kuethe: carlos iii. absolutismo ilustrado e imperio americano

10
CARLOS III, ABSOLUTISMO ILUSTRADO E IMPERIO AMERICANO Allan J. Kuethe Enmarcado dentro del dinámico y fértil movimiento intelectual del siglo dieciocho conocido como la Ilustración, se hallaba un articulo central de fe: el progreso por medio de la razón. De la mano de este principio marchaba la idea de que cualquier obstáculo al progreso de la humanidad podía ser superado por la prueba de la razón, especialmente cuando ésta estaba a cargo de un monarca ilustrado o de sus también ilustrados ministros, todos ellos respaldados por un Estado Moderno que asegurara su implementación. Fuertemente arraigado en la revolución científica del siglo diecisiete y, en especial, en el armónico universo newtoniano comprensible al ser humano, el pensamiento moderno confiaba en que el progreso material, facilitado por una política ilustrada, podría hacer frente a las históricas maldiciones de la ignorancia y la injusticia, vencerlas, y liberar al enorme sector social menos favorecido de la miseria tan abyecta de la que permanecía cautivo. Como corolario, la gracia y la belleza, reflejos de la magnifica armonía de las leyes naturales, mejorarían la calidad de la vida humana cuando se hicieren evidentes en el embellecimiento del entorno urbano, en un estilo arquitectónico que desplegara sentido común, y aún en espacios interiores, en los que habría de reinar el buen gusto. En España, este espíritu de la Ilustración halló su expresión más perfecta en Carlos III, el más destacado de los monarcas Borbones del siglo dieciocho, un hombre producto de la razón y ansioso paladín del progreso en sus dominios tanto europeos como americanos. Al acercarme a este tema, necesito añadir que la experiencia de España y de sus dominios durante el periodo en cuestión presenta una imponente relevancia para nosotros, ya que muchas de las circunstancias con las 12

Upload: rubenrobles

Post on 27-Sep-2015

215 views

Category:

Documents


2 download

DESCRIPTION

Artículo

TRANSCRIPT

  • CARLOS III, ABSOLUTISMO ILUSTRADO E IMPERIO AMERICANO Allan J. Kuethe

    Enmarcado dentro del dinmico y frtil movimiento intelectual del siglo dieciocho conocido como la Ilustracin, se hallaba un articulo central de fe: el progreso por medio de la razn. De la mano de este principio marchaba la idea de que cualquier obstculo al progreso de la humanidad poda ser superado por la prueba de la razn, especialmente cuando sta estaba a cargo de un monarca ilustrado o de sus tambin ilustrados ministros, todos ellos respaldados por un Estado Moderno que asegurara su implementacin. Fuertemente arraigado en la revolucin cientfica del siglo diecisiete y, en especial, en el armnico universo newtoniano comprensible al ser humano, el pensamiento moderno confiaba en que el progreso material, facilitado por una poltica ilustrada, podra hacer frente a las histricas maldiciones de la ignorancia y la injusticia, vencerlas, y liberar al enorme sector social menos favorecido de la miseria tan abyecta de la que permaneca cautivo. Como corolario, la gracia y la belleza, reflejos de la magnifica armona de las leyes naturales, mejoraran la calidad de la vida humana cuando se hicieren evidentes en el embellecimiento del entorno urbano, en un estilo arquitectnico que desplegara sentido comn, y an en espacios interiores, en los que habra de reinar el buen gusto. En Espaa, este espritu de la Ilustracin hall su expresin ms perfecta en Carlos III, el ms destacado de los monarcas Borbones del siglo dieciocho, un hombre producto de la razn y ansioso paladn del progreso en sus dominios tanto europeos como americanos. Al acercarme a este tema, necesito aadir que la experiencia de Espaa y de sus dominios durante el periodo en cuestin presenta una imponente relevancia para nosotros, ya que muchas de las circunstancias con las

    12

  • que se enfrent Carlos III son circunstancias con las que nos hemos enfrentado antes y con las que seguimos enfrentndonos todava en nuestra propia poca.

    Carlos III, rey de Espaa de 1759 a 1788, era el tercer hijo sobreviviente del que fuera el primer monarca Borbn espaol, Felipe V, y el primer hijo de su segunda esposa, la formidable Isabel Farnese. A Carlos le educ desde pequeo el ilustrado sabio don Jernimo Feijoo. Cuando la determinacin de su madre le gano el trono de Npoles, su primer ministro, el tambin ilustrado Bernardo Tannuci, continu su esmerada educacin en el arte de la poltica. Tan es as que sus aos en las dos Sicilias han pasado a la historia como un periodo de reforma y de progreso ilustrado1. Su medio hermano mayor, Luis, falleci despus de reinar unos pocos meses y el segundo, Fernando, rey de 1746 a 1759, muri sin dejar herederos, abriendo as el camino para el acceso de Carlos al trono de Espaa.

    La llegada del nuevo monarca a Madrid justo antes de la Navidad caus gran furor en la corte, en parte por su buena reputacin italiana y por la manera tan decisiva con que asumi las riendas del gobierno espaol; sino tambin por su apariencia fsica. Carlos tenia ojos prominentes, una nariz ms prominente an, una barbilla pequea y su cuerpo delgado tenia un cierto desgarbo desconcertante. Su adorada esposa, Maria Amalia, tampoco tena una apariencia fsica atractiva y cuando alguien califico a la real pareja de ser la menos atractiva en toda Europa, pocos pudieron disentir de esta opinin. Carlos tuvo la desgracia de perder a Maria Amalia durante su primer ao en Espaa y desde entonces abraz el celibato. La caza se convirti en su gran pasin y se dice que mat ms de quinientos lobos y cinco mil zorros durante su reinado2. Una vez, mientras yo investigaba una innovacin radical en la poltica comercial de la corona, encontr y le con gran curiosidad una carta de Carlos a su astuta madre, Isabel, escrita unos cuantos das antes de hacer efectiva la nueva orden. De seguro, me dije, que aqu podr encontrar algn indicio de su manera de pensar como monarca. Nada ms lejos de eso. Era una carta escrita mientras estaba haciendo noche durante una cacera y en la que se enorgulleca contndole la hazaa de haber matado aquel da un gato montes y una loba. Continuaba relatndole con gran entusiasmo que un grupo de gente local haba visto una manada de lobos en un valle cercano y que planeaba ir en su busca al da siguiente.

    Me qued desilusionado pero no sorprendido ya que Carlos gobernaba a travs de sus ministros a quienes conceda un considerable margen de libertad. l defina la poltica a seguir, pero dejaba que ellos se ocuparan de los detalles. Por costumbre, se levantaba a las seis de la maana, rezaba quince minutos, beba una taza de chocolate, asista a misa en la capilla y entonces desayunaba con sus hijos. Su da de trabajo comenzaba a las ocho, cuando se reuna con sus ministros hasta las once, recibiendo despus a embajadores y a otros dignatarios. Terminaba el trabajo a la hora del almuerzo al que segua una corta siesta. Le gustaba cazar por las tardes, pasar ratos con 1 - Estos aspectos sobre la formacin de Carlos son discutidos por Anthony Hull en Carlos III and the Bourbon Revival in Spain, Washington, 1981, especialmente en los cuatro primeros captulos. 2 - Una descripcin ms popular de las cualidades personales de Carlos se halla en John J. Bergamini, The Spanish Bourbons: The History of a Tenacious Dynasty, New York 1974, capitulo 3.

    13

  • sus hijos despus y retirarse a la cama temprano3. En aquellos tiempos, la Corte se mova de un lugar a otro de acuerdo con la estacin, saludando la primavera en Aranjuez, valle del Tajo, escapando al calor del verano en La Granja, en las montaas, recogindose en el otoo en el sobrio escenario de El Escorial y completando el ciclo pasando el invierno en su palacio de Madrid. El dedicar horas de trabajo personal a los asuntos de Estado, como hacan los monarcas de antao -y aqu Felipe II sirve de ejemplo-, no iba bien con las costumbres de un monarca de la poca de Carlos. En efecto, en todos mis aos de investigaciones en los archivos solamente una vez encontr una instancia en la que el mismo rey escribiera una Real Orden. Esto ocurri en el ao de 1764 a causa de un impasse debido a la conducta obstruccionista del Consejo de Indias en cuanto a una reforma del Servicio Real de correos para facilitar una comunicacin ms eficaz del monarca con su imperio. La esencia del gobierno de Carlos era seleccionar hbiles ministros y consejeros, estadistas de la talla de Esquilache, Aranda, Msquiz y Floridablanca. De estos magistrados l esperaba y reciba lealtad inquebrantable y ellos a cambio reciban lo mismo de su parte. Era raro que Carlos cambiase un ministro, y cuando lo haca era con gran disgusto4.

    Apstol del gobierno eficaz y campen del progreso material, Carlos fue el ms ambicioso y capaz de los monarcas Borbones. La caracterstica frescura mental con la que se acercaba a los asuntos de gobierno le hacia fcil la tarea de enfrentarse a atrincherados arreglos privilegiados y de ensayar con desenfado alternativas modernas. La poltica que puso en practica era la tpica del absolutismo ilustrado europeo en boga.

    Dando un significado moderno al trmino mrito, busc la manera de aminorar el poder de una aristocracia vaga y el de las rdenes privilegiadas. Aunque siendo hombre piadoso, no tuvo remilgos en controlar el poder temporal de un clero en buena parte reaccionario. Centraliz y bas en la razn la administracin real, codific leyes, e hizo ms eficaz el cobro de los impuestos. Hizo a un lado regulaciones de comercio permitiendo a otros puertos adems de Cdiz, que antes haba tenido un monopolio legal, comerciar libremente con las colonias. Para promover el desarrollo econmico, Carlos construy canales, mejor caminos, cre un sistema bancario moderno y se esforz en fomentar la industria nativa utilizando una variedad de medios, incluyendo la iniciativa del Estado. Embelleci la ciudad de Madrid, prest apoyo a la ciencia y coloniz la poco desarrollada Sierra Morena con gente extranjera a travs del proyecto del peruano Pablo de Olavide. A diferencia de otros monarcas ilustrados que drenaban pantanos, y no teniendo ninguno que valiera la pena drenar en Espaa, Carlos construy un deposito para mejorar el abastecimiento de agua5.

    Sin embargo, los ambiciosos programas del monarca resultaron menos impresionantes de lo que era de esperar. Algunos historiadores recientes han llegado a conclusiones tibias en cuanto a los resultados de su reinado, apuntando que la industria 3 - Jos Antonio Escudero, Los orgenes del Consejo de Ministros en Espaa, I, Madrid, 1979, especialmente 275-76. 4 - Vicente Rodriguez Casado, La poltica y los polticos en el reinado de Carlos III, Madrid, 1962. 5 - Richard Herr, The Eighteenth-Century Revolution in Spain, Princeton, 1958, discute los aspectos ilustrados del programa de Carlos.

    14

  • progres poco, que la aristocracia permaneci tan poderosa como siempre y las masas de la poblacin tan pobres como antes6. Algo de su problema se deba en parte al poder de las lites espaolas que resistan cualquier amenaza a su posicin y a su inevitable presencia en la Corte con sus repetidas peticiones de favores.

    A principios de su reinado, la Rebelin de las Capas y los Sombreros de marzo de 1766 que forz su poco digna fuga a Aranjuez bajo la proteccin de la oscuridad, le haba recordado a Carlos el peligro de proceder demasiado rpido en cuanto a cambios drsticos se refera. Aunque la revuelta ostensiblemente fue una reaccin a un esfuerzo nada popular de dictar el estilo del vestuario madrileo, las verdaderas causas eran de carcter ms serio. La innegable presencia de la mano de la aristocracia se detectaba bajo la superficie de los disturbios populares. Pero Carlos, sin poder para imponerse a la situacin, tomo el camino de culpar a los Jesuitas y de expulsarlos de sus dominios. Y fue en esta coyuntura cuando el rey se vio obligado por el clamor publico a despedir a su leal pero muy odiado Ministro de Finanzas y Guerra, el sumamente capaz Marqus de Esquilache. Para hacer la situacin an ms difcil, su madre muri en el espacio de unos pocos meses y el paso de las reformas se hizo perceptiblemente ms lento de ah en adelante7. Es entonces cuando las limitaciones de la habilidad del monarca para efectuar cambios desde el trono aparecen clara y evidentemente. Pero si la resistencia dentro de la misma Espaa presentaba un obstculo al progreso, la poltica exterior y sus correspondientes consecuencias constituan un impedimento de mayor envergadura. Con plena conciencia de lo que significaban las sensacionales victorias de Inglaterra sobre Francia en Canad, y en el Caribe durante la Guerra de los Siete Aos, y como es lgico, profundamente alarmado, Carlos tomo la decisin en 1761 de aliarse con su primo francs en el Tercer Pacto de Familia. Y por supuesto que cuando La Habana, la ms importante plaza fuerte del imperio espaol americano, cay en manos britnicas en agosto del ao siguiente, Espaa y sus dominios se estremecieron hasta sus races. Para recuperar La Habana, Carlos se vio precisado a sacrificar la Florida, lo que hizo de acuerdo con las normas del Tratado de Paris de 1763, pero desde ese momento su ansia de venganza contra el enemigo ingles adquiri enormes proporciones. Es as que cuando se analizan las reformas implementadas por l, si bien racionales y liberalizadoras, en ultima instancia estaban designadas con el objetivo final de alcanzar la mayor eficacia blica, lo que se ve con mayor claridad en el imperio americano ms que en ninguna otra parte de sus dominios. 6 - Aspectos negativos generales sobre los resultados del reinado de Carlos III se hallan en John Lynch, Bourbon Spain, 1700-1808, London,1989, y en Josep Fontana y Antonio Miguel Bernal (eds.), El comercio libre entre Espaa y Amrica (1765-1824), Madrid, 1987. 7 - He discutido este tema en Towards a Periodization of the Reforms of Charles III, en Richard L. Garner y William B. Taylor (eds.), Iberian colonies, New World Societies: Essays in Memory of Charles Gibson, Edicin privada, 1985, pgs. 103-17; y con Lowell Blaisdell en French Influence and the Origins of the Bourbon Colonial Reorganization, The Hispanic American Historical Review, 71, August 1991, pgs. 579-607.

    15

  • El reto con el que Carlos se enfrentaba era a la vez sencillo pero increblemente complejo8. Era ms que evidente que la preparacin de las colonias para la fase siguiente de la constante lucha con Inglaterra, implicaba reforzar la institucin militar hallando los fondos necesarios para ello, pero los medios eficaces para conseguirlo eran pocos. Inglaterra era la reina de los mares y eso no habra de cambiar. Carlos continu, es ms, intensifico, el ambicioso programa de armamento que haba heredado de su medio hermano, y para los anos setenta, la marina espaola, gracias a la prodigiosa produccin de los astilleros cubanos, llegaba a ser la segunda en el mundo occidental; pero, sin embargo, contaba solamente con la mitad de las fuerzas que la inglesa. Sin necesidad de grandes fuerzas terrestres dada su condicin de isla, Inglaterra siempre podra gastar ms que Espaa, lo que implicaba que tambin podra escoger libremente el siguiente punto de ataque.

    En tierra, Carlos se enfrentaba con la defensa de un imperio que se extenda de Luisiana a California en el norte, y hasta Tierra del Fuego en el extremo meridional de Amrica del Sur. El Caribe era la zona ms vulnerable, como lo haban demostrado las guerras del siglo XVIII. Las plazas fuertes ms estratgicas de las islas eran La Habana y San Juan de Puerto Rico, y las de estrategia algo menor Santiago de Cuba, Santo Domingo, Trinidad y Margarita. En el continente, estaban Omoa, Portobelo y Panam, Cartagena, Santa Marta, Maracaibo, Puerto Cabello, La Guaira y Cuman, y en el Golfo de Mxico, Veracruz y Campeche. Estos sitios variaban en grado de fortificacin pero los emplazamientos de La Habana, San Juan y Cartagena eran masivos9. Desgraciadamente, el exitoso sitio de La Habana en 1762 demostr que los emplazamientos fijos ya no estaban en condiciones de enfrentarse con xito a las poderosas fuerzas britnicas. No solo se necesitara reconstruir y extender las fortificaciones de La Habana y de las otras plazas fuertes, sino que tambin era imperiosa la necesidad de reorganizar y aumentar el ejrcito. El aumentar las guarniciones regulares repartidas por toda Amrica era posible solo en grado limitado, debido al enorme costo de mantener en pie efectivo un ejercito, especialmente con las necesidades presentes en Europa. Fue as que cuando la guerra comenz a principios de 1762, las ms de las plazas fuertes solo contaban cuanto ms con un batalln o dos permanentes, aunque Espaa se las arregl para enviar fuerzas adicionales cuando la crisis se hizo ms seria. Aun as, cuando los britnicos llegaron con una fuerza invasora de 14.000 hombres, La Habana solo pudo recurrir a 2.300 soldados, mientras el enemigo, que controlaba el mar, peridicamente reforzaba sus nmeros con tropas de sus colonias del norte10.

    Los enormes gastos de la construccin de navos y del mantenimiento de las fortificaciones, limitaron las posibilidades del monarca quien solo pudo aumentar el ejercito regular en la mitad de su total, lo que como es claro no era suficiente. Es as que tom la decisin peligrosa y de gran magnitud de armar a sus sbditos americanos en lo 8 - Vease Allan J. Kuethe, Cuba, 1753-1815: Crown, Military, and Society, (Knoxville, 1986, cap. 2: y Vicente Palacio Atard (ed.), Espaa y el mar en el siglo de Carlos III, Madrid 1989, cap. 1. 9 - Julio Albi, Las defensas de las Indias (1764-1799), Madrid, 1987, cap. 6. 10 - Kuethe, Cuba cap. 1.

    16

  • que ha pasado a la historia como el sistema de milicias disciplinadas. Hasta este momento, las milicias estaban mal armadas, poco entrenadas y aunque eficaces contra piratas o desrdenes pblicos, no podan, bajo ningn concepto, enfrentarse a fuerzas veteranas. La milicia disciplinada cambi el cuadro radicalmente. Se alistaron, equiparon y uniformaron soldados de infantera y de caballera en batallones y regimientos estandarizados. Para entrenarles, se integraron al mando oficiales y soldados del ejercito regular para funcionar a la par de aristcratas voluntarios quienes estaban en posesin de la autoridad. Las unidades practicaban todos los domingos despus de misa y regularmente en periodos de mayor duracin. Durante tiempos de guerra, se poda movilizar la milicia y, a travs de un entrenamiento intensivo, ponerla a un nivel militar comparable al de los soldados veteranos. Finalmente, la milicia recibi privilegios militares en pleno, o sea, el fuero militar y otros derechos de menor importancia. Dado que la milicia no reciba remuneracin cuando no estaba movilizada, el privilegio militar era el nico medio de mantener la moral y el compromiso de llevar armas en nombre del Rey. Pero el fuero privilegiado significaba que los miles de soldados civiles que habitaban en muchos de los centros de poblacin del imperio responderan ahora a la justicia militar en sus casos judiciales. Era de esperar que monarcas ilustrados erradicaran privilegios y arreglos especiales del cdigo judicial, pero Carlos se vio obligado a recompensar a sus milicianos si esperaba que ellos tomaran las armas en su nombre.

    Los riesgos eran enormes y el rey lo sabia. Hasta este momento el uso de armas estaba primordialmente en manos espaolas. Las guarniciones fijas del ejercito regular eran esencialmente unidades espaolas bajo el mando de europeos contando con limitada participacin criolla. El armar a los americanos de manera eficaz por medio del sistema de milicias prometa un equilibrio con las fuerzas inglesas, pero tambin comprometa el monopolio espaol de las armas en las colonias en los momentos en que haba que aumentar los impuestos para sufragar los gastos de la expansin militar. El fuero militar en manos de oficiales ms preocupados en promover la moral de sus unidades que en asuntos de justicia imparcial, amenazaba socavar las instituciones legales de las colonias y Carlos, como se recordar, no era amigo de privilegios. Sin embargo, la alternativa era el riesgo de perder ms trozos del imperio a manos de un enemigo ambicioso11. He aqu la gran paradoja de la poltica colonial de Carlos III: al aumentar la habilidad del imperio para defenderse de ataques de fuera, aumentaba el riesgo de perderlo a la larga desde dentro. Se le puede, entonces, culpar por hacerle frente al peligro ms inmediato?

    Las finanzas presentaban problemas en otro nivel. Las colonias americanas, especialmente Nueva Espaa o Mxico, eran productivas al generar entradas al Real Tesoro. A diferencia de las colonias inglesas, el imperio espaol no solo sufragaba los gastos del gobierno colonial y de su defensa, sino que enviaba el sobrante a Madrid. En ese momento histrico, las rentas reales tendran que aumentar pero para ser usadas en Amrica y no en Espaa, donde proyectos reformistas sufran falta de fondos porque les eran negados los frutos devengados de las colonias. 11 - Ibid. Cap.2 y 3.

    17

  • Las reformas colaterales destinadas a mantener el aspecto militar tenan que ver con las reales finanzas, administracin y poltica de comercio. Carlos liberaliz esta ltima para estimular el comercio entre las colonias americanas por medio de una serie de pasos desregulatorios que empezaron en 1765 y llegaron a su clmax en 1778 con el Reglamento de Comercio Libre. El que estas medidas estimularan el comercio legal y ampliaran las entradas de impuestos derivadas del mismo es indiscutible, como lo es tambin que colonias perifricas como La Habana y Buenos Aires experimentaran un rpido crecimiento econmico, lo que afianzaba su fuerza militar12. En efecto, Buenos Aires se convirti en el cuarto virreinato en 1776. Nuevas tasas de impuestos, nuevas exacciones y un lucrativo programa de monopolios sobre el tabaco y el aguardiente, tal como fueron puestos en efecto y supervisados por poderosos administradores provinciales, con el titulo de intendentes, estaban dirigidas a otro aspecto de las finanzas. Hay que reconocer que las medidas distadas por el rey para implementar estos cambios tan drsticos, fueron introducidas poco a poco y con suma cautela durante los primeros aos, y que su xito contrasta vivamente con el fracaso de los ingleses en su intento de implementar reformas similares en sus colonias norteamericanas. En 1776, la nueva y desafortunada eleccin de Jos de Glvez como Ministro de Indias, cambi el panorama. Su apetito de dinero y su simpata hacia gastos militares eran desmesurados. Durante la intervencin de Espaa en la Guerra de la Revolucin Americana, las demandas de fondos aumentaron, como tambin aument la falta de templanza de los regentes-visitadores recaudadores de impuestos enviados por Glvez a Per y a Nueva Granada. Protestas en masa as como rebeliones invadieron los altiplanos de Amrica del Sur recordndole al monarca las limitaciones practicas que inhiban un aumento rpido de impuestos13. l deba haber despedido a Glvez, pero se no era su estilo, y adems, un sobrino del ministro, Bernardo, estaba ocupado en La Florida acumulando gloria para la corona espaola14. Y a pesar de la resistencia de Glvez las entradas reales alcanzaron cifras extraordinarias durante la dcada de los ochenta. Sin embargo, estas nunca fueron suficientes15.

    La construccin de barcos, el sin fin de programas de fortificacin, y el ampliado ejercito regular, imponan nuevas demandas al tesoro real. Aun la milicia tenia que ser uniformada y equipada, y haba que pagar los sueldos de los oficiales veteranos asignados a ella. Y cuando algn pequeo sobrante surga, la marina saba donde utilizarlo porque nunca haba barcos suficientes16. En una poca en que la guerra era un medio aceptable para resolver disputas internacionales, Espaa entr en una verdadera 12 John Fisher, Commercial Rebellions between Spain and Spanish America in the Era of Free Trade, 1778-1796, Liverpool, 1985, caps. 3-4. 13 - Kuethe, Periodization; John Leddy Phelan, The People and the King: The Comunero Rebellion in Colombia, 1781, Madison, 1978; Scarlett OPhelan Godoy, Rebellions and Revolts in Eighteenth Century Peru and Upper Peru, Colonia, 1985, caps. 4-5. 14 - Kuethe, Cuba cap. 4. 15 - Lynch, Bourbon Spain cap. 8. 16 - Jacques A. Barbier, Indies Revenues and Naval Spending: The Cost of Colonialism for the Spanish Bourbons, 1763-1807, Jahrbuch fur Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas, 21, 1984, pgs. 1-88.

    18

  • carrera armamentstica tan costosa o quizs ms que la de nuestros tiempos. Para los aos setenta, los gastos militares consuman ms del 70% de los fondos, inclusos los recaudados en el imperio americano, de que Carlos dispona en Espaa17. Es cierto que las obligaciones del Estado en el siglo XVIII no eran tan extensas como las de los gobiernos modernos ( la Iglesia, por ejemplo, se ocupaba de la enseanza y del servicio social), pero despus de los gastos indispensables para mantener los palacios (otro 11%), y sin mencionar la administracin central, a Carlos le quedaba muy poco para invertir en programas domsticos de reforma en la pennsula. No tenemos an figuras comprensivas de las colonias, pero es seguro que stas serian peores18.

    Un problema especialmente constante e inoportuno en el financiamiento del sistema colonial de defensa era la distribucin de las rentas. Las reas de tierra adentro transferan dineros a la costa, y las colonias ricas a las estratgicas pero necesitadas periferias. Mxico, por ejemplo, remita millones de pesos a La Habana, Santo Domingo, San Juan y algunos tambin a San Agustn; el altiplano peruano mantena a Buenos Aires, y Lima a Panam. Sin embargo, estos envos, conocidos como Situados, nunca parecan saciar el hambre de fondos de las plazas fuertes estratgicas, las que se las ingeniaban para inventar nuevas e imperiosas necesidades. Y es aparente que los situados siempre llegaban con retraso. De aqu que los agobiados Oficiales Reales se vieran obligados a obtener prestamos usurarios de los mercaderes locales para comprar, de ellos mismos, mercancas a precios inflados. Estas obligaciones no solo se saldaban con dinero, sino permitiendo la entrada en numero cada vez mayor de jvenes criollos en el cuerpo de oficiales. Para mediados de los ochenta, los oficiales americanos sumaban ms que los europeos en el ejrcito regular, lo que sealaba otra grave erosin de la autoridad espaola. Para fines de siglo, la proporcin favoreca a los americanos al tiempo que la deuda a los mercaderes coloniales continuaba aumentando a pesar de las inmensas cantidades de rentas generadas en las colonias. Es as que los criollos no solo financiaban el ejrcito americano sino que tambin controlaban su mando19, lo que con el disfrute del privilegio militar converta al ejrcito, tanto regular como miliciano, en una institucin autnoma, autosupervisada, que nunca conceda prioridad alguna a la responsabilidad cvica20.

    Hacia finales del reinado de Carlos III, quien haba conseguido una dulce venganza en Pensacola en 1781 y recobrado La Florida en el tratado de paz de 1783, existen indicios de que l haba comenzado a prestar atencin a estos problemas. An antes del fallecimiento del Ministro de Indias Glvez en 1787, se haba dado orden de reducir los presupuestos de la defensa colonial y de aumentar al mximo las remisiones a la pennsula. Tambin, el sucesor de Glvez, Antonio Valds, se ocupaba con ahnco 17 - Lynch, Bourbon Spain, 325. 18 - Ver, por ejemplo, Barbier, Indies Revenues... 176-88, y Juan Marchena Fernndez, Financiacion militar y situados, en Temas de historia militar, Madrid, 1988, Pgs. 261-307. 19 - Juan Marchena Fernandez, Oficiales y soldados en el Ejercito de America, Sevilla 1983, especialmente cap. 3; y La institucion militar en Cartagena de Indias en el siglo XVIII, Sevilla, 1982, especialmente cap. 5. 20 - Lyle N. McAlister, The Fuero Militar in New Spain, 1764-1800. Gainesville.1957.

    19

  • en aplacar la furia de los contribuidores de impuestos en las zonas del interior. Esto es en s el principio de un nuevo proceso poltico, con ejes con los que en el presente podemos vincularnos21. Desafortunadamente la nueva orientacin al programa no tuvo oportunidad de resultar exitoso. Carlos se enferm de un catarro mientras cazaba, y la consecuente fiebre le condujo a la muerte a los 72 aos el 14 de diciembre de 1788. Su hijo trat de mantener la nueva poltica colonial de su padre, pero la Revolucin Francesa surgi en el verano siguiente, y para el ao 1793 Espaa se hallaba en pie de guerra otra vez, primero con Francia hasta 1795 y luego, en rpida sucesin, dos veces con Inglaterra, 1796-1802 y 1804-1808. En 1805, Nelson destruy gran parte de la armada espaola. Al llegar el ao de 1808, Espaa, sin acceso a las rentas de las Indias y tras los quince aos de guerra para los que no estaba preparada, se hallaba en estado de bancarrota, y la defensa colonial se convirti cada vez ms en un asunto del quehacer americano22. Cuando Napolen se apoder del trono de Espaa, las colonias americanas controlaban su propio destino; un destino que terminara en el proceso de independencia.

    Se da por sentado que nadie, al darle forma a la estrategia en 1763, poda concebir los problemas que eventualmente surgieron. Y al menos en apariencia, el programa de Carlos funcionaba a pedir de boca. Para los aos ochenta su ejrcito reorganizado haba reconquistado La Florida, la Amrica estaba bien defendida y produca importantes rentas reales, su armada era la mejor con excepcin de la inglesa, y Espaa era una potencia de primer orden. Durante el reinado de su hijo, solo la poco defendida Trinidad cay en manos inglesas. Pero Carlos pag por todo ello un precio terrible. Los gastos militares devoraron el dinero de las rentas que podran haber sido invertidas con mejores resultados en la industria espaola. Los contratistas de defensa se enriquecieron, pero la ms economa espaola, sin capital suficiente y con grandes impuestos, se mantuvo frgil y esclerotizada. Aunque el comercio legal con las colonias aument, la mercanca espaola manufacturada llevada en buques espaoles mantuvo su condicin de reexportacin extranjera como antes. El poder pas a las colonias, y dentro de ellas al sector militar, cuyos privilegios amenazaban la estabilidad del gobierno. Fueron la prdida de La Florida en 1763 y la posibilidad de perder otras posesiones marginales asuntos tan serios como para justificar la inversin, en trminos monetarios e institucionales, que se despilfarr en la defensa colonial? Desde nuestro punto de vista, por supuesto que no. Pero Carlos III solo poda reaccionar ante las realidades con las que tenia que lidiar y eso lo hizo con energa y eficacia. Poda haber tomado otras medidas? En su haber hay que recordar que muy poco tiempo despus de que la Guerra de la Revolucin Americana le trajera la venganza y debilitara la amenaza inglesa en Norte Amrica, Carlos ya haba iniciado una prudente reorientacin de su poltica, teniendo en cuenta los males que iban surgiendo de la competicin militar con su 21 - Jacques A. Barbier and Herbert S. Klein, Revolutionary Wars and Public Finances: The Madrid Treasury, 1784-1807, The Journal of Economic History, 41, June, 1981, pg. 331; Barbier, The Culmination of the Bourbon Reforms, 1787-1792), The Hispanic American Historical Review, 57, February, 1977, pg. 51-68. 22 - Barbier and Klein, Revolutionary Wars 331-34.

    20

  • enemigo insular23. Es evidente que el tiempo no le permiti a l, a su hijo, o a Espaa recoger los frutos de su poltica moderada.

    Los fracasos de la Espaa de la Ilustracin dan razn a una pausa. A pesar de su bien educada y bien intencionada direccin, en reas claves, Carlos III dej a Espaa en casi las mismas condiciones en las que la hall: econmicamente dbil, plagada de injusticia social y dominada por poderosos intereses creados. Es cierto que Espaa haba resurgido con un papel mayor en la lucha poltica europea, pero su condicin descansaba en bases frgiles, las que incluan un imperio programado para destruirse a s mismo. En el camino hacia un progreso real y duradero se hallaban los insuperables obstculos de las lites arraigadas y privilegiadas, quienes no tenan intencin alguna de sacrificarse para el mayor bien comn, de la incesante competicin internacional sin cuartel que obligaba a constituirla en el centro de atencin en todo momento, y de las irresolubles exigencias monetarias reflejadas en enormes deudas causadas por las inevitables necesidades militares. La identificacin a travs de la razn del camino hacia la reforma y el progreso era una cosa, pero el andar por ese camino otra muy distinta.

    23 - Allan J. Kuethe, La desregulacin comercial y la reforma imperial en la poca de Carlos III: Los casos de Nueva Espaa y Cuba, Historia Mexicana, 41, octubre-diciembre, 1991, pgs. 283-88.

    21