la apropiación de espacios a partir de los elementos arqueológicos
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Artículo que teoriza sobre la apropiación que el ser humano hace de su entorno -desde el punto de vista de la fenomenología- creando significados en su producción material.TRANSCRIPT
* Egresado y tesista de la carrera de Arqueología UMSA, Director PAP.
Artículo originalmente publicado en: Memorias de la XXI Reunión Anual de Etnología:
“Etnografía del Estado”, Tomo I, Museo Nacional de Etnografía y Folklore, pp. 83-94. La
Paz.
LA APROPIACIÓN DE ESPACIOS A PARTIR DE LOS ELEMENTOS
ARQUEOLÓGICOS
Significados en las manifestaciones rupestres a través del tiempo
Javier Armando Méncias Bedoya *
INTRODUCCIÓN
El concepto de “espacio” empieza a cobrar importancia desde los años 60 de la mano de la
“nueva” geografía – cuyas ideas cristalizan en nuestra ciencia por parte de la corriente
procesual durante la misma década. Sin embargo, no es hasta los „80s que la concepción
científica del mismo empieza a ser cuestionada de manera sistemática para lograr una
diferenciación con la concepción “humanizada” y cristalizar, finalmente, en la perspectiva
fenomenológica que Tilley (1994) propone en la década de los 90.
A pesar de que la “espacialidad” en arqueología siempre ha sido abordada directa o
indirectamente en investigaciones con distintas temáticas, su enfoque –y la manera en que
ha sido utilizada– varían sustancialmente entre los autores (ibid.). Nuestro medio no es una
excepción, como podemos evidenciar en trabajos de autores como Lémuz (2001), que
aborda la temática desde los patrones de asentamiento arqueológicos.
Aunque el tópico espacial ha sido tratado en diferentes estudios, sobre distintos períodos y
variados materiales arqueológicos, hasta el momento no existen intentos de aplicar esta
clase de conceptos a las manifestaciones de índole rupestre en nuestro medio. Ello ha
resultado en una progresiva descontextualización espacial y significativa de este tipo de
manifestaciones, al grado que los estudios realizados sobre las mismas rozan
peligrosamente la mera descripción.
El presente documento pretende utilizar el concepto de espacio, desde una perspectiva
humanizada, para analizar el caso de un par de hallazgos –si vale el término- reconocidos
durante la etapa de prospección del Proyecto Arqueológico Pumiri (PAP). Creemos que,
dentro de esta perspectiva, el estudio de las manifestaciones rupestres –y su posterior
interpretación– pueden enriquecerse en gran medida siempre que el investigador indague en
los significados de los elementos estudiados –en distintos momentos temporales– y los
apoye con trabajos extensos y sostenidos con la gente que habita los espacios tratados con
el objetivo de lograr una apropiación efectiva, comprometida y personal de los actores
involucrados sin imponerse en el proceso.
Por otra parte, estamos convencidos que la discusión sobre la subjetividad del investigador
en el tema de la creación de significados no debe dejarse de lado, por lo que buscaremos
hacer una reflexión sobre el rol del investigador en la apropiación actual de los elementos
arqueológicos. Después de todo, los espacios y los elementos que albergan se constituyen
en abstracciones dinámicas que sufren constantes cambios y merecen ser revisados en todos
los momentos que ocupan a través del tiempo considerando la incidencia de los mismos en
el momento actual.
EL CONCEPTO DE ESPACIO
Aunque no deseamos entrar en discusión sobre como se ha experimentado y entendido el
mundo en distintos momentos en el tiempo en relación a un elemento o elementos
arqueológicos, creemos importante –acorde con los postulados de Tilley (1994)–
conceptualizar los espacios como medios de acción, producidos socialmente, cuyo
significado es dado por la relación de todos los actores con los lugares y los elementos
arqueológicos que éstos contienen.
Por otra parte, consideramos que la apropiación de los espacios se realiza a partir de la
creación de significados dentro de los mismos. Es así que, tal como los lugares son los
responsables de proveer significación al espacio, los elementos arqueológicos –en su rol de
significantes con significado propio– le dan la esencia significativa al lugar. De igual
manera, todos los actores involucrados son responsables de “significar” a los elementos
arqueológicos desde el momento de su creación hasta su desaparición.
Un ejemplo claro de lo anterior vendría dado por la creación de distintas representaciones
de índole rupestre. Las manifestaciones más conocidas dentro de ésta temática son las
pictografías y petroglifos puesto que ocupan un importante lugar dentro del estudio de las
artes visuales. Sin embargo, existe una gran variedad de manifestaciones arqueológicas que
podrían responder a la etiqueta de “rupestre”, entendido como “en la roca”; dentro de ellas
podemos señalar –entre muchas otras– la estatuaria lítica y la arquitectura rupestre.
LOS HALLAZGOS
En el marco de las investigaciones de campo del PAP –temporada 2007, etapa de
prospección– se identificaron, documentaron y registraron una serie de hallazgos de los
cuales trataremos dos específicamente, puesto que se presentan como interesantes casos de
análisis para nuestra propuesta sobre la “dinámica de apropiación de espacios” a partir de la
creación de significados – además de la subsecuente discusión.
El primer caso nos refiere a un megalito –cuyo código dentro del proyecto es LITOPAP–
que presenta una serie de características llamativas. El segundo caso, a un grupo de dos
cuevas –URR-04 (Unidad de Representación Rupestre-04)– talladas en el afloramiento
rocoso característico de la zona. Cada una presenta una serie de características que las
diferencian y, al mismo tiempo, las relacionan en el marco de la tradición oral de la zona.
Además, se presentan como dos elementos poco comunes dentro de la clásica concepción
que las comunidades tienen sobre el estudio arqueológico – usualmente relacionado a la
cerámica y las estructuras visibles.
El Megalito LITOPAP
Es un bloque de roca ígnea –probablemente andesita marrón claro– desprendido del
afloramiento que se encuentra detrás de él. Las medidas practicadas a la “espalda” del
bloque son exactamente equivalentes con las medidas del “negativo” presentes en el
afloramiento rocoso (Fotografías 1 y 2).
Fotografía 1. “Negativo” del megalito (propia). Fotografía 2. Megalito, el “negativo” se encuentra
en la parte posterior (propia).
Al desprenderse, el bloque habría realizado un giro –por el peso– que habría resultado en
un acomodamiento especial, de forma que presenta el vértice interno de frente y la corteza
mirando hacia el afloramiento rocoso de origen. El “filo” de este bloque, resultante de su
desprendimiento en “V”, ha sido trabajado de forma que asemeja un cuchillo de gran
tamaño con un dentado bastante espaciado (Fotografía 3).
Fotografía 3. Detalle del dentado en LITOPAP
(propia).
Además, su ubicación geográfica permite que el bloque sea observado desde una gran
distancia puesto que es el único dispuesto de esta manera en la zona que comprende la
planicie aluvial contigua al río Pumiri (ver ANEXOS 1).
Las medidas del megalito superan los cuatro metros de altura –medidos desde las puntas
más sobresalientes en ambos extremos– y el metro de ancho. Se observa muy poco material
arqueológico alrededor y aquél presente en superficie puede deberse más a fenómenos
coluviales, debido a la pendiente del material de deposición en el cerro, que a una
deposición o contexto filiables.
La conservación del bloque está en riesgo debido a varios factores. En primer lugar, este
tipo de roca ígnea tiende a exfoliarse (el bloque mismo es resultado de este proceso).
Además, se encuentra a la intemperie, lo que permite que tanto factores hídricos como
eólicos resulten en un constante proceso de meteorización. Finalmente, la lluvia es la
responsable de acumular agua –humedad– en las cavidades de la roca lo que,
invariablemente, resulta en exfoliaciones por efectos criogénicos o por el desarrollo de
microorganismos y plantas.
Etnográficamente, tanto los actuales habitantes del complejo arqueológico –la familia
Flores– como los “vecinos” de zonas aledañas al mismo señalan que: “esta roca siempre
estuvo así (y que) los abuelos nos contaban que era misteriosa porque ni siquiera sus
abuelos podían decir desde cuando estuvo ahí” (Corsino Flores, comunicación personal
2007). Sumado a esto, parecen creer que el dentado del bloque es puramente natural.
Las cuevas URR-04
Se trata de un par de cuevas que se encuentran en un farallón de 40 metros a orillas del río
Pumiri en el margen Este (ver ANEXOS 1). Estas cuevas se encuentran dispuestas una más
arriba que la otra, a una distancia de 20 metros, y han sido labradas en el afloramiento
rocoso (Fotografía 4). Las huellas de los instrumentos utilizados en su trabajo se observan
en las paredes (Fotografía 5).
Fotografía 5. Detalle del labrado en la cueva
inferior de URR-04. El labrado se resalta.
(propia)
Fotografía 4. Disposición de las cuevas en URR-04.
Las mismas han sido resaltadas. (propia)
La cueva inferior, a la que puede accederse sin equipo de escalador, presenta restos de
pigmento de color marrón claro en las paredes. Los motivos pintados se han perdido
irremediablemente (Fotografía 6). El labrado de la cueva, con 4 m de profundidad y 1,3 m
de altura, sigue una dirección ascendente.
Fotografía 6. Detalle de los restos de pigmento marrón
en la cueva inferior de URR-04. (propia)
La cueva superior, que sólo puede ser alcanzada con equipo especializado, es conocida
como “la cueva de la campana”, relacionada al mito de “la campana de oro1 de Pumiri”
(cuyo espacio de “deposición” es reconocido en la actualidad por los pobladores).
Recogido por Díaz (2003), el mito habla de una campana de oro – de filiación Colonial –
que habría sido depositada en una cueva para evitar su pérdida. Las razones para que la
misma haya sido escondida no son claras pues cambian de acuerdo al narrador, sin embargo
es casi universal a todas las narraciones señalar que la misma “sonaba de noche”. Sin
embargo, lo interesante radica en que hace algunos años –medio siglo a lo sumo– un
investigador extranjero habría accedido a la cueva. Algunos días después, y sin razón
alguna, el mismo habría decidido irse y en el trayecto que emprendió con su jeep se
enfangó en el río Pumiri, aparentemente llevaba una carga muy pesada. Los comunarios, al
haber recibido una negativa de parte del investigador una vez que ofrecieron su ayuda para
sacar el automóvil, dejaron de preguntar y recuerdan que él volvió unos días después –pues
había dejado a su esposa durmiendo en el jeep– con maquinaria pesada para sacarlo. Nunca
más supieron de él.
Actualmente, se observa en esta cueva un gran hueco excavado en la base con forma
semicircular. Presumiblemente, según el relato, la campana habría estado depositada sobre
la tierra que conformaba el hueco, e inclusive se señala que existía una impronta circular en
la tierra. El Hermano Francisco Díaz Queraltó, del IAI (Instituto de Aprendizaje Industrial)
de Oruro, habría encontrado un badajo de campana de cobre justamente en medio de la
impronta, por lo que decidió excavar esta porción de la cueva. Nosotros pudimos observar
el badajo, pero no tuvimos la oportunidad de sacarle una fotografía pues la existencia del
artefacto nos tomó por sorpresa y no contábamos con el equipo fotográfico en el momento.
Por otro lado, la cueva presenta doce hornacinas talladas en el interior y dos tallados a la
entrada – para algún elemento parecido a un palo para acceder a la cueva desde abajo
(Fotografía 7 y 8). Su labrado, con una profundidad de 10 m y 1,6 m de altura, sigue una
dirección descendente. Material arqueológico y actual es echado desde la cima del
afloramiento rocoso a la cueva, a través de una serie de orificios, en una especie de ofrenda
(Fotografía 9).
Fotografía 7. Detalle de hornacina (propia). Fotografía 8. Tallados a la entrada de la cueva
superior en URR-04 (propia).
Fotografía9. Qhona y mano de moler echados
a manera de ofrenda en la cueva superior de URR-04. (propia)
RESULTADOS PRELIMINARES
Litopap
Después de un análisis preliminar se pudieron obtener algunos resultados interesantes. En
primer lugar, presumimos que el desprendimiento del bloque se debió a causas naturales
puesto que no existe evidencia en la roca de la utilización de herramientas para obligar a su
caída.
Una vez que se verificó que el trabajo del borde del bloque es antropogénico, puesto que el
negativo de la fractura sugiere un borde recto y liso, además de los negativos de las lascas
desprendidas, se procedió al levantamiento de todo el megalito en un dibujo a escala 1:20
(ver ANEXOS 3).
El dibujo muestra que el “retoque” presente en el borde responde a un patrón “bifacial”
puesto que las lascas habrían sido removidas desde ambos lados del filo. La diferencia de
color entre el interior de la roca –resultante del desprendimiento de lascas– y el filo no
tocado es mínima. El trabajo observado en el filo del megalito no se presenta en ninguna
otra parte del mismo.
Es probable que la superficie semiplana (3° ang. vert.) sobre la que se asienta el bloque sea
parte de una antigua terraza de cultivo a la ribera del río; ello lo sugiere la clara diferencia
de ángulo vertical en la superficie del resto del cerro, a veces mayor a 30°. Esto podría
relacionarse con el patrón agrícola observado dentro del afloramiento rocoso (Fotografía
10).
Fotografía 10. Azadas encontradas en las terrazas agrícolas de
“Pumiri Loma”. (propia)
URR-04
El análisis in situ realizado en ambas cuevas deriva en una serie de resultados que llaman
nuestra atención. En primer lugar, ambas cuevas parecen conformar un conjunto debido a
algunos indicadores identificados:
1. Ambas se encuentran relacionadas a nivel espacial, es decir que ocupan un espacio
en común que, en este caso, es el farallón en el que han sido labradas. Es
prácticamente imposible observar una de las cuevas sin notar la presencia de la otra.
2. Ambas parecen haber sido talladas con un instrumento semejante. Las huellas en las
paredes de las cuevas sugieren que se utilizó un mismo tipo de instrumento en el
trabajo de ambas.
3. La disposición de ambas –una encima de la otra– y la dirección que sigue el labrado
en ambas –la inferior hacia arriba y la superior hacia abajo– sugiere que la intención
principal era conectar ambas cuevas, como lo sugirió el Hno. Francisco Díaz
(comunicación personal, 2007), o por lo menos que ambas se dirigían a un punto en
común.
En segundo lugar, la diferencia en profundidad en ambas cuevas sugiere que las mismas
debieron ser labradas en diferentes momentos. Probablemente la inferior fue trabajada
primero, puesto que su acceso es relativamente más fácil y no necesita de equipo
especializado. Sin embargo, llama la atención que sea ésta la de menor profundidad.
También creemos que la profundidad y la altura son indicadores del tiempo empleado en el
trabajo de las cuevas.
Finalmente, los restos de pigmento encontrados en la cueva inferior son, obviamente,
posteriores al labrado de la cueva en sí. Por lo mismo, es probable que la pintura no date de
la misma época del labrado. De igual manera, no podemos asegurar que las hornacinas de
la cueva superior sean coetáneas al labrado de la misma, aunque creemos que los labrados
de la boca de la cueva pudieron haber sido parte importante del acceso para los individuos
que la labraron.
EL SIGNIFICADO EN DISTINTOS MOMENTOS DEL TIEMPO
Investigaciones como la realizada por Carmen Díaz (2003), dan cuenta de una ocupación
que data desde el Formativo (2000 a.C. – 200 d.C.) para el Altiplano Sur según Mc
Andrews (2001), pasando por el período Carangas2 – 400 -1450 d.C. (Michel 2000a y b) - y
por el período Inka del 1450 al 1530 d.C. (ambos con estructuras y espacios bien
definidos), hasta la Colonia. Las tres últimas áreas han sido delimitadas por la autora y se
pueden observar en su planimetría de ocupaciones (ver ANEXOS 2).
Es a partir de esta cronología temporal/espacial que buscaremos asociar cada uno de
nuestros hallazgos a un período y exploraremos las posibles significaciones que tuvieron en
el tiempo.
En el caso del megalito LITOPAP, una serie de indicadores nos posibilita filiarlo de una
manera relativa. Por un lado, tenemos la tradición oral de la gente que reside actualmente
en la zona, por otro su ubicación espacial relacionada a la porción dentro del complejo que
Díaz (2003) caracteriza como “Caranga” y, finalmente, su cercanía, a nivel espacial, a las
terrazas y terraplenes de cultivo presentes en el afloramiento rocoso y lomas contiguas.
La tradición oral, como se reconoce en los círculos antropológicos, no puede remitirnos a
más de tres generaciones, exceptuando a aquellos relatos o referencias que se enmarcan
dentro de la estructura de los denominados mitos y leyendas. Asumiendo que el
desconocimiento de los habitantes de la zona, en referencia al significado del megalito, se
ha mantenido constante durante más de cien años podemos suponer que dicho
desconocimiento caracteriza al periodo republicano y nos refiere al megalito como un
elemento “misterioso”.
La ubicación del bloque dentro de la porción Caranga del complejo responde, obviamente,
más a un capricho natural –el desprendimiento del bloque– que a una disposición que
responda a una intencionalidad clara. Sin embargo, la alta visibilidad del bloque no debió
dejar que el mismo pasara desapercibido por sus particulares características durante el
período Colonial. Llama la atención que no existan indicadores de un intento de destrucción
o transformación del bloque, como cabría esperar debido al proceso de “extirpación de
idolatrías” que existía en la época. Ello nos permite suponer que el bloque carecía, al igual
que en la actualidad, de un significado que lo relacione, ni siquiera místicamente, con los
pobladores indígenas del sitio3.
Sostenemos que el mejor elemento de filiación para el bloque responde a su relación, a
nivel espacial, con los terraplenes y terrazas de cultivo. El mismo bloque se asienta sobre
una terraza antropogénica como señalamos más arriba. Aunque es probable que la
agricultura haya surgido en el complejo desde el Formativo, la tecnología de terrazas en la
producción agrícola no respondería a lo observado por otros investigadores como Mc
Andrews (2001) en la región, por lo tanto no esperamos que el megalito haya existido como
tal en ésta época.
Podríamos suponer también que durante el Horizonte Tardío –o Inka– la agricultura haya
jugado un rol preponderante dentro de las estrategias de explotación del imperio. Sin
embargo, existen mejores suelos en otras altitudes geográficas y la región de Oruro siempre
ha sido caracterizada por sus yacimientos mineralógicos. Es significativo que el megalito
no haya sido transformado en esta época ni muestre asociación con vestigios culturales del
período. Probablemente, haya sido un elemento “intocable”4.
Todo lo anterior, además de la ausencia de material cerámico Formativo e Inka dentro del
espacio ocupado por terraplenes y terrazas, nos lleva a situar el origen del trabajo en dicho
bloque algún momento hacia el período de Desarrollos Regionales (Fotografía 11). Su
desprendimiento y consecuente ubicación sobre una terraza también serían de la misma
época. Evidentemente, el aprovechamiento de este bloque para su posterior trabajo
responde a la necesidad de sentar presencia, haciendo que el elemento se comporte las más
de las veces como indicador o demarcador geográfico de un individuo o un grupo. Lo
importante en este caso es la intención de transformar un elemento resultado de un
fenómeno natural, que de por sí podría haber tenido un significado, y dotarle de
características reconocibles para otros actores humanos de forma que pueda ser “leído”5.
Fotografía 11. Material cerámico DDRR en las
terrazas y terraplenes asociados a LITOPAP. (propia)
Todas las anteriores reflexiones nos pueden ayudar para el caso específico de las cuevas en
URR-04. Ya hemos caracterizado al período de DD RR en el complejo como una etapa
cuya base económica y de subsistencia era la agricultura, por lo que no podemos pensar en
una razón para el tallado de estas cuevas y suponemos que no existieron en esta etapa. Por
otra parte, las cuevas se encuentran dentro del área que Díaz denomina “Caranga”. Sin
embargo, es durante el período Inka que se origina la mayor posibilidad de que se hayan
utilizado instrumentos metálicos en la explotación de minerales en la zona6 si se hubieran
conocido algunas vetas. Todo lo anterior, sumado a la tendencia que tienen ambas cuevas a
“unirse”, a pesar de que nunca se terminó el proceso de tallado, podría señalar que las
mismas eran socavones para la explotación de mineral –considerando la cercanía de sitios
de explotación como mina Azurita– que podría no haber generado buenos resultados.
Además, apoyan nuestra hipótesis las hornacinas tipo Inka talladas en la cueva superior;
también es probable que el pigmento de la cueva inferior sea de la época.
Aunque también es posible que durante la Colonia estos “socavones” hubiesen sido
tallados, otro tipo de información nos señala que el origen de su significado en la época
guarda una mayor relación con el mito de “la campana de oro” que señalamos más arriba.
De esta manera, las cuevas habrían pasado a ser una suerte de “tabú” aunque desconocemos
la razón del obvio propósito de evitar que la gente se acerque a las mismas.
Ya para la época actual, que sería desde el momento en que el mito sufre un cambio y se
habla del robo de la campana, las cuevas, por lo menos la superior, habrían pasado a ser
sitios de ofrenda (como lo evidencia el material arqueológico echado desde la cima del
afloramiento), además de ser espacios muy respetados. De esta manera, las cuevas no
habrían sufrido transformación en la actualidad, exceptuando los graffiti que la gente del
IAI hizo en la superior.
GENERACIÓN, ADOPCIÓN E IMPOSICIÓN DE SIGNIFICADOS
Ambos casos, una vez explicitados, nos obligan a reflexionar en torno a un tema que ha
sido poco tratado en nuestro medio: la posibilidad de que los significados que actualmente
tienen los elementos arqueológicos, después de haber sido investigados, se deban más a la
carga subjetiva e impositiva del investigador que a una “adopción de buen grado” –ni
siquiera a una creación propia de significados– por parte de los individuos directamente
relacionados con la evidencia arqueológica. Dicho de otra manera, la forma en que el
investigador deroga la posibilidad de generación de significados por parte de los
depositarios actuales de los sitios y sus artefactos.
Este proceso “anulador” de posibilidades significativas –usualmente no intencional– viene
matizado de una serie de fórmulas que permiten que el mismo sea aceptado. En el caso de
nuestra ciencia, los postulados más comunes se refieren a la creación de nexos identitarios
con materiales “antiguos” –las más de las veces irrelevantes al individuo o individuos
involucrados– que buscamos imponer a partir de supuestos parentescos. Otra fórmula
bastante utilizada es la promesa de una mejora en el aspecto económico a partir del
aprovechamiento turístico del “potencial arqueológico” en un espacio geográfico. Una de
las más utilizadas, sin duda, es la fórmula que propone explicaciones de tipo ritual. Todas
resultan en una “apropiación forzada” cuyo equilibrio se encuentra constantemente en
peligro debido a una falta de verdadero compromiso con el patrimonio.
Puesto que nuestra ciencia debe tener un fuerte compromiso social, aspectos como los
discutidos deben ser tomados en cuenta y analizados. La intencionalidad en la aplicación de
los mismos resulta más en daños al patrimonio, porque se acompaña de malos manejos e
irresponsables suposiciones, que en ventajosos tratos para los grupos sociales involucrados.
Evidentemente, la mejor alternativa es un trabajo más profundo y sostenido acompañado de
la participación activa y constante de estos grupos con el objetivo de construir historias a
partir de sus propios actores, generar significados desde adentro.
Nuestro caso específico se torna en una especie de “punto cero” del que podrían surgir
múltiples posibilidades –tantas como actores existan. En primer lugar, dado que nuestra
investigación todavía no ha pasado por la etapa de difusión hacia los pobladores de la zona,
además de que se ha tenido un cuidado especial al momento de recopilar datos y
significaciones etnográficas sin carga subjetiva por parte nuestra, aún no podemos medir la
carga impositiva de nuestra labor. Acorde con nuestra discusión, sostenemos que dicha
carga puede ser controlada en gran parte por el investigador en base a una responsable
utilización de términos – p. ej. la palabra “probablemente” (que consideramos uno de los
mejores “controladores”) utilizada de manera conciente.
Sin embargo, y aunque todas las precauciones hayan sido tomadas, siempre existe la
posibilidad de que la producción del investigador tenga un impacto directo en los actores
involucrados y que, en el peor de los casos, se utilicen sus interpretaciones a modo de
explicaciones definitivas. Aunque este fenómeno escapa al control del investigador,
también puede ser vigilado si la metodología del mismo contempla la participación activa y
constante, al igual que el aporte, de los pobladores en el proceso y etapas de la
investigación.
En el otro extremo, podría suceder que la producción relacionada al trabajo no tenga ningún
tipo de impacto. Lógicamente, ello debe llamar a la reflexión y revisión del proceso
investigativo pudiendo ser la razón de este resultado, en la mayoría de los casos, una serie
de errores subsanables. Gran parte de estos errores se relacionarían con la poca
participación de los pobladores –que no se sienten involucrados o no ven que sus aportes
hayan sido realmente tomados en cuenta – o con interpretaciones extremadamente técnicas
y complejizadas que responden a la necesidad del investigador del ser leído en su círculo
académico o al gusto del mismo por imponer su preparación “científica” frente al supuesto
“empiricismo” de los demás. Este es, evidentemente, sólo un tema de autocontrol y
verdadero compromiso con los que deberían ser los interesados.
Aunque muchas otras posibilidades pueden ser tratadas, las mismas formarían parte de otra
discusión. Por otro lado, nuestro objetivo es sólo llamar la atención sobre la capacidad del
investigador de poder controlar y minimizar la imposición de sus propias disquisiciones
frente a otros puntos de vista, todos ellos tan válidos como únicos. Estamos convencidos
de que nuestro objetivo es guiar, lo que de nuestra información se haga debe partir de
posiciones críticas y personales.
CONCLUSIONES
El principio de “apropiación del espacio”, por medio de la significación –cualquiera que
fuese– de los elementos arqueológicos presentes en el mismo, ha demostrado ser una
constante en el actuar de los grupos humanos a través del tiempo en el complejo
arqueológico de Pumiri. A pesar de que esta apropiación muchas veces no es intencional, la
misma se hace latente tanto en los indicadores que denotan acciones en los elementos
arqueológicos –tallar una roca, pintar un motivo, cultivar la tierra– como en las tradiciones
orales de los actuales pobladores de la zona.
Este principio pasa por una simple regla, a la que el investigador también se halla
supeditado durante su trabajo: el simple hecho de dotar de significado a un elemento nos
permite apropiarnos –de manera activa o pasiva– del mismo y, por medio de este proceso,
del espacio que este ocupa. El caso de nuestros hallazgos se presta para esta discusión
debido a que la ingerencia de los mismos en el actuar de los pobladores actuales de la zona
no ha sido tratado hasta el momento, aunque serán necesarias muchas otras investigaciones
para desarrollar este tema a fondo.
Desde nuestra perspectiva el trabajo del arqueólogo es, a la vez, productivo e impositivo.
Aunque el investigador se encuentra en todo su derecho de crear significados que lo
acerquen a una interpretación lo más correlativa y coherente posible, es también importante
que tenga suficiente criterio al momento de crearlos como para no imponerlos –por más que
no sea intencionalmente– a las personas a las que dirige su producción, siendo el objetivo
“ideal” los mismos pobladores relacionados con los materiales arqueológicos.
Una alternativa a este tipo de imposición es el trabajo sostenido y profundo con las
comunidades, grupos y pobladores locales. Esta alternativa debe seguir un modelo lo más
horizontal posible entre el investigador y la gente local, de forma que ambos actores saquen
provecho de la investigación basándose en el intercambio de información y opiniones. El
investigador debe comprender que el aprendizaje es multilineal y dialógico pues es ésta la
verdadera esencia de la producción y compromiso social de nuestra ciencia.
NOTAS
1. Aunque el mito se repite en varios sitios y longitudes geográficas –p. ej. Condor Amaya (Jédu
Sagárnaga, comunicación personal 2007)- creemos importante, a la hora de recopilar datos
etnográficos para nuestras investigaciones, no descartar aquellos mitos que puedan ser considerados
parte de la tradición e historia oral de los grupos y pueblos por ser información que puede apoyar a la
interpretación de muchos comportamientos de dichos actores en la actualidad.
2. A pesar de que varias investigaciones de corte Antropológico y Arqueológico (ver Gisbert, Arze y
Cajías 1987; Gisbert et al. 1996; Michel 2000a y b) señalan que la zona de nuestra investigación fue
etnohistóricamente ocupada por grupos “caranga”, no estamos de acuerdo con trasladar el concepto
étnico-social al que nos remite el término a material arqueológico cuyas características aún no han
sido bien establecidas. Por consiguiente, hemos optado por el concepto más “neutral” de Desarrollos
Regionales (DD RR), creado por Michel y Lémuz (2001), para este período.
3. Nótese que se ha evitado intencionalmente el término “originarios” puesto que podemos esperar que
haya existido un proceso de reducción de las poblaciones de la zona así como sucedió en todo el
territorio durante la Colonia. Probablemente estas reducciones se ocuparon de trasladar a la gente de
la región suplantándola con “forasteros”.
4. Nuestra concepción nos remite a un principio de respeto al bloque que no permitió que el mismo
haya sido movido, transformado o destruido. Nos inclinamos más por una relación con el concepto
de “tabú” que con el concepto de “sacro” (cuyas raíces en nuestro territorio se remitirían a la
Colonia).
5. Quisiéramos que la palabra leído sea entendida en parte como codificado y como re-significado, es
decir que exista la doble posibilidad tanto de entender el mensaje original así como de crear un
nuevo significado para el elemento.
6. Los artefactos metálicos Inka que podemos apreciar en los museos del país nos muestran una gran
variabilidad de usos, desde armas (mazas), pasando por ornamentos como diademas o anillos, hasta
“espejos” y pinzas por lo que es muy probable que hubiesen existido artefactos para la explotación
de los distintos recursos que podía proveer el medio. Para nuestro caso, recordemos el famoso
hallazgo del “hombre de cobre” en el desierto de Atacama; este hombre “mineralizado” fue
encontrado en un socavón con todos sus instrumentos de explotación de minerales.
AGRADECIMIENTOS
Primero a Dagner Salvatierra, con quién nos impusimos el reto de dirigir un proyecto por
primera vez y quien siempre fue mi mano derecha durante el largo y duro trabajo de campo.
El presente documento no podría haber sido realizado sin el apoyo y constancia con los que
la Lic. Carmen Díaz nos impulsó a trabajar en Pumiri. A ella le debemos, además de toda
la valiosa información recogida en los antecedentes, un invalorable trabajo junto con sus
alumnos de la materia de excavación técnica – Oscar Bejarano y Carla Flores - y
prospección técnica – Analy Quiroga y Henry Poma - de la carrera de Arqueología de la
Universidad Mayor de San Andrés. En el trabajo de campo también nos apoyaron Sabrina
Alvarez, Vera Auza, Claribel Loayza, Luis Peñaloza, Cecilia Ganem y Andrés Guardia, a
ellos nuestro agradecimiento por un excelente trabajo. Un afectuoso agradecimiento
también al Hno. Francisco Díaz Queraltó del IAI. No podemos olvidarnos de Don Pedro
Mollo, Don Corsino Flores y sus familias (celosos y responsables celadores del complejo)
que abrieron sus puertas y nos facilitaron el trabajo, sin su apoyo el mismo hubiera distado
de ser posible. Un agradecimiento al Arq. Yuri Veizaga por digitalizar los planos y dibujos
y al Lic. Ronald Llano por el apoyo que nos prestó en el trabajo de GIS. Uno especial al
Lic. Jédu Sagárnaga, mi maestro y gran amigo, y al Lic. Carlos Lémuz por sus importantes
observaciones y críticas a este documento. Finalmente, a mi adorada familia por su
incondicional y cariñoso apoyo.
BIBLIOGRAFÍA.
Díaz, C.
2003 Pumiri: una Aproximación al Criterio de Poder y Expansión Inka. Tesis
inédita para acceder al grado de Licenciatura en Arqueología. Universidad
Mayor de San Andrés. La Paz.
Gisbert, T.; Arze, S. y Cajías, M.
1987 Arte Textil y Mundo Andino. Editorial Gisbert y cía. La Paz.
Gisbert, T.; Jemio, J.C.; Montero, R.; Salinas, E.; Quiroga, Ma.
1996 Los Chullpares del Río Lauca y el Parque Sajama. En: Revista de la
Academia Nacional de Ciencias de Bolivia, num. 70. Edición ANCB en
colaboración con Editorial Los Amigos del Libro, Gisbert y Cia., Fundación
BHN. La Paz, pp. 3 – 20
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1994 A Phenomenology of Landscape. Places, Paths and Monuments. Explorations
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Anexos 1. Georeferenciación en imágen LANDSAT7 de los hallazgos de prospección. Destacan los puntos LITOPAP y URR-04. (Elaboración PAP).
Anexos 2. Planimetría ocupacional del complejo arqueológico de Pumiri. Los puntos destacan los hallazgos, arriba: LITOPAP, abajo: URR-04.
(Elaboración Carmen Díaz 2003).