juan carlos zabala, zabalita. el Ñandú criollo

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TIEMPOS DE FONDO (1) ZABALITA, EL DIA MAS GLORIOSO Juan Carlos Zabala, Zabalita. El Ñandú Criollo. El atleta más grande de nuestra historia. Vida, pasión y drama, todo en uno para la novela que aún aguarda. ¿La película? Ya está, allá por el 39, “Y mañana serán hombres”, producida y dirigida por Eduardo Ursini, el presidente de la Federación Atlética de esa época con Oscar Varicelli en el rol de Zabalita y el propio corredor como extra por allí... Se cumplen ocho décadas de su hazaña en Los Ángeles, cuando se consagró como el más joven campeón olímpico en la historia del maratón con un récord para los Juegos de 2 horas, 31 minutos y 36 segundos. Pareciera que esa hazaña es cada vez más imponente, aún cuando el mundo atlético contemporáneo no guarda ni punto de comparación con aquel. Como el Zabala de su última época se perdía en sus relatos, entre recuerdos verídicos y fantasías, algunos datos esenciales de su vida están perdidos en la confusión. Pero la realidad quedó en pistas y rutas, donde en una breve y fulgurante campaña- fijó su nombre para siempre. Cierto es que Zabala fue detectado por Alejandro Stirling, un joven entrenador austriaco llegado al país a mediados de los 20, cuando lo vio jugar al fútbol en la Colonia Hogar Ricardo Gutiérrez, en Marcos Paz. Zabalita era huérfano, estaba bajo la tutela del doctor Agustín Cabal y allí comenzaron sus correrías deportivas. Fútbol, natación o esgrima le gustaban más que el atletismo, al que recién le prestó atención por insistencia de Stirling desde los 15 años. El primer dato que aún permanece en la nebulosa se refiere a su fecha de nacimiento. Zabala siempre aseguró que nació el 11 de octubre de 1912, pero los documentos presentados ante los organismos deportivos indicaban 21 de setiembre de 1911. Al parecer, Zabala y los dirigentes colocaron esta fecha en vísperas de los Juegos de Los Ángeles ya que en caso de llegar allí antes de cumplir los veinte años- no le admitirían en el maratón. Casi toda las fuentes sostienen que nació en Rosario, pero él daba otra versión: “Nací en la Embajada francesa en Buenos Aires. Mi padre era un oficial de la Armada de ese país, venía de la nobleza y murió en Scaperflow durante la Primera Guerra Mundial. Cuando mi madre se enteró, murió de un infarto”. Bill Mallon uno de los principales y más rigurosos investigadores de la historia del olimpismo- buscó por todas partes los datos del oficial francés “Zabala padre”, pero nunca los encontró. Otra teoría es que era hijo natural de un vasco de Durango quien, de paso por Argentina, mantuvo una relación con Elena Boyer. Nacido en 1911 o 1912, Zabalita llegó muy joven a las competiciones atléticas en pruebas de fondo, donde su ídolo y luego compañero de algunos viajes- fue José Ribas, también de ascendencia vasca y de una infancia dura. Ribas nació en San Pablo, en 1899, y llegó a Buenos Aires cuando tenía siete años: desde ese momento trabajó como canillita. Ribas fue designado para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam y no pudo viajar por un problema en su pasaporte (decía “Rivas” en lugar de “Ribas”). Cuando se lo arreglaron, el buque había partido... La campaña de Zabala en las pistas fue brillante, a la sombra o a la par de Ribas. En 1929 logra sus dos primeros títulos nacionales sobre 3.000 y 5.000 metros que retiene un año más tarde- y consigue su primera corona sudamericana en los 3.000 por equipos, una prueba que luego desapareció de la programación atlética. En el Sudamericano del 31, en Buenos Aires, Zabala fue uno de los principales protagonistas con su victoria en los 10 mil metros y el subcampeonato de los 5.000, detrás de Ribas. A los pocos días estampó el primero de sus récords sudamericanos, en Montevideo: 8 minutos, 44 segundos y 2 décimas sobre 3.000 metros llanos.

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TIEMPOS DE FONDO (1)

ZABALITA, EL DIA MAS GLORIOSO Juan Carlos Zabala, Zabalita. El Ñandú Criollo. El atleta más grande de nuestra historia. Vida, pasión y drama, todo en uno para la novela que aún aguarda. ¿La película? Ya está, allá por el 39, “Y mañana serán hombres”, producida y dirigida por Eduardo Ursini, el presidente de la Federación Atlética de esa época con Oscar Varicelli en el rol de Zabalita y el propio corredor como extra por allí... Se cumplen ocho décadas de su hazaña en Los Ángeles, cuando se consagró como el más joven campeón olímpico en la historia del maratón con un récord para los Juegos de 2 horas, 31 minutos y 36 segundos. Pareciera que esa hazaña es cada vez más imponente, aún cuando el mundo atlético contemporáneo no guarda ni punto de comparación con aquel. Como el Zabala de su última época se perdía en sus relatos, entre recuerdos verídicos y fantasías, algunos datos esenciales de su vida están perdidos en la confusión. Pero la realidad quedó en pistas y rutas, donde –en una breve y fulgurante campaña- fijó su nombre para siempre. Cierto es que Zabala fue detectado por Alejandro Stirling, un joven entrenador austriaco llegado al país a mediados de los 20, cuando lo vio jugar al fútbol en la Colonia Hogar Ricardo Gutiérrez, en Marcos Paz. Zabalita era huérfano, estaba bajo la tutela del doctor Agustín Cabal y allí comenzaron sus correrías deportivas. Fútbol, natación o esgrima le gustaban más que el atletismo, al que recién le prestó atención por insistencia de Stirling desde los 15 años. El primer dato que aún permanece en la nebulosa se refiere a su fecha de nacimiento. Zabala siempre aseguró que nació el 11 de octubre de 1912, pero los documentos presentados ante los organismos deportivos indicaban 21 de setiembre de 1911. Al parecer, Zabala y los dirigentes colocaron esta fecha en vísperas de los Juegos de Los Ángeles ya que –en caso de llegar allí antes de cumplir los veinte años- no le admitirían en el maratón. Casi toda las fuentes sostienen que nació en Rosario, pero él daba otra versión: “Nací en la Embajada francesa en Buenos Aires. Mi padre era un oficial de la Armada de ese país, venía de la nobleza y murió en Scaperflow durante la Primera Guerra Mundial. Cuando mi madre se enteró, murió de un infarto”. Bill Mallon –uno de los principales y más rigurosos investigadores de la historia del olimpismo- buscó por todas partes los datos del oficial francés “Zabala padre”, pero nunca los encontró. Otra teoría es que era hijo natural de un vasco de Durango quien, de paso por Argentina, mantuvo una relación con Elena Boyer.

Nacido en 1911 o 1912, Zabalita llegó muy joven a las competiciones atléticas en pruebas de fondo, donde su ídolo –y luego compañero de algunos viajes- fue José Ribas, también de ascendencia vasca y de una infancia dura. Ribas nació en San Pablo, en 1899, y llegó a Buenos Aires cuando tenía siete años: desde ese momento trabajó como canillita. Ribas fue designado para los Juegos Olímpicos de Ámsterdam y no pudo viajar por un problema en su pasaporte (decía “Rivas” en lugar de “Ribas”). Cuando se lo arreglaron, el buque había partido... La campaña de Zabala en las pistas fue brillante, a la sombra o a la par de Ribas. En 1929 logra sus dos primeros títulos nacionales sobre 3.000 y 5.000 metros –que retiene un año más tarde- y consigue su primera corona sudamericana en los 3.000 por equipos, una prueba que luego desapareció de la programación atlética. En el Sudamericano del 31, en Buenos Aires, Zabala fue uno de los principales protagonistas con su victoria en los 10 mil metros y el subcampeonato de los 5.000, detrás de Ribas. A los pocos días estampó el primero de sus récords sudamericanos, en Montevideo: 8 minutos, 44 segundos y 2 décimas sobre 3.000 metros llanos.

El diario Crítica, a partir de una caricatura del pequeño gran campeón (medía 1,64 m. y pesaba 59 Kg.) le coloca el apodo que lo iba a inmortalizar: “El Ñandú”, enseguida “El Ñandú Criollo”. Pero fue otro diario, La Nación, el que impulsó la trayectoria de Zabala, al financiarle su primera gira europea. Stirling estaba convencido que, con una buena experiencia en competencias internacionales, Zabalita era un potencial campeón olímpico y le apuntaban a los Juegos de 1936. Todo se adelantó. Hicieron base en Alemania y, apenas desembarcó, después de tres semanas a bordo del buque “Marsella”, Zabala enfrentó al más notable fondista de la época, el finés Paavo Nurmi. Este se impuso en los 10 mil metros con 31m19s1 y Zabala, a pesar del agotamiento, terminó tercero con 31m44s8. Semanas después, el 10 de octubre, atacó el récord mundial de los 30 mil metros en pista, en el Sportsground de Viena, enfrentando a un equipo local (tres corredores, cada uno cumplía 10 kilómetros). Zabala se apoderó de ese récord con 1 hora, 42 minutos, 30 segundos y 4 décimas (al año siguiente lo mejoraró Ribas con 1h40m57s6 en Buenos Aires). Y el 28 del mismo mes, concretó un sensacional debut como maratonista. Bajo un diluvio, Zabala logró la carrera de Kosice (en territorio de la actual República de Eslovaquia) con 2 horas,33 minutos y 19 segundos. Stirling había calculado los Juegos de 1936 como un objetivo cierto para Zabala, pero los tiempos se aceleraron. Su pupilo desplegaba, además de su garra como corredor, una tremenda confianza. Entonces, y a pesar de su juventud (20 o 21 años) decidieron apuntarle a los Juegos de Los Angeles, del verano siguiente. Volvieron a Buenos Aires y el 30 de abril de 1932, Zabala se convirtió en el primer fondista sudamericano en correr los 5.000 metros por debajo de los 15 minutos, con su marca personal de 14m55s8. Enseguida embarcaron para Estados Unidos, donde lo aguardaban algunas carreras preparatorias como las 15 millas de Chicago (llegó segundo) y un maratón en Los Ángeles, el 25 de junio. Lo abandonó a las 19 millas, con un dolor en el pie –afortunadamente desapareció en pocos días- que causó algunas preocupaciones. Zabala era uno de los favoritos para los Juegos Olímpicos, y mucho más desde que la Federación Internacional le cerrara el camino a Paavo Nurmi, al declararlo profesional. Pero el siempre grandioso, enigmático y taciturno Nurmi había vaticinado que “Zabala será campeón olímpico”, después de verlo y enfrentarlo en su gira europea. Todas las historias de las vísperas olímpicas nos hablan de un Zabala rebosante de confianza. Le dijo al Los Ángeles Times: “Voy a demostrar que puedo largar en punta y ganar. Los que quieran, que me sigan... llegarán después o se rompen”. De su propio anecdotario: “Estaba tan seguro que le aposté 500 dólares a Zorrilla. Si yo perdía, me volvía nadando, porque no tenía un centavo”. Ribas y el cordobés Fernando Ciccarelli llegaron para acompañar a Zabalita en esa gran aventura. Sólo se dieron cita 29 participantes, pero el field era realmente bueno, a pesar de la ausencia de Nurmi (cuyo rendimiento en maratón, por otro lado, quedará como una incógnita imposible de develar). Ese 7 de agosto de 1932 era el día final de las competencias atléticas en los Juegos Olímpicos y a las 15.38 de la tarde, cuando el starter Franz Miller dio la señal de partida, la temperatura ascendía a 22°C, con 80 mil personas en el Memorial Coliseum de Los Ángeles... Tal como lo prometió, Zabala tomó la punta desde el arranque y recién sobre las 9 millas pudo acoplarse el mexicano Margarito Pomposo. El argentino volvió a forzar el ritmo y el mexicano no tuvo nada más que hacer en la contienda. Zabala pasó por uno de los puestos de control (23,3 Km.) en una hora y 20 minutos, y allí empezaron a tallar los fineses, sindicados como sus más fuertes enemigos: Lauri Virtanen quedó segundo y, un minuto por detrás, Armas Toivonen. Dos kilómetros más adelante, Virtanen rebasó a Zabala, comenzó a alejarse... y sorpresivamente se paró a los 37 kilómetros. Zabalita quedaba nuevamente puntero pero –más allá de su coraje, y de que nunca volvió a ceder esa posición- lo cierto es que los últimos tramos fueron apasionantes. A los 38 Km. entre Zabala y el quinto –el japonés Seichiro Tsuda- la diferencia era inferior a los tres minutos. Todos los escoltas eran corredores fogueados y cualquier cosa podía suceder. En el Memorial Coliseum no se movió nadie, cuando caían las primeras sombras. Soplaba una suave brisa desde el Pacífico y las trompetas anunciaron la llegada de los corredores, con el argentino al frente. Fue un final tremendo, Zabala dejó todo. Hasta la extenuación física, hasta el límite de su fuerza psicológica. Damon Runyon, en Los Ángeles Examiner, lo describió así: “Por su espíritu, su corazón y su resistencia, Juan Carlos Zabala, ese pequeño hijo de la Nación Argentina, fue la verdadera reencarnación de Filípides”.

José Oriani, el dirigente argentino que allí estaba como jurado, le contó a Félix Daniel Frascara en El Gráfico el backstage de esos momentos inolvidables: “Sufríamos –dice Oriani- por la suerte de Zabalita, cuando vemos que se acerca Stirling, despeinado, deshecho. „Se ha roto, por luchar con el finlandés! No quiso dejar la punta y después vino el inglés para rematarlo. Se rompió el pibe‟. El sabía, era técnico, había que respetar su palabra. Pero no le creíamos. No. ¡Zabalita iba a ganar! Miramos los relojes, ya debían a estar de vuelta. Y sonaron las trompetas, llegaron. Se hizo en el estadio un silencio absoluto y entonces se escuchó la voz del anunciador: Primero Zabala, argentino. Del puñado de argentinos salió el alarido: Zabala, Zabala. Por el mismo portón donde lo viéramos salir de espaldas, volvió a aparecer el gorrito blanco, ajustando su cabeza. Quisimos que la bandera le dijera lo que nosotros ya no podíamos. Pero había una preocupación más: ¿Aguantará, podrá dar la última vuelta? El mismo se encargo de convencernos, pues al pasar frente a nosotros se sacó el gorrito y saludó. Contamos entonces sus pasos, uno a uno, y cuando cruzó la meta no sabíamos si echarnos a correr o tirarnos al suelo, rendidos”. Esas 2 horas, 31 minutos y 36 segundos que invirtió Zabala para atravesar las avenidas angelinas y retornar al Memorial Coliseum constituyen el acontecimiento más glorioso en la historia de nuestro atletismo. El británico Sam Ferris, uno de los que apretó en los tramos finales, terminó a 19 segundos. Era un viejo zorro de la prueba ya que había quedado 5° en París y 8° en Ámsterdam. Pero la medalla de plata le dolió toda la vida. Bien entrado a sus 70, se lamentó ante un periodista de su país: “Si la carrera duraba un kilómetro más, ganaba yo”. Pero los maratones tienen 42.195 metros, los partidos duran 90 minutos (con eventual alargue), y así... El bronce fue para el finlandés Armas Toivonen con 2h32m12s y enseguida llegaron otro inglés, Duncan McLeod Wright, con 2h32m41s y el japonés Tsuda con 2h35m42s. Ciccarelli terminó 17° con 2h55m49s, mientras Ribas –que en los primeros tramos iba en el segundo pelotón- abandonó. Al parecer, Zabala sufrió un pequeño desvanecimiento después de cruzar la meta, pero relató que fue “apenas un golpe, del grupo de argentinos que me abrazaba en medio de tanta euforia”. Frascara escribió: “Por Zabalita, el héroe, se izó la bandera en el mástil olímpico. Por Zabalita, el campeón, se tocó el himno argentino, malísicamemente, pero nunca pareció más lindo. Y por Zabalita, el muchacho del pueblo, se puso de pie el estadio entero. Oriani contó que después, en el camarín, Zabalita descansaba. Había ganado la maratón más brava que se recordaba. „Lo besé, como dándole las gracias‟. Y me dijo entonces: “No puedo ni llorar”. Fuente: Libro AVENTURAS EN LAS PISTA “Héroes y protagonistas del atletismo argentino” de Luis Vinker Ediciones Al Arco Marzo 2014.

TIEMPOS DE FONDO (2)

ZABALA Y LA AGONIA EN BERLIN Los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, organizados y promovidos por Hitler y su camarilla como elemento de propaganda para su régimen, le dejaron algunos buenos resultados a los atletas argentinos. Juan Carlos Anderson escaló a la final de los 800 metros (algo que ningún otro argentino ha logrado) y Juan Lavenás fue semifinalista en las pruebas de vallas. Luego, junto a Antonio Sande, Carlos Hofmeister y Clifford Beswick quedaron cuartos en la final de la posta 4x100, la misma que le dio a Jesse Owens –como integrante del equipo campeón- su cuarta e histórica medalla dorada. Juan Carlos Zabala estaba en Berlín, un territorio que conocía bien, para defender su corona olímpica de maratón. Primero participó en los 10 mil metros, ocupando el sexto puesto con 31m22s, en una carrera donde los fineses encabezados por Vilmari Salminen coparon el podio. En el maratón, Zabala iba a repetir su táctica de “front runner” que tanto éxito le había dado en Los Ángeles, cuatro años antes. Pero ni Zabala ni sus rivales ya eran los mismos... Después de su consagración en 1932, Zabala redujo su actividad competitiva, aunque cumplió algunas giras por Estados Unidos. En una entrevista que le concedió en 1980 al periodista español Miguel Ángel Vidal, del diario deportivo As y sobre la que ya volveremos más adelante, Zabala cuenta que “la medalla de oro me abrió las puertas de Estados Unidos. Y los gángsters de Al Capone querían dirigir mi carrera. La mafia llegó a prometerme mucho dinero si me dejaba ganar en Chicago. No acepté, me enfrenté con ellos y tuve problemas, hasta me amenazaron con una pistola. Oficialmente, nunca percibí un dólar por correr allí, pero bajo la mesa me dieron mucho”. En 1935, junto a Stirling, deciden enfocar la preparación olímpica y fijar residencia en Wittenberg. Si en algún momento Zabala mencionó que se había cruzado con el mismísimo Hitler o con Himmler, el jefe de sus esbirros, posteriormente lo negó: “No sé si los vi en el Estadio, durante los Juegos... no lo recuerdo. Pero lo que sí sé es que ayudé a sacar escondidos, en mi auto, a decenas de judíos rumbo a Dinamarca”. Las competiciones previas a los Juegos, lo encuentran a Zabala en la plenitud. El 19 de abril en Munich, mejora el récord mundial de los 20 mil metros, que Paavo Nurmi mantenía desde seis años antes con 1h04m38s4. En condiciones climáticas muy difíciles –bajo la lluvia, con nieve y viento helado- Zabala corrió en 1 hora, 4 minutos y 2 décimas (más adelante, esa marca mundial fue mejorada por otro argentino, Raúl Ibarra). Y si bien se trata de una distancia que no figura en los grandes campeonatos, hay que destacar que la abordaron las estrellas del fondo: entre sus recordistas mundiales estuvieron Zatopek, Roelants, Clarke y, actualmente, Gebrselassie. El 21 de mayo, en Stuttgart, Zabala corre los 10 mil metros en 30m56s2, convirtiéndose así en el primer atleta sudamericano en bajar los 31 minutos y sintiendo –tal vez- que podía aspirar al podio en esa distancia. Pero esa plenitud física y técnica, se vio alterada: allí terminó su relación con Alejandro Stirling, el maestro que lo guió desde su primer día en las pistas. Por un lado, Zabala tal vez pensó que ya podía seguir en solitario su planificación y sus competencias. Y por otro, a Stirling no le gustó nada el romance entre su atleta y Elke, una supuesta princesa danesa, con quién se casó ese año. El maratón olímpico se largó a las 15.02 de la tarde del 9 de agosto. Ahora se alistaban 59 participantes, entre ellos dos argentinos: Zabala y Luis Oliva, un cordobés que llegó en baja condición físicas y tuvo que retirarse a la mitad de la carrera. Alfredo Legarreta, el enviado especial de El Gráfico comentó: “Era visible el deseo de Zabala de forzar el tren, a fin de conseguir una ventaja que le permitiera ir a paso más holgado. Pero su táctica fue contraproducente, ya que se agotó de tal forma que, llegado del momento de definir posiciones, se vio obligado a abandonar por calambres en el estómago”.

Zabala lideró con claridad hasta los 15 kilómetros (49m45s) y después se acercaron el británico Ernest Harper, el japonés Kitei Son y el portugués Dias. Al cruzar la mitad de la prueba, Zabala (1h11m29s) intentó escapar nuevamente y tomó una ventaja de un minuto a su paso por los 25 kilómetros (1h23m17s). Pero fue su último tirón. Lo alcanzaron a los 30. “Sus fuerzas flaquearon, Son y Harper lo desplazaron al tercer puesto. De pronto, Zabala se detuvo por un fuerte calambre al estómago. Caminó un trecho para reiniciar la carrera, pero 500 metros más adelante cayó, completamente acalambrado, y tuvieron que llevarlo a un sanatorio”. Adelante Harper y Son libraron una lucha titánica. El triunfo fue para Son con 2h29m20s, nuevo récord olímpico, relegando a Harper con 2h31m24s. El bronce, para otro japonés, Shortu Nan, quien venía levantando desde los 25 km. y terminó en 2h31m42s. En los puestos siguientes llegaron dos finleses, Tamila y Muinonen. Son, en realidad, se llamaba Kee Chun-Sohn. Y Nan, Nam Sung-Yong. Ambos eran coreanos, pero su país, en aquella época bajo el yugo japonés, no tenía representación olímpica. Kitei Son, mejor dicho Kee Chun Sohn, alcanzó a disfrutar su mayor felicidad olímpica más de medio siglo después: cuando Seúl

organizó los Juegos Olímpicos en 1988, Sohn, de 73 años, fue el portador de la llama en la ceremonia inaugural, ante la euforia de todos sus compatriotas... La derrota en Berlín no disminuyó la idolatría que los argentinos sentían por Zabalita. El recuadro de El Gráfico fue elocuente: “Sabemos que lo entregaste todo antes de abandonar en una lucha titánica. Admirable vencedor de Los Ángeles, eres también el admirable vencido de Berlín. Perdiste como supiste ganar, con bravura y lealtad. Zabalita, la muchachada de El Gráfico te aplaude y está esperándote para abrazarte”. Zabalita vivió un par de años con Elke en Velje, Dinamarca, y participó en algunas competencias más. En 1937 sufrió una lesión de ligamentos en su pierna izquierda. Pese a ello, corrió los 15 Km. de Viipuri en 48m51s3 y comprobó que esa lesión era más grave de lo que suponía. Entre la lesión, su alejamiento de Stirling y falta de motivaciones –el mundo en guerra ya no abría perspectivas olímpicas- Zabalita se alejó del atletismo antes de cumplir los 30 años. Aquel citado reportaje de Miguel Vidal, titulado “Zabala, una vida rocambolesca, entre la verdad y la fantasía”, nos muestra exactamente eso, al hombre que –en sus recuerdos- confundía ideales y realidades, lo que sucedió y lo que pudo suceder. Lo describe así: “Juan Carlos Zabala es un personaje singular. El tipo ideal para un determinado periodismo sensacionalista. Dice cosas difíciles de creer, pero las dice con desparpajo, como si se las hubiera estado repitiendo mentalmente miles de veces, convencido absolutamente de que son verdad. Y habrá verdades en sus recuerdos, pero también mucho de fantasía”. El matrimonio con Elke terminó pronto, Zabalita retornó a Buenos Aires a principios de los 40 y se casó con Magdalena Lafrancone, la mujer de su vida, con quien tuvo tres hijos: Juan Carlos, Ana María y Magdalena. Públicamente, reaparecía de tanto en tanto. Se las rebuscaba como masajista y preparador físico. Después del golpe del „55 se alejó por un par de años a Estados Unidos, donde mantenía amigos y admiradores. Al regresar, supo que le habían robado la medalla dorada. Pero le dijo al querido Villita: “La vida es como un maratón, nunca hay que darse por vencido”. Dentro de olvidos e ingratitudes, hay que decir que –afortunadamente- Zabala recibió los homenajes merecidos. En diciembre de 1982, a medio siglo de su hazaña, fue premiado por el Círculo de Periodistas Deportivos durante la ceremonia de los Olimpia. No alcanzaría a disfrutar mucho más, murió el 24 de enero de 1983. Fuente: Libro AVENTURAS EN LAS PISTA “Héroes y protagonistas del atletismo argentino” de Luis Vinker Ediciones Al Arco Marzo 2014.