la carta

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Marisa Bermúdez Malagón

La Carta

Ilustraciones de

María Bermúdez Estévez

© Mª Isabel Bermúdez Malagón

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“En el Amor, como en la música, el secreto está en el compás” M. B.M.

Para mis padres, Basilia y Miguel Para mis niet@s presentes y futuros Para los emigrantes del mundo

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Érase una vez, un joven topo, valiente y curioso. Vivía rodeado de olivos, en una madriguera maltrecha, en la ladera de un pecho, cerca de un nacimiento de sal, junto a su madre, su hermana y hermano.

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Ese lugar dio origen a su apodo: todos conocían al animal por el topo “Salinero”. ¡Ese nombre le iba como guante al dedo, pues en verdad era un animalito sano y alegre, juguetón! ¿Queréis creer que se encontró un peine viejo y desdentado, entre unas matas y tocaba los dientes con tanta gracia y salero que parecía música? - ¡Este topo toca como Dios! – comentaban sus vecinos y familiares.

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Eran tiempos difíciles, de hambre y poca caza. Una guerra terrible de los hombres, había asolado la comarca y había desequilibrado a la fauna y a la flora del lugar… El topillo Salinero crecía y aprendía a pesar del hambre y cuando cazaba algunos insectos distraídos u otras delicias toperiles, se afanaba en regresar a la topera y compartirlo con su humilde familia. Llegó la primavera y decidió indagar nuevos territorios de caza. ¡Pronto cumpliría 2 años (que son 20 de los humanos)!. Bajó hasta el río cercano y rastreó aromas nuevos, paladeó bayas desconocidas y multicolores… Pero un olor en particular llamó su atención. Lo siguió casi sin darse cuenta hasta que, no lejos de allí, entre las cañas de la orilla, quedó petrificado: una joven topita como él, sólo que un poco más clara de pelo, un poco más baja de estatura, bebía quedadamente, sin intuir que él la observaba, escondido entre las hierbas altas… Parecía absorta en la contemplación de su imagen reflejada en el agua… Tomaba agua con las patitas delanteras y alisaba su carita redonda y peluda con sumo cuidado, como si preparase su pelaje para que lo acariciaran manos invisibles y secretas… El topito Salinero no pudo contener su curiosidad y se acercó respetuoso a la bella topita pero ella, sorprendida, le mostró sus garras afilados y dispuestas al ataque. Él no hizo nada, se quedó quieto, como si la sal de su apodo, le hubiese convertido en una estatua… sumiso a los pies del bello ejemplar de topa. - ¿Cómo te llamas? – preguntó ella

- Salinero – respondió él. ¿Y tú? - Yerbabuena

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Y así continuaron con las típicas preguntas de rigor en los encuentros: que si dónde vives, que si ya sabes cazar o no… a las cuales siguieron las agradables sorpresas: que si sé preparar una cama tierna para futuros topitos, que si entiendo de alimentos y ungüentos… que si yo sé tocar el peine… ¿Qué puedo contar que dos que se interesan no sepan de memoria?

Fueron unos momentos mágicos. Dos lucecitas azules se encendieron para siempre dentro de su centro negro carbón de topo intuitivo. Jugaron, se retaron corriendo, se persiguieron por la arena fina y se revolcaron y rieron sin parar, o mejor dicho, emitieron unos sonidos “topo fónicos” que parecían risas... Sus lenguas alisaron sus pelambres aún jóvenes y rebeldes y se probaron el aliento hasta embriagarse, revolcándose entre jaras y romero en flor. Yerbabuena y Salinero debían obedecer a las reglas naturales de su condición de seres vivos. Sabían que el amor había tocado con sus lindas alas, sus corazones noveles y puros. Se despidieron con tristeza, pues él debía preparar, primero, una madriguera digna para la futura esposa. También, lo sabía, debería pelearse por ella, con otros topos apuestos y decididos, en los bailes de Apareamiento. El topillo se dio prisa en acondicionar su cubil y, pasado el tiempo preciso, Salinero acudió al territorio de su amada y la invitó a su madriguera junto a la fuente salada. Esa propuesta no fue del agrado de los otros impetuosos topos que lidiaban por ella. Vencidas todas las pruebas, nuestros topos enamorados marcharon juntos, llegada la noche… ¡Ganó el Amor!

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El topo Salinero y la topita Yerbabuena, pronto vieron su guarida revolucionada con dos topillos vivaces y apuestos, la topita Luna y el topito Lucero. Ellos llenaron el espacio sofocador y negro del túnel donde vivían, en un gran salón de baile, alumbrado por los neones de sus risas y de sus lindos nombres. Pero faltaban muchos de los alimentos vitales. Aquella región verde y blanca donde vivían, aún no se recuperaba de los pesticidas y venenos de los humanos… ¡Por mucho que Salinero y el gremio de topos cavaran y cavaran, siempre se rellenaban sus galerías de purinas y de agua salada! … Por más que recorrieran las redes de peligros entre los olivos amenazantes en busca de, aunque fuera, la más insignificante araña, no conseguían nunca suficientes alimentos para el apetito voraz de sus respectivas crías…

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Una mañana de verano, recolectando las últimas semillas y disecando moras y andrinas, recibió la visita de su hermano mayor y de un amigo de este, el castor Antolín, un flamante empresario de la explotación maderera del un río cercano. El topo se quedó muy impresionado por lo que le contaba aquel castor y, viendo la curiosidad que Salinero mostraba por las vías del transporte de la madera por el río, el castor le lanzó:

- Oye, yo preciso muchos brazos y tú eres fuerte y listo… ¿Qué te parece si te vienes conmigo y te enseño a conducir los troncos río abajo? Claro que, tu familia y tú os deberéis mudar… Eso sí, ¡Podrías alimentar a tus topos sin tantos apuros, hombre!… Si te parece, de aquí a un tiempo, te mando llamar por mi amiga la Abeja Cartera.

Se despidieron y ahí quedó la cosa… Se acercaba el otoño, con sus días pardos… Se avecinaba un invierno inclemente… Los insectos se morían como los chinches, pero ninguna abeja le había traído ningún mensaje… Por fin, una mañana tibia de finales de octubre, se oyó un zumbido en le aire y una enorme abeja bicolor apareció. Sujetaba entre sus patas una forma rectangular y lisa.

- ¡Se llama una CARTA!” - les informó la abeja burlona. ¡Debes abrirla aquí! ¡Ahora mismo!…zzzz… ¡Debo llevar un “SÍ” o… zzz… un “NO”, me lo ha dicho el castor …. Zzz

- Vale, vale. Veamos… ¡OH! ¡Es un plano para llegar hasta la presa

del río! ¡Yerbabuena! ¡Prepara a Luna y a Lucero! ¡Nos vamos de aquí!

Cuando la Abeja Cartera aún no se había perdido en el horizonte, ya se habían afanado en recoger los cuatro cachivaches y, antes de pasar la última noche en la madriguera amada y segura, contemplaron una vez más la puesta de Sol por detrás de las montañas peinadas de olivos de aquella su morada hasta ahora, cálida pero paupérrima...

- ¡Te prometo que un día volveremos, Yerbabuena! – dijo Salinero

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Llegaron agotados pero sin problemas y Salinero se puso de inmediato a la labor. Yerbabuena acomodaba la nueva madriguera y se sentía contenta por tener algo que servir cuando, cansado y empapado, Salinero regresaba de sus nuevas tareas con los castores. Luna y Lucero, mientras, curioseaban, probaban, olían, mordisqueaban, aprendían… Pero, la nueva tarea de Salinero precisaba, a menudo, de largas ausencias donde - Yerbabuena lo sabía - corría peligro no sólo por el agua… Los castores, por mucho empeño que ponían, no podían competir con las empresas de los humanos, que contaminaban el río con sus métodos de transporte mecánico. Por ello, para sobrevivir, de vez en cuando, los topos y los castores se asociaban y provocaban algún desperfecto que otro, en aquellas máquinas infernales. Los que se atrevían, recibían doble ración de insectos aquella noche… Aquellas acciones de los castores provocaron la ira de los hombres y de un día para otro, todos tuvieron que huir de aquel nuevo y acogedor lugar. Nuestra familia de topos, siguió los consejos de Antolín el Castor y, se atrevieron a entrar en las tierras de los Naranjos, de la cual habían oído hablar muy bien, región próspera y más recuperada de la miseria que su asolado Sur… Durante un tiempo, vivieron bien y probaron unos frutos nuevos que se llamaban naranjas y otras semillas sabrosas… ¡Incluso Luna pudo asistir, por primera vez, a la Escuela de Topos! Pero en el cual estuvieron poco… ¡Los hombres, implacables, tampoco les dejaban vivir un poco mejor allí!

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Entonces, Antolín, nuevamente, les hizo llegar otra carta, esta vez, por una paloma vulgaris y, en su interior, un nuevo plano para llegar a otra Tierra Prometida. Por tercera vez en sus vidas, nuestros topos se pusieron en camino.

- ¡Siento la mala vida que te estoy dando! – dijo Salinero abrazando a su compañera.

- ¡Nosotros te seguimos a dónde tú te vayas! – le contestaron los suyos.

¡Y los cuatro se subieron a lomos de la Paloma en cuanto despuntó el día!

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Fue un viaje trabajoso, pues más volaban hacia el Norte, más frío hacía y ellos, de tierras cálidas, no iban preparados…Las ráfagas de viento y nieve no les permitió pegar un ojo hasta que, por fin, de madrugada, cuando la luz blanca del alba deslumbraba la oscuridad sofocante de aquella última noche de viaje, la Paloma se detuvo. Ante su sorpresa, un enjambre de animales dispares en tamaño, diferentes en formas y colores y, sobre todo, lo más extraño, lo más curioso, todos llevaban gafas o tenían más de dos ojos! Ya tan temprano, se movían de un lado para otro, como apurados… Otro factor que les asombró en cuanto Salinero se le ocurrió enseñar el plano y preguntar cuatro indicaciones a un topo viejo que pasaba por allí, fueron las lenguas de la nueva fauna. ¡Aquel tenían una lengua que retraía y desenrollaba de un color diferente, según se dirigía a Salinero o a una topa que le devolvía unas semillas a cambio de unos insectos disecados. Y, ese topo, les explicó como pudo que, allí, en ese nuevo lugar, debían aprender a usar la lengua de esa forma si querían ser entendidos y que les entendieran… ¡Que tenían suerte que él hablara un poco la suya!

- ¿Y lo de las gafas? Pues sólo tenemos dos ojos y mala vista – preguntó muy curiosa Luna

- “Pas de problème, ma p’tite”! ¡Aquí puedes comprar fácilmente unas buenas gafas y cambiártelas cuando quieras! ¡Es un bien necesario, no un capricho!

¡Pobres topos! ¿Quién no sabe de la poca vista que tienen los topos? ¿Cómo competir con fauna que seguro que ve el doble que tú, hace tanto tiempo? Respiraron profundo, echaron el aire y, con el nuevo mapa que les diera Antolín, buscaron su nuevo refugio. Salinero y Yerbabuena tuvieron que salir ambos a trabajar ya que, en aquellas nuevas tierras, había mucha delicia y novedad y, ellos, no querían privar de ellas a sus topitos.

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En verdad que empezaron a ser prósperos, felices y afortunados… Habían seguido el buen consejo de aquel nuevo amigo y cada uno llevaba unas buenas gafas, progresivas, para que no se les escapara ningún detalle del ahora ni tampoco del mañana. Aprendieron a enrollar y desenrollar la lengua y, donde no llegaban las palabras, llegaban las notas, que Salinero se obstinaba en que salieran de su peine y tintinearan como el viento entre los olivos de su tierra… o como la nostalgia de su Salina… Luna y Lucero crecieron fuertes. Nunca les faltaron las atenciones ni cuidados de ninguno de sus progenitores, quienes les enseñaron el bien, el mal y la prudencia. No sólo supieron hablar con esa lengua difícil si no que les gustaba usarla entre ellos y aprendieron muchas más…Cuando llegó la hora, marcharon a edificar sus propias madrigueras y engendrar su propia familia. Entonces, ya tranquilo y satisfecho, Salinero cogió de la mano a Yerbabuena y decidieron regresar a su madriguera querida y olvidada. Llamaron a su amiga la Paloma y planearon el camino de vuelta.

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A pesar de los desconchones, del deterioro, nada había cambiado a su alrededor: la salina manaba agua salada, el río sonaba escandaloso al pie de la ladera, los montes seguían peinados, desde sus simas hasta sus pies, de olivos retorcidos y verdosos…

- ¡Hay que ver lo que una carta cambió nuestras vidas, he? ¿Qué te parece si volvemos aquí?

- ¡Yo te sigo dónde tú quieras! A veces, es difícil entender cómo se pueden amar a dos topas a la vez, dice la canción… Pero nuestros topos aprendieron a hacerlo y amaron por igual a dos tierras, sin que la una ni la otra, se disputaran su amor, si no que lo complementaran.

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Fin