la barraca - 6° libro de cuentos de roberto attias
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Attias, Roberto
La barraca / Roberto Attias; ilustrado por Roberto Attias. - 1a
ed. - Fontana: Roberto Attias, 2014.
E-Book.
ISBN 978-987-45190-3-0
1. Narrativa Argentina. 2. Cuento. I. Attias, Roberto, ilus. II.
Título
CDD A863
Fecha de catalogación: 30/10/2014
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Aviso Legal; Para dar cumplimiento con lo establecido en la Ley
34/2002, de 11 de julio, de Servicios de la Sociedad de la Información y de
Comercio Electrónico, a continuación se indican los datos de información
general de este libro electrónico: Titular: Roberto Attias- Barrio 180
Viviendas- C.P. 3514- Fontana, Chaco, Argentina -Contacto:
Objetivo: este E- Book o libro electrónico, es para la divulgación de
material Intelectual (literarios, fotográficos, actividades afines, etc.) Del
Señor Roberto Attias -, Las ilustraciones son también de la propiedad intelectual
del autor del texto. La fotografía de la tapa fue tomada en la ex curtiembre de
Fontana, Chaco, Argentina. El autor no autoriza la impresión fraccionada del
material, ni el copiado parcial de ninguna de sus publicaciones.- Aviso de responsabilidad en las publicaciones, detalles:
www.robertoattias.galeon.com/aficiones2714064.html
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Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa, En las letras de rosa está la rosa Y todo el Nilo en la palabra Nilo.
Fragmento de ‘El Golem’
Jorge Luis Borges
(1899 – 1986)
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A mis suegros don Epifanio Martín Godoy,
oriundo de San Luis del Palmar y a doña Justa
Rufina Aguilar, oriunda de Concepción del
Yaguareté Cora. Ambas localidades de la
Provincia de Corrientes, Argentina.
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El trabajó en el Territorio Nacional del Chaco como hachero en los
obrajes desde 1920 en adelante y por algunos años más, luego vivió
en esos lugares con su esposa y su pequeño hijo Víctor, el cual
nació en Machagay 1930.
Al conocernos en el año 1975 en la Colonia Isla Sola, Ibarreta,
Formosa (AR) pude recibir todo el afecto familiar y además
escuchar las narraciones de sus vivencias que es la historia misma
del una gran parte de las familias de hacheros, conductores de
Alzaprimas, peones de las playas de los ferrocarriles de trocha
angosta, ligados a el transporte de rollos.
Me contó los abusos que se
cometían en esos obrajes y
como después de muchas
extensas jornadas solo
sobraban míseras monedas.
Ellos pudieron observar los
tendidos de rieles, las
peleas, los juegos de tabas,
el cual ya era prohibido. De
la policía territorial, de los
forajidos de la época. La
vida tenía poco valor. Aquí
solo estan unos detalles,
pero en el próximo libro
explicaré mas sobre lo oído
por estos testigos
presenciales. Fotografía de padre e hijo tomada en el mismo lugar rural. ≈1935
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Jorge L. Borges redactó de forma magistral en su poesía el Golem
“El nombre es arquetipo de la cosa”, tomando como parámetro el
Cratilo de Platón; por tal y por respeto al que leerá (pretensión
mía), queda expresarle que el título La Barraca no la impone a esta
como el arquetipo o núcleo de la trama, aunque el saladero por
breves momentos participó obligado en tal grafía.
“Es una familia de jóvenes con anhelos comunes que al sufrir un
revés económico desdeñan la educación y revierten sus conductas
sociales.
Su hijo mayor cuenta las historias muchos años después que sus
progenitores murieran trágicamente. Primero la de ellos y pone en
dudas las enseñanzas recibidas durante toda su vida considerando
que estas son como los preceptos religiosos, se los acatan sin pedir
explicaciones, además que si las enseñanzas vienen de los padres
nunca se piensa que podrían estar equivocadas. Luego de conocer
a un sobrino distante, decide contar el resto desde los orígenes,
transcribiendo los trozos de papeles que dejara escritos su madre,
a modo de diario, dentro de una pequeña caja de madera. Pero
recién luego de regresar de un viaje descubre los motivos por los
cuales sus padres mutaron de comportamientos.
Todo el recorrido del texto cubre desde 1857 hasta 1990 en trozos
de las historias de familias y rasgos de esas comunidades de
entonces. Al ser este tipo de narración, no tiene capítulos como la
novela, pero dejé algunos espacios y símbolos de colores para darle
más aire a los sucesos y orientar al lector.
Lo escribí en marzo de 2008 y lo doy a conocer porque creo que ya
está maduro para ser leído por otras personas.
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Mi madre, recordó alguna vez con emoción, lo que sintió en ese
momento que conoció al que luego sería mi padre. Creyó que la
ciudad se detuvo en el preciso instante en que sus miradas se
encontraron. Fue un disparo de deseo que recorrió sus cuerpos
como una corriente fulminante, llena de colores y adrenalina que
los sacudió, he hizo danzar sus almas en el aire cálido de esa tarde
de febrero de 1917, fecha que para todos los demás fue muy
calurosa y agobiarte desprovista de magia.
El noviazgo duró poco, no podían vivir separados. Se casaron en
una ceremonia simple y se instalaron en una de las muchas
habitaciones que poseía la casa de mis abuelos santiagueños, donde
también vivía su hermano Cosme.
Los relatos que continúan desde aquí, los oímos de nuestros
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padres, pues son sus anécdotas, sus recuerdos desde el día en que
iniciaron su propia empresa familiar. Ellos contaban sus vivencias
como si fuera un manual de vida del cual aprendimos y tomamos
como ejemplo.
Por otra parte el 3 de julio de 1919 nací. Para esa época el
trabajo de hacer y colocar herraduras a los caballos había
disminuido bastante, pues en los últimos años hizo su aparición el
motor a combustión y se implementaba en la mitad de los
transportes de todo tipo, había pasado el tiempo de bonanzas de los
herreros de caballos, había trabajo pero no sobraba. En esos
momentos mis padres preocupados por mi futuro, siempre unidos
con la esperanza y los sueños, algunos rotos y muchos postergados,
viviendo cada día como lo permitiera Dios, junto a sus conocidos y
amigos buscaban una salida hacia los campos, hacia las zonas de
trabajo, pero ninguna tenía para pagar en pasaje.
Surgió una decisión que modificó la situación uniendo el trabajo
rural, que todo se hacía a mano, con los trabajadores ansiosos por
realizarlo.
Tras un decreto de enero de 1920, el entonces gobernador de
Buenos Aires, José C. Crotto, dispuso que por cada vagón de carga,
dos braseros viajaran gratis en los trenes del ámbito provincial.
Cuando pasábamos por las estaciones la gente decía -Ahí van los
crotos, para nombrar a los trabajadores que se desplazaban en
busca de cosechas, en este país agroexportador.
Mis padres fueron apasionados por el conocimiento y la política
y así fue que él se enteró a poco de salir el decreto. Eran personas
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instruidas e informadas que no era poco en esos tiempos.
Esa tarde entró a la casa por el portón lateral que da al patio de
los carros y luego de sacarse el sombrero y colgarlo en un perchero
que estaba en la pared de la galería, llamó a mi madre, emocionado
como quien halló la solución a todos sus problemas - ¡Camille! -
Ella salió presurosa de la cocina donde estaba junto a su suegra.
Traía el cabello recogido y la cintura ceñida por un delantal
estampado que había confeccionado. Se detuvo a unos metros y
mientras se restregaba las manos en el paño para secarlas,
aguardaba a su esposo.
Al estar frente a ella, con ambas manos tomó con suavidad sus
antebrazos al tiempo que le expresaba
-- Amor mío, apareció una magnífica oportunidad de trabajo…
Dicen en el mercado que los cosecheros son bien remunerados. Ella
no podía comprender de que se trataba, con la poca información
que le daba, no obstante le respondió con firmeza
- Sabes bien vida mía, que nuestro hijo y yo te seguiremos a
donde vos juzgues más conveniente.
Esto lo tranquilizó y colmó de dicha. Ahora con más calma
explicó a todos en la cena este nuevo proyecto laboral.
Con prontitud juntamos ropas, bártulos y subimos al tren del
ramal Buenos Aires-Rosario vía Pergamino. Era un viaje hacia un
futuro incierto pero prometedor de días felices mientras el tren nos
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llevaba hacia el oeste.
Contaba mi madre que al alejarnos de la ciudad, mi padre
despertaba a una alegría dormida al ver el paisaje inconmensurable
de la campiña que se extendía en todas direcciones.
Notas de mi madre: “Desde nuestra posición se puede ver la
ciudad que se desintegra en un manto de vegetación a medida que
nos alejamos.
Desde una de las últimas casa situadas en los orígenes del
campo, un niño de pie, quizás sobre un montículo saluda a la
formación de vagones, con la esperanza de que alguien lo vea
despedirse, acaso hasta anhelando poder viajar alguna vez en ese
tren y que otros niños, quizás sus amigos lo despidan de la misma
manera. Es que son tan soñadores los niños y mezclan la realidad
con sus fantasías, como los escritores; de regreso seré una
escritora de verdad. Reí complacida de mi decisión.
Más adelante, en un estero cercano a las vías, una bandada de
patos crestones se espanta a nuestro paso. Toda esa soledad es
magnífica, el cielo desprovisto de nubes nos cubre como una
cúpula azul e infinita.
Estamos en plena zona rural. Podría describirla como un
océano de verde hojas y tallos entrelazados. El humo escapa de la
locomotora y acompaña a la formación, a veces se cuela por
alguna ventanilla abierta. Abrazo a mi esposo y a mi hijito con
firmeza, mientras el ocaso nos sale al encuentro con timidez.
Cuando solo quedan las luces de las estrellas en el firmamento el
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silencio de los pasajeros es absoluto. Con el sonido propio de este
transporte, el cíclico golpe de las ruedas en las uniones de los
tramos de vías marca un compás monótono, Se que mi esposo es un
hombre sin dudas ni dobleces y no claudicará después de una
decisión ya tomada. Un profundo sentimiento de orgullo me da
seguridad. El vagón se balancea con suavidad y con el murmullo
casi imperceptible de la vida salvaje me amodorro. Aún estamos
lejos de nuestro destino pero con la felicidad a flor de piel me
entrego al sueño.”
Notas de mi padre: “La euforia que nos acompañó durante los
preparativos y que nos impulsó a iniciar el viaje, disminuyó en mi.
En el silencio de la noche desperté sudoroso y vacilante. Aún con
la sequedad en la boca se que no estoy enfermo. La situación es
clara. El pánico crece y se refleja en mi rostro con transpiración y
realidad. Desde pequeños vivimos y trabajamos al amparo de la
familia. Han regido nuestro comportamiento los códigos y
costumbres propios de la ciudad. Ahora los estoy arrastrando
hacia la inmensidad. Hacia los páramos interminables, solo
interrumpidos por las estaciones distantes y una que otra estancia.
El tren nos trasladaba con su adiestrada pereza hacia su destino,
que también es el nuestro. Cualquiera hubiese reconocido en mi
rostro el temor, si me viera despierto, en la noche oscura y fría,
aferrado a mi familia. Al amanecer ya repuesto y luego de azuzar
mis fantasmas de la duda, con voluntad avasallante reafirmé mi
iniciativa. Con tesón y coraje enfrenté el destino que había elegido
para todos.”
Desde aquí y en más las anotaciones continúan solo con letra de
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mi madre:
“Al llegar fuimos unos 40 adultos y otra cantidad similar de
niños donde nos esperaban carros y volantas para conducirnos a
los lugares donde tendríamos que cosechar…” y continúan sus
escritos; todos fueron hechos con lápiz-tinta, esos que al mojar la
punta con la saliva de la lengua, queda en el papel el trazos más
oscuros de colores azulados y violáceos, con posterioridad usó la
pluma fuente.
Luego esto fue lo que entendí de aquellos primeros apuntes en
forma de diario, lo que he leído y además lo que ellos contaban.
Mis padres como la mayoría de sus amigos no sabían cómo
realizar la labor pero en muy poco tiempo fueron expertos, sus
voluntades eran inquebrantables, entonando alguna melodía
pasaban las largas horas bajo el sol abrasador. El trabajaba sin
tregua y mi madre solo con pequeñas pausas para atenderme,
formaba una pequeña carpita donde me dejaba a su resguardo junto
con la botella de agua que acercaba a mi padre cada vez que la
pedía. Luego de un tiempo prudencial de mucho trabajo, pensaron
que tenían suficiente dinero ganado y se presentaron ante el
administrador del establecimiento, después de los descuentos de los
servicios recibidos al llegar, traslados, alimentos y albergue, solo
quedaban unos pocos centavos. Desde ese día se volvieron tenaces
con el dinero, la alegría los había abandonado para siempre.
Cuidaban los gastos y los alimentos con mezquindad absoluta,
tanto que después un tiempo indeterminado la situación económica
había dado un giro prometedor, pero ellos ya no eran los mismos,
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algo se había roto en sus almas de donde nació la mezquindad.
Desde ese día un halo taciturno nos cubría, el ambiente se tornó
cruel y las perversiones del sentido moral emergieron para
quedarse. En un amanecer decidieron trasladarse hacia un nuevo
destino que tenían prefijado, previo a la partida hicieron saber a
todos que regresarían a la ciudad de Buenos Aires.
Nos retiramos del lugar a pleno sol y nos dirigimos a la playa
del ferrocarril, lugar a donde habíamos descendido varios meses
antes. Al llegar mi madre levantó un precario campamento cerca de
otros trabajadores en tránsito. Luego de un par de días mi padre
salió a inspeccionar los lugares de posible trabajo en las chacras
vecinas y al amanecer del otro día volvió; ella ya tenía todo
preparado para la partida. Subimos al tren de la misma compañía
con la cual habíamos llegado, Pergamino-Rosario. Al llegar
cambiamos a la que unía Rosario con la capital de la Provincia, la
ciudad de Santa Fe. Después de muchas horas de viaje arribamos
en la madrugada a esa populosa ciudad. Nos retiramos de la
estación hacia una plaza donde dejamos todas nuestras cosas las
que no volvimos a recoger y entrada la mañana nos presentamos a
una tienda de fama bien conocida por tener prendas a la moda
europea, mi madre adoptó el de Coco Chanel, usando joyería de
imitación, y metales no preciosos que juegan con las tendencias de
la moda, además de la ropa la estética personal de cabeza pequeña
con el rostro maquillado, corte de pelo a lo garçonne, sombrero
campana hundido hasta los ojos, el talle de vestido bajo, hasta la
cadera, la falda estrecha y llega hasta la rodilla. Completaba con el
traje-chaqueta asimétrico con cuello de piel, con tejido de gran
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caída. Mi padre como un figurín estilizado con el traje muy
ajustado y cuellos hasta las orejas, con zapatos puntiagudos,
polainas y guantes.
De allí salimos todos con aire distinguido e irreconocibles, con
un bolso de mano y una valija en la cual transportaba varias mudas
para todos y mi padre con un portafolios nuevo. Todos nos
dirigimos presurosos a la estación del ferrocarril “General
Belgrano” donde sacamos pasajes hacia una pujante localidad a
325 Km al norte de esta y dentro de la misma provincia, la que ya
poseía una fábrica de tanino y la curtiembre, la jabonera, además
existían otros centros laborales como la fábrica de alpargatas que
tenía dos marcas; la tabacalera y otros comercios de importancia.
En el trayecto pasamos muchas estaciones de importancia, el
flujo comercial de la zona para los habitantes de los pueblos
adyacentes, como San Justo, Margarita, Vera, La Gallareta, además
de las estancias. La explotación forestal tenía mucha importancia
donde las empresas extranjeras realizaban grandes negocios y
alimentaban la demanda de hacheros e insumos. Al llegar a destino
después de muchas y agotadoras horas de marcha, en un día
brillante y prometedor, mi padre se dirigió a la sede del partido y de
allí con prontitud nos consiguieron hospedaje hasta que adquirimos
nuestra casa que compramos una semana después.
Mi familia conocedora de los movimientos políticos sacó
ventajas; el panorama político era confuso y convulsionado con
respecto a la división del radicalismo, en la nación presidía don
Hipólito Irigoyen (personalista) En la provincia de Santa fe el
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gobernador don Enrique Mosca, simpatizante de Marcelo T. de
Alvear de tendencia anti-personalista. A lo cual mi padre se hizo
fervoroso admirador y no perdía oportunidad de enarbolar las
banderas de oficialismo provincial.
Esta información en su boca fue lo que le facilitó nuestras
compras de galpones, terrenos, casas e instalación de una empresa
de acarreo de mercaderías desde el ferrocarril a los comercios, a las
estancias de la zona y colonias vecinas. La población creció con
rapidez, con el censo de 1921 la elevó a la categoría de ciudad.
El crecimiento urbano estaba limitado hacia el norte y el este por
el curso del arroyo El Rey y las tierras bajas e inundables. La crisis
mundial del 30 afectó la industria de acá y para fines de 1940
poseíamos 10 depósitos con mercaderías que comprábamos y
revendíamos como las forrajeras, ferreterías, acopios de frutos del
país, teníamos barracas, curtiembres, talabartería, colchonería,
ladrillarías y alquileres de herramientas de labranza además
continuamos con el acarreo inicial, además se adoquieron varias
manzanas de terrenos en otras poblaciones cercanas. Cuando
obtuvimos una sólida posición económica mi padre se retiró de la
política, actividad que ahora ya no le interesaba como en su
juventud y solo se aprovechó de ella, para obtener beneficios de los
contactos, dentro de los fieles simpatizantes al gobierno.
La fortuna de la familia creció a pasos agigantados, todos los
negocios basados en los principios fundamentales del ahorro
familiar estricto y del pago miserable de sueldos a los que se
trataba con mucha simpatía y simulada camaradería pero con muy
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poco dinero, los obligaba a trabajar todos los días sin faltar y andar
siempre atentos. Pues el afirmaba que los mejores negocios se
hacen con la miseria de los demás.
Con respecto de los gastos de mantenencia familiar el sistema
era inflexible, dos mudas de ropas para cada uno, el calzado no era
importante, cuando podíamos lo juntábamos de la basura. Ellos
administraban todo y nosotros aprendimos a pensar como ellos y
bajo el lema “el dinero no se gasta, se invierte” o “las monedas no
cae del cielo, diversión, vicios y dulces son innecesarios y
empobrecen”. Recuerdo que al cumplir los 27 años, siempre soltero
y junto a mis hermanos sumábamos nueve hijos. Todos fuimos a la
escuela pública durante el primer y segundo grado, luego a trabajar,
pues decían que todo lo que necesitábamos para progresar era saber
leer y escribir, que la demás información adquirida en el aula era
innecesaria para hacer nuestro trabajo, pero mi hermanita Juana
concurrió hasta el cuarto grado. Un día de regreso traía un boletín
de la parroquia local. En el cual se podía leer un pasaje sobre los
pecados capitales, extendiéndose en el de la avaricia, que estaba
escrito mas o menos así “la avaricia es el afán desordenado de
poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. Luego de un largo
silencio, mi hermanita preguntó a nuestro padre lo que pensaba de
esto y él respondió: "el que escribió esto nunca fue pobre y no
trabajó de cosechero en el campo, su madre y yo lo hicimos y nadie
nos dio nada, al contrario, cuando pudieron nos sacaron sin piedad,
¡el que no cuida no merece tener! Fin del tema.
En casa la vida era simple, nos levantábamos de madrugada y
después de desayunar leche con pan nos dirigíamos a nuestras
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obligaciones.
Por la comida no había problemas, porque cuando íbamos a las
estancias a llevar pedidos solíamos traer animales salvajes y uno
que otro ternero ajeno que cazamos en el camino, y como todos los
días había un viaje, la carne abundaba en nuestra mesa y la que
sobraba se la vendíamos a los peones. En uno de esos numerosos
recorridos por los campos, mi hermano Juan fue a llevar alambres y
a traer cueros para nuestro saladero. En el trayecto cazo un cerdo
salvaje con mucha facilidad, concluyó que debió estar intoxicado,
quizás medio envenenado o enfermo, pero igual lo mató, pues para
darle de comer a los perros serviría.
Cuando llegó a la casa lo colgó de un árbol y avisó a nuestra
madre el destino del animal, a lo cual ella protestó por la ocurrencia
de muchacho y mandó a un peón a cuerearlo y trozarlo, además que
le trajera un cuarto del animal.
Presurosa, preparó un suculento guisado y los llamó a la mesa
diciendo -¡Viejo, trae a los niños y vengan a comer algo sabroso!
Ellos no se hicieron esperar y acudieron presurosos a su encuentro
y mis dos hermanitos menores se sentaron a degustar el plato.
Luego del festín cada uno continúo con sus labores.
Dos horas más tarde se presentó ante mí un peón. Sus palabras
entrecortadas por haber corrido más de 8 cuadras, me dice - sus
padres y los dos hermanitos más pequeños están muy desmejorados
y se quejan de dolores de estomago. Le aviso a usted por ser el
mayor. Con prontitud llamé a mi hermano y le indico
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- Juan, no sé lo que ocurrirá en la casa, pero consigue un poco
de los yuyos que usa mamá para nuestras enfermedades
estomacales, un buen manojo de Hierba del Lucero y también de
Chinchilla y adelántate para hacerles un té fuerte para la
indigestión, que en un momento voy.
Luego llamo al peón de este depósito y le ordeno
- ¡Pedro!, cierren todo y vayan a sus casas. Le dejo un candado
abierto para que aseguren la puerta, que me dirijo a ver como se
solucionó el problema.
Cuando llegué todos bebieron el té. Al resto de los pequeños los
envié con mi hermana a la otra casa. Mientras esperábamos que
mejoren y para distenderlos le conté algo que ignoraban -
¿Recuerdan al viejo Lazcano? y Juan respondió sí.
Volvió a preguntar -¿Saben que pasó cuando murió?
El me responde - no sabía que murió por acá. Papá dijo que
estaba enfermo y que tomó el tren a Santa Fe.
Y gira con lentitud para mirarme y aún con sorpresa me
interroga - ¿acaso conoces otro final de esta historia? A lo que le
respondo - si. El verdadero final. Se agruparon mas para que bajara
la voz y les cuento - tendría yo unos nueve años cuando ocurrió
aquello.
El viejo murió en el galponcito lindero a la barraca. Papá dijo que no
tenía familia y lo cargó en un carro. Nos dirigimos hacia la estancia El
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Cimarrón. Después de viajar una legua, salimos del camino. Bajó una
pala y cavó un pozo profundo donde puso el cuerpo. Con prisa lo tapó y
colocó bosta de vaca y unas ramas para borrar las huellas.
De regreso lo noté alegre y me dijo que fue por el ahorro realizado. Y
agregó -¡no le cuentes a nadie, así es como se hacen las cosas para que
salgan bien! Entre familia y entre pocos. Sabes que el viejo no tenía a
nadie que conociéramos nosotros. Con lo que tenía ganado no alcanzaba
para el velatorio, además es mucho papeleo. Así está todo bien, hay que
ahorrar. Total para él es lo mismo estar enterrado allí que en el
camposanto.
Es verdad, respondió, siempre tiene la palabra justa y es atinado en
sus comentarios y enseñanzas. Otra vez un quejido acaparó nuestra
atención en los enfermos. No habría pasado más de media hora y
parecían estar peor. Cada uno de ellos experimentaba el malestar en
forma diferente. Los pequeños sufrían violentos calambres abdominales,
mientras que los adultos diarrea acuosa con sangrado. Aún así todos
tenían dolores de cabeza y vómitos. El hablar se había remplazado por
estertores y balbuceos.
Un par de horas después altísima fiebre y escalofríos. Los pequeños
se desmayaron y no volvieron a despertar. A nuestros padres la
respiración se les entrecortaba mucho y sus corazones parecían saltar.
Unas horas más tarde los cuatro estaban muertos. Luego mandé a
buscar un espejo y se los coloqué sobre el rostro uno a uno y
comprobamos que ninguno respiraba.
En ese momento mis hermanos estaban aturdidos y no sabían qué
hacer. Les ordené cargar los cuerpos en una volanta y cubrirlos con una
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lona. Luego los envié a la barraca e hicieron un hoyo en el piso del hueco
que se había realizado para hacer una nueva pileta. Allí teníamos todo el
material para construir. Un rato más tarde llegué al lugar conduciendo
los cuerpos y sus pertenencias. Entre al galpón y cerramos el portón. Sin
demoras colocamos los cuerpos en el pozo. Los tres me miraban
atónitos pero no objetaron mi decisión y cumplieron mis órdenes por
respeto y porque les estaba sacando una difícil y traumática decisión. Mi
padre a la derecha, luego mi madre y por último mis hermanitos. Le
quité todo lo de valor que poseían inclusive sus dientes de oro. Entre sus
cosas estaba el maletín del administrador del establecimiento donde
habían ido a cosechar por primera vez. Al que después al volver a
escondidas en la noche robó y mató. A ese hombre lo despojó de toda la
nómina y saqueó sus efectos personales. Con el dinero, que era mucho,
compramos las primeras propiedades. El aún conservaba el reloj y los
anillos, en síntesis les quité todo lo de valor que tenían, inclusive en la
casa y además los sepultamos con todo lo relacionado a ese pasado
delictivo, allí desaparecieron todo lo que podría servir de evidencia
criminal.
Ahora dirigiéndome al menor le digo - ve a traer varias bolsas de cal
viva, rómpelas y desparrama sobre los cuerpos cubriéndolos con una
gruesa capa. Cuando hubieran terminado lo tapan con tierra y apisonen
bien. Luego armen todo para cargar el concreto en el piso y las columnas
de la pileta.
Mañana temprano los quiero a los dos aquí, traigan los peones para
construir el saladero como estaba previsto, eso borrará todas las huellas.
- ¡Vamos. No se queden mirándome como tontos. Tomen las palas y
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comiencen a trabajar!
Esto parece que los sacó del estupor y con premura concluyeron la
tarea.
Algunos de ellos sollozaban pero ninguno emitía ni una sola palabra.
Momentos antes de sus últimos estertores, Andrés me dice entre
sollozos - ¿por qué no llamamos al doctor o al dispensario público? Debo
suponer que habrá remedios para curar esto.
Y lo traigo a la realidad, diciéndole - ¿acaso no aprendiste nada de lo
que nos enseñaron durante todas nuestras vidas? Sabes que nuestros
padres odiaron siempre la atención pública gratuita, porque decían que
después te pedían contribución de dinero y cada que se les ocurría
trataban de sacarte algo, ¿Mira si a causa de los remedios se salvaban y
tan luego allí. ¿Que nos dirían? ¡Que somos unos derrochones. Que
desoímos sus enseñanzas. Que sienten vergüenza de sus hijos! y nos
echarían de sus vidas. ¿Acaso pretendes que nos odien nuestros padres?
¿No verdad? Se hizo un gran silencio.
Bueno ahora sé que ellos están orgullosos de nosotros, de nuestra
forma adulta de proceder conforme a sus enseñanzas. Mañana les
diremos a todos que viajaron de última hora a Buenos Aires. Dentro de
un mes diremos que se quedaran a vivir en la casa de los abuelos.
Créanme que dentro de un año nadie se acordará de ellos. El tiempo
todo lo cubre con una gruesa capa de olvido.
Así fue como seguimos cuidando todo, como cuando ellos vivían, por
muchos años más.
Mi hermano Juan cumplió los 25 cuando quedamos solos y me
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convertí en la cabeza de la familia. Muchas cosas nos sucedieron en esos
años. El conoció a Ekaterina, la hija de don Dimitri en l969, trece años
después que murieran nuestros padres.
Juan y Andrés trabajan juntos y recorren toda la zona realizando
compras y ventas de diversos productos. Ella vivía con su padre y su
madre doña Svitlana. Su madre tenía un marcado acento extranjero.
Todos habitaban unas productivas tierras de su propiedad, al norte de
esta localidad.
Ekaterina tenía 19 años, rubia, delgada pero fuerte y muy bonita, no
obstante siempre trataba de disimular su belleza vistiendo ropas
descoloridas y cubriéndose el cabello con un trozo de tela gris.
Trabajaba todos los días desde el amanecer en el campo junto a su
padre y hermanos menores. Su piel estaba curtida por las inclemencias
del clima, pero aun así, al verla Juan quedo prendado de ella para
siempre. Ellos eran askenazis de origen pero no practicantes de la
religión por la falta de sinagogas en esta zona y se unían a los miembros
de otras religiones sin complicaciones. Se adaptaron fácilmente al correr
de los nuevos tiempos.
Don Dimitri había viajado a Rusia desde joven, donde se casó
con Svitlana originaria de la ciudad de Yalta en la península de
Crimea a la costa del Mar Negro.
De vestir austero y de hablar lo necesario, varias veces mi hermano y
ellos se encontraron, Juan es simpático y congenió con su familia. Poco
tiempo después el tomó la resolución que quería visitarla en su casa y
me lo dijo. Un domingo nos presentamos allí con nuestras mejores
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ropas. Pero con anterioridad les hice saber que iríamos.
Como soy el mayor pedí la mano de Ekaterina para mi hermano y allí
mismo formalizamos el compromiso. El hombre no pareció sorprendido
de mi elocución, pero con el evidente agradecimiento por el respeto que
nosotros demostrábamos por su hija. En un momento de la
conversación, como todos saben que preguntar es mi pasión favorita,
interrogo al hombre - Cuénteme don sobre su viaje a esas tierras lejanas.
El se acomodó y feliz que le hiciera recordar de esa aventura, me
explicó de esta manera - Emigré a Birobidzhan donde conocí a Svitlana y
nos casamos. Esta población fue el resultado de la política nacional de
Vladimir Lenin. Con este plan agrupaba en un solo lugar a todos los
judíos al este de la unión soviética, a lo que llamó la República Autónoma
Hebrea. El idioma oficial fue el yiddish y desde 1928 fue para todos como
la tierra prometida de Moisés. Ya que al llegar allí, miles de familias
provenientes de muchos lugares del mundo, alguno lejanos como
Argentina, Francia y EEUU, al observar las grandes extensiones de
tierras fértiles, muchos consideraron que era las tierras de leche y miel
que figuran en el antiguo testamento. Es que según el discurso de Stalin,
un grupo no podía considerarse nación si no poseía territorio propio. Así
creó la patria para los judíos comunistas. Aprovechando este conflicto
latente, se aseguraban de incrementar los asentamientos poblacionales
en la frontera con China, ya que pocos querían ir a vivir allí por la
rigurosidad del clima
Lo interrumpo y pregunto - ¿Y porque quería alejarlos?
- Es que nosotros amamos a Yahveh, Dios para ustedes, y el
comunismo es una doctrina atea. Ahora que todo parecía formidable, la
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intriga de tenerlos de regreso aquí fue mayor y le pregunto - Y si todo
era tan bueno, ¿por qué se volvieron ustedes?
Ahora con infinita tristeza me explica así: No tardó en surgir una
actitud política contra el sionismo que rivalizaba con el marxismo.
Mi esposa y yo trabajábamos en distintas dependencias de la mina,
cuando todo comenzó a andar mal. Stalin mostró su lado antisemita
destruyendo las instituciones judías y matando a sus líderes. Birobidzhan
fue su utopía judía que ni el mismo pudo mantener. Menos de dos años
después juntamos y malvendimos todas nuestras cosas y tras un largo y
penoso viaje vinimos a estas tierras que estamos pisando, donde estaban
mis padres. Sabes que aquí nadie se da cuenta que existimos y en
muchos casos es mejor así.
Luego agregó con marcada satisfacción: Ekaterina es el primer logro
de nuestra felicidad.
En ese momento Juan se acercó a nosotros y al oír a su flamante
suegro agregó -- ¡Ella también es la mujer que amo, representa el futuro
y la esperanza para mí!
Ambos reímos de felicidad al verlos tan enamorados, luego comimos
y bailamos. Al atardecer regresamos a nuestro hogar.
Las diferencias religiosas no eran un tema de discusión entre
nosotros. Creo que nuestros padres alguna vez fueron cristianos, mis
abuelos estoy seguro que si, usando como parámetro de comparación
las anotaciones que hiciera mi madre. Nuestra familia nunca practicó
ningún culto religioso ni tampoco nos inculcaron alguna fe, es más,
muchas veces estuvieron en directa oposición a muchas de las
27
enseñanzas cristianas.
Ellos siempre decían -- nosotros les damos permiso que practiquen
cualquier tipo de religión, mientras no cause gastos y no esté en
oposición a nuestras enseñanzas.
Seis meses después se casaron y fueron a vivir a la casa de los viejos,
que ahora estaba deshabitada, a causa que mandé a refaccionarla un
poco. Ella parece que se hubiese criado en el ceno de nuestro hogar, se
levantaba de madrugada y realizaba toda la limpieza, barría el patio y
preparaba los desayunos.
Los años siguientes fueron buenos para todos y mas para ellos pues
ahora tienen cuatro hijos bellos y educados. Pero como la sociedad es
más abierta en sus conceptos, acaso porque todos tenemos mayores
accesos a las informaciones y por consiguiente a la cultura en general.
Ahora los chicos parecen más inteligentes y cada uno muestra con
libertad sus vocaciones y su carácter; tres de sus hijos son comerciantes
como su padre pero continuaron concurriendo a la escuela hasta recibir
un diploma.
Pero la mayor María Ester es distinta a todos. Sería por las
compañeras del colegio o por nuestros vecinos, no lo sé, pero ella es una
cristiana acérrima. Nunca comprendí donde había adquirido esos
valores. Desde niña lo demostró siendo piadosa y desprendida al regalar
los pocos juguetes que le conseguíamos.
Con respecto a nuestras actividades las cosas habían cambiado
mucho con los años. Ahora poseíamos una inmobiliaria donde
vendíamos los muchos terrenos, los que teníamos en esta ciudad y en
28
otras. Cada tanto evaluamos las deudas que tenemos con el municipio y
en pago le entregamos algún terreno para saldarla. Evitamos poner
dinero y de paso nos libramos de los más bajos e invendibles. Solo uno
de los cinco galpones fue un saladero y ya no está en uso, de los
restantes tres son depósitos de chatarras, papeles de rezago, huesos y
vidrios, que recolectábamos y comprábamos en esta y otras zonas.
Nuestra nueva rubro es la comercialización de materiales recuperados y
el alquiler de maquinarias viales y pesadas.
El terreno de ese galpón sobrante es donde están sepultados los
cuerpos. El lugar estaba en ruinas, las chapas del techo muy corroídas y
le faltaban grandes trozos a causa de la constante humedad y la sal, pero
por sobre todo, la absoluta falta de mantenimiento.
Algunas paredes están buenas pero las piletas rotas, de las que solo
quedaban los pisos. Lo teníamos abandonado en los últimos años.
Hemos prohibido que los niños entren por miedo a que caiga el techo o
la mampostería sobre ellos. Sin embargo el terreno cuando lo
adquirimos quedaba en los límites del ejido municipal, hoy es parte de
un populoso barrio de gente que lucha por progresar. Este saladero y
terrenos aledaños ocupan una amplia parcela, lo que conforman una
pequeña manzana. Frente a esto edificaron una iglesia católica, la que
todos conocen como la capilla de la barraca.
Un mal día la municipalidad me exigió que construya una vereda
perimetral en ese predio y que solucione la seguridad, mas el aspecto
correspondiente a la belleza general del barrio, sin olvidar el centro de
alimañas en que se convirtió. Todo esto acarrearía un gasto importante.
Ellos propusieron recibirme por una buena cantidad el lugar, pero es
bien sabido que allí no se pueden hacer grandes excavaciones porque
29
quedaría al descubierto nuestro secreto. Reúno a mis hermanos y
propongo una solución magistral, todos aceptan si bien algunos de ellos
no comprenden mi nueva actitud. Al otro día mando a los jornaleros a
retirar todo lo que esta plantado allí, desde las chatarras hasta la
estructura del galpón, pero doy orden de no retirar el alambrado
circundante. Una semana después esta todo limpio. Un lunes a la
mañana llegan los camiones con los ladrillos, cemento, cal y demás
elementos útiles para tal fin.
Comienzan a construir la acera perimetral el doble más ancha que lo
habitual. Un agrimensor tomó las medidas y dirigió el nivelado el
terreno, respetando indicaciones precisas que hemos dado. Ahora todo
está listo para completar los paseos interiores que naciendo del centro
cruza en todas direcciones el lugar. Esto comienza a tomar forma.
Donde estaba la pileta principal, sobre la misma loza mandé a
construir un monolito en el cual colocamos una figura de un carro tirado
por caballos como los que usábamos de transporte al llegar como
recordatorio del arribo de nuestros padres a esta comunidad.
En una saliente del mismo descansa una placa de bronce. Colocamos
jirafas de iluminación en el centro, en las esquinas y a la par de los
pasillos donde hemos colocado bancos de cemento acompañados con
farolas y cada diez metros un canasto como basurero. En un sector hice
colocar un arenero y hamacas, sube y bajas, toboganes y otros juegos
infantiles para los más pequeños y varios bebederos diseminados por el
lugar. Después de plantar muchos lapachos y llenar los canteros de
plantas con flores y césped la plaza estaba terminada. El día antes de la
inauguración retiramos el alambrado y cercamos el monumento con una
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cinta roja.
No fue casual que esa mañana fuera el aniversario de la muerte de
nuestros padres y hermanos, secretamente elegí que la inauguración
coincidiera. Estábamos todos allí. Cortamos la cinta y el sacerdote de la
Capilla vecina bendijo el lugar. Al descubrir la placa se puede leer la
siguiente leyenda “Este lugar de esparcimiento es donado por la familia
Domínguez a la comunidad a la cual arribó con sus anhelos en 1920”
Cuando se termina de leer esto, el cura dice a todos los
presentes: - Esta es la generosidad, virtud que vence a la avaricia.
Hace una pausa recorriendo con su mirada a todos los presentes
y acomete con más ímpetu,
- Digna de ser imitada por todos. Es claro ver por sus acciones,
que estas personas fueron educadas en una familia con sólidos
fundamentos cristianos donde la bondad, la piedad y el amor al
prójimo se practicaban a diario. Para mayor prueba vean a María
Ester y comprenderán lo que digo. Y concluye diciendo:
- Nunca un nombre estuvo mejor puesto que este: “Plaza de las
virtudes”.
Todo el barrio aceptó con júbilo el lugar.
Este es un sentimiento extraño. Por años hemos vivido en un
régimen de mezquindad, codicia desmedida y ahorrando mas allá
de la coherencia. Lo reconozco ahora desde esta nueva posición.
Pero en esos años, escuchando cada día las enseñanzas de nuestros
padres me parecía que era lo mejor ya que no teníamos otros
31
parámetros para comparar.
Las enseñanzas familiares son como los preceptos religiosos, se
los acata sin pedir explicaciones. Cuando las enseñanzas vienen de
los padres nunca se piensa que podrían estar equivocadas. Estoy
consciente que somos reflejos de ellos pero también puede ser una
vil excusa para renunciar a mi responsabilidad por mis acciones
pasadas.
Es que en alguna parte del camino, ya sea porque conocemos a
otras personas y nos comparamos a otras familias con diferentes
valores, en ese instante comprendemos que existen otros métodos
de vida y por consiguiente otros resultados.
Al ver a María Ester nacida de nuestra impiadosa familia, de la
cual absorbía y transformaba todos los valores morales y cívicos, es
difícil de creer que esta personita maravillosa naciera aquí entre
nosotros y se inclinara hacia la caridad. Ella poco a poco despertó
en mí un sentimiento desconocido, al principio me sentía molesto
de oír sus comentarios tan contrarios a nuestras costumbres.
Recién ahora comprendo la diferencia cuando ambos
caminamos por el barrio, es cuando alguien se detiene junto a ella
es para sonreírle, palmearla o darle un beso. Eso a nosotros nunca
nos había pasado, la gente siempre nos esquivó o nos miró con
desprecio. Ahora ellos también me sonríen con amabilidad.
Hace algún tiempo acompañé a mi sobrina querida a un servicio
religioso en la capilla que esta frente a la plaza, me sentí
confundido y a la vez emocionado. Al principio me invadió la
32
culpa porque sentía que estaba traicionando a mis padres, pero
superé la duda porque ella se dio cuenta de lo que me estaba
pasando y tomó mi mano con fuerza. En ese instante en que me
sentí un niño perdido ella me rescató.
Salí distinto de allí.
La vejez me trajo costumbres de quietud y largos descansos en
la plaza bajo una glorieta con una planta trepadora de Santa Rita,
de la que colgaban muchas guirnaldas de flores rosadas, de esta
forma sutil coincidía con aquella otra glorieta de los abuelos, que
mi madre habría detallado alguna vez.
Una mañana estuve sentado frente a la tumba de mis padres
cuando ese muchacho se acercó y con mucho respeto me pregunta
- disculpe señor, por distraerlo de sus cavilaciones. Pero estoy
buscando a mi familia desde hace mucho tiempo y según me han
indicado usted es el mayor de ellos. Con mucha curiosidad recorro
con la mirada al muchacho. Es alto y usa el pelo algo largo, como
es invierno lleva un chaquetón de cuero marrón y sobre su hombro
derecho un bolso marinero de color verde oliva. El mantiene su
mirada limpia en la mía y le pregunto:
- ¿qué apellido es el suyo joven?
-- Domínguez.
De su rostro caía una lágrima cuando me respondió:
-- Soy Jorge Alberto Domínguez, el bisnieto de su tío abuelo
33
Cosme, el santiagueño. De pronto todos los recuerdos escritos por
mi madre vinieron a mí. Y le respondo
- Nunca he visto imágenes de él, pero lo conozco tanto que no
podrías creerlo. El da otro paso y se acerca al banco. Me paro y lo
abrazo con infinita ternura, la emoción ya no me permite hablar.
Ahora estrechados en un largo abrazo estamos llorando de alegría.-
FG
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Sé que todo podría terminar aquí y aunque no escriba ni una
palabra más, está bien documentada nuestra existencia; pero
ahora con la aparición de este muchacho, me obliga a revelarles
los orígenes de todos, desde el comienzo mismo y buscar una
similitud entre en las historias del inicio, quizás en la lectura
perspicaz se aprecie una falla evidente que demuestre que no
somos una utopía.
Ahora paso a explicarles:
Mi madre de joven fue una persona distinta a lo que conocimos
nosotros, tenía la ambición de ser escritora por lo que practicaba
mucho en su habitación hasta aquel fatídico viaje hacia el interior
de la locura.
Mi abuelo paterno contaba sus vivencias, a lo que la familia
llamaba el éxodo santiagueño y ella hizo esta introducción a todos
los demás relatos:
“En las reuniones familiares, más los domingo antes del
almuerzo. Siempre había algún invitado que venía a degustar las
comidas típicas que preparaba mi mujer, quien trajo las recetas
desde el ceno del hogar de sus padres.
Los platos típicos porteños tenían una total falta de creatividad,
aún con la variedad de productos. El primer plato en todas las
mesa era la sopa, con pan tostado, arroz o fideos. Luego lo más
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usual era el puchero de carne o de gallina y carbonadas con
legumbres y patitas de cerdos, además el locro y la humita,
infaltables. Pocas veces empanadas, la carne de vaca asada, Poco
vino y de postre mazamorra, cuajada, natilla. Luego fue mejorando
con la llegada de los inmigrantes que trajeron sus comidas y el uso
de los condimentos, como los piamonteses con su bagnacauda, la
infaltable cebolla de los judíos, de los pueblos del mediterráneo la
albahaca y del orégano; los genoveses, con su minestrón.
Pero para los dirigentes de las empresas el efluvio del ajo
siempre representó el olor de la pobreza. Postres como la 'pasta
frola', que lo llamaban así porque hacía recordar a las tarimas de
los barcos por sus tiras de masa.
Mi suegra, fiel a sus orígenes, intercalaba Morones, el Ilunchao
y de postre las exquisitas Quisadilla. Luego de un tiempo todos los
sabores se hermanaron.
En esta ciudad convivían muchos estratos sociales, financieros y
culturales. Nosotros pertenecíamos a un grupo de gente simple, de
nativos y extranjeros que se mantenían unidos por valores morales,
con aceptable instrucción y los bolsillos flacos; pero también hubo
otros grupos, uno de los cuales se mantenía a la moda que llegaba
de Europa y danzaban al los ritmos de los valses y mazurcas y
también polcas y chotis cuyos capitales hacían mover el comercio y
la industria, esto daba un flujo constante de trabajo y dinero.
Además, más allá y diseminados los burdeles y arrabales, aquellos
lugares orilleros reservados al malevaje, donde se embriagaban
oyendo candombes, habaneras y milongas. En un crisol se fundían
36
delincuentes, mujeres de vidas licenciosas y la soldadesca mal
entretenida junto a los conductores de carretas”
LJ Ahora vienen las historias que fueron contadas hasta el hartazgo
por mis abuelos santiagueños y en todas las oportunidades que
tuvieran. Mi madre los oía como hechizada por la aventura
realizada.
El abuelo José poseía el don de relatar todo con la pasión y el
estilo propio del que cuenta trozos de su vida. Por la tarde y de
regreso a su dormitorio escribía todas esas historias, como si el
mismo lo hiciera, en primera persona, como ahora los transcribo. Si
había alguien que pudiera plasmar en relatos las vivencias del
abuelo, sin lugar a dudas era ella y los guardó en una caja de
madera por siempre, quizás para que se sepan sus orígenes o para
justificar que nada de lo que tenían fue de los que quedaron allá.
Por la razón que fuera no importa, el caso es que encontré esos
papeles amarillentos y quebradizos a los que ella llamó “el diario
del abuelo” los he leído infinidades de veces, por eso cuento todo
como si hubiese estado allí junto a ellos.
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Los que continúan son los escritos más antiguos.
Era aun de noche en ese 30 de septiembre de 1900. El cielo
estaba despejado, una infinita multitud de estrellas lucían como un
bello domo. Tenía casi 29 años, pues los cumpliría al mes
siguiente.
Mi nombre es José Apolinario Domínguez. Soy el segundo de
ocho hijos de don José Amancio y doña Tomaza Benedicta de los
Ángeles Gutiérrez, nacido en un paraje de Santiago del Estero en el
año 1871.
El trajinar con el ganado me mantenía delgado y fuerte. No soy
muy alto pero debo tener como un metro setenta. Con el cabello
castaño, la tez clara y los ojos verdes oscuros. Soy diestro y digo
que mi voz es común, pero mi mujer dice que es muy agradable,
será porque me ama o porque hablo con pronunciadas pausas.
Llevaba una bolsita colgada de la cintura con algunas balas,
unas pocas monedas que solo gasto en contadas ocasiones y
algunas veces un puñado de golosinas para sorprender a mis hijos.
Casi no dormimos esa noche. Al levantarme vi a nuestros perros
atados para evitar que nos siguieran y al final tener que
abandonarlos a su suerte entre los extraños,
Aun faltaba varias horas para el amanecer pero nos apresuramos a
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vestirnos.
Las mujeres polleras tejidas de lana que llegaban hasta los tobillos,
blusas ajustadas y el rebozo. Muchos vestían calzoncillos largos,
chiripa de bolsa y botas de potro; pero nosotros preferimos las
bombachas y las botas fuertes. En la cabeza 'chambergo' con
pañuelo atado abajo, otros 'boina vasca'; pero todos usábamos
camiseta y faja de lana, pañuelo al cuello, poncho, cuchillos a la cintura
y boleadoras.
Subieron las mujeres y los chicos pues comenzaba nuestro
peregrinar hacia el sur, al encuentro con las vías del ferrocarril en
la población de La Banda; nos pusimos en marcha acompañados
por la familia de Ramón y Victoriana, junto a estos últimos sus
hermanas y cuñados, algunos a caballo otros por turnos hacían de
picadores o sentados en los pescantes de alguna de las cinco
carretas tiradas por tres yuntas de bueyes cada una.
Mientras cabalgaba, de tanto en tanto, observaba aquella en la
cual viajaba mi familia, tenía de techo varios cueros negros de
toros, cortados y cosidos con prolijidad. En ella mi esposa Epifanía
y mis tres hijos son todo lo que necesitaba para ser feliz, pero los
niños aun sin darse cuenta requerían de mucho más. Aun eran
pequeños, Pedro Abdón de cinco años, Tomás Segundo de tres y
Manuel Benigno que nació hace dos meses. Ellos iban custodiando
nuestras cosas de valor, algunas de las que habíamos conseguido
con años de trabajo en esa región, ropas y enseres con los cuales
disfrutábamos de las pequeñas cosas de la vida, sabía que eran
pocas, algunos podían decir que era menos, pero para nosotros eran
39
las necesarias.
Todo lo que quedó en el lote donde vivíamos, desde la casa
hasta el telar de mi mujer, más un ato de chivos y ovejas se las
obsequiamos a mi hermanita María Concepción y a su marido. Ella
acababa de casarse con un muchacho guapo y honesto como no hay
dos. Aun estoy feliz de que en nuestro hogar no se apagara la
esperanza, en ese que fuera nuestro patio, nuestros sobrinos harán
travesuras y tal vez un día pueda conocerlos.
Marchábamos con premura por este terreno conocido para
aprovechar mejor el tiempo.
Todos por turnos ayudamos a conducían una pequeña tropilla,
varios bueyes de recambio y otros de para utilizarlos en situaciones
de subidas o barriales a los que llamábamos “cuarteros”, además
algunas montas de reserva y los terneros para proveernos durante el
viaje de carne fresca y de grasa que servía para evitar el desgaste
con la fricción de las masas de las ruedas y los ejes, ya que ambos
eran de madera.
Fue la madrugada más oscura y fría de mis últimos años.
Desde que partimos tenía ese sentimiento extraño, es como si de
pronto la tierra me reclamara esa huida de lugar. Por momentos los
árboles me parecían más grises y el terreno más agreste. Tantas
veces había recorrido estos caminos con toda confianza y en esos
momentos me sentía extraños en ellos. El pinto que montaba
también sentía en mí ese hilo de temor y caminaba nervioso
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moviendo las orejas y sacudiendo la cola, se asustaba y me costaba
mantenerlo al paso.
Para darme mayor confianza y de pura protección nomás,
llevaba cargado mi fusil Rémington 1871, el cual al regalármelo mi
padre me contó que esas armas las introdujo al país el entonces
presidente don D.F. Sarmiento para armar al ejército, pero aun así
sabía que no era eso lo que me custodiaría, pues no estaba entre la
vegetación, ni a la vera del camino, ya que no vuela, no se arrastra
ni camina sobre sus patas.
No me asechaba desde las sombras ni me observaba desde la
luz. No era corpóreo ni etéreo. Era mi propia angustia de abandonar
los anhelos depositados allí.
En cada paso iba dejando un trozo de mí, pero no cedía. De lejos
se que parecía de una sola pieza, pero la verdad es que era un
manojo de tristezas, llantos y añoranzas. Marchaba cobijado por el
oscuro manto de la noche. Solo presente por mi voz en el arreo y el
resoplar alerta del potro que montaba.
El sendero serpenteante, dividía nuestro antiguo terreno por la
mitad. El camino cruzaba montecitos y badenes secos. Más allá de
la pequeña isleta de chañares estaba el diminuto estero, donde la
vegetación cobraba vida.
Ahora transitábamos con tristeza por esas tierras donde nos
criamos al amparo de Dios y donde conocíamos hasta la ubicación
41
de los nidos en los árboles.
Sabíamos dónde estaban los panales donde extrajimos las más
exquisitas mieles y en algunos recodos divisábamos a las vizcachas
bajo la luna llena.
El precario camino era por momentos solo una picada
polvorienta. Cruzado a lo ancho por huellas de pumas, tortugas y
las inconfundibles marcas zigzagueantes de las víboras junto a las
de las pequeñas aves que recorrían el lugar en busca de semillas.
Cerca del arbusto Barba de diablo, las cuevas de los tatúes. Aquí
la tierra tiene rastros de salitre y de noche parecían blancos
senderos bajo las copas de los árboles.
En este primer día, casi todo el trayecto Ramón y yo cabalgamos
juntos. Era curioso y conversador lo que hace más ameno el
trayecto.
En un momento me dice - cuénteme algo de su niñez.
Esto no la esperaba. Siempre es bueno recordar los momentos
de mi infancia. Vinieron a mí los aromas y el bullicio de la casa de
mis padres.
Me veo siendo niño en el amplio patio que rodea la edificación.
Sé que estoy sonriendo, pues estos fueron momentos muy felices.
Mi padre había sido comerciante de hacienda y viajaba por las
principales ciudades del norte. Mi madre, por el contrario,
42
pertenecía a una familia tradicional, ricos venidos a menos, pero
educada en la mejor y rigurosa enseñanza del colegio de monjas.
Acostumbrada a desplazarse bajo un atento control, manteniendo la
disciplina en todos los aspectos de esas estrictas reglas de
comportamientos. Con los atuendos sobrios y de colores lúgubres
que no permitían resaltar su belleza. Controladas en su
comportamiento en público, jamás saludarían a un extraño. Por
consiguiente si mi padre no hubiese recibido aquella invitación del
suyo, nunca se hubiesen conocido. El llego a esa magnífica casa un
9 de julio de 1863 en conmemoración a la fecha patria. Ambos
dicen que fue amor a primera vista. Luego de cinco años de formal
noviazgo contrajeron matrimonio. Ella tenía diecinueve años y el
treinta. Los negocios de mi padre desmejoraron y regresaron a la
hacienda que estaba al cuidado de su hermano Timoteo. La estancia
se llamaba “Las Breas” pero al llegar le cambió el nombre por el de
“Doña Tomaza” en honor a ella.
Ese lugar era magnífico en muchos aspectos. La casa de estilo
colonial en el centro del parque, al fondo los corrales, galpones,
almacenes y las casas de los peones y criados. Allí todos éramos
tratados con cortesía. Peones, hijos y criados eran respetados. No
recuerdo ni una vez que mi padre le haya levantado la voz a
alguien.
En cada uno de nuestros cumpleaños ellos nos regalaban una
yunta de bovinos y una de equinos. Mi padre nos decía - el día que
quieran independizarse comenzaran con tropilla propia, que no es
poco.
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Al principio no comprendimos su mensaje pues éramos niños.
De grandes agradecimos su buen criterio.
La educación en esa casa era rigurosa para todos. Mi madre creó
una pequeña escuela donde debíamos concurrir todos los menores
sin distinción hasta los quince años. Allí nos instruyó en
matemáticas, lengua, ciencias, cortesía y religión.
Desde que recuerdo mi hermano mayor Cosme y yo fuimos
inseparables. Tengo una cicatriz, la cual conseguí de muchachito al
rodar por el campo. Este accidente me dejó una marca de por vida,
bien disimulada bajo la tupida barba la cual controlo con asiduidad
que este bien recortada y a él le quedó una renguera al fracturarse
una pierna un día que los dos corríamos ñandúes y su montado rodó
- Se soldó mal el hueso, a causa que es muy inquieto! - dijo mi
madre.
Pero esto nunca le impidió realizar las labores con total
eficiencia.
Aun desde niño todos me trataron con inusual respeto porque
soy muy reservado. He aprendido a no dar opiniones en cosas que
no me afecten en lo personal y hablo con tranquilidad, para
hacerme entender y para no tener que repetir las frases.
Luego los dos callados cabalgamos por un largo rato.
Algunas veces como esta, vamos a la retaguardia. Esta posición
en la caravana o en el arreo de tropillas es un lugar bastante
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desfavorable, ya que se recibe todo el polvo que se levanta, pero
alguien tiene que hacerlo para dándole seguridad el grupo.
Ramón es muy responsable, posicionado a mi izquierda cubre
todo ese flanco. Lleva una escopeta de avancarga sosteniéndola por
el caño y apoyando la culata sobre la montura. Arma letal si las
hay, de chispa, usada por los gauchos y paisanos pobres de estas
tierras. Para esta época ya son antiguas y poco apreciadas porque
cargarlas representaba un tiempo y un cuidado muy especial. Era
bastante certera aunque con la dificultad que solo disparaba un tiro.
Después de unos instantes, se replegó hasta la carreta donde viaja
su familia. Su mujer es de baja estatura, morocha, simpática,
robusta y sus seis hijos obedientes y respetuosos, nunca han salido
de esta región; hoy viajan al sur a trabajar en una estancia.
Me quedo solo y me aseguro el chambergo con un pañuelo atado
abajo. Pienso en el resto de nuestras armas pues hay bandoleros, en
las carretas las mujeres llevaban cargados los trabucos naranjeros,
que era la versión reducida de avancarga. Poseían el cañón de
bronce y la boca como un embudo admitía cualquier tipo de
perdigones. Ellas aun siendo poco hábiles en el uso eran bastante
certeras con estas, pues lanzaban una lluvia de metal sobre el
oponente. Todos los varones con ponchos, cuchillos a la cintura y
boleadoras, como era la usanza común.
Pero mi esposa tenía un revólver francés un Chamelot-Delvigne
modelo 1873, calibre 10 mm, que le regalara mi madre cuando
nació nuestro primer hijo. Es que aún con los seis perros, es bueno
tener una solución extra. Mientras vivimos allí estuvo en una funda
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de cuero, en la pared interna de la casa, cargada, reluciente y lista
para ser usado.
f El andar de mi montado es uniforme y suave. La mansedumbre
del animal me permite cavilar por largos ratos. Miro a mi esposa y
recuerdo nuestra conversación del martes por la mañana. En
absoluto silencio, bueno decir que el silencio es absoluto en el
medio del campo es algo absurdo. No existe un momento así donde
el silencio te envuelve y aísla de todos los sonidos, es que me
refiero al momento en que nadie te habla. Veo a un grupo de tordos
y llamo a Epifanía -¡Mujer!- le grito esperando que las aves no se
espanten. Ella me mira y haciendo señas con las manos, la vuelvo a
llamar en silencio. Se acerca sigilosa y le digo - disfrutemos del
canto de las aves, mira qué hermoso concierto de trinos nos regala
la naturaleza. Y agrego -Amor mío! se que lloraré cuando recuerde
estos momentos, pero más lloraría si no tuviese estos recuerdos.
Ella comprende mi tristeza, se acerca más a mi lado y
acariciándome la espalda, me dice - abandonemos este proyecto si
la lejanía te causa tanto dolor, no quiero que tu alma quede
46
atrapada en la tristeza. Sabes que no quiero que cambie tu humor
por ningún motivo, te amo desde que vi tus ojos por primera vez,
con esa alegría contagiosa y espontánea. No te preocupes, pues se
que saldremos de nuestros problemas aún cuando continuemos
aquí.-
Luego de decir esto se quedó callada junto a mí. Mientras
escuchábamos cantar a las aves ajenas a nuestras palabras, luego
busqué su mano y la tomé con suavidad y firmeza, mientras me
agacho hasta la altura de su oído y le susurro - sabes que hemos
hecho planes a los cuales no renunciaré. Es un futuro prometedor
para nuestros hijos.
Ella me conoce muy bien. Mientras se para de puntas de pie,
para alcanzar la altura de mi hombro, sonríe y me dice - Se que no
renunciarás a nuestros anhelos, pero quiero que sepas que de ser
así, te apoyaré en todo. A lo que le respondo - Gracias mi vida- La
besé y me alejé de allí.
En ese momento que estoy saliendo de ese recuerdo y al punto
que me metería en otro, escucho que me necesitan para levantar un
ternero que al pisar una vizcachera, rodó y se quebró la pata. Al
llegar al animal veo que Ramón lo había degollado y entre los dos
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lo desollamos y lo cargamos en la última carreta.
Al momento de quedar solo pienso en esos sonidos que nos
acompañaron desde el amanecer de toda nuestra vida y nunca nos
detuvimos a oírlos con claridad.
Ahora el canto del viento entre las ramas de los Quebrachos, de
las Breas y las melodías de los benteveos o calandrias nos llama a
silencio, dejándonos abstraídos por interminables y mágicos
instantes.
Con frecuencia podían vernos, apoyados en algún Mistol o
acariciar la corteza rugosa de un Chañar e inclusive saborear las
frutas de las Tunas, Quiscaloros o Cardones.
Así tratando de atrapar más vivencias redescubrimos el sabor de
los guisados de Chuñas y de Martinetas, en ocasiones, nos
deleitamos con el canto de los Zorzales, sumado a estos el color
atractivo de los Cardenales. Hallamos en el gusto primitivo los
Sacha membrillo y anécdotas divertidas de nuestras mocedades.
La nostalgia nos contrariaba pero levantábamos el ánimo al
comprender que luego de nuestra partida quedarían atesorados en
nuestros recuerdos para ayudarnos a sobrepasar los momentos de
melancolía.
Para el medio día, divisamos el mojón que marcaba el fin de la
zona familiar.
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Nadie se detuvo.
Más adelante sentimos una profunda pena, lo sé porque vi sus
rostros apesadumbrados al comprender que nos alejábamos para
siempre de nuestras raíces.
La angustia apresó nuestras almas, hizo brotar lágrimas y puso
cerrojos en nuestros labios por un largo rato.
Ahora nos sentíamos huérfanos, despojados de todo lo que nos
daba seguridad y cobijo, solo nuestros recuerdos podrían
rescatarnos de la tristeza, que se acrecentaba a cada paso. Ellos nos
mantendrían a salvo de nuestra desazón por el resto de nuestras
vidas.
Atrás quedaron nuestros afectos, comadres, cuñados, sobrinos y
primos. Todas las partes se despidieron con la vana promesa de
volverse a encontrar, pero los unos y los otros sabían que esa frase
solo facilitaba la despedida.
El hecho en sí era una utopía, la distancia era enorme, la
aventura que emprendíamos en esos instantes era improbable para
muchos de otros, la sola idea producía pavor.
Otra cosa que nos acompañarían por siempre son las creencias
regionales. Dicen las abuelas santiagueñas, que el Basilisco es una
víbora con patas y cabeza de gallo. Que mata con solo mirar a los
ojos a las personas. Además su aliento es tan fuerte, que marchita
las plantas. Que nace de un huevo de gallo puesto a la medianoche,
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sin yema, y empollado por un sapo. No rapta, ni asusta.
Vivíamos en una colonia de criollos, las voces quichuas se
mezclaban con el castellano antiguo dándole una tonada especial,
en las reuniones entre violines y percusiones bajo la rala sombra de
los algarrobos, entre luces de candiles y el sabor áspero de la aloja,
fuimos felices.
Los habitantes de estas latitudes son sencillos y amenos. La
actividad rural es reducida como el progreso. Así nació la idea,
primero fue como un comentario al pasar, pero luego anidó en
nuestras diálogos y creció hasta opacar todos los otros
pensamientos. Este era un proyecto muy riesgoso pero viable.
Primero vendimos nuestros hatos de ganado y eso se invirtió en
destino. Y un tiempo después todo el resto de los bienes. Pero a la
vez que crecían las expectativas del viaje otras cosas cobraban una
importancia inusitada. Esas que hasta entonces habían sido parte de
un todo casi imperceptible, como el trino de las aves.
El ganado pastaba con libertad en esa región, por la ausencia de
alambrados y porque la mayoría de los terrenos eran fiscales y los
pastos en esa zona son buenos forrajes naturales.
Nuestro principal capital era una tropilla de unas cuatrocientas
mulas, ya que existía un buen comercio de estos animales con
Bolivia, Salta y Jujuy. También tuvimos un ato de vacunos,
yeguarizos y asnos.
50
Como era costumbre en esos parajes se le daba poca
importancia y no les dábamos ningún cuidado las ovejas, cabras y
cerdos, solo los teníamos para consumo del hogar.
Este es un nuevo día de marcha. El cuñado de Ramón, Eusebio
tiene mi edad, pero un poco más alto. Es el que va casi siempre a la
vanguardia buscando los mejores lugares para pasar, pero hoy va
cerca de mi posición, así que se acerca a mí y me pregunta,
- ¿Por qué decidieron emigrar hacia Buenos Aires? Mientras
marchábamos por la picada, recordé el encuentro que tuvimos el
invierno pasado, Cosme y yo como siempre pero en esta
oportunidad nos acompañaban los hermanos Ramírez.
Me a acomodo en la montura mientras vamos al paso y le digo -
Sabes hace unos años llegó a nuestra provincia el tendido
ferroviario. Este singular transporte trajo nuevas perspectivas
comerciales. -Presta atención porque esta es una situación muy
especial, la cual nos hizo averiguar todo lo que sabemos ahora,
sobre el progreso en la provincia.
Nosotros arriábamos una pequeña tropilla hacia el este. Hacía
un frío poco habitual, envueltos en nuestros abrigos, tratando de
mojarnos lo menos posible con la llovizna intermitente de ese día
plomizo.
Los vimos desde lejos desplazarse con lentitud por el llano. El
grupo estaba compuesto por toda una familia, con una carreta que
llevaba por lo que se podía apreciar herramientas y enseres. Todo el
51
grupo se trasladaba a pie, mientras cuidaba los bueyes y las pocas
vacas. Guiamos nuestro ganado en su dirección para poder hablar
con alguien más en esa soledad. Al comprender que tratábamos de
interceptarlos se detuvieron y aguardaron nuestra llegada. Acerqué
mi caballo al que parecía guiar al grupo, y este me dijo
- ¡buenos días!, apéese y descanse.
A lo que conteste el saludo y respondí
- lástima que no haya leña seca, mi hermano trae en el anca un
carpincho que cazó hace un rato y podríamos compartir un
guisado entre todos. El hombre sin decir más, fue hasta la carreta y
sacó la leña que yo requería. Con prontitud otro de ellos hizo el
fuego. Creo que no habían probado bocado por más tiempo que
nosotros, por la prisa de llegar, pensé. Hacia largas horas que no
despuntábamos el vicio y esa era una buena oportunidad para tomar
unos verdes. La más joven puso una gran pava al fuego recién
encendido mientras mi hermano colgó el animal, lo despojó del
cuero y trozo la carne con baquía. Luego de que en la olla caliente
colgada en el trébede en el medio del fuego y la carne chirriante se
cocinaba, nos sentamos al reparo de la carreta pues el viento frío
arreciaba a compartir un poco de tabaco. Primero hablamos del
clima y de los sembradíos.
Cuando me pareció que ese tema estaba agotado, aprovechando
que la charla era más amena, entre los mates y el humo de los
cigarros, les digo - Que bueno que hay ese trabajo de los obrajes!
52
Es algo que trajo el tren.
Dirigiéndome al mayor que es santiagueño como yo le repito:
- ¿Qué bueno, No?
En ese mismo instante el silencio descendió sobre nosotros. La
tensión entre ellos me sorprendió ya que estaba seguro que no
había tratado de ofender a nadie. El hombre con el rostro
desencajado respondió
- ¡Ni tan bueno!- Mientras se ponía de pie.
Mis dos compañeros que estaban cuidando el ganado, aunque no
oyeron la conversación, con solo ver la actitud del grupo cada uno
se acercó con lentitud y armados. No somos gente de pelea pero si
precavidos, Cosme llevaba en bandolera una “escopeta relámpago”
tipo Lorenzoni, 1857
Ya tenía la mano sobre el mango de mi facón cuando habló la
abuela y dijo -Perdónenos señor, nosotros sabemos bien lo que son
esos obrajes, y su sola mención nos llena de ira y tristeza.
Aclarada las cosas me senté, pero Cosme se mantuvo alerta por
un largo rato.
Reanudé el diálogo y esta vez con el interés de enterarme de los
pormenores, pregunté con mayor cuidado - Dígame buen hombre,
estos obrajes, ¿cómo son? - El mira a su madre y ella asiste que me
53
explique.
- Verá usted, primero tientan a los peones rurales y a los
pequeños agricultores con falsas promesas. Los pregoneros dicen
“dejen de luchar contra el clima! Trabajen cómodos y por una
paga digna”. Hace un corto silencio y si salir de su tristeza,
expresa
- ¡pero todo es mentira!
Mientras arroja al fuego un palito con el cual hacía rayas en el
suelo mientras hablaba. Se paró esta vez para hablar más cómodo y
prosiguió diciendo:
-Parece a simple vista que el tren trajo excelentes perspectivas
comerciales, pero no es así! Cargan los vagones con los productos
del país, y lo llevan al extranjero. Ellos nos traen telas para su
conveniencia con lo que producen la caída de la producción local.
Me sorprendo por la elocuencia de su exposición y miro a su
madre, ella adivinando mi sorpresa me dice - ¡se educó con los
curas! Y puedo entrever una mezcla de orgullo y de satisfacción
por lo aprendido por su hijo.
El concluye diciendo - estos extranjeros chuparán el jugo de
nuestro país hasta hartarse y cuando no puedan sacarle más,
abandonarán el cuero seco, se irán y se olvidarán que existimos.
Como aun no habló de los obrajes, le pregunto así -Y don… ¿Y los
obrajes qué?
54
-¡Ha, Esos! Ahora paso a explicarle. -- Con aire del que habla
de una situación por haberla vivido, se expresa así
- Estos trabajadores, alimentados con miserias, solo tortillas de
harina, mates y maíz tostado, salían de sus precarias ranchadas y
trabajaban hasta la noche en condiciones infrahumanas. Sumado a
ser presas de las inclemencias de los climas y de los incendios
forestales y aun así no podían pagar sus alimentos que les eran
cobrados hasta cuatro veces más que el precio real. Desde esos
instantes sin comprenderlo ya era esclavos, aunque se creyeran
libres.
Esto nos obligó a huir ya que no podíamos salir de esas deudas
desmesuradas, a huir como esclavos fugitivos o peor, como
ladrones.
-- ¡Qué triste que es huir así cuando quered trabajar con
dignidad!
Sus ojos se pusieron brillantes y me apresuré a cambiar de tema.
El guisado de carpincho estaba listo. Comimos y luego nos
dispusimos a continuar el viaje. Ellos estaban temerosos que los
estén persiguiendo para sacarles sus pocas pertenencias para
solventar las deudas. Ahora comprendo el por qué no se detenían a
comer. Luego de eso les dimos esperanzas ya que le aseguramos
que nuestra tropilla borraría sus huellas, pues transitaríamos medio
día por el sendero que los trajera hasta allí. Este gesto de nuestra
parte les devolvió la alegría y se alejaron saludándonos con los
55
brazos en alto y agitando sus manos por un largo momento.
Termino de relatar ese encuentro y le explico
-Esta nueva organización social es la que no queríamos para
nuestros hijos. Ese fue el motivo fundamental para nuestro
destierro. Luego de oír esto hizo un movimiento afirmativo con la
cabeza y quedó en silencio.
Mientras cabalgo solo, recuerdo el primer día de viaje de regreso
con Epifanía rumbo la casa de mis padres, que era también la mía.
Ella cabalgó a mí lado todo el día aun pudiendo venir con
comodidad sentada en el carro con las provisiones.
Por las noches dormíamos vestidos sobre unos cueros de ovejas
curtidos y cosidos. Me acomodaba junto a su espalda y la abrasaba
con ternura, quietos y muy juntos cubiertos con ponchos bajo la
carreta. A nuestro lado se acurrucaban los perros ellos custodiaban
el campamento a toda hora.
No haríamos el amor hasta llegar a la estancia ya que nuestra
pareja tenía la intención de durar toda la vida y no había motivos
para apresurarnos. Todo el grupo estaba atento a nuestros
movimientos las primeras noches, pero al darse cuenta que no
haríamos nada pronto abandonaron sus pesquisas y se dedicaron a
aprovechar mejor las horas de sueño. Ella era delgada como una
vara y ágil. Poseía muchas habilidades para sobrevivir en zonas
rurales ya que sabía preparar trampas para atrapar aves, hachear y
sacar miel, hacer hornos cavando huecos en la tierra, lo que
56
mejoraba la calidad del producto a la hora de hacer torta asada a
campo abierto. Sabía rastrear animales en cualquier terreno,
conocía muchos remedios de monte y manejaba el telar con
admirable maestría. Desde que la conocí llevaba entre sus ropas un
puñal pequeño que le regalara su abuela, al cual según ella, nunca
tuvo que usarlo contra nadie.
Fatigados llegamos a los límites de la estancia en ese jueves.
Ambos veníamos a la retaguardia, juntos parecíamos fantasmas
cubiertos por la nube de tierra levantada por los cascos de los
caballos y arrastrada por el viento.
De allí mi padre envió a uno de los troperos a que se adelantara
y diera aviso de nuestro arribo. Al rebasar el portón principal,
distante unos cincuenta metros de la casa, se podía oír la algarabía
donde estaban reunidos. Casi todos reían por los comentarios que
hacían de mí, desde allí no los oía pero los conocía mucho pues
también fui así. Al llegar nos detuvimos en una fila frente a ellos y
desmontamos todos juntos. Uno de los jóvenes llevó los animales
al corral y por un largo instante nos quedamos todos sonriéndonos.
Los primeros en reaccionar fueron mis padres que se que dieron
un afectuoso abrazo. Mis amigos y hermanos nos rodearon y se
presentaron a ella sin invitación, con total naturalidad y ella a su
vez les agradecía la hospitalidad.
Al final de las formalidades mi madre colocando su brazo
derecho sobre los hombros de mi flamante pareja la condujo hacia
57
la cocina. Antes de traspasar el umbral y dirigiéndose a ella en
quechua expresó en vos alta para que todos escucháramos:
- Ven querida, mientras nos conocemos te voy a enseñar como
lo tienes que tener cortito a tu marido. Esto fue coronado con la
risa de las chicas, que formando un verdadero enjambre las
siguieron.
Nosotros pensábamos para pasar nuestra primera noche juntos
en una cama, no sabiendo en cual, ya que la mía estaba en la
habitación de mis hermanos. Pero al saberlo mi madre se expresó
con claridad y firmeza de esta manera:
- ¡no compartirán dormitorio!
- ¿Por qué no madre?
- ¡Primero tendrán que casarse! No sé como la
convenciste de lo contrario.
- No hablamos de eso en ningún momento.
- Pues aquí dormirán en habitaciones separadas, no
permitiré que deshonres a la futura madre de tus hijos. Ella desde
hoy hasta la boda dormirá con tu hermana. Señalando una
habitación amplia en la cual guardábamos cosas, pero perteneciente
al mismo edificio.
- ¡Pero ese es un depósito!
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Ahora ellas la están acondicionando para ese menester.
Unas horas de asearnos y cenar todo estaba listo, pues no había
tantas cosas y se la mantenía limpia y aireada. y cada cual fue a
ocupar su espacio para pernotar después de darnos un corto beso.
La extrañare acurrucada a mi lado esas noches, pero doña Tomaza
no dejaba margen para discutir.
Mi hermanita me advirtió que de visitarla en la noche, daría
fuertes gritos para alertar a mamá. Me di por aludido y me resigné
diciendo que lloraría de soledad toda la noche, tuve como sola
respuesta sus sonoras carcajadas.
Al despuntar el alba nos levantamos mucho más descansados
pero me sorprendió la ausencia de mi querida amiga Francisca pero
pronto lo olvidé.
Por otra parte mi novia estaba feliz entre los míos lo expresó
cuando me acompañó hasta el portón.
Continué con mis labores donde las dejara antes del viaje. Mi
padre envió a un peón a averiguar a la estancia vecina si había
arribado el cura. Este servidor de la fe venia tres veces al año a
bautizar y celebrar casamientos a los pobladores lejanos a la
ciudad. La noticia de su arribo en las próximas semanas nos alegró
a todos. El anciano párroco amigo de mi padre desde tiempos atrás,
para él teníamos un confortante espacio listo junta a la capilla, pues
aquí se había construido una, para que pudiera atender a los fieles
de las inmediaciones. Un sábado quince días después todo estaba
59
listo para ese añorado momento.
Mi madre había cosido con mucha dedicación un vestido blanco
para ella. Por mi parte estaba nervioso con mis mejores atuendos
desde muy temprano.
El día anterior mis hermanos y amigos habían carneado dos
novillos e hicieron tortas de maíz; cavaron la zanja y colocaron las
brasas en ella, para que los trozos de carne en las estacas que
permanecían en ambas márgenes, se asaran con lentitud.
Nuevamente no vi a Francisca y era raro quizás tuviera esos
malestares femeninos de los que me contaba a escondida.
Al mediodía ya era mi esposa. Festejamos hasta la noche bajo la
amplia galería donde no falto la comida, las bebidas y el baile.
El domingo amanecía perezoso cuando nos retiramos a nuestro
dormitorio, luego que a la mayoría de los invitados los había
derrotado el sueño.
La pieza había sido adornada para tal fin con cortinas y ramos
de flores. En una mesita un velero encendido con su luz tenue y
acogedora imperaba con magia sutil que invitaba al reposo. En la
penumbra mi flamante esposa no dejaba de temblar y mantenía sus
brazos lacios a la par de su cuerpo. Con infinita suavidad fui
desabrochando de a uno por vez los botones de su vestido mientras
me observaba con una casi imperceptible sonrisa complaciente
mientras entrecerraba los ojos. Cada una de sus prendas caía con
placidez sobre el tapiz de cuero curtido de oveja que estaba a la par
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de la cama. Los suspiros que fugaban de sus labios me indicaban
que mi labor estaba siendo bien realizada. Unos breves momentos
después mis labios se posaban ligeros sobre su piel morena,
mientras los dedos plácidos recorrían los contornos de sus caderas.
Con cada beso su cuerpo se estremecía con suavidad y un
suspiro se escapaba de su boca perfecta.
En el ambiente se podía apreciar un agradable y vaporoso
aroma a mieles que desprendía de su cuerpo y embriagaba mis
sentidos. Ahora envuelta en caricias y palabras bonitas venciendo a
su timidez, correspondió. Luego la levante en mis brazos y la
deposité con ternura sobre la sábana blanca. Ahora el miedo había
fugado y con placer se entregaba al amor por primera vez y con la
pasión que guardábamos para ese momento. Luego abrasados y sin
dejar de besarnos con ternura nos dormimos.
Nos levantamos ese mismo día a la tarde, luego de asearnos y
vestirnos salimos al patio donde mis hermanas acapararon toda su
atención hasta la noche.
Cuando el patio quedó desierto recién pude distinguir la figura
de Francisca, aquella con la cual tenía más afinidad que con
cualquiera de mis hermanas. Ella y yo nos criamos juntos y
recorrimos los más recónditos lugares y al crecer, anhelábamos los
mismos destinos de aventuras; Compartíamos nuestros sueños y
secretos, ahijada de mis padres, tercera hija de Pedro, peón de la
estancia.
61
Siempre me había tratado con cariño y respeto al que yo
correspondía, pero en ese momento me observaba con encono
desde un rincón sombrío. En su mirada acusadora presentía el
desprecio que sentía en ese momento por mi y comprendo que todo
este tiempo interpretó mal mis sentimientos e intenciones. Pensar
que daba por descontado que ella sería la primera en apoyarme en
este emprendimiento afectivo. Es uno de por principales errores
que tenemos a menudo, el de suponer en vez de preguntar. Al ver
su rostro colérico comprendí que había perdido su amistad para
siempre. Las actitudes de Francisca fueron endureciéndose con el
paso del tiempo.
Allí entendí que frágil es nuestro balance, nuestra razón es un
finísimo cristal que cualquier tropiezo emocional podría
quebrajarlo y dejar escapar por allí la cordura. Así sin más, uno se
podría separar de la cotidianeidad y entrar en una realidad donde se
desconecto de las demás y a la cual no podían acceder.
Así debió ser, pues con un poco de desconsuelo se aisló, mi
madre dijo que ella debió tener algún problema que no supimos
apreciar. Con esto comprendí que debía atender más de los detalles
de mis seres queridos.
Un día nos llegó la noticia que en la zona de Tucumán había un
curandero de reconocido mérito que podía ayudarla, su familia
decidió ir es su búsqueda y marcharse en pos de una esperanza.
Todo nos entristecimos mucho al saber que se irían, pero mucho
más mi padre pues por largos años habían cabalgado juntos. Todos
lo llamábamos Tío Pedro a él y a su esposa Tía Amparo, pues a
62
ambos le debíamos años de paciencia y de afecto sincero.
En una mañana de domingo colocaron todas sus pertenencias en
una carreta guiada por él y acompañada por sus hijos a caballos.
Momentos antes de partir mi bella amiga fue conducida con mucho
afecto por su hermana mayor hasta la parte posterior donde viajaría
sentada. Cerraron la culata con una tabla atada a los lados con
trozos de cuero donde ella apoyó sus manos y se quedó allí con esa
mirada ausente que la caracterizaba en estos últimos tiempos.
Después de la despedida mojada de lágrimas y adornadas de
palabras de aliento se marcharon después del medio día. No pude
contener mi deseo de que reaccionara en ese último instante y corrí
como un niño hacia ellos que no se detuvieron. pero no se inmutó
al verme a pocos pasos llorando con amargura al sospechar que no
la vería nunca más.
Me detuve y alcé mi brazo saludándolos, creo que me vio por un
brevísimo instante, pues aunque en su rostro no se movió ni un
músculo y con ambas manos sujetas a la madera, levantó sus dedos
Índice y Mayor, los mantuvo quietos por unos instantes antes de
apoyarlos otra vez donde estaban. Esto lo consideré un saludo muy
afectuoso de aquella amiga perdida.
Me quedé mirando el paisaje vacío de personas, solo el polvo
del camino flotando entre los árboles, en la calma absoluta de la
tarde donde solo oía el compás de mi corazón angustiado. Pero
llegó mi mujer a salvarme de la agonía, me asió de una mano y con
infinita ternura me condujo a la casa, no pronuncié palabra, pero en
63
silencio le agradecí pues en ese momento yo era un náufrago a la
deriva en un mar de penas, pero aun así nunca me sentí responsable
por lo acontecido.
La desazón me acosó por semanas, por momentos odiaba al tío
Pedro por marcharse en pos de una quimera y en otros lo
justificaba, fue uno de esos días que emergió de mis pensamientos
tormentosos la certeza que no regresarían más y dejé de mirar el
camino por el cual habían partido aquella tarde.
Me llevó algo de tiempo recobrar la armonía y disfrutar de los
paseos por los lugares que visitaba con ella, luego
vagabundeábamos juntos a mi esposa sin sentir que violaba
nuestros secretos inocentes.
Para que la casa que ocuparan nuestros añorados amigos
ausentes no quedara se convirtiera en una tapera triste por orden de
mi padre la manteníamos aseada y habitable.
Dieciocho meses después vino a vivir una pareja con un hijo
adulto y ocuparon esa vivienda, ambos ayudaban a cuidar la
hacienda y los sembrados. La vida continúa su derrotero siempre
hacia adelante y este muchacho trabajador, Raimundo Leiva, pasó a
ser nuestro cuñado al casarse con Josefina. Tres años después
cuando ya todo lo sucedido con Francisca fue un recuerdo cenizo,
llegaron noticias abrumadoras.
Mi enajenada amiga había salido a caminar por los alrededores
sola y al no hallarla sus padres y hermanos al regreso de sus
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jornadas de trabajo iniciaron su búsqueda. En la tarde del tercer día
hallaron su cuerpo sin vida a pocos metros del camino principal.
Dijeron que pronto corrió la voz que allí estaba sepultada una
joven mujer que murió de pena y amor. Su alma abandonó esos
pensamientos torturados por la insania, Pedro nos envió un recado
que decía 'aun así con ese trágico final la muerte no había
arrancado la dulzura que quedó plasmada en la leve sonrisa que
permaneció en su rostro aun después de varios días, ni las bestias
del campo, ni el viento había herido ese rostro hermoso lleno de
colores tenues. Como no podían trasladarla al cementerio del
poblado por el olor nauseabundo que emanaba, hicieron allí mismo
un profundo hoyo en la pedregosa tierra y dieron pronta sepultura a
la desdichada, que seguía sonriendo desde lo profundo como si
hubiese visto ángeles al partir.
Al día siguiente trajeron una gran cruz de madera pintada de
blanco y la estatuilla de la virgen que tan fiel devota fuera su hija y
la sujetaron al tronco del frondoso algarrobo que con su sombra
cobijaba la tumba.
Primero unos pocos, pero luego todos los transeúntes se
detenían a rezar y a pedir favores a mi amiga muerta. Qué ironía
del destino, de haberla conocido algunos días antes con su mirada
perdida y sus cabellos enredados, en ese su estado melancólico,
ninguno le hubiera obsequiado una sonrisa, un saludo afectuoso y
muchos de ellos ni una segunda mirada.
Pero ahora convertida en un ser abstracto suplican sus favores e
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intersecciones ante el Creador y muchos aseguran que sus pedidos
fueron escuchados y sus problemas resueltos. Allí quedó ella
rodeada de rezos que no podía oír, de flores que no podía oler y de
personas que no podía ver. Quedó para ayudar a esos desamparados
que hincados de rodillas rezaban a viva vos a la milagrosa del
camino.
Nos apartamos hasta que hicimos campamento. Dormimos por
turnos como siempre.
Amaneció, y nos esperaba otra agotadora jornada.
Los amaneceres fueron y serán especiales en esta región
semiárida. Días brillantes en un cielo desprovisto de nubes, la tierra
aquí es plana, pero son leves las ondulaciones hacia el sur y se
incrementa al oeste.
Ese día no tuvimos complicaciones.
No encontramos a otros humanos en el camino, pero si marcas
que habían trabajado en esa zona los obrajeros, porque se veía la
vegetación y la fauna desbastada. Estos hacheros se habían comido
hasta las iguanas.
Este había sido un monte de renuevos, la mayoría de los árboles
no son muy gruesos para durmientes, pero si lo suficiente para
hacer postres para alambrados. Estos eran llevados a La Pampa
para cercar los campos de las compañías extranjeras. Por una larga
picada arribamos a un campamento abandonado. El lugar daba
66
muestras que allí estuvieron instalados varios años hasta cortar
todos los troncos útiles. En una zona limpia donde fuera la playa de
rodeo de maderas dejaron trozos de ruedas de alzaprimas, junto a
grandes cantidades de basura, botellas rotas y osamentas.
La falta de higiene debió haber sido notoria, sumada a esta la
intolerancia entre los trabajadores, quedó como mudo testigo un
importante conjunto de tumbas como muestra que el hombre
"civilizado" se había establecido en ese lugar. Las edificaciones,
algunas precarias, todas taperas donde son cobijo de alimañas,
además de las muchas marcas donde estuvieron los corrales,
completan el pueblo fantasma a la orilla de una extensa laguna.
Lo único útil que dejaron fue una picada que evita rodear el
monte. No quedaron árboles de buen porte. El corte sistemático de
las principales especies raleó los montes. Muchas aves naturales del
lugar emigraron a otras regiones.
Viendo ese espacio desbastado se puede estimar que se
necesitaran cincuenta o sesenta años para recuperar lo que fue
destruido. Claro que no creo que lo respeten por tanto tiempo. Nos
retiramos con premura, al caer la tarde estábamos lejos de allí pero
aun con el triste recuerdo de lo que estaban haciendo con esta
región.
Esa noche fue como lo acostumbrado, gracias a Dios todo
marchaba bien.
Antes de dormir me llamaba el vicio del tabaco como a todos
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nosotros, fumaba un cigarro y otros se que para esos menesteres
tenía una chuspa. Esta era una bolsita hecha del cuero del cogote de
un ñandú, en su interior llevábamos el naco o andullo, las hojas de
tabaco y las chalas para armar cigarros y el infaltable yesquero
común, el primitivo hecho de cola de quirquincho, cuerno con
tapita de cuero, el pedernal y un trozo de lima para golpear y hacer
saltar las chispas que encenderían la yesca, antes se usaba pajuela;
Completaba el equipo el chifle con ginebra o caña junto a un vaso
que también era de guampa.
Cuando llegaba el momento de acostarnos, desde que tengo uso
de razón, todos los troperos han usado su montura como única
cama cuando están en tránsito, ya sea en el campo abierto o bajo
los aleros de los lugares donde paran para descansar.
Acomodábamos las partes de la montura a modo de cama en un
orden preestablecido y acostumbrado, primero la carona de abajo,
luego los bajeros, la carona de suela, la jerga, los cojinillos, el
sobrepuesto; de cabecera el recado relleno con el chaquetón y
demás ropas y tapados con los ponchos, acomodados bajo las
carretas o a un lado de ellas según el terreno.
A esa altura del viaje y aun desde el amanecer ya se podía
distinguir la fatiga en los rostros de las mujeres y el aburrimiento
en los niños.
El traslado en carreta es frustrante por muchos motivos, pero lo
principal es por la lentitud y la falta de suspensión; rodando sobre
terreno desparejo y en muchos lugares zanjeados por el correr del
agua en épocas de lluvias, vizcacheras, nidos de lechuzas
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escondidos entre las hierbas o pequeños trozos de ramas, eran
algunos de las muchas dificultades que entorpecían nuestro
derrotero y los que viajaban en su interior estaban en permanentes
y violentas sacudidas; Sobre el plan todo es un caos y muchas
veces los niños se golpean contra los trastos. Para los que nos
trasladábamos a caballo el viaje era mucho más cómodo por la
montura y por la costumbre de andar montado.
Mientras nos alejábamos en esa mañana algo nublada y fresca,
recuerdo a don Estanislao, alto y delgado, con la barba bien tupida,
la cual disimulaba una cicatriz que le surcaba la mejilla derecha,
desde la oreja hasta la comisura del labio.
Vestía de negro, eso y su laconismo habitual ayudaba a
mantener la apariencia taciturna. Trataba de pasar inadvertido
aunque la mayoría de las veces no lo lograba, bueno al menos no
todas las veces que se lo proponía.
Fue soldado en la guerra de la Triple Alianza, hasta la batalla de
Curupaity; Este combate en particular había sido uno de los más
sangrientos donde los aliados en una batalla atroz fueron derrotados
y masacrados. Después de ese enfrentamiento desertó.
Al regresar su humor había cambiado, desde entonces se lo
conoció como un hombre parco, cuando oían pronunciar su nombre
las mujeres se persignaban y los hombres contaban muchas
historias de coraje y de peleas.
Recordaban los antiguos que en su juventud era jovial, buen
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bailarín y muy trabajador.
Hay muchas leyendas y creencias en nuestra zona, y cuentan que
el tubo un encuentro tenebroso con una de ellas. Nadie sabe si es
por eso o por pura casualidad pero un día enfermó de los pulmones,
tisis creo y lo llevo a la muerte. Es el padre de Ramón, ocurrió hace
un año y dos después de su madre.
Le hago seña con la mano para que se acerque, luego me inclino
en la montura hacia él y por lo bajo le digo
- Dígame Ramón, ¿cómo fue aquel encuentro de su padre en el
patio de la iglesia?
- Se lo pregunto porque al nombrarlo todos se persignan pero
nadie sabe a ciencia cierta lo que allí paso.- me observa y sonríe.
- Sabes aun cuando no le conocíamos ningún enemigo, hasta en
su lecho de muerte llevaba consigo el puñal al alcance de su mano.
Es un arma magnífica, el mango y la vaina de plata con ribetes de
oro, y una prominente 'S' marcaba el final de la hoja. Por momentos
parecía un crucifijo en vez de un facón. - Hay algo de misterio y
mucho de orgullo por su padre cuando se expresa de esa manera,
pero interrumpe su explicación y mira hacia todos lados como
buscando algo. Aun oteaba el horizonte cuando me dice
- José, cuando nos detengamos le contaré todo con lujos y
detalles, tenga paciencia, tenemos que salir de este estero seco
antes de que llueva, caso contrario podríamos perder la mitad de
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nuestras pertenencias de armarse un lodazal
Comprendo que tiene mucha razón y me separo para ayudar con
la tropilla y apurar el paso buscando un terreno alto para acampar.
Antes de salir de ese lugar y en el lecho del estero seco había
despojos de una carreta tumbada y los esqueletos de dos bueyes
aún con las cangas puestas y a poco de salir en una altura hallamos
dos cruces paralelas, habían pasado varios años de aquella tragedia
y aun así daba escalofríos. Todos nos persignamos y nos retiramos
del lugar buscando un terreno alto para acampar.
Comenzaban a caer algunas gotas cuando hayamos un lugar
propicio, rodeamos los animales con prontitud mientras otros
juntaban leña y preparaban el campamento. Cayó un fuerte
chaparrón que duró un par de horas y se detuvo de pronto como
había comenzado. Luego de eso tomamos unos mates y cenamos.
A continuación nos retiramos a ver la tropilla pues en esta zona
hay muchas marcas de pumas y así le damos lugar a que cenen los
boyeros. Prendimos unos cigarros con el yesquero así con el humo
ayudábamos a espantar a los mosquitos y con el fuerte olor del
tabaco afirmábamos nuestra presencia en las inmediaciones de ese
páramo.
Luego de la ronda volvimos y nos acercamos a la fogata que
lanzaba largas lenguas de llamas y chispas hacia el cielo. Nos
acomodamos y después de observar los refucilos de la tormenta que
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cubría el horizonte con dirección norte, Ramón me dice
- Bien, como le prometí, hablemos de mi padre. Esta historia te
la contaré como la escuché del cura y de los fieles que estaban en
las inmediaciones de la iglesia. No sé si es verdad o no. Nunca se
lo pregunté, me parecía irrespetuoso de mi parte, pensé que si
quisiera que lo supiera me lo contaría por su voluntad.
Miró su cigarro mientras exhalaba el humo y prosiguió -
Usted como yo sabe la existencia del alma mula. Mi padre
siempre perseguía emprendimientos a los que la mayoría les
huiría. Fue una visita que hizo a la colonia de Las Cruces donde
fuera un centro de explotación maderera de relevancia. Hoy es un
caserío poco menos que abandonado. Cuando escaseó la materia
prima los aserraderos se trasladaron a otra zona. Lo que queda de
aquello son los edificios de la administración, los almacenes y la
iglesia. Los peones ahora se dedican a la agricultura. Este lugar es
el centro de la fe de la región. Llegó por invitación de su compadre
don Severino, para que asistiera a la celebración de la comunión de
su ahijada Manuelita, que celebraría el 8 de diciembre, en
conmemoración Día de la Inmaculada Concepción de María. Allí
se presento cinco días antes arreando un par de novillos gordos
para el asado y un vestido para la niña, que hizo traer de San
Miguel de Tucumán.
Terminado el momento de la celebración, todos inclusive el
cura, se trasladaron a la casa de la homenajeada. Allí a ambas
márgenes de una zanja llena de brasas, colocadas en estacas se
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asaba la cena para los muchos invitados.
La iglesia estaría desierta si no fuera por la presencia de mi
padre en el patio delantero. El cielo estaba prometedor de tormenta.
Las ráfagas de viento hacían danzar y desgarraban las guirnaldas
que aun colgaban en el lugar.
Estando en su casa don Severino al advertir que su compadre no
estaba entre los presentes, salió presuroso hacia la iglesia lugar
donde lo había visto por última vez.
Al llegar a las inmediaciones de esta presenció a la distancia la
escena.
Mi padre sacó su facón y marco en el suelo un cuadrado amplio
como una habitación. Se persignó y se arrodilló en el centro del
mismo. Allí permaneció rezando un largo instante empuñando el
arma. La mula llegó dando gritos desgarradores que se mezclaban
con los truenos. Los refucilos y el fuego que salía por los ojos e
ijares del animal permitían ver con toda claridad. La bestia
enfurecida vino hacia él, pero este no se movió.
En medio de los manotazos del animal, pudo asir sus riendas y
cortarlas. El sabía que si repetía 3 veces “Jesús, José y María” la
bestia retrocedía por un instante. Además esa era una buena noche
para el encuentro, ya que la tormenta le daba la característica
propicia. El alma mula se acerca a una iglesia antes de comenzar a
deambular por los cerros y quebradas.
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Esta había sido una mujer incestuosa, que al morir su alma
quedó para pagar sus pecados entre los vivos. En el instante que
cortó las riendas ese animal se transformó en una bella mujer de
luz y luego en una estrella que ascendió al firmamento. Cosa de no
creer, pero en ese mágico instante cesó la tormenta y el cielo
quedó limpio de nubes. Me acerqué a su padre y él me esperó de
pie y su facón clavado aún en la tierra arañada por las pesuñas.
De la empuñadura de plata se desprendían pequeñas luces.
Pude apreciar que en todo el lugar había un suave aroma a miel.
Mi compadre cubierto de una leve luminosidad se recortaba contra
la oscuridad de la noche y puedo jurar que oí cantar a los ángeles.
Recogí su arma y se la devolví, nos retiramos callados del
lugar. En la casa todos festejaban pues vieron la luz que se
elevara de la iglesia y todos aludieron un milagro. El y yo nos
miramos sin pronunciar palabras. Luego nos enteramos que otros
habían visto lo mismo y así fue como corrió la voz.
Don Severino y otros visitaron al cura y pidieron una
explicación por este suceso, a lo que les explicó a su manera
- la maldición de castigar al alma aquí en la tierra, es por el
pecado aberrante. El convertirse en mula es porque es un animal
antinatural creado por el hombre. El freno que arrastraba
representa la perdida de la libertad. El grito que daba cada vez
que pisaba el freno representa el sufrimiento de las almas en el
purgatorio. El fuego de sus ojos simboliza el infierno. La cruz del
puñal representa la presencia de nuestro señor Jesucristo, que con
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su sola muestra desvanece el mal. El hombre que arriesga su vida
es porque alguien debe suplicar por el perdón del alma. La plata
del arma representa el color blanco de la pureza. El deambular de
la bestia es con ejemplo que hay que alejarse de la tentación de
cometer pecados.
Esa es toda la historia.
Luego del velorio de mi padre y antes que su compadre regrese
a su hogar le encomendé una tarea que aceptó gustoso. Envuelto
en un pedazo de tela le entregué el puñal de plata y le pedí que lo
pusiera al pie de la virgen de aquella iglesia. Y di por descontado
que cada año en esta fecha encenderían un cirio por su alma. Creo
que fue lo mejor que pude hacer. Severino se alejó de allí con el
agradecimiento dibujado en el rostro.
Luego de esto quedamos en silencio. La tormenta tomó otro
rumbo aunque cayó otro chaparrón pero más tarde sopló un fuerte
viento. Esto va a orear el campo, pensé antes de dormirme.
Iniciamos la nueva jornada descansado pues comenzó después
del medio día y fue corta. El mayor de los cuñados de Ramón, es
afable, lo llaman Moncho, es carpintero y es el que fabrica y repara
las carretas. Esto nos da cierta seguridad, ya que lleva algunos
maderos labrados para repuesto en el caso de roturas.
Hoy salimos tempranos y llegamos a media mañana a orillas de
Río Salado. El lugar es distinto al acostumbrado. Aunque es época
de seca, conserva grandes ojos de agua donde abundan las aves y
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las plantas acuáticas. En las orillas y sobre los bancos de arena
crece generosa la hierba que sirve de alimentación a los animales.
Permanecimos tres días en este lugar alimentando a nuestro
ganado, lavando nuestras prendas y liberándonos del cansancio
acumulado en este largo y agotador viaje. Cuando estuvimos
repuestos cruzamos por un paso firme y angosto.
De allí estaba muy cerca solo nos quedaron cuatro días de viaje,
cómodos ya que desde allí existía un camino hasta el encuentro con
las vías.
Un día antes de llegar le conté a Ramón como nos instalamos
Cosme, mi esposa y yo, en ese lugar de donde partimos.
Al otro día de mi boda, hable con Cosme en el campo y le
propuse que busquemos un lote para establecernos y manejar los
animales que nuestro padre nos estuvo regalando por años. Aceptó
complacido de iniciar un emprendimiento propio.
Conseguimos un lote fiscal cerca de un estero que además
poseía varios panales de abejas en las inmediaciones, nos dio la
impresión que era un lugar donde la vida pululaba por doquier.
Elegimos para nuestro patio un espacio con árboles añejos que
estaba al final de una picada natural, que lo hacía muy accesible.
Llevamos nuestras ilusiones allí. Llegamos al lugar con una
carreta la que usábamos de dormitorio mientras hacíamos la casa.
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Al otro día llegaron el resto de nuestros hermanos con los
elementos para la construcción y levantamos nuestro hogar.
Esta estaba construida en madera, con palo a pique y embarrada,
este sistema la convierte en un verdadero baluarte. Las piezas se
interconectaban desde el interior. Sobre los travesaños del techo
tenía un entramado espeso de ramas y sobre este un colchón de
tierra donde la gramilla creció con libertad. Esta hechura permite
además de amplia seguridad control sobre la temperatura del
ambiente interior. Comunicaba con el patio por una única puerta de
algarrobo y se ventilaba a través de pequeñas ventanas, esta región
es salvaje y hay pumas y algún yaguareté cruza cada tanto.
Una semana después la casa estaba lista para ser habitada, pero
no pudimos concretarlo porque mi esposa me exigió el horno y el
corral para las ovejas y las cabras.
Pudimos apreciar el arduo adiestramiento de nuestra madre en
esta imposición.
A esto le agregamos un galponcito para cocinar en días de
lluvia, donde guardar los arneses y donde dormían nuestros perros.
Luego vino toda la familia trayendo los muebles, el telar, la
tropilla de animales a los que sumaron varios cachorros unos
atigrado y los otros bayos; esta raza de perro son los conocidos
como 'criollos', cruza de mastines y lebreles traídos por los
conquistadores en el siglo XVII. Estos guardianes son de talla
media, fuertes, ágiles y musculosos, pero de temperamento
77
tranquilo, sagaces y de gran coraje; además de fieles y no ladran sin
motivos
En el instante que todo estuvo a su gusto, mi esposa tomó
posesión del hogar y todos hicieron bromas sobre el viejo régimen
de mamá que se reinstalaba aquí a través de su discípula, y que nos
irá recordando cuando cometamos algún error.
Cuando ellos se retiraron quedamos los tres juntos, felices de
iniciar esta nueva etapa.
Uno siempre quedaba a cuidar lo nuestro pero continuábamos
trabajando en el arreo de tropas como antes.
Rara vez nos alejamos los dos, pero cuando eso era necesario,
avisábamos con anterioridad a la familia, donde se realizaba una
verdadera guerra campal para tener el derecho de acompañar a su
cuñada.
Estar con ella era como ir de vacaciones, los atendía con mucho
amor y les permitía todos sus caprichos, como levantarse o
acostarse a la hora que quisieran. Luego de un tiempo cuando
nacieron los chicos ya no requerían de motivos puntuales para
visitarnos. Siempre había uno de ellos que frecuentaba el lugar.
Esos años fueron de verdadera bonanza para nuestra tropilla, la
que casi no tuvimos pérdidas. No faltaba la carne, el queso, los
huevos, en una rústica fiambrera cubierta con trozo de tejido sutil
para evitar que se cuelen las moscas, esta pendía del techo bajo el
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alero.
Guardábamos en bolsas la ceniza del fogón siempre que se
quemara madera dura y en tiempos que carneábamos algún novillo
gordo la hervíamos para hacer la lejía que junto a la grasa del
animal se convertía en jabón, el cual nos duraba mucho tiempo.
Cuándo esto ocurría llevábamos a nuestros padres la media res y
con el resto se hacía cecina que nos duraba mucho.
Luego de un largo tiempo Cosme descubrió que había una
pequeña familia a medio día de marcha de aquí. Ellos tenían un
gran aprisco con chivos y ovejas que les permitían vivir, aunque
con mucha pobreza, junto a sus tres pequeños hijos. Cuando
íbamos de arreo y pasábamos por allí los visitábamos llevando
algún venado para comerlo en sus compañías. Don Amancio y su
joven esposa Ángela eran amables con nosotros y a Cosme siempre
le gustó jugar con los niños. Esto agradaba mucho a su madre pues
él les tenía mucha paciencia y aunque ella trataba de disimularlo
algunas veces dejaba un ángulo descuidado el cual yo notaba.
Dejamos de verlos por un tiempo y un buen día al pasar por allí, mi
hermano trajo la triste noticia que el hombre había muerto a causa
de una enfermedad que lo mató en pocas semanas, lo que me llenó
de congoja. Además contó que los niños se alegraron mucho al
verlo. Ayer por pedido de la viuda reparó algunos problemas de la
casa e hizo una puerta para la pieza de los niños con algunas varas
de tala bien trabajadas y unos cueros de chivos bien estirados y
cosidos con tientos. Además contó que la pobre mujer lloró en su
hombro descargando toda su frustración. Luego de la cena y que
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los niños se durmieran asió su mano y con determinación lo guió
hasta su lecho y dio paso a la pasión que la consumía por él hace
tiempo.
Una semana después volvió a ver como seguían y así prosiguió
con sus visitas románticas por varios meses. Pero un día llegaron
unos hermanos de ella y al verla sola y desamparada la llevaron
junto a sus hijos y animales lejos de aquí. El sabía que ellos en
algún momento aparecerían y así fue como encontró una
madrugada la tapera llena de alimañas. Ella muchas veces le
sugirió que se hiciera cargo de ellos pero se negaba con excusas
porque no la amaba, solo la prefería por la falta de competencia
femenina. Muchas veces tratamos de alentar la situación
invitándola, pero él nunca la trajo.
- Ella no está en nuestros planes, no hay que mezclar las
cosas. Ahora tendré que buscar otra querencia. - dijo y no se habló
más del tema.
Poco tiempo después surgió la idea de emigrar a Buenos Aires.
Sabrás que la misma epidemia de cólera que trajo la muerte a
don Leiva también arrasó con la vida de nuestra madre. Esa
situación fue como un torbellino de tristeza para todos nosotros y
antes de poder recuperarnos nuestro padre cayó presa de la
melancolía, la pena ante lo inevitable entró en su alma cansada
como una tormenta de fuego y quemó sus deseos de seguir viviendo
y así un día dejo de respirar por la falta de la inspiración que le
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daba su compañera de siempre.
Lo sepultamos al lado de ella en el lugar donde habían elegido
en vida, ese pequeño lote a un lado del portón principal estuvo
cercado desde siempre paras esos fines.
Luego quede pensativo y el respetó mi pena, la cual había
recrudecido por unos instantes.
Nosotros ascenderíamos al tren en La Banda. Era el punto de
encuentro con las vías, nuestro antiguo hogar distaba unas veinte
leguas hacia el noreste, todo era tan lejano. La travesía fue penosa,
como se sabe no se puede viajar en línea recta con la falta de
caminos, los bosques, esteros, cañadas, pues con los accidentes
geográficos todo se dificulta, la escasez de abrevaderos naturales
hace más arduo el trajinar. Tuvimos que realizar largos descansos
para que pastaran los animales y repongan fuerzas. Varias veces
atamos mas yuntas para cruzar por pasos dificultosas. Los pocos
terraplenes que encontramos no los pudimos aprovechar por estar
orientados en la dirección transversal a nuestro destino.
Gracias a Dios ni los naturales, ni los bandoleros ocasionales
nos molestaron ninguna vez.
Cansados, en la mañana del día siguiente de nuestro mes de
peregrinar nos encontramos con las primeras casas de la estación de
La Banda. Mientras desuncían los bueyes y rodeaban los otros
animales, Raimundo, hijo mayor de Ramón, que en ese momento
montaba un alazán, nos adelantamos a ver el lugar. A medida que
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nos acercábamos el murmullo del gentío se tornó en un sonido algo
molesto para nosotros acostumbrados al silencio.
El edificio de la estación es imponente, sobre todo comparado
con la edificación circundante. Miro al joven y tiene una expresión
de asombro, quedo atónito ante la algarabía.
Estamos en medio de una multitud de personas que se desplazan
de prisa entrando y saliendo de la estación y de los locales
aledaños. El muchacho es vivaz y trata de no perderse de ningún
detalle del lugar, maravillado por ese gran numero de vendedores
de productos y servicios que ofrecen sus productos a viva voz.
El transito era de cuidado por la cantidad de carretas, berlinas,
carros y gente de a caballo como nosotros. Estos trenes son mixtos.
El que estaba en ese momento se dirigía a Tucumán. Llevando
vagones llenos de inmigrantes para la cosecha de cañas de azúcar,
además de mercaderías varias y pasajeros de primera. A pocos
metros de aquí hay unos tramos de vías que te conduce a la capital
a trabes de un puente llamado “el carretero”. Este moderno puente
también se puede transitar en otros medios de transporte. Este
ramal ferroviario hacia el norte posee otras divisiones y otras
paradas antes de llegar a destino.
Al estar el tren detenido en esta estación todos tratan de
reabastecerlo y cargar los productos con destino al norte. Dentro de
tres días volverá a pasar por aquí de regreso a Buenos Aires, ese
será el momento de ascender a él y terminar nuestro viaje.
82
De regreso al campamento comentábamos que el olor a frituras,
humo y bosta de caballo penetraba todos los rincones.
José había acertado en sus apreciaciones sobre el lugar más
óptimo para acampar. Es allí donde nos detuvimos, a unos
trescientos metros, en un predio donde el ferrocarril depositaba
durmientes y tramos de rieles. Era un aprisco rodeado de alambres
que nos fue muy útil. Separado del tránsito por una calle. Al llegar
el joven emocionado, dice – Padre! Usted tendría que ver esa
multitud vendiendo sosas! Créame, que allí hay más personas de
las que he visto en toda mi vida!- se detiene unos momentos para
tomar aire y continua diciéndole,
- pero lo que más nos sorprendieron son las mujeres, con sus
rostros pálidos, sus espaldas rectas y sus vestidos largos y amplios
llenos de puntillas. Llevan en sus manos abanicos con los que se
dan viento de a ratos. Esto debe ser una costumbre ya que hoy es
un día fresco - ahora esbozando una leve sonrisa agrega - y cuando
pasan a tu lado se desprende un aroma delicado, es como si el aire
se llenara de flores.
Al oírlo su madre comenta, - Mírenlo al mocito, ya se está
enamorando. ¡Viste Ramón, nuestro hijo rapidito se convierte en
hombre!
En ese momento el esposo le responde -! Hijo e' tigre!- con el
auténtico orgullo que le inspira este buen hijo suyo. Al rato
estábamos tomando mate y esperando que la carne termine de
83
asarse.
Las carretas en semicírculo nos protegían de fuerte viento del
sur. Era un día gris en más de un aspecto, ya que la llovizna
persistente lo mojaba todo. El agua del cielo se mezclaba con
nuestras lágrimas por la alegría y las penas de al fin haber arribado,
es un sentimiento contradictorio y a la vez comprensible.
Al llegar obsequiamos a nuestros amigos las carretas y los
animales de tiro que ocupáramos para llegar allí.
A Moncho le obsequié un zaino que cabalgué los dos ultimamos
días y se que le gustaba mucho. Este fue un pequeño aporte para el
grupo que continuaba el viaje hacia otro lugar. No lejos de donde
estábamos acampando se festejaba un casamiento y llegó a nuestros
oídos un Minué liso que nos dio el deseo de ver de cerca el jolgorio
y las parejas danzando. Al llegar observamos que bailaban un
Montonero, llamados en tiempo de Rosas El Federal. Tres días
después nos despedimos entre bromas, llantos y risas, consientes
que no nos volveríamos a ver y con nuestras pertenencias más
preciadas estábamos instalados en el vagón de pasajeros.
b
84
Era la primera vez que ascendíamos a un tren y estábamos
admirados por la suavidad de su andar y luego de 42 horas y
muchas paradas llegamos a destino en Retiro. El viaje fue agotador,
incómodo y por momentos parecía interminable.
Llegamos una mañana brillante, con nuestras maletas, sueños y
esperanzas a flor de piel, acá nos esperaba mi hermano Cosme que
había venido cuatro meses antes a comprar una casa, con la venta
de los animales que teníamos. El ganado había sido vendido en
Salta y Jujuy.
Por tal se nos entregó muchos pesos oro. Este dinero fue
canjeado al llegar a Buenos Aires, por la paridad establecida de $ 1
oro = m$n 2,2727 (m$n= moneda nacional de curso legal)
Al bajarnos en la Estación de Retiro quedamos sumergimos en
“Belle Epoque argentina”, maravillados con los atuendos de las
damas de sociedad que se desplazaban con sus vestidos a la moda
europea que no respetaba la comodidad de la mujer ni el bienestar
físico; el corsé era un verdadero martirio.
Ellas representaban finos objetos decorativos de ostentación de
riquezas. Con los bolados almidonados y sumado a estos los
armazones de crinolina, tejido hecho con urdimbre de crin de
caballo, interior de la tela rígida. Completaba seis aros de mimbre
que daban cuerpo a la falda circular que abultaba el vestido y que
reprimía a las mujeres a cualquier labor. Dificultoso y pesado, este
traje solo la mantenía como una muñeca de porcelana, como un
objeto mas de decoración, anulándola en la vida cotidiana. Las
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jóvenes se disputaban la cintura más estrecha apretando los corsets
hasta quitarse la respiración y las hacía desmayarse con frecuencia.
Competían por la cantidad y calidad de los encajes pliegues y
bordados, mas las sedas, terciopelos y satines. Se desplazaban con
gracia, sus movimientos eran delicados y sus figuras eran la fina
estampa del romanticismo.
Don Cosme había cambiado el vestir de forma radical y lucía el
estilo de los criollos en ese lugar. Sombrero ribeteado de ala corta y
copa alta, sujeto con un barbijo. Camisa con alforcitas en la
pechera. Blusa corralera. Calzaba botas cortas, de caña blanda.
Completaba el atuendo, espuelas nazarenas de plata y poncho de
verano, bien doblado, en el brazo.
Su estampa era admirable y su flamante atuendo le daba aire de
prosperidad. Cualquiera podría pensar que se trataba de un
hacendado y por su mirada se sabía que se trataba de un hombre
cabal. Al vernos descender después de una travesía agotadora, el
júbilo lleno sus ojos de lagrimas; nos observarnos en silencio, nos
estrechamos en un abrazo. Como por arte de magia apareció una
limeta de ginebra y ambos brindamos por un futuro promisorio.
Eran los tiempos de la presidencia de Julio A. Roca. Hacia ese
año la Argentina había dejado atrás los problemas derivados de la
crisis de 1890. La capacidad de adaptación de las exportaciones
había contribuido a la recuperación, Esta versatilidad le daba al
país y a la ciudad misma mayores oportunidades comerciales, cada
vez venían más personas desde todos los lugares del mundo y al
enriquecerse la población nosotros nos favorecíamos con nuestro
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trabajo a la par de los demás.
Si bien Cosme había venido unos meses antes a conseguir una
casa para la familia, la labor no fue fácil. Ya que requería de un
lugar amplio, bastante cerca del centro, no muy caro y un buen
barrio donde criar niños.
Luego nos contó que recorrió el barrio de La Boca, uno de los
más populosos y prósperos. Allí coexistían las más importantes
fondas internacionales. Una multitud de pasajeros de todas las
lenguas, nacionalidades, clases sociales y razas diversas abundaban
en sus calles. El barrio poseía otras actividades comerciales.
Numerosos burdeles, casas de bailes y cafetines. Esto le daba vida
a las noches porteñas convirtiendo el lugar en unos de los centros
de prostitución más importantes de la ciudad.
Aunque había un significativo movimiento en ese lugar, lo
desechó. Luego recorrió otros y unos por esto o por aquello los iba
rechazando hasta que halló el lugar perfecto, cuando recorrió la
avenida Santa Lucía, la que llamaban la calle larga. Era la arteria
principal, adoquinada. Sobre esta avenida está el santuario a la
virgen Santa Lucía. Fue en este lugar que lo surcara el primer
tranvía tirado por caballos. Los corrales y saladeros de la zona
habían sido cerrados a causa de la epidemia de fiebre amarilla
acontecida en 1871. Los terrenos estaban baratos porque las
principales familias habían muerto o abandonado el lugar en busca
de terrenos más altos.
Aunque el mayor centro de movimientos de mercaderías en
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tránsito, sin lugar a dudas era el barrio de Constitución. El tráfico
era muy importante. Representaba las 2/3 partes del comercio total
del sur. Ambos barrios eran lindantes y se movían a un mismo
ritmo de crecimiento.
La casa estaba enclavada en el corazón del barrio de Barracas.
Es clásica a la arquitectura porteña, como la mayoría con dos
ventanas al frente, y con la puerta abierta se podía ver el vestíbulo
cerrado con una reja. La adquirió amueblada. Al llegar desde la
calle, se observaba la decoración interior. Como es la costumbre de
la época, el piano en un rincón de la sala, un velador con el tablero
de mármol y los sillones de caoba tapizados en seda apoyados en la
pared. Más atrás un grupo de habitaciones seguidas en lo que se
llamaba edificación tipo chorizo, con sus puertas hacia el patio.
Después de la sala, la cocina, los cuartos y la letrina al fondo.
Aunque era una casa chica, no más de quince habitaciones en
total, no dejaba de ser confortable. La decoración de la fachada
estaba realizada dándole aspecto de piedras, los profesionales
realizaban una excelente imitación de color y textura, como los
verdaderos edificios de Paris. Esto esa a causa de la falta de
canteras para extraer las auténticas lajas. El lugar tenía forma de L
estaba formado por dos terrenos unidos en sus fondos. El de la casa
daba a la avenida y el del taller a la calle lateral. Ambos tenían
veinte metros de frente por cincuenta de fondos.
Cuando te diriges hacia el fondo, por un pasillo de baldosas
amarillas y rojas, podes observar que en la mitad de este sendero
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hay una ampliación.
Allí La Santa Rita se atreve y cubre esa sección del entramado
con una generosa sombra y bajo esta, los sillones de hierro forjado
acogen al visitante. En uno de los soportes del arco había un
sarmiento que con timidez nos muestra sus primeras hojas y nos
prometía exquisitos racimos.
Al llegar aun no habíamos emprendido ninguna labor aunque
teníamos decidido en que nos íbamos a ocupar. Entre las cosas que
más nos impresionó del adelanto tecnológico fue el cinematógrafo.
Tenía el diario en la mano, lo hojeaba con más curiosidad que
interés de buscar algo específico. Un crisol de oportunidades estaba
plasmadas en esas páginas. Había una lista de productos que
ofrecían entre los cuales estaba la venta de trajes Garibaldinos $35.
Traje casimir, punto yérsey, pura lana para chicos, completo $5 y
otros muchos más. Pero más abajo encontré algo sorprendente, leía
y releía los anuncios de los espectáculos que brindaba esta ciudad.
Me detuve y pensé - estos son otros inventos que mejorarán la
vida, que la mostraban desde otro ángulo, desde otra realidad.
Esas cosas que a simple vista parecían algo mágico, tal vez
porque no comprendíamos su funcionamiento. Sé que cuando
crezcan mis hijos les será fácil entender todo y ellos me lo
explicarán cuando llegue el momento. Volví a leer los anuncios que
decían; Teatro Comedia “Compañía de Rogelio Juárez: El Tío de la
flauta, La Revoltosa y Cinematógrafo” y el Teatro Mayo prometía
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“José Palmada en los adelantos del siglo: El cuerno de oro y
Cinematógrafo” y si me enteré que si tenía alguna frase con
referencia a París movilizaba mucho a los porteños y se aseguraba
una gran concurrencia.
Nosotros fuimos a ver lo que fue el primer noticiero que lo
pregonó de esta manera “el camarógrafo Eugenio Py y su audaz
experiencia grabando la visita del presidente C. Salles
encontrándose con el presidente Julio A. Roca”. Al regresar
comentamos antes de ir a dormir y le expresé a mi hermano que me
sentía orgulloso e importante al participar de tal acontecimiento
argentino, esta fue una experiencia sobresaliente al estar este
compatriota en las noticias mundiales. Nos acostamos y nos
dormimos muy felices. Amaneció un buen domingo y me halló
tomando mate en el patio trasero.
Sabía que era bastante temprano para la ciudad, pero no puedo
perder la costumbre, pues esta ha gobernado mi vida durante años.
Preparé el mate y con el mayor cuidado de no hacer ruido me
desplacé hasta el patio. Aquí algunas aves son distintas, pero
siempre es bueno estar en contacto con la naturaleza. Después de
tomar varios, prendí un cigarro; aspiré y luego exhalé una gran
bocanada de humo. Este como una burbuja blanca, se elevó lento y
con la ausencia total de viento se mezcló con las delicadas
florecillas rosadas, que pendían en racimos sobre mí. Momentos
más tarde, presa de la misma costumbre de levantarse temprano,
apareció mi hermano y se sentó a mi lado. Después del saludo de
90
rigor, me dijo
- Dios ha sido bueno con nosotros, por eso estamos aquí al
cobijo de “las malas” (Quería decirme que estábamos lejos de las
penurias que nos acosaron por años). Lo noté algo nostálgico y le
pregunto
- ¿A usted que bicho le picó. Porque esta así de entristecido?
Me miró por el rabo del ojo, disimulado, como para que no me
dé cuenta que se trae algo escondido, y me dijo:
- ¿Vio que aquí también hay coyuyos?, aunque entonan otra
melodía
Lo miré y sonreí. Lo conozco tanto que sabía que traía una
pregunta oculta para hacérmela cuando esté descuidado. Me miró y
sonrió, pues se dio cuenta que lo había descubierto.
En este momento no le quedo otra que preguntar y me dijo - ¿Se
acuerda cuando se apareció con Epifanía en el campamento de
Salta? Fue aquella vez que le llevábamos esa excelente tropilla de
mulas a don Cástulo.
Lo miré y pensé, cuánto tiempo tardó para preguntármelo, de
verdad que había sido duro para aguantar la curiosidad. En ese
momento el agregó, mientras me guiña un ojo - Vamos hermano,
Cuénteme pues… ¿Que pasó para que saliera a pasear y volviera
con esa bella joven que ahora es mi cuñada?
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Mientras se acomoda en el asiento como esperando una larga
historia, me dijo
- Los vimos llegar esa mañana, ella sentada en el anca de su
caballo y abrigada con su poncho bermejo. Se sujetaba de su
cintura con una mano y con la otra un pequeño atadito de ropas.
No solo papá se sorprendió, sino que todos nosotros. Es que usted
nunca fue apresurado para tomar decisiones. Siempre consideró
todas las alternativas. Allí sin más traía una esposa. Pero qué
bueno que fue eso… Ella ha sido buena para ti y todos la hemos
amado desde entonces. Para nuestro padre fue una nueva hija y
para nosotros una amada hermana.
Luego de decir esto pasó del comentario serio a la pregunta
suspicaz. Puso cara de que la curiosidad lo desbordaba, y dijo
-Vamos, cuénteme como la conoció…
-Sonreí mientras chupaba la bombilla, no iba a decirle
nada pero en ese momento apareció ella, se paró delante de
mí, me miró directo a los ojos y con la cabeza hizo un
movimiento afirmativo con el cual me autorizó a relatar los
hechos. Se sentó a nuestro lado y formando un triángulo,
entre risas y palabras reafirmamos nuestros vínculos.
Dirigiéndome a mi hermano le dije
- ¿Aquella vez que salí montado en el moro? En ese momento
vinieron hacia mí esos lejanos recuerdos, el olor de las flores
92
silvestres y los compases de la música de esa noche que se
mezclaban con los latidos de mi corazón.
Y recordé ese magnífico animal que más que un potro era la
parte agreste de mi cuerpo.
- ¡que animal ese! Cuando caminaba parecía marcar el paso.
Lástima que murió por la mordedura de esa cascabel al año
siguiente!
Continúo,
- Llegué al baile con el hijo de don Cástulo. Como él es
conocido como buena gente lo trataban bien, a mi me extendieron
su cortesía ya que me presentó como su primo. …Entre todas esas
personas, había una que sobresalía por sus ojos hermosos y los
vivos colores. Ella me observó desde mi llegada.
Es muy joven, debe tener unos 16 años, pensé. En su mirada
existía la templanza de aquellas personas que habían sufrido y
ahora sabía lo que quería. Le devuelvo la mirada mientras inclino
la cabeza a modo de saludo. Ella me sonríe más amistosa y me
acerco presuroso a su encuentro. Desde ese momento danzamos y
charlamos durante el resto de la noche. Estaba acompañada con
unos tíos con los cuales nos tratamos con respeto y alegría durante
la jornada.
Cuando están tocando una de las últimas melodías, con mi
mano izquierda en la suya y la derecha en su cadera la traigo
93
hacia mí con sutileza. Ella con un fino contorneo de cadera se
libera y ríe. Luego en otra de las vueltas tomo ambas manos con
las mías, y rodeo su cintura de forma que mis manos se toquen por
detrás de su cuerpo. Esto la deja prisionera entre mis brazos. Roza
mi pecho con su cabeza mientras libera un suspiro entrecortado.
En ese instante le robo un beso. Puedo jurar que en ese momento
me di cuenta que estaba enamorado. Ella se sonrojó, entrecierra
los ojos y con picardía me pregunta
- ¿estás tratando de no dormir solo hoy?
A lo que le respondí - esta noche podría pasarla sin ti, pero no
las otras del resto de mi vida!
Ella sin perder su seductora sonrisa me respondió - que
apresurado. ¡Impertinente!
A lo que respondo sin dejar de mirarla a los ojos - soy honesto y
quisiera formar contigo un hogar para siempre. A lo que replicó
mientras me pasaba su mano con suavidad por la mejilla - también
yo siento una fuerte atracción hacia ti, como nunca la sentí por
nadie. Ahora comprendo que Dios te envió para darle un nuevo
sentido a mi vida. Sacarme de la tristeza en la que estoy sumida
desde que murieran mis padres. Ahora antes de partir hacia
nuestro destino iremos a ver a mi tía con la que he vivido estos
últimos años.
Ajusté la cincha del moro y nos encaminamos a ver a la anciana
para pedir su bendición. Ellos vivían cerca del poblado en una
94
casita de piedras, al pie del cerro. Tenían algunos chivos y llamas.
Al llegar al patio descendimos. Entró y habló con ella. La mujer
salió y tomó asiento a la entrada de la casa, en un banco hecho de
un trozo de tronco. Me hizo seña que me acercara y cuando lo hice
me indicó que me arrodille frente de ella. Lo hice sin dudarlo.
Después de mirar mis manos y mis ojos por un largo instante,
sonrió y nos bendijo deseándonos una larga vida y muchos hijos
sanos y fuertes.
Mientras que ella juntaba sus ropitas, yo me despedía para
siempre del resto de la familia. Luego montamos y nos dirigimos a
donde ustedes estaban acampando. El resto ya lo conoces. Ahora
tiene veinticinco años, esta gordita, rozagante y feliz. ¿Recuerdas
que solo hablaba quechua?, pero con todo lo que tú y yo le
enseñamos, ahora puede decir que además habla castellano,
también sabe leer y escribir muy bien.
Fue bueno contarle a mi hermano todo, mi compañero de
siempre.
N
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Al establecernos y con prontitud formamos una herrería, con un
galpón y un pequeño corral en el fondo. Somos conocedores del
trabajo y hábiles con los animales, ya que en esta ciudad tiene
mucha demanda en este tiempo. Lo primero fue colocar un cartel
frente al terreno que da a la callecita y visitar los mercados, el
puerto y los repartidores varios, ofreciendo sus servicios. Al lado
de este estaba la fragua y junto a esta el yunque, las pinzas y varios
martillos de diferentes pesos según la labor, realizamos las
herraduras, cortamos el hierro y le damos forma, es decir la pieza
de hierro curvada que se clava a los casco, sabia cortar el vaso que
crece, y colocar los clavos con precisión, para que el animal no
sufra, Tenía varios ayudantes que iban todos los días a buscar a los
corralones los caballos para herrar.
Además colocábamos llantas las ruedas de los carros, que se
realizaba (y aun hoy se realiza de la misma manera) calentando el
aro de hierro en una gran fogata en el patio y cuando estaba al rojo
se lo tomaba con grandes pinzas y se lo colocaba a la rueda de
madera, que está formada con trozos ensamblados unos con otros
dándole la forma que tiene al terminar, al estar seguros que está en
la posición deseada se la mojaba bien al instante, por varias
razones, una para que no queme la madera donde se apoyaba y otra
para que no pierda la dureza propia del material.
Este trabajo estaba ligado a otros muchos al uso de animales de
tiro como los vehículos de transporte público como los coches de la
Cía. de Tramways ciudad de Buenos Aires, que circulaban por la
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avenida Pedro de Mendoza, a la vera del Riachuelo, en el barrio de
Barracas, (este tipo de tranvía cerrado era conocido con el nombre
de 'cucaracha')
También estaban los Mateos, las berlinas, las diligencias;
además todo los trasportes de mercaderías que surcaban la ciudad
ocupaban animales de tiro esto hizo que toda la familia se abocara a
la misma tarea, es porque había mucha competencia y además el
progreso en el transporte de pasajeros no se hacía esperar. Los
avances tecnológicos hacían disminuir de a poco el trabajo de la
herrería y este con respecto del transporte de tracción a sangre.
Aquí concluye la información de la familia de mi padre y hallé
solo una nota sobre de la familia de mi madre, de sus orígenes, de
su historia breve. Es que algunos papeles estaban ilegibles aunque
no se perdió casi nada, creo que simplemente no se habían escrito y
la que lo hizo, mi madre, ya no podía responder por ese tema.
r
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Esto es de la familia de mi madre:
“Cuando Manuel cumplió los 17 años, responsable y jovial,
trabajaba con su padre conduciendo los animales herrados a sus
dueños. En uno de esos viajes conoció a Camille que vivía con sus
padres y hermanos en el barrio de Constitución… ellos habían
venido de Italia, de una ciudad que está enclavada a orillas del
golfo del mismo nombre y bañada por las aguas del mar Tirreno.
Nápoles, perteneciente a la Italia peninsular. Majestuosa al pie del
Vesubio, a la sombra del cual duermen el sueño de los justos,
Pompeya y Herculiano, en el corazón de la región de Campinia.
Los abuelos de Camille pertenecían a familias de blasones y
fortunas, poseedoras de grandes viñedos.
Giuseppe y Emilia, de jóvenes se criaron casi juntos, ya que
pertenecían a los mismos círculos sociales y de estudios. Aunque
siempre se observaron como amigos, fue esa tarde al salir del oficio
religioso del Duomo Catedral de Nápoles, con la elegancia propia
de su juventud, espigada y pálida, esbozó una leve sonrisa, fue solo
esa casi imperceptible mueca lo que necesitó para que su futuro
esposo quede prendado. No se daba cuenta aun cuando ellos se
cruzaban experimentaban inusuales ansiedades y el deseo
incontrolable de no separarse más, poco tardaron de comprender
que estaban enamorados. Los días posteriores se observaban de
lejos por largos instantes, con picardía y vergüenza como si este
nuevo estado fuera prohibido.
Ella se sonrojaba al oír su nombre, esto fue lo que alertó a sus
98
amigas, las que con tímidas bromas alentaron a la feliz pareja a
concretar su formal compromiso. Luego estas dos familias
compartieron la boda de sus hijos en un descomunal banquete.
Tras esa fiesta interminable los jóvenes realizaron un largo
viaje y al término de este comenzaron con su nueva vida juntos en
las empresas familiares.
Ellos contaron a sus hijos cuando estos fueron adolescentes, que
en esos años como en muchos otros, la delincuencia no cesaba sus
actividades.
En Nápoles pululaba la Camorra. Banda de asesinos y
secuestradores que asolaban la región. El peligro golpeó nuestras
puertas, hubo peleas y muertos. Ante el temor de ser lastimados
optamos por abandonar Italia.
El miedo nos obligó a ocultarnos y partir inmersos en la angustia
y la zozobra. Viajamos de incógnito a Palermo y abordamos el
vapor “Sud América” De La Compañía La Veloce Navigazione
Italiana a Vapore. El buque era imponente de 1300 toneladas que
viajaba a 12 nudos y transportaba entre las tres clases ochocientos
setenta y siete pasajeros y estaba operado por 70 tripulantes.
Vestíamos con la sencillez que ameritaba la ocasión, nos alojamos
en uno de los 52 camarotes de segunda clase situados a proa del
puente, donde permanecíamos casi todo el tiempo hasta que
salimos a mar abierto.
Al comienzo del viaje la tristeza nos invadía por largos
momentos y parecía que todas las miradas eran dirigidas a
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nosotros.
Allí conocimos al capitán don Carlo Ventora. El nos trataba con
profunda amabilidad pues era amigo de mi padre. Nos invitó en una
oportunidad a la su mesa donde sirvieron sopa de verduras,
minestrones, entremeses y pescado frio. Luego marinadas a la
jardinera, canelones a la napolitana, pavo asado a la antigua. Vino
dulce, postre y café.
Desde esos momentos comprendimos que habíamos renunciado
a todos nuestros sueños de tener y criar a nuestros hijos en la tierra
que nos vio nacer. Nuestras ilusiones se diluían en el viento
húmedo y se mezclaban con el humo de las calderas o flotaban a la
deriva junto a la espuma dejaba como una estela el paso del barco
en el mar.
Al arribar al puerto de la ciudad de Buenos Aires, el día era gris
pero cálido en comparación con el crudo invierno que azotaba a
Europa cuando partimos hace cincuenta días.
Nos despedimos de don Carlo y nos prometimos encontrarnos
en su próximo arribo, ya que el de forma atesorada nos traería
noticias de nuestras familias. Pero eso nunca ocurrió, ya que al
regreso chocó con otro navío y se hundió llevándose a su capitán al
fondo del mar.
Protegía a mi esposa Emilia del gentío presuroso por descender.
Los botes que nos transportaban desde el navío a la costa se
sacudían con violencia a causa del viento huracanado. Mientras él
100
la acompañaba tomándola del hombro con ternura, ella sostenía con
seguridad el neceser en el cual protegía sus ahorros y cosas de valor
sentimental. Todo el grupo compuesto por ochocientos inmigrantes
fuimos conducidos a la aduana para registrar nuestros nombres,
nivel de instrucción y origen. Nosotros que hablábamos con fluidez
varios idiomas, nos registramos como franceses sin parientes, así
cortamos toda conexión con Italia. De allí todo el grupo fue
trasladado a un mugroso edificio, que ellos con gran esplendor
llamaban Hotel de Inmigrantes.
El personal que allí prestaba sus servicios nos trataba con
descortesía como si viniéramos huyendo de la esclavitud. Nos
servían puchero con maíz como todo alimento. Nos permitían salir
a buscar empleo por las calles de la ciudad, pero a la noche
volvíamos. La mayoría no conseguía nada. Luego eran cargados en
vagones y enviados a trabajar en las cosechas de Tucumán y otros
lugares. Nosotros al segundo día nos hospedamos en una humilde
pensión. La señora nos cobraba $6 cada uno, y nos daba además de
la habitación, desayuno, almuerzo, te a la tarde y cena.
Vimos que nuestro futuro no terminaría bien si continuábamos
junto a las demás personas.
Un mes más tarde compraron una modesta casa en el barrio de
Constitución. Era sencilla para una pequeña familia, solo 10
habitaciones. Al terminar de amueblarla comprendieron que los
recursos económicos que trajeran se habían agotado. Ambos
poseían una cultura envidiable y pusieron en marcha dos pequeñas
empresas. Ella colgó un cartel en la ventana que da a la vereda que
101
ofrecía enseñar matemáticas, inglés, francés e italiano. Además de
reglas de cortesía. También anunció en el diario “La Nación”. El
por su parte, como egresado de Bellas Artes con promedio
sobresaliente, se dedicaba a una actividad menos ligada a la cultura,
pero no menos interesante, fue fileteador. Visitaba los mercados,
centros de acarreos, el puerto y pintaba carteles, imágenes y
leyendas en los carros y los barcos.
Era un hombre encantador con la sonrisa contagiosa. Todos
decían que el amor a la vida le salía por los poros. Tarareaba
antiguas melodías que le recordaban a su infancia. Delgado pero
fuerte, vestía con decoro, usaba finos bigotes y cubría su cabeza
con una boina vasca. Su inseparable maletín de cuero con
infinidades de frasquitos con pinturas, muchos y variados pinceles
y algunos diluyentes. Su trabajo se resumía en estampar frases e
imágenes de la virgen rodeada de ángeles y nubes, pájaros,
dragones, flores de cinco pétalos, corceles, banderas y sirenas eran
las más comunes. Decoraba las barandas de los carros y de las
cabinas de los barcos. Comenzaba el tiempo de oro del filete.”
k
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Aquí de forma abrupta se terminan los relatos, abrumado pues la
historia es apasionante y como son notas de la realidad, no tiene un
cierre acorde y queda inconclusa.
No me sorprende pero me abate; estoy seguro que hay mucho
mas información esparcida en Buenos Aires, por lo que nos
preparamos a viajar con Jorge Alberto Domínguez, el bisnieto de
mi tío abuelo Cosme. Ambos aprenderemos del pasado y de
regreso les contaré el destino de esas personas, sus sentires por la
desaparición de su familia, quizás alguna crónica vieja hable del
robo seguido de muerte que había cometido mi padre.-
A todos les informé que esta nueva aventura nos traerá
esperanzas y alegrías, pues uniríamos nuestros 60 años de ausencia
con los orígenes comunes a los de ellos y surgirá algo grandioso
que les haré saber a mí regreso.
Pero la verdad era otra, iba en busca de los posibles motivos que
convirtiera a nuestros padres en personas con conducta tan
disociadas de lo que se escribió de sus familiares directos. Quizás
otros pudiera haber comportamientos similares y al fin hallaría un
patrón que nos ayudaría a entenderlos mejor y hasta
comprendernos nosotros mismos y a esta nueva generación de
nuestro grupo.
Llegamos y fuimos atendidos en la vieja casa de Barraca que
aun pertenecía a todos, según ellos, como un bien familiar, algo así
como una posta de recambio, pensé. Estas personas eran
maravillosas, amables, buenas. Allí debían haber recuerdos de dos
103
tíos míos que quedaron con sus padres, pero hallamos de seis, pues
los abuelos siendo jóvenes tuvieron más hijos, inclusive uno de
ellos llevaba el nombre de mi padre y una tía el de mi madre en
memoria de aquellos que luego de partir desaparecieron, como si
la noche los hubiera devorado.
Luego de mi alegría de ver, oler, acariciar el pasado y disfrutar
de almuerzos y largas charlas, sentí pena por no haber roto el
silencio antes de la llegada de Jorge Alberto, no tengo explicación
para dar, aun cuando ya no vivía en esa pesadilla perversa tampoco
estaba libre.
Es tan difícil de explicar el porqué uno no hace lo que está bien
y decide continuar sumido en aquello. Porque el no hacer nada
también es una decisión tomada. Somos reflejos de nuestros padres
y aunque reneguemos de ellos los hallamos en nuestra misma vos y
aún ocultos dentro de nuestros gestos.
Ya no reconozco en mí a aquel hombre que dejó morir a su
familia por una simple y supuesta aprobación de la doctrina cruel
aprendida.
Eso quedó atrás y como antes no tuve remordimientos, ahora
tampoco pues hice lo mejor que se pudo hacer tomando en
consideración el momento, las circunstancias, los medios
disponibles, el lugar y alternativas posible en base al conocimiento
que poseía.
Siempre consideré un consejo que recibí de uno de los peones
cuando yo era joven y el cual aplico a todo lo resuelto:
Las situaciones se corrigen antes de que sucedan, luego ya no
104
importa todo lo que te arrepientas o sufras, pues no se modificarán
más. Permanecerán para siempre como fueron concebidas, aún
cuando destruyamos a los que la crearon, para él era factible hacer
justicia, decía que estaba en la Biblia en eso de “ojo por ojo” y
demás. Cada que podía, tocaba el tema para discutir con los
compañeros por la dualidad del ser. No era muy instruido pero
tenía los conceptos claros en muchos aspectos, lo estimé mucho
mientras trabajábamos juntos.
f
105
Antes de regresar de la gran ciudad consulté a un grupo de
profesionales y quedé a la espera de su respuesta en mí domicilio.
Un mes después llegó la correspondencia tan esperada y luego de
leerla varias veces entendí de esta forma sus explicaciones:
“Dijeron que mis padres sufrieron un trastorno de conducta, o
solo él, ya se da más en varones y ella lo acompañó formado entre
ambos un solo ente desquiciado, a la que llamó personalidad
antisocial, que no toleraron la frustración prefiriendo el crimen y
tomaron la decisión dañina contra todos. Despreciaban los
derechos de otros y se conducían con astucias y culpaban a los
demás de sus acciones, explotando a los que podían para tener
beneficios económicos.
Esa parte es verdad porque también nos tenían peor que a los
peones, como esclavos solo por la comida; para nosotros parecía
que estaba bien eso de trabajar para los padres sin poseer beneficios
personales.
Además, que en mi corta visita hacia los orígenes, como la
llamé, “el hecho que no haya visto entre los demás parientes este
tipo de conducta no significa que otros no la tuvieran en distintas
magnitudes, pues la personalidad de un individuo se define con
tres elementos. El temperamento que es de su herencia, el carácter
que es lo que aprendió y el medio, que es el entorno que influye al
106
individuo“.
No obstante somos los herederos y partícipes activos de esta
conducta, Pude modificarlo todo siendo guía de la familia desde
que quedamos solos y seguí sus enseñanzas de la forma que fui
educado;
Pero la carta también dio esperanzas, debemos aferrarnos a ella
y a la expectativa aunque no puédanos cambiar la herencia de las
próximas generaciones, ni aún modificar el comportamiento de la
que ahora se está desarrollando. Pero lograríamos un futuro
prometedor tomando este conocimiento como el eje de las acciones
a seguir y arribar al logro de modificar el resultado enseñándoles a
los padres de esos que aún no han nacido.
Sé que me conduzco distinto y considero todo de una forma
amable, doy participación a otras ideas y eso en definitiva es
evolucionar aún en la vejez. Y tal vez para esta altura creerán que
realmente querría ser de otra forma, pero la verdad es que para
extrañar algo primero debes haberlo disfrutado bastante y en mi
caso no ocurrió así, pero no puedo negar la realidad de haber visto
a otros que viviendo de una forma de plena armonía aun en los
sectores más pobres en lo económico, lograron una mayor riqueza
popular.
A causa de esto repartiré el patrimonio entre los descendientes y
crearé una entidad fiduciaria que administrará mi parte del
cuantioso capital, pero tendrá como principio controlar el
comportamiento y la educación de las generaciones futuras y
107
aportar a sus progresos económicos según la mejor convivencia
social, logrando en todos ellos un ambiente contenido.
Que todos reciban el saber y les den a sus hijos la conciencia de
una coexistencia con marcada oposición a la nuestra, que seamos
tomados como un mal ejemplo al que no hay que imitar, que den a
conocer nuestra historia como un cuento maldito, creando a la vez
un ambiente cordial, colmado de una educación para el bien, así en
un futuro que no veré, lograrán formar familias similares a la de los
abuelos santiagueños, lo cual será como regresar al origen
distante.-
m
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