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Justo Pastor Benítez La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay Pág. 1 Volver al Indice JUSTO PASTOR BENÍTEZ Correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana y de la Academia Española La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia Dictador del Paraguay Edición Digital BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY http://www.bvp.org.py Setiembre 2005 sobre la base de la Edición LIBRERÍA Y EDITORIAL “EL ATENEO” FLORIDA 371 – CÓRDOBA 2099 BUENOS AIRES 1937 NOTA DEL AUTOR Para escribir este ensayo sobre el Dr. Francia me he valido principalmente de la rica documentación inédita existente en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (Colección Río Branco) y de los documentos del Archivo N. de Asunción. La Bibliografía fue completada en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Expreso por ello mi reconocimiento a las tres instituciones mencionadas. Asimismo debo manifestar mi gratitud al historiador brasileño Walter A. de Azevedo, colaborador en la recolección de materiales. A su entusiasmo desinteresado se debe este estudio.

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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JUSTO PASTOR BENÍTEZ

Correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana

y de la Academia Española

La Vida Solitaria del

Dr. José Gaspar de Francia Dictador del Paraguay

Edición Digital BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY

http://www.bvp.org.py Setiembre 2005

sobre la base de la Edición LIBRERÍA Y EDITORIAL “EL ATENEO”

FLORIDA 371 – CÓRDOBA 2099 BUENOS AIRES

1937

NOTA DEL AUTOR

Para escribir este ensayo sobre el Dr. Francia me he valido principalmente

de la rica documentación inédita existente en la Biblioteca Nacional de Río de

Janeiro (Colección Río Branco) y de los documentos del Archivo N. de

Asunción.

La Bibliografía fue completada en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Expreso por ello mi reconocimiento a las tres instituciones mencionadas.

Asimismo debo manifestar mi gratitud al historiador brasileño Walter A. de

Azevedo, colaborador en la recolección de materiales. A su entusiasmo

desinteresado se debe este estudio.

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Agradezco igualmente la colaboración de los compatriotas D. Juan

Francisco Pérez y Dres. Julio César Chaves y Efraím Cardozo, a cuyo

inteligente concurso debo sugestiones, verificaciones e informaciones, sin las

cuales este modesto trabajo hubiera resultado aún más incompleto.

El ensayo fue escrito en el ambiente lleno de luz de Río Janeiro y

completado, en Buenos Aires, con el pensamiento puesto en la patria lejana.

Río de Janeiro, 25 noviembre, 1934. Buenos Aires, 28 de Mayo 1937.

PRIMERA PARTE

EL MEDIO GEOGRÁFICO, SOCIAL Y POLÍTICO

Asunción fue una madre pródiga en el coloniaje: exploraba, colonizaba,

fundaba ciudades, daba soldados para la guerra contra el indio y pagaba

tributo a las aduanas, hasta quedar reducida a la pobreza.

Los restos de la expedición de D. Pedro de Mendoza se refugiaron en las

tierras de los carios, a orillas del río Paraguay, para proseguir el cumplimiento

de los compromisos contraídos en las Capitulaciones. Juan de Ayolas, Domingo

Martínez de Irala y Juan de Salazar fueron los emisarios más conspicuos de

esa expedición. Desaparecido Ayolas, Irala concentró en Asunción las

disponibilidades de la conquista. Fue así esta ciudad, fundada originariamente

por Salazar (1537) y organizada por Irala (1541), un retén y una etapa. Tuvo

el galardón que le confirió Carlos V, conforme consta en la Guía de Forasteros.

“Usa esta Ciudad del Título de Ilustre desde su fundación, aunque en Reales

Cédulas dadas en Valladolid a 22 de Abril de 1601, 13 de Septiembre de 1609: otra dada

en Ventosilla a 17 de Octubre de 1614: una en Madrid a 30 de Diciembre de 1648, y otra

en San Lorenzo a 29 de Octubre de 1655 se dignó S. M. dar al Cabildo los títulos

siguientes: Concejo, Justicia, Regimiento, Jurados, Caballeros, Escuderos Oficiales y

Hombres buenos de la Ciudad de la Asunción, tal vez por los importantes servicios que

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hizo en muchas poblaciones que fundó, y por haber sido Capital de ocho Ciudades como

se refiere en Rl. Cédula dada en Madrid a 7 de Junio de 1618. Tiene por Armas un

Escudo sobre campo azul; en el primer Cuartel está colocada Ntra. Señora de la

Asunción: en el segundo el Patrón San Blas: en el tercero un Castillo, y en el cuarto una

palma, un Árbol frondoso y un León que le concedió el Emperador Carlos 5º. así debe

inferirse, supuesto que la mayor parte de los papeles antiguos se perdieron en el incendio

que padeció esta ciudad el año de 1543, cuya desgracia es regular alcanzase también a

la Real Cédula en que S. M. le concedió el privilegio de tener 24 Regidores” (1).

Su jurisdicción abarcaba una dilatada extensión. La división administrativa

decretada por la Corona a propuesta del Gobernador Hernando Arias de

Saavedra, la redujo (1617-20) a la mesopotamia atravesada por los ríos

Paraguay y Paraná. El país tiene una naturaleza proporcionada. Los ríos son

caudalosos sin llegar a la magnitud del Marañón o del Mississipi. La selva no

tiene la grandiosidad amazónica, que aturde al hombre; no existen desiertos

inhóspitos; las cordilleras son más bien altas cuchillas, de perenne vegetación,

las llanuras no tienen la extensión monótona de las pampas o de las sabanas.

El territorio es variado y abundantemente regado, propicio para la agricultura.

El clima es sano y seco. El calor no alcanza grados deprimentes. La lluvia tiene

periodicidad favorable. La fauna y la flora son tropicales y variadas. Es un

“habitat” confortable.

El alma del habitante retrata ese medio proporcionado; se adapta a su

imperio. Es un país de pequeños granjeros y labradores de monte. La

agricultura educa la voluntad y enraíza. En esa ocupación es menester contar

con la naturaleza, con la colaboración del tiempo; esperar con paciencia que la

semilla germine. Pero ella puede volver sedentarios y rutinarios a los pueblos,

si no concurren otros factores que colaboren para su evolución. La población se

hace conservadora y tradicionalista. Esta característica vióse un tanto

neutralizada en la provincia por la guerra y por el comercio de la yerba mate,

mina vegetal que ocupaba un alto rango en el coloniaje. En el país no se

1 Informe de Lázaro de Rivera, en el Códice Virreinato de Buenos Aires. Guía de Forasteros. Original en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

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explotaban minas de metales preciosos ni se practicaba el cultivo intensivo; no

se presentó, por tanto, el régimen económico propio para la esclavitud, El indio

era obligado a trabajar en la “encomienda”, sistema creado por Irala y que

permitía al conquistador disponer de brazos indígenas para su chacra. Se

cultivaban tabaco y caña de azúcar. La ganadería llenaba las necesidades de la

provincia.

La hacienda o estancia de ganado requiere un reducido personal, El patrón

trabaja al par que el peón. Tanto por la naturaleza del territorio, como por la

organización social-económica, en el Paraguay no apareció “el gaucho”

vagabundo y levantisco. No existió hacienda alzada que fomentara el

cuatrerismo. Ni existen vastos desiertos que permitan la cronicidad de la

delincuencia. El delito es individual. El criollo riñe por causas personales, pero

no se halla en perpetua rebeldía contra la autoridad.

Esta civilización naciente tiene al río Paraguay como columna vertebral.

Villa Real de la Concepción, en la desembocadura del Aquidabán; San Pedro de

Ycuamandiyú, sobre el Jejuy; Rosario sobre el Cuarepotí y San Isidro de

Curuguaty en el interior, son los centros de población más importantes en el

Norte. Santiago de Jérez, situado en las fértiles llanuras de la cabecera del

Apa, fue asolada por los “mamelucos” paulistas. Villa Rica del Espíritu Santo

tuvo que trasladarse desde el salto de Guairá al centro, por las continuas

invasiones de los “bandeirantes”. Villa Rica tenía su cabildo y un núcleo social

interesante y con Curuguaty centralizaba el comercio de la yerba.

El Sud, tiene como capital a Nuestra Señora del Pilar de Ñeembucú.

Itapúa es la puerta de las Misiones de ambas márgenes, sobre el Paraná. A

fines del 1700, sólo quedaban algunos pueblos en decadencia de las antiguas y

prósperas Misiones. San Ignacio, Santa María, el Tavará, en Jesús, conservan

restos de las iglesias jesuíticas y de sus altares platerescos. También son

dignas de mención las iglesias de Yaguarón y Capiatá, trabajadas por la mano

del indio bajo la dirección de hábiles artistas religiosos.

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La tradición social del núcleo principal es una continuación de las

costumbres peninsulares. Las familias traían de España y seguían practicando

su religión, sus usos, sus costumbres. Las fiestas populares son de pura cepa

ibérica. De este núcleo proceden los cabildantes, los sacerdotes y los jefes

militares, pero no constituyen una oligarquía por falta de base económica.

Sigue en orden de importancia la masa criolla; hijos de familias españolas o

del cruce del español con la india. El substráctum de esa sociedad lo

constituyen los criollos, o mejor dicho, lo que ha dado en llamarse “la raza

paraguaya”. Mereció ella apreciaciones elogiosas de parte de Félix de Azara y

otros autorizados escritores. El mestizo mostró desde la primera época

aptitudes para asimilar la civilización occidental. Predomina el cutis moreno,

pero los rasgos son del caucásico. Estatura más bien alta. Buena musculatura

y nervios de sensibilidad apreciable. Es ágil. Más amigo de la improvisación

que de la faena paciente. Le falta constancia, vale decir, educación de la

voluntad. Es despierto, pero imprevisor. No conoce el ahorro. Su

individualismo, heredado del ibero, le inhabilita para las labores de aliento que

exigen cooperación.

Es jinete y andariego. En el hogar criollo se fija con mayor facilidad la

mujer. El varón se acerca a otros campamentos. Como todo habitante de la

selva, tiene los sentidos aguzados. De ahí proceden sus cualidades

primordiales para la guerra, que es consuetudinaria en la provincia. Es más

bien silencioso y reconcentrado antes que expansivo. Integra las milicias y la

masa trabajadora. Se siente vinculado a la tierra, de la que se cree dueño, La

independencia tiene mucho que ver con la madurez de esa masa mestiza o

criolla. En esta sociedad agrícola, sin mayores complejidades, la mujer

constituye el centro del hogar. Ella reúne altas cualidades, fina sensibilidad. No

sólo atiende los quehaceres de la casa y la educación de los niños, sino que

coopera directamente con el hombre en la faena económica. Va a la chacra.

Tiene su profesión casera. Teje, borda ñanduti y ponchos de finísimo tejido y

firme color. Su abnegación y lealtad son tradicionales. Es la columna del hogar,

no por imitadas cualidades varoniles, sino por una fuerza tranquila y silenciosa.

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La vida recatada le facilita la disposición para trabajar su cultura y afinar su

sensibilidad. Esposa de guerrero y agricultor, sabe esperar. Los hijos se forman

bajo su amparo. Por eso influye más directamente en su educación y carácter.

Examinando las condiciones de esta raza sufrida, se encuentra en el fondo la

preponderante influencia de la madre paraguaya.

La vida jurídica tiene su expresión en el Cabildo. Allí se concentran las

cuestiones, se plantean los pleitos, se forman las opiniones, La distancia es un

obstáculo para la apelación, de manera que todo procura arreglarse en la casa

capitular. El Cabildo adquirió por tanto una gran importancia y fue durante el

coloniaje, la expresión de la autonomía.

La sociedad paraguaya es católica. Parece que la inquisición poco tuvo que

hacer en la Provincia. Predominaban los franciscanos, dominicos y

mercedarios. Los jesuitas concentraban su influencia en las Misiones, y cuando

quisieron proyectarse, chocaron con la colonia, como ocurrió en las

revoluciones de los Comuneros en la época del obispo Fray Bernardino de

Cárdenas (1644-1677) y de José de Antequera (1617-35).

En ese grupo social que sirvió de base a la formación nacional no existía

bastante riqueza acumulada para la creación de oligarquías. Se citaban a

comienzos del siglo XIX, la fortuna de los Corvalán, de los Cazal, Varela,

Duarte, Rojas de Aranda, con cierta exageración, pues, antes que potentados,

eran ricos-pobres con alguna hacienda y poco dinero. Contaban con alguna

vajilla de plata, casonas señoriales y esclavos en escaso número. Circulaba

como moneda el Carlos IV, recortado o limado (macuquinas) y otras piezas de

plata y cobre. El trueque era práctica comercial. Dinero efectivo o géneros se

traían del Río de la Plata en pago de yerba, tabaco, azúcar.

La población fue calculada en 60.000 por Azara en 1775, y en 250.000 por

Bally, en 1828. La preocupación constante es la guerra contra el indio del

Chaco y los “bandeirantes”. La provincia contribuyó con su trabajo para las

fortificaciones de Buenos Aires y de Montevideo, y la construcción de las

catedrales de la capital porteña y de Córdoba. A Santa Fe – fundada también

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como Buenos Aires, Corrientes, Concepción del Bermejo y la primera Santa

Cruz de la Sierra, por huestes asunceñas – se le siguió prestando colaboración

para su defensa contra el indio.

El criollo paraguayo contribuyó a la reconquista de Buenos Aires en 1806

(2). Es guerrero natural, pero no militarista. Le falta disciplina, método,

constancia, pero en cambio es fuerte y de espíritu de iniciativa para la lucha.

Su perspicacia natural hace de él un soldado listo y resistente. Esa

característica, que forma el perfil saliente de su personalidad, subsiste como

herencia.

La población en general, es sana, tiene alimentos en abundancia; vive una

vida sencilla, consagrada a las faenas agrícolas; los bosques le suministran

material de construcción; abundan la caza y la pesca. Las necesidades de un

hombre de tal cultura y costumbre, son limitadísimas; la prodigalidad del

suelo, que rinde con escaso esfuerzo, no le predispone ni le habilita para el

trabajo febril, más propio del que habita climas fríos y tierras pobres. La

naturaleza no le incita, porque es pródiga. No conoce cataclismos, ni cordilleras

inaccesibles, ni fríos intensos; el invierno es corto; las plantas no pierden el

follaje en esa época. Su medio de transporte, que es la carreta, con su fatigosa

marcha, le acostumbra a ir despacio y trabaja su espíritu con lentitud paciente.

Dispone de instrumentos agrícolas anticuados, con los cuales ayuda a la

naturaleza, pero no la domina. Recibió de los guaraníes una rica herencia en

materia de cultivos, como el maíz, la mandioca, el poroto, el tabaco. Según

Azara, la mayoría de los paraguayos, en 1800, sabían leer y escribir, eran

aseados y contaban con medios de subsistencia apreciables, sin ser ricos (3).

Pero el pueblo no alcanzó los beneficios de la cultura superior porque

careció de universidades y del ocio que proporciona la riqueza acumulada.

Actuaron en el escenario de la época pre-revolucionaria, algunos hombres

formados en el extranjero, como los doctores José Gaspar de Francia, Manuel

2 Véase Juan F. Pérez: Repercusión en el Paraguay de las Invasiones Inglesas y Auxilios del Paraguay en el Río de la Plata. 3 Informe de Félix de Azara: Memoria rural del Río de la Plata. Batoki, mayo 9 de 1801.

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José Báez, Juan Manuel Granze, Mariano Antonio Molas, Fray Fernando

Caballero, Ventura Díaz de Bedoya, Francisco Javier Bogarín, José Mariano

Valdovinos, Fernando de la Mora, Juan B. Qüin de Valdovinos, Juan B. Achard y

algunos sacerdotes, poseedores de la cultura general que podía adquirirse en

aquella época en Buenos Aires y Córdoba, principales centros de formación en

el Río de la plata.

En el Colegio de San Carlos enseñaban algunos conocedores del Derecho

canónico y del civil. En la Provincia no se publicaban periódicos; la imprenta

desapareció con los jesuitas; los libros eran escasos y muchos de ellos

entrados de contrabando, dada la prohibición que existía en la época colonial.

El buen sentido y la experiencia son las principales fuentes de formación

espiritual. Pero se respeta la inteligencia, como lo prueban el ascendiente

popular de Francia, de la Mora, de Bogarín, de Molas, en el movimiento

emancipador. Arandú (sabio) es el que ve los días del futuro; luz en el cerebro;

intuición en el espíritu, en el lenguaje gráfico del paraguayo. La figura más

ilustre del período fue indudablemente el apostólico Pbro. Amancio González y

Escobar.

La sociedad paraguaya de comienzos del siglo XIX, era distinguida y

señorial, conforme lo atestiguan las referencias de Nicolás de Herrera, los

Robertson y Juan Manuel Granze (4).

Se realizaban fiestas de gala y bailes de alto postín en la casa de los

Gobernadores y en el Cabildo y en las casas de los Zabala, Valdovinos y de

Juan B. Achard; así como representaciones de comedias en teatros

improvisados. Las fiestas más recordadas fueron las celebradas en 1804,

durante el gobierno de Lázaro de Rivera, con motivo de la designación como

1er. Regidor Perpetuo del Cabildo del Príncipe de la Paz, don Pedro Godoy. En

los días consagrados al Rey se realizaban solemnes Te Deum, un banquete en

4 Una fiesta en el Paraguay de 1804 . Informe de D. Juan Manuel Granze, José de Arza y D. José García de Oliveros.

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Palacio, y corridas de toros y de sortijas. La Asunción se daba el tono de un

centro de cultura, un foco de irradiación (5).

SEGUNDA PARTE

EL HOMBRE

FAMILIA Y BIENES DEL DR. FRANCIA ANTECEDENTES PERSONALES

José Gaspar de Francia es un hijo representativo de la Provincia, surgido

de la clase distinguida.

Nació en la Asunción el 6 de enero de 1766. Hizo sus cursos escolares en

la Capital. Más tarde fue enviado a Córdoba, probablemente para la profesión

religiosa. Su temperamento y carácter le impidieron consagrarse al sacerdocio.

Volvió a la ciudad natal donde ejerció la abogacía y la cátedra desde 1786.

Valioso testimonio de sus antecedentes personales constituye el informe

enviado por el Cabildo al Virrey el 18 de agosto de 1809:

“Es natural de Asunción, hijo legítimo de padres notoriamente nobles como lo fueron

D. García Rodríguez Francia, antiguo capitán comandante de milicia de artillería de esta

Provincia, y de doña Maria Josefa de Velasco, habiendo sido su tío -abuelo materno D.

Fulgencio Yegros y Ledesma, que fue Gobernador y Capitán general de esta Provincia”.

Era primo de Fulgencio Yegros y sobrino de Fray Fernando Caballero.

Este sacerdote fue el verdadero mentor de su juventud. No era ni mestizo ni

mulato, como afirman sus detractores. Según declaración propia, que se

menciona en otro lugar, D. García, el padre, nació en Mariana, en el Distrito

del Virreinato de Río de Janeiro, llegó al paraguay y entró en el servicio real. El

informe capitular continúa las referencias:

5 Revista Paraguaya , Nº 4, agosto 20 de 1882.

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“Soltero, de 43 años, persona de conocido talento y de una instrucción bastante

general al paso de ser de un carácter pacifico, prudente y moderado y de bien acreditada

honradez e integridad y de arreglada conducta.

“Hizo sus estudios en la Universidad de Córdoba del Tucumán con manifiestas

ventajas y obtuvo allí los grados de maestro de Filosofía y doctor en Sagrada Teología.

En este real Colegio Seminario, después de haber enseñado Latinidad, regentó la cátedra

de Vísperas para la Teología, que se le confirió en rigurosa oposición.”

El Dr. Francia había adquirido los conocimientos que entonces se daban

en las universidades de la América Española. Córdoba del Tucumán produjo

hombres como el Deán Gregorio Funes, Juan Ignacio Gorriti, Juan José Paso, y

Manuel Alberti. De la Universidad de Charcas fueron alumnos Mariano Moreno,

Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo, Vicente López, Facundo Zuviría. Vale

decir que dichos centros fueron la casa espiritual de los directores de la

revolución en el Río de la Plata.

Con tales títulos, el Cabildo le designó, con especial recomendación, para

la terna de candidatos a Diputado que debía ser escogido para representar al

Virreinato del Río de la Plata, juntamente con los otros diputados de la América

Española, en las Cortes de Cádiz. Obtuvo en esa ocasión la unanimidad de

votos, juntamente con Bernardo Velasco y José Antonio Zavala y Delgadillo. En

la desinsaculación practicada por manos del niño Manuel García Díez, la suerte

favoreció al Dr. Francia. Continúa así el informe;

“Ha tenido particular aplicación al estudio del Derecho, en cuyas materias ha

manifestado a satisfacción del público y de los magistrados suficiente capacidad...

conduciéndose siempre con honor y rectitud. Por su reputación y buen nombre fue electo

el año de 1808 alcalde ordinario de primer voto de esta ciudad, cuyo cargo desempeñó

cumplidamente”. (6).

Lo tenemos, pues, de regreso de Córdoba con su flamante título y con

las “menores órdenes” y el traje talar que pronto abandonaría. Ejerció la

6 Ver Revista del Instituto Paraguayo, N 63, año X, 1909.

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abogacía, profesó algunas cátedras y alcanzó la dignidad de funcionario

respetado por su saber y austeridad.

No fue un aventurero, ni un corrompido, ni un resentido social. Además de

la cultura general tenía información y práctica del mecanismo administrativo

de la Colonia. En Córdoba dejó como rastro su nombre escrito en un banco de

la clase a punta de cuchillo, con tanto vigor que traspasaba la madera del

pupitre. Pero, en cambio, el ambiente conventual dejó en su espíritu huellas

profundas. Durante toda su vida siguió el estricto régimen de alimentación y

pobreza que aprendió en el claustro. Esa misma disciplina silenciosa impuso al

país. Resabios de la primera educación.

La rectitud campea en los actos de su vida pública y privada. No defiende

sino los pleitos que estima justos; su saber no está en almoneda ni su bufete

se presta para escarnecer la justicia. A comienzos de 1809, renuncia al cargo

de promotor fiscal de la Real Hacienda, con fundamentos que revelan la

reciedumbre de su carácter. En el cuerpo capitular es oído y respetado. Es una

vida que apunta muy alto, una voluntad tendida hacia grandes ambiciones,

una inteligencia que vela por su predominio.

A su legajo personal, es útil agregar los antecedentes que muestran sus

condiciones morales, antes de que le veamos actuar en el tumultuoso medio

político.

A su regreso de la Universidad de Córdoba profesó las cátedras de Latín

en el Real Colegio de San Carlos, en 1789, y de Vísperas de Teología, vacante

por la renuncia del Dr. Alonso Báez. También sustentó la cátedra de Filosofía.

Poseía una cultura sistematizada; pues no se limitaba a rumiar Lógica y

Teología medioevales.

Siguió leyendo, cultivando su inteligencia. En su biblioteca figuraban los

libros de Voltaire, de Rousseau, del abate Raynal. Recibía constantemente

libros y periódicos del extranjero. Escribía con corrección, aunque sin

elegancia. Gustaba referirse a los “derechos imprescriptibles”, a la “igualdad de

los hombres”, a la facultad del pueblo para darse gobierno, lenguaje que revela

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la procedencia rousseauniana de su ideología. Es afirmativo en sus

conclusiones; razona siempre con buen sentido; fundamenta sus juicios; su

estilo es áspero. Hablaba ese lenguaje penumbroso que da al auditorio la

sensación de la profundidad. En lugar de usarla como tolerancia, empleaba su

cultura para imponerse. Su vanidad tenía algo de orgullo. Si llegó a triunfar no

fue por casualidad. El azar no jugó ningún papel en su vida. Todo lo calculó y

proyectó. Fue una inteligencia al servicio de una ambición y de una voluntad

incorruptible. No un destino que se improvisa sino un trabajo que culmina. Su

juventud, y aun la edad madura, fueron preparatorias de una actuación

sobresaliente. Fue un hombre sustantivo. Nada de dobleces ni de adhesiones.

Actuó por sí; trabajó por su cuenta. Sólo le falta el ambiente; que llegue la

hora en que ha de surgir. El Dr. Francia, en 1809, era ya un serio proyecto de

gobernante. Sobresalió, y por lo tanto atrajo al rayo. Fue, sobre todo, un

carácter, vale decir, que tuvo la columna vertebral de las cualidades de un

hombre.

Le imaginamos en este período de su vida, en actitud pensativa,

escrutando el horizonte, aguardando su cuarto de hora, para entrar en acción

e incrustarse en la Historia, como un proyectil o una soldadura.

FAMILIA Y BIENES

El doctor Francia descendía de una familia honorable y distinguida. La

madre, doña María Josefa Velasco y Yegros, estaba emparentada con los

Yegros y Ledesma, españoles llegados al país para ocupar altos cargos y que

se incorporaron a la vida colonial con una ejecutoria ejemplar, como la

actuación del general Yegros y Ledesma, gobernador, y José Antonio Yegros,

enérgico expedicionario del Chaco.

El padre del Dictador fue el comandante de artillería D. García Rodríguez

Francia, natural de Mariana, Estado de Río de Janeiro, Brasil, llegado al

Paraguay allá por 1771. Se hallaba emparentado por lado de la madre con la

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familia Caldeira Brant, y por el padre, posiblemente, con los “bandeirantes”

França Velho, conquistadores y colonizadores de incontenida audacia. (7)

El capitán Rodríguez Francia sirvió en el ejército de la Provincia durante 35

años con abnegación y competencia. Llegó joven y fuerte; cruzó varias veces

el territorio; instruyó a la tropa en el manejo de las armas de fuego y

conquistó sus galones, con una foja de servicios ennoblecedores. Cuatro

gobernadores le contaron como auxiliar y colaborador, mereciendo de todos

ellos justicieros elogios. Acompañó a Félix de Azara en los trabajos de la

demarcación de limites entre las colonias españolas y portuguesas, de acuerdo

con el tratado de 1750; comandó las guarniciones de Remolinos y Borbón;

fundó el fuerte de San Carlos y levantó un censo de la Provincia. Cultivado y

servicial, lo mismo desempeñaba cargos en la Real hacienda, que misiones

militares. (8)

El matrimonio Francia-Velasco tuvo cinco hijos: Lorenza, casada con el

alférez José Francisco Marecos; Petrona, casada con Mariano Larios Galván,

secretario de la Junta de Gobierno; Pedro, que contrajo matrimonio con una

hija del doctor Manuel Granze; Juan José y José Gaspar, ambos célibes. Los

dos hermanos Juan José y Pedro, aparecen como firmantes del acta del

Congreso del 20 de junio de 1811. Pedro vivía en una chacra de Yaguarón y

fue administrador de Itá. Se dice que padeció de enajenación mental. Petrona

vivió en la quinta de Ibiray, durante la prisión del marido Larios Galván,

7 Véase Basilio de Magalhães: A expansão geographica do Brasil nos Séculos XVI e XVII. 8 Así consta en el siguiente testimonio (Manuscrito en el Archivo Nacional. Publicado por F. R. Moreno.): “En la ciudad de la Asunción del Paraguay a los veinte y un día del mes de Nov.re de mil ochocientos y quatro ante el Sr. Dn. Lázaro de Rivera Governa.or Int.e de esta Prov.a se presentó Dn. Garcia Bodrig.z Francia, dijo: “Que era natural de la ciudad de Mariana del Distrito del Virreinato del Janeyro, y que profesa la Religión Católica, Apostólica, Romana, como lo podrán certificar los Párrocos de esta ciudad: Que es casado: Que su exercicio es el de las Armas, sirviendo a Su Mag.d desde el año de mil setecientos setenta y uno, y actualm.te de Comand.te de las dos Compañías Milicianas de Artillería: Que posee una casa y seis esclavos: Que hace cincuenta y un años que se estableció en esta Prov.a: en cuyo estado le recivió Su S.ria juram.to que hizo por Dios N.ro S.or y una señal de Cruz como forma de Derecho p.r el qual prometió decir verdad de lo q.e supiere y fuere preguntado; y siendo al tenor de la exposición q.e antecede, dijo: Que es verdad q.to en ella se contiene en q.e se afirma y ratifica bajo el juram.to q.e ha prestado: Que es de edad de sesenta y seis años y firmó con Su S.ria de q.e doy fe. RIBERA. García Rodríg.z Francia. Ante mi: MANUEL BENÍTEZ. Esc.no y notº p.co de S. M. Gov.no y Cav,do.

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Justo Pastor Benítez

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ayudada por el Dictador. José Gaspar fue enviado a Córdoba, de acuerdo con

los consejos de su tío Fray Fernando Caballero. Allí recibía la modesta

colaboración pecuniaria del padre, así como útiles y ropa. No tuvo necesidad

de cambiar el apellido, como se afirma, puesto que el padre firmaba Francia y

no França.

En mayo de 1810 se procedió a la partición de los bienes dejados por

fallecimiento de los esposos Francia-Velasco. El caudal hereditario alcanzaba a

la suma de 9.290 pesos. La sucesión se abrió sin otro incidente que la negativa

de José Gaspar de aceptar la herencia, actitud que varió por insistencia del

alférez Marecos. Se llevó igual parte, pero no aceptó encargarse del juicio, a

pesar de ser abogado. Le correspondieron 1.858 pesos, atribuidos en la

siguiente forma:

“Primeramente la mulata Rafaela, enferma habitual de llagas, en cien pesos.

Id. el mulatillo Pío, de siete años, en ciento y diez pesos.

438 pesos plata con dos reales.

Un lance de la casa de tejas, cerca de la Plazuela de La Merced, avaluado en 400

pesos.

Otro lance en 700 pesos, en el mismo sitio.

4 varas de sitio vacío, avaluado en 15 pesos.

Una caja en 8 pesos.

Tres mesas en 8 pesos.

Seis sillas en 7 pesos 4 reales.

Una rinconera en 2 pesos.

Una frasquera con 11 frascos en 9 pesos.

Una cafetera de lata en 4 reales.

Seis servilletas en 3 pesos.

Una romana en 8 pesos.

Dos barretas en 10 pesos.

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

Pág. 15

Un montón de piedras, 5 pesos.

Tejas viejas en 12 pesos.

Tejas, en 2 pesos.

Regla de latón y compás, en 6 reales.

1 tomo Ejercicio de Artillería, en 1 peso.

1 tomo Tratado de Artillería, 1 peso.

1 Reglamento de Milicia, 4 reales.

En efectivo, 13 pesos y 4 reales.

Libros: Jurisdicción ordinaria y Declaración de Ordenanza , en 1 peso (9).

Hijo de una familia honorable, heredero de una modesta posición

económica, abogado de crédito, el Dr. Francia nunca fue codicioso ni amante

del dinero. En plena juventud gastaba lo que ganaba en su bufete; llegado al

poder, sus gastos fueron mínimos, austera su vida, desinteresada su gestión.

Ni buscó ni amó la plata, de manera que nunca fue su esclavo. Su desinterés

era tan grande como sus escrúpulos en el manejo de la cosa pública. Después

de un gobierno de más de un cuarto de siglo, dejó como herencia una suerte

de tierra en Ibiray y más de 36.000 pesos de sueldos no cobrados, en

Tesorería. No usó el dinero para sus placeres ni para corromper. En su régimen

despótico jamás entraron los favores ni la riqueza como instrumento de

gobierno. Vivió y murió pobre. El dinero no tuvo, pues, influencia en su

conducta. Hubiera podido ingresar en un convento de franciscanos sin esfuerzo

alguno y hacer los tres votos: pobreza, castidad y obediencia. Sólo hubiera

tenido que invertir el tercer precepto, porque la suprema pasión de su vida fue

el poder: mandar y ser obedecido.

Hizo sus estudios en Córdoba, en condiciones modestas, sustentado por el

padre. Si bien los vínculos familiares no constituyen condiciones ineludibles del

luchador, del político, del genio, – que, según Montaigne, no tiene

9 Publicado en la Revista-del Instituto Paraguayo.

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

Pág. 16

ascendientes ni necesita dejar herederos –, es útil recordar que el Dr. Francia

no fue el hijo descastado que suelen pintar sus detractores.

He aquí el texto de un documento de menor cuantía que muestra esas

vinculaciones:

“NUMERO DE GUÍA 107. En nueve de Marzo de 1784 se dio Guía a don García

Rodríguez Francia, para remitir a la Universidad de Córdova, para gasto y servicio de su

hijo, el Mtro. Don Joseph Gaspar Francia y Velasco: un retobo de Cuero con once cajetas

de dulce: un Tercio de Yerba; un mantel y dos servilletas: un Negrito de edad de Diez

años: y para el uso de este, una hamaca: un Bolant de Pañete, un par de Calzones de

Paño: un chupetín de Lila: y dos Camisas, una de lienzo, y otra de Ruan.

(Fdo.); ARAMBURU.”

El padre del revolucionario fue un hombre de carácter bondadoso y

sociable, un funcionario de la Provincia con cuyo destino se identificó. Heredero

de la recia contextura de los “bandeirantes” paulistas, trabajó durante un

cuarto de siglo en los más variados menesteres al servicio de los

gobernadores. Parte del prestigio de José Gaspar provenía del recuerdo de los

servicios prestados por el capitán Rodríguez Francia.

LEYENDAS DE LA MOCEDAD

Muchas leyendas envuelven su juventud. Estudió en la Universidad de

Córdoba, en la época de los Franciscanos. He aquí una de esas leyendas:

En el interior de la iglesia de la Compañía de Jesús, se había construido un

profundo subterráneo que atravesaba buena parte de la ciudad y desembocaba

en el edificio llamado “Noviciado Viejo”. Aquel subterráneo tenía calabozos

para la aplicación de penas corporales y ahí se hallaban también numerosos

sepulcros. Los estudiantes solían hacer escapatorias nocturnas. Para ello tenían

que saltar las murallas. El becado asunceno hacía de puntero en las correrías,

con una linterna y un puñal; levantaba la puerta del subterráneo y se

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internaba en él, cruzaba los antiguos calabozos y salía por el noviciado. Una

noche indujo a uno de sus compañeros a acompañarle. Muerto de miedo, pero

lleno de amor propio, éste cruzó el terrible túnel y llegó al lugar de la fiesta. De

regreso, el miedo creció en proporciones escalofriantes. Una calavera se le

atravesó a mitad de camino. El pobre muchacho, sin oír las palabras con que

deseaba infundirle ánimo, tropezó y cayó. Entonces, José Gaspar desenfundó

el cuchillo, se precipitó sobre el cráneo y lo hundió en él hasta las eses... Una

queja de animal herido hizo vibrar el subterráneo. Una rata huyó despavorida.

La bestezuela había sido la que movió la calavera. Francia, sin dejar de

blasfemar, cargó con su compañero, que se había dislocado una pierna al caer,

y con él a cuestas siguió su camino por el antiguo subterráneo, hasta llegar a

la Universidad. Este episodio rodeó de prestigio al alumno paraguayo.

Andando los años, sus jóvenes camaradas mencionaron otros episodios no

menos terribles que el del subterráneo de los jesuitas y la calavera movida por

una rata... Había obligado a tragar el carozo de un durazno a un compañero

que le hurtó los dulces enviados por sus padres de Asunción. En sus

mocedades se contenían ya en potencia las cualidades de firmeza y decisión

que le caracterizaron en la edad madura. José Gaspar se arriesgaba con

decisión y coraje, al subterráneo. No se detenía a trazar hipótesis sobre lo que

había adentro ni dónde terminaba. Tenía que salir y se lanzó al camino oscuro

y recóndito. El hombre que no arriesga no va a ningún lado, sobre todo en

política, y cuando aparece un fantasma, tiene que develarlo. Un hombre de

verdad no se asusta de las sombras, sabe que una calavera carece de vida y

que sólo puede ser movida por otro ser viviente. Si se le cruza al camino, debe

lanzarse sobre ella, y si se tiene un arma, esgrimirla. Los recuerdos de la

Universidad cordobesa, lejos de mostrarnos un caso de maldad precoz, revelan

que el Dr. Francia fue desde su más lejana juventud, un carácter recio, duro,

decidido y capaz de atravesar lóbregos túneles para llegar a su fin.

La tradición popular le atribuyó otra actitud simbólica. Se cuenta que en

medio de la indecisión de la asamblea de 1813, que proclamó la absoluta

independencia, el vocal-decano se presentó con aire provocativo. Llegó hasta

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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la mesa presidencial, sacó la pistola, la depositó sobre el pupitre y dijo: “Aquí

traigo mi argumento contra Fernando VII”. Vale decir, la resolución, la acción,

la fuerza, el arma como condición necesaria para completar la revolución. Un

realista de la política, como él, no pudo contentarse con declaraciones, tenía

que ejecutarlas con la fuerza. Por algo el político difiere del hombre de cátedra

y del soñador.

La influencia de Córdoba se proyectó sobre toda la vida y actuación de

José Gaspar de Francia. La educación monástica, la disciplina del claustro, la

rigidez y sobriedad de las costumbres, le acompañaron en su actuación de

gobernante. Puede decirse que concibió la existencia de la República, como un

vasto convento sujeto a las reglas de la orden. Su formación espiritual tiene

como base la disciplina. Su soledad y el amor al silencio impuesto, nacieron en

ese claustro. El régimen francista parece la rigidez severa de la Universidad de

Córdoba, proyectándose sobre el gobierno de Asunción, en algunos de sus

aspectos (10).

TERCERA PARTE LA REVOLUCIÓN

LA REVOLUCIÓN DE MAYO EN EL PARAGUAY

La tranquila vida colonial paraguaya, de comienzos del siglo XIX, se vio

turbada entre 1810 y 11 por diversos acontecimientos exteriores que

repercutieron en ella. En primer lugar, la invasión de la península ibérica por

los ejércitos napoleónicos, que dejó caduco el poder central. Luego, la

revolución del 25 de Mayo en Buenos Aires, que buscó proyectarse hacia todas

las provincias que integraban el Virreinato del Río de la Plata. Asunción se

rebeló en 1811 por las mismas razones que Caracas, Charcas y Buenos Aires.

El nuevo mundo maduraba tempranamente. Una minoría selecta, imbuida de la

10 Ver Juan Francisco Pérez: La influencia de Córdoba en la vida del dictador Francia.

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filosofía moderna y contagiada por los ejemplos de las revoluciones francesa y

norteamericana, propugnaba por la emancipación, siquiera usara en los

primeros momentos la máscara del juramento de fidelidad a Fernando VII. En

el Paraguay ese partido estaba integrado por criollos educados en Buenos Aires

y Córdoba, por sacerdotes de regular cultura y por algunos jóvenes militares

que tuvieron actuación en la defensa de Buenos Aires contra los ingleses y en

la resistencia contra el ejército de Belgrano. Rodeados de prestigio heroico,

estos soldados fueron los realizadores del pensamiento.

La Junta constituida en Buenos Aires, a raíz del 25 de Mayo, por circular

del 27, pidió su adhesión al Paraguay y el envío de un diputado al Congreso en

que se reunirían los representantes de todo el Virreinato. Al mismo tiempo

llegaba por vía Montevideo la circular de la Regencia peninsular. El

Gobernador, D. Bernardo de Velasco y Huidobro, convocó a una Junta General

de vecinos, para determinar la conducta de la provincia ante tan graves

sucesos.

La Junta de Buenos Aires, apremiada en asegurarse la cooperación de

todas las provincias, incurrió en el error de enviar al Paraguay como emisario

al Coronel D. José de Espínola y Peña, paraguayo, que gozaba de pocas

simpatías entre sus coterráneos y que despertó la desconfianza de los realistas

crudos. Espínola tuvo que salir huyendo.

El 24 de julio de 1810 se reunió en el Real Colegio de San Carlos, la

anunciada Junta General. Se dio lectura a un manifiesto del Cabildo y en medio

de aclamaciones fueron aprobadas las siguientes resoluciones: (11)

1º. Reconocer el Supremo Gobierno de la Regencia, como representante

de Fernando VII;

2º. Guardar armoniosa correspondencia y fraternal amistad con la Junta

de Buenos Aires, sin reconocer su superioridad;

11 Varios congresales que llevaron su voto escrito no pudieron leerlo, pues sólo el Dr. Francia consiguió hablar (Somellera: Notas de Rengger, Proceso formado a D. José de María en la Nueva Revista de Buenos Aires, tomo XIII; Báez; Historia Diplomática, II).

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3º. Formar una Junta de Guerra (12).

El primer punto era un triunfo netamente realista, puesto que daba

satisfacción a la circular recibida del Consejo de la Regencia, por vía

Montevideo-Misiones. Asimismo, la resolución de formar una junta de guerra

era una prevención, en vista de las noticias recibidas de las pretensiones de la

princesa Carlota Joaquina, sediciente heredera de su hermano Fernando,

prisionero de Napoleón.

La Junta de Buenos Aires inició una política de amenazas contra el

Paraguay. Cerró la comunicación fluvial y decretó la separación de las Misiones

de la dependencia asunceña, vale decir, pretendió aislar al Paraguay para

someterlo (13).

En el mismo año decidió enviar una expedición militar al mando de Manuel

Belgrano. El Paraguay resistió. Belgrano fue vencido en las batallas de

Paraguarí (19 de enero) y Tacuarí (9 de marzo) por las fuerzas provinciales

dirigidas por el Teniente Coronel Manuel Atanasio Cavañas. Firmó una

capitulación honrosa y repasó el Paraná. Le acompañaron hasta Corrientes

varios oficiales paraguayos. Desde Candelaria envió dinero para las viudas y

huérfanos de los soldados muertos en las dos acciones, gesto de nobleza que

le captó muchas simpatías.

En el viaje inició conversaciones con sus acompañantes, a quienes explicó

el alcance de la expedición, les garantizó la autonomía de la provincia y les

prometió facilidades para el comercio, sujeto entonces a odiosas restricciones,

como el Puerto Preciso de Santa Fe, el estanco, etc. Cambió correspondencia

con Cavañas y cultivó la amistad del Cte. Fulgencio Yegros, cuya personalidad

comenzaba a despuntar como el caudillo militar criollo (14).

Entretanto declinaba el sol de los hombres del viejo régimen. Al iniciarse

la batalla de Paraguarí, Velasco huyó en forma poco digna hasta la cordillera

de los Naranjos. El mayor Juan de la Cuesta huyó también de Paraguarí, antes 12 Nota del Congreso del 24 de Julio. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco. (Lata 1-22-29). 13 Registro Nacional de la República Argentina. 14 Papeles de Belgrano , tomo III.

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de decidirse la acción, y llevó a Asunción la falsa noticia de la derrota de los

paraguayos. Los miembros del Cabildo y las familias españolas asaltaron los

buques surtos en el puerto, y cargaron en ellos sus riquezas para escapar.

Entretanto los criollos acudieron a los cuarteles para armarse y defender la

Capital. Los jefes criollos crecieron en prestigio al finalizar la campaña. (15).

Algunas medidas desacertadas completaron el desprestigio de Velasco y

de sus allegados, como la censura formulada en el seno del Cabildo a la

capitulación de Belgrano (16) y la remisión de los prisioneros argentinos a

Montevideo, en lugar de ponerlos en libertad. (17)

Los españoles no apreciaban con exactitud los acontecimientos ni la

naciente solidaridad de los criollos del continente. Tacuarí fue una resistencia

colectiva, pero los paraguayos no iban a ser llevados a la guerra contra la

tendencia emancipadora. Surgía una conciencia nacionalista-criolla.

El espíritu revolucionario ganaba la provincia. En Villa Real, el Dr. José

Mariano Báez, D. José de María y el Pbro. José Martín Sarmiento se

pronunciaban contra el régimen y criticaron el reconocimiento de la Regencia,

declarado por el Congreso del 24 de julio. El Dr. Manuel Granze, de Yaguarón,

fue sospechado de conspirar. El 4 de abril fue descubierto un complot

encabezado por los jóvenes Manuel Hidalgo y Pedro Manuel Domecq, en

connivencia con Vicente Ignacio Iturbe (18), quien aparece desde los primeros

momentos como el precursor de la revolución, su agente más decidido. Iturbe

habló ya del movimiento a la vuelta de Tacuarí, donde actuó con brillo. Otro

movimiento de mayor envergadura se preparaba, con la jefatura de los

comandantes Yegros, de Itapúa, y, posiblemente, Cavañas, que residía en su

establecimiento de las cordilleras. Indicio comprobatorio de ese movimiento

fue el estallido casi simultáneo de la revolución, en Asunción, Corrientes

(ocupada entonces por los paraguayos), donde se levantó Blas J. Rojas, e 15 Blas Gay: La Independencia. 16 Informe de José de Abreu, en Báez, ob. cit., tomo I. Revista do Archivo Público de Río Grande do Sul, Nº 4, págs. 67-80. Octubre de 1921. 17 Báez; Ob. cit. 18 Proceso formado a Manuel Domecq y otros, publicado en la Nueva Revis ta de Buenos Aires, tomo XIII. Miguel Hidalgo murió en la batalla de Chacabuco, en las filas patriotas. (Ver Somellera).

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Itapúa, del comando de Misiones. Otro indicio es que el Cte. Yegros, sindicado

como Jefe, llegó a Asunción el 21, en un plazo breve que muestra su

connivencia con los autores del golpe. A la sazón estaba en Itapúa, a más de

350 kms. de la Capital. Yegros venia a ponerse al frente del movimiento y

recibió un aviso de Caballero, en Timacá. Un enigma de la historia constituye la

no intervención del Coronel M. A. Cavañas, jefe posiblemente iniciado en el

movimiento, como revela su correspondencia con Belgrano y Blas José Rojas

(19).

Un suceso imprevisto apresuró los acontecimientos. El General Diego de

Souza, Capitán General de Río Grande del Sur, había enviado como emisario

confidencial al Tte. José de Abreu, para ofrecer su apoyo al Gobernador

Velasco. El realismo refugiado en el Cabildo recibió con complacencia el

ofrecimiento. Velasco hesitó ante la responsabilidad, pero terminó aceptando

que las fuerzas portuguesas ocuparan las Misiones de la margen izquierda del

Paraná, para interponerse entre el Paraguay y Belgrano, que a la sazón

actuaba en la banda Oriental y pasar la mano en caso necesario. (20).

La noticia de las gestiones de Abreu alarmó a toda la ciudad. El 13 de

mayo sesionó el Cabildo para escuchar el informe del Gobernador. Se

susurraba la existencia de una conspiración. Los patriotas ante el doble peligro

de la cooperación portuguesa y el de ser descubiertos, resolvieron precipitar

los acontecimientos en ausencia de Yegros (21).

En la noche del 14 de mayo, Pedro Juan Caballero, Vicente Ignacio Iturbe

y otros compañeros, se presentaron al cuartel de la plaza y se apoderaron de

él en connivencia con el oficial de guardia, Mauricio José Troche. Pusieron en

libertad a más de treinta presos políticos (22), e iniciaron las medidas

revolucionarias. Quedaba en pie, fiel al Gobernador, el Cuartel de los Miñones

y la guardia de Velasco. Se intentó una débil reacción de los allegados de

Velasco. Una patrulla realista comandada por el Mayor Cabrera fue arrestada 19 Archivo General de la Nación Argentina. 20 Acta del Cabildo del 13 de mayo. 21 Molas, Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay. 22 Carta de Marcelino Rodríguez, en Revista Nacional , de Buenos Aires, tomo XIII.

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por Iturbe. Al Cte. Gamarra le cerraron las puertas del cuartel cuando se

presentó para averiguar noticias. Lo mismo al fraile español Cañete, que

intentó hacer desistir a los rebelados. El 15 de madrugada, el Capitán

Caballero envió la primera intimación a Velasco por intermedio del Alférez

Iturbe. Exigía la entrega de todas las armas, la admisión de dos Diputados

adjuntos al Gobernador, que serían designados por el cuartel general, la

separación de los funcionarios españoles Benito Velasco y José de Elizalde y de

todos los miembros del Cabildo, así como del Cte. José Teodoro Fernández.

Además de ello, imponía que Abreu no abandonara la ciudad sin su

conocimiento, ni que buque alguno saliera de Asunción antes de la llegada de

los oficiales de la plana mayor.

Velasco contestó en términos vagos. Negó rotundamente el acuerdo con

Abreu y procedió a quemar las comunicaciones. Caballero insistió, en una corta

esquela, en el envío de los documentos de Abreu y en la entrega inmediata de

las armas. Luego ordenó la salida de la tropa a la plaza, con las seis piezas de

que disponía. Dos disparos de artillería subrayaron la firmeza de la resolución.

Convencido de la inutilidad de toda resistencia, el Gobernador español

tuvo que aceptar las condiciones dictadas por Caballero. A la tropa de línea se

había unido la masa del pueblo. Al atardecer fue izada la bandera. Veinte y un

cañonazos saludaron el triunfo de la revolución. El 16 fueron designados para

integrar el triunvirato, el Dr. José Gaspar de Francia y el capitán Juan

Valeriano de Zevallos “hasta que el cuartel con los demás vecinos de la

provincia arreglen la forma de gobierno”. Francia y Zevallos prestaron

juramento en el patio del cuartel. Suscribieron esta primera acta, que es como

la fe de bautismo de la República: Pedro Juan Cavallero, José Gaspar de

Francia, Juan Valeriano de Zevallos, Juan Bautista Rivarola, Carlos Argüello,

Vicente Ignacio Iturbe, Juan Bautista Acosta y Juan Manuel Iturbe (23). El 21

llegó a la ciudad el Tte. Coronel Fulgencio Yegros, quien fue recibido, por una

gran masa popular, como jefe militar del movimiento.

23 Autos de la revolución del 15 de Mayo, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco, Sección Manuscritos. Lata 1-29-22.

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El triunvirato lanzó un manifiesto en que se habla de conseguir la igualdad

con Buenos Aires, de los derechos naturales del hombre, de la libertad

imprescriptible, etc., lenguaje típicamente francista. El 28 se reparten las

circulares para la Junta General, fijada para el 17 de junio. El 9 de junio fue

descubierta una tentativa reaccionaria, Caballero procedió con energía. Velasco

fue separado del triunvirato. El comandante y los oficiales del cuartel general

se dirigieron al pueblo en un manifiesto en que se dice que “los depositantes

de la autoridad y sus viles secuaces maquinaban el detestable proyecto de

someterla a una dominación extranjera. Habiendo, pues, tomado a nuestro

cargo y de nuestras tropas el poner en libertad a nuestra amada patria”, etc....

(24).

Los revolucionarios asumieron así la plena responsabilidad histórica.

Estaba escrito el primer capítulo del Paraguay independiente.

PARTICIPACIÓN DEL DR. FRANCIA EN EL MOVIMIENTO

EMANCIPADOR

¿Qué participación tuvo el Dr. Francia en el movimiento emancipador?

¿Qué papel le cupo el 14 de mayo? ¿Fue un actor o un agregado a la

revolución? Tales cuestiones han sido planteadas en diversas épocas por los

historiógrafos de la independencia. Algunos documentos, y la coordinación de

indicios, pueden ayudar a esclarecer el punto.

Por sus antecedentes como por su figuración intelectual, el Dr. Francia no

pudo permanecer al margen de los acontecimientos revolucionarios. En 1809,

fue designado por el Cabildo para integrar la lista de los candidatos a

Diputados por el Virreinato a las Cortes de Cádiz. Era considerado, a la sazón,

como el hombre más ilustrado de la provincia. (25).

24 Molas: Ob. cit. 25 Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Col. Río Branco. Informe del Cabildo.

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Sus ideas revolucionarias eran públicamente conocidas. Si bien su firma

no aparece en el Acta del Congreso del 24 de julio de 1810, calificados testigos

dan noticia de su actitud. Pedro Somellera. Asesor Letrado del Gobernador

Velasco, dice en sus “Notas a Rengger”, refiriéndose al Dr. Francia: “pero yo

que en una reunión provocada por Velasco el año anterior – creo que fue el 24

de junio – le había oído opinar que había caducado el gobierno español...” (26).

Igual referencia recogieron los hermanos Robertson de labios de uno de

los próceres de la independencia, el Dr. Francisco Javier Bogarín (27). Es

posible que Velasco, conocedor de tan radical opinión, excluyera al

intransigente abogado de las deliberaciones del Congreso, de las cuales podía

participar por derecho propio y por los cargos que ocupaba, como catedrático

del Colegio de San Carlos y abogado del foro (28).

En las tramas preparatorias de la revolución debió participar activamente.

El Dr. Francia se hallaba vinculado por lazos de parentesco y amistad con los

más conspicuos directores, como los Yegros, Pedro Juan Caballero y Fray

Fernando Caballero, reputado este último como uno de los consejeros

fervientes de la emancipación.

A raíz de la llegada de Abreu a la Capital, los conspiradores tuvieron que

precipitar el golpe, en ausencia del presunto jefe militar, Fulgencio Yegros,

quien se hallaba en Itapúa. La responsabilidad fue confiada a un joven capitán

que no contaba más de veinte y cinco años, Pedro Juan Caballero,

estrechamente vinculado al Dr. Francia, quien debió consultarle, lógicamente,

para tan decisivo paso.

Mariano Antonio Molas, al hacer el relato de los preparativos secretos para

la revolución emancipadora, dice: “Como él (el gobernador Velasco)

regocijándose con el resultado de la victoriosa defensa de la Provincia contra la

invasión de Belgrano se había investido del alto carácter de legítimo

representante del señor don Fernando VII en el Paraguay, condecoró a don

26 Somellera: Notas a Rengger. 27 Báez: Obra citada, tomo I. 28 “Proceso a José de María”. Nueva Revista de Buenos Aires, XIII.

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Fulgencio Yegros con el grado de teniente coronel y le nombró gobernador de

Misiones, en cuya virtud quedó éste con alguna tropa en el pueblo de Itapúa.

“Instruido allí por el referido capellán (del ejército de la Provincia, José

Agustín Molas) y por su hermano el capitán don Antonio Tomás Yegros, que

con la comunicación familiar que tuvieron con el general Belgrano se habían

instruido y cerciorado del verdadero objeto a que el pueblo de Buenos Aires y

su Junta Gubernativa dirigían sus miras, e invitaba a los demás pueblos, que

formaban el extinguido Virreinato del Río de la Plata, a un Congreso General,

para que reunidos en él los diputados de las provincias, determinasen y

designaran el supremo gobierno que ha de regirlas en representación don

Fernando VII durante su cautiverio en Francia, eligiendo cada provincia por sí

la forma de su gobierno particular que más le convenga. No necesitó de más

don Fulgencio Yegros; abrazó cuanto propuso Belgrano, y se resolvió sin

hesitación a contribuir por su parte al logro de la remoción del gobernador

Velasco. Pero como se hallaba a 70 leguas de la Asunción, donde se había de

ejecutar la revolución convenida, y carecía también de conocimientos y

talentos necesarios para dirigirla con orden, cordura y acierto, a fin de evitar

las desgracias, horrores y funestas consecuencias que regularmente suelen

resultar de las revoluciones contra un gobierno legalmente establecido; no

pudo él efectuarla en persona, ni tan pronto como se deseaba. “Se le habló al

Doctor don José Gaspar Francia, quien conviniendo en dirigir la empresa,

instruyó el plan sobre que se había de efectuar” (29).

Aceptada por Velasco la intimación de los oficiales revolucionarios el día

15, fueron designados para integrar el triunvirato el Dr. Francia y el capitán

Juan Valeriano de Zevallos. Grave responsabilidad que la revolución no podía

confiar sino a hombres de entera confianza, surgidos de su seno. Zevallos era

un español, caballero de buen componer, leal y apto para esas transacciones

en que suelen preferirse los temperamentos un poco grises. Quien

representaba, en su plenitud, a las fuerzas patriotas era José Gaspar. Si el Dr.

29 Molas, Descripción histórica de la antigua provincia del Paraguay. (Págs. 130 y 131).

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Francia no hubiera estado en inteligencia con los oficiales, difícilmente se

explicaría esta misión. Los victoriosos imponen. La revolución no capitulaba el

16 de mayo, sino que imponía. Días después, Velasco fue desplazado del

triunvirato. El Dr. Francia prestó juramento con Zevallos en el patio del cuartel

el día 15, adonde llegó, no como un advenedizo, sino para actuar

principalmente.

Manifiestos y circulares llevan su cuño inconfundible. Primó su autoridad

moral e intelectual. Suspendió el envío de José de María como correo a Buenos

Aires (30) y despidió del cuartel a Somellera, diciéndole que “cada uno debe

servir a su país”, medidas que revelan su autoridad (31).

Posteriormente hizo memoria de su presencia en el cuartel el día de la

revolución. En el proceso post-mortem instruido al Coronel Manuel Atanasio

Cavañas, dice: “...si se adhería a la causa de la Patria, respecto a que se había

negado absolutamente a tomar la menor parte en la revolución de esta

provincia contra el mando europeo en términos que, cuando declarada la

revolución se lo mandó avisar inmediatamente para que viniese a reunírsenos

a los patriotas, congregados con la tropa en el cuartel, todavía tuvo la

insolencia de responder... etc.” (32).

Los caudillos militares de la revolución suministran testimonios

coincidentes. En agosto de 1811, tres meses después de la revolución, escribe

Pedro Juan Caballero al renunciante Vocal-decano: “Su retirada a la chacra de

Ibiray me ha llenado de sentimiento, porque las grandes obras interesantes a

nuestra patria, que se han empezado a establecer bajo su particular influjo y

dirección, tal vez no se podía llevar a su perfección, así, pues, he de merecer

de vuestra merced no me prive de sus bellos y acertados influjos conque hasta

aquí ha dirigido los asuntos comunes de esta nuestra provincia. A nuestra

entrevista espero desimpresionarle de mi conducta en orden a su particular, no

obstante ser manifiesta mi adhesión a vuestra merced, y mi reconocimiento a

30 Molas: Descripción…, etc. 31 Informe de Abreu. 32 Revista del Instituto Paragaayo, III, pág, 233.

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su buena y acertada dirección en las arduas empresas que hemos tenido entre

manos” (33).

Antonio Tomás Yegros, le escribe:

“Dígame pariente, por Dios, como nos hemos de componer, mire que (usted sabe

mejor) en cuatro días se pierde nuestra gran obra, y por consiguiente nuestra patria con

las resultas que amenazan ya esta conmoción” (34).

Una vez en el gobierno, consolidó su posición. Se hizo necesario por su

capacidad y labor. Fue el arquitecto de su propia elevación. A pesar de la

hipocresía de las fórmulas de fidelidad a Fernando VII, se diseña claramente el

rumbo que impuso a la Revolución. Sus convicciones políticas y filosóficas

hacían de él, desde 1810, un candidato a la dirección del movimiento de

emancipación. Su carácter le ganó ese puesto. Era de la pasta de los

revolucionarios auténticos como Francisco de Miranda y Mariano Moreno, y ni

sus más encarnizados enemigos se atrevieron a tacharlo de advenedizo o de

aprovechador de la revolución. Desde las primeras horas actúa como regidor

de los acontecimientos. El sol de mayo le sorprendió en las filas de los

fundadores de la patria.

EL. CONGRESO DEL 17 DE JUNIO DE 1811

El 28 de mayo de 1811, el triunvirato, de acuerdo con el Cte. del Cuartel

General, convocó a la Provincia a un Congreso general de vecinos, diputados

de las seis villas y corporaciones. Fue señalada la fecha del 17 de junio del

mismo año para la celebración de la magna asamblea que debía “fijar la norma

de gobierno y cimentar la forma de unión y relaciones con Buenos Aires”.

De acuerdo con la circular, se procedió a las elecciones en las tres villas y

tres villas poblaciones, con una limpieza que revela la conciencia ciudadana y

33 Báez; Obras citada, tomo I. 34 Garay: Obra citada.

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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la honestidad de las costumbres. En Villa Real de la Concepción se produjo

empate en la reñida elección, llevada a cabo entre los candidatos, Cte. Juan

Manuel Gamarra y José Miguel de Ibáñez. Francisco de Quevedo, Juez político

y comandante militar, decidió en favor de Gamarra. Villa Rica designó a José

Mariano Careaga; San Isidro de Curuguaty, a José Justo Qüin de Valdovinos;

San Pedro de Ycuamandyyú, a José Antonio Ibáñez; Rosario de Cuarepotí a

Pedro Regalado Martínez; y Pilar de Ñeembucú a Pedro Nolazco Díaz.

La Asamblea se reunió en la casa de los gobernadores, el 17 de junio, a

las 8 de la mañana. La presidieron el Dr. Francia, el capitán Juan Valeriano

Zevallos, y el comandante general de la plaza, capitán Pedro Juan Caballero.

Como actuario figuró el clásico escribano D. Jacinto Ruiz, calificado testigo de

los acontecimientos de la época, archivo viviente, de lealtad nunca

desmentida. Las corporaciones de la capital designaron seis representantes

que fueron: Fray José Baltazar de Casajús, José Antonio de Zavala y

Delgadillo, Fray Bernardino Enciso, Fray Manuel Tadeo de la O., Manuel

Atanasio Cavañas y Fray Felipe Santomé. Figuraron en esa asamblea los

hombres más expectables de la Provincia. Lejos de ser una reunión dócil, de

posturas unánimes, fue una asamblea de hombres conscientes, que ventiló con

sano juicio el destino de la nacionalidad en ciernes. Se procedió a leer los tres

bandos del 17 y 30 de mayo y 9 de junio y la carta de Carlos Genovés y

enseguida el discurso de la Presidencia. Este discurso, de puño y letra del Dr.

Francia, es un reflejo de las ideas del Contrato Social, un resumen de su

pensamiento político.

Intervinieron en los debates, además de Molas, el Pbro. Sebastián Patiño,

quien “se muestra conforme con la separación de Velasco, así como de los

individuos del Cabildo, que se designe una Junta superior y se envíe diputado

al Congreso General de Buenos Aires”. Le apoyó la mayoría del clero, entre

ellos los más ilustrados y respetados por su saber, como Hipólito Quintana,

Marcos Antonio Maíz, Santiago Robledo y el Chantre y Vicario José Baltazar de

Casajús. Francisco Haedo, diputado de comercio, Ventura Díaz de Bedoya y

Juan Bautista Achard, representaron la tendencia reaccionaria. El primero

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insistió en la reposición de Velasco, asociado a dos diputados. La proposición

de Mariano Antonio Molas fue apoyada por los principales oficiales

revolucionarios, los comisionados del interior y aun por jefes que no habían

participado de 14 de Mayo, como Manuel Atanasio Cavañas y Manuel Gamarra.

Triunfó la moción por aplastante mayoría. Comenzaron a votar los ciudadanos

que no ocupaban cargo alguno. Cada uno suscribió su voto. Las deliberaciones

y sufragio duraron desde el 17 al 20. No escapó a los concurrentes la gravedad

de las resoluciones que debían tomarse.

El futuro Dictador dirigió la asamblea, todavía indecisa. Vencida la

tendencia reaccionaria, una parte parecía inclinada hacia la federación con

Buenos Aires, foco de la revolución en el Plata. Pero el Dr. Francia ya se

mostró concentrado, misterioso, irreductible. Tejió la urdimbre de su sistema,

como una araña inexorable. Fue aclamado por unanimidad tanto para el cargo

de vocal, como para la diputación a Buenos Aires. El presbítero Manuel Antonio

Corvalán se opuso al envío de diputado a Buenos Aires, hasta que ella “se

conforme con la instalación de nuestra Junta Independiente y de ninguna

manera subordinada a aquella”. El Dr. Francisco Javier Bogarín auspició la

revolución, aunque prefería que en lugar de Junta, la autoridad elegida se

llame “Gobierno Provincial”, pidió la comunicación con Montevideo, entonces

refugio del realismo. El clero ejercía verdadera influencia por la cultura de sus

miembros. La exposición de Molas resultó consagrada. El vencedor de

Paraguari y Tacuarí, Cavañas, obtuvo numerosos votos para la Presidencia,

entre ellos los de Iturbe y Yegros. La Asamblea consagró la deposición del

Triunviro Velasco, con lo cual se cortó el cordón umbilical con la madre patria y

se dio un golpe de muerte a toda posibilidad de unirse con Elío y los

portugueses para combatir la revolución americana. Fue un primer paso

legitimador del afortunado movimiento. Pero aún estaba remota la

independencia absoluta. Fernando VII era invocado todavía, como un símbolo

o como un artificio convencional. El ambiente fue noble, inquieto, firme en su

propósito cardinal. La asamblea se caracterizó por la elevación de sus miras y

no perdió la línea con la lectura de una carta de Carlos Genovés, que revelaba

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las maquinaciones del ex gobernador Velasco con el Virrey Elío, residente en

Montevideo.

Los diputados de Villa Rica, Curuguaty y Pilar, apoyaron la moción de

Molas y añaden “que siempre que la Exma. Junta de Buenos Aires juzgase

necesario que la villa de su representación enviase igualmente un Diputado

particular de su parte al Congreso General de las Provincias, estaría su

República pronta a verificarlo”. Del Congreso del 17-20 de junio, surgió el

primer gobierno esencialmente patriota; se afirmó el concepto de la

autonomía; se expresó una voluntad colectiva por sus órganos más

representativos. Fue un paso decisivo hacia la independencia; el antecedente

necesario del Congreso Libertador del 1º de Octubre de 1813. Esa magna

reunión sancionó y dio validez jurídica a la Revolución de Mayo. Sus directores

fueron el Dr. Francia, Caballero y Yegros; su verbo, Mariano Antonio Molas.

Por gran mayoría se constituyó la Junta de Gobierno, bajo la presidencia

del Tte. Cnel. D. Fulgencio Yegros, e integrada por el Dr. José Gaspar de

Francia, Cap. Pedro Juan Caballero, Dr. Francisco Javier Bogarín, y Dr.

Fernando de la Mora. Yegros fue la personalidad militar culminante de la

revolución, el caudillo de mayor prestigio. Soldado de profesión y de herencia,

había ilustrado sus galones en la defensa del Río de la Plata contra los ingleses

y, más tarde en Paraguarí y Tacuarí. Caballeresco y correcto, generoso y

espontáneo, fue el paladín del Paraguay naciente.

Francia, el teórico, el doctrinario y consejero.

Caballero, el brazo fuerte de la revolución. El exponente vigoroso de su

juventud. Contaba 25 años.

Francisco Javier Bogarín, era un sacerdote ilustrado.

Actuó de Secretario D. Fernando de la Mora, educado en Córdoba, soldado

de la defensa de Buenos Aires. Fue la pluma, el cerebro del nuevo gobierno.

Redactaba bien. Era conceptuoso. Patriota a todas luces.

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La Junta realizó una apreciable obra de administración, creó escuelas,

suprimió la inquisición y defendió con indeclinable patriotismo la autonomía

paraguaya. Consolidó con sus acertadas medidas la paz. La Primera Junta

merece bien de la Patria (35).

EL CONGRESO DE 1813. – DECLARACIÓN DE LA INDEPENDENCIA

La Provincia del Paraguay o Guairá se halla enclavada en el corazón de la

América del Sud. La distancia del mar constituye un gran obstáculo para su

comercio. La escasa población es otro inconveniente, quizá el principal, para su

adelanto. No se conocían otros medios de comunicación que las embarcaciones

a vela que navegaban hasta los puertos del Plata, y la lenta carreta, que

llevaba hacia el Brasil desde Concepción o Curuguaty, y de la Asunción a

Itapúa. Su principal mercado era Buenos Aires. Allí se vendían el tabaco, la

yerba, los cueros, la madera. En esa ciudad estaban obligados sus hijos a

prestar servicio militar. (36).

Lo que fue Cádiz para la América, era Buenos Aires para el Paraguay: su

único y obligado mercado. Para completar las trabas se declaró “puerto

preciso” a Santa Fe, vale decir, puerto en el cual debía pagarse un impuesto

aunque no se hiciera escala o se desembarcara en ese sitio.

En los comienzos del siglo XIX, advino la revolución de la independencia

de Hispano-América, fenómeno continental que no puede atribuirse a la acción

de un hombre o de una sola ciudad. El pueblo paraguayo abatió el poder

español sin mayores esfuerzos. La distancia lo colocó a salvo de toda tentativa

de reacción española, del lado del Alto Perú. Los esfuerzos reaccionarios fueron

desplegados por el Virrey Francisco Javier Elío, desde Montevideo; corsarios

españoles aparecieron en el Paraná. Quedaba en pie el doble problema de su

35 “Acta del Congreso de 17 de Junio de 1811”. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco. Lats, I-29-22-7. 36 Véase F, R. Moreno: Independencia del Paraguay.

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autonomía del antiguo virreinato y de su liberación de las pretensiones de la

colonia portuguesa, a cuya cabeza aparecía, en aquellos instantes, la princesa

Carlota Joaquina, esposa de D. Juan VI, quienes habían llegado, en marzo de

1808, a Río de Janeiro, huyendo de las huestes napoleónicas. En 1812, fuerzas

portuguesas invadían el Uruguay. Artigas recibió en esa oportunidad algún

auxilio de la Junta, presidida por Yegros, si bien las circunstancias no permitían

a la Provincia enviar al Plata, tropas ni armas. “En Ayuí recibía subsidios del

Paraguay; tabaco, yerba mate, telas” (37). Se comisionó al Cte. Laguardia para

defender las líneas del Paraná y Uruguay contra los portugueses (38).

La misión del Paraguay, su colaboración, consistió en cuidar el flanco, el

N. E., de los amagos portugueses y en impedir toda reacción española. Gracias

a esa acción, del Guairá no provino ninguna expedición contra Buenos Aires,

contra la revolución, como ocurrió del lado del Alto Perú y de Montevideo. El

Paraguay fue un centinela.

Causas geográficas, históricas, etnológicas, obraban sobre la voluntad de

los hombres para hacer de la provincia una nación independiente, a pesar de la

comunidad jurídica y de costumbres que hubiera podido mantener la unidad

del virreinato.

El 12 de octubre de 1811 se firmó entre la Junta Superior Gubernativa y

los representantes de la Junta de Buenos Aires un tratado de alianza, amistad,

unión y límites. Por ese tratado se suprimió el estanco de tabaco que

usufructuaba Buenos Aires; se autorizó a vender lo existente y a cobrar en

Asunción la sisa y el arbitrio por la yerba, para destinar el producido a la

“seguridad y para hacer frente a las maquinaciones de todo enemigo interior o

exterior de la Provincia”; se señalaron los límites reconociendo también como

pertenencia del Paraguay el distrito de Candelaria, entre los ríos Paraná y

Uruguay, “No hay ni debe haber división entre una y otra Provincia. Los hijos

de Buenos Aires son y deben reputarse del Paraguay y los hijos de esta

Provincia son y deben mirarse como Patricios de Buenos Aires. Serán nuestros 37 Juan Zorrilla de San Martín: La Epopeya de Artigas. Pág. 236. 38 Ibídem, Pág. 257.

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enemigos los que se declaren contra aquel pueblo hermano y aliado”. “Sea el

grito general de todos: Morir por la Patria y por la común libertad”. Así rezaba

la circular del 14 de octubre suscrita por Yegros, Francia, Caballero y Mora. Por

mucho tiempo se siguió hablando en las comunicaciones oficiales de

“confederación” y de “solidaridad y unión”.

Por el tratado del 12 de octubre fue reconocida la independencia del

Paraguay. Se ajustó, asimismo, la libertad de comercio del tabaco y la rebaja

de un peso fuerte por cada tercio de yerba que cobraba Buenos Aires. Se

autorizó, además, la apropiación por la Junta, del remanente de tabaco de

pertenencia de la Corona Española. El gobierno de Buenos Aires prometió

establecer un moderado impuesto a la yerba. Fue suprimida también por dicho

convenio, la alcabala.

La primera medida adoptada por el Congreso paraguayo consistió en

reclamar la disminución de los gravámenes económicos.

El tratado no fue respetado por Buenos Aires, que sin ambages se decidió

a establecer un impuesto de 3 pesos por cada arroba de tabaco. Se

produjeron, asimismo, rozamientos a propósito de la colaboración para las

campañas guerreras y la detención de barcos paraguayos en Santa Fe, hechos

que fueron altivamente articulados por la Junta presidida por el brigadier

Yegros. La primera Junta realizó una intensa labor administrativa y creó

instituciones de enseñanza. Ayudó a Artigas. Defendió con celo la autonomía

paraguaya. Y se negó a enviar diputado a Buenos Aires, antes de obtener

satisfacción. Las gestiones de don Nicolás Herrera, enviado a la Asunción, no

fueron más eficaces que las anteriores confiadas a Belgrano y Echavarría.

El Congreso de 1813, integrado por mil vecinos y presidido por el alcalde

Juan Antonio Caballero y Añasco, aprobó un reglamento de gobierno; mudó el

título de “Provincia del Paraguay” por el de “REPUBLICA DEL PARAGUAY”,

adoptó el escudo y la bandera, creó un tribunal de última instancia en el país y

creó el Consulado, designando para integrarlo a F. Yegros y el Dr. Francia, con

tratamiento de “Excelencia” y la graduación y los honores de Brigadier. Selló,

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así, solemnemente, la declaración de la independencia absoluta de la República

(39).

La segregación del Paraguay se produjo lentamente al favor de la

anarquía que dilaceró la antigua sede virreinal, y fue precipitada por el

centralismo y la aduana de Buenos Aires, que se empeñó en gravar el

comercio paraguayo, sin contemplaciones (40).

La bandera nacional fue creada, tomando como modelo la tricolor

revolucionaria de Lafayette. No faltan sin embargo, investigadores que

encuentran los orígenes de la bandera, en los colores usados por el

contingente paraguayo en la Reconquista y la Defensa de Buenos Aires (1806 y

1807) (41) y enarbolada en los primeros días de la revolución asunceña.

UN GIRONDINO DE LA REVOLUCIÓN PARAGUAYA LAS IDEAS AMERICANISTAS DE MARIANO ANTONIO MOLAS

Mariano Antonio Molas fue un girondino de la revolución de 1811. Fue

educado en el Río de la Plata, donde hizo sus estudios de Derecho y se formó

en el estudio de abogado del Dr. Juan José Castelli. Regresó al país en vísperas

de los acontecimientos de Mayo, contagiado del liberalismo que ganaba toda

América, al favor de los libros clandestinos y del nuevo espíritu surgido de la

revolución francesa. Hombre de ideas liberales, espíritu noble, enamorado de

las reformas, consideró una injusticia la postergación que sufrían los criollos en

la vida pública y una necesidad cambiar el régimen gubernativo de los países

americanos.

Es un hombre de sistema, de pensamiento ya maduro.

39 Véase El paraguayo independiente, Nº 1 al 6, 26 de abril a 31 de mayo de 1845. Manuscrito existente en el Archivo Nacional de Asunción. El acta de la Asamblea fue publicada por el Álbum Gráfico del Paraguay, 1910. Ver, también, los comentarios del Dr. Antonio Ramos, en El Diario, de Asunción, edición dominical, año II, Nº 87, 19-I-1936. 40 Ricardo Levene: La revolución de Mayo. Pág. 4, “Paraguay y Uruguay se resistieron a pertenecer a Buenos Aires como ésta se había resistido contra Lima. Aparecieron intereses contradictorios: la absorbente política rentística de Buenos Aires que las industrias paraguayas debían soportar; el puerto de Montevideo que corría peligro de ser cerrado”. 41 Juan Francisco Pérez: Los símbolos nacionales.

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Molas pertenecía a una distinguida familia asunceña, de buena posición

económica. Es de todo punto admisible que el prestigioso abogado haya tenido

entendimiento con los revolucionarios para la preparación del movimiento

emancipador. El 15 de mayo aparece en el grupo de los Montiel, Domecq,

Aristegui, Valdovinos, Acosta, Mora, Rivarola, es decir, la juventud civil de la

revolución. Pero Mariano Antonio Molas no es un político ni un revolucionario

por resentimiento, sino un hombre de derecho, líder de las ideas

emancipadoras. A su personalidad, para ser completa, le faltaba la decisión, el

amor a la acción. Descuella desde las primeras asambleas y en los diversos

Congresos, como el vocero de la emancipación. Es el primero en proyectar

declaraciones, en proponer normas jurídicas para la organización política de la

Nación. En la asamblea del 17 de junio de 1811, además de las medidas

políticas, como la separación de Velasco y la constitución de una junta

netamente patriótica, propuso medidas de elevado concepto americanista.

Entre ellas pueden ser mencionadas la autorización para que los cargos

públicos fueran accesibles a todos los americanos de nacimiento. Sustentó los

principios de la Confederación de los pueblos del Río de la Plata, “para formar

una sociedad, fundada en principios de justicia, de equidad y de igualdad”; que

se enviara al Dr. Francia como diputado al proyectado Congreso de Buenos

Aires, con la condición de que “cualquier reglamento, forma de gobierno o

constitución que se dispusiera no obligara al Paraguay hasta tanto fuera

ratificado en junta plena y general de sus habitantes” y que los cargos

gubernativos no fueran vitalicios ni durasen más de cinco años, debiendo ser

siempre provistos por elección del pueblo y que “se suspendiera el

reconocimiento del Consejo de la Regencia, hasta la suprema decisión del

Congreso de Buenos Aires”.

Estas proposiciones formuladas en los días iniciales de la emancipación,

muestran la filiación americanista de sus ideas, la orientación democrática de

su espíritu.

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En el Congreso del 1º. de octubre del año 13, expuso con claridad los

propósitos de la Revolución; proyectó un reglamento, que equivalía a un

rudimento de Constitución y que fue aprobado por unanimidad.

Fue uno de los propiciadores del régimen y del nombre de “República del

Paraguay”.

Su contextura espiritual era la de un doctrinario. Carecía de la habilidad y

de la fuerza para imponerse y dirigir la revolución, pero la alimentó de ideas, le

dio su contenido jurídico. Como a la mayor parte de los oradores y voceros de

transformación social, le faltaba dureza para realizarla y llevarla a sus últimas

consecuencias. Amó demasiado la libertad para imponer el orden. Fue un

Mirabeau sin inmoralidades; un Vergniaud americano que traducía con su

elocuencia, el romanticismo y la belleza de la lucha por la redención del

pueblo, sin atisbar los riesgos fatales en los movimientos subversivos. La

audacia de su pensamiento no podía detenerse ante el fantasma de la

guillotina. Apreció perfectamente el alcance de la Revolución, la necesidad de

una transformación radical y profunda de la organización colonial para fundar

la independencia. Midió, asimismo, sus propias fuerzas, observó a los hombres

que actuaban en el reducido escenario asunceno, aquilató las capacidades,

auscultó los caracteres y se decidió por el más intransigente y frío de los

hombres de Mayo. Fue así cómo la candidatura del Dr. Francia para la Junta de

Gobierno de 1811 y la diputación al Congreso que debía realizarse en Buenos

Aires, así como para el Consulado de 1812, fue propugnada por el más

elocuente, puro e idealista de los Congresales. Por el hombre que estaba más

lejos de él.

Esa proposición fue una prueba de su desinterés y de su comprensión

psicológica del movimiento, de una lógica profunda, que sólo se encuentra en

las inteligencias agudas. Molas temió el predominio de la clase militar por un

lado, y vio por el otro que la revolución fracasaría en manos flojas, bajo la

dirección de temperamentos transaccionales. Se decidió por el radicalismo, por

el carácter, por la dureza y tenacidad en la ejecución del plan, por el sentido

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profundo de la revolución. Sólo así se explica que en 1814 fuera proponente de

la Dictadura Temporal. La aceptó como una necesidad, la consintió como un

expediente para la salvación de la Patria. Pesó los peligros y las ventajas del

predominio de aquel monje de la política, del místico de la revolución, leyó en

su frente los designios de la gran obra. Cuando se trató de la Dictadura

Perpetua, lógico con su doctrina, se opuso a ella, alegando que el gobierno

personal vitalicio era contrario al sistema republicano liberal, sin desconocer

los méritos sobresalientes del Dr. Francia.

Implantada la Dictadura Perpetua, Molas se recogió a la vida privada.

Siguió ejerciendo la profesión, contuvo sus sentimientos jurídicos, silenció sus

sentimientos, esperando que aquel régimen terminara la fundación de la

independencia por el imperio del orden, para reiniciar sus actividades y dar al

Paraguay su organización, a base de la libertad. Sufrió y esperó. Su pluma se

hallaba afilada para condenar la dictadura, para fustigarla, pero le faltaron

ocasión y medios. En aquel medio crepuscular no había un resquicio de luz que

le permitiera articular su protesta. Panfletario inédito, cuyas páginas quedaron

en blanco, por falta de imprenta en la lóbrega cárcel en que pasó doce años.

Molas fue un estoico. Se calló pero no se sometió. El despotismo tiene la

particularidad de perseguir las sombras, después de aplastar los peligros;

castiga las intenciones, después de aplacar las conjuraciones. El Dictador no le

molestó hasta el año 28. Pero aprovechó un incidente tribunalicio, la denuncia

del falseamiento de un proceso por el juez de la Recoleta, con motivo de un

homicidio, y apoyado en la denuncia de una madre que pedía justicia, lo hizo

arrestar. Molas era demasiado recto para trabajar en la urdimbre misteriosa de

las conspiraciones. Amaba sus ideas, pero la ambición no le acicateaba para la

acción. Le faltaba aquella dosis de santa ira que hizo la grandeza de Junio

Bruto.

La dictadura, que no trepidó en eliminar a Fulgencio Yegros, el jefe

militar de la Revolución, ni a Pedro Juan Caballero, que fue el brazo armado de

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ella, se detuvo ante aquel vocero del derecho. No se atrevió a inmolarlo a la

necesidad del orden. Se redujo a tenerlo preso, con libre comunicación.

Durante su larga prisión, escribió la Descripción de la antigua Provincia

del Paraguay, compendio de geografía y de historia, de positivo mérito. En ella

se hace justicia a la participación del Dr. Francia en la Revolución de la

Independencia. Un estudio cuidadoso del texto, autoriza a sospechar que se le

han hecho algunas interpolaciones, especialmente para denostar la figura del

Dictador. Fuera de esas interpolaciones el libro denota el conocimiento que el

autor tenia del Paraguay, desde el punto de vista geográfico, de las ciencias

naturales y de la historia. Parte de los datos consignados en él fueron tomados

del informe del Gobernador Joaquín Alós y Bru, y del naturalista Félix de Azara.

Se le atribuye asimismo El clamor de un paraguayo, panfleto lleno de

resentimiento, de amargura y de dolor. Es un grito salido de las mazmorras,

una protesta sin medida, invectiva despiadada contra el Dictador. Parece un

capitulo olvidado a Juan Montalvo.

Mariano Antonio Molas fue una figura romántica de 1811, el idealista más

puro del movimiento revolucionario. Su recuerdo debe ser perpetuado en

mármol en la plaza pública o en el recinto del Congreso, como el primer

parlamentario paraguayo.

La historia perpetúa muchas injusticias. A veces recuerda a los que

actuaron por casualidad y no a los que dieron contenido y orientación a los

movimientos libertadores.

Molas nació en Asunción, en 1787. Murió en 1844, pobre y entristecido.

Está aún esperando que la justicia lo arranque del olvido y lo coloque en el

altar de los servidores de la nación paraguaya.

LA SOLEDAD

El doctor Francia era un solitario. Aparece solo en el marco histórico, sin

alianzas ni amistades, y se proyecta sobre toda una época. Falleció en su

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cámara de soltero, sin otro cuidado que el de su médico, Vicente Estigarribia.

Su muerte no fue santificada por las lágrimas familiares. En cambio, el pueblo

rodeó su féretro y le tributó los honores debidos a los servidores de la Nación.

Su personalidad se destaca sobre un fondo oscuro, sin cómplices ni

colaboradores que atenúen sus culpas o enaltezcan su figura, recordada

apenas por el insulto o las socorridas comparaciones con que se suele combatir

las dictaduras. Esa soledad contribuye a su grandeza. Se le puede defender o

denostar, pero no empequeñecer. No necesitó de cooperadores para

imponerse a sus contemporáneos; ni necesita defensores ante la Historia, en la

cual aparece con la fría majestad de un monolito.

Fue un dios Término que señaló las fronteras de la Nación.

El Dr. Francia fue uno de esos espíritus solitarios que cruzan los caminos

del mundo, con un único pensamiento, una sola preocupación en la vida, sin

las debilidades y sin las virtudes generosas que hacen amable la figura de los

próceres. Dos cosas fortifican al político; la prisión y el destierro. Si es capaz

de meditar, entonces, aprende y se eleva. La soledad es siempre un ejercicio,

que conduce a los capaces de aprender a la elevación espiritual. El convento

tiene siempre algo de prisión y de destierro. Allí transcurrió su juventud y se

impregnó de disciplina.

La vida de este revolucionario fue una meditativa soledad, un paisaje gris

y rocalloso. Es casi deshumana, pero no en el sentido de la carencia de

atributos o como manifestación de inferioridad; no se le puede catalogar entre

los “infra hombres”, y menos aun entre los degenerados. Es “deshumana” en

el sentido de la elevación, del amortiguamiento de la sensualidad, de la

primacía del intelecto, del cálculo, de la fría razón, sobre los demás sentidos

corporales. En todo caso, una superación. Ni interés ni apetito. Un anormal,

pero por la elevación de su potencia anímica.

En un medio social de escasa cultura política, de nebuloso instinto de

independencia, aparece el doctor Joseph Gaspar de Francia y se hace el líder

de esa idea, el realizador de la aspiración colectiva. Apreciador de la magnitud

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de su obra y las dificultades que tuvo que superar, Augusto Comte le señaló un

lugar, en el 12º mes del calendario de grandes hombres, en la política

moderna, al lado de Franklin, Washington, Bolívar y Cromwell.

El caso del Paraguay no es único en Hispano-América ni es la primera vez

que un país renuncia a prerrogativas y derechos para salvar su independencia,

concentrándose en torno a un hombre. El fenómeno del cesarismo no es

privativo de Roma. Aparece en los momentos de transformación y de crisis. En

la era contemporánea, se produce el caso de naciones de cultura multisecular

que han entregado su destino a un dictador, para sobrellevar períodos críticos.

Con ello no se justifica el despotismo, como sistema, ni se teoriza la dictadura.

Se explica una época. El doctor Francia fue condenado por el criterio político-

liberal del siglo XIX, sin examen de las causas determinantes del medio y el

momento, que son las coordenadas obligatorias del juicio histórico.

Fue un gobierno, el suyo, al cual la leyenda ha envuelto en nubes de

polvo. Los documentos de la época denotan que no preparó electores ni

practicó el sufragio libre; no dictó una Constitución ni consagró los derechos

individuales en un Código. No fue un gobernante liberal ni un estadista de

sistema jurídico, sino el realizador de la independencia de un pueblo. Debe ser

juzgado en función de ese ideal, de los medios de que se valió, de la finalidad

que se propuso y del éxito de su empresa.

Para juzgarlo es menester ubicarlo en el tiempo y en el espacio, dentro del

marco de la época en que le tocó actuar. Es un derecho de la posteridad juzgar

los acontecimientos y los hombres del pasado, porque el hombre vive

enjuiciando a los que fueron y avaluando su presente. Sería preferible, sin

embargo, pintarlos objetivamente, retratarlos con la pintura de la época,

destacarlos del conjunto de sus contemporáneos, sin apologías ni diatribas,

para que el juicio surja de los hechos como una resultante.

No existe un patrón para juzgar a los héroes y estadistas. Es necesario

pintarlos como fueron, con sus vicios y virtudes; pesar los bienes y males que

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hicieron, mostrarlos en la vasta complejidad que es una vida humana y no en

las secas líneas de un esquicio.

La dictadura del Dr. Francia no fue un hecho esporádico ni aislado en la

Hispano-América de comienzos del siglo XIX. Era un régimen generalizado, un

fenómeno político, cuya implantación no es posible propugnar en nuestros

días. El mundo sudamericano se incorporó al régimen del gobierno libre, sin

preparación, sin la tradición del pueblo inglés llevada a Estados Unidos, sin

educación democrática, con la masa analfabeta, con un crecido porcentaje de

indios y mestizos, con pequeños núcleos ilustrados, que fueron los directores

de la emancipación. Estas minorías selectas no siempre subsistieron, pues

fueron desalojadas por los caudillos que trasuntaban la incultura y las pasiones

de la época. La dictadura sudamericana es un fenómeno político de amplio

contenido social; un período de transformación, época de fermentaciones. El

régimen del gobierno libre requiere un aprendizaje, impone ensayos y

experiencias costosas. Algunos pueblos cayeron bajo el régimen de las

dictaduras; otros, se debatieron en la anarquía, durante largos años, como

resultado del desequilibrio entre el régimen adoptado y la incapacidad para

cumplirlo. Aparecieron los caudillos, fenómeno político que debe ser estudiado

con criterio objetivo, como una etapa de transición en la democracia

continental.

El caudillo fue la expresión de un estado de atraso, de descomposición, de

falencia de las normas jurídicas. El caudillismo fue la nucleación de las masas

en torno a los hombres de coraje o de prestigio, en lugar de los partidos de

programa, que exige el régimen constitucional. Fue un estado intermedio, del

cual quedan aún vestigios y resabios; una fuente impura y primitiva de la

opinión pública. Se seguía a un hombre, a un trapo de color, como

manifestación del instinto de las masas, que buscaban una orientación. El

caudillaje es un hecho social; el caudillo lo trasunta y lo individualiza con sus

modalidades personales.

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Artigas y Ramírez son caudillos heroicos, embanderados de causas

regionales. Son instintivos, más intuitivos que cultos; más pasión que cerebro.

García Moreno, el Protector del Ecuador, es el fanatismo religioso erigido en

eje del gobierno. Su cultura estaba nublada por la pasión religiosa. Ibarra es

también un caudillo fuerte e inculto del interior.

José Gaspar de Francia es otro tipo de hombre y de gobernante. No es un

caudillo; no ha ganado batallas; no es orador. Su primacía viene del orden

espiritual.

Fue uno de los inspiradores de la Revolución del 14 de Mayo, según

Mariano Antonio Molas, Alfredo du Graty, Tomás Guido, Carlos Antonio López y

Blas Garay. Ingresó en la Junta de Gobierno de 1811 con su único capital, que

fue la ilustración. El Dr. Francia es la dignidad y el predominio alcanzados por

la inteligencia, en las luchas políticas. Pero no nació auditor o secretario fiel de

fechos; no se contentará con asesorías o concejalías. Debe actuar

principalmente porque es un carácter; es una existencia sustantiva y no de

esas capacidades que suelen servir de mascarón de proa y fiel de hechos a las

situaciones. No se rebaja hasta la masa; se coloca por encima de ella y la

conduce: Non ducor, duco! No atiza las pasiones populares, sino las somete.

En vez de ir al club, lee a Rousseau; en lugar de pronunciar discursos, trabaja

en el gabinete. Su razonamiento es un tanto confuso, pero sabe bien lo que

quiere; tiene un ideal político definido, conoce el sentido de la Revolución

americana; sabe que ella tenía que ser una profunda transformación social y

no un mero cambio de gobernantes. Es un hombre de doctrina y tiene fe en

ella. Como hombre público tiene prestigio y no popularidad transitoria. Cuando

renuncia a la Junta y se retira a Ibiray, en setiembre y diciembre de 1811, las

dos veces, Pedro Juan Caballero y Antonio Tomás Yegros le escriben

suplicándole su reincorporación en términos que traducen la importancia del

ascendiente que tenía en la Revolución y el concepto que merecía de los dos

más altos jefes militares criollos; el Cabildo de Asunción, por su parte,

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integrado por elementos conservadores, hizo cuestión de su presencia, como

garantía de acierto y buen gobierno. Así inició su predominio (42).

El Dr. Francia elevó su pensamiento a la categoría de deber, y su deber a

la categoría de religión. Se entregó a él plenamente. Hay hombres que

cumplen su deber con sencillez y tolerancia. La piedad cubre con su manto las

más graves medidas. Otros, en cambio, lo cumplen con cierta dureza

voluptuosa, con gélida rigidez. El Dr. Francia fue de éstos. No concebía la curva

que conduce con cierta tolerancia y retardo, sino la recta, que a veces dilacera

y maltrata los obstáculos que encuentra en su ruta. La dureza, el despotismo,

fueron el corolario de su intransigencia. Era un cerebral típico. Un introvertido

según la moderna clasificación de Young.

DOS DISCÍPULOS DE JUAN JACOBO: MAXIMILIANO Y JOSÉ

GASPAR

Estos discípulos de Rousseau actúan en medios distintos. Mientras

Robespierre quiere destruir el andamiaje de los siglos que ha creado la

Monarquía francesa, José Gaspar, el revolucionario paraguayo, se propone

arrasar la organización colonial española, para crear una república, allí donde

no existía sino una provincia. Se nota en ellos, similitud de pensamiento, pero

diferencia en los medios en que actúan.

La diferencia resalta juzgando la respectiva actitud frente a la religión.

Ninguno de los dos, Francia ni Robespierre, son ateos. El Dr. Francia respetó la

religión cristiana y no erigió, como el otro, altar al Ser Supremo, en el Campo

de Marte. “Profesad la religión que queráis – dijo a Rengger y Longchamp –

pero no seáis ateos”. Asignó sueldos a los curas párrocos y pensión al Obispo.

El ateísmo para estos reformadores constituye un delito y un peligro porque la

sociedad carecería de base. A pesar de todo, el Dr. Francia siguió siendo el

42 Manuscritos en el Archivo Nacional de Asunción. Publicados en la obra de Blas Garay La independencia del Paraguay.

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creyente de Córdoba. El Dios de Robespierre es una expresión inexorable, un

rector de la Naturaleza, algo con que llenar el vacío que dejaba el catolicismo

desalojado por la Enciclopedia.

Ambos persiguen un propósito político. Robespierre sueña, con Saint-

Just, en la felicidad colectiva, en una Europa redimida por la Revolución, regida

por el contrato social, con la aristocracia humillada. El Dr. Francia quiere

fundar un Estado, y a él lo subordina todo: religión, comercio, instrucción,

instituciones, cabildo. Es un totalitario. A su juicio, y de acuerdo con su rígida

fórmula política, ante todo debe crearse, allí donde no había sino factores

materiales informes, el Estado. Parece un rodillo que aplana y limpia. O una

rastra. Al amparo del orden debe surgir por ley natural la nueva sociedad, sin

privilegios. Para realizar esta transformación se suspenden los derechos. Toda

tentativa contra ese pensamiento será considerada delito. Para ambos

revolucionarios, el peligro está tanto dentro como fuera de las fronteras y se lo

aplaca con igual ferocidad.

José Gaspar actúa en un ambiente distinto del que sirvió de teatro al

notario de Arras. Maximiliano aparece en la Francia elegante, ilustrada, de

fines del siglo XVIII, después que la opinión ha sido trabajada por Voltaire, por

Diderot, D’Alembert, y la Enciclopedia. La política del Comité de Salud Pública

viene después de la elocuencia tumultuosa de Mirabeau, de la audacia

incandescente de Danton, de la furia sangrienta de Marat; cuenta a su lado un

santo laico y cruel, Saint-Just; tiene como ambiente la Convención; como

marco, París; como altar, el Campo de Marte; como órgano, la guillotina. El

Dictador paraguayo es hijo de la Universidad de Córdoba, vive en una pequeña

ciudad colonial, a orillas del Río Paraguay; en el corazón de Sudamérica, actúa

en un medio nuevo, en los días de creación de un pueblo, en que el concepto

de patria es todavía nebuloso. La selva le sirve de escenario. Sus enemigos no

son el Rey y la nobleza, sino España y los países vecinos, a quienes tiene que

hacer reconocer la independencia. El “Emilio” tiene que aplicarse, pues, en dos

ambientes totalmente distintos. Pero si difieren por el medio en que actúan, se

parecen en la virtud; son condiscípulos en doctrina; ambos son motores de

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transformación social. Robespierre teoriza para castigar; el Dr. Francia es un

pragmático, un realista. Al uno le llega su Thermidor; cae; el otro, subsiste un

cuarto de siglo en el gobierno. El incendio devora al uno; al otro, le ayuda,

suprimiendo a sus enemigos.

Robespierre es cruel y austero como su colega americano. El

rousseauniano paraguayo no cuenta a su lado consejeros ni colegas. Gobierna

solo. Domina la revolución; no es devorado por ella. Su preponderancia no

dura algunos meses. No conoce “Jacobinos” ni “Girondinos”. Su régimen, antes

es una opresión que el funcionamiento de la guillotina. El Dr. Francia actuó sin

apoyos y sin compañeros, en su larga dictadura. No tuvo a su lado el aliento

caldeado de los clubes revolucionarios, ni le seguía el populacho sediento de

venganza y de redención. Trabajaba en frío, en colaboración con el tiempo,

pesando la realidad, superando los obstáculos. Sólo descansaba cuando leía.

Vivía solo. Paseaba seguido de una escolta y usaba pistola. Ni la guillotina ni la

Consiergerie, ni clubes, ni Convención que legalice su Dictadura. No asciende

como el otro sobre el oleaje inconstante de las pasiones populares. No es el

hijo del tumulto. Es un revolucionario metódico.

El Dr. Francia no azuzaba las pasiones populares, no daba diversiones, no

fanatizaba al pueblo, ni se valía de la prédica del sacerdote ni de la cátedra del

maestro, para defender su gobierno. Al contrario de Robespierre; es un

realista, pisa el suelo, observa la vida nacional, toca sus propios instrumentos

de trabajo. Es laborioso en grado sumo y muy minucioso. Se ocupa de

instrucción militar, de agricultura, de ganadería, de la defensa de la frontera;

cambia el régimen tributario, lo hace más racional, más flexible; disminuye los

gravámenes; diariamente escribe oficios, despacha instrucciones, atiende el

expediente. Es un aplicador de las doctrinas de Rouseau en el medio

americano, en un pueblo en formación. No trata de buscar la felicidad social,

como quería Saint-Just, sino de crear un Estado. A su sombra se va

organizando la Nación. Todos sus papeles quedaron en el Archivo Nacional, sin

excepción. Ahí están, como prueba de que aquel estoico no temió el examen

de la posteridad.

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El Dr. Francia es un sistema, y también un hombre de excepción. Su

dictadura es del tipo romano. Se siente intérprete de su pueblo, depositario de

su confianza, paladín de su independencia en los confusos e inciertos días

iniciales. Cumple su misión con singular eficacia y dura mano. En su persona

no debe buscarse transigencia ni tolerancia y tampoco generosidades. Su

figura no es simpática. No seduce de lejos ni tiene el nimbo romántico, que

tanto adorna, pero no engrandece, a los próceres. Si bien, según testimonios

valederos, en lo privado era amable y de interesante conversación,

oficialmente no usaba más que la careta de la gravedad. Su ceño adusto

hablaba de hondas preocupaciones. El pueblo se acostumbró a ver en él un

misionario, a pesar de su tiranía.

Los sepulcros de ambos revolucionarios fueron violados por manos

vengadoras. Una noche obscura, sombras desconocidas sacaron del

cementerio del Errancis los restos del Incorruptible Robespierre, y lo

desparramaron. En 1870, una familia enemiga penetró en el templo de la

Encarnación, y sacó de las bases del altar los huesos del Dictador Francia y los

arrojó al río. Identidad de fines de dos destinos parecidos. Ambos discípulos de

Rousseau, murieron solteros; fueron austeros en las costumbres, cuidadosos

de su persona, sin amores ni codicia.

EL REVOLUCIONARIO

El pueblo paraguayo ama la inteligencia y la energía. Para colocarse a la

cabeza de él, necesario es poseer alguna de esas dos cualidades. Perdonará

faltas, errores y abusos, al que brilla por su talento o al que se impone por la

energía. El Dr. Francia poseía indudablemente esas cualidades. Actuó en

primera línea durante el proceso revolucionario del año 11, expuso con

claridad su criterio y no tuvo inconveniente en retirarse antes que ceder en sus

convicciones. A la menor presión se refugiaba en su chacra de Ybiray. A pedido

unánime, accedió a reingresar en el gobierno, pero lo hizo con una autoridad

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crecida y con los prestigios que le ganó la clemencia que consiguiera para los

conspiradores detenidos con motivo de la intentona contrarrevolucionaria del

16 de setiembre de 1811. (43).

Por un proceso natural, la actuación deliberativa de las diversas Juntas

derivó hacia la concentración de poderes. De cinco miembros que contaba la

primera Junta se redujo, después, a un Consulado, a la manera romana, de

acuerdo con un proyecto del Dr. Francia. “Dividiendo grandeza y poder” reza el

himno. Ambos con jerarquía de brigadier, y con distribución de todo, desde las

sillas consulares hasta armas. Se decretó la formación de un 2º. batallón, que

fue colocado a las inmediatas órdenes del Cónsul Civil. Fulgencio Yegros estaba

aureolado de prestigio; era un patricio rico, un caudillo conspicuo. Su

compañero era, en cambio, un realista de la política, a la manera de Bismarck,

que no se dejaba llevar por la apariencia. Exigió la efectividad del poder.

Estudiaba los expedientes, resolvía los asuntos, se imponía por su labor. No

tenía la viveza vulgar de los políticos criollos. Sabía lo que quería. Era un

hombre de sistema, al lado de revolucionarios románticos como Mariano

Antonio Molas o de un patriotismo instintivo, como Pedro Juan Caballero.

Durante el Consulado Yegros-Francia se dictaron algunas medidas de

gobierno para la organización y progreso del país; se decretó la fundación de

escuelas y se prohibió el casamiento de españoles con mujeres blancas

americanas (decreto del 1º. de marzo de 1814). Dura medida fue ésta última,

que palidece, sin embargo, ante medidas tomadas contra peninsulares en otras

partes de la América Española. El decreto produjo como fatal consecuencia la

disolución familiar, obstaculizó la formación de hogares y aumentó el número

de hijos naturales, al poner valla a ese derecho a los numerosos españoles que

vivían en el país. Pero el amor no se reprime con el derecho. Busca sus fueros

por caminos ocultos, cuando se lo obstaculiza. La revolución en toda América

apeló al expediente de la “capitis diminutio” de españoles y hasta llegó, en

ocasiones, a la muerte civil. Los bienes de extranjeros fallecidos se atribuían al

43 Documento en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Col. Río Branco. Lata I-29-22; Archivo Nacional de Asunción. Notas del Dr. Francia al Cabildo de setiembre 3 y diciembre 15 de 1811. Vol. 4. Nº 19-24.

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Estado. Era como un afán de aniquilar todo el poderío español en sus diversas

manifestaciones. Era una forma de la “guerra a muerte” que decretó Bolívar.

El Dr. Francia comenzó su predominio poniendo de lado al Dr. Pedro

Somellera, antiguo consejero de Velasco, sospechoso de “porteñismo”. En las

asambleas consiguió la eliminación del clero, así como de los elementos que no

fueran francamente adictos a la revolución. Dispuso, también, la sustitución

del Cabildo anti-revolucionario del 13 de mayo, por otro patriota que se instaló

el 21 de junio de 1811. En la Junta, obstaculizaba la presencia del Dr.

Francisco Javier Bogarín, sacerdote ilustrado, pero blando de carácter. El

Cabildo, en connivencia con el comandante Antonio Tomás Yegros, pidió la

separación de Bogarín el 2 de setiembre de 1811, a la cual tuvo que acceder la

Junta de Gobierno, integrada a la sazón por Yegros, Caballero y de la Mora. El

severo vocal decano salió triunfante. Restaba la influencia de Fernando de la

Mora, secretario insinuante, tipo de esos hombres que gustan hacer el papel de

“eminencia gris” en los acontecimientos. No tardó en eliminarlo, valiéndose de

algunas sospechas de “porteñismo”, de la supuesta ocultación de documentos

y correspondencia con los portugueses, cargos que fueron ratificados por

Yegros y Caballero, en la resolución respectiva. La compañía de hombres tan

insospechables quita a la eliminación todo color de venganza o de persecución

personal. De la Mora se defendió, de tan graves imputaciones, pero ya quedó

fuera del círculo gubernativo. Más tarde, fue preso en compañía de los

conspiradores del 19.

La revolución devoraba a sus propios hijos. Sucesivamente fue devorando

a los militares como Yegros y Caballero y luego a sacerdotes y civiles como

Bogarín, Mora y Molas. En esa hoguera que consumía inocentes y culpables, en

esa tarea de destrucción de los compañeros de causa, que suele caracterizar al

período post-revolucionario, sólo subsistió el Dr. Francia.

En los movimientos convulsivos y transformadores predominan los

intransigentes, los radicales, los inescrupulosos. Los tibios, los indecisos,

suelen ser dejados en la vera, hasta que se produzca el equilibrio necesario.

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Los moderados de la revolución paraguaya fueron acusados de “porteñismo”,

imputación equiparada a la categoría de delito y castigada como tal por el que

se creía depositario exclusivo de la causa revolucionaria. La lucha significaba la

doble tarea de hacer imposible la restauración española, y preparar el terreno

para impedir la unión con Buenos Aires. “Porteñismo”, en el lenguaje del Dr.

Francia, era sinónimo de enemigo. Tal era el clima espiritual de aquella época.

La revolución implicaba un cambio de estructura social: substitución de la

clase dirigente peninsular por los criollos; incorporación de la masa a la vida

del Estado; ruptura de todo vínculo de dependencia. Los nativos reivindicaban

el derecho de regirse por instituciones propias. No era un partido que

substituía a otro en el poder; era una nacionalidad naciente que reemplazaba a

los conquistadores. América dueña de sí misma. Así rezan los fundamentos de

un decreto del Dictador. La tarea del revolucionario era en ese sentido, una

obra de remoción, de abatimiento: destruir los cimientos y el andamiaje de la

colonia española; derogar sus instituciones, arruinar el partido reaccionario; y

luego, combatir a los que acariciaban la idea anexionista. Tal directiva siguió el

Dr. Francia con dureza extraordinaria. Su vocación revolucionaria tiene la

inexorabilidad de las fuerzas naturales. Nada le conmueve ni nada le detiene.

Ni su pensamiento ni su acción sufrieron desfallecimientos. Del 11 al 40 es un

rumbo fijo. Pero al mismo tiempo que destruye el armazón colonial, alienta las

fuerzas sociales que han de integrar la nación. La primera faz, oscura pero

fuerte, es la del revolucionario, Y como tal ocupa lugar eminente en la Historia.

Puede ser parangonado con los más recios transformadores políticos.

CUALIDADES PERSONALES

El ascetismo caracterizó la madurez del Dr. Francia. En la juventud mostró

inclinación hacia las mujeres y el juego. Gastaba generosamente el dinero

ganado en el bufete. Se refiere un amor desafortunado con Clara Zabala, hija

del Tte. Coronel José Antonio Zabala y Delgadillo, que desahució sus

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pretensiones. Después no se le conocieron otros amores ni noviazgos. Las

afecciones ocupaban poco espacio en esa alma frígida, absorbida por un

propósito fundamental. Nunca quiso enajenar su independencia. Llegado al

Gobierno, su vida privada fue de gran recato. Este monje de la política, este

monoideico (44) era un tímido en las relaciones amorosas, sin ser un

defectuoso. Las rarezas de su carácter fueron tomadas como signos de

extravagancia y hasta de demencia. Así su admiración por Napoleón fue objeto

de burla para Alfredo Demersay. Corrientemente se afirma que lo imitaba en la

forma de vestir, cuando en realidad usaba la indumentaria de la época. El

corso no usaba trenza; el Dictador sí la gastaba, y bien peinada. Hombres muy

eminentes de todas las épocas han admirado al genial estratego. No es

extraño encontrar en cualquier escritorio, un busto de Bonaparte, hecho que

no puede ser tomado como indicio de locura del poseedor. A los hermanos

Robertson les causó extrañeza encontrar sobre el escritorio del Dictador un

retrato de Napoleón, pero no constataron que en la misma sala, presidiendo la

severidad de los anaqueles, llenos de libros, estaba un retrato de Benjamín

Franklin, cuya vida y virtudes admiraba el revolucionario paraguayo. (45)

Se inició en la vida pública con algunas pasiones violentas, rivalidades en

la profesión y competencia de cátedra, que lejos de abatirle, le habilitaron para

la lucha. Los obstáculos perfeccionaron su espíritu hasta llegar al final de su

vida, por ásperos y solitarios caminos, a un grado de concentración y energía

extraordinarias. No se puede, sin embargo, afirmar que careciera de

satisfacciones. Era un hombre bien dotado espiritualmente. Vivía por

anticipado sus proyectos. No era un soñador sino un planeador. El alma

también tiene su paisaje. Los solitarios gozan de voluptuosidades desconocidas

por los que viven sólo el presente; dialogan consigo mismos y están en un

44 monoideico: ¿Habrá querido expresar el autor “con una sola idea”? 45 Bartolomé Mitre en su obra Historia de Belgrano , consigna en la nota final al Cap. XVI, tomo II, tratando de la misión Belgrano-Echeverria, lo que el mismo Echeverría, le contó un día: “Al despedirse del Dr. Francia, los dos comisionados, quiso que llevasen un recuerdo y les ofreció una historia manuscrita del Paraguay y el retrato de Franklin, que adornaba su estudio, que era un rico grabado de acero. ‘Este es el primer demócrata del mundo, y el modelo que debemos imitar, les dijo, presentándoselo a Echeverría. Dentro de cuarenta años puede ser que estos países tengan hombres que se le parezcan, y sólo entonces podremos gozar de la libertad, para la cual no estamos preparados hoy’, dijo”.

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coloquio sin ruido con los acontecimientos. Por eso son tan intensas las vidas

silenciosas. Así como la sombra es propicia al pensamiento, el silencio es una

caparazón de los reformadores que maduran. Era reputado como el hombre

más culto de la Provincia. Ejerció varios cargos con severa dedicación. Su

carácter era duro, honesto, rectilíneo. Arrancado del seno de los

acontecimientos en que actuó y que le dieron celebridad, el Dr. Francia, sería,

siempre, un caso interesante, una lección de psicología. Hay que penetrar en

su alma con escala y linterna. Se podrán discutir sus actos, pero es imposible

amenguar la pureza y magnitud de su personalidad, que va emergiendo de la

sombra, en líneas luminosas, como los retratos de Tintoreto. Fue un hombre-

acontecimiento, tejió la urdimbre de la historia, con la fatalidad de una fuerza

de la naturaleza. En este mundo no tuvo otra debilidad que el poder. Buscó el

mando como Robespierre, la fuerza como Cromwell, la dirección única como

Cavour, para encaminar la sociedad hacia derroteros previamente trazados por

su vigorosa mente, sin sopesar con equidad los fines perseguidos y los medios

empleados por su despótico gobierno. Fue calculador, implacable y frío, pobre

de imaginación; uno de los discípulos más consecuentes de Juan Jacobo en

América. Su espíritu se formó en las explosivas páginas de la Enciclopedia.

Pero no fue un demócrata sino un partidario de la dictadura ilustrada, un

precursor del positivismo político. Quería el bien del pueblo, pero realizado sin

su concurso. Por eso, no trabajó para elevar la cultura intelectual, sino de

extender el bienestar.

Los que le conocieron pintan su figura con los siguientes rasgos: Pequeño

de estatura, magro, nervioso, la tez amarillenta de los que padecen del hígado,

ojos grandes y vivos, frente amplia, severo el rostro. Todo en él habla de

hondas y graves preocupaciones. Reservado y melancólico, a pesar de ser

metódico y austero, carecía de la normalidad del “buen burgués”. Antes bien,

muchos rasgos muestran trazas de desequilibrio de su personalidad, que, lejos

de rebajarlo, lo habilitaron mejor para la empresa a que dedicó su vida.

Aseado y cuidadoso de su persona; buen conversador, que sostenía el tema

hablado siempre en primera persona del singular, su sátira estaba más cerca

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de la burla que de la ironía. Carecía de matices. La costumbre de mandar

consolidó su intolerancia.

Como todo auténtico revolucionario, fue un evocador de Roma; pero como

obrero de una sociedad futura, el pasado le inspiró, pero sin atarle. Le

repugnaban los privilegios y las diferencias sociales. Fue esencialmente

igualitario. Razonaba, como buen lector del Contrato Social, que “la naturaleza

ha hecho bueno al hombre y sólo la sociedad lo ha corrompido”. A su juicio era

menester desmoronar el viejo régimen para que naciera una organización más

justa y humana; aproximarse a la naturaleza, inspirarse en ella, para descubrir

sus leyes inmutables y sanas. Iguales a flor de tierra son los hombres, porque

ella no hace distingos. El Estado es fruto del contrato: la sociedad es un

consentimiento. Todo privilegio constituye una violación del pacto. El Estado ha

sido fundado para realizar la justicia para todos. Los teóricos de su escuela no

persiguen la igualdad económica, sino la igualdad jurídica. La paridad ante la

ley, ni el nacimiento, ni el color, ni la riqueza deben crear diferencias entre los

hombres. Para realizar esa transformación los jacobinos de Europa y América

apelan a los medios más violentos, desde la revolución de estructura hasta los

despotismos más rigurosos. El Dictador paraguayo resultó así el aplicador de

una doctrina universal en el nuevo mundo. Su obra es un ensayo que rebasa el

ámbito nacional; es la tentativa de realización de una corriente del

pensamiento moderno, o mejor dicho, de la concepción filosófica del siglo

XVIII, como la propugnó Mariano Moreno en el Río de la Plata.

EL DR. FRANCIA, APRECIADO POR LOS PRÓCERES ARGENTINOS

Manuel Belgrano, creador de la bandera argentina, comandó la expedición

enviada al Paraguay por la Junta de Gobierno de Buenos Aires, a comienzos de

1811. Capituló en Tacuarí, pero en lugar de las duras exigencias del vencedor,

halló en los paraguayos consideración y fraternidad. Al retirarse no sólo llevó

su efectivo y sus bagajes, sino que el ejército mandado por el Tte. Cnel.

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Manuel Atanasio Cavañas, rindió honores al adversario ocasional, vencido tras

ruda lucha. Fue acompañado hasta Corrientes por oficiales paraguayos, que

tuvo oportunidad de conocer en la defensa de Buenos Aires, a los cuales

informó sobre los propósitos de la revolución de Mayo.

Más tarde, el Gral. Belgrano volvió a la Asunción como plenipotenciario,

acompañado de Vicente Atanasio Echavarría y suscribió con la Junta de

Gobierno, el tratado del 12 de octubre de 1811. Razones le asistían para

conocer a los paraguayos, las interioridades de la revolución, su tendencia y

sus hombres. Como general y como plenipotenciario trató a los directores del

movimiento, les pudo apreciar y juzgar. Su juicio, es pues, valioso. El Gral.

Belgrano, una de las figuras más puras de la revolución americana, se dirigió al

Dr. Francia, en términos consagratorios. En las notas cambiadas entre la Junta

de Gobierno y los plenipotenciarios de Buenos Aires, se lee esta expresión, que

caracteriza aquellas horas de ferviente devoción a la causa americana, y la

comunidad de pensamiento que reinaba: “... que todos los naturales de este

hemisferio están animados de unos mismos sentimientos: Labrar la felicidad

de su suelo natal o sepultarse entre sus escombros”.

La carta de Belgrano da la impresión de que el Dr. Francia ocupaba una

destacada posición en la política paraguaya, por gravitación natural; que era el

hombre de la revolución, cuya amistad interesaba para la obra común, Héla

aquí:

“Mi querido amigo: no puedo menos de significar a V., contestando la suya de 19 del

pasado, que me es sobremanera sensible que V. piense en la vida privada en unas

circunstancias tan apuradas como estamos: no me atrevo a decir que amo más que

ninguno la tranquilidad; pero conociendo que si la Patria no la disfruta, mal la puedo Yo

disfrutar, hago esfuerzos para olvidar mi inclinación, y me entrego a todos los contrastes,

desechando cuanto obstáculo pueda presentárseme; y siendo Yo así, que no hago falta

en parte alguna, ¿he de persuadirme que mi amigo. el Dr. Francia, en quien concurren

talentos, probidad, virtudes, y que es único capaz de dirigir el timón de su Patria, lo

abandone? V. será responsable a la posteridad si permanece en esa idea, y ese es el

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juicio más sensible, ni el de nuestros contemporáneos que al fin se decide por las

pasiones más ridículas. Vuelva V. a su ocupación; la vida es nada si la libertad se pierde;

mire V. que está muy expuesta, y que necesita toda clase de sacrificios para no perecer.

Todavía dura la contestación con Mono. y tenemos en esta un Oficial Portugués que

ha traído pliego de Sousa: el Gobierno instruirá a la Junta de todo, y nosotros esperamos

que se imprima para imponernos con certeza.

No he visto a Castelli muchos días ha; por que no he tenido tiempo: él escribió a V.

según me dijo; le manifestaré la suya antes de salir para el Rosario, adonde marcho con

todo mi Regimiento en esta semana.

Cuide V. de la Patria, no le quite sus luces, ni energía como se lo suplica su amigo.

Ml. BELGRANO.

Buenos Aires 19 de enero de 1812.

Sr. Dr. Dn. JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Asunción”. (46).

Fray Cayetano Rodríguez, en carta dirigida al Dr. Francia, el 19 de enero

de 1813, le dice refiriéndose a su reincorporación a las actividades

gubernativas: “Todos escriben de esa Capital complacidos y aquí hemos

entrado en parte de su gozo, prometiéndonos los felices resultados que son

consecuencia del talento, del celo y de la prudencia. El Señor, que le ha

dispensado a Vd. estas dotes necesarias para un justo Gobierno, quiere por su

bondad realizar sus buenos efectos.” (47)

Para completar la información sobre el alto concepto que gozaba el Dr.

Francia en el Río de la Plata, sólo falta encontrar su correspondencia con el Dr.

Juan José Castelli, a quien le unían vínculos y similitudes espirituales.

46 Fulgencio R. Moreno: La Prensa del 24 de junio de 1923, Buenos Aires. 47 El Dr. Francia y la Junta Gubernativa, por F. R. Moreno. La Prensa , 22 de julio de 1923, Buenos Aires.

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CUARTA PARTE

LA DICTADURA

LA DICTADURA TEMPORAL

FUE DECRETADA A PROPUESTA DE MARIANO A. MOLAS EN EL

CONGRESO DE 3-4 DE OCTUBRE DE 1814

El 7 de setiembre de 1814, los Cónsules de la República convocaron a un

Congreso General de vecinos, de acuerdo con lo dispuesto el año anterior, y

expidieron las instrucciones correspondientes con fijación de las condiciones de

elector. Fueron excluidos de la elegibilidad los clérigos para evitar su

intromisión en la política; los alcaldes de 1º. y 2º. votos, los adversos a la idea

revolucionaria y los solteros menores de 23 años.

El Congreso se reunió bajo la presidencia del Dr. Francia en el templo de

la Merced, el día 3 de octubre. Previa las deliberaciones del caso, se resolvió:

concentrar el poder en manos de un Dictador, cuya duración sería de cinco

años; reducir el número de diputados a 250, y recomendar la redacción de un

nuevo reglamento de gobierno. El Dr. Francia, electo por aclamación, prestó

juramento en manos del comandante José Miguel Ibáñez, y expidió la siguiente

circular:

“El Testimonio adjunto instruirá a Vm. de las deliberaciones del último Congreso

Gral. celebrado y concluido felizmente en los tres días tres y cuarto del corriente. En ellas

se advierte la resolución de reunir y concentrar en mi Persona el Gobierno Supremo de la

República, en cuyo mando he sido posesionado y reconocido generalmente por el Ilustre

Cabildo y Cuerpos Militares de esta Ciudad como manifiestan las Diligencias insertas en

el mismo Testimonio. Yo me aflijo al considerar el grave peso que se ha puesto sobre mis

hombros precisamente en tiempos tan difíciles; y lo único que encuentro capaz de mitigar

mis cuidados es el recuerdo de que todos los buenos y verdaderos patriotas, en cuyo

número tengo la satisfacción de contar a Vm., me ayudarán a llevar tan enorme carga. A

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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este fin y para mayor notoriedad de estas Supremas determinaciones del Congreso las

dará Vm. a saber a sus inmediatos subalternos en el mando de esa Villa, acusando el

recibo de este Documento y archivándolo en esa Comandancia para su constancia en

todo tiempo.

Dios guarde a Vuestra Merced muchos años.

Asunción y Octubre 12 de 1814.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Por designación subscribieron el acta los ciudadanos: José Tomás del

Casal, Manuel Domecq, Juan José Báez, Pedro Miguel Decoud, Luis Gómez,

Pedro Vicente Frasquerí, José Antonio Achucarro, Juan Miguel Noceda,

Dioniosio Cañiza, Manuel Antonio Coene, Carlos Isasi, José Domingo Cavañas,

Vicente Díaz Moreno, Fabián de Meza, Justo Pastor Caniza, José Gabriel Téllez.

Actuó como Secretario el Cáp. Juan B. Rivarola, compañero de Pedro Juan

Caballero, en la noche del 14 de mayo, joven distinguido, luchador y

apasionado liberal con inclinaciones hacia el Dr. Francia. Implantada la

Dictadura Perpetua, Rivarola se retiró a su establecimiento de Barrero Grande.

Reapareció en 1841 para proponer un proyecto de Constitución en el Congreso

de aquel año. Certificó el acta Jacinto Ruiz, (48), el tradicional secretario.

Los firmantes, fueron todos hombres representativos de la Provincia,

exponentes de su cultura y de sus intereses, que se incorporaron a la

revolución como a una corriente histórica, viendo en ella la posibilidad de una

mayor justicia, la vindicación de los derechos políticos del criollo. El Paraguay

fue desde la primera época un núcleo de civilización, celoso de su autonomía.

En 1811 ese instinto se tradujo en actos. En 1813 declara esa voluntad; en

1814 la afirma con la apelación al recurso supremo de la Dictadura. Es un

período de patriotismo intransigente, desconfiado, rasgo psicológico que

perdura en el ciudadano contemporáneo. El peligro de perder la independencia

fue el punto neurálgico, la razón de la fuerte unidad que se produjo en torno al

severo político que asumió la plenitud de poderes. La Dictadura temporal fue

48 Documento en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Sec. MSS. Colección Río Branco.

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propugnada y votada de buena fe. Pero ya fue un paso en la oscuridad hacia el

plano inclinado del despotismo. La idea de perpetuarse es una debilidad

general de los hombres que llegan al poder discrecional. Al sentirse arriba, se

creen superiores, necesarios, imprescindibles. La historia de Hispano-América

está llena de esos ejemplos de tentativa de perpetuarse o de ser reelectos

desde Iturbide a Juan Vicente Gómez. Muchas de las incidencias sangrientas de

la democracia tuvieron causa en esa pretensión. El Dr. Francia no fue una

excepción a la regla. Su alma férrea tenía el ansia del mando como una

herrumbre.

LA DICTADURA PERPETUA

EL CONGRESO DEL 1º. DE JUNIO VOTÓ LA PERPETUIDAD

La dictadura temporal fue una solución en vista de la poca eficacia

administrativa de las Juntas de Gobierno; una consecuencia del predominio del

Dr. Francia en el Consulado y un paso hacia el poder personal permanente.

El Río de la Plata se debatía en la lucha de la organización; el Congreso de

Tucumán no había hallado la fórmula de pacificación; el brigadier portugués

Lecor ocupaba la Banda Oriental; Artigas recorría las cuchillas en desesperada

resistencia.

En el Paraguay alentaban tres tendencias: una reaccionaria, rica pero

impopular, partidaria de Fernando VII, rezagada en el curso del tiempo y de

los acontecimientos; otra, partidaria de la unión con Buenos Aires, que contaba

en sus filas militares de prestigio y los jóvenes formados en el Plata; y por

último la tendencia radical, capitaneada por el Dr. Francia. El político dirigió la

máquina electoral con pericia y firmeza; excluyó a los clérigos, pretextando la

incompatibilidad de funciones entre la política y la misión religiosa; eliminó a

los partidarios de Buenos Aires; redujo el número de diputados, y cuando se

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sintió seguro, a menos de diez y ocho meses de instalada la dictadura

temporal, convocó a un nuevo congreso, por circular del 1º. de mayo de 1816.

El Congreso se reunió a fines del mismo mes. El 1º. de junio, en “atención

a la plena confianza que merecía del pueblo” se le declara y establece

“Dictador Perpetuo de la República”. La moción fue propiciada por el

representante de Villa Concepción, José Miguel Ibáñez y por Miguel Noceda. Ya

no es aquel amplio congreso de junio de 1811, ni el sólido frente único de

octubre de 1813. Es una segunda sesión del Congreso de 1814, organizada por

el dictador temporal; una asamblea en que primó el radicalismo intransigente y

personalista, encabezada por Ibáñez, Careaga y Noceda. Actúa como escribano

D. Jacinto Ruiz, el clásico actuario que aparece por última vez en la escena

para obscurecerse en el horizonte sin término del régimen. ¿Qué fue de él

posteriormente? Silencio. Esta firma fue su última manifestación de vida.

El Congreso de 1816 consagró la Dictadura por voto unánime. Reunión

hábilmente preparada, fue en todo caso menos violenta que los golpes de

Estado y cuartelazos, de los cuales surgieron la mayor parte de los gobiernos

hispanoamericanos de aquella época. El nombre del Dr. Francia llenaba el

escenario político con su prestigio, su autoridad y de temor. Los diputados del

campo llegaban a la ciudad con el afán presuroso de votar y regresar a su

trabajo. El dictador temporal gozaba de predicamento por su laboriosidad y

honradez. Hubiera podido apelar al expediente de hacerse reelegir al finalizar

cada período de gobierno. Pero a esa incertidumbre hipócrita, prefirió la

realidad de un poder perpetuo, que garantizara su predominio ad-vítam, como

una misión extraordinaria. El Dr. Francia se creía depositario de un cometido

trascendente; la confianza en sí mismo excedía de los términos racionales para

convertirse en una convicción mítica de su superioridad. Su vanidad era

sincera. La hipertrofia de su personalidad le hacía mirar a sus conciudadanos

como pupilos, a los cuales debía conducir. Se sentía único. La dictadura

perpetua le pareció la consagración lógica de su capacidad. Como la mayor

parte de los déspotas, se creía providencial.

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CÓMO SE PRODUJO LA ELECCIÓN DEL Dr. FRANCIA

Después de los primeros tanteos de organización del gobierno, del grupo

de ciudadanos directores, patricios y próceres, militares prestigiosos, clérigos

de alguna cultura y otras figuras respetables, el país optó por un abogado, sin

armas y sin fortuna, en quien reconoció su piloto, en el que adivinó el temple

necesario para la ardua empresa. Así surgió la figura del Dr. Francia, aceptada

por la voluntad general. El Cabildo reclamaba su presencia, los jefes militares

le llamaron; el Congreso de vecinos y propietarios le votó por unanimidad, la

Junta se sentía incompleta cuando él se ausentaba. Apareció como una fuerza

vindicadora; como el exponente de una corriente histórica; fue un nucleador

de voluntades.

No faltan historiógrafos que atribuyeron su designación a trabajos

subterráneos del mismo Dr. Francia; pero lo indudable es que su triunfo fue un

hecho esperado y lógico. No fue un usurpador. No llegó al poder, como la

generalidad de los caudillos hispanoamericanos, a raíz de una revolución

victoriosa, ni arrastrando el instinto de las masas, ni por golpes de cuartel.

Entró a formar parte del gobierno por elección. La incipiente opinión nacional

puso su confianza en él, como se revela en las declaraciones y votaciones,

porque se le sabía honesto y laborioso. En su carrera política no dio saltos;

ascendió lentamente. Llegado allí, se instala, se consolida, se identifica con el

gobierno y la nación; se vuelve implacable para el que pretenda desconocer su

autoridad; impone completo acatamiento, llevando su exigencia hasta verificar

en toda comunicación el tratamiento que se le debía, a él y a su patria de:

“Su Excelencia el Supremo Dictador Perpetuo de la República del

Paraguay”.

El Dr. Francia llegó a la dictadura por un proceso político, por propia

gravitación y por un cúmulo de circunstancias que aconsejaron la adopción de

medidas extraordinarias. El pueblo, en su instinto, reconoció la gravedad del

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peligro externo y concentró en sus manos las facultades gubernativas. Que

hubo resistencia y oposición a la dictadura, lo prueban, además de la actitud

de los principales hombres de la revolución, el movimiento tramado para

deponerlo, encabezado por el brigadier Fulgencio Yegros, y la oposición

mantenida por numerosos ciudadanos desde el extranjero, durante todo el

régimen. En las clases cultas tuvo perenne resistencia.

Su subsistencia sólo se explica por un fenómeno psicológico, por el

predominio del instinto de conservación nacional en el período constitutivo del

país, de la organización del Estado, de la fundación de una patria, y no se

justificaría en los períodos evolucionados y normales de la democracia. El

orden implacable primó sobre la libertad.

La Dictadura fue un largo paréntesis, una suspensión de la vida política

interna, impuesta como necesidad mientras fuera reconocida la independencia.

Pero no se pensó en convertirla en régimen permanente, como lo demuestra el

hecho de que el Congreso de 1816 había declarado que ella sería “sin

ejemplar”. El grupo capitaneado por José Miguel Ibáñez logró hacerla aceptar

por una mayoría fuertemente disciplinada.

A raíz de la revolución de mayo se inició un período de tanteos y

hesitaciones con las Juntas y Consulados subsistiendo el juramento de fidelidad

a Fernando VII, hasta que el Congreso del 1º. de octubre de 1813, declaró la

independencia absoluta. La tarea no estaba terminada. Esa declaración era una

base, una aspiración, un juramento. La independencia debía de ser reconocida

y consolidada por los hechos. El Paraguay para alcanzarla tuvo que vivir largos

años montando la guardia, con sus fronteras clausuradas. La voluntad de ser

independiente tuvo que manifestarse con fuertes guarniciones militares

instaladas en Pilar, Curupayty, Atajo (isla del Cerrito), Itapúa, Misiones,

Olimpo, San Carlos, Formoso, Riacho Antequera sobre el Bermejo, que

colocaron al país al abrigo de toda tentativa de invasión. Se vivía el período de

formación de las nacionalidades; época de equilibrio inestable, de limites

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imprecisos, de luchas de prepotencias, de choques de exaltadas pasiones

políticas en todo el continente sur. (49)

PERFILES DE LA DICTADURA

Zinny, al juzgar la época del Dr. Francia, dice en su obra sobre los

gobernadores del Paraguay:

“En el mismo año y en el anterior, suprimió el colegio de teología,

tratando de justificar esta supresión por estas pomposas palabras: ‘Minerva

debe dormir cuando Marte vela’. No quería, según lo refiriera él mismo más

tarde, que los alumnos en aquella ciencia, no pudiendo entrar en las órdenes a

causa de la incapacidad del obispo para ordenarlos, viniesen a llenar el país de

una multitud de semisabios que, orgullosos para trabajar con sus propias

manos, llegarían a ser malos escritores o abogados sin causa.

“En contraposición favoreció la instrucción primaria haciéndola

obligatoria, tanto que era al principio casi raro encontrar en el Paraguay un

hombre que no supiese leer y escribir un poco. Favoreció igualmente o por lo

menos, toleró los establecimientos de instrucción privada”.

Y continúa:

“Este régimen de terror, no obstante, produjo algunos buenos efectos

que no debemos dejar de señalar para distraer la atención del disgusto que

inspiran tantas atrocidades. Los caminos públicos se hicieron más seguros que

en cualquier país de Europa; viajábase sin armas y podíase llevar a la vista oro

y pedrerías sin temer de ningún encuentro siniestro. En las ciudades, los

robos, los delitos de cualquiera naturaleza se hacían cada día más raros. Los

cantones eran responsables, mediante indemnizaciones, de los robos que se 49 Al referirse a las intenciones de los porteños, dice Juan Zorrilla de San Martín: “Aquellos hombres partían, por otra parte, del supuesto de que todo el antiguo virreinato del Plata era y debía ser para siempre una sola nación, y un solo compacto estado, dependiente de Buenos Aires desde el Alto-Perú y el Paraguay hasta la Banda Oriental. Todo lo que no fuera ese concepto empírico era desorden, anarquía y hasta traición”. (Pág. 240. La Epopeya de Artigas, Montevideo, 1911).

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cometieran en su territorio; los particulares lo eran igualmente de los que

tenían lugar en sus casas. La mendicidad estaba abolida, no habiendo nadie

que dejase de trabajar; la ociosidad, origen de tantos vicios, era severamente

castigada. Existían escuelas públicas en casi todos los pueblos y villas, y los

habitantes del Paraguay, tanto indios como criollos sabían casi todos leer,

escribir y contar. En la capital existía una especie de escuela militar para los

jóvenes que el mismo Francia destinaba a la carrera de las armas, y una casa

de educación para las muchachas pobres. La tierra se había cubierto de nuevas

producciones, y los medios de transporte se habían hecho con más prontitud,

seguridad y economía”.

La severidad del Dictador era tanta que, según algunos cronistas, hasta la

hermana Petrona Regalada, esposa de Larios Galván, preso por conspirador,

tuvo que dedicarse a la enseñanza primaria para ganarse la vida. Los sobrinos

Marecos-Francia fueron alejados del ejército, para evitar prepotencias

familiares. Nunca usó el favoritismo, ni tuvo en la administración hijos ni

entenados, Trataba a todos por igual. Nadie tenía influencia ante él. Su vida

era una línea recta. En repetidas ocasiones rebajó las contribuciones; suprimió

las canonjías y los diezmos y otorgó subsidios a familias de presos, a

sacerdotes ancianos y a soldados inutilizados en el servicio.

Hizo respetable su gobierno por la honestidad y la labor; lo hizo temible

por el rigor y la fuerza. Cuidaba todos los resortes; no permitía la crítica

pública ni se exponía a ella porque no usaba el poder para el placer ni para la

riqueza.

¿PROFETA O CESAR?

No está establecido si debe considerársele un profeta, como los que

aparecían en Israel, para guiar a su pueblo en las vicisitudes, o como un

estadista, intérprete de su nación, un “César” democrático, es decir, un político

que se apoya en las clases populares para realizar una transformación social.

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En todo caso, tenidos en cuenta los antecedentes cívicos de la provincia, no

hubiera permanecido en el poder tanto tiempo, si el pueblo no le hubiera

otorgado su confianza y su respeto.

El pueblo paraguayo no era un pueblo sumiso, propicio a los despotismos.

Durante el coloniaje, desde las horas augurales, el núcleo asunceno reivindicó

el derecho de elegir gobernadores, base de su tradición, y depuso a varios de

ellos por la fuerza, en repetidas ocasiones. Los guaraníes, primitivos habitantes

de la región, no conocieron la esclavitud ni el sometimiento. Fue una raza

guerrera y libre, que no conoció el cautiverio. Los españoles para vencerlos

tuvieron que unirse con ellos; “Guaraní” quiere decir “guerrero”. Azara dice

que los guaraníes elegían sus jefes por votación. El obispo Cárdenas, José de

Antequera y Fernando Zayas de Mompox fueron ungidos por el pueblo,

representantes de su voluntad, durante la larga y renovada revolución de los

Comuneros. Con igual decisión la provincia resistió a la presión de la Compañía

de Jesús y de los Virreyes. En 1811, resistió al general Manuel Belgrano con la

misma fuerza con que contuvo la penetración portuguesa, durante tres siglos,

con sus propios recursos y marchó a los campos de batalla armado con lanzas

de tacuaras y escasos fusiles. En los momentos críticos tenía recursos

inesperados, que superaban a todo cálculo. No había, pues, ambiente propicio

para el despotismo. Las multitudes paraguayas nunca se habían prosternado

ante los tiranos ni se mancharon con abyecciones.

El austero abogado resultó un exponente de su pueblo, porque interpretó

su vocación de independencia. Restringió los derechos del hombre, las

manifestaciones civiles, porque entendía que en ciertos momentos de la vida

colectiva se puede prescindir de la libertad e imponer la disciplina. Formado en

una rígida escuela, creyó en la dictadura ilustrada, más que en el Gobierno

representativo. La nación no gozó, durante ese cuarto de siglo de su dictadura,

de ese ambiente que fomenta la espontaneidad de los hombres, que respeta la

iniciativa, que consiente la agitación y los movimientos y conduce a los pueblos

al progreso por la libertad. Fortaleció las fuerzas vitales de la nación, pero

descuidó su cultura.

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El Dr. Francia suprimió uno de los términos de la ecuación de orden y

libertad. Fue un hombre de orden, un gobernante autoritario y no un amigo de

las libertades individuales, necesarias a la dignidad de la especie. En sus

disposiciones cuidaba ante todo fortalecer la autoridad.

Pero la autoridad era él y no la ley; se debía obediencia al Dictador y no a

las normas jurídicas de convivencia social; se identificó con el Estado; se hizo

el sustantivo de la oración, sin dejar al ciudadano otro derecho que el de vivir

vegetativamente. En ese terreno el liberalismo representó en América la

vindicación de los derechos del hombre contra los regímenes que todo lo

sacrificaban al Estado. Su período merece un estudio detenido, como

integrante del medioevo continental, porque fue una lección y una experiencia.

Su sistema podría ser justificado únicamente dentro del marco histórico en que

le tocó actuar. Ser explicado, pero no proclamado como ejemplo que imitar. En

esa época no ha de buscarse, por cierto, ni el florecimiento de la ciencia ni de

las artes, ni el libre juego de las instituciones. El Dr. Francia no fue un

estadista liberal, ni un reformador jurídico, sino un revolucionario que destruyó

el armazón colonial para fundar una República; un obrero de la formación

paraguaya. Ese período debe ser considerado como el proceso social que da

nacimiento a una nacionalidad.

El error de algunos historiadores consistió en buscar contextura jurídica en

los períodos que constituyen la primera etapa. El Dr. Francia no fue un

organizador jurídico a la manera de Jefferson o de Urquiza; se parece más a

Mariano Moreno que a José Bonifacio. Fue un revolucionario y también un

fundador de cimientos. Arbitrario, pero tenía un norte, que arrancaba de 1811

y se proyecta a la perennidad. Quiso fundar un pueblo, crear un Estado libre,

aprovechando los factores preexistentes del paraguayismo.

El clima político continental oscilaba entre la anarquía y la dictadura. Era

un equilibrio inestable que repercutía sobre los pueblos arruinándolos,

empobreciéndolos. En casi toda la América hispana, los caudillos duros y

crueles se adueñaron del destino de los pueblos. Del 25 al 50, el pensamiento

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liberal se halla refugiado en pequeños núcleos, como la “Asociación de Mayo”,

o en el destierro con Sarmiento, Alberdi, Varela, Mitre, Mármol, Alsina,

Echeverría, y el “ciudadano paraguayo” Manuel Pedro de Peña.

¿Cuál es el pueblo hispano-americano que ha escapado a los flagelos de la

anarquía o de la dictadura? ¿Constituye el Dr. Francia una excepción, o un

caso singular, del régimen gubernativo americano? ¿Es inferior a los caudillos

que gobernaron otros países del mismo continente, en esa época? Las medidas

empleadas por él, su rigorismo, su crueldad, si se quiere, ¿lo hacen más

temible que otros dictadores americanos? Tres medidas pueden dar una idea

del clima moral pre-revolucionario: la inquisición, para garantizar la religión;

“la letra con sangre entra” como método pedagógico, y la pena de muerte para

los delitos políticos. Grandes esfuerzos, todo el poderoso impulso del

liberalismo, años de lucha, tuvieron que emplearse para eliminar tales resabios

de la fuerza bruta del régimen de la vida social. La revolución fue un fermento

que siguió su proceso durante los regímenes dictatoriales, soterrada por manos

de hierro. Y siguió su curso superando esa etapa para desembocar en el

régimen constitucional representativo que realizó los ideales de Mayo. El

progreso consiste en la eliminación de ese empleo preferente de la violencia,

considerada como medio legítimo de gobierno, en la disminución del poder

arbitrario del hombre sobre su semejante y en el establecimiento de normas

jurídicas enderezadas a la defensa de la dignidad del hombre. A esa lucha

llamó Sarmiento “civilización contra barbarie”. Fue el esfuerzo de

moldeamiento del material americano.

La larga paz en que vivió el Paraguay dio la impresión de retraimiento, de

una concentración que acabó de fundirlo todo en una fuerte unidad nacional. El

país fue un vasto campamento, equipado para resistir a toda tentativa contra

su independencia, desde 1816 al 40. Carlos Antonio López procuró atenuar esa

tensión, dotó al país de algunas instituciones jurídicas, reabrió las puertas al

comercio internacional, mantuvo relaciones y afirmó la línea fundamental de la

política francista de la independencia. Los próceres en su mayoría, los hombres

de la Primera Junta, con Yegros a la cabeza, se inclinaban hacia la libertad civil

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y política; fueron los paladines del pensamiento liberal de mayo. El Dr. Francia

fue el orden; quiso encauzar al país en la corriente profunda de su vocación

vital de independencia, sacrificando las libertades individuales. De ahí el

choque entre las dos tendencias. Yegros pensó en escuelas, Francia armó

guarniciones.

LAS TRES ETAPAS DEL PROCESO REVOLUCIONARIO

El Dr. Francia se apoyó principalmente en las clases populares. Su

dictadura tuvo la resistencia de la mayor parte de los hombres ilustrados y de

los jefes militares de alta graduación. Prueba de ello fue la conspiración de

Yegros, Iturbe, Caballero, Montiel, Aristegui, Acosta, en 1819. Los hombres de

mayo intentaron derrocar al Dictador y cambiar el régimen por otro más libre.

El Dictador impuso el orden; sacrificó todo al propósito fundamental de la

independencia; aisló el país sistemáticamente para evitar complicaciones. Ni

con Buenos Aires, ni con Artigas, ni con el Brasil, ni con Corrientes ni Entre

Ríos. Nunca arriesgó a su pueblo en aventuras. No soñaba con glorias

guerreras.

A Robespierre se le llamó El Incorruptible; el discípulo paraguayo de

Rousseau, puede ser llamado El Inexorable. Eligió su norte magnético y hacia

él se dirigió con energía casi sobrehumana. En las convulsiones políticas, se

diseñan “derechas” e “izquierdas”, por la doctrina o el procedimiento. Los tibios

son considerados traidores, a juicio de los intransigentes. Los jacobinos

decretaron la muerte de la Gironda y de Dantón, acusados de connivencia con

el enemigo, con la realeza, con el extranjero. Igual aconteció con los próceres

de Mayo, vencidos por la extrema izquierda, que fue el Dr. Francia. La

revolución, como Saturno, devora a sus hijos, se suele repetir. Así ocurrió en el

Paraguay, como en toda la América. Moreno, Artigas, O’Higgins, San Martín,

Bolívar, fueron devorados por los acontecimientos. Esa tremenda ley de las

revoluciones reconoce una excepción en el Dictador paraguayo. El Dr. Francia

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no sólo fue un revolucionario, sino también un estadista. Para subsistir no

dispuso de otra arma que su inteligencia. Porque él no corrompía ni seducía;

no alentaba los vicios populares, no era militar, carecía de fortuna, no era

orador. La base de su prepotencia fue la virtud. Este déspota resultó

invulnerable, entre otras cosas, por la pureza de su vida.

El Dr. Francia no solamente preparó los acontecimientos, sino que una vez

desencadenados, se colocó a su cabeza y los guió con segura mano. Toda

revolución de estructura produce cambios violentos. Esa violencia arrastra con

los escombros a actores, víctimas y testigos. Las revoluciones tienen sus

apóstoles, que las preconizan; sus autores, que las realizan y casi siempre

sucumben al cambio de las circunstancias devorados por las fuerzas sueltas; y

sus consolidadores. Pocos son los hombres que tienen el destino de asistir a

las tres etapas de la renovación. Los primeros suelen ser mártires; los

segundos víctimas. Los ejecutores suelen provenir de los sectores no

revolucionarios. Miranda, Morelos, Mirabeau son precursores; Moreno, Sucre,

Artigas, ejecutores; Rivadavia, consolidador.

El Dr. Francia abarca con su actuación los tres periodos: provoca, dirige y

consolida. Los sucesos políticos parecían obedecer al frío y esquemático

pensamiento de este revolucionario. Los precursores tienen intuición; el autor

debe sustentar doctrina; el consolidador necesita firmeza, dureza, porque debe

llevar a sus últimas consecuencias el contenido de la revolución. Miranda es el

ensueño de la emancipación americana; Moreno, resume en su alma

apasionada el sentido profundo de la revolución de mayo; desaparece como

persona, pero queda como doctrina. Tiene que venir la espada de San Martín

para consolidar el pensamiento. Derrotado Artigas, la revolución uruguaya no

por ello fue vencida. Su bandera quedó como enseña de guerra y como forma

jurídica en las instrucciones del año XIII. La revolución paraguaya no era la

simple rebeldía de una provincia, ni una lucha por atenuar el centralismo. Fue

la vocación de un pueblo hacia su independencia absoluta. En ese sentido el

Dr. Francia la comprendió, la defendió y la consolidó. No creó el Paraguay sino

lo hizo reconocer, pues ese país es un fenómeno social de raíces profundas.

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LA CONCENTRACIÓN DE PODERES

TENTATIVAS DE REACCIÓN

La Revolución tuvo un largo proceso. Fue iniciada en la noche del 14 de

mayo; el 15, esgrimió la fuerza; fue consentida el 16, con la formación del

Triunvirato, fue consolidada el 20 de junio con la creación del gobierno

netamente patriota y la integración del Cabildo con hombres de la Revolución.

El 12 de octubre del mismo año, se firmó el tratado con Buenos Aires, primer

paso hacia la autonomía. No bastaba con proclamar la independencia, había

que fundarla, consolidarla, contra España, contra los reaccionarios de

Asunción, contra las aspiraciones de la princesa Carlota Joaquina – sedicente

heredera de Fernando VII – y contra Buenos Aires, que aspiraba a reconstruir

bajo su dirección el Virreinato del Plata.

Las batallas de Paraguarí (17 de enero de 1811) y Tacuarí (9 de marzo del

mismo año), libradas contra la expedición enviada por Buenos Aires a las

órdenes de Manuel Belgrano, habían dado a la Provincia la noción de su poder,

la conciencia de su capacidad y despertado en los criollos nuevas aspiraciones.

Tacuarí señala una etapa. Esta victoria fue el fruto del esfuerzo común. El

núcleo criollo se contagió del espíritu revolucionario que agitaba el continente.

Los oficiales victoriosos como Yegros, Caballero, Iturbe, no podían seguir en

las capas sometidas de la sociedad colonial. La autoridad central había hecho

crisis. En ese derrumbe no se podía marchar a la deriva, con el peligro de caer

bajo dominación extranjera.

El 15 de mayo caducó el poderío español dentro de la provincia. Las

tentativas reaccionarias insufladas desde Montevideo, fueron dominadas, pero

la revolución corría siempre riesgo, dada la cantidad de reaccionarios

peninsulares que existían en la provincia. Quedaban en pie los amagos de

Buenos Aires y las pretensiones de Carlota Joaquina. El ejército del general

Diego de Souza, acampado en Bagé, en Río Grande do Sul, en los días de la

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revolución, se hallaba listo para pasar la mano al régimen depuesto. El

gobernador español Vigodet oteaba desde Montevideo y enviaba dinero a

Velasco, para intentar una reacción.

Los miembros del gobierno, incautaron el 9 de junio de 1811 de una carta

de Carlos Genovés, dirigida a Velasco, y se castigó con ejemplaridad la

tentativa de los peninsulares.

En setiembre del mismo año se descubrió otra confabulación reaccionaria,

encabezada por el comandante José Teodoro Fernández. Los conjurados fueron

detenidos. La Junta de gobierno designó como jueces instructores al Dr.

Francia y al comandante Pedro Juan Caballero. Por retiro del primero fue

designado el vocal Fernando de la Mora; posteriormente Caballero fue

reemplazado por el Dr. Marcos Ignacio Quin de Valdovinos, abogado del foro

asunceno. La Junta dictó sentencia el 26 de setiembre de 1812. Eximió a los

siete culpables de la pena de muerte, pero los condenó a confinamiento en el

Fuerte de Borbón y pago de una multa de 30.000 pesos, distribuida

proporcionalmente a la riqueza de cada uno de ellos. La sentencia lleva las

firmas de Yegros, Caballero, de la Mora y del secretario Larios Galván. Entre

los condenados figuran algunos enemigos del Dr. Francia. Mas la sentencia se

dictó durante su retiro de la Junta, lo cual autoriza a sostener que en ella nada

tuvieron que ver supuestas venganzas personales ni de familia.

En mayo de 1813, reintegrado ya el Dr. Francia a sus funciones, la Junta

conmutó a los conjurados la pena de confinamiento en Borbón, por la de

residencia en determinadas Villas de la región oriental y les disminuyó la multa

a 15.000 pesos. Se destinaba el producto a la construcción de la muralla de los

bajos del Cabildo. El 19 de octubre del mismo año los Cónsules indultaron a los

implicados, previas algunas presentaciones honrosas para la persona del Dr.

Francia. La conspiración quedó probada ampliamente (50).

50 Ver Colección Río Branco, de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Expediente I-29-22 “Auto de Conjuración contra la Junta de Gobierno año 1811”.

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LA HORA DE NÉMESIS EN LA DICTADURA DEL Dr. FRANCIA.

LA CONSPIRACIÓN DE 1819 – LAS EJECUCIONES DE 1821

Uno de los capítulos más discutidos de la dictadura del Dr. Francia lo

constituye la conspiración de 1819. La documentación relativa a ella es escasa.

Pero existen indicios y testimonios que pueden conducir a la formación del

juicio histórico. La tradición transmitió la noticia de que la conspiración

mencionada fue descubierta por la confesión de Bogarín, a quien el confesor

obligó a hacerla pública. Desde el año 11 conspiraron “realistas” y

“porteñistas”.

El establecimiento de la dictadura temporal en 1814, había merecido la

anuencia de una parte de la opinión ilustrada del país. El propio Mariano

Antonio Molas fue quien la propuso, como un medio de garantizar la unidad de

acción gubernativa.

El consulado Yegros-Francia había acrecentado los prestigios del último

por su laboriosidad y dedicación a los asuntos públicos. Terminado el período

consular, la opinión se inclinó hacia el gobierno único, la concentración de los

poderes. Elegido dictador temporal, el Dr. Francia, maniobró en el sentido de

su continuidad en el poder, no satisfecho con el período de 5 años votado por

el Congreso de 1814.

No era él, por cierto, una excepción a la humana debilidad del poder. Lo

quiso y lo buscó, si bien para ello no apeló al motín ni a la dádiva. Se apoyó en

un sector de la opinión, se valió de hombres eficaces como José Miguel Ibáñez,

Miguel Noceda y Mariano Careaga. Cultivó la inclinación popular hacia su

persona. La dictadura perpetua fue votada en contra de la opinión de la clase

ilustrada, de la burguesía y de los principales hombres de la revolución. El Dr.

Francia, para conseguirla, se apoyó principalmente en los hombres del campo

y en las clases populares asunceñas. Fue un predominio no consentido por los

hombres de Mayo, como Molas, Yegros, Caballero, Iturbe, Valdovinos, Montiel.

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Habían trascurrido tres años desde la implantación de la dictadura

perpetua, en cuyo decurso los mencionados patriotas pensaron en sacudir el

régimen que les parecía contrario a los propósitos de libertad civil perseguidos

por el movimiento emancipador. El Dr. Francia contaba con la masa y cuidaba

los cuarteles. Los disidentes no contaban con armas, pero en cambio tenían

vinculaciones más allá de las fronteras y la acción personal de ellos para un

levantamiento.

En aquella época en que el concepto de la nacionalidad no se hallaba

claramente definido, se acostumbraba pedir y aceptar el concurso de los

revolucionarios de otras provincias o Repúblicas. Así ocurrió con Antonio

Matiauda, comandante de Itapúa, que abandonó su puesto para unirse a

Artigas. Así pudo haber ocurrido entre Fulgencio Yegros y Francisco Ramírez, el

lugarteniente rebelado de Artigas.

La prisión y ejecución de Baltazar Vargas, enviado de Ramírez; la mala

voluntad de Ramírez para el dictador, de quien no consiguió la extradición de

Artigas, y otros hechos sugerentes, vienen a sumarse a tales indicios.

A la muerte del Teniente Coronel Manuel Atanasio Cavañas ocurrida en su

estancia de las Cordilleras, en 1832, el Dr. Francia se incautó de sus papeles y

a la vista de ellos dictó un auto supremo por el cual le declaraba traidor y le

quitaba sus grados militares por su connivencia con Ramírez, en la

conspiración de 1819.

Lógico por lo demás es creer en la existencia de la mencionada

confabulación tanto por el temperamento y situación de los hombres de Mayo

como por la opresión que causaba la dictadura. Manuel Pedro de Peña, Mariano

Antonio Molas, Rengger y Longchamp, testigos de aquella época, afirman la

verdad de la conspiración. Más tarde, José Berges, canciller de Solano López,

hijo de un comerciante español que sufrió los rigores de la dictadura, sostuvo

lo mismo al comentar el libro de Andrés Gelly, en una carta dirigida a José R.

Caminos, cónsul en Paraná, en 6 de setiembre de 1864.

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OPINIÓN DE DOS HISTORIADORES ARGENTINOS

Dos historiadores argentinos, Manuel M. Cervera y Martiniano

Leguizamón, suministran datos relativos a la connivencia de Ramírez con los

patriotas paraguayos.

Leguizamón se refiere a la connivencia del caudillo Francisco Ramírez con

los próceres uruguayos en la siguiente forma: “La fugaz República de Ramírez

tuvo su reglamento político militar para poner orden en la administración

pública, restablecer el imperio de la justicia y contiene por cierto ideas

adelantadas de gobierno. Y al mismo tiempo se preocupaba del orden y la

buena política administrativa, sueña de pronto en una nueva empresa bélica –

a la cual los historiadores no prestaron atención – y, sin embargo, tiene su

interés, porque de haberse llevado a cabo quizá habría cambiado la suerte de

un país heroico, condenado a sufrir la más despótica y larga tiranía.

“Era esta empresa una expedición contra el dictador Francia, con quien se

encontraba enemistado por un acto vituperable. Proclamado gobernador de la

República Entrerriana, con dominio sobre Entre Ríos, Corrientes y Misiones,

envió un saludo de cortesía al Gobernador vecino por medio de un oficial de su

confianza apellidado Vargas. El saludo no le fue retribuido ni el mensajero

volvió. Francia le había fusilado después de torturarlo, como supuesto

conspirador junto con setenta y tantos presos. Entre las víctimas figuraban

algunos oficiales de apellido Montiel. Uno de ellos, capitán de ese apelativo, no

cayó en la primera descarga y entonces él mismo mandó la segunda como

Murat. El dato lo confirma el escritor Manuel Domínguez citando el Ensayo de

Rengger.

“El pensamiento de la expedición es un hecho conocido, del cual dio

noticia la Gaceta de Buenos Aires el 7 de marzo de 1821. Estaba acordado por

Ramírez con los prohombres de la revolución paraguaya, Yegros, Caballero y

otros que debían sublevarse en la Asunción en cuanto las tropas invasoras

fijaran la atención sobre la frontera del Paraná; un sujeto Balta Vargas era el

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intermediario entre los conspiradores que iban a dar el golpe el Viernes Santo,

pero fueron delatados por el cura Bogarín”. (Ver Martínez; Historia de Entre

Ríos, tomo I, Pág. 608).

“Ramírez tenía en Corrientes un ejército de 4.000 hombres y una

escuadrilla, cuando una noticia inesperada le obligó a dirigir su caballo de

pelea hacia otro rumbo.

“La expedición había abortado y los patriotas sufrieron tormento de azotes

con el mborebí de los indios guaicurúes, en la Cámara de la Verdad. Era lo que

sabíamos de aquel ensueño de caudillo que tal vez hubiera cambiado el destino

del pueblo hermano, porque sus hechos habían demostrado que tenía genio

militar y un ejército aguerrido, contando además con jefes de valía entre los

conjurados, que hubieran arrastrado a las masas nativas tan indómitas y

heroicas. En cambio, Francia no era militar, ni disponía de tropas regulares, ni

gozaba de popularidad en el pueblo que tiranizaba”. (Ver La Nación, de Buenos

Aires, de 7 de abril de 1935).

Artigas, derrotado y perseguido por su antiguo lugarteniente Francisco

Ramírez, buscó refugio en el Paraguay. Acompañado de una pequeña escolta

traspasó el río Paraná el 5 de setiembre de 1820, previo permiso del dictador.

Llegó a la Asunción el día 16, siendo alojado en el antiguo convento de la

Merced. Llegaba “con una chaqueta colorada y una alforja”. Por disposición

gubernativa se le proveyó de vestuarios y útiles para su viaje a San Isidro,

villa fijádale como residencia. El monto de lo proveído alcanzó a 458 pesos,

siete y octavo reales.(51) A pesar de las repetidas instancias de Ramírez, el Dr.

Francia se negó a conceder su extradición. Es de recordar que el caudillo

oriental llegó al país en los días de la conspiración de los próceres de Mayo,

circunstancia que no modificó la conducta observada con él. El dictador no le

acordó audiencia. No le dio oportunidad de conversar con él, pero le respetó en

su desgracia. En algunas de sus cartas había calificado duramente a Artigas,

pero nunca lo molestó, en su exilio. El “Protector de los Libres” siguió viviendo 51 Ver Dr. Antonio Ramos: Francia y Artigas, en el suplemento Nº 67 de El Diario, de Asunción, de 25 de agosto de 1935.

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y haciendo caridad, en su remota residencia. Expresó en repetidas

oportunidades su reconocimiento al Supremo. Internacionalmente, el dictador

levanta una muralla, guarda una neutralidad activa y pasiva. Su voluntad es

que nadie intervenga en sus asuntos.

El dictador, en un oficio a Bernardino Velázquez, comandante del Fuerte

Borbón, en fecha 12 de mayo de 1821, meses después de la llegada de

Artigas, le dice: “Lo que pasa en cuanto a Artigas es, que en su último

combate con los Portugueses en el Taquaremboy, quedó muy derrotado.

Viendo esto uno de sus comandantes, el Porteño Ramírez, a quien de pobre

peón, que era, él lo había levantado y hecho gente, y en cuyo poder no

habiéndolo acompañado a aquella Guerra, había dejado a guardar más de

Cincuenta mil pesos en oro; se le alzó con estos dineros y con ellos mismos

sublevó y aumentó algunas tropas y gente armada con que había quedado; y

así derrotó también a Artigas, cuando éste quiso someterlo con la poca fuerza

que tenía, y lo persiguió a muerte, para quedarse él solo con sus caudales, y

con el mando de la otra banda. Reducido Artigas a la última fatalidad, vino

como fugitivo al paso de Itapuá, y me hizo decir, que le permitiese pasar el

resto de sus días en algún rincón de la República, por verse perseguido aún de

los suyos y que si no le concedía este refugio iría a meterse en los montes. Era

un acto no sólo de humanidad, sino aun honroso para la República, el conceder

un asilo, a un jefe desgraciado, que se entregaba. Así mandé un oficial con

veinte Húsares, para que lo trajesen, y aquí se le tuvo recluso algún tiempo en

el Convento de las Mercedes, sin permitirle comunicación con gentes de

afuera, ni haber jamás podido hablar conmigo, aunque él lo deseaba. Allí

estuvo recluso, hasta que hice venir al comandante de San Isidro de Curuguatí

con quien lo hice llevar a vivir en aquella Villa, donde se halla con los dos

criados o sirvientes, que trajo, por ser aquel lugar remoto, el de menos

comunicación con el resto de la República. Allí le hago dar una asistencia

regular como aquí se hizo, porque él vino destituido de todo auxilio... Los

portugueses sin duda se habrán alegrado de la ruina de Artigas. Ellos han

tenido también sus inteligencias y comunicaciones con el bandido Ramírez,

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quien tal vez los habrá metido en aprehensiones por haberse Artigas refugiado

en el Paraguay; pero el hecho de aquel pérfido intruso ahora en la otra banda

es manifiestamente infame, y que reprobará todo el mundo imparcial. Se podía

preguntar a los portugueses, si agradaría a un General Portugués, el que algún

suceso adverso que tuviese en la Guerra, se le alzase con caudales y el resto

de sus tropas y armas alguno de sus oficiales subalternos, y apoderándose de

su mando, tirase a perseguirlo de muerte para que no pudiese hablar. Al

Crabeiro (Comandante del Fuerte Portugués de Coimbra), que le dije que

Artigas estaba aquí bien guardadito, le hubiese usted dicho, que Bonaparte que

fue Emperador de los franceses estaba igualmente bien guardadito en poder de

los ingleses, a donde se refugió en su última desgracia y aunque estaba en

guerra con ellos y los ingleses fueron sus mayores enemigos, lo recibieron y lo

mantienen hasta ahora asistido generosamente en la isla de “Santa Elena“ (52).

El descubrimiento de nuevas correspondencias epistolares, en 1821, dio

ocasión al Dictador de proceder con extraordinario rigor. Fueron encarcelados

un centenar de personas calificadas.

En cuanto al castigo aplicado, para juzgarlo con equidad, debe tenerse en

cuenta el clima histórico de aquella época, que no disculpa, el procedimiento

empleado. El dictador hizo arrancar las declaraciones a fuerza de azotes. Las

mazmorras asunceñas, especie de subterráneos siniestros que venían del

cuartel de los Miñones, a la casa de los gobernadores y otras situadas en el

cuartel del Hospital, fueron llenadas con los ciudadanos más conspicuos.

Policarpo Patiño, el Cte. Bejarano y Mateo Fleitas, tuvieron a su cargo la cruel

tarea del sumario y de las declaraciones inquisitoriales. Desde 1819 al 21, los

conspiradores permanecieron presos. En 1821, el dictador sorprendió otra

correspondencia de Ramírez a Fulgencio Yegros, confirmatoria de la

connivencia. Entonces procedió sin piedad. Comenzó a funcionar la famosa

“Cámara de la Verdad”. Asunción vivió la angustia del terror. Fulgencio Yegros

y otros ciudadanos fueron azotados. El dictador se concentró en la vieja casona

52 Documentos en el Archivo Nacional de la Asunción y en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco. Sección Manuscritos. I. 29-22.

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de los gobernadores y se mostró inexorable. A su juicio, los conspiradores eran

traidores, “porteñistas”, culpables de querer anexar la República a Buenos

Aires.

FULGENCIO YEGROS

Las ansias de transformación colectiva buscan su símbolo y sus hombres.

La revolución paraguaya fue un proceso lento y progresivo que culminó en la

declaración del 12 de octubre de 1813. El grupo patricio durante ese período

eligió como jefe al Teniente Coronel D. Fulgencio Yegros.

Yegros procedía de una tradicional familia. Sus antepasados fueron

generales y gobernadores. El abuelo, el General Fulgencio de Yegros y

Ledesma, recibió por merced real extensas tierras en Quyquyó, en pago de los

servicios prestados a la Corona y a la Provincia. El Tte. Coronel José Antonio

Yegros, padre del prócer, fue uno de los más audaces exploradores del Chaco.

Allí ganó sus galones y su reputación. Los varones de la casa fueron todos

militares.

Fulgencio Yegros resume en su persona el prestigio de la revolución. No

tiene la decisión magnífica de Pedro Juan Caballero; carece de la ilustración del

Dr. Francia; no es orador elocuente como Mariano Molas; pero, atrae seduce,

conduce. La masa reconoce en él a un jefe natural. La revolución tiene en este

soldado su garantía. Es sencillo, noble, generoso, espléndido. Aunque el

movimiento del 14 de mayo lo toma lejos de la capital, a su entrada es

recibido como un triunfador y se le aclama presidente de la Primera Junta

Patriota. Su foja de servicios tiene la prueba del fuego. Ha actuado en la

defensa de Buenos Aires y Montevideo contra los ingleses y en Paraguarí y

Tacuarí. Conservó la amistad de Belgrano a través de todas las vicisitudes.

Su paraguayismo es una mezcla de amor a la libertad y a la tierra donde

nació. Su cultura no es vasta; pero su espíritu está inspirado por el bien. Era

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un soldado derecho, que manejaba bien la espada como el corazón. Al ocupar

el gobierno, lo primero que le interesa es la escuela.

Emulo del Dr. Francia, no pudo vencerlo porque carecía de la ductilidad,

de las mañas y recursos del político.

La dictadura no pudo merecer ni su adhesión, ni su respeto. Conspiró el

año 19, con Caballero e Iturbe. Fue ejecutado el año 21. Cayó con la majestad

de una fuerza que ha cumplido su destino.

PEDRO JUAN CABALLERO (53)

Jefe militar del movimiento de Mayo, incurso en el proceso, tiene que

mostrar una vez más su estirpe. No consentirá ni el ultraje, ni el

ensañamiento. Puede jugarse la vida en una carta; es un temperamento

impulsivo y heroico, de los que hacen historia, precipitando los

acontecimientos; uno de esos brazos hercúleos de los misteriosos designios

que dirigen la vida de los pueblos. Su padre, el comandante Luis Caballero,

murió a consecuencias del exceso de trabajo para abrir la picada y salir a la

retaguardia de Belgrano, en Tacuarí. El destino digno del jefe revolucionario,

hubiera sido morir al frente de un escuadrón, cargando contra el enemigo, al

aire el corvo sable, ondeando en sus manos la bandera tricolor. Las

circunstancias no lo determinaron así. Amigo, colaborador y enaltecedor del

Dr. Francia, no quiso consentir los rigores del despotismo y conspiró. Le

arrestaron y lo tuvieron entre cuatro paredes, sin pensar que esa alma

comprimida estallaría como la pólvora. Ante la inminencia de la ejecución,

como una protesta, como la culminación de su perenne rebeldía, tomó la

navaja de afeitar y se cortó el cuello. La leyenda dice que escribió con sangre,

en la pared de la prisión: “Bien sé que el suicidio es contrario a la ley de Dios y

de los hombres, pero la sed de sangre del titano no se saciará con la mía”.

53 Pedro Juan Caballero escribía su apellido con v. Descendía de los Caballero de Añasco, de grande actuación en el coloniaje.

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Hay frases que merecen ser verdaderas, porque retratan un alma,

resumen un acontecimiento o pintan una época. Así la imprecación de

Cambronne, el desafío del guerrero ateniense, la quejumbrosa afirmación de

Galileo. Así la roja sentencia del patriota paraguayo. No es lo mismo morir en

manos del verdugo, que arrojar la propia vida a la cara del tirano. La muerte

también debe tener su dignidad. Morir bien era un mandato del estoico, y es la

digna coronación de las vidas heroicas. De rebeldes suelen nacer los patriotas,

y de los disconformes, los reformadores. Pedro Juan Caballero no tuvo cómo

abatir la dictadura, que ofendía su sensibilidad de patriota y le arrojó su vida.

En la imposibilidad de vencerla, quiso ensuciarla, y la manchó con su sangre

patricia.

D. Pedro Juan Caballero era hijo legítimo del comandante Luis Caballero y

de doña Lucía García. Contrajo matrimonio con doña Juana Mayor. Dejó siete

hijos, entre ellos dos con nombres alusivos a la independencia: Librada Patria y

Liberto Patricio.

EL CAPITÁN MONTIEL

Actitud heroica tuvo el capitán José Montiel, miembro de una de las

familias distinguidas del coloniaje y colaborador de la obra de la revolución.

Hidalgo, no podía morir como un villano. Su crimen consistía en su

disconformidad con el régimen de gobierno. Esas actitudes pueden ser

castigadas con el rigor que se quiera, pero no son infamantes, sino cuando

llegan a la traición. El acta del Congreso del 17-20 de junio de 1811 aparece

con la firma de las siguientes miembros de esa familia patricia: comandante de

urbanos Juan Vicente Montiel; Miguel Gerónimo, Prudencio, Francisco Solano,

Juan José, Capitán José Félix, Teniente Miguel Antonio, y José Joaquín Montiel.

D. Juan José fue alcalde del 2º. Voto del primer Cabildo instaurado por la

revolución.

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El capitán Montiel encarcelado en 1819, juntamente con ocho miembros

de su familia, fue condenado a muerte, el año 21. Llegó el día de la ejecución.

Del cuartel de la plaza donde guardaba prisión, engrillado, fue conducido al

sitio fatídico al pie del trágico naranjo, a cuya sombra se realizaban las

ejecuciones. Se sentó en el banquillo. El secretario Mateo Fleitas, leyó la

sentencia del juez, comandante Bejarano; el sacerdote impartió la bendición,

en medio de la solemnidad deprimente, Cuatro soldadas formaron el pelotón

ejecutor. El oficial ordenó: “Carguen... apunten... ¡Fuego!”. El cuerpo de

Montiel rodó al suelo. La sangre brotó roja y cálida como en un sacrificio. Pero

el ajusticiado no quedó exánime. Su vida se retorcía en un ansia de persistir.

Comenzó a agitarse en el suelo; hizo un esfuerzo y se reincorporó; levantó la

vista; volvió a sentarse en el banquillo, ante la estupefacción de los ejecutores.

Se dirigió a los mulatos, con serenidad magnifica, mandando: “Preparen...

carguen.. apunten... ¡Fuego!”. Cuatro nuevos disparos sonaron en el silencio

sepulcral de la tarde muriente. Cuatro balas más se incrustaron en el pecho de

José Montiel, que cayó en tierra. ¡Ahora sí que estaba muerto! Los soldados

habían obedecido maquinalmente la orden de aquel valiente.

ANTONIO TOMAS YEGROS

Antonio Tomás Yegros actuó en las batallas de Paraguarí y Tacuarí.

Colaboró con Pedro Juan Caballero en el triunfo del movimiento revolucionario.

Ambos fueron amigos del Dr. Francia, y ambos contribuyeron a realzar su

personalidad en los comienzos de la Revolución. Las cartas del dictador

cambiadas con el capitán Yegros revelan que existía entre ellos un grado

apreciable de amistad. Yegros era un compañero leal y desinteresado, un

corazón generoso, un soldado valiente. Creyó servir a su patria al abrazar el

partido del Dr. Francia, contra Bogarín y de la Mora, y apoyar la acción del

Cabildo, para conseguir la reincorporación del resentido vocal-decano.

Desempeñó más tarde la comandancia de Misiones. Pero cuando se descubrió

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el conato de conspiración de 1819 y comenzaron las prisiones, se retiró a su

establecimiento de Quiquió, de donde fue traído a la Capital preso. El soldado

leal no podía ser mal hermano. Fiel a su tradición y a su apellido, adoptó una

conducta que revela su contextura moral.

Antonio Tomás Yegros sobrevivió al gélido compañero de causa. Su

nombre quedó incrustado en la historia patria, con el mismo honor que el de

sus antepasados servidores de la Provincia y del Rey, y el de sus hermanos,

autores de la independencia de la República.

Murió en su retiro de Quiquió en 1864. La dictadura detuvo su mano ante

el amigo y compañero de causa, no sabemos si por razones de justicia o de

gratitud.

VICENTE IGNACIO ITURBE

Fue otra de las figuras prominentes de la emancipación. Ya antes de la

revolución de Mayo fue sospechado de conspirar contra el poder español, en

compañía de su pariente Domecq y de Miguel Hidalgo. Había participado en la

defensa de Buenos Aires contra los ingleses en 1807, en uno de los batallones

paraguayos enviados a las órdenes del Coronel Espínola; y después, como

alférez, en las batallas de Paraguarí y Tacuarí. El 14 de mayo acompañó al

cuartel al Capitán Pedro Juan Caballero y sirvió de emisario para intimar la

rendición del gobernador Velasco, en la madrugada del 15.

Refiere José Abreu, emisario de Diego Souza, capitán general del Río

Grande Do Sul, que Iturbe se condujo en esa oportunidad con mucha energía y

en las conversaciones entabladas con él, expresó los fundamentos de la

revolución, atribuyéndolos a la injusta postergación en que vivían los criollos

americanos y a la necesidad de que la provincia pudiera disponer de su propio

destino.

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Firmado el tratado del 12 de octubre, lo encontramos a Vicente Ignacio

Iturbe, como capitán de una compañía de Granaderos que marchaba con

pífanos y tambores, haciendo cabeza el escribano D. Jacinto Ruiz, para

pregonar por la ciudad la buena nueva de la independencia. La Junta de

Gobierno le designó Comandante de San Pedro de Ycuamandyyú, cargo de que

dimitió en 1814, en vista de “inmerecidos ataques a su persona”.

Iturbe era de carácter franco; correcto en su expresión, como su persona.

Prefirió dejar el cargo y retirarse a la vida privada, abandonar la carrera de las

armas, antes que consentir ataques en desmedro de su personalidad. Fue

preso en 1819, acusado de conspirar contra la dictadura. Altivo y decidido, no

podía consentir aquel régimen de opresión. Fue ejecutado en compañía de su

hermano Manuel y de los demás próceres de Mayo en 1821.

El capitán Iturbe estaba casado con doña Luisa Bernarda de Echagüe, hija

de D. Narciso de Echagüe, santafecino. Dejó un heredero, Policarpo Iturbe,

capitán de la escolta de los López, que murió en defensa de la patria, en la

guerra contra la Triple Alianza.

Mariano Valdovinos, otro de los conjurados, fue fusilado, como los

Aristegui, los Acosta, Valdovinos y tantos otros: sombras son que se proyectan

sobre la figura del dictador, y que al decir de Blas Garay, “oscurecen pero no

apagan el brillo de su gloria”. ¿Dónde estará el proceso de la conspiración de

1819? Espera una mano curiosa en las oscuridades de los anaqueles del

archivo, para decir toda la verdad.

QUINTA PARTE

LA OBRA POLÍTICA DEL DR. FRANCIA

El Dr. Francia no se caracterizó, como otros estadistas, por la multiplicidad

de su obra, por la organización jurídica ni por los monumentos edificados

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durante su régimen. Abrigó un propósito fundamental y a él lo subordinó todo.

Sus actividades fueron convergentes; su preocupación, única. Le acompañó

desde su iniciación en la vida pública y murió con él. El 16 de mayo de 1811

integró el triunvirato, en cuyo seno representó la tendencia netamente

patriota. Fue confirmado en el Gobierno el 20 de junio. En 1813, se le designó

Cónsul; en 1814, Dictador Temporal, y en el año 16, Dictador Perpetuo.

Realizó una carrera política firme. En el agitado proceso revolucionario,

algunos próceres quedan obscurecidos, otros desaparecen del escenario,

mientras él permanece incólume. Es un centro de gravedad de los

acontecimientos. Encontró obstáculos y suscitó rivalidades, tuvo en contra

fuerzas reaccionarias, pero supo defenderse e imponerse por su labor, su

sagacidad y su energía. Su prestigio era grande entre la gente de campo. Su

inteligencia seducía al pueblo. Marchó directa y progresivamente al Gobierno

unipersonal, porque se creyó el único capacitado para salvar la independencia.

Para ello se valió de todos los recursos de que puede disponerse en política, sin

corromper.

En 1816 esa tendencia francista predominó capitaneada por hombres del

interior como Miguel Ibáñez, de Concepción y Mariano Careaga, de Villarrica.

Triunfante, adoptó el titulo que corresponde a su misión histórica. Ese título es

inseparable de su nombre. Es un adjetivo que califica la realidad de su

actuación y que con el tiempo se convierte en sustantivo. Algunos príncipes se

titulan en la historia: “El Bueno”, “El Católico”, “El Hermoso”; aparecen

guerreros que se denominan: “El Taciturno”, “El Astuto”; Rosas fue “El

Restaurador de las Leyes”; Artigas, “El Protector de los Pueblos Libres”. El

gobernante paraguayo se denomina Dictador, y no Presidente, Gobernador,

Director o Protector. Ejerce la dictadura porque la patria está en peligro.

Por fin se posesionó del poder que buscó durante años, que esperó desde

la mañana augural del 15 de mayo. Solo y sin control, pues nunca convocó

Congresos. Suprimió el Cabildo, por no emanar su mandato del pueblo;

respetó los Juzgados inferiores para la substanciación de las causas comunes,

pero reservó el grado de apelación. Hizo un Gobierno personalísimo, sin

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derecho a imputar a otros complicidad ni sugestiones, ni de compartir

responsabilidades, puesto que sus ministros fueron simples colaboradores en el

expediente, pero no en la dirección de los negocios. Su obra fue básica; sus

propósitos cardinales; su labor orientada en un solo sentido: la independencia.

El Dr. Francia asumió el poder público, como una misión histórica y se

entregó a ella por toda la vida. Por eso la historia lo hace comparecer solo. Tal

como vivió. Sin Congresos, Generales, ni defensores. Soltero. Sin amores. Sin

amistades. Malo o bueno, no tuvo Ninfa Egeria que le inspirara, ni Richelieu

que le aconsejara. En esa actitud, abarcando su obra y su persona, con la

necesaria perspectiva, teniendo en cuenta la época, el medio y el objeto

perseguido, se le debe enjuiciar. Fríamente, sin compasión, que él no tuvo

para nadie. Pero honradamente como lo fue, indudablemente.

Concibió la independencia como un postulado del Derecho Natural. El

Reglamento de 1813, de su redacción, prescribe que el deber supremo es la

defensa y seguridad de la República. En sus autos supremos resalta esa

preocupación fundamental; su lenguaje traduce esa obsesión. En las circulares

a los delegados insiste sobre ese punto, como quien va apretando los resortes

de un complejo mecanismo. Por eso se ocupaba de los detalles

complementarios y anejos de la obra.

El Dictador enviaba precisas instrucciones, escribía cartas a los delegados,

despachaba los numerosos expedientes de la administración, concurría a los

cuarteles, controlaba las municiones y la pólvora, instruía a la tropa.

Monopolizó el comercio de madera y hasta se hizo tendero para comprar con la

ganancia armas y uniformes para la tropa. Todo con el objeto de equipar al

país para su autonomía. Este déspota tuvo una clara visión de los elementos

vitales de una nacionalidad. Alimentaba las raíces. Su obra no es elegante,

pero es maciza.

En cada uno de sus Autos Supremos se traducen las ideas rouseaunianas

y la legislación castellana. Uno de los documentos reveladores de su doctrina

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es la supresión del Cabildo, fundamentada en la consideración de que dicha

institución no procedía de fuentes populares, sino de designación oligárquica.

Gobernó para el pueblo, pero no con el pueblo, cuya voluntad decía

interpretar. Se acerca a él, pero no a las clases cultas, adineradas o linajudas.

Es que el sentimiento de la independencia se encontraba más en las entrañas

profundas, que en las capas doradas de la burguesía colonial. La clase media

no propugnó la dictadura. La sufrió. La clase popular y campesina fue su

sostén. El documento relativo a la supresión del Cabildo muestra hasta dónde

le repugnaban los privilegios coloniales, y cómo su íntima convicción atribuyó

al pueblo la fuente esencial de toda soberanía. Fundado en la doctrina del

Contrato Social, se atrevió a disolver el organismo jurídico más importante del

coloniaje, el Cabildo, en cuyo seno figuraron siempre los vecinos expectables,

por su cultura y su riqueza. El Cabildo asunceno era, además, la tradición

cívica de la provincia. El año 1811 cometió el error de ponerse frente a la

corriente revolucionaria. Fue eliminado por innecesario. El pueblo no lo

defendió porque en la última época se había hecho un cantón reaccionario. El

Dictador lo arrasó para no permitir deliberaciones.

Sus ideas políticas fueron pocas, pero firmes; la tenacidad en realizarlas,

superaba al brillo o genialidad de ellas. Fue una voluntad tensa, en acción

constante, con definida orientación; conocía el propósito perseguido:

INDEPENDIZAR AL PARAGUAY. A ese fin tuvo que subordinarlo todo: comercio,

cultura, relaciones, ejército, administración. Con calculada y fría reflexión,

suspendió todas las manifestaciones de vida de relación, hasta conseguir ese

objetivo, Veló por la integridad nacional con rígida estrictez, manteniendo los

límites tradicionales de la Provincia. Nunca cedió un ápice de territorio. A la

llegada de Correa da Cámara, designado Cónsul y Agente del Imperio del

Brasil, en 1825, por instrucciones del Dictador, el Delegado de Itapúa,

comandante Norberto Ortellado, ratificó los límites del Paraguay, que al

occidente de su río llegan al marco del Jaurú. Ocupó el territorio de la margen

izquierda del Paraná hasta la Tranquera de Loreto, con fuertes guardias, sin

permitir discusión sobre su dominio legítimo. Itapúa es la segunda capital, por

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donde se comerciaba con el Brasil, y la mantuvo como única puerta cuando,

obligado por las circunstancias, tuvo que cerrar el puerto de Neembucú (Pilar).

En Misiones actuaron como delegados Vicente Matiauda, Juan Vicente Montiel,

Norberto Ortellado, Sebastián José Morínigo y José León Ramírez, a quienes

trasmitía prolijas instrucciones, sobre todas las cuestiones administrativas, con

una claridad que hacen de dichas notas una fuente preciosa para el

conocimiento de las ideas gubernativas del Dictador. En ninguna época

clausuró el comercio con el Brasil. Por Pilar se comerciaba con Corrientes, pero

con intermitencias, porque la verdad histórica es que no fue Francia quien

“aisló” al Paraguay sino los Gobiernos del Plata, que le clausuraron el Río, le

requisaron sus armas, le impidieron el comercio. (54) (55) (56)

En Pilar, actuaron sucesivamente, los comandantes José Joaquín López y

Pedro Tomás Gill, cuyas carpetas son ilustrativas sobre la administración

francista tanto desde el punto de vista de las relaciones comerciales con

Corrientes y las ciudades del Plata, como en la cuestión de límites. Francia

ocupaba el Chaco Central hasta el Riacho Antequera y hacía detener a los que

navegaban el Bermejo sin su permiso, como ocurrió con Soria.

El Dictador exigía el reconocimiento previo de la independencia para tratar

y abrir el país al libre comercio. En sus comunicaciones se empleaba y exigía la

leyenda REPUBLICA DEL PARAGUAY y no permitía la de “provincia” ni

“gobernación”. Las tres palabras forman un nombre, el legítimo de la nación.

Así cruzará la historia, desde 1813, se empurpurará de sangre en dos guerras,

se escribirá en la letra del Himno Nacional, cuyo autor usó el lema “República o 54 “El Gobierno ha resuelto pasar a la otra banda un cuerpo de tres mil hombres, o más si fuera preciso, a efecto de franquear la navegación y libertar el tráfico mercantil de las trabas, piraterías y bárbaras exacciones con que impiden su curso los pueblos de la costa, pretendiendo arbitrariamente abrogarse el dominio del río, graciarse y auxiliarse con sus atroces expediciones, para tener a esta República en la más infamante y servil dependencia y preparar de este modo su atraso, menoscabo y ruina...” Disposición Suprema del 20 de enero de 1823. Manuscritos en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, Colección Río Branco. Este documento fue publicado y comentado por el Dr. Domínguez en El Diario, año 1935, y lo obtuvo del Arch. Nacional de Asunción. 55 Borrador de una carta del Dictador al Comandante de Pilar, Gill, del 31 de agosto de 1823. Biblioteca de Río de Janeiro. Col. Río Branco. 56 Informe del vicecónsul de Francia, Aimé Roger, al Ministro de Relaciones Exteriores. Buenos Aires, agosto de 1836. Colección de informes de los cónsules franceses durante el gobierno de Rosas. Nº 53. Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

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muerte” en lugar del clásico juramento de “Independencia o muerte” porque

para los fundadores fue y será siempre una República.

El Dr. Francia, como todo conductor de hombres, conocía el valor de las

fórmulas, la importancia del mito y por eso insistió en la leyenda. En su larga

actuación, puede constatarse que se trataba de un republicano auténtico, de

un precursor de esa forma de gobierno, como Francisco de Miranda. “Este

hombre está imbuido de las ideas de la República Romana”, dijo en su informe

a Buenos Aires, el plenipotenciario doctor Nicolás Herrera, en 1812. Ninguna

consistencia tienen las suposiciones sobre su “monarquismo”, puesto que en su

correspondencia habla con indignación de las “patrañas” del supuesto

“Marqués de Guaraní”. Por temperamento y por convicción, fue republicano.

Capítulos de la historia se resumen en ocasiones en un acontecimiento, o

en la biografía de un hombre, que ha sabido reflejar su medio. El Dr. Francia

es un “hombre representativo”, emersoniano, de tendencia nacional, la

encarnación de la voluntad de ser libre de su país. Reunió los materiales,

orientó la revolución, garantizó su éxito. Parece un creador. Quizá, en realidad,

no sea sino un trasunto de fuerzas ocultas que yacían en las capas profundas.

Fue el nacionalismo intransigente frente a las veleidades de los que creían

posible la unión con Buenos Aires. Las dos corrientes chocaron en el escenario.

Primó la primera, no sólo porque la prestigiara el Dr. Francia, sino porque

respondía a los sentimientos colectivos, que se decidieron por la independencia

absoluta.

El Dictador proclamaba el derecho de la propia determinación; no permitía

que nadie interviniera en sus asuntos, pero tampoco se mezcló en ajenas

querellas (57).

57 “...Pero un nuevo emisario paraguayo, don Martín Bazán, fue enviado a Artigas, y el emisario fue secuestrado y registrado en Buenos Aires, cuyo gobierno reclamó de el de Paraguay. Francia contestó diciendo que el Paraguay ejercía un derecho al enviar sus misiones a Artigas, “pues una provincia libre e independiente puede hacer alianza y concluir tratados, sin estar obligada a dar cuenta a nadie de sus operaciones y pactos con las otras aliadas. Que ningún pueblo tiene el derecho de mezclarse en el gobierno de otro, porque sería hacer injuria a su independencia al ingerirse a ser juez de su administración”. Esto allá por 1812. El escritor uruguayo termina con este comentario: “No es dificil imaginar el efecto producido en la oligarquía de Buenos Aires por esa doctrina, que será, sin embargo, el fundamento de las naciones que hoy existen y todos glorifican en el Río de la Plata”.

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En 1811 discutió con los plenipotenciarios argentinos Belgrano y

Echavarria y los indujo a reconocer la independencia del Paraguay (Tratado del

12 de octubre de 1811). La asamblea del 17 de junio de 1811, confirmando la

primera designación dada por el Cabildo para otorgarle la representación, votó

su nombre para el Congreso de las Provincias Unidas, pero él, hábilmente, dejó

írrita la resolución y no concurrió ni permitió que otro concurriera en tal

carácter. Como Dictador temporal, tomó medidas que le permitieron

consolidarse y realizar su propósito. En nombre de la necesidad de salvar la

República de peligros inmediatos, recurrió a la fórmula romana de concentrar

poderes, de unificar el comando para asegurar la disciplina. El Dr. Francia se

sentía y creía superior a sus rivales y colegas de gobierno. Miraba a la

humanidad principalmente por su lado débil, atribuyendo a las acciones de los

hombres móviles subalternos. Miraba de arriba abajo. En el fondo era un

doctrinario del despotismo, al que estimaba indispensable para condicionar el

progreso social. Fue intolerante. No admitía la discusión de sus actos, en la

convicción de que debían bastar sus buenas intenciones para que fuesen

consentidos y respetados.

INTERPRETE DE UN ANHELO COLECTIVO

El Dictador resultó el intérprete de un anhelo colectivo. El Paraguay, para

salvarse, se aisló y se puso en pie de guerra, en torno a su paladín. Como

buen político, el Dr. Francia no deseó despertar la compasión sino el respeto

de sus vecinos. Restringió en lo posible los vínculos externos. Llegó un

momento en que redujo a su mínima expresión las relaciones exteriores. No se

comerciaba más que por Itapúa; ni se celebraban tratados, pero tampoco se

pedía auxilio. Se afirmaba, poseía, se plantaba, como una bandera, allí donde

sus coterráneos querían una PATRIA, con los limites tradicionales de la

Juan Zorrilla de San Martín: La Epopeya de Artigas. Pág. 259, Montevideo, 1911.

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Provincia. A la presión externa, contestó con una afirmación de personalidad.

Nunca conoció humillaciones.

La independencia del Paraguay no debía ser, a su juicio, el fruto de la

transacción de los grandes vecinos, sino una acto unilateral de voluntad, de

self determination, consolidado por la fuerza y ejecutoriado por el tiempo.

Asunción tiene algo de Alejandría. Es un paso, un camino y una etapa de

la civilización en la conquista del nuevo mundo. Fue el centro de donde

irradiaron los fundadores de la segunda Buenos Aires, de Santa Fe, Corrientes

y Santa Cruz de la Sierra. Hasta 1620 fue la capital del Río de la Plata. En

1542 tuvo su obispado. De allí partieron los conquistadores materiales y

espirituales de gran parte del continente. Fue el centro de un pueblo que logró

adquirir la fisonomía de una nacionalidad.

El Dictador Francia es el hijo inexorable de una tierra intransigente. En su

obra no hay debilidades ni transacciones. Allí donde está, queda. Armas al

hombro. Ni con España, ni con Portugal, ni con Buenos Aires. Defiende lo suyo,

con gesto airado. No retrocede. Él fundó una república, allí donde el genio

organizador de Domingo Martínez de Irala creó una provincia indo-española a

mediados del siglo XVI. Así procedió en las Misiones, sobre el Río Uruguay, en

Bahía Negra y el Bermejo; igual conducta usó con Artigas y Bonpland; trató de

la misma manera en sus notas a Correa da Cámara y Bolívar. Practicó con

lealtad su política de aislamiento, pero con energía. Aprovechó todas las

oportunidades para declarar que el marco del Jaurú era el límite del Paraguay

al extremo Norte; que las Misiones eran de su pertenencia. Sabía

perfectamente lo que quería; no se dejó arrastrar por los acontecimientos. Por

algo dijo de él, Carlyle, que “era todo un hombre” (“truly a man”).

El Dictador era el primer centinela de la guardia, el más estricto de los

soldados en la defensa de las fronteras tradicionales. Es un hito. Tocó así el

punto neurálgico de una voluntad colectiva; enarboló como bandera una

nebulosa aspiración de su pueblo; y lo disciplinó haciéndole ver el peligro

exterior. Su dictadura tiene algo de un retraimiento desconfiado de las

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nacionalidades en formación que buscan cristalizar en Estado. De ahí que ese

régimen que duró un cuarto de siglo, deba ser estudiado, no como una mera

cuestión política, sino como un fenómeno social. Este impío revolucionario

formó la cúspide de una pirámide asentada en la tierra de los carios. En su

intransigencia se resumían tres siglos de vida colectiva, la voluntad de

constituir un Estado independiente, la nación paraguaya.

DE CÓMO EL PARAGUAY SE CONCENTRÓ EN TORNO AL Dr.

FRANCIA

El Dr. Francia no hizo el Paraguay, ni lo moldeó a su imagen y semejanza.

Su gobierno fue el fruto de las circunstancias. Esta tesis habilita mejor que la

teoría egocentrista, a señalar su acción fundamental, a explicar su larga

permanencia en el poder, a establecer el criterio con que ha de juzgársele.

Antes que el enjuiciamiento de un hombre, debe interesar la apreciación de

una época, de una etapa de la creación y desenvolvimiento del pueblo

paraguayo, de cuyo seno no puede arrancarse al Dr. Francia para estudiarlo

como un caso aislado.

Refiriéndose a la ascensión al poder del Dr. Francia, anotó José Manuel

Estrada:

“No inauguró su dominación con escenas sangrientas ni tempestuosas. El

reinado del terror se hizo esperar. Francia trataba de afirmar al pie en el

terreno que pisaba, antes de aventurarse a dar un nuevo paso en su carrera.

Cerró poco a poco el anillo de las cadenas y las echó sobre el pueblo,

acariciándolo. Él sabía que en el Paraguay encontraba fácilmente eco toda

palabra que revelara sentimientos localistas; conocía que la independencia era

la pasión dominante de sus conciudadanos y se dio a halagarla para fundar en

su explotación el reinado que iba a establecer”. (58). Da la clave del estado de

58 José Manuel Estrada: Los comuneros del Paraguay , edición 1899. Pág. 488.

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espíritu colectivo: “La independencia era la pasión dominante de sus

conciudadanos”.

Ese sentimiento que surgió con fuerza en 1811 y polarizó todas las

actividades, fue el mismo que “los derechos del Común” defendidos en la

revolución de los Comuneros, de 1720 al 35, un localismo propio de un pueblo

“singular” como lo llamó Poucel (59).

El localismo artiguista se hizo montonera; el Alto Perú terminó por

convertirse en la República de Bolivia, en 1825; el localismo paraguayo se

encerró por desconfianza, se convirtió en fiero sentimiento de independencia,

levantando la muralla del régimen del aislamiento.

Ese fenómeno social e histórico no ha sido bien comprendido por los

detractores del Dr. Francia, que se apoyan en crónicas deficientes o en

tradiciones sin documentación, emanadas de sus enemigos, para presentarlo

como un tirano maniático, extravagante, sin ideales. Estrada lo atisbó en

medio de la maraña; descubrió en él destellos de grandeza; lo imprecó, en

nombre de las libertades constitucionales establecidas a mediados del siglo

XIX, y sostiene que en la era antigua hubiera sido un semidiós de la tiranía...

Es que la figura del Dr. Francia tiene la recia oscuridad de los fundadores

de pueblos de la antigüedad. Ella no puede seducir a los que juzgan a los

hombres con el exclusivo criterio de los principios vigentes en la época

contemporánea. No es propicia a la apología. Reclama la comprensión. Y para

comprenderla es más útil revisar sus documentos, que releer las injurias

acumuladas contra el Dr. Francia durante más de un siglo. Su verdadera

defensa es su obra. Su personalidad ofrece interés, porque tiene carácter,

porque ofrece rasgos curiosos, es eminente.

Al juzgar los acontecimientos del pasado, del período inicial de las

nacionalidades americanas, no deben descuidarse los factores psicológicos, que

han podido influir en la conducta de los dirigentes, No da lo mismo actuar en la

época del radio, del avión, de los ferrocarriles, de la prensa informativa de fácil 59 Benjamín Poucel: Le Paraguay Moderne, 1867, Marsella.

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y rápida noticia, de interdependencia cultural y económica intensa, que en los

albores de la formación de estos países, en que toda sospecha reconocía algún

fundamento, y toda desconfianza se basaba en una probabilidad. Límites

imprecisos, masa inculta, ambiciones exacerbadas, caudillos prepotentes, y la

noción de patria harto confusa, eran factores propicios a los conflictos en aquel

período.

Cada época tiene su contenido y sus ideales. Así la provincia se bate en

1720 por los derechos del común, por las libertades municipales: “La autoridad

del común (el pueblo) es superior a la del Rey”; sigue al ilustre Antequera,

acompaña a Mompox, a Juan de Mena y Ramón de las Llanas, jura perecer con

ellos en defensa de los derechos del común, porque veía peligrar sus derechos,

frente a la influencia jesuítica y a la acción del Virrey de Lima, a las

expediciones punitivas de García Ros y de Mauricio de Zavala. La vida

municipal se proyectó en el ambiente nacional; la capital se reflejó sobre toda

la provincia; se unificó el sentimiento colectivo; se diseñó una aspiración de

pueblo.

Un siglo después, desde 1811 al 40, ante la inminencia del peligro

exterior, el pueblo paraguayo aceptó al duro conductor y lo subordinó todo a la

idea cardinal de su independencia. Este apartamiento forzoso, impuesto más

por factores exteriores que por otras causas, ha sido injustamente calificado al

equiparárselo a las épocas de renunciamiento servil, de abyección colectiva. La

sociedad paraguaya de esa época no fue inferior ni en su moral ni en sus

costumbres a la de las anarquizadas provincias hispanoamericanas que gemían

bajo el régimen de los caudillos. ¿Dónde estaban los parlamentos, la prensa

libre, el sufragio garantido, los derechos individuales respetados? En esa época

los próceres de la causa liberal vivían en la proscripción, o estaban recluidos en

las cárceles. Otros pueblos del continente cayeron más tarde bajo el régimen

de los Césares democráticos, del Porfirismo, de García Moreno, de Juan Vicente

Gómez, como consecuencia de la anarquía. El Paraguay no cayó en

abyecciones ni después de la independencia ni a la muerte del Dictador. Lo que

ocurrió fue que el proceso de su organización nacional precedió en más de

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medio siglo al proceso de su organización democrática: dos estadios

diferentes.

AMAGOS EXTERNOS

EL GUAIRA COLOCADO EN EL CRUCE DE DOS CORRIENTES

CONQUISTADORAS

La Provincia había sido durante tres siglos el campo de encuentro de dos

corrientes conquistadoras. La línea de Tordesillas tenía que ser trazada sobre

la tierra, siquiera no coincidiera con su concepción teórica, señalada en los

tratados de 1750 y 1777. España y Portugal se encontraron varias veces en los

recodos de esa mesopotamia, en su afán colonizador. El Guairá, colocado entre

dos corrientes poderosas, era un punto de choque doblemente amenazado por

esa marcha de conquistadores. Para convertirse en nación independiente tenia

que afrontar doble peligro y dar forma a los factores potenciales que

suministraban la geografía, la raza y la tradición, mediante una organización

adecuada que le pusiera a cubierto de toda absorción.

La independencia del Paraguay no fue sólo un acontecimiento político, sino

también un fenómeno social, un imperativo geográfico y étnico. Esa provincia

detuvo el avance portugués, a la altura del Guairá, al Este, en las márgenes

del Paraná; y en la Bahía Negra, hacia el Norte. El fuerte de Borbón (hoy

Olimpo), defendía ambas márgenes del río Paraguay, tanto hacia la Bahía

Negra como el territorio comprendido entre el Apa y el Blanco. Coimbra y

Albuquerque fueron consolidadas más tarde por la teoría del uti-possidetis

portugués-brasilero, a pesar de la tenaz protesta del Dr. Francia, que sostuvo

los tradicionales limites hasta el marco del Jaurú. Una ultima tentativa del año

11, consistió en la ocupación de Olimpo, frustrada luego a la vista de una

expedición enviada desde la Villa Real a las órdenes del capitán Juan Francisco

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Echagüe y Andía, antes de la de mayor proporción que debía encabezar

Fernando de la Mora (60). Al S. y al O. tenía que mantener Misiones y el Chaco.

La tarea de la consolidación de la independencia y la integridad territorial

requería una suma de esfuerzos continuados, una energía persistente. Un

minuto de debilidad podía comprometer el destino de un pueblo. La

independencia debía ser ante todo un acto de voluntad perseverante. Esos

riesgos parecen hoy mínimos; pero apreciados con las circunstancias del medio

y de la época, aparecen reales e inminentes. Una provincia mediterránea

rodeada de poderosos vecinos, aspiraba a la autonomía. Para ello no contaba

con grandes recursos ni alianzas. Nada más que con sus propias fuerzas. La

revolución era, pues, un programa de largo aliento, que requería energías

vibrantes, una constancia sin desfallecimientos.

Cada época tiene su clima moral, sus rumbos sociales, sus hombres,

provenientes de factores diversos y aspiraciones. La historia no es una mera

repetición. Aparecen en su curso contingencias engendradas por los factores

económicos y por las ideas que priman en cada época, nuevos factores que

hacen de su trayectoria, no la línea geométrica, sino etapas sinuosas de una

marcha. El “corsi e ricorsi” de Vico no entraña la repetición de sucesos ni

cuadros, sino la constancia de leyes que presiden el desarrollo, la culminación

y decadencia de los pueblos. Tienen éstos su proceso de acciones y de

reacciones, periodos de paz y de guerra, de orden y de anarquía, que forman

un complejo de circunstancias superior a veces a la voluntad y a la acción

personal de los dirigentes. A la teoría carlyleana de los héroes, es menester

agregar la acción instintiva de las masas, la influencia de los factores

económicos y algunos determinismos no siempre apreciables exactamente,

además de las corrientes universales de cambio o de renovación, como el

Cristianismo, la Reforma, la Revolución francesa, el descubrimiento de América

y el socialismo. El movimiento de emancipación continental no fue la

revolución argentina americanizada, como se sostuvo, sino la eclosión de un

60 Véase manuscritos en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, Colección Río Branco. – Véase la Exposición de la causa del Paraguay en su conflicto con Bolivia, presentada a la Sociedad de las Naciones, 1934.

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estado social largamente preparado en el nuevo mundo y cuya realización en

el Paraguay se inició el año 11 y se prolongó casi medio siglo. La

independencia fue reconocida el año 44 por el Brasil y en 1852 por la

Confederación Argentina. Rosas no mostró inclinación alguna para su

reconocimiento. El informe del cónsul francés, en 1836, a su gobierno,

constata todavía la existencia del pensamiento de incorporar al Paraguay, si

bien los gobiernos no pudieron organizar expediciones militares para

someterlo. En el período de disgregación del virreinato, la antigua Provincia del

Guairá fue la primera en manifestar su voluntad de autonomía. Los factores

centrífugos fueron más potentes en las colonias hispanas, que llegan a

constituir 19 repúblicas, en lugar de haber mantenido cuatro o cinco grandes

unidades políticas, como ocurrió con los antiguos dominios ingleses y

portugueses de América.

EL CATECISMO POLÍTICO DEL DICTADOR FRANCIA

A algunos personajes históricos les favorece la leyenda, porque ella

disipa en el claro-oscuro los rasgos antipáticos y atenúa las faltas, ocultando

en la poesía errores y crímenes. A otros, en cambio, les perjudica, porque

perpetúa la calumnia de sus contemporáneos o el dicterio de sus enemigos. El

Dr. Francia ha sido desfigurado por la leyenda tenebrosa. Su vida y sus obras

piden luz; requieren la investigación; reclaman la publicidad. Para impresionar

la imaginación popular no tiene episodios ni hazañas que doren su figura, ni

sufrió martirio que pudiera hacer olvidar sus errores. Su vida transcurrió en el

silencio laborioso de su gabinete. Su verdadera biografía está en los “Autos

Supremos”, de escasa divulgación, en los documentos públicos, cartas íntimas

y circulares a las autoridades del interior; es decir, el registro de su acción

gubernativa que duerme en los polvorientos archivos, en espera de la

curiosidad.

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Esa vida, como el carbón de piedra, despedía humo sucio por la chimenea,

pero daba calor y fuerza. Una existencia substantiva, que espera la revisión del

juicio histórico, con pruebas y testimonios imparciales. El pueblo paraguayo vio

en el Dr. Francia a un severo magistrado, un defensor de su independencia. Así

se explica su largo gobierno. Porque este político sin generosidad ni elocuencia,

este revolucionario sin galones ni dinero, no se apoyó ni en generales ni en

curas, ni en serviles Congresos que le votaran aplausos ni mociones de

confianza. Con su autoridad consiguió que la clase militar se dedicara a

guardar las fronteras y a mantener el orden, sin salir de los cuarteles. No

prodigó grados ni prebendas. No persiguió a la iglesia ni intentó valerse de sus

ministros, para fines políticos. Exigió que los sacerdotes prestaran juramento

de reconocimiento de la independencia para ejercer su ministerio en el país,

sin hacer cuestión de su nacionalidad. No era ateo, si bien no practicaba las

exterioridades del culto. Su ideario fue de contenido político y social; buscó la

creación de una república, la formación de una sociedad igualitaria dentro de

un Estado totalitario. Pocos documentos pueden ser tan instructivos sobre su

sistema como el catecismo que escribió para uso de las escuelas primarias.

El catecismo político del Dr. Francia, publicado en un libro de la época,

refleja los lados fundamentales de su sistema, que recuerda mucho la doctrina

del positivismo comtiano. No se trataba de un régimen liberal y representativo,

sino de un sistema de dictadura ilustrada, del gobierno para el pueblo, en que

los deberes priman sobre los derechos y el Estado absorbe los derechos

individuales. Esta última concepción separa al Dr. Francia de su maestro

Rousseau y le acerca al positivismo. Concibe a la Nación como un ser, un

organismo, a cuyo beneficio deben ser sacrificados los atributos del ciudadano.

El catecismo político francista difiere del famoso “Catecismo de San

Alberto”. No persigue ni aconseja adhesiones a su persona, sino a la entidad

“gobierno”.

Declara que ese sistema es “provisorio” y que se funda en la naturaleza y

necesidades de los hombres y las condiciones sociales, como para justificar la

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dictadura. No busca teorizar un sistema absolutista como el catecismo de San

Alberto, ni inculcar a la niñez la doctrina del despotismo. Recalca dos hechos

fundamentales, como la supresión de la esclavitud y la disminución de los

impuestos, que revelan la tendencia igualitaria, y termina invocando el

“nombre de nuestro divino maestro Jesu-Cristo”. Aquel señor perpetuo de

vidas y haciendas, dice que su gobierno durará en cuanto Dios lo estime útil.

Relámpago de misticismo en el solitario Dictador.

He aquí el texto del poco divulgado catecismo:

“Pregunta: ¿Cuál es el gobierno de tu país?

Respuesta: El patrio reformado.

P: ¿Qué se entiende por patrio reformado?

R: El regulado por principios sabios y justos, fundados en la naturaleza y

necesidades de los hombres y en las condiciones de la sociedad.

P: ¿Puede ser eso aplicado a nuestro pueblo?

R: Sí, porque aunque el hombre, por muy buenos sentimientos y

educación que tenga, propende para el despotismo, nuestro actual primer

Magistrado acreditó, con la experiencia, que sólo se ocupa de nuestra

prosperidad y bienestar.

P: ¿Quiénes son los que declaman contra su sistema?

R: Los antiguos mandatarios, que propendían entregarnos a Bonaparte, y

los ambiciosos de mando.

P: ¿Cómo se prueba que es bueno nuestro sistema?

R: Con hechos positivos.

P: ¿Cuáles son esos hechos positivos?

R: El haber abolido la esclavitud, sin perjuicio de los propietarios, y

reputar como carga común los empleos públicos, con la total supresión de los

tributos.

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P: ¿Puede un Estado vivir sin rentas?

R: No, pero pueden ser reducidos los tributos, de manera que nadie sienta

pagarlos.

P: ¿Cómo pudo hacerse eso en el Paraguay?

R: Trabajando todos en comunidad, cultivando las posesiones municipales

como destinadas al bien público, y reduciendo nuestras necesidades, según la

ley de nuestro divino maestro Jesu-Cristo.

P: ¿Cuáles serán los resultados de este sistema?

R: Ser felices, lo que conseguiremos manteniéndonos vigilantes contra las

empresas de los malos.

P: ¿Durará mucho este sistema?

R: Dios lo conservará en cuanto sea útil. Amén”, (61)

RÉGIMEN ADMINISTRATIVO

Las instrucciones que enviaba el Dictador a los delegados y comandantes

son concretas, muy detalladas, sin perjuicio de contener apreciaciones duras y

algunas veces extravagantes. Son siempre correctas idiomáticamente. La

pasión por el bien público, el exceso de trabajo y preocupaciones, su

naturaleza desconfiada, agriaron su carácter hasta volverlo huraño. La dulzura

y la bondad no son atributos muy comunes en los personajes históricos; los

grandes caracteres son siempre imperfectos para un manual de urbanidad;

tienen sombras y luz. El héroe no es santo. La neurastenia es un defecto, pero

no destruye a los héroes, próceres y estadistas. En realidad el buen humor es

un regalo de los dioses, alcanzado por pocos luchadores. El Dr. Francia estaba

tan convencido de la trascendencia de su obra que, en una carta al

61 Este documento nos fue proporcionado por el historiador brasileño Basilio de Magalhaes, buen conocedor de la historia del Plata.

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comandante Norberto Ortellado, de Itapúa, afirma que si no fuera por su

gobierno, los paraguayos hubieran emigrado en masa a Buenos Aires,

Corrientes y Río Grande, por su índole migratoria. (1) En carta al delegado de

Pilar, José Joaquín López, del 15 de julio de 1815, decía que “las armas con

que cuenta el país, sus caudales y su organización administrativa son de mi

exclusiva iniciativa y obra”.

Algunas de sus extravagancias y meticulosidades, han sido explotadas

para presentárselo como un paranoico. El Dictador, además de desconfiado por

naturaleza, contaba con escasos colaboradores de valer. Los principales

fueron: José Gabriel Benítez, Ministro de Gobierno; Juan Manuel Alvarez,

Ministro de Hacienda; Bernardino Villamayor, Pedro Miguel Decoud, Tesorero;

Policargo Patiño, actuario; Juan José Medina, administrador de la tienda del

Estado. Abarcaba con su mirada los ámbitos del país; vigilaba todas las

actividades. Se ocupaba de la tienda del Estado, del uniforme de la tropa, de

su racionamiento; reglamentaba las contribuciones y enviaba instrucciones

sobre agricultura, sobre educación, justicia y policía.

La preocupación por el detalle revela más bien celo que carácter

estrafalario. Resolvió rectificar las calles de la Capital, porque Asunción era una

ciudad irregularmente edificada, con vías angostas y sin derechura. Con ese

motivo fueron derrumbadas muchas casas. Pagó puntualmente las

indemnizaciones correspondientes para la rectificación de las calles y plazas.

Este hecho completamente común en la vida de las Municipalidades, cuya

legalidad justificó basado en la legislación española, y adoptado con fines de

modernización, le fue imputado como un delito, como un capítulo de su

enjuiciamiento, como una prueba de extravagancia. (62) Igual ocurrió en 1838,

con la muerte del obispo García Panés, a quien Francia otorgó una pensión, sin

perseguirlo ni molestarlo; su sustitución fue dispuesta a raíz de la demencia

del anciano prelado español. No faltaron enemigos que atribuyeron la muerte

62 Documentos. Ver Juan F. Pérez: El Liberal, citado.

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de Panés al envenenamiento, cuando en verdad fue restituido en sus honores y

preeminencias, al recobrar la razón, en 1835 (63).

El Dictador exigió el sometimiento de la iglesia al Estado. Declaró la

libertad de la Iglesia paraguaya de toda jurisdicción extranjera, para evitar que

el Obispo de Buenos Aires ejerciera autoridad sobre la diócesis asunceña, y

asignó sueldo a los párrocos. Declaró, asimismo, que las bulas y breves sólo

tendrían valor y vigencia después de aprobados por el Gobierno. Muchos de los

clérigos de la época eran españoles y no se mostraban adictos a la revolución,

salvo, naturalmente, los paraguayos, como Francisco Javier Bogarín, Fernando

Caballero, Basilio López, Agustín Molas, Robledo, Gutiérrez, Marco Antonio

Maíz, el cordobés Manuel Antonio Pérez, Hipólito Quintana y y el porteño Felipe

Santomé. Suprimió el diezmo, pero en cambio fijó sueldo a los párrocos (64). El

juramento exigido por el Dictador era similar al que impusieron la Convención

Francesa y el Congreso de Tucumán de 1816.

La muerte del ex Gobernador Bernardo de Velasco, según testimonio de

Rengger, fue causada por una pulmonía, y no por envenenamiento.

Vale la pena aclarar estos casos, porque a base de ellos se aumentó la

obscura fama de las crueldades del Dictador, a quien se agregó en cuenta el

martirio de los dos ancianos, Velasco y Panés,

Francia mostró indiferencia en materia de culto, dejó de asistir a las

ceremonias religiosas desde 1824; no alentó a la clerecía; suprimió el

seminario, pero nunca persiguió a la Religión ni a sus ministros, a pesar de

considerar el clericalismo como un peligro para la revolución, en vista de que

una parte considerable de sus miembros eran peninsulares. Secularizó los

bienes de las Congregaciones, atribuyéndolos al Estado. Prohibió las

procesiones públicas, menos la del Día de Corpus. Suspendió las relaciones con

la Santa Sede, pues para mantenerlas exigía el reconocimiento previo de la

63 Auto supremo, del 2 de julio de 1823. Colección Río Branco. 64 MSS. en la Colección Río Branco. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

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independencia y la no sujeción a la diócesis de Buenos Aires. En su Estado, la

Iglesia tenía que ser colaboradora, sometida.

Ni religión del Estado, ni Iglesia libre, sino el Estado omnicomprensivo que

lo subordina todo. Tal fue la teoría francista. Nunca persiguió a nadie por

causas religiosas. Su catecismo político revela que fue un creyente.

El Dictador tomó medidas contra los que combatían al gobierno o a la

independencia, o como represalia, como sucedió con los santafecinos, a

quienes mantuvo en prisión durante varios años porque el Gobernador

Estanislao López se había apoderado de 200 tercerolas que venían para el

Paraguay (65). A muchos de ellos los tuvo presos durante años, lo mismo que a

los españoles. Aplicó la confiscación y la multa como procedimientos para

arruinar a los enemigos de la independencia y obligó a los extranjeros a

contribuir para la defensa nacional (66).

A Carlos Antonio López, Manuel Atanasio Cavañas, Mauricio José Troche,

Antonio Tomás Yegros y otros personajes, nunca los molestó. Asignó una

pensión a Artigas y a muchas familias cuyos miembros se hallaban presos (67).

Suprimió el Cabildo, designó los alcaldes y defensores encargados de

administrar justicia y mantuvo sobre los jueces un severo control (68).

El Coronel Juan Manuel Gamarra antiguo diputado y héroe de Paraguari,

siguió en su comando de Villa Real, hasta abril de 1814; el capitán Mauricio

José Troche, conjurado del 14 de mayo, vivió sin molestia alguna en Curuguaty

y luego en Asunción, donde murió en 1835.

El teniente coronel Manuel Atanasio Cavañas, héroe de Paraguarí y

Tacuarí, moraba en su estancia de las Cordilleras, y fue ascendido a coronel en

mérito de los servicios prestados. Pero a su muerte, ocurrida en 1833,

enterado el Dictador de su inteligencia con Artigas, en años ya remotos,

declaró la confiscación de sus bienes y dispuso que fuera roto el despacho de

65 Ver Gil Navarro: Veinte años en el calabozo . 66 Colección Río Branco. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. 67 Ver Juan F. Pérez: El Liberal, citado. 68 Auto del 2 de diciembre de 1823. Colección Río Branco, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro.

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coronel que le había otorgado. Fue un castigo post-mortem, original y

extravagante.

La copiosa correspondencia del Dictador, conservada en el Archivo de

Asunción, en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro y en algunos Archivos

particulares bonaerenses y asuncenos, contiene piezas dignas de servir de

elementos de estudio de su psicología. El Dr. Francia ordena, pero ordena con

fundamento; sus medidas fueron siempre explicadas a los delegados, a

quienes algunas veces tutea; fue detallista en grado extremo; celoso hasta la

fiereza. Para comprender y enjuiciar su personalidad y su acción gubernativa,

es forzoso conocer las cartas a los delegados y comandantes, a quienes

instruía con verdadera paciencia sobre los intereses de la república. Mantenía

una copiosa correspondencia con los comandantes José Norberto Ortellado, de

Itapúa; José Joaquín López (1815-19) y Pedro Tomás Gill, de Nuestra Señora

del Pilar de Ñeembucú; José Agustín Yegros, de San Carlos (1815-16); José

Miguel Ibáñez y Romualdo Agüero, de Concepción; Juan Antonio Montiel, de

Misiones (1815).

Frecuente fue su correspondencia con el sub-delegado Ramírez, de la

frontera de Misiones. En 1819, envió a Candelaria, para guardar las Misiones

de la ribera izquierda del Paraná, a su propio secretario, comandante Antonio

Díaz Moreno. En sus cartas a los delegados usó siempre el tratamiento de

“estimado”.

Olimpo (Borbón) fue objeto de especial cuidado. Las instrucciones a su

comandante eran estrictas. Por ahí, probablemente, recibió la nota de Bolívar

en la que éste pedía la libertad de Bonpland (1824). Cuidó Tevegó (hoy San

Salvador) como base de aprovisionamiento de Olimpo y San Carlos, para

detener la invasión portuguesa y luego la penetración brasilera. Protestó

contra la ocupación de Coimbra y Albuquerque. Otro hombre de su confianza

fue Mariano Careaga, de Villarrica, antiguo Diputado al Congreso y

comandante militar de esa Villa.

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Controlaba las estancias del Estado, instruía los jueces y revisaba algunos

procesos judiciales. El centralismo de su administración fue excesivo. El

Dictador quería verlo todo, vigilarlo todo. Trataba con consideración a sus

delegados, pero les dejaba poca libertad de acción. Sus ministros fueron, en

realidad, amanuenses.

Objeto principal de su atención fue el ejército. Visitaba con frecuencia los

cuarteles; pasaba algunos días en el Campo Grande; controlaba las armas,

municiones y uniformes. No arruinó con impuestos, pero tampoco dejó libertad

al comercio. Suprimió el diezmo, y en diversas ocasiones rebajó los impuestos.

(Auto del 26 de octubre de 1835). Cuidó la agricultura, pero no dejó a la

iniciativa privada impulsar el progreso, con su audacia y su deseo de ganancia.

No hay que olvidar que fue un “igualitario” y un convencido de la necesidad de

unificar el comando para salvar la independencia. Dios dispondrá lo futuro.

Gobernaba demasiado, pretendiendo concentrar todo en sus manos.

Para elaborar su programa político se inspiraba en los ejemplos de la

Roma clásica. De esa fuente procede el proyecto de creación del Consulado.

Cuando vio peligrada la independencia por la amenaza absorbente de Buenos

Aires y de los portugueses, peligro que se constata en la correspondencia de la

Junta con José Artigas, y temió que la anarquía interna facilitara la conquista

presunta, recurrió al arbitrio supremo del Lacio: LA DICTADURA.

Las ideas son directivas de la conducta de los hombres y de los pueblos;

el ejemplo y la imitación son fuerzas sociales. La doctrina es acción en

potencia. El Dr. Francia aplicó la suya con profunda convicción, como plan

meditado. Su base fue la AUTORIDAD y su objeto, el ORDEN. En la primera

época de su gobierno no usó la violencia para hacerse respetar. Así prosiguió

hasta 1819, en que descubrió la primera conspiración. Entonces, sí, detuvo y

encarceló. Con todo, procuró alargar los trámites del proceso para no castigar

sin fundamento. Sólo cuando sorprendió la correspondencia del caudillo

entrerriano Francisco Ramírez dirigida a Fulgencio Yegros, en la cual se trazaba

un plan de revuelta, confirmatoria de la primera denuncia, procedió con

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dureza. Aplicó la ley de la época con todo rigor. Se ensañó para ejemplarizar,

sin que la piedad tuviera un sitio en los obscuros repliegues de su espíritu

endurecido.

Buena parte de las acusaciones formuladas contra el Dictador y su

Gobierno, provienen de enemigos personales, algunos de los cuales fueron

sindicados como reaccionarios españolistas, en los días del movimiento de

mayo de 1811; otros fueron declarados “porteñistas”, es decir, partidarios de

la unión con Buenos Aires. Muchos de ellos fueron los mismos que se

opusieron al movimiento de Mayo; los que intentaron reponer al gobernador

Velasco, peninsulares que no aceptaron la revolución, o paraguayos

“argentinizantes”, que más tarde pidieron a Juan Manuel de Rosas la conquista

del Paraguay. Se trata de una enemistad histórica, que no puede servir de

base para el enjuiciamiento. Es verdad que, entre los contemporáneos figuran

algunos que condenaban la dictadura por espíritu liberal, como Mariano

Antonio Molas, Pbro. Marco Antonio Maíz, y otros, pero en su mayoría los

enemigos de Francia no fueron patriotas de su temple e intransigencia,

excepción hecha de los conspiradores de 1819, a quienes debe imputarse más

bien un delito político, que ideas anexionistas.

A la Dictadura debe juzgársela en bloque, presentando sus lados buenos y

malos, la vera efigie del titular. El Dictador era un totalitario, en el sentido de

querer el sometimiento de todas las actividades sociales al Estado.

Su gobierno fue la aplicación de una doctrina. No oprimió por simple

maldad, sino sujetó por sistema, creyendo que la opresión era el medio

recomendable para evitar la anarquía. Es así como no persiguió a la Iglesia,

pero la sometió; recogió en tesorería los valores de los templos, pero no

impidió que los sacerdotes siguieran ejerciendo su ministerio y hasta asignó

subsidios a los párrocos y capellanes. Suprimió los conventos, en donde “sus

individuos vivían ya una vida muy relajada” (69); nacionalizó sus bienes porque

era adversario de las órdenes regulares como institución; derogó la inquisición 69 Molas, Mariano Antonio. Descripción histórica de la antigua Provincia del Paraguay . 3ed. Buenos Aires: Nizza. 159p. p. 48.

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porque no consentía la persecución por causas religiosas. Como todo déspota

no creó ni sostuvo instituciones universitarias ni colegios superiores de cultura,

pero sí escuelas primarias. Así lo constata un historiador adverso a su política,

Antonio Zinny. En 1824 pagaba sus sueldos de 6 pesos mensuales a 140

maestros de escuelas, que fueron autorizados a cobrar a los alumnos por la

enseñanza. Siguieron funcionando en Asunción, las escuelas de José Gabriel

Téllez, Juan Pedro Escalada y J. Quintana, como únicas claraboyas de luz de

aquella época sombría.

Detractores de su obra, como Rengger y Longchamp y los hermanos

Robertson, refieren que el Dictador recibía libros y periódicos de Europa por vía

Corrientes e Itapúa. No impedía la entrada de libros. Recomendó a las

autoridades de campaña el fomento de la instrucción primaria, pero no le dio

impulso ni creó instituciones de enseñanza superior. Se mostró enemigo de la

cultura. Todo lo subordinó a preparar una potencia nacional para salvar la

independencia.

Tanto la obra de Rengger y Longchamps, como la de los Robertson,

constituyen elementos fragmentarios, incompletos, para juzgar la

administración francista. Basta considerar que esas publicaciones sólo abarcan

hasta los años 1824 y 1819, respectivamente; quedan, pues, fuera de su radio

de acción, cerca de veinte años de gobierno.

El Dr. Francia ensayó la aplicación de la llamada economía dirigida, el

nacionalismo económico, forzado por las circunstancias. Su fórmula fue

“Bastarse a sí mismo, en lo posible, para asegurar la independencia”. Fomentó

la agricultura, la industria, la ganadería. Aprovechó todas las circunstancias

para disminuir los impuestos. No sólo regularizó el régimen impositivo español,

sino que rebajó las tasas. Como administrador de la cosa pública, fue

ejemplar. Dictadura extraña que no esquilmaba al pueblo, ni le arrancaba su

dinero para boatos y esplendores.

Pero le lastimaba el espíritu, aherrojando ese éter de las sociedades

civilizadas que es la libertad. A su obra le faltan rayos de luz. El antiguo

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alumno del convento concebía la ciudadanía como una disciplina, como un

áspero deber, y no como un derecho. Quería forzar al hombre, someterlo, para

hacer una obra, sin dejar margen a la bella espontaneidad de la vida, a la

iniciativa, madre de la invención. Como en las pirámides de Egipto, en su obra

duermen, junto a la piedra, lágrimas y sufrimientos.

El detallismo, el afán de intervenir personalmente en todos los negocios,

ha sido interpretado como una extravagancia. En la época moderna, de cultura

generalizada, con personal competente, con la división del trabajo, no se

explicaría ese género de gobierno. Pero el Dr. Francia lo hacía todo porque era

celoso; tenía en alto grado el sentido de su responsabilidad de regidor de su

pueblo; era, además, desconfiado, y le sobraba tiempo por el método con que

vivía. Su existencia se había consagrado exclusivamente al gobierno,

mostrando así ser “el primer servidor de su Estado”. Carecía de distracciones,

fuera de la lectura, del paseo a caballo y de la caza en cierta época del año. El

exceso de tareas tuvo que influir forzosamente en su carácter, volviéndolo

irascible. La soledad trabajó su neurastenia. La preocupación absorbente e

incesante lo volvió áspero, intolerante. El propósito de realizar un fin superior,

lo volvió unilateral. Psicológicamente era un esquemático, un monoidéico, un

“intravertido”, Los grandes caracteres pocas veces son modelo de suavidad y

de finura, porque se hallan poseídos de un propósito único, de una “misión”,

casi son, se diría, “iluminados”. El Dr. Francia obraba por cálculo, razonaba en

silencio y ejecutaba sus designios inexorablemente. No fue magnánimo ni

piadoso. Su virtud tenía algo de la hosquedad del desierto. Algunas de sus

medidas fueron extremas; otras, adquirieron el tono de la venganza, por

hallarse inspiradas en la teoría de la ejemplaridad, en el deseo de intimidar.

Así ocurrió con la prisión de los santafecinos. Impuso a los españoles castigos

y multas, con propósitos revolucionarios, y porque “no era justo que no

contribuyeran en dinero a la defensa del país, cuando los ciudadanos daban su

sangre y su tiempo”, según los fundamentos del decreto de 1820.

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La Junta de 1811-12, integrada por Yegros, Caballero y de la Mora, los

había aplacado en sangre en la primera intentona; el Dictador se redujo a

castigarlos en su fortuna.

Cuando ordenó la ocupación militar de las Misiones en la ribera izquierda

del Paraná, hasta la Tranquera de Loreto, la hizo con un ejército de tres mil

hombres. Para hacer frente a los gastos, impuso a los españoles esa

contribución forzosa extraordinaria (70). Castigó el bolsillo de sus enemigos,

arruinándolos con la confiscación, o los retuvo en la cárcel durante años.

Se practicaba un inventario anual de Tesorería y bienes del Estado; se

procedía al conteo de la hacienda de estancias fiscales. El balance practicado el

15 de junio de 1834, arrojó el siguiente resultado: “Caudal en efectivo 414.530

pesos con 3 reales”. Se hicieron recoger las alhajas de oro y plata de las

iglesias para tenerlas bajo riguroso control. La tienda del Estado contaba con

un gran stock de vestuarios y especies (71).

Funcionaba una escuela de aprendices músicos, de la cual salían los

profesionales para la banda de cada uno de los cuerpos de fusileros,

granaderos y húsares. A los jóvenes de dicha institución se les costeaban el

vestuario y la educación, a cuyo efecto se pagaba a un maestro de primeras

letras (72).

El Dictador “mantuvo las dignidades eclesiásticas bien rentadas, y

capellanes del ejército, y hasta el final de su gobierno mandaba oficiar misa en

los diversos cuarteles, por cuenta del erario“ (73). Aplicaba multas por

irreverencias a la religión.

La administración contaba con un taller de cureñas para artillería, herrería

y armería; un taller para arreglo de balandras y lanchas cañoneras; sostenía

cuadrillas de peones jornaleros; inspección de obras públicas; contaba con

caleras y olerías en Areguá; obreros hojalateros y de alumbrado público;

70 Auto supremo. Enero 20-1823, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco. 71 Revista del Instituto Paraguayo. 72 Juan F. Pérez: “Curiosidades de la Dictadura Vitalicia. El Orden, setiembre 20 de 1933. 73 Juan F. Pérez: Documentos publicados en El Liberal, noviembre 5 de 1933.

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fábrica de arreos y atalajes. El taller de vestuario para el ejército contaba con

numerosas obreras blancas y pardas y algunas indias que trabajaban en

ponchos cordobeses para la tropa. Pagaba religiosamente indemnización por

los solares y casas expropiadas por ensanche de calles y plazas (74).

En los negocios públicos no usó cortesías con propios ni extraños.

Perseguía el cohecho, la dilapidación, los negociados. Castigó a los ladrones y

malversadores. Impuso un estricto sometimiento. Pero explicaba y justificaba

sus actos en los considerandos y circulares, pues quería ser tenido por justo.

Censuró a su propia hermana Petrona, por haber empleado a un soldado del

ejército en menesteres particulares. Fue el obseso de una gran causa y cuidó

los más mínimos detalles que tenían que garantizarla. Le interesaban las

minucias, en función con la obra fundamental, porque otras preocupaciones de

la vida no tenía. El aislamiento fue tan estricto que cuando el sabio francés

Bonpland penetró en las Misiones sin permiso, fue detenido por las autoridades

paraguayas, por desconfianza de su misión y explotación de yerbales fiscales.

Quedó en el país durante nueve años, sin que pudieran libertarlo altas

representaciones, ni los pedidos reiterados, entre ellos el de Simón Bolívar.

Fue tratado con consideración y abandonó el país en el año 1831, a pesar de

tener la libertad de hacerlo desde 1829. Pocos casos pueden ser citados en la

historia de un aislamiento tan continuado y sistemático. El Paraguay fue como

una minúscula China, sin murallas, pero impenetrable. El número de europeos

llegados en esa época puede ser contado con los dedos. Fue el paroxismo de la

desconfianza. El Dictador aisló al Paraguay, y dentro del Paraguay, se aisló él.

Fue la soledad en el aislamiento, el temor al comercio humano, Bonpland había

violado los lindes del dios Terminus, lo mismo que otro francés, Pablo Soria, al

servicio de una empresa comercial porteña, llegado de Salta a Pilar por el río

Bermejo. El Dictador lo mantuvo, también, detenido tres años, en Concepción

(1826-29).

74 Juan F, Pérez: Documentos publicados en El Liberal, enero 7 de 1934.

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Al empresario boliviano Oliden lo hizo despachar de Fuerte Olimpo por

haber atravesado el Chaco sin permiso del Gobierno paraguayo (75). Estas

noticias ayudan a apreciar el carácter detallista y estricto del gobernante,

colocado por sus conciudadanos al frente de la más alta responsabilidad en los

días iniciales.

LA POLÍTICA DEL AISLAMIENTO

El aislamiento del país no fue un hecho súbito, ni imprevisto. El círculo fue

cerrándose paulatinamente. Después de 1811 y hasta la Dictadura temporal,

se comerciaba libremente con el Brasil por Itapuá, Concepción, Olimpo, y con

Corrientes y el Río de la Plata. Pero las persecuciones al comercio paraguayo,

el comiso de sus armas, por los gobiernos de Santa Fe y Corrientes, obligaron

en 1816 a la clausura de Pilar. El Dictador desconfiaba que los gobiernos del

Plata deseaban sitiar al Paraguay para someterlo. Diversos antecedentes

autorizaban a pensar así.

El 3 de Agosto de 1810, la Junta de Buenos Aires había resuelto cortar

toda comunicación entre Montevideo y el Paraguay (Registro Nacional.

República Argentina, I, 60).

El 11 de Agosto de 1810, la Junta de Buenos Aires prohibió toda salida o

entrada de buques, personas, efectos, correspondencia, papeles, dineros, para

o del Paraguay (Registro Nacional. República Argentina, I, 63).

Estas medidas fueron tomadas antes de conocerse en Buenos Aires la

decisión del Congreso General convocado en la Asunción el 24 de Julio de 1810

y que debía contestar las circulares de Buenos Aires y de la Junta de Sevilla.

El 14 de Marzo de 1811, el General Belgrano dijo a la Junta de Buenos

Aires: “pues si no nos queda el arbitrio de ir a ellos a fuerza de armas, nos

queda el de interceptarles la entrada de ganados y caballos, privarles de todo

75 Véase M. A. Laconich: El Diario, de Asunción.

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comercio con Montevideo; y hacerles sentir la falta de unión con la capital,

careciendo del aumento de sus intereses”, (Documentos de Belgrano, III,

192).

En Julio 13 de 1813, D. Nicolás Herrera, plenipotenciario en la Asunción,

escribía a su gobierno:

“Si este arbitrio (el de la guerra) no se adopta, es necesario cerrar

enteramente el comercio, arrojarlos de Candelaria y prohibir la introducción de

ganados” (76).

El Dictador quiso ponerse tanto al abrigo de la anarquía, como del

centralismo porteño. Su régimen fue por igual una reacción contra la aduana

de Buenos Aires y el puerto preciso de Santa Fe, que siguieron gravitando

sobre el comercio paraguayo. Lo primero que reclamó en 1811, en sus

tratativas con Belgrano, fue la supresión del estanco del tabaco y la rebaja de

los impuestos aduaneros. Esta liberalidad fue mantenida durante escaso

tiempo. El comercio paraguayo volvió a sufrir todo género de obstáculos. A

este factor deben sumarse otros de importancia social y política para explicar

la disgregación de la unidad colonial y cómo el Paraguay no se avino a

sumarse a las Provincias Unidas del Sud, a pesar de la buena disposición que

demostró al principio y de la comunidad de cultura y de costumbres. En las

primeras comunicaciones de la Junta Patriótica se empleaba con frecuencia, la

palabra “federación”. Pero ella se fue obscureciendo, hasta desaparecer en

1813. Esta fecha coincide con el predominio del Dr. Francia, en el escenario

político. Desde el punto de vista interno, el Dictador aisló al país para

preservarlo de la anarquía; desde el externo, su pretexto o causa fueron las

persecuciones al comercio y la negativa a reconocer la independencia.

En diversas oportunidades reclamó la libre navegación de los ríos;

protestó contra las trabas comerciales y el comiso de armas nacionales

adquiridas en el extranjero (77) por intermedio de Robertson y las gestionadas

76 Archivo General de la Nación Argentina, Relaciones Exteriores: Paraguay, Misiones Belgrano y Herrera. 77 Carta al Delegado de Itapúa, 4 noviembre 1825. Archivo Nacional de Asunción.

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del Brasil, por intermedio de Correa da Cámara. El Gobernador de Buenos

Aires, Manuel Dorrego, había puesto en descubierto, en repetidas ocasiones,

su intención de someter al Paraguay. Francisco Ramírez, el jefe entrerriano,

conspiró con Cavañas y se carteó con Yegros, para invadir el Paraguay y

deponer al Dictador. El Dr. Francia supuso siempre en Juan Manuel de Rosas la

voluntad de desconocer la independencia, a pesar del prudente recelo de

ambos. Estas dos vigorosas individualidades estaban separadas por una

distancia muy grande para chocar, y por hallarse absorbidas en la defensa del

orden. Rosas hizo proclamar por intermedio de Pedro de Angelis, los méritos

del gobernante paraguayo, en el Repertorio Americano.

Por otro lado aparecían las pretensiones del imperio bragantino,

incontenibles en su afán de alcanzar como límite el Río de la Plata, actualizado

con la presencia de la Princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII. El

envío de José de Abreu al Paraguay y las instrucciones a Manuel Goyeneche,

en el Alto Perú, mostraron los tentáculos de esa política de penetración (78).

Tradicionalmente los “bandeirantes” penetraban en los dominios españoles.

Habían llegado a instalarse en Coimbra, a la margen derecha del Río Paraguay,

y ocuparon Fuerte Olimpo, en 1811. Las Misiones fueron invadidas varias

veces. La mesopotamia paraguaya era una tentación para esos audaces

conquistadores de medio continente.

Antes de 1815, se presentó, también, la posibilidad de una reacción

española. El Dictador la contempló con algún recelo porque sabía que la

revolución reposaba en la masa criolla, inconstante y dotada de escasos

recursos, mientras la clase adinerada era casi toda peninsular y podía recibir

auxilios del exterior. Montevideo continuó durante largo tiempo en manos

realistas.

– Carta al Delegado de Pilar, 31 agosto 1825. Archivo Nacional de Asunción. – Carta al Delegado de Santiago, 5 abril 1823. Biblioteca de Río de Janeiro. Colección Río Branco, sección Manuscritos. 78 Dr. Bernardo Frías; Historia del General San Martín, Güemes y la Provincia de Salta del 1810 al 1812 . Pág. 280, Vol. I.

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El único país europeo que le inspiraba confianza, adquirida al través de las

publicaciones de la época, era Inglaterra. La Francia, ya fuera bajo el régimen

de Bonaparte, ya bajo los Borbones, le inspiraba profunda desconfianza. Así lo

constata en circular del 25 de Agosto de 1825, con motivo de la visita del

comisionado del Instituto, M. Grandsir.

“Lo primero, porque Francia no sólo profesa y sigue ideas y máximas

contrarias a los principios republicanos y al sistema de gobierno

representativo, sino que además está empeñada con otras potencias en

aniquilar y destruir esos mismos principios y esta clase de gobierno, cuyo plan

ya ha llevado a efecto con el auxilio de tropas del Rey de España para volver a

someter a los españoles constitucionales de la península.

“Lo segundo, porque el Duque de Angulema ofreció auxiliar a España para

volver a subyugar a estas repúblicas.

“Lo tercero, por el Congreso de Verona.

“Lo cuarto, por la tentativa de Francia de convertir México en un imperio

con un titular Borbón”.

La política internacional del Dictador fue de prescindencia, de

desconfianza, de neutralidad absoluta. Reposó en crudo realismo. No descuidó

la fuerza para garantizarla. Se apercibió y preparó con vigorosa disciplina.

Mantuvo un importante ejército para hacerse respetar y no para arrojarse en

aventuras internacionales. Temible como enemigo, fue buscado, en vano,

como aliado. No fue a Ituzaingó con los argentinos, ni ayudó a los

revolucionarios “farroupilhas” contra el Imperio.

Se afirmó en sus fronteras, sin molestar a los vecinos, sin inmiscuirse en

sus cuestiones y sin complicarse en alianzas ni pactos. Tuvo la convicción de

que el Paraguay saldría perdidoso al arrojarse en la corriente caudalosa de la

secular querella hispano-portuguesa. Quedó equidistante de Río de Janeiro y

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Buenos Aires (79). Se negó a ayudar y a aliarse a Artigas contra Buenos Aires.

Así hizo desautorizar al Comandante Matiauda que se había plegado al jefe de

los orientales.

Vigilante neutralidad, a la manera suiza. La columna vertebral de su

política fue ésa, adoptada como sistema, para fortificar la nacionalidad.

Arrojado el Paraguay al albur de las complicaciones internacionales,

anarquizado en lo interno, aliado, vencedor hoy o vencido alguna vez, en las

incesantes guerras civiles, con sus fronteras imprecisas, difícilmente hubiera

salvado su independencia y su integridad territorial. A la muerte del Dictador,

ocurrida en 1840, el país había vivido cerca de 30 años en paz y surgía a la

vida internacional con su territorio íntegro y una fuerte disciplina social, que le

habilitaron para la vida de relación. Nunca permitió que su país fuera

mediatizado ni aceptó influencias extranjeras en los manejos de su gobierno.

Los hombres de la época revolucionaria, más que individualidades,

parecen representantes de un estado social, en plena efervescencia, que tardó

bastante en cristalizar. En este sentido el Dr. Francia fue un exponente social.

Resaltan en su política de excesivas precauciones, el temor a las

complicaciones internacionales, la desconfianza hacia los vecinos y el propósito

de evitar la anarquía por agitaciones internas o contagio externo. Su

neutralidad tuvo algo de cordón sanitario.

En ese período se presentaba el Paraguay inmune a la anarquía que

desgarraba a las nacientes patrias americanas. Se concentró bajo la carpa en

actitud precavida. Tal hecho no ha querido comprenderse como fruto de la

voluntad de un pueblo, sino como el capricho de un tirano. Hay en él, sin

embargo, un contenido nacional, la concreción de un anhelo colectivo,

traducido al través de la recia personalidad del Dictador. Y la habilidad de este

político consistió en hacerse un intérprete; en apartar a los que querían

desconocer esa profunda vocación histórica.

79 Carta al subdelegado de Santiago Juan Antonio Montiel. Asunción, agosto 2 de 1815, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco.

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La política de aislamiento fue un gran sacrificio para el pueblo paraguayo.

Le impidió enriquecerse con el comercio y progresar por la cultura. Pero

fortaleció las fuentes vitales de la nacionalidad.

Así surgió un pueblo singular, de patriotismo acendrado, orgulloso en su

pobreza, sufrido en la adversidad, con rasgos propios, que le habilitaron para

actuar con acento peculiar en la comunidad americana. La condición necesaria

y suficiente para ocupar un lugar en la historia, es la individualidad. Sin ella los

pueblos no pasan de ser factorías o no pueden resistir a las contingencias de la

vida. Son absorbidos o sometidos, colonizados o esclavizados. Esos riesgos se

presentaron varias veces en el curso de la historia paraguaya; pero, la

nacionalidad iniciada por Irala, fundada durante el gobierno del Dr. Francia, los

superó con estoicismo.

En diversas circulares el Dr. Francia formuló la defensa de la política de

aislamiento. Afirmó en una de ellas, con énfasis crudo, que si no cerrara las

fronteras, el país entero emigraría a Buenos Aires, a Entre Ríos, a Río Grande

do Sol, por el carácter inestable de sus habitantes.

Sostenía que el pueblo paraguayo no era sedentario, sino amigo de las

migraciones. El peligro migratorio era grande en la época de la formación de

las nacionalidades, en que se producían con suma facilidad confusiones y

absorciones de ciudadanías (80).

En repetidas notas oficiales sostuvo el Dictador que el aislamiento le fue

impuesto por la política de clausura del Río de la Plata. No le permitían

comerciar, ni armarse. Lo repite en la nota al Cónsul británico Woodbine

Parish, de Buenos Aires, en 1824. Lo confirma en la comunicación dirigida al

Comandante de Itapuá, en 1825, advirtiéndole que el “comercio era libre con

todos los países que reconocieran la independencia” (81). Así lo reconoció el

Cónsul francés, Aimé Roger, en 1836.

80 Borrador para la contestación del subdelegado Norberto Ortellado al coronel y comandante de Misiones José Pedro César. Febrero 17 de 1823. Colección Río Branco. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. 81 Id. del secretario de gobierno Mateo Fleitas al coronel José Pedro César. Abril 5 de 1823. Id., id. –Id. Carta del Dictador al subdelegado de Santiago, Norberto Ortellado, abril 5 de 1823.

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Prueba de esa decisión fue la circunstancia de no haber clausurado en

ninguna época el comercio con el Brasil, desde el momento que este país

reconoció de hecho la independencia del Paraguay con el envío de la misión

Antonio Manuel Correa da Cámara, en 1825. Trató liberalmente con la

provincia de Corrientes, mientras ésta no hostilizó el comercio paraguayo,

indicio de que su voluntad no fue aislarse por mero capricho.

El aislamiento y la neutralidad resultan así los dos aspectos fundamentales

de la política internacional del Dictador. ¿Fueron necesarios y útiles?

Por intermedio del cónsul Parish, el Dr. Francia intentó ponerse en

relaciones con la Gran Bretaña. Tales tratativas tuvieron su expresión final en

una carta escrita al Dictador, por el Primer Ministro Palmerston, en 1840 (82).

LA MISIÓN CORREA DA CAMARA

El 31 de Mayo de 1824, el emperador Pedro I envió al Paraguay como

representante consular de comercio al coronel Manuel Antonio Correa da

Cámara, quien llegó a Itapuá en 1825, ocho meses después de su designación.

Marchó después a la capital, donde fue recibido con extraordinarias honras por

el Dictador, el 27 de agosto de ese año. Residió cerca de tres meses en

Asunción, donde tuvo oportunidad de enterarse del régimen de gobierno y de

la situación general del país.

En 1826, Correa da Cámara, agraciado con el título de consejero de S. M.,

volvió al Paraguay, designado plenipotenciario, con instrucciones de negociar.

En esta ocasión, el Dr. Francia no le consintió llegar a la capital antes de

reconocer formalmente la independencia, y de dar satisfacción por las correrías

de indios que asolaban el Norte, armados por autoridades militares de Matto

Grosso. Permaneció casi dos años en Itapuá, hasta Junio de 1829. El texto de

las notas cambiadas entre Correa da Cámara y el ministro de hacienda, José 82 El Dr. Francia y las relaciones comerciales con la Gran Bretaña, por Antonio Ramos. Pareceres. Nº 3, año XII, diciembre 1936.

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Gabriel Benítez, en el primer viaje, y con el delegado de Misiones, comandante

José Norberto Ortellado, en el segundo, revelan que la política imperial

perseguía el propósito de relacionarse amistosamente con el gobierno

paraguayo, como medio de observar el desarrollo de la política platense. Pero

el sagaz Dictador detuvo a Correa da Cámara en razón de que sus notas no

contenían “una sola palabra que exprese la intención del gobierno imperial de

reconocer solemnemente y en el futuro tratado la Independencia y Soberanía

de la República del Paraguay”. Además, no se satisfacían los reclamos

formulados con motivo de las tropelías de indios, armados o amparados por los

oficiales de guarnición en Matto Grosso, que causaban grandes daños a las

poblaciones norteñas. Posteriormente, el mismo Correa da Cámara había

prometido al Dictador la venta de una partida importante de armas y

municiones, promesa que no pudo cumplirse a causa de la situación

internacional en el Plata, y que él interpretó como mala voluntad del Imperio.

Dichas armas y municiones fueron embarcadas en el puerto de Río de Janeiro

en un navío denominado “República del Paraguay”, conforme reza el

comprobante de embarque.

La nota del 27 de julio de 1825, de Correa Da Cámara, contiene, sin

embargo, un principio de reconocimiento. Usa la expresión “República del

Paraguay”, lenguaje que mereció el conceptuoso agradecimiento del ministro

Benítez. En las instrucciones reservadas del gobierno imperial para la segunda

misión, en 1826, el Paraguay era considerado como país independiente (83).

El Dictador, por intermedio del delegado Ortellado, en comunicación a

Correa da Cámara, del mismo modo que en la nota de 25 de noviembre de

1826, del ministro Benítez, dirigida al ministro secretario de Negocios

Extranjeros del Imperio, vizconde de Inhambupé, ratificó la manifestación de

que los límites del Paraguay llegaban al Río Blanco, en la parte oriental, y al

marco del Jaurú, en la sección occidental, y que Coimbra y Albuquerque

constituían usurpaciones contrarias a los títulos coloniales.

83 Ver Archivo Diplomático da Independencia , publicación del Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil, 1922. Vol. V, página 250.

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El coronel Antonio Manuel Correa da Cámara nació en Río Pardo (Estado

de Río Grande do Sul). Fue educado en Europa; combatió contra Napoleón, y

tomado prisionero sirvió en las filas imperiales, en las cuales actuó con brillo. A

su regreso a América, el ministro José Bonifacio lo envió como agente

comercial al Río de la Plata, en 1822 (84). En 1824, designado comandante de

Coimbra, se le envió en igual carácter al Paraguay. Funcionario laborioso e

instruido en la materia, informaba bien, a pesar de su carácter reaccionario y

contraído. Sabía ocultar sus intenciones y disfrazarlas en frases ampulosas.

A pesar de que el Dictador nunca clausuró el puerto de Itapúa para los

brasileros, la misión Correa da Cámara de 1826 no tuvo el éxito esperado.

Regresó a su país en junio de 1829, después de esperar dos años que el

Dictador lo recibiera con la cordialidad de la primera vez. En 1839, volvió como

agente confidencial de los revolucionarios ríograndenses. En esta oportunidad

el Dictador le negó la entrada a territorio paraguayo, fiel a su política de

neutralidad, de no participación en cuestiones ajenas. A pesar de las

solicitaciones, permaneció neutral en la guerra argentino-brasilera de 1825-28;

y menos pudo intervenir en asuntos internos de otro país, como la guerra de

los “Farrapos”. No clausuró Itapúa al comercio con el Brasil, pero tampoco

mantuvo con el Imperio relaciones diplomáticas, porque éste no se avino a

cumplir la exigencia fundamental de su política, que era el reconocimiento

expreso de la independencia. Inglaterra y el Brasil merecieron siempre su

respeto.

Con motivo de la tercera venida de Correa da Cámara, en 1839, como

emisario de los “farrapos”, el Dictador escribió al delegado de Itapúa lo

siguiente:

“No sé qué asunto puede tener que tratar conmigo el Jefe de los revolucionarios del

Brasil, y extraño, que a esto venga el mismo Correa Camara, que anteriormente vino en

calidad de Cónsul, al que la segunda vez vino que ya no lo quise admitir y tuvo que

volverse de ese Pueblo, porque no venía sino a entretener y entorpecer con diligencias

84 Ver: Mario de Vasconcellos: Motivos de Historia Diplomática do Brasil. 1ª. serie. Río de Janeiro, 1930. Cáp. “A Diplomacia do 1º. Imperio no Prata”. Antonio Manoel Correa da Camara”. Págs. 179-221.

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ineptas la satisfacción a las reclamaciones, que yo había hecho, para que su Gobierno

imperial indemnizase los muchos perjuicios y daños que los Brasileros de Coimbra, y

Guachié habían causado a la Villa de Concepción, auxiliando con armas y municiones a

los Mbayás, y aun viniendo con ellos a robar y destruir muchas Estancias, me prometió

también vender fusiles, y pólvora, y diciéndole yo que Coimbra estaba en territorio del

Paraguay porque el límite divisorio es el río Jaurú, que está mucho mas arriba, también

me dijo que su Emperador entregaría aquel Fuerte, pero todo ha quedado en nada.

Talvez vendrá a hacer otra vez las promesas que no ha de cumplir, aunque yo tampoco lo

creí. No pienso que venga con asunto que me importe, si no mas bien con alguna

pamplina, o impertinencia, o buscando sus conveniencias, o de quien lo envía, y no para

bien, provecho, o utilidad de este Gobierno. Se expone también a que yo talvez le diga,

que el tratar yo otros asuntos políticos olvidando mis reclamaciones, y sin hacer más caso

de ellas, podría dar lugar a interpretarse que yo las abandonaba por considerarlas

indebidas, cuando son las mas justas. Quiero saber cuántos son los comerciantes

brasileros, que hay ahora en ese, y cuántos los emigrados, o meros visitantes.

Asunción y junio de 1839.

FRANCIA.

Al Delegado de Itapúa (85).

Correa da Cámara no vaciló en calificar al Dr. Francia de “genio superior”

y en reconocer la lealtad de su política. Apreció asimismo los beneficios de la

paz de que gozaba el país y la firmeza de la resolución de alcanzar la

independencia (86).

Sus informes dan una idea del régimen francista, con mayor exactitud que

los Robertson y que Rengger y Longchamp. El antiguo soldado de Napoleón,

fue el primer representante diplomático del Brasil en el Paraguay, y el iniciador

de una política paralela que influyó indirectamente para el reconocimiento de la

independencia. Las tentativas de penetración brasilera al Norte, en las

85 Documento que obra en el Archivo Nacional de Asunción. 86 Ver Colección Río Branco, Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. (Varios legajos con papeles de las misiones de Correa da Cámara).

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márgenes del Río Paraguay, hacia Olimpo, fueron siempre rechazadas

enérgicamente por el Dictador. Hacia el Sud, el Brasil daba su aquiescencia

para que el país conservara las Misiones de la margen izquierda del Paraná,

incorporadas al Paraguay por voluntad del Rey, al producirse el nombramiento

de Bernardo de Velasco. En ese sector, el Dr. Francia no fue menos celoso en

la defensa de los límites. En materia de defensa de la integridad del territorio

heredado de España, la política del Dr. Francia no admite censuras. Fue

intransigente y eficaz.

CONSECUENCIAS DEL GOBIERNO FUERTE

A la sombra del gobierno fuerte, en veinte y seis años de paz y de orden

interno, terminó por plasmarse la nacionalidad. Terminó la mezcla del español

con el indígena, en el largo proceso iniciado por Irala, primando evidentemente

la sangre del blanco. Se homogeneizó la población. El idioma guaraní adoptó

palabras castellanas y enriqueció así el léxico para servir de vehículo de

comunicaciones internas, de vínculo de unión (87). Así surgió el fenómeno de

un pueblo bilingüe.

Ese idioma autóctono es una manifestación de la conciencia de la nación.

Tiene un folklore interesante, leyendas y cantos, y una literatura cuya base fue

obra de los jesuitas, con diccionarios, gramáticas, oraciones cristianas, y hasta

breviarios íntimos como el que lleva en el idioma vernáculo el elocuente título

de “ara-purú”: empleo del día, del Padre Insaurralde, Fray Luis de Bolaños,

Antonio Ruiz de Montoya, y el Padre Restivo, iniciaron la tarea de dotar al

guaraní de gramáticas y diccionarios, así como la de verter en él la literatura

sagrada.

Los factores económicos no facilitaron la formación de feudos. Fue así

como no aparecieron en el país, las capas superpuestas, de oligarquía y masa

87 Véase Hispanismos en el guaraní, por Marcos A. Morínigo. Buenos Aires, 1931.

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popular, como en otros pueblos americanos. No existían grandes masas de

indios, sino en el Chaco, pero fueron extinguiéndose a causa de las epidemias

y de la guerra, sumadas a la costumbre de limitar la prole, que practicaban.

La esclavitud, por razones económicas, fue escasa. Al mismo tiempo que

se homogeneizaba la población, se democratizaron las costumbres, se

suprimieron de los apellidos, la. “de” y el “Don” de los tratamientos. El

discípulo de los Enciclopedistas fue un tremendo igualitario. Las diferencias

sociales le irritaban. Otra nivelación se produjo con motivo de la desgracia en

que cayeron las familias españolas y las de los próceres de mayo; algunas

quedaron empobrecidas por la confiscación de los bienes de los procesados y

las contribuciones forzosas. A otras se las llegó a declarar “mulatas” como

castigo, calificativo que muestra el concepto en que se tenía en esa sociedad a

los hombres de color o a los hijos del cruce con el africano.

El servicio militar en las fronteras terminó el proceso nivelador, con la

obligación impuesta a los ciudadanos, de alistarse en defensa de la Patria, sin

distinción y sin redención posible, ni por dinero ni privilegio.

Una visión muy parcial de aquella época suministran los hermanos

Robertson, si bien su crónica no abarca sino hasta 1824, es decir la tercera

parte del período dictatorial. Los Robertson fueron dos jóvenes ingleses sin

mayor cultura, que escribieron un viaje pintoresco a la Asunción, con humor

británico, creyendo hacer historia, y fueron bien tratados cuando llegaron al

país para vender tejidos. Nada ha sido tan perjudicial a la historia americana

como la crónica de viajantes de comercio metidos a sociólogos... El viaje, para

servir de documento científico, tiene que contener observaciones y luego ser

objeto de meditación. Pasar por un sitio no es, precisamente, conocerlo. Hablar

una vez con el Dr. Francia no era suficiente para conocer su psicología, ni

autorizaba a juzgar su obra política. Con razón se burló de ellos el paradójico

Carlyle, en su ensayo sobre el Dictador.

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TABLA DE SANGRE DE LA DICTADURA

Al ocuparse de las crueldades de la época, Alfredo Demersay, por su

parte, eleva a cincuenta y dos el número de víctimas de la dictadura de

Francia, incluyendo los reos de delito común. Rengger y Longchamp lo estiman

en cuarenta, durante los 26 años. Esa cifra de cuarenta ejecuciones en una

dictadura de más de un cuarto de siglo, que fue pintada con los más negros

colores, arrancó una carcajada al mismo Carlyle. Ruy Barbosa quedó perplejo

ante ese guarismo, pues no correspondía a la pintura que se hacía del

Dictador. Pero lo que debe determinar el juicio histórico no es la cifra, sino la

apreciación de las circunstancias que rodearon a esas ejecuciones justificables.

El medio social, la época, las leyes que regían el período revolucionario, de paz

o de guerra, en que se produjeron, tales son los elementos de juicio

imprescindibles. ¿Se instruyó proceso en cada caso? ¿Cómo se castigaban por

las leyes y por los gobiernos tales delitos en los demás países de Hispano-

América? ¿Cuál era la definición del delito y el criterio de punición en la

legislación penal de la época? Pero si las ejecuciones no fueron numerosas, en

cambio, otros castigos fueron frecuentes y arbitrariamente aplicados. La

dictadura impuso silencio, y lo impuso apelando a la cárcel, a la confiscación,

al confinamiento. Sería inocente pretender negar su crueldad, Un silencio

opresivo reinaba en todos los ámbitos de la República.

Los dictadores americanos de la época procedieron con mayor crueldad

que el Dr. Francia, sin duda alguna.

La tabla de sangre del Dictador paraguayo comprende delitos políticos y

delitos comunes. Sólo en el año 21 se conocieron fusilamientos por razones

políticas. Las deserciones eran castigadas con pena capital, de acuerdo con los

reglamentos militares. Una crueldad no justifica otra. Pero una misma ley o

costumbre en todo un continente, explica una época; habilita a apreciarla con

justeza, ¿Cuánto ha tardado el mundo en suprimir la pena de muerte por

causas políticas? Era la época en que se creía que el castigo debía ser cruel

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para ejemplarizar. Hasta la enseñanza se imponía con castigos. La edad media

americana no dista un siglo. El proceso evolutivo de estas sociedades tiene una

celeridad extraordinaria.

Mas el progreso ha sido alcanzado después de ardua lucha del espíritu

liberal contra “las razones de Estado”, contra el criterio vulgar de equiparar la

delincuencia común con la rebeldía política. Así, también, se ha tardado en

conseguir la supresión de la violencia para obtener la confesión del delito, en el

procedimiento ordinario.

Dentro de la época histórica en que actuó el Dr. Francia, alzarse contra el

gobierno era levantarse contra la Patria, porque los gobernantes se creían

identificados con el Estado, con la nación. En el lenguaje de la época, enemigo

y traidor eran sinónimos. Dicho criterio ha sido felizmente superado, pero ese

progreso no debe impedir un juzgamiento leal de los hechos del período en que

se produjeron. Ya no se puede, en estos días, con la actual educación,

preconizar ni propugnar los medios de que tuvo que valerse el Dictador, y

emplearlos en el año de 1937. La Historia es una constante superación; en ella

se va valorizando, en cada etapa, el hombre. Pero su criterio de distribución, la

medida del valor, debe corresponder a cada época. En Historia, como en

Economía, debe regir la fórmula de “a cada uno según su obra”. En el vasto

panorama de las dictaduras y de la anarquía americanas, – etapa de formación

y de ensayos – el Dr. Francia no fue el más cruel ni el más arbitrario. Los

sobrepasó a casi todos porque fue un intelectual, un hombre de universidad.

Su dictadura no fue dilapidadora ni corrompida. Fue sombría, calculada, pero

con objetivo definido. Además de la honestidad de su vida privada, de la

honradez en el manejo de los caudales públicos, fue uno de los escasos

gobernantes de aquella época que tuvieron pensamiento político. Sabía lo que

quería. Su voluntad se volvía tensa ante el fin señalado por su pensamiento,

como un arco que apunta al blanco. No es aventurado sostener que Francia fue

un auténtico republicano.

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Numerosos hombres de la independencia profesaban ideas monárquicas;

fueron decididos partidarios de esa forma de gobierno para América, como lo

han señalado Adolfo Saldías, Gabriel René Moreno y Carlos Pereyra. Se explica

esa inclinación al régimen que hacía presumir el orden. La empresa de la

organización política de los nuevos países, sin tradiciones constitucionales, sin

educación democrática, era ardua. Se trataba de fundar naciones, de organizar

Estados, de salvar la independencia de la ambición europea. Muchos

revolucionarios pensaban en la monarquía como un poder moderador,

conservador y de continuidad, y hasta de alianzas posibles con potencias

europeas, cuyos príncipes se avinieran a coronarse en el nuevo mundo. El Dr.

Francia fue un republicano de la primera hora, en lo cual se emancipó de sus

maestros, los enciclopedistas, que no propiciaron la República. En esta materia

su pensamiento y su vida tienen la rigidez de la recta.

Para la creación del Paraguay, preexistían factores territoriales, raciales,

idiomáticos y la tradición cívica de los Comuneros. La tarea consistió en

organizar con esos factores un Estado, y hacer que tal Estado fuera una

república, democrática, igualitaria. Una nación es un conjunto de factores

naturales y sociales, organizados bajo la égida del derecho. Necesita un

contenido jurídico; debe dársele forma legal, estabilidad de reglas de conducta

general. Esa es la misión de la política, la función del estadista.

No era suficiente contar con la mesopotamia cruzada por los ríos Paraguay

y Paraná, ni con el idioma guaraní, ni con los recuerdos de las luchas del

coloniaje, ni con la tradición revolucionaria de Antequera y Mompo, ni con

cierta población para fundar la “República del Paraguay”. Esos factores son,

diríamos, de estática social; faltaba la dinámica, el impulso, el pensamiento

motor, la dirección. Hacían falta un programa, un plan del futuro, hacer la

revolución y llevarla a sus últimas consecuencias y realizar así la

transformación que significó el movimiento emancipador americano. El Dr.

Francia fue ese político. De doble y desconcertante faz; tirano y estadista. Su

pensamiento fue dinamita, pero también brújula. Que fue un revolucionario

auténtico y no un aprovechador de los acontecimientos, lo atestigua su

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participación en el movimiento emancipador. Abogado recto, ciudadano “el

más ilustrado de la Provincia”, fue designado por el Cabildo de 1808 para

integrar la lista de la cual debían ser escogidos los diputados a las Cortes de

España. Fue el consejero de la revolución; integra, sin solución de continuidad,

todos los gobiernos patriotas, creados a raíz del 14 de mayo. No fue, pues, un

improvisado, ni un arrivista, de los que suelen surgir con las conmociones

sociales o política.

Su personalidad fue doblemente fuerte, por el pensamiento y por el

carácter, las dos cualidades más interesantes para surgir en la democracia.

Nunca fue reflejo. Siempre actuó por derecho propio. Fue la inteligencia

orientadora de la revolución. Desde la primera hora no sólo inspiró los

acontecimientos sino que los dirigió. Así lo afirma Mariano Antonio Molas, al

ocuparse del movimiento inicial de la Independencia: “Pero como Yegros

estaba a 70 leguas de Asunción y carecía también de conocimientos y talentos

necesarios para dirigirla... se le habló al Dr. don José Gaspar de Francia, quien

conviniendo en dirigir la empresa, instruyó el plan que se había de efectuar”.

Presidió el primer congreso nacional; negoció el Tratado de 12 de Octubre de

1811, con Belgrano; y dos años más tarde, el 12 de octubre de 1813 hizo

proclamar la “independencia absoluta de todo poder extranjero”. En esa etapa

de su actuación pública no aparecieron indicios de inclinación a la crueldad ni

al despotismo. Se ponderaban su sano criterio, su equilibrio, su seriedad. La

intentona contrarrevolucionaria de 1811, fue ahogada en sangre por Yegros y

Caballero. El Dr. Francia, renunciante a la sazón, interrumpió su retiro de

Ibiray y acudió a la ciudad para atenuar los rigores, para conseguir la

disminución de las penas. Igual conducta generosa usó con los conspiradores

de setiembre de 1811, a quienes indultó. Con esta actitud humanitaria el Dr.

Francia consiguió la conmutación de las penas aplicadas a los Laguardia,

Carísimo, Haedo, Recalde, Urdapilleta, Machain, complicados en la tentativa

del comandante José Teodoro Fernández, como consta en el proceso, cuyas

piezas se guardan en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Actos

posteriores, ocultaron su conducta ecuánime de la primera época. Su largo

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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dominio inspiró tanto odio, que hasta hoy se le fustiga y se escarnece su

memoria. En ese resentimiento, se notan en muchos casos, la herencia de

odios, la transmisión de enconos, de familias perseguidas por el dictador.

Juzgar al Dr. Francia con el testimonio de esas personas, sería lo mismo que

dar validez de sentencia sobre Napoleón a las opiniones de los aristócratas

franceses. Pero en un personaje histórico, además de las cualidades del

individuo, se debe considerar la importancia de la obra realizada, la magnitud

de su hazaña. Diversos aspectos de un todo.

Lo que interesa es averiguar las consecuencias fundamentales de la larga

dictadura. Si bien es cierto que el pueblo no gozó de los beneficios de la

libertad política ni intensificó su cultura superior, ganó en unidad, en

consistencia, en personalidad. Los factores de formación nacional siguieron su

proceso bajo el amparo del orden. La nacionalidad adquirió sus perfiles

definitivos; el Paraguay salió de un largo aislamiento con vigorosos relieves,

con personalidad propia. El orden condicionó su vocación de independencia,

que el aislamiento, preservó y salvó.

EL DOCTOR FRANCIA ANTE EL PENSAMIENTO MODERNO

El pensamiento liberal del siglo XIX significó una reacción contra los

gobiernos absolutos y totalitarios, que surgieron en América a raíz de la

independencia. Su objetivo principal consistió en la reivindicación de los

derechos individuales, considerados como fin y fundamento de la vida social,

de acuerdo con la enseñanza de Rousseau, y que fueron consolidados por la

constitución de Filadelfia y la Revolución Francesa. La misma doctrina política

fue aplicada como criterio histórico.

Los hechos fueron juzgados a la luz del régimen moderno, con

prescindencia de las dos coordenadas de la historia: el medio y la época. El

juicio se formuló en función exclusiva del presente, sin tomar en cuenta la

época. Con ese criterio estricto se pronunció la sentencia condenatoria contra

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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el primer gobierno independiente del Paraguay, sin apreciar los factores

sociales, ni los peligros que asediaban al país. La historia se confundió con el

relato de hechos exteriores, sin la crítica depuradora. El doctor Francia fue

elegido como el arquetipo de los tiranos; su figura, presentada como la de un

monstruo, o como un exponente de la neurosis o de la locura en la historia.

Entretanto la documentación de su gobierno dormía oscurecida por la crónica

de viajeros superficiales. La sentencia, sin fundamentos expresos, se halla

sujeta hoy a la revisión, en vista de la copiosa documentación y la apreciación

objetiva de los acontecimientos. Al espíritu polémico, sustituye el espíritu

crítico, para la interpretación de esa etapa de la vida nacional.

Además de Blas Garay, historiador que inició la vindicación del Dictador,

se ocuparon de la obra del Dr. Francia, con espíritu comprensivo y ajenos a la

moda de reducirse a insultarlo o denostarlo: Tomás Carlyle, Ruy Barbosa y

Cecilio Báez. Los tres le consagraron juicios dignos de ser consignados, en el

estudio sobre la mal conocida vida del revolucionario. El doctor Cecilio Báez,

exponente representativo del liberalismo, formula su juicio en la siguiente

forma:

“Francia como libertador del Paraguay de la amenaza argentina y

brasilera, tenía el instinto político y la complexión del hombre de Estado. Su

ideal era patriótico pero no llegó a personificar la democracia. Fue un patriota

como el marqués de Pombal o Richelieu, esto es, un déspota inclemente por

cálculo, no por maldad natural, como le suponían los extranjeros que no le

conocían. Estadista de sagaz penetración, comprendió desde el primer día el

sentido de la revolución americana y se puso a su servicio dentro del Paraguay

y del Río de la Plata... Augusto Comte le mira como un individuo

representativo de la política moderna, y César Lombroso, como un uomo di

genio”.

El doctor Báez ve en el doctor Francia el realizador de una política

trascendente. No penetra su psicología ni oculta sus crueldades. Lo justifica

por el ideal realizado. Ve en él a un Richelieu del medio americano. No debe

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olvidarse que el publicista paraguayo es el más temible fustigador de la tiranía

que tiene el Paraguay. Pondera asimismo la política de neutralidad que salvó al

país de complicaciones y cercenamientos. Gracias a ella nunca fue mediatizado

ni sirvió causas ajenas ni se expuso a los rigores de la guerra.

La copiosa documentación va disipando la leyenda; la perspectiva del

tiempo permite una más exacta apreciación de los acontecimientos y de las

líneas generales de esa política.

La única vez que se defendió de las acusaciones lanzadas contra su

gobierno, lo hizo para refutar las afirmaciones de Rengger y Longchamp, en

términos acres, así como la peregrina ocurrencia del supuesto “Marqués de

Guarani”, un catalán que pretendió hacerse pasar como mensajero de

pretendidas intenciones monárquicas. El original de esa defensa, fue

desfigurado y falseado en Buenos Aires por los enemigos del Dr. Francia para

ridiculizarlo. Así es como aparece el documento con un lenguaje confuso.

Preciosa fuente de información al respecto constituye su correspondencia

con los cónsules de Francia e Inglaterra, así como los informes reservados de

estos funcionarios a sus respectivos gobiernos, entre ellos el de Aimé Roger de

1836. El Dictador, mirado desde lejos, parecía un ogro; su país, un

cementerio, – juicios no confirmados por los conocedores de los

acontecimientos.

Los árboles impiden ver el bosque. Los detalles impidieron apreciar la obra

política del estadista, en la primera etapa de organización nacional. Las

versiones y escritos de Pedro Somellera, que fue asesor del gobernador

Velasco, ocultaron durante mucho tiempo el papel preponderante del doctor

Francia en los sucesos de mayo. La documentación auténtica prueba que fue el

consejero de Caballero, su inspirador, su amigo, el que lo incitó a la acción

decisiva. Su pensamiento orientó la revolución hacia el gobierno libre y

autónomo. Cuando percibió los peligros del militarismo insubordinado, se retiró

a su chacra en Ibiray – Tebaida tropical – de donde no regresó sino con el

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sometimiento de los cuarteles y al insistente pedido de los más conspicuos

patriotas.

Tomás Carlyle, espectador de la Historia, leyó algunas publicaciones

referentes al doctor Francia: Las “Cartas” de los hermanos Robertson y el libro

de los naturalistas suizos Rengger y Longchamp. Era como si un paleontólogo

hallara en sus excursiones algunos dispersos huesos y puntiagudos dientes de

un animal antediluviano. Porque los datos y las apreciaciones contenidos en

tales libros son apenas partículas de la biografía del Dictador, que no alcanzan

algunas a 1819 y no pasan de 1824, las otras. Pero si escaseaban los datos,

sobraba talento al pensador británico. Entre la maraña de dichas crónicas,

Carlyle halló que el doctor Francia era un hombre de verdad – todo un hombre,

diríamos en recio idioma español. Lo contempló desde lejos, en una ignorada

república sudamericana, en el vasto panorama revolucionario, y le dedicó uno

de sus ensayos, enjundiosos, cuajados de belleza y de humor.

Carlyle buscaba constantemente el héroe, el portador del mensaje para la

humanidad, el hombre que hace historia. En la gauchocracia sudamericana,

distinguió la realidad de un pensamiento, la presencia de un carácter,

envueltos en el silencio sagrado. Descubrió que en el fondo brumoso del alma

del Dictador paraguayo brillaba una pequeña “luz azul”. Esa llamita era el ideal

que sostenía y guiaba los actos de un hombre de verdad. A pesar del fárrago

de datos falsos, de la espesa neblina que envolvía su obra de gobernante, en

las deficientes páginas que había leído, Carlyle lo reconoció sincero, realista,

silencioso, amigo de la meditación, capacitado para la acción. ¿Qué más podía

pedir el buzo de la historia? No pudo averiguar de dónde venía, ni qué

buscaba, en su hierática actitud pensativa... Pero entre las virtudes del genio,

se hallan la intuición y la interpretación acertada de los acontecimientos. Así,

por encima de las páginas difamatorias, lo reconoció como uno de los suyos y

lo calificó como “el fenómeno más notable de esta parte de América”.

Carlyle amaba a los héroes porque creía en la realidad y despreciaba la

hipocresía. Los imaginaba abriendo nuevos rumbos para la humanidad

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dolorida, adelantándose a los contemporáneos para realizar el progreso. El

filósofo de Chelsea no sostiene que la historia sea precisamente el triunfo de

las formas, de las ceremonias, ni del ideal parlamentario. La ve más bien como

una realidad objetiva, como algo del fatalismo de las leyes de la naturaleza,

iluminada por las vidas heroicas, cumbres de la especie. En el doctor Francia

respetó la “pequeña luz azul que brillaba en su espíritu”, frente al panorama de

la anarquía, de la “gauchocracia”, de la masa analfabeta. Halló en este

personaje un ejemplo de su atrevida tesis que hace de la historia una biografía

de héroes. Antes que la lenta marcha de las multitudes opacas y gregarias,

destaca la vigorosa personalidad de los hombres excepcionales que trasuntan

el alma, las aspiraciones y los dolores de la masa. El héroe carlyliano es un

exponente. En el caso del doctor Francia, vio la masa sometida al arbitrio de

un hombre de excepción, la marcha impresa por un “hombre de verdad”, con

puño firme, con “dureza de hierro”.

El boceto del doctor Francia, trazado a grandes brochazos, recuerda en

algo al ensayo sobre Cromwell. Los mismos conceptos sustanciales iluminan

con relampagueos de genio la dura faceta del revolucionario. Más que la

inclusión en el calendario positivista de Augusto Comte, consagra la

personalidad del prócer paraguayo, el aguafuerte de Tomás Carlyle, quien, en

la plenitud de su prestigio y de sus meditaciones sobre el destino del mundo, le

consagró un minuto de su pensamiento.

Ruy Barbosa leyó a Carlyle, en la soledad del destierro. Buscaba algún

consuelo a sus decepciones de constitucionalista proscrito; alguna venganza

espiritual contra el militarismo que le había desalojado del escenario.

En sus “Cartas de Inglaterra”, consagró un comentario intencionado al

doctor Francia, con el irónico título de Duas glorias da Humanidade. Ruy sólo

buscaba un pretexto para desahogar su resentimiento, sus amarguras. Ironizó

la situación política de su país, el predominio de la casta militar en el nuevo

mundo, señaló las corruptelas, con su elocuencia tribunicia. Pero no pudo

menos que detenerse un instante para interrogar aquella esfinge de la política

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continental. Le llamó la atención, eterno adversario del sable prepotente, el

hecho de que un civil togado, sin armas y sin dinero, dominara a la clase

militar al día siguiente de una revolución, e implantara el orden sin apoyarse

exclusivamente en los cuarteles; como le causó sorpresa que esa dictadura,

tan vilipendiada, se caracterizase por rasgos casi paradójicos como la honesta

administración del dinero público, la rendición anual de cuentas, la persecución

de la delincuencia, el respeto a los jueces, la preocupación por la enseñanza

primaria y la exigencia del trabajo a los ciudadanos. El hombre de derecho

encontró el curioso ejemplo de un despotismo que reposaba en la severidad y

no en la corrupción. Ese régimen debió llamarse, dijo, del rigor y no del terror.

El pensamiento liberal de Ruy Barbosa, quedó perplejo, acalló el verbo de

fuego con que hubiera podido fustigarlo, en nombre del siglo en que brilló el

talentoso brasileño, y se contentó con trazar algunos rasgos de ironía, que

resultan una consagración.

El gobierno de Carlos Antonio López significó en muchos aspectos una

rectificación de la dictadura francista, siquiera continuara, en lo fundamental,

su orientación en la defensa de la independencia. Carlos Antonio López fue

ecuánime en sus apreciaciones históricas. Conocedor del ambiente, testigo de

la larga dictadura, ajeno a la política hasta 1842, emitió su juicio sobre el

doctor Francia desde las columnas de El Paraguayo Independiente. Ese juicio

coincide con el emitido por Pedro de Angelis en el Repertorio Americano.

Ambos aprecian las líneas fundamentales de la orientación, sin ocultar los

rigores de la dictadura.

Decía López: “Así continuaron las cosas hasta el año 16, en que el

Congreso reunido el 31 de mayo, movido por la necesidad de una política

rigurosa, perpetuó el cargo de dictador en la persona del mismo ciudadano que

lo servía temporariamente.

“La administración del dictador perpetuo es generalmente conocida, por lo

que no consideramos de necesidad recordarla. El mantuvo constante y celoso

con pulso firme los derechos de la República del Paraguay al respecto del Río

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de la Plata durante todo su largo gobierno. La verdad histórica nos obliga a

observar que algunos de sus actos no podrán ser avalorados con exactitud,

sino después de conocidos los motivos que les dieron origen y dirección.

“Celoso siempre contra las maniobras, no sólo del partido europeo, sino

también de las intrigas argentinas, impuso algunas penas, que él las habría

economizado. Conociendo que el contacto de ideas facilitado por la mutua y

frecuente correspondencia sugiere pensamientos hasta los más peligrosos, y

temiendo la irrupción de las innovaciones y especulaciones políticas de toda

especie, que alimentaba el Río de la Plata en su torbellino de pasiones y

ambiciones personales, anárquicas casi siempre, fue contrayendo, y por último

adoptó su sistema de aislamiento. Hasta en eso el Río de la Plata ejerció una

influencia perjudicial y maligna. Y es tan exacto lo que exponemos, que ese

sistema tuvo una excepción constante y protegida por el lado que no tenía

recelos. Los extranjeros, mayormente los brasileros, recibieron siempre entera

protección en su comercio de Itapúa.

“Falleció el Dictador el 20 de setiembre de 1840: la República sintió su

muerte por cuanto cualesquiera que sean las censuras que se le dirijan, él

fundó la independencia del Paraguay, y si su política hubiera sido

desasombrada de los peligros que referimos, ciertamente hubiera sido más

franca y creadora“. (88).

José Berges, canciller de Solano López desde 1862 a 1868, hijo de un

español que sufrió durante la Dictadura, confirma la existencia de la

conspiración de 1819; en una carta escrita el 6 de setiembre de 1864 al cónsul

general paraguayo en el Paraná, José Rufo Caminos, al comentar un opúsculo

del periodista entrerriano Evaristo Carriego:

“...recuerde V.S. que a ese mandatario (Francia) le hicieron varias revoluciones

encabezadas por los Yegros, Montieles, Aristeguies, Acostas y partidarios, que las sofocó,

cierto, a fuerza de sangre; la verdad debe aparecer siempre en la historia, y mucho más

cuando se escribe la biografía de un gobernante. V.S. sabe que yo soy uno de los más

88 Ver El Paraguayo Independiente. Asunción, sábado 7 de junio de 1845. Nº 7. Pág. 61 de la reedición de 1930.

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perjudicados por la administración Francia, pero no puedo transigir con algunas de las

apreciaciones del doctor Carriego”... “Pienso haber dicho a V.S. anteriormente que el

pueblo paraguayo, en obsequio de la verdad, debe aparecer vencido por la tiranía, pero

no abyecto y miserable, como varios escritores han querido presentarlo”.

La más divulgada de las acusaciones formuladas contra el Dictador fue la

contenida en “El Clamor de un paraguayo”, atribuido a Mariano Antonio Molas.

De esa pieza sacaron materiales para enjuiciarlo, adversarios como Manuel

Pedro de Peña, pensadores como Ramos Mejía y José Manuel Estrada,

comentaristas como Carranza y el talentoso escritor Diógenes Decoud.

En esas páginas caldeadas por la pasión puede leerse el siguiente

testimonio sobre la conspiración de 1819:

“Buscamos todos los medios que estaban a nuestro alcance para suavizar esta

marcha (se refiere a la Dictadura); conocíamos muy bien la indómita fiera del sujeto que

gobernaba; y el único medio, que nos mandó la razón adoptar, fue el de la insurrección.

Las acechanzas y conjuraciones, era el único derecho que tenía lugar contra un déspota

que, amparado de la fuerza, atropellaba todos los derechos de la humanidad. A una

violencia inicua, tratábamos de imponer una violencia justa. Repeler la fuerza con la

fuerza era un derecho natural común a todos los vivientes. ¿Mas cuál sería mi sentimiento

y sorpresa, cuando se supo, que un hombre débil (Bogarín), de los que componían el

círculo de los insurgentes, dijo in confesione, los planes de la conjuración a Fray

Anastacio Gutiérrez? Este le mandó que diese parte de este acontecimiento; lo ejecutó, y

para este caso, y para las medidas, preparaciones y castigos, que tomó el tirano, es que

invoco vuestra atención y sensibilidad” (89).

La columna vertebral de la política francista fue la independencia. Todo

juicio debe formularse en función de esa finalidad. Y pesarlo colocando en la

otra balanza sus errores y crueldades. La Dictadura, el aislamiento, la

movilización militar del país, las conspiraciones y los castigos, el fomento de la

agricultura, todo dice relación con ese propósito cardinal. El hombre mismo se

somete a esa disciplina. Tal propósito es, también, la razón de ser de su

89 Clamor de un Paraguayo , en el Apéndice de la obra La antigua Provincia del Paraguay, de Mariano A. Molas. Pág. 341.

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existencia. A él marcha desde los primeros días de la revolución. Concibió una

idea y se abrazó a ella, inexorablemente. Así lo reconoce el moderno

historiador inglés Pelham Horton Box, en su estudio sobre la Guerra de la

Triple Alianza; y es también el juicio que va primando en las nuevas

generaciones paraguayas, que contemplan el pasado con ecuanimidad, sin

odios heredados y sin la rigidez dogmática.

SEXTA PARTE

LA VIDA PARAGUAYA BAJO LA DICTADURA

ASUNCIÓN Y SUS COSTUMBRES.

¿Cómo era la vida social en aquella época? La tradición fue rota por la

guerra del 64-70, que sepultó entre escombros los elementos morales y

materiales de la nacionalidad.

Como fuente de información quedan los polvorientos papeles del Archivo,

poco explorados, la tradición oral y algunas publicaciones asaz deficientes. La

bibliografía de la época es bien escasa.

Asunción contaba con veinte mil habitantes, según los cálculos más

aceptables. Sus calles eran arenosas y poco rectas. Los edificios del tipo

colonial español, con corredores y aceras. Entre los principales edificios pueden

citarse la Casa de los Gobernadores (antiguo convento jesuítico); los cuarteles

de la Plaza y los Miñones; los antiguos conventos de Santo Domingo, la Merced

y San Francisco; la Catedral y la iglesia de la Encarnación; el convento de los

Recoletos.

La vida era sencilla, en un clima agradable y sano. En el puerto quedaron

flotando, como recuerdos, los barcos paralizados, desde que se clausuró el

comercio con el Río de la Plata.

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La vida social se redujo a las más simples fórmulas, a la convivencia casi

vegetativa, sin grandes acontecimientos. La ciudad contaba con un mal

alumbrado público a vela; desde 1815 se prohibió circular por las calles de

noche, sin farol. Las reuniones familiares nocturnas no eran frecuentes.

Cesaron los bailes en la Casa de Gobierno, en el Cabildo y en casas de familia

con que se festejara la revolución, y en los cuales se destacaba la figura

simpática de la presidenta Doña Facunda Speratti de Yegros, esposa del

Presidente de la Junta.

El Dictador no daba fiestas ni asistía a ellas. No gustaba del boato ni de la

pleitesía. Los tres conventos de San Francisco, la Merced y Santo Domingo

fueron transformados en cuarteles. El de los Recoletos sirvió de local para un

escuadrón de caballería. La Catedral fue arruinándose, cada día más. La misa

de los domingos servía de ocasión de encuentro a las familias. Muchas de ellas

fueron afectadas por las medidas tomadas contra los patricios conspiradores

de 1819, los españoles y santafecinos, entre ellos los Yegros, Caballero,

Montiel, Aristegui, Acosta, Recalde, Haedo, Machain. Echagüe, Domecq,

Loizagaa, Peña, Carísimo, Valdovinos, Granze.

Un poco más de libertad se conservó posiblemente en las villas de

Concepción, Curuguaty, Villarrica, Ycuamandyyú, Rosario y Pilar. En la capital

no podían realizarse procesiones religiosas ni manifestaciones políticas de

ninguna clase.

A raíz de la conspiración de 1819, se redujo el número de jefes y oficiales

superiores, pues casi todos ellos se inclinaron hacia el partido de Yegros y

Caballero. Los capitanes Juan Silvestre Ayala y Vicente Díaz Moreno actuaron

como secretarios de gobierno; como delegados Mariano Careaga, José Miguel

Ibáñez, en Concepción; Sebastián Morínigo, Norberto Ortellado, Tomás Gill y

Ramírez. Manuel Ignacio Fernández ejerció el comando del cuartel de la Plaza,

Otros comandantes fueron Basilio Antonio Ojeda, del 2º. Batallón de

Infantería; Agustín Cañete, de Artilleros; José Domingo Paredes, de

Granaderos; José Ignacio Lescano, de Húsares.

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El Dictador cultivó con preferencia la adhesión de la oficialidad subalterna

y de los clases. Su prestigio radicaba principalmente en la tropa. Asunción

estaba guardada por cinco batallones: dos de infantería, dos de caballería y

uno de artillería, deficientemente armados.

El Coronel Zabala y Delgadillo murió en 1815, sin haber sido molestado a

pesar de su oposición a la dictadura. El Teniente Coronel Manuel Atanasio

Cavañas se retiró a su establecimiento de las Cordilleras. Juan Manuel

Gamarra, comandante de Villa Real, fue substituido por José Miguel Ibáñez. El

Comandante José Teodoro Fernández se inclinó hacia la reacción. El

comandante Pedro Gracia, combatiente de Tacuari, huyó al Brasil en 1811,

disconforme con la revolución.

Los tintes de la dictadura se recargaron desde el año 21, con motivo del

descubrimiento de la conspiración tan cruelmente domeñada. Numerosos

presos políticos llenaban las incómodas cárceles y los subterráneos de los

cuarteles. Los condenados por crímenes comunes, eran enviados a Tevegó y

trabajaban en obras públicas. Regía el mismo sistema carcelario y las mismas

leyes anteriores a la independencia.

Asunción era en la época cercana a la independencia una ciudad señorial;

su sociedad gozaba fama de culta y distinguida, al igual que las principales

villas. El pueblo vestía a la española, con pequeñas variantes. Durante la

dictadura las damas acomodadas iban a misa con sus vestidos tradicionales,

envejecidos y raros, pues era difícil conseguir género extranjero. El hombre

usaba pantalones largos, sin saco y el chaleco con botones de oro o plata.

El “raído”, es decir el hombre del pueblo, no usaba saco o americana, sino

una camisa de aopo’i, pantalones de asargado y poncho al hombro. La mujer

del pueblo, pollera y typoi; cubría la cabeza con blancas sábanas, en defecto

del manto de paño. La mayor parte de la gente andaba descalza. El mercado

constituía un centro de venta de productos de toda clase y de informaciones

populares; un verdadero “foro” donde se recogían noticias y hasta se

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escuchaban los bandos del Supremo. Los hechos de sangre eran escasos, a

estar por los informes de las autoridades de la campaña.

Bajo un orden inexorable, a la sombra de casonas con amplios corredores

y ventanas cubiertas de jazmines, en el rincón de la tierra que se une al mar y

a la civilización por dos grandes ríos, se formaba una nación.

La vida sería gris, escasas las noticias, los acontecimientos vulgares. La

vinculación con el extranjero quedó rota; el aislamiento cerró el horizonte. Vida

retraída, sin grandes distracciones, demasiado al contacto de la naturaleza.

Sociedad sana, sobria, sin ambiciones casi. La población se hallaba asaz

diseminada en el extenso territorio, lo cual dificultó el comercio de ideas y de

mercancías y la formación de la cultura. Se vivía en el campo. Sólo Asunción

daba la impresión de un rudimento de ciudad. Las villas eran pequeñas

concentraciones, con su cabildo, su iglesia y su cuartel. El Paraguay vivía en

pleno periodo agropecuario, era una nación de pequeños agricultores, sin las

complejidades, la competencia y la población que se requieren para una

civilización moderna. Era la base seria, pero pobre, de una nación.

ELEMENTOS BÁSICOS DE PROGRESO

Al pasar del estado pastoril al agrícola, al detener las migraciones para

fijarse en el territorio que ocupan y desarrollar una nueva etapa de la

civilización, los pueblos mediterráneos requieren elementos de trabajo y

producciones que ayuden su desarrollo, además de las condiciones geográficas

y climatológicas que constituyen su “habitat”. Puede mencionarse entre ellos el

trigo, el algodón, la vid, el olivo, el ganado. Alimento básico, tejido, fiesta y

buena cocina, buey y caballo. Tales factores admiten substitutivos, de acuerdo

con el clima, pero no se puede prescindir de ellos, sin riesgo de padecer y

estancarse. Al trigo puede sustituir el arroz y el maíz; al algodón, la lana; al

vino, la cerveza; al olivo, las grasas, aunque imperfectamente; al buey y al

caballo, la llama o el camello. Sin esos elementos las formaciones sociales no

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pueden progresar ni organizarse en nación. Con ellos se garantiza la

autonomía relativa y la labor doméstica de los pueblos, en su etapa

constitutiva. El grupo familiar tiene que contar con esas ocupaciones

fundamentales que ayudan su formación y estabilidad. La mano casera hace

pan, cuece su pasta, y los diversos derivados del trigo; teje la ropa familiar,

elabora su vino, se afana y luce en los días faustos las prendas trabajadas en

el taller doméstico. Sin estos factores de consolidación, el grupo familiar y

social se halla amenazado por la pobreza, por la sumisión, inhabilitado para

alcanzar nuevas etapas de civilización. El olivo es una planta simbólica de

trascendencia en la alimentación de los pueblos. El ganado, el vacuno y el

caballar, son los colaboradores de la chacra, los elementos de viaje y de

defensa. La carne es un alimento básico, indispensable, para los que viven

lejos del mar. El algodón es el vestido, el abrigo y el adorno. A la incierta caza,

debe sustituir la labranza, la seguridad de la chacra. Después se requiere la

comunicación fácil. Por eso las agrupaciones tribales buscan con preferencia la

ribera de los grandes ríos como el Paraná, Paraguay, San Francisco, Uruguay y

Orinoco.

La nación paraguaya, en lucha tenaz con los factores que amenazaron su

independencia, contó con esos elementos de civilización, para garantizar una

vida sencilla y autónoma. Producía trigo y vino, laboraba su mate, tejía

algodón, fabricaba queso, cocía el barro para utensilios, disponía de textiles.

Comía con sencillez y abundancia. La producción de trigo y arroz era

abundante, al punto de haber sido el Paraguay el granero del Río de la Plata

durante el Virreinato, como consta en el informe de Anglés y Gortari.

Exportaba tabaco, maderas, cueros crudos o trabajados, cera fina, trementina

en grandes cantidades, como se desprende de la lectura de los permisos de

exportación por Itapúa y Pilar. Se cultivaban el maíz, el poroto, la mandioca y

el maní, autóctonos, heredados del indio guaraní. Para su vestimenta contaba

con algodón de buena calidad. Misiones producía vino. Este último renglón fue

disminuyendo por la clausura de los mercados externos hasta ser substituido

en el consumo popular por el aguardiente, destilado de la caña de azúcar. El

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olivo no fue cultivado, seguramente a causa del clima. En la alimentación se

reemplazó el aceite por la grasa, no tan apta para la salud, a pesar de que

contaba con el maní, el coco y el algodonero para la fabricación del aceite. Las

necesidades del paraguayo son escasas; es un pueblo sobrio, casi espartano,

característica que constituye uno de los motivos de su atraso económico.

Con elementos básicos de subsistencia y además la buena madera, el

ganado abundante, la caña de azúcar, el hogar improvisó su pequeña y

delicada industria durante el largo aislamiento. Gracias a ello no se conocieron

ni el hambre ni la miseria, que pudieron haber producido fermentaciones y

levantamientos populares. De su parte, el Dictador prestó atención a la

agricultura, porque sabía que el hambre es mala consejera de los pueblos. La

tierra feraz y la disciplina en el trabajo, constituyeron dos poderosos aliados de

la paz.

Si se ha de buscar una planta característica de la civilización paraguaya,

debe mencionarse la yerba mate (ilex paraguaiensis). Ese té indígena ha

terminado por incorporar a su nombre el nominativo paraguayo. La buena

yerba es un regalo. El paraguayo toma mate o “tereré” (mate frío) a cualquier

hora, pero con preferencia a la mañana o a la siesta. Cuida el laboreo de la

yerba como un arte nacional. En ningún hogar faltan el mate y la bombilla.

Hasta la naturaleza se ha encaprichado, dándole el monopolio de este renglón,

siquiera lo tengan ahora otros países, por tierra tomádale o por cultivo

artificial. El mate es un tónico y un digestivo indispensable al paraguayo, la

más característica de sus costumbres. Por eso, la yerba mate pudo figurar

como árbol simbólico en el escudo nacional, en lugar de los clásicos y

extranjeros ramos de olivo. La yerba mate ha sido un elemento de la fuerza

expansiva de la nacionalidad. Esa costumbre se ha ido extendiendo. Como la

polka, su música popular, y el “ñandutí”, el mate es una costumbre contagiosa

de ese pueblo esencialmente comunicativo. El paraguayo con sus costumbres

rebasa siempre sus fronteras geográficas. La dictadura lo encerró dentro de

inaccesibles murallas, mostrándole el peligro exterior. Lo inmovilizó. Lo

disciplinó.

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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FISONOMÍA DE LA DICTADURA

Es inútil buscar en este período la consagración de las libertades públicas,

el reconocimiento de los derechos individuales. El Dictador no creó la

organización jurídica – norma del progreso de los pueblos –, fuera de sus

decretos para regular los impuestos, a base de la igualdad y de la

proporcionalidad. El país siguió rigiéndose por la antigua legislación española.

Los autos supremos son decretos o sentencias inspiradas en esa fuente. El Dr.

Francia era buen conocedor del derecho ibérico. Pero se apartaba de él cuando

así se le ocurría.

Fue una voluntad, pero arbitraria, a pesar de fundar su conducta en

principios éticos. Sólo la ley es firme, porque fija los derechas y los deberes. La

dictadura tiene que hacerse temer, para hacerse acatar. La ley se respeta y el

despotismo se teme. Tuvo que apelar al despliegue de un gran aparato de

fuerza para intimidar, para imponer silencio. Salía a la calle seguido de escolta

y precedido de un pífano; vivía aislado, sin mostrar ninguna de las debilidades,

vicios ni gustos que humanizan la vida. Con su única levita azul desteñida,

daba la impresión de la permanencia, de la eternidad. Fue la enjuta

personificación de la AUTORIDAD. No hizo colocar su imagen en el altar, ni

aceptó panegíricos. No tuvo corte ni chambelanes; no gustó de adulaciones ni

aceptó obsequios. EL tributo que se le rendía era el silencio, la obediencia. Fue

juez inexorable de su propia vida. La nación lo respetó, conocía la pureza de

sus costumbres, reconoció su autoridad, pero no por ello se tornó servil. No se

recuerdan, de aquella época, manifestaciones populares de abyección. No se le

adoró ni se le endiosó. Era el “Supremo Dictador Perpetuo”, el primer servidor

de la patria. Instruía personalmente a la tropa; era un instructor de artillería,

como lo fue su padre en el coloniaje. El 15 de agosto de 1816, invitó por

última vez a los vecinos principales a la fiesta de acción de gracias de la Virgen

de la Asunción:

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“Por cuanto mañana quince del corriente se celebra la festividad de la Asunción de

Nuestra Señora Patrona Titular de esta Provincia, cuya memoria debemos festejar con

todas las demostraciones visibles, que manifiesten nuestro regocijo. Por tanto ordeno, que

se iluminen generalmente en esta noche todas las calles de esta Ciudad, y que mañana

concurran las Corporaciones e Individuos de ambos sexos a la Santa Iglesia Catedral a

rogar por el aumento de la Religión, y felicidad de la República.

“Dado en esta Ciudad de la Asunción Capital del Paraguay a catorce de Agosto de

mil ochocientos diez y seis. – JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.”

FIESTAS POPULARES

Como costumbre subsistían las fiestas de la Navidad, el clásico pesebre; el

Calvario, el día de la Cruz, la Semana Santa, la fiesta de la Virgen de la

Asunción, la del Patrono de la República, San Blas, y las fogatas de la noche de

San Juan, el 24 de junio, que parecen ritos paganos. El 6 de enero, día de los

Reyes Magos, natalicio del Dictador, era festejado en el barrio de la

Encarnación y en Ysaty, con galopas y “kamba ra’anga”.

Se realizaban fiestas populares como las de San Blas, en Punta Carapá;

de Santo Domingo, hacia Tacumbú; San Francisco y la Merced, en la Capital; y

las de la Virgen de los Milagros de Caacupé. Se corre a las sortijas y se baila la

galopa bajo arcos de ramos y adornos de papel pintado. Terminado el acto

religioso, se danza en la calle o en los patios; baile de mulatas al son de

pífanos y tambores, que el pueblo mira y goza, adonde acude la mozada

elegante, como espectadora. Las mujeres danzan solas, en graciosos

requiebros; van cargadas de alhajas, vestidas de “kigua-vera” con

blanquísimos “typoí”, y la cabeza cuajada de flores. Se bebe chicha de piña. Se

ofrece a los concurrentes una abundante “karu guasu” (comilona).

Las fiestas populares y entre ellas las del natalicio de Su Excelencia”, son

de pura cepa española, como lo son los instrumentos musicales: la guitarra, el

arpa, el violín y la flauta.

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En la alta sociedad se baila el lancero, el cielito santafé, y la polka, que es

una música típica a pesar de su procedencia extranjera (la polska procede de

Polonia), porque lleva impresa en sus notas la melancolía del alma guaraní. Es

una creación paraguaya, una manifestación de su psicología. Por el marco y

por la morena de ojos centelleantes, que lleva un clavel de onza en su negra

cabellera, por la vibración de vida, se diría un rincón de Sevilla. Completa la

costumbre la romántica serenata, pasada la medianoche, al pie de las

ventanas, desde cuyas rejas tiene que salir la obsequiada a dar las gracias,

después de las tres piezas de la orquesta o de la canción del galán.

En vez del castellano, reservado a la “alta sociedad”, a la escuela y a los

actos oficiales, se habla guaraní, trinchera espiritual de este pueblo

característico que ha amalgamado y fundido sangre española y sangre de los

carios, y conversa aún en “la dulce lengua de una raza ausente”.

La carrera de caballos y la riña de gallos, constituían las principales

diversiones populares. En las funciones patronales se jugaba a “la sortija”, la

taba, el truco y el monte, con naipes españoles.

LA CULTURA PÚBLICA

No se publicaba ningún periódico. Las profesiones liberales eran de libre

ejercicio. Carlos Antonio López ejercía la profesión de abogado, después de

haber sido catedrático de latín, teología y filosofía en el Colegio de San Carlos.

Vivía en el distrito de la Recoleta desde 1824 y pasaba periodos en su estancia

de Itacurubí del Rosario, sin intervenir en la política. El presbítero Marco

Antonio Maíz, el más ilustrado de los sacerdotes de la época, hijo del país,

sufrió los rigores de la prisión.

El Colegio de San Carlos y el Seminario fueron clausurados; las únicas

escuelas que funcionaban eran las de primeras letras. El maestro José Gabriel

Téllez, cobraba puntualmente su sueldo de 300 pesos trimestrales; otra

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escuela, estaba confiada al maestro Quintana, relojero, carpintero y dueño de

un pequeño establecimiento de enseñanza. Juan Pedro Escalada, siguió

enseñando apostólicamente, en su escuelita particular, las primeras letras. En

1834, figuraban 140 maestros de escuela, que cobraban a sus alumnos, amén

de los seis pesos mensuales que asignaba el gobierno.

La Dictadura no favoreció la formación de hombres de cultura o de

dirección. No es la escuela la institución que puede reaccionar contra esos

regímenes, puesto que en ellas se limita la enseñanza a las primeras letras, al

cálculo elemental y a las ligeras nociones de lenguaje, sino los institutos de

alta cultura, donde se ejerce la critica y se forman las ideas generales, las que

pueden amenazar el despotismo. Los ciudadanos de ilustración que actuaron

después del 40, fueron autodidactos. En el período pre-revolucionario y en los

diversos congresos figuraban hombres de regular cultura, profesionales del

foro y sacerdotes, tales como Marco Antonio Maíz, Hipólito Quintana, Molas,

Francia, Valdovinos, Granze, Báez, Haedo, de la Mora, Juan Bautista Rivarola y

luego los colaboradores de Francia, que sobrevivieron al silencio que reinó en

la República durante un cuarto de siglo. La Dictadura desalojó a mucha gente.

El cuñado del Dictador, Mariano Larios Galván, fue arrestado y despojado del

grado de coronel honorario que le había conferido la Junta de 1811, a raíz de

la conspiración del 19. Fernando de la Mora y Jacinto Ruiz, desaparecieron del

escenario. Otros funcionarios de la administración fueron el fiel de fechos

Policarpo Patiño, el tesorero Pedro Miguel Decoud, Juan José Medina y el oficial

1º. Martín Serapio Almirón.

La escasez de hombres directivos se hizo notar en la administración, así

como para la política internacional, durante y después del régimen francista, a

cuya cuenta debe cargarse ese error. Sin embargo, durante ese período se

formaron hombres de la talla de Carlos Antonio López, José Falcón, José

Berges, Andrés Gill, Benito Martínez Varela, Juan B. Rivarola, Gumersindo

Benítez, Mariano González, Domingo Francisco Sánchez, Juan José Brizuela.

Juan Manuel Alvarez, ministro de Francia, presidió el primer Congreso de 1841.

Manuel Pedro de la Peña perfeccionó su estilo incisivo en la soledad de la

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prisión. Mariano Antonio Molas escribió su libro entre las cuatro paredes de la

cárcel. Las ciencias ni las bellas artes tuvieron cultores dignos de mención. El

Paraguay tenía, el año 40, los perfiles de una Esparta tropical.

El Dr. Francia no fue un protector de la cultura superior ni un formador de

hombres directivos, ni un amparador de inteligencias.

ESFUERZO CONCENTRADO

Todo su esfuerzo se dirigió a imprimir rumbo a la nación. Guardó su

independencia, mantuvo el orden, hizo eficaz policía contra la delincuencia,

fomentó la agricultura y las pequeñas industrias autóctonas; ordenó la

administración pública; reguló los impuestos, para alivianar las cargas y dejó

que el pueblo viviera, recomendando a sus delegados, en sus circulares

periódicas, que cuidaran la enseñanza de las primeras letras. “Las armas,

caudales y municiones que cuenta la República, la creación de impuestos y

supresión de diezmos, se deben a mi labor, pues antes nadie se ocupaba de

ello”, decía en una carta al Delegado de Pilar, don José Joaquín López (90).

El discípulo de Rousseau creía que la felicidad de un pueblo radicaba en el

orden y en la labor menuda de subsistencia. ¿Cómo el Dr. Francia derivó la

Dictadura de la doctrina de los enciclopedistas? ¿La igualdad consistió acaso

para él en una nivelación para abajo? ¿La vida paraguaya tenía necesidad de

esa vuelta a la naturaleza?

Aparte de las leyes españolas coloniales, que continuaron vigentes, no se

cuidó de dictar nuevas normas jurídicas. Del rudimento de Constitución de

1813 sólo se cuidó de cumplir el artículo que indicaba al gobierno como

supremo deber la defensa de la independencia. Interpretó la dictadura como

una delegación plena de la soberanía popular. Cometió el error de suprimir los

dos institutos superiores con que contaba el país. Villarrica tuvo la suerte de no 90 Carta del Dictador del 5 de Julio de 1815 al Delegado de Pilar, José Joaquín López. Biblioteca N. de Río Janeiro. M. S. Colección Río Branco.

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ver cerrado el pequeño colegio franciscano de la localidad y que mucho influyó

en la educación popular guaireña y en la formación del hogar.

El largo encerramiento, sin inmigración extranjera, homogeneizó la

población, sin desmoralizarla, a pesar de que el amor se hacía, muchas veces,

al margen de la ley, por la dificultad de los casamientos. El Dictador

recomendó la concesión de facilidades para contraer matrimonio a los

ciudadanos “patricios” que habían servido bajo banderas.

LA VIDA CAMPESINA

OCUPACIONES E INDUSTRIAS

Los pueblos del interior vivían de la agricultura y de la ganadería. El

comercio entre ellos era lánguido. El ejido municipal se levantaba en torno a la

iglesia, preferentemente. En el mercado se trocaban los productos. No se

conocían moneda nacional ni papel moneda. La unidad de medida lineal era la

vara.

Los asunceños habitaban generalmente dentro del radio municipal, pero

tenían en las cercanías quintas y chacras, con plantaciones, aves de corral,

tambos, su pequeña industria de tejido, de fabricación de azúcar y de almidón.

Se trabajaba bastante en curtiduría y carpintería. Como no se importaban sino

tejidos y otros pocos renglones, hubo que ingeniarse en las artes manuales

para suplir las deficiencias del comercio. Las costumbres nacionales eran las

del agricultor, un poco sedentario que se levanta temprano, para poder

concluir las tareas pesadas antes de que pique el sol; luego, hace un poco de

faena doméstica; fabrica sus propios instrumentos de trabajo y de una manera

rústica el arpa, el violín y la guitarra. La mujer, más encerrada aún, teje,

fabrica dulces, azúcar cande y pan de almidón, “chipá”. Fruto de esa industria

casera, es el “ñandutí”, primoroso tejido, en que se reproducen con delicado

arte, motivos de la flora tropical; así como el “aópo’i”, que sirve para la ropa

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blanca; se hacen resistentes hamacas y los ricos ponchos de sesenta listas. Se

dibuja el porongo para el mate y se trabaja la plata con bastante habilidad. La

arquitectura es nula. El material cocido, escaso. La cerámica no realizó

mayores progresos desde la época colonial. Los pueblos de Itá y Tobatí, por la

calidad de arcilla de que disponían, se dedicaban a la fabricación de tinajas,

cántaros, cantarillas y jarros. En las Misiones y Carapeguá se tejía la lana para

colchas, ponchos y aperos de caballería. En Piribebuy se trabajaba el poncho

listado, con colores extraídos de las plantas, Itauguá, pueblo señorial y

silencioso, era el principal centro de fabricación del “ñandutí”. Luque, Arroyos y

Esteros y Villarrica producían azúcar. San Isidro de Curuguaty, entonces

próspero, era la capital de los yerbales.

Apartado y en silencio se tejió la urdimbre de un pueblo sencillo y fuerte.

Más que un acontecimiento político, aquel período debe mirarse como un

fenómeno social. El Dr. Francia apareció como la cúspide de una amplia

voluntad de independencia. La dictadura impidió el cultivo de las facultades

intelectuales, pero fortaleció los factores vitales de la nacionalidad,

homogeneizó al pueblo y lo educó en esa escuela de sencillez que le hizo apto

para la lucha. A un pueblo inferior, 25 años de despotismo lo hubiera

corrompido. El paraguayo sufrió algunas influencias dañinas en su psicología,

pero se moldeó y preparó para el futuro en una escuela de patriotismo antiguo,

garantía de su libertad, en aquel período de peligrosas confusiones y

liquidación de pleitos del coloniaje.

El deber fundamental de la generación posterior al movimiento de Mayo y

a la solemne declaración del 12 de octubre de 1813, fue por tanto; salvar la

independencia, consolidar la obra de la República, entregarse a la tarea de

fundar un Estado Soberano.

En el período inicial de los pueblos el patriotismo es siempre meramente

agresivo y territorial. Consiste esencialmente en defender la suerte de la tierra

en que se ha nacido, en que están los sepulcros de los padres, y a la cual se

siente unido por factores materiales y morales. La primera forma del Estado no

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es la fijación de los derechos individuales, sino la seguridad, el orden. En la

primera etapa nacional, los poderes se concentran generalmente en manos de

guerreros; en las de un hombre fuerte, como Irala o Francia. Las aspiraciones

colectivas se sintetizan y concretan en el deseo de la independencia. Rómulo

comienza por señalar el sagrado recinto de Roma. Las ciudades antiguas se

rodeaban de murallas. Es un período de concentración egoísta, de integración

social. El peligro exterior, real o imaginario, obra sobre el ánimo colectivo y lo

absorbe por encima de toda otra preocupación. Es el instinto primario de

conservación de una sociedad, que necesita aislarse, fortalecerse, antes de

lanzarse a la vida de competencia, de lucha, que es la comunidad

internacional.

En el caso del Paraguay, la tarea estuvo bien definida. Se trató de la

fundación de un Estado, segregándolo de la unidad política virreinal. Los

factores geográficos, la tradición, el idioma guaraní, la raza, contribuyeron a

dar a ese pueblo una unidad característica. Esos materiales tuvieron que ser

orientados hacia una finalidad constitutiva. Fue el papel señalado al político, al

estadista.

A más de cien años de distancia, pueden contemplarse, objetivamente,

esos elementos primarios de la humanidad. El país lejos del mar, que

comunica a los hombres cierto cosmopolitismo, les da horizontes más amplios,

les acostumbra al comercio, y les induce a considerar al extranjero como un

cliente o un huésped. El mar sociabiliza, invita a los viajes, amplía las fronteras

espirituales de los pueblos, los aproxima. La selva, en cambio, los hace

desconfiados. La vida en el monte es de constante observación. En su

intrincado seno se encuentran variados bichos y alimañas; el camino, es

apenas un sendero abierto a golpe de machete que debe defenderse

constantemente y por donde se transita con cautela. El hombre de la selva

vive, puede decirse, en mayor contacto con la naturaleza; sufre más

directamente esa presión. El aislamiento contribuye a la homogeneidad y

también a dar cierto carácter receloso, desconfiado. Es una afirmación egoísta

de la vida.

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En las determinaciones históricas debe tenerse en cuenta el hábitat de ese

pueblo, asentado en el trópico, en el seno de una naturaleza pródiga, celoso de

su autonomía en grado hiperestésico. No se trató de un pedazo de Europa

trasladado a otro continente, como en el caso de Estados Unidos y de

Australia, sino de una población igualitaria, que vio en el extranjero a un

posible adversario o a un pretenso conquistador.

La dirección estaba confiada a los blancos, o descendientes de españoles,

mientras la masa era criolla o mestiza. El sentimiento de patria es un

localismo, ampliado. Nada obstó a la federación ni evitó la conquista, dada la

escasez de armas y recursos con que contó, salvo el factor psicológico, que

hizo del Paraguay un pueblo característico, retraído, rebelde. Existió también la

posibilidad de cerrarle las puertas del comercio exterior, para reducirlo por la

miseria. Un cúmulo de factores conspiró contra la posible independencia

paraguaya. Aun dentro alentó un sector de opinión favorable a la federación.

En la historia se conocen pueblos que han caído en el despotismo por la

decadencia y la corrupción; otros, han entrado en las vías de la civilización

bajo gobiernos fuertes, unitarios, dictatoriales. Aquellos pueden ser señalados

como decadentes; estos, en cambio, suelen ser pueblos nuevos, sin

experiencia, sin cultura democrática, con los mismos defectos propios de la

inexperiencia y los caracteres de los organismos en crecimiento. Errado criterio

sería estimar idénticas las leyes que rigen el crecimiento con las que presiden

la vida ya desarrollada, llegada al nivel normal.

El pueblo paraguayo, libre de la tutela peninsular, aceptó la dictadura, no

como un recurso de la decadencia, sino como una necesidad histórica, en su

período de formación. En efecto, amagaban peligros al Norte y al Sur, aparte

de una pronunciada tendencia porteñista en algunos sectores políticos. Los

paulistas habían llegado hasta Coimbra en la margen derecha del Río

Paraguay; y hasta el Apa y el Blanco, en la izquierda. Para contener esas

invasiones fueron fundados los fuertes de Borbón (hoy Olimpo) y de San

Carlos, a fines del siglo XVIII. Lázaro de Rivera y Fernando De Pinedo

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prestaron a la defensa especial atención. Igual precaución adoptó la Primera

Junta de Gobierno patriota. En la región del Salto de Guairá no existían límites

señalados con certeza; quedaban en pie los resabios del pleito entre España y

Portugal.

Al sur se levantaba la pujante Buenos Aires. La expedición comandada por

Manuel Belgrano, la reiterada misión del mismo general y de Echevarría y la de

Nicolás de Herrera para obtener la incorporación del Paraguay; las

impaciencias del caudillo Francisco Ramírez; las noticias de una posible

invasión de Fructuoso Rivera, después de Ituzaingó; las propaganda y las

versiones de un lado y las dificultades creadas al comercio paraguayo por otro,

eran síntomas de una política adversa a la idea de la independencia y daban la

impresión de que no se abandonaba la idea de reconstituir el virreinato. El Río

de la Plata, único pulmón, como vía fluvial, fue cerrándose cada día más,

amenazando ahogar. La aduana era un dogal al cuello. La anarquía impidió

nuevas expediciones. El pueblo paraguayo vivió durante medio siglo

convencido de que su independencia peligraba. Este elemento psicológico es

fundamental para enjuiciar aquella época incierta, azarosa, de nacimiento de

las repúblicas sudamericanas. Proceso similar se constató en Centro América,

en la Nueva Granada o Gran Colombia y aun en las repúblicas de Perú y

Bolivia. Las cuestiones de límites fueron semilleros de guerras y motivos de

conquista.

Alberto Lamar Schweyer, escritor cubano, apreció desde lejos, con certero

criterio, el fenómeno de este pueblo característico, en su libro La crisis del

patriotismo. Después de referirse al afán constructivo y de riqueza del

americano del Norte, y a la evolución hacia un mayor cosmopolitismo del

Uruguay y de la Argentina, dice: “En tanto Méjico. Ecuador, Bolivia, Perú y

Chile, a través de un siglo de guerras, de intentos de absorción, de esfuerzos

de dominio, han ido reforzando su patriotismo integralista, llega a su más alta

síntesis histórico-sociológica en el Paraguay, que sólo mediante el cultivo de un

sentimiento ultranacionalista ha logrado mantenerse independiente y dueño de

sus fronteras, amenazadas por vecinos necesitados y codiciosos”.

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PARTE SÉPTIMA

EL OCASO DE UNA VIDA

LA VIDA PRIVADA DEL DICTADOR

El doctor Francia parecía un reloj de arena. Consuetudinario y sencillo, sus

gastos diarios no pasaban de dos pesos. Fue aseado y sobrio. Usaba una

casaca azul con galones de oro; pantalones cortos, medias de seda y zapatos

con hebillas de plata. Cuando salía a caballo, usaba pantalones y polainas color

marrón, capa española, y un latiguillo. Tenía dos caballos, bien cuidados; haría

el mismo paseo, hasta el cuartel del Hospital, acompañado de reducida

escolta; salía a la misma hora de la tarde, precedido de un cornetero.

Otras veces se dirigía al Cuartel de Campo Grande, donde hizo edificar

una pieza especial para su aposento, en los períodos en que se dedicaba a la

caza. Se levantaba temprano; trabajaba hasta medio día en el despacho;

almorzaba un buen puchero y dos naranjas; saboreaba una copa de vino Jerez

u Oporto; rendía tributo a la siesta del trópico en columpiante hamaca de hilo;

se levantaba a las 3 de la tarde y volvía al trabajo; después, paseaba un rato y

luego salía a caballo. Cenaba un vaso de leche o un palomito. Leía

constantemente. Se acostaba temprano. No acostumbraba rezar, Cerraba

personalmente las puertas, desconfiado aunque no miedoso. Fuera del

centinela de la esquina, no había otra guardia.

Dos criadas le sirvieron con lealtad. En premio de sus servicios recibieron,

del Gobierno Provisorio en 1841, la chácara de Ibiray, en la creencia de

interpretar la voluntad presunta del dueño; se llamaban Petronila y Mercedes.

Completaban la servidumbre un barbero, que le afeitaba diariamente, le

peinaba la trenza, y le traía díceres; y un mulatillo, que oficiaba de pinche.

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Ambos traían noticias y versiones del mercado. Fueron los diarios parlantes de

la casa.

Se asegura que la diversión favorita del Dr. Francia era un perro, llamado

“Sultán”. Con ese sí que jugaba; lo miraba retozar en el patio, en torno al

pozo, o en la plaza de armas, frente a la bahía, que contemplaba en sus horas

de meditación, sentado en la silla de cuero recostada al pilar.

De mañana recibía en primer término los partes de la plaza; luego

despachaba con los ministros, y finalmente, al público. Su conversación era

seca pero correcta. En la primera época, según testigos calificados, fue amable

y conversador. Más tarde, se volvió huraño y autoritario. No daba confianza ni

a los ministros ni a los jefes militares, pero los trataba con deferencia.

Estudiaba personalmente el expediente administrativo y los asuntos judiciales

que le llegaban en alzada. Controlaba las cuentas. De noche daba el santo y

seña.

Esa existencia sincronizada, esa vida sin distracciones, debía pagar su

tributo a la debilidad del organismo humano. Necesitaba un médico y tuvo que

aceptar a Vicente Estigarribia, quien aprendió en los libros jesuíticos y en la

tradición el empleo de las yerbas medicinales. Dicho médico era la única

persona autorizada a entrar sin permiso en las habitaciones del Dictador, a

escuchar las confidencias de aquella esfinge. Digna de estudio es esa amistad,

que parece una compensación de dos almas tan distintas, una recia y fría, otra

dulce, casi evangélica. La compañía del médico guaireño era un sedante, como

un mate con diamela, para aquella vida sin elasticidades ni blanduras. El

Dictador deseaba una larga existencia, necesitaba vivir para asegurar el éxito

de su obra. Por eso se apoyó en Estigarribia, en su recetario indígena, y siguió

un riguroso método de vida, como una dictadura más, ejercida sobre su propio

organismo.

En la regularidad desesperante de esa existencia, había un cuarto de hora

imprevisible, el viento norte. Su temperamento nervioso, se volvía aún más

hosco; sus nervios vibraban exasperadamente. En los días en que soplaba ese

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viento, se volvía irascible; no recibía visitas; se encerraba en un mutismo

tenebroso. Después soplaba el sur refrescante y el Dictador seguía su trabajo,

ya calmo. Absorbido por sus preocupaciones, consumido en su constante

trabajo, no es raro que su carácter fuera agriándose, sobre todo, careciendo de

las dulzuras del ambiente familiar. Carlyle lamentó que dos ojos andaluces no

hubiesen contribuido a endulzar aquella existencia.

PARVA DOMUS

El marco contribuye a realzar el cuadro. Al Dr. Francia hay que evocarlo

dentro de la vieja casa de los gobernadores, situada en la plaza de armas, a

algunos pasos de las barrancas del río que dio nombre a la patria. El edificio

abarcaba una manzana. Con su techo de grandes tejas, su alero caído, sus

amplios corredores, firmes pilares, paredes de adobe, ventanas con rejas de

hierro, era algo como un baluarte del régimen colonial. Por su aspecto severo y

el silencio que reinaba en ella, parecía una mezcla de convento y cuartel. En el

centro del patio estaba el pozo de agua, con brocal de ladrillo. La mansión

contaba con varias piezas, pero ofrecía pocas comodidades, fuera del amable

refugio para el descanso. Allí, en esa casa añeja, pasó los años de su

dictadura, usándola como despacho de gobierno y como habitación particular.

A la tarde paseaba por los corredores o se sentaba a contemplar el hilo de

plata del río, que separa como una línea blanca los bosques orientales de la

verde inmensidad del Chaco. Al norte del edificio y a la derecha, estaba el viejo

Cabildo; tradición viviente de la colonia, amparo y fuerza de la ciudad

asunceña. La Catedral, en ruinas al oste, a dos cuadras, el antiguo templo de

la Encarnación, donde fue bautizado el niño Francia-Velazco. Sobre la

barranca, está la acera de los cuarteles de la Plaza, casas bajas, de techos de

teja y amplios corredores. Allí se produjo el levantamiento del 14 de mayo, y

allí estuvieron presos los conjurados de 1819.

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La vieja casa de los gobernadores donde vivió el Dr. Francia, fue demolida

no hace muchos años en un prurito de reformismo, perdiéndose así un local

para un museo histórico, un monumento legendario. La historia del Paraguay

antiguo dormía en los ámbitos de ella. El patio cuadrado con un pozo en el

centro, y los corredores cubiertos de jazmineros, todo exhalaba el perfume de

la leyenda. El dormitorio del Dictador se componía de una ancha cama de

madera, dos sillas, una mesita de noche con tapa de mármol, sobre la cual

estaban el jarro de agua con un candelabro de plata y la vela de sebo, gastaba

casi siempre, porque el morador leía antes de conciliar el sueño. La pistola

cargada se hallaba también cerca, así como la llave de la puerta principal. El

escritorio o despacho, tenia un poco más de comodidades. De la pared penden

un espejo de luna biselada y el retrato de Benjamín Franklin. En un estante de

madera están los libros usuales: Rousseau, Volney, Abate Reynal,

Montesquieu, Historia de Roma, Laplace, Leyes de Indias, algunos volúmenes

de ciencias naturales, los elementos de Geometría de Euclides, tablas de

logaritmos, Diccionario Inglés-Español. El Dictador no organizó archivo ni

correspondencia privada. Todos sus papeles fueron públicos y quedaron en el

Archivo Nacional. No tomó precauciones para engañar a la posteridad. Se

conservan en Asunción, en Buenos Aires y en Río de Janeiro los “Autos

Supremos”, las circulares, sus cartas a los delegados y las esquelas a la

intendencia. Todo su pensamiento de gobierno está contenido en esos papeles.

Su vida interior fue profunda, con muchas nubes y destellos de

inspiración, digna de un detenido estudio psicológico. La biblioteca del Dictador

fue abierta al público por la Junta de Gobierno, en 1841. En ella leyeron y se

formaron los principales hombres de la post-dictadura. ¿Dónde fue a parar esa

biblioteca? La tragó el tiempo como todos los recuerdos personales del solitario

personaje. No pasaron aún cien años de la terminación de su vida, y sin

embargo, se le contempla perdido en el horizonte gris, como una figura de

tiempos muy remotos. No quedan de él recuerdos ni objetos personales. Hasta

el apellido se fue esfumando. Ni la insignia, ni el uniforme, ni cosas caseras,

restan de este solitario morador de la casa de los gobernadores. El tiempo lo

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tragó todo, menos su silueta de Dictador, su postura de revolucionario y su

fama. ¿Qué misteriosa fuerza le animó en su fría existencia? ¿Fue un patriota

obsesionado por la idea cardinal de la independencia o es que en su poder

había una mezcla de ese ideal y el brutal afán de mando?

LA QUINTA DE IBIRAY

El Dr. Francia pasaba sus días de reposo en una chacra, sita en el paraje

Ibiray, distrito de la Santísima Trinidad, a 10 kilómetros de la ciudad. Se

conserva aún esa granja de amplios horizontes y susurrante arboleda, de

bellísimas perspectivas, desde donde es placentero contemplar cómo muere

lentamente el sol en las lejanías del Chaco. El edificio es una vieja casona

estilo español, de anchas paredes de adobe, amplios corredores y pesadas

puertas. Se respira en él una frescura perfumada de jazmines que trepan las

tapias en un abrazo de verdura de hojas y de eucaristía de pétalos. Naranjales

fecundos, frutas de todas clases, verde pastizal y altos cocoteros que abanican

el aire en una displicencia de trópico. La mañana es una epifanía, y son

lánguidos los crepúsculos. La noche, una delicia. Una acogedora frescura recibe

al visitante de la tradicional casona. En el patio, a doscientos pasos, bajo el

techo de paja que se detiene sobre cuatro postes lampinados, hay un pozo de

agua que brota de la piedra viva. El agua borbota, cristalina, fresca, limpia. Un

jarro de agua de ese “Ykua” refresca el cuerpo y lleva placidez al espíritu. La

creencia popular asegura que ese agua posee virtudes misteriosas y

saludables. Allá iba a beber nuestro hombre su único refresco.

Vale la pena trasladarse imaginariamente a aquella época y contemplarlo,

en ese marco de la naturaleza, en esa quinta, en los días de retiro, trazando

planes, rumiando intenciones, exprimiendo reflexiones, ajustando los lados de

la pirámide de su vida. Pasará la noche revolcándose en la amplia cama de

petereby, pensando en el gobierno que él quiere y que necesita, para realizar

su sueño, si así podemos llamar al rígido teorema de su política. Cuando llega

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al gobierno, asume la responsabilidad plena, trabaja sin cesar en el despacho

toda la semana. Los domingos monta a caballo y se encamina, seguido de su

escolta, a Ibiray. Allí pasa sus horas de descanso, más solitario aun que en la

casa de los gobernadores, en medio de una naturaleza esplendorosa y risueña,

con horizontes infinitos y azul de cielo, contemplando el firmamento, siguiendo

el curso de los astros, con su telescopio. Así lo encontró Robertson, una tarde.

Así lo pintaba la creencia popular, entretenido con su largo catalejo

misterioso, con el cual adivinaba el porvenir. Esa ocupación sirvió a sus

detractores de base para propalar el rumor de su locura. Es verdad que es

siempre una extravagancia interrogar al mundo por la ventana luminosa de las

estrellas. Mirar derecho y no arriba, es lo vulgar, lo normal, lo común. El Dr.

Francia, duro, huraño, seco, malo o bueno, está colocado en un extremo de la

Humanidad, encarna una corriente histórica, la voluntad de liberación de su

pueblo. Nada tiene de la normalidad mediocre. Ni el apetito ni los placeres. Es

un hombre de intensa vida interior y de posturas un tanto extravagantes.

Sería un error atribuirle en exclusividad la creación del Paraguay y pintarlo

como a un santo, de impoluta memoria. Su obra está llena de sombras y de

resplandores; su vida fue elevada y fría, con grandes defectos, sin asomo a la

vulgaridad. Los factores que permitieron la creación de la nacionalidad ya

existían latentes cuando apareció este político cuyo mérito fundamental

consistió en comprender, desde el primer momento, el sentido de la

Revolución Americana.

MUERTE DEL DICTADOR

El doctor Francia falleció el domingo 20 de setiembre de 1840, a la una de

la tarde. Le asistieron en sus últimos instantes D. Vicente Estigarribia, el fiel de

fechos Policarpo Patiño y dos criadas.

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No dejó testamento. Algunas disposiciones de última voluntad fueron

transmitidas por Estigarribia, y cumplidas por resolución del Congreso en

1841. Un articulo del Semanario (13 de mayo de 1854) relata que el Dictador

murió serenamente en la cama, en brazos de su médico.

En Tesorería quedaron 36.564 pesos de sueldos no cobrados por el

Dictador, y con los cuales se pagaron los gastos funerarios y el remanente fue

repartido a la tropa, especialmente a la guarnición de Olimpo. La quinta de

Ibiray fue atribuida a una de las servidoras.

El Dictador enfermó desde agosto. Su salud fue decayendo en forma

alarmante. Tuvo que suspender sus paseos habituales y las excursiones a

Campo Grande. A pesar de sus setenta y cuatro años y de la gota de que

padecía, continuaba trabajando asiduamente en el despacho de los asuntos

públicos. En sus últimos días no reveló debilidades espirituales ni deseos de

confesarse. Se creía en regla con la vida.

La muerte del Dr. Francia constituyó un duelo nacional. El pueblo le lloró

como al Padre de la Patria. El ejército rindió homenaje a su celoso comandante

en jefe, que le dio ideales, disciplina y armas. El clero ofició ante el féretro del

hombre que nunca persiguió a la religión, a pesar de su indiferencia aparente.

Las exequias realizadas, el 22 de setiembre, fueron grandiosas. Llegaron

delegaciones especiales del interior. Toda la Asunción concurrió a acompañar

los restos del severo gobernante, desde la casa de los gobernadores hasta la

iglesia de la Encarnación, donde fueron depositados. El cañón anunció, con 21

salvas, la extinción de aquella existencia misteriosa. Un mes después, el 20 de

octubre se realizó un funeral recordatorio al cual concurrieron los miembros de

la Junta Provisoria de Gobierno, alcaldes, el defensor de menores, jueces de

campaña, comandantes y oficiales del ejército, el clero secular y una masa de

pueblo, nunca vista en los anales del país.

Sobre el mausoleo colocado en la histórica iglesia de la Encarnación se

puso un expresivo epitafio:

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“Por mandato de la Exma. Junta Gubernativa:

“Hoy 20 de Setiembre de 1840

– Aquí yace el Dictador –

– Para memoria y constancia –

– De la Patria vigilante defensor –

Doctor Don José Gaspar de Francia, (91)

Su deceso no dio lugar a las escenas de terror ni de alegría, como

afirmaron sus enemigos. El pueblo lloró su pérdida, porque en el decurso de 26

años, aprendió a ver en él su defensor, el inexorable centinela de la

Independencia. Quizá fuera más temido que amado, Pero su virtud merecía el

respeto que sólo consiguen los grandes caracteres. Había llegado al poder en

la edad madura, a los 48 años, sin tener ya los impulsos espontáneos de la

juventud, casi al atardecer de la vida, cuando el deber sustituye a la ilusión.

No era sensual; no amaba el dinero; fue reservado en el amor; enemigo de las

bebidas; adversario del boato. Su dormitorio era digno de una tienda de

campaña. En el inventario de sus bienes figuran; un espadín, una pistola, un

recado con adorno carmesí, espuelas de plata, estribos del mismo metal;

hebillas de oro para los zapatos de charol; y una biblioteca. Ese inventario es

el reflejo de su vida. Libros, porque era un hombre de pensamiento; pero

también, el espadín, porque lo era, asimismo, de acción. Era severo, pero

guardaba la dignidad. Dejó a su pueblo en paz, sin haberlo arriesgado en

aventuras externas, ni dilacerado en la anarquía; con la integridad de su

patrimonio territorial. Era un gobernante del orden, enemigo de la guerra.

Fundó la Independencia sin librar batallas. El discípulo de la Enciclopedia, el

aplicador de la doctrina de Juan Jacobo, era esencialmente un hombre de

pensamiento, pero capaz de obrar, de realizar.

91 Ver Dr. Antonio Ramos, en El Liberal de 2 de Junio de 1935: “La muerte del Dictador Francia”.

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Durante un cuarto de siglo había montado la guardia, sin desfallecimiento;

mantenido y dirigido un ejército distribuido estratégicamente para defensa de

los límites de la República. Había leído reglamentos de artillería y presenciado

ejercicios de caballería, para estar en contacto con la tropa y evitar que los

comandantes de cuartel fueran los dueños de la situación. El presbítero Manuel

Antonio Pérez, que pronunció la oración fúnebre, dijo desde el púlpito:

“Me asombro cuando contemplo a este grande hombre, dando expediente

a tanta ocupación. Se dedica al estudio de la Milicia y en breve tiempo manda

el ejercicio y evoluciones militares como el más práctico veterano. ¿Cuántas

veces he visto a S. E. estrecharse a un recluta enseñándole el modo de poner

la puntería para dirigir con acierto el tiro al blanco? ¿Qué paraguayo había de

desdeñar de llevar el fusil cuando su dictador le señalaba el modo de

gobernarlo? Se personaba a la cabeza de los escuadrones de caballería y los

mandaba con tal energía y destreza que transmitía su espíritu vivo a los que le

seguían y era más poderosa su voz que la del clarín...”

LA HERENCIA

Merece un capítulo, por los indicios y las pruebas que suministra el

inventario de los bienes dejados por el Dictador:

“Una caja de oro para polvos de rapé; un bastón de caña de India con puño de oro,

símbolo de su autoridad civil” (el que se encuentra hoy en el Museo Histórico del Uruguay,

por haber sido una donación del presidente Carlos Antonio López al general Urquiza,

quien a su vez lo regaló al presidente de la República Oriental, don Joaquín Suárez,

durante la guerra contra el dictador Rosas); una cigarrera de plata; espuelas de plata;

estribos ingleses; jarro de plata; mate y bombilla de plata; una espada con puño de plata,

símbolo de su jerarquía de brigadier; una silla de montar con almohada de terciopelo de

carmesí; un par de hebillas de plata de empeine; una hebilla de oro; un reloj nuevo de

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segundos; otro reloj inglés; siete navajas de afeitar, en estuche; cucharas, platos,

cuchillos de plata…”

¡Cuánta distinción! El Dr. Francia es sobrio, pero es un señor. Come en

vajilla de plata; usa hebillas de plata; medias de seda; levita azul; se afeita

todos los días. La trenza, siempre bien peinada, completa su figura de

revolucionario de 89. Es aseado, sin caer en afectación de ninguna clase. De

frente amplia; ojos grandes. Mira fríamente, sin pestañear.

En sus cajones particulares quedaron: “…noventa y siete pesos fuertes;

ciento y ochenta y dos pesos, plata; y veinte y ocho pesos y medio real, en

efectivo”.

¿Verdad que no es gran caudal para un hombre que ha gobernado veinte

y seis años discrecionalmente?

“Un teodolito” y muchos “libros, revistas en español, en francés y en

inglés”, idioma este último que aprendió por necesidades de gobierno.

Con el dinero dejado se pagaron los oficios religiosos en memoria del

Dictador y se hizo una donación a los dos fieles servidores. El remanente de su

sueldo no cobrado se repartió a los soldados, especialmente a los que estaban

de guarnición en las fronteras, de acuerdo con su manifestación verbal a uno

de los asistentes de sus últimas horas.

Los restos del Dictador fueron sepultados en la iglesia de la Encarnación, a

la derecha del altar mayor. Allí quedó esperando el veredicto de la Historia.

Manos bárbaras, en 1870, violaron su sepulcro y desparramaron sus cenizas.

¡Para qué conservarlas, si el Doctor José Gaspar de Francia está disuelto en la

nacionalidad paraguaya y sólo perecerá con ella!

15 febrero – Río de Janeiro, Nov. 1935 – Buenos Aires, 28 de mayo de

1937.

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Revista Paraguaya. Asunción, 1882.

Revista Nacional, Buenos Aires, 1886.

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APÉNDICE

En la Ciudad de la Asunción en nueve días del mes de Septiembre de mil

ochocientos once:

Los Señores del Ilustre Cabildo, Justicia y Regimiento, con asistencia del Señor

Procurador General como lo tienen de uso y costumbre a tratar y conferir materias del

servicio de ambas Majestades, bien y utilidad de esta República, y estando así juntos

dijeron: que a consecuencia de lo que ofrecieron a la Superior Junta Gubernativa en el

antecedente Acuerdo de dos del corriente mes de solicitar la venida del Señor Doctor

José Gaspar de Francia le escribieron el mismo día una Carta de atención, y acordaron

que para perpetua memoria se traslade en este Libro, como igualmente la respuesta que

dio dicho Señor Doctor, cuyos tenores son los siguientes:

CARTA DEL CABILDO

Muy Señor nuestro. el Cuartel General y el Público clama por que Vuestra

Merced venga a incorporarse en la Junta Superior Gubernativa, como lo

acredita la adjunta Carta del Comandante del Cuartel que le incluimos, y este

Cuerpo del Cabildo que en las actuales criticas circunstancias parece hace

alguna mera representación de la Provincia: se lo suplica con las mayores

veras del afecto que le profesa, por que cree firmemente que en la presente

angustia y tormenta que amenaza apareciéndose aquí en el lugar que la toca,

será el Iris que todo lo serene, y aplaque y así reiteramos nuestro ruego con el

mayor encarecimiento, para que se venga inmediatamente a ejercer su

Ministerio, como tan amante del bien y prosperidad de su Patria. Y para mas

obligar a su atención y bondad, hemos Diputado al Señor Regidor, Don Carlos

de Isasi, para que ponga en manos de Vm. esta nuestra Carta.

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Se ofrece este Cabildo a la disposición de Vm. para cuanto se le ofrezca

mandarle, ínterin pide a Dios que, a Vm. por muchos años.

Asunción dos de Septiembre de mil ochocientos once.

Juan Valeriano de Zevallos. – Francisco Pablo Cavallero. – Pedro Vicente

Caudevilla. – Pedro Vicente Frasqueri. – Anselmo de Agüero. – Carlos de

Isasi. – Santiago Baez. – Francisco Moreno. – Dionisio Cañiza.

Vol. 4. Nº 19-24. Arch. Nac. de Asunción.

“La carta de V. S. fecha de ayer, y la Copia, que la acompaña de la que

dirigió a V. S. el Comandante del Cuartel, me reducen a tal conflicto, que

poniendo a prueba mi Constancia, sin atreverme a resolver, no encuentro otro

recurso, que el someter al juicio de V. S. mis reflexiones. Para mi es, y será

siempre un decreto cualquier insinuación de un cuerpo tan digno y respetable

como V. S. a quien por muchos títulos profeso una especial inclinación y que es

acreedor a toda deferencia de mi parte; pero observo, que el Cuartel, o sus

Oficiales no pretenden determinadamente mi regreso a la Junta y nada más

expresar en este particular, sino el haber resuelto, que la Junta Gral. nombre

nuevo Deputado para el Congreso de las Provincias, cuando yo no vuelva a

seguir en el ministerio de Vocal. Yo siempre miraré con indiferencia semejante

nombramiento, pues que solo por cooperar en lo que pudiese de mi parte al

servicio de la Patria: consentí en estos cargos que la Provincia quiso poner

sobre mis débiles Hombros; pero no puedo comprender, cómo se han podido

identificar y combinar unos objetos, y Oficios tan inconexos.

Sin duda se ha pensado, que por conservar el primero, me vería forzado

no obstante lo ocurrido con los mismos Oficiales a continuar en el segundo, sin

reparar, que quien se dispuso a hacer sacrificio de este, por mantener el

decoro respeto, y dignidad de la Junta, y de la Provincia estaría determinado a

hacer lo propio con aquel. A la penetración de V. S. no puede ocultarse la

irregularidad de este tono amenazante y decretorio. Sólo los Señores Oficiales

del Cuartel no son el Pueblo o la Provincia, para conducirse en esta forma. Así

lo he manifestado a ellos mismos anteriormente exhortándolos con igual

motivo. Antes bien por su misma profesión de Militares creados y nombrados

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por la Junta del Gobierno establecido por Provincia, y que están a sueldo de

ella, deben ser los primeros que den ejemplo de subordinación, y fidelidad al

cumplimiento de sus deliberación[es], considerándose por esto mismo como

unos Ministros Celadores, y ejecutores de la voluntad general de la Provincia y

su Gobierno.

De otra suerte la libertad por la cual hemos hecho, y nos exponemos a

hacer nuevos sacrificios, vendría a parar en una desenfrenada licencia, que

todo lo reduciría a confusión. De aquí nacería la desunión y rotos los lasos de

la armoniosa consistencia de nuestra sociedad, vendría a ser la Provincia un

campo de discordias y alborotos, un teatro de revolución de estragos, y de

llanto. La libertad ni cosa alguna puede subsistir sin orden, sin reglas, sin una

unidad y sin concierto; pues aun las criaturas inanimadas nos predican la

exactitud. En toda sociedad debe precisamente haber una Jerarquía, en que

cada una se contenga, sin salir de la esfera y facultades que le señalen su

puesto, y el lugar a que está destinado.

¿Qué seria de la Junta y de la Provincia, si a cada instante los Oficiales

prevalidos de las armas hubiesen de hacer temblar al Gobierno, para obtener

con amenazas en las pretensiones de su arbitrio? ¿En este caso qué quiere V.

S. que yo haga, ni con qué valor, o energía podrá la Junta resolver, o

disponerse a empresa alguna, recelando los contrastes de las Tropas del

Cuartel? ¿Podrá V. S. asegurar, que en adelante no levantarán la mano? Yo

estoy, y estaré a la disposición de V. S.; pero es preciso que V. S. vea modo

de que los señores Oficiales conteniéndose en su deber, se reduzcan a una

exacta subordinación, cual exigen la tranquilidad, la unión, el buen régimen, y

defensa de la Provincia.

Dios Guarde a V. S. muchos años. Chacara y Septiembre 3 de 1811.

B. L. M. de V.S. [Beso las manos de Vuestras Señorías]

Su más atento y seguro servidor.

Doctor JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Muy Ilustre Cabildo, Junta y Regimiento de la Ciudad de la Asunción.” (92).

92 “Cuaderno de Autos Supremos” existente en la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, Colección Río Branco. Sección MSS. (I-9-2-18).

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“Esas armas y municiones yo mismo las encargué a Robertson como he

hecho a otros a fin de ponernos en mejor estado de sostener nuestros

derechos, libertad, é independencia, lo que hasta aquí nadie ha hecho, porque

yo soy y he sido el único que desde la revolución ha diligenciado, trabajado, y

procurado armas, caudales, y municiones para la Patria. A sola mis diligencias,

industria, y arbitrios se debe toda la pólvora que hay, y a no ser [por ello] mis

conciudadanos no tendríamos ni un grano de ella. A mis trabajos, solicitudes y

empeño se deben casi todas las municiones y todas las Rentas de la Republica;

porque estos son objetos en que nadie pensaba, no ha pensado; y si el tal

Artigas teniendo conocimiento de que por mi expreso encargo y diligencia se

traían esas armas y municiones de que se ha despojado a Robertson, no las

devuelve prontamente, desde luego diré que sus acciones son del mas vil, é

infame canalla que pisa la tierra.

Dios guarde a Vm. muchos años. Asunción 5 de Julio de 1815.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Al Comandante del Pilar Don José Joaquín López.

Es copia.” (93)

AUTO SUPREMO

“Desde que la Provincia recobró el uso y ejercicio de su libertad

imprescriptible, ha sido la voluntad general constantemente manifestada, en

que los oficios y empleos de cualquier clase se ocupasen, y sirviesen por los

Patricios siempre abatidos, vilipendiados y postergados hasta entonces. Toda

razón, todos los Derechos y la naturaleza misma reclaman la preferencia de los

hijos de un País a la ocupación de los cargos honrosos o lucrativos que ofrece y

proporciona su suelo nativo. Penetrada de esta verdad la Asamblea general de

93 Biblioteca Nacional de Río Janeiro. Colección Río Branco. I-30-24-54.

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mil ochocientos once, dejó establecida en el particular una disposición muy

conveniente. Pero no es la Justicia sola la que conduce y obliga a esta

determinación. La seguridad general, la salud publica, la consolidación de la

libertad é independencia civil de la República, constituyen un doble motivo que

hace tan urgente como importante esta medida en la presente crisis.

Bien sabida es la influencia que en todas partes tienen los empleados en

lo que es opinión publica. Si por la oposición o indiferencia de aquellos llegase

esta a debilitarse, o a contrariar al sistema adoptado, y al nuevo orden

establecido, fácil es calcular los males que entonces resultarían en la Sociedad.

Es pues preciso que los funcionarios públicos foráneos, si se admiten o

consienten, sean también notoriamente adheridos a la Causa Sagrada de

nuestra regeneración política, y ningún Gobierno por poco ilustrado que fuese,

podría dispensarse de velar sobre este punto que tanto influye en el bien y la

conservación general del Estado. De lo contrario se expondría este a abrigar y

alimentar en su propio seno a los enemigos de su felicidad tal vez ocultos o

disfrazados con mengua de la justa consideración y atención debida a los

Patricios, y con daño y menoscabo de sus derechos.

En esta virtud el Escribano de Gobierno notificará a Don Antonio Miguel de

Arcos, y a Dn José Baltazar Casajus que desde luego cesen en los empleos y

oficios Eclesiásticos que ejercen, los cuales se declaran vacantes, a menos que

obtengan de este Supremo Gobierno Carta de incorporación y Ciudadanía,

acreditando a este fin de un modo inequívoco y con pruebas incontestables,

que han tenido una adhesión constante y decidida a la actual constitución,

libertad, é independencia absoluta de esta República, reconociendo

manifiestamente que es justa la defensa que hacen los Americanos de su

Patria, y libertad contra toda dominación exterior.

Dado en la Capital de la Asunción a veinte y uno de Diciembre de mil

ochocientos y quince.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

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Ante mí Jacinto Ruiz Escribano público y de Gobierno. En dicho día mes y

año notifiqué el Superior Auto que antecede a Don Antonio Miguel Arcos y

Mata; y doy fe, – RUIZ.

Inmediatamente le notifiqué al Dr. Don José Baltazar de Casajuz; doy fe:

– RUIZ”

DEL DICTADOR FRANCIA AL COMANDANTE DE VILLA CONCEPCIÓN

“Por las sobredichas consideraciones después de nuestra gloriosa

revolución nunca he llevado a mal, que en Borbón y en esa Villa hiciesen los

nuestros sus pequeños negocios de cambios con los Portugueses fronterizos,

permutando unos y otros sus Efectos, y por lo mismo tampoco quise rehusarlo

cuando Ud. me escribió que el Alférez Portugués de Coimbra, o Miranda,

ofrecía en vender alguna pólvora una vez que se le permitiese al mismo tiempo

traer a expender algunos efectos en cambio de otros, que le acomodasen, y

quería escoger en esa Villa. Si en adelante no ocurriese algún inconveniente

especial podré también permitirlo según las circunstancias que ocurran no sólo

por lograr la proporción de obtener por este modo algunas municiones y por la

conveniencia de los mismos vecinos de la Villa supuesto que no haciéndoles

cuenta el cambio tendría el Portugués volverse con sus efectos, sino por razón

de la buena armonía, y de la paz con que nos hallamos con aquella nación,

para que la extrañeza que podía causar el negársele aquí sólo el comercio,

cuando lo han tenido y tienen franco en otras Provincias puestas en revolución,

no de lugar a un juicio odioso, o siniestro sobre nuestra civilidad e intenciones

pacificas; pues en cuanto sea posible, y compatible con la dignidad, decoro,

bienestar, y conveniencia de nuestra República, toda política, y buena razón

dicta, que conservemos la paz, la buena armonía, y cualquier tráfico, que nos

importe con todas las Naciones Extranjeras y con todos los Países, Pueblos, y

Provincias, siempre que no se atente contra nuestra sagrada libertad,

independencia, y Derechos, ni se nos causen perjuicios.

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Pero esto no es para que el tal Alférez Portugués, si es que ha obrado por

si mismo, se toma la mano de remitirme el obsequio del envoltorio, o Hamaca,

que dice, con la Carta, o Pliego que Vm. me dirigió. Vm. habría hecho mejor en

no recibir ni encargarse de tales cosas. Sin duda él no sabe, o no reflexiona lo

que es el Dictador perpetuo de una República. Por el correo ya escribí a Vm.

que no había querido abrir dicha carta, ni el envuelto, y que pensaba

conservarlos intactos. En esta misma forma los remito otra vez por mano del

propio conductor Don Vicente Urbieta; y Vm. me avisará haber recibido así la

citada carta, o Pliego, y dicho envoltorio sin haber sido abiertos el uno ni el

otro, y en los mismos términos, y conformidad que Vm. me los havia enviado.

Mi propio pundonor, el justo aprecio, que hago del alto empleo en que estoy

constituido, y por último la experiencia que tengo de la malignidad, perfidia y

maquinaciones del Mundo y de los hombres, no me permiten avenirme a

semejantes demostraciones, pudiendo muy bien suceder, que el Portugués

maliciosamente, si ha procedido de su arbitrio, o inducido malignamente por

maquinación de otros hubiese tentado avanzarse a este procedimiento por ver

mi determinación, o con otros fines insidiosos; y así Vm. se les devolverá del

mismo modo en primera oportunidad...

31 de Agosto de 1816” (Vol. II, L. II).

CONTRIBUCIÓN A LOS EUROPEOS PARA COSTEAR LA EXPEDICIÓN

A LA BANDA DEL PARANÁ

“El Gobierno ha resuelto hacer pasar a la otra banda un Cuerpo de tres mil

hombres, o más si fuere preciso, a efecto de franquear la Navegación, y

libertar el tráfico mercantil de las trabas, piraterías, y bárbaras exacciones, con

que impiden su curso los Pueblos de las Costas, pretendiendo arbitrariamente

arrogarse el dominio del Río, grasarse, y auxiliarse con sus atroces

depredaciones, para tener a esta Republica en la más infamante y servil

dependencia, y preparar de este modo su atraso, menoscabo, y ruina, ya que

no han podido conseguirlo de otro modo. Bien se deja comprender, que

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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semejante Expedición demanda gastos considerables, para los que no pueden

bastar los ingresos actuales de Tesorería, siendo por eso inevitable, el recurrir

a arbitrios extraordinarios. Aun sin entrar en otras consideraciones políticas,

los llamados Europeos establecidos en el País a más de que nunca llevan las

cargas de la Milicia, son los que por su ejercicio y aptitud, que les proporcionan

sus facultades, participarán también de las ventajas y utilidad consiguientes a

la indemnidad del trafico y Navegación aun sin ser Ciudadanos del Estado, y

sin tener que sufrir los penosos trabajos, molestias, incomodidades, y riesgos

de la vida, que toleran los Patriotas, y que se exponen nuevamente

abandonando sus hogares, y el reposo de sus Casas. En fuerza de estas

reflexiones se impone a los mencionados Europeos la contribución de ciento y

cincuenta mil pesos fuertes, cuya suma espera el Gobierno integrarán

liberalmente, teniendo presente, que es por el bien, y para felicidad de ellos

mismos, quedando además exentados en adelante de toda contribución para

obras públicas. El Ministro de Hacienda es encargado de hacer saber esta

resolución, y recaudar de los Contribuyentes dentro de diez días contados

desde la fecha la cuota señalada respectivamente a cada uno en la Nota, que

acompaña este Decreto firmada por el mismo Gobierno, avisando de su

cumplimiento.

Asunción y Enero veinte y dos de mil ochocientos veinte y tres.

FRANCIA.”(94)

FRANCIA OPINA SOBRE SUS COMPATRIOTAS

SU CARÁCTER DETALLISTA

Francia al Delegado de Itapúa:

“Mi estimado Ramírez: – Puedes haces servir esos caballos viejos de la

partida, que condujo Leguizamon, y me dirás qué continuo servicio ocurre allá

de cabalgaduras, que no habrá de ser sino el indispensable para no acabar de

94 “Cuadernos de Autos Supremos”, Colección Río Branco. Río Janeiro, Biblioteca Nacional. (I-9-2-18).

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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arruinar los caballos, y darles tiempo de encarnecer en este verano. Si han

vuelto desollados los de la ultima diligencia al campamento, estarán sin duda

los recados muy aplastados del uso, y si es así: es menester poner mas bastos

a los lomillos. Al presente puede también quedar allí toda la Boyada y

Lecharage hasta después que dejando lo que baste, se traerá lo demás al

Rosario, cuando ya no haya faena, y se minore la Tropa como pienso hacer si

no ocurre motivo especial para disponer otra cosa.

Para fin de este mes me dice el Constructor, que estará concluido el Bote,

que bien carenado, juzgo que podrá servir un par de años. Es algo mas que

Bote, por que tiene diez varas de quilla, y hade llevar su Palo y dos Velas, de

suerte que puede aun bastar solo. Así mejor es excusar la compostura de ese

Bote muy deteriorado con tablas ya podridas lo que no puede ser durable, por

que todo lo demás estará también endeble.

Puedes continuar el corte de Maderas hasta el cuarto creciente, que será

el viernes como creo haberlo ya advertido. En las Carretas, que he dicho irá lo

que se pueda aprontar por ahora de los artículos y vestuario de tu Nota que

será tal vez todo fuera de Corbatas que se irán haciendo después. La Tropa en

todas partes anda acomodándose al tiempo y a las circunstancias en la

inteligencia de que al Militar no corresponde más aseo y decencia que la que

pueda proporcionarse, la que tampoco es cosa esencial para ser un buen

Soldado. En el Virreinato de Nueva Granada andaba en Chiripá y Camisa la

mayor parte del Ejercito de Patriotas caminando inmensas jornadas con

trabajo y muriendo continuamente en frecuentes Batallas con los Europeos.

Aquí cuando recibí este desdichado Gobierno, no encontré de cuenta de

Tesorería, ni dinero, ni una vara de genero, ni armas, ni municiones, ni

ninguna clase de auxilios, y no obstante he estado y estoy sosteniendo los

crecidos gastos, la provisión, y apresto de artículos de guerra que demanda el

resguardo y seguridad general a más costosas obras y faenas a fuerza de

arbitrios, de maña, de diligencia aun con otros Países, y de un incesante

trabajo y desvelo supliendo por oficios y ministerios que otros debían

desempeñar en lo civil, en lo Militar y hasta en lo mecánico, recargado por esto

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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aun de ocupaciones que no me corresponden, ni me eran decentes, todo esto

por hallarme en un País de pura gente idiota, donde el Gobierno no tiene a

quien volver los ojos, siendo preciso que yo lo haga, lo industrie, y lo amaestre

todo por sacar al Paraguay de la infelicidad y abatimiento en que ha estado

sumido por tres siglos. Por eso después de la revolución todos se avinieron a

robarlo, y lo robaron a satisfacción Porteños, Artigueños, y Portugueses.

Si en medio de todo esto hay quienes deseen más de lo que yo puedo

proporcionar, no tengo otro arbitrio sino licenciarlos y que retiren a sus casas,

porque no he de hacer lo que llaman milagro, y mucho menos en esta tierra de

imposibles donde todo es dificultad, que es menester que entre mis infinitas

atenciones y ocupaciones, ande como un desesperado riñendo, y lidiando con

sastres, con mujeres, y criadas para que no me echen a perder los vestuarios

que mando obrar así para la gente de por allá como para la del Pilar, del

Chaco, de Olimpo, de Apa y los de aquí.

No sé cómo Jiménez no se ha avergonzado, o qué fin ha tenido en

escribirme que le conceda que el soldado de la 4ª. Juan Alverto Peres pase a

su compañía diciendo que lo necesita para dirigirlo en sus Partes, lo que es lo

mismo que decir que ese soldado tiene más aptitud que él para ser oficial y

comandante. Esto es lo que sucede con los Oficiales que no se les puede

emplear en destino alguno, porque ni un mal Parte desgreñado no saben dar lo

que es muy triste para un Gobierno. Él no ha reflexionado los inconvenientes

de tal comisión aun para el servicio, por manera que no sé qué hacer, y estoy

casi tentado de desalojar enteramente ese Campamento. Cuando se recibe un

Parte formado por otro, ya se sabe que no es del Comandante, sino del

titulado director, y como una misma cosa puede decirse de distintos modos y

con diferentes explicaciones que pueden tener diversos sentidos, si sucede

algo por un Parte que no haya sido como correspondía, se disculparía diciendo

que no lo hizo él, sino el Director, que se le havia dado. A más de esto si se

ofrece dar una orden reservada, el Gobierno se ve embarazado recelando que

el Director también la sepa porque es menester que la vea para contestar.

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Si ves a Correa, o cuando vuelva la Gaceta, puedes decirle, que ponga en

ella cuanto le parezca. Quiero ver la especie, o zoncera, con que sale, aunque

pienso, que no tardará en tener noticia de Misiones, cuya demora puede

atribuirse a lo que dijo anteriormente de haberse retirado su corresponsal

muchas leguas para adentro. También sé que no ha tenido Chasque.

Asunción y Diciembre 10 de 1828.

En las revistas y en toda correspondencia dejen el Don que se ha quitado,

y ya aquí no se usa.”(95)

“Iltmo y Exmo Señor.(96)

Me ha sido muy satisfactoria la comunicación de V. E. de primero del

corriente especialmente al considerar, que iguales recomendaciones de

conservar en buena armonía y correspondencia política y mercantil con los

Moradores de la Frontera, y Distrito, en que comanda V.E., son las que tengo

del Exmo. Supremo Gobierno de mi República, pudiendo desde luego

esperarse, que estas relaciones de reciproco comercio como anuncia V. E.

serán tan ventajosas como útiles a los Habitantes de uno y otro País,

cimentando, y generalizando los Canales de la publica prosperidad, que es la

que constantemente se ha propuesto mi Gobierno no obstante que las trabas y

dificultades ocurridas por los accidentes del tiempo hayan impedido y

retardado su curso hasta ahora.

El tráfico en nuestras respectivas Fronteras será acaso limitado en sus

principios por la dificultad de los trasportes, y por las distancias al interior para

el surtimiento de los artículos, frutos y efectos convenientes, no menos que

por la falta de anteriores correspondencias y relaciones comerciales bien que el

giro mismo y el curso de los negocios podrán ir facilitando sus progresos.

Además la franca y libre Navegación del Paraná, que debe sostenerse como de

una vía publica exenta de toda traba, y la entera franqueza de los Puertos de

95 Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. – “Misión Correa da Camara”, I-30-27-39 y I-29-34-21 y 22 (Tres legajos). 96 Ilustrísimo y Excelentísimo Señor

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la República, que con absoluta libertad de comerciar, ha resuelto mi Gobierno

al modo que otros Estados y Países de América constituidos independientes

como el Paraguay, dan lugar a extensas especulaciones mercantiles.

Me ha parecido deber hacer a V. E. estas indicaciones consiguientemente

a las instrucciones de mi propio Gobierno por lo que pueda convenir así a los

Habitantes dentro del mando de V. E., y del Exmo. Señor Gral. de las Armas,

como de los demás Pueblos y Gobiernos dependientes de la Exma. Junta

Gubernativa, cuyas recomendaciones para el trafico mercantil, que V.E. me

manifiesta, serán siempre gratas a mi República. En este concepto creo poder

esperar, que V. E, no dejará de comunicarme en lo sucesivo lo que considerase

oportuno en el particular, como yo también lo haré.

En cuanto a los dos Negociantes, que V. E. me recomienda, no ha sido

posible, y creo ni aun necesario, darles el acompañamiento de Tropa armada,

que han pretendido a más de los tres Soldados, que traen, respecto a que los

Habitantes del Comando y Frontera de V. E, no tienen ahora enemigos como el

Paraguay, por lo que seria preciso, que fuese cuando menos una Compañía

entera de Húsares con más de cien caballos para tener muda, pero el caso no

es para tanto apresto, y además la Caballada del servicio después de mi última

Expedición está retirada a alguna distancia de aquí, a fin de hacerla encarnecer

en mejores pastos. Lo contrario sería poner en riesgo a los soldados de una

menor partida, que fuese, y ya habrá sido informado V. E., que por eso en las

ocasiones que he salido a correr mi Distrito hasta la margen occidental del

Uruguay, lo he ejecutado con la Escolta de doscientos y cincuenta hombres.

Puede ser, que de aquí a algún tiempo vayan de esta parte otros

Negociantes, llevando hasta el paso de Santo Tome Azúcar, Miel, Sal, Yerba y

Tabaco bien que no en mayores porciones, por ignorarse, si en ese Destino se

encontrarán a cambio los géneros, que se busquen aunque de los más usuales.

Dios guarde a V. E. muchos años. Campamento en Itapúa y Febrero de

1823.

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Iltmo y Exmo. Sr. Dn. José Pedro Cesar Coronel y Comandante general

del Departamento de Misiones en la Frontera del Uruguay.

NORBERTO ORTELLADO

Subdelegado de Misiones y Comandante general de los Departamentos de

Santiago y Occidental del Uruguay.”

“…En fin ahí va esa contestación. Copiar y firmarla al modo que va

poniéndole la fecha que corresponda de la cual se me avisará, lo que prevengo

por que de lo contrario veo que tampoco se me ha de decir, y hade ser

menester un sacatrapo para saberlo, advirtiendo que le contestación ha de ir

cerrada...” (97)

AUTO SUPREMO

“Respecto a ser notorio que el Obispo, hacen ya bastantes años, se halla

maniático y dementado, y que por esto abandonado aun de sus propios

Criados y sin más familia que un Sobrino, es mantenido como en pupilaje por

su mismo Colector Alexandro García, debiendo el Gobierno cuidar que en

semejante estado no se malversen sus haberes: notifíquese al citado

Alexandro García que dentro de ocho días presente Cuenta de todo el Caudal

del Obispo que haya entrado a su poder, o que de cualquier modo o por

cualquier título haya corrido a su cargo, o en que haya tenido intervención, y

que entregue en la Tesorería general para su depósito los cuatro mil quinientos

veinte y nueve pesos un real, que ha manifestado en otro Expediente como

correspondiente a las Cuartas del año próximo pasado reservando de esta

cantidad en su poder lo preciso para asistir y mantenerlo por el tiempo de dos

meses, los que cumplidos deberá ocurrir al Ministerio de Hacienda para que

con noticia del Gobierno le entregue el dinero necesario para otros dos meses,

observando lo propio en lo sucesivo cada vez que se cumpla dicho término,

97 B. N. de Río Janeiro, Colección Río Branco. I-29-23-28.

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cesando en adelante de recaudar las mencionadas cuartas, sobre las que se

providenciará lo conveniente, y que finalmente exhiba las diez y seis

obligaciones y cuenta de débitos de dos mil, ciento treinta y nueve pesos,

cinco y medios reales del favor del Obispo, que igualmente tiene manifestado

para los efectos que haya lugar.

Asunción y Julio 2 de 1823.”(98)

DECRETO SUPREMO

SUPRIMIENDO EL DIEZMO

“El Dictador de la Republica:

Considerando que al diezmo Eclesiástico a más de ser gravoso, tampoco

es necesario, bastando la autoridad del Estado, para imponer las

contribuciones indispensables y convenientes a sostener las cargas públicas en

las cuales se comprenden los gastos que demanda el culto publico; atendiendo

también a que pudiendo el Pueblo ser aliviado y no ser gravado con exacciones

que no sean precisas al sostenimiento de dichas cargas, de que es

consiguiente extinguirse o moderarse según las circunstancias los impuestos

antiguamente establecidos: he venido en decretar en cuanto al referido

diezmo, el de Alcabala, y los denominados de Estanco y Ramo de Guerra, lo

contenido en los artículos siguientes:

Primero – queda extinguido la exacción del diezmo entendiéndose para lo

venidero y no del que antes de ahora ha sido puesto en Almoneda, aunque el

presente no se haya recaudado.

Segundo – en su lugar para auxiliar el costo de las cargas del Estado se

establece una contribución que se llamará fructuaria, y se cobrará a razón de

cinco por ciento de los mismos frutos aumentados o productos de que se ha

acostumbrado pagar el extinguido diezmo; de suerte que si anteriormente se

98 Ver otro Auto Supremo, referente al Obispo, de Julio 23 de 1829. Biblioteca N. de R. Janeiro. Co lección Río Branco. “Cuaderno de Autos Supremos”. I-9-2-18.

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exigía una parte de diez, ahora sólo se cobrará una veintena, o una parte de

veinte.

Tercero – mientras no se disponga otro método de recaudación, la mita

que ha sido encargada de la del diezmo, lo será en adelante de la

administración y cobranza de la contribución fructuaria en la propia forma a los

mismos tiempos y con las mismas formalidades que ha observado en la

recaudación del diezmo, en cuanto sean adaptables a dicha contribución

exceptuándose la intervención o asistencia de Jueces hacedores, cuyo

ministerio es escusado.

Cuarto – según convenga o sea necesario los gastos de Iglesia, y de los

empleados en su servicio se harán de la Hacienda pública por la Tesorería

general, precediendo las correspondientes Ordenes o despachos de Gobierno.

Quinto – queda igualmente extinguido el impuesto llamado de Estanco,

que se cobrará de la Yerba a su extracción de los minerales, así como el

conocido por Ramo de Guerra, y que se exigía por las licencias para su faena.

Sexto – hasta que las circunstancias permitan la abolición entera ahora

moderada, y reducida a la mitad, esto es a dos por ciento en lugar del cuatro

que se ha cobrado, debiendo entenderse esta moderación y reducción aun de

la Alcabala que no está recaudada de contratos o negocios ya efectuados antes

de ahora.

Séptimo – para observancia de este Decreto el Actuario pasará copias

autorizadas, rubricadas por el Gobierno a la Tesorería general, a la sobredicha

Junta, y Administrador del Ramo de Guerra, así como a los Comandantes de

las Villas, a los Delegados de Misiones y a los Comisionados de Campaña a fin

de que los hagan notorio en sus respectivos distritos.

Octavo – el Ministro Tesorero dirigirá iguales copias a todos los Receptores

de Alcabalas, y del sobredicho Estanco, haciéndoles las prevenciones que

convengan.

Asunción y Octubre 24 de 1830.

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JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Por el Secretario: Policarpo Patiño.”(99)

RAZÓN DE LOS FONDOS EXISTENTES EN LAS ARCAS DE LA

TESORERÍA GENERAL Y ESPECIES, Y EN ALHAJAS DE ORO Y PLATA

SEGÚN EL COTEJO Y TANTEO QUE HEMOS PRACTICADO EN ESTA FECHA

A SABER

En Caudal efectivo 414.530-3

En Debitos en dinero efectivo subministrado por la

Tesorería para rancho a buena cuenta de sus sueldos

a las dos Compañías de Artilleros, a las tres

Compañías del Escuadrón de Granaderos Montados, a

las cuatro Compañías de Fusileros del Batallón N. 1, a

las tres Compañías también de Fusileros del Batallón

N. 2, y al Cuadro para el Nuevo Escuadrón.

598-7

DINERO EFECTIVO EN DEPÓSITO

Pertenecientes al ramo de Diezmos extinguidos

Pertenecientes a las Cuartas de los Curos

Pertenecientes a la Iglesia de Capiata.

Pertenecientes a la Iglesia de Carapegua.

Pertenecientes a la Iglesia de Itaugua.

Pertenecientes a la demanda del Ultramarino Domingo

Antonio Fontela.

Pertenecientes a la Capellanía fundada por el Canónigo

Antonio Cavallero.

70.003-51/2

5.513-6..

2.811-4..

1.737-71/4

1.100-..

8.917-1/2

2.000-..

99 Cuaderno de Autos Supremos. I-9-2-18. Biblioteca Nacional de Río de Janeiro. Colección Río Branco.

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Pertenecientes a la Iglesia de Piribebuy.

Pertenecientes a la Iglesia de San Roque.

Pertenecientes a la Iglesia de Laureles.

Pertenecientes a la Iglesia de Quindi

767-71/2

463-4

824-..

450-..

95.989-2 3/4

Pertenecientes a los hijos menores del finado

Gazpar Villar.

Pertenecientes a la Iglesia de Encarnación.

Pertenecientes a la Iglesia de Luque.

Pertenecientes a la Iglesia de Pirayu.

Pertenecientes a la Iglesia de Acaay.

Pertenecientes a la demanda del Ultramarno,

Pascual Urdapilleta.

Pertenecientes al Hijo menor del finado Juan Valeriano

Gonzalez.

Pertenecientes a la Contribución fructuaria.

Pertenecientes a la Iglesia de la Frontera.

Pertenecientes a la Iglesia de Caacupe.

Pertenecientes a la Iglesia de Caapucu.

Pertenecientes a la Iglesia de Lambaré.

Producto de papel sellado.

Producto de Extracción de frutos de Itapua.

Pertenecientes a la Iglesia de Quiquio.

Pertenecientes a la Iglesia de Hiatí.

3.445-3 ¼

516-2..

1.739-..

962-..

500-..

5.150-..

4.150-3 ¼

25.824-2 ½

450-..

500-..

450-..

56-..

2.575-2

6.200-4 ½

412-..

1.300-..

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Pertenecientes a la Iglesia de Yaguaron.

Pertenecientes al Pueblo de Itá.

Pertenecientes al Pueblo de Ypane.

Pertenecientes a la Iglesia de Pedro González.

Pertenecientes a la Iglesia de Concepción de Villa Real.

Perteneciente a la Iglesia de Villeta.

Pertenecientes al Pueblo de San Cosme.

Pertenecientes a Ramón Bargas y Bernardo Cavallero

para pago de su débito a un Comerciante Ingles que

vino a Itapua.

Pertenecientes a la Iglesia de Mbuyapey

Pertenecientes al Pueblo de Guarambaré

1.030-..

5.000-..

1.300-..

178-..

398-3 ½

312-2

180-2

1.100-..

421-..

800-..

TOTAL 160.990-3 ¾

También Existen en dinero en esta Tesorería –

Embargados al reo Domingo Cuxart.

Embargados al reo José Cuxart.

Entregados por el Europeo Juan Bautista

Egusquiza por/vía de contribución

4.657-3 ½

543-1 ½

4.120-..

TOTAL 9.320-5..

VESTUARIO Y EFECTOS

2 Fardas del Escuadrón de Caballería Nº. 1 para Cabos a 9 ps. 6 rs.

12 Fardas para Soldados del mismo Cuerpo a 7 ps. 6 rs.

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2 Fardas para Cabos de Fusileros del Batallón Nº. 1 a 9 ps. 4 rs.

7 Fardas para Cabos de Fusileros del Batallón Nº. 2 a 9 ps. 2 rs.

18 Pantalones de Piel lisa blanca forradas a 5 pesos.

20 Camisas de Puntevi de hilo a 25 rs.

19 Camisas de Irlanda de algodón a 22 rs.

7 Camisas de Irlanda de algodón a 19 rs.

36 Camisas de Gaza abramantada a 23 rs.

9 ½ vars. de Truc. a 10 rs.

7 vars. de Piel común en retazos a 9 rs.

5 ¾ vars. de Piel común en retazos a 8 rs.

3 1/3 vars. de Brin liso de hilo en retazos a 8 rs.

7 ½ vars. de Cotonia blanca rayada en retazos a 10 rs.

1/3 de vara de Coton blanco rayado de a 10 rs. vara.

1-5/12 vars. de Brin arrazado de hilo a 12 rs.

½ vara de Brin arrazado de hilo en 7 rs.

ESPECIES

Caxon N 1 con 13 a) 23 libras netas de Salitre limpio

Caxon N 2 con 10 a) 10 lib. netas de id.

Caxon N 3 con 11 a) 7 lib. netas de id.

Caxon N 4 con 11 a) 5 lib. netas de id.

Caxon N 5 con 8 a) 18 lib. netas de id.

Caxon N 6 con 8 a) 18 lib. netas de id.

Caxon N 7 con .. a)

Caxon N 8 con 1 a) 15 lib. netas de id.

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Caxon N 9 con 2 a) 13 lib. netas de id. turbio.

Caxon N 1 con 14 a) 6 lib. netas de azufre.

Caxon N 2 con 14 a) 24 lib. netas de id.

Caxon N 3 con 15 a) 13 lib. netas de id.

Caxon N 4 con 10 a) 6 lib. netas de id. purificada.

Caxon N 5 con 15 a) 9 lib. netas de id.

Caxon N 6 con 12 a) 19 lib. netas de id.

Caxon N 7 con 14 a) 9 lib. netas de id.

Caxon N 8 con 13 a) 4 lib. 50 netas de id. purificado

Alhajas de plata y oro en depósito pertenecientes a la Iglesia del

Suprimido Convento de San Francisco.

Dos Custodias de plata.

Trece Cálices de plata con pestañas y cucharas de lo mismo.

Cinco Copones de plata, tres de ellos grandes, y dos medianos.

Cinco pares de Vinajeras con sus platillos y tapas todo de plata.

Un Platillo y una Vinajera con una tapa de sobra muy usada todos de

plata.

Un Hostiario y cinco Portapaces de plata, y todos los demás constantes de

la Razón de quince de Abril próximo pasado.

Asunción 15 de Junio de 1834.

Es copia de la Razón presentada con esta fecha al Supremo Gobierno.

POLICARPO PATIÑO. (100)

100 Publicado en la Revista del Instituto Paraguayo.

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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DECRETO SUPREMO

“El dictador de la Republica

En atención al buen estado de la Tesorería general se reduce y rebaja al

cuatro por ciento la contribución fructuaria de verano en lugar del cinco por

ciento que se impuso por los decretos de ochocientos treinta, y veinte y seis de

Abril de ochocientos treinta y dos entendiéndose lo mismo en cuanto a la

Contribución de frutos de Invierno de las Villas de Concepción y del Pilar y de

las Delegaciones de Itapua, y Santiago con los distritos que comprenden

quedando siempre exentos de la Contribución de Invierno los demás distritos

de las otras Villas y Partidos de la Campaña conforme al citado Decreto de

veinte y seis de Abril de ochocientos treinta y dos. Además toda Alcabala

aunque sea de aforos ya hechos, que aun no se hubiesen recaudado queda

reducida al uno por ciento, sin que por esto se aumente el Derecho de

Introducción, que en lo sucesivo será el trece por ciento incluyendo la Alcabala

en lugar del Catorce que se ha observado. Para que tenga efecto lo dispuesto

llevándose Decreto a la Tesorería general, el Actuario pasará Testimonios

autorizados a la Junta administradora de la expresada contribución así como a

los Comandantes de las Villas, a los Delegados de Misiones y a los

Comisionados de Campaña, debiendo el Ministro Tesorero dirigir iguales Copias

autorizadas a los Receptores de Alcabala con encargo de su observancia.

Asunción y Octubre 26 de 1835.

JOSÉ GASPAR DE FRANCIA.

Por el Secretario - POLICARPO PATIÑO – Actuario. (101)

Nº. 53

“Affaires Etrangéres. Buenos Aires, Corresp. Consul. Vol. 22. ff 295.301.

Buenos Aires, Agosto 10 de 1836.

101 Biblioteca Nacional de Río Janeiro – Colección Río Branco I-9-2-18.

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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Señor Ministro:

En su despacho del 30 de Diciembre, el predecesor de V. E. dio al Marqués

de Vins de Peysac la misión de hacerle llegar sobre el gobierno del Dr. Francia,

todos los informes que su posición le permitiera recoger. Yo no me aventuraría

por mi parte a cumplir ese cometido, si el Duque de Bloglie no hubiera

agregado que él comprendía todos los obstáculos que el sistema de

aislamiento empleado por el Dictador del Paraguay, oponía al cumplimiento de

su deseo. Habrá seguramente muchas cosas que agregar a lo que me

propongo referir a V. E. pero espero no contar nada a S. E. que no merezca fe.

En el curso de uno de los últimos años, Th. Murret, residente en

Corrientes, envió por las vías acostumbradas al Doctor Francia un atlas de

Lesage, traducido al español. El atlas quedó algún tiempo en las manos del

Dictador y fue devuelto sin observación alguna. Muret lo revisó y abajo del

articulo Paraguay, encontró estas palabras escritas de puño y letra por Francia:

“Qué multitud de patrañas”, (quel amas de grossieres erreurs). No es pues, si

se cree al propio Francia, en el atlas de Lesage, que debe buscarse informes

exactos sobre el Paraguay, su gobierno y su señor.

La obra de Rengger y Longchamp fue enviada al Dictador enseguida de su

publicación, y su opinión respecto a estos dos ex prisioneros, enérgicamente

expresada, puede ser resumida en estos términos: “Qué multitud de

patrañas”. Sin embargo, la obra de Rengger y Longchamp parece ser de peso,

y en razón misma de la ira y del desmentido de Francia, en muchos aspectos

verídica.

La pequeña gloria ambicionada por los dos autores de ser los primeros en

hablar de un país desconocido y que inspira la curiosidad de Europa fue

enviada por muchas personas que tenían con respecto a ellas, dos

desventajas, la primera, de no estar como ellos en condiciones de tomar la

pluma bien o mal, y la segunda, menos irremediable, quizás, de no haber

estado nunca en el Paraguay. Se ha criticado demasiado, pues, un libro, al cuál

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Justo Pastor Benítez

La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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después de todo, es todavía necesario recurrir para tener nociones sobre un

país que no se conocerá sino a la muerte del que le ha cerrado las puertas.

Para dar a V. E. algunas noticias nuevas he tenido que dirigirme a algunos

de los raros fugitivos Paraguayos que aún en Bs. As. temen la cólera de

Francia, o a algunos de los negociantes que explotan los productos del

Paraguay y a los cuales el interés cierra la boca, y me ha sido necesario

emplear solicitaciones más encarecidas y hasta la sorpresa para reunir una

masa de hechos suficientes para aclarar e interesar a V. E. Lo primero que

resulta de esta dificultad de procurar informes poco exactos, es sin

contestación, el miedo que Francia inspira, miedo que un alejamiento de más

de trescientas leguas raramente disipa y que constituye el primer secreto de su

política y de su fuerza.

Un Paraguayo huido llegó un día a Buenos Aires.

– ¿Por qué ha dejado el Paraguay?

– He sido soldado desde hace veinticinco años.

– ¿No es ese el único motivo de su fuga?

– El único desde hace veinticinco años.

¿Era Vd. desgraciado?

– Infeliz, exclamó con un acento inimitable, infeliz, no señor, qué buena

tierra y sobre todo qué buen gobierno. ¡Pero 25 años!

El capitán Hervaux, francés fue libertado por el Dictador en 1825, después

de un cautiverio de cuatro o cinco años. Murió en Buenos Aires en 1832, y

durante los siete años que corrió desde su libertad hasta su muerte, nunca

pronunció el nombre de Francia y el único que el acepta: El Supremo sin llevar

la mano al sombrero. Las bromas de sus compatriotas no pudieron triunfar de

un hábito contraído de largo tiempo, y las encarecidas solicitaciones de sus

más íntimos amigos raramente conseguían hacerle salir de su mutismo

miedoso.

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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La edad del Dr. Francia es conocida y se ha festejado este año en Itapua

sus 85 años. Para celebrar dignamente este aniversario, el Dictador se dignó

enviar al gobernador de esta ciudad una carga de cañón y una bandera de

madera pintada con los colores nacionales. Cito este hecho para notar la

economía de la cual nunca se separa. Un soldado bendecirá al Dictador cuando

un peso fuerte venga a recompensar su buena conducta de muchos meses; y

un sólo tiro de fusil, a boca de jarro castigará su insubordinación al momento.

José Gaspar Rodríguez de Francia, francés según dicen, de origen, y esto será

quizá solamente porque se llama Francia, o bien porque el Dictador obligado a

elegir entre los diversos orígenes dados a su padre, se apoderó

despóticamente del más luminoso, ejerció noblemente y con talento la

profesión de abogado, y conquistó por su desinterés y su integridad la estima

general. Él fue uno de los partidarios decididos de la Independencia, trabajó

con ardor para el éxito de la emancipación, renunció desde entonces a las

pasiones a las cuales se había entregado con furor y no conserva sino la del

estudio, sobre la cual concentra toda la actividad de su temperamento, y que

dio a su carácter y a sus costumbres algo de insocial y de arisco.

Conquistada y proclamada la Independencia del Paraguay, él formó parte

del nuevo gobierno y desplegó la más grande energía contra los

contrarrevolucionarios. El nuevo poder era débil, tanto contra los españoles

como contra las exigencias democráticas de los partidarios de la emancipación.

Fue instituido un gobierno más fuerte y Francia nombrado como uno de los dos

Cónsules. Al salir de una conmoción profunda el país se encontró en el caos.

Francia, poco secundado por su colega Yegros, se esforzó en regularizar la

administración, las finanzas y el ejército, pero contrariando en sus medidas

activas de reforma y de organización por la debilidad de su colega, se hizo

nombrar Dictador y no tardó en ser revestido de la dictadura vitalicia.

Investido de un poder inmenso, se aplicó sin descanso a afirmar la

independencia de su provincia a menudo amenazada, dentro por los españoles,

y afuera por Buenos Aires, ya devorada por disensiones intestinas, y contra la

cual él adopta el sistema del aislamiento del cual ya no salió. Restableció el

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La Vida Solitaria del Dr. José Gaspar de Francia – Dictador del Paraguay

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orden en el país, aumentó y disciplinó el ejército y supo con habilidad y fortuna

explotar el miedo de las revueltas que empobrecían a las Repúblicas vecinas.

Seguro del ejército que pagaba generosamente, apoyó sobre él el poder que

había adquirido por el reconocimiento del pueblo que le debía la paz y la

prosperidad, poder que debía usar ampliamente para esclavizarlo y hacer

pesar sobre él un yugo mil veces más pesado que el de la metrópolis. Hizo

desaparecer poco a poco todas las capacidades descontentas que para él todos

los capaces lo eran, tanto las del talento como los de la fortuna. El verdugo

terminó con unos, y una mezcla de confiscaciones y de leyes agrarias que le

crearon numerosos partidarios, dio razón de otros.

Una vigilancia incesante, y a veces terrible, conservó ese nivelamiento de

las personas y el de las fortunas más fácil de mantener, pues, el Dictador llegó

a ser, como lo diré más adelante, el único negociante del Paraguay.

Afirmado ya, su marcha fue más segura de día en día. Austero en sus

costumbres, no tenía otra distracción que el estudio y sus cuidados continuos

llegaban a todas las ramas de la administración. En vista de que una clerecía

disoluta contrariaba la reforma, la inquisición fue suprimida, las corporaciones

religiosas fueron abolidas y restringidas a funciones muy limitadas, el clero

perdió toda influencia; las procesiones, el culto exterior y nocturno cesaron, y

los días feriados que favorecen la pereza, desde ya muy grande bajo los

trópicos, fueron suprimidos. Los numerosos malhechores que suelen engendrar

las revoluciones populares fueron punidos en extremo vigor. Los conspiradores

perseguidos a ultranza se descorazonaron. Algunos severos ejemplos pusieron

pronto fin a la prevaricación de los jueces, y la dilapidación de los funcionarios.

Simplificó la acción de la autoridad en ese vasto país dividiéndolo en cantones;

las jefaturas, los cuales fueron confiadas a propietarios dignos de la confianza

pública como la del Dictador de quien dependen inmediatamente. Se libró del

yugo insoportable de los sabihondos suprimiendo la Universidad y dio al pueblo

instrucción primaria multiplicando escuelas en todos los puntos de la Provincia.

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La población que, según todos los datos que pude obtener, crece

rápidamente, puede calcularse hoy en 250.000 habitantes blancos, negros,

mulatos y mestizos en proporciones que es imposible determinar. Hoy esta

población acrece con tribus indígenas a las cuales Francia no envía misioneros

y que no intenta someter a creencias religiosas que ellos rechazan, pero a las

cuales impide librarse a las incursiones devastadoras habituales por medio de

numerosos fuertes establecidos en las líneas de la frontera que él avanza cada

día fundando nuevos villorrios que puebla con los residuos de la población. Es

así como el Paraguay que tenía antes las hordas indígenas avanzaban hasta

cerca de la Capital, ha incorporado y civilizado ahora numerosas tribus de

Guaraníes que le rodean por todas partes y avanzan rápidamente sobre el

territorio de los Mbayás (más allá del 23º 30’) hacia una cadena de montañas,

frontera natural que pondrá al país al abrigo de toda incursión. Los fuertes

sabiamente distribuidos sobre los ríos del Paraguay han hecho imposible,

desde hace mucho tiempo, toda agresión de los salvajes del Gran Chaco.

Estas son las conquistas que ambiciona y obtiene Francia, al cual se

habían supuesto ideas de engrandecimiento a expensas de las provincias

pobres y extenuadas de la República Argentina. Pero él no sueña en otros. Su

admiración varias veces manifestada por Napoleón, es siempre aquí la

personificación de la Francia guerrera, el General de la Gloria, “El gran

hombre”. Su nombre es pronunciado con respeto y admiración entre los

mismos indios.

Esta gloria cuyo peso hemos soportado, entusiasma todavía a los pueblos

nuevos en medio de los cuales nació el Dr. Francia, pero yo veo en esto

todavía un rasgo de prudencia; su admiración no lo lleva a querer imitar en su

amor a la conquista a aquel que de quién, dado el medio, el tiempo y mil otras

circunstancias no podría ser sino una pobre copia, miserable furor de imitación

que en estos países no ha producido sino bandidos. El ejército no puede causar

este miedo de engrandecimiento, y Francia sostiene constantemente en forma

respetable 15.000 hombres, más o menos, y que puede ser aumentado en

poco tiempo si necesario fuere, en igual número. Las milicias están

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organizadas en forma que pueden ser reunidas a la primera señal y presentar

se dice, 40.000 hombres; pero estas fuerzas, exageradas quizá por el miedo,

no ha inquietado jamás hasta este momento a los Estados limítrofes.

En 1833, a consecuencia de algunas diferencias comerciales con el Dr.

Francia la provincia argentina de Corrientes quiso cerrar al Paraguay el único

punto por el cual comercia con el Brasil (Itapua). El Dr. Francia envió tropas

que restablecieron las comunicaciones y respondieron con algunos cañonazos

al parlamentario que le enviaron los correntinos. Grande fue la alarma en el

resto de la República Argentina. Costosos preparativos fueron hechos en

diferentes provincias. El Conquistador, por fin, iba a realizar sus proyectos.

Buenos Aires equipó con grandes gastos una flotilla que fue desarmada poco

después cuando supo que el Dr. Francia, después de haber asegurado de

nuevo como quería su comunicación con el Brasil, se mantenía en sus

posiciones. A este propósito citaré a V. E. un hecho que le dará a conocer la

fuerza del Dr. Francia y su habilidad. El ejército que envió a la frontera estaba

compuesto dicen, de propietarios y padres de familia, y recibió la orden de

detener la invasión, pero no de hacer excursiones fuera de los límites del

Estado. En pocos días abortó la estúpida empresa del gobernador de Corrientes

y esta provincia pagó cara la locura de su jefe. El Dr. Francia sin tener en

cuenta la conveniencia de los propietarios dictó un decreto por el cual obligó a

cada agricultor a destinar la tercera parte de sus tierras al cultivo del tabaco.

Corrientes, que vivía de esta industria, no pudo soportar la concurrencia, en

razón de la superioridad del tabaco del Paraguay y del precio a que le fijó el

Dr. Francia para el comercio, y está reducida a la más grande miseria. Este

hecho es uno de los más auténticos que se pueden citar, pues, la prueba está

a nuestra vista. El tabaco se halla hoy a vil precio en Buenos Aires.

Las finanzas del Dr. Francia están en el estado más próspero gracias a su

desinterés que nadie pone en duda. Las cajas públicas rebozan y el gobierno

posee un número infinito de granjas de considerable rendimiento. Las finanzas

se alimentan de los impuestos de toda clase con que son gravadas las

propiedades, todas las industrias; del diezmo de todos los productos, de los

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derechos de exportación con que estos productos están gravados, etc., y en fin

por el arbitrario valor dado por el Dr. Francia a los productos de importación

que da en cambio a sus súbditos. Me explico: El Dictador es el único

negociante del Paraguay. Ha elegido sobre el Paraná un pequeño puesto

cómodo (Itapua). Fundada por los jesuitas en 1614 y arruinada por los

portugueses en 1637. Esta ciudad está situada hacia los 27º 2’ 16” de latitud,

12’ 59” de longitud. Fue reconstruida en 1703 y tiene 2 a 3000 almas, allá se

estableció el comercio de cambio, el único que consiente dejar hacer fuera

como dentro de su estado. Hacia ese punto se dirigen todas las mercaderías

extranjeras cuya entrada es permitida y cuya venta depende de la buena o

mala voluntad de Francia. Cuando un negociante extranjero dirige a Itapua sus

mercaderías, está obligado a entregar una parte al Comandante de la ciudad

que lo remite inmediatamente a Asunción. (Se comenzó a edificar esta ciudad

en 1536. Latitud 25º 16’ 40”. Longitud 60º 1’ 4”. En otra época capital del

Imperio Español y hoy día del Paraguay y residencia del Dr. Francia. 20 a

25.000 almas), el Comandante recibe días después la orden de remitir las

muestras, y pronto de parte del gobernador, ofrece en cambio tal o cual

cantidad de un producto del país. Este comercio es generalmente provechoso a

los extranjeros y se admira a menudo la sagacidad del Dr. Francia para tasar

las mercaderías europeas manufacturadas. Los hábiles aceptan siempre el

cambio y se encuentran recompensados más tarde por sus facilidades; los que

se niegan a someterse a las condiciones que les son ofrecidas, tienen que

lamentar no haber hecho un hábil y respetuoso sacrificio. El Dr. Francia

entrega luego a sus agricultores el valor de sus productos en mercaderías

manufacturadas y limita de tal modo sus beneficios, devorados ya por gustos

de todas naturalezas, que hace imposible la creación de nuevas fortunas, o por

lo menos pasar de límites muy restringidos.

Debo hablar aquí de la manera como el Dr. Francia ha fomentado la

explotación de productos de su país. Todo tiene en este hombre un carácter de

arbitrariedad, es cierto, pero al mismo tiempo de alta previsión y de profundo

nacionalismo.

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Después de su aislamiento, el Paraguay quedó tributario de las regiones

vecinas en cereales y algodón. Fue dada una orden a los propietarios para

afectar una parte de sus tierras al cultivo de dichos productos y pronto pudo el

país, no sólo prescindir de sus vecinos, sino exportar una parte considerable de

estas materias; esta medida tuvo además la ventaja de sacar del trabajo fácil

de recolección y preparación de la yerba mate una multitud de brazos y el Dr.

Francia pudo vencer con éxito la pereza de los paraguayos, cosa que él ha

tomado a pecho.

Si el Dr. Francia no hubiera conseguido aislar el Paraguay, sin duda alguna

este hermoso país sería hoy día un miserable anexo a las miserables provincias

argentinas. Cualquiera sean los medios que ha empleado, por dura que la

esclavitud que pesa sobre los indiferentes paraguayos, parezca a los europeos,

después de haber rendido justicia al genio del Dr. Francia, ¿no se encontrará

ningún elogio para la prosperidad que ha dado a este pueblo? Cualquier día

cuando los republicanos necesitados y hambrientos de estas Provincias se

arrojen sobre la presa que ellos desean desde hace tiempo, los paraguayos

lamentarán el yugo del que les había forzado a vencer la dulzura del clima, del

que los había salvado de todos los vicios inherentes a la fertilidad del suelo en

Sudamérica y sobre todo del que los había preservado de la anarquía política y

de los males que son su inevitable consecuencia. El Paraguay es una especie

de Península o delta formado por el curso del Paraná y Paraguay, a partir de su

confluencia hasta el 23º y no el 25 (según algunos autores) grados de latitud

austral, donde se encuentran sus establecimientos más avanzados sobre el

territorio ocupados por diferentes tribus de indios Mbayás y otras que se

extienden hasta el alto Perú. Esta extensión de cerca de 12.000 leguas

cuadradas se halla sembrada de lagos, regada en todos los sentidos por

numerosos ríos que llevan a todas partes la fecundidad, y cubierto de florestas

vastas y productoras. Bajo el clima más saludable, una tierra fácil produce,

casi sin cultivo, los más ricos productos que después de satisfacer las

necesidades de la población, son exportados con grandes ventajas. Estos

productos son: maderas de construcción que son preferidas mismo a las del

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Brasil. La exportación es considerable, así como el de la yerba mate, cuyo

consumo es general en las diversas partes de Sud-América, y que se

encuentra en abundancia y de calidad superior a las demás en los bosques del

Paraguay. Los cereales, el algodón, que trabajado por los habitantes, abastece

las necesidades de la población bajo el clima tropical. El tabaco que se exporta

en cantidades incalculables y de calidad preferible al de esta parte de América.

La mandioca, etc. La cría de ganados es también un ramo productivo (caballos,

vacunos). El cuero curtido sólo se exporta, pero en tal cantidad que este

producto es uno de los principales del país. Digo sólo curtido porque la

exportación de cueros en bruto se halla severamente prohibida. El Paraguay

provee abundantemente el tanino necesario, que escasea en las comarcas

vecinas.

La posición geográfica del Paraguay es admirable. Por todos los costados

le defienden fronteras naturales. Por el Paraná, el Uruguay y el Paraguay tiene

comunicaciones abiertas con todos los Estados del Plata y el Brasil. Por el río

Bermejo con las provincias interiores de la República Argentina y por el río

Pilcomayo con el Alto-Perú. El curso de estos ríos ha sido recorrido como

perfectamente navegables. Su posición central entre los diversos estados y sus

numerosas y fáciles salidas, le convertirán en la etapa depósito de mercadería

natural de todas las partes de la América del Sud, pero sin embargo el sistema

de aislamiento le priva de todas estas ventajas. Es verdad que en diversas

ocasiones el Dr. Francia buscó revincularse con sus vecinos, pero se ha

cansado de las vejaciones que su comercio ha sufrido en más de una ocasión,

y él se muestra más firme que nunca en su sistema.

El Dr. Francia como lo he dicho, es de edad avanzada. La muerte puede

de un momento a otro hacer caer la muralla que ha levantado, pues, no hay

persona bastante fuerte para sostenerla después de él. Francia habituando a

sus conciudadanos a la obediencia no ha educado a nadie para el poder. Hay

en esto, yo lo creo, un profundo pensamiento de egoísmo. “Después de mí

vendrá el que pueda” se le atribuye. Puede ser que en las revoluciones futuras

vea un grado de extraordinario más a su gloria. Muchos generales argentinos,

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muchos gobernadores de Buenos Aires han pensado en la conquista del

Paraguay, pero los ambiciosos proyectos de estos pigmeos se han evaporado

con su poder efímero. Uno solo, el general Quiroga, pensaba continuamente y

sólo el, quizá sea capaz de llevar a cabo tal empresa. Sería verdaderamente

curioso ver enfrentados el genio más malhechor el más revolucionario, el más

sanguinario de la América del Sud, con el genio más organizador, conservador

y después de todo, a pesar de todo, el más bienhechor.

¿Cerrar un despacho sobre el Paraguay sin hablar de M. Bonplan? Sería

olvido imperdonable si no fuera un cálculo prudente. En estos días este

distinguido caballero, este hombre excelente, llega a Buenos Aires, y me dará

quizá la ocasión de dar a V. E. nuevos y más interesantes informes.

Tengo el honor de ser con respeto. Sr. Ministro, de V. E., el muy humilde

y obediente servidor.

El Vice-Cónsul de Francia, encargado interino del Consulado General

AIMÉ ROGER.(102)

ÍNDICE

Nota del autor

PRIMERA PARTE

EL MEDIO SOCIAL GEOGRÁFICO, SOCIAL Y POLÍTICO

1º. Condiciones naturales y tradición de la colonia. – La población. –

Características populares. – El blanco. – El criollo. – Cruce de razas. –

Ausencia de oligarquías. – Condiciones económicas: El factor religioso. –

Creencias y leyendas. – La sociedad paraguaya de comienzos del siglo XIX

102 BIBLIOTECA NACIONAL DE BUENOS AIRES. – Colecciones de informes de los cónsules franceses durante el gobierno de Rozas, Nº 53. (Traducción del autor).

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SEGUNDA PARTE

EL HOMBRE

1º. Familia y bienes del Dr. Francia. – Antecedentes familiares. – Bienes

heredados.

2º. Leyendas de la mocedad. – La influencia de Córdoba se proyecta a

través de toda su actuación.

TERCERA PARTE

LA REVOLUCIÓN

1º. 1811 La revolución de Mayo en el Paraguay. – Breve reseña de los

sucesos, – El triunvirato.

2º. Participación del Dr. Francia en el movimiento

3º. Una etapa de la emancipación. – El Congreso del 17 de junio de 1811.

– Principales congresales.

4º. 1813 - Declaración de la Independencia.

5º. Un girondino de la revolución; Mariano Antonio Molas.

6º. La soledad.

7º. Dos discípulos de Juan Jacobo.

8º. El revolucionario.

9º. Cualidades personales.

10º. El Dr. Francia apreciado por los próceres argentinos. – Una carta de

Belgrano

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CUARTA PARTE

LA DICTADURA

1º. 1814 - La dictadura temporal.

2º. 1816 - La dictadura perpetua. – Cómo se produjo la elección de

Francia. – Perfiles de la dictadura. – ¿Profeta o César? – Las tres etapas

del proceso revolucionario. – Amagos. – El Guairá colocado en el cruce de

dos corrientes conquistadoras. – De cómo el Paraguay se concentró en

torno al Dr. Francia.

3º. Concentración de poderes. – La dictadura como fórmula de salvación

pública. – Tentativas de reacción

4º. 1819 - La conspiración. – Opiniones autorizadas. – Perfiles de los

próceres: Fulgencio Yegros, Pedro Juan Caballero, Vicente Ignacio Iturbe,

Antonio Tomas Yegros, el capitán Montiel.

QUINTA PARTE

1º. La obra política del Dr. Francia.

2º. Intérprete de un anhelo colectivo.

3º. De cómo el Paraguay se concentró en torno al Dr. Francia.

4º. Amagos externos.

5º. El catecismo político del Dr. Francia.

6º. Régimen administrativo

7º. La política del aislamiento.

8º. La misión Correa de Cámara.

9º. Consecuencias del gobierno fuerte.

10º. El Dr. Francia ante el pensamiento moderno.

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SEXTA PARTE

1º. La vida paraguaya bajo la dictadura. – Asunción y sus costumbres. –

Elementos básicos para el progreso. – Fisonomía de la dictadura. – Fiestas

populares. – La cultura pública. – Esfuerzo concentrado. – La vida

campesina. – Ocupaciones e industrias.

SÉPTIMA PARTE

EL OCASO DE UNA VIDA

1º. La vida privada del Dictador. – Ocupaciones diarias.

2º. Parva domus. – La casa habitación del supremo.

3º. La quinta de Ybyray. – El descanso del trabajador.

4º. Muerte del Dictador

5º. La herencia

Bibliografía

Apéndice documental

Índice

Río de Janeiro 1935. Buenos Aires, mayo 28 de 1937.