la bella y la bestia traduccion

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LA BELLA Y LA BESTIA O LA HERIDA DEMASIADO GRANDE 1 COMIENZA: Pues bien, entonces salió del salón de belleza por el ascensor del Copacabana Palace Hotel. El chofer no estaba ahí. Miró el reloj: eran las cuatro de la tarde. Y de repente se acordó: le había dicho a “señor” José que pasara a buscarla a las cinco, sin calcular que no se haría las uñas de los pies y de las manos sino sólo un masaje. ¿Qué debía hacer? ¿Tomar un taxi? Pero tenía un billete de quinientos cruzeiros y el taxista no tendría cambio. Había traído el dinero porque el marido le había dicho que no debía salir sin nada de dinero. Se le ocurrió entonces volver al salón de belleza y pedir dinero. Pero… pero era una tarde de mayo y el aire fresco era una flor abierta con su perfume. Así, pensó que era maravilloso e inusitado quedarse parada en la calle, con el viento que mecía sus cabellos. No se acordaba cuándo fue la última vez que había estado sola consigo misma. Tal vez nunca. Siempre era ella con otros, y en esos otros ella se reflejaba y los otros se reflejaban en ella. Nada eraera puro, pensó sin entenderse. Cuando se vio en el espejo, la piel trigueña por los baños de sol que hacían resaltar las flores doradas cerca del rostro en los cabellos negros, se contuvo para no exclamar un ¡ah!”. Pues ella era cincuenta millones de unidades de gente linda. Nunca hubo en todo el pasado del mundoalguien que fuese como ella. Y, después, en tres trillones de trillones de años, no habría una joven exactamente como ella. ¡Soy una llama encendida! ¡Y hago brillar, brillar, toda esta oscuridad!” Este momento era único y ella tendría en su vida miles de momentos únicos. Hasta sudó frío en la frente por tanto que se le había dado y que ella ávidamente había tomado. La belleza puede llevar a una especie de locura que es la pasión.” Pensó: “estoy casada, tengo tres hijos, estoy establecida.” Ella tenía un nombre que preservar: Carla de Sousa y Santos. Eran importantes el “de” y el “y”: indicaban clase y cuatrocientos años de tradición carioca. Vivía en las manadas de mujeres y hombres que, sí, que simplemente “podían”. ¿Qué es lo que podían? Así, simplemente podían. Y además de todo, viscosos pues el podía de ellos era bien aceitado en las máquinas que corrían sin el barullo del metal oxidado. Ella, que era una potencia. Una generadora de energía eléctrica. Ella, que para descansar usaba los viñedos de su quinta. Tenía tradiciones podridas pero de pie. Y como no había ningún criterio nuevo para sustentar sus vagas y grandes esperanzas, la pesada tradición todavía regía. ¿Tradición de qué? Si la apuraran habría que decir: tradición de nada. Sólo tenía a su favor el hecho de que los habitantes tenían un extenso linaje detrás de sí, lo que, a pesar del linaje plebeyo, bastaba para darles una cierta posición digna. Pensó así, toda confusa: Ella que, siendo mujer, y le parecía gracioso ser o no ser mujer, sabía que si hubiese sido hombre sería, naturalmente, banquero, cosa normal que pasa entre los “suyos”, esto es, de su clase social, a la cual sin embargo su marido había alcanzado con mucho trabajo, lo que lo clasificaba como “self made man” mientras ella 1 La bella y la bestiaincluido en La bella y la bestia de Clarice Lispector (Buenos Aires, Corregidor, 2013, traducción de Gonzalo Aguilar). Es posible que este texto tenga algunas diferencias con la edición definitiva en libro.

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Page 1: La Bella y La Bestia Traduccion

LA BELLA Y LA BESTIA

O LA HERIDA DEMASIADO GRANDE1

COMIENZA:

Pues bien, entonces salió del salón de belleza por el ascensor del Copacabana

Palace Hotel. El chofer no estaba ahí. Miró el reloj: eran las cuatro de la tarde. Y de

repente se acordó: le había dicho a “señor” José que pasara a buscarla a las cinco, sin

calcular que no se haría las uñas de los pies y de las manos sino sólo un masaje. ¿Qué

debía hacer? ¿Tomar un taxi? Pero tenía un billete de quinientos cruzeiros y el taxista

no tendría cambio. Había traído el dinero porque el marido le había dicho que no debía

salir sin nada de dinero. Se le ocurrió entonces volver al salón de belleza y pedir dinero.

Pero… pero era una tarde de mayo y el aire fresco era una flor abierta con su perfume.

Así, pensó que era maravilloso e inusitado quedarse parada en la calle, con el viento que

mecía sus cabellos. No se acordaba cuándo fue la última vez que había estado sola

consigo misma. Tal vez nunca. Siempre era ella con otros, y en esos otros ella se

reflejaba y los otros se reflejaban en ella. Nada era… era puro, pensó sin entenderse.

Cuando se vio en el espejo, la piel trigueña por los baños de sol que hacían resaltar las

flores doradas cerca del rostro en los cabellos negros, se contuvo para no exclamar un

“¡ah!”. Pues ella era cincuenta millones de unidades de gente linda. Nunca hubo –en

todo el pasado del mundo– alguien que fuese como ella. Y, después, en tres trillones de

trillones de años, no habría una joven exactamente como ella.

“¡Soy una llama encendida! ¡Y hago brillar, brillar, toda esta oscuridad!”

Este momento era único y ella tendría en su vida miles de momentos únicos.

Hasta sudó frío en la frente por tanto que se le había dado y que ella ávidamente había

tomado.

“La belleza puede llevar a una especie de locura que es la pasión.” Pensó: “estoy

casada, tengo tres hijos, estoy establecida.”

Ella tenía un nombre que preservar: Carla de Sousa y Santos. Eran importantes el

“de” y el “y”: indicaban clase y cuatrocientos años de tradición carioca. Vivía en las

manadas de mujeres y hombres que, sí, que simplemente “podían”. ¿Qué es lo que

podían? Así, simplemente podían. Y además de todo, viscosos pues el podía de ellos era

bien aceitado en las máquinas que corrían sin el barullo del metal oxidado. Ella, que era

una potencia. Una generadora de energía eléctrica. Ella, que para descansar usaba los

viñedos de su quinta. Tenía tradiciones podridas pero de pie. Y como no había ningún

criterio nuevo para sustentar sus vagas y grandes esperanzas, la pesada tradición todavía

regía. ¿Tradición de qué? Si la apuraran habría que decir: tradición de nada. Sólo tenía a

su favor el hecho de que los habitantes tenían un extenso linaje detrás de sí, lo que, a

pesar del linaje plebeyo, bastaba para darles una cierta posición digna.

Pensó así, toda confusa: “Ella que, siendo mujer, y le parecía gracioso ser o no ser

mujer, sabía que si hubiese sido hombre sería, naturalmente, banquero, cosa normal que

pasa entre los “suyos”, esto es, de su clase social, a la cual sin embargo su marido había

alcanzado con mucho trabajo, lo que lo clasificaba como “self made man” mientras ella

1 “La bella y la bestia” incluido en La bella y la bestia de Clarice Lispector (Buenos Aires, Corregidor,

2013, traducción de Gonzalo Aguilar). Es posible que este texto tenga algunas diferencias con la edición

definitiva en libro.

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no era una “self made woman”. Al final del largo pensamiento, le pareció que… que no

había pensado en nada.

Un hombre sin una pierna, sosteniéndose en una muleta, se paró delante suyo y le

dijo:

- Joven, ¿me da algo de dinero para comer?

“¡¡¡Ayuda!!!” se gritó a sí misma al ver la enorme herida en la pierna del hombre.

“Que Dios me ayude”, dijo bajito.

Estaba expuesta a ese hombre. Estaba completamente expuesta. Si hubiese

quedado con el “señor” José en la salida de la Avenida Atlántica, el hotel en el que

quedaba la peluquería no hubiese permitido que “esa gente” se acercase. Pero en la

Avenida Copacabana todo era posible: personas de cualquier especie. Por lo menos de

una especie diferente a la de ella. “¿A la de ella?” “¿De qué especie era ella como para

ser ‘a la de ella’?” Ella; los otros. Pero, pero la muerte no nos separa, pensó de repente y

su rostro tomó el aire de una máscara de belleza y no belleza de persona: su cara por un

momento se endureció.

Pensamiento del mendigo: “esta señora de cara pintada con estrellitas doradas en

la cabeza, o no me da nada o me da muy poco”. Un poco cansado se le ocurrió: “o me

da casi nada”.

Ella estaba espantada: como prácticamente no andaba por la calle –iba en auto de

puerta a puerta– llegó a pensar: ¿me va a matar? Estaba aturdida y preguntó:

- ¿Cuánto se acostumbra a dar?

- Lo que la persona pueda y quiera dar –respondió el mendigo asombradísimo.

Ella no pagaba el salón de belleza. El gerente mandaba cada mes la cuenta para la

secretaria del marido. “Marido”. Ella pensó: ¿qué hubiese hecho su marido con el

mendigo? Sabía qué: nada. Ellos no hacen nada. Y ella… ella también era “ellos”.

¿Todo lo que podía dar? Podía dar el banco del marido, podría darle su departamento,

su casa de campo, sus joyas...

Pero ante algo que era la avaricia de todo el mundo, preguntó:

- ¿Quinientos cruzeiros basta? Es todo lo que tengo.

El mendigo la miró asombrado.

- ¿Se está riendo de mí, joven?

- ¿¿Yo?? No, para nada, es realmente lo que tengo en la cartera...

La abrió, sacó el billete y se lo extendió humildemente al hombre, casi como

pidiéndole desculpas.

El hombre perplejo.

Y después riendo, mostrando las encías casi vacías:

- Mire –dijo él–, o la señora es muy buena o no está bien de la cabeza... Pero

acepto, no vaya a decir después que le robé, nadie le va a creer. Mejor hubiese sido

darme cambio.

- No tengo cambio, sólo tengo este billete de quinientos.

Parecía que el hombre se había asustado y dijo cualquier cosa casi incomprensible

a causa de la mala dicción por sus escasos dientes.

Mientras su cabeza pensaba: comida, comida, comida buena, dinero, dinero.

La cabeza de ella estaba llena de fiestas, fiestas, fiestas. ¿Qué festejaban?

¿Festejaban la herida ajena? Una cosa los unía: ambos tenían vocación por el dinero. El

mendigo gastaba todo lo que tenía, mientras el marido de Carla, banquero, coleccionaba

dinero. El sustento era la Bolsa de Valores, la inflación, el lucro. El sustento del

mendigo era la redonda herida abierta. Y además de todo, debía tener miedo de curarse,

adivinó ella, porque si se curaba no tendría qué comer, eso Carla lo sabía: “quien no

tiene un buen empleo después de cierta edad...” Si fuese joven, podría ser pintor de

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paredes. Como no lo era, invertía en la gran herida en carne viva y purulenta. No, la

vida no era bella.

Ella se apoyó en la pared y resolvió deliberadamente pensar. Era diferente porque

no tenía el hábito y ella no sabía qué pensamiento era visión y cuál comprensión y que

nadie podía intimarse así: ¡piense!

Bien. Pero sucede que resolver era un obstáculo. Se puso a mirar entonces para

dentro de sí y realmente comenzaron a aparecer. Sólo que tenía los pensamientos más

tontos, como ¿este mendigo sabe inglés? ¿Ya habrá comido caviar o bebido

champagne? Eran pensamientos tontos porque claramente sabía que el mendigo no

sabía inglés, ni había probado caviar ni champagne. Pero eso no pudo impedir el

nacimiento en ella de otro pensamiento absurdo: ¿él ya hizo deportes de invierno en

Suiza?

Entonces se desesperó. Se deseperó tanto que le vino un pensamiento hecho de

sólo dos palabras: “Justicia Social”.

¡Que se mueran todos los ricos! Sería la solución, pensó alegre. Pero, ¿quién le

daría dinero a los pobres?

De repente… de repente todo se detuvo. Los colectivos pararon, los autos pararon,

los relojes pararon, las personas en la calle se inmobilizaron: solamente su corazón latía,

¿y para qué?

Vio que no sabía dirigir el mundo. Era una incapaz, con cabellos negros y uñas

largas y rojas. Ella era eso: como una fotografía en colores fuera de foco. Hacía todos

los días la lista de lo que necesitaba o de lo que quería hacer al día siguiente, era de ese

modo que se relacionaba con el tiempo vacío. Simplemente ella no tenía qué hacer. Lo

hacían todo por ella. Hasta sus dos hijos: había sido el marido que determinó que

tendrían dos...

“Hay que hacer fuerza para vencer en la vida”, le había dicho el abuelo muerto.

¿Sería ella, de casualidad, una “vencedora”? Si vencer fuese estar en plena tarde clara

en la calle, la cara untada de maquillaje y lentejuelas doradas... ¿Eso era vencer? ¡Qué

paciencia tenía que tener consigo misma! Qué paciencia tenía que tener para salvar su

propia vida. ¿Salvarla de qué? ¿De ser juzgada? ¿Pero quién la juzgaba? Sintió la boca

enteramente seca y la garganta hecha un fuego, exactamente como cuando tenía que

someterse a exámenes escolares. ¡Y no había agua! ¿Saben lo que es eso, que no haya

agua?

Quiso pensar en otra cosa y olvidar el difícil momento presente. Entonces se

acordó de las frases de un libro póstumo de Eça de Queirós que había estudiado en la

escuela: “El lago de TIBERÍADE resplandeció transparente, cubierto de silencio, más azul

que el cielo, todo orlado de prados floridos, de densos jardines, de rocas de pórfido y

terrenos puros por entre los palmares, bajo el vuelo de las palomas.”

Sabía de memoria porque, cuando adolescente, era muy sensible a las palabras y

porque deseaba para sí misma el destino de resplandor del lago de TIBERÍADE.

¡Tuvo inesperadamente unas ganas de matar a todos los mendigos del mundo!

Solamente para que ella, después de la matanza, pudiese disfrutar en paz su

extraordinario bienestar.

No. El mundo no sussurraba.

¡¡El mundo gri-ta-ba por la boca desdentada de ese hombre!!!

La joven señora del banquero pensó que no iba a soportar la falta de ternura que le

arrojaban en su rostro tan maquillado.

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¿Y en la fiesta? Qué diría en la fiesta, mientras bailase, qué le diría al

acompañante que tendría entre los brazos... Le diría lo siguiente: mire, el mendigo

también tiene sexo y dijo que tenía once hijos. No va a reuniones sociales, no sale en las

columnas del Ibrahim, o del Zózimo, tiene hambre de pan y no de tortas. En verdad,

sólo quiere comer papillas pues no tiene dientes para masticar carne... “¿Carne?” Se

acordó vagamente que la cocinera le había dicho que el “filet mignon” había subido de

precio. Sí. ¿Cómo iba a poder bailar? Sólo si fuese una danza loca y macabra de

mendigos.

No, ella no era de tener desvanecimientos ni mañas ni era de irse a desmayarse o

sentirse mal, como algunas de sus “compañeritas” de sociedad. Sonrió un poco al pensar

en términos de “compañeritas”. ¿Compañeras en qué? ¿En vestirse bien? ¿En dar

comidas para treinta o cuarenta personas?

¿No había dado ella misma una recepción aprovechando el jardín en el verano que

se extinguía para no sabía cuántos invitados? No, no quería pensar en eso, se acordó

(¿por qué sin el mismo placer?) de las mesas esparcidas sobre el césped, a la luz de

vela... ¿“A la luz de la vela”? Pensó, ¿pero estoy loca? ¿Yo caí en ese esquema? ¿En ese

esquema de gente rica?

“Antes de casarse era de clase media, secretaria del banquero con el que se había

casado y ahora… ahora a la luz de velas. Lo que estoy haciendo es jugar a vivir –pensó–

, la vida no es eso.”

“La belleza puede ser una gran amenaza.” La gracia extrema se confundió con una

perplejidad y una profunda melancolía. “La belleza asusta”. “Si yo no fuese tan linda

hubiese tenido otro destino”, pensó arreglándose las flores doradas sobre los cabellos

negrísimos.

Ella había visto una vez a una amiga que estaba totalmente con su corazón errante

y loco, loco por una fuerte pasión. Entonces nunca quiso experimentar algo así. Siempre

había tenido miedo de las cosas demasiado bellas o demasiado horribles: es que no

sabía en verdad cómo responder y si debía responder caso de que fuese igualmente bella

o igualmente horrible.

Estaba asustada cuando vio la sonrisa de la Mona Lisa, allí, al alcance de la mano

en el Louvre. Como se había asustado con el hombre de la herida o con la herida del

hombre.

Tuvo ganas de gritarle al mundo: “¡Yo no soy mala! Soy un producto ni sé de qué,

cómo saber de esta miseria del alma”.

Para cambiar de sentimientos –pues ella no los aguantaba y ya tenía deseos de,

por desesperación, dar un puntapié violento en la herida del mendigo–, para cambiar de

sentimentos pensó: este es mi segundo casamiento, esto es, el marido anterior estaba

vivo.

Ahora entendía por qué se había casado la primera vez y estaba a la venta en

subasta pública: ¿quién da más? ¿Quién da más? Entonces está vendida. Sí, se había

casado por primera vez con el hombre que “ofrecía más” y ella lo había aceptado

porque era rico y estaba un poco por encima de ella en la escala social. Se había

vendido. ¿Y el segundo marido? Su casamiento estaba terminando, él con dos amantes...

y ella soporándolo todo porque un divorcio hubiese sido un escándalo: su nombre era

demasiado citado en las columnas sociales. Y ella, ¿volvería a usar su nombre de

soltera? Hasta habituarse a su nombre de soltera, iba a tardar mucho. Además, pensó,

riéndose de sí misma, ella aceptaba a su segundo marido porque le daba un gran

prestigio. ¿Se había vendido a las columnas sociales? Sí. Lo descubría ahora. Si hubiese

para ella un tercer casamiento –pues era muy linda y rica -, si lo hubiese, ¿con quién se

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casaría? Comenzó a reírse un poco histéricamente porque había pensado: el tercer

marido era el mendigo.

De repente le preguntó al mendigo:

- ¿Usted habla inglés?

El hombre ni siquiera entendió lo que le había preguntado. Pero, obligado a

responder dado que la mujer lo había comprado con tanto dinero, salió con una evasiva.

- Claro que hablo. ¿No estoy hablando ahora con la señora? ¿Por qué? ¿La señora

es sorda? Entonces voy a gritar: HABLO.

Espantada por los enormes gritos del hombre, comenzó a sudar frío. Tomaba

plena conciencia de que hasta ahora había fingido que no existía gente con hambre, que

no habla ninguna lengua, ni que había multitudes anónimas mendigando para

sobrevivir. Ella lo sabía claro, pero había desviado la mirada y se había tapado los ojos.

Todos, pero todos, saben y fingen que no saben. Y aunque no fingiesen iban a tener un

malestar. ¿Cómo no lo tendrían? No, ni eso tendrían.

Ella era...

Al final de cuentas ¿quién era ella?

Sin comentarios, sobre todo porque la pregunta no duró ni un instante de un

segundo: pregunta y respuesta no habían sido pensamientos de la cabeza, eran del

cuerpo.

Soy el Diablo, pensó acordándose de lo que había aprendido en la infancia. Y el

mendigo es Jesús. Pero lo que él quiere no es dinero, es amor, ese hombre se perdió en

la humanidad como yo también me perdí.

Quiso forzarse a sí misma para entender el mundo y sólo consiguió acordarse de

fragmentos de frases dichas por los amigos del marido: “estas usinas no serán

suficientes”. ¿Qué usinas, santo Dios? ¿Las del Ministro Gallardo? ¿Tendría él usinas?

¿“Energía eléctrica... hidroeléctrica”?

Y la magia esencial de vivir ¿dónde estaba ahora? ¿En qué rincón del mundo? ¿En

el hombre sentado en la esquina?

¿El resorte del mundo es el dinero? Ella se hizo la pregunta pero quiso fingir que

la respuesta era negativa. Se sintió tan pero tan rica que tuvo un malestar.

Pensamiento del mendigo: “Esta mujer está loca o robó el dinero porque ella no

puede ser millonaria”, millionaria era para él apenas una palabra y aún si esa mujer

quisiera encarnar a una millonaria no podría hacerlo porque: ¿dónde se vio a una

millonaria quedarse parada de pie, en calle, eh? Entonces pensó: ¿ella es de aquellas

vagabundas que le cobran caro a los clientes y que seguramente están cumpliendo

alguna promesa?

Después.

Después.

Silencio.

Pero de repente aquel pensamiento gritado:

- ¿Cómo nunca descubrí que yo también soy una mendiga? Nunca pedí limosna

pero mendigo el amor de mi marido que tiene dos amantes, mendigo por el amor de

Dios que me vean bonita, alegre, aceptable y mi ropa del alma está harapienta...

“Hay cosas que nos igualan”, pensó buscando desesperadamente otro punto de

igualdad. Vino de repente la respuesta: eran iguales porque habían nacido y ambos

morirían. Eran, pues, hermanos.

Tuvo ganas de decirle: mire, señor, yo también soy una pobre miserable, la única

diferencia es que soy rica. Yo... pensó con ferocidad, estoy cerca de desmoralizar al

dinero amenazando el crédito de mi marido en la plaza. Estoy lista a, de un momento a

Page 6: La Bella y La Bestia Traduccion

otro, sentarme en el borde de la calle. Nacer fue mi peor desgracia. Habiendo pagado ya

ese maldito acontecimiento me siento con derecho a todo.

Tenía miedo. Pero de repente dio el gran salto de su vida y, con coraje, se sentó en

el piso. “¡Seguro que es comunista!”, llegó a pensar por la mitad el mendigo. “Y como

comunista yo debería tener derecho a sus joyas, sus departamentos, su riqueza y hasta

sus perfumes.”

Nunca más sería la misma persona. No que nunca antes hubiese visto a un

mendigo, pero éste apareció en la hora equivocada, como llevada de un empujón y a

derramar por eso vino tinto en el blanco vestido de encaje. De repente lo sabía: ese

mendigo estaba hecho de la misma materia que ella. Simplemente eso. El “por qué” es

lo que era diferente. En el plano físico ellos eran iguales. En cuanto a ella, tenía una

cultura mediana mientras él parecía no saber nada, ni siquiera quién era el Presidente de

Brasil. Ella, sin embargo, tenía una capacidad aguda de comprender. ¿Habrá sido que,

hasta ahora, estuvo con la inteligencia embutida? Pero si ella que hace poco estuvo en

contacto con una herida que pedía dinero para comer, ¿pasó a pensar solamente en

dinero? El dinero, que siempre había sido obvio para ella. Y la herida, que ella nunca

había visto tan de cerca...

- ¿Se siente mal?

- No me siento mal… aunque tampoco me siento bien, no sé...

Pensó: el cuerpo es una cosa que, estando enfermo, la gente carga. El mendigo se

carga a sí mismo.

- Hoy en el baile usted se recupera y todo vuelve a lo normal – dijo José.

En verdad. En el baile ella reverdecería sus elementos de atracción y todo volvería

a lo normal.

Se sentó en el asiento del auto refrigerado lanzando, antes de partir, la última

mirada a aquel compañero de hora y media. Le parecía difícil despedirse de él, él era

ahora el “yo” alter-ego, él formaba parte para siempre de su vida. Adiós. Estaba

soñadora, distraída, de labios entreabiertos como si hubiese en sus bordes una palabra.

Por un motivo que ella no sabría explicar, él era verdaderamente ella misma. Y así,

cuando el conductor prendió la radio, escuchó que el bacalau producía nueve mil óvulos

por año. Ella, que estaba necesitando de un destino, no supo deducir nada de esa frase.

Se acordó de que de adolescente había buscado un destino y había elegido cantar. Como

parte de su educación, le consiguieren fácilmente un buen profesor. Pero cantaba mal,

ella lo sabía y su padre, amante de las óperas, había fingido no darse cuenta de que ella

cantaba mal. Pero hubo un momento en que ella comenzó a llorar. El profesor perplejo

le había preguntado lo que tenía.

- Es que yo tengo miedo de, de, de, de, cantar bien...

Pero usted canta muy mal, le había dicho el profesor.

- También tengo miedo, tengo miedo también de cantar mucho pero mucho peor

todavía. ¡Maaaaal, demasiado mal! Ella lloraba y nunca más tuvo clase de canto. Esta

historia de buscar el arte para entender sólo le había pasado una vez. Después se había

sumergido en un olvido que sólo ahora, a los treinta y cinco años de edad, a través de la

herida, necesitaba cantar o muy mal o muy bien. Estaba desorientada. Hace cuánto

tiempo que no oía la llamada música clásica porque ésta podría sacarlo del sueño

automático en que vivía. Yo, yo estoy jugando a que vivo. El próximo mes iría a New

York y descubrió que ese viaje era como una nueva mentira, como una perplejidad.

Tener una herida en la pierna… es una realidad. Y todo en su vida, desde cuando había

nacido, todo en su vida había sido suave como salto de gato.

Page 7: La Bella y La Bestia Traduccion

(Andando en el auto)

De repente pensó: ni me acordé de preguntarle su nombre.

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