(l) brooks, marx - la marcha zombi

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MARCHA ZOMBIE, LIBRO

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  • La marcha zombiMax BrooksTraduccin de

    Ral Sastre

    www.megustaleer.com

  • ndiceCubiertaLa marcha zombi1. E l desfile hacia la extincin2. La Gran Muralla3. Steve y Fred4. Punto Final, S. ANotasBiografaCrditosAcerca de Random House Mondadori

  • Los llammabos submuertos, y para nosotros no eran ms que una mera broma. Son muy lentos, torpes yestpidos. Tan estpidos que nunca los habamos considerado una amenaza. Por qu bamos a hacerlo?Haban existido junto a nosotros, o ms bien por debajo de nosotros, como un incendio nunca apagado deltodo cuyas llamas cobran fuerza de vez en cuando, desde que los primeros humanoides bajaron de losrboles. Fanum Cocidi, Fiskurhofn, todos conocemos esas historias. Uno de los nuestros incluso lleg aafirmar que haba estado presente en Castra Regina, aunque la mayora le considerbamos un fanfarrn. A lolargo de las eras, hemos sido testigos de sus torpes brotes y rebrotes y de las respuestas igualmente torpesde la humanidad ante sus estallidos. Nunca haban sido una seria amenaza, ni para nosotros ni para losdiurnos que devoraban. Siempre haban sido una broma. As que estall en carcajadas cuando me enter deque se haba producido un pequeo brote en Kampong Raja. Recuerdo que Laila me coment algo alrespecto, hace diez aos, en una clida y serena noche.

    No es la primera vez. Me refiero a este ao me dijo, con un tono de voz teido de una moderadafascinacin, como si estuviera hablando de algn otro fenmeno natural muy extrao. Algunos hancomentado que ha pasado lo mismo en Tailandia y Camboya, y que quiz se haya extendido hasta Burma.

    Una vez ms, me ech a rer y a lo mejor hice algn comentario despectivo sobre los humanos,probablemente me pregunt cunto tardaran en limpiar ese estropicio. No volv a pensar en ello hasta unoscuantos meses despus. El tema segua comentndose entre susurros. Recuerdo que estbamos atendiendoa Anson, una visita de Australia que haba venido para hacer deporte, as era como lo llamaba l, paratener una oportunidad de degustar los sabores locales. Anson nos tena fascinados a ambos, ya que eraalto y apuesto y muy, pero que muy joven. No recordaba ninguna poca anterior a los chismes electrnicospara hablar y a las mquinas de metal voladoras. Sus ojos brillaban con una envidiable energa ydespreocupacin.

    Han llegado a Australia afirm con una emocin infantil mientras nos encontrbamos en el balcnante los fuegos artificiales del Hari Merdeka que estallaban sobre las Torres Petronas. No es asombroso?se pregunt, y ambos pensamos que se refera a los fuegos. Al principio, crea que podan nadar, y as es,pero no nadan de una manera normal... es ms como si anduvieran bambolendose bajo el agua. Pero no fueas como llegaron a Queensland. Tengo entendido que llegaron en una patera ilegal o algo as. Por lo que s,fue un asunto muy feo que se tap como se pudo. Ojal hubiera tenido la oportunidad de ver a alguno!Nunca los he visto, ya me entendis, en carne y hueso.

    Vayamos a verlos esta noche! exclam Laila de repente.Pude apreciar que se le haba contagiado el entusiasmo de nuestro invitado. Recuerdo que repliqu algo

    acerca de que tendramos que recorrer una gran distancia antes de que despuntara el alba, pero entoncesLaila me interrumpi:

    No, no hace falta ir hasta ah. Esta noche, podemos verlos aqu mismo! Tengo entendido que haestallado un nuevo brote a solo unas horas de aqu, cerca de Jerantut. Quiz tengamos que caminar entre lamaleza durante un buen rato, pero eso tambin forma parte de la diversin, no?

    Tengo que admitir que me pudo la curiosidad. Tantos meses de rumores y toda una vida oyendo esashistorias haban hecho mella en m. Les confes, tal y como ahora me confieso a m mismo, que, de hecho,quera ver a uno de aquellos submuertos en carne y hueso.

    Cuando eres uno de los nuestros resulta fcil olvidar lo rpido que puede avanzar el resto del mundo.Muchas extensiones de jungla han dedesaparecido en lo que para m solo ha sido un mero parpadeo y hansido sustituidas por autopistas, por urbanizaciones repletas de construcciones idnticas y por kilmetros deplantaciones de palmeras. En eso consiste el progreso, el desarrollo. Parece que fue anoche cuando Lailay yo salamos a cazar por las violentas calles sin iluminar de esa nueva ciudad minera llamada Kuala Lumpur.Y pensar que en su da la haba seguido desde Singapur porque nuestro hogar anterior se haba vueltodemasiado civilizado. Y, en ese momento, bamos montados en un Lexus LSA que recorra a toda velocidadun ro de asfalto y luz artificial.

    No esperbamos encontrarnos con un control de carretera, y la polica tampoco esperaba encontrarse connosotros. No nos preguntaron adnde bamos, ni siquiera comprobaron nuestros carnets, ni siquiera nosindicaron que bamos tres personas en un automvil de solo dos asientos cuando eso era ilegal. Uno de losagentes nos indic con una sea que nos marchramos; con una mano cubierta por un guante blanco nosseal el camino por donde habamos venido, mientras la otra la tena apoyada temblorosamente sobre lasolapa de su pistolera. Nunca olvidar su olor, o el olor del otro polica que se encontraba a sus espaldas, odel pelotn de soldados que se hallaba detrs de ambos. No haba olido tanto miedo concentrado desde losincidentes racistas de 1969. (Oh, aquellos s que fueron tiempos gloriosos.) Pude apreciar, por el gesto que de

  • su rostro, que Laila se mora de ganas de volver a ese control de carretera en cuanto concluyera nuestraaventura. Debi de ver esa misma ansiedad en m ya que, mientras me clavaba un dedo en las costillasjuguetonamente, me susurr:

    Cuidado. No es recomendable conducir borracho.Varios minutos despus, tras abandonar la autopista y regresar al lugar desplazndonos por entre las

    copas de los rboles, detectamos otro olor. Era una mezcla de aroma a terror y carne putrefacta que tuvo unimpacto tremendo sobre nuestro olfato. Un segundo despus, escuchamos un tiroteo lejano que nossobresalt.

    Aquel barrio haba sido construido sobre todo para los trabajadores de la plantacin. Varias hileras decasitas muy bien cuidadas ocupaban aquellas calles anchas y recin pavimentadas. Alcanzamos a ver variastiendas y cafeteras, as como un par de escuelas de primaria y una enorme iglesia catlica, de las que porentonces tanto abundaban en nuestro pas gracias a los trabajadores filipinos. Desde lo alto de la aguja deaquella iglesia, que era el punto ms elevado de aquel asentamiento prefabricado, me limit a contemplarembobado la carnicera que estaba teniendo lugar all abajo. Lo primero que me llam la atencin fueron lasllamas, luego las manchas de sangre, despus las marcas de que algo haba sido arrastrado y, por ltimo, losagujeros de bala que podan apreciarse en diversas casas; en muchas de ellas, daba la impresin de que unaturbamulta enfurecida haba hecho aicos sus puertas y ventanas. Lo ltimo en lo que me fij fue en loscuerpos, tal vez porque ya estaban bastante fros. La mayora se encontraban despedazados y no eran msque un amasijo de miembros; adems, los torsos yacan entre rganos sueltos y trozos de carne amorfos. Noobstante, algunos cadveres permanecan razonablemente intactos. Entonces, me di cuenta de que todosellos tenan unos agujeritos redondos justo en el centro de sus cabezas. En cuando estir el brazo parasealarle lo que acababa de ver a Laila, me di cuenta de que tanto ella como Anson ya haban abandonado eltejado. Supuse que se haban ido al escuchar los disparos.

    Por un momento, me sum en mis recuerdos y me dej llevar por la nostalgia gracias al banquete sensorialque aquella masacre humana me proporcionaba. Cre estar en la dcada de los cincuenta, merodeando por lajungla en busca de presas humanas. Laila y yo todava hablbamos con cario de La Emergencia, de cmoseguamos los rastros de olor tanto de los insurgentes comunistas como de los comandos de laCommonwealth, de cmo atacbamos desde las sombras mientras las armas (y los intestinos) de nuestraspresas se vaciaban por culpa del pnico, de cmo sorbamos con glotonera las suculentas ltimas gotas desus corazones, que latan frenticamente. Durante dcadas, lamentaramos que la La Emergencia nohubiera durado ms.

    He odo en alguna ocasin que cuantos ms recuerdos uno acumula en su cerebro, menos espacio quedapara el pensamiento consciente. No puedo hablar por los dems, pero, a mi edad, tengo atrapados en miviejo crneo tantos recuerdos que equivalen a varias vidas enteras, que sufro lapsus ocasionales deconcentracin. Mientras experimentaba uno de esos lapsus, mientras me hallaba perdido en el pasadoreciente y me relama los labios de un modo inconsciente, descend de mi privilegiada posicin desde dondepoda observarlo todo, dobl la esquina de la iglesia y entonces prcticamente me choqu con uno de ellos.Se trataba de un hombre, o lo haba sido hasta haca poco. La parte derecha de su cuerpo segua siendonormal y se mova con cierta agilidad, pero la parte izquierda se encontraba severamente calcinada. Un fluidoviscoso y oscuro rezumaba de sus numerosas heridas an humeantes. Tena el brazo izquierdo seccionadolimpiamente por debajo del codo, como si una mquina se lo hubiera cortado, aunque era ms probable quese lo hubieran cortado con uno de esos grandes machetes que los trabajadores utilizaban para segar lacosecha. Arrastraba ligeramente la pierna izquierda, dejando as un surco no muy profundo en el suelo. Encuanto hizo ademn de abalanzarse sobre m, retroced instintivamente y me agach dispuesto a propinarleun golpe letal.

    En aquel momento, sucedi algo inesperado. Ese hombre, ese engendro, pas lentamente junto a mandando de manera torpe y desgarbada. No se dio la vuelta. Ni siquiera estableci contacto visual conmigocon el nico ojo bueno que le quedaba. Agit una mano delante de su cara y nada. Me coloqu junto a l ysegu el ritmo de sus pasos durante unos segundos y nada. Incluso me puse justo frente de l. Pero no soloesa bestia silenciosa se neg a detenerse, sino que me embisti sin ni siquiera alzar los brazos. Al golpearmecontra la acera, solt una inesperada carcajada al mismo tiempo que aquella abominacin submuerta mepisaba y pasaba por encima de m sin darse cuenta!

    Luego, me percat de que haba sido bastante necio al esperar una reaccin distinta por parte de aquelser. Por qu tendra que haberme reconocido? Acaso era comida para l? Acaso estaba vivo segn laacepcin humana del trmino? Esas criaturas nicamente cumplan con su imperativo biolgico, y eseimperativo los impulsaba a buscar nicamente seres vivos. Para su mente enferma y primitiva, yo era

  • prcticamente invisible, un obstculo que deba ser ignorado y, como mucho, evitado. Durante un segundo,solo pude maravillarme de lo absurda que era la situacin en que me hallaba y me re entre dientes, como unnio, mientras esa obscenidad pattica arrastraba su mutilado cadver en descomposicin lejos de m. Mepuse en pie, ech hacia atrs el brazo derecho y lo golpe con fuerza. Volv a soltar una risita ahogada encuanto la cabeza se le separ de los hombros con suma facilidad y rebot con fuerza contra la casa deenfrente para acabar detenindose a mis pies. Su nico ojo funcional segua movindose, segua buscando y,de un modo bastante ridculo, segua ignorndome. Esa fue la primera vez que me encontr cara a cara conlo que los humanos diurnos suelen llamar zombi.

    A los meses siguientes se les podra haber llamado las noches de negacin. Seguamos ocupados connuestras cosas, como siempre, mientras intentbamos ignorar esa amenaza que iba creciendo con paso firmea nuestro alrededor. Hablbamos y pensbamos poco sobre los submuertos y ni siquiera nos molestbamosen mantenernos al tanto de lo que ocurra. Se oan muchas historias, contadas tanto por humanos como pormiembros de nuestra especie, acerca de que los submuertos se estaban alzando en todos los continentes.Esas historias se iban extendiendo de una manera incesante, pero la mayora eran muy aburridas. Enrealidad, daba la impresin de que siempre estbamos aburridos, aunque ese es el precio a pagar por lainmortalidad. S, s, ya me han contado lo de Pars, qu me quieres decir con esto? Claro que me heenterado de lo que ha pasado en ciudad de Mxico, y quin no? Oh, no me jodas, otra vez vamos ahablar de Mosc? Durante tres aos permanecimos con los ojos cerrados, mientras la crisis se agudizaba ylos humanos continuaban muriendo o se transformaban en zombis.

    Y al cuarto ao las noches de negacin se convirtieron en lo que irnicamente llamamos las noches degloria. Eso ocurri cuando el mundo entero reconoci el estallido de la plaga, cuando los gobiernoscomenzaron a revelar formalmente a sus pueblos cul era la verdadera naturaleza de esa crisis. Fue entoncescuando las estructuras globales se empezaron a desmoronar, cuando las redes de comunicacin nacional secerraron y las fronteras nacionales cayeron, cuando estallaron pequeas guerras y grandes revueltasasolaron todo el mundo. Fue entonces cuando nuestra raza entr en una fase de xtasis desenfrenado connimo festivo.

    Durante dcadas, nos habamos quejado de que los diurnos se encontraban demasiado interconectadosunos con otros, lo cual nos haca sentir bastante oprimidos. Las lneas ferroviarias y la electricidad habansupuesto una presin adicional para nosotros, que somos criaturas rapaces, por no hablar del telgrafo y delmaldito telfono! Sin embargo, recientemente, con el auge tanto del terrorismo como de lastelecomunicaciones, daba la impresin de que realmente todas las paredes tenan odos. Cuando tuvimosque abandonar Singapur, Laila y yo habamos estado considerando ltimamente la posibilidad de mudarnos ala pennsula malaya. Nos habamos planteado ir a Sarawak o quiz incluso a Sumatra, a cualquier sitio dondelas luces del conocimiento no hubieran acabado con los oscuros rincones de nuestra libertad. Entonces, sinembargo, nuestro xodo pareca innecesario, puesto que, por fortuna, esas luces empezaban a menguar.

    Por primera vez en muchos aos, podamos cazar sin ningn temor a toparnos con mviles o cmaras deseguridad. Podamos cazar en manada e incluso entretenernos con nuestra comida mientras esta se resista.

    Prcticamente, haba olvidado qu aspecto tiene la noche en toda su pureza me haba espetado Lailauna vez que salimos a cazar durante un apagn. Oh, el caos es un aderezo tan delicioso.

    En esas noches, todava nos sentamos muy agradecidos a los submuertos por las liberadoras distraccionesque haban trado consigo.

    Recuerdo una noche particularmente memorable, en la que Laila y yo estbamos escalando los balconesdel hotel Coronade. Debajo de nosotros, en la calle Sultan Ismail, las tropas del gobierno disparaban rfagasde balas trazadoras contra una horda de cadveres que se aproximaba. Resultaba fascinante ver cmo tantopodero militar concentrado trituraba, machacaba y pulverizaba a los submuertos, aunque sin podererradicarlos del todo. En cierto momento, nos vimos obligados a saltar hacia la parte plana del tejado delcentro comercial Sungei Wang Plaza (lo cual era toda una hazaa), cuando la onda expansiva de un ataqueareo provoc que estallaran las ventanas del hotel y se desatara una lluvia de cristales. Fue una decisintomada sin pensar, ya que el tejado del centro comercial se encontraba abarrotado por cientos derefugiados. Supuse, por las latas y recipientes de comida abiertos y las botellas de agua vacas, que aquellospobres desgraciados deban de llevar cierto tiempo atrapados all. Olan a agotamiento y suciedad, y a unintenso miedo muy cautivador.

    Recuerdo poco ms, salvo alguna que otra imagen violenta de modo fugaz y las espaldas de las presas quehuan. Sin embargo, s me acuerdo de una nia en particular. Deba de ser de campo ya que por aquelentonces gente, mucha gente, procedente de all acuda en masa a las ciudades. Acaso sus padres fueron ala ciudad creyendo que hallaran refugio? Tena todava padres? Su olor careca de toda impureza tpica de

  • los moradores de las urbes modernas, no haba ingerido hormonas ni sustancias txicas, ni siquiera ola alhedor que la polucin dejaba en las personas por acumulacin. Me regode en su deleitable pureza y, mstarde, me maldije a m mismo por recrearme con ella demasiado al dejarme llevar por la emocin. La niasalt al vaco sin titubear, sin ni siquiera lanzar un gritito. Observ cmo caa directamente sobre esa hordaque gimoteaba y se retorca sin parar.

    Los submuertos reaccionaron como si fueran una mquina, como si se tratara de un mecanismo lento ypausado cuyo nico propsito era transformar a una nia humana, que no cesaba de chillar, en una masa decarne irreconocible. Recuerdo cmo su pecho se desplom al expirar su ltimo aliento, mientras mantenasus ojos clavados en m con su ltima chispa de consciencia, antes de que su brillo se apagara entre un marde manos y dientes.

    Cuando era joven, haba escuchado a un anciano de Occidente rememorar la cada del Imperio romanooccidental y me rechinaron los dientes de envidia cuando comparti sus experiencias sobre el fin de eseimperio.

    Media civilizacin acab siendo pasto de las llamas afirm jactancioso, medio continente se sumien un milenio de anarquaYo salivaba, literalmente, cuando me contaba aquellas historias de caceras porlos territorios sin ley de Europa. Experimentamos una sensacin de libertad que vosotros, los asiticos,nunca habis experimentado, y que me temo que nunca experimentaris!

    Hace menos de una dcada, aquella prediccin pareca muy acertada. En aquellos momentos sonaba tanvaca y hueca como nuestra estructura social que se desmoronaba.

    No estoy muy seguro de cundo el xtasis dio paso a la ansiedad. Me resultara difcil precisar el momentoexacto. En mi caso, esa transicin se produjo por culpa de Nguyen, un viejo amigo de Singapur, que habarecibido una educacin exquisita y era inteligente por naturaleza; adems, era de ascendencia vietnamita yhaba pasado en Pars tiempo ms que suficiente como para convertirse en un estudioso del existencialismofrancs. Quiz esto explique por qu nunca sucumbi al ansia caprichosa de buscar el placer tan tpica denuestra raza. Quiz eso tambin explique por qu fue, hasta donde yo s, el primero en dar la voz de alarma.

    Habamos quedado en Penang. Laila y yo nos vimos obligados a abandonar Kuala Lumpur, ya que se habadesatado un incendio a plena luz del da que se encontraba totalmente descontrolado y que amenazaba conllevarse por delante toda la manzana. Varios de los nuestros haban perecido haca muy poco tiempo de esamanera. Hasta entonces, no habamos sido plenamente conscientes de lo cmoda que se haba vueltonuestra vida, pues si bien era cierto que tenamos muchas limitaciones, tambin era cierto que era unaexistencia extremadamente cmoda. La mayora de nosotros habamos abandonado tiempo atrs laestrategia de construirnos nidos fortificados, ya que haban acabado en el mismo lugar que las antorchas ylas horquillas de los granjeros. La mayora vivamos hacindonos pasar por diurnos, en cmodos y, en algunoscasos, opulentos palacios urbanos.

    Anson haba vivido en uno de esos palacios, una reluciente torre que se alzaba sobre el puerto de Sidney.Al igual que el resto de nuestro mundo, su ciudad haba degenerado mucho hasta transformarse en unmanicomio por culpa de los submuertos. Del mismo modo que el resto de los miembros de nuestra raza, suapetito haba sucumbido ante la tentacin del xtasis que conllevaban esas bacanales sangrientas. Por lo quetenamos entendido, se haba retirado una maana a su alto alczar, justo cuando el gobierno australianoacababa de dar permiso al ejrcito para utilizar la fuerza. Nadie est muy seguro de cmo se derrumb suedificio. Aunque hemos escuchado diversas teoras al respecto: desde que fue alcanzado por algn proyectilde artillera perdido, a que cay por culpa de unas cargas de demolicin que se detonaron en lasprofundidades del subsuelo de las calles de la ciudad. Esperbamos que el pobre Anson hubiera quedadoatomizado en la explosin, o si no, que el sol matutino lo hubiera inmolado rpidamente. No queramosimaginrnoslo atrapado bajo miles de toneladas de escombros, mientras unos diminutos rayos de luz lotorturaban y su fuerza vital lo abandonaba poco a poco.

    Nguyen estuvo a punto de sufrir un destino similar. Pero tuvo el buen juicio de huir de Singapur la nocheanterior a que los diurnos lanzaran su ofensiva. Aquella noche, haba podido observar desde el estrecho deJohor cmo arda lo que haba sido su hogar desde haca ms de tres siglos. Tambin hizo gala de un gransentido comn al sortear Kuala Lumpur, la cual se hallaba sumida en el caos, y de abrirse camino hacia lanueva zona de seguridad que los diurnos haban establecido en Penang, donde millones de refugiadosocuparon en masa varios cientos de kilmetros cuadrados de esa zona costera urbanizada. Varias decenas delos nuestros aprovechamos la ocasin para mudarnos con los humanos con cuentagotas, algunos venan delugares tan remotos como Dhaka. Nos las habamos ingeniado para adquirir varios domicilios, con buenasmedidas de seguridad que impedan el acceso de gente indeseada y que vigilbamos para que no hubieraocupas en el futuro, tras deshacernos de sus previos dueos humanos. Si bien nuestras nuevas casas carecan

  • de grandes comodidades, la seguridad de la que disfrutbamos compensaba con creces toda incomodidad. Almenos, eso era lo que nos decamos a nosotros mismos mientras la situacin se deterioraba y las masas desubmuertos se iban acercando sin prisa pero sin pausa a Penang. Yo me encontraba en uno de esosdomicilios, tras haber pasado la noche cazando en los campos de refugiados cercanos, cuando Nguyenexpres por primera vez su preocupacin.

    He estado haciendo clculos asever con cierta ansiedad, y mis conclusiones son... perturbadoras.Al principio, no supe de qu estaba hablando. Las generaciones ms antiguas tienen un sistema de

    relaciones sociales bastante deplorable. Cuanto ms se refugian en sus recuerdos, ms difcil les resultacomunicarse con el resto del mundo.

    El hambre, la enfermedad, los suicidios, los asesinatos entre especies, las bajas en combate y, porsupuesto, el contagio submuerto estn acabando con ellosasever. Aunque mi expresin de desconciertodeba de ser muy obvia, ya que Nguyen aadi. Con los humanos! me espet de manera impacienteentre siseos. Los estamos perdiendo! Esa escoria encorvada los est exterminando poco a poco.

    Siempre intentan hacer lo mismo, y los humanos siempre acaban con ellos. Laila ri.Nguyen neg con la cabeza, furioso.Esta vez no! No en este mundo cada vez ms pequeo en que vivimos. Hay... haba... ms humanos

    que nunca! Hay... haba... redes de transporte y rutas comerciales que mantenan a esos humanos msunidos que nunca! Por eso la plaga se ha extendido tanto y tan rpido! Los humanos han creado un mundorepleto de contradicciones histricas. Han ido difuminando las distancias fsicas al mismo tiempo que eriganotras de ndole social y emocional entonces, suspir enfadado al contemplar nuestros inexpresivos rostros. Cuanto ms se han extendido los humanos por todo el planeta, ms han optado por refugiarse en smismos. Mientras este mundo cada vez ms pequeo daba lugar a un nuevo nivel de prosperidad material,ellos han utilizado esa prosperidad para aislarse unos de otros. Por eso, cuando la plaga comenz aextenderse, no hubo una llamada global a las armas, ni siquiera a nivel nacional! Por eso los gobiernosoperaban hasta cierto punto en secreto y en vano, mientras sus pueblos seguan ensimismados con suspropias y patticas preocupaciones! El diurno medio no fue capaz de darse cuenta de lo que estaba pasandohasta que fue demasiado tarde! Y ya casi es demasiado tarde! He hecho los clculos! El homo sapiens seencuentra muy cerca de un punto de no retorno. Pronto, habr ms submuertos que humanos vivos!

    Y eso qu ms da? nunca podr olvidar esas palabras, o la forma casual y molesta con la que Laila lassusurr. Y qu ms da que haya unos pocos menos diurnos? Como has sealado antes, si son demasiadoegostas y estpidos como para detener a los submuertos e impedir que los sigan cazando, por qu coodeberamos preocuparnos?

    En ese instante, dio la sensacin de que Nguyen acababa de ver al sol alzarse en los ojos de Laila.No lo entiendes replic con un tono de voz spero. No has entendido las consecuencias entonces,

    se detuvo por un segundo, retrocedi unos cuantos pasos y rebusc por la habitacin como si hubiera dejadocaer las palabras adecuadas en algn lugar sobre aquella alfombra. No estamos hablando de que vaya a verunos pocos menos diurnos, sino que no va a quedar ninguno! Ninguno! grit.

    Todos los que estbamos en la habitacin nos volvimos en direccin a Nguyen, aunque su miradaabrasadora y acusadora se clav directamente en la de Laila.

    Los sapiens estn luchando por su supervivencia! Y estn perdiendo! A continuacin, extendi losbrazos de una manera muy teatral y traz en el aire un semicrculo vaco. Y cuando el ltimo de ellos hayadesaparecido, de qu diablos nos vamos a alimentar t, o yo, o cualquiera de nuestra raza!?!? Elsilencio fue la nica respuesta que obtuvo Nguyen, quien recorri rpidamente con la mirada el grupo allreunido. Acaso a ninguno de vosotros se le ha ocurrido pensar ms all de la comida de esta noche?Acaso ninguno de vosotros comprende lo que implica que exista otro organismo que compite connosotros por nuestra nica fuente de comida!??!

    En ese momento, me atrev a darle una tmida respuesta, algo del tipo pero los... los submuertos tendrnque parar en algn momento. Tienen que saber....

    No, no saben nada! me interrumpi Nguyen. Y lo sabes! sabes perfectamente en qu nosdiferenciamos nosotros de ellos! Nosotros cazamos a los humanos! Ellos consumen a la humanidad!Nosotros somos depredadores! Ellos, una plaga! Los depredadores son conscientes de que no deben cazaren demasa, ni reproducirse en exceso! Siempre hemos sabido que solo debamos dejar un huevo en elnido! Sabemos que nuestra supervivencia depende de que mantengamos el equilibrio entre cazadores ypresas! Una enfermedad no es consciente de eso! Una enfermedad se extiende y extiende hasta queinfecta a todo su anfitrin! Y si la muerte de ese anfitrin supone su propia muerte, le da igual! Unaenfermedad no sabe contenerse ni se plantea el futuro! No alcanza a comprender las consecuencias que

  • tendrn a largo plazo sus actos, y lo mismo les sucede a los submuertos! Pero nosotros s podemos hacerlo!Y no lo hemos hecho! Incluso hemos celebrado que los extingan! Durante los ltimos aos, hemos estadodanzando despreocupadamente en medio de un desfile que nos llevar a nuestra propia extincin!

    Pude apreciar que Laila se estaba alterando. Tena la mirada clavada en Nguyen, cual depredador,mientras sus finos labios se curvaban para dejar a la vista sus colmillos.

    Habr ms diurnos dijo con un tono de voz muy suave, casi un siseo, siempre habr ms!A partir de entonces, ese fue el mantra que ms repetamos. Pasamos del tradicional: Los humanos

    siempre han sido capaces de derrotar a los submuertos, al pragmtico: S, el sistema globalsocioeconmico humano actual tal vez desaparezca pero no los humanos, o al jocoso: Mientras loshumanos sigan fornicando desenfrenadamente, siempre habr ms. Desde los que se mostraban msdisplicentes a los que se mostraban ms beligerantes, muchos de los nuestros se aferrabandesesperadamente al mismo argumento de siempre habr ms. Esta nueva fase de nuestra existencia solopodra definirse como tremendamente desesperada. Mientras los submuertos continuaban multiplicndose,mientras arrasaban una fortaleza humana tras otra, el argumento de siempre habr ms se volva msinsistente, ms dogmtico y ms desesperado.

    Aun as, no fueron los discpulos del habr ms los que perturbaron profundamente mi sueo durante elda, sino aquellos que pensaban como yo, que empezaron a compartir el razonamiento de Nguyen ehicieron los clculos por s solos. En efecto, la humanidad estaba alcanzando un punto de no retorno anivel colectivo. Los submuertos haban iniciado una reaccin en cadena, tal y como nuestro juiciosovietnamita haba predicho. Todas las noches, sus cadveres se amontonaban en pilas cada vez ms altas enlas calles, los hospitales y los campos de refugiados improvisados de Penang. La malnutricin, lasenfermedades, los suicidios y los asesinatos se sucedan, y eso que los submuertos todava no habanalcanzado nuestra zona.

    Sabamos que no siempre habra ms, que eso era imposible, pero, entonces, qu se poda hacer? Quhacer... esa cuestin sonaba al principio tan extraa. Apenas era capaz de plantermela a m mismo y muchomenos a otros. En aquel momento que nos enfrentbamos a una amenaza apocalptica, acaso no era lgicoque tratramos de impedir que esa amenaza se hiciera realidad? Claro que s... para cualquiera salvo parauna raza de parsitos pasivos.

    ramos como pulgas que observaban al perro que las acoga mientras este luchaba por seguir vivo, sindetenerse a pensar por un momento que podan hacer algo para ayudarlo. Siempre habamos desdeado alos diurnos, a los que considerbamos una raza inferior. Aun as, esa raza, que se enfrentaba a diario consus propias debilidades y su propia mortalidad, haba decidido coger al destino por el cuello. Mientrasnosotros nos escondamos entre las sombras, ellos haban estudiado, sudado la gota gorda y cambiado la fazde su mundo. S, era su mundo, no el nuestro. Nunca sentimos ninguna necesidad de reclamar unaparticipacin en nuestra civilizacin anfitriona, ni ninguna necesidad de contribuir, por el averno, ni deluchar por ella de ningn modo. Mientras las grandes metamorfosis sociales (las guerras, las migraciones y lasrevoluciones picas) desfilaban ante nuestros ojos, nosotros solo ansibamos sangre, seguridad y librarnosdel tedio. Y cuando el curso de la historia amenazaba con empujarnos hacia el abismo, nos encontrbamosencadenados de pies y manos por una parlisis casi de ndole gentica.

    Estas revelaciones surgen, naturalmente, de cavilaciones que he realizado a posteriori. No obstante, misreflexiones no eran tan lcidas mientras merodeaba por mi coto de caza esa noche en el lago Temenggor. Labarricada humana situada en la autopista 4 era el ltimo dique con el que contaban para frenar la imparablemarea de submuertos. Ah solo quedaba una guarnicin del ejrcito que haba erigido algunas fortificacionesimprovisadas y que haba optado por no destruir el puente. An no deban de haber renunciado a la idea deque seran capaces de reconquistar la ribera opuesta. La isla central fue designada como zona decuarentena, lo cual provoc que esa antigua reserva natural acabara repleta de retenidos. Los nuestrosdescubrieron que era el sitio ideal para acechar a algn refugiado incauto que se haba alejado demasiado delos dems. Esa noche se ti de sangre por culpa de la glotonera. Yo ya me haba alimentado de dosrefugiados antes de purgarme y buscar a un tercero. Tales actos no se haban dado entre los nuestros, peroentonces se convirtieron en algo habitual. Tal vez el nuestro era un caso de supercompensacin malenfocada, quiz intentbamos satisfacer as una necesidad inconsciente de querer ejercer el control sobre lasituacin. Aunque todava no estoy seguro de cules eran los verdaderos motivos que nos impulsaban aactuar as. Desde una perspectiva racional y emocional, puedo afirmar que en mis caceras ya no haba ni elms mnimo atisbo de diversin. En ese momento, mis vctimas solo provocaban en m ira, ira y un desprecioirracional. Mis matanzas se volvieron innecesariamente crueles y dolorosas. Me sorprend a m mismo

  • mutilando los cuerpos de todas mis vctimas, e incluso mofndome de ellas instantes antes de proceder amatarlas.

    Una vez me exced tanto que acab lisiando al objetivo, al propinarle un golpe en la cabeza; no obstante,mi presa an permaneci lo bastante consciente como para escuchar mis palabras.

    Por qu no haces algo? me burl, colocando mi rostro a solo unos centmetros del suyo. Se tratabade un viejo extranjero que no poda entender mi idioma. Adelante! le espet gruendo. Haz algo!

    Aquello se convirti en una suerte de mantra psictico. Haz algo, haz algo, haz algo! Ahora, alrecordarlo, sospecho que al gritarle haz algo no buscaba provocarlo, sino ms bien lanzar un disimuladogrito de ayuda. Por favor, haz algo, eso es lo que debera haber dicho, Tu especie cuenta con los recursosy la voluntad necesaria! Haced algo, por favor! Debis dar con una solucin que suponga la salvacin deambas razas! Haced algo, por favor! Mientras an sois bastantes! Mientras an queda tiempo! Hacedalgo! Haced algo!

    Esa noche junto al lago Temenggor, me encontraba demasiado embriagado de sangre para cometer talesatrocidades con mi ltimo festn; una desgraciada demacrada que estaba por lo menos igual de incapacitadaque yo, aunque su dolencia era mental. Muchos de los refugiados sufran una enfermedad que los humanosdenominaban neurosis de guerra. En muchos casos, sus cuerpos haban sobrevivido pero sus mentes no lohaban superado. Por culpa de los horrores de los que haban sido testigo, de las prdidas que haban tenidoque afrontar, muchas psiques se haban sumido simplemente en las simas del olvido. La mujer de la que meestaba alimentando era tan consciente de mi presencia como los submuertos. Mientas le abra las venas,profiri lo que nicamente pudo ser un leve suspiro de alivio.

    Recuerdo el sabor extremadamente repulsivo de su sangre en mi lengua, pues esa mujer estaba delgada yfamlica, y su sangre se encontraba contaminada por los residuos acumulados de celulitis que su propioorganismo haba digerido. Incluso me plante dejarla a medio comer y buscar una cuarta vctima.Sbitamente, me distraje por culpa de una cacofona de gritos y gemidos, mucho ms intensos que antes,que procedan de la parte occidental del puente.

    Los submuertos haban logrado atravesarlo. En cuanto vi lo que ocurra, abandon el abrigo de la jungla.La barrera levantada por los humanos con coches volcados y escombros bulla de autmatas carnvoros. Nos si los que defendan la barricada se haban quedado sin balas o sin coraje. Lo nico que s es que vi cmolos humanos se retiraban ante aquella turbamulta. Cientos, quiz miles de esas criaturas superaron en tropella barricada, aplastando a sus hermanos que se haban transformado en una rampa de carne comprimida.

    Sub de un salto al puente y llam a gritos a Laila, utilizando ese tono que nicamente es capaz deescuchar nuestra especie. Pero no recib respuesta alguna. Observ detenidamente a esa multitud humanaque hua, con la esperanza de poder discernir el aura de intenso color mbar de Laila entre aquellamuchedumbre de brillante color rosa humano. Nada. Haba desaparecido. Ah solo haba diurnosdesesperados y submuertos que avanzaban en oleadas aullando. Esa fue la primera vez que sent esaemocin tan intensa que haba olvidado hace mucho tiempo. No era ansiedad, pues esa sensacin se habatornado muy familiar. Uno siente ansiedad cuando teme sufrir un posible dao; por culpa del fuego, de la luzdel sol, o de algn nuevo invento biomecnico apocalptico. Eso no era ansiedad. Pero tampoco era unpensamiento consciente. Era algo primario e instintivo que me tena atrapado como si fuera una garrainvisible. Era algo que no haba sentido desde que el corazn me haba dejado de latir hace muchos siglos.Era una emocin humana. Era miedo.

    He de reconocer que experimentar la sensacin de que eres un espectador de tus propios actos es unfenmeno muy curioso. Recuerdo cada desgarro, cada golpe, cada segundo repleto de violencia que vivmientras me abra paso entre esa horda submuerta. Diez, once, doce... Vi cmo varios crneosimplosionaban y diversos cuellos se partan... Cincuenta y siete, cincuenta y ocho... Vi columnas vertebralesdestrozadas, cerebros reventados, ciento cuarenta y cinco, ciento cuarenta y seis... Los cont todos, mientraslas horas se prolongaban y los cadveres se amontonaban. Mis actos de aquella noche pueden resumirse enuna sola palabra: determinacin; actu dejndome llevar, como un diurno con una de sus enormesmquinas. Avanzaba con suma determinacin, sin ninguna inhibicin o pausa, hasta que alguien me agarrde la mano. Retroced, me prepar para golpear y, entonces, mi mirada se encontr con la de Laila.

    Le temblaban las manos, que se hallaban resbaladizas y negras por culpa de la putrefaccin submuerta.Sus ojos ardan con una euforia animal.

    Mira! me espet, refirindose a los cientos de montculos silenciosos y mutilados que tenamos antenosotros. Ah no se mova nada, salvo unas cuantas cabezas separadas de sus troncos que seguan dandomordiscos a la nada. Laila levant un pie por encima de una de esas calaveras que daban dentelladas al airey, acto seguido, pis con fuerza a la vez que profera un gruido gutural. Mira lo que hemos hecho...

  • exclam, mientras la emocin de la revelacin se iba acumulando en nuestros respectivos pechos. Mira loque hemos hecho! Laila, que estaba jadeando por primera vez desde haca siglos, seal la distantebarricada que estaba siendo atravesada en esos momentos por una nueva oleada de submuertos. Ms. Entonces, sus susurros subieron de intensidad hasta transformarse en rugidos. Ms. Ms! Ms!

    Los das siguientes, yacimos moribundos. Cmo bamos a saber que los fluidos de los submuertos erantan letales?! Su virulenta putrefaccin haba infectado nuestros organismos al adentrarse por las microfisurasque se nos haban abierto al combatir cuerpo a cuerpo. Tras haber matado a ms de un millar esa noche,daba la impresin de que estbamos destinados a ser las ltimas bajas de aquella batalla.

    Menos mal que os habais alimentado antes afirm Nguyen, mientras se acercaba a nuestro santuarioenvuelto en la oscuridad. He descubierto que el nico antdoto capaz de combatir la infeccin que sufrs esla sangre de sapiens haba trado consigo dos platos de comida; un varn y una hembra, ambos estabanatados y se retorcan y gritaban a pesar de hallarse amordazados. Me he planteado silenciarlos coment, pero he preferido optar por la pureza antes que la conveniencia. A continuacin, sostuvo el cuello de lahembra cerca de mis labios. Adems, el influjo de adrenalina acelerar vuestra recuperacin.

    Por qu? pregunt, sorprendido por la gran generosidad de Nguyen. El egosmo es un rasgo normalentre los nuestros, tanto en cuestin de posesiones materiales como de sangre. Por qu nos hasreservado estos bocados? Por qu no...?

    Ambos sois famosos les anunci con una emocin casi jovial. Con lo que habis hecho en el puente,con lo que ambos habis logrado... os habis convertido en la fuente de inspiracin de nuestra raza!

    Pude notar que a Laila se le desorbitaban los ojos mientras se alimentaba glotonamente del varn. Antesde que alguno de los dos pudiera decir algo, Nguyen prosigui:

    Bueno, al menos habis inspirado a los miembros de nuestra especie que se encuentran en Penang.Aunque quin sabe qu estarn haciendo los nuestros o cualquier miembro de otra especie fuera de estazona segura. Pero de eso ya nos ocuparemos ms tarde. Ahora mismo, lo ms importante es que nos habisdemostrado que podemos hacer algo! Nos habis mostrado una solucin, una va de escape! Ahora todospodremos contraatacar juntos! Algunos ya han empezado a luchar! Estas tres noches, una decena, al menos,han superado las defensas humanas y han penetrado en el corazn mismo de las colosales turbamultas quese aproximan. Miles de submuertos han cado! Y millones ms los seguirn!

    No s si fue por culpa de las palabras de Nguyen o del xtasis que me proporcion la sangre humana, perolo cierto es que mis pensamientos se sumieron rpidamente en una euforia que me aletarg.

    Nos habis salvado! nos susurr a ambos al odo. Habis declarado la guerra.La guerra comenz cuando muchos de los nuestros decidieron seguir el ejemplo de lo que Laila y yo

    habamos hecho en el lago Temenggor. Al menos, gracias a que nos habamos expuesto de ese modo tanpeligroso, lo cual estuvo a punto de acabar siendo un error fatal, habamos aprendido que debamosprotegernos las manos con guantes, o si no, debamos enfundrnoslas con algn material impermeable.Algunos de los nuestros aprendieron a luchar solo con los pies, desarrollando as lo que los diurnos suelenllamar un arte marcial. Estos bailarines de crneos saltaban por encima de los submuertos, quienesintentaban intilmente agarrarlos moviendo frenticamente los brazos, y les aplastaban las cabezas como siestuvieran pisoteando un mar de huevos. Era una tcnica de lucha elegante y letal y, a pesar de que no eraun elemento especialmente importante dentro de nuestra estrategia blica, si era uno de los pocos aspectosde nuestra cultura que se poda afirmar que era en verdad nuestro.

    Por desgracia, haba tantos bailarines de crneos como emuladores; as llambamos a aquellos de losnuestros que haban decidido armarse como si fueran diurnos. Los emuladores utilizaban inventos humanospara combatir; armas de fuego, espadas o porras. Se apoyaban en el argumento de que tales instrumentoseran ms eficaces que nuestros cuerpos. Muchos escogan su arma segn la era o el lugar donde hubieranvivido sus vidas previas. No era raro ver a antiguos chinos blandiendo una dadao ancha de dos manos o a unantiguo malayo llevando la tradicional Keris Sundag. Una noche, en las colinas de Cameron Highlands, fuitestigo de cmo un antiguo occidental disparaba y cargaba a gran velocidad un oxidado mosquete BrownBess* con disparador de pedernal en el percutor.

    Algunos hablan sobre Hrcules; otros, sobre Alejandrocantaba, mientras realizaba unos movimientostan rpidos que acababa disparando con la misma velocidad que un rifle automtico moderno, aunque hayotros nombres tan grandes como estos, como Hctor y Lisandro!

    Si bien era un espectculo realmente impresionante, no pude evitar preguntarme cunta plvora ymunicin deban quedarle. De dnde narices las haba sacado? Es ms, de dnde haban sacado todos ellosesas herramientas, y cunto tiempo haban tenido que invertir para hacerse con ellas? De verdad eran tan

  • eficientes, o simplemente trataban de cubrir una necesidad emocional inconsciente de volver a sentir loslatidos de esos corazones deseosos de hacer cosas que una vez palpitaron en sus pechos?

    Creo que esas mismas dudas tambin las despertaban otras camarillas de emuladores an ms fanticas.A estos imbciles los llambamos emuladores militarizados, ya que se organizaban en grupos de asaltocuasihumanos, en donde establecan rangos entre ellos y aprobaban nombramientos, e incluso creabanprotocolos como saludos o contraseas de seguridad. En el espacio de un solo mes, varios de esos gruposde asalto surgieron en Penang y alrededores.

    El ms notable era el mariscal de campo Peng (aunque ese no era su nombre real) y su Ejrcito deSangre.

    Mientras hablamos, estamos dando los ltimos retoques al plan que nos llevar a la victoriame dijouna noche mientras sealaba un mapa del sudeste de Asia.

    Como tanto a Laila como a m todo aquello nos haba despertado la curiosidad, decidimos hacerle unavisita al mariscal de campo, ya que albergbamos la esperanza de que quiz l tuviera una solucin paranuestra precaria situacin. Sin embargo, todas nuestras esperanzas se fueron al traste tras pasar veinteminutos en el centro estratgico de mando. Por lo que pudimos ver, aquel ejrcito contaba con apenasseis miembros, que se arremolinaban en torno a una serie de mapas humanos, radiosatlites humanos ylibros humanos que trataban temas militares. Todos ellos tenan un aspecto impresionante con esosuniformes negros con ribetes dorados y esas boinas de color rojo sangre; e incluso llevaban... y esto no loescribo a modo de broma, gafas de sol humanas. Su gran locuacidad verbal era an ms impresionante quesu aspecto. Defensa esttica, Cuello de botella, Buscar y destruir y Despejar, resistir y consolidarson solo algunos de los trminos que logramos entender entre esa vorgine de vocablos. El mariscal, apesar de hallarse de espaldas a ambos, debi de darse cuenta de las miradas de extraeza queintercambibamos entre nosotros, as como de cul fue nuestra reaccin ante su Cuerpo de OperacionesEstratgicas.

    El ataque final tiene que ser decisivo afirm con confianza, a la vez que sonrea y asenta en direccina sus hombres. Por tanto, debemos dejar que un centenar de flores florezcan y que un centenar deescuelas de combate peleen.

    Ojal contramos con un centenar de cualquier cosa suspir Laila mientras nos despedamos parasiempre del Ejrcito de Sangre, la Milicia de los Colmillos, el Ala Noctctica y otro puado ms debandas de emuladores militarizados que solo eran capaces de protegernos de unas pocas gotas de la furiosatormenta submuerta.

    La gran ventaja de nuestro enemigo segua siendo que nos superaban en nmero, as como en horas enque podan permanecer en activo. Cuntos de ellos haban sorprendido a los nuestros comiendo,descansando o simplemente escondindose de los rayos del sol? El bando rival no tena estos problemas.Mientras nosotros tenamos que retirarnos cada vez que se alzaba el sol, esos cadveres en descomposicincontinuaban avanzando, matando y multiplicndose. Cada turbamulta que destrozbamos era reemplazada ala noche siguiente por otra de manera instantnea. Cada kilmetro que limpibamos en la oscuridad de lanoche, acababa siendo invadido por una nueva infestacin que la luz del nuevo da traa consigo. A pesar denuestra tan cacareada superioridad fsica, a pesar de nuestra inteligencia supuestamente superior, a pesarde que contbamos con la abrumadora ventaja de que nuestros adversarios ni siquiera podan percibirnos,luchbamos como si furamos unos desafortunados jardineros que tenan que enfrentarse a una plagaimparable.

    No obstante, una de nuestras facciones s podra haber sido capaz de mejorar nuestra situacin, queresponda al nombre de las Sirenas. Estos audaces individuos haban asumido la responsabilidad de buscar alos nuestros por todo el mundo, para llevarlos a Penang con intencin de coordinar nuestros esfuerzos demanera conjunta desde ah. Las Sirenas crean que solo un verdadero ejrcito que contara con centenares demiembros de nuestra raza y que se concentrara en un lugar especfico sera capaz de iniciar por fin la purgadel planeta. Aunque aplaud sus esfuerzos, tena muy poca confianza en su xito. Los medios y las rutas detransporte se haban venido abajo a nivel global, as que cmo iba a recorrer alguno de nosotros ms deunas pocas decenas de kilmetros, o como mucho cien, cada noche antes de que despuntara el alba al dasiguiente? Aunque fueran capaces de dar con un refugio para protegerse del sol todas las maanas, serancapaces de encontrar tambin sustento? De verdad podan crean que iban a poder vivir de lo que seencontraran por el camino, que se iban a topar con algn puesto avanzado humano aislado todas las noches?Incluso si algunas de las Sirenas tenan xito a la hora de contactar con algunos de los nuestros, cmo losiban a convencer de que Penang era un lugar ms seguro que aquel donde se encontraban por aquelentones? Adems, acaso era posible realizar un xodo masivo hacia Penang? Si ya para uno solo de los

  • nuestros resultaba casi imposible desplazarse por el globo, cmo iba a hacerlo todo un supuesto ejrcito?Contra toda lgica, nunca perd la esperanza de que alguna noche divisara algn barco cerca de la costa, oalguna aeronave (si es que a alguno de los nuestros le daba algn da por aprender a pilotar) descendiera enpicado de repente del cielo. A lo largo de todas esas noches de combates, segu fantaseando con la idea deque, sbitamente, cientos de los nuestros se materializaran de la nada y surgiran de la noche. Haba vistocasos similares a lo largo de la historia humana, en lugares como Stalingrado o el ro Elba, donde los refuerzoshaban acabado estrechando las manos y abrazando a las tropas que tanto los haban esperado. Para m eranun smbolo de esperanza y de victoria. Sin embargo, cuando sola pensar en esas batallas a lo largo de misintermitentes descansos, me senta angustiado y atormentado pues tema que estuviera esperando en vanoa las Sirenas.

    Aunque haba otras posibilidades, otras opciones que podan suponer nuestra salvacin pero queconllevaban cometer un sacrilegio. Nuestra raza careca de una religin en el sentido espiritual que le danlos diurnos. Del mismo modo, no nos regimos por un complejo cdigo moral de conducta. Nuestrocomportamiento solo est limitado por dos tabes inviolables.

    El primero consista que solo podamos crear a uno a nuestra imagen y semejanza. Esa era la razn por laque nuestras poblacin no se haba expandido con el paso del tiempo. Aunque nunca se haba establecido undebate al respecto, este mandamiento deba de tener su base en la idea de equilibrio propia de tododepredador. Tal y como haba sealado Nguyen, ni siquiera habramos podido dejar un solo huevo en el nidosi demasiados depredadores caminaran por la tierra. Era lo ms lgico y razonable; de hecho, la plaga desubmuertos haba confirmado que la idea de equilibrio era acertada. Pero entonces nos enfrentbamos alinevitable triunfo de los submuertos, por qu no podamos, aunque solo fuera por esta vez, modificarnuestro antiguo canon de conducta?

    Quiz haba unos cien de los nuestros en Penang, la mayor concentracin de nuestra raza en toda lahistoria. De esa cifra, quiz una cuarta parte haba abandonado la zona como las Sirenas, mientras que otracuarta parte haba optado por centrarse en ejercicios militares masturbatorios e irresponsables. Por lo cual, ala hora de la verdad, solo contbamos con cincuenta combatientes capaces de luchar nicamente unas pocashoras cada noche antes de que el hambre, la fatiga y la llegada del alba nos obligara a retirarnos. A pesar deque en nuestras matanzas nocturnas acabbamos con ellos a millares, el enemigo posea la capacidad depropagarse por millones.

    No obstante, podramos haber corregido esa ecuacin con la cantidad justa de diurnos transformados.Podramos haberlos escogido cuidadosa y prudentemente, aadiendo solo los refuerzos necesarios para nodesequilibrar el balance entre nuestra manada y el rebao. Podramos haber creado un ejrcito lo bastantegrande como para limpiar la pennsula malaya y, luego, el sudeste de Asia, y a partir de ah, quin sabe? Deese modo, quiz habramos podido dar a los humanos el espacio que necesitaban para tomarse un respiro,para poder reunir recursos suficientes como para acabar de purgar el planeta sin necesidad de nuestraayuda. Pese a que tuvimos esa oportunidad al alcance de la mano, a ninguno de nosotros se nos ocurrijams aprovecharla.

    Del mismo modo, nuestro segundo precepto segua estando fuera de toda discusin: no podamosestablecer contacto directo y abierto con la humanidad. Al igual que suceda con las limitaciones en materiade reclutamiento de nuevos miembros, la necesidad de mantener el anonimato se basaba en el lgico deseode querer sobrevivir. Como depredadores que somos no podemos revelar nuestra presencia a nuestraspresas, verdad? Acaso deseamos compartir el mismo destino que el tigre de dientes de sable, los osos decara corta, o toda una serie de grandes depredadores que en su da se daban festines con huesos humanos?A lo largo de la historia de la humanidad, nuestra existencia ha quedado relegada al espacio de los mitos y lasparbolas para nios. Incluso entonces, en medio de nuestra lucha en paralelo por sobrevivir, seguimosesforzndonos por ocultar nuestras batallas de los ojos curiosos de los diurnos.

    Pero y si hubiramos abandonado por fin este acertijo y hubiramos revelado nuestra existencia anuestros desprevenidos aliados? Tampoco habra sido necesario exponernos del todo. Podramos haberignorado a la plebe y haber contactado solo con unos pocos, con los ms brillantes. Si no era con el gobiernomalasio, quiz con otros que operaban en el exilio por toda la regin. Deba de haber todava, algunaszonas seguras cercanas como la nuestra y algunos lderes humanos dispuestos a llegar a un entendimientomutuo. No les habramos pedido mucho a cambio, solo el derecho a continuar cazando como antes. Adems,los lderes homo sapiens nunca se han mostrado reticentes a sacrificar a su propia gente. Quiz inclusohabramos negociado el establecimiento de una serie de fronteras y lmites concretos y nos habramosalimentado de ciertos refugiados que lo haban perdido ya todo en la vorgine. Quin iba a llorar su muerte,o siquiera darse cuenta de que ya no estaban en este mundo? Tal vez los ms lcidos se habran entregado

  • voluntariamente. El sacrificio por los dems no era un fenmeno nuevo entre los diurnos. Algunos podranhaberse enorgullecido de haber derramado su sangre, literalmente, por la supervivencia de su especie.Acaso habra sido un precio demasiado alto a pagar por la subsistencia de su raza? Acaso nuestra razahubiera corrido demasiado riesgo al hacerles esta propuesta? Al igual que sucede con la regulacin dereclutamiento, nadie ha desafiado esta ley sacrosanta jams, que yo sepa. Resulta un triste consuelo saberque la cobarda no es una vulnerabilidad nica de nuestras especies. En mi corta vida, he visto demasiadoscorazones, tanto de la noche como del da, que carecan del coraje suficiente como para cuestionarse susconvicciones. Ahora me cuento entre los culpables que decidieron optar por una extincin segura en vez depor la opaca posibilidad de Por qu no hacemos algo?.

    El da en que Perai cay, yo dorma un sueo sin sueos. Se trataba del lugar donde se encontraba lamayor concentracin de campos de refugiados de toda la zona de seguridad de Penang, por esa raznalgunos de nosotros nos habamos establecido al otro lado del ro, en Butterworth. An segua siendorelativamente fcil encontrar comida en la zona de seguridad del continente, no como en la isla de Penangdonde el gobierno haba sido capaz de imponer la ley marcial. Todas las noches renovbamos nuestrasfuerzas para la batalla, gracias a la fuente de sangre carmes que nos proporcionaba Perai; la ltima basedonde todava se fabricaban municiones, con las que los humanos an resistan.

    Cuando tuvo lugar la explosin, me encontraba descansando profundamente tras nuestra batalla msferoz hasta la fecha. Tres decenas de los nuestros nos habamos encaramado sigilosamente al muro de losdiurnos, que estaba situado junto al estrecho ro Juru, para atacar el corazn de una turbamulta queavanzaba a trompicones hacia Tok Panjang. Habamos regresado agotados y descorazonados, pues apenaslogramos contener su incesante empuje en direccin a los humanos. Desde ese piso de finas paredes del quenos habamos apropiado por la fuerza, pudimos escuchar un conjunto de gemidos que se alzaban junto a labrisa matutina.

    Maana por la noche ser distinto me asegur Laila. Los diurnos todava cuentan con el ro Jurucomo barrera natural para impedir su avance y, a cada da que pasa, el muro es cada vez un poco ms alto.

    No estoy seguro de si me cre lo que deca, pero s s que estaba demasiado cansado como para discutir.Camos rendidos en brazos el uno del otro mientras el alba despuntaba sobre esa amenaza que se ibaacercando cada vez ms.

    Me despert volando por los aires, ya que la onda expansiva me lanz contra la pared opuesta deldormitorio. Medio segundo despus, sent como si una veintena de hierros al rojo vivo me estuvieranmarcando la piel de repente. La detonacin haba hecho aicos las ventanas, y los fragmentos de cristalhaban hecho jirones las cortinas con las que nos protegamos del sol. Rod por el suelo, cegado por la luz delda y jadeando por culpa de las heridas humeantes que acababa de sufrir, mientras buscabadesesperadamente a Laila. Ella dio conmigo primero; me agarr de la cintura y me subi a uno de sushombros.

    No te muevas! me grit y, acto seguido, me puso una capa sobre la cabeza.Sent que Laila saltaba, o el estallido de unos cristales al romperse y, a continuacin, nos hallbamos

    sobre el suelo de hormign, seis pisos ms abajo. Laila sali corriendo rpida como el rayo, y sus pisadasretumbaron en medio de un mar de fragmentos de cristal y escombros.

    Qu...? logr preguntar con voz ronca.Las fbricas! respondi Laila. Se ha desatado un incendio... accidentalmente... Estn aqu! Estn

    por todas partes!Pude percibir el olor a carne quemada. Cuntas partes de su cuerpo haban quedado expuestas al sol?

    Cunto tiempo le quedaba antes de calcinarse? Esos tres segundos que transcurrieron antes de volver anotar que saltaba se me hicieron eternos. La fuerza con la que Laila me agarraba mengu repentinamente encuanto un fro y duro chapoteo nos separ.

    La capa se alej de mi rostro flotando. Lo que hasta entonces solo haban sido unas pequeas heridasabrasadoras se haban transformado en un nico tormento calcinante. Pude ver que Laila nos habaarrastrado hasta el estrecho de Malaca y que me llevaba agarrado de la mano hacia los espacios envueltos ensombras que se encontraban bajo los barcos anclados. Haba muchas naves con sus depsitos de combustiblevacos y las cubiertas estaban a rebosar de refugiados. Desde all abajo, tenan el mismo aspecto que lasnubes deban de tener para los diurnos. Entonces, encontramos un lugar donde descansar bajo lasemioscuridad de un petrolero, que, de un modo un tanto irnico, se hallaba anclado sobre un bote derecreo hundido. Nos sentamos y apoyamos la espalda contra el casco roto del yate; ambos nos hallbamostan conmocionados y agotados que ni siquiera nos estremecimos. Solo cuando la sombra se desplaz y nosoblig a cambiar de posicin, me di cuenta de la gravedad de las heridas de Laila.

  • Tena casi todo el cuerpo abrasado. Cuntas veces le haba advertido de que no deba dormir desnuda!Clav la mirada en esa mscara horrorosa que haba sido su rostro, cubierto por una nube de partculascalcinadas que se separaban perezosamente de sus blancos huesos. Siempre haba sido tan vanidosa,siempre haba estado tan obsesionada con su inmaculada belleza. Por eso haba acudido a nosotros hacetantos siglos, porque su peor pesadilla siempre haba sido perder su hermosura. Di gracias al agua del marpor disimular mis lgrimas. Me obligu a esbozar una sonrisa valiente y rode con un brazo su hombro casiesqueltico. Mientras se estremeca bajo ese abrazo, alz un brazo negruzco y carbonizado para sealar endireccin a la playa de Penai.

    Los submuertos se acercaban y emergan de la niebla que surga del cieno. No se percataron de nuestrapresencia, por supuesto, y pasaron junto a nosotros sin inmutarse lo ms mnimo. La isla de Penang, el ltimorefugio humano, era su nico objetivo. Los observamos en silencio, pues estbamos tan dbiles que nisiquiera ramos capaces de apartarnos de su camino. Uno de ellos se acerc lo bastante como paratropezarse con la pierna que yo tena estirada. Cay a cmara lenta y extend el brazo que me quedaba librepara cogerlo. No estoy muy seguro de por qu hice eso, ni tampoco Laila lo comprendi. Me mirdesconcertada, y yo respond encogindome de hombros tan confuso como ella. Los restos quemados yagrietados de sus labios se curvaron para dibujar una sonrisa, de tal modo que su labio inferior se parti endos, pero fing que no me haba dado cuenta. Le devolv la sonrisa y la abrac con ms fuerza si cabe.Permanecimos sentados sin mover ni un msculo, mientras observbamos cmo desfilaba esa cabalgata decadveres hasta que la superficie del ocano de azul pas a naranja, luego adopt una tonalidad morada y,por ltimo, se torn negra.

    Nos acercamos a la orilla varias horas despus de ponerse el sol y nos adentramos en las fauces de unabatalla atroz. Me tocaba a m llevar a Laila, que se me agarr al cuello, cojeando y temblando, mientrasesprintbamos para dejar atrs la refriega que tena lugar en la cabeza de aquella playa. Di con unamadriguera profunda y segura entre las ruinas de la derruida torre Komptar de Georgetown. Era inaccesibletanto para los diurnos como para la luz del da, y eso era a lo mximo que podamos aspirar. Laila se tumbsobre su espalda en silencio mientras el humo se alzaba perpetuamente de sus heridas, lo nico que podahacer para reconfortarla era sostener los restos destrozados de su mano y susurrarle una nanas que apenasrecordaba de una infancia lejana y casi olvidada.

    Siete noches permanecimos recluidos en nuestra destartalada madriguera, donde Laila se recuperabalentamente mientras yo sala en busca de sangre despus del anochecer. Todava quedaban unos cuantoshumanos vivos en Penang, quienes luchaban valientemente contra una oleada tras otras de submuertos quesurgan incesantemente del mar. Esas noches fueron testigo de lo mejor de su especie y de lo peor de lanuestra.

    No hay nada peor que ser testigo de cmo uno de los tuyos mata a otro. La vctima era ms pequea ydbil. Por lo que pude ver, fue asesinada por un macho ms grande por una disputa por un bocado queapenas permaneca consciente. Estaban locos? An quedaban bastantes diurnos vivos. Por qu se habanpeleado por ese en concreto? Porque estaban locos. Las mentes de muchos humanos se haban derrumbadoante la presin, as que por qu bamos a ser nosotros distintos? Fui testigo de diversos asesinatos ms a lolargo de aquellas siete noches, incluido uno que tuvo lugar sin ninguna razn que lo justificaseaparentemente. Se trataba de dos machos de fuerzas parejas que se estaban destrozando y mordiendomientras intentaban arrancarse el corazn mutuamente. En ese momento, cre ser capaz de ver su locura; setrataba de una entidad viva compuesta de pura demencia que enfrentaba a mis hermanos unos contra otroscomo si fueran los soldaditos de juguete de un nio sdico. Ms tarde, llegu a preguntarme si aquel dueloen vez de ser un homicidio no era ms bien un suicidio mutuamente acordado.

    El suicidio no era un fenmeno nuevo entre los mos. La inmortalidad siempre trae consigo ladesesperacin. Una vez cada siglo, ms o menos, se escuchan historias de que alguno de los nuestros semeti voluntariamente en una hoguera. Jams haba sido testigo de algo as. Pero me haba convertido enun espectador nocturno privilegiado de tales desgracias. Envuelto en lgrimas o sumido en el silencio,observ cmo muchos de mi especie, unos especmenes hermosos y fuertes que parecan invencibles, seadentraban en edificios en llamas. Tambin fui testigo de diversos suicidios con submuertos, pues variosde mis amigos clavaron sus colmillos voluntariamente en la ptrida carne de esa plaga con patas. Si bien susaullidos de agona me torturaban a lo largo de las horas que pasaba caminando, nada me desgarr ms elcorazn que lo que viv la noche en que me encontr con Nguyen.

    Iba paseando, si se poda llamar pasear a lo que Nguyen estaba haciendo, por el medio de la calleMacallister, entre restos de submuertos y de cadveres de diurnos. La expresin que haba dibujada en su

  • rostro transmita serenidad y quiz felicidad. Al principio, no pareci darse cuenta de que yo estaba ah. Tenala mirada clavada en a luz del sol que emerga por el este.

    Nguyen! grit nervioso, pues no deseaba perder ms tiempo y quera volver a casa. Cada vezresultaba ms difcil encontrar comida y estaba ansioso por volver junto a Laila con mi presa antes de que elsol se alzara. Entonces, alz la mirada justo cuando se hallaba sobre las ruinas de una antigua mezquita y mesalud amistosamente con la mano. Pero qu ests...? acert a decir, pero enseguida me acall con surespuesta.

    Camino hacia el alba por su tono de voz se poda deducir perfectamente lo que iba hacer acontinuacin. Simplemente, camino hacia el alba.

    No le mencion lo que haba visto a Laila, ni le cont nada sobre los horrores que tenan lugar ms all denuestra pequea cueva. Mientras se alimentaba de ese sustento que apenas respiraba ya, me obligu aesbozar una sonrisa lo ms amplia posible y repet las palabras que haba ensayado mentalmente.

    Saldremos de esta le asegur. S cmo lo vamos a lograr.La idea se me ocurri el da en que acabamos bajo aquel barco, y haba ido cobrando forma con rapidez

    durante las ltimas noches.Nos convertiremos en ganaderos dije, y entonces Laila frunci el ceo, cuyas cejas an se estaban

    recuperando, extraada. As fue como los diurnos se convirtieron en la especie dominante del planeta. Encierto momento, pasaron de cazar animales a domesticarlos. Eso es lo que vamos a hacer! Antes de queella pudiera decir nada, coloqu una de mis manos sobre esos labios que se regeneraban. Pinsalo!Todava hay cientos de naves por ah que deben de albergar a miles de diurnos. Lo nico que tenemos quehacer es tomar uno de esos barcos por la fuerza. Llevaremos el ganado a alguna isla perdida. Hay millones deislas por aqu cerca. Lo nico que tenemos que hacer es encontrar una lo bastante grande como paraconstruir un rancho de diurnos! Quiz incluso ya haya algn rancho en algunas de esas islas! Bueno, loshumanos no los consideran ranchos sino refugios. Pero espera a que lleguemos ah! Con una sola nocheplagada de violencia, nos bastar para eliminar a los machos alfa del rebao y el resto obedecer comocorderos. Han pasado tantas penalidades que estarn ya lo bastante maduros como para pasar a ser nuestroganado! Comenzaremos a criar diurnos! Nos desharemos de los ms problemticos y engordaremos ymaniataremos a los ms sumisos. Con el paso del tiempo, incluso podramos lograr que menguara suinteligencia. Tenemos todo el tiempo del mundo en nuestras manos! Los submuertos no durarn siempre,ya has visto cmo se pudren, eh? Eh? Cunto tiempo durarn, unos cuantos aos, unas pocas dcadas?Esperaremos, sanos y salvos en nuestra isla de coral, autoabastecindonos con nuestros suministros desangre... o mejor, mucho mejor... Podramos ir a Borneo o Nueva Guinea! Todava debe de haber por ahalgunas tribus humanas a las que este holocausto no ha afectado! Podremos convertirnos en sus reyes, ensus deidades! Ni siquiera necesitaremos cuidarlos, ni matarlos, lo harn ellos mismos por amor a sus nuevosdioses! S, podemos hacerlo! Ya lo vers! Podemos y lo haremos!

    En esos momentos, crea de verdad en todo lo que acababa de propugnar. No saba cmo bamos aarreglrnoslas para dar con un barco y capturarlo o para localizarla una isla y controlarla, pero eso daba igual.No saba cmo bamos a ingenirnoslas para mantener a ese rebao mstico de diurnos cautivos, o sanos,o bien alimentados, pero eso daba igual. Se me acababa de ocurrir la posibilidad de ir a Borneo o NuevaGuinea, as que todos esos detalles me parecan incluso ms triviales que la idea de convertir a los humanosen ganado. Lo nico que importaba era que deseaba creer en m mismo con todas mis fuerzas, as comodeseaba con todas mis ganas que Laila creyera en m.

    Debera haberme dado cuenta entonces de lo mucho que se pareca la sonrisa que Laia haba dibujada ensu rostro a la de Nguyen. Debera haberla detenido en ese instante, valindome de acero, hormign o inclusode mi propio cuerpo. No debera haberme dormido aquel da. Como tampoco debera haberme sorprendidoal toparme con lo que me top a la noche siguiente. Laila, mi hermana, mi amiga, mi hermoso y fuerte cielonocturno eterno. Cunto tiempo haba pasado desde que ramos solo unos nios que posean unoscorazones palpitantes, y jugbamos y reamos bajo el calor del sol del medioda? Cunto tiempo habapasado desde que decid seguirla a la oscuridad? Cunto tiempo pasara antes de que la siguiera a la luz?

    Ahora las noches son muy tranquilas. Hace mucho que los gritos y fuegos se han apagado. Los submuertosestn ahora por todas partes, caminan arrastrando los pies sin rumbo hasta all donde alcanza la vista. Hanpasado casi tres semanas desde que cac a los ltimos humanos que quedaban en la ciudad, y casi cuatromeses desde que mi amada Laila se transform en cenizas. Al menos, mi idea de los ranchos ha cobradoforma en cierto modo. Todava quedan algunos diurnos en los barcos que hay anclados por aqu cerca, quesobreviven a base de pescado y agua de lluvia, que albergan an la esperanza de que acaben siendorescatados. Aunque me alimento de la manera ms moderada posible, el nmero de humanos sigue

  • menguando. He calculado que me quedan unos pocos meses ms, como mucho, antes de que deje plido yseco al ltimo de ellos. Aunque contara con la mitad de los conocimientos necesarios, o de la voluntadrequerida, para llevar a cabo mi plan de domesticacin, no quedaran bastantes como para tener un rebaoestable. La realidad puede llegar a ser una maestra muy cruel, y tal y como Nguyen dijo una vez: He hecholos clculos.

    Tal vez algunos de mi raza hayan emprendido unos proyectos semejantes de ganadera. Tal vez algunoshayan logrado llevarlos a buen puerto. El mundo se ha transformado de repente en un lugar muy, pero quemuy grande, y a lo largo de su vasto horizonte, siempre se despliegan un montn de posibilidades. Supongoque podra intentar buscar esas colonias de superviviente si me llevo a un par de diurnos maniatados bajo elbrazo. Tal vez encuentre la manera de mantenerlos con vida por un tiempo si les doy agua y comida; podraencadenarlos durante el da mientras yo descansaba en una madriguera. Recuerdo que uno de las Sirenasplante esa misma estrategia para poder realizar su viaje. Si raciono las provisiones con cuidado y viajo amxima velocidad, podra llegar a recorrer una buena distancia. Pero el temor a lo que podra descubrir ahfuera es lo que me mantiene atrapado en la isla de Penang. Al menos, uno puede fantasear mientras siguesumido en la ignorancia; y en estas noches, la imaginacin es lo nico que me queda.

    En mis ensoaciones, unos cadveres repugnantes que an son capaces de moverse no heredan la tierra.En mis fantasas, los hijos de la noche y el da sobreviven el tiempo suficiente como para que los submuertosse conviertan en polvo. Por eso he preservado estos recuerdos, en papel, madera e incluso cristal, emulandoas a una novela apocalptica humana que le. En mis fantasas, no malgasto mis ltimas noches enredadoen infructuosas divagaciones maltusianas. Espero que mis palabras sirvan como gua, como advertencia ycomo medio de salvacin para la raza conocida por todos como la raza vampira. Pues no soy el ltimodestello de una luz que ha dejado que la apagaran. Pues no soy el ltimo que baila en el desfile hacia laextincin.

  • [La siguiente entrevista fue realizada por el autor en cumplimiento de las obligaciones que le asignoficialmente la Comisin de las Naciones Unidas en cuestin de recopilacin de datos tras la guerra. Aunquealgunos fragmentos han aparecido en informes oficiales de la ONU, esta entrevista fue omitida totalmente enla publicacin personal de Brooks, que ahora se conoce como Guerra Mundial Z, debido a un fallo burocrticode los archivistas de la ONU. El texto siguiente es un relato realizado en primera persona por unasuperviviente de esa gran crisis a la que muchos hoy en da denominan simplemente La Guerra Zombi.]LA GRAN MURALLA:SECCIN 3947-B, SHAANXI, CHINA[Liu Huafeng comenz su carrera profesional como dependienta en los grandes almacenes de Takashimayaen Taiyun y ahora es duea de una pequea tienda desde la que se puede ver an su antiguo lugar detrabajo. Este fin de semana, tal y como sucede todos los primeros fines de semana de cada mes, tiene quecumplir con sus obligaciones como miembro de la reserva. Armada con una radio, una pistola lanzabengalas,unos prismticos y un dadao, una versin moderna del tradicional sable chino, patrulla los cinco kilmetrosque le han asignado de La Gran Muralla con solo el viento y los recuerdos como compaa.]Esta seccin de la Muralla, esta seccin en la que yo trabaj, se extiende desde Yulin a Shemnu. Fue erigidapor la dinasta Xia y se construy con arena compacta y tierra mezclada con juncos, y se cubri por amboslados con una gruesa capa exterior de ladrillo de adobe cocido. Esta parte de la Muralla nunca apareca en laspostales de los turistas. Nunca pudo rivalizar con las secciones hechas en la era Ming y sus icnicas piedrasque recuerdan a la columna de un dragn. Esta parte era muy poco llamativa y meramente funcional;adems, para cuando iniciamos la reconstruccin, prcticamente haba desaparecido por entero.

    Miles de aos de erosin, tormentas y desertificacin le haban pasado factura de manera drstica.Asimismo, haba sufrido las consecuencias del progreso humano de un modo igualmente destructivo. A lolargo de los siglos, la gente de los alrededores se haba llevado (o ms bien robado) sus ladrillos para usarloscomo material de construccin. Adems, haban construido una carretera moderna que tambin haba hechomella en ella, ya que haban derribado secciones enteras que interferan de manera vital con el trfico. Y,por supuesto, ese proceso de desgaste que la naturaleza y el progreso en tiempos de paz haban iniciado fuecompletado en el transcurso de varios meses por la crisis, la plaga y la subsiguiente guerra civil. En algunossitios, lo nico que quedaban eran pequeas colinas de relleno compactado derruidas. En muchos lugares, noquedaba nada de nada.

    Ignoraba que el gobierno haba diseado un nuevo plan para restaurar la Gran Muralla con el fin de poderdefender la nacin. Al principio, ni siquiera saba que yo iba a formar parte de ese proyecto. Aquellosprimeros das, haba tanta gente diferente por aqu, gente que hablaba idiomas o dialectos locales que param tenan tanto sentido como el canto de los pjaros pues no entenda nada. La noche que llegu, lo nicoque se poda ver eran las antorchas y los faros encendidos de algunos coches estropeados. A esas alturas,llevaba ya nueve das caminando. Estaba cansada, asustada. Al principio, no saba con qu me haba topado,solo saba que esas siluetas que correteaban de aqu para all por delante de m eran humanas. No s cuntotiempo permanec ah sin hacer nada, pero, entonces, alguien que perteneca a una cuadrilla de trabajo mevio. Se me acerc a todo correr y se puso a hablar animadamente conmigo. Intent hacerle entender que nocomprenda lo que deca. Se sinti muy frustrado y, al final, seal hacia algo que se encontraba a susespaldas y se extenda de izquierda a derecha en la oscuridad, que pareca ser una obra donde reinaba unintenso ajetreo. Una vez ms, negu con la cabeza y me seal las orejas mientras me encoga de hombroscomo una tonta. Aquel hombre suspir furioso y, a continuacin, alz una mano en direccin hacia m.Entonces, me di cuenta de que sostena un ladrillo. Como pens que me iba a golpear con l, retroced. Actoseguido, me lanz el ladrillo a las manos, seal a la obra y me empuj en esa direccin.

    En cuanto me hall tan cerca del obrero ms prximo que con solo estirar el brazo habra podido tocarlo,este me quit el ladrillo de las manos. Como aquel obrero era de Taiyuan, pude entenderlo con claridad.

    Bueno, a qu cojones ests esperando? me espet. Necesitamos ms! Vamos! Vamos!Y as fui reclutada para trabajar en la nueva Gran Muralla China.[En este instante, Liu hace un gesto para sealar una edificacin uniforme de hormign.]Aunque a lo largo de esa primera primavera en que rein la desesperacin, nunca tuvo para nada este

    aspecto. Lo que ves ahora aqu es el resultado de las posteriores renovaciones y obras de refuerzo que se hanhecho siguiendo los ltimos estndares de construccin de posguerra. Por aquel entonces, no contbamoscon este tipo de materiales. La mayora de las infraestructuras que podan garantizar nuestra supervivenciase encontraban al otro lado del muro, en el lado equivocado.

    En la parte sur?

  • S, en la parte que sola ser la ms segura, porque la Muralla... en realidad, todas las secciones de laMuralla, las construidas desde la dinasta Xia a la Ming, siempre haba tenido como misin proteger ese lado.Esta Muralla sola ser una frontera que separaba a los que tenan algo de los que no tenan nada, a laprosperidad del sur de la barbarie del norte. Incluso en tiempos modernos, sobre todo en esta parte del pas,casi toda nuestra tierra cultivable, as como nuestras fbricas, carreteras, lneas de ferrocarril y pistas deaterrizaje, es decir, casi todo lo que necesitbamos para poder llevar a cabo una tarea tan descomunal seencontraba en el lado equivocado.

    Tengo entendido que, durante la evacuacin, cierta maquinaria industrial se traslad al norte.Solo lo que se pudo transportar a pie y nicamente lo que se encontraba en las inmediaciones de la obra.

    No se pudo traer nada que estuviera a ms de, pongamos, veinte kilmetros, nada que estuviera situado msall de las lneas de batalla cercanas o de las zonas aisladas en lo ms profundo del territorio infestado.

    Lo ms provechoso que pudimos obtener de las ciudades cercanas fueron los materiales que se usabanpara construir las propias ciudades: madera, metal, bloques de hormign y ladrillos; algunos de esos ladrilloseran los mismos que se haban robado de la Muralla en su da. Todo eso se utiliz en ese demencial amasijo yse mezcl con todo lo que pudimos improvisar rpidamente en la obra. Tambin aprovechamos la maderadel proyecto de reforestacin de la Gran Muralla Verde,* as como trozos de muebles y de vehculosabandonados. Incluso la arena del desierto que pisbamos la mezclamos con escombros para que formaraparte del material central de la Muralla, o si no, la refinbamos y calentbamos para fabricar bloques decristal.

    Cristal?S, muy grandes, como... [Liu dibuja una forma imaginaria en el aire, de apenas veinte centmetros de

    largura, anchura y profundidad]. La idea se le ocurri a un ingeniero de Shijiazhuang. Antes de la guerra,haba sido el dueo de una fbrica de vidrio. Se dio cuenta de que los recursos ms abundantes en estaprovincia eran el carbn y la arena, as que por qu no aprovecharlos? De un da para otro, se levant unacolosal industria, con el fin de fabricar miles de esos ladrillos enormes que no eran transparentesprecisamente. Como eran gruesos y pesados, un zombi no poda atravesarlos con sus blandos puos.Solamos decir que eran ms fuertes que la carne, aunque, para nuestra desgracia, tambin eran muchoms afilados... a veces, los ayudantes del vidriero se olvidaban de limar los bordes antes de entregrnoslospara que nos los llevramos.

    [En ese instante, posa su mirada sobre la mano con la que agarra la empuadura de la espada, cuyosdedos permanecen curvados a modo de garra. Una cicatriz blanca y profunda recorre toda la palma de esamano.]

    No saba que deba protegerme las manos. Me hice un tajo que me lleg hasta el hueso, me cort losnervios. No s cmo no mor de una infeccin; aunque muchos otros s lo hicieron.

    La desesperacin dominaba nuestras crueles existencias. Sabamos que, da tras da, las hordas del sur seiban acercando ms y ms, y que con cada segundo que nos retrasramos, estbamos poniendo en peligrotodo aquel tremendo esfuerzo. Dormamos, si es que logrbamos dormir, en el mismo lugar dondetrabajbamos. Comamos donde trabajbamos, mebamos y cagbamos all donde trabajbamos. Losnios... los Recogedores de Excrementos se acercaban a todo correr con un cubo y esperaban a queacabramos de hacer nuestras necesidades, o si no, recogan los excrementos que ah haban quedado.Trabajbamos como animales, vivamos como animales. Cuando duermo, sueo con ese millar de rostros quepertenecan a la gente con la que trabajaba pero que nunca llegu a conocer a fondo. No era un buenmomento para las relaciones sociales. Nos comunicbamos, principalmente, gesticulando con las manos y atravs de gruidos. Cuando sueo, intento sacar tiempo para hablar con aquellos que trabajaban junto a m,les pregunto su nombre y les pido que me cuenten su vida. Se suele decir que los sueos son en blanco ynegro. Quiz eso sea cierto, quiz solo recuerde los colores a posteriori, como el color claro del flequillo deuna chica cuyo pelo haba estado teido alguna vez de verde, o el color rosa del albornoz sucio de mujer conel que un frgil anciano, vestido con un andrajoso pijama de seda, se protega del fro. Veo sus rostros casitodas las noches, veo nicamente los rostros de los cados.

    Muchos murieron. A veces, alguien que estaba trabajando a mi lado se sentaba, solo por un momentopara recuperar el aliento, y nunca volva a levantarse. Se puede decir que contbamos con lo que se podradescribir como un destacamento mdico, aunque en realidad solo eran unos camilleros. A la hora de laverdad no podan hacer nada salvo intentar llevar a los moribundos al puesto de socorro. No obstante, lamayora de las veces llegaban tarde. Su sufrimiento era una losa sobre mi conciencia, y una inmensasensacin de vergenza me embargaba todos los das.

    De vergenza?

  • Cuando se quedaban sentados, o yacan a tus pies... sabas que no podas dejar de hacer lo que estabashaciendo, ni siquiera para mostrarles un poco de compasin, ni para decirles unas breves palabras deconsuelo, ni siquiera para hacerles al menos ms llevadera la espera hasta que llegaran los mdicos. Adems,todos sabamos que lo nico que queran era lo nico que todos queramos: agua. El agua era un bien muyvalioso en esta parte de la provincia, pues casi toda la que tenamos se utilizaba para mezclar los ingredientesnecesarios para hacer mortero. Nos daban menos de medio vaso al da. Yo llevaba mi agua en un botelln desoda de plstico reciclado que llevaba atado al cuello. Tenamos rdenes estrictas de no compartir nuestraracin con los enfermos y heridos, ya que la necesitbamos para poder seguir trabajando. Entenda la lgicade esa orden, pero era muy duro ver a alguien destrozado y hecho un ovillo entre las herramientas y losescombros cuando uno saba que lo nico piadoso que se poda hacer ya por l era darle un sorbito de agua...

    Me senta culpable cada vez que pensaba en ello, cada vez que saciaba mi sed, sobre todo, porque cuandome toc a m morir, result que, por pura casualidad, me encontraba cerca del puesto de socorro. Me habanasignado a la zona donde trabajbamos con el cristal, formaba parte de la larga cinta transportadora humanaque sala de los hornos para luego volver a terminar en ellos. Llevaba en el proyecto de reconstruccin pocomenos de dos meses; estaba hambrienta, tena fiebre y pesaba menos que los ladrillos que colgaban a cadaextremo de la barra que sostena. Mientras me giraba para pasar los ladrillos, tropec y me ca de cara alsuelo; pude sentir cmo se me rompan ambas paletas frontales y not un regusto a sangre en la boca. Cerrlos ojos y pens: Ha llegado mi hora. Estaba lista. Quera que aquello acabase. Si los camilleros no hubieranpasado justo en ese momento junto a m, se habra cumplido mi deseo.

    Durante tres das, viv avergonzada; descans, me lav y beb toda el agua que quise mientras otrosseguan sufriendo en la Muralla a cada segundo que pasaba. Los mdicos me dijeron que deba quedarmeunos cuantos das ms, los mnimos necesarios para que mi organismo pudiera recuperarse. Les habra hechocaso si entonces no hubiera escuchado los gritos de un camillero que se hallaba en la entrada de la cueva.

    Bengala roja! chillaba. Bengala roja!La bengalas verdes indicaban que se estaba produciendo un asalto; la roja, que el enemigo estaba

    atacando en tropel. Las rojas no haban sido muy habituales hasta entonces. Solo haba visto una y haba sidoa lo lejos, cerca de la frontera norte de Shemnu. Por entonces, sin embargo, venan en masa una vez a lasemana cuando menos. Sal a toda velocidad de la cueva y segu corriendo hasta llegar a mi seccin, justo atiempo de ver cmo esas putrefactas cabezas y manos se asomaban por las murallas sin acabar.

    [Nos detenemos. Liu contempla las piedras del suelo.]Fue aqu, aqu mismo. Pisotearon a sus camaradas cados y los utilizaron a modo de rampa para poder

    sortear la murallas. Los obreros intentaban impedir su avance con todo lo que tenan a mano; conherramientas y ladrillos, incluso con sus propios pies y puos. Entonces, cog un pisn, un utensilio que se usapara compactar la tierra. El pisn es un artilugio bastante grande que es muy difcil de manejar, consiste enuna vara metlica de un metro con un manubrio en un extremo y una piedra muy pesada, enorme y cilndricaen el otro. Solo los hombres ms corpulentos y robustos de nuestra cuadrilla utilizaban el pisn. No s cmologr alzarlo, ni apuntar y golpear con fuerza con l, una y otra vez, las cabezas y caras de los zombis quetena debajo...

    Se supona que los militares tenan que protegernos de los ataques en masa como ese, pero, por aquelentonces, no contaban con soldados suficientes.

    [Me acerca hasta las almenas y seala hacia algo situado apenas a un kilmetro al sur de donde estamos.]Ah.[En la lejana, solo puedo distinguir un obelisco de piedra que se alza sobre un montculo de tierra.]Bajo ese montculo se encuentra uno de los ltimos tanques de combate de nuestra guarnicin. Como se

    haba quedado sin combustible, la gente que lo manejaba decidi utilizarlo como fortn. Cuando se quedaronsin municiones, cerraron las compuertas y se prepararon para ser utilizados como cebo. A pesar de que se lesagot la comida y se quedaron sin agua en las cantimploras, siguieron resistiendo durante mucho tiempo.Seguid luchando!, gritaban por una radio que funcionaba a mano, girando una manivela. Acabad laMuralla! Proteged a nuestra gente! Acabad el muro! El ltimo en caer fue el conductor de diecisiete aos,resisti un total de treinta y un das. En esos momentos, casi no se poda ver el tanque, ya que se hallabaenterrado bajo una pequea montaa de zombis, los cuales se apartaron de repente, en cuanto intuyeronque el muchacho haba expirado su ltimo aliento.

    Para entonces, ya casi habamos acabado nuestra seccin de la Gran Muralla; sin embargo, los ataquesaislados tambin haban llegado a su fin, y haban comenzado los asaltos masivos e incesantes de millones dezombis. Si hubiramos tenido que combatir con tantos al principio, si los hroes de las ciudades del sur nohubieran derramado su sangre para que ganramos tiempo...

  • El nuevo gobierno saba que deba marcar distancias con el que acababa de derrocar. Tena quelegitimarse de alguna manera ante nuestro pueblo, y la nica manera de hacerlo era decir la verdad. Laszonas aisladas no estaban siendo engaadas para que se convirtieran en seuelos involuntarios comohaba sucedido en muchos otros pases. Se les pidi, abierta y sinceramente, que se quedaran ah mientraslos dems huan. Esa decisin sera totalmente personal, y cada ciudadano tendra que tomarla enconciencia. En mi caso, mi madre la tom por m.

    Nos habamos estado escondiendo en el segundo piso de lo que haba sido una casa de cinco dormitorios,situada en lo que haba sido uno de los enclaves suburbanos ms exclusivos de Taiyuan. Mi hermanopequeo se estaba muriendo, lo haban mordido cuando haba salido a buscar comida por orden de mipadre. Estaba tumbado inconsciente en la cama de mis progenitores y se estremeca. Pap se hallabasentado a su lado, mecindose lentamente adelante y atrs. Cada pocos minutos, nos gritaba: Se estponiendo mejor! Mira, tcale la frente. Se est poniendo mejor!. El tren de los refugiados pas justo al ladode nuestra casa. Los miembros de Proteccin Civil iban de puerta en puerta para comprobar quin se iba yquin se quedaba. Mi madre ya haba preparado una diminuta bolsa en la que haba metido mis cosas; ropa,comida, un buen par de zapatos para poder caminar con comodidad y la pistola de pap cargada con sus tresltimas balas. Mam me estaba peinando frente al espejo, tal y como sola hacer cuando era nia. Me exigique dejara de llorar y me prometi que algn da, muy pronto, nos reencontraramos todos al norte.Esbozaba esa sonrisa, esa sonrisa helada y desprovista de vida que solo sola mostrarle a pap y sus amigos. Yen aquel momento la esbozaba para m, mientras yo bajaba por las escaleras rotas de esa casa.

    [Liu se detiene, toma aire y apoya su mano con forma de garra sobre la dura piedra.]Nos cost tres meses acabar la Gran Muralla en su totalidad. Desde Jingtai, en las montaas del oeste, a la

    Gran Cabeza de Dragn, en el mar de Shanhaiguan. Nunca lograron abrir una brecha en ella, nunca lasortearon. Nos ha permitido tener el espacio que necesitbamos para consolidar nuestra poblacin ylevantar una economa de guerra. Fuimos el ltimo pas en adoptar el plan Redeker, mucho ms tarde que elresto del mundo y justo a tiempo para la Conferencia de Honolulu. Hemos desperdiciado tanto tiempo,tantas vid