificara

a alguna de las rameras del templo de Afrodita, como algunos afirman. No hay evidencia de tal práctica en Corinto,

aunque sí la hay de Siria. 11 No obstante, el tiempo medio de los verbos indica que es la mujer la que debe cortarse el cabello a sí misma. El apóstol no autoriza que nadie se lo corte contra su voluntad, aun si ella se negara a cubrirse.

10

que las causas que propone para el uso del velo se derivan de la misma Deidad (Dios y Cristo) y

no de los usos sociales de su época y entorno. De lo contrario, los usos indicados por Pablo no

sólo debieran ser practicados al “orar y profetizar”, sino también al salir a la calle o al estar en

público.

Ahora bien, llegados a este punto nos podríamos preguntar de nuevo: “Si tanto el varón como

la mujer están bajo autoridad, ¿por qué al varón se le exige estar descubierto mientras que a la

mujer se le exige lo contrario? ¿A qué se debe esta diferencia? ¿Por qué sólo la mujer ha de llevar

‘señal de autoridad’ sobre su cabeza?”. Esta pregunta es legítima hacérsela y por ello Pablo nos

tiene preparado un segundo argumento que explica esta aparente contradicción. Pero antes de

entrar en la cuestión de la gloria, hagamos un paréntesis para detenernos en un pasaje objeto

de numerosas controversias.

“Toda mujer que ora o profetiza” (11:5)

No han sido pocos los que, al leer esta frase del versículo 5 han concluido que si bien Pablo no

está abiertamente proponiendo que la mujer hable y ore en las reuniones de iglesia, al menos

si está dando a entender que por lo menos era habitual en el siglo I que esto se produjera en las

iglesias. Pero encontramos al menos tres razones por las que este razonamiento nos parece

incorrecto.

La primera razón es que, como ya vimos, Pablo no está hablando en este pasaje de reuniones

de iglesia solamente, sino que da una regla general para el momento en que una hermana ore

o profetice. En cambio, no está definido el contexto en que esta actividad se realiza y que bien

podría ser en el ámbito familiar, o el de un grupo de niños o de mujeres. Tengamos presente

que Pablo no suele tratar dos temas al mismo tiempo y es por eso que por ejemplo en el capítulo

10 menciona la cena del Señor (10:16-17), pero como el tema que está tratando es el de la

conveniencia de comer lo sacrificado a los ídolos, no es sino hasta más adelante (11:17) que

comienza a tratar los abusos que se producían durante la celebración de la mesa del Señor. Del

mismo modo, al no estar tratando Pablo aún los problemas de las reuniones de iglesia, corrige

aquí sólo el tema de la cubierta y pospone el tema del ministerio público de las mujeres para

más adelante, ya en la sección del orden en la iglesia (14:33b-35).

Esta razón es válida aun si aceptáramos que Pablo está hablando de un contexto de reuniones

de iglesia (como algunos autores sostienen), pues Pablo estaría aquí simplemente exponiendo

un error (tener la cabeza descubierta) sin que esté aprobando el otro (hablar en una reunión de

iglesia). En palabras de Calvino: “Se puede responder que el Apóstol, al condenar una cosa, no

está alabando la otra”12. Pablo estaría aquí pues tratando un error únicamente (la cabeza

descubierta) y el otro lo trataría cuando aborde el asunto del orden en las reuniones de iglesia.

La segunda razón por la que descartamos que Pablo esté autorizando que la mujer predique u

ore en la congregación, es que es peligroso deducir conclusiones partiendo de aquello que no

está explícitamente indicado en la Palabra de Dios. Si así hiciéramos, podríamos sacar

conclusiones erróneas de muchos pasajes donde pudiera parecernos que el autor sagrado, por

la guía del Espíritu, está sugiriendo una idea o conducta que está en abierta contradicción con

12 Calvino, p. 231. También Ryrie en su Ryrie’s Bible, p. 1634 (cit. por Alonso, p. 76).

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

11

otras partes de la Escritura. Si tomáramos aisladamente 1 Corintios 15:29, podríamos deducir

de modo similar que, si bien Pablo no está diciéndonos explícitamente que debamos bautizarnos

por los muertos, al menos sí parece indicar que ésta fuera una conducta practicada en algunas

iglesias del siglo I, con lo que implícitamente pareciera darle su consentimiento. Esto

evidentemente no es así. Por ello, conviene recordar lo que Pablo nos dice en esta misma

epístola: “Para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito” (1 Co. 4:6). Si

obramos de otro modo, podemos deducir cosas que sólo están en nuestra imaginación y caer

de esta forma en el error, como muchos han hecho en la Historia al querer ir más allá de lo que

está escrito. Orígenes (s. III d.C.) dedujo que puesto que Dios había pagado un rescate por

nosotros, este rescate tuvo que ser pagado a Satanás, lo que en ninguna parte de la Escritura

aparece refrendado. Las cosas secretas pertenecen al Señor, pero aquellas que han sido

reveladas nos pertenecen a nosotros, y es en ellas que debemos meditar y extraer conclusiones

para andar en Sus caminos (Dt. 29:29).

Por tanto, consideramos que deducir de esta simple frase el que el apóstol esté dando su

aprobación a tales prácticas con su simple mención es ir más allá de lo que está escrito, puesto

que ni Pablo (ni ningún otro apóstol) indica de forma explícita que la mujer puede participar de

forma audible en el ministerio de la Palabra en la congregación.

Sin embargo, alguien podría argüir: “El hecho de que ningún apóstol sancione tal ministerio de

forma explícita no significa que lo esté rechazando. De hecho, Pablo en este versículo tampoco

niega explícitamente que la mujer pueda orar o profetizar en las congregaciones”. A esto

respondemos que es cierto que Pablo no niega explícitamente en este pasaje que la mujer pueda

orar o profetizar en las reuniones, y si fuera esta la única vez que se menciona este tema en la

Escritura podría quedarnos esa duda razonable. Pero el hecho es que hay otros pasajes en los

que explícitamente se niega tal ministerio a la mujer en la congregación. Una regla fundamental

de la exégesis es que un pasaje oscuro ha de interpretarse a la luz de uno claro, no a la inversa.

Y con esto llegamos a la tercera de nuestras razones: siempre ha de tener preminencia un

mandamiento explícito de la Palabra sobre una deducción nuestra a partir de un pasaje

ambiguo, poco claro o muy oscuro.

Si en esta misma epístola leemos el capítulo 8, vemos que la única razón que Pablo da para no

comer en un lugar de ídolos es que podría verle a quien así hiciera algún hermano más débil en

la fe y de este modo su débil conciencia resultaría herida (1 Co. 8:10). Podríamos concluir

entonces que si no hay posibilidad de herir a ningún hermano, se puede participar de lo

sacrificado en un lugar de ídolos. Este razonamiento podría ser plausible o simplemente caer en

el error de pensar más allá de lo que está escrito, pero el hecho es que las dudas se nos despejan

dos capítulos después, donde Pablo afirma enfáticamente que comer en un lugar de ídolos es

participar de la mesa de los demonios. Hay por tanto un mandamiento que prohíbe

explícitamente aquello que apenas dos capítulos atrás deducíamos como factible: “No podéis

participar” (10:20s).

En el caso concreto del ministerio cultual de la mujer, Pablo prohíbe que predique o hable de

forma audible al tratar el orden en los cultos de iglesia, unos capítulos después del pasaje que

estamos tratando: “Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en la

congregación, porque no les es permitido hablar.” (14:33s). Nuevamente, como en el caso de lo

12

sacrificado a los ídolos, creemos que un mandamiento explícito de un apóstol tiene más peso

que la más razonada de nuestras deducciones sobre un pasaje ambiguo.

El argumento de la gloria (11:7-9)

“Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de

Dios; pero la mujer es gloria del varón.” (11:7)

Llegamos ahora al segundo argumento de la primera sección. Notemos primero que la

estructura de este pasaje (vv. 7-9) y la del siguiente (vv. 10-12) es paralela. Se comienza en

ambos pasajes con una referencia a la cobertura de la cabeza, primero a la del varón (v. 7) y

luego a la de la mujer (v. 10), y a continuación hay dos versículos (vv. 8-9 y vv. 11-12) acerca de

las relaciones hombre-mujer.

Pablo comienza diciendo “porque”, con lo que nos indica que va a proceder a explicar algo que

había podido quedar confuso en el apartado anterior. En este caso es la cuestión de por qué el

hombre debe tener la cabeza descubierta al orar o profetizar, mientras que la mujer la debe

llevar cubierta. Pablo dice que esto ha de ser así “porque” hay una razón para ello. Y esta razón

es que la mujer es gloria del varón, así como éste es gloria de Dios.

En este segundo argumento el apóstol invierte el sentido en que recorre los eslabones de la

cadena del orden establecido por Dios. Así, si en el primer argumento el sentido era Dios (cabeza

de) – Cristo (cabeza de) – el varón (cabeza de) – la mujer, en este segundo argumento el sentido

es el inverso: la mujer (gloria de) – el varón (gloria de) – Dios.

Para Pablo, el varón ha de llevar la cabeza descubierta al orar o profetizar puesto que él es la

gloria de Dios. Cubrirse la cabeza, aunque pudiera indicar en principio que el varón está

efectivamente bajo la autoridad de Cristo, lo que hace en realidad es velar o cubrir la gloria de

Dios. Para evitar esto y que la gloria de Dios (o sea, el varón) quede siempre al descubierto es

que Pablo manda que “el varón no debe cubrirse la cabeza”. Del modo inverso, si la mujer es la

gloria del varón, ésta debe llevar un velo a fin de ocultar la gloria del varón (ella misma). Obrando

así, el mensaje que transmitimos es que lo único que ha de quedar visible a los que nos ven

cuando oramos o predicamos el Evangelio es la gloria de Dios y no la nuestra propia.

Pablo no niega que la mujer haya sido creada, como el varón, a imagen y semejanza de Dios (Gn.

1:26s; 5:1s; Stg. 3:9). El foco en este pasaje es el de la gloria, no el de la imagen. Tanto el hombre

como la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios, pero aquí Pablo sólo lo dice del

varón y en particular, sólo menciona la imagen, no la semejanza. Imagen no es lo mismo que

semejanza. La semejanza indica similitud, mientras que imagen es representación, se sea

semejante o no. Del Señor Jesucristo nunca se dice que sea semejante a Dios, pues es Dios. En

cambio sí se dice que fue hecho semejante a nosotros (Ro. 8:3; Fil. 2:7; He. 2:17) y que es Él “la

imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). Por otro lado, la gloria es la manifestación externa y visible

de una naturaleza interna, como la rosa es la gloria del rosal o los rayos de luz lo son del sol. Así,

Cristo es el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3). Es en este sentido de representación y

manifestación que Pablo dice que el varón “es imagen y gloria de Dios” y que “la mujer es gloria

del varón”. La mujer no representa al varón (no es su imagen), pero sí manifiesta su naturaleza.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

13

¿Qué razones llevan al apóstol a afirmar estas relaciones de gloria entre Dios, el varón y la

mujer? Notemos que el apóstol no dice que el varón sea la gloria de Cristo, sino de Dios. Esto es

porque en este segundo argumento ya no estamos en la esfera de la Redención sino en una

nueva esfera, la de la Creación. Pablo coge el relato de la creación del hombre y encuentra en él

dos razones que le llevan a afirmar que el hombre es gloria de Dios y que la mujer es gloria del

hombre. Estas dos razones son expuestas en los versículos 8 y 9 y las pasamos a estudiar a

continuación.

“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón” (11:8)

Pablo nos lleva en su argumentación al relato de la Creación que encontramos en Génesis 2, en

el cual Dios crea al varón y a la mujer. Ciertamente, el relato bíblico de la creación de ambos no

comienza en Génesis 2, sino en Génesis 1:26, donde tenemos el privilegio de conocer las

deliberaciones íntimas en el consejo de la Trinidad. Dios decide crear al hombre, varón y mujer,

a su imagen y semejanza. A ambos les dio el encargo de fructificar y multiplicarse, llenar la tierra

y sojuzgarla. Ambos debían señorear en toda cosa creada en el mar, los cielos y la tierra.

Pero el capítulo 2 aporta varios matices al entrar en el detalle de cómo ocurrió la creación de

ambos sexos y en cómo se relacionó Dios con ambos. Dios crea al hombre primero, no a partir

de una mujer o de algún otro ser viviente, sino que lo formó con sus propias manos del polvo de

la tierra como un alfarero. Así, el varón tiene su origen directamente en Dios mismo y es a él a

quien Dios se dirige para darle instrucciones, como no comer del árbol de la ciencia del bien y

del mal. Es a Adán también a quien trae los animales para que les ponga nombre, como

expresión de su autoridad sobre ellos. Por el mismo motivo Adán le pondrá nombre a Eva, no

Dios, ni tampoco al revés, Eva a Adán (Gn. 2:23; 3:20). Cuando se produce la caída (Gn. 3), a

quien llama Dios a rendir cuentas no es a Eva, ni siquiera a ambos, sino únicamente a Adán, pues

era a él a quien Dios le había dado el mandamiento de no comer y a quien ahora le pedía

responsabilidades por su actuación y por la de su mujer, sobre la que él tenía responsabilidad.

Todo esto nos indica que Dios había puesto al varón como su representante o virrey en la tierra.

Pablo nos dice que el hombre Adán era gloria de Dios y no sólo su imagen. Adán fue creado

primero por Dios mismo y por tanto el primer hombre no vino de una mujer, como sí han venido

todos los demás a partir de él. En cambio, la mujer fue creada después del varón y a partir de su

propio ser.

El hecho de que Eva fuese creada después nos lo indica también la palabra hebrea usada por

Moisés para indicar que fue “hecha”. El verbo hebreo para “crear” es “bará”. Como el concepto

de “crear de la nada” es difícil de captar, y más para las mentes prácticas y poco dadas a la

especulación de los hebreos, Moisés utiliza otro verbo como sinónimo: “asah” (“hacer”). Este es

el verbo que se usa para narrar el segundo día (la expansión. 1:7) y el cuarto día (las lumbreras,

Gn. 1:16). Su significado es sinónimo al de “bará”, crear de la nada, y en muchos pasajes se usan

combinados (1:26, 27; 2:4; Is. 45:7). Sin embargo, en el caso de Eva, Moisés no usa ni “bará” ni

“asah”, puesto que Eva no fue creada de la nada, sino “baná”, cuyo significado principal es el de

construir, tal y como se aplicaría por ejemplo a un albañil; es decir, dar forma a algo a partir de

materiales ya existentes. En este caso, el material ya existente era Adán, pues de una de sus

costillas hizo Dios a la mujer.

14

Que el hombre haya sido el origen o “fuente” de la mujer no debe ser usado aquí para dotarle

de un significado erróneo al término “cabeza”, como ya vimos en 11:3. Una cosa es decir que el

hombre sea origen de la mujer y otra que el marido lo sea de su esposa (Ef. 5:23). Por otro lado,

como ya vimos, el argumento en esta sección es el de la gloria, no el de la autoridad y por eso

Pablo no menciona la palabra “cabeza” (que está en otro contexto, el de la autoridad). La mujer

procede del varón y eso la convierte en su gloria, pero también es cierto que el hombre es hecho

por Dios cabeza de la mujer porque fue creado antes que ella (1 Ti. 2:12s).

Por tanto, “Adán fue formado primero, después Eva” (1 Ti. 2:13). Esta es la primera razón que el

apóstol da para afirmar que el varón es la gloria de Dios y la mujer la gloria del varón: el varón

fue formado primero para ser la gloria de Dios como virrey en la Creación, siendo formada la

mujer después como gloria del varón, pues sería su ayuda idónea en la tarea compartida de

gobernar la Creación. La segunda razón la encontramos en el versículo siguiente.

“Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por

causa del varón.” (11:9)

La segunda razón que Pablo da por la que la mujer es la gloria del varón, es que éste no fue

creado por causa de la mujer, sino que ésta lo fue por causa de aquel. El relato de Génesis 2 nos

dice que Dios consideró que no era bueno que el hombre estuviera solo, pero que no se halló

ayuda idónea entre los animales que Dios llevó a Adán para que éste les pusiera nombre. Por

tanto infundió un sueño profundo sobre Adán; y mientras dormía, Dios extrajo una costilla de

su costado a partir de la cual “hizo una mujer, y la trajo al hombre”. Así, Dios le dio al varón una

ayuda idónea para la tarea que le había encomendado, formando a partir de su costilla a la

primera mujer de la historia, Varona (Gn. 2:23), a quien después Adán llamaría Eva, “madre de

todos los vivientes” (Gn. 3:20).

En consecuencia, no sólo la mujer fue formada después que Adán, sino también debido a que

éste necesitaba una ayuda idónea que no se hallaba en ninguna de las otras criaturas hechas

por Dios. Y así, del mismo modo que Adán es considerado gloria de Dios al ser creado para

servirle en la tierra, la mujer es considerada gloria del varón al haber sido creada para ayudarle.

Que la mujer haya sido formada después y para ser ayuda del hombre no anula el hecho de que

Dios bendijese a ambos y les diese el mismo cometido de fructificar, multiplicarse, llenar la tierra

y sojuzgarla, y señorear sobre toda criatura (Gn. 1:27s). Pero tampoco esta comisión anula el

plan y el rol de Dios para cada uno de los dos sexos. En general, los feministas evangélicos parten

de la premisa de que la división de funciones entre hombre y la mujer surge de la Caída (Gn.

3:16), pero Pablo no parte en su argumentación acerca de la diferencia de roles entre hombre y

mujer de la Caída, sino de la Creación. Las diferencias entre sus funciones son parte del orden

creado por Dios y por tanto no son anuladas con la Redención de Cristo, sino restauradas a como

Dios las diseñó originalmente, no a como el pecado las pervirtió después de la Caída.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

15

El argumento del testimonio ante los ángeles (11:10)

“Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por

causa de los ángeles.” (11:10)

SI Pablo, en el versículo 7 ha enseñado que el varón no debe cubrirse la cabeza por ser él la gloria

de Dios, ahora se centra en la mujer y en por qué ella sí debe cubrirse y mostrar que está bajo

autoridad, siendo que ambos (varón y mujer) lo están.

Este texto es problemático porque Pablo dice literalmente: “Por esto la mujer debe tener

autoridad sobre su cabeza por causa de los ángeles”. La palabra “señal” no aparece en el original

griego, sino que es algo añadido por los traductores. Tradicionalmente, esta frase paulina se ha

considerado una metonimia, una figura por la cual se designa una cosa con el nombre de otra

debido a una relación existente entre ambas. Decimos que estamos leyendo a Cervantes cuando

lo que queremos decir es que estamos leyendo un libro escrito por Cervantes. Así, Pablo habría

dicho “autoridad” (gr. “exousía”) como metonimia de “señal de autoridad”. Pero si el versículo

lo entendemos en un sentido literal, obviando la metonimia, resultaría que Pablo estaría

afirmando que la mujer ha de tener autoridad ella misma sobre su propia cabeza, sin aceptar

imposiciones de otros. Esto es usado por los comentaristas de orientación feminista e igualitaria

para defender que la mujer tiene libertad para orar, profetizar y para cubrirse o no, y que no

está bajo el varón pues ella misma tiene autoridad. No sólo que el término “cabeza” no significa

autoridad, sino que la única vez que aparece esa palabra es para referirse a la de la mujer13. Así

pues, Pablo estaría anunciando la autoridad de la mujer, y no su sumisión. ¿Es pues un caso de

metonimia o no? Thomas R. Schreiner afirma que sí por las siguientes razones14:

1. Como ya hemos apuntado antes, los vv. 7 y 10 son paralelos (como lo son el 8 y el 9 con

el 11 y el 12). Así, un hombre no debe cubrirse (v. 7) pero una mujer sí (v. 10). El “por lo

cual” con que comienza el versículo se refiere a los vv. 8-9 anteriores, que muestran por

qué una mujer ha de cubrirse o llevar “señal de autoridad” sobre su cabeza.

2. El uso del verbo “deben” (gr. “ofeílei”) indica que lo que sigue es un mandamiento de

Pablo para las mujeres. No se trata pues de libertad, sino de obligación.

3. Todo el curso del desarrollo de Pablo es acerca de la autoridad del hombre sobre la

mujer y la necesidad de que esta cubra su cabeza física. Hablar de la autoridad de la

mujer sería contradictorio con todo lo anterior. En cambio, todo el curso del

pensamiento paulino lleva a ver aquí una referencia a la cobertura de la cabeza.

4. En los vv. 11-12 Pablo advierte en contra de confundir la primacía masculina sobre la

mujer para no malinterpretarla como inferioridad de ésta para con el hombre. Pablo

comienza diciendo “Pero”, lo cual indica un cambio de argumentación, que no sería

necesario si ya hubiese afirmado la igualdad en términos de autoridad del hombre y la

mujer en este versículo 10.

5. Aun si entendiésemos “autoridad” y no “señal de autoridad”, se refiere por el contexto

a la autoridad del hombre sobre la mujer.

13 Muñiz Aguilar, pp. 89-90. 14 Grudem, pp. 126-127.

16

Por todas estas razones creemos que la forma más correcta de entender esta frase es que Pablo

está diciendo que la mujer debe llevar una cobertura sobre su cabeza como un símbolo de la

autoridad del varón sobre ella. Tener autoridad sobre la cabeza significa, de hecho, llevar el

símbolo de la misma mediante una cubierta o velo. “Por lo cual”, es decir, por todo esto que el

apóstol ha venido explicando (que el varón es cabeza de la mujer, y que ésta es la gloria del

varón) es que “la mujer ha de tener señal de autoridad sobre su cabeza” mientras que el varón

no (pues de hacerlo estaría afrentando su cabeza y cubriendo la gloria de Dios). Llegados aquí,

el apóstol da una razón adicional: no sólo la mujer ha de cubrirse por estar bajo autoridad y ser

gloria del varón, sino que además lo ha de hacer “por causa de los ángeles”.

¿A qué ángeles se refiere aquí el apóstol? Una posible explicación propuesta es que esos ángeles

eran obreros itinerantes, que podrían llegar a la iglesia de Corinto y escandalizarse o sentirse

turbados al ver a las mujeres con el cabello a la vista y sin cubrir. Algunos han descartado esta

explicación porque entienden que sería lo mismo que considerar a los obreros itinerantes de la

época de Pablo como cristianos inmaduros, capaces de turbarse con la simple visión del cabello

femenino. Sin embargo, es posible que de ser este el sentido de la expresión, Pablo se refiera al

escándalo que supondría para estos obreros el ver a las mujeres expresar su rebeldía

despreciando un mandamiento apostólico y una práctica común en las demás iglesias.

Sin embargo, la explicación más plausible es que el apóstol se refiera a los seres espirituales

creados por Dios para servirle en los cielos. Sabemos por otros pasajes que los ángeles son

testigos de la obra de Dios en la tierra por medio de su Iglesia, de la cual aprenden y mediante

la cual son enseñados por Dios (1 Co. 4:9; Ef. 3:10; 1 Ti. 5:21; 1 P. 1:12). ¿Pero por qué las mujeres

habrían de cubrirse por causa de ellos? Una primera hipótesis pudiera ser que para evitar que

estos ángeles se enamoraran de las mujeres al ver la hermosura de su cabello (cp. Gn. 6:1s).

Según una vieja leyenda judía, aquellos ángeles antediluvianos se quedaron prendados del

hermoso cabello largo de las hijas de Set. ¿Sería esta la razón por la que Pablo les ordena

cubrirse? Y de ser esto así, ¿por qué Pablo no pide a las mujeres que se cubran siempre, y no

sólo al orar o profetizar?

Una explicación mejor la hallamos si reparamos en el hecho de que los dos argumentos

anteriores giran en torno a la idea de orden. En el primer argumento se trata de un orden

jerárquico establecido por Dios y que Cristo ha venido a restaurar. En el segundo argumento,

Pablo expone que la mujer es la gloria del varón puesto que fue formada después y por causa

de él, no a la inversa. Hay por tanto un orden jerárquico establecido por Dios, y un orden

cronológico en que se produjo la creación de ambos sexos, que se puede entender como

derivado del anterior.

Dios es un Dios de orden, pero Satanás intentó trastocar ese orden al pretender ser semejante

a Él (Is. 14:12-20; Ez. 28:11-19). Muchos otros ángeles le siguieron en su rebelión contra el orden

impuesto por Dios y fueron arrojados del cielo (Ap. 12:4). Al fracasar en su intento, Satanás entró

en este mundo para trastocar nuevamente ese orden, ofreciendo a la mujer ser “como Dios”.

Ésta fue engañada y comió del fruto del árbol prohibido, dando a comer luego a Adán. De esta

forma, el pecado y con él la muerte entraron en el mundo, alterando el orden que Dios había

establecido. Del sometimiento voluntario de la mujer al varón y del amor sacrificado de éste

hacia la mujer, se pasaría a la guerra de sexos que tenemos desde entonces, por la que el hombre

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

17

trata de someter a la mujer por la fuerza, y no como Cristo lo hace con la Iglesia, por medio del

amor y del auto-sacrificio; y la mujer trataría desde entonces de quitarse de encima la autoridad

del varón, no ya sólo poniéndose a su nivel sino tratando incluso de enseñorearse de él (ese

parece ser el significado más probable de la expresión “tu deseo será para tu marido”. Cp. Gn.

3:16 con 4:7).

Pero como ya hemos visto, Dios no iba a permitir que Satanás trastocara sus planes de forma

definitiva, así que envió a Cristo para comenzar la restauración de todas las cosas. Pero además,

era importante mostrar a los ángeles que el plan de Satanás había fracasado completamente y

que en ese núcleo del Reino de los Cielos que es la Iglesia en la tierra hay hombres y mujeres

deseosos de mostrarles que se someten gustosa y nuevamente al orden que Dios estableció

desde el principio. Esto es algo que los ángeles observan y de lo cual están aprendiendo. De ahí

que Pablo sostenga que “la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de

los ángeles”. Notemos que no dice “por causa de los hombres”, sean estos padres, maridos,

ancianos o extraños. Si la mujer se cubre, no es para agradar al hombre, sino para agradar a Dios

y servir de testimonio suyo a los ángeles.

Notemos que los ángeles a los que hace mención el apóstol no se rebelaron ni conocen la

insubordinación. Si los mismos serafines no dudan en cubrirse ellos mismos sus rostros en

presencia de Dios (Is. 6:2), debe resultarles del todo punto inverosímil que la mujer se pueda

negar a hacerlo con su cabeza cuando se reúne con la iglesia para alabar a Dios.

Excursus: ¿Autoridad implica superioridad? (11:11-12)

“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón;

porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la

mujer; pero todo procede de Dios.” (11:11-12)

Pablo ha terminado en el versículo anterior la explicación teológica de aquellas instrucciones

que había entregado a los corintios, y que ellos tan encomiablemente habían retenido. Aún dirá

un cuarto y último argumento a favor de estas instrucciones, pero antes hace un paréntesis para

aclarar ciertas cuestiones o malentendidos que pudieran surgir de su disertación anterior.

En efecto, tan peligroso pudiera ser que la mujer no quisiera respetar el liderazgo del varón,

como que éste malentendiera ese liderazgo y se considerara superior a la mujer,

menospreciándola y considerándola como una persona de segunda categoría, sin derechos ni

posibilidad de manifestarse, como lamentablemente tantas veces ha ocurrido a lo largo de la

Historia, y como en particular ocurría en los tiempos de Pablo. Y esto era algo que algunos

podrían malinterpretar de la argumentación del apóstol, a pesar de haber ya indicado que el

sometimiento voluntario no es sinónimo de inferioridad, pues Cristo mismo está sometido a

Dios sin ser inferior en absoluto a Él. La expresión “en el Señor” trae a la mente una frase similar,

aunque en otro contexto: “no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”

(Gá. 3:28).

En este sentido, el mensaje de Pablo rompe una lanza en favor de la dignidad de la mujer, como

alguien creado al igual que el varón a imagen y semejanza de Dios. La argumentación de Pablo

es aquí, al igual que en todo el pasaje considerado, concisa y a la vez contundente: es impensable

18

que el hombre pueda considerarse superior a la mujer, pues sin ella él no habría podido siquiera

nacer. La voluntad de Dios quiso que el primer varón fuera obra directa de sus manos,

formándolo del polvo de la tierra y soplando en su nariz aliento de vida; pero a partir de

entonces, todos los varones (y por supuesto, las mujeres) han nacido de mujer, empezando por

Caín y Abel, hijos de Eva, y siguiendo por el mismo Cristo, hijo de María.

Todo esto es designio del mismo Dios, quien en su multiforme sabiduría ha querido que entre

ambos sexos hubiera no sólo una dependencia mutua en lo emocional y espiritual (la mujer

sometida voluntariamente al varón, reconociendo su liderazgo; y el varón volcado en amor con

la mujer, no mirando ya por su propio bien, sino por el de su esposa, amándola y estando

dispuesto a dar su vida por ella), sino también una dependencia mutua en lo físico y natural, por

la que el uno no puede existir sin el otro. Por tanto, cualquier sentimiento de superioridad del

hombre sobre la mujer no sólo daña la convivencia pacífica, sino que ignora el propio diseño de

Dios en nuestra creación y carece de todo sentido.

Dicho esto, no podemos sacar estos dos versículos de su contexto y usarlos junto con Gá. 3:28

para afirmar que Cristo ha eliminado toda distinción en las funciones de hombres y mujeres.

Hacer esto es contradecir todo lo que Pablo ha venido diciendo hasta ahora. En el pensamiento

del apóstol no hay contradicción entre que hombre y mujer sean iguales en dignidad ante Dios

y que ambos tengan papeles distintos dentro del orden designado por Él. En los vv. 3-10, Pablo

enseña que hay una distinción de funciones y roles entre ambos sexos; en los vv. 11-12 Pablo

enseña que no por ello la mujer es inferior o menos importante. Debemos coger todo el conjunto

como una unidad, sin prescindir de ninguna de las dos verdades si no queremos caer en los

errores de ambos extremos (machismo y feminismo).

El argumento de la naturaleza (11:13-15)

“Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse

la cabeza?” (11:13)

Después de toda la argumentación doctrinal del apóstol Pablo, los lectores de la carta bien

pudieran pensar: “De acuerdo Pablo; hay una base doctrinal para lo que nos enseñas, pero nos

sigue pareciendo algo extraño el por qué precisamente hay que usar un velo para cubrir la cabeza

de las mujeres, y no cualquier otro símbolo que pueda denotar del mismo modo sumisión y

orden”.

La cuestión del símbolo es algo que se ha discutido en infinidad de ocasiones. Pudiera ser, se

dice, que en tiempos de Pablo la gente entendiera qué simbolizaba el hecho de que una mujer

llevara su cabeza cubierta por un velo, puesto que sería algo cotidiano en las mujeres de su

época. Pero hay que reconocer que dos mil años después, salvo en ciertas regiones del mundo,

es raro encontrar mujeres que se cubran la cabeza durante sus quehaceres cotidianos. A la gente

de hoy en día le extraña que las mujeres se cubran la cabeza. El velo es un símbolo que bien ha

podido perder el significado que pudo tener en sus momentos. ¿No sería mejor sustituirlo por

otro símbolo más conveniente hoy en día? Y abundando más, ¿por qué sería necesario hoy en

día llevar ningún símbolo? ¿No bastaría con que el hombre reconozca que la mujer es su gloria

y que la mujer reconozca que el hombre es su cabeza? ¿No es mejor un corazón sometido a la

voluntad y el orden de Dios, que un símbolo externo que pueda esconder un corazón apartado

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

19

de Dios, y sólo pendiente de simbolismos externos y carentes de sentido? A fin de cuentas,

“Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero

Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).

En primer lugar, debemos decir que si el velo tiene algún sentido es porque Dios mismo, por

medio de sus apóstoles, ha querido que lo tenga. A nosotros no nos corresponde decidir cuál es

el simbolismo de la cubierta, puesto que Dios ya se lo ha dado. Otros símbolos instituidos por el

mismo Señor podrían parecernos sin sentido, y de hecho al mundo inconverso así se lo parece,

si no fuera porque Dios ha querido que tuvieran un significado doctrinal muy profundo. No nos

corresponde a nosotros decidir si bautizar con agua, o participar de la cena con pan y vino

carecen de sentido en tanto que son símbolos, sino simplemente acatarlos porque Dios así los

ha instituido. Si Él quiso que el pan simbolizara la comunión del cuerpo de Cristo (1 Co 10:16),

¿qué clase de discípulos fieles seríamos si decidiéramos sustituir esa verdad por otro símbolo

distinto?

En segundo lugar, la práctica que Pablo indica en este pasaje es una expresión exterior de una

actitud de sujeción interior. Es cierto que usar estos símbolos sin un verdadero reconocimiento

del orden divino enseñado por el apóstol tiene poca utilidad. Ni el uso del símbolo indica

necesariamente espiritualidad, ni su ausencia demuestra probada carnalidad. Pero no es cierto

que un corazón sometido a la voluntad de Dios sea suficiente para ignorar los usos y símbolos

que Dios ha instituido en Su Iglesia. No sólo es necesario creer en el Hijo de Dios para ser su

discípulo. También hay que confesarlo públicamente pasando por las aguas del bautismo,

“porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro.

10:10). No se puede decidir hacer sólo ciertas cosas, prescindiendo de hacer las demás que Dios

mismo ha estipulado en Su palabra. En palabras del mismo Jesús, “esto os era necesario hacer,

sin dejar aquello” (Lc. 11:42). Es más, suele ocurrir precisamente lo contrario: que un corazón

sometido ciertamente a hacer la voluntad de Dios no ponga reparos a los pequeños sacrificios

que Dios le pueda exigir, como el bautismo o el velo, mientras que lo contrario sí puede

manifestar un corazón más pendiente de buscar su propio agrado que el del Señor. Es en estos

pequeños detalles donde se prueba el estado de nuestro corazón y nuestra fidelidad a la Palabra.

“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto,

también en lo más es injusto” (Lc 16:10). Nosotros más bien hemos de procurar ser fieles aún en

lo poco, pues eso agrada al Señor, aunque a nosotros nos resulten ahora en pequeñas molestias,

que no obstante serán recompensadas con creces cuando Él venga a saldar cuentas con nosotros

(cp. Mt. 25:21). Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).

En esta sección, Pablo quiere dejar claro a sus lectores que el hecho de usar un velo no es un

capricho, como si se pudiera haber usado cualquier otro símbolo, sino que hay una lógica natural

que indica que Dios así lo ha querido desde el principio.

Pablo comienza exhortando a sus lectores a usar su propio discernimiento: “juzgad vosotros

mismos”. Esta expresión se repite en otras ocasiones en esta carta (10:15) y no es casual. La

carta comienza criticando a los corintios porque estaban tan obnubilados con la sabiduría del

mundo que habían olvidado la sabiduría auténtica de Dios, que no es otra que Jesucristo mismo

(1:24,30). Los corintios se consideraban así mismos sabios, pese a no serlo ni siquiera conforme

a los criterios de este mundo (1:26), y por eso Pablo les recomienda que se hagan ignorantes

20

para llegar a ser verdaderamente sabios (3:18). Pero pese a que se consideraban sabios según

su propio criterio, demostraban no serlo en realidad al producirse paradojas como que nadie

era considerado lo suficientemente sabio por los demás como para juzgar entre ellos (6:5). Pablo

les pone el dedo en la llaga mostrándoles su verdadera ignorancia con frases como “¿No

sabéis…?” (3:16; 5:6; 6:2-3,9,15-16; 9:13,24). Aquí les exhorta nuevamente a que ejerciten su

buen juicio espiritual, que tenían oxidado por la falta de uso.

La cuestión a juzgar es si consideran conveniente que una mujer pueda orar a Dios sin cubrirse

la cabeza. Quizá a nosotros hoy en día tal situación no nos parezca tan chocante, si obviamos la

argumentación anterior de Pablo. Pero quizá podremos entender mejor la cuestión si invertimos

sus términos: “¿Es propio que el hombre ore (o predique) con la cabeza cubierta?” Sin duda a

todos nosotros hoy en día nos chocaría que alguien se subiera al púlpito a predicar con un

sombrero en la cabeza. Esto debía de ser igual de chocante para los corintios respecto de una

mujer con la cabeza descubierta. Y lo que Pablo quiere hacernos ver es que esto no es por

casualidad. Que el apóstol nos haya enseñado que es necesario que el varón ore o profetice con

su cabeza descubierta, y que la mujer haga lo mismo pero con la suya cubierta, no debiera

extrañarnos porque la naturaleza misma así nos lo enseña.

“La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse

crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le

es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.” (11:14-15)

Con el uso del término “naturaleza” (gr. “fysis”), Pablo nos muestra que este cuarto argumento

no es de tipo doctrinal o espiritual, sino natural y físico. Se trata de un argumento por analogía:

lo que es coherente en el ámbito espiritual, y que Pablo ha desarrollado en la primera sección,

también lo es en el ámbito natural. Pablo apela a la naturaleza, y no a modas pasajeras. Y lo que

la naturaleza nos enseña es “que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello” (y de este

modo cubrir su cabeza física con su pelo natural), mientras que a la mujer, a la inversa, “dejarse

crecer el cabello (y de este modo cubrir su cabeza física con su pelo natural) le es honroso, porque

en lugar de velo le es dado el cabello” (11:15).

¿Qué debemos entender por el término traducido en nuestras versiones como “naturaleza”? Se

han propuesto dos interpretaciones. Si por naturaleza entendemos la forma en que funciona la

creación natural de Dios, conforme al orden que Él ha establecido (cp. Ro. 1:26), deberíamos

concluir que efectivamente, el pelo del hombre no está diseñado por Dios para crecer tanto

como el de la mujer, y que aun si crece, es de por sí más frágil y quebradizo que el de ella. Al

mismo tiempo, con la madurez, el hombre tiende a perder el cabello más fácilmente que la

mujer. Por tanto, lo que la naturaleza nos estaría enseñando es que el pelo del hombre no está

hecho para ser llevado largo ni para cubrirle permanentemente, mientras que el de la mujer sí.

Si en cambio por naturaleza entendemos “lo natural”, es decir, aquellas convenciones sociales

que nos hacen distinguir entre aquello socialmente aceptado o natural y aquello que no lo es

(cp. Ro. 2:14), entonces deberíamos entender el pasaje como que Pablo nos está diciendo (como

así ocurría en las culturas greco-romana y judía) que al hombre le es socialmente aceptado el

llevar el pelo corto, pero no el llevarlo largo, mientras que la mujer sí puede llevarlo largo y de

hecho le es honroso llevarlo de esta manera en vez de corto, no queriendo con esto decir que si

la mujer lo lleva corto, le sea deshonroso. Notemos que la palabra traducida como “honroso” es

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

21

“gloria” (gr. “dóxa”). El cabello largo es la gloria de la mujer, un regalo que Dios le ha dado para

honrarla al igual que las vestiduras sagradas les eran dadas a los sacerdotes “para honra y

hermosura” (Ex. 28:2).

En cualquier caso, sea como sea que entendamos el concepto de “naturaleza”, lo que Pablo nos

está diciendo es que del mismo modo que en lo natural al hombre le es honroso llevar el pelo

corto, así también en el terreno de lo espiritual, y por analogía, el hombre ha de llevar la cabeza

descubierta. De modo similar, como la naturaleza ha dotado a la mujer con la gloria de llevar

una cubierta natural, un pelo largo que cubra su cabeza y le confiera belleza, honor y distinción,

así también en el terreno espiritual ha de cubrirse la cabeza con un velo.

La palabra que Pablo usa para velo no es la habitual para el velo que se usaba en la antigüedad

(gr. “kalymma”, relacionada con “katakalypto”), sino que es “peribólaion”. Procede de la unión

de la preposición “peri” (alrededor de) y “ballo” (arrojar), así que “peribólaion” significa

literalmente “arrojado alrededor” y se usaba para un manto o vestido que envuelve alrededor

del cuerpo (He. 1:12). Aquí se usa para representar cómo el cabello largo de una mujer se

extiende y envuelve su cabeza como una vestidura hermosa. Esto refuta la interpretación tan

extendida de que llevando el pelo largo no se necesita velo, pues “en lugar de velo le es dado el

cabello”. Aparte de lo que ya vimos al estudiar el versículo 5, las palabras usadas por Pablo para

“cabeza cubierta” en 11:4 y para “velo” en 11:15 son diferentes, lo que indica que para Pablo no

eran exactamente la misma cosa, ni el cabello hacía la misma función que el símbolo.

Puesto que Pablo desarrolla este último argumento en un ámbito completamente distinto al de

la primera sección, entonces el cabello largo nunca podrá ser un sustituto válido del velo, pues

ambos cumplen su función en ámbitos distintos. En el ámbito natural el cabello largo le es dado

a la mujer, no en sustitución de un velo (nuestra traducción RV66 puede llevar a confusión), sino

como correspondiéndose a un velo natural, el cual está hecho de cabello. Este es el verdadero

sentido de la palabra griega “anti” en este versículo: el de equivalencia y no el de sustitución. La

NVI de la biblia traduce así esta frase: “A ella se le ha dado su cabellera como velo”.

El cabello es la cubierta de la mujer en el mundo natural y el velo lo es en el mundo espiritual,

no pudiendo nunca el primero sustituir al segundo. Sus ámbitos de actuación son distintos. El

del cabello es el natural; el del símbolo, el espiritual. Tampoco sus funciones son idénticas. El

primero tiene la función de adornar y llamar la atención; el segundo, la de ocultar. Por lo mismo,

cuando Pablo dice que es impropio que una mujer ore o profetice con la cabeza descubierta, no

se refiere a que lleve el pelo corto (v. 5).

Pablo no está ordenando en estos versículos por vía de mandamiento ni que el hombre lleve el

pelo corto ni que la mujer lo lleve largo. Pablo usa en ambos una estructura griega condicional

de tercera clase o indefinida, comenzando con “si” (gr. “eàn”) y seguida de un verbo en presente

de subjuntivo (gr. “komâi”, dejarse crecer el cabello). No le impone a la mujer que se deje el pelo

largo, pues la naturaleza (Dios) no ha dotado a todas las mujeres de un pelo igualmente bonito

y largo, e igualmente podría entenderse la frase relativa a los hombres. Pablo expone algo que

resultaría evidente a sus lectores: que en el ámbito de la naturaleza (lo que innatamente se

considera decoroso) al hombre le es deshonroso dejarse el cabello largo, mientras que para la

mujer es su gloria. Creemos que por dicha analogía al hombre le es mejor dejarse el cabello

22

corto, pues de otro modo estaría asumiendo una gloria que Dios le ha dado a la mujer, pero no

parece haber en la frase de Pablo la fuerza de un mandamiento que debamos imponer a nadie.

Por último, añadamos un breve comentario acerca del concepto de gloria que nuevamente

aparece en esta última sección. A la mujer, el cabello largo le es honroso, o lo que es lo mismo,

la gloria de la mujer es un cabello largo. La mujer es gloria y también tiene una gloria. Debemos

notar que al cubrirse la mujer, no sólo está ocultando la gloria del varón (ella misma), sino su

propia gloria (su cabello), con lo que tanto la una como la otra quedan ocultas cuando ella se

cubre la cabeza, pues lo único que ha de relucir es la gloria de Dios, representada por la cabeza

descubierta del varón. En esto como en todas las facetas de nuestra vida, “soli Deo gloria”. Sólo

a Dios sea la gloria. Amén.

Conclusión de Pablo (11:16)

“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal

costumbre, ni las iglesias de Dios” (11:16)

Aunque ya comentamos parcialmente este versículo en el apartado sobre el marco apostólico,

detengamos nuevamente en él para extraer más enseñanzas.

Ya hemos visto en el versículo 2 cómo Pablo elogió a la iglesia de Corinto por guardar la

enseñanza apostólica que les había entregado. Sin embargo, había un grupo de hermanos y

hermanas que se resistían a guardarla y provocaban contiendas con los demás hermanos que sí

lo hacían. Posiblemente este grupo estuviera formado mayoritariamente por mujeres, pues el

apóstol hace mayor número de exhortaciones a la mujer a cubrirse que al hombre a descubrirse.

Pablo llama a este grupo “contenciosos” (lit. “amantes de las contiendas”) y les dirige la

apelación antes vista a su autoridad como apóstol: “Aun si alguno sigue sin estar de acuerdo con

las razones que acabo de exponer, que me obedezca como apóstol que soy”. Pablo bien sabía

que en estos temas acerca de los roles, la autoridad y la sumisión, el orgullo humano, que una

vez nos llevó a la caída, intenta imponerse sin aceptar razones ni argumentos. No hay un asunto

que el Diablo esté más dispuesto a distorsionar que el hecho de aceptar el señorío de Cristo y el

orden jerárquico que Dios ha impuesto. Él no lo aceptó y ello propició su caída. Por eso intenta

provocar confusión en nuestras iglesias al respecto de este pasaje. Más adelante, Pablo será aún

más explícito, de nuevo en un tema relacionado con las papeles de cada sexo dentro del culto

de la iglesia: “Lo que os escribo son mandamientos del Señor” (14:37). Pero como aun así los

contenciosos seguirían seguramente en sus trece (la misma palabra para “contencioso” es usada

por la LXX para “terco” en Ez. 3:7), añade: “Mas el que ignora, ignore” (14:38).

Pablo ha explicado hasta aquí por qué es necesario que el hombre ore y profetice con la cabeza

descubierta, mientras que la mujer lo ha de hacer con ella cubierta. Ha dado razones extraídas

del relato de la Creación en Génesis y ha apuntado a los ángeles como testigos de nuestra

actuación en la tierra. Sin embargo, la razón principal hunde sus raíces dentro del ámbito de la

soberanía de Dios, quien ha determinado el ordenamiento de las relaciones de los seres

humanos con Dios y entre ellos mismos conforme a su sexo. Un ordenamiento que fue

manifestado mediante el orden de la Creación. Al rechazar el uso de estos símbolos, lo que

hacían los contenciosos con su actitud era, aun inconscientemente, no reconocer el orden

creado por Dios y por tanto rebelarse ante Su soberanía. Que alguien descuide esta práctica

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

23

porque nunca le fue enseñada puede comprenderse, pero el conocer y comprender una verdad

bíblica y aun así rechazarla es más grave. Recordemos las palabras de Samuel a Saúl acerca de

la conveniencia de obedecer y el peligro de rebelarnos: “Ciertamente el obedecer es mejor que

los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de

adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 S. 15:22-23).

Algunos quieren entender la frase “nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”

en el sentido de que los apóstoles no tenían la costumbre de enseñar que las mujeres se

cubriesen, ni era práctica habitual en las demás iglesias, sólo en Corinto. Sin embargo, llegar a

esta conclusión por parte de Pablo sería incoherente, puesto que contradeciría todo lo expuesto

hasta ahora. Además, Pablo ya ha dejado claro que sus instrucciones (gr. “parádosis”) no se

basan en el contexto social o cultural de la ciudad de Corinto, o en las características

desordenadas de la iglesia a la que escribe, sino que están firmemente fundamentadas en el

relato de la Creación, en el que Pablo ve y enseña un orden que Dios ha diseñado para ambos

sexos. El sentido de esta frase, que Pablo dirige a “los contenciosos”, es que ni los apóstoles ni

el resto de iglesias tienen la costumbre contraria a la que acaba de enseñarles (varones

descubiertos, mujeres cubiertas), y que intentaban imponer tales contenciosos en Corinto.

Si la referencia a “nosotros” (los apóstoles) apelaba a la autoridad apostólica de Pablo y

encerraba al pasaje dentro de lo que llamamos un marco apostólico, la referencia a “las iglesias

de Dios” muestra que esta enseñanza de Pablo no era exclusiva de Corinto. Podemos incluso

entender esta apelación a la práctica de las demás iglesias como un nuevo argumento usado por

el apóstol. Más adelante, cuando Pablo toque el tema del silencio de las mujeres en las

reuniones de iglesia apelará nuevamente a su autoridad apostólica (“lo que os escribo son

mandamientos del Señor”, 14:37) y a la universalidad de tal enseñanza en las demás iglesias

(“Como en todas las iglesias de los santos…”, 14:33b). Notemos de paso que la base para la

prohibición a las mujeres de hablar en público es nuevamente el Génesis (“como también la ley

lo dice”, 14:34b, cp. 1 Ti. 2:11-14).

Esto rechaza otras dos objeciones. En primer lugar, que Pablo tenía una imagen pobre acerca de

la mujer (o que directamente “era un machista”), pues no hablaba como hombre sometido a un

marco cultural, sino como un instrumento escogido y enviado por Dios para revelarnos su

verdad, como el resto de apóstoles. Y en segundo lugar, que la enseñanza de Pablo era local y

temporalmente destinada para esta iglesia, no para ninguna otra. El hecho de que Pablo apele

a las demás iglesias nos muestra que él consideraba esta enseñanza vinculante para todas ellas,

no sólo para Corinto, y de hecho así lo enseñaba: la epístola está dirigida “a la iglesia de Dios

que está en Corinto,… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor

Jesucristo” (1:2); más adelante Pablo les dice que Timoteo “os recordará mi proceder en Cristo,

de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias” (4:17). Este versículo confirma

ahora que “las iglesias de Dios” así lo practicaban. Y no sólo está esta referencia a las iglesias de

la cristiandad; también la base de la argumentación de Pablo sobre Génesis tiene un aliento de

universalidad y atemporalidad que no es fácil pasar por alto ni rebatir.

Listado de argumentos expuestos por el apóstol A modo de conclusión, listamos a continuación los argumentos que el apóstol ha expuesto en

este pasaje para defender que la mujer se cubra y el varón se descubra en la presencia de Dios:

24

1. Es un reconocimiento del orden jerárquico establecido por Dios (vv. 3-6).

2. Es una manifestación de la gloria de Dios (vv. 7-9).

3. Es un testimonio ante los ángeles (v. 10).

4. Es coherente con el orden natural diseñado por Dios (vv. 13-15).

5. Es una doctrina apostólica enseñada y practicada en todas las iglesias del s. I (vv. 2, 16).

Apuntes finales En el presente estudio hemos tratado de exponer que la enseñanza de estos símbolos es de la

máxima importancia para el creyente porque con ellos:

1. Proclamamos nuestra fe en que Dios ha levantado a Jesús de entre los muertos y le ha

hecho Señor y Cristo (Hch. 2:36).

2. Reconocemos y aceptamos el orden divino que Dios ha impuesto en la sociedad, la

familia y la iglesia como lo mejor para el hombre y la mujer.

3. Manifestamos nuestra separación de los usos y costumbres del mundo, sin buscar

amoldarnos al presente al siglo malo (Ro. 12:2).

4. Anunciamos al mundo que Cristo un día regresará para restaurar todas las cosas tal y

como fueron diseñadas por Dios (Hch. 3:21).

El hombre descubierto ante Dios muestra al mundo y a los ángeles que Cristo es su cabeza. La

mujer cubierta manifiesta su aceptación del orden diseñado por Dios. Lo que en Edén fue

trastocado por obra del Diablo, es ahora restaurado en la Iglesia de Dios por obra de Cristo,

como antesala de lo que sucederá en el mundo cuando Cristo regrese a reinar.

El movimiento feminista rechaza cualquier idea de sujeción de la mujer respecto al hombre.

Proclama la liberación de la mujer, pero lo cierto es que nunca la mujer ha estado tan esclavizada

como ahora: esclavizada por la moda, por una sociedad que la exige ser madre y mujer

trabajadora con éxito en la vida, independiente pero dependiente, que someta sus atributos

femeninos a aquellos tradicionalmente considerados como masculinos (competitividad,

agresividad, busca del éxito profesional). La mujer actual sufre un bombardeo constante para

que deje de ser ella y se convierta en algo parecido a un hombre, del mismo modo que el hombre

sufre un bombardeo mediático similar para que deje de ser y actuar como tal. Pero con la mujer

la sociedad actúa con un doble rasero: por un lado le incita a ser independiente y “masculina”,

pero por el otro la dictadura de la moda y la publicidad la impone el rol de resultar siempre

atractiva al hombre mediante estereotipos físicos que le producen frustración y angustia.

Podemos decir que en cuanto a la liberación de la mujer, el feminismo llega tarde pues una de

las características del evangelio de Jesucristo, allá donde haya sido predicado, ha sido siempre

elevar a la mujer de su estado de degradación en el paganismo a un lugar noble al lado del

hombre, como “coherederas de la gracia de la vida” (1 P. 3:7). En cambio, el feminismo busca la

liberación de la mujer pero fracasa porque no hay verdadera libertad en ir contra el orden creado

por Dios, pues sólo la verdad de Dios nos puede hacer libres (Jn. 8:31-36).

Apéndice: ¿Cómo llevaban la cabeza en la antigüedad? Aunque ha quedado claro a lo largo del estudio que Pablo no fundamenta el uso de la cubierta

en la mujer y de la cabeza descubierta en el varón en las costumbres locales y de ética existentes

en Corinto, sino en una base más universal y atemporal como el relato de la Creación en Génesis,

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

25

donde se reveló un orden divino que ha sido restaurado con la Redención de Cristo, creemos

que puede arrojar más luz sobre el estudio si incluimos de forma sucinta cuáles eran los usos

que a tal efecto tenían en tiempos de Pablo los judíos, los romanos y los griegos (los corintios

eran griegos de la provincia de Acaya, aunque con fuerte influencia romana, pues Julio César

había reconstruido la ciudad en el año 46 a.C. tras haber sido destruida por los romanos un siglo

antes).

Los varones judíos no necesitaban cubrirse la cabeza en la sinagoga en aquel tiempo, como en

cambio sí sucede hoy en día. Aunque los sacerdotes judíos, desde los tiempos de Aarón y sus

hijos, debían cubrirse las cabezas con la mitra en sus servicios religiosos (Ex. 39:27-31; Lv. 21:10),

la ley no obligaba de la misma manera a varones y mujeres de las demás tribus, si bien la

costumbre judía era que la mujer se cubriera siempre en público, y no sólo cuando oraba o

profetizaba. Tertuliano escribió al respecto: “Entre los judíos, es algo tan normal que las mujeres

se cubran con un velo, que se puede reconocer a una mujer como judía por el hecho de estar

cubierta”15. El hombre sólo se cubría en circunstancias de gran dolor (2 S. 15:30). Fue a partir de

la Edad Media que empezó imponerse la costumbre de que el varón judío se cubriese.

Sin embargo, aunque en la iglesia de Corinto había cierto número de judíos (Hch. 18:7-8), no

constituían estos su mayoría sino los gentiles de cultura greco-romana (1 Co. 12:2). Pero también

entre griegos y romanos había diferencias de usos y costumbres. Los romanos, tanto hombres

como mujeres, se cubrían las cabezas durante sus actos religiosos, ya fueran en público o en

privado. Los griegos, por el contrario, asistían a los actos religiosos con sus cabezas descubiertas,

ya fueran hombres o mujeres.

En cuanto al cabello, tanto los hombres judíos como los griegos y romanos llevaban el pelo corto,

mientras que las mujeres lo llevaban largo, y en el caso de las gentiles, con peinados muy

elaborados y ostentosos. En la siguiente tabla presentamos un resumen de cómo llevaban las

cabezas en los actos religiosos cada una de las tres culturas analizadas aquí.

JUDÍOS ROMANOS GRIEGOS

Varones Descubiertos Cubiertos Descubiertos Mujeres Cubiertas Cubiertas Descubiertas

El principal argumento de los que rechazan una interpretación literal de la Biblia y proponen en

su lugar como guía de interpretación una visión gramático-histórico-cultural de la Escritura, es

afirmar que esta enseñanza de Pablo era sólo válida en el contexto de la ciudad de Corinto y que

su principal preocupación era que los cristianos no fueran motivo de escándalo entre sus

conciudadanos por motivos de decoro. Pero acabamos de ver que las prácticas culturales no

eran homogéneas en el s. I, sino de una gran variedad. Antes de que Pablo les entregase esta

enseñanza, no había una norma común para los diversos grupos que se iban añadiendo a la

iglesia primitiva.

Vemos por tanto que había diferentes usos y costumbres en la antigüedad según cual fuera la

cultura. A las mujeres romanas y judías no les extrañaría el uso de un velo, mientras que las

15 Tertuliano, “De Corona Militis”.

26

griegas mostrarían resistencia hacia algo nunca antes practicado por ellas. Sin embargo, pese a

toda esta diversidad cultural, Pablo enseña una misma y única práctica para todos los hombres

y las mujeres, independientemente de su procedencia y contexto cultural. Que Pablo no está

preocupado por cuestiones de moral o testimonio público se ve en que:

1. No obliga a la mujer a cubrirse siempre (como las mujeres judías), sino sólo al orar o

profetizar (v. 5).

2. No hay evidencias, como proponen muchos comentaristas, de que ver una mujer

descubierta en público por Corinto fuera considerado inmoral o motivo de escándalo.

Más bien al contrario, a las mujeres griegas y romanas les gustaba lucir peinados

ostentosos en público. Del mismo modo, que una mujer judía no llevara velo no la

identificaba como ramera, sino como virgen (de hecho, cuando Tamar se hizo pasar por

ramera para engañar a Judá, se cubrió con un velo, –Gn. 38:14-15). Por tanto, no llevar

velo en público en aquel tiempo no era ningún motivo de escándalo.

Que el simbolismo del velo sea algo desconocido para el mundo moderno en cuanto a señal de

sujeción es irrelevante. Este simbolismo también era desconocido para los corintios de entonces

y tuvieron que ser igualmente enseñados por Pablo. David Gooding dice a este respecto:

“Antiguamente los varones griegos también solían orar con la cabeza descubierta, pero es obvio

que no por la misma razón que la de los varones cristianos. De hecho, un griego inconverso jamás

habría entendido el significado de la práctica cristiana de no habérselo explicado los cristianos.

El significado del símbolo tal y como lo usaron los cristianos, era total y exclusivamente cristiano.

Y desde luego nada tiene que ver con la moderna costumbre que tienen los caballeros de quitarse

el sombrero en presencia de las damas. Si entrásemos en una sinagoga judía veríamos a todos

los hombres con las cabezas cubiertas. Y esto no porque no sean caballerosos. Los varones judíos

se cubren la cabeza al orar para mostrar su reverencia a Dios. Los varones cristianos no son

menos reverentes, pero Dios les llama a declarar, con la cabeza descubierta, que Jesús es el

Mesías, el Cristo. […] Nada importa que el mundo moderno ya no entienda el significado de este

simbolismo. Los griegos inconversos de la Antigüedad tampoco lo entendían. Tuvieron que ser

enseñados.”16

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16 Gooding, Op. cit.

LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)

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