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Juárez y la Intervención Francesa: La última defensa de la independencia nacional Mtro. J. Omar Ramírez Peraza RcEtRatio No. 3.indd 93 15/12/11 18:11

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Juárez y la IntervenciónFrancesa: La última defensade la independencia nacional

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JUÁREZ Y LA INTERVENCIÓN FRANCESA:LA ÚLTIMA DEFENSA DE LA INDEPENDENCIA NACIONAL

Mtro. J. Omar Ramírez Peraza*

El presente ensayo pone ante sus ojos el período más importante de la obra de Juárez y los liberales de la Reforma: la construcción del Estado moderno liberal. En la mente de estos hombres se fraguó

desde la concepción ideológica y política, hasta la misma idea de mercado. El desarrollo capitalista en México y Latinoamérica tuvo un proceso histórico inverso al que se dio en Europa. Mientras que en el viejo continente fue la ampliación de los mercados lo que propició la creación de los Estados nacionales, en nuestro país fue el mismo Estado el que se encargó de fomentar la creación del mercado. Por eso, hasta hoy, es promotor y sustento de la economía, lo cual deriva en una marcada dependencia de la sociedad mexicana hacia su propio Estado.

La intrincada y misteriosa personalidad de Juárez ha creado un mito a su alrededor, y su actitud impasible y circunspecta, guió a intelectuales y militares liberales del siglo XIX, al triunfo de la República sobre las bayonetas francesas, que auspiciaban el segundo imperio mexicano. Juárez se convirtió en un símbolo de la política y el nacionalismo mexicanos. Tan es así, que el zapoteca aparece en, por lo menos, uno de los tantos murales de los tres grandes pintores: Rivera, Orozco, y Siqueiros, como actor fundamental de nuestra historia.

La intervención francesa marcó el triunfo final de los liberales frente a los conservadores. Es la victoria de la sociedad laica, y la secularización del Estado. Se cumplió el objetivo de restablecer los principios democráticos del liberalismo.

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I. La Convención de Londres.

Las fuerzas reaccionarias derrotadas no estaban liquidadas y mucho menos permanecían conformes con el triunfo liberal en la Guerra de Reforma. En su desesperación por cambiar el curso de los acontecimientos, tentaron a la suerte y coquetearon con las potencias europeas.

Mientras tanto, en el ámbito internacional, las presiones de los poderosos países de Europa que hostigaban al gobierno constitucional de Juárez, sobre querellas y deudas pasadas, crecían, sin importar si tenían justificación o no, pero aún más, resultaban arbitrarias e injustas a la luz de los acontecimientos en México.

Al final, sólo fueron pretextos esgrimidos a favor de una intervención armada, que sirviera para establecer algún tipo de monarquía auspiciada por España, Francia o Inglaterra. Asunto que con atingencia procuraban los conservadores. Juan Antonio de la Fuente, representante plenipotenciario del gobierno mexicano ante Francia, Inglaterra y España, no fue escuchado por ninguno de ellos.

Por otra parte, los gobiernos de los tres países se organizaron en torno a la denominada Convención de Londres que estableció que las tres naciones acordaban participar en una operación naval militar conjunta, frente a las costas de Tampico y Veracruz. Puestos de acuerdo, se procedió a firmar la mencionada Convención el 31 de octubre de 1861, por medio de la cual la reina Isabel de España, la reina Victoria de Inglaterra y el emperador Napoleón III (sobrino de Napoleón Bonaparte), se comprometían a adoptar las medidas necesarias para enviar al golfo, fuerzas de mar y tierra, combinadas, para ocupar posiciones militares del litoral, si fuese necesario, para el reclamo de sus deudas.

Después de varios encuentros entre los representantes de las naciones, los tres aliados publicaron un manifiesto colectivo dirigido a la nación mexicana en el cual aseguraban que venían animados de buenos y nobles deseos, a tender una mano comprensiva al pueblo, víctima de constantes

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guerras civiles y convulsiones que han agotado su vitalidad.1

La proclama no causó ninguna satisfacción al interior del gobierno constitucional, se le veía poco franca; pues mientras se quería evitar la sospecha de intervención, ésta se confirmaba por todo el aparato de guerra desplegado. A este efecto, invitaba a todos los plenipotenciarios, a pasar a Orizaba, para discutir y concluir, con los comisionados mexicanos, los convenios que aseguraran a las potencias aliadas la satisfacción de sus reclamaciones.

España e Inglaterra desistieron de su presión militar y llegaron a un acuerdo de principio, cosa que no sucedió con Francia, que no cejó en las exigencias al gobierno mexicano. Los planes de su gobierno se oponían a la conclusión de un acuerdo con México. El comisionado de Francia Saligny, presentó un ultimátum que resultaría inaceptable para los liberales. La nota enviada al presidente Juárez exponía las deudas y la falta de seguridad de sus conciudadanos. En su respuesta, el gobierno constitucional argumentaba que, como todos los pueblos obedecían al gobierno republicano, carecía de objeto la misión civilizadora del ejército francés, y aseguraba que todas las demandas serían atendidas sin necesidad del uso de la fuerza.

Eran tan claras las intenciones de Francia, que el mismo comisionado español, el general Prim lo advirtió en una carta dirigida a Napoleón III:

Vuestra Majestad rige los destinos de una gran nación, rica en hombres entendidos y valerosos, rica en recursos y brotando de entusiasmo siempre que se trata de secundar las miras de vuestra majestad. Harto fácil le será a v. m. conducir al príncipe Maximiliano a la capital y coronarlo rey, pero este rey no encontrara en el país mas apoyo que el de los jefes conservadores, quienes no pensaron establecer la monarquía cuando estuvieron en el poder, y piensan en ello hoy que están emigrados, dispersos, vencidos.2

1 Lilia Díaz, “El liberalismo militante”, en Historia General de México, El Colegio de México, México, p. 129.2 Fernando Benítez, Un indio zapoteco llamado Benito Juárez, Punto de Lectura, México, 2006, p. 234.

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El momento en que el gobierno mexicano negociaba los preliminares del Tratado de la Soledad, Francia rompió las negociaciones con el arribo de los refuerzos, muestra de que Napoleón III deseaba intervenir en México. La situación la veía desde el punto de vista de la expansión de los intereses de Francia en el mundo. México se convirtió en un botín político, como lo eran Argelia e Indochina, la idea era crear una potencia imperial, que compitiera con los ingleses.

Después de una acalorada discusión entre los ministros plenipotenciarios, éstos llegaron a la conclusión de romper la Convención de Londres y continuar cada uno con su propia política exterior. Al día siguiente se informó al gobierno constitucional de Juárez acerca de la ruptura, del reembarco de las fuerzas españolas e inglesas y del retroceso de los franceses a Paso Ancho, en Veracruz, conforme a lo pactado en los preliminares de La Soledad. Sin embargo, el ejército francés no quiso regresar después a sus naves, por el contrario, decidió avanzar hacia la Ciudad de México.

Juan Nepamuceno Almonte, (hijo natural de Morelos)3 y otros miembros influyentes del partido conservador llegaron a Veracruz proclamando su decisión de cambiar la forma de gobierno a México. Juárez expidió de inmediato un decreto el 25 de enero declarando traidores y forajidos a todos los mexicanos que colaborasen con los franceses, prestándoles auxilio de cualquier índole, además de fusilar a todo aquel que participara directamente con los invasores.4 Y por otro lado, autorizó a los gobernadores de los estados organizar guerrillas y utilizar con libertad los fondos públicos para resguardar a la nación. Este fue el inicio de una larga lucha por defender la soberanía de México frente al embate imperialista francés.

II. Juárez y la Guerra de Intervención Francesa.

La circunstancia no pudo ser mejor para los franceses. La coyuntura histórica abrió las puertas a la intervención, ya que en abril de 1861 3 Almonte fue el encargado, por parte del Partido Conservador, de negociar con Napoleón III la llegada de Maximiliano y Carlota, archiduques de Austria al trono de México.4 Brian Hamnett, Juárez. El Benemérito de las Américas, Editorial Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, p.180.

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estalló la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Esto permitió exponer el verdadero objetivo de Napoleón III, establecer un imperio sostenido y apoyado por los franceses. Para ello envió un ejército inicial de veinte mil hombres, que después superaría los 30 mil, al mando del General Lorencez. Entre 1861 y 1865, el proyecto mexicano era una prioridad para la política exterior gala, y en ese tiempo Francia era percibida como la principal potencia de la Europa continental.

La guerra se inauguró con un desastre militar para los hombres de Napoleón III, la famosa derrota del 5 mayo de 1862 en Puebla. Esta victoria de un ejército irregular frente a la máxima potencia militar europea, tuvo fuertes repercusiones en el viejo continente ya que ponía en evidencia las debilidades políticas y militares del segundo imperio francés, y cuestionaba la aventura mexicana del sobrino de Napoleón Bonaparte.

La victoria en Puebla, permitió al gobierno de Juárez, ganar tiempo y mantener el control de los valles centrales por un año más. Con ella se demoró el avance de las tropas invasoras hacia el interior del país, lo que sirvió para postergar su instalación.

El imperio mexicano se diseñó para dar expresión a las ideas políticas de Napoleón III al otro lado del Atlántico, en particular contener la política expansionista de Estados Unidos en México. El hombre llamado a ser Emperador de México fue Maximiliano, perteneciente a la dinastía de los Habsburgo, quién firmó los tratados de Miramar, junto con los conservadores mexicanos y Napoleón III, en los cuales se establecía claramente que la presencia militar francesa en México sería temporal, y mientras ayudase al establecimiento del imperio mexicano. Sin embargo, al mismo tiempo significaba la válvula de escape del emperador francés para retirarse en el momento conveniente, como finalmente ocurrió.

En septiembre de 1862, arribó a Veracruz el general Forey, para hacerse cargo de las operaciones militares y, poco después, en octubre, desembarcó el general Bazaine con más tropas francesas hasta alcanzar el número de treinta mil hombres.

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Napoleón III estaba decidido a establecer un gobierno imperial. Parte importante de la empresa francesa fue la firme intención de construir el canal transoceánico del Istmo de Tehuantepec, asunto muy polémico desde la firma de los tratados Mc Lane–Ocampo, que nunca llegaron a concretarse.

Después de la derrota del 5 de mayo en Puebla, la ciudad fue sitiada durante 62 días, y en el inter, el general Zaragoza enfermó y murió, por lo que el mando de las tropas federales quedó a la orden del general González Ortega, sin embargo, éste capituló el 17 mayo de 1863. Los franceses se prepararon para continuar su avance a la Ciudad de México, y ante tales hechos Juárez decidió abandonar la capital y trasladar su gobierno a San Luis Potosí.

El 10 de junio hizo su entrada el ejército invasor y al día siguiente decretó la formación de una Junta de Gobierno, que detentaría el Poder Ejecutivo, mientras se instalaba el imperio. La junta determinó que la nación adoptaría la monarquía moderada y hereditaria, a favor de un príncipe católico que tomaría el título de Emperador de México.

Mientras tanto Juárez expidió una circular para todos los gobernadores de los estados llamándolos a reunir toda clase de instrumentos de guerra para la defensa nacional. En Zacatecas, Jalisco, Guanajuato, San Luis Potosí, Querétaro, Michoacán, Durango y Chihuahua, se acumulaban elementos de resistencia. En tanto, en la Ciudad de México se conjuntaban las tropas francesas y conservadoras para formar un solo ejército. En julio de 1864, Forey fue nombrado Mariscal en Francia, y tuvo que volver y entregar el mando al general Bazaine.

El avance del ejército franco-mexicano hacia el interior del país casi no encontró resistencia para ocupar las principales poblaciones del centro. Juárez consideró que las tropas liberales no estaban aptas para detener el avance hacia San Luis Potosí, de un ejército que reunió cuarenta y cinco mil hombres. Por lo tanto, decidió trasladar su gobierno a la ciudad de Saltillo; tres días después de su partida, llegó Leonardo Márquez a la

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capital potosina. Así empezó el periplo del gobierno itinerante de Juárez.

El ejército franco-mexicano continúo su marcha hacia el norte y occidente del país ocupando Morelia, Guadalajara, Zacatecas y Aguascalientes, lo que aseguraba el control estratégico de las plazas más importantes del país. Ante tales acontecimientos los generales Manuel Doblado, Vidaurri y González Ortega, pidieron formalmente a Juárez que se separara del cargo de presidente como medio para negociar el fin de la intervención. Juárez se negó argumentando que no era su persona la atacada por los invasores y conservadores, sino la forma republicana de gobierno y él estaba resuelto a defender a las instituciones liberales, para lo cual tenía que permanecer al frente del gobierno. Así lo expresó:

Si yo fuera simplemente un particular, o si el poder que ejerzo fuera la obra de algún vergonzante motín, como sucedía tantas veces antes que la nación toda sostuviera a su legítimo gobierno, entonces no vacilaría en sacrificar mi posición, si de este modo alejara de mi patria el azote de la guerra.5

Cualquier componenda con el imperio implicaba chocar contra todo lo que Juárez defendió a lo largo de su carrera. Entraba directamente en conflicto con su pensamiento, ya que siempre creyó que había que desterrar esa “vieja costumbre de negociar con el crimen”.

Empujado por el avance de las tropas invasoras, Juárez volvió a cambiar la capital de la república a Monterrey. Al gobierno constitucional no le quedaba más que el control de Nuevo León, Coahuila, Baja California, Durango, Chihuahua, Sonora y Sinaloa; en el sur, Guerrero y Oaxaca, el resto del país estaba en manos de los franceses.

Las batallas entre ambos ejércitos proseguían, sin embargo, los triunfos en su mayoría eran para los imperialistas, pero no se podía hablar de una total derrota de los juaristas, pues cuando eran vencidos se dispersaban y posteriormente volvían a reunir sus fuerzas. Las tropas del general Bazaine 5 Rafael de Zayas Enríquez, Juárez, su vida / su obra, Editorial Sepsetentas, tercera edición, México, 1972, p. 239.

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ocupaban una inmensa parte del territorio, incluyendo las ciudades más importantes del centro, occidente y norte del país; pero el problema era dominar permanentemente los lugares ocupados. Juárez estaba convencido que con la invasión francesa y la implantación del imperio, la supervivencia del Estado soberano que emergió de la guerra de tres años estaba en riesgo absoluto. Tenía claro que la lucha era a morir porque así lo expresaba su propia naturaleza de sometimiento, a lo cual ni Juárez ni ningún otro patriota estaba dispuesto, por lo que la guerra se mantendría.

Esta era la situación militar en mayo de 1864, víspera de la llegada de Maximiliano a México. Habiendo aceptado el trono del imperio, el archiduque de Habsburgo estableció su gobierno con la colaboración de los conservadores. Además decretó la formación de un consejo de estado cuyo presidente fue José María Lacunza, junto con ocho consejeros y ocho auditores. Igualmente constituyó su gabinete particular, compuesto por hombres de diversas naciones que desconocían el idioma, costumbres y necesidades del país. Su primer error político fue éste, rodearse de personas que estaban desvinculadas de la realidad.

Otra labor fue intentar reconciliar a la clase política, y para ello buscó ganarse a los liberales moderados para la causa del imperio, en realidad Maximiliano no era conservador sino un liberal consumado. De hecho el desagrado que sentía por los conservadores se manifestó cuando el emperador mando fuera del país a sus dos jefes militares: Miramón y Márquez, al primero lo envió a Berlín para que estudiara técnicas militares y artillería; al segundo lo mandó como embajador plenipotenciario a Constantinopla, capital del Imperio Otomano. Ambos regresaron posteriormente a petición del mismo Archiduque para tratar de evitar la inminente caída del imperio.

Durante los dos primeros años, el imperio estuvo hostigado por la Iglesia ante la negativa de Maximiliano de rescindir las Leyes de Reforma con las que él estaba de acuerdo. Se negó a restablecer las órdenes religiosas; la exclusividad de la iglesia en la supervisión de la educación; el derecho

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eclesiástico de posesiones patrimoniales, así como el establecimiento de la religión católica como única. El propio Maximiliano era proclive a la tolerancia de cultos.

El nuncio apostólico, Pedro Francisco Meglia, llegó con la misión de anular todas las leyes que herían los derechos sagrados, declararlas inoperantes y sustituirlas por otras que repararan las injusticias cometidas en contra de la iglesia. La gestión fracasó y el rompimiento entre Maximiliano y los clérigos se consumó a mediados de 1865. Esto iría socavando los apoyos al imperio.

Otro asunto toral dentro de las preocupaciones del emperador lo constituyó la cuestión financiera. El primer préstamo realizado por Napoleón III se agotó casi todo en la Guerra de Intervención, así que el imperio estaba trabajando con números rojos. El gobierno francés otorgó un segundo préstamo por 70 millones de francos, sin embargo, Maximiliano era consciente de la necesidad de que el país generara sus propios recursos. Napoleón envío a dos ministros de finanzas, Bonnefonds y Langlis, para realizar reformas hacendarias, pero ambos corrieron la misma suerte, enfermaron y murieron.

La situación financiera del imperio era tan desesperante que en mayo de 1866, Maximiliano le expresó a Napoleón III que si no venían en su ayuda se declararía en quiebra y licenciaría a las tropas. Después de esto el emperador de los franceses resolvió darle al mexicano una subvención de 500 mil pesos mensuales para sobrellevar los gastos del imperio. Dos meses después se suspendió el pago al ver que no se podría sostener por mucho tiempo. La suerte estaba echada.

Juárez detectó con exactitud la falla de la estrategia del ejército franco-mexicano: su incapacidad para lograr el control de todo el país en una conquista veloz. Esto garantizó que, a pesar de las desventajas militares, los liberales aún mantenían viva la esperanza de recuperarse militarmente. No obstante, el avance de los franceses hacia el norte obligó a Juárez a mudar el gobierno de Chihuahua a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez),

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en 1865. Y afirmó:

Si el enemigo avanza hasta este pueblo, nos hará un favor, pues mientras más extiendan sus líneas de comunicaciones, más débiles se vuelven.6

Al iniciarse el año de 1866 Maximiliano se enteró de forma extraoficial de la próxima evacuación de las tropas francesas, lo que a la postre significaría su derrota. Napoleón tratando de anticiparse a un fracaso, ordenó la salida de sus ejércitos. Bazaine con toda intención retrasó la formación de un ejército imperial separado del francés con el que Maximiliano esperaba independizarse de la protección francesa.

Bazaine y otros comandantes franceses llegaron a ciertos acuerdos privados con Porfirio Díaz y otros generales liberales, para que permitieran el libre paso a sus tropas sin ser molestadas durante su retirada. Eso dejó en el abandono a las fuerzas imperiales, mal equipadas y con escaso entrenamiento, momento que aprovechó Maximiliano para repatriar a los generales Márquez y Miramón, a efecto de que lo asistieran en la guerra. Esta noticia animó también a las fuerzas republicanas, que veían en el inicio de la retirada el principio del fin de la guerra.

El regreso del ejército napoleónico dejó a Maximiliano abandonado a su suerte, así el período que corre de diciembre de 1866 a junio de 1867 se convirtió en la terminación del imperio. En medio de esta prolongación de la guerra entre conservadores y liberales, el archiduque de Austria tuvo que pagar con su vida el atrevimiento de crear un imperio auspiciado por Francia. III. Juárez y la caída del imperio.

Estos hechos ratifican la idea de que Maximiliano fue traído a engaños, porque todo resultó ser una sarcástica paradoja para los conservadores, cuando fueron confirmando poco a poco que las políticas del emperador favorecían más a los liberales, y no a los intereses particulares de los 6 Ralph Roeder, Juárez y su México, Tomo II, SEP, segunda edición, México, 1958, p. 306.

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reaccionarios.

Para fortuna de sus seguidores, Juárez siempre pudo contar con el apoyo de los estados del norte del país: Sonora, Sinaloa, Chihuahua y Durango, en los años más duros de la intervención, entre 1864 y 1865. Una sencilla explicación en torno a las raíces que echó el juarismo en el norte del país fue la prolongada presencia de Juárez en la zona.

La determinación de Juárez para mantenerse en el poder, no fue tanto por avidez, ni porque se creyese indispensable, sino por la profunda desconfianza que le provocaban sus correligionarios y militares liberales, propensos a pactar con el imperio. Juárez consideraba que sus generales eran poco honestos políticamente y no se habían distinguido mucho en el campo de batalla. Por otro lado, no se fiaba en que los políticos liberales rivales a él fuesen a hacer la guerra sin tregua a los franceses y al imperio.

Los franceses comenzaron a replantear su estrategia después del fin de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. Bazaine decidió concentrar sus tropas en San Luis Potosí, lejos de la frontera norte. Dos cosas lo motivaron; la negativa del gobierno estadounidense a reconocer al imperio; y evitar cualquier incidente fronterizo que pudiera llevar a Francia a un conflicto armado con Estados Unidos.

La conclusión de la guerra civil en Estados Unidos hizo imperativo agilizar la evacuación del ejército francés, aún cuando no existía un peligro real de guerra entre los dos países. Para finales de 1865, la retirada se había convertido en una cuestión prioritaria. Napoleón quería que se fijara una fecha exacta para la salida e instaba a que fuera en enero de 1866, y que un año después fuera la etapa final de evacuación del ejército francés. Esto hizo todavía más apremiante que el gobierno de Maximiliano organizara el Ejército Imperial Mexicano como una fuerza capacitada para defender al imperio. Al mismo tiempo Juárez escribía:

El pánico se apodera de los imperialistas y los nuestros están cada vez más alentados con la convicción de que el triunfo de la República es ya

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indefectible y seguro. En toda la frontera renace la guerra de un modo imponente y satisfactorio.7

Maximiliano recibió un duro revés diplomático al no obtener por parte de los estadounidenses el reconocimiento del imperio. Al contrario, cuando finalizó la guerra civil en Estados Unidos, el presidente Andrew Johnson manifestó su resolución de no consentir que la voluntad del pueblo mexicano fuera “sofocada” por las bayonetas francesas.

En noviembre de 1865 el secretario de estado norteamericano Seward expresó claramente al cónsul en Nueva York que era:

Un hábito fijo del gobierno americano es no entrar en relaciones oficiales con agentes de partidos, en cualquier país, que estén en actitud de revolución contra la autoridad soberana del mismo, con la que Estados Unidos se encuentra en amistosa relación diplomática.8

Esto brindaba la certeza a los liberales, que si Estados Unidos intervenía, lo haría a favor de la república y no del imperio. Lo menos que se aseguraba era la neutralidad americana. Al partir el ejército francés, en marzo de 1867, el imperio apenas dominaba las ciudades de México, Puebla, Veracruz, Querétaro y Morelia, el resto del país estaba en manos de los juaristas.

La ciudad de Querétaro era el punto donde se reunirían las fuerzas imperiales para hacer frente al ejército de occidente comandado por Corona y al del norte dirigido por Escobedo. El ejército defensor de Maximiliano contaba con diez mil hombres. Mientras que Escobedo por sí solo tenía bajo su mando a veinte mil soldados.

El otro tema que se plantearon los franceses era si Maximiliano debería regresar a Europa o quedarse en México. Para el general Bazaine el imperio carecía de apoyo popular, la evacuación del norte era esencial y que Maximiliano debería poner coto a las pérdidas y regresar con los 7 Fernando Benítez, Op.cit., p. 329.8 Lilia Díaz, “El liberalismo militante”, en Historia General de México, El Colegio de México, México, p.155.

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franceses.

De la primavera de1866 al verano de ese mismo año, las fuerzas juaristas avanzaron por el norte del país. Ese mismo mes Napoleón le escribió una carta a Maximiliano diciéndole que en lo sucesivo sería imposible para Francia “ayudar a México “, ya fuera con hombres o dinero.9 A partir de esa fecha, la suerte para los liberales empezó a cambiar desde el punto de vista militar. Los franceses, en realidad, solo eran dueños del suelo que pisaban, pues sufrían continuamente los ataques de las guerrillas.

A Maximiliano siempre le fue antipático Bazaine, y desde octubre de 1866 solicitó a Napoleón que le ordenara regresar, aunque pronto tuviera el emperador que valerse por sí mismo. El emperador se negó la oportunidad de aprovechar el conocimiento experto del general francés sobre la naturaleza de la cuestión mexicana, y prefirió dejarse aconsejar por su comitiva y los conservadores que ocuparon el sitio dejado por los galos.

Maximiliano se dirigió hacia Orizaba, y ahí se detuvo para meditar sobre el tema de la abdicación. Pero su esposa Carlota lo detuvo mientras ella viajaba a Europa a negociar algún acuerdo con Napoleón III, pero la negativa de éste y las presiones conservadoras, más la influencia del padre Fischer, un jesuita alemán que era su confesor, lo persuadieron para que se quedara en México a dar la batalla. Incluso su madre la archiduquesa Sofía de Austria, le exigió a su hijo que hiciera “honor a su raza” y antes que volver a Europa como parte del equipaje del ejército francés, preferiría verlo sepultado bajo los escombros de su imperio, que doblegado a las exigencias de Napoleón III.10

Para este momento, Miramón y Márquez regresaron de su exilio “diplomático” en Europa, para reorganizar al ejército imperial y realizar un último intento por la causa conservadora. Ambos generales formaron tres ejércitos de diez mil hombres, ayudados con recursos de la iglesia y la aristocracia.9 José Fuentes Mares, Juárez, los Estados Unidos y Europa, Edit. Grijalbo, México, 1983.10 Fernando Benítez, Op. cit., p. 331.

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A finales de enero de 1867, la famosa carroza negra que transportaba a Juárez, Lerdo e Iglesias, llegó a Zacatecas y ahí estuvo a punto de ser interceptada por Miramón, en un rápido ataque que éste propinó a la ciudad. Juárez y sus colaboradores abandonaron el carruaje y apenas lograron huir en caballo. Mientras tanto, al saber de la caída de Zacatecas, Maximiliano se imaginó a Juárez hecho prisionero, junto con su gabinete, y de inmediato giró la orden a Miramón para que en el caso de capturar al oaxaqueño y sus hombres, les aplicara consejo de guerra y se les juzgara por la ley que los proscribía, lo que significaba la muerte.11

Juárez y su grupo se encontraron con la noticia de que Maximiliano había ordenado su ejecución una vez capturados. Se ha argumentado que esta decisión del emperador, mucho influyó a la hora de ser capturado y juzgado, puesto que con esta actitud los imperialistas ponían la vara para medir la justicia de la guerra.

El general Mariano Escobedo emprendió el contraataque desde Zacatecas, y salió al paso de Miramón. En una tenaz lucha en la hacienda de San Jacinto, hizo retroceder al ejército de éste hasta la ciudad de Querétaro. Esta derrota desconsoló más a Maximiliano quien escribió una carta a su leal ministro Teodosio Lares, que entre otras cosas decía:

El imperio no tiene pues en su favor la fuerza moral ni la fuerza material; los hombres y el dinero huyeron de él y la opinión se pronuncia de todas maneras contra él. Las fuerzas republicanas, que injustamente se han tratado de representar como desorganizadas, desmoralizadas y solo animadas por el deseo de pillaje, prueban con sus actos que constituyen un ejército homogéneo, estimulado por el valor y la habilidad de su jefe y sostenido por la grandiosa idea de defender la independencia nacional.12

El 14 de enero de 1867, el ejército occidental del general Ramón Corona tomó la ciudad de Guadalajara. Posteriormente cayó Morelia, San Luis Potosí y Guanajuato. También para estas fechas a Cuernavaca entró 11 Ralph Roedor, Op. cit., p. 391 y Zayas Enríquez, Op. cit., p. 3.12 Zayas Enríquez, Op. cit., p. 274.

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Diego Álvarez, hijo del general Juan Álvarez.

La administración de Juárez dejó Zacatecas para colocar su sede en San Luis. Mientras tanto Maximiliano se fue a Querétaro para tratar de atajar el avance republicano. Antes de salir encomendó a Lacunza, presidente del Consejo de Ministros, promulgar su abdicación en caso de ser capturado. La salida de la Ciudad de México por parte del emperador austriaco, animó a Porfirio Díaz, que comandaba el ejército de oriente, para aprovechar la circunstancia y tomar primero la ciudad de Puebla, en donde se apostó para reunir más fuerzas, pues su objetivo era apoderarse de la capital del país, pero para ello necesitaba abastecerse y preparar el asedio.

Para entonces las tropas apostadas en torno a Querétaro, estaban al mando de Escobedo y Corona. Los dos generales liberales alcanzaron a reunir 40 mil hombres para sitiar la ciudad, donde dejaron atrapados a Maximiliano y sus generales Miramón, Márquez y Mejía, por más de 70 días. Márquez logró romper la línea enemiga para buscar apoyo en la Ciudad de México, pero se topó con la campaña que había lanzado Porfirio Díaz para hacerse de la capital del país. Esto privó a Maximiliano de la única esperanza de salvación, ya que Márquez quedó impedido de volver a Querétaro con refuerzos por la necesidad de tener que enfrentar a Díaz, quien se encontraba en Puebla con quince mil hombres dispuesto a atacar.

Mientras tanto en Querétaro Miramón y Mejía continuaban tratando de romper el cerco, sin embargo, la falta de víveres, los refuerzos que no llegaban y el tiempo, comenzaron a causar estragos; los alimentos escaseaban, y se recurría a préstamos forzosos impuestos a los habitantes de la ciudad para mantener a las tropas imperiales.

Al fin Querétaro cayó en manos de Escobedo, el 15 de mayo de 1867. Como anecdotario histórico vale decir que se sostienen dos versiones sobre la captura de la ciudad. La primera sustenta que fue el propio Maximiliano quien entregó la plaza por medio del coronel Miguel López, mientras que

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la otra versión argumenta que este oficial fue quien traicionó al emperador. Así lo explica Fernando Benítez: “Miguel López, coronel del regimiento de la emperatriz y favorito de Maximiliano, quien se encontraba al mando en el cerro de La Cruz, se entrevistó con Escobedo y le entregó su posición. Ocupado el convento de La Cruz la plaza estaba perdida.”13

Veinte años después, ante las constantes acusaciones de haber sido cómplice de López, el general Mariano Escobedo rompió el silencio y dijo que el emperador había enviado a López para solicitar que la única forma de evitar mayor derramamiento de sangre era abandonar la plaza, para lo cual sólo pedía salir en paz con las personas a su servicio y custodiado por el regimiento de la emperatriz hasta Tuxpan o Veracruz, donde lo esperaría un navío para llevarlo a Europa. Escobedo respondió tajante que el gobierno constitucional no aceptaba nada más que la derrota incondicional y la entrega de la plaza.14

IV. Juárez y la ejecución de Maximiliano.

Juárez dispuso que Maximiliano y sus generales Miramón y Mejía fueran juzgados conforme a la ley del 25 de enero de 1862 que condenaba a la pena de muerte a todo aquel que atentara contra la independencia nacional. El 24 de mayo, Maximiliano, Miramón y Mejía fueron trasladados al ex convento de las capuchinas donde comenzó su juicio ante un consejo de guerra. El destino del emperador y sus generales era ineludible. Juárez expresa:

A Maximiliano, Mejía y Miramón se les ha mandado a juzgar por Consejo de Guerra, conforme lo marca la ley de 25 de enero de 1862. Pudiera habérseles ejecutado con sólo la acreditación de la persona, por hallarse en caso expreso en la citada ley; pero el gobierno ha querido que haya juicio formal en que se hagan constar los cargos y las defensas de los reos. Así se alejará toda imputación de precipitación y encono que la mala fe quiera atribuirle.15

13 Fernando Benítez, Op. cit., p. 341.14 Ibíd. p. 344.15 Fernando Benítez, Op. cit., p. 351.

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En el teatro Iturbide de Querétaro se llevó al cabo el Consejo de Guerra donde se pidió que fueran fusilados por delitos contra la independencia y seguridad de la nación. Debemos recordar que Maximiliano firmó un decreto infame contra los liberales, criminalizándolos por el simple hecho de tener armas o no estar a favor del imperio. Nada parecía salvar la vida del austriaco, ni las suplicas de Víctor Hugo, poeta y escritor francés, quien escribió al presidente:

Juárez haced que la civilización dé un paso inmenso. Abolid sobre la faz de la tierra la pena suprema. ¡Que el mundo vea esta cosa prodigiosa! ¡Que la nación en el momento de aniquilar a su asesino vencido, reflexione que es hombre y le suelte y le diga: Tú eras el pueblo como los demás! ¡vete! Esta será Juárez vuestra segunda victoria.”16

El secretario de estado de los Estados Unidos, Seward, declaró lo siguiente después de dada a conocer la ejecución:

“El gobierno de los Estados Unidos simpatiza sinceramente con la República de México, y tiene gran interés en su prosperidad; más yo debo expresar la creencia de que la repetición de las severidades referidas enajenarían las simpatías enervando su acción. Se cree que tales actos con los prisioneros de guerra según se ha dicho, no pueden elevar el carácter de los Estados Unidos Mexicanos en la estimación de los pueblos civilizados, y tal vez perjudique la causa del republicanismo, retardando su progreso en todas partes.”17

Garibaldi, líder de la unificación territorial y política de Italia, hombre admirado por los liberales por su espíritu republicano, considerado casi un hermano de sangre, también abogaba por la ley limpia de sangre. Juárez respondió a todos estos argumentos así:

El gobierno de México obra por necesidad en esta ocasión, negando los sentimientos humanitarios de los que ha dado, y dará todavía, pruebas 16 Ralph Roeder, Op. cit., pp. 399 y 400.17 Zayas Enríquez, Op. cit., p. 276.

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incontables. La ley y la sentencia son inexorables ahora, porque así lo exige la seguridad pública. La tumba de Maximiliano y de los demás será la redención de otros extraviados.

El gobierno que ha dado ya numerosas pruebas de sus principios humanitarios y de sus sentimientos generosos, debe tener presente también, según las circunstancias de los casos, lo que exigen los principios de justicia y su deber con el pueblo mexicano.

Se criticó mucho en su momento la inflexibilidad de Juárez ante la vida del austriaco, sin embargo, las razones no eran personales, era Razón de Estado la que motivó a los liberales a no retroceder en la determinación de fusilar a Maximiliano. México tenía que dar una lección al mundo sobre la importancia del respeto a la independencia y la soberanía nacional, y dejar claro que el país no toleraría en un futuro más intervenciones.18

Una acérrima crítica sobre la personalidad de Maximiliano salió de la pluma de Rafael Zayas Enríquez, biógrafo de Juárez, quien a principios del siglo XX, describió así el carácter del emperador:

Maximiliano era el diletante19 de todos los diletantismos. Diletante en marina, en ciencias naturales, en música, en literatura y en política. Tenía ambición pero hasta como ambicioso era diletante, pues se contentaba con querer sin poner los medios. Frívolo, inconstante, amigo de la ostentación, inconsecuente, era incapaz de llevar a cabo una empresa ardua y dilatada.

Tuvo el don de errar constantemente. En vez de ser conservador, alardeó de ser liberal; en vez de quedarse en su país vino a México; en vez de dedicarse a la organización de su gobierno, el ejército y su partido en México y ganarse a los franceses y el clero, hizo todo lo contrario.20

18 Ralph Roeder, Op. cit., pp. 398 y 400.19 Se aplica a la persona que cultiva un arte por pasatiempo, sin capacidad suficiente para ejecutarlo seriamente. Se ha extendido con significado a otros campos y actividades, a veces con sentido peyorativo, aficionado, amateur. María Moliner, Diccionario del uso del español, Tomo I, Editorial Gredos, Madrid, 2007, p. 1043.20 Zayas Enríquez, Op. cit., p. 251.

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Durante el tiempo que duró el juicio, Maximiliano buscó una entrevista con Juárez que nunca se materializó, lo único que logró es que el zapoteca le diera tres días de gracia para arreglar sus asuntos personales. Momento que aprovechó el ex emperador para escribir una carta al papa por los errores cometidos como emperador católico, con esto renegaba de sus tenues ideas liberales.

Juárez nunca conoció al emperador en vida, sino hasta después de muerto, y como ya estaba escrito que no debían encontrarse, Maximiliano escribió al oaxaqueño felicitándolo por su triunfo en la guerra y exhortándolo a que aprovechara su sangre: Que mi sangre sea la última derramada, y dedicad esa perseverancia que habéis demostrado en defensa de la causa que acaba de triunfar.21

La ejecución se realizó a las seis de la mañana del 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas. Privándose de su última prerrogativa, Maximiliano cedió el lugar en el centro a Miramón, en homenaje a un buen soldado, y le dijo: general, un valiente debe ser respetado hasta por los soberanos, permitidme pues, que al morir os ceda el puesto de honor.22 Antes de la descarga de fuego el austriaco exclamó: Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y libertad de México. ¡Que mi sangre selle la desgracia de mi nueva patria! ¡Viva México!23 Estas fueron las últimas palabras que pronunció antes de morir.

Juárez declaró que la muerte de Maximiliano era justa, necesaria, urgente e inevitable, pues así se ponía un ejemplo que garantizaría que México fuera respetado por las potencias europeas y se suprimiría el deseo de que otras naciones aventureras quisieran volver al país. Juárez pensaba que la clemencia era una debilidad. Bajo esta consideración, la vida del archiduque, en términos humanos, estaba más allá de todo miramiento, sobretodo cuando se trataba de restaurar la independencia y soberanía de la República.

21 Ralph Roeder, Op. cit., p. 403.22 Fernando Benítez, Op. cit., p. 357.23 Ibídem.

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La ciudad de México cayó en manos del general Porfirio Díaz el 21 de junio de 1867 y Veracruz el 27. Juárez salió de San Luis Potosí rumbo a la capital del país, en donde entró el 15 de julio para estampar la restauración de la República, satisfecho por haber cumplido con su palabra de defender la independencia, la integridad del territorio y la Constitución de 1857.

* Es licenciado en Relaciones Internacionales por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Estudió maes-tría y doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Se desempeñó como investigador visitante en el Colegio de México (COLMEX) y fue colaborador del diario Milenio, en su edición nacional. Actualmente es analista en la Contraloría del Poder Legislativo del Estado de México.

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El Desafío de las Brechas

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