kropotkin, piotr - el espíritu de rebelión y otros escritos [ediciones marginales]

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    El espíritu de rebelióny otros escritos

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      Índice

      5 El espíritu de rebelión

      25 El Estado y su papel histórico

      77 Expropiación

      89 La Comuna de París

    105 A los jóvenes

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    forzados a reconocer que la realización de sus ideas generosas, hu-manitarias, regeneradoras, no puede tener lugar en la sociedad talcomo está constituida: comprenden la necesidad de una tormenta

    revolucionaria que barra todo este moho, que dé aliento a los co-razones entumecidos y aporte a la humanidad el sacricio, la ab-negación, el heroísmo, sin los cuales una sociedad se envilece, sedegrada, se descompone.

    La máquina gubernamental, encargada de mantener el ordenexistente, funciona todavía bien. Pero, con cada giro de sus ruedasdestartaladas, tropieza y se detiene. Su funcionamiento se vuelve

    cada vez más difícil, y el descontento excitado por sus defectos escreciente. Cada día le surgen nuevas exigencias. “¡Reforma aquí,reforma allá!” se grita por todos lados. “Guerra, nanzas, impues-tos, tribunales, policía, todo para reorganizar, retocar, construir so-bre nuevas bases”, dicen los reformadores. Y sin embargo, todoscomprenden que es imposible rehacer, arreglar una sola parte, yaque forma parte de un todo; todo debe rehacerse a la vez; ¿y comorehacerse cuando la sociedad está dividida en dos bandos abier-

    tamente hostiles? Satisfacer a los descontentos sería crear nuevosdescontentos.

    Incapaces de lanzarse a la vía de las reformas, ya que esto seríaimpulsar la Revolución, y al mismo tiempo, demasiado impotentespara entregarse tranquilamente a la reacción, los gobiernos se apli-can en aprobar “semi–medidas” que no satisfacen a nadie y no ha-cen más que suscitar nuevos descontentos. Las mediocridades quese encargan en estas épocas transitorias de llevar la barca guberna-mental, no aspiran más que a una sola cosa: enriquecerse, en previ-sión de la próxima derrota. Atacados por todos lados, se deendendesmañadamente, van a la deriva, haciendo tontería tras tontería,y logrando pronto cortar la última cuerda de salvación, ahogan elprestigio gubernamental en el ridículo de su incompetencia.

    En estas épocas, la Revolución se impone y llega a ser una nece-sidad social; la situación es una situación revolucionaria.

    Cuando estudiamos en nuestros mejores historiadores la géne-sis y el desarrollo de los grandes sucesos revolucionarios nos en-

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    contramos normalmente bajo este título: “Las causas de la Revolu-ción”, un cuadro conmovedor de la situación en la víspera de losacontecimientos. La miseria del pueblo, la inseguridad general, las

    medidas vejatorias del gobierno, los odiosos escándalos que mues-tran los grandes vicios de la sociedad, las ideas nuevas buscandohacerse sitio y chocando contra la incapacidad de los secuaces delantiguo régimen; nada falta. Contemplando este cuadro, se llega ala convicción de que la Revolución era en efecto inevitable, que nohabía otra salida que la vía de los actos insurreccionales.

    Tomemos como ejemplo la situación que precede a 1789, tal

    como nos la muestran los historiadores. Casi podemos oír al cam-pesino lamentarse del impuesto de la sal, de los impuestos feudales,y ver en su corazón un odio implacable al señor, al fraile, al acapa-rador, al intendente. Nos parece ver a los burgueses lamentarse dehaber perdido sus libertades municipales y abrumar al rey con elpeso de sus maldiciones. Escuchamos al pueblo reprobar a la reina,sublevarse ante lo que hacen los ministros, y decirse a cada instanteque los impuestos son intolerables y desorbitantes, que las cose-

    chas son malas y el invierno demasiado riguroso, que los abogadosde las ciudades consumen la cosecha de los campesinos, que losguardias rurales juegan a ser reyezuelos, que el correo mismo estámal organizado y los empleados son demasiado perezosos. En po-cas palabras, nada funciona, todos protestan. “¡Esto no puede durar,esto acabará mal!” se oye por todas partes.

    Pero, de estos razonamientos favorables a la insurrección, a la re-belión propiamente dicha, hay todo un abismo, que es el que separaen la mayor parte de la humanidad el razonamiento  de la acción, el

     pensamiento  de la voluntad, de la necesidad de actuar.¿Cómo pueseste abismo puede ser franqueado?¿Cómo los hombres que toda-vía ayer mismo se lamentaban mansamente de su suerte, fumandosus pipas, y que, un momento después saludaban humildemente almismo guardia rural, al mismo gendarme del que hace un momentohablaban mal, ¿cómo unos días más tarde, estos mismo hombres

    cogieron sus guadañas y sus garrotes y fueron a atacar al señor ensu castillo, hasta ayer tan terrible? ¿Por qué arte de encantamiento,

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    estos hombres que eran tratados con razón de cobardes por susmujeres se transforman de pronto en héroes que marchan bajo lasbalas y la metralla a la conquista de sus derechos? ¿Cómo estas

     palabras , tantas veces pronunciadas antaño y que se perdían en elaire como el sonido de las campanas, son por n transformadas enactos ?

    La respuesta es fácil.Es la acción, la acción continuada, renovada sin cesar de las mi-

    norías la que obra esta transformación. El coraje, la abnegación, elespíritu de sacricio son tan contagiosos como la poltronería, la

    sumisión y el pánico.¿Qé formas tomará la agitación?Pues bien, tomará las formas más variadas, que le serán dictadas

    por las circunstancias, los medios, los temperamentos. Unas vecessombría, otras alegre, pero siempre valiente, unas veces colectiva,otras veces puramente individual, la agitación no descuida ningunode los medios que tiene a mano, ninguna circunstancia de la vidapública, para mantener siempre el espíritu alerta, para propagar

    el descontento, para excitar el odio contra los explotadores, ridi-culizar a los gobernantes, demostrar su debilidad, y sobre todo ysiempre, despertar la audacia, el espíritu de rebelión, predicandocon el ejemplo.

    II

    Cuando en un país se produce una situación revolucionaria, sin queel espíritu de rebelión esté todavía lo sucientemente despierto enlas masas para traducirse en manifestaciones tumultuosas en lascalles, o en motines y levantamientos, es por su acción que las mi-norías consiguen despertar ese sentimiento de independencia y esesoplo de audacia sin los cuales ninguna revolución podrá realizarse.

    Hombres de buen corazón que no se contentan solo con pala-

    bras, y que buscan llevarlas a la práctica, personas íntegras para lasque la acción y la idea son la misma cosa, para quienes la prisión, el

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    exilio o la muerte son preferibles a una vida en desacuerdo con susprincipios; hombres intrépidos que saben que es necesario arries-gar para salir triunfante, que son los valientes centinelas que enta-

    blan el combate, por delante de las masas, siendo un estímulo paralevantar resueltamente la bandera de la insurrección y marchar,con las armas en la mano, a la conquista de sus derechos.

    En medio de las quejas, de las charlas, de las discusiones teóricas,un acto de rebelión, individual o colectivo, se produce, aglutinandolas aspiraciones dominantes. Es posible que en un primer momentola masa sea indiferente aunque admire el coraje del individuo o del

    grupo iniciador; es posible que la masa preera antes seguir a lossabios, a los prudentes, que se apresuran en tachar este acto de “lo-cura” y en decir que “los locos, los cabezas calientes nos van a com-prometer a todos”. Estos sabios lo tienen tan bien calculado, quesu partido1, prosiguiendo lentamente su obra, conseguirá en cienaños, doscientos años, trescientos años conquistar el mundo ente-ro. Pero he aquí que lo imprevisto entra en juego; lo imprevisto, enrealidad, es lo que no ha sido previsto por ellos, por los sabios y los

    prudentes. Cualquiera que conozca un poco la historia y tenga uncerebro un poco ordenado, sabrá perfectamente que una propagan-da teórica de la Revolución se traduce necesariamente en actos an-tes de que los teóricos hayan decidido que el momento de actuar hallegado; sin embargo, los sabios teóricos se enfadan con los locos,los excomulgan y anatemizan. Pero los locos encuentran simpatías,las masas populares aplauden secretamente su audacia y encuen-tran imitadores. A medida que los mejores de entre ellos llenan lascárceles y los penales, otros llegan para continuar su obra; los actosde protesta ilegal, de rebelión y de venganza se multiplican.

    La indiferencia es en adelante imposible. Aquellos que, al princi-pio, no se preocupaban de lo que querían los “locos” se ven forzadosa prestarles atención, a discutir sus ideas, a tomar partido a favoro en contra. Pero los hechos que se imponen a la atención general,las nuevas ideas se meten en los cerebros y conquistan seguidores.

    Una acción hace a menudo más propaganda que miles de folletos.Pero sobre todo, se despierta el espíritu de revuelta y empieza

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    a germinar la audacia. El antiguo régimen, armado con policías,magistrados, gendarmes y soldados parecía invencible, así como losviejos muros de la Bastilla parecían también inexpugnables ante los

    ojos del pueblo desarmado, reunido bajo sus altas murallas guar-necidas de cañones prestos a abrir fuego. Pero pronto se vio que elrégimen establecido no tenía la fuerza que se le suponía. Algunosactos de valentía bastaron para trastornar durante unos días la má-quina gubernamental, para sacudir al coloso; esta revuelta puso endesorden toda una provincia, y la tropa, siempre tan imponente,reculó ante un puñado de campesinos armados con piedras y palos;

    el pueblo se dio cuenta de que el monstruo no era tan temible comoparecía, y comenzó a entrever que bastarían algunos esfuerzosenérgicos para derribarlo. La esperanza creció en sus corazones, yrecordemos que si la exasperación impulsa a menudo las revueltas,es siempre la esperanza de vencer lo que hace las revoluciones.

    El gobierno resiste y reprime con furia. Pero si, en otro tiempo larepresión acababa con la energía de los oprimidos, ahora en los mo-mentos de efervescencia, produce el efecto contrario. La represión

    provoca nuevos actos de rebelión, individual y colectiva; mueve lasrebeliones al heroísmo, y poco a poco esos actos se asientan, se ge-neralizan, se desarrollan. El partido revolucionario se refuerza conelementos que hasta entonces le eran hostiles, o se encenagaban enla indiferencia. La descomposición alcanza al gobierno, a las clasesdirigentes, a los privilegiados: los unos empujan a la resistencia aultranza, los otros se pronuncian por las concesiones, y otros aúnse ven dispuestos a renunciar por el momento a sus privilegios paraapaciguar el espíritu de rebelión, libres de aplicar la represión mástarde. La cohesión del gobierno y de los privilegiados se rompe.

    Las clases dirigentes todavía pueden intentar recurrir a una re-acción furiosa. Pero ya no es el momento; la lucha se agudiza, y laRevolución que se anuncia será más sangrienta. Por otro lado laspequeñas concesiones de parte de las clases dirigentes, puesto quellegan demasiado tarde, puesto que son arrancadas por la lucha,

    no hacen más que despertar el espíritu revolucionario. El pueblo,que en otro momento se contentaría con estas concesiones, se da

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    cuenta de que el enemigo aquea: prevé la victoria, siente crecer suaudacia y los mismos hombres que antiguamente, aplastados porla miseria, se contentaban con suspirar en su escondrijo, levantan

    ahora la cabeza y marchan eramente a la conquista de un futuromejor.

    Finalmente, la Revolución estalla, tanto más violenta cuantomás encarnizada ha sido la lucha precedente.

    La dirección que tomará la Revolución depende de toda la sumade circunstancias que han determinado la llegada del cataclismo.Pero puede ser prevista de antemano según la fuerza de acción re-

    volucionaria desplegada en el periodo preparatorio por los partidosmás adelantados.Tal partido habrá elaborado mejor las teorías que preconiza y el

    programa que es necesario realizar, y lo habrá propagado mejor porla palabra y por la pluma. Pero no habrá armado quizá sucien-temente sus aspiraciones para el gran día, en la calle, por los actosque serán la realización de su pensamiento ; ha tenido la potenciateórica, pero no tiene la potencia de acción; o quizá no ha actuado

    contra quienes son sus principales enemigos, no ha golpeado a lasinstituciones que aspira a demoler; no ha contribuido a despertar elespíritu de rebelión, o ha descuidado dirigirlo contra quien inten-tará reaccionar a la Revolución. Pues bien, este partido es poco co-nocido; sus armaciones no han sido armadas continuadamente,día a día, por los actos cuya resonancia alcanzaría hasta las cabañasmás aisladas, no están sucientemente mezclados en la masa delpueblo; no han pasado por el crisol de la calle y no han encontradosu enunciado más simple, que se resume en una sola palabra, llegara ser popular. Los más activos escritores del partido son conocidospor sus lectores como pensadores de mérito, pero no tienen ni lareputación ni las capacidades del hombre acción; y el día en que lasmasas bajen a la calle, seguirán muchos de los consejos de aquellosque tengan, quizá, las ideas teóricas menos nítidas y las aspiracio-nes de menos alcance, pero que sean más conocidos, ya que les han

    visto actuar.El partido que haga más acciones de agitación revolucionaria,

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    que manieste más vida y valentía, será el más escuchado el díaen que sea necesario actuar, en que haya que marchar delante parahacer la Revolución. Aquellos que no tengan la valentía de armar-

    se con sus acciones revolucionarias en el periodo de preparación,aquellos que no tengan una fuerza impulsora lo bastante pujantecomo para inspirar a los individuos y a los grupos el sentimientode abnegación, el anhelo irresistible de poner sus ideas en práctica(si este anhelo existe, será traducido en acciones mucho antes deque la muchedumbre entera baje a las calles), aquellos que no hanlogrado darse a conocer y cuyas aspiraciones sean menos palpa-

    bles y comprensibles, ese partido no tendrá más que una pequeñaoportunidad de realizar una pequeña parte de su programa. Serádesbordado por los partidos de acción.

    He aquí lo que nos enseña la historia de los periodos que pre-cedieron las grandes revoluciones. La burguesía revolucionaria loha comprendido perfectamente y no ha descuidado ningún mediode agitación para despertar el espíritu de rebelión cuando buscabaderribar el régimen monárquico; el campesino francés del siglo pa-

    sado lo comprendía bastante instintivamente cuando se agitó paraabolir los derechos feudales, y la Internacional, al menos una partede la Asociación, actuó de acuerdo con estos mismos principioscuando buscaba despertar el espíritu de rebelión en el seno de lostrabajadores de las ciudades, y dirigirlo contra el enemigo naturaldel asalariado, el acaparador de los instrumentos de trabajo y de lasmaterias primas.

    III

    Un estudio está por hacer, interesante en alto grado, atrayente, ysobre todo instructivo, un estudio sobre los diferentes medios deagitación a los cuales los revolucionarios han recurrido en las dife-rentes épocas, para acelerar la eclosión de la revolución, para dar

    a las masas la conciencia de los acontecimientos que se avecinan,para señalar mejor al pueblo sus principales enemigos, para des-

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    pertar la audacia y el espíritu de rebelión. Todos nosotros sabemosmuy bien  porqué  tal revolución es necesaria, pero no es más quepor instinto y a tientas que llegamos a adivinar cómo germinan las

    revoluciones.El estado mayor prusiano ha publicado recientemente un traba-

     jo para uso del ejército, sobre el arte de vencer las insurreccionespopulares, y enseña en este escrito cómo el ejército debe actuarpara dispersar las fuerzas populares. Se quiere ir sobre seguro y de-gollar al pueblo según todas las reglas del arte. Pues bien, el estudiodel que hablamos sería una respuesta a esta publicación y a muchas

    otras que traten el mismo tema, aunque claro está, con menos cinis-mo. Este estudio mostraría como se desorganiza un gobierno, comose levanta la moral del pueblo, hundido, deprimido por la miseria yla opresión que ha sufrido.

    Hasta el presente, semejante estudio no ha sido realizado. Loshistoriadores nos han narrado bien las grandes etapas por las cua-les la humanidad ha marchado hacia su emancipación, pero hanprestado poca atención a los períodos que precedieron a las revolu-

    ciones. Absorbidos por los grandes dramas que trataron de relatar,han echado un vistazo demasiado rápido sobre el prólogo, pero eseste prólogo lo que sobre todo nos interesa.

    Y sin embargo, ¡qué cuadro más conmovedor, más sublime ymás bello el de los esfuerzos realizados por los precursores de lasrevoluciones! ¡Qé serie incesante de esfuerzos por parte de loscampesinos y los hombres de acción de la burguesía antes de 1789;qué lucha perseverante por parte de los republicanos, después de larestauración de los Borbones en 1815, hasta su caída en 1830; quéactividad por parte de las sociedades secretas durante el reinado delgran burgués Luis–Felipe! ¡Qé cuadro desgarrador el de las cons-piraciones realizadas por los Italianos para sacudirse el yugo de losAustrias, de sus tentativas heroicas, de los padecimientos inenarra-bles de sus mártires! ¡Qé tragedia lúgubre y grandiosa la que narratodas las peripecias del trabajo secreto emprendido por la juventud

    rusa contra el gobierno y el régimen propietario y capitalista, desde1880 hasta nuestros días!

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    Qé nobles guras surgirían ante el socialista moderno ante lalectura de estos dramas; qué sacricio y abnegación sublimes y,al mismo tiempo, qué enseñanza revolucionaria no tanto teórica

    como práctica, de ejemplos a seguir.No es este el lugar para emprender semejante estudio. El folle-

    to no se presta a un trabajo de historia. Debemos pues limitarnosa escoger algunos ejemplos a n de mostrar cómo se lo tomaronnuestros padres para hacer la agitación revolucionaria y que géne-ro de conclusiones pueden ser extraídas de los estudios en cuestión.

    Echaremos un vistazo a estos periodos que precedieron a 1789

    y, dejando de lado el análisis de las circunstancias que han creadohacia el n del siglo pasado una situación revolucionaria, nos li-mitaremos a recoger algunos métodos de agitación empleados pornuestros padres.

    Dos grandes hechos se desprendieron como resultado de la Re-volución de 1789–1793. De una parte, la abolición de la autocraciareal y el advenimiento de la burguesía al poder; de otra parte, laabolición denitiva de la servidumbre y los impuestos feudales en

    los campos. Los dos están íntimamente ligados entre sí, y, el uno sinel otro no habría podido tener lugar. Las dos corrientes se encuen-tran ya en la agitación que precedió a la Revolución: la agitacióncontra la realeza en el seno de la burguesía y la agitación contra losderechos de los señores en el seno de los campesinos.

    Echemos un vistazo sobre los dos.El periódico, en esta época, no tenía la importancia que ha ad-

    quirido hoy, y es el folleto, el paneto, el libelo de tres o cuatropáginas los que lo sustituían. En consecuencia, el libelo, el paneto,el folleto proliferan. El folleto lleva a la gran masa las ideas de losprecursores, lósofos y economistas de la Revolución; el paneto yel libelo hacen la agitación, atacando directamente al enemigo. Nose pierden en teorías: atacan mediante lo odioso y lo ridículo.

    Miles de libelos relatan los vicios de la corte, la miseria de susdecorados tramposos, poniendo al descubierto todos sus vicios, su

    disipación, su perversidad, su estupidez. Los amores reales, los es-cándalos de la corte, los gastos locos, el Pacto del hambre , esa alian-

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    za de los poderosos con los acaparadores de trigo para enriquecersematando de hambre al pueblo, he ahí el objeto de estos libelos. Loslibelos están siempre en la brecha y no descuidan ninguna circuns-

    tancia de la vida pública para golpear al enemigo. Siempre que sehabla de cualquier hecho, el paneto y el libelo están ahí para tra-tarlo sin embarazo, a su manera. Y se prestan más que el periódico aeste género de agitación. El periódico es una empresa, y tiene buencuidado de no irse a pique; su caída molesta a menudo a todo unpartido. El paneto y el libelo no comprometen más que a su autoro al impresor, y aún así, ¡ponte a buscar al uno o al otro!

    Es evidente que los autores de estos libelos y panetos comien-zan, sobre todo, emancipándose de la censura; porque en esta épo-ca, si no se hubiera inventado este bonito instrumento de jesuitis-mo contemporáneo llamado “proceso de difamación”, que aniquilatoda libertad de prensa, existía para meter en prisión a los autorese impresores “la lere de cachet”2, brutal, es verdad, pero francaen todo caso. Por esto los autores empiezan por emanciparse delcensor e imprimen sus libelos, sea en Amsterdam, sea no importa

    donde, “a cien leguas de la Bastilla, bajo el árbol de la Libertad ”.Asimismo no se contienen de golpear, de vilipendiar al rey, la reinay sus amantes, a los grandes de la corte, a los aristócratas. Con laprensa clandestina, la policía se esforzaba en vano para investigar alos libreros, arrestar a los propagadores y los desconocidos autoresescapaban a las persecuciones y continuaban su obra.

    La canción, que es demasiado ligera para ser impresa, pero querueda por Francia y se transmite de memoria, ha sido siempre unode los medios de propaganda más ecaces. La canción caía sobrelas autoridades establecidas, ridiculizaba las cabezas coronadas yhacía llegar hasta el hogar el desprecio a la realeza, el odio contrael clero y la aristocracia, y la esperanza de ver llegar pronto el díade la Revolución.

    Pero es sobre todo en el cartel donde los agitadores tienen ungran recurso. El cartel habla mejor y hace más agitación que un

    paneto o un folleto. También los carteles, impresos o escritos amano aparecen cada vez que se produce un hecho que interesa al

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    enlace, siempre presto a responder a cada suceso político y a lasdisposiciones del espíritu de las masas; excita la cólera, el despre-cio, nombra a los verdaderos enemigos del pueblo, despierta en el

    seno de los campesinos, de los obreros y de la burguesía el odiocontra sus explotadores; anuncia la proximidad del día de la libera-ción y de la venganza.

    Colgar o descuartizar en egie, era una costumbre habitual enel siglo pasado. También era uno de los medios de agitación máspopulares. Cada vez que se producía la efervescencia de los espíri-tus, se formaban tumultos que llevaban un muñeco representando

    al enemigo del momento, y colgaban, quemaban o descuartizabaneste muñeco. “¡Chiquilladas!” dirán los ancianos que se creen tanrazonables. Pues bien, la horca de Réveillon durante las eleccionesde 1789, la de Foulon y de Berthier, que cambiaron completamenteel carácter de la Revolución que se anunciaba, no fueron más que laejecución real de lo que había sido preparado tiempo atrás, con laejecución de los muñecos de paja.

    He aquí algunos ejemplos sobre mil.

    El pueblo de París no amaba a Maupéou, uno de los ministrosmás queridos por Luis XVI. Pues bien, se reúne un día; la muche-dumbre grita: “¡Decreto del Parlamento que condene al señor Mau-péou, canciller de Francia, a ser quemado vivo y las cenizas lan-zadas al viento!” Después de lo cual, en efecto, la muchedumbremarcha hacia la estatua de Enrique IV con un muñeco del canciller,revestido de todas sus insignias, y el muñeco es quemado entre lasaclamaciones de la muchedumbre. Otro día, se cuelga de un farolel muñeco del abad Terray con traje eclesiástico y guantes blancos.

    ¡Qe buena propaganda con estos muñecos! Y una propagandamucho más ecaz que la propaganda abstracta que no se dirige másque a un pequeño número de convencidos.

    Lo esencial era que el pueblo se habituara a bajar a la calle, amanifestar sus opiniones en la plaza pública, que se habituara a de-saar a la policía, al ejército, a la caballería. Esta es la razón por la

    que los revolucionarios de la época no descuidaron ningún mediopara atraer a la muchedumbre a las calles.

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    Cada circunstancia de la vida pública en París y en las provin-cias era utilizada de esta manera. La opinión pública ha obtenidodel rey la destitución de un ministro detestado, y ya están aquí las

    celebraciones sin n. Para llamar la atención del mundo, se en-cienden petardos, se lanzan cohetes “en tal cantidad que en ciertoslugares se camina sobre cartón”. Y si hace falta dinero, se detiene alos viandantes y se les pide “cortésmente pero con rmeza”, lo quesea “para divertir al pueblo”. Después, cuando la masa está biencompacta, los oradores toman la palabra para explicar y comentarlos acontecimientos, y las asambleas se reúnen al aire libre. Y si la

    caballería o la tropa llega para dispersar a la muchedumbre, dudaen emplear la violencia contra los hombres y mujeres pacícos,mientras los cohetes estallan ante los caballos y los infantes en me-dio de las aclamaciones y risas del público, que calman la fogosidadde los soldados.

    En las ciudades, algunas veces se ve en las calles a los desholli-nadores, parodiando el lecho de justicia del rey3; y todos estallanen carcajadas viendo al hombre con la cara tiznada representando

    al rey o su mujer. Los acróbatas, los juglares reúnen en la plaza amiles de espectadores para lanzar, en forma de poemas humorís-ticos, sus echas dirigidas a los poderosos y los ricos. Se formauna aglomeración de gente, los propósitos se vuelven más y másamenazadores, y entonces, ¡atención al aristócrata cuyo coche hagaaparición en la escena!: seguramente será maltratado por la muche-dumbre.

    Qe el espíritu trabaje únicamente en esta vía, que los hombresinteligentes encontrarán oportunidades para provocar manifesta-ciones, compuestas primero de hombres riendo, pero después dis-puestos a a actuar en un momento de efervescencia.

    Todo está en marcha ya: por una parte, la situación revolucio-naria, el descontento general, y por otra parte, los carteles, los pan-etos, las canciones, las ejecuciones en egie; todo eso enardecíaa la población y pronto las manifestaciones se volvían más y más

    amenazadoras. Hoy, es el arzobispo de París el que es asaltado enuna esquina; mañana, es un duque o un conde que ha estado a pun-

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    to de ser arrojado al agua; otro día, la muchedumbre se ha divertidoabucheando a su paso a los miembros del gobierno, etc.; los actosde rebelión varían hasta el innito, hasta el día en que bastará una

    chispa para que la manifestación se transforme en revuelta, y larevuelta en Revolución.

    “Es la escoria del pueblo, son los desalmados, los holgazanes losque se sublevan”, dicen hoy nuestros pedantes historiadores. Puesbien, sí, en efecto, no es entre la gente acomodada donde los revo-lucionarios buscan a sus aliados. Pero mientras que así se limitana criticar en los salones, es en las tabernas de mala fama donde

    podemos buscar a los camaradas, armados con garrotes, para abu-chear a Monseñor el arzobispo de París, lo cual desagradará a losprohombres, demasiado delicados para comprometerse en seme-

     jantes empresas.Si la acción se hubiera limitado a atacar a los hombres e institu-

    ciones del gobierno, ¿la gran Revolución hubiera sido lo que fue enrealidad, es decir, un levantamiento general de las masas populares,campesinos y obreros, contra las clases privilegiadas?¿Hubiera du-

    rado la Revolución cuatro años?¿hubiera removido a Francia hastalas entrañas?¿hubiera encontrado ese aliento invencible que le diola fuerza para resistir a los “reyes conjurados”?

    ¡Ciertamente que no! Qe los historiadores cuenten como quie-ran las glorias de los “señores de Tiers”, de la Constituyente o dela Convención, nosotros sabemos la verdad. Nosotros sabemos quela Revolución no hubiera logrado más que una microscópica limi-tación constitucional del poder real, sin tocar el régimen feudal, sila Francia campesina no se hubiera sublevado y hubiera mantenidodurante cuatro años la anarquía y la acción revolucionaria espontá-nea de los grupos e individuos, emancipados de toda tutela guber-namental. Sabemos que el campesino habría continuado siendo labestia de carga del señor, si la jacquerie4 no hubiera causado estra-gos desde 1788 hasta 1793, hasta la época en que la Convención fueforzada a consagrar por la ley, lo que los campesinos querían cum-

    plir en hechos: la abolición sin vuelta atrás de todos los privilegiosfeudales y la restitución a las Comunas de los bienes que les habían

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    Piotr Kropotkin

    sido robados por los ricos bajo el antiguo régimen. En lo que sereere a las Asambleas, si los descamisados y los sans–culoes nohubieran puesto en la balanza parlamentaria el peso de sus garrotes

    y de sus picas, el resultado hubiera sido una engañifa.Pero no es gracias a la agitación dirigida contra los ministros, ni

    a los carteles puestos en París contra la reina, que el levantamientoen los pequeños pueblos pudo ser preparado. Este levantamientofue ciertamente el resultado de la situación general del país, perotuvo lugar también por la agitación realizada en el seno del puebloy dirigida contra sus enemigos inmediatos : el señor, el sagrado pro-

    pietario, el acaparador de trigo, el gran burgués.Este género de agitación es bastante menos conocido que el pre-cedente. La historia de Francia ya esta escrita, la de los pueblostodavía no ha sido comenzada seriamente: y sin embargo, esta es laagitación que realizó la Jacquerie, sin la cual la Revolución hubierasido imposible.

    El paneto, el libelo apenas llegó a los pueblos: el campesino enesta época no leía demasiado. La propaganda se hacía mediante la

    imagen impresa, a menudo pintarrajeada a mano, simple y com-prensible. Algunas palabras trazadas por allí, y toda una novela seforjaba con estas estampas populares concernientes al rey, la reina,el conde de Artopis, Madame de Lamballe, el pacto del hambre, losseñores “vampiros chupando la sangre del pueblo”; esto recorríalos pueblos y preparaba los espíritus. En los pueblos era un cartelhecho a mano, colgado de un árbol, lo que excitaba a la rebelión,prometiendo la llegada de tiempos mejores y narrando las revuel-tas que habían estallado en otras provincias, en la otra punta deFrancia.

    Con el nombre de los “Jacques” se constituyeron grupos secretosen los pueblos, fuera para prender fuego al granero del señor, paradestruir sus cosechas o su caza o fuera para ejecutarlo; y, cuan-tas veces no se encontró en el castillo un cadáver atravesado porun cuchillo, portando esta inscripción: ¡De parte de los Jacques! Un

    pesado coche de lujo bajaba una cuesta escarpada, llevando al se-ñor a sus dominios. Pero dos viandantes, ayudados de un postillón,

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    El espíritu de rebelión

    le agarrotaban y le echaban rodando al fondo del barranco; en subolsillo se encontraba un papel que decía: ¡De parte de los Jacques!  O bien, un día en un cruce de caminos, se veía una horca con esta

    inscripción: ¡Si el señor osa recaudar los impuestos, será colgado enesta horca. Cualquiera que ose pagarlos sufrirá la misma suerte!  y elcampesino no pagó más, a no ser que fuera forzado por los gendar-mes, dichoso en el fondo de haber encontrado un pretexto para nohacerlo más. Sentía que había una fuerza oculta que le apoyaba, sehabituaba a la idea de no pagar, de rebelarse contra el señor, y pron-to, en efecto, no pagaba más y conseguía que el señor amenazado,

    renunciara a todos los impuestos.Continuamente se veían en los pueblos carteles anunciando queen adelante no se pagarán más impuestos, que hay que quemar lospalacios y los “libros terriers”5, que el Consejo del Pueblo acaba delanzar un decreto en este sentido, etc., etc. “¡Por el pan! ¡No másimpuestos ni tasas!” he aquí la consigna que se hacía correr por loscampos! Consignas comprensibles para todos, yendo directamenteal corazón de la madre cuyos hijos no habían comido en tres días,

    directo al cerebro del campesino acosado por la gendarmería, paralibrarle de pagar los impuestos. “¡Abajo el acaparador!” y sus alma-cenes eran forzados, sus caravanas de trigo prendidas y la revueltase desencadenaba en la provincia. “¡Abajo las concesiones!” y lasbarreras eran quemadas, los empleados molidos a palos, y las ciu-dades, faltando el dinero, se rebelaban contra el poder central quelo requería. ¡Al fuego los registros de impuestos, los libros de cuen-tas, los archivos municipales!” y el papeleo ardía en julio de 1789, elpoder se desorganizaba, los señores huían, y la Revolución extendíamás su radio de acción.

    Todo lo que se jugaba en el gran escenario de París no era másque un reejo de lo que pasaba en las provincias, de la Revoluciónque, durante cuatro años, resonó en cada ciudad, en cada aldea, yen la cual el pueblo se interesó menos de las intrigas de la corte quede sus enemigos más próximos: los explotadores, las sanguijuelas

    del lugar.Resumamos. La Revolución de 1789–1793, que nos ofrece la des- 

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    organización del Estado POR la Revolución popular (evidentementeeconómica, como toda Revolución verdaderamente popular), nossirve así de preciosa enseñanza.

    Bastante antes de 1789, Francia presentaba ya una situación re-volucionaria. Pero el espíritu de rebelión no había todavía madu-rado lo suciente para que la Revolución estallase. Es pues haciael desarrollo de este espíritu de insubordinación, de audacia, deodio contra el orden social donde se dirigieron los esfuerzos de losrevolucionarios. Mientras los revolucionarios de la burguesía diri-gían sus ataques contra el gobierno, los revolucionarios populares,

    aquellos de los que la historia no ha conservado sus nombres, loshombres del pueblo, preparaban su levantamiento, su Revolución,mediante actos de rebelión dirigidos contra los señores, los agentesdel sco y los explotadores de toda índole.

    En 1788, mientras la proximidad de la Revolución se anuncia-ba por las serias revueltas de las masas populares, la realeza y laburguesía buscaron controlarla con algunas concesiones; ¿pero sepodía apaciguar la marea popular por los Estados Generales, con el

    simulacro de concesiones jesuíticas del 4 de agosto, o con los actosmiserables de la Legislativa? Se apaciguaba así una revuelta políti-ca, pero con tan poco no había razón para apaciguar una rebeliónpopular. Y la marea seguía creciendo y atacando a la propiedad, almismo tiempo se desorganizaba al Estado. Todo gobierno se volvíaabsolutamente imposible, y la rebelión popular, dirigida contra losseñores y los ricos en general, acabó, como se sabe, al cabo de cua-tro años, barriendo la realeza y el absolutismo.

    Este camino, es el camino de todas las grandes Revoluciones.Este será el desarrollo y el camino de la próxima Revolución, si debeser, como nosotros creemos, no un simple cambio de gobierno, sinouna verdadera Revolución popular, un cataclismo que transformaráde arriba abajo el régimen de propiedad.

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    Notas

    1. Kropotkin usa partido como conjunto de individuos con un

    n común.2. En un sentido general, se trata de una especie de carta cerrada

    (por oposición a la carta patente, es decir, abierta), cerrada por elsello del secreto. A partir del siglo , la lere de cachet  pasa aser una orden que privaba de libertad, que requería encarcelamien-to, expulsión o destierro de alguien. La carta tiene origen en la jus-ticia retenida por el rey: cortocircuita el sistema judicial ordinario.

    En efecto, las personas que reciben estas cartas no son juzgadas,sino que van directamente a una prisión estatal (Bastilla, fortalezade Vincennes) o manicomio.

    3. El lecho de justicia era en Francia durante el Antiguo Régimenuna sesión extraordinaria del Parlamento de París, presidida por elrey para el registro obligatorio de los edictos reales. Fue llamadoasí porque en vez de sentarse en el trono, el rey se tumbaba en unaimprovisada “cama” adornada con cuatro cojines.

    4. Una jacquerie  es un término empleado en la historia de Fran-cia para referirse a las revueltas de campesinos que tuvieron lugaren Francia durante la Edad Media, el Antiguo Régimen y durante laRevolución francesa.

    5. Libros terriers : libros en los que los nobles inscribían ante no-tario las servidumbres, obligaciones, deudas e impuestos a los queestaba sometidos los campesinos de sus señoríos. Como estos li-bros legitimaban el régimen feudal, al destruirlos los campesinosmaterializaban un deseo expresado en los Cuadernos de quejas: lasupresión de los privilegios de la nobleza.

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    El Estado y su papel histórico

    ITomando por tema de este estudio el Estado y su papel histórico,creo responder a una necesidad actual: la de examinar en profundi-dad el concepto mismo del Estado y de estudiar su esencia, su papelen el pasado y el papel que representará en el futuro.

    Es precisamente respecto a la cuestión del Estado que los socia-

    listas están divididos. Dos corrientes se pueden distinguir entre no-sotros que responden a las diferencias de temperamentos así comoa los diversos modos de pensar, pero sobre todo, al alcance quetendrá la próxima revolución.

    Por una parte están los que esperan conseguir la revolución so-cial por medio del Estado, manteniendo e incluso extendiendo mu-chos de sus poderes para ser usados en benecio de la revolución.Por otra parte están aquellos que, como nosotros, ven en el Estado

    no solamente en su forma actual, sino en su misma esencia y bajotodas las formas en que puede aparecer, un obstáculo para la revo-lución social, el mayor estorbo para el nacimiento de una sociedadbasada en la igualdad y en la libertad. Los segundos trabajan paraabolir el Estado y no para reformarlo.

    Está claro que la división es profunda. Dos corrientes divergen-tes se maniestan en todo el pensamiento losóco, la literatura yla acción de nuestra época. Y si las visiones que se imponen son tanoscuras como lo son en la actualidad, no hay duda de que cuando–esperamos que pronto– las ideas comunistas tengan aplicaciónpráctica en la vida diaria de las comunidades, será sobre la cuestióndel Estado que se librarán las más obstinadas luchas.

    Habiendo hecho tan a menudo la crítica del Estado, es necesarioinvestigar la razón de su aparición, profundizar en su papel en elpasado y compararlo con las instituciones que ha reemplazado.

    Primero, entendámonos sobre lo que queremos signicar con elnombre de “Estado”.

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    Existe, por supuesto, la escuela alemana que se complace enconfundir Estado  con Sociedad . Esta confusión se halla también en-tre los mejores pensadores alemanes y muchos franceses, quienes

    no pueden concebir la Sociedad sin la concentración del Estado; yesta es la razón por la que a los anarquistas se les reprocha general-mente que “quieren destruir la sociedad” y que “predican el retornoa “la guerra perpetua de todos contra todos”.

    Sin embargo razonar de este modo signica ignorar por com-pleto los progresos realizados en el dominio de la historia durantelo últimos treinta años; es ignorar que el Hombre ha vivido en So-

    ciedades durante miles de años antes de que se oyera nada sobre elEstado; es olvidar que el Estado, en lo que concierne a Europa, es deorigen reciente, pues apenas data del siglo ; es desconocer, enn, que los periodos más gloriosos de la historia de la humanidadfueron aquellos en que las libertades civiles y la vida comunal nohabían sido aún destruidas por el Estado, y en que un gran númerode personas vivían en comunas y en federaciones libres.

    El Estado no es más que una de las formas que asumió la socie-

    dad en el curso de la historia. ¿Por qué no hacemos distinción entrelo que es permanente y lo que es accidental?

    Por otro lado, se ha confundido asimismo al Estado con el Go-bierno. Ya que no puede haber Estado sin Gobierno, se ha dicho al-gunas veces que lo que hay que lograr es la abolición del Gobiernoy no la del Estado.

    Me parece, no obstante, que Estado y Gobierno son dos nocio-nes de orden diferente. La idea de Estado implica algo muy con-trario a la idea de gobierno. Comprende, no tan sólo la existenciade un poder colocado por encima de la sociedad, sino también unaconcentración territorial  así como la concentración de muchas fun- ciones de la vida de las sociedades en las manos de unos pocos . Im-plica nuevas relaciones entre los miembros de la sociedad que noexistían antes de la formación del Estado. Un completo mecanismode legislación y policía se desarrolló para someter a unas clase a la

    dominación de otras.Esta distinción, que tal vez a primera vista no es tan obvia, apa-

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    El Estado y su papel histórico

    rece sobre todo cuando uno estudia los orígenes del Estado.En efecto, para comprender bien qué es el Estado sólo hay un

    medio: estudiarlo en su desarrollo histórico. Y esto es lo que voy a

    intentar.El imperio romano fue un Estado en el verdadero sentido de la

    palabra. Hasta nuestros días permanece como el ideal para el legis-lador. Sus órganos cubrían un vasto dominio con una estrecha red.Todo gravitaba hacia Roma: la vida económica y militar, las rique-zas, la educación, incluso la religión. De Roma venían las leyes, losmagistrados, las legiones para defender el territorio, los prefectos

    y los dioses. Toda la vida del Imperio se remontaba al Senado, mástarde al César, el omnipotente, el omnisciente, dios del imperio.Cada provincia, cada distrito, tenía su Capitolio en miniatura, supequeña porción de soberanía romana para gobernar cada aspectode su vida diaria. Una sola ley, la ley impuesta por Roma, dominabaeste imperio, que no representaba de ningún modo una confedera-ción de ciudadanos; era un simple rebaño de súbditos.

    Incluso hoy, el legislador y el autoritario admiran la unidad de

    aquel imperio, el espíritu unitario de sus leyes y, nos dicen, la belle-za y armonía de aquella organización.

    Pero la desintegración interior, acelerada por la invasión bárba-ra; la extinción de la vida local, incapaz de resistir por más tiempolos ataques del exterior por un lado y la gangrena que se extendíadesde el centro por otro lado; la dominación de los ricos que se ha-bían apropiado la tierra y la miseria de aquellos que la cultivaban,todas estas causas llevaron a aquel imperio al caos, y sobre susruinas se desarrolló una nueva civilización que ahora es la nuestra.

    Así que, si dejamos a un lado las civilizaciones antiguas, y con-centramos nuestra atención en los orígenes y desarrollos de esta

     joven civilización bárbara, hasta los tiempos que, a su vez, dieronnacimiento a nuestros Estados modernos, seremos capaces de atra-par la esencia del Estado mejor que si nos lanzáramos al estudiodel Imperio Romano o al de Alejandro de Macedonia, o a la de las

    monarquías despóticas de Oriente.Usando, por ejemplo, a estos poderosos demoledores bárbaros

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    del Imperio Romano como punto de partida, podremos seguir laevolución de nuestra civilización, desde sus orígenes hasta su faseEstatal.

    II

    La mayor parte de los lósofos del siglo pasado se formaron una ideamuy elemental sobre el origen de las sociedades.

    Según ellos, al principio la Humanidad vivía en pequeñas familias

    aisladas, y la guerra perpetua entre ellas era su estado normal. Pero,un día se dieron cuenta de los desventajas de estas luchas sin n ylos hombres decidieron constituirse en sociedad. Un contrato socialse estableció entre estas familias y se sometieron voluntariamente auna autoridad, la cual –¿es necesario decirlo?– se convirtió en puntode partida y en iniciador de todo progreso. ¿Hay necesidad de aña-dir, puesto que ya os lo habrán enseñado en la escuela, que nuestrosactuales gobernantes han permanecido en su noble papel como la sal

    de la tierra, los pacicadores y los civilizadores de la raza humana?Concebida en una época en la cual no se sabía gran cosa de los

    orígenes del Hombre, esta idea predominó en el siglo pasado, y enmanos de los Enciclopedistas y de Rousseau, la idea del “contratosocial” se convirtió en un arma para combatir los derechos divinosde los reyes. No obstante, a pesar de los servicios que haya podidoprestar en el pasado, esta teoría debe ser reconocida como falsa.

    El hecho es que todos los animales, a excepción de algunos car-nívoros y aves de presa, viven en sociedad. En la lucha por la vida,las especies sociables tienen ventaja sobre las demás. En cada cla-sicación animal ocupan el peldaño más elevado de la escala y nopuede caber la menor duda de que los primeros seres con atributoshumanos vivían ya en sociedad.

    El hombre no ha creado la sociedad. La sociedad es anterior alhombre.

    Actualmente se sabe también –la antropología lo ha demostradoconvincentemente– que el punto de partida de la humanidad no fue

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    la familia, sino el clan, la tribu. La familia patriarcal tal como la co-nocemos, o tal como nos la pintan las tradiciones Hebraicas, hizo suaparición más tarde. El hombre vivió miles de años en la fase de tribu

    o de clan –llamémosla tribu primitiva o, si quereis, tribu salvaje– ydurante este tiempo el hombre ya desarrolló toda una serie de insti-tuciones, de usos, de costumbres muy anteriores a las institucionesde la familia patriarcal.

    En estas tribus no existía la familia aislada, como tampoco exis-te entre otros mamíferos sociables. Cualquier división dentro de latribu era generalmente entre generaciones; y desde una época re-

    mota, que se pierde en el amanecer de la raza humana, se habían idoimponiendo limitaciones para impedir las relaciones sexuales entreaquellos de diferente generación, mientras que estaban permitidasentre los de una misma generación. Se pueden encontrar aún hue-llas de este periodo en ciertas tribus contemporáneas así como en ellenguaje, costumbres y supersticiones de los pueblos con una culturamás avanzada.

    La caza y la recolección era realizad por toda la tribu en común,

    y una vez aplacada su hambre, se entregaba con pasión a sus danzastribales. Actualmente se encuentran aún tribus, muy cercanas a estafase primitiva, viviendo en la periferia de los grandes continentes, ocerca de regiones montañosas, en los lugares menos accesibles delglobo.

    La acumulación de la propiedad privada no podía tener lugar enellas, puesto que toda posesión personal de un miembro de la tribu,era destruida o quemada allí donde su cuerpo era enterrado. Esto sehace aún en Inglaterra, por los gitanos, y los ritos funerarios de lospueblos “civilizados” aún guardan estas costumbres: así los chinosqueman modelos de papel de las posesiones personales del muerto, yen los funerales de un lider militar su caballo, su espada y sus conde-coraciones lo acompañan a su tumba. El signicado de la instituciónse ha perdido, pero la forma sobrevive.

    Lejos de expresar desprecio por la vida humana, estos pueblos

    primitivos odiaban el asesinato y la sangre. Derramar sangre eraconsiderado algo muy grave, hasta el punto de que cada gota de san-

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    gre vertida, no solamente de sangre humana, sino incluso de algunosanimales, exigía que el agresor perdiera una cantidad equivalente desu propia sangre.

    Además el asesinato en el seno de la tribu es algo absolutamentedesconocido; por ejemplo, entre los Inuits o Esquimales –estos su-pervivientes de la Edad de Piedra que habitan las regiones árticasoentre los Aleutianos, donde se sabe que no ha habido un solo asesina-to dentro de la tribu durante cincuenta, sesenta o más años.

    Pero cuando se encontraban tribus de origen, color y lengua di-ferentes en el curso de sus migraciones, se sucedía a menudo la gue-

    rra. Es verdad que ya entonces los hombres procuraban hacer máspacícos estos encuentros. La tradición, como han demostrado muybien Maine, Post, y E. Nys, formaba ya los gérmenes de lo que mástarde se convirtió en Derecho Internacional. Por ejemplo, no se po-día asaltar una aldea sin antes avisar a sus habitantes. Nadie osabamatar en el sendero que frecuentaban las mujeres para ir a la fuente.Y a menudo para pactar la paz, era necesario pagar el equivalente dehombres muertos en ambos bandos.

    Sin embargo, todas estas precauciones y muchas otras no eransuciente: la solidaridad no se extendía más allá de los connes delclan o tribu; las disputas entre pueblos de diferentes clanes y tribus amenudo acababan en violencia e incluso asesinato.

    Desde entonces una ley general empezó a desarrollarse en las tri-bus y clanes. Los vuestros han herido o matado a uno de los nuestros;por tanto tenemos derecho a matar a uno de los vuestros o inigiruna herida semejante a la que ha recibido el nuestro, y no importabaquien, pues la tribu siempre era la responsable de los actos individua-les de sus miembros.

    Los bien conocidos versículos de la Biblia: “sangre por sangre, ojopor ojo, diente por diente, herida por herida, muerte por muerte”,–¡pero no más!, como ha hecho observar muy bien Koenigswater–tiene aquí su origen. Era su modo de concebir la Justicia, y nosotrosno podemos enorgullecernos mucho, puesto que el principio de “vida

    por vida” que prevalece en nuestros códigos no es más que una deestas supervivencias.

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    Está claro que toda una serie de instituciones (y muchas más queno mencionaré), asi como un completo código de moral tribal, fue yaelaborado durante esta fase primitiva. Y para mantener este núcleo

    de costumbres sociales, bastó el uso, la costumbre y la tradición. Nin-guna necesidad tuvieron de la autoridad para imponerlo.

    No hay duda de que las sociedades primitivas tenían líderes tem-porales. El hechicero, el hacedor de lluvia, –el sabio de aquella épo-ca– procuraba aprovecharse de lo que conocía sobre la naturalezapara dominar a sus semejantes. De forma similar aquel que mejorsabia retener en su memoria los proverbios y los cantos en los cuales

    se incorporaba la tradición llegaba a ser inuyente. En aquella épo-ca estos “instruidos” procuraban asegurar su dominio transmitiendosus conocimientos únicamente a unos pocos elegidos, a los iniciados.Todas las religiones, y hasta las artes y ocios, han empezado con los“misterios” e investigaciones recientes demuestran el importante rolque las sociedades secretas de iniciados jugaron para mantener algu-nas prácticas tradicionales en los clanes primnitivos. Los gérmenesde la autoridad están presentes aquí.

    El valiente, el arrojado, y, sobre todo, el prudente, se convertíande este modo en líderes temporales en los conictos con las tribusvecinas, o durante las migraciones. Pero no hubo alianza entre elportador de la “ley” (el que conocía la tradición y las decisiones pa-sadas), el jefe militar y el hechicero y el Estado no formaba parte deestas tribus, como no lo es en una sociedad de abejas y hormigas, oentre los patagones y los esquimales contemporáneos.

    Esta fase, no obstante, duró miles de años, y los bárbaros que in-vadieron el Imperio romano pasaron por ella y justo acababan desalir de ella.

    En los primeros siglos de nuestra era se produjeron inmensas mi-graciones entre las tribus y las confederaciones de tribus que habi-taban el Asia central y boreal. Oleadas de pequeñas tribus, empuja-das por pueblos más o menos civilizados, provenientes de las altasmesetas de Asia, –obligados quizá por la rápida desecación de estas

    mesetas– inundaron Europa, empujándose unos a otros y siendo asi-milados en su marcha hacia occidente.

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    Durante estas migraciones, en que tantas tribus de origen diversofueron asimiladas, la tribu primitiva que aún existía entre muchos delos salvajes habitantes de Europa no podía evitar la desintegración.

    La tribu estaba basada en la comunidad de origen, en el culto a losantepasados comunes, pero, ¿qué comunidad de origen podían invo-car en adelante estas aglomeraciones que surgían de la confusión delas emigraciones, de los empujes, de las guerras entre tribus, durantelas cuales ya se pudo ver la emergencia de la familia patriarcal, el nú-cleo formado por la posesión de algunas de las mujeres conquistadaso robadas a las tribus vencidas?

    Los lazos antiguos habían quedado rotos y para evitar su destruc-ción (lo que, en efecto ocurrió con alguna tribu desaparecida para lahistoria) debían forjarse nuevos lazos de unión. Y estos lazos fueronestablecidos mediante la posesión comunal de la tierra, en el territo-rio en el cual cada aglomeración acabó asentándose.

    La posesión en común de un determinado territorio –de este valleo de aquella colina– se convirtió en la base de una nueva relación.Los dioses ancestrales habían perdido toda su signicación; así los

    dioses locales de tal valle, río o bosque, dieron la consagración re-ligiosa a las nuevas aglomeraciones, sustituyendo a los dioses de latribu primitiva. Más tarde, el cristianismo, acomodándose a las su-pervivencias paganas, hizo de ellos santos locales.

    A partir de aquí, la comuna de pueblo, compuesta en parte o en-teramente por familias individuales –unidos, no obstante, por la po-sesión en común de la tierra– se convirtió, en el lazo de unión en lossiglos venideros.

    Este lazo sobrevive aún en inmensos territorios de Europa orien-tal, de Asia, y de África. Los bárbaros –escandinavos, germanos, es-lavos, etc.– que destruyeron el Imperio romano, vivían bajo esta or-ganización. Y estudiando los códigos bárbaros del pasado, así comolas confederaciones de comunas aldeanas que existen hoy entre losKábilas, los Mongoles, los Hindúes, los Africanos, etc., que aún exis-ten, ha sido posible reconstruir enteramente esta forma de sociedad

    que fue el punto de partida de nuestra actual civilización.Echemos un vistazo sobre esta institución.

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    El Estado y su papel histórico

    III

    La comuna aldeana se componía, y se compone aún, de familias

    individuales. Pero todas las familias de una misma aldea poseían latierra en común, la consideraban como su patrimonio común y larepartían según el número de individuos de cada familia, o segúnsus necesidades y sus fuerzas. Centenares de millones de hombresviven aún bajo este régimen en Europa oriental, India, Java, etc.Es el mismo sistema que han establecido los campesinos rusos, ennuestros días, cuando el Estado les dejó la libertad de ir a ocupar

    el inmenso territorio de Siberia y ocuparlo en la forma que ellosquisieran.Hoy el cultivo de la tierra en una comuna aldeana es realizado

    por cada casa individual independientemente. Como toda la tie-rra cultivable es compartida entre las familias, cada una cultiva sucampo como mejor puede. Pero originalmente, la tierra era traba-

     jada en común, y esta costumbre todavía es habitual en muchoslugares. Respecto a los desmontes, la tala de los bosques, la cons-

    trucción de puentes, la elevación de fortines y torres que sirvierande refugio en caso de invasión, todo esto se hacía en común, comoen común lo hacen aún centenares de millones de campesinos allídonde la comuna aldeana ha resistido a la intromisión del Estado.Pero el consumo, sirviéndome de una expresión moderna, se efec-tuaba ya por familias, teniendo cada una su ganado, su huerta y susprovisiones, introduciendo así los medios de atesorar y transmitirlos bienes acumulados por herencia.

    En todos estos asuntos la comuna aldeana era soberana. La cos-tumbre local era ley, y la asamblea plenaria de todos los cabeza defamilia, hombres y mujeres, era el juez, el único juez, en materiacivil y criminal. Cuando uno de los habitantes albergaba una que-

     ja contra otro, plantaba su cuchillo en tierra en el lugar donde lacomuna tenía por costumbre reunirse, la comuna tenía que “dictarsentencia” según la costumbre local, después que el hecho había

    sido establecido por los jurados de ambas partes en litigio.Me faltaría espacio para hacer recuento de todos los aspectos in-

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    Piotr Kropotkin

    teresantes de esta fase. Remito a la lectura de Apoyo Mutuo . Bastarámencionar que todas las instituciones en que se amparó más tardeel Estado en benecio de las minorías, todas las nociones de dere-

    cho que encontramos (mutiladas en benecio de las minorías) ennuestros códigos, y todas las formas de procedimiento judicial queofrecen garantías al individuo, tuvieron sus orígenes en la comunaaldeana. Así, pues, cuando creemos haber hecho un gran avanceintroduciendo, por ejemplo, el jurado, no hacemos más que volver alas instituciones de los llamados bárbaros, después de haberlo mo-dicado en provecho de las clases dominantes. El derecho romano

    no hizo otra cosa que corromper el derecho consuetudinario.El sentimiento de unidad nacional se desarrollaba al mismotiempo que las grandes federaciones libres de comunas aldeanas.

    La comuna aldeana, basada en la posesión en común, y muy amenudo en el cultivo en común de la tierra, siendo soberana como

     juez y legislador del derecho consuetudinario, satisfacía la mayorparte de las necesidades del ser social.

    Pero no todas sus necesidades; muchas otras quedaban sin sa-

    tisfacer. De todos modos en el espíritu de la época no estaba elllamar a un gobierno en el momento en que había una necesidad; alcontrario, los individuos tomaban la iniciativa, para unirse, aliarse,federarse, crear una forma de entendimiento, grande o pequeña,numerosa o restringida, que respondiera a la nueva necesidad. Y lasociedad de entonces se encontraba literalmente llena de herman-dades juramentadas, de guildas para el apoyo mutuo, de “conjura-ciones” dentro y fuera de la aldea, y en la federación.

    Actualmente podemos observar esta fase y este espíritu en ac-ción en algunas federaciones bárbaras que permanecen ajenas a losEstados modernos copiados del modelo romano o más bien bizan-tino.

    Un ejemplo entre muchos son los Kálibas que han mantenidosus comunas aldeanas con las características que he mencionado:tierra en común, tribunales comunales, etc. Pero los hombres sien-

    ten la necesidad de acción más allá de los connes de su aldea. Unosrecorren el mundo buscando aventuras como comerciantes. Otros

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    se dedican a un ocio –o arte– cualquiera. Y estos comerciantes yartesanos, se unen en “fraternidades” aunque pertenezcan a pue-blos, tribus o confederaciones diferentes. Esta unión es necesaria

    para ayudarse mutuamente en los viajes a tierras lejanas o paratransmitirse los misterios del ocio, asi que se unen en hermandady la practican de una manera que produce una profunda impresiónen los Europeos; es una hermandad real y no sólo palabras vacías.

    Y a cualquiera le puede ocurrir una desgracia. Acaso mañana elhombre más tranquilo y gentil se vea obligado a exceder los límitesestablecidos de su decoro o sociabilidad, tal vez recurra a los golpes

    e ininja heridas, y entonces será necesario pagar una compensa-ción al ofendido o herido, o le será necesario defenderse ante laasamblea del pueblo y reconstruir los hechos según el testimoniode seis, diez o doce “hermanos juramentados”. Hay razones de so-bra para entrar en una fraternidad.

    Además los hombres tienen la necesidad de mezclarse en políti-cas, quizás de intrigar, o de propagar determinada opinión moral ocostumbre. Y nalmente, es necesario salvaguardar la paz exterior,

    establecer y solidicar alianzas con otras tribus, constituir federa-ciones con gentes lejanas, propagar elementos de la ley intertri-bal Y para todo esto, para poder satisfacer todas estas necesidadesde naturaleza emotiva o intelectual, los Kábilas, los Mongoles, losMalayos, no apelan a un gobierno, puesto que no lo tienen. Siendohombres que siguen la ley de la costumbre y la iniciativa indivi-dual, no están pervertidos para actuar con la fuerza corruptora delgobierno y la Iglesia. Se unen entre sí espontáneamente, consti-tuyen hermandades juramentadas, sociedades políticas o religio-sas, uniones de ocio –guildas, como fueron llamadas en la EdadMedia, o cofs , como son llamados aún hoy por los Kábilas. Y estoscofs traspasan las murallas de la aldea, se extienden por el desiertoy las ciudades extranjeras; y la hermandad es practicada en estasasociaciones. Negarse a ayudar a un miembro de una cof –inclusoarriesgándose a perder sus posesiones y su vida– es considerado un

    acto de traición a la “hermandad”.Lo que hoy encontramos entre los Kábilas, Mongoles, Malayos,

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    etc., constituía la esencia de la vida de los bárbaros en Europa desdeel siglo  al , e incluso hasta el siglo . Con el nombre de guil- das , hermandades , etc., asociaciones para la defensa mutua, para

    vengar las ofensas sufridas por un miembro de la unión y expresarsolidaridad, para reemplazar la venganza del “ojo por ojo” por lacompensación, seguida de la aceptación del agresor en la herman-dad; para el ejercicio de los ocios, para la ayuda en caso de enfer-medad, para la defensa del territorio; para impedir las pretensionesde la naciente autoridad; para el comercio, para la práctica de la“buena vecindad”; para la propaganda, en n, para todo lo que los

    Europeos, educados por la Roma de los Césares y de los Papas, es-peran actualmente del Estado. Es muy dudoso que en aquella épocahubiera un solo hombre, libre o siervo, salvo los que eran puestosfuera de la ley por sus mismas hermandades, que no perteneciera auna hermandad o alguna guilda, además de a su comuna.

    Las Sagas Escandinavas cantan las excelencias de aquellas her-mandades; el sacricio de los hermanos juramentados es el tema delos más bellos poemas. Por supuesto, la Iglesia y los reyes nacien-

    tes, representantes del derecho Bizantino (o Romano) que reapa-rece, lanzaban contra ellas todas sus excomuniones y sus reglas yregulaciones, pero afortunadamente quedaron como letra muerta.

    La historia entera de aquella época pierde su signicado y sehace absolutamente incomprensible, si no se tienen en considera-ción estas hermandades, estas uniones de hermanos y hermanas,que surgen por todas partes respondiendo a las múltiples necesida-des de la vida económica y personal del pueblo.

    Para apreciar el inmenso progreso conseguido por esta dobleinstitución de comunas aldeanas y hermandades libres –ajenas acualquier inuencia Católica Romana o Estatal– tomemos comoejemplo Europa tal como era en la época de las invasiones bárba-ras, y comparemoslo con lo que surgió en el siglo  y . El bosquees conquistado y colonizado; las aldeas cubren la región y estánrodeadas por campos y cercados y protegidas por pequeños fuertes

    enlazados por caminos que atravesaban los bosques y marjales.En estas aldeas se encuentran las semillas de las artes industria-

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    les y se descubre una completa red de instituciones para mantenerla paz interna y externa. En el caso de asesinato o agresiones, los al-deanos ya no buscan como en la tribu al agresor o incluso a alguno

    de sus parientes, para eliminarlo o inigirle una herida equivalente.Más bien, son los señores bandidos quienes aún se adhieren a esteprincipio (de aquí sus guerras sin n), mientras que entre los aldea-nos la compensación, jada por árbitros, se convirtió en la norma,después de lo cual la paz es restablecida y el agresor es a menudo,si no siempre, adoptado por la familia que ha sido perjudicada poresta agresión.

    El arbitraje en estas disputas llegó a ser una institución profun-damente asentada por el uso diario –a pesar de los obispos y losreyezuelos nacientes quienes deseaban que toda disputa fuera pre-sentada ante ellos, o sus agentes, para beneciarse del fred (multa).

    Finalmente cientos de aldeas estaban unidas en poderosas fe-deraciones, con juramentos de paz, veían su territorio como unaherencia común y estaban unidas para la protección mutua. Estasfueron las semillas de las naciones   Europeas. Y en nuestros días

    podemos estudiar estas federaciones en funcionamiento entre lastribus Mongoles y Malayas.

    Sin embargo, negras nubes se acumulan en el horizonte. Se esta-blecen otras uniones –de minorías dominantes– que intentan, len-tamente, convertir a estos hombres en siervos, en súbditos. Romaestá muerta, pero su tradición renace, y la Iglesia Cristiana, fre-cuentada por las visiones de las teocracias orientales, dio su pode-roso apoyo a los nuevos poderes que buscaban establecerse.

    Lejos de ser la bestia sanguinaria que muchos le atribuyen para justicar la necesidad de dominarla, el Hombre siempre ha amadola paz y la tranquilidad. Más pendenciero ocasional que feroz, pre-ere su ganado, su tierra y su cabaña a la profesión de las armas.Y he aquí por qué apenas las grandes migraciones de los bárbarosfueron disminuyendo, las hordas y las tribus se fortalecieron ensus respectivos territorios, y vemos conada la defensa del terri-

    torio contra las nuevas oleadas de migrantes a alguien que cuentacon una pequeña banda de aventureros –guerreros endurecidos o

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    bandidos– mientras la gran mayoría cuida de su ganado o cultiva latierra. Y este defensor pronto empieza a acumular riquezas; regalacaballos y hierro al miserable agricultor que no tiene ni caballo ni

    arado, y lo reduce a la servidumbre. Así empiezan a establecerse lasbases del poder militar.

    Y al mismo tiempo, poco a poco, la tradición que hace la leyva siendo olvidada por la mayoría .En cada aldea solo algún viejorecuerda los versos y canciones que contienen los “preceptos” enque se basa la ley consuetudinaria y los recita en los grandes días deesta de la comuna. Y poco a poco, algunas familias convierten en

    su especialidad, transmitida de padres a hijos, recordar estos cantosy versos, preservando la pureza de la ley. Los aldeanos acuden aellos para resolver las disputas complicadas, especialmente cuandodos confederaciones se niegan a aceptar las decisiones arbitralestomadas en su seno.

    La autoridad del rey o del príncipe germina ya en estas familias,y cuanto más estudio las instituciones de aquella época, más claroveo que la ley consuetudinaria, hizo mucho más para crear esta au-

    toridad que el poder de la espada. El hombre se ha dejado esclavizarmás por su deseo de “castigar” al agresor según la ley, que por laconquista militar directa.

    Y gradualmente la primera “concentración de poderes”, la pri-mera seguridad mutua para la dominación –por el juez y el lidermilitar– surgió contra la comuna aldeana. Un solo hombre asumeestas dos funciones, se rodea de hombres armados para ejecutar lasdecisiones judiciales, se fortica en su torre, acumula para su fa-milia las riquezas de la época –pan, ganado, hierro– y poco a pocoimpone su dominio a los campesinos de los alrededores.

    El sabio de la época, es decir, el hechicero o el sacerdote, no tar-daron en prestarle apoyo y en compartir su poder. De aquí emanala autoridad temporal de los obispos en los siglos ,  y .

    Excedería de los límites de este escrito tratar a fondo este tema,plagado de buenas enseñanzas, y contar cómo los hombres libres

    gradualmente se convirtieron en siervos, forzados a trabajar parael amo, temporal o clerical; para explicar de qué modo se constitu-

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    yó la autoridad en las aldeas y municipios; cómo los campesinosse coaligaron, se rebelaron, lucharon para combatir esta crecientedominación; cómo perecieron en estos ataques contra los fuertes

    muros del castillo y contra los hombres cubiertos de hierro que losdefendían.

    Bastará decir que en el siglo  y , parecía que Europa enteramarchaba por completo hacia la constitución de estos reinos bárba-ros, similares a los que se encuentran hoy en el corazón de África,o a las teocracias que conocemos en la historia de Oriente. Estono pudo efectuarse en un día; pero las semillas de estos pequeños

    reinos y de estas pequeñas teocracias estaban ya allí y se fueronfortaleciendo.Afortunadamente el espíritu “bárbaro” –Escandinavo, Celta,

    Germano, Eslavo– que durante siete u ocho siglos había incitado alos hombres a buscar la satisfacción de sus necesidades por mediode la iniciativa individual y el libre acuerdo de las hermandades yguildas, persistió en las aldeas y municipios. Los bárbaros se de-

     jaban esclavizar, trabajaban para el amo, pero su espíritu de libre

    acción y de libre acuerdo no se había corrompido aún. A pesar detodo, sus hermandades subsistían, y las cruzadas no hicieron sinodespertarlas y desarrollarlas en Occidente.

    Y así la revolución de las comunidades urbanas, resultado de launión de la comuna aldeana y la hermandad juramentada de losartesanos y mercaderes, estalló en el siglo  y , con un efectosorprendente en Europa. Esto había empezado ya en las comunida-des de Italia en el siglo .

    Esta revolución que muchos historiadores preeren ignorar, osubestimar, salvó a Europa del desastre que la amenazaba, dete-niendo el desarrollo de los reinos teocráticos y despóticos en losque hubiera acabado por sucumbir nuestra civilización después dealgunos siglos de brillante desarrollo, como sucumbieron las civili-zaciones de Mesopotamia, Asiria y Babilonia. Esto abrió el caminoa una nueva forma de vida: la de las comunas libres.

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    IV

    Es fácil comprender por qué los historiadores modernos, educa-

    dos en el espíritu Romano y empeñados en asociar todas las insti-tuciones con Roma, encuentran difícil comprender el movimientocomunalista de los siglos  y . Este movimiento, con su arma-ción viril del individuo, que logró crear una sociedad mediante lalibre federación de los hombres, de los aldeas, de los pueblos, fuela completa negación del espíritu unitario y centralizador Romanomediante el cual se pretende explicar la historia en nuestras univer-

    sidades. Dicho movimiento no está ligado a ninguna personalidadhistórica ni a ninguna institución central.Este es un desarrollo natural, perteneciente, como la tribu y la

    comuna aldeana, a una determinada fase de la evolución humanay no a ninguna nación o región en particular. Esta es la razón porla que la ciencia académica no puede ser sensible a su espíritu y elporque los Agustín ierrys y los Sismondis, que comprendieron elespíritu de aquella época, no tuvieron seguidores en Francia, mien-

    tras Luchaire es el único que ha retomado la tradición de los gran-des historiadores de los periodos Merovingio y Comunalista. Estoexplica también por que, en Inglaterra y Alemania, la investigaciónde este periodo así como la apreciación de sus fuerzas motivadoras,es de origen reciente.

    La comuna de la Edad Media, la ciudad libre, tiene su origen, poruna parte, en la comuna aldeana, y por otra, en las mil hermanda-des y guildas que surgieron en este periodo independientementede la unión territorial. Como una federación de estas dos clases deuniones, fue capaz de defenderse bajo la protección de sus recintosforticados y sus torres.

    En muchas regiones fue un desarrollo pacíco. En otras –estose aplica en general a Europa Occidental– fue el resultado de unarevolución. Tan pronto como los habitantes de un municipio enparticular se sintieron lo sucientemente protegidos por sus mu-

    rallas, formaron una “conjuración”, prestándose mutuamente jura-mento para solucionar todos los asuntos pendientes concernientes

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    a calumnias, violencia o heridas, y se comprometieron a no recurrira ningún juez para las disputas futuras que no fueran los síndicosque ellos mismos nombraran. En toda guilda de arte o de buena

    vecindad, en toda hermandad juramentada, esto fue una prácticanormal durante mucho tiempo. Ésta había sido la costumbre anta-ño en cada comuna aldeana, antes de que el obispo o el reyezuelollegara a introducirse y después impusieran su juez.

    Ahora, las aldeas y parroquias que componen el municipio, asícomo las guildas y hermandades que se habían desarrollado en suseno, se consideraban como una sola amitas, nombraban sus jueces

    y juraban la unión permanente entre todos estos grupos.Una Carta era pronto redactada y aceptada. En caso de necesi-dad se mandaba copiar las Cartas de alguna pequeña comunidadvecina (se conocen centenares de estas Cartas) y la comunidad que-daba constituida. Al obispo o al príncipe, que hasta entonces habíasido el juez en la comunidad, y a menudo más o menos el amo, no lequedaba otro recurso que aceptar el fait accompli ( hecho consuma-do) o combatir con la fuerza de las armas la nueva conjuración. A

    menudo el rey –es decir, el príncipe que había querido ponerse so-bre otros príncipes y cuyas arcas estaban siempre vacías, concedíalas Cartas a cambio de dinero. De este modo renunciaba a imponersu juez a la comunidad, mientras ganaba prestigio a los ojos deotros señores feudales. Pero esta no fue la regla general; centenaresde comunidades permanecieron activas sin otra autoridad que subuena voluntad, sus murallas y sus lanzas.

    En el curso de cien años, este movimiento se extendió de unamanera sorprendentemente armoniosa por toda Europa, –y porimitación, seguramente– cubriendo Escocia, Francia, los Países Ba-

     jos, Escandinavia, Alemania, Italia, Polonia y Rusia. Y cuando hoycomparamos las Cartas y la organización interior de estas comuni-dades quedamos sorprendidos de la coincidencia entre estas Cartasy de la organización que creció al amparo de estos “contratos so-ciales”.¡Qé elocuente lección para los Romanistas y los Hegelianos

    para quienes la servidumbre ante la ley es el único medio de lograrla conformidad de las instituciones!

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    Desde el Atlántico hasta la mitad del curso del Volga y desdeNoruega a Sicilia, Europa fue cubriendose con estas comunidades.Algunas llegaron a convertirse en ciudades populosas como Flo-

    rencia, Venecia, Amiens, Nuremberg o Novgorod, otras permane-cieron siendo combativas aldeas de un centenar o de poco más deuna veintena de familias, pero, fueron tratadas como iguales porsus más prósperas hermanas.

    Como organismos llenos de vida, estas comunidades se desarro-llaron de diferentes maneras. La posición geográca, la naturalezadel comercio exterior y la resistencia a lo ajeno que había que ven-

    cer, dieron a cada comunidad su propia historia. Pero para todasellas el principio fue siempre el mismo. La misma amistad (amitas)de la comuna aldeana y de las guildas asociadas se podía encontraren Pskow en Rusia y Brujas en Holanda, una aldea de trescientoshabitantes en Escocia o en la próspera Venecia con sus islas, unaaldea en el Norte de Francia o una en Polonia, o incluso en la BellaFlorencia. En todas ellas la misma amitas , la misma amistad de lascomunas aldeanas y las guildas. Su constitución y sus rasgos gene-

    rales es siempre la misma.Generalmente, los muros de la ciudad crecían conforme la po-

    blación aumentaba y fueron anqueados por torres que crecíanmás y más, cada una de ellas levantada por tal o cual distrito, o guil-da, y en consecuencia manifestaron características individuales –laciudad estaba dividida en cuatro, cinco o seis secciones o sectoresque radiaban desde la ciudadela o la catedral hacia las murallas–.Cada uno de estos sectores estaba habitado generalmente por un“arte” u ocio mientras que los nuevos ocios –las “artes jóvenes”–ocupaban los suburbios, que pronto eran rodeados por un nuevomuro forticado.

    La calle  o la parroquia representaban la unidad territorial, equi-valente a la antigua comuna aldeana. Cada calle o parroquia teníasu asamblea popular, su forum, su tribunal popular, su sacerdote,su milicia, su estandarte, y a menudo su sello, símbolo de su sobe-

    ranía. A menudo federada con otras calles, mantenía no obstante,su independencia.

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    La unidad profesional, que a menudo era más o menos identi-cada con el distrito o con el sector, era la guida, la unión de ocios.Esta conservaba aún sus santos, su asamblea, su forum y sus jueces.

    Tenía sus fondos, sus tierras en propiedad, su milicia y su estan-darte. Tenía asimismo su sello, simbolo de su soberanía . En caso deguerra, su milicia marchaba, si se consideraba oportuno, junto aotras guildas y plantaba su propio estandarte al lado del estandarteprincipal (carrosse) de la ciudad.

    Así, la ciudad es la unión de los distritos, calles, parroquias yguildas, y tiene su asamblea plenaria en el gran forum, su gran

    campanario, sus jueces electos y su estandarte para reunir las mi-licias de las guildas y los distritos. Trata en calidad de soberanacon las demás ciudades, se federa con las que desea, pacta alianzasnacionales o fuera de su territorio nacional. Así los Cinco puertosingleses alrededor de Dover estaban federados con puertos Fran-ceses y Holandeses del otro lado del Canal; la Novgorod rusa eraaliada de la Hansa Germano–Escandinava, y así muchas otras. Ensus relaciones exteriores cada ciudad poseía todos los atributos del

    Estado moderno. Y desde esta época se constituyó lo que más tardese conocería como Derecho Internacional por medio de contratoslibres, sujetos a la sanción de la opinión pública de todas las ciuda-des, y que en adelante fue más a menudo violado, que respetado,por los Estados.

    ¡En cuántas ocasiones una ciudad en particular, incapaz de “en-contrar la sentencia” en un caso particularmente complicado, envióa alguien a “encontrar la sentencia” en una ciudad vecina!¡Y cuána menudo el espíritu imperante de la época –arbitraje, antes quela autoridad del juez– se demostró con dos comunas tomando porárbitro a una tercera!

    De igual modo ocurría con las uniones de ocio. Sus relacionescomerciales se extendían más allá de la ciudad, y sus acuerdos sehacían sin tener en cuenta su nacionalidad. Y cuando en nuestraignorancia hablamos con orgullo de nuestros congresos internacio-

    nales de trabajadores, olvidamos que en el siglo  ya se celebra-ban congresos internacionales de ocios e incluso de aprendices.

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    Por último, la ciudad se defendía a sí misma contra los agreso-res, y dirigía por sí misma las feroces guerras contra los señoresfeudales cercanos, nombrando cada año uno o dos jefes militares

    para sus milicias; o bien aceptaba un “defensor militar” –un prínci-pe o un duque que era elegido por un año y despedido a voluntad.Para el mantenimiento de sus soldados, se les podían dar los reci-bos de las multas judiciales; pero tenían prohibido interferir en losasuntos de la ciudad.

    O si la ciudad era demasiado débil para emanciparse de sus ve-cinos, los buitres feudales, conservaba un más o menos permanen-

    te defensor militar, obispo, o príncipe de una determinada familia –Golfo o Gibelino en Italia, de la familia de Rurik en Rusia, o los Ol-gerds en Lituania– pero era una celosa vigilante para prevenir quela autoridad del obispo o el príncipe traspasase los límites de loshombres acampados en el castillo. Hasta tenían prohibido entrarsin permiso en la ciudad. Hasta el día de hoy el Rey de Inglaterrano puede entrar en la ciudad de Londres sin el permiso del Alcalde.

    La vida económica de las ciudades en la Edad Media merecería

    ser contada con detalle. Remito al lector interesado a lo que he es-crito sobre el tema en Apoyo Mutuo . Bastará aquí observar que elcomercio interior lo efectuaban siempre las guildas, nunca los ar-tesanos individualmente y que los precios se establecían de mutuoacuerdo. Asimismo, al principio de esta época el comercio exteriorera tratado exclusivamente por la ciudad. Fue sólo más tarde quecomenzó el monopolio de la Guilda de los Comerciantes, y mástarde aún, de los comerciantes aislados. Además nadie trabajaba losdomingos ni la tarde de los sábados (día de baño). El abastecimientode los principales bienes de consumo lo realizaba siempre la ciudady esta costumbre se conservó en algunas ciudades de Suiza hastala mitad del siglo . En suma, una cantidad inmensa y variadade documentación nos muestra que la humanidad no conoció unperiodo de bienestar asegurado para todos como el que existió enlas ciudades de la Edad Media. La presente pobreza, la inseguridad

    y la explotación del trabajo eran entonces desconocidos.

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    V

    Con estos elementos –libertad, organización de lo simple a lo com-

    plejo, la producción y el intercambio realizados por las guildas, elcomercio con el extranjero controlado por la ciudad y no por losindividuos, así como la compra de provisiones por la ciudad paravenderlos a los ciudadanos a bajo precio– con estos elementos, lasciudades de la Edad Media se convirtieron durante los dos primerossiglos de su existencia libre en centros de bienestar para todos loshabitantes, centros de riqueza y cultura, como no hemos visto ya

    desde entonces.Consúltense los documentos que hacen posible comparar lastarifas