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En efecto, precisamente en la Eucaristía dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los Apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resuci tado se les manifestó estando reunido s (cf. Jn 20,19). En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de la Iglesia, estaba en cierto modo presente el Pueblo de Di os de todos los tiempos. A través de su testimonio llega a cada generación de los creyentes el saludo de Cristo, lleno del don mesiánico de la paz, comprada con su sangre y ofrecida junto con su Espíritu: « ¡Paz a vosotros! » Al volver Cristo entre ellos « ocho días más tarde » (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el « día del Señor » o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos de la bienaventur anza prometida por él: «Dichosos los que no han visto y han creído » ( Jn 20,29). Esta íntima relación entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narración sobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando « tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando » (24,30). Los gestos de Jesús en este relato son los mismos que él hizo en la Última Cena, con una clara alusión a la « fracción del pan », como se llamaba a la Eucaristía en la primera generación cristiana. 4. Catequesis: El rito penitencial ILUMINACIÓN BÍBLICA “Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano; luego regresa y presenta tu ofrenda.” (Mt. 5, 23-25)  “Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propio castigo.”  (1 Cor . 11, 28-29)  CATEQUESIS  Introducción  Estamos viviendo el retiro de Koinonía en el cual nos disponemos para la renovación del sacramento de la Eucaristía. Somos convocados por el Señor en cada celebración de la Eucaristía, es Dios quien toma l a iniciativa, nos convoca por la mano de la Iglesia y nosotros movidos por el Espíritu Santo respondemos a su llamado. En la celebración de la Eucaristía después de saludo inic ial se nos invita a la reconciliación en el acto penitencial. Este momento de la misa es experiencia de reconocernos necesitados del per dón de Dios que nos recon cilia con él, es apertura al perdón de Dios que nos reconcilia con los hermanos y aceptación de la misericordia divina que nos reconcilia con nosotros mismos. ...13...

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8/10/2019 Koinonia Contenido Doctrinal Guía Anuncios Kn 3 Al 6

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En efecto, precisamente en la Eucaristía dominical es dondelos cristianos reviven de manera particularmente intensa laexperiencia que tuvieron los Apóstoles la tarde de Pascua,cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf. Jn20,19). En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de laIglesia, estaba en cierto modo presente el Pueblo de Dios de

todos los tiempos. A través de su testimonio llega a cadageneración de los creyentes el saludo de Cristo, lleno del donmesiánico de la paz, comprada con su sangre y ofrecida juntocon su Espíritu: « ¡Paz a vosotros! » Al volver Cristo entre ellos« ocho días más tarde » (Jn 20,26), se ve prefigurada en suorigen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirsecada octavo día, en el « día del Señor » o domingo, paraprofesar la fe en su resurrección y recoger los frutos de labienaventuranza prometida por él: «Dichosos los que no han

visto y han creído » (Jn 20,29).

Esta íntima relación entre la manifestación del Resucitado y laEucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narraciónsobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristomismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra ysentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieroncuando « tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se loiba dando » (24,30). Los gestos de Jesús en este relato son los

mismos que él hizo en la Última Cena, con una clara alusión ala « fracción del pan », como se llamaba a la Eucaristía en laprimera generación cristiana.

4. Catequesis:El rito penitencial

ILUMINACIÓN BÍBLICA

“Así pues, si en el momento de llevar tu ofrenda al altar

recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu

ofrenda ante el altar y ve primero a reconciliarte con tu

hermano; luego regresa y presenta tu ofrenda.” (Mt. 5, 23-25) 

“Examínese, pues, cada uno a sí mismo antes de comer el

pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir

el cuerpo, come y bebe su propio castigo.”   (1 Cor. 11, 28-29)

 CATEQUESIS 

Introducción 

Estamos viviendo el retiro de Koinonía en el cual nosdisponemos para la renovación del sacramento de laEucaristía. Somos convocados por el Señor en cadacelebración de la Eucaristía, es Dios quien toma la iniciativa,nos convoca por la mano de la Iglesia y nosotros movidos porel Espíritu Santo respondemos a su llamado.

En la celebración de la Eucaristía después de saludo inicial senos invita a la reconciliación en el acto penitencial. Estemomento de la misa es experiencia de reconocernosnecesitados del perdón de Dios que nos reconcilia con él, esapertura al perdón de Dios que nos reconcilia con loshermanos y aceptación de la misericordia divina que nosreconcilia con nosotros mismos.

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En esta catequesis queremos recordar la realidad del pecadoque nos separa del amor de Dios, tomar conciencia de lanecesidad de reconocer nuestro pecado y de reconocernospecadores, valorar el acto penitencial en la celebración de laEucaristía y finalmente recordar los pasos para una buenaconfesión.

La realidad del pecado

La experiencia del mal parece desvirtuar la primeraenseñanza bíblica, a saber, que el mundo y la vida son don deDios, y constituye una objeción insistentemente dirigida alpropio corazón de la fe: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). Si esto esasí, ¿cómo es posible el mal? Por eso esta experiencia del maldesencadena a veces la afirmación impía: No hay Dios. Esta es

la reacción de algunos contemporáneos nuestros ante el mal:Dios no es justo, no es bueno (tolera el sufrimiento de losinocentes), luego no existe. En este contexto se produce otragran proclamación bíblica (Gn 2 y 3), la de la justicia y lainocencia de Dios ante el mal del mundo. El relato yahvista delpecado de la primera pareja, recogido en el Génesis, estáorientado principalmente a proclamar y confesar que Dios notiene la culpa. La raíz más profunda de la miseria humana noestá en Dios, sino en el hombre mismo. Y en forma figuradareproduce el drama original, cuyas consecuencias vienen adecidir la condición del hombre y toda su historia.  Según las primeras páginas del Génesis, entre el mundo denuestra experiencia y la creación original no hay unacontinuidad perfecta: en un lugar se produce una fractura. Erael mundo bueno, muy bueno al salir de las manos de Dios (Gn1 y 2). Se ha introducido un elemento perturbador: el pecadodel hombre (Gn 3). El pecado, rebeldía del hombre contra eldesignio salvador de Dios, constituye la raíz más profunda dela miseria humana. Con este relato busca la Biblia no tanto

especular sobre los orígenes de la historia cuanto iluminar, lavida del hombre en orden a su conducta, mostrándole cómovino la desgracia y la miseria al mundo y siguen viniendo aúnhoy y cómo de ellas es el hombre y no Dios el responsable. 

El relato de Gn 3 manifiesta la radical perversión del hombre

pecador e «hijo del padre de la mentira" (Jn 8, 44). Dios se lepresenta al hombre, según el tentador, como su rival,envidioso de su bien y felicidad. El hombre pretende ser undios, pero sin Dios. Quiere, ante todo, conseguir la ciencia delbien y del mal, decidir por sí mismo lo que es bueno y lo que esmalo y obrar en consecuencia: una falsa autonomía por la quepueda hacerse por sí mismo y desde sí mismo su propioproyecto de vida, configurado por la ruptura del ordenreligioso de la existencia y del consiguiente orden moral.

«Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abrirán los ojosy seréis como Dios en el conocimiento del bien y del mal» . Elautor del relato de Gn 3 describe la tentación de la«serpiente» con los rasgos de la tentación que para losisraelitas significaron los cultos de los cananeos, habitantescomo ellos de la Palestina. Tras todo ello se perfila la profundatentación del proyecto cananeo de vida: sin el Dios de Israel. 

Reconocer el pecado y reconocerse pecador 

Como escribe el apóstol San Juan: «Si decimos que estamossin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad noestá con nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, Él quees fiel y justo nos perdonará los pecados». Reconocer elpropio pecado, es más, yendo aún más a fondo en laconsideración de la propia personalidad reconocersepecador, capaz de pecado e inclinado al pecado, es el principioindispensable para volver a Dios. Es la experiencia ejemplarde David, quien «tras haber cometido el mal a los ojos delSeñor», al ser reprendido por el profeta Natán exclama:

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«Reconozco mi culpa, mi pecado está siempre ante mí. Contrati, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces». Elmismo Jesús pone en la boca y en el corazón del hijo pródigoaquellas significativas palabras: «Padre, he pecado contra elcielo y contra ti». 

En realidad, reconciliarse con Dios presupone e incluyedesprenderse con lucidez y determinación del pecado en elque se ha caído. Presupone e incluye, por consiguiente, hacerpenitencia en el sentido más completo del término:arrepentirse, mostrar arrepentimiento, tomar la actitudconcreta de arrepentido, que es la de quien se pone en elcamino del retorno al Padre. Esta es una ley general que cadacual ha de seguir en la situación particular en que se halla. Enefecto, no puede tratarse sobre el pecado y la conversiónsolamente en términos abstractos. No puede existirconversión sin el reconocimiento del propio pecado.

El acto penitencial en la Eucaristía 

Es necesario, al comenzar la Eucaristía, realizar lo mejorposible el acto penitencial el cual nos prepara a un dignacelebración, ya que la Eucaristía es el “Sacramento de amor”como nos lo recuerda el Papa Benedicto XVI. 

Moisés, antes de acercarse a la zarza ardiente, antes de entrar

en la Presencia divina, ha de descalzarse, porque entra en unatierra sagrada (Ex 3,5). Y nosotros, los cristianos, antes quenada, «para celebrar dignamente estos sagrados misterios»,debemos solicitar de Dios primero el perdón de nuestrasculpas. Hemos de tener clara conciencia de que, cuando vamosa entrar en la Presencia divina, cuando llevamos la ofrendaante el altar (Mt 5,23-25), debemos examinar previamentenuestra conciencia ante el Señor (1Cor 11,28), y pedir superdón. «Los limpios de corazón verán a Dios» (Mt 5,8).

Este acto penitencial, que puede realizarse según diversasfórmulas, ya estaba en uso a fines del siglo I, según el relato dela Didaqué: «Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dadgracias, después de haber confesado vuestros pecados, a finde que vuestro sacrificio sea puro» (14,1). Antiguamente, elacto penitencial era realizado sólamente por los ministros

celebrantes. Y por primera vez este acto se hace comunitarioen el Misal de Pablo VI. En las misas dominicales,especialmente en el tiempo pascual, puede convenir que laaspersión del agua bendita, evocando el bautismo, déespecial solemnidad a este rito penitencial.

«Yo confieso, ante Dios todopoderoso»... A veces, conmalevolencia, se acusa de pecadores a los cristianos piadosos,«a pesar de ir tanto a misa»... Pues bien, los que frecuentamos

la eucaristía hemos de ser los más convencidos de esacondición nuestra de pecadores, que en la misa precisamenteconfesamos: «por mi gran culpa». Y por eso justamente,porque nos sabemos pecadores, por eso frecuentamos laeucaristía, y comenzamos su celebración con la más humildepetición de perdón a Dios, el único que puede quitarnos de laconciencia la mancha indeleble y tantas veces horrible denuestros pecados. Y para recibir ese perdón, pedimostambién «a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a lossantos y a vosotros, hermanos», que intercedan por nosotros.

«Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdonenuestros pecados y nos lleve a la vida eterna». Esta hermosafórmula litúrgica, que dice el sacerdote, no absuelve de todoslos pecados con la eficacia ex opere operato propia delsacramento de la penitencia. Tiene más bien un sentidosuplicante, de tal modo que, por la mediación suplicante de laIglesia y por los actos personales de quienes asisten a laeucaristía, perdona los pecados leves de cada día, guardando

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5. Catequesis:La Liturgia de la Palabra

ILUMINACIÓN BÍBLICA

La Parábola del Sembrador

Aquel mismo día salió Jesús de casa y se sentó a la orilla del

lago. Como se reunió mucha gente, y Jesús subió a una barcay se sentó, mientras la gente se quedaba en la playa.

Entonces se puso a hablarles de muchas cosas por medio de

parábolas.

Les dijo: “Un sembrador salió a sembrar. Y al sembrar, una

parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se

la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no

había mucha tierra; esa semilla brotó pronto, porque la

tierra no era muy honda; pero el sol, al salir, la quemó, y

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así a los fieles de caer en culpas más graves. Por lo demás, enotros momentos de la misa -el Gloria, el Padrenuestro, el Nosoy digno- se suplica también, y se obtiene, el perdón de Dios.

El Catecismo enseña que «la eucaristía no puede unirnos mása Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados

cometidos y preservarnos de futuros pecados» (1393).«Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida defuerzas, la eucaristía fortalece la caridad que, en la vidacotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borralos pecados veniales (Conc. Trento). Dándose a nosotros,Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper loslazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él»(CEC 1394). Así pues, «por la misma caridad que enciende ennosotros, la eucaristía nos preserva de futuros pecados

mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y másprogresamos en su amistad, tanto más difícil se nos haráromper con él por el pecado mortal. La eucaristía sin embargono está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto espropio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de laeucaristía es ser el sacramento de los que están en plenacomunión con la Iglesia» ( CEC 1395).

En este sentido, «nadie, consciente de pecado mortal, porcontrito que se crea, se acerque a la sagrada eucaristía, sin

que haya precedido la confesión sacramental. Pero si se dauna necesidad urgente y no hay suficientes confesores, emitaprimero un acto de contrición perfecta» (Eucharisticummysterium 35), antes de recibir el Pan de vida. 

“Señor, ten piedad”. Con frecuencia los Evangelios nosmuestran personas que invocan a Cristo, como Señor,solicitando su piedad: así la cananea, «Señor, Hijo de David,ten compasión de mí» (Mt 15,22); los ciegos de Jericó, «Señor,

ten compasión de nosotros» (20,30-31) o aquellos diezleprosos (Lc 17,13). En este sentido, los Kyrie eleison (Señor,ten piedad), pidiendo seis veces la piedad de Cristo, en cuantoSeñor, son por una parte prolongación del acto penitencialprecedente; pero por otra, son también proclamación gozosade Cristo, como Señor del universo, y en este sentido vienen a

ser prólogo del Gloria que sigue luego.

En efecto, Cristo, por nosotros, se anonadó, obediente hastala muerte de cruz, y ahora, después de su resurrección, «todalengua ha de confesar que Jesucristo es Señor, para gloria deDios Padre» (Flp 2,3-11).

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como no tenía raíz, se secó. Otra parte de la semilla cayó

entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron. Pero

otra parte cayó en buena tierra, y dio buena cosecha: algunas

espigas dieron cien granos por semilla, otras sesenta granos,

y otras treinta. Los que tienen oídos que oigan.” (Mt 13, 1-23)

CATEQUESIS Introducción 

Estamos viviendo el retiro de Koinonía en el cual nosdisponemos para la renovación del sacramento de laEucaristía. Somos convocados por el Señor en cadacelebración de la Eucarística, Dios nos reconcilia con él, con loshermanos y consigo mismo en el acto penitencial y luego noshabla en la liturgia de la Palabra.

En esta catequesis contemplemos la presencia de la Palabrade Dios en la historia de la salvación, reconozcamos quesomos un pueblo de la Palabra y que en cada Eucaristíacelebramos la Palabra de Dios que nos habla.

La Palabra de Dios en la Historia de la Salvación 

La presencia de la Palabra en la historia de la salvación es tal

que al Pueblo de Dios, objeto significativo de la salvación deDios, se le puede llamar el Pueblo de la Palabra de Dios. En lahistoria de la salvación la Palabra de Dios creó todas las cosas ydio vida a todo cuanto existe: "Todo fue hecho por ella (laPalabra) y sin ella no se hizo nada de cuanto llegó a existir" (Jn1, 3; Gn 1,3; Sal 33, 6). Los acontecimientos de la vida de Israelfueron una continua manifestación de la presencia de laSabiduría de Dios.

Esta Sabiduría de Dios o la Palabra (Hijo de Dios) entró en elmundo y en la historia de los hombres: "Y la Palabra se hizocarne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14). Era el único quepodía explicar a los hombres quién es el Padre y hacerlesverdaderos hijos de Dios. Jesús, es la Palabra divina encomunicación con los hombres, Palabra personal y encar-

nada, que entra en contacto con la humanidad físicamente, enun tiempo y lugares determinados y concretos. Al comienzo de su ministerio Jesús es ungido por el EspírituSanto en el Jordán y proclamado por el Padre como Hijoamado: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mc1,9-11). En la Transfiguración el Padre nos dirá que leescuchemos: "Este es mi Hijo amado: escuchadlo" (Mc 9, 7). Elparalelismo de estos dos textos es evidente. La misión de

Jesús es obediencia al Padre: como Maestro enseña, conviertea los pecadores, los llama, los amonesta, como Siervo parte elpan de la Palabra y alimente con el pan material, como Pastorcura a los enfermos, expulsa a los demonios y resucita a losmuertos. Todo esto lo realiza con su palabra y el poder delEspíritu Santo: "basta una palabra tuya, para que mi criadoquede curado" (Lc 7, 7; 11, 20). En todos los signos, obradospor Cristo en su vida histórica, anticipa el gran signo que es lamuerte y resurrección, suprema palabra-hecho que hace

realidad la salvación de los hombres. San Juan nos presenta al Hijo de Dios como el Verbo-Palabrade Dios que se hace carne (Jn 1, 14). Y él nos invita a leer lasEscrituras para conocerle a Él: "¡Qué torpes sois paracomprender, y qué cerrados estáis para creer lo que dijeronlos profetas!" (Lc 24, 24-27). Cristo es el centro de la Escriturasy de la liturgia. 

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En adelante la Iglesia de la Palabra, nacida para hacer lasmismas cosas que hizo Jesús "el que cree en mí hará lasmismas cosas que yo hago" (Jn 14, 12), y, en especial, paraactualizar su muerte y resurrección "cada vez que comáis deeste pan anunciáis su muerte" (1 Cor 11, 26), tendrá queponerse a la escucha de la Palabra.El Espíritu Santo es

prometido, como memoria viva y eficaz, para recordar todocuanto el Señor dijo. "Os recordará todas mis palabras" (Jn 14,26). Cuando este Espíritu se manifieste en Pentecostés, lohará bajo la forma de lenguas de fuego, para habilitar a losdiscípulos y a toda la Iglesia para la predicación de la Palabradivina. La Iglesia no es elemento de salvación, sin la presenciade la Palabra-Hecho y del Espíritu Santo. Cristo, Palabra deDios, y el Espíritu hacen de la Iglesia signo de salvación. 

El Pueblo cristiano, Pueblo de la Palabra 

La Palabra de Dios convoca al Pueblo de Israel: "Calla yescucha, Israel. Hoy te has convertido en el Pueblo del Señortu Dios. Escucha la voz del Señor tu Dios, y pon en práctica losmandatos y preceptos que yo te mando hoy" (Dt 27, 9-10). Porello, cada año, el pueblo de Israel se reunía delante delSantuario, ante el Arca de la Alianza, para renovar su adhesióny fidelidad.

La Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, también por la Palabra,por Jesús, Palabra encarnada: "Siempre que la Iglesia,congregada por el Espíritu Santo en la celebración litúrgica,anuncia y proclama la palabra de Dios, se reconoce a sí mismacomo el nuevo pueblo en el que la alianza sancionadaantiguamente llega ahora a su plenitud y total cumplimiento "(OLM 7). La Iglesia para acercarse a la salvación, repite con elcenturión: "Di una sola palabra y mi criado quedará curado"(Mt 8, 8). O como Pedro: "Señor ¿a quién iremos? sólo tú

tienes palabras de vida eterna" (Jn 6, 68), "palabras que sonEspíritu y Vida" (Jn 6, 63). 

María es el ejemplo más sublime, figura de la Iglesia yprototipo de la respuesta a la Palabra: "ella la acogiómeditándola en su corazón" (Lc 2, 19. 5l). En efecto, el Verbo

de Dios tomó carne en su seno, convirtiendo a su Madre enArca de la Nueva Alianza. Del mismo modo, cada uno denosotros, por la fuerza del Espíritu Santo, tenemos queacoger, escuchar, conservar y encarnar la Palabra. 

El Pueblo de Dios está llamado a escuchar continuamente laPalabra de Dios y a ponerla en práctica: "En definitiva, ¿quédice la Escritura? Que la palabra está cerca de ti; en tu boca yen tu corazón..." (Rm 10, 8-17). También a preferirla porencima de cualquier cosa. A Marta que se queja por María

que estaba con la boca abierta escuchando a Jesús le dice:"Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchascosas, cuando en realidad una sola es necesaria" (Lc 10, 38-42). Por otra parte, el Pueblo de Dios está caracterizado por lamisión recibida del Señor de anunciar el Evangelio a todas lasgentes. Todo bautizado y confirmado por el Espíritu Santo esministro de la Palabra y puede decir con san Pablo: "¡Ay de mí,si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9, 16). La Palabra de Dios nose recibe realmente, si el que la escucha no se hace él mismo

mensajero del Evangelio y portador de esa Palabra a loshombres. 

Por esto, la Iglesia se edifica y va creciendo por la escucha de laPalabra de Dios. Las maravillas que realizó Dios, en la historiade la salvación, se hacen de nuevo presentes realmente através de los signos de la celebración litúrgica: "La Iglesia seedifica y va creciendo por la audición de la palabra de Dios"(OLM 7). Por todo ello "la Iglesia honra con una mismaveneración, aunque no con el mismo culto, la Palabra de Dios

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y el misterio eucarístico, y quiere y sanciona que siempre y entodas partes se imite este proceder, ya que nunca ha dejadode celebrar el misterio pascual de Cristo, reuniéndose paraleer lo que se refiere a él en toda la Escritura y ejerciendo laobra de salvación por medio del memorial del Señor y de lossacramentos" (DV 21; OLM 10).

En la liturgia la Palabra es objeto de celebración 

Decimos que en la liturgia celebramos la Palabra. Celebraciónes una reunión festiva, gozosa, causada por un motivosalvador y realizada con cierta solemnidad y ritual. Pues bien,la palabra, por su poder salvador, es motivo de reunión festivay gozosa. Con la Palabra de Dios, tomada como letra, podemos hacervarias cosas: leerla, decirla en alto, explicarla, estudiarla, haceroración con ella, reflexionarla, anunciarla, vivirla, celebrarla,etc. A cada una de estas tareas le corresponde una actividad:exégesis, catequesis, evangelización, celebración, etc. Laliturgia es un lugar privilegiado donde la Palabra de Dios suenacon una particular eficacia, pues en ella Dios habla a su pueblo yCristo sigue anunciando el evangelio (SC 33). Por esto decimosque en la liturgia la Palabra la proclamamos, y no la leemos.Porque los destinatarios no son los fieles aislados, sino el

Pueblo de Dios reunido y congregado por el Espíritu Santo.

Celebramos, por tanto, la Palabra porque la Palabra de Dios,proclamada en las celebraciones, constituye uno de losmodos de la presencia real del Señor entre los suyos: "Él estápresente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia laSagrada Escritura, es él quien habla" (S C 7).La celebración dela Palabra de Dios en la liturgia responde a esto: los hechos ypalabras revelados en la Escritura siguen siendo válidos aquí y

ahora. Dios dispuso de tal manera el plan salvífico que éste sedesarrollase eficazmente no sólo en los acontecimientos queculminaron en Cristo, sino también en el tiempo que habría devenir después, es decir, en la liturgia.

La liturgia de la Palabra en la Eucaristía

Nos asegura la Iglesia que Cristo «está presente en su palabra,pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es élquien nos habla» (SC 7a). En efecto, «cuando se leen en laiglesia las Sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo,y Cristo, presente en su palabra, anuncia el Evangelio. Por eso,las lecturas de la palabra de Dios, que proporcionan a laliturgia un elemento de la mayor importancia, deben serescuchadas por todos con veneración» (OGMR 9). «En las lecturas, que luego desarrolla la homilía, Dios habla asu pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación,y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por supalabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabradivina la hace suya el pueblo con los cantos y muestra suadhesión a ella con la Profesión de fe; y una vez nutrido conella, en la oración universal, hace súplicas por las necesidadesde la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo»(OGMR 33).

 En la liturgia es el Padre quien pronuncia a Cristo, la plenitudde su palabra, que no tiene otra, y por él nos comunica suEspíritu. En efecto, cuando nosotros queremos comunicar aotro nuestro espíritu, le hablamos, pues en la palabraencontramos el medio mejor para transmitir nuestro espíritu.Y nuestra palabra humana transmite, claro está, espírituhumano. Pues bien, el Padre celestial, hablándonos por suHijo Jesucristo, plenitud de su palabra, nos comunica así su

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6. Catequesis:La presentación de las ofrendas

ILUMINACIÓN BÍBLICA

“Les pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que

se ofrezcan como sacrificio vivo, santo y agradable a dios.

Este debe ser su auténtico culto. No se adapten a los

criterios de este mundo; al contrario, transfórmense,

renueven su interior, para que puedan descubrir cuál es la

voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo

perfecto.” (Rm. 12, 1-2).

CATEQUESIS

Introducción 

Estamos viviendo el retiro de Koinonía en el cual nosdisponemos para la renovación del sacramento de laEucaristía. Somos convocados por el Señor en cadacelebración de la Eucarística, Dios nos reconcilia con él, conlos hermanos y consigo mismo en el acto penitencial, nos

habla en la liturgia de la Palabra y luego nos invita presentarnuestras vidas como ofrenda viva junto a todo lo que somos. 

En esta catequesis profundizamos sobre la presentación de lasofendas en la cual presentamos el fruto de la tierra y el trabajode los hombres, una ofrenda que será para nosotros pan devida bendecimos a Dios por que todo lo hemos recibido de suamor y bondad. 

espíritu, el Espíritu Santo.

Siendo esto así, hemos de aprender a comulgar a Cristo-Palabra como comulgamos a Cristo-pan, pues incluso del paneucarístico es verdad aquello de que «no solo de pan vive elhombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Dt

8,3; Mt 4,4).

En la Liturgia de la Palabra se reproduce aquella escena deNazaret, cuando Cristo asiste un sábado a la sinagoga: «selevantó para hacer la lectura» de un texto de Isaías; y alterminar, «cerrando el libro, se sentó. Los ojos de cuantoshabía en la sinagoga estaban fijos en Él. Y comenzó a decirles:“Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oir» (Lc 4,16-21),con la misma realidad le escuchamos nosotros en la misa. Y

con esa misma veracidad experimentamos también aquelencuentro con Cristo resucitado que vivieron los discípulos deEmaús: «Se dijeron uno a otro: ¿No ardían nuestros corazonesdentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nosdeclaraba las Escrituras?» (Lc 24,32). Si creemos, gracias aDios, en la realidad de la presencia de Cristo en el panconsagrado, también por gracia divina hemos de creer en larealidad de la presencia de Cristo cuando nos habla en laliturgia.

Cuando el ministro, pues, confesando su fe, dice al término delas lecturas: «Palabra de Dios», no está queriendo afirmarsolamente que «Ésta fue la palabra de Dios», dicha haceveinte o más siglos, y ahora recordada piadosamente; sinoque «Ésta es la palabra de Dios», la que precisamente hoy elSeñor está dirigiendo a sus hijos.