julio-agosto-septiembre-octubre

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BIENAVENTURADOS 9 Jesús ha resucitado, verdaderamente, y ha ascendido a la casa del Padre. Todos lo hemos rezado y celebrado en comunidad. ¿Y ahora? Esa misma pregunta se hicieron los apóstoles que lo vieron elevarse, y dos hombres de blanco se les acercaron preguntándoles algo obvio, ¿por qué siguen mirando al Cielo? Cristo ya ha ascendido con la promesa de volver. En este contexto se realizó en la ciudad de Rosario, el fin de semana del 6, 7 y 8 de Mayo, el Primer Congreso Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, donde nos encontramos más de mil personas, representando 58 Diócesis y distintos sectores de la sociedad, sociales, empresariales, sindicales, políticos, etc., con el objetivo de reflexionar a la luz del Evangelio y la Doctrina Social distintas propuestas para promover el desarrollo integral de las personas y la erradicación de la pobreza de cara al bicentenario de nuestra independencia. Era ésta la principal inquietud de aquellos que participamos, debatimos -a veces acaloradamente- y propusimos que como Iglesia no queremos ni debemos quedarnos mirando al Cielo. El Resucitado y el Paráclito son nuestro ejemplo y motor, para que nosotros, los cristianos, junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, seamos agentes transformadores de la realidad. Una realidad que, sin discusión alguna, debe ser transformada en muchísimos aspectos: sociales, económicos, políticos, etc. Estamos llamados a buscar justicia en un mundo que permite y promueve “la explotación del hombre por el hombre”, y nuestra búsqueda, renovada por el amor, debe orientarse a “la verdadera sociedad del hombre para el hombre, del hombre hermano del hombre”. Nosotros somos capaces de cambiar las reglas de juego, la calidad de las relaciones y las estructuras que oprimen y castigan a millones de personas en todo el mundo, y tanto el Evangelio como la Doctrina nos invitan a comprometernos con la causa de estos oprimidos. Aquí radica el verdadero acto de amor, porque no olvidemos que es Yahvé quien “ve la opresión de su pueblo, oye los gritos de dolor, conoce muy bien los sufrimientos y decide bajar a liberarlos”, como hizo con el pueblo de Israel al liberarlo de Egipto. Es Dios el que se compromete con su creación y nos pide también a nosotros comprometernos, como lo hizo Moisés. El Congreso Nacional es sólo un primer paso, que debe actuar como disparador para que cada vez seamos más los que nos acerquemos a la Doctrina Social buscando respuestas, posibles soluciones para poder transformar este mundo en “uno más lindo” y, quizá -¿por qué no?-, también encontrando algunas preguntas, algunos debates abiertos, para poder juntos, a través del diálogo y el intercambio, enriquecernos con las experiencias y miradas de los otros, permitiendo que sea el Espíritu Santo el que sople y renueve nuestras vidas, buscando al hombre nuevo descripto por San Pablo, buscando una sociedad nueva con cada vez menos opresores y oprimidos. Este mes recordamos la Independencia declarada en el Congreso de Tucumán. Pidámosle al Resucitado que “el ardor de corazón” que nos brinda su presencia se convierta en acción para seguir trabajando por el país que buscaron aquellos hombres y mujeres comprometidos con la Patria: los del siglo XIX, los del siglo XX y nosotros, los del siglo XXI. COLUMNA JOCHA Jocha Castro Videla [email protected] “La verdadera sociedad del hombre para el hombre, del hombre hermano del hombre” Hombres de Galilea, Hch 1, 11 ¿Por qué siguen mirando al cielo?

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Columnas en la Revista Bienaventurados 2011

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Page 1: Julio-Agosto-Septiembre-Octubre

8 • BIENAVENTURADOS BIENAVENTURADOS • 9

Jesús ha resucitado, verdaderamente, y ha ascendido

a la casa del Padre. Todos lo hemos rezado y celebrado

en comunidad. ¿Y ahora?

Esa misma pregunta se hicieron los apóstoles que lo

vieron elevarse, y dos hombres de blanco se les acercaron

preguntándoles algo obvio, ¿por qué siguen mirando al

Cielo? Cristo ya ha ascendido con la promesa de volver.

En este contexto se realizó en la ciudad de Rosario,

el fin de semana del 6, 7 y 8 de Mayo, el Primer Congreso

Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, donde nos

encontramos más de mil personas, representando 58

Diócesis y distintos sectores de la sociedad, sociales,

empresariales, sindicales, políticos, etc., con el objetivo

de reflexionar a la luz del Evangelio y la Doctrina Social

distintas propuestas para promover el desarrollo integral

de las personas y la erradicación de la pobreza de cara al

bicentenario de nuestra independencia.

Era ésta la principal inquietud de aquellos que

participamos, debatimos -a veces acaloradamente- y

propusimos que como Iglesia no queremos ni debemos

quedarnos mirando al Cielo. El Resucitado y el Paráclito son

nuestro ejemplo y motor, para que nosotros, los cristianos,

junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad,

seamos agentes transformadores de la realidad. Una

realidad que, sin discusión alguna, debe ser transformada

en muchísimos aspectos: sociales, económicos, políticos,

etc. Estamos llamados a buscar justicia en un mundo

que permite y promueve “la explotación del hombre por

el hombre”, y nuestra búsqueda, renovada por el amor,

debe orientarse a “la verdadera sociedad del hombre para

el hombre, del hombre hermano del hombre”.

Nosotros somos capaces de cambiar las reglas de

juego, la calidad de

las relaciones y las estructuras que oprimen y castigan

a millones de personas en todo el mundo, y tanto el

Evangelio como la Doctrina nos invitan a comprometernos

con la causa de estos oprimidos. Aquí radica el verdadero

acto de amor, porque no olvidemos que es Yahvé quien “ve

la opresión de su pueblo, oye los gritos de dolor, conoce

muy bien los sufrimientos y decide bajar a liberarlos”, como

hizo con el pueblo de Israel al liberarlo de Egipto. Es Dios el

que se compromete con su creación y nos pide también a

nosotros comprometernos, como lo hizo Moisés.

El Congreso Nacional es sólo un primer paso, que debe

actuar como disparador para que cada vez seamos más

los que nos acerquemos a la Doctrina Social buscando

respuestas, posibles soluciones para poder transformar

este mundo en “uno más lindo” y, quizá -¿por qué no?-,

también encontrando algunas preguntas, algunos debates

abiertos, para poder juntos, a través del diálogo y el

intercambio, enriquecernos con las experiencias y miradas

de los otros, permitiendo que sea el Espíritu Santo el que

sople y renueve nuestras vidas, buscando al hombre

nuevo descripto por San Pablo, buscando una sociedad

nueva con cada vez menos opresores y oprimidos.

Este mes recordamos la Independencia declarada en

el Congreso de Tucumán. Pidámosle al Resucitado que

“el ardor de corazón” que nos brinda su presencia se

convierta en acción para seguir trabajando por el

país que buscaron aquellos hombres

y mujeres comprometidos con

la Patria: los del siglo XIX, los

del siglo XX y nosotros, los

del siglo XXI.

Hace 58 años que cada 15 de

mayo participo en los festejos de

San Isidro. Desde pequeña, con mis

padres, procesión, misa, kermés y

fuegos artificiales.

Ya más grandecita iba con mis

compañeros del colegio, porque 45

años atrás los colegios participaban de

los festejos.

Joven, casada y con hijos, desde

la mañana veníamos a disfrutar de la

fiesta. A los chicos les encantaba venir

a San Isidro. En ese entonces vivíamos

en Martínez. Venir a las patronales,

además de una tradición familiar,

era motivo de encuentro con viejos

vecinos, que ya no veía todos los días

como cuando vivía en el barrio.

Este año, como siempre, la

parroquia estaba hermosamente

arreglada, había mucha gente.

Partieron los santos con los peregrinos

y me quedé ayudando para la misa.

Cuando la procesión estaba

llegando al templo, desde el atrio miré

hacia Libertador. A mí me pareció

que había más gente que otros

años, muchas colectividades con sus

estandartes, trajes típicos; se notaba

una mezcla de alegría y emoción. En

tantos años sólo lo había notado el día

que se inauguró la Catedral después

de la restauración.

Siempre me emociona ver a

San Isidro por las calles. Este año

la emoción fue mayor cuando entre

la gente reconocí a dos familias que

se habían mudado del barrio hacía

muchos años, los Ramos y los Martelli;

ahora viven en Berazategui y Marcos

Paz. Eran los chicos con los que me

había criado y participado de las

patronales tantas veces. Hoy estaban

en San Isidro como hace cuarenta

años.

Nos juntamos a tomar un café

y hablamos mucho. Me contaron lo

que les había costado el desarraigo,

irse del pago, acostumbrarse a otro

modo de vida, muy distinto al que

llevábamos aquí, cerca del río, con

la plaza, las barrancas y esperar las

patronales. Pero este año fue domingo

y aprovecharon el día para mostrarle a

su familia, hijos y nietos, cómo era la

vida cada 15 de mayo en San Isidro.

Nunca se olvidaron de lo felices

que fueron aquí y muestra de ello es

que de tan lejos vinieron a pasar el día

junto a su Santo Patrono.

EN COMUNIDAD COLUMNA JOCHAJocha Castro Videla [email protected] Mora

San Isidro nos une

“La verdadera sociedad del hombre para el hombre, del hombre hermano del hombre”

Hombres de Galilea,

Hch 1, 11

¿Por qué siguen mirando al cielo?

Page 2: Julio-Agosto-Septiembre-Octubre

10 • BIENAVENTURADOS BIENAVENTURADOS • 11

"Ayúdenme a que no me ate a

intereses mezquinos o de grupos.

Oren para que sea el obispo y el

amigo de todos, de los católicos y

de los no católicos, de los que creen

y de los que no creen, de los de la

ciudad y de los que viven en los

lugares más apartados. No vengo

a ser servido sino a servir. Servir a

todos, sin distinción de clases so-

ciales, modos de pensar o de creer;

como Jesús, quiero ser servidor de

nuestros hermanos los pobres". Con

estas palabras, asumía Monseñor En-

rique Angelelli su tarea como obispo

de La Rioja el 24 de agosto de 1968.

El 4 de agosto de 1976, después

del mediodía, Angelelli salió de la lo-

calidad de Chamical hacia la ciudad

de La Rioja, conduciendo la camio-

neta del obispado. Iba acompañado

por el padre Arturo Pinto, llevando

consigo una carpeta con pruebas y

testimonios del secuestro, tortura y

asesinato de los curas Gabriel Lon-

geville y Carlos de Dios Murias. Fue-

ron perseguidos por un coche,

que los alcanzó en Punta

de los Llanos, donde se les fue en-

cima a gran velocidad, y los encerró,

provocando el vuelco de la camione-

ta. Angelelli fue sacado del vehículo,

la nuca molida a golpes, lo dejaron

tirado sobre el asfalto. Su reloj, roto,

marcaba las 3 de la tarde.

¿Qué paso durante esos ocho

años de servicio al frente de la dióce-

sis de La Rioja?

Contexto EclesialPara comprender la obra y el

pensamiento de Monseñor Angelelli

es necesario hacer una breve reseña

de los sucesos eclesiales generados

a partir del Concilio Ecuménico Vati-

cano II, el cual fue iniciado por Juan

XXIII en 1962 y concluido en 1965

por Pablo VI.

Dicho Concilio fue organizado

con el objetivo de ‘aggiornar’ la Igle-

sia, de ponerla de cara al presente1,

de conocer y comprender el mundo

en que vivimos, sus esperanzas, sus

aspiraciones2. Dicho Concilio, del cual

participaron 2.450 obispos de

todo el mundo, estuvo

dirigido a todos los hombres3 y fue el

primer concilio que no realizó conde-

nas por herejías, sino que escuchó los

nuevos reclamos, ubicando a la Iglesia

en los grandes problemas del mundo.

Entre sus muchas afirmaciones,

en todos los aspectos intra y extra

eclesiales, son llamativas las que ha-

cen referencia a la injusticia social y a

la situación de pobreza en la cual vi-

vían, y viven, millones de hombres y

mujeres. Denuncia como escandalo-

sas las excesivas desigualdades eco-

nómicas y sociales que se dan entre

los miembros y los pueblos de una

misma familia humana4 y, mientras

muchedumbres inmensas carecen de

lo estrictamente necesario, algunos

–aun en los países menos desarro-

llados– viven en la opulencia y mal-

gastan sin consideración. Y mientras

unos pocos disponen de un poder

amplísimo de decisión, muchos care-

cen de toda iniciativa y de toda res-

ponsabilidad, viviendo con frecuencia

en condiciones de vida y de trabajo

indignas para la persona humana5.

Frente a dichos cambios en la

Iglesia mundial, los obispos de Ame-

rica Latina y el Caribe se reunieron en

Medellín, en 1968, para discutir acer-

ca de cómo aplicar el CV II a nues-

tro continente. Allí la denuncia a las

estructuras de injusticia económica

se acentuó, y los obispos proclama-

ron que querían sentir los problemas,

percibir sus exigencias, compartir las

angustias, descubrir los caminos y co-

laborar en las soluciones6. Asimismo,

manifestaron que Cristo nuestro Sal-

vador no sólo amó a los pobres, sino

que "siendo rico, se hizo pobre", vivió

en la pobreza, centró su misión en el

anuncio a los pobres de su liberación

y fundó su Iglesia como signo de esa

pobreza entre los hombres7. Nuestros

pastores reconocen que un sordo cla-

mor brota de millones de hombres,

pidiendo a sus pastores una liberación

que no les llega de ninguna parte8 .

En 1969, la Conferencia Episco-

pal Argentina se reúne en San Miguel,

donde reafirmaron que Jesús está

encarnado en cada hombre doliente,

en cada hambriento, enfermo, des-

nudo, encarcelado. Por eso, la Iglesia

honra a los pobres, los ama, los de-

fiende, se solidariza con su causa9; y

denunciaron que Dios no ha hecho al

hombre para la miseria. La miseria es

una injusticia social; por eso, los que

poseen, tienen el deber de socorrer

a los pobres que no poseen. La co-

munidad cristiana es responsable de

"sus pobres" y, comenzando por sus

jefes, debe tener el corazón abierto a

sus sufrimientos10.

La Iglesia en todo el mundo respi-

raba nuevos aires, mirando de frente

al mundo actual, especialmente a las

estructuras de injusticia y opresión.

Vida y obra“Todos los publicanos y pecadores

se acercaban a Jesús para escucharlo.

Los fariseos y los escribas murmura-

ban, diciendo: Este hombre recibe a

los pecadores y come con ellos.”

Como todos sabemos, Jesús

tuvo una opción preferencial por los

marginados de esa época, por los

pobres, las prostitutas, los leprosos,

los publicanos y los niños… y también

revalorizó el rol del la mujer, la cual era

recluida socialmente. Por esta elec-

ción, el Buen Pastor sufría el murmu-

llo malicioso de los detentadores del

poder económico, político y, sobre

todo, del poder religioso del momen-

to. Jesús fue una piedra en el zapato

para muchos; Monseñor Angelelli o,

mejor dicho, ‘El Pelado’, siguió su ca-

mino y compartió su trágico final.

Su sencilla y coherente fidelidad

al Evangelio y a la renovación conci-

liar cayeron como agua fresca para

un pueblo sediento de la Buena Noti-

cia de Jesús.

En su acción pastoral, realizó

gestos proféticos, de cercanía a

los más pobres y a la clase obrera,

acompañando así con coherencia

su palabra claramente evangélica.

Invitado a bendecir una comunidad

religiosa en una cantera de cal, prefi-

rió compartir la mesa de los obreros y

no la cabecera con los patrones. Me-

diando en un conflicto laboral en una

fábrica de pilas, cuando los patrones

pensaban recibir el apoyo del obispo,

él les dijo: "Miren, si estas injusticias

continúan, algún día estaremos jun-

tos en el mismo paredón: ustedes

los patrones y nosotros los curas.

Ustedes, por no haber practicado la

justicia social. Nosotros, por no haber

sabido defenderla."

En diciembre de 1971, el gobierno

canceló la difusión radial de la Misa de

Navidad. Angelelli rezó así: "Señor, te

pido por la gente del campo que esta

noche no ha tenido Misa, que no po-

demos transmitir por la radio nuestra

(...) Quizá le tengan miedo a la Misa

y la crean peligrosa, porque Tú eres

bastante peligroso. El Evangelio, esa

Buena Nueva que eres Tú, no es tan

fácil vivirlo y, cuando se la quiere vivir

en serio, la Buena Nueva es peligrosa."

A partir de 1971, promovió fuer-

temente la organización de escuelas

rurales y de cooperativas de trabajo.

También pidió la inspección de las con-

diciones laborales en algunas fincas, lo

que costó la agresión física a un sacer-

dote y a dos laicos comprometidos.

Fue acusado de ‘obispo rojo’, de

marxista, por querer ser Pastor para

todos y todas. Incomodó a muchos

buscando ser amigo de todos, cer-

cano, cálido, tierno, informal y frater-

nal. Los pobres, los marginados del

siglo XX y siglo XXI, lo sentían como

propio, lo querían como a un igual,

porque era un igual; era un Pastor

comprometido con la liberación de

los pobres que exigían los obispos

de America Latina y el Caribe en Me-

dellín. El ‘Monseñor’ se sentaba a

la mesa del pobre, para matear con

ellos y atender sus problemas.

“En la historia nada se pierde. Lo

que ha sido germinal y creativo no se

pierde, puede ser recuperado. Signi-

ficó una promesa, yo no diría simple-

mente muerta, sino una promesa que

quedó escondida, que tal vez sea he-

redada por las generaciones que vie-

nen en alguna manera, no repitiendo

miméticamente, sino tal vez como un

espíritu, como un impulso.11”

El teólogo Lucio Gera reflexiona

sobre lo escrito por nuestros obispos

en su reunión en San Miguel en 1969,

yo lo cito aquí para disparar nuestra

propia interpretación de la obra del

“Pelado”, descubrirla y enriquecer

nuestra vida pastoral, como laicos

comprometidos, como miembros

de esta comunidad y como parte de

nuestra sociedad argentina, con mu-

chos marginados “clamando silen-

ciosamente, pidiendo una liberación

que no les llega de ninguna parte”, y

con muchísimos hombres y mujeres

de buena voluntad dispuestos a en-

tregar su vida por la Buena Nueva,

como lo hizo “el Pelado”.

“Para servir, hay que tener unoído atento al Evangelio y el otro, al pueblo”

1 Juan XXIII, Discurso Inaugural, 11 de octubre de 1962.2 Gaudium et spes, 4.3 G.S., 2.4 G.S., 29.5 G.S., 63.6 Medellín, 6 de septiembre de 19687 Documentos finales de Medellín. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 7.8 Documentos finales de Medellín. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 2.9 San Miguel, 1969.10 Ibíd. 11 Gera, Lucio, San Miguel: una promesa escondida, 18-19.

COLUMNA JOCHAJocha Castro Videla [email protected]

Page 3: Julio-Agosto-Septiembre-Octubre

BIENAVENTURADOS • 13

COLUMNA JOCHA

Jocha Castro Videla [email protected]

Por muchas razones, la mayoría

de nosotros tiene un muy buen

recuerdo de algunos profesores del

secundario: porque era una buena

persona, porque me aprobó a pesar

de no llegar al 7 en el último año,

porque no era tan estricto, porque

era un buen docente… Y muchos

de estos recordados por buenos

docentes han influido en nuestra

vida y en nuestras decisiones. En mi

caso, por ejemplo, estudio Ciencia

Política luego de haber tenido

docentes de Historia, Sociología

y Economía que me transmitieron

su compromiso con el país y su

concepción de la política como

herramienta transformadora.

En el mes del maestro,

recordando la fecha de defunción

de Domingo Faustino Sarmiento

y de José Manuel Estrada, me

pregunto: ¿qué clase de Maestro

habrá sido Jesús que, 2000 años

después, sigue siendo recordado

y citado? Para responder a esta

inquietud, utilizaré el texto de Lucas

de la aparición del Resucitado a los

discípulos de Emaús.

Jesús fue y es un Maestro que

comienza su enseñanza con una

pregunta. Este no es un detalle

menor, actualmente muy pocos

docentes comienzan así su tarea

de enseñanza, estos llegan al aula y

dictan sus contenidos, y luego dan

lugar a la pregunta de

aquello que

no se comprendió del todo. Jesús

en cambio parte del conocimiento

de los ‘educandos’, se les acerca,

se involucra con ellos, y les pregunta

¿Qué comentaban por el camino?

Y los oye atentamente, y percibe,

en el timbre de su voz y en los

gestos de sus rostros su ‘semblante

triste’. No solo se preocupa por sus

conocimientos sino también por sus

sentimientos, y partiendo de esto,

de la vida de sus discípulos, Él habla

con ellos y les explica las escrituras.

Muchos docentes comienzan su

proceso de enseñanza respondiendo

preguntas que los educandos nunca

se han hecho, el camino de Jesús es

inverso, es una pedagogía basada

en las inquietudes de los discípulos

Otro detalle importante de este

Divino Maestro es que su enseñanza se da siempre ‘en camino’; si bien este texto

nos regala explícitamente la figura

del camino, en otros textos del

Evangelio no es así. Igualmente,

entendemos la acción o la actitud

de estar ‘en camino’ como una

predisposición intelectual y espiritual

de los hombres y mujeres. Nuestro

Dios se nos presenta como el Dios

de Abraham, de Isaac y de Jacob,

como el Dios de la historia; y Jesús

nos enseña desde esa

historia, desde la nuestra. El paso de

Jesús por nuestra vida se da a partir

de un momento determinado; pero

es un paso que cruza toda nuestra

historia, y se vale de ella para darse

a conocer.

Para terminar esta brevísima

columna, Jesús es un Maestro que

busca –con su escucha, con su

Palabra, con su caminar a la par y

con la mesa compartida– abrir los

ojos de sus discípulos o, mejor dicho,

busca que aquellos que lo escuchan abran por sí mismos sus ojos para poder ver y, para que en este

‘ver’, alcancen su verdadera libertad.

Seamos maestros

comprometidos con nuestros

educandos, sabiendo que ellos

son sujetos como nosotros, con

historias y conocimientos propios;

no son meros objetos que esperan

ser llenados de contenido. Seamos

maestros que nos animemos a las

preguntas, no les tengamos miedo,

sabiendo que quizá la respuesta

no la tengamos de inmediato.

Cada pregunta tiene sus tiempos,

especialmente aquellas esenciales

en la vida de los hombres y mujeres.

Seamos educadores –más allá de ser

docentes, o madres, o padres, o tíos,

o hermanos, o amigos– conscientes

de que siempre podemos aprender

de los otros, aunque ellos estén del

otro lado del pupitre.

“¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y

nos explicaba las Escrituras?” Lc 24, 32

Page 4: Julio-Agosto-Septiembre-Octubre

12 13BIENAVENTURADOS •• BIENAVENTURADOS

COLUMNA JOCHA

Jocha Castro Videla [email protected]

Una de las más importantes características de la juventud

es la capacidad de desear, de mirar más allá de uno mismo,

del lugar donde se está parado, del tiempo en el que se está

viviendo. Es en ese momento, crucial, el paso de la niñez a la

adultez, cuando el joven comienza a decidir quién es, qué quiere

ser y hacer. En el joven está latente esa faceta de buscador, de

peregrino, que sería lindo y sano tener toda la vida, pero que se

manifiesta de manera particular en esta etapa.

Es el momento de la búsqueda vocacional, de conectarse

con uno mismo, o al menos intentarlo. Es el momento de entrar

en crisis, de no hacer pie en ningún lado, de discutir con nuestro

entorno, amigos, padres, docentes, con Dios. Es el momento de

dialogar con lo establecido, con aquello que no hemos elegido

aún, con nuestro contexto, donde nos criamos, nuestra educación,

nuestra cultura. Y es en este diálogo, con momentos de silencio y

de gritos, de llanto y sonrisa, donde el joven busca salir victorioso,

donde busca una victoria que no va más allá del simple hecho

de vislumbrar un camino, una huella firme y clara.

La juventud es un momento para ‘parar la pelota’, enfrentarnos con nuestra biblioteca mental, observar los libros que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra corta e intensa vida, desordenarlos y buscar otro orden, el nuestro, el propio, aquel que nos dé identidad.

Se me viene a la cabeza la imagen del evangelio donde

Jesús, en la barca con sus discípulos, calma la tempestad. No

la impide; la tormenta sucede, pero Jesús la calma. Él permite

la tempestad.

Buscarse, para conectarse con uno mismo, para

descubrir fortalezas y debilidades, aquello que me gusta y eso

que no quiero para mi vida; volver a escuchar consejos… lo que

desean mis padres, mis amigos, mi Iglesia y, teniendo eso en

cuenta, decidir o, mejor dicho, ir decidiendo porque la búsqueda

no se termina ni a los 22 ni a los 30 años.

Francisco era un joven como cualquier otro de su tiempo.

De familia burguesa, acomodada, trabajaba en el comercio de telas

de su padre, Don Pedro Bernardone. Era un buen pibe, siempre

daba limosna al que se lo pedía por ‘el Amor de Dios’. Salía los

fines de semana con sus amigos y amigas, comían y bebían, y

salían cantando o gritando por las calles de Asís. Pero más allá de

esta superficie, que todos tenemos, Francisco deseaba, y deseaba

en grande. En lo profundo de su corazón, en aquel lugar donde

nadie o casi nadie llegaba, Francisco estaba inquieto. Sabía lo que

quería: ser un caballero, un noble. Sabía cómo lograrlo: uniéndose

a la expedición bélica de algún conde y luchando heroicamente,

ganarse el derecho a ser parte de la nobleza. Era un deseo válido,

noble, de un joven que iba a esforzarse por lograr su cometido.

Y finalmente se le presenta la oportunidad: estalla un conflicto

entre dos pequeñas ciudades y él decide ir a pelear. Prepara su

caballo, su armadura y su espada. Se le infla el pecho de orgullo

al mirarse al espejo; su familia lo despide orgullosa también. A los

pocos días, Francisco regresa solo a Asís bajo la mirada curiosa de

los vecinos. Su familia lo recibe; su padre no entiende, se enoja, lo

insulta. ¡Qué deshonra! Su hijo iba a volver como caballero y, sin

embargo, volvía solo, callado, sin muchas explicaciones.

¿Qué había sucedido? A mitad de camino, cuando

acamparon para pasar la noche, Francisco oyó al Señor que

le hablaba familiarmente: «Francisco, ¿quién piensas podrá

beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?» A lo que

Francisco contestó que, sin duda, el señor y el rico. Prosiguió la

voz del Señor: «¿Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo y, por un pobre hombre, dejas a un Dios rico?» Contestó Francisco: «¿Qué

quieres, Señor, que haga?» Y el Señor le dijo: «Vuélvete a tu tierra».¹

Así comienza el camino de obediencia de Francisco, y la

crisis. El joven salió, montado a caballo, a cumplir sus deseos y

volvió solo y confuso, pero sabiendo que estaba por encontrar algo

más valioso aún. Su familia no lo entendía, se sentía avergonzada,

los muchachos de Asís lo llamaban cobarde, fracasado. Eso era

Francisco a los ojos del mundo. Y Francisco empieza a buscar: ¿qué

era lo que Dios tenía preparado para él?, ¿qué se escondía detrás

de sus deseos terrenales? Para eso, Francisco decide abandonar su

vida anterior, su trabajo y su vida social. Necesitaba tomar distancia

de todo aquello que le impedía ver más allá, que lo ataba y limitaba.

Y lo amargo se convirtió en dulce. Francisco iba con su

caballo, cuando un leproso se le cruzó en

el camino. Se horrorizó al verlo y al sentir

su olor; sin embargo, recordó el propósito que

había hecho de ‘vencerse a

sí mismo’, bajó del caballo y

besó al leproso. Desde ese

momento, Francisco nunca

más se alejó de aquellos marginados,

entregándoles su vida. Y siguió buscando

la soledad, los momentos de oración, de

silencio y de lágrimas. Continuó, sin embargo,

practicando la caridad con todos, especialmente

con sus hermanos más pobres. Nadie de su

entorno lo comprendía o avalaba. El aún no sabía

cuál era su camino.

A los pocos días, cuando se paseaba junto a la iglesia

de San Damián, percibió en espíritu que le decían que entrara

a orar en ella. Luego de entrar, se puso a orar fervorosamente

ante una imagen del Crucificado que, piadosa y benignamente,

le habló así: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba?

Anda, pues, y repárala». Y él, con gran temblor y estupor,

contestó: «De muy buena gana lo haré, Señor». Entendió que se

le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta

antigüedad, amenazaba inminente ruina.² Y Francisco comenzó

a comprender; dedicó su tiempo y su dinero a reparar esta

capilla y otras más, cumpliendo al pie de la letra el pedido del

Crucificado. La persecución contra él aumentó, especialmente

de parte de su padre. Todo Asís veía en Francisco a un loco, y de alguna manera lo era.

La búsqueda vocacional del Hermano Francisco duró

aproximadamente cinco años. Comenzó con crisis, fracasos y

enfermedades. Toda su biblioteca mental se desmoronó y él, con

la compañía del Resucitado, la fue ordenando con dolor, soledad,

menosprecio y marginación. Sus grandes ambiciones de servir a

un noble y volverse caballero se transformaron en el deseo de

seguir a Jesús pobre y crucificado. Sus deseos de disfrutar la vida

con los jóvenes de Asís, dando banquetes y grandes fiestas, se

convirtieron en deseos de comer lo que pudiese mendigar, y lo

que le quedase luego de compartirlo con los demás pobres. Y lo amargo se convirtió en dulce; lo que él tenía por fracaso se convirtió en éxito. Lo que él tenía por pérdida resultó ser ganancia.

Animémonos a dudar, a cuestionar, a replantear, a desordenar

y a volver a ordenar, a aprender. Seamos hombres y mujeres en

búsqueda; sepamos que nuestros deseos son más profundos de

lo que creemos y que es el Resucitado el que nos habla a través de

ellos. Confiemos, como lo hizo el Hermano Francisco; confiemos

ciegamente en la Palabra de Dios y en sus diversas formas de

manifestarse, a pesar de que ‘los ojos del mundo’ nos desprecien.

Jesús y el Hermano Francisco tuvieron que derribar para construir:

jóvenes, ¡animémonos!

Francisco, ¿No ves que mi casa se derrumba? Ve y repárala

¹ Leyenda Mayor San Buenaventura.² Leyenda de los Tres Compañeros.

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