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JÓVENES • Literatura literatura infantil y juvenil 149 Con esta colección SM quiere impulsar en el entorno escolar la lectura de las principales obras de la literatura mexicana. Estas cuidadas ediciones constan de las obras íntegras y están pensadas especialmente para los lectores de hoy, con atractivo diseño e ilustraciones originales, y con distintos recursos para facilitar la comprensión lectora y propiciar el disfrute literario. Tales recursos ayudan a comprender el léxico, el entorno humano, geográfico e histórico que retrata la obra, la sociedad de la época, las motivaciones de los personajes, y también nos aproximan al autor y a sus intenciones creativas. Breves introducciones a cargo de autores conocidos por los jóvenes (Mónica Brozon, Antonio Malpica, Silvia Molina, Jaime Alfonso Sandoval...) contribuyen a derribar la barrera psicológica que en ocasiones los aleja de los clásicos y les impide ver cuán vigentes son. Clásicos del Bicentenario 1810 2010

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Page 1: JÓVENES • Clásicos - Secundaria SM · del Bicentenario 1810 2010. 150 literatura infantil y juvenil ... glosario, así como información esclarecedora que propicia una completa

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149

Con esta colección SM quiere impulsar en el entorno

escolar la lectura de las principales obras de la literatura

mexicana. Estas cuidadas ediciones constan de las obras

íntegras y están pensadas especialmente para los lectores

de hoy, con atractivo diseño e ilustraciones originales,

y con distintos recursos para facilitar la comprensión

lectora y propiciar el disfrute literario. Tales recursos

ayudan a comprender el léxico, el entorno humano,

geográfi co e histórico que retrata la obra, la sociedad

de la época, las motivaciones de los personajes, y también

nos aproximan al autor y a sus intenciones creativas.

Breves introducciones a cargo de autores conocidos

por los jóvenes (Mónica Brozon, Antonio Malpica, Silvia

Molina, Jaime Alfonso Sandoval...) contribuyen a derribar

la barrera psicológica

que en ocasiones

los aleja de los

clásicos y les impide

ver cuán vigentes son.

Clásicos del Bicentenario

18102010

Molina, Jaime Alfonso Sandoval...) contribuyen a derribar

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150

liter

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Recursos que estos libros ofrecen para fomentar la comprensión lectora

Cortejo

A fi nes del siglo xviii y principios del xix

llegó a México una costumbre proveniente

de España y originaria de Italia: el cortejo.

Este consistía en la relación de amistad cer-

cana de una señora con un hombre a quien

le era permitido entrar a la casa, pasear con

ella, acompañarla, así como engalanarla con

piropos y regalos. Aunque más tarde con-

denado y criticado, el cortejo contribuyó a

crear un culto en torno a la belleza de las

mujeres, presente en varios pasajes de Cle-

mencia. Durante el siglo xix las costumbres

en torno a la manera de abordar el amor se

fueron transformando: la burguesía román-

tica se empeñó en educar a las mujeres en

términos morales, encerrarlas en casa e in-

fundir en ellas valores como la abnegación

y el sacrifi cio. Por lo tanto, durante aquella

época la coquetería y la seducción no solo empezaron a ser mal vis-

tas, sino que fueron consideradas el factor capaz de transformar a las

mujeres de ángeles en diablos.

En busca del amor

Los sitios de socialización ideales para que los jóvenes entablaran

algún contacto con los miembros del sexo opuesto fueron las pla-

zas, los parques e incluso los atrios de las iglesias. No obstante, en el

siglo xix las mujeres no solían caminar por las calles, por lo que los

muchachos tenían que sortear sus carruajes, a pie o a caballo, con la

esperanza de obtener una mirada fugaz de la dueña de sus corazo-

nes. Otras ocasiones para conocer pretendientes eran ofrecidas por

las visitas a la iglesia, las tertulias y los bailes en que el contacto físico

era permitido.

Paseo de la cadenas

Pareja bailando polka

Clemencia [ 151 ]

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Cortejo

A fi nes del siglo xviii

llegó a México una costumbre proveniente

de España y originaria de Italia: el cortejo.

Este consistía en la relación de amistad cer-

cana de una señora con un hombre a quien

le era permitido entrar a la casa, pasear con

ella, acompañarla, así como engalanarla con

piropos y regalos. Aunque más tarde con-

denado y criticado, el cortejo contribuyó a

crear un culto en torno a la belleza de las

mujeres, presente en varios pasajes de

mencia. Durante el siglo Durante el siglo

en torno a la manera de abordar el amor se

fueron transformando: la burguesía román-

tica se empeñó en educar a las mujeres en

términos morales, encerrarlas en casa e in-

fundir en ellas valores como la abnegación

y el sacrifi cio. Por lo tanto, durante aquella

época la coquetería y la seducción no solo empezaro

tas, sino que fueron consideradas el factor capaz d

mujeres de ángeles en diablos.

En busca del amor

Los sitios de socialización ideales para que los jó

algún contacto con los miembros del sexo opuesto fu

zas, los parques e incluso los atrios de las iglesi

siglo

muchachos tenían que sortear sus carruajes, a pie o

esperanza de obtener una mirada fugaz de la dueña d

nes. Otras ocasiones para conocer pretendientes era

las visitas a la iglesia, las tertulias y los baile

era permitido.

Amor y cortejo en el siglo xix

El amor cortés en la

Edad Media

Las variantes del amor

En Clemencia el amor se manifi esta en formas va-

riadas, prueba de que durante el siglo xix convivieron

aproximaciones distintas e incluso contrarias sobre la manera de

abordar este sentimiento las relaciones de pareja. Fernando Valle

aspira a amar a la Sultana según los principios del amor cortés; en

cambio, Enrique Flores no tiene ningún reparo en hacer de las mu-

jeres presas de su seducción.

El amor en el medievo

Una de las tendencias de la literatura mexicana romántica es el

rescate de la tradición medieval, también conocida como Revival.

Esta nostalgia por el pasado permite que los escritores románticos

—Altamirano es un ejemplo— retomen en sus obras relatos y le-

yendas de origen medieval, como la historia de Isabel Segura y Diego

Marsilla, los Amantes de Teruel (en el capítulo 7 de Clemencia), o

las aventuras amorosas de los tiempos caballerescos (en el capítulo

19). La concepción del amor en la Edad Media es recuperada en el

romanticismo por su componente ideal; así, se representa como un

sentimiento más lírico que fi ncado en la realidad. En el amor cortés

la atracción sexual se sublima; es decir, se convierte en cortesía, ad-

miración y contemplación de la amada, vista como un ser sagrado a

quien debe rendirse culto y por quien se es capaz de morir.

El amor romántico

Aunque muchos de los casamientos en México durante el siglo xix

se celebraron en forma de alianzas, por conveniencia de las familias

involucradas, el movimiento romántico, a manera de innovación,

asoció el matrimonio con el sentimiento amoroso y la atracción

desinteresada, incluso ingenua y alejada de la sexualidad. El amor

romántico se caracteriza por ser etéreo. Al mismo tiempo posee

un carácter espiritual, visto y entendido como una huella de au-

tenticidad, que lo aleja del deseo carnal. El narrador en Clemencia

subraya que en Guadalajara “todavía el amor tiene un santuario y

adoradores fi eles; allí se sabe amar”. De esta forma, distingue entre

el amor considerado como auténtico, equiparable con la concepción

romántica, y la búsqueda egoísta de la satisfacción sexual. El amor

según el romanticismo tiene generalmente un desenlace trágico y

puede conducir a los personajes a la locura, la muerte, el suicidio o

el enclaustramiento.

Pareja romántica

[ 150 ] Ignacio Manuel Altamirano

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Don Catrín de la Fachenda [ 71 ]

Pintura de castas de un artista anónimo del siglo XVIII

Ser criollo en la Nueva EspañaAl contrario de lo que comúnmente se cree, los hijos de españoles

nacidos en la Nueva España —como el propio Fernández de Lizar-

di— no tenían la misma situación privilegiada que los españoles

peninsulares. Los altos cargos, así como las principales actividades

económicas (minería, comercio, industria, agricultura), fueron ocu-

pados y acaparados por españoles nacidos en España, lo que generó

recelo, frustración y descontento entre los criollos.Los extremos se tocanEn Don Catrín de la Fachenda el Pensador Mexicano critica a las cla-

ses privilegiadas, así como a los estratos sociales más bajos. Según

el autor, tanto los aristócratas como los mendigos y prostitutas des-

precian el trabajo e impiden el progreso de la sociedad. Los catrines,

por ejemplo, se escudan en su supuesto alto linaje para no ejercer

ningún ofi cio ni labor de provecho.

“Mestizaje”, pintura al óleo de Miguel Cabrera

“Hacendado”, litografía de Claudio Linati

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Pintura de castas de un artista anónimo del siglo

di— no tenían la misma situación privilegiada que l

peninsulares. Los altos cargos, así como las princi

económicas (minería, comercio, industria, agricultu

pados y acaparados por españoles nacidos en España,

recelo, frustración y descontento entre los criolloLos extremos se tocanEn Don Catrín de la Fachendases privilegiadas, así como a los estratos sociales

el autor, tanto los aristócratas como los mendigos

precian el trabajo e impiden el progreso de la soci

por ejemplo, se escudan en su supuesto alto linaje

ningún ofi cio ni labor de provecho.

[ 70 ] José Joaquín Fernández de Lizardi

La sociedad en tiempos de Lizardi

Escena de mercado: “La Sorpreza”, de

Agustín Arrieta

Pintura de castas: “De español y mulata,

morisco”

Pintura de castas: “De negro y alavina,

negro torna atrás”

La sociedad colonialIntegrada por diferentes grupos étnicos, la sociedad novohispana se

caracterizó por ser problemática. En la primera década del siglo xix

la Nueva España tenía una población de casi seis millones de habi-

tantes, transitaba por un intenso proceso de cambio y sufría claras

divisiones y fracturas. Esta es la sociedad que Fernández de Lizardi

retrató en El Periquillo Sarniento y Don Catrín de la Fachenda.Gente de casta limpiaEspañoles, indios y negros fueron los representantes de los princi-

pales grupos étnicos de la Nueva España. Los españoles eran con-

siderados gente de casta limpia, para señalar una supuesta “pureza”

y, ante todo, la ausencia de sangre negra entre sus antepasados. Ser

blanco signifi caba tener menos obligaciones y gozar de privilegios.

Buena castaLos indios eran considerados de buena casta, aunque inferior a la

de los blancos. Queda claro que fueron dominados, y nunca tuvie-

ron los mismos privilegios que los españoles. En ocasiones, el tra-

to paternalista y la discriminación llegaron al grado de concebirlos

como gente sin razón.

NegrosEste grupo étnico, considerado infame ante la ley, ocupó el escalafón

más bajo dentro de la división jerárquica de la sociedad colonial.

Como descendientes de esclavos, debían pagar tributo, obligación

que no tenían los estratos superiores.Pluralidad novohispanaHacia mediados del siglo xviii se registraron más de cincuenta cas-

tas o tipos de descendientes de uniones entre individuos de diferen-

tes grupos étnicos. Algunas de ellas fueron bautizadas con nombres

tan curiosos como saltapatrás, tente en el aire o no te entiendo; otras

más conocidas estuvieron integradas por los mestizos, castizos y

mulatos. La división de castas fue una manera de asegurar los pri-

vilegios sociales, económicos y legales de los españoles. Este sistema

se disolvió paulatinamente, por lo que a fi nales del siglo xviii los

grupos se identifi caban por su posición económica, estilo de vida y

tipo de vivienda.

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CONTEXTOA lo largo de cada libro se insertan 10 páginas dobles con información sobre el autor, su obra, la época en que se ubica la novela, el medio cultural y literario, la vida cotidiana, los usos sociales, etcétera.

CONTEXTO

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JÓV

EN

ES

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ratu

ra

VOCABULARIO Y NOMBRESPara no tener que interrumpir la lectura con consultas en el diccionario o en la enciclopedia, en los márgenes se presenta un glosario, así como información esclarecedora que propicia una completa comprensión lectora.

Clemencia [ 23 ]

Aplicado con asiduidad a esta para él nueva arma, había aprovechado tan-to su tiempo que se le citaba como el ofi cial más inteligente y más capaz, por lo cual y por su carácter frío y reservado, sus compañeros le profesaban un odio reconcentrado y mortal.

—Evidentemente, este muchacho escondía un proyecto siniestro, estaba inspirado por una ambición colosal, andaba su camino, y quién sabe... Él quería subir, y aparentaba servir a la República como un medio de llegar a su objeto. No era, pues, un patriota, sino un ambicioso, un malvado encubierto.

Esto se decían los ofi ciales en voz alta, esto se decía el coronel, esto se decía el mismo Flores, y más de una vez Valle tuvo que sufrir los sangrientos sarcasmos de todos, y los devoró en silencio y palideciendo de rabia.

—Él no es cobarde, él sufre nuestros insultos y evita toda pendencia; luego abriga una mira particular a cuya realización sacrifi ca hasta su amor propio.

Esto añadían en coro los ofi ciales.Además, Valle ni pedía un servicio a nadie ni lo hacía. Guardaba su poco

dinero, gastábale con parsimonia y evitaba toda ocasión de comprometerse a pagar en un convite la comida y el vino de sus compañeros, por lo cual regularmente comía aparte o en diferente fonda, siempre solitario y siempre económico.

Esta sobriedad calculada, su falta de buen humor, su aversión a los vicios a que es inclinada la juventud militar, le daba un aire de gazmoñería que no podía menos que atraerle la enemistad de las gentes.

Así, cuando algún ofi cial, porque todos los demás se amaban fraternal-mente, estaba enfermo o metido en algún apuro, todo el mundo volaba a su socorro, se le prodigaban los cuidados más solícitos, se velaba a la cabecera de su cama, se le facilitaba dinero, se le asistía, en fi n, como en familia.

Pero cuando Valle, que tenía, a pesar de su aparente raquitismo, una salud robusta, solía estar achacoso, o herido, como acababa de sucederle a conse-cuencia de una escaramuza, nadie le hacía el menor caso; se le trataba como a un perro, y el orgulloso comandante tenía que preparar su hilas con una sola mano y que tomar sus tisanas y beber agua en su jarro con infi nitos trabajos, porque rehusaba hasta los servicios de un viejo soldado que le servía, quien, por otra parte, le quería poco.

Francamente, hasta nosotros los médicos, hombres de caridad y que no consultamos nuestras simpatías para ser útiles a los que sufren, hasta noso-tros, digo, repugnábamos acercarnos a él, porque sentíamos una invencible antipatía viendo a ese pequeño ofi cial con su mirada ceñuda, su color pálido e impuro y su boca despreciativa.

—La tisana que me recetó usted, doctor, no me ha hecho provecho alguno —me dijo un día en Querétaro cuando estaba atacado de fi ebre a consecuen-cia de la herida.

La República. La constitución de 1857 ratifi caba la soberanía del pueblo al constituirse en una república democrática y federal, sistema opuesto a la monarquía de Maximiliano.

Pendencia. Riña.

Prodigar. Dar en gran cantidad.

Hila. Conjunto de hebras de un trapo o lienzo para curar las heridas.

Tisana. Bebida medicinal de hierbas y otros ingredientes.

EL AUTOR DETRÁS DEL PERSONAJE. Fernando Valle comparte algunas características físicas y morales con Ignacio Manuel Altamirano (en el retrato). Algunos críticos lo consideran su alter ego.

Gazmoñería. Presunción de escrúpulos que no se tienen.

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[ 22 ] Ignacio Manuel Altamirano

Capítulo IV

El comandante fer nand o valle

Había también en el mismo cuerpo, y mandando el segundo es-cuadrón, un joven comandante que se llamaba Fernando Valle. Era justamente lo contrario de Flores, el reverso del simpático y amable

carácter que acabo de pintar a largas pinceladas.Valle era un muchacho de veinticinco años como Flores, pero de cuerpo

raquítico y endeble; moreno, pero tampoco de ese moreno agradable de los españoles, ni de ese moreno oscuro de los mestizos, sino de ese color pálido y enfermizo que revela o una enfermedad crónica o costumbres desordenadas.

Tenía los ojos pardos y regulares, nariz un poco aguileña, bigote pequeño y negro, cabellos lacios, oscuros y cortos, manos fl acas y trémulas. Su boca regular tenía a veces un pliegue que daba a su semblante un aire de altivez desdeñosa que ofendía, que hacía mal.

Taciturno, siempre sumido en profundas cavilaciones, distraído, metódi-co, sumiso con sus superiores, aunque traicionaba su aparente humildad el pliegue altanero de sus labios, severo y rigoroso con sus inferiores, económi-co, laborioso, reservado, frío, este joven tenía aspecto repugnante y, en efecto, era antipático para todo el mundo.

Sus jefes lo soportaban, y se veían obligados a tenerle consideración por-que más de una vez en la campaña de Puebla, primera que había hecho en su vida, había dado pruebas de un valor temerario, de un arrojo que parecía inspirado por un ardiente deseo de elevarse pronto o de acabar, sucumbien-do, con algún dolor secreto que torturaba su corazón.

Hubiérase dicho que, desafi ando a la muerte, había querido humillar a sus jefes que combatían con la prudencia del valor reposado y experto.

En el ejército era un advenedizo, porque había aparecido como soldado raso en las fi las el año de 1862, ascendiendo luego a cabo por su aplicación, después a sargento en las Cumbres de Acultzingo, a subteniente (servía en-tonces en un cuerpo de infantería), luego a teniente después del 5 de Mayo y, por último, a capitán.

Como tal había tomado parte en la defensa de la plaza de Puebla en 1863, sirviendo entonces en el batallón mixto de Querétaro, a las órdenes del va-liente y malogrado Herrera y Cairo.

No cayó prisionero, sino que pudo evadirse de la ciudad y se presentó al gobierno en México, que le ascendió a comandante y le destinó a servir en el cuerpo de caballería en que se hallaba actualmente.

Trémulo. Que tiembla.

Económico. Muy moderado en gastar.

REBELIÓN POBLANA. En enero de 1856 un

grupo de rebeldes que se oponían a la desaparición

de los fueros militar y eclesiástico ocuparon

la ciudad de Puebla. La sublevación fue sofocada

en abril del mismo año. Como consecuencia, el obispo de Puebla

Antonio de Labastida (en el retrato), acusado de

fi nanciar la insurrección, fue desterrado.

DEFENSA DE LA PLAZA DE PUEBLA. En marzo de 1863

los franceses sitiaron la ciudad de Puebla; en esta ocasión triunfaron, ya que

los víveres, medicinas y municiones de la

resistencia se agotaron en mayo.

Cumbres de Acultzingo. La batalla que lleva este

nombre ocurrió en abril de 1862, cuando

el ejército francés abandonó el Puerto de Veracruz para avanzar

hacia el interior del país.

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BAILE Y COCHINO-D 16_marzo_2010.indd 119

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[ 118 ] José T. de Cuéllar

do a algunos que han aprendido a nadar con solo echarse al agua.

Una erupción de fatuidad hinchó a Perico, que se creyó por un momento

el rey del baile. Era feliz; solo que su felicidad, de muy distinto género de

la de Enrique, se iba materializando a un grado inconveniente. A las pocas

vueltas empezó a perder la conciencia de lugar: líneas negras y amarillas cru-

zaban con rapidez vertiginosa en el campo de su visión; rumores y estrépitos

como de cascadas y coros al mismo tiempo descomponían los sonidos de

la música, como se descomponen los colores con el movimiento de rota-

ción. ¡Quién sabe cómo iba tomado de Gumesinda, en qué actitud ni con

qué afi anzamiento, ni por qué artes iba adherido! Pero él, como arrebatado

por los círculos concéntricos de una vorágine, iba perdiendo rápidamente la

conciencia de sí mismo, hasta que, como si hubiera tocado el último círculo

o como la piedra de la honda que se desprende en tangente para lanzarse al

espacio, Perico sintió un arrancamiento, una explosión y una luz que fueron

a terminar en inacción, en silencio y en oscuridad.

¡Yacía tendido en la alfombra con los brazos abiertos y como muerto!…

Gumesinda gritó y levantó los brazos, y una oleada y un grito general se pro-

dujeron en la concurrencia.

—¿Qué ha sucedido?

Que Machuca, el pagador, había asestado una bolea descomunal al pobre

de Perico, y lo había postrado en tierra sin sentido.

—¿Qué ha sucedido? ¿Qué pasa? —exclamaban muchas voces.

—¡Nada! ¡Una desgracia!

—¡Un golpe!

—¡Una trompada!

—¡¡Un herido!!

—¡¡¡Un matado!!!

Así llegó la noticia a la cocina: ¡Un matado!

—¡Ave María Purísima! —exclamó la cocinera—, son esos “rotos” de mis

pecados que ya se “entrompetaron”.

—¿Ora qué hacemos, doña Pachita?

—Pero ¿quién es el muerto?

—Dicen que se llama el niño Perico.

—¿Y quién le pegó?

—Pos dizque un tal Machuca.

— ¿Con arma?

—Pues yo creeré que con belduque —dijo el garbancero.

—¿Y lo mató dialtiro?

—Voy a ver.

Las señoras habían salido en tropel hasta el corredor, y entre cuatro hom-

bres cargaban a Perico para llevarlo a la recámara.

Fatuidad. Presunción o

vanidad ridícula.

Vorágine. Remolino muy

fuerte que puede pro-

ducirse en el mar, en

los ríos y lagos. Pasión

desenfrenada.

Bolea [sic]. Golpe o

bofetada.

Belduque. Cuchillo gran-

de de hoja puntiaguda.

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Clemencia [ 67 ]

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[ 66 ] Ignacio Manuel Altamirano

Capítulo XIV

Revel ación

Era una colección de melodías alemanas. Isabel eligió una muy a pro-pósito para interpretar el estado de su corazón. Era una de esas piezas en que la ternura y la melancolía están unidas a las más difíciles com-

binaciones de la ciencia musical.Enrique estaba conmovido y admirado. Isabel realmente era una artista, y

una artista que habría brillado en el salón más aristocrático de Europa.La bella joven no aumentaba el encanto de la música con las ardientes

miradas ni las sonrisas de amor, como Clemencia. Atenta a la melodía, tenía fi jos los ojos en algo invisible, y hubiérase dicho que su alma vagaba en los abismos de la meditación.

Pero después de algunos momentos las difi cultades de la ejecución la vol-vieron al mundo real, y entonces un torrente de poderosas armonías salió del seno del piano, al contacto de aquellas manos de rosa, en las que nadie hu-biera sospechado una agilidad y una fuerza tales como las que se necesitaban para desencadenar aquel huracán de notas.

Enrique se entusiasmaba gradualmente y manifestaba de mil modos su admiración. Isabel, tocando, se había transformado, de la niña tímida y dulce que era, en un ángel seductor e irresistible. Sus hermosos ojos azules y os-curos brillaban con el fuego de la inspiración, su boca se entreabría con una leve sonrisa, su rizada y espesa cabellera blonda parecía agitada, y el esfuerzo hacía palpitar su seno, cuidadosamente cubierto, pero que Enrique devoraba con deleite.

El joven no pudo más, y en uno de los momentos en que las notas se apagaban lánguidamente, se inclinó hacia la bella artista, como para hacerle alguna indicación, y murmuró en sus oídos estas palabras.

—Después de esto, caer de rodillas y adorar a usted. Isabel se turbó, se puso encendida, sus manos temblaron y la pieza se interrumpió bruscamente.

—¿Qué te pasa, querida? —le gritó Clemencia desde su asiento.—Nada —contestó Isabel—, escuchaba una observación de Flores, que

me ha obligado a interrumpirme.—¿Acaso he ofendido a usted, Isabel, con mi indicación humilde? —pre-

guntó Enrique inclinándose de nuevo.—¿Ofenderme? ¡Dios mío! ¿Por qué? Es una galantería de usted, que no

acepto sino como una expresión de bondad.—Como la expresión de mi alma... Isabel, estoy subyugado...

Blonda. Rubia.

MODA Y PUDOR. El seno o pecho de las mujeres

era disimulado en las prendas de la época

mediante holanes, volantes, pliegues o fruncidos. Los pies

apenas se mostraban, pues también eran

considerados objetos de seducción.

CLEMENCIA-D_16_agosto_2010 ok.indd 66 10/11/10 4:47 PM

ILUSTRACIONESCada obra se enriquece con ilustraciones originales que recrean artísticamente la atmósfera particular en que se desenvuelve la trama.

Een que la ternura y la melancolía están unidas a las más difíciles com-binaciones de la ciencia musical.

Enrique estaba conmovido y admirado. Isabel realmente era una artista, y una artista que habría brillado en el salón más aristocrático de Europa.

La bella joven no aumentaba el encanto de la música con las ardientes miradas ni las sonrisas de amor, como Clemencia. Atenta a la melodía, tenía fi jos los ojos en algo invisible, y hubiérase dicho que su alma vagaba en los

Pero después de algunos momentos las difi cultades de la ejecución la vol-vieron al mundo real, y entonces un torrente de poderosas armonías salió del seno del piano, al contacto de aquellas manos de rosa, en las que nadie hu-biera sospechado una agilidad y una fuerza tales como las que se necesitaban

Enrique se entusiasmaba gradualmente y manifestaba de mil modos su admiración. Isabel, tocando, se había transformado, de la niña tímida y dulce que era, en un ángel seductor e irresistible. Sus hermosos ojos azules y os-curos brillaban con el fuego de la inspiración, su boca se entreabría con una leve sonrisa, su rizada y espesa cabellera blonda parecía agitada, y el esfuerzo hacía palpitar su seno, cuidadosamente cubierto, pero que Enrique devoraba

El joven no pudo más, y en uno de los momentos en que las notas se apagaban lánguidamente, se inclinó hacia la bella artista, como para hacerle

—Después de esto, caer de rodillas y adorar a usted. Isabel se turbó, se puso encendida, sus manos temblaron y la pieza se interrumpió bruscamente.

—¿Qué te pasa, querida? —le gritó Clemencia desde su asiento.—Nada —contestó Isabel—, escuchaba una observación de Flores, que

—¿Acaso he ofendido a usted, Isabel, con mi indicación humilde? —pre-

—¿Ofenderme? ¡Dios mío! ¿Por qué? Es una galantería de usted, que no

—Como la expresión de mi alma... Isabel, estoy subyugado...

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[ 54 ] José Joaquín Fernández de Lizardi

Pintar pajaritos. Fingir, exagerar, engrandecer.

No tener malos bigotes. Ser bien parecido.

Accesoria. Habitación anexa a un negocio.Tlaco. Moneda de cobre equivalente a la octava parte de un real.

En vano recorrí mis guaridas: ninguna de mis amigas quiso hacerme el

favor, por más que yo les pintaba pajaritos. Todas temían que yo les quería

jugar alguna burla. Cansado de andar y desesperado de salir con bien de la empresa, determi-

né irme a tomar chocolate, como lo hice.

Estaba yo tomándolo, cuando entró una muchacha, no indecente ni de

malos bigotes, acompañada de una vieja. Se sentaron en la mesita donde yo

estaba; me saludaron con mucha cortesía; les mandé llevar cuanto pidieron,

y de todo ello resultó lo que yo deseaba: la joven se comprometió a ser mi

hermana y la viejecita, mi tía.Ya se deja entender que eran unas señoras timoratas y no

podían sospechar de un caballero como yo que abusara de tan

estrecho parentesco, y así no tuvieron embarazo para ofertarme

su casa, y yo quise honrarme con su buena compañía.

Quisieron ir al Coliseo; las llevé y, concluida la comedia, fui-

mos a cenar y después a su casa.Innumerables sujetos las saludaron en la calle, en el teatro

y en la fonda con demasiada confi anza, y yo me lisonjeaba de

haberme encontrado con una hermana tan bonita y tan bien-

quista.Llegamos al fi n a su casa, y no me hizo fuerza que esta fuera

una triste accesoria, ni que los muebles se redujeran a un canapé

destripado, a un medio petate, una memela o colchoncillo sucio, y un brase-

rito de barro en el que estaba de medio lado una ollita de a tlaco con frijoles

quemados.Ya sabía yo que esta clase de señoritas, por más lujosas que se presenten,

no tienen, casi siempre, mejores casas ni ajuares.

Yo entré muy contento y la buena de mi tía no permitió que durmiera en

el canapé, porque tenía muchas chinches; y así, quise que no quise, acompa-

ñé a mi hermana, porque no me tuvieran por grosero y poco civilizado.

En esa noche la instruí en el papel que debíamos todos representar con

Simplicio, y al día siguiente las mudé a mi casa, después de haber pagado

catorce reales que adeudaban de arrendamiento de la que tenían.

Luego que las dejé en mi cuarto, marché a buscar a mi querido amigo, a

quien hallé desesperado de mi tardanza.Tomamos café y nos fuimos a casa, en donde fue Simplicio muy bien re-

cibido de mi afl igida hermana, quien le contó tantas bonanzas futuras y mi-

serias presentes que, excitando su compasión y su avaricia, por primera vista

le dejó cinco pesos y se fue.Ella quedó enamoradísima de la liberalidad de Simplicio, y este lo mismo

de la hermosura de Laura, que así se llamaba mi hermana.

En el COLISEO NUEVO, teatro principal de

la ciudad de México inaugurado en 1753,

se representaban comedias y óperas que

podían durar hasta tres horas y media.

Don catri�n de la fachenda121109.indd 54

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Baile y cochino AUTOR: JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLARILUSTRADORES: MARÍA DEL MAR HERNÁNDEZ Y EMILIO RAMOSPRÓLOGO: ANTONIO MALPICA

La familia de Matilde quiere festejarle en grande su cumpleaños; para eso organizarán un tremendo baile. Los dueños de la casa serán quienes se lleven las mayores sorpresas.

Clásico que dibuja la sociedad mexicana del siglo XIX.

TEMA: Clásicos // 136 págs.ISBN: 978-607-471-548-4

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Clemencia AUTOR: IGNACIO MANUEL ALTAMIRANOILUSTRADOR: GUILLERMO ÁNGEL DE GANTEPRÓLOGO: SILVIA MOLINA

En medio de la intervención francesa, un par de cadetes del ejército liberal se disponen a cortejar a dos muchachas de Guadalajara. Hasta ese punto, la novela parece ordinaria. Sin embargo, pocos imaginan que esta historia terminará con una traición a la patria, la muerte de un inocente y el enclaustramiento de una de las primeras mujeres fatales de la literatura mexicana.

Novela clásica de la literatura mexicana, con ilustraciones originales y notas útiles para los jóvenes lectores.

TEMA: Clásicos // 176 págs.ISBN: 978-607-471-666-5

JOSÉ TOMÁS DE CUÉLLAR MARÍA DEL MAR

HERNÁNDEZ Y EMILIO RAMOS ANTONIO MALPICA

La familia de Matilde quiere festejarle en grande su cumpleaños; para eso organizarán un tremendo baile. Los dueños de la casa serán quienes se lleven las mayores sorpresas.

Clásico que dibuja la sociedad mexicana

Clásicos // 136 págs.

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adLos empeños de una casaAUTOR: SOR JUANA INÉS DE LA CRUZILUSTRADOR: CLAUDIA LEGNAZZI PRÓLOGO: HORTENSIA MORENO

En esta obra, Sor Juana retrata con gran exquisitez la época colonial. El entramado que teje como telón de fondo está compuesto por una corte en la que desfi lan singulares personajes. Es una pieza de teatro donde se mezclan el amor, la intriga, los celos y las más recónditas pasiones humanas. Fue escenifi cada por primera vez en 1683.

TEMA: Amor

Don Catrín de la Fachenda AUTOR: JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDIILUSTRADOR: DIEGO MOLINAPRÓLOGO: JAIME ALFONSO SANDOVAL

La de Catrín parece una vida envidiable: procurarse las mejores ropas, comer abundantemente y beber todavía mejor, pero jamás ha de trabajar. Sin embargo, las cosas se le complican más de lo esperado.

Clásico de la picaresca mexicana.

TEMA: Clásicos // 112 págs.ISBN: 978-607-471-467-8

Amor