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POLLA TRUJILLO AB UNA GUÍA PRÁCTICA PARA ALIMENTARSE MEJOR AB LA CASERITA ROJA COCINA CONSCIENTE, SANA Y FÁCIL

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POLLA TRUJILLO

ABUNA GUÍA PRÁCTICA

PARA ALIMENTARSE MEJORAB

LA CASERITA ROJACOCINA CONSCIENTE, SANA Y FÁCIL

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ÍNDICE

PRÓLOGO ...............................................................................................9

BIENVENIDOS ........................................................................................13

NUESTRA RELACIÓN CON LOS ALIMENTOS .................................15

QUÉ NECESITA NUESTRO CUERPO Y DÓNDE ENCONTRARLO ......23

¿QUÉ COMEMOS CUANDO COMEMOS? ........................................26

CAMBIANDO NUESTROS HÁBITOS: ¿QUÉ COMER? .................................32

¿CÓMO REEMPLAZO ALIMENTOS? .................................................36

Recetario básico de la Caserita Roja

SOPAS • LECHES VEGETALES • HAMBURGESAS • LEGUMBRES RECETAS BREVES, SENCILLAS Y FUNDAMENTALES PARA

COMENZAR A COCINAR E INVENTAR TUS PROPIOS PLATOS.

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Entradas y picoteos

DIPS • SALSAS • CARPACCIOS • ROLLS PARA UNA VIDA SOCIAL MÁS SANA

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Platos de Fondo

PLATOS VEGANOS • ACOMPAÑAMIENTOS • FONDOS DE INVIERNO Y VERANO

LO MEJOR DE MIS ESPECIALIDADES LLEVADAS CON AMOR A LA MESA.

PÁGINA 81

Lo dulce

AUNQUE NO SOY TAN DULCERA, ¡MIS HIJOS ME EXIGEN POSTRES! AQUÍ ESTÁN MIS INFALIBLES PARA

DEJARLOS CONTENTOS.

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Ocurrió a principios de los noventa en la casa de La Reina. Mi hermana Po-lla y yo aún vivíamos con nuestros padres. Compartíamos una buhardilla de madera del segundo piso, muy caliente y oscura, con dos dormitorios y un baño. Yo tenía un taller de pintura en el patio donde pasaba la mayor parte del día y subía al segundo piso cuando quería un recreo, copuchar o reírme un rato. Con la Polla eso siempre estaba garantizado. Un día cualquiera, subí corriendo al baño y la encontré enchufando unas lámparas de escritorio para una toma. Preparaba el examen del ramo más importante de su carrera de fotografía. La Polla tenía conflicto con comer animales muertos desde que era muy chica cuando tuvo su primer gato, la Cuqui. Pero con un abuelo carnicero y la premisa familiar de que toda comida debía llevar carne, no fue sino hasta la adolescencia cuando pudo ejercer su derecho de elegir qué comer y qué no. Ese verano había decidido hacer un diaporama llamado “Naturaleza muerta”. Sería un trabajo audiovisual atractivo de colores bellos y húmedos que irían desde un desenfoque total hasta ver la cruda realidad: huesos, tripas, interiores y pedazos de animales muertos. La idea era provocar en los espectadores el mismo shock que a ella le daba comérselos. El diaporama tendría un audio de gemidos sexuales reales (grabados con su pololo) que transformarían las imágenes en una verdadera obra de arte conceptual.

En una bolsa de supermercado tenía todo lo necesario para hacer una auténtica parrillada surtida, con cortes clásicos e interiores varios, solo que esta tendría otro destino, uno artístico, y en perspectiva, uno que cambiaría su vida. Pero en ese preciso momento no lo sabía. Horas más tarde cuando subí, el segundo piso olía tan mal que la Polla estaba con un pañuelo amarrado a su muñeca untado con perfume para poner en su nariz entre cada toma. Nuestros dos gatos, el Zapallo y la Zapalla, arañaban el vidrio de la ventana que ella ha-bía cerrado para que no se comieran el modelo, que aunque oliera putrefacto a cualquier nariz humana, para ellos olía a chicharrones en aceite.

La Polla tenía las horas contadas porque las tomas tenían que quedar bien ese mismo día. La incertidumbre de no tener las fotos en pantalla para

NATURALEZA VIVApor Marcela Trujillo, Maliki

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saber cómo quedaban la hicieron aguantar. Era la era manual, con rollos de 36 fotos y la paciencia de esperar que un laboratorio las revelara. Cuando terminó salió a botar el modelo a un basurero lejos de la casa. La idea de que los gatos se lo comieran la aterraba.

Pero a pesar del horror que experimentó, dos cosas buenas ocurrieron después de ese día. Las fotos salieron geniales y me sirvieron como referentes para una pintura que estaba haciendo con una tripa voladora, y lo más impor-tante, ese mismo día la Polla le dijo a nuestra mamá que POR FAVOR no le diera carne esa semana. Y esa semana se transformó en dos, en un mes, en tres, en toda la vida.

La Polla se convirtió en vegetariana. Pero de las que comen pescados y lácteos. En esa época no comer carne en Chile era raro y en nuestra casa hasta los platos de lentejas venían coronados con un bistec. Pero nada de eso la hizo ceder. De a poco todos nos acostumbramos a verla comer sus propios platos y a verla dentro de la cocina preparándolos.

En el 95 viajamos juntas a Nueva York. Éramos fanáticas de lo japonés, amábamos a Miyazake, Akira y sobre todo el sushi. Entramos a un supermer-cado japonés en St. Marks Place y la 2da av. Era en un segundo piso. Quería-mos comprar un postre japonés, una bolita blanca rellena con algo negro. Se llamaba Mochi. Nos compramos dos mochis. Uno negro y otro blanco. Eran grandes como una manzana. Venían en un paquete transparente lleno de letras japonesas que encontramos tan hermosas que guardamos los envases. Eran pesados y blandos. Dimos la primera mascada esperando encontrar un manjar japonés, pero lo que saboreamos era una goma semi dulce y pegote rellena con legumbre molida. Nos dio ataque de risa. Era como comerse un bol de arroz con porotos negros espolvoreado con azúcar flor. Raro, pero lo comimos igual, éramos fieles fans de todo lo japo. Quedamos tiesas. Más que un postre, era un almuerzo. Los japoneses no comen lácteos y consumen muy poca azúcar.

Pero en esos años no sabíamos mucho de alimentación sana aparte de haber crecido en una casa con comida casera, sin bebidas gaseosas, sin golosinas, con jugos de fruta natural y muy poca fritura. Para mí el tema no era la salud, era el peso. Así es que me mantenía alejada o hasta el cuello (según la época) de la comida chatarra, de los carbohidratos refinados y de las grasas saturadas. Si en-gordaba era malo. Tenía tiempos buenos y tiempos malos. Sin embargo, el vege-tarianismo de la Polla me llevó a entender que la voluntad también funcionaba

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si cambiabas tus ideas. Ella no sufría por no comer carne como sufría yo por no poder comer chocolate o papas fritas. “Pero come un pedacito, si da lo mismo”, le decían a veces en un asado o en un restaurante cuando le traían un plato con algo de carne de vacuno o cerdo. A la Polla no le daba lo mismo. Su elección de no comer carne era importante y debía respetarla y hacerla respetar. Esa lección la aprendí con ella. Si accidentalmente probaba un plato que contenía carne o pollo, se sentía mal. Tan mal que una vez lloró.

A mí NYC me quedó gustando y al año siguiente del Mochi me mudé a la Gran Manzana, mientras la Polla estudiaba diseño gráfico, y al igual que la era manual de la fotografía, le tocó justo el año antes de que la era digital se instalara para siempre en el ADN de las personas. Las tareas de diseño tam-bién eran con olor, pero a neoprén, y con papelitos, tijeras, lápices de color y plumones, con mesones de dibujo, colegas conversando, materiales, estuches, cachureos, revistas, reglas, doble contacto, stickers. Cuando el computador en-tró a la vida de mi hermana ya era demasiado tarde. La manualidad estaba en su alma. Fue tanto que cuando nadie necesitaba un diseñador que hiciera las ilustraciones con plumones y las letras con letra set, la Polla se estaba convir-tiendo en una artista del collage (bidimensional y tridimensional).

Cuando volví de NYC hicimos una exposición juntas. Ella con sus co-llages y cajitas y yo con mis cómics. Era su segunda muestra y vendía sus tra-bajos, era una artista visual. En poco tiempo comenzó a hacer clases de collage y abrió un taller en el Barrio Yungay. Sus alumnos recortaban y pegaban sus sueños, fantasías y pesadillas con recortes de revistas, papeles reciclados, cachureos, miniaturas y conversaban con ella, se reían, igual como yo me reía en esa buhardilla, y pasaron algunos años hasta que se convirtió en madre.

La maternidad transformó su espíritu lúdico en espíritu práctico y abrió una mini pyme con nuestra hermana mayor, Katy, de canguros de tela para llevar al bebé cerca del corazón, como lo hacen las mujeres indígenas, y de cuadernos para el pediatra y una caja de juguetes y artículos varios para el cuidado del recién nacido.

Nosotras, las hermanas Trujilllo, siempre hemos creído y dicho que el gen comerciante de nuestro padre fue un gen recesivo en las tres. Cero a la izquierda en matemáticas y en temas de negocio. Y cuando uno cree y dice algo por tanto tiempo se vuelve real, así es que el negocio de los morrales de guaguas no prosperó y la Polla volcó toda su creatividad en preparar comida

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sana para sus hijos. En poco tiempo el taller de collages y canguros fue cam-biado por la gran y hermosa cocina de su departamento.

La Pollita amaba a sus hijos, pero extrañaba a sus alumnos, copuchar, echar la talla, reírse mientras movía sus manos. Entonces inventó los Comidrinks, unas cenas pagadas para amigos y amigos de amigos en el comedor/cocina de su departamento. Y de preparar colados vegetarianos y leches vegetales para sus hijos, pasó a preparar cenas para 12 personas, con tanto esmero y amor, con tanto éxito, que comenzó a pensar que el gen de comerciante se había reactivado. Sus comensales comenzaron a convencerla de abrir un restaurante, de que se profesionalizara, que sus deliciosos platos con los que los agasajaba eran dignos de un chef pituco. Pero la Polla no tenía tiempo de abrir un restaurante. Las madres no tienen tiempo ni energía de hacer muchas cosas, pero ella tenía algo mejor que eso; no solo tenía ganas de cocinar para los demás, también le dieron ganas de compartir sus recetas y expandir sus creaciones culinarias con personas como ella, interesadas en comer conscientemente. ¿Qué tal si las recetas de esos platos sabrosos, lindos, nutritivos, entretenidos y originales los enseñaba?, ¿qué tal si hacía clases de cocina saludable?, y eso hizo. La Pollita se rebautizó como la Caserita Roja, inspirada en un collage que ella había hecho años antes, se con-virtió en una verdadera Chef saludable y pudo hacer realidad su sueño: enseñar a comer sano y rico. Y rentable, que no es menor.

El camino a la comida sana de la Polla coincidió con mi entrada al Grupo Goce, donde a punta de terapia grupal, dieta sin azúcar y una repro-gramación cerebral, bajé 25 kilos y me convencí de que los genes se reactivan, que se puede cambiar y que se puede recuperar el amor propio y llevar una vida más sana y más feliz. Mis dos hermanas comenzaron a tomar diferentes cursos de cocina (ortomolecular, rawfood, etc.) y en menos de un año toda nuestra familia estaba en el sendero de la alimentación no procesada, con una gran líder que nos iluminaba: la Caserita Roja, una similar a la del cuento, alegre, confiada, con una canasta llena de alimentos caseros para compartir. Y si aparece el lobo, ella no se asusta, porque eligió cruzar el bosque y llegar a su destino: cocinar siempre con ingredientes de muchos colores y olores ricos, con naturaleza viva.