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Columnas en la Revista Bienaventurados 2011TRANSCRIPT
8 • BIENAVENTURADOS BIENAVENTURADOS • 9
Jesús ha resucitado, verdaderamente, y ha ascendido
a la casa del Padre. Todos lo hemos rezado y celebrado
en comunidad. ¿Y ahora?
Esa misma pregunta se hicieron los apóstoles que lo
vieron elevarse, y dos hombres de blanco se les acercaron
preguntándoles algo obvio, ¿por qué siguen mirando al
Cielo? Cristo ya ha ascendido con la promesa de volver.
En este contexto se realizó en la ciudad de Rosario,
el fin de semana del 6, 7 y 8 de Mayo, el Primer Congreso
Nacional de Doctrina Social de la Iglesia, donde nos
encontramos más de mil personas, representando 58
Diócesis y distintos sectores de la sociedad, sociales,
empresariales, sindicales, políticos, etc., con el objetivo
de reflexionar a la luz del Evangelio y la Doctrina Social
distintas propuestas para promover el desarrollo integral
de las personas y la erradicación de la pobreza de cara al
bicentenario de nuestra independencia.
Era ésta la principal inquietud de aquellos que
participamos, debatimos -a veces acaloradamente- y
propusimos que como Iglesia no queremos ni debemos
quedarnos mirando al Cielo. El Resucitado y el Paráclito son
nuestro ejemplo y motor, para que nosotros, los cristianos,
junto a todos los hombres y mujeres de buena voluntad,
seamos agentes transformadores de la realidad. Una
realidad que, sin discusión alguna, debe ser transformada
en muchísimos aspectos: sociales, económicos, políticos,
etc. Estamos llamados a buscar justicia en un mundo
que permite y promueve “la explotación del hombre por
el hombre”, y nuestra búsqueda, renovada por el amor,
debe orientarse a “la verdadera sociedad del hombre para
el hombre, del hombre hermano del hombre”.
Nosotros somos capaces de cambiar las reglas de
juego, la calidad de
las relaciones y las estructuras que oprimen y castigan
a millones de personas en todo el mundo, y tanto el
Evangelio como la Doctrina nos invitan a comprometernos
con la causa de estos oprimidos. Aquí radica el verdadero
acto de amor, porque no olvidemos que es Yahvé quien “ve
la opresión de su pueblo, oye los gritos de dolor, conoce
muy bien los sufrimientos y decide bajar a liberarlos”, como
hizo con el pueblo de Israel al liberarlo de Egipto. Es Dios el
que se compromete con su creación y nos pide también a
nosotros comprometernos, como lo hizo Moisés.
El Congreso Nacional es sólo un primer paso, que debe
actuar como disparador para que cada vez seamos más
los que nos acerquemos a la Doctrina Social buscando
respuestas, posibles soluciones para poder transformar
este mundo en “uno más lindo” y, quizá -¿por qué no?-,
también encontrando algunas preguntas, algunos debates
abiertos, para poder juntos, a través del diálogo y el
intercambio, enriquecernos con las experiencias y miradas
de los otros, permitiendo que sea el Espíritu Santo el que
sople y renueve nuestras vidas, buscando al hombre
nuevo descripto por San Pablo, buscando una sociedad
nueva con cada vez menos opresores y oprimidos.
Este mes recordamos la Independencia declarada en
el Congreso de Tucumán. Pidámosle al Resucitado que
“el ardor de corazón” que nos brinda su presencia se
convierta en acción para seguir trabajando por el
país que buscaron aquellos hombres
y mujeres comprometidos con
la Patria: los del siglo XIX, los
del siglo XX y nosotros, los
del siglo XXI.
Hace 58 años que cada 15 de
mayo participo en los festejos de
San Isidro. Desde pequeña, con mis
padres, procesión, misa, kermés y
fuegos artificiales.
Ya más grandecita iba con mis
compañeros del colegio, porque 45
años atrás los colegios participaban de
los festejos.
Joven, casada y con hijos, desde
la mañana veníamos a disfrutar de la
fiesta. A los chicos les encantaba venir
a San Isidro. En ese entonces vivíamos
en Martínez. Venir a las patronales,
además de una tradición familiar,
era motivo de encuentro con viejos
vecinos, que ya no veía todos los días
como cuando vivía en el barrio.
Este año, como siempre, la
parroquia estaba hermosamente
arreglada, había mucha gente.
Partieron los santos con los peregrinos
y me quedé ayudando para la misa.
Cuando la procesión estaba
llegando al templo, desde el atrio miré
hacia Libertador. A mí me pareció
que había más gente que otros
años, muchas colectividades con sus
estandartes, trajes típicos; se notaba
una mezcla de alegría y emoción. En
tantos años sólo lo había notado el día
que se inauguró la Catedral después
de la restauración.
Siempre me emociona ver a
San Isidro por las calles. Este año
la emoción fue mayor cuando entre
la gente reconocí a dos familias que
se habían mudado del barrio hacía
muchos años, los Ramos y los Martelli;
ahora viven en Berazategui y Marcos
Paz. Eran los chicos con los que me
había criado y participado de las
patronales tantas veces. Hoy estaban
en San Isidro como hace cuarenta
años.
Nos juntamos a tomar un café
y hablamos mucho. Me contaron lo
que les había costado el desarraigo,
irse del pago, acostumbrarse a otro
modo de vida, muy distinto al que
llevábamos aquí, cerca del río, con
la plaza, las barrancas y esperar las
patronales. Pero este año fue domingo
y aprovecharon el día para mostrarle a
su familia, hijos y nietos, cómo era la
vida cada 15 de mayo en San Isidro.
Nunca se olvidaron de lo felices
que fueron aquí y muestra de ello es
que de tan lejos vinieron a pasar el día
junto a su Santo Patrono.
EN COMUNIDAD COLUMNA JOCHAJocha Castro Videla [email protected] Mora
San Isidro nos une
“La verdadera sociedad del hombre para el hombre, del hombre hermano del hombre”
Hombres de Galilea,
Hch 1, 11
¿Por qué siguen mirando al cielo?
10 • BIENAVENTURADOS BIENAVENTURADOS • 11
"Ayúdenme a que no me ate a
intereses mezquinos o de grupos.
Oren para que sea el obispo y el
amigo de todos, de los católicos y
de los no católicos, de los que creen
y de los que no creen, de los de la
ciudad y de los que viven en los
lugares más apartados. No vengo
a ser servido sino a servir. Servir a
todos, sin distinción de clases so-
ciales, modos de pensar o de creer;
como Jesús, quiero ser servidor de
nuestros hermanos los pobres". Con
estas palabras, asumía Monseñor En-
rique Angelelli su tarea como obispo
de La Rioja el 24 de agosto de 1968.
El 4 de agosto de 1976, después
del mediodía, Angelelli salió de la lo-
calidad de Chamical hacia la ciudad
de La Rioja, conduciendo la camio-
neta del obispado. Iba acompañado
por el padre Arturo Pinto, llevando
consigo una carpeta con pruebas y
testimonios del secuestro, tortura y
asesinato de los curas Gabriel Lon-
geville y Carlos de Dios Murias. Fue-
ron perseguidos por un coche,
que los alcanzó en Punta
de los Llanos, donde se les fue en-
cima a gran velocidad, y los encerró,
provocando el vuelco de la camione-
ta. Angelelli fue sacado del vehículo,
la nuca molida a golpes, lo dejaron
tirado sobre el asfalto. Su reloj, roto,
marcaba las 3 de la tarde.
¿Qué paso durante esos ocho
años de servicio al frente de la dióce-
sis de La Rioja?
Contexto EclesialPara comprender la obra y el
pensamiento de Monseñor Angelelli
es necesario hacer una breve reseña
de los sucesos eclesiales generados
a partir del Concilio Ecuménico Vati-
cano II, el cual fue iniciado por Juan
XXIII en 1962 y concluido en 1965
por Pablo VI.
Dicho Concilio fue organizado
con el objetivo de ‘aggiornar’ la Igle-
sia, de ponerla de cara al presente1,
de conocer y comprender el mundo
en que vivimos, sus esperanzas, sus
aspiraciones2. Dicho Concilio, del cual
participaron 2.450 obispos de
todo el mundo, estuvo
dirigido a todos los hombres3 y fue el
primer concilio que no realizó conde-
nas por herejías, sino que escuchó los
nuevos reclamos, ubicando a la Iglesia
en los grandes problemas del mundo.
Entre sus muchas afirmaciones,
en todos los aspectos intra y extra
eclesiales, son llamativas las que ha-
cen referencia a la injusticia social y a
la situación de pobreza en la cual vi-
vían, y viven, millones de hombres y
mujeres. Denuncia como escandalo-
sas las excesivas desigualdades eco-
nómicas y sociales que se dan entre
los miembros y los pueblos de una
misma familia humana4 y, mientras
muchedumbres inmensas carecen de
lo estrictamente necesario, algunos
–aun en los países menos desarro-
llados– viven en la opulencia y mal-
gastan sin consideración. Y mientras
unos pocos disponen de un poder
amplísimo de decisión, muchos care-
cen de toda iniciativa y de toda res-
ponsabilidad, viviendo con frecuencia
en condiciones de vida y de trabajo
indignas para la persona humana5.
Frente a dichos cambios en la
Iglesia mundial, los obispos de Ame-
rica Latina y el Caribe se reunieron en
Medellín, en 1968, para discutir acer-
ca de cómo aplicar el CV II a nues-
tro continente. Allí la denuncia a las
estructuras de injusticia económica
se acentuó, y los obispos proclama-
ron que querían sentir los problemas,
percibir sus exigencias, compartir las
angustias, descubrir los caminos y co-
laborar en las soluciones6. Asimismo,
manifestaron que Cristo nuestro Sal-
vador no sólo amó a los pobres, sino
que "siendo rico, se hizo pobre", vivió
en la pobreza, centró su misión en el
anuncio a los pobres de su liberación
y fundó su Iglesia como signo de esa
pobreza entre los hombres7. Nuestros
pastores reconocen que un sordo cla-
mor brota de millones de hombres,
pidiendo a sus pastores una liberación
que no les llega de ninguna parte8 .
En 1969, la Conferencia Episco-
pal Argentina se reúne en San Miguel,
donde reafirmaron que Jesús está
encarnado en cada hombre doliente,
en cada hambriento, enfermo, des-
nudo, encarcelado. Por eso, la Iglesia
honra a los pobres, los ama, los de-
fiende, se solidariza con su causa9; y
denunciaron que Dios no ha hecho al
hombre para la miseria. La miseria es
una injusticia social; por eso, los que
poseen, tienen el deber de socorrer
a los pobres que no poseen. La co-
munidad cristiana es responsable de
"sus pobres" y, comenzando por sus
jefes, debe tener el corazón abierto a
sus sufrimientos10.
La Iglesia en todo el mundo respi-
raba nuevos aires, mirando de frente
al mundo actual, especialmente a las
estructuras de injusticia y opresión.
Vida y obra“Todos los publicanos y pecadores
se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmura-
ban, diciendo: Este hombre recibe a
los pecadores y come con ellos.”
Como todos sabemos, Jesús
tuvo una opción preferencial por los
marginados de esa época, por los
pobres, las prostitutas, los leprosos,
los publicanos y los niños… y también
revalorizó el rol del la mujer, la cual era
recluida socialmente. Por esta elec-
ción, el Buen Pastor sufría el murmu-
llo malicioso de los detentadores del
poder económico, político y, sobre
todo, del poder religioso del momen-
to. Jesús fue una piedra en el zapato
para muchos; Monseñor Angelelli o,
mejor dicho, ‘El Pelado’, siguió su ca-
mino y compartió su trágico final.
Su sencilla y coherente fidelidad
al Evangelio y a la renovación conci-
liar cayeron como agua fresca para
un pueblo sediento de la Buena Noti-
cia de Jesús.
En su acción pastoral, realizó
gestos proféticos, de cercanía a
los más pobres y a la clase obrera,
acompañando así con coherencia
su palabra claramente evangélica.
Invitado a bendecir una comunidad
religiosa en una cantera de cal, prefi-
rió compartir la mesa de los obreros y
no la cabecera con los patrones. Me-
diando en un conflicto laboral en una
fábrica de pilas, cuando los patrones
pensaban recibir el apoyo del obispo,
él les dijo: "Miren, si estas injusticias
continúan, algún día estaremos jun-
tos en el mismo paredón: ustedes
los patrones y nosotros los curas.
Ustedes, por no haber practicado la
justicia social. Nosotros, por no haber
sabido defenderla."
En diciembre de 1971, el gobierno
canceló la difusión radial de la Misa de
Navidad. Angelelli rezó así: "Señor, te
pido por la gente del campo que esta
noche no ha tenido Misa, que no po-
demos transmitir por la radio nuestra
(...) Quizá le tengan miedo a la Misa
y la crean peligrosa, porque Tú eres
bastante peligroso. El Evangelio, esa
Buena Nueva que eres Tú, no es tan
fácil vivirlo y, cuando se la quiere vivir
en serio, la Buena Nueva es peligrosa."
A partir de 1971, promovió fuer-
temente la organización de escuelas
rurales y de cooperativas de trabajo.
También pidió la inspección de las con-
diciones laborales en algunas fincas, lo
que costó la agresión física a un sacer-
dote y a dos laicos comprometidos.
Fue acusado de ‘obispo rojo’, de
marxista, por querer ser Pastor para
todos y todas. Incomodó a muchos
buscando ser amigo de todos, cer-
cano, cálido, tierno, informal y frater-
nal. Los pobres, los marginados del
siglo XX y siglo XXI, lo sentían como
propio, lo querían como a un igual,
porque era un igual; era un Pastor
comprometido con la liberación de
los pobres que exigían los obispos
de America Latina y el Caribe en Me-
dellín. El ‘Monseñor’ se sentaba a
la mesa del pobre, para matear con
ellos y atender sus problemas.
“En la historia nada se pierde. Lo
que ha sido germinal y creativo no se
pierde, puede ser recuperado. Signi-
ficó una promesa, yo no diría simple-
mente muerta, sino una promesa que
quedó escondida, que tal vez sea he-
redada por las generaciones que vie-
nen en alguna manera, no repitiendo
miméticamente, sino tal vez como un
espíritu, como un impulso.11”
El teólogo Lucio Gera reflexiona
sobre lo escrito por nuestros obispos
en su reunión en San Miguel en 1969,
yo lo cito aquí para disparar nuestra
propia interpretación de la obra del
“Pelado”, descubrirla y enriquecer
nuestra vida pastoral, como laicos
comprometidos, como miembros
de esta comunidad y como parte de
nuestra sociedad argentina, con mu-
chos marginados “clamando silen-
ciosamente, pidiendo una liberación
que no les llega de ninguna parte”, y
con muchísimos hombres y mujeres
de buena voluntad dispuestos a en-
tregar su vida por la Buena Nueva,
como lo hizo “el Pelado”.
“Para servir, hay que tener unoído atento al Evangelio y el otro, al pueblo”
1 Juan XXIII, Discurso Inaugural, 11 de octubre de 1962.2 Gaudium et spes, 4.3 G.S., 2.4 G.S., 29.5 G.S., 63.6 Medellín, 6 de septiembre de 19687 Documentos finales de Medellín. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 7.8 Documentos finales de Medellín. Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, 2.9 San Miguel, 1969.10 Ibíd. 11 Gera, Lucio, San Miguel: una promesa escondida, 18-19.
COLUMNA JOCHAJocha Castro Videla [email protected]
BIENAVENTURADOS • 13
COLUMNA JOCHA
Jocha Castro Videla [email protected]
Por muchas razones, la mayoría
de nosotros tiene un muy buen
recuerdo de algunos profesores del
secundario: porque era una buena
persona, porque me aprobó a pesar
de no llegar al 7 en el último año,
porque no era tan estricto, porque
era un buen docente… Y muchos
de estos recordados por buenos
docentes han influido en nuestra
vida y en nuestras decisiones. En mi
caso, por ejemplo, estudio Ciencia
Política luego de haber tenido
docentes de Historia, Sociología
y Economía que me transmitieron
su compromiso con el país y su
concepción de la política como
herramienta transformadora.
En el mes del maestro,
recordando la fecha de defunción
de Domingo Faustino Sarmiento
y de José Manuel Estrada, me
pregunto: ¿qué clase de Maestro
habrá sido Jesús que, 2000 años
después, sigue siendo recordado
y citado? Para responder a esta
inquietud, utilizaré el texto de Lucas
de la aparición del Resucitado a los
discípulos de Emaús.
Jesús fue y es un Maestro que
comienza su enseñanza con una
pregunta. Este no es un detalle
menor, actualmente muy pocos
docentes comienzan así su tarea
de enseñanza, estos llegan al aula y
dictan sus contenidos, y luego dan
lugar a la pregunta de
aquello que
no se comprendió del todo. Jesús
en cambio parte del conocimiento
de los ‘educandos’, se les acerca,
se involucra con ellos, y les pregunta
¿Qué comentaban por el camino?
Y los oye atentamente, y percibe,
en el timbre de su voz y en los
gestos de sus rostros su ‘semblante
triste’. No solo se preocupa por sus
conocimientos sino también por sus
sentimientos, y partiendo de esto,
de la vida de sus discípulos, Él habla
con ellos y les explica las escrituras.
Muchos docentes comienzan su
proceso de enseñanza respondiendo
preguntas que los educandos nunca
se han hecho, el camino de Jesús es
inverso, es una pedagogía basada
en las inquietudes de los discípulos
Otro detalle importante de este
Divino Maestro es que su enseñanza se da siempre ‘en camino’; si bien este texto
nos regala explícitamente la figura
del camino, en otros textos del
Evangelio no es así. Igualmente,
entendemos la acción o la actitud
de estar ‘en camino’ como una
predisposición intelectual y espiritual
de los hombres y mujeres. Nuestro
Dios se nos presenta como el Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob,
como el Dios de la historia; y Jesús
nos enseña desde esa
historia, desde la nuestra. El paso de
Jesús por nuestra vida se da a partir
de un momento determinado; pero
es un paso que cruza toda nuestra
historia, y se vale de ella para darse
a conocer.
Para terminar esta brevísima
columna, Jesús es un Maestro que
busca –con su escucha, con su
Palabra, con su caminar a la par y
con la mesa compartida– abrir los
ojos de sus discípulos o, mejor dicho,
busca que aquellos que lo escuchan abran por sí mismos sus ojos para poder ver y, para que en este
‘ver’, alcancen su verdadera libertad.
Seamos maestros
comprometidos con nuestros
educandos, sabiendo que ellos
son sujetos como nosotros, con
historias y conocimientos propios;
no son meros objetos que esperan
ser llenados de contenido. Seamos
maestros que nos animemos a las
preguntas, no les tengamos miedo,
sabiendo que quizá la respuesta
no la tengamos de inmediato.
Cada pregunta tiene sus tiempos,
especialmente aquellas esenciales
en la vida de los hombres y mujeres.
Seamos educadores –más allá de ser
docentes, o madres, o padres, o tíos,
o hermanos, o amigos– conscientes
de que siempre podemos aprender
de los otros, aunque ellos estén del
otro lado del pupitre.
“¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?” Lc 24, 32
12 13BIENAVENTURADOS •• BIENAVENTURADOS
COLUMNA JOCHA
Jocha Castro Videla [email protected]
Una de las más importantes características de la juventud
es la capacidad de desear, de mirar más allá de uno mismo,
del lugar donde se está parado, del tiempo en el que se está
viviendo. Es en ese momento, crucial, el paso de la niñez a la
adultez, cuando el joven comienza a decidir quién es, qué quiere
ser y hacer. En el joven está latente esa faceta de buscador, de
peregrino, que sería lindo y sano tener toda la vida, pero que se
manifiesta de manera particular en esta etapa.
Es el momento de la búsqueda vocacional, de conectarse
con uno mismo, o al menos intentarlo. Es el momento de entrar
en crisis, de no hacer pie en ningún lado, de discutir con nuestro
entorno, amigos, padres, docentes, con Dios. Es el momento de
dialogar con lo establecido, con aquello que no hemos elegido
aún, con nuestro contexto, donde nos criamos, nuestra educación,
nuestra cultura. Y es en este diálogo, con momentos de silencio y
de gritos, de llanto y sonrisa, donde el joven busca salir victorioso,
donde busca una victoria que no va más allá del simple hecho
de vislumbrar un camino, una huella firme y clara.
La juventud es un momento para ‘parar la pelota’, enfrentarnos con nuestra biblioteca mental, observar los libros que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra corta e intensa vida, desordenarlos y buscar otro orden, el nuestro, el propio, aquel que nos dé identidad.
Se me viene a la cabeza la imagen del evangelio donde
Jesús, en la barca con sus discípulos, calma la tempestad. No
la impide; la tormenta sucede, pero Jesús la calma. Él permite
la tempestad.
Buscarse, para conectarse con uno mismo, para
descubrir fortalezas y debilidades, aquello que me gusta y eso
que no quiero para mi vida; volver a escuchar consejos… lo que
desean mis padres, mis amigos, mi Iglesia y, teniendo eso en
cuenta, decidir o, mejor dicho, ir decidiendo porque la búsqueda
no se termina ni a los 22 ni a los 30 años.
Francisco era un joven como cualquier otro de su tiempo.
De familia burguesa, acomodada, trabajaba en el comercio de telas
de su padre, Don Pedro Bernardone. Era un buen pibe, siempre
daba limosna al que se lo pedía por ‘el Amor de Dios’. Salía los
fines de semana con sus amigos y amigas, comían y bebían, y
salían cantando o gritando por las calles de Asís. Pero más allá de
esta superficie, que todos tenemos, Francisco deseaba, y deseaba
en grande. En lo profundo de su corazón, en aquel lugar donde
nadie o casi nadie llegaba, Francisco estaba inquieto. Sabía lo que
quería: ser un caballero, un noble. Sabía cómo lograrlo: uniéndose
a la expedición bélica de algún conde y luchando heroicamente,
ganarse el derecho a ser parte de la nobleza. Era un deseo válido,
noble, de un joven que iba a esforzarse por lograr su cometido.
Y finalmente se le presenta la oportunidad: estalla un conflicto
entre dos pequeñas ciudades y él decide ir a pelear. Prepara su
caballo, su armadura y su espada. Se le infla el pecho de orgullo
al mirarse al espejo; su familia lo despide orgullosa también. A los
pocos días, Francisco regresa solo a Asís bajo la mirada curiosa de
los vecinos. Su familia lo recibe; su padre no entiende, se enoja, lo
insulta. ¡Qué deshonra! Su hijo iba a volver como caballero y, sin
embargo, volvía solo, callado, sin muchas explicaciones.
¿Qué había sucedido? A mitad de camino, cuando
acamparon para pasar la noche, Francisco oyó al Señor que
le hablaba familiarmente: «Francisco, ¿quién piensas podrá
beneficiarte más: el señor o el siervo, el rico o el pobre?» A lo que
Francisco contestó que, sin duda, el señor y el rico. Prosiguió la
voz del Señor: «¿Por qué entonces abandonas al Señor por el siervo y, por un pobre hombre, dejas a un Dios rico?» Contestó Francisco: «¿Qué
quieres, Señor, que haga?» Y el Señor le dijo: «Vuélvete a tu tierra».¹
Así comienza el camino de obediencia de Francisco, y la
crisis. El joven salió, montado a caballo, a cumplir sus deseos y
volvió solo y confuso, pero sabiendo que estaba por encontrar algo
más valioso aún. Su familia no lo entendía, se sentía avergonzada,
los muchachos de Asís lo llamaban cobarde, fracasado. Eso era
Francisco a los ojos del mundo. Y Francisco empieza a buscar: ¿qué
era lo que Dios tenía preparado para él?, ¿qué se escondía detrás
de sus deseos terrenales? Para eso, Francisco decide abandonar su
vida anterior, su trabajo y su vida social. Necesitaba tomar distancia
de todo aquello que le impedía ver más allá, que lo ataba y limitaba.
Y lo amargo se convirtió en dulce. Francisco iba con su
caballo, cuando un leproso se le cruzó en
el camino. Se horrorizó al verlo y al sentir
su olor; sin embargo, recordó el propósito que
había hecho de ‘vencerse a
sí mismo’, bajó del caballo y
besó al leproso. Desde ese
momento, Francisco nunca
más se alejó de aquellos marginados,
entregándoles su vida. Y siguió buscando
la soledad, los momentos de oración, de
silencio y de lágrimas. Continuó, sin embargo,
practicando la caridad con todos, especialmente
con sus hermanos más pobres. Nadie de su
entorno lo comprendía o avalaba. El aún no sabía
cuál era su camino.
A los pocos días, cuando se paseaba junto a la iglesia
de San Damián, percibió en espíritu que le decían que entrara
a orar en ella. Luego de entrar, se puso a orar fervorosamente
ante una imagen del Crucificado que, piadosa y benignamente,
le habló así: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba?
Anda, pues, y repárala». Y él, con gran temblor y estupor,
contestó: «De muy buena gana lo haré, Señor». Entendió que se
le hablaba de aquella iglesia de San Damián, que, por su vetusta
antigüedad, amenazaba inminente ruina.² Y Francisco comenzó
a comprender; dedicó su tiempo y su dinero a reparar esta
capilla y otras más, cumpliendo al pie de la letra el pedido del
Crucificado. La persecución contra él aumentó, especialmente
de parte de su padre. Todo Asís veía en Francisco a un loco, y de alguna manera lo era.
La búsqueda vocacional del Hermano Francisco duró
aproximadamente cinco años. Comenzó con crisis, fracasos y
enfermedades. Toda su biblioteca mental se desmoronó y él, con
la compañía del Resucitado, la fue ordenando con dolor, soledad,
menosprecio y marginación. Sus grandes ambiciones de servir a
un noble y volverse caballero se transformaron en el deseo de
seguir a Jesús pobre y crucificado. Sus deseos de disfrutar la vida
con los jóvenes de Asís, dando banquetes y grandes fiestas, se
convirtieron en deseos de comer lo que pudiese mendigar, y lo
que le quedase luego de compartirlo con los demás pobres. Y lo amargo se convirtió en dulce; lo que él tenía por fracaso se convirtió en éxito. Lo que él tenía por pérdida resultó ser ganancia.
Animémonos a dudar, a cuestionar, a replantear, a desordenar
y a volver a ordenar, a aprender. Seamos hombres y mujeres en
búsqueda; sepamos que nuestros deseos son más profundos de
lo que creemos y que es el Resucitado el que nos habla a través de
ellos. Confiemos, como lo hizo el Hermano Francisco; confiemos
ciegamente en la Palabra de Dios y en sus diversas formas de
manifestarse, a pesar de que ‘los ojos del mundo’ nos desprecien.
Jesús y el Hermano Francisco tuvieron que derribar para construir:
jóvenes, ¡animémonos!
Francisco, ¿No ves que mi casa se derrumba? Ve y repárala
¹ Leyenda Mayor San Buenaventura.² Leyenda de los Tres Compañeros.
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