la cobertura de la cabeza (1 co. 11:2-16)
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LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
Introducción La primera epístola a los corintios incluye el mayor número de correcciones que un apóstol dirige
a una iglesia en concreto del Nuevo Testamento. En los primeros seis capítulos Pablo reprende
a los corintios por sus divisiones internas, su carnalidad, su consentimiento de la inmoralidad y
sus pleitos y litigios públicos. A partir del capítulo 7, Pablo comienza a responder diferentes
temas que los corintios le habían hecho llegar mediante una carta. Todos esos temas fueron de
relevancia para los cristianos de todas partes y por eso esa carta se incluyó dentro del canon del
Nuevo Testamento, y por supuesto son aun de relevancia para nosotros hoy en día. En el capítulo
11, Pablo presenta tres símbolos (la cabeza, el pan y el vino) y enseña todos ellos a los corintios
para que los guarden por igual, sin considerar ninguno de ellos como insignificante o
doctrinalmente irrelevante.
Sin embargo, este pasaje ha sido en los últimos tiempos muy contestado y discutido en nuestras
iglesias. Un escritor evangélico inicia así su comentario a este pasaje: “Este es uno de los pasajes
que tiene una significación puramente temporal y local; parece a primera vista como si no
tuvieran más que un interés de anticuario, porque tratan de situaciones que hace mucho que
han dejado de ser relevantes para nosotros”1.
Debido a la influencia del movimiento feminista, los círculos evangélicos hemos ido
abandonando la interpretación tradicional de este pasaje por otra de tipo histórico-cultural, que
limita la aplicación de esta enseñanza de Pablo únicamente a aquel tiempo y a aquella ciudad.
En la mayoría de nuestras iglesias evangélicas, este pasaje nunca es enseñado para evitar
polémicas y en consecuencia no sólo el uso del velo es casi inexistente en nuestros días, sino
que incluso se llega a observar a varones, normalmente jóvenes, con un sombrero o gorra en el
transcurso de nuestras reuniones. Es pues necesario volver a estudiar este pasaje y descubrir las
profundas verdades que el apóstol nos quiso enseñar por medio de él, sin dejarnos llevar o
incluso amilanar por influencias y modas procedentes del mundo. Quiera Dios darnos luz para
poder comprenderlas y un espíritu de valentía para obedecerle a Él antes que a los hombres,
pues “el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para
siempre” (1 Jn. 2:17).
El contexto del pasaje
Un asunto de importancia a dilucidar es si Pablo está hablando en este pasaje exclusivamente
de reuniones de iglesia o no. Quienes defienden que Pablo se está refiriendo exclusivamente a
cuando la iglesia se reúne para adorar o escuchar la Palabra, aportan los siguientes argumentos:
1. La referencia a la profecía (vv. 4-5) indica una actividad comunitaria en el contexto de la
iglesia reunida (Hch. 11:27-28; 15:30-32), donde las profecías han de ser examinadas
(14:23-29).
2. La referencia a “las iglesias de Dios” (vv. 16) parece sugerir una preocupación a nivel de
iglesia, no meramente por la piedad privada o de un grupo reducido.
1 Barclay, p. 634.
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3. La siguiente sección refiere a la celebración de la Mesa del Señor (vv. 17-34) en el ámbito
de la congregación. Pablo relaciona ambos pasajes por medio de la expresión “os alabo”
(v. 2) y “pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo” (v. 17)2.
Sin embargo, no creemos que estas razones sean suficientes para aceptar este contexto
congregacional:
1. Si bien los ejemplos que hallamos en el Nuevo Testamento son de profecías realizadas
en una congregación (con la salvedad, quizá, de la profecía de Ágabo en Hch. 21:8-11),
nada indica que no se pudiera realizar también en un entorno familiar o privado. Por
otro lado, la prohibición posterior a las mujeres a hablar en la congregación (1 Co. 14:34)
sugiere que hay otros ámbitos en los que sí pueden hacerlo.
2. El apóstol no habla de la costumbre en las reuniones de iglesia, sino de la costumbre de
las iglesias. Es decir, no hace más que afirmar que cada iglesia local seguía y enseñaba
la misma práctica, sin entrar en qué ámbito se practicaba.
3. Aunque ambas secciones están relacionadas con la dupla “os alabo / no os alabo”, es a
partir de la segunda (vv. 17ss) que Pablo dice explícitamente “os congregáis” (v. 17) y
“cuando os reunís como iglesia” (v. 18), referencias que omite en este pasaje.
Creemos por tanto que Pablo no está hablando aquí exclusivamente de reuniones de iglesia,
aunque sí las incluye. Los problemas que en Corinto se producían al congregarse los empieza a
tratar en el versículo 17: “Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis
para lo mejor, sino para lo peor”. Y a continuación comenzará a tratar cuestiones específicas del
ámbito eclesial: la cena del Señor (capítulo 11), los dones (12 y 13) y el orden necesario en los
cultos (14).
Que la argumentación de Pablo acerca del uso del velo no se limita únicamente al ámbito de las
reuniones de iglesia lo vemos en los distintos argumentos que usa. Por ejemplo, en el caso del
varón, éste seguirá siendo gloria de Cristo y Cristo seguirá siendo su cabeza dentro y fuera de
las reuniones de iglesia. Por tanto, siempre que un varón ore y profetice, esté en una reunión
de iglesia o en otra ocasión y lugar, ha de llevar su cabeza como corresponde a lo que Dios ha
determinado; en su caso, descubierta. Y lo mismo se puede aplicar a la mujer. Del mismo modo,
los ángeles de Dios nos observan tanto dentro como fuera del local de reunión.
¿Significa esto entonces que la mujer ha de llevar velo siempre que enseñe la Biblia o realice una
oración, aun en el ámbito privado (al bendecir los alimentos, por ejemplo)? La Biblia, como en
muchas otras facetas de la vida, no nos da una lista de lo que debemos hacer o dejar de hacer
en cada momento y situación en que nos encontremos, sino unas reglas generales que debemos
aplicar con la ayuda del Espíritu en nuestra vida diaria. Corresponde a cada hermano y hermano,
en libertad siempre pero con responsabilidad delante del Señor, decidir con la ayuda de Dios y
mediante el estudio serio y constante de su Palabra lo más adecuado en cada momento,
teniendo siempre claro que nuestra decisión ha de venir marcada no por lo que nos agrade a
nosotros, sino por lo que agrade a Dios. No nos corresponde como creyentes poner imposiciones
2 Luis de Miguel, p. 1.
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a los demás hermanos y hermanas en el ámbito de su vida privada, es decir, fuera del ámbito
del orden que se ha de mantener en una reunión de iglesia.
El marco apostólico
El versículo con que comienza este pasaje contiene una declaración de alabanza por la actitud
de los corintios de recepción y atención a las instrucciones del apóstol. Este versículo a menudo
se pasa por alto pero es de una gran importancia. Las instrucciones que los apóstoles entregaban
a los creyentes no eran sugerencias de tipo personal, sino que estaban cargadas de la autoridad
apostólica que el Señor les había conferido.
El verbo que se traduce como “entregué” (gr. “paradídōmi”) está muy relacionado con la palabra
que se traduce como “tradición” (gr. “parádosis”), es decir, algo entregado por personas de
autoridad a otras personas para que sea guardado (Hch. 6:14; Jud. 3). Esta “parádosis” o
tradición puede ser humana, y por tanto susceptible de caer en el peligro de quebrantar el
mandamiento de Dios (Mt. 15:2ss; Gá. 1:13-14; Col. 2:8). Pero también hay otra “tradición”, que
es aquel mensaje dado por Dios a ciertas personas para que estas a su vez nos lo hagan llegar al
resto. Así, tenemos las figuras de los profetas en el Antiguo Testamento y de los apóstoles en el
Nuevo. Este mensaje que les fue entregado a los apóstoles para que ellos a su vez lo entregaran
a nosotros es lo que se denomina “tradición apostólica” (gr. “parádosis ton apóstolon”), y que
constituye el fundamento apostólico sobre el cual somos edificados como Iglesia (Efe. 2:20).
En este mismo capítulo Pablo dice que él recibió “del Señor lo que asimismo nos ha enseñado”
(11:23). Los apóstoles son los agentes transmisores que el Señor en su gracia ha escogido para
hacernos llegar Su Palabra, y Pablo era “apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios” (1:1). Es
por eso mismo que su mensaje no es según hombres, sino de procedencia divina, como si Dios
hablara por ellos. No se trata de palabra de hombres sino de Palabra de Dios (1 Ts. 2:13), algo
que requiere de discernimiento espiritual para percibir la diferencia (1 Co. 14:37). Esta
procedencia divina del mensaje de los apóstoles es lo que confería al mensaje su autoridad, una
autoridad que llamamos apostólica y que permitía a estos siervos del Señor exigir a los creyentes
retener y estar firmes en aquello que les había sido entregado (2 Ts. 2:15; Jud. 1:3) y al mismo
tiempo ser tan tajantes en lo concerniente a aquellos que no se sujetaban a dicha autoridad, ni
en consecuencia al mensaje (2 Ts. 3:6; 2 Jn. 10).
En este versículo 2 el apóstol Pablo está por tanto alabando a sus lectores de Corinto porque
permanecen firmes en la doctrina que les había entregado oralmente, y que ahora se disponía
a poner por escrito (ver otros ejemplos de esta traslación a escrito de la tradición oral apostólica
que nos fue “entregada” en 11:23; 15:1,3).
Pero Pablo cierra el pasaje apelando de nuevo a su autoridad como apóstol: “si alguno quiere
ser contencioso, nosotros (los apóstoles) no tenemos tal costumbre” (11:16). Así pues, el pasaje
entero se encuentra comprendido entre sendas referencias a la autoridad del mensaje
apostólico, que se desprende de la de los mismos apóstoles; autoridad que les confirió también
Jesús (Jn. 13:20). Que el apóstol Pablo abra y cierre un pasaje tan breve haciendo mención por
dos veces a su autoridad apostólica, poniéndole al pasaje un marco apostólico por así decirlo,
nos indica que el asunto comprendido dentro de este marco no era un tema menor en la
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consideración del apóstol. Por ello, nos debe hacer detenernos a estudiar con respeto e interés
qué es aquello que para Pablo tenía tal importancia.
La estructura de la argumentación de Pablo
Una vez discernido el marco apostólico (vv. 2 y 16), nos queda el cuerpo del pasaje donde el
apóstol desarrolla su doctrina, compartida por los demás apóstoles e iglesias de Dios (v. 16),
acerca de cómo han de llevar la cabeza (ya sea cubierta o descubierta) los varones y mujeres
creyentes durante las actividades espirituales de oración y profecía.
El pasaje se puede dividir en dos secciones. En la primera sección, de carácter más teológico que
la segunda, Pablo se mueve en el terreno espiritual y nos ofrece tres argumentos doctrinales en
los que basa sus instrucciones al respecto. El primer argumento (vv. 3-6) se basa en el concepto
de primacía o liderazgo, y Pablo lo desarrolla en la esfera de la Redención. El segundo (vv. 7-9)
lo basa en el concepto de gloria y lo desarrolla en la esfera de la Creación tal y como se describe
en Génesis 2. Con estos dos argumentos (autoridad y gloria) Pablo sienta las bases teológicas
necesarias para entender el porqué del uso del velo. El tercer argumento (“por causa de los
ángeles”, v. 10) viene a reforzar estas bases apelando a nuestro buen testimonio, no delante del
mundo, sino de las potestades espirituales de los cielos.
En la segunda sección (vv. 13-15), Pablo desarrolla un cuarto argumento en el ámbito de lo
natural, no de lo espiritual. Aquí Pablo no expone una base teológica, pues ya la concluyó en la
primera sección, sino que presenta a sus lectores una analogía entre el uso de una cobertura o
velo durante nuestra actividad espiritual, y lo que “lo natural” nos muestra en cuanto a una
cobertura natural o cabello sobre nuestras cabezas.
Entre ambas secciones hay un pasaje (vv. 11-12) en el que Pablo combate las falsas ideas de
superioridad de un sexo sobre el otro que se pudieran derivar de un incorrecto entendimiento
de los argumentos primero y segundo (autoridad y gloria) que acaba de dar. Esta falsa
superioridad queda descartada en base al diseño de dependencia entre ambos sexos que Dios
ha querido.
Evidentemente, el lector puede perfectamente hacer otras divisiones similares o diferentes a
esta. No obstante, usaremos esta división porque creemos que es la que mejor se ajusta para la
correcta comprensión de la sucesión de tesis y conclusiones que Pablo expone en este pasaje.
Antes de seguir adelante debemos hacer notar nuevamente que los argumentos que Pablo usa
en su primera sección son de tipo doctrinal, con una fuerte carga teológica, y no de tipo social.
Únicamente podría entenderse una referencia social en el cuarto y último argumento, si
entendemos lo que Pablo llama “la naturaleza” como aquello socialmente aceptado. No
obstante, también caben otras interpretaciones de este término, como veremos en su
momento. En cualquier caso, el hecho de que Pablo no recurra a cuestiones de decencia y
testimonio ante los demás, como por ejemplo sí hace en otros pasajes para defender una
determinada doctrina apostólica (p. ej. Tit. 2:5,8,10), nos debería indicar el camino para
entender e interpretar correctamente este pasaje. Pablo no está diciendo que si el hombre y la
mujer deben llevar su cabeza de una determinada manera, es porque llevarlo de otra manera
fuera escandaloso, sino porque hay fuertes razones teológicas y doctrinales que lo sostienen.
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El argumento del liderazgo (11:3-6)
“Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón
es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (11:3)
Aunque vimos que en el versículo 2 Pablo alaba a los corintios por cumplir diligentemente sus
mandamientos y aunque hubiera bastado su sola autoridad apostólica para imponerles tal
conducta, había cierta confusión respecto a este tema, como lo había con los otros temas
tratados en la epístola, y Pablo prefiere explicarles el porqué de esas instrucciones. Pablo no
quiere que sus lectores ignoren ni la historia del pueblo de Israel (10:1) ni acerca de los dones
espirituales (12:1), pero tampoco las razones que hay detrás de que el hombre tenga la cabeza
descubierta ni de que la mujer la cubra en presencia del Señor.
La primera de esas razones es la que expone en estos cuatro versículos. Hay un orden que Dios
ha establecido y que es el siguiente: Cristo es la cabeza del varón, el varón es la cabeza de la
mujer y Dios es la cabeza de Cristo.
Muchos comentaristas rechazan que el término “cabeza” signifique primacía o autoridad.
Cuando se tradujo el Antiguo Testamento al griego (250 – 150 a.C.), el término para cabeza en
hebreo, “rosh”, se tradujo como “kefalē” si se refería a la cabeza física, o como “arjōn” si se
refería a gobernante o principal. De hecho, sobre un total de 180 veces que aparecía la palabra
“rosh”, se tradujo como “kefalē”, en sólo 17 ocasiones. De estas 17 ocasiones, cinco son
variantes y en otros cuatro había implícita una metáfora entre la cabeza y la cola. En las 8
ocasiones restantes, la palabra “kefalē” sí implicaba el concepto de “rango superior”, pero lo
consideran excepciones y por tanto que no era ese su significado común3. Por ello, proponen
que en su lugar, y basándose en 11:8, donde se dice que la mujer procede del varón, el concepto
de “cabeza” ha de significar más bien “origen” o “fuente”. Además, afirmar que Dios tiene
autoridad sobre Cristo es un concepto herético llamado subordinacionismo y condenado en los
concilios de Nicea (325 d.C.) y de Constantinopla (381 d.C.), pues Cristo tiene todo el poder y
por tanto no está sometido a Dios4. Así, que Dios sea cabeza de Cristo significaría que Cristo
procede del Padre (Jn. 5:43; 7:28; 8:42; 16:28). Sin embargo, creemos que esta explicación no
traduce bien el significado de “cabeza” por las siguientes razones:
1. El significado de “kefalē” como cabeza está muy bien atestiguado por los mejores léxicos del
griego del Nuevo Testamento. Así por ejemplo el de Thayer y el de Bauer (BDAG) coinciden
no sólo en indicar que ese es su primer significado, sino en negar cualquier referencia a
“fuente” u “origen” como otro posible significado. De hecho, el de Bauer niega
explícitamente esa posible traducción. A veces se hace referencia al léxico de Liddell-Scott-
Jones (LSJ) que sí refrenda ese significado. Sin embargo hay que tener en cuenta que (a) ese
léxico no sólo cubre el periodo helenístico o “koiné”, que es en el que se escribió el Nuevo
Testamento, sino también el clásico5; (b) la única referencia que aparece en el LSJ a ese
sentido es el Fragmenta Orphilcorum, que es del s. V a.C (periodo clásico); y (c) que se trata
de un texto incierto y que ha sufrido más de una traducción.
3 Yebra, pp. 108-109. 4 Muñiz, pp. 84-86. 5 El periodo del griego clásico se extendió desde el 900 a.C. (Homero) al 330 a.C. (Alejandro).
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2. El término “cabeza” está muy identificado en la Biblia con la idea de autoridad en pasajes
como Ef. 1:22, donde claramente se utiliza en relación con el señorío de Cristo sobre todo
lo creado: “... y sometió (Dios) todas las cosas bajo sus pies (los de Cristo) y lo dio por Cabeza
sobre todas las cosas a la iglesia”. Del mismo modo, Pablo dice de Cristo que “es la cabeza
de todo principado y potestad” (Col. 2:10), indicando así que Cristo es la autoridad de rango
más alto al que todas las demás autoridades están sujetas. Finalmente, el sentido de
“cabeza” como “fuente” es muy improbable en Ef. 5:23 pues todo el contexto es igualmente
el de sujeción: la Iglesia está sujeta a la autoridad de Cristo (no a la inversa) y la mujer ha de
estarlo a su marido (no a la inversa).
3. Pablo exhorta repetidas veces a la mujer a sujetarse a su marido, por lo cual reconoce en
éste autoridad sobre su mujer (Ef. 5:22; Col. 3:18; Tit. 2:5). Pedro, del mismo modo, las llama
a imitar el ejemplo de Sara, quien llamaba “señor” (gr. “kyrios”) a Abraham (1 P. 3:5-6).
4. Acerca de la traducción Septuaginta o de los LXX del Antiguo Testamento al griego, es normal
que los traductores usaran la palabra “arjōn” para líder de forma más habitual, siendo que
“cabeza” sólo significa líder de forma metafórica.
5. En cambio, deducir que esas ocho ocasiones en que la palabra “kefalē” en la versión griega
del Antiguo Testamento significa “líder” o “gobernante” son excepciones no deja de ser una
suposición y por el contrario demuestra que esa acepción de “cabeza” sí era reconocida y
aceptada en el mundo de habla griega, y no sólo entre los hebreos.
6. Siempre que en los textos griegos antiguos se usaba el término “cabeza” para alguien, aun
si aquel pudiera entenderse también como “fuente”, siempre se aplicaba a alguien con
autoridad. No existe ni un solo caso documentado de alguien a quien se le aplicara el título
de “cabeza” en el sentido de “fuente, sin autoridad”6.
7. El hecho de que Pablo se refiera a Cristo y no a Jesús o al Hijo nos indica que la esfera
espiritual que Pablo tiene en mente es la de la Redención7. Es como Cristo, como Mesías,
que la segunda persona de la Trinidad se humilló y se hizo obediente, sujetándose en todo
momento a la voluntad del Padre. Como Hijo de Dios, Él es eternamente preexistente con el
Padre y disfruta de la gloria y atributos que sólo a Dios corresponden, pero es como Cristo
que se produce el misterio de la piedad, al encarnarse como hombre y hacerse “obediente
hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:5-8). Y es como Cristo que Pablo lo relaciona con
la jerarquía establecida por Dios en otro pasaje de esta misma epístola: “todo es vuestro, y
vosotros de Cristo, y Cristo de Dios” (1 Co. 3:22-23).
8. Finalmente, el subordinacionismo que la Iglesia ha condenado históricamente como
herético es el que supone al Hijo inferior al Padre en esencia y deidad, no en el ejercicio de
sus funciones. Por el contrario, ha afirmado la subordinación voluntaria, tanto del Hijo al
Padre (1 Co. 15:28) como del Espíritu al Hijo y al Padre.
Al intento de asimilar el término “kefalē” con el sentido de “origen”, Carson lo engloba en dos
de sus falacias exegéticas:
6 Grudem, pp. 468-469. 7 Gooding.
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
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1. La obsolescencia semántica. Tratar de asignar a una palabra del texto un significado que
tuvo siglos antes pero que para la época del texto ya no tenía.
2. Apelar a significados desconocidos o improbables. La traducción de “kefalē” como
“fuente” es tan incierta, dado el hecho de basarse en un único texto no muy bien
atestiguado, y siendo que el sentido de “cabeza” encaja normalmente mejor, que
intentar imponer aquel significado basándose en evidencias tan pobres no es la mejor
opción8.
Una vez esclarecido el significado del término “cabeza”, concluimos que Pablo está enseñando
que hay una jerarquía establecida por Dios mismo. Notemos el orden que Pablo usa: antes de
decir que el hombre es cabeza de la mujer, le recuerda que él también tiene una cabeza, Cristo.
En este punto alguien podría preguntar: “De acuerdo, es lógico que Cristo tenga la primacía
sobre el varón, y aún sobre la mujer, puesto que es Dios. ¿Pero por qué la ha de tener el varón
sobre la mujer, si ambos son criaturas hechas a imagen y semejanza de Dios?”. Por eso Pablo
añade un cuarto eslabón en la cadena de autoridad, que es en realidad el primero: Cristo, pese
a ser Dios mismo, no está asimismo sin una cabeza, pues Dios es Su cabeza. Esta jerarquía implica
por tanto un orden, pero en manera alguna inferioridad entre Cristo y Dios o entre hombre y
mujer. La idea de Pablo no es por tanto la de una mujer sometida a un hombre que es
independiente de todo señorío, sino que está sometido a su vez a una cabeza, Cristo9.
La jerarquía es pues que Dios es la primacía de Cristo, quien a su vez es la primacía del varón y
quien asimismo es la primacía sobre la mujer. O recorriendo la cadena a la inversa, la mujer ha
de estar sujeta al varón, del mismo modo que éste ha de estar sujeto a Cristo, quien a su vez
está sujeto a Dios. Esto nos ha de abrir los ojos ante dos grandes verdades:
1. Al varón, que el sentido de su liderazgo sobre la mujer no puede ser diferente al del liderazgo
de Cristo sobre él, es decir, un liderazgo que implica guía, provisión y cuidado (como la
cabeza con el cuerpo) y que presupone la sujeción voluntaria del otro, no su sometimiento
a la fuerza. El mismo Cristo nos señaló en qué consistía este tipo de liderazgo (Lc. 22:24-27).
2. A la mujer, que si la aceptación de esa jerarquía le supuso a Cristo venir a morir en una cruz,
¿es acaso demasiado sacrificio que nosotros la aceptemos también a cambio de llevar un
símbolo sobre la cabeza? Su ejemplo solo debiera bastar para vencer toda resistencia
nuestra a esta enseñanza.
No es que la mujer deba estar sujeta a absolutamente todos los hombres. La Biblia enseña que
la mujer debe estar sujeta su padre en tanto es joven (Ef. 6:1; Col. 3:20), a su marido cuando
está casada (Ef. 5:22; Col. 3:18) y a los ancianos de la congregación (He. 13:17), que según el
apóstol Pablo han de ser igualmente varones (1 Ti. 2:12).
Hay además otra razón por el que el uso del título de Cristo en vez del de Hijo es adecuado:
puesto que es cierto que Dios ha establecido un orden, no es menos cierto que este orden ha
sido alterado por causa del Diablo y de la introducción por su mediación del pecado en el mundo.
Como consecuencia, no sólo el varón se niega a estar bajo la autoridad de Cristo sino que la
8 Carson, pp. 43-44. 9 Alonso, p. 62.
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mujer considera un menosprecio hacia su dignidad el estar sometida al varón. La serpiente no
propuso a Eva ser como el varón, sino directamente ser como Dios. Es algo que la serpiente ya
había intentado y fracasó (Is. 14:14), pero ahora a Eva se le presenta como una posibilidad
atractiva y factible y por eso Eva no consultó en seguida con Adán. Si había de ser como Dios,
¿por qué necesitaba estar bajo la autoridad de nadie a quien consultar?
Sin embargo Dios no iba a permitir que el orden que Él mismo había establecido se derrumbara
por la acción de ninguna criatura suya. Cristo vino a este mundo a deshacer las obras del Diablo
(1 Jn. 3:8) y la confusión de roles entre los sexos no es sino una más de ellas. Él ahora está
sentado como Señor y Cristo a la diestra del Padre hasta la hora de la restauración de todas las
cosas (Hch. 3:21), incluyendo en ellas el orden que Dios había establecido desde la creación.
Pero este orden, como otras tantas cosas, están ya empezando a ser restauradas dentro de su
Iglesia y así debemos nosotros proclamarlo por medio de estos símbolos dados por el apóstol
en nombre del Señor.
“Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su
cabeza.” (11:4)
En consecuencia, puesto que Cristo es la cabeza o autoridad del varón, éste debe llevar su cabeza
física descubierta cuando “ora o profetiza” (v. 4), pues de otra forma afrenta a su cabeza
espiritual, la cual es Cristo. Lo que hace un varón al orar o profetizar con la cabeza descubierta
es proclamar que Cristo es Señor. Lo contrario es negarlo y afrentar a Cristo.
Aún hasta el día de hoy, los judíos varones cubren sus cabezas con la kipá en las sinagogas por
respeto a Dios, simbolizando que Dios está por encima de todos. El significado que le da un
cristiano al gesto de descubrirse, proclamar su fe en el señorío de Cristo, es considerado
blasfemo por los judíos. Pero también piensan lo mismo de la celebración de la mesa del Señor
que realizamos los cristianos en recuerdo de la expiación por nuestros pecados que Cristo llevó
a cabo en la cruz. Todos estos símbolos que encontramos en el capítulo 11 de 1 Corintios nos
hablan de nuestro proclamación a un mundo que no cree en Cristo, de que sólo Él es Señor (vv.
2-16) y de que sólo Él es Salvador (vv. 17-34). No podemos proclamar sólo lo segundo y olvidar
lo primero, pues el mundo ha de saber “que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le
ha hecho Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Es por tanto del todo importante que los varones seamos
diligentes en no cubrir nuestras cabezas al orar o profetizar.
“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta
su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado.” (11:5)
De modo análogo, puesto que el varón es la cabeza o autoridad de la mujer, Pablo nos dice (v.
5) que ésta ha de llevar la cabeza cubierta cuando “ora o profetiza”, pues de otro modo afrenta
a su cabeza espiritual, la cual es el varón (al no reconocer su primacía sobre ella ni querer
sujetarse a él), del mismo modo que al raparse afrenta a su cabeza física. En todo este pasaje el
apóstol usa unas expresiones muy fuertes para indicarnos la seriedad del tema que está
tratando. En tiempos del Antiguo Testamento, descubrir o rapar la cabeza a una mujer era una
señal de vergüenza, como cuando una esposa estaba bajo sospecha de su marido por infidelidad
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(Nm. 5:18) o había sido hecha prisionera tras una acción de guerra (Dt. 21:10-13). En tiempos
de Pablo, a las mujeres adúlteras se les rapaba el cabello10.
El apóstol está diciendo por tanto que la mujer que no se cubre está demostrando tan poco
respeto por su cabeza espiritual (el varón) como una adúltera por su marido. Por ello el apóstol
usa en el versículo siguiente una seria advertencia.
“Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es
vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra.” (11:6)
Sin hacer violencia al texto, podríamos parafrasear este versículo de la siguiente forma: “Si a la
mujer le trae sin cuidado afrentar a su cabeza espiritual, entonces que haga afrenta también a
su cabeza física y que se rape. Y si tiene en gran consideración a su cabeza física y la idea de
raparse le es vergonzosa, entonces que tenga en la misma consideración a su cabeza espiritual
y que se cubra.” Siendo que la mujer ha sido dotada por Dios de un cabello largo y hermoso, el
hecho de raparse ha sido considerado siempre como motivo de afrenta y oprobio. Tras la
liberación de París en la 2ª Guerra Mundial se afeitó la cabeza a las mujeres francesas que habían
tenido relaciones con los invasores alemanes, para su vergüenza y escarnio público11.
Pero Pablo hace una diferenciación clara entre el pelo largo y el velo. No son lo mismo ni tienen
la misma función, por lo que pretender usar el pelo largo como sustituto del velo convertiría
esta frase de Pablo en una perogrullada: “Si la mujer no se deja el cabello largo, que se corte
también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se lo deje
largo”. En realidad, el apóstol está diciendo que aunque la mujer tenga el pelo largo, aun así se
debe cubrir. Y si no, ha de cortárselo (lo que implica que lo lleva largo). Veremos más acerca de
esta confusión entre el uso del velo y el cabello en el versículo 15.
El término usado por Pablo para “cubrir” es “katakalypto” (usado en voz media,
“katakalyptomai”, cubrirse a uno mismo). La preposición “kata” (sobre, hacia abajo) tiene una
función intensiva sobre el verbo “kalypto”, que significa ocultar o cubrir (Mt. 8:24) y se relaciona
con “apokalypto” (revelar algo oculto) y con “apokalypsis” (revelación). Así pues, “katakalypto”
significa literalmente ocultar completamente una cosa (el cabello de la mujer) de la vista de los
demás con algo que se pone encima y que desciende hacia abajo (el velo). Es evidente que no
cumplen este requisito ni las diademas ni las cintas para el pelo, y que así mismo deberíamos
juzgar y discernir si los modernos sombreros y boinas que se usan por imperativos de la moda
en lugar de los tradicionales y “anticuados” velos se adaptan al sentido del texto bíblico.
Notemos una vez finalizado el estudio de este primer argumento, que Pablo no ha usado de
explicaciones de tipo cultural o por causa del testimonio ante los demás ciudadanos corintios.
No ha apelado a las costumbres de su época ni siquiera a posibles usos que se hubieran dado en
el periodo del Antiguo Testamento. Toda su argumentación es profundamente teológica puesto
10 El código de Justiniano ordenaba rapar a la adúltera a quien su marido rehusara recibir tras pasar dos años de los
hechos. En cambio, no hay ninguna evidencia histórica o arqueológica fidedigna de que una mujer rapada identificara
a alguna de las rameras del templo de Afrodita, como algunos afirman. No hay evidencia de tal práctica en Corinto,
aunque sí la hay de Siria. 11 No obstante, el tiempo medio de los verbos indica que es la mujer la que debe cortarse el cabello a sí misma. El apóstol no autoriza que nadie se lo corte contra su voluntad, aun si ella se negara a cubrirse.
10
que las causas que propone para el uso del velo se derivan de la misma Deidad (Dios y Cristo) y
no de los usos sociales de su época y entorno. De lo contrario, los usos indicados por Pablo no
sólo debieran ser practicados al “orar y profetizar”, sino también al salir a la calle o al estar en
público.
Ahora bien, llegados a este punto nos podríamos preguntar de nuevo: “Si tanto el varón como
la mujer están bajo autoridad, ¿por qué al varón se le exige estar descubierto mientras que a la
mujer se le exige lo contrario? ¿A qué se debe esta diferencia? ¿Por qué sólo la mujer ha de llevar
‘señal de autoridad’ sobre su cabeza?”. Esta pregunta es legítima hacérsela y por ello Pablo nos
tiene preparado un segundo argumento que explica esta aparente contradicción. Pero antes de
entrar en la cuestión de la gloria, hagamos un paréntesis para detenernos en un pasaje objeto
de numerosas controversias.
“Toda mujer que ora o profetiza” (11:5)
No han sido pocos los que, al leer esta frase del versículo 5 han concluido que si bien Pablo no
está abiertamente proponiendo que la mujer hable y ore en las reuniones de iglesia, al menos
si está dando a entender que por lo menos era habitual en el siglo I que esto se produjera en las
iglesias. Pero encontramos al menos tres razones por las que este razonamiento nos parece
incorrecto.
La primera razón es que, como ya vimos, Pablo no está hablando en este pasaje de reuniones
de iglesia solamente, sino que da una regla general para el momento en que una hermana ore
o profetice. En cambio, no está definido el contexto en que esta actividad se realiza y que bien
podría ser en el ámbito familiar, o el de un grupo de niños o de mujeres. Tengamos presente
que Pablo no suele tratar dos temas al mismo tiempo y es por eso que por ejemplo en el capítulo
10 menciona la cena del Señor (10:16-17), pero como el tema que está tratando es el de la
conveniencia de comer lo sacrificado a los ídolos, no es sino hasta más adelante (11:17) que
comienza a tratar los abusos que se producían durante la celebración de la mesa del Señor. Del
mismo modo, al no estar tratando Pablo aún los problemas de las reuniones de iglesia, corrige
aquí sólo el tema de la cubierta y pospone el tema del ministerio público de las mujeres para
más adelante, ya en la sección del orden en la iglesia (14:33b-35).
Esta razón es válida aun si aceptáramos que Pablo está hablando de un contexto de reuniones
de iglesia (como algunos autores sostienen), pues Pablo estaría aquí simplemente exponiendo
un error (tener la cabeza descubierta) sin que esté aprobando el otro (hablar en una reunión de
iglesia). En palabras de Calvino: “Se puede responder que el Apóstol, al condenar una cosa, no
está alabando la otra”12. Pablo estaría aquí pues tratando un error únicamente (la cabeza
descubierta) y el otro lo trataría cuando aborde el asunto del orden en las reuniones de iglesia.
La segunda razón por la que descartamos que Pablo esté autorizando que la mujer predique u
ore en la congregación, es que es peligroso deducir conclusiones partiendo de aquello que no
está explícitamente indicado en la Palabra de Dios. Si así hiciéramos, podríamos sacar
conclusiones erróneas de muchos pasajes donde pudiera parecernos que el autor sagrado, por
la guía del Espíritu, está sugiriendo una idea o conducta que está en abierta contradicción con
12 Calvino, p. 231. También Ryrie en su Ryrie’s Bible, p. 1634 (cit. por Alonso, p. 76).
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
11
otras partes de la Escritura. Si tomáramos aisladamente 1 Corintios 15:29, podríamos deducir
de modo similar que, si bien Pablo no está diciéndonos explícitamente que debamos bautizarnos
por los muertos, al menos sí parece indicar que ésta fuera una conducta practicada en algunas
iglesias del siglo I, con lo que implícitamente pareciera darle su consentimiento. Esto
evidentemente no es así. Por ello, conviene recordar lo que Pablo nos dice en esta misma
epístola: “Para que en nosotros aprendáis a no pensar más de lo que está escrito” (1 Co. 4:6). Si
obramos de otro modo, podemos deducir cosas que sólo están en nuestra imaginación y caer
de esta forma en el error, como muchos han hecho en la Historia al querer ir más allá de lo que
está escrito. Orígenes (s. III d.C.) dedujo que puesto que Dios había pagado un rescate por
nosotros, este rescate tuvo que ser pagado a Satanás, lo que en ninguna parte de la Escritura
aparece refrendado. Las cosas secretas pertenecen al Señor, pero aquellas que han sido
reveladas nos pertenecen a nosotros, y es en ellas que debemos meditar y extraer conclusiones
para andar en Sus caminos (Dt. 29:29).
Por tanto, consideramos que deducir de esta simple frase el que el apóstol esté dando su
aprobación a tales prácticas con su simple mención es ir más allá de lo que está escrito, puesto
que ni Pablo (ni ningún otro apóstol) indica de forma explícita que la mujer puede participar de
forma audible en el ministerio de la Palabra en la congregación.
Sin embargo, alguien podría argüir: “El hecho de que ningún apóstol sancione tal ministerio de
forma explícita no significa que lo esté rechazando. De hecho, Pablo en este versículo tampoco
niega explícitamente que la mujer pueda orar o profetizar en las congregaciones”. A esto
respondemos que es cierto que Pablo no niega explícitamente en este pasaje que la mujer pueda
orar o profetizar en las reuniones, y si fuera esta la única vez que se menciona este tema en la
Escritura podría quedarnos esa duda razonable. Pero el hecho es que hay otros pasajes en los
que explícitamente se niega tal ministerio a la mujer en la congregación. Una regla fundamental
de la exégesis es que un pasaje oscuro ha de interpretarse a la luz de uno claro, no a la inversa.
Y con esto llegamos a la tercera de nuestras razones: siempre ha de tener preminencia un
mandamiento explícito de la Palabra sobre una deducción nuestra a partir de un pasaje
ambiguo, poco claro o muy oscuro.
Si en esta misma epístola leemos el capítulo 8, vemos que la única razón que Pablo da para no
comer en un lugar de ídolos es que podría verle a quien así hiciera algún hermano más débil en
la fe y de este modo su débil conciencia resultaría herida (1 Co. 8:10). Podríamos concluir
entonces que si no hay posibilidad de herir a ningún hermano, se puede participar de lo
sacrificado en un lugar de ídolos. Este razonamiento podría ser plausible o simplemente caer en
el error de pensar más allá de lo que está escrito, pero el hecho es que las dudas se nos despejan
dos capítulos después, donde Pablo afirma enfáticamente que comer en un lugar de ídolos es
participar de la mesa de los demonios. Hay por tanto un mandamiento que prohíbe
explícitamente aquello que apenas dos capítulos atrás deducíamos como factible: “No podéis
participar” (10:20s).
En el caso concreto del ministerio cultual de la mujer, Pablo prohíbe que predique o hable de
forma audible al tratar el orden en los cultos de iglesia, unos capítulos después del pasaje que
estamos tratando: “Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en la
congregación, porque no les es permitido hablar.” (14:33s). Nuevamente, como en el caso de lo
12
sacrificado a los ídolos, creemos que un mandamiento explícito de un apóstol tiene más peso
que la más razonada de nuestras deducciones sobre un pasaje ambiguo.
El argumento de la gloria (11:7-9)
“Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de
Dios; pero la mujer es gloria del varón.” (11:7)
Llegamos ahora al segundo argumento de la primera sección. Notemos primero que la
estructura de este pasaje (vv. 7-9) y la del siguiente (vv. 10-12) es paralela. Se comienza en
ambos pasajes con una referencia a la cobertura de la cabeza, primero a la del varón (v. 7) y
luego a la de la mujer (v. 10), y a continuación hay dos versículos (vv. 8-9 y vv. 11-12) acerca de
las relaciones hombre-mujer.
Pablo comienza diciendo “porque”, con lo que nos indica que va a proceder a explicar algo que
había podido quedar confuso en el apartado anterior. En este caso es la cuestión de por qué el
hombre debe tener la cabeza descubierta al orar o profetizar, mientras que la mujer la debe
llevar cubierta. Pablo dice que esto ha de ser así “porque” hay una razón para ello. Y esta razón
es que la mujer es gloria del varón, así como éste es gloria de Dios.
En este segundo argumento el apóstol invierte el sentido en que recorre los eslabones de la
cadena del orden establecido por Dios. Así, si en el primer argumento el sentido era Dios (cabeza
de) – Cristo (cabeza de) – el varón (cabeza de) – la mujer, en este segundo argumento el sentido
es el inverso: la mujer (gloria de) – el varón (gloria de) – Dios.
Para Pablo, el varón ha de llevar la cabeza descubierta al orar o profetizar puesto que él es la
gloria de Dios. Cubrirse la cabeza, aunque pudiera indicar en principio que el varón está
efectivamente bajo la autoridad de Cristo, lo que hace en realidad es velar o cubrir la gloria de
Dios. Para evitar esto y que la gloria de Dios (o sea, el varón) quede siempre al descubierto es
que Pablo manda que “el varón no debe cubrirse la cabeza”. Del modo inverso, si la mujer es la
gloria del varón, ésta debe llevar un velo a fin de ocultar la gloria del varón (ella misma). Obrando
así, el mensaje que transmitimos es que lo único que ha de quedar visible a los que nos ven
cuando oramos o predicamos el Evangelio es la gloria de Dios y no la nuestra propia.
Pablo no niega que la mujer haya sido creada, como el varón, a imagen y semejanza de Dios (Gn.
1:26s; 5:1s; Stg. 3:9). El foco en este pasaje es el de la gloria, no el de la imagen. Tanto el hombre
como la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios, pero aquí Pablo sólo lo dice del
varón y en particular, sólo menciona la imagen, no la semejanza. Imagen no es lo mismo que
semejanza. La semejanza indica similitud, mientras que imagen es representación, se sea
semejante o no. Del Señor Jesucristo nunca se dice que sea semejante a Dios, pues es Dios. En
cambio sí se dice que fue hecho semejante a nosotros (Ro. 8:3; Fil. 2:7; He. 2:17) y que es Él “la
imagen del Dios invisible” (Col. 1:15). Por otro lado, la gloria es la manifestación externa y visible
de una naturaleza interna, como la rosa es la gloria del rosal o los rayos de luz lo son del sol. Así,
Cristo es el resplandor de la gloria de Dios (He. 1:3). Es en este sentido de representación y
manifestación que Pablo dice que el varón “es imagen y gloria de Dios” y que “la mujer es gloria
del varón”. La mujer no representa al varón (no es su imagen), pero sí manifiesta su naturaleza.
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
13
¿Qué razones llevan al apóstol a afirmar estas relaciones de gloria entre Dios, el varón y la
mujer? Notemos que el apóstol no dice que el varón sea la gloria de Cristo, sino de Dios. Esto es
porque en este segundo argumento ya no estamos en la esfera de la Redención sino en una
nueva esfera, la de la Creación. Pablo coge el relato de la creación del hombre y encuentra en él
dos razones que le llevan a afirmar que el hombre es gloria de Dios y que la mujer es gloria del
hombre. Estas dos razones son expuestas en los versículos 8 y 9 y las pasamos a estudiar a
continuación.
“Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón” (11:8)
Pablo nos lleva en su argumentación al relato de la Creación que encontramos en Génesis 2, en
el cual Dios crea al varón y a la mujer. Ciertamente, el relato bíblico de la creación de ambos no
comienza en Génesis 2, sino en Génesis 1:26, donde tenemos el privilegio de conocer las
deliberaciones íntimas en el consejo de la Trinidad. Dios decide crear al hombre, varón y mujer,
a su imagen y semejanza. A ambos les dio el encargo de fructificar y multiplicarse, llenar la tierra
y sojuzgarla. Ambos debían señorear en toda cosa creada en el mar, los cielos y la tierra.
Pero el capítulo 2 aporta varios matices al entrar en el detalle de cómo ocurrió la creación de
ambos sexos y en cómo se relacionó Dios con ambos. Dios crea al hombre primero, no a partir
de una mujer o de algún otro ser viviente, sino que lo formó con sus propias manos del polvo de
la tierra como un alfarero. Así, el varón tiene su origen directamente en Dios mismo y es a él a
quien Dios se dirige para darle instrucciones, como no comer del árbol de la ciencia del bien y
del mal. Es a Adán también a quien trae los animales para que les ponga nombre, como
expresión de su autoridad sobre ellos. Por el mismo motivo Adán le pondrá nombre a Eva, no
Dios, ni tampoco al revés, Eva a Adán (Gn. 2:23; 3:20). Cuando se produce la caída (Gn. 3), a
quien llama Dios a rendir cuentas no es a Eva, ni siquiera a ambos, sino únicamente a Adán, pues
era a él a quien Dios le había dado el mandamiento de no comer y a quien ahora le pedía
responsabilidades por su actuación y por la de su mujer, sobre la que él tenía responsabilidad.
Todo esto nos indica que Dios había puesto al varón como su representante o virrey en la tierra.
Pablo nos dice que el hombre Adán era gloria de Dios y no sólo su imagen. Adán fue creado
primero por Dios mismo y por tanto el primer hombre no vino de una mujer, como sí han venido
todos los demás a partir de él. En cambio, la mujer fue creada después del varón y a partir de su
propio ser.
El hecho de que Eva fuese creada después nos lo indica también la palabra hebrea usada por
Moisés para indicar que fue “hecha”. El verbo hebreo para “crear” es “bará”. Como el concepto
de “crear de la nada” es difícil de captar, y más para las mentes prácticas y poco dadas a la
especulación de los hebreos, Moisés utiliza otro verbo como sinónimo: “asah” (“hacer”). Este es
el verbo que se usa para narrar el segundo día (la expansión. 1:7) y el cuarto día (las lumbreras,
Gn. 1:16). Su significado es sinónimo al de “bará”, crear de la nada, y en muchos pasajes se usan
combinados (1:26, 27; 2:4; Is. 45:7). Sin embargo, en el caso de Eva, Moisés no usa ni “bará” ni
“asah”, puesto que Eva no fue creada de la nada, sino “baná”, cuyo significado principal es el de
construir, tal y como se aplicaría por ejemplo a un albañil; es decir, dar forma a algo a partir de
materiales ya existentes. En este caso, el material ya existente era Adán, pues de una de sus
costillas hizo Dios a la mujer.
14
Que el hombre haya sido el origen o “fuente” de la mujer no debe ser usado aquí para dotarle
de un significado erróneo al término “cabeza”, como ya vimos en 11:3. Una cosa es decir que el
hombre sea origen de la mujer y otra que el marido lo sea de su esposa (Ef. 5:23). Por otro lado,
como ya vimos, el argumento en esta sección es el de la gloria, no el de la autoridad y por eso
Pablo no menciona la palabra “cabeza” (que está en otro contexto, el de la autoridad). La mujer
procede del varón y eso la convierte en su gloria, pero también es cierto que el hombre es hecho
por Dios cabeza de la mujer porque fue creado antes que ella (1 Ti. 2:12s).
Por tanto, “Adán fue formado primero, después Eva” (1 Ti. 2:13). Esta es la primera razón que el
apóstol da para afirmar que el varón es la gloria de Dios y la mujer la gloria del varón: el varón
fue formado primero para ser la gloria de Dios como virrey en la Creación, siendo formada la
mujer después como gloria del varón, pues sería su ayuda idónea en la tarea compartida de
gobernar la Creación. La segunda razón la encontramos en el versículo siguiente.
“Y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por
causa del varón.” (11:9)
La segunda razón que Pablo da por la que la mujer es la gloria del varón, es que éste no fue
creado por causa de la mujer, sino que ésta lo fue por causa de aquel. El relato de Génesis 2 nos
dice que Dios consideró que no era bueno que el hombre estuviera solo, pero que no se halló
ayuda idónea entre los animales que Dios llevó a Adán para que éste les pusiera nombre. Por
tanto infundió un sueño profundo sobre Adán; y mientras dormía, Dios extrajo una costilla de
su costado a partir de la cual “hizo una mujer, y la trajo al hombre”. Así, Dios le dio al varón una
ayuda idónea para la tarea que le había encomendado, formando a partir de su costilla a la
primera mujer de la historia, Varona (Gn. 2:23), a quien después Adán llamaría Eva, “madre de
todos los vivientes” (Gn. 3:20).
En consecuencia, no sólo la mujer fue formada después que Adán, sino también debido a que
éste necesitaba una ayuda idónea que no se hallaba en ninguna de las otras criaturas hechas
por Dios. Y así, del mismo modo que Adán es considerado gloria de Dios al ser creado para
servirle en la tierra, la mujer es considerada gloria del varón al haber sido creada para ayudarle.
Que la mujer haya sido formada después y para ser ayuda del hombre no anula el hecho de que
Dios bendijese a ambos y les diese el mismo cometido de fructificar, multiplicarse, llenar la tierra
y sojuzgarla, y señorear sobre toda criatura (Gn. 1:27s). Pero tampoco esta comisión anula el
plan y el rol de Dios para cada uno de los dos sexos. En general, los feministas evangélicos parten
de la premisa de que la división de funciones entre hombre y la mujer surge de la Caída (Gn.
3:16), pero Pablo no parte en su argumentación acerca de la diferencia de roles entre hombre y
mujer de la Caída, sino de la Creación. Las diferencias entre sus funciones son parte del orden
creado por Dios y por tanto no son anuladas con la Redención de Cristo, sino restauradas a como
Dios las diseñó originalmente, no a como el pecado las pervirtió después de la Caída.
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
15
El argumento del testimonio ante los ángeles (11:10)
“Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por
causa de los ángeles.” (11:10)
SI Pablo, en el versículo 7 ha enseñado que el varón no debe cubrirse la cabeza por ser él la gloria
de Dios, ahora se centra en la mujer y en por qué ella sí debe cubrirse y mostrar que está bajo
autoridad, siendo que ambos (varón y mujer) lo están.
Este texto es problemático porque Pablo dice literalmente: “Por esto la mujer debe tener
autoridad sobre su cabeza por causa de los ángeles”. La palabra “señal” no aparece en el original
griego, sino que es algo añadido por los traductores. Tradicionalmente, esta frase paulina se ha
considerado una metonimia, una figura por la cual se designa una cosa con el nombre de otra
debido a una relación existente entre ambas. Decimos que estamos leyendo a Cervantes cuando
lo que queremos decir es que estamos leyendo un libro escrito por Cervantes. Así, Pablo habría
dicho “autoridad” (gr. “exousía”) como metonimia de “señal de autoridad”. Pero si el versículo
lo entendemos en un sentido literal, obviando la metonimia, resultaría que Pablo estaría
afirmando que la mujer ha de tener autoridad ella misma sobre su propia cabeza, sin aceptar
imposiciones de otros. Esto es usado por los comentaristas de orientación feminista e igualitaria
para defender que la mujer tiene libertad para orar, profetizar y para cubrirse o no, y que no
está bajo el varón pues ella misma tiene autoridad. No sólo que el término “cabeza” no significa
autoridad, sino que la única vez que aparece esa palabra es para referirse a la de la mujer13. Así
pues, Pablo estaría anunciando la autoridad de la mujer, y no su sumisión. ¿Es pues un caso de
metonimia o no? Thomas R. Schreiner afirma que sí por las siguientes razones14:
1. Como ya hemos apuntado antes, los vv. 7 y 10 son paralelos (como lo son el 8 y el 9 con
el 11 y el 12). Así, un hombre no debe cubrirse (v. 7) pero una mujer sí (v. 10). El “por lo
cual” con que comienza el versículo se refiere a los vv. 8-9 anteriores, que muestran por
qué una mujer ha de cubrirse o llevar “señal de autoridad” sobre su cabeza.
2. El uso del verbo “deben” (gr. “ofeílei”) indica que lo que sigue es un mandamiento de
Pablo para las mujeres. No se trata pues de libertad, sino de obligación.
3. Todo el curso del desarrollo de Pablo es acerca de la autoridad del hombre sobre la
mujer y la necesidad de que esta cubra su cabeza física. Hablar de la autoridad de la
mujer sería contradictorio con todo lo anterior. En cambio, todo el curso del
pensamiento paulino lleva a ver aquí una referencia a la cobertura de la cabeza.
4. En los vv. 11-12 Pablo advierte en contra de confundir la primacía masculina sobre la
mujer para no malinterpretarla como inferioridad de ésta para con el hombre. Pablo
comienza diciendo “Pero”, lo cual indica un cambio de argumentación, que no sería
necesario si ya hubiese afirmado la igualdad en términos de autoridad del hombre y la
mujer en este versículo 10.
5. Aun si entendiésemos “autoridad” y no “señal de autoridad”, se refiere por el contexto
a la autoridad del hombre sobre la mujer.
13 Muñiz Aguilar, pp. 89-90. 14 Grudem, pp. 126-127.
16
Por todas estas razones creemos que la forma más correcta de entender esta frase es que Pablo
está diciendo que la mujer debe llevar una cobertura sobre su cabeza como un símbolo de la
autoridad del varón sobre ella. Tener autoridad sobre la cabeza significa, de hecho, llevar el
símbolo de la misma mediante una cubierta o velo. “Por lo cual”, es decir, por todo esto que el
apóstol ha venido explicando (que el varón es cabeza de la mujer, y que ésta es la gloria del
varón) es que “la mujer ha de tener señal de autoridad sobre su cabeza” mientras que el varón
no (pues de hacerlo estaría afrentando su cabeza y cubriendo la gloria de Dios). Llegados aquí,
el apóstol da una razón adicional: no sólo la mujer ha de cubrirse por estar bajo autoridad y ser
gloria del varón, sino que además lo ha de hacer “por causa de los ángeles”.
¿A qué ángeles se refiere aquí el apóstol? Una posible explicación propuesta es que esos ángeles
eran obreros itinerantes, que podrían llegar a la iglesia de Corinto y escandalizarse o sentirse
turbados al ver a las mujeres con el cabello a la vista y sin cubrir. Algunos han descartado esta
explicación porque entienden que sería lo mismo que considerar a los obreros itinerantes de la
época de Pablo como cristianos inmaduros, capaces de turbarse con la simple visión del cabello
femenino. Sin embargo, es posible que de ser este el sentido de la expresión, Pablo se refiera al
escándalo que supondría para estos obreros el ver a las mujeres expresar su rebeldía
despreciando un mandamiento apostólico y una práctica común en las demás iglesias.
Sin embargo, la explicación más plausible es que el apóstol se refiera a los seres espirituales
creados por Dios para servirle en los cielos. Sabemos por otros pasajes que los ángeles son
testigos de la obra de Dios en la tierra por medio de su Iglesia, de la cual aprenden y mediante
la cual son enseñados por Dios (1 Co. 4:9; Ef. 3:10; 1 Ti. 5:21; 1 P. 1:12). ¿Pero por qué las mujeres
habrían de cubrirse por causa de ellos? Una primera hipótesis pudiera ser que para evitar que
estos ángeles se enamoraran de las mujeres al ver la hermosura de su cabello (cp. Gn. 6:1s).
Según una vieja leyenda judía, aquellos ángeles antediluvianos se quedaron prendados del
hermoso cabello largo de las hijas de Set. ¿Sería esta la razón por la que Pablo les ordena
cubrirse? Y de ser esto así, ¿por qué Pablo no pide a las mujeres que se cubran siempre, y no
sólo al orar o profetizar?
Una explicación mejor la hallamos si reparamos en el hecho de que los dos argumentos
anteriores giran en torno a la idea de orden. En el primer argumento se trata de un orden
jerárquico establecido por Dios y que Cristo ha venido a restaurar. En el segundo argumento,
Pablo expone que la mujer es la gloria del varón puesto que fue formada después y por causa
de él, no a la inversa. Hay por tanto un orden jerárquico establecido por Dios, y un orden
cronológico en que se produjo la creación de ambos sexos, que se puede entender como
derivado del anterior.
Dios es un Dios de orden, pero Satanás intentó trastocar ese orden al pretender ser semejante
a Él (Is. 14:12-20; Ez. 28:11-19). Muchos otros ángeles le siguieron en su rebelión contra el orden
impuesto por Dios y fueron arrojados del cielo (Ap. 12:4). Al fracasar en su intento, Satanás entró
en este mundo para trastocar nuevamente ese orden, ofreciendo a la mujer ser “como Dios”.
Ésta fue engañada y comió del fruto del árbol prohibido, dando a comer luego a Adán. De esta
forma, el pecado y con él la muerte entraron en el mundo, alterando el orden que Dios había
establecido. Del sometimiento voluntario de la mujer al varón y del amor sacrificado de éste
hacia la mujer, se pasaría a la guerra de sexos que tenemos desde entonces, por la que el hombre
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
17
trata de someter a la mujer por la fuerza, y no como Cristo lo hace con la Iglesia, por medio del
amor y del auto-sacrificio; y la mujer trataría desde entonces de quitarse de encima la autoridad
del varón, no ya sólo poniéndose a su nivel sino tratando incluso de enseñorearse de él (ese
parece ser el significado más probable de la expresión “tu deseo será para tu marido”. Cp. Gn.
3:16 con 4:7).
Pero como ya hemos visto, Dios no iba a permitir que Satanás trastocara sus planes de forma
definitiva, así que envió a Cristo para comenzar la restauración de todas las cosas. Pero además,
era importante mostrar a los ángeles que el plan de Satanás había fracasado completamente y
que en ese núcleo del Reino de los Cielos que es la Iglesia en la tierra hay hombres y mujeres
deseosos de mostrarles que se someten gustosa y nuevamente al orden que Dios estableció
desde el principio. Esto es algo que los ángeles observan y de lo cual están aprendiendo. De ahí
que Pablo sostenga que “la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de
los ángeles”. Notemos que no dice “por causa de los hombres”, sean estos padres, maridos,
ancianos o extraños. Si la mujer se cubre, no es para agradar al hombre, sino para agradar a Dios
y servir de testimonio suyo a los ángeles.
Notemos que los ángeles a los que hace mención el apóstol no se rebelaron ni conocen la
insubordinación. Si los mismos serafines no dudan en cubrirse ellos mismos sus rostros en
presencia de Dios (Is. 6:2), debe resultarles del todo punto inverosímil que la mujer se pueda
negar a hacerlo con su cabeza cuando se reúne con la iglesia para alabar a Dios.
Excursus: ¿Autoridad implica superioridad? (11:11-12)
“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón;
porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la
mujer; pero todo procede de Dios.” (11:11-12)
Pablo ha terminado en el versículo anterior la explicación teológica de aquellas instrucciones
que había entregado a los corintios, y que ellos tan encomiablemente habían retenido. Aún dirá
un cuarto y último argumento a favor de estas instrucciones, pero antes hace un paréntesis para
aclarar ciertas cuestiones o malentendidos que pudieran surgir de su disertación anterior.
En efecto, tan peligroso pudiera ser que la mujer no quisiera respetar el liderazgo del varón,
como que éste malentendiera ese liderazgo y se considerara superior a la mujer,
menospreciándola y considerándola como una persona de segunda categoría, sin derechos ni
posibilidad de manifestarse, como lamentablemente tantas veces ha ocurrido a lo largo de la
Historia, y como en particular ocurría en los tiempos de Pablo. Y esto era algo que algunos
podrían malinterpretar de la argumentación del apóstol, a pesar de haber ya indicado que el
sometimiento voluntario no es sinónimo de inferioridad, pues Cristo mismo está sometido a
Dios sin ser inferior en absoluto a Él. La expresión “en el Señor” trae a la mente una frase similar,
aunque en otro contexto: “no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”
(Gá. 3:28).
En este sentido, el mensaje de Pablo rompe una lanza en favor de la dignidad de la mujer, como
alguien creado al igual que el varón a imagen y semejanza de Dios. La argumentación de Pablo
es aquí, al igual que en todo el pasaje considerado, concisa y a la vez contundente: es impensable
18
que el hombre pueda considerarse superior a la mujer, pues sin ella él no habría podido siquiera
nacer. La voluntad de Dios quiso que el primer varón fuera obra directa de sus manos,
formándolo del polvo de la tierra y soplando en su nariz aliento de vida; pero a partir de
entonces, todos los varones (y por supuesto, las mujeres) han nacido de mujer, empezando por
Caín y Abel, hijos de Eva, y siguiendo por el mismo Cristo, hijo de María.
Todo esto es designio del mismo Dios, quien en su multiforme sabiduría ha querido que entre
ambos sexos hubiera no sólo una dependencia mutua en lo emocional y espiritual (la mujer
sometida voluntariamente al varón, reconociendo su liderazgo; y el varón volcado en amor con
la mujer, no mirando ya por su propio bien, sino por el de su esposa, amándola y estando
dispuesto a dar su vida por ella), sino también una dependencia mutua en lo físico y natural, por
la que el uno no puede existir sin el otro. Por tanto, cualquier sentimiento de superioridad del
hombre sobre la mujer no sólo daña la convivencia pacífica, sino que ignora el propio diseño de
Dios en nuestra creación y carece de todo sentido.
Dicho esto, no podemos sacar estos dos versículos de su contexto y usarlos junto con Gá. 3:28
para afirmar que Cristo ha eliminado toda distinción en las funciones de hombres y mujeres.
Hacer esto es contradecir todo lo que Pablo ha venido diciendo hasta ahora. En el pensamiento
del apóstol no hay contradicción entre que hombre y mujer sean iguales en dignidad ante Dios
y que ambos tengan papeles distintos dentro del orden designado por Él. En los vv. 3-10, Pablo
enseña que hay una distinción de funciones y roles entre ambos sexos; en los vv. 11-12 Pablo
enseña que no por ello la mujer es inferior o menos importante. Debemos coger todo el conjunto
como una unidad, sin prescindir de ninguna de las dos verdades si no queremos caer en los
errores de ambos extremos (machismo y feminismo).
El argumento de la naturaleza (11:13-15)
“Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse
la cabeza?” (11:13)
Después de toda la argumentación doctrinal del apóstol Pablo, los lectores de la carta bien
pudieran pensar: “De acuerdo Pablo; hay una base doctrinal para lo que nos enseñas, pero nos
sigue pareciendo algo extraño el por qué precisamente hay que usar un velo para cubrir la cabeza
de las mujeres, y no cualquier otro símbolo que pueda denotar del mismo modo sumisión y
orden”.
La cuestión del símbolo es algo que se ha discutido en infinidad de ocasiones. Pudiera ser, se
dice, que en tiempos de Pablo la gente entendiera qué simbolizaba el hecho de que una mujer
llevara su cabeza cubierta por un velo, puesto que sería algo cotidiano en las mujeres de su
época. Pero hay que reconocer que dos mil años después, salvo en ciertas regiones del mundo,
es raro encontrar mujeres que se cubran la cabeza durante sus quehaceres cotidianos. A la gente
de hoy en día le extraña que las mujeres se cubran la cabeza. El velo es un símbolo que bien ha
podido perder el significado que pudo tener en sus momentos. ¿No sería mejor sustituirlo por
otro símbolo más conveniente hoy en día? Y abundando más, ¿por qué sería necesario hoy en
día llevar ningún símbolo? ¿No bastaría con que el hombre reconozca que la mujer es su gloria
y que la mujer reconozca que el hombre es su cabeza? ¿No es mejor un corazón sometido a la
voluntad y el orden de Dios, que un símbolo externo que pueda esconder un corazón apartado
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
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de Dios, y sólo pendiente de simbolismos externos y carentes de sentido? A fin de cuentas,
“Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón” (1 S. 16:7).
En primer lugar, debemos decir que si el velo tiene algún sentido es porque Dios mismo, por
medio de sus apóstoles, ha querido que lo tenga. A nosotros no nos corresponde decidir cuál es
el simbolismo de la cubierta, puesto que Dios ya se lo ha dado. Otros símbolos instituidos por el
mismo Señor podrían parecernos sin sentido, y de hecho al mundo inconverso así se lo parece,
si no fuera porque Dios ha querido que tuvieran un significado doctrinal muy profundo. No nos
corresponde a nosotros decidir si bautizar con agua, o participar de la cena con pan y vino
carecen de sentido en tanto que son símbolos, sino simplemente acatarlos porque Dios así los
ha instituido. Si Él quiso que el pan simbolizara la comunión del cuerpo de Cristo (1 Co 10:16),
¿qué clase de discípulos fieles seríamos si decidiéramos sustituir esa verdad por otro símbolo
distinto?
En segundo lugar, la práctica que Pablo indica en este pasaje es una expresión exterior de una
actitud de sujeción interior. Es cierto que usar estos símbolos sin un verdadero reconocimiento
del orden divino enseñado por el apóstol tiene poca utilidad. Ni el uso del símbolo indica
necesariamente espiritualidad, ni su ausencia demuestra probada carnalidad. Pero no es cierto
que un corazón sometido a la voluntad de Dios sea suficiente para ignorar los usos y símbolos
que Dios ha instituido en Su Iglesia. No sólo es necesario creer en el Hijo de Dios para ser su
discípulo. También hay que confesarlo públicamente pasando por las aguas del bautismo,
“porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro.
10:10). No se puede decidir hacer sólo ciertas cosas, prescindiendo de hacer las demás que Dios
mismo ha estipulado en Su palabra. En palabras del mismo Jesús, “esto os era necesario hacer,
sin dejar aquello” (Lc. 11:42). Es más, suele ocurrir precisamente lo contrario: que un corazón
sometido ciertamente a hacer la voluntad de Dios no ponga reparos a los pequeños sacrificios
que Dios le pueda exigir, como el bautismo o el velo, mientras que lo contrario sí puede
manifestar un corazón más pendiente de buscar su propio agrado que el del Señor. Es en estos
pequeños detalles donde se prueba el estado de nuestro corazón y nuestra fidelidad a la Palabra.
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto,
también en lo más es injusto” (Lc 16:10). Nosotros más bien hemos de procurar ser fieles aún en
lo poco, pues eso agrada al Señor, aunque a nosotros nos resulten ahora en pequeñas molestias,
que no obstante serán recompensadas con creces cuando Él venga a saldar cuentas con nosotros
(cp. Mt. 25:21). Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).
En esta sección, Pablo quiere dejar claro a sus lectores que el hecho de usar un velo no es un
capricho, como si se pudiera haber usado cualquier otro símbolo, sino que hay una lógica natural
que indica que Dios así lo ha querido desde el principio.
Pablo comienza exhortando a sus lectores a usar su propio discernimiento: “juzgad vosotros
mismos”. Esta expresión se repite en otras ocasiones en esta carta (10:15) y no es casual. La
carta comienza criticando a los corintios porque estaban tan obnubilados con la sabiduría del
mundo que habían olvidado la sabiduría auténtica de Dios, que no es otra que Jesucristo mismo
(1:24,30). Los corintios se consideraban así mismos sabios, pese a no serlo ni siquiera conforme
a los criterios de este mundo (1:26), y por eso Pablo les recomienda que se hagan ignorantes
20
para llegar a ser verdaderamente sabios (3:18). Pero pese a que se consideraban sabios según
su propio criterio, demostraban no serlo en realidad al producirse paradojas como que nadie
era considerado lo suficientemente sabio por los demás como para juzgar entre ellos (6:5). Pablo
les pone el dedo en la llaga mostrándoles su verdadera ignorancia con frases como “¿No
sabéis…?” (3:16; 5:6; 6:2-3,9,15-16; 9:13,24). Aquí les exhorta nuevamente a que ejerciten su
buen juicio espiritual, que tenían oxidado por la falta de uso.
La cuestión a juzgar es si consideran conveniente que una mujer pueda orar a Dios sin cubrirse
la cabeza. Quizá a nosotros hoy en día tal situación no nos parezca tan chocante, si obviamos la
argumentación anterior de Pablo. Pero quizá podremos entender mejor la cuestión si invertimos
sus términos: “¿Es propio que el hombre ore (o predique) con la cabeza cubierta?” Sin duda a
todos nosotros hoy en día nos chocaría que alguien se subiera al púlpito a predicar con un
sombrero en la cabeza. Esto debía de ser igual de chocante para los corintios respecto de una
mujer con la cabeza descubierta. Y lo que Pablo quiere hacernos ver es que esto no es por
casualidad. Que el apóstol nos haya enseñado que es necesario que el varón ore o profetice con
su cabeza descubierta, y que la mujer haga lo mismo pero con la suya cubierta, no debiera
extrañarnos porque la naturaleza misma así nos lo enseña.
“La naturaleza misma ¿no os enseña que al varón le es deshonroso dejarse
crecer el cabello? Por el contrario, a la mujer dejarse crecer el cabello le
es honroso; porque en lugar de velo le es dado el cabello.” (11:14-15)
Con el uso del término “naturaleza” (gr. “fysis”), Pablo nos muestra que este cuarto argumento
no es de tipo doctrinal o espiritual, sino natural y físico. Se trata de un argumento por analogía:
lo que es coherente en el ámbito espiritual, y que Pablo ha desarrollado en la primera sección,
también lo es en el ámbito natural. Pablo apela a la naturaleza, y no a modas pasajeras. Y lo que
la naturaleza nos enseña es “que al varón le es deshonroso dejarse crecer el cabello” (y de este
modo cubrir su cabeza física con su pelo natural), mientras que a la mujer, a la inversa, “dejarse
crecer el cabello (y de este modo cubrir su cabeza física con su pelo natural) le es honroso, porque
en lugar de velo le es dado el cabello” (11:15).
¿Qué debemos entender por el término traducido en nuestras versiones como “naturaleza”? Se
han propuesto dos interpretaciones. Si por naturaleza entendemos la forma en que funciona la
creación natural de Dios, conforme al orden que Él ha establecido (cp. Ro. 1:26), deberíamos
concluir que efectivamente, el pelo del hombre no está diseñado por Dios para crecer tanto
como el de la mujer, y que aun si crece, es de por sí más frágil y quebradizo que el de ella. Al
mismo tiempo, con la madurez, el hombre tiende a perder el cabello más fácilmente que la
mujer. Por tanto, lo que la naturaleza nos estaría enseñando es que el pelo del hombre no está
hecho para ser llevado largo ni para cubrirle permanentemente, mientras que el de la mujer sí.
Si en cambio por naturaleza entendemos “lo natural”, es decir, aquellas convenciones sociales
que nos hacen distinguir entre aquello socialmente aceptado o natural y aquello que no lo es
(cp. Ro. 2:14), entonces deberíamos entender el pasaje como que Pablo nos está diciendo (como
así ocurría en las culturas greco-romana y judía) que al hombre le es socialmente aceptado el
llevar el pelo corto, pero no el llevarlo largo, mientras que la mujer sí puede llevarlo largo y de
hecho le es honroso llevarlo de esta manera en vez de corto, no queriendo con esto decir que si
la mujer lo lleva corto, le sea deshonroso. Notemos que la palabra traducida como “honroso” es
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
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“gloria” (gr. “dóxa”). El cabello largo es la gloria de la mujer, un regalo que Dios le ha dado para
honrarla al igual que las vestiduras sagradas les eran dadas a los sacerdotes “para honra y
hermosura” (Ex. 28:2).
En cualquier caso, sea como sea que entendamos el concepto de “naturaleza”, lo que Pablo nos
está diciendo es que del mismo modo que en lo natural al hombre le es honroso llevar el pelo
corto, así también en el terreno de lo espiritual, y por analogía, el hombre ha de llevar la cabeza
descubierta. De modo similar, como la naturaleza ha dotado a la mujer con la gloria de llevar
una cubierta natural, un pelo largo que cubra su cabeza y le confiera belleza, honor y distinción,
así también en el terreno espiritual ha de cubrirse la cabeza con un velo.
La palabra que Pablo usa para velo no es la habitual para el velo que se usaba en la antigüedad
(gr. “kalymma”, relacionada con “katakalypto”), sino que es “peribólaion”. Procede de la unión
de la preposición “peri” (alrededor de) y “ballo” (arrojar), así que “peribólaion” significa
literalmente “arrojado alrededor” y se usaba para un manto o vestido que envuelve alrededor
del cuerpo (He. 1:12). Aquí se usa para representar cómo el cabello largo de una mujer se
extiende y envuelve su cabeza como una vestidura hermosa. Esto refuta la interpretación tan
extendida de que llevando el pelo largo no se necesita velo, pues “en lugar de velo le es dado el
cabello”. Aparte de lo que ya vimos al estudiar el versículo 5, las palabras usadas por Pablo para
“cabeza cubierta” en 11:4 y para “velo” en 11:15 son diferentes, lo que indica que para Pablo no
eran exactamente la misma cosa, ni el cabello hacía la misma función que el símbolo.
Puesto que Pablo desarrolla este último argumento en un ámbito completamente distinto al de
la primera sección, entonces el cabello largo nunca podrá ser un sustituto válido del velo, pues
ambos cumplen su función en ámbitos distintos. En el ámbito natural el cabello largo le es dado
a la mujer, no en sustitución de un velo (nuestra traducción RV66 puede llevar a confusión), sino
como correspondiéndose a un velo natural, el cual está hecho de cabello. Este es el verdadero
sentido de la palabra griega “anti” en este versículo: el de equivalencia y no el de sustitución. La
NVI de la biblia traduce así esta frase: “A ella se le ha dado su cabellera como velo”.
El cabello es la cubierta de la mujer en el mundo natural y el velo lo es en el mundo espiritual,
no pudiendo nunca el primero sustituir al segundo. Sus ámbitos de actuación son distintos. El
del cabello es el natural; el del símbolo, el espiritual. Tampoco sus funciones son idénticas. El
primero tiene la función de adornar y llamar la atención; el segundo, la de ocultar. Por lo mismo,
cuando Pablo dice que es impropio que una mujer ore o profetice con la cabeza descubierta, no
se refiere a que lleve el pelo corto (v. 5).
Pablo no está ordenando en estos versículos por vía de mandamiento ni que el hombre lleve el
pelo corto ni que la mujer lo lleve largo. Pablo usa en ambos una estructura griega condicional
de tercera clase o indefinida, comenzando con “si” (gr. “eàn”) y seguida de un verbo en presente
de subjuntivo (gr. “komâi”, dejarse crecer el cabello). No le impone a la mujer que se deje el pelo
largo, pues la naturaleza (Dios) no ha dotado a todas las mujeres de un pelo igualmente bonito
y largo, e igualmente podría entenderse la frase relativa a los hombres. Pablo expone algo que
resultaría evidente a sus lectores: que en el ámbito de la naturaleza (lo que innatamente se
considera decoroso) al hombre le es deshonroso dejarse el cabello largo, mientras que para la
mujer es su gloria. Creemos que por dicha analogía al hombre le es mejor dejarse el cabello
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corto, pues de otro modo estaría asumiendo una gloria que Dios le ha dado a la mujer, pero no
parece haber en la frase de Pablo la fuerza de un mandamiento que debamos imponer a nadie.
Por último, añadamos un breve comentario acerca del concepto de gloria que nuevamente
aparece en esta última sección. A la mujer, el cabello largo le es honroso, o lo que es lo mismo,
la gloria de la mujer es un cabello largo. La mujer es gloria y también tiene una gloria. Debemos
notar que al cubrirse la mujer, no sólo está ocultando la gloria del varón (ella misma), sino su
propia gloria (su cabello), con lo que tanto la una como la otra quedan ocultas cuando ella se
cubre la cabeza, pues lo único que ha de relucir es la gloria de Dios, representada por la cabeza
descubierta del varón. En esto como en todas las facetas de nuestra vida, “soli Deo gloria”. Sólo
a Dios sea la gloria. Amén.
Conclusión de Pablo (11:16)
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios” (11:16)
Aunque ya comentamos parcialmente este versículo en el apartado sobre el marco apostólico,
detengamos nuevamente en él para extraer más enseñanzas.
Ya hemos visto en el versículo 2 cómo Pablo elogió a la iglesia de Corinto por guardar la
enseñanza apostólica que les había entregado. Sin embargo, había un grupo de hermanos y
hermanas que se resistían a guardarla y provocaban contiendas con los demás hermanos que sí
lo hacían. Posiblemente este grupo estuviera formado mayoritariamente por mujeres, pues el
apóstol hace mayor número de exhortaciones a la mujer a cubrirse que al hombre a descubrirse.
Pablo llama a este grupo “contenciosos” (lit. “amantes de las contiendas”) y les dirige la
apelación antes vista a su autoridad como apóstol: “Aun si alguno sigue sin estar de acuerdo con
las razones que acabo de exponer, que me obedezca como apóstol que soy”. Pablo bien sabía
que en estos temas acerca de los roles, la autoridad y la sumisión, el orgullo humano, que una
vez nos llevó a la caída, intenta imponerse sin aceptar razones ni argumentos. No hay un asunto
que el Diablo esté más dispuesto a distorsionar que el hecho de aceptar el señorío de Cristo y el
orden jerárquico que Dios ha impuesto. Él no lo aceptó y ello propició su caída. Por eso intenta
provocar confusión en nuestras iglesias al respecto de este pasaje. Más adelante, Pablo será aún
más explícito, de nuevo en un tema relacionado con las papeles de cada sexo dentro del culto
de la iglesia: “Lo que os escribo son mandamientos del Señor” (14:37). Pero como aun así los
contenciosos seguirían seguramente en sus trece (la misma palabra para “contencioso” es usada
por la LXX para “terco” en Ez. 3:7), añade: “Mas el que ignora, ignore” (14:38).
Pablo ha explicado hasta aquí por qué es necesario que el hombre ore y profetice con la cabeza
descubierta, mientras que la mujer lo ha de hacer con ella cubierta. Ha dado razones extraídas
del relato de la Creación en Génesis y ha apuntado a los ángeles como testigos de nuestra
actuación en la tierra. Sin embargo, la razón principal hunde sus raíces dentro del ámbito de la
soberanía de Dios, quien ha determinado el ordenamiento de las relaciones de los seres
humanos con Dios y entre ellos mismos conforme a su sexo. Un ordenamiento que fue
manifestado mediante el orden de la Creación. Al rechazar el uso de estos símbolos, lo que
hacían los contenciosos con su actitud era, aun inconscientemente, no reconocer el orden
creado por Dios y por tanto rebelarse ante Su soberanía. Que alguien descuide esta práctica
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
23
porque nunca le fue enseñada puede comprenderse, pero el conocer y comprender una verdad
bíblica y aun así rechazarla es más grave. Recordemos las palabras de Samuel a Saúl acerca de
la conveniencia de obedecer y el peligro de rebelarnos: “Ciertamente el obedecer es mejor que
los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de
adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación” (1 S. 15:22-23).
Algunos quieren entender la frase “nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios”
en el sentido de que los apóstoles no tenían la costumbre de enseñar que las mujeres se
cubriesen, ni era práctica habitual en las demás iglesias, sólo en Corinto. Sin embargo, llegar a
esta conclusión por parte de Pablo sería incoherente, puesto que contradeciría todo lo expuesto
hasta ahora. Además, Pablo ya ha dejado claro que sus instrucciones (gr. “parádosis”) no se
basan en el contexto social o cultural de la ciudad de Corinto, o en las características
desordenadas de la iglesia a la que escribe, sino que están firmemente fundamentadas en el
relato de la Creación, en el que Pablo ve y enseña un orden que Dios ha diseñado para ambos
sexos. El sentido de esta frase, que Pablo dirige a “los contenciosos”, es que ni los apóstoles ni
el resto de iglesias tienen la costumbre contraria a la que acaba de enseñarles (varones
descubiertos, mujeres cubiertas), y que intentaban imponer tales contenciosos en Corinto.
Si la referencia a “nosotros” (los apóstoles) apelaba a la autoridad apostólica de Pablo y
encerraba al pasaje dentro de lo que llamamos un marco apostólico, la referencia a “las iglesias
de Dios” muestra que esta enseñanza de Pablo no era exclusiva de Corinto. Podemos incluso
entender esta apelación a la práctica de las demás iglesias como un nuevo argumento usado por
el apóstol. Más adelante, cuando Pablo toque el tema del silencio de las mujeres en las
reuniones de iglesia apelará nuevamente a su autoridad apostólica (“lo que os escribo son
mandamientos del Señor”, 14:37) y a la universalidad de tal enseñanza en las demás iglesias
(“Como en todas las iglesias de los santos…”, 14:33b). Notemos de paso que la base para la
prohibición a las mujeres de hablar en público es nuevamente el Génesis (“como también la ley
lo dice”, 14:34b, cp. 1 Ti. 2:11-14).
Esto rechaza otras dos objeciones. En primer lugar, que Pablo tenía una imagen pobre acerca de
la mujer (o que directamente “era un machista”), pues no hablaba como hombre sometido a un
marco cultural, sino como un instrumento escogido y enviado por Dios para revelarnos su
verdad, como el resto de apóstoles. Y en segundo lugar, que la enseñanza de Pablo era local y
temporalmente destinada para esta iglesia, no para ninguna otra. El hecho de que Pablo apele
a las demás iglesias nos muestra que él consideraba esta enseñanza vinculante para todas ellas,
no sólo para Corinto, y de hecho así lo enseñaba: la epístola está dirigida “a la iglesia de Dios
que está en Corinto,… con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor
Jesucristo” (1:2); más adelante Pablo les dice que Timoteo “os recordará mi proceder en Cristo,
de la manera que enseño en todas partes y en todas las iglesias” (4:17). Este versículo confirma
ahora que “las iglesias de Dios” así lo practicaban. Y no sólo está esta referencia a las iglesias de
la cristiandad; también la base de la argumentación de Pablo sobre Génesis tiene un aliento de
universalidad y atemporalidad que no es fácil pasar por alto ni rebatir.
Listado de argumentos expuestos por el apóstol A modo de conclusión, listamos a continuación los argumentos que el apóstol ha expuesto en
este pasaje para defender que la mujer se cubra y el varón se descubra en la presencia de Dios:
24
1. Es un reconocimiento del orden jerárquico establecido por Dios (vv. 3-6).
2. Es una manifestación de la gloria de Dios (vv. 7-9).
3. Es un testimonio ante los ángeles (v. 10).
4. Es coherente con el orden natural diseñado por Dios (vv. 13-15).
5. Es una doctrina apostólica enseñada y practicada en todas las iglesias del s. I (vv. 2, 16).
Apuntes finales En el presente estudio hemos tratado de exponer que la enseñanza de estos símbolos es de la
máxima importancia para el creyente porque con ellos:
1. Proclamamos nuestra fe en que Dios ha levantado a Jesús de entre los muertos y le ha
hecho Señor y Cristo (Hch. 2:36).
2. Reconocemos y aceptamos el orden divino que Dios ha impuesto en la sociedad, la
familia y la iglesia como lo mejor para el hombre y la mujer.
3. Manifestamos nuestra separación de los usos y costumbres del mundo, sin buscar
amoldarnos al presente al siglo malo (Ro. 12:2).
4. Anunciamos al mundo que Cristo un día regresará para restaurar todas las cosas tal y
como fueron diseñadas por Dios (Hch. 3:21).
El hombre descubierto ante Dios muestra al mundo y a los ángeles que Cristo es su cabeza. La
mujer cubierta manifiesta su aceptación del orden diseñado por Dios. Lo que en Edén fue
trastocado por obra del Diablo, es ahora restaurado en la Iglesia de Dios por obra de Cristo,
como antesala de lo que sucederá en el mundo cuando Cristo regrese a reinar.
El movimiento feminista rechaza cualquier idea de sujeción de la mujer respecto al hombre.
Proclama la liberación de la mujer, pero lo cierto es que nunca la mujer ha estado tan esclavizada
como ahora: esclavizada por la moda, por una sociedad que la exige ser madre y mujer
trabajadora con éxito en la vida, independiente pero dependiente, que someta sus atributos
femeninos a aquellos tradicionalmente considerados como masculinos (competitividad,
agresividad, busca del éxito profesional). La mujer actual sufre un bombardeo constante para
que deje de ser ella y se convierta en algo parecido a un hombre, del mismo modo que el hombre
sufre un bombardeo mediático similar para que deje de ser y actuar como tal. Pero con la mujer
la sociedad actúa con un doble rasero: por un lado le incita a ser independiente y “masculina”,
pero por el otro la dictadura de la moda y la publicidad la impone el rol de resultar siempre
atractiva al hombre mediante estereotipos físicos que le producen frustración y angustia.
Podemos decir que en cuanto a la liberación de la mujer, el feminismo llega tarde pues una de
las características del evangelio de Jesucristo, allá donde haya sido predicado, ha sido siempre
elevar a la mujer de su estado de degradación en el paganismo a un lugar noble al lado del
hombre, como “coherederas de la gracia de la vida” (1 P. 3:7). En cambio, el feminismo busca la
liberación de la mujer pero fracasa porque no hay verdadera libertad en ir contra el orden creado
por Dios, pues sólo la verdad de Dios nos puede hacer libres (Jn. 8:31-36).
Apéndice: ¿Cómo llevaban la cabeza en la antigüedad? Aunque ha quedado claro a lo largo del estudio que Pablo no fundamenta el uso de la cubierta
en la mujer y de la cabeza descubierta en el varón en las costumbres locales y de ética existentes
en Corinto, sino en una base más universal y atemporal como el relato de la Creación en Génesis,
LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
25
donde se reveló un orden divino que ha sido restaurado con la Redención de Cristo, creemos
que puede arrojar más luz sobre el estudio si incluimos de forma sucinta cuáles eran los usos
que a tal efecto tenían en tiempos de Pablo los judíos, los romanos y los griegos (los corintios
eran griegos de la provincia de Acaya, aunque con fuerte influencia romana, pues Julio César
había reconstruido la ciudad en el año 46 a.C. tras haber sido destruida por los romanos un siglo
antes).
Los varones judíos no necesitaban cubrirse la cabeza en la sinagoga en aquel tiempo, como en
cambio sí sucede hoy en día. Aunque los sacerdotes judíos, desde los tiempos de Aarón y sus
hijos, debían cubrirse las cabezas con la mitra en sus servicios religiosos (Ex. 39:27-31; Lv. 21:10),
la ley no obligaba de la misma manera a varones y mujeres de las demás tribus, si bien la
costumbre judía era que la mujer se cubriera siempre en público, y no sólo cuando oraba o
profetizaba. Tertuliano escribió al respecto: “Entre los judíos, es algo tan normal que las mujeres
se cubran con un velo, que se puede reconocer a una mujer como judía por el hecho de estar
cubierta”15. El hombre sólo se cubría en circunstancias de gran dolor (2 S. 15:30). Fue a partir de
la Edad Media que empezó imponerse la costumbre de que el varón judío se cubriese.
Sin embargo, aunque en la iglesia de Corinto había cierto número de judíos (Hch. 18:7-8), no
constituían estos su mayoría sino los gentiles de cultura greco-romana (1 Co. 12:2). Pero también
entre griegos y romanos había diferencias de usos y costumbres. Los romanos, tanto hombres
como mujeres, se cubrían las cabezas durante sus actos religiosos, ya fueran en público o en
privado. Los griegos, por el contrario, asistían a los actos religiosos con sus cabezas descubiertas,
ya fueran hombres o mujeres.
En cuanto al cabello, tanto los hombres judíos como los griegos y romanos llevaban el pelo corto,
mientras que las mujeres lo llevaban largo, y en el caso de las gentiles, con peinados muy
elaborados y ostentosos. En la siguiente tabla presentamos un resumen de cómo llevaban las
cabezas en los actos religiosos cada una de las tres culturas analizadas aquí.
JUDÍOS ROMANOS GRIEGOS
Varones Descubiertos Cubiertos Descubiertos Mujeres Cubiertas Cubiertas Descubiertas
El principal argumento de los que rechazan una interpretación literal de la Biblia y proponen en
su lugar como guía de interpretación una visión gramático-histórico-cultural de la Escritura, es
afirmar que esta enseñanza de Pablo era sólo válida en el contexto de la ciudad de Corinto y que
su principal preocupación era que los cristianos no fueran motivo de escándalo entre sus
conciudadanos por motivos de decoro. Pero acabamos de ver que las prácticas culturales no
eran homogéneas en el s. I, sino de una gran variedad. Antes de que Pablo les entregase esta
enseñanza, no había una norma común para los diversos grupos que se iban añadiendo a la
iglesia primitiva.
Vemos por tanto que había diferentes usos y costumbres en la antigüedad según cual fuera la
cultura. A las mujeres romanas y judías no les extrañaría el uso de un velo, mientras que las
15 Tertuliano, “De Corona Militis”.
26
griegas mostrarían resistencia hacia algo nunca antes practicado por ellas. Sin embargo, pese a
toda esta diversidad cultural, Pablo enseña una misma y única práctica para todos los hombres
y las mujeres, independientemente de su procedencia y contexto cultural. Que Pablo no está
preocupado por cuestiones de moral o testimonio público se ve en que:
1. No obliga a la mujer a cubrirse siempre (como las mujeres judías), sino sólo al orar o
profetizar (v. 5).
2. No hay evidencias, como proponen muchos comentaristas, de que ver una mujer
descubierta en público por Corinto fuera considerado inmoral o motivo de escándalo.
Más bien al contrario, a las mujeres griegas y romanas les gustaba lucir peinados
ostentosos en público. Del mismo modo, que una mujer judía no llevara velo no la
identificaba como ramera, sino como virgen (de hecho, cuando Tamar se hizo pasar por
ramera para engañar a Judá, se cubrió con un velo, –Gn. 38:14-15). Por tanto, no llevar
velo en público en aquel tiempo no era ningún motivo de escándalo.
Que el simbolismo del velo sea algo desconocido para el mundo moderno en cuanto a señal de
sujeción es irrelevante. Este simbolismo también era desconocido para los corintios de entonces
y tuvieron que ser igualmente enseñados por Pablo. David Gooding dice a este respecto:
“Antiguamente los varones griegos también solían orar con la cabeza descubierta, pero es obvio
que no por la misma razón que la de los varones cristianos. De hecho, un griego inconverso jamás
habría entendido el significado de la práctica cristiana de no habérselo explicado los cristianos.
El significado del símbolo tal y como lo usaron los cristianos, era total y exclusivamente cristiano.
Y desde luego nada tiene que ver con la moderna costumbre que tienen los caballeros de quitarse
el sombrero en presencia de las damas. Si entrásemos en una sinagoga judía veríamos a todos
los hombres con las cabezas cubiertas. Y esto no porque no sean caballerosos. Los varones judíos
se cubren la cabeza al orar para mostrar su reverencia a Dios. Los varones cristianos no son
menos reverentes, pero Dios les llama a declarar, con la cabeza descubierta, que Jesús es el
Mesías, el Cristo. […] Nada importa que el mundo moderno ya no entienda el significado de este
simbolismo. Los griegos inconversos de la Antigüedad tampoco lo entendían. Tuvieron que ser
enseñados.”16
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LA COBERTURA DE LA CABEZA (1 Co. 11:2-16)
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