la ciencia en los cuentos 2009

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Viviana Bianchi y Alejandro Gangui (compiladores) AutoresdeArgentina.com en L A CIENCIA los cuentos 2009

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Libro con los ganadores del concurso nacional "La ciencia en los cuentos" organizado por el IAFE / CONICET

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Page 1: La ciencia en los cuentos 2009

Viviana Bianchi y Alejandro Gangui(compiladores)

AutoresdeArgent ina.com

enLA CIENCIA

los cuentos

2009

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Coordinación general y compilación: Viviana Bianchi y Alejandro Gangui.Ilustración de tapa: Matías Gangui (2005)

Director editorial: Germán EcheverríaDiseño de tapa y maquetado: Justo Echeverría

© AAVV

ISBN: 978-987-26148-6-7

Editorial Autores de Argentinawww.autoresdeargentina.comE-mail: [email protected]

Queda hecho el depósito que establece la ley 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

La edición de este libro ha sido realizada gracias al apoyo y generosidad de la familia Galante.

La ciencia en los cuentos 2009 / Carolina Sevilla Bachiller ... [et.al.] ; compilado por Viviana Bianchi y Alejandro Gangui. - 1a ed. - Don Torcuato : Autores de Argentina, 2010. 82 p. ; 20x14 cm.

ISBN 978-987-26148-6-7

1. Narrativa. I. Sevilla Bachiller, Carolina II. Bianchi, Viviana, comp. III. Gangui, Alejandro, comp. CDD 863

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Fallo del concurso

El jurado del concurso literario juvenil “La ciencia en los cuentos, 2009”, constituido por Mariano Ducros, Profesor de literatura, Universidad de Palermo,

Director del Departamento de Extensión Cultural del Centro Cultural Borges, Daniel Salomón, Investigador del CONICET, primer premio en los concursos

literarios Julio Cortázar, Eduardo Bocco y Atilio Betti y Ana María Vara, Profesora de la Escuela de Humanidades, UNSAM, Diploma al Mérito 1997 de

la Fundación Konex,

ha decidido conceder los siguientes premios:

1. PRIMER PREMIO: Ondas peligrosas de Carolina Sevilla Bachiller2. SEGUNDO PREMIO: Más allá de Estefanía Penas 3. TERCER PREMIO: Polvo eres y en polvo te convertirás de Joaquín Miguel Pellegrini

Asimismo el jurado ha concedido MENCIONES ESPECIALES para los siguientes autores (ordenados alfabéticamente por apellido):

• Lucas Daniel Rombolá por Inmensidad, y • Joaquín Toledo por Los inmortales

El concurso ha sido convocado por el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE/CONICET) y la Asociación Civil Ciencia Hoy, con el auspicio del Programa de Promoción de la Lectura del Ministerio de Educación de la Argentina, el Centro de Formación e Inves-tigación en Enseñanza de las Ciencias (CEFIEC/FCEyN-UBA), la Universidad Nacional de Cuyo y el Área de Ciencias del Centro Cultural Borges. Los coordinadores del concurso fueron Viviana Bianchi, docente, y Alejandro Gangui, inves-tigador del CONICET en el IAFE y profesor del CEFIEC.

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Prefacio

Los años de la juventud son aquellos en los que la imaginación despliega sus alas con mayor fuerza. En general, en la escuela me-dia, los jóvenes cuentan con una importante dosis de curiosidad – a veces no completamente satisfecha – en temas de ciencia. Sus co-nocimientos en literatura son ejercitados y puestos a prueba quizás con mayor frecuencia que los científicos. La ciencia enseñada – o descubierta en el mejor de los casos – pocas veces es transmitida entre los alumnos con placer estético y sin aridez.

Pero la ciencia también puede ser contada, y contada bien, con pa-labras elegantes y atractivas. El concurso literario para jóvenes “La ciencia en los cuentos, 2009”, al igual que sus ediciones anteriores, fue organizado con una sola excusa en mente: motivar. Motivar a los jóvenes para que investiguen algún aspecto de la ciencia que los fascine, para que desarrollen una idea, usen su imaginación, y expresen el resultado de sus meditaciones con palabras cuidadas en una obra que sea a la vez rigurosa como documento científico y literariamente atractiva.

Como lo mencionó el último Ministro de Educación, Ciencia y Tec-nología de la Nación en el prólogo del volumen que editamos en el año 2006, toda iniciativa de promoción de la creación literaria ba-sada en la ciencia por parte de autores jóvenes es de extremo valor y sirve como disparador de nuevas vocaciones científicas. Este libro reúne las obras ganadoras del concurso literario juvenil “La ciencia en los cuentos, 2009”. Que lo disfruten.

Los coordinadores

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Ondas peligrosasCarolina Sevilla Bachiller

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Carolina Sevilla Bachiller nació en Lanús, en 1991. Desde peque-ña amaba leer y escribir, y no perdió esa costumbre. Su biblioteca desborda de libros de todo tipo. Actualmente estudia periodismo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, y proyecta orientar su carrera hacia la comunicación científica y tecnológica. Está in-teresada en escribir ciencia-ficción y tal vez, algún día, un guión de cine que lleve a la pantalla grande sus ideas.

LA AUTORA DEL CUENTO

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Ondas peligrosas

Por Carolina Sevilla Bachiller

Confinado en una celda mohosa y sin derecho a visitas, estaba siempre pendiente de cualquier oportunidad para escapar. Nunca me había considerado valiente, pero ya habiendo visto tanta violen-cia allí dentro, me urgía evadir esa escalofriante realidad, antes de que mi cerebro (mi única fuente de poder) comenzara a fallar. Por lo tanto, pasados seis meses de encierro, resolví buscar entre los recursos que estuvieran a mi disponibilidad (no podía contar con procedimientos legales), todo lo necesario para salir de allí.

No me permitían casi salir de la celda ni realizar actividades físicas como al resto de los reclusos. Nunca me dijeron por qué me encontraba allí, pero supuse que había sido considerado sumamente peligroso, ya que toda libertad me había sido vedada. A la única per-sona que podía ver era al guardia que me traía la comida tres veces por día. Nunca me habló, y yo sentía que a falta de diálogos con otro humano, estaba pediendo poco a poco la capacidad de hablar.

Con todo el tiempo libre que tenía, el desarrollo de un plan de escape no sólo ocupaba mi tiempo sino que me mantenía lúcido. Sin embargo, no recibía inspiración. Viendo pasar los días y sin

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ninguna oportunidad que se me presentase, fingí un ataque de asma, por lo que llevaron un médico a mi la celda. Acompañado por dos guardias, el hombre me revisó e intentó detectar la causa ficticia de mi padecimiento. Mientras tanto, yo aproveché la oportunidad para espiar el contenido de su portafolio, que imprudentemente había dejado abierto. Sin embargo no había nada que pudiera sacarme de allí. Simulé un mejoramiento, aunque no me quedó más chance que aspirar el broncodilatador que me daba. La poca esperanza de salir alguna vez de allí me había provocado un fuerte dolor de cabeza y malestar generalizado. Pedí unas aspirinas y volví a encontrarme solo, encerrado, sumido en la más profunda depresión.

Horas más tarde, la puerta de mi celda se abrió. No era hora de la comida, pensé que estaba alucinando. Dos guardias entraron a la celda, me tomaron de los brazos y me condujeron a la enfermería. El médico que me había atendido un rato antes me informó que debido al suceso ocurrido, correspondía hacerme algunos análisis. Yo respondí con un gruñido, ya que mi concentración estaba pues-ta en los elementos quirúrgicos que allí había. Se me ocurrieron miles de maneras de robar uno de esos frascos y el mechero para armar una bomba, pero con los guardias al acecho, mis posibilida-des se reducían a nada. Me extrajeron sangre y enseguida regresé a la celda, para enfrentar nuevamente esa situación reiterativamente insoportable.

Al día siguiente la celda volvió a abrirse en un horario no habi-tual. El médico entró con un inhalador en la mano y me lo entregó. Pero no lo soltó enseguida, sino que me dirigió una mirada de com-plicidad, y miró seguidamente al inhalador. Repitió este procedi-miento varias veces, hasta que con un mínimo gesto en mi mirada, le comuniqué que había entendido, aunque fuera un poco. “Volveré a las 19:05 para ver cómo se encuentra. Le dejo un papel con el

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modo de uso. Tenga mucho cuidado.” me dijo, y se retiró con su escolta.

Sentado en una esquina en la que no pudieran verme con faci-lidad, me dispuse a analizar el inhalador. El papel que me había entregado tenía algo extraño. Cuando las desplegué me di cuenta de que se trataba un mapa e instrucciones en caracteres minúscu-los. Como no había manera de entender a simple vista esas ins-cripciones, seguí buscando algo que hiciera las veces de lupa, e indefectiblemente lo hallé, ya que oculto en el interior de la tapa del inhalador, se encontraba un pequeño vidrio convexo que me per-mitió aumentar mi capacidad visual. Vigilé que nadie me estuviera viendo y comencé a leer la inscripción: “Interior del frasco recu-bierto de H2S406, lleno de K2 MnO4. Úsese con precaución. Agite bien para que la fórmula rinda 10 veces su potencial”. Anonadado, y conciente de que en mis manos tenía una bomba (gasolina y per-manganato de potasio, dos elementos que, en su conjunto, resultan explosivos), intenté despejarme y entender la situación. El médico quería ayudarme a escapar y me había entregado una bomba para usar en algún momento. Y para evadir el control de seguridad, había utilizado un idioma que sólo yo comprendería. No tenía tiempo para pensar los motivos por los cuales el hombre se había solidarizado conmigo, sólo sabía que a las 19:05 ocurriría algo que propicia-ría el escape. Luego, gracias al mapa también encriptado supe que la pared lateral de mi celda estaba en contacto con el exterior y que si lograba abrir un agujero en la misma, lograría la libertad. A las 19:00 horas aproximadamente, el médico apareció en mi celda por tercera vez. Pero esta vez no estaba escoltado por los guardias, y usaba una máscara de gas. De alguna manera había con-seguido las llaves de la celda, y luego de entrar y sin decir nada me dio una máscara similar a la que él tenía. Me la puse sin chistar,

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mientras notaba que por los pasillos, una densa neblina amarillo verdosa se acercaba a nosotros. “¿Dicloro?” le pregunté fascinado. El gas, en altas proporciones, resultaba tóxico para la gente. Los guardias estarían muy ocupados en ello, pensé. “Exacto, pero no tenemos tiempo para charlas, arroje la bomba desde fuera de la cel-da mientras yo los distraigo, cuando salga busque el auto. Créame, funcionará”, me respondió, mientras me entregaba las llaves.

Se fue corriendo, y yo seguí las instrucciones. Me cubrí detrás de una pared, para evitar lastimarme con el estallido, y con fuerza arrojé el inhalador contra la pared. La explosión fue lo suficien-temente potente como para detonar lo que parecía ser una bomba mucho más poderosa, ubicada fuera del edificio, cuyo resultado fue un agujero de un metro de diámetro, que me llevó al reencuentro con la libertad. Enseguida, un auto plateado estacionó a mi lado y desde adentro, el médico me hizo señas para que entrara, cosa que sucedió. Antes de que pudiera preguntar algo, ya estábamos a un kilómetro de distancia.

“¿Quién es usted y por qué me ayudó a escapar?” pregunté, can-sado ya de todo ese secretismo. “¿No me reconoce? Soy Alejandro”. Se quitó el bigote postizo, los lentes y la peluca. Entonces me acor-dé. Era el asistente de la Doctora Julia Bohom, mi colega y amiga del laboratorio. “¿Te envió Julia? ¿Cómo está? ¿Logró escapar?” “Sí, en cuanto ellos llegaron, la doctora estaba volviendo a su casa. Recibió su mensaje y se fue al sur. Pero hace un mes regresó e ins-taló un laboratorio en un lugar secreto. Ahora mismo nos dirigimos allí. No ha venido ella porque la reconocerían. Yo, sin embargo, puedo pasar desapercibido, así conseguí el trabajo de médico en la cárcel y pude liberarlo. La bomba que detonó el inhalador estaba programada para activarse con el impacto. Doctor, le advierto que las cosas han cambiado mucho estos últimos seis meses…”

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Sin detallar demasiado, me mostró un video que tenía en el ce-lular que una jauría de perros callejeros, negando su instinto de su-pervivencia, corría hacia un tren en marcha. No necesito explicar cómo concluyó la historia. Mi compañero condujo una hora más, prometiéndome explicaciones en cuanto llegáramos a un lugar más seguro.

Estacionamos en un descampado no muy acogedor, y lo atrave-samos intentando no llamar la atención. Ya era de noche y el camino era largo, pero en veinte minutos a pie finalmente llegamos.

A salvo dentro de una choza, me reencontré con Julia, quien no quiso perder el tiempo con bienvenidas, y me explicó la situación en la que nos encontrábamos. Así supe que nuestro último hallaz-go científico, (que habíamos decidido ocultar por razones éticas), había caído en manos equivocadas y podía llegar a ser extremada-mente peligroso. Habíamos creado un nuevo tipo de onda artificial (llamada por nosotros “Hypno”), que podía intervenir en el com-portamiento de los seres vivos y permitía manejar su voluntad sin dejar rastros. Esto resultó posible gracias nuestra máquina para al-terar ondas electromagnéticas. La exposición a esta nueva frecuen-cia posibilita la modificación de las señales eléctricas que emite el cerebro (lo que incide en su funcionamiento, por ejemplo, en el procesamiento de datos). Los perros del video, que habían sido influenciados por las ondas Hypno, cumplían la voluntad de alguien más. El peligro mayor y por el cual habíamos acordado eliminar todo rastro de investigación, era que, al ser ondas artificiales de frecuencia extremadamente baja, podrían crearse con el dispositivo adecuado y ser transmitidos fácilmente. Julia pensaba que alguien que conocía nuestro trabajo había utilizado mecanismos judiciales para sacarnos del camino sin levantar sospechas y así llevar a cabo sus planes malévolos. Fue así que, seis meses atrás agentes federa-

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les interrumpieron mi película de los sábados y me llevaron preso. Por suerte, el mensaje de texto en el que le avisaba a Julia que debía escapar llegó a tiempo. Ella enseguida volvió a la computadora por-tátil, la cual había sido su fiel compañera de cautiverio los últimos meses. “Menos mal que nuestro vecino tiene Wi-Fi” me dijo esbo-zando una sonrisa.

Fue gracias a Internet, a un contacto anónimo (que se vinculó por carta con nosotros), y a la habilidad de hacker de Alejandro, que su-pimos que, efectivamente, la máquina de Ondas Hypno estaba cons-truida y lista para utilizar. Esta, suponíamos, cambiaba la frecuencia de las ondas electromagnéticas que ingresaban al receptor que te-nía incorporado, para luego reemitirlas al aparato que se quisiera. Supimos también por nuestro contacto que, quienes estaban detrás de esta conspiración, aprovecharían la masividad de la telefonía ce-lular para crear un ejército de individuos sin voluntad, instalando la máquina en cada estación base de la ciudad y emitiendo órdenes mediante las ondas Hypno hacia cada teléfono. Horrorizados y lue-go de destruir el móvil de Julia decidimos que nos correspondía a nosotros, como servidores del conocimiento, evitar que ese plan se llevara a cabo sin pensar en las consecuencias. Calculamos que los aparatos comenzarían a funcionar en las siguientes veintisiete ho-ras, comienzo del nuevo año, donde el flujo de mensajes y llamadas telefónicas generalmente se vuelve intensivo.

Sabíamos que nuestra única esperanza para destruir las ondas Hypno, radicaba en un artefacto llamado “bazooca de ondas elec-tromagnéticas” que mediante un proceso llamado “reversión tem-poral acústica” y con unos ajustes, podría neutralizar dichas ondas. Sin embargo, sabíamos que el aparato se encontraba todavía en eta-pa experimental.

El plan no era sencillo. La única persona que tenía acceso al pro-

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totipo del dispositivo era un colega que trabajaba para el ejército. Dedicamos toda la noche a investigar su paradero, pero según los registros militares, Martín Bucazari se hallaba desaparecido. Fue cuando casi nos rendimos. Nos sentamos en el piso, esperando que en cualquier momento llegara alguien y nos delatara.

Estaba adormecido cuando oí unas pisadas. Me sobresalté, pero intenté no hacer ruido. Entonces una carta pasó por debajo de la puerta. Esperé que el visitante nocturno se fuera, desperté a mis compañeros y en conjunto leímos su contenido. “Sé lo que buscan, nos vemos en la Biblioteca exactamente a las 22.00 hs., vengan con el auto y no bajen. Los están buscando”. Decididos a creer en lo que decía ese pedazo de papel, porque toda esperanza había sido exter-minada, formulamos un plan. Saqueamos el depósito de chatarra de nuestro vecino y rescatamos algunos elementos para hacer bombas caseras, que nos protegieran ante posibles ataques. Según los diarios online, éramos los criminales más peligrosos del país. Aquello se ha-bía convertido en una cacería, donde las víctimas éramos nosotros. Nos subimos al auto, al que habíamos dado una improvisada mano de pintura y cuya patente habíamos modificado. También habíamos confeccionado disfraces para que no nos reconocieran fácilmente. Con extrema precaución condujimos hacia la biblioteca. Julia, que iba al volante, estacionó cerca de la puerta principal y con nervio-sismo miramos hacia todas partes. No vimos a nadie. Entonces, la posibilidad de que ello fuera una trampa se tornó más realista. Entonces, desde dentro de un contenedor de basura, salió un hom-bre, que corrió hacia el auto y metió la mano por la ventanilla que correspondía a mi asiento. Yo, asustado no comprendí hasta que me mostró una cicatriz en la palma y me dijo “soy yo”. Sin explicar, abrí la puerta trasera, para que se metiera en el auto con nosotros. Era el hombre que buscábamos, nuestro contacto y quien tenía la

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información que necesitábamos. La cicatriz en la palma de su mano había sido provocada gracias a mi torpeza y la explosión de un tubo de ensayo en nuestros días de estudiantes. “¡En la universidad! ¡Está en la universidad!”, gritó. Julia aceleró y se dirigió hacia allí. Entonces escuchamos las sirenas. Nos perseguían. Eran las doce menos cuarto del 31 de diciembre cuando llegamos a destino. En la puerta, Julia y Alejandro se habían quedado con las bombas defen-diendo la entrada. Yo seguí a Bucazari hacia el laboratorio. Este se dirigió a una pila de computadoras viejas aparentemente inútiles, rompió el gabinete y extrajo de su interior un microchip. “Tenía que esconderlo donde no lo buscaran” me explicó. “El nombre ‘bazo-oca’ me parece inapropiado para ese dispositivo”, le contesté. Nos dirigimos al hall principal, donde, en pocos segundos, conectó la “bazooca” al satélite receptor de televisión por cable en el piso prin-cipal, ajustó algunas cosas que no estoy en condiciones de detallar, y lo accionó mientras la última campanada daba las doce.

En ese momento, todos los aparatos eléctricos de la ciudad de-jaron de funcionar. Eso significó nuestra primer victoria. El aparato con el que contábamos destruyó los generadores de Ondas Hypno, y salvó a la ciudad de su esclavización. En este momento, ocultos como estamos, investigamos la manera de evitar una nueva forma de manipulación virtual, pero el peligro crece. ¿Quién sabe a qué otros peligros silenciosos estamos expuestos?.

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Martín Elías Costa es licenciado en física de la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente. Actualmente está realizando su doctorado en el Laboratorio de Neurociencia Integrativa con una beca de Conicet. Es asesor de contenidos del programa de televisión “Proyecto G”.

EL AUTOR DEL ENSAYO

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¿Por qué la electricidad debería tener algo que ver con un ser vivo?

Por Martín Elías Costa

El laboratorio es el de Heinrich Hertz en la Universidad de Karlsruhe circa 1885. En la radio suena Wellenlänge (longitud de onda) de Kraftwerk. La escena es decididamente anacrónica. El descubrimiento que está a punto de ocurrir, en pocos años dará lu-gar a la radio, en principio, y posteriormente a un sinfín de aparatos inalámbricos (televisión, teléfonos celulares, laptops con wifí, sa-télites, etc). La idea es sencilla, pero sorprendente. Al momento de conectar una pila a un cable en un lado de la habitación, salta una chispa entre las puntas de otro cable que no está conectado a nada del otro lado de la pieza. Es la primera demostración experimen-tal de la existencia de Ondas Electromagnéticas, muy a tono con la formulación de cuaterniones del electromagnetismo ideada por James Clerk Maxwell algunos años antes. El mismo tipo de ondas que el régimen sin nombre en Ondas Peligrosas pretende usar para subyugar a la población.

Ahora bien, ¿qué distingue a los diferentes tipos de ondas electro-

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mágneticas? ¿Cuál es la diferencia entre la radio AM, la radio FM, la señal del control remoto, la luz, los rayos X? Sorprendentemente, hay una única variable que permite ordenar todas estas ondas con propiedades tan distintas: la frecuencia. Pero la frecuencia, ¿qué es? Para responder esta pregunta quizá es útil imaginar que generamos una onda electromagnética agitando hacia arriba y hacia abajo un electrón que sostenemos con la punta de los dedos. Al hacer esto se genera una onda que se aleja de nuestra mano igual que si la moviéramos sobre la superficie de un lago tranquilo. La frecuencia es la cantidad de veces que agitamos la mano por segundo. A la frase “veces por segundo” se la usa tanto que se le puso un nom-bre: Hertz, en honor a Heinrich. Curiosamente, su homófono Herz en alemán quiere decir corazón (órgano cuasiperiódico si los hay). Como un ejemplo de su uso podríamos decir que típicamente el co-razón humano en reposo late a un Hertz. En resumen, algo esencial que caracteriza a las ondas es su frecuencia. Como referencia, en la lista anterior fueron mencionadas en el orden en que la frecuencia aumenta (así como aumenta la frecuencia en Wellenlänge a medi-da que avanza el tema). Es evidente que Paranoic sabe bien que la frecuencia es algo importante en la caracterización de las ondas electromagnéticas y asegura que las ondas Hypno corresponden a frecuencias “extremadamente bajas”. Y ¿qué efecto pueden tener ondas electromagnéticas de baja frecuencia sobre nuestro sistema nervioso? ¿Por qué debería la electricidad tener algo que ver con un ser vivo?

La respuesta a esta pregunta se remonta a unos cien años antes de nuestro Hertz, fanático de bandas vanguardistas alemanas de los ‘70. Mary Shelly plasmó de manera cabal en su Frankenstein los experimentos que Luigi Galvani realizara con ancas de rana y co-rrientes eléctricas unos años antes. Él observó que un pequeño im-

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pulso eléctrico era capaz de flexionar las patas aisladas de una rana y postuló que la electricidad era el principio fundamental detrás de los movimientos musculares. Para Galvani, los nervios servían para transmitir corrientes eléctricas y no fluidas como en el anterior modelo hidráulico-cartesiano. Nuestro sistema nervioso resulta ser un sistema eléctrico.

Acá llegamos al punto en el que confluyen nuestras historias. Si nuestro sistema nervioso es, en esencia, eléctrico debería ser posible alterarlo con campos electromagnéticos. En efecto, esto es posible con un aparato que no difiere mucho del usado por Hertz a finales de siglo XIX. La técnica se conoce como Estimulación Magnética Transcraneana (a.k.a. ondas hypno) y consiste en hacer pasar un pulso de corriente muy intenso y de baja frecuencia por un cable enrollado cerca del cráneo de un voluntario. Esta corriente genera un campo electromagnético que estimula la porción de cerebro que está justo debajo del cable enrollado. Los efectos sobre el usuario varían de acuerdo al área del cerebro que se encuentre en la mira del aparato. Si es apuntada sobre las principales áreas visuales (la parte de atrás de la cabeza) observaremos la aparición de pequeñas lucecitas en el campo visual; si se apunta hacia áreas motoras que controlan el brazo, se moverá el brazo; apuntada a alguna de las áreas del lenguaje empezamos a decir pavadas; etc. Quizá los expe-rimentos de EMT más relevantes para Ondas Peligrosas sean los de Rebecca Saxe que mostró que es posible cambiar los juicios mora-les de personas apuntando el dispositivo a un área que se cree está involucrada en nuestra habilidad para inferir los estados mentales ajenos: ¿Que está pensando/sintiendo el otro?

La técnica es aún muy rudimentaria y las dimensiones del apa-rato son considerables. Es imposible saber como será a futuro, pero nada nos impide imaginarlo. Material para un cuento.

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Más alláEstefanía Penas

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Estefanía Penas nació el 6 de julio de 1993, en Necochea y vivió en diversas partes de la Argentina. Actualmente, cursa el segundo año de Polimodal con orientación en Ciencias Naturales en el Instituto Albert Einstein, de Mar del Plata. Apasionada por el medio ambien-te y los animales, con intereses muy diversos: el arte, la música y la escritura, las ciencias exactas, especialmente la física. Cuando concluya sus estudios secundarios, planea estudiar Ingeniería Ambiental y en el futuro Veterinaria. Cree que jamás vaya a dejar de lado la escritura, lo siente como un hobbie para expresarse libre-mente, como también tocar la guitarra o dibujar.

LA AUTORA DEL CUENTO

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Más allá

Por Estefanía Penas

“Las estrellas: tan hermosas, tan brillantes, tan perfectas, y al mismo tiempo, tan llenas de misterios. ¿Qué ocultan tras ese res-plandor que ilumina las noches? ¿Ocultarán, acaso, otra especie de ciudad?, ¿una más grande, más moderna, más futurista? Si tan sólo mirarlas a través de este telescopio me diera las respuestas a las preguntas que no hacen más que dar vueltas dentro de mi cabeza. ¿Qué hay allá afuera? Separé mi ojo del aparato que me hacía sentir cercano a la desaparición de mis dudas. Miré con ilusión la cara de la oscuridad y sus pecas blancas y brillantes.

Un grito me arrancó de mi profunda concentración. Y entré a comer con mi familia. Callado, ingerí rápidamente bocados de una cena que sabía a enigmas y vacío. Era normal que no se hablara en esa situación, pero ese silencio estaba expectante de mí; sabía que me estaban mirando sin siquiera poner sus ojos en mi persona, sabía que querían averiguar qué era lo que cruzaba por mi mente… mejor dicho, lo que se hospedaba en ella. Toda mi vida fui un ser que sólo quiso respuestas simples y concisas; y toda mi vida, las obtuve. Pero cuando tus interrogaciones son persistentemente descifradas,

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llegás a un punto donde querés una respuesta que nadie te puede decir, algo que nadie excepto vos sepas. Pero si los demás no lo saben, ¿cómo vas a saberlo vos?

Empecé a internarme lentamente dentro de mi mente, buscando algo, una señal de cuál era mi verdadero propósito en la vida. Fue entonces cuando caí accidentalmente dentro de un libro de astrono-mía. Quién diría que en unas páginas tan viejas y amarillentas podía ocultarse un mundo de incógnitas tan perfecto y tan incomprensible a la vez. Comencé leyendo sólo los títulos, después los artículos; pero cada vez me sentía más adentro de las palabras del texto, hasta que se generó en mí una especie de obsesión con todo lo relacio-nado con el universo y llegué a saber datos que nadie jamás podría adivinar. Luego, compré un telescopio. Podía pasar horas y horas mirando a través de él, me absorbían las imágenes que se creaban en la noche. Lentamente, empezó a crearse en mi mente una duda que creí jamás comprobaría: ¿existiría vida en aquellos planetas fríos y lejanos? Y descubrí entonces que esa era la pregunta que acosó mi objetivo de vida durante tantos años.

Inicié un proyecto de investigación muy complejo, todo era pro-ducción mía y no me permitía la ayuda de nadie que no fuera un científico cósmico ya muerto. Sus libros eran la única fuente de confianza y verdadera información. Me recibí en la facultad en la carrera de astronomía y conseguí un empleo como investigador en la central de estudio astral. Pero nada parecía suficiente. Necesitaba actuar por mí mismo, no quería que nadie hiciera las cosas por mí ya que si no mis preguntas no tendrían mis respuestas, sino que, simplemente, habría respuestas, y así no era como yo quería las cosas. Era un individuo muy detallista, era capaz de aislarme para realizar las cosas porque todo debía ser perfecto y no era perfecto si no lo hacía yo.

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Pasaban los años, y no parecía obtener contestaciones; aparente-mente, desde mi posición, no había nada que se pudiera hacer. Por ello, decidí lanzarme al espacio solo.

Construí primero una nave. Utilicé los mismos materiales que se usaban en aquella época, pero no parecía nada real, parecía ser del futuro. La hice pequeña y aerodinámica, para que tuviera mayor velocidad. Dentro, le puse dos asientos, sólo por si me obligaban a viajar con alguien más, aunque yo me negara a eso. En el compar-timiento de piloto puse, además, una computadora con un software inteligente. Este aparato, daba las alertas y hacía un informe del estado general de mi cohete cada media hora, y para no perderme de nada de lo que éste dijera, había pequeños parlantes todo a lo largo de la nave. Además, la tecnología, con sus vagas y robóti-cas palabras, me hacía compañía: no quería arriesgarme a sentirme solo ya que la soledad puede causar severos síntomas de depresión; no puedo arriesgarme a nada. Detrás de la cabina de mandos, hice un pequeño pasillo, allí estaba la cocina y el comedor. Era simple: tenía, de un lado del pasaje, la heladera en la que conservaba el ali-mento para astronautas en tubos de dentífrico; y enfrente, ni siquie-ra a cinco metros de distancia, tenía un botón que, al presionarlo, hacía que una mesa con silla incorporada bajara del muro. Luego, dos pares de metros más hacia el fondo de la nave, tenía el espacio de gimnasia: había una cinta de correr, una bicicleta inmovilizada, pesas y otras maquinarias. En uno de los muros, había una especie de perchero de unos dos metros y medio de largo y medio metro de profundidad, en el cual ponía los tanques de oxígeno sólo en caso de emergencia; y frente a esto, una mesa de luz, blanca y simple. Encima de ella, tenía una foto de mi mascota Sam y yo. Observar esa imagen me producía nostalgia, pero a la vez, me motivaba a res-ponder mi pregunta y volver a casa para encontrarlo esperándome,

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como siempre. Al lado del portarretratos, tenía un pequeño aparato que yo, personalmente, había diseñado. Sólo había creado dos de su tipo: uno lo tenía yo, y el otro se lo dejaría a un fiel amigo com-pañero de trabajo. Estos elementos eran capaces de recibir y enviar mensajes desde mi hogar, hasta el espacio exterior. Me permitían mantenerme informado de cómo iban las cosas en casa y contar cómo iba todo en el viaje.

La construcción de la nave me tomó cuatro años, por lo que yo ya tenía treinta y seis cuando me presenté ante el comisionado de la central y le propuse que me diera el apoyo financiero y moral para cumplir mi misión. Me tomó un año y unos meses conseguir su permiso para realizar mi cometido solo. Luego, trazamos la tra-yectoria que haría con mi cohete. Estimaban que viajaría durante, aproximadamente, cuatro meses. Tuvieron que analizarme física y psicológicamente, querían asegurarse de que estuviera listo y lo su-ficientemente bien preparado; y aunque ellos dudaban, yo estaba seguro.

Entonces, el último día de la segunda quincena de noviembre, obtuve la autorización de la institución de investigación astral y el gobierno. Tuve cinco meses y medio más de entrenamiento, y final-mente, partí a cumplir mis sueños.

Mis pensamientos se entrecruzaban con mis emociones. Estaba muy asustado antes de salir, pero estaba seguro de que esto era real-mente lo que yo necesitaba para saber la verdad, para entender para qué llegué a este mundo.

Antes de darme cuenta, era hora del despegue. Cerré mis ojos. Tomé una gran bocanada de aire, y al cero de la cuenta regresiva, inició el arranque. Era momento de empezar a explorar.

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Día quinceLlevo ya varios y largos días explorando atentamente desde que

partí de casa. El espacio es aún más hermoso de lo que jamás ha-bría imaginado. La nave está funcionando perfectamente, lo que me hace sentir orgulloso. Hablé con Tony hoy, me dijo que todos en el trabajo están emocionados con mi expedición y tienen espe-ranzas de encontrar algo nuevo y relevante, tal vez no lo que yo quiero encontrar, pero algo. Sin embargo, yo no busco “algo nuevo y relevante”, yo deseo hallar vida. No anhelo nada más.

Decidí llamar Linda a la computadora, me hace sentir más acompañado. Le hablo seguido, tengo miedo a tener que combatir cuerpo a cuerpo con la soledad.

Estaba sentado en el asiento de piloto con la navegación automá-tica encendida. El cerebro electrónico me hacía compañía, pero no le prestaba mucha atención ya que si algo malo sucedía, su pantalla se pondría en rojo, y por como iba todo, estaba bastante seguro de que iba a estar bien. Mis ojos lo analizaban todo lentamente a través de la ventana principal. Era algo por lo que asombrarse, era hermo-so, era indescriptiblemente perfecto, era impresionante. Sin embar-go, seguía sin hallar nada, pero tenía esperanzas, todavía quedaba mucho tiempo de viaje, las horas transcurren lentas y los meses jamás terminan estando allí. Escribía en un diario todo lo que veía. Todo lo que sentía. Todo. Soñaba.

Día treinta y cuatroHoy un meteorito de un tamaño un poco inusual chocó mi nave,

me invadió la preocupación y la adrenalina. Hice que Linda anali-zara diez veces la zona del impacto. Todo está bien.

Recé a mi Dios porque sucediera algo interesante. Se ve que

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desde el espacio las plegarias siguen sin ser efectivas, no he visto nada.

Día cuarenta y sieteTengo un mal presentimiento.

Día cuarenta y nueveEstoy muy frustrado, se acerca el día sesenta y uno, será la mi-

tad del viaje y tendré que iniciar el retorno a casa. No he hallado nada. Empiezo a sentirme desilusionado de mí, yo sé que podría haberlo hecho mejor. Hablé con Tony, dice que no debo preocupar-me, que no es culpa mía y que yo lo estoy haciendo todo bien. Creo que miente, pero no debo pensar en esto.

Vi un asteroide de hermosas dimensiones. Linda lo fotografió. Me hubiera gustado poder salir a tomar una muestra de su compo-sición, pero eso no es posible.

Día cincuenta y dos¡Estoy enormemente preocupado! ¡He perdido la trayectoria

planeada con la central!, se lo comuniqué a Tony pero ellos no pueden ayudarme. No sé que hacer.

Por ahora mantendré la calma y trataré de no desviarme nue-vamente, tengo esperanzas de no haberme alejado tanto y encon-trar la forma de regresar a casa. Debo mantenerme atento a las constelaciones, ellas marcaban la línea proyectada que indicaba mi camino.

Creo que puedo vencer este desafío.

Día sesentaTony me envió un mensaje: Sam ha muerto.

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Parecía que no muchas cosas tenían sentido en ese entonces. Me alejé tan sólo unos meses y él murió. La impotencia que invadía mi cuerpo era tóxica. El dolor, insoportable. Rompí el aparato de los mensajes debido al enojo. No debí haberlo hecho, pero no me importó. Rezaba por Sam todas las noches. El ansia de cumplir mi objetivo se hacía cada vez más grande ya que era en lo único en lo que podía concentrar mi frustración y amargura. A pesar de esta mezcla venenosa de sentimientos, debía seguir luchando. La fuerza es la clave.

“La ambición es el último refugio del fracaso.”Sabía que si luchaba, vencería. Perseveré.

Día ochenta y nueve Estoy regresando a casa desde hace veintiocho días, creo que

encontré el camino. Me siento exhausto.Vi una estrella fugaz, pedí un deseo: que en paz descanses Sam.

Seguí mi viaje como una tortura, el hecho de no haber encontra-do nada me tenía frustrado. Faltaban pocos días para aterrizar, pero no divisaba nada por ningún lado. Me tranquilicé pensando que era paranoia.

Entonces, diez días antes del descenso, distinguí el planeta. Me emocioné, y luego me preocupé pensando a qué se debía esta lle-gada anticipada, pero supuse que al retomar el camino me había adelantado de alguna manera. Al estar acercándome, Linda analizó el territorio para darme las coordenadas de aterrizaje, las que yo seguí.

Nunca antes me había emocionado tanto estar llegando a casa.El descenso fue brusco y muy complicado, la base de aterrizaje

se veía muy distinta. Supuse que la habían vuelto a pintar, se me-

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recía una buena mano de pintura hace rato. Cuando por fin pude bajarme de la nave, noté que el edificio no era el mismo. También vi que las personas dentro de la estructura me observaban atentamen-te, con una mezcla de curiosidad y miedo. Esta no es mi casa.

Día ciento setenta y tresYa han pasado sesenta y un días desde el aterrizaje. Este mundo

es extraño. Es como si aquí todo se viera mejor. Conseguí despe-jarme.

Me tienen en un laboratorio extraño, como modernizado, en el que me estudian. Soy algo nuevo para ellos. Hace tiempo ya que están enseñándome su idioma, pero no me dejan salir a interactuar con su especie. Me dejarán en libertad mañana para que vea su mundo, van a observarme de lejos, aunque ellos dicen que no lo harán.

Día ciento setenta y cuatroHoy salí del laboratorio de estos seres. Lo primero que hice fue

caminar por una especie de calles que ellos tienen y observar todo. Es tan distinto de nuestro mundo, esto es lo que yo siempre he bus-cado. Es la otra ciudad que acudió tantas veces a mis sueños. A mi telescopio. Esta es la señal que mi Dios me ha enviado.

Caminé sin rumbo apreciando cada pequeña cosa que se cru-zaba en mi trayectoria. Los individuos me observaban extrañados, pero no de mala manera, sino como recibiéndome, parecía que me entendían y me daban una calurosa bienvenida.

Me animé a interactuar con uno de ellos. Su mundo se llama Planeta Tierra.”

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Mariano Ribas es coordinador del Área de Astronomía del Planetario de Buenos Aires. Lic. en Ciencias de la Comunicación, especializado en Periodismo (UBA, 1996). Periodista científico (Página/12 – Canal 7), escritor, y divulgador, especializado en as-tronomía. Astrónomo amateur.

EL AUTOR DEL ENSAYO

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El llamado del cielo

Por Mariano Ribas

No recuerdo bien cuando fue la primera vez que levanté la mi-rada al cielo. Pero si estoy seguro que desde aquel momento nunca más dejé hacerlo. Muchas veces, a ojo desnudo. Y muchas otras, con la ayuda de telescopios, esas formidables “máquinas para mirar lejos”, que se remontan a los tiempos del enorme Galileo.

Allí arriba parece haber un imán poderoso que, desde siempre, atrajo la atención del hombre. Sin importar las épocas, las culturas o las tecnologías. Cada noche, las estrellas, los planetas y la Luna nos llaman, y nos invitan a soñar con nuevas fronteras. Somos una es-pecie curiosa, inquieta y valiente. Y en nuestras fibras más íntimas, late un imparable impulso de exploración. Al fin de cuentas, eso es lo que hemos hecho desde que salimos de África, nuestra cuna original, hace 100 mil años: explorar.

Primero, fueron las largas travesías regionales, en busca de ali-mentos, nuevos lugares, y climas más acogedores. Más tarde, las travesías se hicieron continentales. En los últimos siglos, fueron los mares, los océanos, y el aire. Y en el más reciente fragmento de la gran historia humana, el espacio: hacia allí estamos marchando.

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Inevitablemente. Afortunadamente. Ese es el futuro. Ya lo había di-cho un físico ruso: “la Tierra es la cuna de la humanidad, pero no podemos quedarnos en la cuna para siempre”.

Apenas estamos saliendo de la cuna, con tímidos y torpes sal-titos. Pero de a poco, iremos aprendiendo a caminar. Y a correr. Apenas ha pasado medio siglo desde el legendario Sputnik, y ya hemos estado seis veces en la Luna. Decenas de naves no tripuladas han explorado todos los planetas del Sistema Solar, sorprendentes lunas, oscuros asteroides, y gélidos cometas. Varias estaciones or-bitales se han cansado de dar vueltas alrededor de la Tierra, como la inolvidable Mir, aquella fortaleza orbital, tosca y querible, que fue escuela de tantos astronautas. O la actual y enorme Estación Espacial Internacional, que noche a noche surca los cielos del pla-neta, brillando más que el mismísimo Venus. Con el correr de los años, nuevos países se fueron sumando a la gran aventura, y actual-mente, son decenas las naciones que participan en emprendimientos espaciales.

Es difícil imaginar lo que vendrá. Pero si nuestra especie es sa-bia y no se aniquila, y de no mediar ninguna catástrofe global, el horizonte luce sumamente tentador. Siempre lamenté haberme per-dido el histórico alunizaje del Apolo XI (con sólo haber nacido unos pocos años antes...). Sin embargo, estoy seguro que, junto a mi hijo, llegaré a ver algo mucho más importante: el desembarco humano en Marte. “Terraformación” mediante, el planeta rojo podría ser el segundo hogar de la humanidad.

Mirando un poco más lejos, es muy probable que, de aquí a unos siglos, la humanidad se haya convertido en una especie interestelar. Y que dentro de unos cuantos milenios, nuestros remotos descen-dientes estén poblando buena parte de la Vía Láctea, nuestra ga-laxia. Generaciones enteras naciendo y muriendo en otros mundos,

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orbitando a lejanos soles. Mirándonos desde el futuro, ellos recor-darán, con simpatía, nuestros primeros intentos.

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Polvo eres y en polvo te convertirásJoaquín Miguel Pellegrini

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Joaquín Pellegrini nació en Buenos Aires, el 5 de abril de 1991. Cursó sus estudios secundarios en la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini. Actualmente estudia Ciencias Biológicas en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Le apasionan la ciencia y el deporte, en especial el vóley, el cual practicó durante varios años en el Club Ciudad de Buenos Aires. En su tiempo libre le gusta escribir, escuchar música y tocar la armónica.

EL AUTOR DEL CUENTO

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Polvo eres y en polvo te convertirás

Por Joaquín Miguel Pellegrini

“Todo el mundo es tan inestable como el agua”

Joseph Heller

Cierto día el agua se acabó. Las canillas dejaron de gotear. Las cañerías se secaron. Los arroyos se convirtieron en falsos senderos. Los ríos dejaron tras de sí la huella imborrable de su cuenca. Los fa-mosos lagos de pronto fueron imponentes valles cubiertos de rocas. Las olas dejaron de romper: y claro, el mar había desaparecido.

De pronto, en un segundo, como si fuera un desdichado parpa-deo de la raza humana, su lugar de residencia por fin mereció el nombre que había llevado durante tantos millares de años: Planeta Tierra. Y sí, todo quedó cubierto de polvo, una humedad inexisten-te, tan aterradora y mortífera como el hambre.

¿Los humanos? No se preocuparon. Es cierto, jamás se imagina-ron que algo así pasaría, pero desde hace mucho tiempo los cientí-ficos habían advertido que el agua potable del planeta se acabaría;

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por lo cual, en tiempos difíciles, miles de investigadores habían tra-bajado arduamente (con o sin la valiosa inversión de millones de dólares, euros y demás monedas por parte del Estado) para encon-trar una solución a la muerte de la fuente principal de vida.

Los avances científicos fueron sorprendentes, en especial en aquellos mencionados países donde la labor era apoyada estatal-mente, y pronto, para alivio de los mandatarios y corporativistas, una pastilla púrpura fue la solución. Fue el presidente de la Unión de Potencias Mundiales (algo así como un emperador en ese tiem-po) quien comunicó la noticia a los medios de comunicación, expo-niendo la nueva pastilla púrpura como la salvadora de la raza huma-na y explicando sus beneficios hidratantes. No habrá necesidad de ingerir líquidos para saciar nuestra sed o mantenernos hidratados, gracias a este milagro científico que estará a disposición de ustedes desde mañana al módico precio de 50 euros.

Si quieres vivir, más vale que tengas 50 euros.Aún así, los corporativistas se la ingeniaron para que todo el

mundo pague el ¿costo de la vida? y se dé un paso a una nueva manera de vivir. Por otra parte, otro aporte importante del agua ya había sido reemplazado tiempo antes de la pastilla: la higiene. El sistema comprendía complejas tuberías que lograban por medio de aire, presión y bacterias benignas, higienizar a la persona en un cien por ciento. Problema resuelto: el hombre no necesita agua.

Los primeros en llegar a la casa de gobierno fueron los pesca-dores. Extinguidos mares y océanos, no había más peces y, por lo tanto, no poseían su fuente de trabajo, por lo cual estaban en manos de dios. Inmediatamente llegaron en oleadas los reclamos al gabi-nete, reunido constantemente por emergencia nacional: se confun-dían los gritos de marineros y capitanes, de nadadores y remeros profesionales, biólogos y otros científicos, ingenieros hidráulicos

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y navales, todos en búsqueda de alguna solución a sus problemas individuales.

Tres horas después, en tiempo record, los miembros del gabinete dieron una conferencia de prensa anunciando una serie de medidas drásticas. En primer lugar, se anularían todos los deportes acuá-ticos, otorgándoles de inmediato profesionales de la psicología y entrenadores a los deportistas para paliar la situación, evitar nervios y desesperación, y una “pronta especialización en otro deporte”, según palabras del Primer Ministro.

Así mismo, bajo decreto presidencial, se otorgarían todas aque-llas nuevas parcelas de tierras, aparecidas por el retiro del agua, a los profesionales con actividades relacionadas con ésta; con el fin de solventarlos económicamente y encontrar una nueva vía de recursos.

La sorpresa fue inmediata, sin dudas comenzaría una vida nue-va para todos. Por suerte, las medidas –aunque perturbadoras- cal-maron la agitación; por lo menos le dieron un día de vida más al mundo.

Sin embargo, el caos se hizo presente el día posterior.Y lo desató un científico.Firmemente plantado ante una cámara, erguía su figura gigan-

tesca ante los azorados televidentes que esperaban su palabra sal-vadora, pronunciando el discurso más imponente que jamás habían escuchado. Era un hombre canoso, bastante alto y escuálido, pero de quién brotaban las palabras con una fuerza omnipotente.

Anunciaba sin sobresaltos ni temor un gran cambio. El de una Era novedosa que dejaba atrás a todas las vividas por la especie humana. De la boca de un científico se proclamaba el fin de la raza humana. Lo expresó totalmente convencido y con todos los argu-mentos posibles. Explicó de la manera más sencilla que el agua

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era el elemento crítico para la proliferación de la vida, su fuente, la dependencia de todas las formas de vida conocidas.

La explicación, contundente, duró unos pocos minutos; sin em-bargo hizo comprender a sus espectadores la verdadera gravedad del problema. “El agua proporciona el medio acuoso necesario para las reacciones químicas, posibilita la replicación del ADN, es el gran solvente universal, como ya habrán escuchado muchas ve-ces, tiene grandiosas propiedades y aplicaciones y hasta se trata del mismísimo hábitat de numerosas especies, sin las cuales no sobre-viviríamos” explicaba con énfasis de enojo por cadena nacional, “todo esto es consecuencia de miles de años despreocupándose de la ciencia, del medio ambiente, y llevando a cabo medidas realmen-te graciosas como la de la famosa pastilla púrpura. Si bien es un gran avance proporcionando la satisfacción de una necesidad tan importante como la sed, logrando la pureza de nuestro cuerpo, no es lo suficientemente desarrollada para facilitar ese medio acuoso del que hablaba, es una gran mentira.”

Un silencio arrollador se desató en el estudio de grabación y en las casas de familia, hasta que el hombre siguió su explicación: “Han cometido la gran tontería de preocuparse sólo por sí mismos, lle-vando, gracias al egoísmo humano, a su misma destrucción ¿Cómo pudieron olvidar al reino plantae, o al resto de las especies? Han cometido un gravísimo error. La vida en nuestro planeta se mantie-ne gracias al agua, gracias a una cadena importantísima donde cada uno de sus eslabones tiene que estar presentes. La desidia desatada por la falta de inversión en ciencia y educación se ha vuelto con-tra ellos mismos. El agua, esa cadena molecular indispensable para todos, gracia y belleza de nuestro planeta, fuente de la divinidad misma, creada por el hombre para agradecer sus beneficios, ha sido hollada, pisada y aplastada por la stupiditas humani. Nos han puesto

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fecha de vencimiento”¿De quién hablaba? Pues claro, de los funcionarios, los dirigen-

tes, aquellos por quienes pasaban todas las decisiones. Eran los de hoy, pero por supuesto que los de ayer. Todos bebieron y abusaron del líquido elemento, usándolo para obtener riquezas que hoy no alimentan.

Tampoco habían pensado en ellas, pero se dieron cuenta al ins-tante. Eran las plantas, de todo tipo ¡Fuente primaria de las cadenas alimenticias! Fueron las primeras en sucumbir ante las desgracias mundiales y quedar atrás en el libro de la historia de la Tierra. Sólo era el primer paso hacia la destrucción.

En poco tiempo, las cadenas televisivas mostraban numerosos desastres climáticos sucedidos en diferentes lugares: huracanes, tormentas de tierra y arena, vastos terrenos en total desertización, los cambios llegaban por todos lados. En breve se esparció la no-ticia de la muerte de algunos animales y mascotas, compañeros de vida de miles y miles de personas.

Todo iba de mal en peor y sí, sobrevino el primer fallecimiento humano: víctimas como siempre de un sistema perverso y devora-dor, de un capitalismo feroz, los pobres enfrentaron el precio de la vida. La falta de recursos se tornó de pronto (como si nunca hubiese sido así, en realidad) en la debilidad de la especie, el destino inevi-table, la condena final.

Sin dudas, todas estas tragedias constituían una amenaza y hasta, muy acertadamente, el comienzo del fin. Todas las familias, niños, ancianos, adultos, de toda clase social, colmaron las calles en claro repudio a la falta de atención que había marcado el científico; pero aún más, en cada plaza se respiraba un aire temerario, la incerti-dumbre se inmiscuía entre las mentes de todo el mundo.

El miedo, el terror y la misma desesperación inundaba las ciu-

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dades; dejando tras de sí imágenes escalofriantes, familias enteras abrazándose lo más fuerte posible, gritos, sollozos, llantos secos, parodiando lo nunca imaginado ¡Que no se pueda llorar! Hasta a eso habían llegado sus descuidos.

Como punto final, el verdadero caos: la violencia. Se propagaron los saqueos aquí y allá, gente quemando lo que

se encontrara a su paso, peleas y discusiones por doquier, no falta-ron los suicidios y asesinatos en masa, piedras volando sin ningún sentido ¡Tiros! Bronca por acá, desesperación por allá, violencia a borbotones, crueldad, agitación, adrenalina, preocupación, fuego, sangre, muerte, revolución: la última de ellas. Y ni una gota de agua.

- ¿Cuánto saldría prevenir esto?- Millones, señor, pero es un recurso vital para la humanidad

creo yo.- Es demasiado. Déjelo para el próximo - ordena el mandata-

rio-.

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Carlos S. Andreo es Profesor Titular de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas – Universidad Nacional de Rosario, Investigador Superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Director del Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (CEFOBI) y del Centro Científico Tecnológico de Rosario (CCT-Rosario, CONICET)

EL AUTOR DEL ENSAYO

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El agua

Por Carlos S. Andreo

El agua está presente en el aire que respiramos y en el sue-lo que caminamos. Está fuertemente asociada al fenómeno de la vida, constituyendo aproximadamente el 60% del cuerpo humano. Todas las células vivientes dependen de su entorno para proveer-se de nutrientes y energía. Aunque la composición del medio varíe significativamente, las células deben mantener su contenido interno dentro de límites relativamente constantes, para lo cual los organis-mos vivos han desarrollado diferentes estrategias. En las plantas superiores, la inmovilidad de las mismas hace esencial que sus célu-las tengan la capacidad de almacenar altas cantidades de nutrientes para tenerlos a disposición cuando éstos se vuelvan deficitarios en el entorno. Este almacenamiento se produce en las vacuolas y en los espacios extracelulares de los diferentes tejidos lo que conduce a ejercer la presión que origina la turgencia característica de ho-jas, raíces y otros órganos de la planta. Esta turgencia, a su vez, es esencial para ciertos procesos fisiológicos entre los que se incluyen entre otros, al crecimiento celular, el intercambio gaseoso de las hojas y varias formas de transporte.

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El agua es uno de los compuestos esenciales que, en el caso de los vegetales, es almacenado para asegurar su disponibilidad aún en condiciones de déficit externo. El agua es el disolvente natural de muchas sustancias constituyendo el medio en el cual ocurren las re-acciones bioquímicas. En su forma líquida, el agua, forma capas de hidratación alrededor de las partículas favoreciendo las reacciones físicas y químicas de las mismas, permitiendo la difusión y flujo ma-sivo de sustancias, por lo que se constituye en un elemento esencial para el transporte y distribución de nutrientes y metabolitos en toda la planta. Con la excepción de algunas semillas, la deshidratación de los tejidos se acompaña de cambios irreversibles en la estructura celular lo que conduce finalmente a la muerte de la planta.

La vida en la atmósfera terrestre constituye un formidable desa-fío para las plantas terrestres. Por un lado, la atmósfera provee el dióxido de carbono requerido para la asimilación del carbono du-rante la fotosíntesis y por el otro puede deshidratar a la planta. Para resolver la contradictoria demanda de maximizar el consumo de dióxido de carbono limitando al mismo tiempo la pérdida de agua, las plantas han desarrollado adaptaciones que minimizan la pérdida de ésta desde las hojas, permitiendo a su vez un rápido transporte del agua desde el suelo para reemplazar la que se pierde por trans-piración hacia la atmósfera.

La asimilación del carbono involucra diferentes reacciones quí-micas y procesos fisiológicos que requieren un adecuado balance con los mecanismos de utilización hídrica. Una mayor eficiencia fo-tosintética implica una alta tasa de fijación de CO2 con una reducida pérdida de agua. En determinadas condiciones ambientales, existe un compromiso entre la asimilación del carbono y la retención de

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agua. Algunas plantas superiores han evolucionado modificando sus mecanismos bioquímicos y fisiológicos, lo que les permite rea-lizar fotosíntesis en forma eficiente en condiciones extremadamente adversas. El conocimiento de los diferentes procesos involucrados en la fotosíntesis del carbono y uso del agua por parte de los vege-tales es no sólo de interés, sino también de importancia, teniendo en cuenta el relevante papel que estos organismos tiene en la bio-esfera.

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InmensidadLucas Daniel Rombolá

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Lucas Rombolá nació en Capital Federal, el 3 de agosto de 1992. Actualmente cursa el quinto año de la escuela técnica Hipólito Yrigoyen de especialidad química, siendo la ciencia y la investiga-ción de gran curiosidad para su persona. En su tiempo libre prefie-re dibujar, leer literatura fantástica y escribir relatos por lo general también de este estilo.

EL AUTOR DEL CUENTO

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Inmensidad

Por Lucas Daniel Rombolá

Cuando me dijeron que Lisange escaparía del país, se me heló la sangre. No lograba, en aquel entonces, entender las razones de mi hermana y su esposo, el descarado Raphaël. Vivían de problema en problema y, gracias a las carreras de caballos y las apuestas in-materiales –o sea, las que nunca se pagan–, se habían topado con la ley. Al instante, pensé en el pobre Médéric, vulnerable joven, no era responsable de los desastres de su familia. ¿Con quién quedaría?, ¿a dónde vivi ría ahora que sus padres abandonarían Francia…? Esas preguntas serían pronto respondidas voluntariamente por mí.

El viernes del festival de ese mes, pude ver desde mi ventana cómo la policía ingresaba a la casa de Lisange y Raphaël y, con acentuado desdén, revolvía todo y lo arrojaba a la calle. Sin embar-go, ya había tomado mis recaudos y, con semanas de anterioridad, le había expresado a mi hermana el deseo de que Médéric se que-dase en mi casa durante la ausencia de sus padres. ¡Fea escena la de enfrente! Pero a mis espaldas, mi sobrino, consciente del asunto,

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hojeaba el compendio de Física de Fluidos de mi difunto padre, el doctor Milbus. Y a partir de su primer día en casa, el joven Médéric inició el camino hacia lo desconocido –o por lo menos, lo descono-cido para mí.

Los primeros meses, ambos salíamos a cabalgar por la zona cos-tera y comúnmente, nos dirigíamos al puerto para charlar con los pescadores y los exploradores del mar. Pero a medida que el tiempo pasaba, las salidas al aire libre se fueron distanciando, y mi sobri-no prefería concentrar sus horas en el patio posterior de la casa. Usualmente, leía libros añejos y descabalados, los que contenían largas fórmulas químicas, observaciones empíricas de todo tipo y cálculos matemáticos variados; de estos tópicos solía hablar muy a menudo.

Finalmente, cuando cumplió sus dieciocho años, pude observar cómo su apariencia había cambiado. Era ya un muchacho apuesto, inteligente, algo excedido de peso acaso… aunque esa maldición es hereditaria y circunda nuestros cuerpos tanto como el deseo por el buen alimento.

-Tío, haré historia –recuerdo que me dijo.-La historia ya está escrita –le respondí, casi irónicamente.Al día siguiente, él se sirvió una taza de leche y se fue temprano

para la reducida habitación de experimentos de mi padre. Luego, regresó por su colchón y se lo llevó a aquel lugar. No le quise inte-rrogar, me deleitaba en su determinación.

-Tío, de aquí no saldré jamás.-No será así. Tus padres regresarán –le traté de convencer.-Ellos jamás volverán.A partir, de ese día, él fue fiel a su promesa. Bajo mi triste con-

sentimiento, Médéric se encerró en ese ambiente, al que, claro, se me habilitaba ingresar cuantas veces yo quisiera. Y aunque el

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tiempo ha hecho sus estragos, pude recordar bastante de los ensa-yos del doctor Milbus cuando miré la pizarra de mi sobrino. Decía: EXPERIMENTO DEL SISTEMA AISLADO. Entonces le pregunté de qué sistema hablaba, pues mi padre había ensayado sistemas de péndulos al vacío, sistemas gaseosos en función de la temperatura y presión y entornos de insectos y aves pequeñas; pero no respondió.

Según su petición, le mantuve a pan y agua por años. De acuerdo con lo que leí luego en sus anotaciones, había confeccionado innu-merables fórmulas para la mejor comprensión de su entorno -inclu-so había descubierto una constante dada por la altitud del techo di-vidida por el diámetro de la boca del balón de destilación. Armó de aquella habitación, su propio universo. El robusto escritorio, atosi-gado de libros, fue llamado “La Colina de los Robles”. Después, al lavabo lo nombró “El Arroyo Estacional”; y los candelabros forma-ron, de la noche a la mañana, infinitas constelaciones. Fundáronse la ventana circular como Sol y la vela nocturna como Luna.

Y a medida que el tiempo transcurría, la cara de Médéric empe-zó a curtirse. Ya su espíritu no era el mismo, y sentía yo su rencor cuando hacía mi acto de presencia en su hermético mundo. No obs-tante, respeté su decisión… no era quién para contradecirle.

Fue entonces que, en un día de particular tormenta, golpearon a mi puerta. Y… ¡qué sorpresa esperaba detrás de ella! ¡Era mi her-mosa hermana Lisange!

-Buen hermano, te encuentras más jovial que la última vez que te vi… ¿Qué haces tú con el tiempo? –expresó luego de que la hu-biera abrazado con fuerza-. ¿Y dónde está mi pequeño?

-¡Pues pequeño no es más, ya a su padre se asemeja! –respondí con los ojos húmedos-. A propósito, ¿dónde está Raphaël?

De inmediato, ella ingresó a la casa. Cuando me dijo que él ha-bía ido a recuperar la antigua vivienda, le recordé que ya no se

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hablaba de sus fechorías en el pueblo y que ellos ahora no eran considerados peligrosos. Lisange, contenta, se quedó aguardando en el vestíbulo.

Me dirigí hacia la habitación de Médéric con la noticia bajo la lengua trémula de alegría. Mi corazón estallaba por dejarla expulsar su sonido y ver la expresión en el rostro de mi sobrino. Al llegar, abrí la puerta y, con la mayor satisfacción jamás experimentada, le anuncié el regreso de sus padres…

-Yo no tengo padres –contestó, y el encéfalo me descendió a la temperatura de congelación.

¿¡Qué había sucedido!? ¿¡Tanto tiempo había originado en Médéric la infame tabula rasa!?

-Pues te apuesto a que sí los tienes –insistí-, y ellos están ansio-sos por verte. Ahora, ven conmigo y verás que tengo razón.

Más por obediencia que por aprobación, Médéric se levantó de lo que él llamaba “Observatorio” –era su silla– y, a regañadientes me acompañó hacia la puerta de la habitación. Lo tomé de la mano y noté que ahora ya no me odiaba, pues estaba sudando…

¡Pobre Lisange! ¡Pobre Raphaël! Padres que no lograron reen-contrarse con su hijo. Al menos, con su hijo vivo… Pues en cuanto Médéric cruzó el umbral de su estrecha puerta, miró con ojos ate-rrados lo que circundaba a su persona. Su mano me apretaba con una fuerza incomparable y vi pasar por sus ojos tantas cuentas y cálculos como ángulos de observación existían, pues no era aquella su bella habitación, ni era aquel espacio la burbuja que habíase él mismo forjado. Es que la luz todo lo ilumina y, como el Sol tempra-no, no permite que la sombra de la noche prevalezca; mas cuando la lumbre se coloca en un orbe restringido, el albor de la verdad desaparece y el conocimiento se silencia. ¡Desdichado Médéric! En un instante, entró en estado de pánico y cayó al suelo, pálido y tieso como una piedra.

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Alejandro Pujalte es Ingeniero Agrónomo (UBA) y Licenciado en Educación (UNQ). Trabaja en el CeFIEC (Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias) de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, en docencia e investiga-ción. Actualmente realiza su doctorado en la Universidad Nacional de Quilmes, en el campo de la Didáctica de las Ciencias Naturales, específicamente en relación con la imagen de ciencia que tienen las profesoras y los profesores de ciencias.

EL AUTOR DEL ENSAYO

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Del científico como un ser aislado y solitario

Por Alejandro Pujalte

La imagen del científico que trabaja solo sigue siendo un es-tereotipo muy frecuente en las representaciones que suele tener la gente cuando se le pregunta cómo se imagina a la persona que se dedica a la actividad científica en su ambiente de trabajo. Esta ca-racterización va de la mano no sólo de pensar a la ciencia como una empresa individualista, sino que también se la suele relacionar con el trabajo críptico, secreto, propio de unos pocos iniciados, trabajo que apunta a creaciones, invenciones o descubrimientos extraordi-narios, destinados a cambiar el mundo de una vez y para siempre. Uno podría preguntarse cuál es el origen de esta particular imagen en la que se suele coincidir. Y una respuesta posible puede llegar a encontrarse si acudimos a describir a unos personajes conocidos como alquimistas. Si bien son reconocibles ya en la Edad Antigua y en diversas partes del mundo, es en el alquimista del medioevo europeo donde se van a marcar aquellos aspectos herméticos y má-gicos que lo harán trascender en los estereotipos. La alquimia se prefiguraba en ese entonces como la promesa de fabulosas riquezas,

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poder y longevidad: La piedra filosofal permitiría a quien la hallare transmutar metales en oro, y el elixir de la juventud acabaría con la amenaza de la muerte.

Los alquimistas persistieron hasta muy avanzado el Renacimiento, aún hasta la Modernidad. Los practicantes de la alquimia solían tra-bajar ocultos en lugares secretos, como los sótanos de los casti-llos. La mayoría de sus actividades se realizaban de noche: muchos de sus procedimientos requerían de la luz de la Luna. Moviéndose siempre en la zona gris entre lo natural y lo sobrenatural, utilizaban un lenguaje oscuro, esotérico, plagado de símbolos, como forma de preservar sus conocimientos. Paracelso, uno de los principales alquimistas del siglo XVI, que puso a la alquimia al servicio de la medicina, decía de sus pares: “Se entregan diligentemente a su labor” “No pierden el tiempo en conversaciones ociosas, sino que encuentran su felicidad en el laboratorio”.

La literatura se ha encargado de retomar las particularidades de estos protocientíficos. El Fausto de Goethe y el Frankenstein de Mary Shelley son ejemplo de cómo se conjugan las fuerzas natura-les y las fuerzas místicas en pos de una obsesión: ser como dioses, jugar a la inmortalidad, a la creación de vida. Esta imagen romántica del personaje encerrado, que invierte su propia vida para conseguir aquello que se propone, dejando de lado todo lo mundano, incluso su propia familia, ha sido fuente de inspiración para muchos autores y autoras de ficción. Más allá de lo atractivos que son estos matices para la creación literaria, es lícito preguntarse en qué medida éstos permanecen en el imaginario colectivo cuando se trata de pensar en la gente que hace ciencia hoy en día y cómo esas representaciones contribuyen a concebir a la ciencia como algo ajeno, lejano y para unos pocos elegidos. Una educación científica de calidad para todas y todos debería basarse en la transformación de este estereotipo,

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mostrando a la ciencia esencialmente como una actividad profun-damente humana.

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Los inmortalesJoaquín Toledo

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Joaquín Toledo, nació en Rafaela, el 2 de noviembre de 1991.Cursó sus estudios primarios y secundarios en el colegio “Nuestra Señora de la Misericordia”. Actualmente estudia la carrera de ingeniería industrial en la Universidad Tecnológica Nacional. Paralelamente estudia piano y alemán. Le gustan las matemáticas, la literatura y la música; en su tiempo libre le gusta leer libros de todo tipo o escribir cuentos.

EL AUTOR DEL CUENTO

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Los inmortales

Por Joaquín Toledo

Llegó a mí como una revelación suprema, que desde un princi-pio supe que me ayudaría a cambiar el mundo. Después de años de labor científica e investigación mi trabajo pudo ser concluido.

De joven fui soñador, un hombre emprendedor que siempre bus-có llegar a ser reconocido. Como estudiante era un destacado, y mis ansias por encontrarme con un futuro glorioso me impulsaron a comenzar mi carrera científica a la temprana edad de veinte años, pues no había en mi mente otra cosa que no fuera el estudio, y de esta forma mis méritos tuvieron su recompensa.

Pero con el pasar del tiempo los sueños del joven se dejan des-moronar por la experiencia de la vejez que con cada arruga que suma a su rostro y le hace entender que ya no vale la pena seguir escalando la montaña, pues por más alta que sea su cima, nunca te permitirá tocar el cielo con las manos.

Ya a la edad de sesenta y tres años estaba retirado y dispuesto a pasar lo que me quedaba de vida en la tranquila y amarga soledad de mi casa. Durante mi juventud los distintos trabajos que realicé me permitieron juntar el suficiente dinero para vivir unos cuantos años

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sin sufrir carencias. En ese tiempo de receso de mis actividades me preguntaba continuamente si había disfrutado de la vida; si había tenido sentido desperdiciar años y años en una búsqueda ambiciosa que no me había llevado a nada; y por último si podría regresar el tiempo atrás.

Pero ante tanto arrepentimiento y melancolía, un buen día la suerte tocó a mi puerta. Un viejo colega que me había acompaña-do durante largo tiempo de mi carrera profesional apareció en mi casa con una propuesta irrechazable. El reconocido doctor Matheus Lewis solicitaba mi ayuda para un experimento sobre el desarrollo de las células en los seres humanos. Sus estudios le habían permi-tido descubrir que las células humanas en su etapa embrionaria son capaces de reproducirse a altas velocidades pero con el correr del tiempo y cuando los cuerpos llegan a su madurez dicha capacidad se va perdiendo y el cuerpo incurre en una etapa de progresivo de-terioro. La idea de Matheus era que las células ante una determina-da estimulación podrían incrementar su capacidad de reproducción aún más que las células embrionarias. Esto no solo permitiría curar cualquier enfermedad sino que volvería al sistema inmune muchí-simo más fuerte.

La propuesta me interesó mucho, por lo que de inmediato acep-té. Trabajamos años experimentando, y en ese tiempo Matheus mu-rió, pero yo seguí solo, intentando alcanzar la meta que juntos nos habíamos

impuesto. Mis esfuerzos dieron sus frutos, logré un buen día la satisfacción de encontrar la cura a todos los males. Descubrí que ciertos químicos y fluidos introducidos en el cuerpo daban a éste una vida perdurable. Yo fui el primero en usarlo y vi cómo efectiva-mente mi cuerpo se rejuvenecía.

Decidí entonces entregar mi descubrimiento al mundo. La OMS

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se apropió inmediatamente de él y en poco tiempo lo diseminó por todo el planeta a través de las redes de agua, argumentando que todos merecemos por derecho una vida saludable. Fue cuestión de tiempo para que todos fuéramos sanos, todos fuéramos perdurables. Pero con el tiempo me di cuenta de que más que una bendición ha-bía creado una maldición...

La población mundial creció desmesuradamente, ya que nadie moría porque eran todos jóvenes eternos y esta capacidad se trans-mitía a las nuevas generaciones por lo que los niños que nacían crecían sin problemas hasta que su cuerpo alcanzara su madurez. Mi cura era tan efectiva que ni las balas eran capaces de matar a los humanos. La única forma de eliminar a alguien era destruirlo por completo.

El mundo se súper pobló y los recursos se hicieron insuficientes. Pero la gente no moría de hambre, sus cuerpos se volvían delgados, débiles y escuálidos. Así en las regiones más pobres comenzó el canibalismo. Llegaron las guerras y nuevos déspotas sucesores de Hitler colmaron la tierra. Todo era desorden y caos.

Esto me obligó a actuar. Yo quería remediar el mal que provoqué por lo que desarrollé una nueva sustancia que era capaz de revertir el proceso de la anterior. La di a conocer al mundo pero nadie quería renunciar a su inmortalidad, por lo que sabotearon mi trabajo y me encerraron para que no pudiera continuar, pero ya lo había usado en mí y es cuestión de tiempo para que muera, pues yo, Ferderick Lazarus ya no soy uno de ellos, uno de “los inmortales”.

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Leonor Bonan se desempeña como docente e investigadora del Centro de Formación e Investigación en Enseñanza de las Ciencias de la UBA. Desarrolla proyectos de educación ambiental en dife-rentes niveles del sistema educativo.

LA AUTORA DEL ENSAYO

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Sobre los recursos para la vida en nuestro planeta y la sustentabilidad

Por Leonor Bonan

La Tierra se formó hace aproximadamente 4500 millones de años siendo que 700 millones de años más tarde se inició la vida. Este intervalo de tiempo inicial en el que no existía la vida se pien-sa como un período estático. Sin embargo, ocurrieron procesos de suma relevancia que materializaron las condiciones físicas que die-ron lugar al origen de la vida.

Así, la vida surgió a partir de unos organismos muy simples: las bacterias. Esta primitiva forma de vida perduró en el tiempo y a través de múltiples y variados procesos posibilitó la diversificación de la vida, la aparición de variadas especies entre las que nos encon-tramos nosotros, los seres humanos.

En la larga historia de nuestro planeta, nuestra presencia y desa-rrollo social abarcó un período sumamente corto, cerca de 1 millón de años. Sin embargo, en este corto tiempo hemos transformado radicalmente nuestro entorno: hemos intervenido en los espacios naturales, ocupándolos y manipulándolos, alterando los ecosiste-

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mas, implementando formas de agricultura y ganadería intensiva a gran escala, aumentando el número y el tamaño de las ciudades y desarrollando modos masivos de transporte de mercaderías y perso-nas. Todas estas actividades nos condujeron a percibir la naturaleza como un bien inagotable y a sentir un derecho irrenunciable a do-minarla y explotarla.

Sin embargo, todas estas prácticas resultan insostenibles. Es ne-cesario desarrollar nuevas miradas sobre el entorno, guiar nuestras acciones a través de criterios de preservación, revertir la injusticia que se expresa a través de las estadísticas: el 20 % de la población mundial consume el 80 % de los recursos que se explotan en el planeta.

La época nos interpela a nosotros mismos como especie, nos desafía a replantear el tipo de relación a establecer con la naturale-za: es casi imposible no realizar un impacto sobre el entorno pero es posible trabajar en la creación de modelos en los que nuestros impactos puedan ser absorbidos por la capacidad equilibradora de la naturaleza.

Los conflictos ambientales no se reducen a problemas del eco-sistema sino que involucran aspectos diversos; entre los más impor-tantes se encuentran los económicos, los políticos y los éticos de las sociedades que los protagonizan.

Erradicar la pobreza es un requisito indispensable de la sustenta-bilidad. Su logro implica reducir disparidades en los niveles de vida y responder mejor a las necesidades de la mayoría de los pueblos del mundo.

Se nos plantea el desafío de gestionar los recursos naturales considerando su finitud, priorizando su distribución, incorporando pautas de equidad y solidaridad, y respetando la biodiversidad de la que formamos parte.

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La ciencia aporta el conocimiento que nos permite comprender los problemas del ambiente, el desafío es utilizarla para generar es-trategias que garanticen nuestra supervivencia y la del resto de las especies.

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Fallo del concurso 7 Prefacio 9

Ondas peligrosas de Carolina Sevilla Bachiller 13

¿Por qué debería la electricidad tener algo que ver con un ser vivo? de Marín Elías Costa

Más allá de Estefanía Penas 29

El llamado del cielo de Mariano Ribas 39

Polvo eres y en polvo te convertirás de Joaquín Miguel Pellegrini 45

El aguade Carlos S. Andreo 53

Inmensidad de Lucas Daniel Rombolá 59

Del científico como un ser aislado y solitariode Alejandro Pujalte 65

Los inmortales de Joaquín Toledo 71

Sobre los recursos para la vida en nuestro planeta y la sustentabilidadde Leonor Bonan

INDICE

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