la biblia en literatura y filologia comparada

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  • 8/16/2019 La Biblia en Literatura y Filologia Comparada

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    Argimiro Ruano

    Profesor Eméritus de la Universidad de Puerto Rico

    La Biblia en filología comparada

    Como todo escritor, el hebreo primitivo depende de ‘Información previa’. 

    Si hay páginas bíblicas que no alegan su fuente, no significa que no la tengan.

    Son en considerable proporción, elaboración de tradición.

    En las Crónicas, encontramos referencias como "los hechos de Roboán,

    los primeros y los postreros, ¿no están escritos en el registro genealógico del

    profeta Semaias y del vidente Iddo?"(2, 2, 15); o, "el resto de los hechos de

     Abdias están escritos en el midrás del profeta Iddo" (2, 13, 22). Y en el libro de

    los Macabeos: "todo esto, expuesto en cinco libros por Jasón de Cirene,

    intentamos nosotros compendiarlo en uno solo" (2, 2,23).

    Precisamente porque la Biblia tiene fuentes, sus páginas difíciles se hacen

    menos difíciles comparándolas.

    El estilo bíblico, en general, corresponde, además, a determinada,

    concreta localización: a una región, a una cronología. No existe autenticidadcrítica sin relación con espacio y tiempo determinados.

    La propensión a explicarse con rodeos (símbolos, semejanzas,

    parábolas), advertía San Jerónimo comentando el capitulo dieciséis de San

    Mateo, es común a todos los pueblos del Oriente Próximo.

    Tenemos el apólogo de los árboles eligiendo rey en libro tan primitivo

    como el de los Jueces (9, 7 ss.). Y el Génesis, que corresponde a tradición más

    primitiva, se ilumina hoy, no desde dentro, sino desde fuera; desde

    descubrimientos arqueológicos. Sabemos que en narración del diluvio subyacen 

    tradiciones babilónicas anteriores; que la versión de los siete días de la creación

    contiene elementos comunes a las literaturas egipcia y babilónica; que en el

    famoso pasaje de los Jueces (10, 13) en que Josué "detiene" el sol, leído tan

    fuera de contexto hasta el siglo XVII, puede tratarse de simple inciso folklórico;

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    además de que en el mito del nacimiento de Hércules, Zeus detiene el sol un día

    entero.

    Los "héroes de la antigüedad, héroes famosos" (Gen. 6, 4), legendarios,

    como los que provocan la catástrofe del diluvio, tienen paralelo en los Titanes, o

    Gigantes, provocando, en el mito clásico, la ira de Zeus. Ambas literaturas,

    griega y hebrea, repiten el eco babilónico del ‘Caos’, punto de partida de los

    dioses del mito común originando la forma del mundo.1 

    En ambas literaturas, griega y hebrea, la misma polaridad divinidad y

    hombre, inmortalidad y muerte; en ambas, la mujer (Pandora en el helenismo,

    Eva en el Pentateuco) origen del mal en el mundo. En las dos culturas, helénica

    y hebrea, aquí y allá, aproximaciones demostrando que el hombre, al escribir,

    sea donde sea, depende de la memoria, del pretérito.

    I. La Biblia comparable

    No es paradójico que el devoto monoteísta encuentra en sus páginas

    incomparables lo que busca, y que el intelectual menos devoto, o nada devoto,

    se vea ante una colección de libros con gran oferta académica. Incomparable

    por el volumen de lectores con que cuenta en las dos direcciones: la de la

    creencia y la de la cultura.

     Anticipando conclusiones, como que el devoto y el académico pueden

    estar hablando de biblias que no concuerdan. La Incomparable para unos, cómo

    piensa Dios al hombre; o la comparable; cómo piensan y expresan los hombres

    a los dioses que los piensan. Comparación con otros dioses y con otras

    expresiones. Creencia primero; o primero y sobre todo humanismos

    comparados.

    Hay paralelismo con el mito clásico en la escena en que Abraham

    levantando el cuchillo para hundirlo en su hijo Isaac, el ángel le detiene el brazo,

    sustituyendo la víctima por un carnero. En el Museo Nacional de Nápoles está el

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    cuadro de Timontes, discípulo de Parrasio, donde, a punto de ser sacrificada

    Ifigenia por el cuchillo sacerdotal, la diosa Artemisa la sustituye por una cierva .

    He aquí más paralelismos:

    Tinieblas cubrían la superficie del abismo,mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre lasuperficie de las aguas. Dijo Dios: “haya luz” yhubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien yseparó Dios la luz de las tinieblas. Dijo Dios“acumúlense las aguas debajo de los cielos enuna sola masa y aparezca suelo seco” y así fue.Llamó Dios al suelo seco “tierra”, y al cúmulo delas aguas llamó “mares”(Gen 1,2)

    Viejas tradiciones cuentan que en el tiempo enque Zeus y los otros inmortales se repartieron elmundo, la Isla de Rodas no emergía aún porencima de las olas, sino que estaba escondida enlos abismos del mar. El sol estaba ausente. Eldios de la luz no reinaba aún sobre ningún país.La isla brotó de las olas húmedas, y pertenece aldios que lanza los ardientes rayos, (Píndaro,Olímpica séptima)

    La burra se apartó del camino y se fue a campo

    traviesa. Balaán pegó a la burra para hacerlavolver al camino […]. Entonces Yahveh abrió la boca de la burra, que dijo a Balaán: “¿qué te hehecho para que me pegues con ésta ya tresveces? Respondió la burra a Balaán: ¿No soy yotu burra, y me has montado desde siempre hastael día de hoy? ¿Acaso acostumbro a portarmeasí contigo? ( Núm. 22,27 ss.)

    Xanto, el corcel de los pies ligeros, bajó la

    cabeza, sus crines cayendo en torno de laextremidad del yugo llegaron al suelo- yhabiéndole dotado de voz Hera, la diosa de losníveos brazos, respondió debajo del yugo: “Hoyte salvaremos aún, impetuoso Aquiles, pero estácercano el día de tu muerte y los culpables noseremos nosotros, sino un dios poderoso y laParca cruel” ( Iliada 19 404 ss.)

    Iban caminando Elías y Eliseo mientrashablaban, cuando un carro de fuego se interpusoentre ellos; Elías subió al cielo en un torbellino.Eliseo le veía y clamaba: “Padre mío ¡Carro ycaballos de Israel!” Y no lo vio más (1 Re 2,10)

    Unció Atenas los corceles de los pies de broncey aúreas crines que volaban ligeros; vistió ladorada túnica, tomó el látigo de oro de finalabor, y subió al carro. Picó a los caballos paraque arrancasen; y éstos gozosos, emprendieronel vuelo entre la tierra y el estrellado cielo( Iliada 8,41)

    Una voz dice: “!grita! y digo: ¿qué he de gritar?””Toda carne es hierba y todo su esplendor comoflor de campo. La flor se marchita, se seca lahierba en cuanto le de el viento de Yahveh (pues,cierto: hierba es el pueblo). La hierba se seca, laflor se marchita, más la palabra de nuestro Dios permanece para siempre ( Is 40,6)

    Cual la generación de las hojas, así de loshombres. Esparce el viento las hojas del suelo, yla selva, reverdeciendo, produce otras al llegar la primavera: igual manera, una generaciónhumana nace y otra perece” ( Iliada 6, 145)

    Tomó Elías doce piedras, según el número de lastribus de los hijos de Israel. Erigió con las

     piedras un altar al nombre de Yahveh, e hizoalrededor la zanja. Dispuso la leña. La zanja sellenó de agua […] bajó fuego de Yahveh, quedevoró al holocausto, la leña, y lamió el agua delas zanjas (1 Re 18,30 ss.)

    (Como Elías a Yahveh, Aquiles ruega al Bóreasy al Céfiro, prometiéndoles solemnes sacrificios,

    que hagan arder la pira que yace el cadáver dePatroclo). “Los vientos se levantaron conimpetuoso ruido. Cayeron en la pira y el fuegoabrasador bramó durante toda la noche; los dosvientos, soplando con agudos chillidos, agotaronla llama de la pira” ( Iliada 23,205 ss.)

     Ambas mentalidades, griega y hebrea, son deudoras de culturas comunes a

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    ambas; de la egipcia, en concreto. Tanto la literatura bíblica sapiencial, como

    la amorosa, ofrecen paralelismos llamativos:

    Cantos de amor egipcios

    Soy tu prima hermana y tú eres para mí como el jardín y de todas las hierbas aromáticas. Hice queun canal lo cruzara para que en él pudierassumergir tu mano cuando sopla el viento frescodel norte. Hermoso es el llegar donde paseamoscon tu mano descansando sobre la mía sólo porandar juntos. Embriágame tu voz, y mi vida pende de oírla. Siempre que te veo es mejor paramí que manjar o bebida2.

    Cantar de los Cantares

    “Huerto eres cerrado, hermana mía, esposa,fuente sellada. Tus brotes, paraíso de granados[…] con todos los árboles de incienso, mirra yáloe, con los mejores bálsamos. Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza […]”

    Idilio Egipcio

    "El amor está del otro lado; el rio nos separa y en

    el banco de arena acecha un cocodrilo. Pero,cuando bajo al agua, floto sobre la corriente, micorazón es valeroso entre las ondas y el agua escomo si fuera tierra para mis pies. Su amor es elque me da fortaleza y él conjura a los cocodrilos"

    Cantar de los Cantares

    " [...] Porque es fuerte el amor como la muerte”

    Idilio Egipcio

    "Veo venir a mi hermana y mi corazón se llena de júbilo. Mis brazos están abiertos para abrazarla ymi corazón se regocija en su sitio cuando mi dueñaviene hacia mí. La abrazo y estoy como si percibiese el aroma de Punt".

    Cantar de los Cantares

    "Me robaste el corazón, hermana mía, esposa, merobaste el corazón con una mirada tuya. ¡Quésabrosos tus amores! ¡Más que el vino! ¡Y lasfragancias de tus perfumes más que todos los bálsamos!"

    Idilio Egipcio

    "Cuando la beso en sus labios abiertos, estoygozoso, aunque no tenga cerveza. Le digo ami criado: pon los más finos lienzos para susmiembros, no hagas el lecho con el lienzollamado real y guárdate de emplear lienzo blanco. Adorna su cama y perfúmala con óleode Tischepe"

    Cantar de los Cantares

    “¡Que me bese con el beso de su boca! ¡Quéhermoso eres, amado mío, qué delicioso! ¡Puroverdor es nuestro lecho¡”

    Pueden multiplicarse las comparaciones. El hecho de haber recibido

    Moisés la Ley, en dos diminutas planchas de piedra sobre el Sinaí (materialcomún para escribir códigos en la antigüedad) coincide con otras tradiciones

    míticas. Sobre el monte Dicta recibe Minos las leyes de Creta. Entre truenos y

    relámpagos las recibe también Zoroastro sobre otra cima. El dios Thot egipcio, el

    dios babilónico Shamash, y el griego Dionisos, promulgan del mismo modo sus

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    leyes. Al citado dios griego (como después se hará con Moisés) se le

    representaba con las dos tablas de la ley.

    Preside también un mismo patrón biográfico lo que, superficialmente leído,

    pudiera parecer nacimiento peculiar del legislador hebreo. No fue sólo él,

    indefenso bebé, arrojado sobre cesta de mimbre (Ex  1, 1 ss.), a la corriente de

    un río; es recurso literario común a narraciones primitivas para convertir en

    portentosos de nacimiento a determinados caudillos.

    Eso habían hecho los biógrafos de Sargón I, fundador de Babilonia, dos

    mil años antes de Cristo, así como con Karna, el superhéroe del Mahabharata3.

    Y aunque no en circunstancias narrativas exactamente iguales, sí en unas

    similares, otros héroes míticos, como el babilónico Gilgamés o Rómulo, fundador

    de Roma. Es menester tener presente todo esto para no hacer decir a la Bibliacosas que en realidad no dice. Porque, los antiguos entendían por historia el arte

    de hacer llamativo e interesante un relato; no exactamente lo que nosotros

    entendemos hoy por historia.

    II. Europeización de la Biblia asiática

    Las raíces del árbol genealógico de todas las biblias posteriores están en

    primitivas redacciones, hoy perdidas, fragmentariamente descubiertas, en la

    década del cuarenta, en Qnran; pero, tenidas en cuenta, hacia el siglo III-II a. C.,

    por la edición más primitiva que conocemos (‘obras completas hebreas’)

    denominada la Versión (griega) de los LXX. Las redacciones anteriores a esa

    traducción se hicieron sin preocupaciones por lo universal (o internacional); al

    contrario, buscaron únicamente satisfacer a reducido grupo regional, a través

    del todavía más reducido grupito de dirigentes sacerdotales. Por eso, la primera

    versión ‘internacional’ en Alejandría, obedece a exigencias históricas, culturales

    y lingüísticas no habidas en cuenta en las redacciones regionales de origen.

    Sin embargo, las dificultades que afrontaron aquellos pioneros de la

    traducción bíblica del siglo III-II a. C., siguen atormentando a todo traductor

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    posterior. ¿Como hubiese dicho Moisés esto o lo otro en griego, en latín? O,

    ¿cómo se hubiese expresado Isaías en alemán, en inglés, en español...?

    Cualquiera de estos idiomas tiene mayores posibilidades expresivas que el

    hebreo, pese a que los hebreos no pudieron profetizar la importancia decisiva

    de tanto idioma futuro. Porque cuando se les traduce hay que re-pensarlos, re-

    modelarlos, re-formarlos, de traducción en traducción4 aunque, a pesar de todas

    las dificultades de adaptación, caracteriza a los grandes atareados de Europa

    en ese sentido un mismo intento, común, de aproximación a la mentalidad de

    origen5.

    En todos y en cada uno de los grandes idiomas de Occidente, ha sido constante

    la añoranza del habla de Moisés y de Jeremías. Incontables lingüistas se handado al afán de reconstruir, a la europea, tan primitivo legado oriental. Y en tal

    sentido, no han concluido las ‘revelaciones’; cada notable investigador cree

    estar aportando algo inédito en esa incesante demanda de penetración.

    Pero, naturalmente, el estilo de presentar tantas ‘revelaciones’ es diverso y

    divergente6. Se trata de una raza autora y portadora de páginas que hicieron y

    deshicieron naciones, imperios, tiranías, democracias; germen de literaturas

    nacionales enteras que brotaron deletreándolas y florecieron imitándolas y

    parafraseándolas; páginas hebreas que, después de milenios, y sin la fe de

     Abraham y de Isaías que las inspiraron, todavía consiguen primeras páginas en

    la prensa occidental.

     A. Racionalización europea del estilo hebreo. 

    Bajo proceso de europeización, la colección hebrea adquiere sentidos que

    no encajan en la mentalidad regionalista palestina de origen; así como

    significados modernos y contemporáneos que no sospecharon sus autores. Esta

    complicación progresiva obliga a cautelas renovadas en cada analista de nuevas

    generaciones leyéndola. Porque hay que distinguir con cuidado cuando ‘revela’,

    en el sentido de desvelar algo absoluto (v. gr., su monoteísmo), de cuando

    insinúa maneras de ver de modo nuevo cosas o ideas. Por ejemplo, esa

    aplicación del monoteísmo a la creación del mundo. No existe pueblo, recuerda

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     Aristóteles, que no se haya explicado el origen del mundo por intervención de

    dioses.

    Con todo, no llamamos ‘revelación’ a cualquiera de esas versiones

    universales. La Escritura hebrea no deja de ser una explicación original entre

    ellas. Y no es fácil tampoco separar en ella lo que tiene de ‘repetición’ de la

    constante universal, de lo que le han añadido generaciones que la repiten para

    indoctrinar en determinada dirección monoteísta a sus propias generaciones. Lo

    nuevo, dentro de este contexto literario universal, es su estilo doméstico, su

    ideología, su poesía.

    Pero lo que esa familia cultural denomina "palabra de Dios", significa

    considerable contenido de fidelidad a antepasados, a su propia palabra étnica.

    Cuando la cultura occidental sale de la Edad Media a la Moderna, y lee laBiblia con nueva mentalidad, Goethe lo hace comparando. No la considera libro,

    sino colección, y a ésta, parte de aportación universal7 más amplia. Y doscientos

    años después de eso, el hebreo más renombrado hoy día de lengua alemana,

    piensa todavía, más o menos, igual8. La formación liberal de Freud le permite,

    no obstante, revisar a la luz de la psicología de las culturas y del racionalismo

    europeo, el caudillaje decisivo de Moisés sobre Israel y Europa. Arqueología y

    literaturas comparadas convierten su citado ensayo en típico ejemplo de

    europeización.

    B.  Aproximación entre literatura clásica y literatura hebrea.

    La dedicación constante de Occidente a esa colección oriental, añade un

    capítulo tras otro en la larga historia de su interpretación. Aunque Gandhi

    comparaba a Europa, en relación a su religión, a piedra de arroyo levemente

    humedecida en la superficie, esa religión de Patriarcas nómadas ha conseguido

    algo innegable: desplazar a cualquiera otra. La religión bíblica preside, al frente

    de sus recién nacidos y de sus moribundos, de sus juramentos, universidades y

    campesinos.

    Nadie puede pretender encerrar en su resumen ese proceso de latinización

    del pensamiento hebreo; pero, quizá el camino biográfico sea el más apropiado

    para hacerse una idea. Porque, pocas aportaciones han decidido más, en tal

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    sentido, que la traducción de San Jerónimo al latín, y precisamente durante el

    período en que se va a pique la civilización de los clásicos para dejar Europa

    libre para los cristianos. Entusiasmado Paul Claudel con la hazaña filológica.

    Esa traducción es, para él, "la cumbre, la obra maestra, gloria de la lengua

    latina. Si de mí dependiese, formaría la base de la educación de los niños, como

    los poemas griegos, a los que sobrepasa, fueron la base de los jóvenes

    griegos9." Como autoridad gramatical la usó el Trivium medieval, y en cuanto

    texto "sagrado", logra en Europa tiempo record: dos milenios.

    La enconada impugnación luterana de ese texto latino, coincide

    precisamente con los comienzos de la desaparición de Europa. Pero, en cuanto

    hecho cultural, aislado de la polémica religiosa, esa latinización de los profetas

    fue fecunda. Y tiene origen en la biografía bíblica más notable de Occidente: lade San Jerónimo.

    Sacerdote en la Roma decadente del siglo IV, le da la espalda al clero

    cortesano y afeminado hacia el desierto de Belén. Busca la pureza original del

    cristianismo. "¿Qué nación hay cuyas gentes no vengan a los santos lugares?10"

    Fue hacia ellos, no sólo como peregrino, sino como enamorado, y fiel a su amor

    hasta la muerte. El arte occidental, sobre todo hasta el barroco, convierte en

    lugar común "las tentaciones de San Jerónimo", o "San Jerónimo en el desierto".

     Arte en serie, inspirado en su autobiografía:

    ¡Cuántas veces, estando yo en el desierto, y en aquella inmensa soledad abrasada con los ardores

    del sol, pero que ofrece terrible asilo a los monjes, me imaginaba hallarme en medio de los placeres de

    Roma! Me sentaba solo, rebosando amargura. Se erizaban mis miembros, afeados por un saco. Mi piel,

    sucia, había tomado el color de un etiope. Mis lágrimas eran diarias; y si alguna vez, contra mi voluntad.

    me vencía de momento el sueño, estrellaba contra el suelo unos huesos que apenas si estaban ya juntos.

     No hablemos de comida y bebida, pues los enfermos mismos sólo beben agua fresca, y tomar algo cocido

    se consideraría demasiado regalo. Así, pues, yo, por miedo al infierno, me había encerrado en aquellacárcel, compañero sólo de escorpiones y de fieras, y me encontraba con la imaginación entre las danzas de

    las muchachas de Roma. Mi rostro estaba pálido de los ayunos, pero mi alma, en un cuerpo helado, ardía

    de deseo, y muerta mi carne antes de morir yo mismo, sólo hervían los incendios de los apetitos.

    Acuérdame haber juntado muchas veces el día con la noche entre "lagrimas y no haber cesado de herirme

    el pecho hasta que al increpar al Señor de las olas (Mt. 8, 27) volvía la calma. Empezaba a tener espanto

    de mi propia celda como cómplice de mis pensamientos, e irritado y riguroso conmigo mismo, me iba

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    solitario al interior del desierto. Si en alguna parte daba con algún hondo valle, ásperos montes y

    hendiduras de rocas, allí era el lugar de mi oración, allí la penitencia para mi carne misérrima. Y el Señor

    mismo me es testigo que, después de muchas lagrimas, después de estar con los ojos elevados al cielo,

     parecíame hallarme entre los ejércitos de los ángeles, y cantaba con alegría y regocijo11.

    El pulso y la mente de este traductor no tienen paralelo en energía y fuerza

    de carácter. Aunque el recuerdo de Roma está a punto de hacerle regresar,

    como freno mental se impone a sí mismo el aprendizaje del idioma hebreo. El

    mismo carácter hercúleo para domar su sensualidad le vale para perseverar en

    lo que emprende.

    Siendo yo mozo, y hallándome encerrado por las fronteras del desierto, no podía soportar los in-

    centivos de los vicios y el ardor de mi naturaleza. Trataba de quebrantarlos con frecuentes ayunos, pero,mi imaginación era un hervidero de pensamientos. Para domarla, me hice discípulo de un eremita que se

    había convertido del judaísmo al cristianismo. Así después de las grandezas del Quintiliano, de los ríos de

    elocuencia de Cicerón, de la gravedad de Frontón y de la suavidad de Plinio, me puse a aprender el

    alfabeto hebreo y a ejercitarme en pronunciación de las fricativas y aspiradas. ¡Qué de trabajo consumí en

    mi empresa, qué de dificultades hube de vencer, cuantas veces me desesperé y lo deje todo, y de nuevo por

    mi porfía en aprender, volví a empezar! Sábelo bien mi propia conciencia, por haber pasado por ello, y

    sábenlo también quienes vivían conmigo. Y ahora doy gracias a Dios de recoger, de semilla amarga, los

    dulces frutos del saber 12.

    Mas, no se trata únicamente de la permuta de las delicias de la vida

    urbana por el desierto, sino de conflicto mental. Se trata de un sacerdote de

    alto estilo. Le es connatural, hablando, escribiendo, pensando, la cultura

    clásica. Está lógicamente moldeado por Alejandro de Afrodisia, Porfirio,

    Cicerón, Aristóteles y Platón13. A tono con las clases acomodadas, está

    exquisitamente formado en las llamadas ‘artes liberales’. Le son familiares el

    griego y el latín, con sus variantes de estilo en incontables escritores. Y no

    puede disimular sus conocimientos. Por eso, con la Biblia, cita

    espontáneamente clásicos e instituciones imperiales. Le resulta imposible

    renunciar a algo tan propio; cambiar, el estilo de los clásicos grecorromanos

    por el de los profetas14. Forcejeo mental no inferior al otro, de tipo ascético.

    Llama la atención su ambivalencia: clásicos, sí; clásicos, no. No puede

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    renunciar a lo que denomina "lo nuestro", lo cristiano, ni a los clásicos

    tampoco. Tan fuerte es su inclinación a los últimos, que, en momento solemne,

    buscando recursos para consolar a alguien que sólo los aceptará por esa vía,

    considera legítimo refrescarle páginas que lleva impresas muy dentro de sí

    mismo15. Y, junto a eso, otros momentos en que la Biblia misma le invita a esa

    literatura profana16. No se excluyen, sino que se implican.

    Cultura "cristiana' equivale en él a la armonización entre clásicos y

    profetas. Vive la época de transición y, desde fuera, por cualquiera de ambos

    que se decida, recibe ataques. Se ataca él a sí mismo, mentalmente dividido

    más de una temporada. Tan pronto se siente culpable de preferir a los

    clásicos, como feliz. Es imprescindible recordar su famoso sueño.

    Hace de ello ya muchos años. Por amor de los reino de los cielos, me había yo separado de mi casa,

     padres, hermana, parientes (Mt 19, 29) y, lo que más me costó, de la costumbre de comer regaladamente.

    Antes de entrar en la milicia monástica emprendí un viaje a Jerusalén. Pero no podía desprenderme de mi

     biblioteca que, con extrema diligencia y trabajo había allegado a Roma. Así, pues, triste de mí, ayunaba

     para leer después a... Cicerón. Después de largas vigilias de la noche, después de lágrimas que me

    arrancaba de lo hondo de mis entrañas recordando los pecados pasados, tomaba en las manos a... Plauto.

    Si después volvía en mí y me decidía a tomar un profeta, repelíame su estilo desaliñado, no viendo la luz

     por tener ciegos los ojos.

    Mientras jugaba así conmigo la Antigua serpiente (Ap 20, 2 ), a mediados de la cuaresma,aproximadamente, se me metió por los tuétanos una fiebre que me abrasaba al cuerpo exhausto y -lo que

     parece increíble- de tal manera devoró mis desdichados miembros, que apenas si me tenía ya en los

    huesos. Preparábanme ya los funerales; tenía todo el cuerpo frío, y el calor vital del alma sólo palpitaba en

    mi pecho, también tibio, cuando, arrebatado súbitamente en espíritu, soy arrastrado hasta el Tribunal del

    Juez. Había allí tanta luz, e irradiaban los asistentes tanta claridad, que, derribado por tierra, no me atrevía

    a levantar los ojos. Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero, el que estaba

    sentado, dijo: ‘mientes; eres ciceroniano, no cristiano. Donde está tu tesoro allí está tu corazón (Mt 6, 21)’.

    Enmudecí al punto y, entre azotes,-pues el Juez había dado orden de que me azotasen-

    atormentábame más el fuego de mi conciencia, considerando dentro de mí aquel versículo: “pero en elinfierno ¿Quién te alabará?” (Sal 6, 6). Sin embargo, empecé a gritar, y decir entre gemidos: “ten

    compasión de mí, Señor, ten compasión de mi” (Sal 56, 2). Este grito resonaba entre los azotes,

    Finalmente, postrados a los pies del Presidente, los asistentes le suplicaron que perdonara mi mocedad y

    concediera oportunidad de penitencia por el error. Pero que si en lo sucesivo volvía a leer literatura de

    aquella, tendría que sufrir el castigo. Yo, que en tan terrible trance estaba dispuesto a hacer promesas

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    todavía mayores, empecé a jurar y, poniendo por testigo su mismo Nombre, dije: ‘Señor, si alguna vez

    tengo libros profanos y los leo, es que he renegado de Ti’. En fe este juramento me soltaron y volví a la

    región de los vivos. Abro los ojos con admiración de todos, bañados con tal lluvia de lágrimas, que, por mi

    dolor, aun los incrédulos dieron fe de lo que sucedía. No se trataba realmente de sopor, o de cualquier

    vano sueño, de que somos juguetes con frecuencia. Testigo es aquel Tribunal ante el que estuve tendido,

    testigo el juicio que temí –quiera Dios que no vuelva a ser sometido a semejante interrogatorio-, que saqué

    las espaldas llenas de ronchas, que sentí los golpes después del sueño y que, en adelante, leí con tanto

    ahínco los libros divinos como había puesto antes en la lectura de los profanos 17.

    Centurias después, otro gran monje, Odilón de Cluny, narra algo similar.

    Está tan enamorado de las obras de Virgilio que, para que no lo adviertan los

    demás monjes, las esconde debajo de la almohada. Hasta que de noche sueña

    con una copa de licor transparente, finísimo, del que sutil e inexplicablemente,

    surge ‘hermosa’ víbora. Hoy diríamos superficialmente que su conflicto de

    lealtades fraguaba en símbolos de contraste. Pero lo que no puede extrañar a

    lector de escritor tan torrencial como Jerónimo es su forcejeo por conciliar su

    pretérito mental con su presente. Rotundos ‘nos’ al clasicismo18, y

    reconocimiento de las ventajas que le brinda la literatura clásica para su tarea

    bíblica.

    Trazando la ruta para lograr la competencia necesaria, señala

    precisamente este orden: primero, latín; después, griego. Porque, "si el idiomamaterno no forma desde el principio la tierna boca, la lengua se corrompe con

    timbre y acento extraño, y el habla patria se machaca con vicios de pronuncia-

    ción'19. Y el cristiano robustecido no debe olvidar del paganismo más que sus

    costumbres; no lo que, aunque sea profano ("para qué se hicieron la flauta, la

    lira y la cítara") no tiene por qué descuidarse.

    Cualquiera puede apreciar la ‘dimensión’ conflictiva entre literatura clásica y

    profética. Jerónimo es uno de los oráculos del primitivo cristianismo que

    resonará en todo el cristianismo posterior. Si, como dice el, la iglesia cristiana ha

    de hablar el idioma del género humano20, ¿tendrá que citar a los Profetas

    únicamente en el idioma de la sinagoga, o no importa en que otro idioma

    humano?

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    C. La Escritura hebrea refractaria a la traducción.

    Uno de los libros de la traducción de los LXX tiene en cuenta la dificultad de

    traducir del hebreo al griego. “A pesar de nuestros denodados esfuerzos de

    interpretación, no hemos podido acertar en alguna expresión. Pues no tiene la

    misma fuerza las cosas expresadas originalmente en hebreo que cuando se

    traducen a otra lengua” (Si, prólogo ). El templo y Sinagoga de Jerusalén

    vieron disparatada la traducción griega de Alejandría, adoptada poco después

    por el cristianismo.

    Idéntico problema para el políglota Jerónimo, las biblias hebrea, griega y

    latina comparadas.

    En el escritorio de Jerónimo, donde dicta simultáneamente a varios

    secretarios, se decide largo futuro europeo para los Profetas de Israel.

    Intelectuales cristianos que ignoran el hebreo, se dirigen ansiosos hacia el

    retiro palestino de aquel monje políglota. Le llegan consultas desde los

    confines más remotos del imperio romano. Y está consciente de su

    renombre21. Le llegan visitas y cartas desde toda dirección y distancia22, y se

    siente en condiciones para abastecer tanta demanda23. Sus nuevas

    traducciones, y opiniones, son seguidas ávidamente por jefes de iglesias,

    obispos que carecen de preparación. Eso estimula a Jerónimo a dar más y

    más de sí mismo. Está en el ambiente el ejemplo de un noble que ha repartido

    toda su fortuna entre menesterosos de Jerusalén y de Alejandría. Efecto de las

    traducciones de Belén. Tanto cuenta su personalidad en la construcción de la

    nueva cultura europeo-cristiana, que su traducción se convertirá en oficial

    durante las centurias siguientes. Europa conocerá la Biblia gracias a él. La

    arquitectura, música, pintura, literatura medieval, dependen, en tal sentido, de

    él.

    Pocos hechos manifiestan mejor el alcance de su labor como que otro de los

    pilares de los siglos venideros, Agustín de Hipona, se encuentre también entre

    los clientes del consultorio de Jerónimo. Pero, no es un cliente de tantos.

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    Resulta peligroso para los nervios de Jerónimo. Agustín alaba la versión anterior

    de Jerónimo, que había hecho de ‘soles’ d el griego al latín, en que iba señalando

    con asteriscos las palabras que estaban en los originales griegos y que no

    constaban en los originales hebreos. Como en la segunda traducción de

    Jerónimo, directa del hebreo al latín, no hay tal minuciosidad, Agustín habla de

    "menos diligencia" y menor fidelidad. Agustín propone que, en lugar de traducir

    del hebreo, Jerónimo debe traducir la edición griega de los LXX.

    ¿Razones? Si traduce del hebreo, los obispos carecen de preparación para

    verificar si es correcta; y, sobre la humillación de tener que recurrir a intérpretes

     judíos, dependen de lo que éstos decidan. Además, son tantas las versiones

    latinas y griegas en circulación por las iglesias, que la traducción de Jerónimo

    resulta desconcertante. Atendamos a parte de su alegato:

    He aquí un caso. Cierto hermano nuestro en el episcopado decidió que se leyera habitualmente tu

    interpretación en la Iglesia que rige. Un paso del profeta Jonás llamó la atención del pueblo, pues tú lo tra-

    duces de modo muy distinto de como estaba inveteradamente impreso en sus sentidos y memoria y se habla

    cantado en la sucesión de tantas generaciones. Se armó tal alboroto entre la gente, gracias sobre todo al

    fuego y a los argumentos de los griegos, que te calumnian de falsario, y el obispo se vio forzado a pedir el

     parecer de los hebreos. Estos, por ignorancia. o por malicia, respondieron lo mismo que tenían los códices

    griegos y latinos. ¿A quién seguir? El obispo, que quería, como si dijéramos, corregir una errata, después

    de correr grave peligro, no tuvo otro remedio que quedarse con el pueblo. De ahí que aun a mí me parece

    que tú también puedes haberte equivocado en algo.

    La reacción de Jerónimo a esta crítica es violenta. No sería propio de este

    lugar describirla. Pero tampoco es muy correcta la postura conservadora de

     Agustín, que se siente inseguro en el idioma hebreo y se aferra a lo que

    conoce. Y el asunto se agrava cuando ese cristianismo, casi en ciernes, en

    cuya predicación entra regularmente la invectiva contra los judíos, tiene que

    recurrir a ellos nada menos que a propósito de la exactitud con que están

    leyendo a los Profetas.

    Fácil es de ver la gravedad del problema, que en el siglo XVI, un milenio

    después, se recrudece a sangre y fuego entre cristianos europeos,

    despedazándose con pólvora a propósito de lo que la Biblia dice, no dice, o

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    quiere decir.

    El problema, como hemos dicho, no se origina en Jerónimo, vacilando entre

    ‘tradición’ cristiana (incipiente) y fidelidad al idioma bíblico original. Él a veces

    ensalza una cosa, a veces otra. Por falta de preparación filológica, Agustín,

    tranquilo en actitudes dogmáticas, carece de la visión lingüística de Jerónimo.

    Pero la crisis venía desde el siglo III-II a. C. con la versión griega de los LXX,

    que, por primera vez había sacado, y desencajado el estilo profético con otro

    idioma exótico, el griego. Tal versión griega, adoptada por el cristianismo

    primitivo, agudizaba un problema vivido por facciones encontradas: los hebreos

    palestinos, que rechazaron la nueva traducción griega, y hebreos de la diáspora,

    que era la única que aceptaban y entendían. Pero ahora se extiende la discordia

    entre hebreos y cristianos por un lado, y entre cristianos críticos contra cristianosconservadores del otro. "Mucho te agradecería --escribe Agustín-- que tuvieras a

    bien explicarme lo que opinas sobre la diferencia que hay, en muchos pasajes,

    entre el texto hebreo y la versión que se llama de los LXX. Porque, no es

    pequeña la autoridad de una versión que así ha merecido divulgarse, y de la que

    se valieron los Apóstoles. Por eso, harías obra muy provechosa si volvieras a la

    verdad latina aquella escritura que tradujeron los LXX. Porque el texto latino es

    en los diversos códices tan diverso, que apenas puede tolerarse, y hay tal

    sospecha de que el griego diga otra cosa, que hay siempre dudas de alegar de

    él una cita o una prueba”. Incertidumbre, inseguridad ante las traducciones, nada

    menos que de parte de san Agustín.

    Dos agustinos modernos precisamente, Erasmo y Lutero, humanista y

    filólogo aquél, devoto y predicador éste, desencadenarán nueva crisis en torno a

    la Biblia, y con repercusión imborrable en el destino de Europa. La Reforma

    levanta a las masas contra la versión latina, o griega, o hebrea, o en alemán. El

    llamado ‘libre examen’ proclama que ‘cualquiera’, en cualquier idioma puede ir al

    fondo de la Escritura (¡!). Complicación todavía más grave que las anteriores.

    Transcurrida la hecatombe de las guerras bíblicas, Goethe vuelve, en plano

    humanista, a la dificultad de mentalidad Oriente-Occidente24, sin equivalencia

    básica, ni alfabética, ni fonética.

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    Conviviendo con los totonacas mexicanos pudimos apreciar nosotros su

    actitud frente a la versión bíblica en su idioma. Ellos mismos, analfabetos en su

    mayoría, incapaces de evaluarla, dependían (estilo Edad Media) de lo que su

    predicador les decía que la biblia decía. Desde Hernán Cortés, venían

    escuchando la cita bíblica en ‘castilla’ (así denominan el idioma castellano); y

    ahora, cuando la técnica lingüística colaboró con su idioma, no poseían, en la

    intimidad de su mente, seguridad ninguna para con ninguna de sus dos biblias:

    castellana y totonaca. Se encuentran en la misma fase que aquella primitiva

    Europa analfabeta, con el oído pendiente de rabinos o de sacerdotes.

    La Imprenta, y su efecto inmediato, la Reforma, complicó el problema

    antiguo. En castellano, por ejemplo, pocos pudieron acercarse al manantial

    profético con la preparación filológica y estética de Fray Luís de León. Porque elotro hebraísta notable, Arias Montano, no era perito en el mismo grado en su

    idioma materno. “Procuro -dice Fray Luis- imitar la sencillez de la fuente y el

    sabor de antigüedad que en sí tienen los salmos, llenos, a mi parecer, de

    dulzura y majestad.25” Fueron incontables los peritos en castellano que tuvieron

    que renunciar al original hebreo, atentos al latín de Jerónimo.

    D. Problemas análogos en la lengua de Moisés y en la de Homero

    Esa oscilación, en San Jerónimo, entre los clásicos y los profetas es

    emblemática. De momento, se molesta ante la infidelidad que traduce

    traicionando el hebreo; y, de momento, parece preferir la Escritura traducida, no

    importa cómo, en la comunidad cristiana.

    He aquí al filólogo: “agarraos, como a una ciudadela, a la lengua

    hebrea”26.Su regusto por el manantial hebreo lo refleja en el afán por reunir

    rollos hebreos, con verdadera pasión, copiando, o mandando copiar los que no

    puede tener 27. Pero, es más creyente que filólogo. El cristianismo tiene idioma

    de familia ya, y en caso de no coincidir al original hebreo con la predicación

    tradicional, ésta debe prevalecer. Dice comentando el salmo cuarenta y cuatro:

    “La iglesia católica, de las palabras de la Escritura, pasa a su sentido” 28.El

    significado que acepta la iglesia, prevalece sobre la filología. Repetidamente

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    invoca su preferencia por “el fondo del sentido sobre la flor de las palabras”29.

    Está repitiendo el malestar bíblico, anterior a él, y al cristianismo mismo,

    heredado de la sinagoga, al escindirse entre partidarios de los originales de la

    versión de los LXX. Continuamente se refiere a esa ambivalencia entre los

    códices hebreos, o “verdad hebrea”30 y el texto griego de los LXX.

    El idioma de Moisés y el de Homero son diferentes; pero los peritos en

    ambos litigan por precisar un ángulo universal para los profetas, helenizados o

    no. De ahí que, a partir de los LXX, que inauguran esa universalización,

    proliferen las aventuras traductoras. Una, la de Áquila, se atiene, cerradamente,

    a la etimología hebrea31. Y dentro de toda una algarabía32 sobre quién traduce

    correcta o incorrectamente, se mueve Jerónimo. No es nada fácil de acuerdo,

    por no decir imposible. Acuerdo con los propietarios de la cultura hebrea,ninguno; entre cristianos, tampoco. Únicamente este acuerdo: “Lo que traduce

    los LXX ha de cantarse en la iglesia por veneración a la antigüedad (de

    cuatrocientos años); pero lo otro han de saberlo los eruditos por honor a la

    ciencia de las Escrituras. Por eso, si algo se anota al margen por razón de

    erudición, no ha de incorporarse al texto, perturbando la anterior traducción ha

    de incorporarse con el talante del copista33”. Otra vez de tantas que se posterga

    el criterio filológico frente a una tradición lectora, no obstante que la traducción

    de los LXX tiene como norma la libertad; hasta el punto de introducir en el

    interior del texto lo que es comentario, y hasta libros nuevos en la colección.

    Los conflictos no quedaron relegados a aquellos siglos de Jerónimo, sino que

    sobrevivieron en estado latente, hasta su erupción e el renacimiento. Erasmo,

    entre pícaro y precavido34  hace ya preguntas revolucionarias, críticas. ¿Habrá

    que tomar el texto bíblico a la letra, o habrá que buscarle la vuelta? León

    Hebreo, su contemporáneo judío, tampoco ve las cosas más claras fuera del

    cristianismo35, dentro de la sinagoga. Con algo sumamente importante en la

    encrucijada: que sus intereses son algo menos que bíblicos, o algo más, como

    se prefiera: hacer, conforme a la moda renacentista, que prevalezca Platón

    sobre Aristóteles.

    Es otra lección en versiones comparadas. Hay en ellas cosas que parecen

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    bíblicas y no lo son; interese ajenos defendido detrás de la barricada bíblica de

    las versiones36. Así, dentro del feudalismo, el rabí Salomón Ben Isaac (1105)

    dice que la razón de que la Biblia comience por la creación es para justificar la

    asignación de Palestina a Israel por parte del Creador. ¡Y cuántas cosas

    diferentes, y contradictorias, no se han hecho decir a la Biblia a través de los

    siglos culturales!

    Fenómeno idéntico en el Islam, en la literatura sánscrita, y, puesto que

    venimos refiriéndonos a los clásicos, perfectamente constatable en el seno de la

    literatura griega.

    La función docente y pedagógica de la primitiva poesía griega, ve exigiendo

    acomodaciones, omisiones o rectificaciones, con la evolución social y mental de

    grupos que después van leyéndola. Es lo que obliga a Platón a proponer larevisión nada menos que de Tirteo y Homero. A Tirteo, dice en Las Leyes, poeta

    de la valentía espartana ataño, hay que transformarle ahora en poeta de la

     justicia; y a Homero, cuyos dioses se han vuelto moralmente contraproducentes,

    repite en la República,  hay que cercenarle determinados pasajes. Hay en el

    proceso cultural razones obvias.

    Al celoso custodio filológico de la tradición, eso le parecerá, y es lógico, el más terrible engendro de la

    arbitrariedad y en la tiranía. Para él, la palabra original del poeta es intocable. Pero, esta concepción, que se

    ha hecho carne y sangre en nosotros, es el producto de una cultura que ha llegado ya a su remate, que

    guarda las obras del pasado como tesoros felizmente salvados del naufragio, y sólo reconoce el derecho a

    inducir en ellos, modificamos cuando las fuentes auténticas de los textos permiten averiguar lo que los

     poetas escribieron en forma original. Pero, si nos fijamos bien, vemos que la época en que la poesía era

    aún una cosa viva, mostraba ya ciertos conatos y pasos preliminares hacia ese postulado platónico. Este

    fenómeno sólo es concebible, naturalmente, si se le proyecta sobre el fondo de la autoridad educativa de la

     poesía, tan evidente para aquellos siglos como extraña hoy para nosotros. Tales refundiciones adaptan con

    ingenuidad obras impuestas ya como clásicas a nuevos sentimientos normativos, con lo cual rinden a

    aquéllas, en cierto modo, los honores más altos37.

    Fenómeno perfectamente visible en el curso de incontables estilos de leer la

    Biblia, a través de los milenios. Llámese revelación progresiva, o evolución del

    dogma, se trata, en realidad, de adaptación de textos sobrecargados de

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    dirección, o intencionalidad, a nuevas situaciones, épocas y mentalidades. Los

    LXX añadieron, inclusive, libros nuevos a la vieja colección profética; y los

    vetustos rollos proféticos, internacionalizado, confunden versión con comentario,

    repetidas veces. Los sabios alejandrinos, a la luz de la cultura helenista, es

    decir, internacionalista, se comportan a la altura de la evolución cultural frente al

    estrecho provincianismo de los rabinos palestinos.

    Vista como producto del tiempo, la colección hebrea no ofrece menos tarea

    de reclasificación que desde tantos otros aspectos, por ejemplo, teológicos. En

    más de un lugar resulta equívoca, fluctuante, (éticamente, semánticamente,

    históricamente).

    El teólogo, para interpretar, necesita complicadas entrevistas con la cultura ycon la lógica. No puede quedarse en ingenuas lecturas, en esa suposición de

    que la epidermis del texto decide siempre como es debido. A no ser que por la

    ‘letra’ se sobre entienda literatura (conjunto de espacio, tiempo, mentalidad de

    origen, y evolución cultural).

    La Biblia de la historia no se ha distinguido por su fidelidad a la Biblia de los

    orígenes, que, en gran parte, resulta arqueológica. Su historia se desarrolla en

    laberinto interpretativo complejo; de traducciones de traducciones.

    1 Un hebreo del Renacimiento tiene en cuenta ese parentesco con el mito clásico: “dicen que corrompido el mundo

    inferior siete veces, de siete mil en siete mil años viene a disolverse el Cielo, y toda cosa vuelve el caos” (León

    Hebreo, Diálogo de Amor , Espasa Calpe, Madrid, 1947, p. 222).

    2  Oscar Olivia,  Egipto. Su antigua literatura, desde el Reino Antiguo hasta finales de la dinastía XVIII , México,

    Cuadernos de cultura popular, 1967

    3 Otto Rank, 1; Mito del nacimiento del héroe, vers., de E.A. Leodel, Buenos Aires, 1961.

    4 Fray Luis de León, por ejemplo, eximio traductor del hebreo al castellano, Intenta compaginar dos cosas: "sentido

    latino y aire hebreo" (Exposición del libro de Job). 

    5 Paul Claudel, Amo la Biblia, traducc., de J. B. Bertrán, Vergara Edlt. Barcelona, 1956, pp. 71-72: "A la embriaguez

    de la Escritura, de la fuerza que la Amada del Cantar de los Cantares da a beber a sus amantes, los primeros siglos

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    cristianos que, hartos de electuarios amargos e insustanciales de la literatura pagana, ponían por primera vez el labio

    en esta copa sagrada, nos aportan el testimonio. Multitudes inmensas se apretaban en torno a Orígenes y sus émulos,

    cuyas homilías no son más que paráfrasis de la lección de Emaús (Le. 24, 13 ss.). Durante quince siglos, todo el

     pensamiento, todo el arte, toda la literatura cristiana, no fueron otra cosa que una meditación inteligente y apasionada

    del Libro inagotable. Más tarde aún, vemos que Bossuet recibe de una Biblia descubierta en casa de un tío suyo el rayofulminante que decide su vocación. Y no hay por qué mencionar a Paseal, y sus interpretaciones de la Escritura, del

    todo conforme con el espíritu de los antiguos Padres, y que forman, a mi parecer, la parte más interesante de sus

    Pensamientos".

    6 Erich Fromm, Y seréis como dioses, vers., de R. Alcalde, Paldós, Buenos Aires, 1967, pp. 13-14: "No considero la

    Biblia palabra de Dios; no sólo porque el examen histórico demuestra que está escrita por mucho hombres (diferentes

    que vivieron en épocas diferentes) sino también porque yo no soy teísta. Sin embargo, para mí es un libro

    extraordinario que expresa muchas normas y principios que han conservado su validez durante miles de años. Es un

    libro que ha proporcionado a la humanidad una visión que es todavía válida, y espera su realización. Ni fue escrito por

    un solo hombre, ni tampoco dictado por Dios; expresa el genio de un pueblo en su lucha por la vida y la libertad a

    través de muchas generaciones".

    7  Goethe, "Poesía y Verdad", en Obras Completas,  vers., e Introduce., de "R. Cansinos Asséns, Aguilar, Madrid,

    1957, Parte III, lib. XII, p.1748: "Va dije como desde temprana edad me afanaba por iniciarme en las condiciones de

    aquellos remotos tiempos que describe el libro de Moisés. Teniendo el propósito de    proceder ordenada y

    gradualmente, tras larga interrupción, la emprendí con el segundo libro. Pero, ¡qué diferencias! Exactamente igual

    que mi infantil exuberancia desapareciera de mi vida, así también encontré el segundo libro separado del primero por

    un inmenso abismo. El olvido total del pasado de declarar ya en estas pocas significativas palabras: 'Y en aquel

    tiempo vino a reinar en Egipto un nuevo rey que no sabía nada de José', Pero, también aquel pueblo, innumerable

    como las estrellas del cielo, había olvidado casi del todo aquel abuelo suyo, al que Yahveh hiciera precisamente esa

     promesa, ya cumplida, bajo la bóveda del cielo estrellado, Con Indecible afán, y con instrumentos insuficientes,

    trabajé en los cinco libros, y en el curso de mi labor fueron ocurriéndoseme los pensamientos más peregrinos. Creí

    haber encontrado que nuestros Diez Mandamientos no estaban escritos en las Tablas; que los israelitas no habían

     peregrinado por el desierto cuarenta años, sino sólo unos cuantos, y asimismo imaginaba poder formular nuevas

    conclusiones tocante al carácter de Moisés".

    8  S. Freud, "Moisés y la religión monoteísta", en Escritos sobre judaísmo antisemitismo, Alianza Editorial, Madrid,

    1970, p, 199: "Puedo declarar que estoy tan alejado de la religión judía como de todas las demás; en otras palabras, las

    considero sumamente Importantes como objeto de interés científico, pero no me atañen sentimentalmente lo más

    mínimo. En cambio, siempre tuve un poderoso sentimiento de comunidad con mi pueblo, sentimiento que también he

    alimentado en mis hijos. Todos seguimos perteneciendo a la confesión judía. Mi juventud transcurrió en una época en

    que maestros liberales en religión no daban valor a que sus alumnos adquiriesen conocimientos en lengua y literatura

    hebreas; defecto que más tarde tuve múltiples ocasiones de lamentar".

    9 Paul Claudel', o.c., p. 64. Cree que el contexto es de tal calidad, que puede dar la impresión de que Dios únicamente

    ha querido confiar ciertas cosas en voz baja; pero nada puede sustituir esa insustituible Vulgata. A su lado, todo

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     palidece, simple, frío, como Virgilio traducido por un alumno de bachillerato ( Ibíd, p. 41).

    10 S. Jerónimo, Cartas,  edic., bilingüe, traducc., y notas de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid, 1962, t. 2, p.215.

    11  Ibíd. t.1, 163-64

    12  Ibíd. t.2, 610

    13  Ibíd. 

    14 "Ayer me propusiste una cuestión famosísima y me pediste te escribiera sin perdida de tiempo lo que pienso sobre

    ella. No parece sino que ocupo yo la cátedra de los fariseos (Mt 23,2) para que, siempre que surge litigio acerca de las

     palabras hebreas, se me requiera por árbitro y juez en la disputa. No hay banquete sabroso, ni hay olor a pasteles, ni lo

    ha condimentado Apicio [...]. A quien trata de las Escrituras, no tanto le hacen falta palabrería cuanto ideas; pues, si

     buscamos elocuencia, ahí están Demóstenes y Cicerón; mas si se buscan los misterios divinos, hay que estudiar a fondo

    nuestros códices bíblicos, aunque no suenen muy bien traducidos del hebreo al latín" ( Ibld . 1,226). "Sé que todo esto

    resulta pesado para el lector; pero quien trata de las letras hebreas no tiene por qué ir a buscar argumentos a Aristóteles,

    ni derivar un riachuelo del rio de la elocuencia ciceroníana, ni halagar los oídos con las florecillas de Quintiliano, o con

    declamaciones escolares. Aquí se requiere un discurso corriente, que se dé de la mano con el hablar ordinario; que

    explique el asunto, aclare el sentido, ilumine lo oscuro y no se pierda en el follaje de la compostura de las palabras.

    Para mi bástame hablar de modo que se entienda, y, pues trato de las Escrituras, quiero Imitar la sencillez de las

    Escrituras" ( Ibíd.. 1,268).

    15 "¿Qué estamos haciendo, alma mía? ¿Que tomamos primero?, ¿Qué callamos? Han volado para ti los preceptos de

    los retóricos y, presa del duelo, ya no guardas el orden del bien decir. ¿Qué se hicieron aquellas lecturas estudiadas

    desde la niñez (Anaxágoras, Crantor, Cicerón, Platón, Diógenes, Clitómaco, Carneades, Posidonio), etc. Todo ello lo

     paso por alto, no parezca que busco antes lo ajeno que lo nuestro" ( Ibíd .. 1,331-32).

    16 Entre los portavoces griegos de esta mentalidad se ha hecho clásica la de San Basilio, con  su Discurso a los jóvenes

     sobre la manera de sacar provecho de la literatura griega.  En San Jerónimo, repetimos, hay mas, biografía del

    conflicto. "Quién hay que Ignore que en los rollos de Moisés y de los Profetas hay algunas cosas tomadas de los libros

    de los gentiles, y que Salomón propuso algunos problemas a los filósofos de Tiro y los respondió a otros? De ahí que

    en el exordio de los  Proverbios nos amonesta él mismo que atendamos los discursos de la prudencia y artificio de las

     palabras, las parábolas y hablar oscuro, los dichos y enigmas de los sabios, cosas que pertenecen propiamente a los

    dialécticos y filósofos. Es más, el mismo apóstol Pablo (TI 15, 33) se aprovechó de un verso de Epiménides. Un

    hemistiquio de este exámetro, lo usó después el poeta Clímaco. Naturalmente, la traduccl6n literal no conserva en latín

    el metro. El mismo Homero, traducido en prosa, apenas tiene trabazón y coherencia. En otra carta, cita también Pablo (l

    Cor. 15, 33) un trímetro yámbico de Menandro. Y en su discurso a los atenienses en el Areópago (Act. 17, 28) aduce el

    testimonio de Arato, que es el final de un exámetro. ¿Qué maravilla, pues, que también yo, de esclava y cautiva quiera

    hacer Israelitas la sabiduría profana, dada la gracia de su hablar y la belleza de sus miembros? Para ello, corto todo lo

    que hay en ella de muerto: Idolatría, placer, error y torpeza y, unido al cuerpo purísimo, engendro de ella para el Dios

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      21

    Sebaot esclavos (como Abraham de la esclava) de la propia casa. Mi trabajo redunda en provecho de la familia de

    Cristo ( Ibíd. 1, 671-72).

    17  Ibíd.  1, 191-92

    18  Ibíd. 1, 136.37. Comida de demonios son los poemas de los poetas, la sabiduría mundana, la pompa de las palabras

    retóricas. ''Todo esto agrada por su suavidad a todo el mundo y, al arrebatar el oído con versos que corren dulcemente

    modulados, penetran también en el alma y encadenan en lo íntimo del corazón. Leídos de punta a cabo con sumo

    estudio y trabajo, no dejan a sus lectores mas que sonido vano y estrépito de palabras; no hay allí hartura de verdad;

    no hay alimento alguno de justicia. Los estudiosos de ella siguen con hambre de verdad y padecen Indigencia de las

    virtudes... Ahora, sin embargo, hasta los sacerdotes de Dios, dejados a un lado los evangelios y los profetas, vemos

    que se dan a la lectura de comedias, musitan palabras amatorias de versos bucólicos, echan mano de Virgilio". En

    cuanto sacerdote ‘convertido’ Jerónimo hace uso de la cultura clásica en otra dimensión: en segundo plano.

    "Enfrascado, como sabes, en el estudio de la lengua hebrea, tengo cubierta de herrumbre la latina, de suerte que, aun

    al hablar, suena de cuando en cuando una estridencia que no tiene nada de latina. Perdona, pues, mi aridez" (Ibíd . 1,

    233). Aunque, en otra ocasión dice "lo bárbaro de la lengua hebrea" ( Ibíd   1, 236). El contenido delicioso de la

    Escritura, por ej., en Ibíd 1, 230.

    19  Ibíd 2,24020 Y no el de "las ociosas escuelas de los filósofos y el escaso puñado de sus discípulos" ( Ibíd 1, 341)

    21 "Como gozaba yo entonces de algún nombre en el estudio de las Escrituras  [...] ( Ibíd  2, 341)

    22  No sale él mismo de su asombro al ver cómo se interesan las provincias bárbaras de la víspera por la cultura bíblica( Ibíd  2, 183)

    23 Enumera sus traducciones (los Profetas, Job, Samuel y los Reyes, más los comentarios) y se siente orgulloso de sulabor, eclipsando otras traducciones que considera desafortunadas en el ambiente." Te percatarás de lo difícil que esde entender la divina Escritura, y señaladamente los Profetas, y cómo, por torpeza de los traductores, lo que en eloriginal se desliza en fluir purísimo del discurso, en nuestros textos es un manantial de faltas" (Ibíd. 1, 340-41)

    24 Goethe, Obras completas, 1, p,1757

    25 Fr. Luís de León, Obras Completas, BAC, Madrid, 1957, 2, p. 970

    26 S. Jerónimo, o.c., 1, 686

    27  Ibíd , 1, 258. Es interesante este rasgo. Se encuentra, en determinado instante, a punto, de dictar una respuestaepistolar, cuando sucede esto.”Estaba ya para mover mi lengua, y el estenógrafo su instrumento, cuando de sopetón,

    llegó un hebreo, que me traía una buena cantidad de rollos que había recibido de la sinagoga con achaque de leerlos.‘Aquí tienes –me dijo- lo que me pediste ‘Me quedé perplejo, y no sabía qué hacer; pero él me apremió tanto con sus prisas, que, dejándolo todo, me puse volando a copiar; lo que estuve haciendo hasta el momento presente”( Ibíd 1, 221-23)

    28  Ibíd. 1, 607

    29  Ibíd 1, 611

    30  Ibíd 1, 686

  • 8/16/2019 La Biblia en Literatura y Filologia Comparada

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    31  Ibíd 1, 266. “traduce palabra por palabra, no por cicatería, sino por espíritu de rigor. Y “toda la judería proclama agritos de Áquila que tradujo siempre correctamente” ( Ibíd 1, 267). No hay que decir que Jerónimo no puede aceptar eseestilo judío de traducir.

    32  Ibíd 2, 184-85, un ejemplo típico acerca de la diferencia entre las versiones del griego, la de los LXX en concreto,Teodoción y Orígenes, a propósitos del versículo 4 de salmo octavo.

    33  Ibíd  2, 205

    34 Erasmo, “Adagios”, en Obras Escogidas, Aguilar, Madrid, 1956, pp. 1072-73.

    35 León Hebreo, Diálogos de Amor, traducc., de Garcilaso, Espasa Calpe, 1947, pp. 225-26

    36 Ejemplos, elocuentes en Erich Fromm, o.c., pp. 12-13

    37 W. Jeager, Paidela. Los ideales de la cultura griega, Traducc., de J. Xirau y W. Roces, FCE, México 1957, pp. 612-13.

    FARO, Revista del Colegio Regional de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla,

    C o r a , 1980