la aventura de la historia - dossier025 felipe v - llegan los borbones

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Llegan los Borbones F ELIPE V Llegan los Borbones F ELIPE V El rey melancólico Marina Alfonso Mola El primer monarca ilustrado Carlos Martínez Shaw La Guerra de Sucesión Rosa María Alabrús Dos mujeres para un rey Gloria A. Franco El rey melancólico Marina Alfonso Mola El primer monarca ilustrado Carlos Martínez Shaw La Guerra de Sucesión Rosa María Alabrús Dos mujeres para un rey Gloria A. Franco H ace trescientos años, el 16 de noviembre de 1700, Felipe de Borbón, duque de Anjou, aceptó el trono de España. Tres meses después, el representante de la nueva dinastía, entraba en Madrid, donde fue acogido con júbilo singular. Sin embargo, España se convirtió poco más tarde en un campo de batalla, con la consiguiente destrucción, odios y perdurables efectos territoriales. No obstante, el reinado introdujo, también, profundas reformas que modernizaron el país y lo incorporaron al mundo de la Ilustración DOSSIER LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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Llegan los BorbonesFELIPE VLlegan los BorbonesFELIPE V

El rey melancólicoMarina Alfonso Mola

El primer monarca ilustradoCarlos Martínez Shaw

La Guerra de SucesiónRosa María Alabrús

Dos mujeres para un reyGloria A. Franco

El rey melancólicoMarina Alfonso Mola

El primer monarca ilustradoCarlos Martínez Shaw

La Guerra de SucesiónRosa María Alabrús

Dos mujeres para un reyGloria A. Franco

Hace trescientos años, el 16 de noviembre de 1700, Felipe deBorbón, duque de Anjou, aceptó el trono de España. Tres mesesdespués, el representante de la nueva dinastía, entraba en Madrid,donde fue acogido con júbilo singular. Sin embargo, España se

convirtió poco más tarde en un campo de batalla, con la consiguientedestrucción, odios y perdurables efectos territoriales. No obstante, elreinado introdujo, también, profundas reformas que modernizaron el país y lo incorporaron al mundo de la Ilustración

D O S S I E R

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

Arriba, Felipe V

(por Rigaud, Museo

Nacional de los

palacios de

Versalles y de

Trianon). Este

retrato fue pintado

en noviembre de

1700, poco antes de

la salida hacia

España del nuevo

rey para ocupar el

trono. Abajo,

escopeta que

perteneció a

Felipe V (litografía,

siglo XIX).

D O S S I E R

su infancia transcurrió entre ayas y preceptores ysu adolescencia estuvo regida por profesores y tu-tores, cuyo programa pedagógico incluía la forma-ción intelectual y el entretenimiento físico tenden-te a la preparación como soldado a través de lapráctica de juegos al aire libre (combinando la es-trategia y el esfuerzo corporal), del uso de las ar-mas de fuego y de los ejercicios de equitación y denatación.

Así, Felipe vivió unos primeros años solitarios yfríos, creció en un mundo de desamparo y desa-pego familiar, que predispusieron su ánimo a la ti-

midez y la depresión. Sin embargo, tuvo la fortu-na de encontrar parte del cariño que necesitabaen algunas personas. Isabel Carlota, Madame Pa-latine, duquesa de Orleáns, le cobró afecto, lecontó cuentos y le llevó a ver comedias, al tiempoque bromeaba con él, diciéndole que parecía másaustria que borbón y llamándole premonitoriamen-te mon petit roi d'Espagne por su porte carente dela arrogancia versallesca. Su médico, Helvecio, seinteresó por las tendencias depresivas de su jovenpaciente y trató de buscar la raíz de su melanco-lía y el remedio para sus mareos y desmayos.

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En la portadilla del

dossier, retrato de

Felipe V, cuando

contaba alrededor

de 60 años (por

Louis-Michel van

Loo, Real Sitio de La

Granja de San

Ildefonso, Segovia).

En esta página, Luis,

Gran Delfín de

Francia, padre de

Felipe V, y Luis XIV,

rey de Francia y

abuelo del primer

Borbón español

(ambos retratos son

obra de Hyacinthe

Rigaud; el primero

se conserva en el

Museo Nacional de

los palacios de

Versalles y de

Trianon; el segundo,

en el Palacio Real de

Madrid). Como pase

del dossier se

utilizan la leyenda y

el escudo que

figuran en el

anverso de una

onza, una de las

primeras monedas

acuñadas bajo

Felipe V; obsérvense

las flores de lis de la

casa de Borbón en el

cuartel central del

escudo.

Marina Alfonso MolaProfesora de Historia ModernaUNED Madrid

L A HISTORIOGRAFÍA NOha sido benévola conFelipe V. Casi todos susbiógrafos han insistido

en su natural melancólico, ensu ánimo concupiscente, en sudebilidad de carácter, en sus es-crúpulos religiosos y en algunosotros aspectos negativos, como el des-pego hacia sus servidores o el duradero rencorhacia sus enemigos. Ahora bien, si quedan fuerade toda duda la permanente tendencia del sobe-rano a la depresión y las periódicas muestras dedesequilibrio mental, así como su continuo recur-so al confesor para aliviar la obsesiva inquietud deuna conciencia estrecha, todos los demás puntosprecisan de una discusión pormenorizada.

Felipe, petit-fils de France, duque deAnjou, hijo de Luis, Gran Delfín de

Francia, (hijo de un rey y padre dedos reyes, pero que nunca pudoreinar) y de María Ana CristinaVictoria, princesa electora de Ba-viera, y nieto de Luis XIV y deMaría Teresa de Austria (a quiendebía los derechos sucesorios a la

corona española), nació el 19 dediciembre de 1683 en el suntuoso

palacio de Versalles, en el marco deuna pomposa corte dominada por la res-

plandeciente figura del Rey Sol. Aunque recibióinmediatamente el agua de socorro –ondoiement–para preservar su alma del limbo, Felipe no seríabautizado con la solemnidad requerida hasta más detres años después, el 18 de enero de 1687.

Seguidamente, de acuerdo con las estrictas nor-mas vigentes en la corte versallesca, fue entrega-do a las nodrizas para ser amamantado. Después,

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El rey melancólicoAunque mal preparado para dirigir un Imperio en apuros,Felipe V se ganó el calificativo de animoso en la labor degobierno durante sus primeros años de reinado; hacia 1717comenzaron sus depresiones, que le indujeron a dejar eltrono y acabaron llevándole al extravío

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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Felipe V jura como

rey de España en la

iglesia de los

Jerónimos de

Madrid, el 8 de

mayo de 1701

(Madrid, Museo

Municipal de

Historia)

ñera adecuada a sus deseos, a la que amaría siem-pre y con la que hasta su muerte alcanzaría un al-to grado de compenetración.

Crisis de melancolíaSin embargo, a partir de entonces, no todos los

años de su vida transcurrieron en el clima de feli-cidad de los primeros momentos. Desde 1717, serecrudeció su tendencia depresiva, que la reina tra-tó de contrarrestar con una dedicación que se con-virtió en una de sus principales tareas como espo-sa y como soberana. Los remedios principiaron porla construcción de una hermosa residencia paraalejarse del tráfago cortesano y ahuyentar en unaamena soledad el fantasma de la melancolía: el pa-lacio de La Granja, que Teodoro Ardemans empezóa edificar en 1720. Los primeros años pasados en

la nueva residencia restauraron el ánimo del rey,como puede observarse en el retrato cortesano pin-tado en 1723 por Jean Ranc, donde aparece enuna airosa actitud, presidiendo una escena militarcon paisaje agreste, cielo nuboso y destacamentode caballería al fondo.

Un año más tarde, sin embargo, el rey optó porir aún más lejos en su búsqueda de quietud espiri-tual y adoptó una de sus resoluciones más sonadas,la abdicación en su hijo primogénito, Luis. Se haquerido interpretar de maneras bien distintas unadecisión de tal calibre. Unos se han confor-mado con la declaración del propio sobera-no, que confesaba su voluntad de reti-rarse junto con la reina a cuidar de lasalvación de su alma, literalmente,según un documento de 1720 dondeya manifestaba sus intenciones, apenser uniquement à notre salut et àservir Dieu. Otros han querido ver co-mo trasfondo su ambición personalde convertirse en rey de Francia tras larenuncia a la corona española, segúnrezaba una ingeniosa sátira que ponía es-tos secretos anhelos del monarca en parale-

D O S S I E R

FELIPE V LLEGA A MADRID

P ese a la política desplegada para lograr que CarlosII declarase heredero a su nieto Felipe de Anjou,Luis XIV tuvo dudas sobre la aceptación de la co-

rona de España una vez que conoció oficialmente el tes-tamento, firmado por el agonizante rey en la tarde del 3de octubre de 1700: "Declaro ser mi sucesor (en el casode que Dios se me lleve sin dejar hijos) el duque de An-jou, hijo segundo del Delfín de Francia; y, como a tal, lollamo a la sucesión de todos mis reinos y dominios sin ex-cepción de ninguna parte de ellos". Finalmente, Luis XIVordenó dar al Consejo de Estado español -encargado delGobierno en el interregno- una respuesta afirmativa el 12de noviembre.

El 16, marqués de Castelldosrius, embajador españolen París, presentó, rodilla en tierra, su aceptación comorey a Felipe de Anjou, que contaba 17 años. Se asegura queen su breve discurso, Castelldosrius pronunció la famosafrase: "Ya no hay Pirineos". Como el heredero no sabía cas-tellano su abuelo, Luis XIV, respondió al diplomático espa-ñol, terminando su alocución con unas palabras para sunieto: "¡Sed un buen español!". Los dos semanas siguienteslas empleó el nuevo monarca a enterarse de los asuntos deEspaña y en esa época le retrató Hyacinthe Rigaud con unsombrío atuendo estilo de la corte de Madrid. El 4 de di-ciembre se despidió de su abuelo y partió hacia España,donde entró el 22 de enero de 1701, pero hasta el 18 defebrero no entró en Madrid... Un largo viaje que se pro-longó 76 días –en jornadas de camino que oscilaban entrelos 25 y los 35 km.– a causa del mal tiempo y de las múl-tiples recepciones que se le tributaron en Francia y, sobretodo, en España.

Las ocho semanas trascurridas entre la llegada y su re-cepción oficial en Madrid el 14 de abril se dedicaron apreparar el viejo Alcázar de Madrid para el nuevo Rey,que pronto fue calibrado por los cortesanos como un jo-ven tan piadoso como abúlico, tan casto como melancó-lico, tan educado como perezoso. El 8 de mayo se efec-tuó su solemne jura como rey y ya para entonces circula-ban por Madrid las primeras coplillas:

"Anda niño andaPorque el Cardenal lo manda".

Arriba, María Luisa

Gabriela de Saboya

(1688-1714),

primera esposa de

Felipe V (por Miguel

Jacinto Meléndez,

Madrid, Museo

Cerralbo). Abajo,

el pretendiente

austriaco,

archiduque Carlos,

al que se titula

Carlos III, rey de

España (Madrid,

Biblioteca

Nacional).

Madame de Maintenon, la esposa secreta deLuis XIV, también se preocupó por el desvalidoduquesito, recomendando el nombramiento comosu preceptor de Fénelon, ya famoso pedagogo ydirector espiritual. El futuro arzobispo de Cambraise tomó muy en serio sus obligaciones, dando a supupilo una sólida formación literaria (que deriva-ría hacia el coleccionismo de libros y la constitu-ción de bibliotecas), así como también una normade conducta rigurosa y segura basada en un fer-viente religiosidad, que no obstante pudo ser labase del excesivo escrúpulo religioso del monarcaespañol.

Designado titular de la Monarquía Hispánicapor el testamento de Carlos II, Felipe hubo deafrontar las responsabilidades del más extensoreino de la Cristiandad, un reto para el cual no es-taba preparado. Dispuesto, sin embargo, a cum-plir con su deber, Felipe cruzó la frontera el 22 deenero de 1701 e hizo su entrada en Madrid el 17de febrero siguiente. En esta época su figura res-pondía al retrato de Hyacinthe Rigaud, que lo pin-ta como un adolescente lozano, gentil y gallardo,embutido en un anticuado traje negro español. Y,también, a la famosa descripción del marqués de

San Felipe, ponderando la favorable impresióncausada a sus nuevos súbditos: “llenóles la vistay el corazón un príncipe mozo, de agradable as-pecto y robusto, acostumbrados a ver a un reysiempre enfermo, macilento y melancólico”.

Esta imagen iba a perdurar en la retina y el áni-mo de los contemporáneos por más de una déca-da. En efecto, el rey dio pruebas en estos años deestar a la altura de las circunstancias en todos lossentidos, sucesivamente como político prudente,como esposo enamorado, como soldado valeroso ycomo convencido defensor del trono que le habíacorrespondido en legítima herencia. Fue, en efec-to, prudente en las Cortes de Barcelona de 1701-1702; se comportó como un joven enamorado na-da más conocer a su esposa, María Luisa Gabrie-la de Saboya, en Figueras; mostró su valor en lasjornadas de Italia, de Extremadura y de Cataluñay no escatimó ningún esfuerzo ni aceptó ningunacomponenda en la preservación íntegra de la Mo-narquía Hispánica, íntimamente persuadido comoestaba de la justicia de su causa y, en conse-cuencia, de la ayuda que no podía dejar de dis-pensarle la providencia. Fueron años de prueba enlos que se ganó merecidamente el apelativo deAnimoso.

En esos mismos años, hubo de enfrentarse conlas tareas de gobierno y con las intrigas de la Cor-te, dos ámbitos de actuación con los que no estabafamiliarizado. Sin embargo, las lógicas vacilacionesiniciales fueron dando paso paulatinamente a unamayor seguridad en la toma de decisiones y en elmanejo del mundillo palatino. También tuvo quesufrir la tristeza de la pérdida de su joven esposa–muerta de tuberculosis en 1714– y cumplir con eldeber de contraer segundas nupcias, aunque el reyvolvería a encontrar en Isabel Farnesio una compa-

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LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

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Página izquierda,

Farinelli, coronado

por Euterpe (musa

de la Música) y

pregonado por la

Fama (por Jacopo

Amiconi, Bucarest,

Muzeul National de

Arta al Romanei).

Arriba, entrada de

Felipe V en Sevilla,

en 1729

(calcografía.

Francisco Joseph de

Blas, Sevilla,

Fundación Focus).

Abajo, Isabel

Farnesio (por Van

Loo, Palacio de La

Granja, Segovia).

fiestas y visitas (Catedral, Casa de laMoneda, Fundición de Artillería) yentregarse a sus pasatiempos fa-voritos, la pesca en el Guadal-quivir y la caza en los alrededo-res de la ciudad. Al mismotiempo, se le organizaron excur-siones, como la realizada a Cá-diz para presenciar la arribadade la flota de Tierra Firme y la es-cuadra de Azogues, e incluso es-tancias más prolongadas, como loscinco meses pasados en Granada o losveraneos en El Puerto de Santa María.

Sin embargo, Felipe no se restableció de mododuradero, sino que por el contrario, entró en 1730en uno de sus períodos de más negra melancolía.En esa época, se produjeron las manifestacionesmás extremadas de su desequilibrio, repetidas unay otra vez por sus biógrafos. Obligaba a la corte aalterar completamente los horarios, cambiando elciclo del día y la noche: celebraba sus reunionescon los ministros entre las once y las dos de la ma-drugada, cenaba al término de la sesión, se acosta-ba a las siete de mañana, se levantaba a las tres,oía misa a las cuatro y almorzaba a continuación. Y,más grave, descuidaba su aseo personal, no se afei-taba, usaba siempre la misma camisa por temor aque trataran de envenenarlo con otra prenda... In-tentaba montar los caballos representados en lostapices; se creía muerto y lanzaba espantosos ala-ridos; volvía locos a los cortesanos proponiéndolesdisparatados acertijos...

Retorno a La GranjaTal estado de profunda depresión sólo cedería

gracias a la acción saludable que ejercieron sobresu ánimo el regreso a la tranquilidad de La Granja,la estabilidad política lograda por José Patiño alfrente del gobierno y la llegada a la corte del cas-trato Carlo Broschi, el famoso Farinelli, cuya ame-na compañía y prodigiosa voz de soprano obraron elmilagro de ahuyentar los persistentes vapores queoscurecían la mente del soberano, que permanecíahoras enteras escuchando arias y minuetos a cargode su protegido y de un trío de cámara (Porretti,violoncelo; Terri y Ciani, violines) que protagoniza-ron verdaderas sesiones de irreemplazable terapia.

A partir de 1741, recayó paulatinamente en laenfermedad, cuyos estragos fueron perceptibles in-

cluso en su propio físico, como setransparenta en el famoso retrato

de familia de 1743 de Louis-Mi-chel Van Loo, pese al sutil tamizhalagador que vela la escena.Con alternativas lúcidas y som-brías, el rey se encaminó a sumuerte, que le sobrevino en elpalacio del Buen Retiro, causa-

da por una congestión cerebral,en la madrugada del 8 al 9 de ju-

lio de 1746. Sus restos mortalesfueron conducidos desde Madrid hasta

el panteón real de La Granja, que los espo-sos habían preferido al monasterio de El Escorial.

Los testimonios recogidos por diversos observa-dores no dejan lugar a dudas sobre la tendencia pa-tológica del soberano hacia la melancolía, que a ve-ces degeneraba en verdaderos accesos de apatía ymisantropía, que llegaban a producir la desespera-

D O S S I E R

lo con las apetencias de su antiguo valedor, el obis-po Luis Belluga, de ser papa:

“Nadie en el mundo se escapa,nadie renuncia por Dios;

renuncia un rey por ser dosy un obispo por ser papa.

La política lo tapa,pero en lance tan severoconocerá el más sincero

que está la razón de Estadoentre el cetro y el cayado

engañando al mundo entero.En tan grande novedad

luce la similitud,pues si el rey busca la virtud,

el obispo santidad,uno y otro en realidadse miden por un nivel:

pues hacen acción tan fielpor ser, cuadre o no cuadre,

éste, Santísimo Padre,Rey Cristianísimo aquél”.

La razón más plausible debió ser su deseo deuna vida sosegada, de su anhelo de vivir “como uncaballero particular”, rodeado exclusivamente desus más íntimos y de sus fieles servidores.

En cualquier caso, Felipe V hubo de asumir porsegunda vez el trono tras la rápida muerte de LuisI, el mismo año de 1724. Con el retorno a la vidaordinaria de la corte, la melancolía volvió de nuevoa hacer mella en su espíritu y la reina hubo de pen-sar soluciones imaginativas para aliviar a su regioesposo. La jornada de Extremadura (1729) y, sobretodo, el llamado lustro real de Sevilla (1729-1733), que llevó a la corte a la capital andaluza,fueron otros tantas medidas que debían de servir delenitivo para el atribulado ánimo del rey.

Allí, el rey pudo disfrutar de toda una serie de

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CRONOLOGÍA

1683. Nace en Versalles el 19 dediciembre, segundo hijo del GranDelfín y de María Ana Cristina deBaviera. Se le otorga el título de Du-que de Anjou.1700. Nombrado heredero de lacorona española, como bisnieto deFelipe IV, por testamento de CarlosII, es proclamado Rey de España el24 de noviembre.1701. Jura su investidura ante lasCortes castellanas (8 de mayo) y re-cibe en Figueras a su esposa, MaríaLuisa Gabriela de Saboya. Reúne alas Cortes catalanas.1702. En Italia, obtiene las victo-rias de Santa Vittoria y Luzzara. Co-mienzan a manifestarse en el reycrisis de melancolía.

1704. El archiduque Carlos en-tra en España y da comienzo laGuerra de Sucesión, verdaderaguerra civil entre las Coronas deCastilla y Aragón. 1706. Las fuerzas angloportugue-ses que apoyan al Archiduque ocu-pan Madrid.1707. Decisiva victoria de las tro-pas borbónicas en Almansa. Nace elinfante Luis, futuro rey Luis I.1710. Victorias austracistas en Al-menara y Zaragoza. Victorias bor-bónicas en Brihuega y Villaviciosa.El Archiduque sube al trono impe-rial tras la muerte de su hermano.Ingleses y holandeses abandonan lalucha. Solamente los catalanes de-ciden combatir hasta el final.

1713. Tratado de Utrecht. Naceel infante Fernando, futuro reyFernando VI. Establecimiento de laLey Sálica.1714. Paz de Rastatt. Ocupaciónde Barcelona. Implantación de losdecretos de Nueva Planta. MuereMaría Luisa de Saboya. Boda conIsabel Farnesio. Privanza del car-denal Alberoni.1716. Nace el infante Carlos, fu-turo rey Carlos III.1719. Guerra con Francia. Caídade Alberoni.1724. Felipe V abdica (10 de ene-ro) en su hijo Luis y se retira a LaGranja. Efímero reinado de Luis I(15 enero-31 agosto) y retorno deFelipe al trono.

1725. Privanza del barón de Rip-perdá.1728. Durante su estancia en Se-villa, el rey manifiesta trastornosmentales.1729. Tratado de Sevilla. Patiño,primer ministro hasta 1736.1733. Firma en El Escorial delPrimer Pacto de Familia con Fran-cia.1734. El marqués de Montemarconquista Nápoles y Sicilia.1743. Firma en Fontainebleaudel Segundo Pacto de Familia.1745. Conquista de Milán, Par-ma y Piacenza.1746. Bloqueo naval británico.Derrotas españolas en Italia. Mue-re Felipe V, el día 9 de julio.

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

Alegoría sobre el

reconocimiento del

duque de Anjou

como rey de

España, con el

nombre de Felipe V,

el 16 de noviembre

de 1700 (Museo

Nacional de los

palacios de

Versalles y de

Trianon).

Carlos Martínez ShawCatedrático de Historia ModernaUNED Madrid

E L REINADO DE FELIPE V DEBE ser con-siderado como el período inaugural de laimplantación del Despotismo Ilustradoen España. Antes, sin embargo, de em-

prender su obra de gran aliento reformista, el ReyAnimoso hubo de preocuparse por defender en-carnizadamente su trono frente a los firmantes dela Gran Alianza de La Haya (Inglaterra, Austria yHolanda, a las que se unirían Saboya y Portugal),de tal modo que su primer éxito fue la consolida-ción de la nueva dinastía. Un objetivo que no leresultó fácil de alcanzar, ya que para ello hubo desuperar una costosa guerra internacional libradacontra poderosos enemigos en diversos frentes debatalla europeos y americanos, una contienda ci-vil dirimida en el interior de los distintos reinospeninsulares, la tendencia de su principal aliado–su propio abuelo, Luis XIV, el Rey Sol– a firmaruna paz separada y una complicada posguerradonde las medidas de reorganización política y deapaciguamiento social debían servir para repararlos daños y restañar las heridas dejadas por el lar-go conflicto. En cualquier caso, a la muerte delsoberano la legitimidad de la dinastía ya no eraobjeto de discusión ni lo sería a lo largo del siglo,pues los Borbones eran ya tan españoles como ha-bían llegado a serlo los Austrias. Y la dinastía per-duraría en España hasta nuestros días.

Aun antes de terminada la guerra, los ministrosde Felipe V habían puesto en ejecución un ambi-cioso plan de reformas, que debían abarcar los

D O S S I E R

El primermonarcailustradoLa racionalizaciónadministrativa, elfomento de la economíay la difusión de lasLuces, puestos enmarcha por Felipe V,marcaron el camino delreformismo ilustrado enla España del siglo XVIII

Felipe V halló en La

Granja el lugar

adecuado para sus

aficiones

cinegéticas y para el

reposo de su

atormentado

espíritu. En el

magnífico palacio

que erigió allí, su

esposa, Isabel

Farnesio, reunió

magníficas

colecciones de

obras artísticas,

como este óleo

Jesús expulsa a losmercaderes delTemplo (por

Giovanni Pannini,

sala de lacas, Real

Sitio de La Granja).

ción de cortesanos y servidores, aun-que tales episodios críticos podíanentreverarse con otros períodosde euforia. Felipe sufrió a lolargo de su vida pasajeroseclipses mentales, duran-te los cuales se entregabaa acciones de auténticainsania. Estos episodiosse hicieron más frecuen-tes a medida que transcu-rrieron los años, aunquecon todo la década de lostreinta fue relativamentebenigna tras la crisis sevi-llana y hasta el últimomomento fue capaz de se-guir la vida política y decumplir con sus deberescomo monarca.

También está demos-trada su intensa actividaderótica, su asidua fre-cuentación del lecho desus dos esposas, una con-ducta que ha sido calificadainvariablemente de modo peyo-rativo como incontrolada inclina-ción libidinosa o como reprensibleincontinencia sexual. Sin embargo,en este caso una valoración favorablepodía enfatizar su condición de amante ardoro-so, cumplidor complaciente del débito conyugal y,desde luego, de esposo fiel –incapaz de ningunaaventura extraconyugal, como demuestra su irrita-ción ante cualquier propuesta de este tipo formula-da por algún cortesano más permisivo– y enamora-do, tanto de su primera consorte como de la se-gunda, según todos los testimonios, siempre coin-cidentes. Además, el fruto fue la numerosa des-cendencia, en lo cual no hizo sino atenerse a susobligaciones como soberano y a sus conviccionescomo cristiano.

¿Juguete de sus esposas?Estas cualidades han dado lugar a una nueva acu-

sación, la de someterse ciegamente a los dictados desus sucesivas esposas, en especial a los de Isabel

Farnesio, cuya palabra llegaría a ser la única váli-da en la corte del primer Borbón. Es este un

extremo, sin embargo, que conviene ma-tizar, pues fueron muchas las veces en

que a la hora de adoptar una decisiónsolemne –como, por ejemplo, la desu abdicación– el rey impuso senci-lla y llanamente su voluntad a lareina. Incluso en la tan aireadacuestión de la sumisión de la políti-ca internacional a los dictados de la

parmesana, hay que argumentar quelos intereses nacionales y dinásticos

–si es que había distinción entre am-bos– marchaban en el mismo sentido que

el deseo maternal de dotar de territoriositalianos a sus vástagos.

Ciertamente, los escrúpulos reli-giosos de Felipe fueron enfermi-zos, pero también fueron mu-

chos los contemporáneosque alabaron su sincero ca-tolicismo, así como su vo-luntad de actuar siemprejustamente con todos losque le rodeaban. Y en elmismo sentido, nada de-muestra la imputación deuna actitud vengativa, ni si-quiera con su máximo rival,el archiduque Carlos deAustria, a quien, según re-fiere Baudrillart, mandódecir en 1724 “que rogaríaa Dios por su felicidad ypor que el cielo le conce-diese un heredero que vela-se por la defensa de la reli-gión”. Asimismo, supo re-compensar adecuadamente

a sus servidores, especialmentea aquellos que habían demostra-

do su valor en el campo de bata-lla, pero también a quienes ejercían

otras funciones, como fue el caso deFarinelli, no sólo nombrado músico de

cámara, sino elevado a la dignidad nobiliaria decaballero de la Orden de Calatrava.

Finalmente, hay que reconocer su acierto en laelección de sus ministros, ya que si sus primeroscolaboradores le vinieron impuestos (caso de Orry,de Amelot, de Bergeyck y, en cierto sentido, de Ma-canaz), supo hacerse con el concurso de dos de losgrandes ministros del siglo (Patiño y Ensenada),con toda otra serie de excelentes administradores(como Campillo) y con toda una plana mayor demagníficos generales (como Lede o Montemar),aunque en ocasiones se equivocase por exceso deconfianza, como ocurriera con el barón de Ripper-dá y, en menor grado, con el abate Alberoni. Y noes un demérito entender que, sin esta coberturahumana, su reinado no hubiese alcanzado las me-tas que consiguió, ya que es lo mismo que le hu-biera ocurrido a Carlos III sin Esquilache, Aranda,Campomanes o Floridablanca. Por el contrario, de-be ponerse en su haber el mantenimiento a su ser-vicio de semejante plantel de buenos ministros.

De este modo, puede afirmarse que el reinado deFelipe V cumplió la misión histórica de asentar lanueva dinastía en el trono de España y de dar losprimeros pasos para el triunfo del reformismo ilus-trado, mediante un proceso de centralización y ra-cionalización administrativa, de fomento de la eco-nomía y de apoyo a la difusión de las Luces, de talmodo que a la muerte del soberano, la MonarquíaHispánica había recuperado su protagonismo en elconcierto de las naciones europeas. Lo que no esun mal balance para un rey melancólico. n

52

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

55

Esta racionalización también llegaba al ramo deHacienda: simplificación del mapa aduanero; reor-ganización de las casas de la moneda; revisión delsistema de recaudación de impuestos, aunque sinproceder a una verdadera reforma del sistema fis-cal, que progresó en la Corona de Aragón gracias ala implantación de la contribución única, pero ape-nas afectó al anticuado y heterogéneo organigramacontributivo de la Corona de Castilla.

Y, del mismo modo que la reforma fiscal queda-ba como asignatura pendiente para los reinados su-cesivos, tampoco la intervención en el régimen mu-nicipal puede considerarse bajo una luz favorable:apenas afectó a los pueblos castellanos, pero pro-dujo efectos negativos en los municipios de la Co-rona de Aragón, especialmente en Cataluña, dondelos elementos populares, que le conferían una cier-ta aureola democrática, fueron sustituidos por regi-

D O S S I E R

LOS HOMBRES DEL REY

Fénelon. La educación del prin-cipe Felipe le fue encargada al céle-bre «director de conciencias»François de Saliganc y de La Mothe,escritor y teólogo más conocidocomo Fénelon. Cuando se incorpo-ró a las tareas educativas de Versa-lles, las referencias que tenía de Fe-lipe de Anjou, un niño de seis años,eran desalentadoras. A los conoci-mientos muy rudimentarios y faltade modales, se suman la pronun-ciación dificultosa, la entonacióndesagradable y la dicción lenta. Du-rante ocho años (1689-1697) Fé-nelon inculcó en Felipe de Anjou laidea de que la conducta debe regir-se por una religiosidad ferviente,norma que caló muy hondo en elfuturo rey de España. El tutor leadoctrinaba con unos criterios deintransigencia y restrictivos que,

por exceso de celo, a menudo raya-ban en lo grotesco. Pero Fénelonno se limitó a explicar religión a supupilo, sino que concibió un inno-vador método pedagógico que lealeccionaba por medio de fábulasdidácticas y a través de las ense-ñanzas que destilaba su famoso li-bro Las aventuras de Telémaco.Gracias a Fénelon, el duque de An-jou atesoró una valiosa formaciónliteraria y un espíritu crítico haciael ambiente de la corte.

Alberoni. Nacido en 1664, lle-gó a España en 1700 con el séquito

del mariscal Vendôme. Giulio Albe-roni, sacerdote italiano, se ganó la

confianza de Felipe V, que le nom-bró embajador en el ducado deParma. Sus maniobras hicieron po-sible que el rey contrajera segun-das nupcias con Isabel Farnesio,gracias a que logró convencer a laprincesa de los Ursinos –camareramayor de la fallecida reina MaríaLuisa de Saboya– de que la dulzuray ductilidad de la parmesana bene-ficiarían al taciturno monarca. Lasegunda esposa de Felipe V se des-hizo de la princesa de los Ursinos,pero promovió a Alberoni al capelocardenalicio y a la jefatura del Con-sejo. Alberoni convirtió en priori-dad nacional la colocación de loshijos de la Farnesio en los reciéncreados principados italianos, polí-tica que desencadenó guerras yprovocó severas derrotas a las tro-pas españolas a manos de Francia,Inglaterra, Austria y Holanda. Albe-roni fue destituido y expulsado deEspaña en diciembre de 1719.

Patiño. Nacido en Milán en1666, José Patiño llegó a Españatras la campaña de Felipe V por tie-rras italianas. En 1711 se le encar-gó la superintendencia de Extrema-dura y, en 1713 de la de Cataluña,inspirando desde su cargo el de-creto de nueva planta y la instaura-ción del catastro. El cardenal Albe-roni le nombró intendente de la

Marina y del ejército, superinten-dente de Sevilla y presidente decontratación de las Indias. Asimis-mo se le confiaron tareas como bo-tar una flota para la conquista deCerdeña y Sicilia o gestionar las fi-nanzas de la guerra española enEuropa. Fue uno de los hombresclave del gobierno del primer Bor-bón durante la Guerra de Sucesión.A su término se encargó de la orga-nización de la Armada, llegando aser uno de los mejores técnicos desu tiempo en asuntos navales, co-mo demuestra la construcción delarsenal de La Carraca. A la caídadel ministro universal Ripperdá fuenombrado secretario de Marina eIndias y al poco tiempo, de Hacien-da. Fue el principal impulsor de laPaz de Sevilla de 1729 –que zanja-ba las hostilidades de España conFrancia y Gran Bretaña– y la Paz deViena de 1731, por al que Españase integraba en la Entente juntocon los Países Bajos y Austria. Sinembargo, la firma en 1733 del Pri-mer Pacto de familia desembocabaen la ruptura con Gran Bretaña yAustria, una duradera alianza fran-coespañola y el advenimiento deCarlos III al trono de Nápoles. Pa-tiño además acaparó la secretariade Guerra y la de Estado, con lo

que prácticamente ocupó las másimportantes carteras del gobierno.A su talento se debió el resurgir de

la marina española. A su muerte,acaecida en el Real Sitio de LaGranja de San Ildefonso en 1736,la flota contaba con 59 unidadesprovistas de 2500 cañones.

Campillo. Nombrado secretariode Hacienda, Marina, Guerra e In-dias en 1741. Nacido en 1693, ha-bía dejado la carrera eclesiásticapara ponerse a las ordenes de Pati-ño. A partir de aquí desempeñó unbrillante periplo como superinten-dente de bajeles de Cantabria y co-

mo supervisor del reforzamiento dela Marina iniciado por Patiño. En1733 ejerció en Italia de intendentede las tropas de Felipe V y a su vuel-ta ocupó la intendencia y el corregi-miento de Zaragoza. Debido a lagrave crisis financiera que atravesa-ba el país, remitió a la reina un por-menorizado informe sobre la caóti-ca situación del erario, que incluíauna relación de soluciones de ur-gencia. Campillo plasmó sus ideasen Tratado de los intereses de Eu-ropa, de 1741, Lo que hay de másy de menos en España para quesea lo que debe ser y no lo que es,de 1743 y Un nuevo sistema de go-bierno económico para la Améri-ca, donde exponía sus postuladosmercantilistas y su defensa de la li-bertad de comercio con América,que a su vez necesitaba una reformaagraria y administrativa.

Felipe V renuncia

ante las Cortes a sus

derechos al trono

de Francia, 1712,

tras el fallecimiento

de su padre, de su

hermano mayor y

de su sobrino

primogénito. Dicen

que respondió a su

abuelo, Luis XIV:

”Está hecha mi

elección y nada hay

en la tierra capaz de

moverme a

renunciar a la

corona que Dios me

ha dado: nada en el

mundo me hará

separarme de

España y de los

españoles”

(litografía de Serra,

siglo XIX).

campos de la administración pública, la defensadel Imperio, la economía y la vida cultural. Comométodo de acción, la Monarquía asumió todos lospoderes para llevar la iniciativa política, reforzandosu capacidad de decisión en todos los ámbitos, do-tándose de instrumentos para imponer sus resolu-ciones en todos los rincones del territorio, margi-nando a las instituciones representativas y rodeán-dose de un equipo de fieles servidores encargadosde vigilar el cumplimiento de los distintos puntosdel programa.

Entre la serie de excelentes administra-dores brillaron con luz propia los com-ponentes del grupo de primera hora,los franceses Jean Orry y Michel-Je-an Amelot, marqués de Gournay,el flamenco Jan de Brouchovenconde de Bergeyck y el españolMelchor de Macanaz, uno de lospolíticos más lúcidos del mo-mento. Tras el paso por el go-bierno del abate Julio Alberoni ydel barón de Ripperdá, hombresmás preocupados de la política in-ternacional, Felipe V encontró las más

relevantes personalidades de su reinado, José Patiño,José del Campillo y el marqués de Ensenada, que de-ben incluirse en la nómina de los máximos protago-nistas del reformismo del siglo ilustrado.

Reforma centralizadoraLa centralización de las decisiones y el robuste-

cimiento del poder político, característicos ambosdel absolutismo setecentista, se manifestaron, pri-mero y de manera contundente, en la marginaciónde los órganos representativos. Significativamente,las Cortes fueron convocadas un sola vez tras laconclusión del conflicto sucesorio (y dos más, en1760 y en 1789, durante el resto de la centuria).En segundo lugar, en la afirmación de la autoridadde la Monarquía frente a la de la Iglesia, propicia-da por la tradición regalista de la dinastía anteriory la ocasión del alineamiento papal a favor de losfirmantes de La Haya, aunque siempre dentro delos límites marcados por unos intereses generalescompartidos, que se plasmaron entre otros ejem-plos en la actuación del Santo Oficio, vigilado y co-rregido en ocasiones por el gobierno, pero siempresusceptible de ser convocado frente a una eventualoposición política o ideológica. Y, por último, per-mitió abordar, por encima de ocasionales manifes-taciones adversas (canalizadas singularmente porel partido castizo o partido español, aunque sin al-canzar el clímax del motín contra Esquilache de1766), la racionalización de la administración cen-tral y territorial, tanto en la metrópoli como en lasprovincias ultramarinas.

La medida más radical y trascendente, conse-cuencia de la derrota de la causa austracista –abra-zada por buena parte de los catalano-aragoneses–fue la importante reforma constitucional que abolíalos regímenes particulares de la Corona de Aragóne integraba a sus representantes dentro de unasCortes que no fueron españolas, por la pervivenciade la asamblea parlamentaria del reino de Navarra.Esta determinación, junto con la pérdida de lasprovincias flamencas e italianas, allanó el caminopara la supresión de los consejos territoriales (Ara-gón, Flandes e Italia) y la consagración del Conse-jo de Castilla como el único órgano colegiado com-petente en materia de política interior.

A renglón seguido, el viejo sistema polisinodialfue arrinconado y sustituido por el más práctico yeficaz de las Secretarías de Estado (Gracia y Justi-

cia, Hacienda, Guerra, Marina e Indias yEstado o Primera Secretaría), que sen-

taban las bases para la futura apari-ción, ya fuera del reinado, de unauténtico consejo de ministros yde la figura del primer ministrocomo responsable último ante elrey del gobierno de la Monar-quía. Al mismo tiempo, la racio-nalización administrativa impul-saba la implantación en los dis-

tintos territorios de las CapitaníasGenerales, las Audiencias y las In-

tendencias.

54

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

57

D O S S I E R

Louis-Michel van

Loo fue contratado

por Felipe V como

pintor de cámara en

1736; llegó a Madrid

en 1737 y desplegó

en las postrimerías

del reinado una

activa labor, en la

que destaca el gran

cuadro La familiade Felipe V y varios

retratos de los reyes.

Fue, también, pintor

de Fernando VI, en

cuya corte

permaneció hasta

1752 (autorretrato,

pintando el retrato

de su padre, el

también gran pintor

Jean-Baptiste van

Loo, Museo

Nacional de los

palacios de

Versalles y de

Trianon).

dores aristocráticos o militares. Final-mente, se reordenó el territorio ameri-

cano, con la creación del virreinatode Nueva Granada y el estableci-miento de la Capitanía General deVenezuela.

El respeto de los cañonesLa política exterior de Felipe V estu-

vo condicionada por la doble con-ciencia del excesivo rigor de la Paz de

Utrecht y de la necesidad de dotarse delos medios para una mejor defensa de un

Imperio que todavía superaba territorialmente alos de las restantes potencias europeas. En este sen-tido, la política militar y naval de Felipe V constituyóun rotundo éxito, ya que sus resultados manifiestosfueron la creación de un poderoso ejército y la re-construcción de una importante marina de guerra.

En lo referente a las fuerzas de tierra, cabe des-tacar la promulgación de las famosas Ordenanzasde Flandes –que imponían el regimiento como uni-dad orgánica fundamental del ejército español–, lacreación de los cuerpos técnicos de artillería e in-genieros –con lo que se completaban las cuatro ar-mas clásicas del ejército español– y la reorganiza-ción de las milicias provinciales como unidades dereserva en el conjunto de los reinos castellanos.

En cuanto a la marina de guerra, las medidas demayor trascendencia fueron la propia creación de laArmada Real (tras el reagrupamiento de las diversasunidades que antes operaban separadamente, con laexcepción de la Escuadra de Galeras del Mediterrá-neo y la Armada de Barlovento), la creación de lostres departamentos navales de Cádiz, Cartagena y ElFerrol y el establecimiento de una serie de arsenales(Guarnizo, El Ferrol, La Carraca y, en América, La

56

La familia de Felipe V, retratada por Louis-

Michel van Loo en 1743 (Madrid, Museo del

Prado). De izquierda a derecha: la infanta

María Ana Victoria, reina de Portugal por su

matrimonio con José de Braganza, príncipe del

Brasil; Doña Bárbara de Braganza, esposa del

Príncipe de Asturias; el Príncipe de Asturias,

futuro Fernando VI; el rey Felipe V; el Infante-

Cardenal Don Luis, más tarde casado

morganáticamente con María Luisa Vallabriga;

la reina, Doña Isabel Farnesio; Don Felipe,

duque de Parma; la infanta María Teresa, que

se casó con Luis, Delfín de Francia; la infanta

María Antonia Fernanda, que sería reina de

Cerdeña por su matrimonio, en 1750, con

Víctor Amadeo III, rey de Cerdeña y duque de

Saboya; María Amalia de Sajonia, esposa de

Don Carlos, reina de Nápoles y futura reina de

España; Don Carlos, rey de Nápoles y futuro

Carlos III de España. Jugando en el suelo:

María Luisa, hija del duque de Parma y que,

andando el tiempo, sería reina de España por

su matrimonio con Carlos IV, y María Isabel,

hija de Don Carlos, nacida en Nápoles en ese

mismo año y fallecida en 1749.

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

59

Izquierda, retrato del

arquitecto italiano

Filippo Juvarra, que

trabajó en la corte

de Felipe V trazando

los planos del

Palacio Real e

interviniendo en la

remodelación de

Aranjuez y La Granja

(Madrid, Museo de

la Real Academia de

Bellas Artes de San

Fernando). Abajo,

mapa de Gibraltar,

hacia 1740, uno de

los problemas que

dejó pendientes

Felipe V, pese a sus

intentos por

recuperar la plaza

(Madrid, Biblioteca

Nacional).

bón contribuyó a crear un marco favorable para elcrecimiento del conjunto de la economía españo-la. Sin duda, se trató del crecimiento permitidopor unas estructuras heredadas del pasado, yaque no se abordaron ni la reforma fiscal ni latransformación del sistema de propiedad y tenen-cia de la tierra ni la liberalización de los inter-cambios... De la misma manera, se trató de pre-servar el orden social tradicional, por lo que sólomuy gradualmente puede percibirse en este reina-do un cierto proceso de movilidad ascendente en-tre la burguesía comercial, los gremios y el cam-pesinado. Un crecimiento sin desarrollo que, porotra parte, continuó siendo el modelo seguido a lolargo de toda la centuria.

El fulgor de la IlustraciónEl reinado de Felipe V asistió al primer gran im-

pulso del proceso de renovación cultural de la Ilus-tración. Recogiendo las iniciativas de los sabiospreilustrados del siglo anterior, una nueva genera-ción de intelectuales se situó ya claramente dentrodel clima espiritual del Siglo de las Luces. Es ver-dad que estos representantes de la corriente reno-vadora se formaron en sus respectivos círculos pro-vinciales, sin apoyo directo de los poderes públi-cos, pero también es verdad que muchos de ellosfueron absorbidos o apoyados por los sucesivos go-biernos de la Monarquía.

Ésta se apropió de las tertulias para constituiracademias –Academias Española de la Lengua, dela Historia, de Bellas Artes de San Fernando–,atrajo a la Corte a humanistas y científicos, y con-trató a arquitectos, pintores y músicos para cons-truir, decorar y animar nuevas y bellas residenciaspalaciegas en los alrededores de Madrid: remode-lación del Palacio de Aranjuez y construcción delPalacio Real de Madrid y del de La Granja, a losque podría añadirse el de Riofrío, a iniciativa per-sonal de Isabel Farnesio.

Si la primera Ilustración no fue obra deliberadadel rey y sus ministros, a ellos se debe sin duda laprotección y la reconducción de un movimiento cul-tural de signo progresista que se consolidó con elavance la centuria, de modo que Feijóo, Mayans y to-dos los demás hacen posible la eclosión de la Ilus-tración madura de tiempos de Carlos III.

En muchos casos, fue la propia Corte la que pro-movió una serie de empresas culturales de enverga-dura: las academias militares (Academia de Mate-máticas de Barcelona o Escuela de Guardiamarinasde Cádiz); relevantes centros de enseñanza superior(Universidad de Cervera, Seminario de Nobles deMadrid); y nuevas instituciones (Real Librería o Bi-blioteca Pública, embrión de la futura Biblioteca Na-cional; Real Capilla o el reconstruido teatro de losCaños del Peral, por el que se introdujo la ópera ita-liana en España). Y si la Inquisición sigue al acechoo si la política cultural manifiesta alguna incoheren-cia o alguna arbitrariedad, tales fenómenos de nin-guna manera son exclusivos del reinado de Felipe V,sino que se manifestaron a todo lo largo del AntiguoRégimen.

Para concluir, puede afirmarse que el reinado deFelipe V inaugura de forma brillante la política refor-mista española. Frente a los historiadores que semostraron partidarios de reducir las grandes realiza-ciones a la segunda mitad de siglo, hay que decirque la apuesta inicial y decidida por el reformismo sedebe al primer Borbón y sus ministros, de talmodo que la madurez del reinado de Car-los III no se hubiera alcanzado sin lassemillas sembradas en esta etapa fun-dacional. La Monarquía de Felipe V–tanto en el terreno de la racionali-zación administrativa, como en el dela orientación de la política interna-cional, el fomento de la economía ola difusión de las Luces– cumpliócon la misión histórica de poner loscimientos y señalar los caminos quehabía de recorrer el reformismo ilustradoen la España del siglo XVIII. n

D O S S I E R

Arriba, anverso y

reverso de un

dinerillo de plata,

acuñado en Castilla

en nombre del

archiduque Carlos.

Derecha, Rafael

Melchor de

Macanaz, uno de los

políticos más

lúcidos del reinado

de Felipe V (Madrid,

Biblioteca Nacional).

Habana) capaces de suministrar barcosen la cantidad y con la calidad exigidaspara la defensa de las costas españolasy americanas y la salvaguarda de las co-municaciones entre la metrópoli y las

colonias ultramarinas. Armados con estos instrumentos (a los que

debe añadirse una diplomacia igualmente re-novada, aunque no en igual medida), la política secentró primero en el ámbito mediterráneo, donde secombatió con desigual fortuna por la reconquista delas provincias perdidas en Italia y por la recuperaciónde las posiciones mantenidas secularmente en elNorte de África frente a las potencias musulmanas.

Sin abandonar el Mediterráneo, los ministros deFelipe V, especialmente desde la asunción de la Pri-mera Secretaría de Estado por Patiño en 1734, di-señaron la estrategia política que (salvo algún pasa-jero eclipse, singularmente en el reinado siguiente)habría de regir las relaciones exteriores de España alo largo del siglo: la defensa de América y la recla-mación de la integridad del territorio peninsular fren-te a Inglaterra, el enemigo declarado.

En ese sentido, los resultados fueron bastante po-sitivos. La política italiana se saldó con la instaura-ción de sendas dinastías borbónicas en los reinos deNápoles y Sicilia, por un lado, y en los ducados deParma, Piacenza y Guastalla, por otro. La devoluciónde Gibraltar y Menorca no pudo conseguirse. La per-severancia de la política atlántica obtuvo la revisiónde las cláusulas comerciales de Utrecht y preservólas Indias frente a la constante presión británica so-bre los puntos fronterizos: se ocupó el territorio deTexas, al norte de Nueva España; se construyó elfuerte yucateco de San Felipe de Bacalar para prote-ger a los cortadores de palo campeche en Centroa-mérica; se fundó Montevideo frente a la colonia deSacramento, en el Río de la Plata; se defendió conéxito Cartagena de Indias durante la Guerra de laPragmática Sanción...

Por otro lado, la política africana se saldó tambiénfavorablemente con el levantamiento del cerco de

Ceuta y la reconquista de Orán, que se había perdi-do en el transcurso de la Guerra de Sucesión. Final-mente, en el Pacífico, se volvió a ocupar la ciudad deZamboanga en la isla filipina de Mindanao y se rea-nudaron desde Manila los contactos con los paísesextremoorientales con la embajada al reino de Siam,al tiempo que los jesuitas se establecían en las islasPalaos, el grupo más occidental de las Carolinas.

Bases para la recuperación económicaEl atraso económico fue otra de las preocupa-

ciones prioritarias de los primeros ministros refor-mistas. Las encuestas de comienzos de reinado(singularmente, las respuestas a la iniciativa deCampoflorido) y las informaciones publicadas porUztáriz y sus seguidores (el marqués de SantaCruz de Marcenado y Bernardo de Ulloa, sobre to-do) fueron la documentación de partida para con-cienciarse de la necesidad de emprender una po-lítica de fomento que, basada en las fórmulas co-nocidas del mercantilismo, permitiese el progresode los distintos sectores de la economía.

Si la atención a la agricultura y la ganadería sehizo más vigilante en los siguientes reinados, laépoca de Felipe V ya llevó a cabo algunas inicia-tivas que habrían de tener continuidad en la se-gunda mitad de siglo: obras públicas, adopción demedidas proteccionistas, fundación de manufac-turas reales (Fábrica de Paños de Guadalajara, deTapices de Santa Bárbara de Madrid, de Vidrio ode Cristales de La Granja), creación de compañí-as privilegiadas de comercio (Compañía Guipuz-coana de Caracas y Compañía de La Habana), fle-xibilización del sistema de flotas y galeones here-dado de tiempos anteriores y, en buena parte,anulado con la autorización de los registros suel-tos a raíz del estallido de la guerra con Inglaterraen 1739...

Naturalmente, no puede decirse que la recupe-ración demográfica y económica, perceptible yaen esta primera mitad de siglo, fuera sólo fruto detales medidas, pero en cambio sí puede afirmarseque la política llevada a cabo por el primer Bor-

58

LA NUEVA PLANTA

C on la rúbrica de Felipe V al RealDecreto de Nueva Planta para Ca-taluña, promulgado en Madrid el

16 de enero de 1716, finalizaba el últimoacto de la Guerra de Sucesión. En virtuddel resultado de dicho enfrentamiento bé-lico y, como ya había ocurrido en 1707 y1715 en Valencia, Aragón y Mallorca –esdecir en los reinos que, junto al Principa-do, habían defendido la opción del candi-dato austracista frente al monarca bor-bón–, los catalanes perdían sus fueros,sus antiguas instituciones y la autonomíade que habían gozado en el anterior en-granaje de la Monarquía Hispánica.

La Nueva Planta suponía un nuevo

ordenamiento político y jurídico paraCataluña, que se acomodaba así al pro-yecto centralizador impulsado por lanueva dinastía. Sus territorios quedabanencomendados al gobierno conjunto deuna Audiencia y de un Capitán General.Se modificaba por completo el sistemade administración municipal, que pasa-ba a depender del nombramiento regio,en el caso de Barcelona, y de la decisiónde la Audiencia, en lo referente a las lo-calidades de menor rango. Se abolieronlos somatenes y se implantó la legisla-ción castellana, excepto en el derechoprivado, prohibiéndose el uso del cata-lán en la administración de justicia.

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

61

D O S S I E R

Abajo, izquierda,

Felipe V se embarca

hacia Italia para

contrarrestar la

amenaza austríaca

contra las

posesiones

españolas (Madrid,

Museo Naval);

derecha, el

archiduque Carlos

representado en un

naipe inglés

(Madrid, Biblioteca

Nacional). Página

derecha, Felipe V a

caballo, con escena

de guerra al fondo;

este retrato

ecuestre, pintado

hacia 1724,

configuró la imagen

oficial del rey, pese

a que está

claramente

idealizado: por

entonces, con

cuarenta años de

edad, había

engordado y

mostraba ya los

primeros signos de

sus depresiones

(por Jean Ranc,

Madrid, Museo del

Prado).

Rosa Mª Alabrús IglesiasProfesora de Historia ModernaUniversidad Autónoma de Barcelona

L A GUERRA DE SUCE-sión constituye el hitomás trascendental dellargo reinado de Felipe V.

Desde la muerte de Carlos II has-ta el mítico 11 de septiembre de1714, en que cayó Barcelona, el úl-timo baluarte austracista, ante las tro-pas borbónicas del mariscal Berwick,transcurrieron catorce años de guerra intermiten-te que implicó a las principales potencias europeasdel momento y que dividió a los españoles entre síen una sangrienta guerra civil. La Guerra de Suce-sión de España fue pionera respecto a las múltiplesguerras de sucesión que se produjeron en Europa alo largo del siglo XVIII (la de Polonia, 1733 a 1738;la de Austria, 1740 a 1748), pero sobre todo fue laprimera guerra civil que afectó a todos los españoles.

Los conflictos por cuestiones suceso-rias hasta entonces sólo habían te-nido alcance regional: recuérdesela Guerra de Sucesión en Casti-lla, de 1475 a 1479.La relevancia de la Guerra de Su-cesión traspasa sus propias fron-teras cronológicas. El foso de se-

paración entre las dos Españas, laaustracista y la borbónica, tardó en

llenarse. El exilio de catalanes, ara-goneses y valencianos posterior a 1714

estuvo vigente hasta 1725, con el primerTratado de Viena, y jamás se superaron las difíci-

les relaciones provocadas por la guerra entre FelipeV y los catalanes. Desde 1714, los efectos políticosgenerados por las Leyes de Nueva Planta marcan unantes y un después en la Historia de España.

Las vueltas de la fortuna¿Cuál fue la trayectoria de la guerra? Tras el tes-

tamento de Carlos II que otorgaba la sucesión de

60

La Guerra de SucesiónMedia Europa se implicó en un conflicto simplificado por lahistoriografía: ni todos los catalanes fueron austracistas, nitodos los castellanos, borbónicos. Es falso que seenfrentaran modernidad contra tradición o burguesía contrafeudalismo. Cataluña luchó por el Archiduque, porque subando le pareció más poderoso y más respetuoso con susleyes y costumbres

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

63

Arriba, el

pretendiente

archiduque Carlos

de Austria. En

octubre de 1711,

dejó España para

hacerse cargo del

trono imperial con

el nombre de Carlos

VI. En Cataluña

permaneció su

esposa, Isabel de

Brunswick, a lo

largo de 1712, pero

aquello fue sólo una

ficción política

cargada de buenas

intenciones

personales. En junio

de 1713, los

austracistas

lograban el acuerdo

de Hospitalet, por el

que los borbónicos

les permitían la

evacuación de sus

tropas y Barcelona

se quedó sola. Abajo,

las tropas

borbónicas de

Vendôme, uno de

cuyos cuerpos era

mandado por

Felipe V, atraviesa el

Po, el 25 de julio de

1702. El rey se

distinguió en la

campaña de Italia

por su actividad y

arrojo (Madrid,

Servicio Geográfico

del Ejército).

una enorme avalancha de exiliados valencianos yaragoneses hacia Cataluña.

Después, ya nada sería igual. Los austracistas lo-graron frenar el avance francés, salvando Gerona(octubre de 1709); consiguieron la legitimaciónpontificia tras no pocas vacilaciones (junio de1709); en apoyo de Cataluña acudió el mariscalStahrenberg; conquistaron Menorca, derrotaron alos franceses en Lille, Malplaquet, Almenara y Za-ragoza (agosto de 1710)... Incluso el rey-archidu-que, recién casado con Isabel de Brunswick, sepermitió el lujo de entrar de nuevo en Madrid, enseptiembre de 1710. Pero sería una ilusión vana:las derrotas austracistas de Brihuega y Villaviciosa,y la muerte de José I, el emperador y hermano deCarlos, cambiaron la situación de política.

Barcelona se queda solaLa apertura de la opción del Imperio para Carlos,

la nueva ofensiva borbónica en Cataluña, con el ase-dio y toma de Gerona (enero de 1711), la progresi-va apatía inglesa en relación con sus compromisosadquiridos (los whigs cayeron en 1710) y la pocacoordinación entre las propias tropas austracistasmarcarían decisivamente el declive. En octubre de1711, Carlos dejó España y fue nombrado empera-dor con el nombre de Carlos VI. Desde ese momen-to hasta el 11 de septiembre de 1714, cuanto ocu-rrió era previsible. El Tratado de Utrecht demostróque, una vez satisfechos los intereses económicosque la habían introducido en la guerra, el apoyo deInglaterra al bloque austracista ya no tenía sentido(la publicística austracista posterior a Utrecht y

Rastatt recrimina a los inglesessu conducta así como su aproxi-mación a Francia).

La regencia de Isabel deBrunswick en Cataluña a lo lar-go de 1712 fue una ficción po-lítica cargada de buenas inten-ciones personales. En junio de1713, los austracistas lograbanel acuerdo de Hospitalet, por elque los borbónicos les permití-an la evacuación de sus tropas.Ante estos hechos, los catala-nes se dividieron entre los parti-darios de la entrega honrosa dela sitiada Barcelona y los de laresistencia épica. No sólo hací-an reproches a Inglaterra sinotambién al Emperador, cuya ac-titud en aquellos momentos fuede gran ambigüedad. A Cataluña no se le dejó otraopción que la resistencia a ultranza.

La obsesión anticatalana de Felipe V está bienprobada; incluso Luis XIV había escrito varias vecesa su nieto, a partir de agosto de 1713, manifestán-dose partidario del bloqueo de Barcelona y contra-rio a un asedio; todavía en julio de 1714 le dictóesta recomendaciones: “Estoy muy lejos de propo-neros que les devolváis sus privilegios, pero conce-dedles su vida y todos los bienes que les pertenez-can, tratadles como a súbditos a los cuales estáisobligados a conservar y de quienes sois padre y aquienes no debéis destruir”. Ni siquiera estas inte-

D O S S I E R

Principales líneas

de las campañas

españolas de la

Guerra de Sucesión

(por Enrique

Ortega).

España al duque de Anjou –Felipe V–, se produjocomo reacción la Gran Alianza de La Haya (1702)que integraría en el bloque de los austracistas, par-tidarios de la candidatura del Archiduque Carlos, aInglaterra, Holanda y Austria. Portugal y Saboya sesumaron al bloque aliado más tarde. La guerra enla Península Ibérica propiamente dicha no comen-zaría hasta abril de 1704 y el punto de partida fuela presencia del archiduque Carlos en Lisboa, don-de previamente estuvo conspirando Jorge de Hesse-Darmstadt, ex virrey de Cataluña y hombre clave en

el proceso de confrontación bélica entre austra-cistas y borbónicos. El manifiesto de Évora

a favor de Carlos desató la declaraciónde guerra, con la invasión inmediata

de Portugal por parte de Felipe V.Después, la reacción estratégica deCarlos fue abrir un frente militar enCataluña. Jorge de Darmstadt in-tentó un primer asalto a Barcelona,que fracasó en mayo de 1705. An-te la situación, los austracistas

abrieron otro frente alternativo: elandaluz. Allí, la primera iniciativa fue

la conquista de Gibraltar.Pese a las discrepancias dentro del bloque

austracista, la guerra se deslizó hacia el frente ca-talán. La revuelta de los llamados vigatans en Ca-taluña preparó el terreno para la firma del Tratadode Génova entre los catalanes e Inglaterra (junio de1705), que sirvió de pórtico al sitio de Barcelonaque finalmente terminó con la victoria austracistade octubre de 1705, aunque también con la muer-te de Darmstadt. A partir de este momento, la gue-rra cambió de dimensión. El Archiduque ejerció enCataluña de rey con el nombre de Carlos III y elaustracismo se consolidó en todo el Principado, apesar de un intento de reconquista de Barcelonapor Felipe V, en abril de 1706.

Los años más optimistas para Carlos fueron1705 y 1706, hasta el punto de que en diciembrede este último lanzó una ofensiva desde Portugalpara conquistar Madrid, lo que logró en junio de1707. Paralelamente, los franceses fueron asimis-mo derrotados en Ramilliers y se producía la rendi-ción de Amberes, Ostende y Turín.

Pero en abril de 1707 se produjo la derrota aus-tracista en Almansa; sería una derrota catastróficaque supuso más de 10.000 prisioneros y otros tan-tos muertos. La inversión de la situación fue total.Felipe V tomó Lérida (noviembre de 1707) y supri-mió los fueros de Aragón y Valencia, lo que originó

• L a G u e r r a e n E S P A Ñ A •1 7 0 1 - 1 7 1 4

F R A N C I A

P O R T U G A L

MADRID

SANTANDER

LA CORUÑA

BURGOS

VALLADOLID

VITORIA

TOLEDO

LISBOA

VALENCIA

BARCELONA11 septiembre 1714

GERONA1711

ZARAGOZA1710

TARRAGONA

LÉRIDA

PALMA

MENORCABrit. 1708

BILBAO

SALAMANCA1706

CIUDAD REALBADAJOZ

SEVILLA

CÁDIZ

MÁLAGA

GRANADA

ALMANSA1707

VIGO VICH 1705

ALMENARA 1710

BRIHUEGA1710

TORTOSAVILLAVICIOSA

1710

CARTAGENA

CIUDAD RODRIGO1706

GIBRALTARBrit. 1704

MARBELLA 1705

DENIA IBIZA

BatallasAsediosOfensivas borbónicasTraslados de la Corte de Felipe VOfensivas austracistas

MAHÓN

SAN FELIPE(JÁTIVA)

G a l w a y

B e r w i c k

Du

q ue d

e

Or l

e á ns

C a m p a ñ a d eI t a l i a1 7 0 2

H u n d i m i e n t o d e l a f l o t a

d e I n d i a s1 7 0 2

A t a q u e a n g l o - h o l a n d é sa C á d i z

1 7 0 2

V i ll a

d a r i as

S t a r h e n b e r g

F e l i p e V

F e l i p e V

No

va

ille

s

B e r wi c k

62

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

ENRIQUE ORTEGA

65

Arriba, duque de

Marlborough (el

famoso Mambrú sefue a la guerra...),

el mejor general al

servicio del Imperio

durante la Guerra

de Sucesión

española (Madrid,

Biblioteca

Nacional). Abajo,

Felipe V entrega en

Toisón de oro al

duque de Berwick,

vencedor en la

batalla de Almansa,

que cambió el curso

de la guerra (por

Jean-Auguste-

Dominique Ingres,

Madrid, colección

Duques de Alba).

“si el rey llegaba a su corte, por el Betis y el Tajo,afirmaría su trono; pero si lo hacía por el Ebro y elSegre no podría permanecer en él”.

¿Castilla frente a Cataluña?La animadversión entre castellanos y catalanes

estuvo siempre presente en la publicística de la gue-rra, pero hasta en los momentos de mayor exaltación(1705-06), el discurso austracista catalán no rompiócon España. Sólo en el momento final (1713-14),después de la partida del Emperador hacia Viena, lafirma de Utrecht y el consiguiente vacío institucionalse planteó la opción de un reino o repúblicaindependiente de Cataluña bajo la protec-ción de Austria.

Conviene, en cualquier caso, insistir queel austracismo de la Corona no fue en modoalguno unánime y, además, fue tardío. Losalineamientos en el felipismo o austracismode las ciudades catalanas obedecen a facto-res aleatorios, en muchos casos. Josep MªTorras Ribé ha subrayado que “los diversosmunicipios eran compartimentos estancosque actuaban de una manera absolutamen-te autóctona”. Cervera fue felipista porquesus rivales Anglesola, Guissona y Agramuntse proyectaron hacia el otro bando; Berga,por oposición a Cardona; Manlleu y Monzónse inclinaron por el Archiduque... El localis-mo fue una realidad indiscutible.

La movilidad en la fidelidad de las ciuda-des resultó, también, evidente. El comporta-miento resistente final de Barcelona, Solso-na, Cardona o Sabadell tiene poco que vercon el de ciudades como Lérida, Gerona e

incluso Vic. Hay una Cataluña austracista yuna Cataluña felipista (Cervera, Borja, Man-lleu, Ripoll, Centelles), pero también hayuna Cataluña indefinida. Hasta 1705, loque estaba en juego no era la alternati-va libertades-absolutismo; sólo a partirde 1713-14 puede vincularse el aus-tracismo a las expresiones radicales dedefensa de la tierra y de la patria cata-lana (Núria Sales).

En los primeros años de su reinado,Felipe V tuvo poca oposición en Cataluña.Sólo se constata un ferviente constitucio-nalismo receloso ante cualquier transgresiónque pudiera suponer el cambio dinástico. Has-ta 1703, no empieza a sublimarse el nombre deCarlos III, muy al hilo del desarrollo internacional delconflicto, y sólo a partir de 1704, con la goberna-ción de Velasco, se apostó decididamente por la can-didatura de Carlos. Pasados los años de gloria(1705-06), las grietas comenzaron a ensancharsedentro del austracismo catalán.

Modernidad y tradiciónLa bipolarización de las dos Españas –Castilla

versus Corona de Aragón– debe, pues, matizarse.Tampoco parecen adecuados los análisis que inci-den en la dualidad entre la modernidad y la tradi-ción. La nobleza castellana, muy opuesta a las di-rectrices reformistas de raíz francesa que traía Fe-lipe V, apostó, sin embargo, mayoritariamente a fa-vor del de Anjou. En Aragón y Cataluña, la noblezafue en su mayor parte austracista, pero en Valenciafue proborbónica. El rey-archiduque promovió unapolítica de ennoblecimientos que generó una esca-lada de advenedizos que, a la postre, provocarían ladecepción en la vieja nobleza aferrada a su origen.

El clero se dividió también. La modernidad delgalicanismo borbónico sentó mal al alto clero y, dehecho, Clemente XI en 1709 se definió a favor de

D O S S I E R

LOS CRONISTAS

L a importancia histórica que tuvo la guerra es pues, in-discutible. Lo discutible es la valoración de las razo-nes de unos y otros contendientes. Las fuentes son,

obviamente, parciales. Las grandes crónicas felipistas de laguerra fueron las obras de Vicente Bacallar, marqués deSan Felipe (editada en Génova en 1725), Nicolás Belando(1740), el conde de Robres (no se editaría hasta 1882) yJosé Miñana (1752). Los autores austracistas principalesson Narcís Feliu de la Peña, con sus Anales (1709), y Fran-cisco de Castellví, con sus Narraciones Históricas (en pro-ceso de edición a cargo de la Fundación Elías de Tejada).La visión de la guerra es muy distinta en función del mira-dor en el que nos situemos. La polarización no está exenta,en cualquier caso, de matices. Las fuentes borbónicas noson iguales en su grado de felipismo. La obra de Bacallar,incluso, fue retirada por orden explícita del rey Felipe V yla crónica de Belando chocaría con la Inquisición. TambiénFeliu y Castellví representan dos posiciones distintas dentrodel austracismo. El primero representa al austracismo his-tórico, con un proyecto económico definido; el segundo,que escribe desde su exilio de Viena, manifiesta más volun-tad de halagar a Carlos VI, antes archiduque Carlos, que deexpresar las reivindicaciones catalanas.

Arriba, el duque de

Orleáns asalta

Lérida en 1707.

Abajo, cabecera de

un pliego de coplas

dedicadas en

Barcelona al

archiduque Carlos:

“Memorables

aplausos que la

nación catalana

dedica a su rey

Carlos III (que Dios

guarde). Viva la casa

de Austria.

Barcelona ya ha

levantado el

Somatent contra

Felipe, diciéndole

que regrese a

Francia, puesto que

ya no cabe

esperanza de que le

lleguen refuerzos.

Velazquillo,

gitanillo, ya puedes

volver a Cádiz, si no

quieres que en

Cataluña, toda la

gente, enfurecida, te

acabe de matar”

(Barcelona, Arxiu

Històric de la

Ciutat).

ligentes recomendaciones de su poderoso abuelolograron convencer al obstinado Felipe.

Lecciones de la guerraDe la Guerra de Sucesión y de sus consecuen-

cias cabe extraer varias lecciones. La primera esque fue una contienda contemporánea en el senti-do de que enterró los criterios caballerescos de lasguerras del siglo XVI y la ideología religiosa del Ba-rroco. Fue una guerra de intereses coyunturales yestos determinaron su trayectoria. Como ha recor-dado Henry Kamen, si Cataluña apostó por el reyaustria, contradiciendo lo que había hecho en1640, fue –aparte de la defensa de sus Constitu-ciones– porque creyó que el bloque aliado era másfuerte militarmente que el borbónico y pensó quelos intereses británicos podían coincidir con los su-yos a la hora de romper el monopolio castellano enel comercio americano. Sin duda, influyeron tam-bién en la configuración del austracismo catalánlas torpezas del virrey Velasco y la poca mano iz-quierda del propio Felipe.

La más significativa experiencia de la guerra laobtuvo el campesino ampurdanés Sebastià Casano-vas: “En caso de que en algún tiempo hubiese al-gunas guerras que de ninguna de las maneras seaficionen con un rey ni con otro sino que hagan co-mo las matas son para los ríos, que cuando vienemucho agua se doblan y la dejan pasar y despuésse tornan a alzar cuando el agua es pasada; pero noaficionarse con ninguno que de otra manera les su-cedería mucho mal y se pondrían en contingenciade perderse ellos y todos sus bienes”.

La segunda lección que debe extraerse de la gue-rra es su complejidad. Se ha simplificado demasiadodiciendo que la guerra fue la confrontación entre la

Corona de Castilla, borbónica, y la de Aragón,austracista. Aunque el austracismo fue li-

mitado en la Corona de Castilla, las re-cientes investigaciones de V. Leónapuntan hacia una proyección de és-te fuera de los territorios de la Coro-na de Aragón mayor de lo que has-ta ahora se había pensado. Los austracistas castellanos fue-ron, en general, aristócratas des-

contentos con el nuevo gobierno “almodo de Francia”; es decir, contra-

rios a la influencia francesa en las de-cisiones de gobierno y al progresivo des-

plazamiento del Consejo de Estado, bastión

de la aristocracia. Sonada fue la deserción del al-mirante de Castilla, que en 1703 abandonó la cor-te de Felipe V para reunirse con la del Archiduqueen Lisboa. En 1705, el conde de Cifuentes estuvoreuniendo partidarios en Aragón. Henry Kamen su-pone que las abrumadoras deudas de ambos mag-nates influyeron en tal opción.

Pero la gran mayoría de súbditos de la Corona deCastilla que se unieron al Archiduque lo hicierondurante la ocupación de Madrid por las tropas alia-das. Algunos habían tenido, durante el reinado deCarlos II, una opinión favorable al austriaco, casodel conde de Oropesa. Otros, en cambio, habían lu-chado por el duque de Anjou, al que ahora aban-donaban, como el cardenal Portocarrero, arzobispode Toledo, o Antonio de Ulloa, que había sido se-cretario de despacho del primer Borbón.

Resulta dramática la situación de la reina viudade Carlos II, Mariana de Neoburgo, que vivía en To-ledo, apartada de la Corte. El manifestar fidelidada su sobrino el Archiduque le costó el confina-miento en el Sur de Francia, donde permaneciótreinta años. Algunos nobles que se incorporarontarde al austracismo, como el duque de Medinace-li o el marqués de Leganés, murieron en prisión.

La Corona de Aragón fue mayoritariamente aus-tracista. El conde de Aguilar, aristócrata castellanoque presidía el Consejo de Aragón, anunció en eldecisivo Consejo de Estado que debatió, en 1700,el testamento regio a favor de la casa de Borbón,que una decisión tomada en Castilla no sería acep-tada en Aragón. La misma idea tenía el almirantede Castilla. Para decirlo con sus propias palabras:

64

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

67

Felipe V, con

atuendo de cazador,

a los 29 años (por

Miguel Jacinto

Meléndez, Madrid,

Museo Cerralbo).

Gloria A. Franco RubioProfesora Titular de Historia ModernaUniversidad Complutense

F ELIPE V CONTRAJO MATRIMONIO EN DOSocasiones. Sus esposas fueron mujeresbien distintas, pero coincidieron en unpunto: ambas antepusieron la voluntad

real sobre cualquier otro objetivo, sacrificando suspropias necesidades y deseos y adaptando su per-sonalidad a la complicada psicología del monarca.Con ambas, y con los hijos que le proporcionaron,formó un agradable entorno familiar y logró unacompenetración conyugal en la que era corriente elintercambio de opiniones, incluidas las de carácterpolítico; sobrevivió a la primera, dejando viuda a lasegunda tras largos años de matrimonio.

Aunque oriundas de pequeños Estados italianos,de escaso relieve en la escena internacional y a pe-sar de los momentos de tensión y guerra que les to-có vivir en España, las dos actuaron como reinas deuna monarquía poderosa, ejerciendo el poder y par-ticipando en el gobierno junto a su esposo, o en sunombre, como regente o gobernadora.

Su primera esposa fue María Luisa Gabriela deSaboya, con apenas trece años, cuya dulzura y afa-bilidad pronto conquistaría a los españoles, ganán-dose rápidamente la confianza del rey. Hija del Du-que de Saboya y hermana de María Adelaida, la es-posa del Delfín francés, había nacido en Turín el 16de septiembre de 1688. El matrimonio había sidoconcertado por la diplomacia francesa siguiendolos planes de Luis XIV para su nieto y su reino. Fueuna boda por poderes celebrada majestuosamenteen Turín, como correspondía a la mujer que iba aconvertirse en reina de la monarquía española.

A su llegada a España, por deseo expreso de LuisXIV, fue sometida a la tutela de la Princesa de los Ur-

sinos, quien se encargaría de asesorarla en el papelque iba a desempeñar y con la que acabaría compe-netrándose, sintiendo hacia ella un gran afecto. Losprimeros días de su matrimonio transcurrieron enBarcelona, que entonces era un hervidero de conspi-raciones –a favor del archiduque Carlos, rival de Fe-lipe V– y de antipatía popular contra los francesespor parte de la población. Las inquietantes noticiasllegadas del extranjero y el deseo de Felipe de viajara Italia para conocer a sus súbditos provocaron la sa-lida del rey, dejando a María Luisa como Regente deEspaña y Lugarteniente de Aragón.

En abril de 1701, con solo catorce años, tuvoque hacerse cargo del gobierno de un país que muypronto entraría en guerra. De Barcelona viajó a Za-ragoza, asistiendo a las Cortes y produciendo unagrata impresión en los aragoneses, que le ofrecerí-an un donativo de cien mil pesos, que ella aceptópara enviárselo al rey y con ello sufragar los gastosde la guerra. A finales de mayo, se trasladó a Ma-

Dos mujerespara un rey

D O S S I E R

Tuvo suerte Felipe V ensus matrimonios: MaríaLuisa Gabriela de Saboyafue una reina discreta,resuelta, firme ygenerosa; IsabelFarnesio, una mujerentregada a su marido ehijos, y una granmecenas, que se trajo aEspaña a los artistas másdistinguidos de la época

Isabel Cristina de

Brunswick, recibida

en Barcelona por su

esposo, el

archiduque Carlos,

el 28 de julio de

1708 (grabado

austriaco

contemporáneo,

por Paulus Decker,

Barcelona, Arxiu

Històric de la

Ciutat).

Carlos. Sin embargo, en Castilla, los felipistas con-taron con el apoyo de los jesuitas, de algunos obis-pos como el de Santiago y el de Murcia y de la ma-yor parte de los párrocos que, en contraste con elclero regular, fueron proborbónicos.

En Cataluña, la actitud del clero fue más comple-ja. Inicialmente fue felipista –aunque los francesessiempre vieron con recelo las posiciones del clero ca-talán–; de hecho, todas las sedes episcopales fueroncontroladas por Felipe V, salvo las de Barcelona ySolsona. A partir de 1705, la situación cambió: lapresión del bajo clero fue radical y quedaron vacan-tes casi todas las diócesis catalanas y la mayor par-te de las abadías y monasterios.

Por otro lado, la posición pontificia dividió al altoclero: Spínola, nuevo nuncio, llegó a Cataluña en1711, cuando el rey Carlos estaba a punto de mar-charse. La Junta eclesiástica establecida por Carlosseguía una política regalista similar a la de Felipe,que toparía con los intereses de los canónigos –cuyapretensión era monopolizar las rentas de las sedesvacantes– y de los frailes, que asimismo deseabanlas abadías vacantes. Carlos nombró a dos obispos–de Vic y Tarragona– pero su único hombre de con-fianza entre el alto clero fue el obispo de Solsona,Francesc d’Orda. En el momento de la resistencia

final de Barcelona al asalto borbónico, el Bra-zo Eclesiástico se inhibió, negándose a

dar su apoyo a la decisión final de opo-nerse al ejército invasor. En cambio,el bajo clero y algunas órdenes reli-giosas dominicos y mercedariosprincipalmente, seguidos de algu-nos carmelitas y agustinos, colabo-raron y alentaron al pueblo en la de-fensa a ultranza de Barcelona.

La dicotomía entre el alto y el bajoclero fue radical y el felipismo del

primero tendió a confrontarse con elaustracismo del segundo. El radicalismo

social del bajo clero se proyectó en contra del po-der, fuese cual fuese la dinastía que los represen-tase en cada momento y lugar. Las acusacionesde herejía fueron mutuas entre los dos bandos ysirvieron como ejercicio de contraposición ideoló-gica constante entre ambos contendientes.

Detonante socialRespecto a la burguesía, es tendenciosa la ima-

gen que muchas veces se ha dado de un austracis-mo burgués frente a felipismo feudal y tampoco esconvincente la imagen contraria. Esto es, la creenciade que el austracismo estaría vinculado a los secto-res económicos partidarios de la promoción de teji-dos importados de Inglaterra, mientras que los bor-bónicos serían los reivindicadores de la produccióntextil autóctona. Parece que la burguesía austracistacatalana jugó a favor de los intereses comercialesangloholandeses, que intentaron romper el monopo-lio andaluz del comercio atlántico. Pero la divisiónde grupos de presión fue evidente: dentro de estaburguesía se enfrentaron Barcelona con Mataró y laLonja de Mercaderes con el Consejo de Ciento.

Lo único que la publicística de la guerra eviden-cia es el debate sobre quién –Francia o Inglaterra–había de controlar la economía de España, Cataluñay las Indias. La contienda, con su terrible desgaste,frustró en cualquier caso las expectativas atlantistasde la burguesía comercial catalana.

Parece que el pueblo castellano fue muy felipista.La reina María Luisa escribirá a Madame de Mainte-non que “se ha visto perfectamente en esta ocasiónque después de Dios es el pueblo a quien debemosla Corona... no podemos contar mas que con ellos,pero gracias a Dios lo hacen todo”. El pueblo cata-lán, por el contrario, fue austracista beligerante, conespecial intensidad en los momentos de radicalismode 1713-1714.

La Guerra de Sucesión fue, en definitiva, el grandetonante que pondría en evidencia la temperaturainterior de las diversas clases sociales y obligó a to-dos a definirse y alinearse.

En conclusión, con el nuevo siglo que se abría en1701, empezaba otra época, otro régimen político,otra dinastía, otro sistema de valores. Aquella dia-léctica centro-periferia de los Austrias, basada en elprincipio de la heterogeneidad estructural, dio pasoa la uniformidad del modelo borbónico. Los proble-mas de identidad se aparcaron en beneficio del fun-cionalismo más pragmático. La política fue devoradapor la economía en el marco de una monarquía sinlastres imperiales, que caminó por la senda del Des-potismo más o menos Ilustrado. Pero las hipotecasde la Guerra de Sucesión siguieron pesando; las he-ridas generadas por las Leyes de Nueva Planta no secerraron, y la tentación de mirar atrás nunca pudoser plenamente controlada.

La batalla de la tradición y la modernidad en apa-riencia fue ganada por los Borbones, pero, ¿la mo-dernidad representada por los Borbones fue la mejorde las posibles alternativas a los retos históricos de1700? y ¿la uniformidad impuesta ha podido ente-rrar la original invertebración hispánica? n

66

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

69

Arriba, retrato de

Felipe V, pintado al

pastel en 1721 por

su esposa, Isabel

Farnesio, que se

había formado

pictóricamente en

las clases de Pietro

Antonio Avanzini

(Real Sitio de La

Granja de San

Ildefonso).

Izquierda, Isabel

Farnesio, con un

libro en la mano, en

el que aparece un

retrato de Felipe V;

es el grabado de

Pierre Drevet,

hecho a partir del

retrato que Rigaud

hizo del rey antes

de que saliera de

Francia para ocupar

el trono (por Miguel

Jacinto Meléndez,

Madrid, Biblioteca

Nacional).

buscaba otros entretenimientos que pudieran mitigarsus períodos de melancolía. Ni siquiera cuando Feli-pe V decidió abdicar en su hijo Luis, apartándose delpoder, ella osaría discutir tal decisión o llevarle lacontraria, a pesar del riesgo que podía acarrear en elfuturo de su numerosa prole.

Isabel, hija de Eduardo Farnesio, Duque deParma, y de Sofía de Neoburgo, había nacido enParma el 25 de octubre de 1692, recibiendo unaesmerada educación en la que se incluía el domi-nio de varios idiomas –latín, francés, toscano–,estudios de Gramática, Retórica, Geografía e His-toria, conocimientos de baile, música e interpre-tación –tocaba el clavicordio-, y lecciones de pin-tura a cargo del pintor P. Avanzini, mostrándoseuna alumna aventajada y realizando a los onceaños su primer cuadro, una Virgen con el Niño.

De la corte familiar, tan aficionada al arte, lamúsica y el teatro, heredó el gusto por el mecenaz-go y el coleccionismo, lo que le llevaría a transfor-mar las residencias reales –sobre todo, el palacio

de La Granja– en verdade-ros museos, y a convertirseen una de las mayores pro-pietarias de objetos artísti-cos en toda España.

El matrimonio de FelipeV con Isabel Farnesio nofue negociado por Luis XIV,como había ocurrido con elanterior. Fue Felipe V, sincontar con su abuelo, quienencargó a la Princesa de losUrsinos la búsqueda denueva esposa y ésta se dejóconvencer por el abate Al-beroni de que la princesaparmesana, de veintidósaños, era la candidata másidónea, a la que definió co-mo “princesa sumisa, obe-diente, sin deseos de man-do, a la que no le gustamezclarse en los negociosde la nación ni en las intri-gas que rodean a un trono”.

Su enfrentamiento con la Princesa de los Ursinosy la camarilla francesa provocó comentarios bien dis-tintos. El duque de Saint-Simon, embajador de Fran-cia, escribió: “¡Cuántos defectos reunidos! Sin ta-lento, sin discernimiento, vana sin dignidad, avarasin economía, disipadora sin liberalidad, falta sin su-tileza, embustera antes que reservada, violenta sinvalor, débil sin bondad, miedosa sin prudencia, sinningún talento, a excepción del de imitar sin graciaa las gentes; su risa aflige, sus relatos aburren, susbromas matan; implacable en el odio, celosa e in-grata en la amistad que nunca ha conocido; insacia-ble en sus deseos, ciega en sus intereses e incapazde aprovechar siquiera la propia experiencia”.

Lo que diga la ReinaEn su viaje a España, a través de Francia, Isabel

se entrevistó con su tía, la reina viuda Mariana deNeoburgo, con la que mantendría a partir de enton-ces una continua correspondencia, eligiéndola como

D O S S I E R

LAS DOS REINAS, VISTAS POR SUS CONTEMPORÁNEOS

M aría Luisa de Saboya “era de ta-lla pequeña pero había en todaella una elegancia notable. Su

fisonomía conservó largo tiempo unaexpresión infantil pero muy diligente, enuna agradable muestra de ingenuidad yde gracia pueril. La condesa de Creveco-eur, en sus Memorias, dijo de ella: nopuede decirse que es bella, ni ponderarla regularidad de sus facciones o la per-fección de sus miembros (pero) cuandohabla, anímase como por encanto y des-cubre nuevos méritos. Su extraordinaria

juventud, su aire franco, el timbre sim-pático de su voz, su carácter firme y re-suelto, todo agrada a primera vista y jus-tifica las alabanzas de que está siendoobjeto” (Comentarios de la Marquesade La Rocca).

El embajador duque de Saint-Si-mon escribía acerca de María Luisa deSaboya: “sus gracias, su presencia deespíritu, la precisión y la cortesía desus breves respuestas, su discreción,causaron sorpresa en una princesa desu edad e infundieron grandes espe-

ranzas a la Princesa de los Ursinos”.Felipe V fue, también, afortunado

con su segunda esposa: ”La reina con-tinuamente halaga al monarca en suamor propio, exaltando el mérito de supersona. Se esmera en complacer alRey, no le contradice nunca y apruebasiempre lo que él indica... atrayéndoloinsensiblemente y como por magia a larealización de su voluntad, como si es-ta fuera la suya propia”. (Marqués deTorcy, acerca de las relaciones de Isa-bel Farnesio con su marido).

Arriba, María Luisa

Gabriela de Saboya,

primera esposa de

Felipe V. “No puede

decirse que es bella,

ni ponderar la

regularidad de sus

facciones o la

perfección de sus

miembros (pero)

cuando habla,

anímase como por

encanto y descubre

nuevos méritos. Su

extraordinaria

juventud, su aire

franco, el timbre

simpático de su voz,

su carácter firme y

resuelto, todo

agrada a primera

vista y justifica las

alabanzas de que

está siendo objeto”

(grabado, Madrid,

Biblioteca

Nacional). Abajo,

Luis I, en 1717, con

diez años de edad

(por Michel-Ange

Houasse, Madrid,

Museo del Prado).

Era hijo de María

Luisa Gabriela de

Saboya; Felipe V

abdicó en él, en

1724, cuando

contaba 17 años de

edad, pero falleció

medio año después.

Sus relaciones con

su madrastra, Isabel

Farnesio, fueron

excelentes.

drid para asumir las tareas gubernativas que se lehabían encomendado.

Desde entonces se dedicaría plenamente a dos ta-reas: participar en la Junta de Regencia atendiendolos asuntos del gobierno y asistir a las funciones re-ligiosas, a las que muy pronto añadió una tercera, sa-lir al balcón del Alcázar para proporcionar noticias alos madrileños sobre el curso de la guerra. El mo-mento más amargo que entonces le tocó vivir fue elasedio de la ciudad de Cádiz por los ingleses, y parapoder resistirlo no dudó en ofrecer sus propios bie-nes para la compra de armamento, lo que le ganó lasimpatía popular.

Cuando volvió el rey, en enero de 1703, encontróno una niña sino una mujer capaz de desempeñar laRegencia en unas condiciones adversas, de las que,no obstante, había salido airosa. Desde aquel mo-mento toda su atención se centró en su marido –alque nunca dejaría de escuchar y aconsejar– y, pocodespués, en sus hijos.

Más tarde viviría momentos especialmente delica-dos, causados por la contienda. Con el Go-

bierno y la corte, hubo de abandonar dosveces Madrid ante el avance triunfal de

las tropas enemigas. En la primeraocasión, el 1 de junio de 1706, Ma-ría Luisa tuvo que afrontar los he-chos ella sola, ya que Felipe se ha-llaba en Pamplona: abandonó Ma-drid y se trasladó a Burgos, de don-de no regresarían hasta primeros de

octubre. En 1710, la segunda entra-da de los austracistas en Madrid, le

exigió una nueva retirada, con su mari-do y su hijo Luis, dirigiéndose todos a Va-

lladolid, donde permanecerían varios meses. Otravez se granjeó el fervor popular borbónico, al ofrecersus bienes personales a la Hacienda Pública para ha-cer posible la reconquista de la capital.

En agosto de 1707, la reina había tenido a Luis,el primogénito; en julio de 1712, a Felipe y un añomás tarde, a Fernando. María Luisa Gabriela de Sa-boya murió pocos meses después, cuando solo tenía26 años. Su matrimonio precoz y los dos últimos em-barazos, tan seguidos, vinieron a deteriorar una saludque nunca había sido muy buena. El tercer parto yun prolongado padecimiento de escrófulas en la ca-ra y el cuello mermaron su resistencia y, a pesar delos esfuerzos médicos –el famoso Helvetius se tras-ladó a Madrid para visitarla–, no pudo hacerse nada,falleciendo el 14 de febrero de 1714.

Mala prensaA diferencia de la buena imagen transmitida por

los testimonios de los contemporáneos sobre MaríaLuisa, los comentarios de la época y la historiografíaexistente siempre han insistido en resaltar de IsabelFarnesio, la segunda esposa de Felipe V, toda una se-rie de aspectos negativos, como su capacidad de in-triga, su exagerada ambición o su absoluta domina-ción de la voluntad del rey, sin recordar que, al mis-mo tiempo, tuvo que plegarse a los numerosos ca-prichos y deseos de su marido, afanándose por ha-cerle la vida agradable y compartir sus aficiones. Poreso, le acompañaba a cazar –despertando la admira-ción de los presentes por su puntería y destreza en elmanejo de las armas– incluso estando embarazada,le preparaba constantes audiciones musicales, o le

68

LA AVENTURA DE LA HISTORIA ON-LINE

Arriba, Felipe V,

hacia 1721 (busto

esculpido en

mármol por René

Frémin, Madrid,

Palacio Real). Abajo,

Isabel Farnesio con

su primogénito,

Carlos, en brazos,

1716-17 (por Miguel

Jacinto Meléndez,

Córdoba, Palacio de

Viana).

madrina de su primogénito y convirtiéndose a sumuerte en heredera universal (gracias a la mediaciónde su sobrina, la viuda de Carlos II pudo vivir en Es-paña los últimos años de su vida, 1738-40). Fue,precisamente, Mariana de Neoburgo quien la predis-puso en contra de la Princesa de los Ursinos, al aler-tarla sobre la influencia que ejercía sobre su marido.Desde el primer encuentro con Felipe –al que noocultó su independencia de criterio con la expulsiónde la Ursinos– se adaptaría a sus intereses, manías ydeseos y no se separaría de él en ningún momento.

Le acompañaba a todas partes, incluso a las reu-niones de los Consejos, lo que provocó una absolu-ta dependencia del monarca que siempre la escu-chaba y consultaba. Su fuerte carácter y su in-fluencia sobre Felipe V hicieron de ella una mujerpoderosa a la que se temía y respetaba, sobre todocuando el monarca atravesaba períodos de abulia yella tenía que mantener el ejercicio del poder en lamás pura tradición del absolutismo. Su injerenciaen los asuntos gubernamentales, en materia de po-lítica interior o internacional, le proporcionó gran-des satisfacciones, como la posesión de territoriospara sus hijos y matrimonios muy ventajosos parasus hijas.

En cuanto a los hijos de su marido, parece quesimpatizó sobre todo con Luis, al que apoyaríasiempre, incluso en sus problemas conyugales, ymuy poco con Fernando. Muy pronto los suyos pro-pios vinieron a desarrollar en ella ese instinto ma-ternal por el que se le ha adjudicado una ambicióndesmedida. Muy unida a ellos durante toda su vida,

mantendría relaciones personales estre-chas con todos, incluso cuando aban-donaron la corte.

La muerte de Felipe V, en 1746, ladejó viuda con cincuenta y cincoaños y dos hijos pequeños, fijandodesde entonces su residenciaen el Palacio de LaGranja y viviendo reti-rada del poder. Regre-só de nuevo en todo suesplendor en 1759,cuando su hijo, el fu-turo Carlos III, la nom-bró Regente de la mo-narquía, en tanto él lle-gaba desde Nápoles. Has-ta su muerte, ocurrida enAranjuez en julio de 1766,Isabel vivió cerca de Carlos, suhijo preferido, al que nunca dejó deamar y aconsejar. Fue enterrada en laColegiata de La Granja, junto a sumarido, en un cenotafio que ella mis-ma ordenó edificar.

Además de su plena dedicación a la familia, Isa-bel tuvo tiempo para dedicarse a otra de sus aficio-nes preferidas: el coleccionismo artístico. Reunióuna valiosa colección con más de novecientos cua-dros, a lo que habría que unir las esculturas de losfondos que habían pertenecido a la Reina Cristinade Suecia, además de numerosas porcelanas, taba-queras, cajas, relojes, abanicos y joyas. Su librería,una de las primeras bibliotecas femeninas de lasque se tiene constancia, tenía veintiún armarioscon más de ocho mil volúmenes, en su mayoría li-bros impresos en francés y español, que versabansobre poesía, teatro, ciencia política, historia, li-bros de viajes, novelas, obras religiosas y de piedady numerosas publicaciones periódicas.

Gracias a ella, se trasladaron a España los mejo-res artistas –arquitectos (Procaccini, Rusca, Bona-vía, Juvarra y Sachetti), pintores (Ranc) y esculto-res– de la época para realizar las magníficas obrasartísticas que caracterizan su reinado. La mismallegada de Farinelli no solo supuso un verdaderobálsamo para la debilitada salud del monarca, sinotambién, el triunfo de la música en la Corte. n

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Para saber másANES, G., El Siglo de las Luces, Madrid, Alianza Editorial, 1994.CALVO POYATO, J., Felipe V, el primer Borbón, Barcelona, Plaza y Janés,1992.FERNÁNDEZ, R., Manual de Historia de España. El siglo XVIII, Madrid, His-toria 16, 1993.KAMEN, H., Felipe V, el rey que reinó dos veces, Madrid, Temas de Hoy,2000.LYNCH, J., Historia de España. El siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 1991.V.V. A.A., El Real Sitio de la Granja de San Ildefonso. Retrato y escena delrey, Patrimonio Nacional, Madrid, 2000.VIDAL SALES, J. A., La vida y la época de Felipe V, Barcelona, Planeta, 1997.

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