juan pablo ii y dones espíritu santo

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  • 7/30/2019 JUAN PABLO II y Dones Espritu Santo

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    JUAN PABLO II

    REGINA CAELI

    Domingo 9 de abril de 1989

    Queridsimos hermanos y hermanas:

    1. Con la perspectiva de la solemnidad de Pentecosts, hacia la que conduce el perodopascual, queremos reflexionar juntos sobre los siete dones del Espritu Santo que laTradicin de la Iglesia ha propuesto constantemente basndose en el famoso texto deIsaas, referido al "Espritu del Seor" (cf. Is11, 1-2).

    El primero y mayor de tales dones es la sabidura, la cual es luz que se recibe de lo alto:es una participacin especial en ese conocimiento misterioso y sumo, que es propio deDios. En efecto, leemos en la Sagrada Escritura: "Supliqu, y se me concedi laprudencia; invoqu, y vino a m el espritu de sabidura. La prefer a cetros y tronos, y, ensu comparacin, tuve en nada la riqueza" (Sb7, 7-8).

    Esta sabidura superior es la raz de un conocimiento nuevo, un conocimiento impregnadopor la caridad, gracias al cual el alma adquiere familiaridad, por as decirlo, con las cosasdivinas yprueba gusto en ellas. Santo Toms habla precisamente de "un cierto sabor deDios" (Summa Theol. II-II, q.45, a. 2, ad. 1), por lo que el verdadero sabio no essimplemente el que sabelas cosas de Dios, sino el que las experimentay las vive.

    2. Adems, el conocimiento sapiencial nos da una capacidad especial para juzgar las

    cosas humanas segn la medida de Dios, a la luz de Dios. Iluminado por este don, elcristiano sabe ver interiormente las realidades del mundo:nadie mejor que l es capaz deapreciar los valores autnticos de la creacin, mirndolos con los mismos ojos de Dios.

    Un ejemplo fascinante de esta percepcin superior del "lenguaje de la creacin, loencontramos en el "Cntico de las criaturas" de San Francisco de Ass.

    3. Gracias a este don toda la vida del cristiano con sus acontecimientos, susaspiraciones, sus proyectos, sus realizaciones, llega a ser alcanzada por el soplo delEspritu, que la impregna con la luz "que viene de lo Alto", como lo han testificado tantasalmas escogidas tambin en nuestros tiempos y, yo dira, hoy mismo por Santa Clelia

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    Barbieri y por su luminoso ejemplo de mujer rica en esta sabidura, aunque era joven deedad.

    En todas estas almas se repiten las "grandes cosas" realizadas en Mara por el Espritu.Ella, a quien la piedad tradicional venera como "Sedes Sapientiae", nos lleve a cada unode nosotros a gustar interiormente las cosas celestes.

    JUAN PABLO II

    REGINA CAELI

    Domingo 16 de abril de 1989

    Queridsimos hermanos y hermanas:

    1. En esta reflexin dominical deseo hoy detenerme en el segundo don del Espritu Santo:el entendimiento. Sabemos bien que la fe es adhesin a Diosen el claroscuro del misterio;sin embargo es tambin bsqueda con el deseo de conocer ms y mejor la verdadrevelada. Ahora bien, este impulso interior nos viene del Espritu, que juntamente con lafe concede precisamente este don especial de inteligencia y casi de intuicin de la verdaddivina.

    La palabra "inteligencia" deriva del latn intus legere, que significa "leer dentro", penetrar,comprender a fondo. Mediante este don el Espritu Santo, que "escruta las profundidadesde Dios" (1 Co2, 10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante quele abre el corazn a la gozosa percepcin del designio amoroso de Dios. Se renuevaentonces la experiencia de los discpulos de Emas, los cuales, tras haber reconocido alResucitado en la fraccin del pan, se decan uno a otro; "No arda nuestro coraznmientras hablaba con nosotros en el camino, explicndonos las Escrituras?" (Lc24, 32).

    2. Esta inteligencia sobrenatural se da no slo a cada uno, sino tambin a la comunidad:a los Pastores que, como sucesores de los Apstoles, son herederos de la promesaespecfica que Cristo les hizo (cf. Jn14, 26; 16, 13) y a losfielesque, gracias a la "uncin"

    del Espritu (cf. 1 Jn2, 20 y 27) poseen un especial "sentido de la fe" (sensus fidei) queles gua en las opciones concretas.

    Efectivamente, la luz del Espritu, al mismo tiempo que agudiza la inteligencia de lascosas divinas, hace tambin ms lmpida y penetrante la mirada sobre las cosashumanas. Gracias a ella se ven mejor los numerosos signos de Dios que estn inscritosen la creacin. Se descubre as la dimensin no puramente terrena de losacontecimientos, de los que est tejida la historia humana. Y se puede lograr hastadescifrar profticamente el tiempo presente y el futuro: signos de los tiempos, signos deDios!

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    3. Queridsimos fieles, dirijmonos al Espritu Santo con las palabras de la liturgia: "Ven,Espritu divino, manda tu luz desde el cielo" (Secuencia de Pentecosts).

    Invoqumoslo por intercesin de Mara Santsima, la Virgen de la Escucha, que a la luzdel Espritu supo escrutar sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados enElla por el Todopoderoso (cf. Lc2, 19 y 51). La contemplacin de las maravillas de Diosser tambin en nosotros fuente de alegra inagotable: "Proclama mi alma la grandeza delSeor, se alegra mi espritu en Dios mi Salvador" (Lc1, 46 s.).

    JUAN PABLO II

    REGINA CAELI

    Domingo 23 de abril de 1989

    Queridsimos hermanos y hermanas:

    1. La reflexin sobre los dones del Espritu Santo, que hemos comenzado en losdomingos anteriores, nos lleva hoy a hablar de otro don: el de ciencia, gracias al cual senos da a conocer el verdadero valor de las criaturasen su relacin con el Creador.

    Sabemos que el hombre contemporneo, precisamente en virtud del desarrollo de las

    ciencias, est expuesto particularmente a la tentacin de dar una interpretacinnaturalista del mundo; ante la multiforme riqueza de las cosas, de su complejidad,variedad y belleza, corre el riesgo de absolutizarlasy casi de divinizarlas hasta hacer deellas el fin supremo de su misma vida. Esto ocurre sobre todo cuando se trata de lasriquezas, del placer, del poder que precisamente se pueden derivar de las cosasmateriales. Estos son los dolosprincipales, ante los que el mundo se postra demasiado amenudo.

    2. Para resistir esa tentacin sutil y para remediar las consecuencias nefastas a las quepuede llevar he aqu que el Espritu Santo socorre al hombre con el don de ciencia. Essta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial del

    Creador. Gracias a ella como escribe Santo Toms, el hombre no estima las criaturasms de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida (cf. S. Th.,II-II, q. 9, a. 4).

    As logra descubrir el sentido teolgico de lo creado viendo las cosas comomanifestaciones verdaderas y reales, aunque limitadas, de la verdad, de la belleza, delamor infinito que es Dios, y como consecuencia, se siente impulsado a traducir estedescubrimiento en alabanza, cantos, oracin, accin de gracias. Esto es lo que tantasveces y de mltiples modos nos sugiere el Libro de los Salmos. Quin no se acuerda dealguna de dichas manifestaciones? "El cielo proclama la gloria de Dios y el firmamentopregona la obra de sus manos" (Sal18/19, 2; cf. Sal8, 2), "Alabad al Seor en el cielo

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    alabadlo en su fuerte firmamento... Alabadlo sol y luna, alabadlo estrellas radiantes" (Sal148 1. 3).

    3. El hombre, iluminado por el don de ciencia, descubre al mismo tiempo la infinitadistancia que separa a las cosas del Creador, su intrnseca limitacin, la insidia quepueden constituir, cuando, al pecar, hace de ellas mal uso. Es un descubrimiento que lelleva a advertir con pena su miseria y le empuja a volverse con mayor mpetu y confianzaa Aquel que es el nico que puede apagar plenamente la necesidad de infinito que leacosa.

    Esta ha sido la experiencia de los Santos; tambin lo fue podemos decir, para loscinco Beatos que hoy he tenido la alegra de elevar al honor de los altares. Pero de formaabsolutamente singular esta experiencia fue vivida por la Virgen que, con el ejemplo desu itinerario personal de fe, nos ensea a caminar "para que en medio de las vicisitudesdel mundo, nuestros corazones estn firmes en la verdadera alegra" (Oracin deldomingo XXIper annum).

    JUAN PABLO II

    REGINA CAELI

    Domingo 7 de mayo de 1989

    1. Al regresar del viaje pastoral que me ha llevado a Madagascar, isla de La Reunin,

    Zambia y Malawi, siento la necesidad de dar gracias ante todo a Dios por el servicioapostlico que he podido realizar entre aquellas amadas poblaciones. Guardo en elcorazn el recuerdo conmovido del impulso generoso con el que los fieles de aquellasjvenes Iglesias viven su adhesin al Evangelio.

    Un pensamiento agradecido dirijo tambin a los hermanos en el Episcopado y a suscolaboradores eclesisticos y laicos, que se han esforzado tanto por el xito de la visita.Doy las gracias tambin a las autoridades civiles por la cordial disponibilidad con la queme han acogido y asimismo doy las gracias a los que han trabajado en los diversosservicios, y se han prodigado a fin de que todo se desarrollase de la mejor maneraposible.

    No me detengo ahora en los contenidos de la visita, porque pienso volver sobre ella enuna prxima audiencia general.

    2. Continuando la reflexin sobre los dones del Espritu Santo, hoy tomamos enconsideracin el don de consejo. Se da al cristiano para iluminar la conciencia en lasopciones morales que la vida diaria le impone.

    Una necesidad que se siente mucho en nuestro tiempo, turbado por no pocos motivos decrisis y por una incertidumbre difundida acerca de los verdaderos valores, es la que sedenomina "reconstruccin de las conciencias". Es decir, se advierte la necesidad de

    neutralizar algunos factores destructivos que fcilmente se insinan en el espritu

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    humano, cuando est agitado por las pasiones, y la de introducir en ellas elementossanos y positivos.

    En este empeo de recuperacin moral la Iglesia debe estar y est en primera lnea: deaqu la invocacin que brota del corazn de sus miembros de todos nosotros paraobtener ante todo la ayuda de una luz de lo Alto. El Espritu de Dios sale al encuentro deesta splica mediante el don de consejo, con el cual enriquece y perfecciona la virtud dela prudencia y gua al alma desde dentro, iluminndola sobre lo que debe hacer,especialmente cuando se trata de opciones importantes (por ejemplo, de dar respuesta ala vocacin), o de un camino que recorrer entre dificultades y obstculos. Y en realidad laexperiencia confirma que "los pensamientos de los mortales son tmidos e insegurasnuestras ideas", como dice el Libro de la Sabidura(9, 14).

    3. El don de consejoacta como un soplo nuevo en la conciencia, sugirindole lo que eslcito, lo que corresponde, lo que conviene msal alma (cf. San Buenaventura, Collationesde septem donis Spiritus Sancti, VII, 5). La conciencia se convierte entonces en el "ojosano" del que habla el Evangelio (Mt 6, 22), y adquiere una especie de nueva pupila,gracias a la cual le es posible ver mejor qu hay que hacer en una determinadacircunstancia, aunque sea la ms intrincada y difcil. El cristiano, ayudado por este don,penetra en el verdadero sentido de los valores evanglicos, en especial de los quemanifiesta el sermn de la montaa (cf. Mt5-7).

    Por tanto, pidamos el don de consejo. Pidmoslo para nosotros y, de modo particular,para los Pastores de la Iglesia, llamados tan a menudo, en virtud de su deber, a tomardecisiones arduas y penosas.

    Pidmoslo por intercesin de Aquella a quien saludamos en las letanas como Mater BoniConsilii, la Madre del Buen Consejo.

    JUAN PABLO II

    REGINA CAELI

    Domingo 14 de mayo de 1989

    1. "Veni, Sancte Spiritus!". Esta es, muy queridos hermanos y hermanas, la invocacinque hoy, solemnidad de Pentecosts, se eleva insistente y confiada desde toda la Iglesia:Ven, Espritu Santo, y "reparte tus siete donessegn la fe de tus siervos" (SecuenciadePentecosts).

    Entre estos dones del Espritu hay uno sobre el que deseo detenerme esta maana: eldon de la fortaleza. En nuestro tiempo muchos exaltan la fuerza fsica, llegando incluso aaprobar las manifestaciones extremas de la violencia. En realidad, el hombre cada daexperimenta la propia debilidad, especialmente en el campo espiritual y moral, cediendo a

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    los impulsos de las pasiones internas y a las presiones que sobre l ejerce el ambientecircundante.

    2. Precisamente para resistir a estas mltiples instigaciones es necesaria la virtud de lafortaleza, que es una de las cuatro virtudes cardinales sobre las que se apoya todo eledificio de la vida moral: la fortaleza es la virtud de quien no se aviene a componendas enel cumplimiento del propio deber.

    Esta virtud encuentra poco espacio en una sociedad en la que est difundida la prcticatanto del ceder y del acomodarse como la del atropello y de la dureza en las relacioneseconmicas, sociales y polticas. La timidez y la agresividadson dos formas de falta defortaleza que, a menudo, se encuentran en el comportamiento humano, con laconsiguiente repeticin del entristecedor espectculo de quien es dbil y vil con lospoderosos, petulante y prepotente con los indefensos.

    3. Quizs nunca como hoyla virtud moral de la fortalezatiene necesidad de ser sostenidapor el homnimo don del Espritu Santo. El don de la fortaleza es un impulsosobrenatural, que da vigor al alma no slo en momentos dramticos como el del martirio,sino tambin en las habituales condiciones de dificultad: en la lucha por permanecercoherentes con los propios principios; en el soportar ofensas y ataques injustos; en laperseverancia valiente, incluso entre incomprensiones y hostilidades, en el camino de laverdad y de la honradez.

    Cuando experimentamos, como Jess en Getseman, "la debilidad de la carne" (cf. Mt26,41; Mc14, 38), es decir, de la naturaleza humana sometida a las enfermedades fsicas ypsquicas, tenemos que invocar del Espritu Santo el don de la fortaleza para permanecer

    firmes y decididos en el camino del bien. Entonces podremos repetir con San Pablo: "Mecomplazco en mis flaquezas, en las injurias, en las necesidades, en las persecuciones ylas angustias sufridas por Cristo; pues, cuando estoy dbil, entonces es cuando soyfuerte" (2 Co12, 10).

    4. Son muchos los seguidores de Cristo -Pastores y fieles, sacerdotes, religiosos y laicos,comprometidos en todo campo del apostolado y de la vida social- que, en todos lostiempos ytambin en nuestro tiempo, han conocido y conocen el martirio del cuerpo y delalma, en intima unin con la Mater Dolorosajunto a la cruz. Ellos lo han superado todogracias a este don del Espritu!

    Pidamos a Mara, a la que ahora saludamos como Regina coeli, nos obtenga el don de lafortalezaen todas las vicisitudes de la vida y en la hora de la muerte.

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    JUAN PABLO II

    NGELUS

    Domingo 28 de mayo de 1989

    1. La reflexin sobre los dones del Espritu Santo nos lleva hoy, a hablar de otro insignedon: la piedad. Mediante ste, el Espritu sana nuestro corazn de todo tipo de dureza ylo abre a la ternura para con Dios y para con los hermanos.

    La ternura, como actitud sinceramente filial para con Dios, se expresa en la oracin. Laexperiencia de la propia pobreza existencial, del vaco que las cosas terrenas dejan en elalma, suscita en el hombre la necesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuda,perdn. El don de la piedad orienta y alimenta dicha exigencia, enriquecindola consentimientos de profunda confianza para con Dios, experimentado como Padre providentey bueno. En este sentido escriba San Pablo: "Envi Dios a su Hijo,... para querecibiramos lafiliacinadoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado anuestros corazones el Espritu de su Hijo que clama: Abb, Padre! De modo que ya noeres esclavo, sino hijo..." (Ga4, 4-7; cf. Rm8, 15).

    2. La ternura, como apertura autnticamente fraterna hacia el prjimo, se manifiesta enla mansedumbre. Con el don de la piedad el Espritu infunde en el creyente una nuevacapacidad de amor hacia los hermanos, haciendo su corazn de alguna manera participede la misma mansedumbre del Corazn de Cristo. El cristiano "piadoso" siempre sabe ver

    en los dems a hijos del mismo Padre, llamados a formar parte de la familia de Dios, quees la Iglesia. Por esto l se siente impulsado a tratarlos con la solicitud y la amabilidadpropias de una genuina relacin fraterna.

    El don de la piedad, adems, extingue en el corazn aquellos focos de tensin y dedivisin como son la amargura, la clera, la impaciencia, y lo alimenta con sentimientosde comprensin, de tolerancia, de perdn. Dicho don est, por tanto, a la raz de aquellanueva comunidad humana, que se fundamenta en la civilizacin del amor.

    3. Invoquemos del Espritu Santo una renovada efusin de este don, confiando nuestrasplica a la intercesin de Mara modelo sublime de ferviente oracin y de dulzura

    materna. Ella, a quien la Iglesia en las Letanas lauretanas saluda como Vas insignaedevotionis, nos ensee a adorar a Dios "en espritu y en verdad" (Jn4, 23) y a abrirnos,con corazn manso y acogedor, a cuantos son sus hijos y, por tanto, nuestros hermanos.Se lo pedimos con las palabras de la "Salve Regina": "...O clemens, o pia, o dulcis VirgoMaria!".

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    JUAN PABLO II

    NGELUS

    Domingo 11 de junio de 1989

    1. Al regreso de mi peregrinacin apostlica a los pases de la Europa septentrional,sobre la cual hablar prximamente para exponer algunas consideraciones, os pido desdeahora que deis gracias a Dios conmigo por lo que me ha sido dado realizar de acuerdocon la misin pastoral que se me ha encomendado.

    Hoy deseo completar con vosotros la reflexin sobre los dones del Espritu Santo. Elltimo, en orden de enumeracin de estos dones, es el don del temor de Dios.

    La Sagrada Escritura afirma que "Principio del saber, es el temor de Yahveh" (Sal110/111, 10; Pr 1, 7). Pero de qu temor se trata? No ciertamente de ese "miedo deDios" que impulsa a evitar pensar o recordarse de l, como de algo o de alguno que turbae inquieta. Este fue el estado de nimo que, segn la Biblia, impuls a nuestrosprogenitores, despus del pecado, a "ocultarse de la vista de Yahveh Dios por entre losrboles del jardn" (Gn3, 8); ste fue tambin el sentimiento del siervo infiel y malvado dela parbola evanglica, que escondi bajo tierra el talento recibido (cf. Mt25, 18. 26).

    Pero este concepto del temor-miedo no es el verdadero concepto de temor-don delEspritu. Aqu se trata de algo mucho ms noble y sublime; es el sentimiento sincero y

    trmulo que el hombre experimenta frente a la tremenda majestadde Dios, especialmentecuando reflexiona sobre las propias infidelidades y sobre el peligro de ser "encontradofalto de peso" (Dn5, 27) en el juicio eterno, del que nadie puede escapar. El creyente sepresenta y se pone ante Dios con el "espritu contrito" y con el "corazn humillado" (cf.Sal 50/51, 19), sabiendo bien que debe atender a la propia salvacin "con temor ytemblor" (Flp 2, 12). Sin embargo, esto no significa miedo irracional, sino sentido deresponsabilidad y de fidelidad a su ley.

    2. El Espritu Santo asume todo este conjunto y lo eleva con el don del temor de Dios.Ciertamente ello no excluye la trepidacin que nace de la conciencia de las culpascometidas y de la perspectiva del castigo divino, la suaviza con la fe en a misericordia

    divina y con la certeza de la solicitud paterna de Dios que quiere la salvacin eterna detodos. Sin embargo, con este don, el Espritu Santo infunde en el alma sobre todo eltemor filial, que es un sentimiento arraigado en el amor de Dios: el alma se preocupaentonces de no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofenderlo en nada, de"permanecer" y crecer en la caridad (cf. Jn15, 4-7).

    3. De este santo y justo temor, conjugado en el alma con el amor a Dios, depende toda laprctica de las virtudes cristianas, y especialmente de la humildad, de la templanza, dela castidad, de la mortificacin de los sentidos. Recordemos la exhortacin del ApstolPablo a sus cristianos: "Queridos mos, purifiqumonos de toda mancha de la carne y delespritu, consumando la santificacin en el temor de Dios" (2 Co7, 1).

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    Es una advertencia para todos nosotros que, a veces, con tanta facilidad transgredimosla ley de Dios, ignorando o desafiando sus castigos. Invoquemos al Espritu Santo a finde que infunda largamente el don del santo temor de Dios en los hombres de nuestrotiempo. Invoqumoslo por intercesin de Aquella que, al anuncio del mensaje celeste "seconturb" (Lc1, 29) y, aun trepidante por la inaudita responsabilidad que se le confiaba,supo pronunciar el "fiat" de la fe, de la obediencia y del amor.

    Copyright 1989 - Libreria Editrice Vaticana