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Seminario Teológico Anna Sanders Materia: Libros Históricos Profesor: José Luis Carmona Lozano.
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JOSUÉ
COMENTARIO
I. Invasión de Canaán (1:1–5:12)
A. Comisión de Josué (cap. 1)
1. JOSUÉ ESCUCHA A DIOS (1:1–9)
1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt. 34:1–
9). Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:15–23; Dt. 3:21–22;
31:1–8). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx. 24:13; 33:11; Nm.
11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29).
Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la voz de
Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el Señor siempre se
comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su palabra escrita. Pero en el
A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo sacerdote, y en ocasiones, con voz
audible.
1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue claro.
Moisés, el siervo de Dios había muerto. (Es interesante que a Moisés se le llame “siervo de Jehová” tres
veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del libro. Al final de su vida,
Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin embargo, a pesar de que Moisés ya
había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era ahora la figura clave para llevar a cabo el
programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas. De inmediato, Josué debía asumir el control de
todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …, a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie
puede cuestionar el derecho que Dios tenía de dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él
es dueño de toda la tierra. Como afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y
los que en él habitan” (Sal. 24:1).
1:3–4. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una fuerte
lucha. Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que entrar a
poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas a Abraham
(Gn. 15:18–21) y a Moisés (Dt. 1:6–8) se extendían desde el sur del desierto hasta el norte de los
montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el Mediterráneo que estaba al
occidente, donde se pone el sol. La expresión toda la tierra de los heteos que se añade aquí
probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba al norte de Canaán, sino al
hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos los pobladores de la región de
Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían diseminados en Canaán.
Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó parte del
grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una variante en la manera
de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no se había borrado de su
memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese territorio.
¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por Israel en
tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:18–21. Aun en tiempos de
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David y Salomón, cuando la tierra alcanzó su máxima extensión, los distritos que quedaban en los
extremos sólo recibían una influencia parcial de Israel.
¿Cuándo poseerá la nación de Israel toda la tierra? Los profetas han declarado que será cuando
Cristo regrese a la tierra. Entonces, reunirá a los judíos y reinará sobre la tierra y sobre la nación
redimida y convertida de Israel. La posesión absoluta todavía está pendiente, esperando que llegue aquel
día (cf. Jer. 16:14–16; Am. 9:11–15; Zac. 8:4–8).
1:5. Al enfrentar el tremendo reto de conquistar a Canaán, Josué necesitaba una palabra fresca de
ánimo. A partir de sus observaciones personales, Josué sabía que los cananeos y los otros pueblos eran
muy fuertes y que vivían en ciudades bien fortificadas (cf. Nm. 13:28–29). Además, las frecuentes
batallas mantenían a los guerreros en excelentes condiciones para pelear. Por otro lado, la mayor parte
de la tierra era montañosa, lo cual complicaría las maniobras militares. Pero cuando Dios da una orden,
generalmente la acompaña de una promesa, así que él aseguró a Josué que tendría una trayectoria de
victorias continuas sobre sus enemigos, debido a la presencia y ayuda infalibles de Dios. Las palabras no
te dejaré (cf. Jos. 1:9) pueden entenderse como “Yo nunca te soltaré o abandonaré” y Dios nunca se
retracta de sus promesas.
1:6. Esta fuerte declaración de parte del Señor de que nunca desampararía a Josué, es el origen del
llamado que le hizo a ser valiente, el cual consta de tres partes. En primer lugar, Josué recibió el
mandato de esforzarse y ser valiente (cf. vv. 7, 9, 18) porque Dios había prometido darle la tierra. El
esfuerzo y la fortaleza eran necesarios para llevar a cabo la agotadora campaña militar que estaba por
delante. Pero Josué debía tener muy presente que el éxito que alcanzaría dando a Israel por heredad la
tierra, sería gracias a que había sido prometida a sus padres; i.e., a Abraham (Gn. 13:14–17; 15:18–21;
17:7–8; 22:16–18), a Isaac (Gn. 26:3–5), a Jacob (Gn. 28:13; 35:12), y a la nación entera, que era la
simiente de Abraham (Éx. 6:8), como su posesión eterna. Finalmente, Josué debía conducir a los hijos
de Israel a poseer la tierra prometida. ¡Qué papel tan importante le tocaría desempeñar en ese tiempo tan
crucial para la historia de la nación!
Aunque el cumplimiento de esa promesa tan especial y única depende de la obediencia de Israel
(cualquiera que sea la generación de que se trate) a Dios, no hay duda de que la Biblia afirma que Israel
tiene derecho a poseer esa tierra. El título de propiedad le pertenece por contrato divino, aunque no la
poseerá en su totalidad ni la disfrutará a plenitud hasta que esté bien con Dios.
1:7–8. En segundo lugar, Josué recibió la orden de esforzarse y ser muy valiente. Debía tener
cuidado de hacer conforme a toda la ley de Moisés. Ese mandamiento está basado en el poder de Dios
impartido a través de su palabra. Esta es una exhortación más fuerte, indicando que se requiere mayor
fuerza de carácter para obedecer fiel y cabalmente la palabra de Dios ¡que para ganar batallas militares!
El énfasis de estos vv. claramente se pone en un cuerpo escrito de verdades. Muchos críticos argumentan
que las Escrituras no aparecieron en forma escrita sino hasta varios siglos después. No obstante, aquí
hay una referencia clara que afirma que ya existía un libro de la ley.
Para disfrutar de la prosperidad y para que todo saliera bien en la conquista de Canaán, Josué debía
hacer tres cosas respecto a las Escrituras: (a) El libro de la ley no debía apartarse de su boca; i.e., debía
hablar acerca de él (cf. Dt. 6:7); (b) debía meditar en él de día y de noche; i.e., pensar acerca de él (cf.
Sal. 1:2; 119:97); (c) él debía hacer conforme a todo lo que en él está escrito, y obedecer por completo
los mandamientos; i.e., actuar conforme a ellos (cf. Esd. 7:10; Stg. 1:22–25).
La vida de Josué demuestra que él vivía en la práctica las enseñanzas de la ley de Moisés, la única
porción de la palabra de Dios que estaba por escrito en ese entonces. Solamente así se explican los
triunfos que logró en las batallas y el éxito que caracterizó a su carrera. En uno de sus discursos de
despedida antes de morir, exhortó a la nación a vivir en obediencia a las Escrituras (Jos. 23:6).
Trágicamente, el pueblo sólo hizo caso a esta exhortación por un corto período de tiempo. En sus
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siguientes generaciones, Israel se rehusó a ser guiado por la autoridad revelada de Dios, y cada uno
hacía lo que bien le parecía (Jue. 21:25). Israel rechazó las instrucciones objetivas de justicia y prefirió
las subjetivas, que se caracterizan por una espiritualidad y moralidad relativas. Esto condujo a la nación
a la apostasía religiosa y a la anarquía moral que duró varios siglos.
1:9. El tercer llamado a Josué para que fuera valiente se basa en la presencia de Dios. Esto de
ninguna manera minimiza la tarea que debía enfrentar el líder. Él tendría que confrontar a gigantes y
ciudades fortificadas, pero la presencia de Dios sería la que les daría el triunfo sobre sus enemigos.
Probablemente en la vida de Josué hubo momentos en que se sintió débil, incapaz y asustado. Tal
vez llegó a considerar la posibilidad de renunciar antes de comenzar la conquista. Pero Dios conocía
exactamente sus sentimientos de debilidad personal y de temor y le dijo tres veces te mando que te
esfuerces y seas valiente (vv. 6–7, 9; cf. v. 18). Dios también lo animó a no temer ni a desmayar (cf. Dt.
1:21; 31:8; Jos. 8:1). Esas exhortaciones, junto con sus palabras de ánimo (la promesa, el poder y la
presencia de Dios), fueron suficientes para sostenerlo durante toda su vida. Los creyentes de todos los
tiempos pueden animarse con las mismas promesas.
2. JOSUÉ DA ÓRDENES A SUS OFICIALES (1:10–15)
El Señor había hablado con Josué. Ahora él debía hablar al pueblo y lo hizo sin tardanza. Las
órdenes que dio fueron dadas con plena certidumbre. El nuevo líder había tomado el mando con
confianza. La situación que Josué y el pueblo enfrentaban no era fácil. De hecho, era similar al dilema
que enfrentaron Moisés y el pueblo cuando estuvieron frente al mar Rojo (Éx. 14). En ambos casos, se
presentó un obstáculo al comienzo del ministerio de los líderes que parecía imposible de superar
recurriendo a métodos naturales. Ambos casos exigían una profunda confianza y una dependencia
absoluta en el poder sobrenatural de Dios.
1:10–11. Había dos asuntos que exigían atención inmediata. Primero, debían juntar provisiones.
Aunque la provisión del maná diario no había cesado aún, el pueblo debía recolectar algunos frutos y
granos de las planicies de Moab para alimentarse ellos y sus ganados. La orden de “preparar” fue dada
por Josué a los oficiales (lit., “escribas”), quienes a su vez hablaron al pueblo al igual que hacen los
jefes de personal en la actualidad, que pasan las órdenes de un superior a la gente. La conquista
comenzaría en tres días (cf. 2:22).
1:12–15. El segundo asunto que Josué tenía que resolver era recordar a las tribus de Rubén, Gad y a
la media tribu de Manasés, que aunque ya se les había asignado la tierra que estaba al oriente del
Jordán como herencia, tenían el compromiso de pelear con sus hermanos y ayudarlos a conquistar la
tierra que se encontraba al occidente de ese río (Nm. 32:16–32; Dt. 3:12–20). La palabra clave aquí es
acordaos. Su respuesta (Jos. 1:16–18) muestra que no habían olvidado su promesa y que estaban listos
para cumplirla. De hecho, debían formar la vanguardia y encabezar el ataque sobre Canaán (v. 14,
delante de vuestros hermanos).
3. JOSUÉ RECIBE APOYO DEL PUEBLO (1:16–18)
1:16–18. La respuesta de las dos tribus y media que se habían asentado del otro lado del Jordán fue
entusiasta y de corazón. Seguramente reflejaba la actitud de todas las tribus en ese momento crucial en
que se preparaban para la invasión. Para el nuevo líder, esto debió haber sido de gran ánimo. Estaba
seguro de que su pueblo estaba unido y apoyándolo. En su juramento de lealtad y obediencia (nosotros
haremos … e iremos) prometieron solemnemente que cualquiera que desobedeciera al líder sería
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condenado y ejecutado. Hasta las tribus de Israel animaron a Josué a esforzarse y a ser valiente (cf. vv.
6–7, 9).
Sin embargo, había una condición: ellos estarían dispuestos a seguir a Josué si él les daba evidencias
claras de que era guiado por Dios (v. 17). Esta fue una sabia precaución y debían estar vigilantes de esto.
Si no, los líderes de Israel resultarían ser falsos profetas o “ciegos guiando a ciegos”.
B. Espionaje en Jericó (cap. 2)
Josué había sido uno de los doce espías que exploraron la tierra de Canaán (Nm. 13–14). Ahora que
levantaba su vista hacia el occidente, al otro lado del turbulento Jordán, y veía la tierra que Dios les
había prometido, no es de sorprender que mandara reunir la información necesaria para llevar a cabo una
batalla exitosa. Esa batalla fue el inicio de una guerra prolongada y difícil.
1. LOS ESPÍAS SON ENVIADOS A JERICÓ (2:1)
2:1. El líder vio en medio del camino que debían recorrer, la ciudad amurallada de Jericó, centro
estratégico del valle del Jordán que controlaba los caminos que conducían al altiplano central. Antes de
atacar, Josué necesitaba contar con información completa acerca de ese fuerte—cómo eran sus puertas,
sus torres fortificadas, su fuerza militar y el ánimo de sus habitantes. Así que eligieron a dos agentes
secretos y los enviaron a realizar una misión cuidadosamente disfrazada. Ni aun los mismos israelitas
debían conocer de ella, por el peligro de que un informe desfavorable los desanimara como sucedió con
sus antepasados en Cades-barnea (Nm. 13:1–14:4).
Arriesgando la vida, los dos espías salieron de Sitim, 11 kms. al oriente del Jordán y probablemente
viajaron hacia el norte, cruzando a nado el río desbordado (cf. 3:15) por algunos vados. Se dirigieron
hacia el sur y entraron a Jericó por el lado occidental. Pronto estuvieron caminando por las calles, y
mezclándose con la gente.
No se menciona cómo es que los espías escogieron la casa de una ramera que se llamaba Rahab.
Algunos sugieren que la vieron caminando por la calle y la siguieron, pero es mejor creer que en la
providencia de Dios, los hombres fueron guiados hasta allí. El propósito del Señor para la visita de los
espías a Jericó incluía algo más que obtener información militar. Allí vivía una mujer pecadora a la cual
él, en su gracia, había escogido para librarla del juicio inminente que vendría sobre la ciudad. Así que el
Omnipotente, actuando de manera misteriosa, reunió a los dos agentes secretos del ejército de Israel con
la prostituta de Canaán, que se convertiría en prosélita del Dios de Israel.
Desde el tiempo de Josefo hasta nuestros días, algunos han tratado de maquillar ese encuentro,
argumentando que Rahab era solamente la que cuidaba una posada. Sin embargo, las referencias del
N.T. (He. 11:31; Stg. 2:25) indican que era una mujer inmoral. Esto de ninguna manera pone en duda la
justicia de Dios al usar a una persona como ella para cumplir sus propósitos. Por el contrario, este
incidente sirve para poner en alto relieve su gracia y misericordia (cf. Mt. 21:32; Lc. 15:1; 19:10).
2. RAHAB ENCUBRE A LOS ESPÍAS (2:2–7)
2:2–3. El disfraz de los espías era inadecuado. La ciudad entera se había puesto en guardia al saber
que Israel estaba acampando al otro lado del Jordán. Alguien detectó a los agentes, los siguió hasta la
casa de Rahab y rápidamente mandaron un informe al rey. Éste, respondiendo con prontitud, mandó
mensajeros para ordenar a Rahab que entregara a los espías. De acuerdo a la costumbre oriental de
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respetar la privacidad aun de una mujer como Rahab, los enviados del rey no entraron por la fuerza en su
casa para catearla.
2:4–6. Aparentemente, Rahab también sospechaba de la identidad de los dos visitantes. Cuando vio
que los soldados se acercaban a su casa, escondió a los espías debajo de los manojos de lino que se
habían puesto en su terrado para que se secaran. Después de cosechar el lino, éste se sumergía en agua
durante tres o cuatro semanas para separar las fibras. Después de secarlo al sol, se hacía la tela de lino.
La mujer bajó de prisa para abrir la puerta delantera a los mensajeros y tranquilamente admitió que,
en efecto, dos extraños habían venido a su casa, pero ¿cómo podría ella saber su identidad y misión? Les
dijo mintiendo: “Cuando se iba a cerrar la puerta de la ciudad, siendo ya oscuro …, salieron”. Y
añadió: “Pero si los siguen aprisa, probablemente los alcanzaréis”.
2:7. Los soldados creyeron la explicación de Rahab, y no buscaron más en su propiedad, sino que
fueron tras ellos persiguiéndolos hacia el oriente, hasta los vados … del Jordán, que era la ruta más
viable para escapar.
¿Actuó mal Rahab al mentir para proteger a los espías? ¿Existen algunas situaciones en las que es
aceptable hacerlo?
Algunos dicen que después de todo, ese es un asunto cultural, ya que Rahab fue criada en el
ambiente depravado de los cananeos en que la mentira era aceptable. Probablemente ella no vio nada
malo en lo que hizo. Además, si ella hubiera dicho la verdad, los espías habrían sido asesinados por el
rey de Jericó.
Sin embargo, esos argumentos no son convincentes. Asegurar que los espías tal vez hubieran
perecido si Rahab hubiera dicho la verdad, es hacer a un lado la opción de que Dios tenía el poder para
protegerlos de alguna otra manera. Excusar a Rahab por mentir es pasar por alto algo que Dios condena
en forma expresa. Pablo citó a un profeta de Creta que dijo que los cretenses eran mentirosos incurables,
y después añadió: “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos
en la fe” (Tit. 1:13). Aquí se registra la mentira de Rahab, pero no se aprueba. La Biblia aprueba su fe, la
cual quedó demostrada con sus buenas obras (He. 11:31), pero no aprueba su falsedad. (Sin embargo,
algunos explican la mentira de Rahab diciendo que en la guerra se permite el engaño.)
3. LOS ESPÍAS RECIBEN EL INFORME DE INTELIGENCIA DE RAHAB (2:8–11)
2:8–11. Entre Rahab y los espías se llevó a cabo una conversación muy interesante. Los mensajeros
del rey se habían marchado y Rahab subió al terrado de su casa donde platicó con los espías en la
oscuridad. Difícilmente se podría estar preparado para entender la sorprendente declaración de fe que
expresó la mujer a continuación. En primer lugar, declaró que creía que Jehová, el Dios de Israel, les
había dado la tierra de Canaán. A pesar de que el ejército israelita no había cruzado aún el río Jordán,
Rahab afirmó: “ya se llevó a cabo la conquista”. En segundo lugar, les reveló información muy valiosa
acerca de los habitantes de Jericó y de toda la tierra de Canaán. Aparentemente, los cananeos estaban
totalmente desmoralizados: todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros.
(Cf. v. 24, y v. 11, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno.)
Estaba sucediendo lo que Dios había dicho (Éx. 23:27; Dt. 2:25). Sin duda, esas palabras les fueron de
mucho agrado, ya que uno de los objetivos principales de su misión era sondear el ánimo de sus
enemigos. Pero, ¿por qué estaban aterrorizados? Porque cuarenta años antes, el poder del Dios de Israel
había dividido las aguas del Mar Rojo para que los esclavos hebreos pasaran, y más recientemente, les
había dado la victoria sobre Sehón y … Og, los grandes reyes de los amorreos que estaban al otro
lado del Jordán (Nm. 21:21–35). Ahora, ese mismo Dios era el que los estaba amenazando y sabían
que no podían ganar.
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Fue entonces que Rahab declaró su fe en el Dios de Israel: porque Jehová vuestro Dios es Dios
arriba en los cielos y abajo en la tierra. Respondiendo en fe a lo que había escuchado acerca de las
obras maravillosas de Dios, creyó, y confió en su misericordia y poder. Esa fe fue la que la salvó. Pero
¿cómo podía tener Rahab una fe tan sólida y seguir siendo una prostituta que mentía con facilidad? La
respuesta puede ser que inicialmente respondió con fe al mensaje que escuchó acerca de las obras de
Dios y después continuó aprendiendo las enseñanzas acerca de las leyes divinas para regir su vida y
también las obedeció. Después de todo, la madurez espiritual es gradual, no instantánea. De la misma
manera, Juan Newton, aun después de que se convirtió y escribió el himno “Sublime gracia”, siguió
traficando con esclavos hasta que por fin desistió, convencido de que era un negocio bajo y degradante.
4. PROMESA DE LOS ESPÍAS A RAHAB (2:12–21)
2:12–13. Rahab no solamente demostró su fe al proteger a los espías (He. 11:31; Stg. 2:25), sino
también al mostrar preocupación por la seguridad de su familia. Abiertamente declaró que buscaba la
liberación física de ella, pero es posible que también haya querido que llegaran a ser parte del pueblo de
Dios, y que sirvieran al único Dios verdadero, en vez de seguir esclavizados a la degradante corrupción
e idolatría de los cananeos.
Ella presentó esa petición a los espías con cuidado pero con insistencia, presionando a los israelitas
para que hicieran un pacto con ella por haber cooperado con su causa.
Cuando Rahab pidió misericordia (ḥeseḏ) para la casa de su padre, utilizó una palabra muy
significativa, porque ḥeseḏ se menciona aprox. 250 veces en el A.T. y significa amor leal, constante o
fiel, basado en una promesa, acuerdo o pacto. Algunas veces, la palabra se usa para referirse al pacto de
amor de Dios con su pueblo y en otras ocasiones como aquí, para describir una relación al nivel humano.
La petición de Rahab era que los espías hicieran un pacto de ḥeseḏ con ella y con la familia de su padre,
de la misma manera que ella había hecho un pacto de ḥeseḏ con ellos al salvarles la vida.
2:14. La respuesta de los espías fue inmediata y decidida: “Cuando Jehová nos haya dado la
tierra, i.e., Jericó, nosotros guardaremos el acuerdo de ḥeseḏ. Si no denuncias nuestra misión, nosotros
te protegeremos a ti y a tu familia y nuestra vida responderá por la vuestra”.
2:15–20. Mientras los espías se disponían a marcharse, confirmaron el pacto una vez más, repitiendo
y aclarando a Rahab las condiciones a las cuales debía someterse. Primero, tenía que marcar su casa con
un cordón de grana y colgarlo de la ventana. Debido a la posición en que se encontraba su casa, sobre
el muro de la ciudad (V. el comentario de 2:21 tocante a la casa sobre el muro) el cordón sería
claramente detectado por los soldados de Israel cuando marcharan alrededor de los muros (6:12–15).
Así, su casa quedaría claramente marcada y ningún soldado, sin importar lo dispuesto que estuviera a
destruirla, se atrevería a violar el juramento y matar a cualquiera que estuviera dentro de su casa.
Segundo, Rahab y su familia debían permanecer en casa durante el ataque sobre Jericó. Si alguien
salía y moría, la culpa caería sobre su cabeza, no sobre los invasores. Finalmente, los espías enfatizaron
que quedarían libres de este juramento de protección si ella denunciaba su misión.
2:21. Rahab aceptó esas condiciones, y en cuanto se marcharon los espías, ella ató el cordón de
grana a la ventana de su casa. Probablemente también se apresuró a decir a su familia que se reuniera
en ella. La de su casa, era la puerta a la liberación del juicio que pronto caería sobre Jericó (cf. Gn. 7:16;
Éx. 12:23; Jn. 10:9).
Al completar su misión, los espías y Rahab intercambiaron las últimas instrucciones acerca del
escape (cf. Jos. 2:15–16). En aquellos tiempos, Jericó estaba rodeada por dos muros paralelos con una
separación de 4.5 mts. La gente colocaba tablas de madera entre ambos muros y sobre ese cimiento
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construía sus casas. Quizá por el problema de espacio que había en esa pequeña ciudad, la casa de Rahab
se construyó “en el muro”. Entonces, en ese sentido, su casa era “parte del muro de la ciudad” (v. 15).
5. REGRESO DE LOS ESPÍAS A JOSUÉ (2:22–24)
2:22–24. Los espías descendieron cuidadosamente por una cuerda que colgaba de la ventana de
Rahab (v. 15). Su escape hubiera sido más difícil, por no decir imposible, si hubieran tenido que salir
por la puerta de la ciudad. A escasos 800 mts. al occidente de Jericó hay precipicios de piedra caliza de
aprox. 500 mts. de altura, con abundantes cuevas. Fue allí donde se escondieron los espías (en el monte)
durante tres días (cf. 1:11), hasta que los soldados de Jericó se dieron por vencidos y suspendieron la
búsqueda. Durante la noche, los espías cruzaron el Jordán nadando y llegaron rápidamente al
campamento en Sitim (cf. 2:1). Informaron a Josué de su interesante y extraña aventura y el temor y
desánimo que embargaba a los cananeos. Su conclusión fue: Jehová ha entregado toda la tierra en
nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros (cf. v. 9;
Éx. 23:27; Dt. 2:25). ¡Qué informe tan distinto al que entregó la mayoría de los espías en Cades-barnea:
“No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros”! (Nm. 13:31)
C. Cruce del Jordán (cap. 3)
1. PREPARATIVOS PARA CRUZAR (3:1–4)
3:1. Josué era un hombre de acción. En cuanto los espías entregaron su informe, el líder de Israel
comenzó de inmediato los preparativos para cruzar el Jordán e invadir Canaán. Hasta ese momento,
Josué no tenía idea de cómo podría cruzar ese numeroso grupo de gente un río tan caudaloso (cf. v. 15).
Sin embargo, creyendo que de alguna forma Dios iba a hacerlo posible, los trasladó con todo y equipaje
a 11 kms. de Sitim … hasta el Jordán. (Probablemente Sitim es el mismo lugar que Abel-sitim, que se
menciona en Nm. 33:49.) (V. “Canaán durante la conquista”, en el Apéndice, pág. 284.)
3:2–3. Al llegar al río, permanecieron allí tres días. Sin duda, los líderes necesitaban tiempo para
organizar el cruce y dar instrucciones al pueblo. El retraso también dio a todos la oportunidad de
acercarse y ver el río. En ese tiempo, debido al deshielo de la nieve de invierno procedente del monte
Hermón que estaba al norte, iba crecido y llevaba corrientes fuertes y rápidas. Sin duda, el pueblo sintió
temor ante la aparente imposibilidad de cruzar.
Al finalizar el tercer día de espera, el pueblo recibió instrucciones. La columna de nube no los
guiaría más, y ahora debían seguir el arca del pacto. Las tropas no debían pasar primero a la tierra, sino
los sacerdotes que llevaban el arca (cf. v. 11). El arca simbolizaba a Jehová. Por lo tanto, era él quien
dirigiría a su pueblo hasta Canaán.
3:4. El arca iba delante del pueblo y quizá ellos iban detrás o rodeándola por los tres lados. Sin
embargo, debían guardar una distancia de aprox. 1,000 mts. de ella ¿Por qué? Tal vez para recordarles
que el arca era sagrada y que representaba la santidad de Dios. Ellos no debían tener una relación con
Dios por casualidad o por descuido, sino un profundo espíritu de respeto y reverencia. Dios no debía ser
considerado con liviandad, sino como el Dios santo y soberano de toda la tierra.
Era indispensable que guardaran esa distancia para que la mayoría del numeroso grupo de personas
pudiera ver el arca. Dios estaba a punto de conducirlos por una tierra desconocida, por un camino que
no habían pasado antes. Era territorio inexplorado y sin la dirección y liderazgo de Dios, el pueblo no
sabría qué rumbo tomar.
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2. CONSAGRACIÓN PARA CRUZAR EL RÍO (3:5–13)
3:5. A medida que se acercaba el día para cruzar, Josué mandó al pueblo que se consagrara o
santificara. ¡Hubiera sido mejor que les dijera: “Afilen sus espadas y revisen sus escudos!” Sin embargo,
necesitaban preparación espiritual más que militar, porque Dios estaba a punto de manifestarse a ellos y
realizar un gran milagro a favor de Israel. Así como alguien se prepara escrupulosamente para conocer a
una persona que posee fama terrenal, así era necesario que los israelitas se prepararan para recibir la
manifestación del Dios de toda la tierra. El mismo mandato fue dado en Sinaí, cuando la generación
anterior se había preparado para recibir la revelación majestuosa del Señor al darle la ley (Éx. 19:10–
13).
Sin embargo, eso no era todo. El pueblo de Israel debía esperar que Dios hiciera un milagro. Debían
estar expectantes, cautivados por un gran sentido de admiración. Israel no debía perder de vista a Dios,
quien puede hacer lo increíble y lo humanamente imposible.
3:6–8. Jehová dijo a Josué la forma en que cruzarían y le explicó que ese milagro lo engrandecería
como líder delante de los ojos de todo Israel. Era tiempo de presentar las credenciales de Josué como
representante de Dios para guiar a Israel. ¿Qué mejor forma de hacerlo que hacer pasar al pueblo por en
medio de un río que se dividiría milagrosamente? En efecto, después de cruzar el río, el pueblo empezó
a respetar a Josué (4:14) porque sabía que Dios estaba con él (3:7; cf. 1:5, 9).
3:9–13. Cuando Josué repitió las palabras de Jehová al pueblo, no mencionó la promesa especial
de que con ese evento milagroso él sería exaltado. En vez de hacerlo, les dijo que el milagro certificaría
que el Dios viviente, en contraste con los ídolos muertos que adoraban los paganos, estaba en medio de
ellos. Además de abrir camino en medio del caudaloso Jordán, el Dios viviente echaría fuera a los siete
grupos de gente que habitaban en esa tierra. La promesa: el Dios viviente está en medio de vosotros,
llegó a ser el lema de la conquista y la clave para obtener la victoria sobre sus enemigos. Esa misma
promesa aparece casi en cada una de las páginas de este libro: “¡Yo estaré con vosotros!” Esa es la
promesa que todavía sostiene al pueblo de Dios—la seguridad de la presencia divina. Dios es el Señor
(’ăḏôn “dueño”) de toda la tierra (cf. Sal. 97:5). Ciertamente él era capaz de conducir a su pueblo a
través de un río.
3. CRUCE DEL JORDÁN (3:14–17)
3:14–15a. Finalmente llegó el día para pasar el Jordán y entrar en Canaán. El pueblo levantó sus
tiendas y siguieron el arca, que fue llevada por los sacerdotes, hasta la orilla del Jordán. Era el tiempo
de la siega de la cebada, el mes de Nisán (marzo-abril), el primer mes del año judío (4:19). El río estaba
desbordándose—lo cual era un panorama amenazador y una fuerte prueba para su fe. ¿Dudarían
temerosos, o avanzarían con fe, creyendo que lo que Dios había prometido (acerca de detener el agua; V.
el comentario acerca de 3:13) realmente se cumpliría?
3:15b–17. Algo dramático sucedió cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto se metieron
entre las aguas corrientes y lodosas del río. Las aguas que venían de arriba se detuvieron (cf. v. 13);
se amontonaron a la altura de la ciudad de Adam, y las aguas que descendían de otros arroyos se
acabaron y no entraron en el cauce del Jordán. Así que el pueblo pasó por tierra seca en dirección de
Jericó. Este fue una reminiscencia del paso del mar Rojo (de los Juncos o de los Carrizos; cf. Éx. 15:8;
Sal. 78:13).
Aunque el lugar llamado “Adam” solamente se menciona aquí, generalmente se identifica con Tell
ed-Damiyeh, que está aprox. a 25 kms. al norte del vado que se encuentra frente a Jericó. Una amplia
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sección del fondo del río permaneció seca, permitiendo que el pueblo pasara rápidamente con sus
animales y equipaje (cf. Jos. 4:10).
¿Cómo pudo ocurrir algo tan sensacional? Muchos insisten en que no fue un milagro, y que puede
explicarse como un fenómeno natural. Argumentan que el 8 de diciembre de 1267, un terremoto
ocasionó que los peñascos altos que estaban cerca del Jordán se derrumbaran cerca de Tell ed-Damiyeh,
bloqueando la corriente del río por espacio de diez horas. El 11 de julio de 1927, otro terremoto cerca de
allí bloqueó el río durante 21 horas, pero es claro que esos bloqueos no sucedieron durante la temporada
de desbordamiento del río. Sin duda, Dios pudo haber utilizado los fenómenos naturales tales como un
terremoto o un derrumbe y aun así haber efectuado una intervención milagrosa sincronizando los
eventos. ¿Será que el texto bíblico permite hacer esa misma interpretación del acontecimiento?
Al considerar todos los detalles involucrados, parece mejor ver este suceso como una obra especial
de Dios, quien se manifestó a su pueblo de manera increíble. Sin duda, hubo una combinación de
muchos elementos sobrenaturales: (1) El acontecimiento se efectuó tal como había sido predicho (3:13,
15). (2) El tiempo fue exacto (v. 15). (3) El milagro ocurrió cuando el río estaba desbordándose (v. 15).
(4) La muralla de agua permaneció en su lugar por muchas horas, posiblemente durante todo un día (v.
16). (5) El fondo del río se secó completamente, al instante (v. 17). (6) El agua volvió inmediatamente a
su lugar cuando el pueblo terminó de pasar y los sacerdotes salieron del río (4:18). Siglos después, los
profetas Elías y Eliseo cruzaron al oriente de ese mismo río por tierra seca (2 R. 2:8). Y poco después,
Eliseo volvió a cruzar el río en seco. Si fuera necesario mencionar un fenómeno natural para explicar el
paso de los israelitas bajo el liderazgo de Josué, entonces tendríamos que aducir que sucedieron dos
terremotos en rápida sucesión en tiempos de Elías y Eliseo como para que pasara cada uno de ellos, lo
cual parece improbable.
Debido a este milagro en que una nación de cerca de dos millones de personas pasó el río Jordán en
seco durante la época del desbordamiento, Dios fue glorificado, Josué fue exaltado, Israel se sintió
animado, y los cananeos quedaron aterrorizados.
Para Israel, el paso del Jordán significó que estaba destinado irrevocablemente a luchar contra
ejércitos, carros y ciudades fortificadas. También, que quedaba comprometido a caminar por fe con el
Dios viviente y a dejar de vivir de acuerdo con la carne, como había hecho con frecuencia en el desierto.
Para los creyentes actuales, cruzar el Jordán representa pasar de un nivel de madurez cristiana a otro.
(No es el tipo de un creyente que muere y entra al cielo. ¡Para los israelitas, Canaán no era precisamente
el cielo!) Más bien, representa el inicio de una lucha espiritual para apropiarse de lo que Dios ha
prometido. Es decir, termina una vida fincada en el esfuerzo humano y comienza una de fe y obediencia.
D. Construcción de memoriales (cap. 4)
4:1–3. Era importante que Israel nunca olvidara este gran milagro. Para que los israelitas recordaran
cómo había obrado Dios a su favor en ese día histórico, el Señor les hizo erigir un memorial de doce
piedras, como recordatorio del paso del Jordán por tierra seca de las multitudes israelitas.
Jehová dijo a Josué que mandara a doce hombres, previamente seleccionados (cf. 3:12), para que
transportaran doce piedras del lecho del río al lugar donde iban a acampar la primera noche.
4:4–8. Josué llamó a los doce representantes, uno de cada tribu, y les dio instrucciones. Debían
regresar hasta la mitad del Jordán y cada uno debía traer una piedra. Esas piedras serían un vívido
recuerdo (un monumento conmemorativo) de la obra salvífica de Dios (cf. v. 24) y una ayuda didáctica
para que los israelitas recordaran a sus hijos ese acto misericordioso (vv. 6–7; cf. vv. 21–24).
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Sin hacer preguntas, los doce hombres obedecieron de inmediato. Muy bien pudieron haber sentido
temor de regresar al Jordán. Después de todo, ¿cómo sabían cuánto tiempo permanecería seco el río? Sin
embargo, hicieron a un lado sus temores y obedecieron sin dudar las instrucciones de Dios.
4:9. Josué acompañó a los hombres en su extraña misión y mientras estaban levantando las grandes
piedras del río, él levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar exacto donde estuvieron los
pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. Aparentemente, Josué tuvo la iniciativa de hacer
esto y así expresó su deseo de tener un recuerdo personal de la fidelidad de Dios desde el comienzo de la
conquista de Canaán.
4:10–18. Ya se había llevado a cabo todo lo que Jehová había mandado. Antes de que las aguas
del Jordán regresaran a su lugar, el pueblo repasó los detalles del cruce del río. (1) Los sacerdotes y el
arca del pacto permanecieron en el río hasta que el pueblo pasó al otro lado (v. 10; cf. 3:17). (2)
Debido a que no tenían el estorbo de sus familias y posesiones, los hombres armados de las tribus que
vivían al otro lado del Jordán encabezaron el paso (4:12–13). (3) Tan pronto como el pueblo hubo
pasado y la encomienda especial de los memoriales se completó, los sacerdotes salieron del río—ellos
fueron los primeros en entrar y los últimos en salir—y nuevamente se pusieron al frente del pueblo (vv.
11, 15–17). (4) De inmediato, las aguas del río Jordán regresaron a su cauce normal (v. 18).
Todas las tribus participaron en el paso del río. Sin embargo, la tribu de Rubén, y los hijos de Gad
y la media tribu de Manasés sólo enviaron tropas para que los representaran. El resto de las dos tribus
y media se quedaron del lado oriental para proteger a sus hogares y sus ciudades (cf. v. 13). La
población de varones de veinte años para arriba de esas tribus era de 136,930 (Nm. 26:7, 18, 34). Los
cuarenta mil soldados (Jos. 4:13) que enviaron constituían el 29 por ciento del total de la población
adulta de varones—menos de uno por cada tres varones.
Alexander Maclaren escribió, “El hecho más importante es el regreso instantáneo del torrente a su
cauce normal tan pronto como desapareció el bloqueo. Como un caballo gozándose en su libertad, la
corriente de aguas se vació en su cauce y pronto todo se veía como antes, excepto por el nuevo
monumento, que había sido formado por manos humanas y que era acariciado por el agua” (Expositions
of Holy Scripture, “Exposición de las Sagradas Escrituras”. Londres: Hodder & Stoughton, 1908,
3:119).
La impresión de los israelitas debe haber sido tremenda cuando se detuvieron en la orilla del río y
voltearon a ver cómo el torrente caudaloso se apresuraba a cubrir su cauce. Es posible que hayan
levantado sus ojos para ver al otro lado del río, al lugar donde se habían detenido esa misma mañana. Ya
no había forma de regresar. Había comenzado un nuevo y emocionante capítulo de su historia.
4:19–20. Sin embargo, ese no era tiempo para detenerse a reflexionar. Josué condujo al pueblo
hacia Gilgal, el primer sitio donde acamparían en Canaán, aprox. a 3 kms. de Jericó. Allí erigieron las
doce piedras que habían traído del Jordán, tal vez colocándolas en un pequeño círculo. El nombre
Gilgal significa “círculo”, y pudo haber sido tomado de una costumbre pagana antigua de colocar las
piedras formando esa figura. Si fue así, este nuevo círculo conmemorando el gran milagro de Jehová,
serviría para contrarrestar la relación que ese lugar tenía con la idolatría.
4:21–23. El propósito de las piedras claramente era pedagógico: Recordar a las generaciones futuras
de Israel que Jehová fue quien los guió a través del Jordán (cf. vv. 6–7), así como anteriormente había
hecho cruzar a sus padres por en medio del Mar Rojo.
Pero, ¿cómo iban a saber las generaciones futuras lo que significaban esas piedras? Los padres
debían enseñar a sus hijos los caminos y las obras de Dios (cf. Dt. 6:4–7). Un padre judío no debía
enviar a su hijo a que hiciera preguntas a un levita o para que resolviera sus dudas. El padre mismo
debía responderle.
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4:24. Sin embargo, además de servir como ayuda visual para que los padres instruyeran a sus hijos,
el monumento conmemorativo tenía un propósito más amplio: para que todos los pueblos de la tierra
conozcan que la mano de Jehová es poderosa. Seguramente, la primera noche que los israelitas
pasaron en la tierra, estaban llenos de incertidumbre y temores. Las altas montañas que se elevaban al
occidente se veían muy amenazadoras. Pero al mirar las doce piedras que habían tomado del Jordán, el
pueblo recordaría que Dios había hecho algo maravilloso por ellos ese día. Entonces, en los días por
venir, podrían confiar plenamente en él.
E. Consagración de los israelitas (5:1–12)
Cerca de dos millones de soldados y civiles cruzaron el Jordán por intervención milagrosa de Dios y
bajo el liderazgo de Josué. Rápidamente se estableció un cuartel en Gilgal y desde el punto de vista
humano, era el tiempo adecuado para atacar de inmediato las fortalezas cananeas. Después de todo, el
ánimo de los pobladores de Canaán se había derrumbado por completo al escuchar una noticia anterior y
dos más recientes que se habían propagado por la tierra: (a) El Dios de Israel había secado el mar Rojo
(de los “Juncos” o “Carrizos”; 2:10); (b) Los israelitas habían derrotado a dos reyes poderosos de los
amorreos en Transjordania (2:10); (c) Jehová también había secado las aguas del Jordán para que los
israelitas cruzaran a Canaán (5:1; cf. 4:24).
Así como se difundieron esas noticias, así también se extendió el miedo. ¿Qué mejor momento para
atacar y asestar un golpe definitivo? Seguramente, los líderes militares de Israel estaban a favor de un
ataque inmediato.
Pero ese no era el plan de Dios. Él nunca tiene prisa, aunque sus hijos muchas veces sí la tienen.
Desde el punto de vista divino, Israel todavía no estaba listo para pelear en territorio cananeo. Existía un
asunto pendiente—y era de carácter espiritual. Era el tiempo de renovación. La consagración precedía a
la conquista. Antes de que Dios condujera a Israel a la victoria, él tenía que hacerlos pasar por tres
experiencias: (a) la renovación de la circuncisión (5:1–9), (b) la celebración de la pascua (v. 10), y (c)
comer del fruto de la tierra (vv. 11–12).
1. RENOVACIÓN DE LA CIRCUNCISIÓN (5:1–9)
5:1–3. Cuando todas las naciones de la tierra estaban aterrorizadas (cf. 4:24), Jehová mandó a
Josué a que circuncidara a los hijos de Israel. Él obedeció, aunque debió haber sido difícil para él como
comandante militar hacer que todo su ejército quedara imposibilitado, y estando en un ambiente tan
hostil.
5:4–7. A continuación se da una explicación a esa orden. Aunque todos los hombres de Israel
fueron circuncidados antes de salir de Egipto, murieron en el desierto por su desobediencia en Cades-
barnea (Nm. 20:1–13; cf. Nm. 27:14; Dt. 32:51). Los hijos que habían nacido en el desierto no estaban
circuncidados, lo que manifiesta aún más la indiferencia espiritual de sus padres. Ese rito sagrado debía
ser practicado en esa nueva generación.
5:8–9. Una vez que todos los varones fueron circuncidados, Jehová reconoció que la tarea estaba
completa y declaró: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto. Debido a que los israelitas
habían sido esclavos en Egipto, no practicaron la circuncisión hasta que estuvieron a punto de salir. Sin
duda los egipcios prohibían tal práctica, ya que estaba reservada para sus sacerdotes y para los
ciudadanos de clase alta. “El oprobio de Egipto” puede referirse a la burla que los egipcios harían de los
israelitas porque no habían podido tomar posesión de la tierra de Canaán.
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Otra indicación de la importancia de ese evento es el hecho de que el nombre Gilgal llegó a tener
una doble interpretación. No sólo significaba “círculo”, lo cual les recordaría el monumento circular (V.
el comentario de 4:19–20); la nueva idea, “quitar el oprobio” (en hebr. galal), haría memorable el acto
de obediencia de Israel en el mismo lugar.
Pero, ¿por qué era tan importante la circuncisión? La respuesta de la Biblia es clara. Esteban, al
presentar su dinámico discurso ante el sanedrín, declaró que Dios “le dio a Abraham el pacto de la
circuncisión” (Hch. 7:8). Ese acto por lo tanto, no era un rito religioso ordinario, sino que estaba basado
en el pacto abrahámico, en el contrato que garantizaba descendencia a la simiente de Abraham y su
posesión eterna de la tierra (Gn. 17:7–8). En relación con esto, Dios adoptó la circuncisión como la
“señal” o símbolo del convenio (Gn. 17:11). Dios instruyó a Abraham diciéndole que todo varón de su
casa y de su descendencia debía ser circuncidado. Y Abraham obedeció inmediatamente (Gn. 17:23–27).
¿Por qué escogió Dios la circuncisión como señal de su pacto con Abraham y con su descendencia?
¿Por qué no escogió otro acto? Porque la circuncisión simbolizaba una separación completa de los
pecados carnales que prevalecían en esa época: adulterio, fornicación y sodomía. Además, el rito no
solamente tenía implicaciones sobre la conducta sexual, sino sobre todas las áreas de la vida:
“Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Dt. 10:16; cf.
Dt. 30:6; Jer. 4:4; Ro. 2:28–29).
De esta manera, Israel entendería que la circuncisión no era solamente una herida en la carne;
significaba que debían apartar sus vidas y vivir en santidad. Es por ello que Dios dijo en Gilgal: “Antes
de que yo pelee sus batallas en Canaán, ustedes deben tener esta marca de mi pacto en su carne”. Josué
entendió la importancia de ese requisito divino e hizo que todos los varones lo obedecieran de
inmediato.
En el N.T., Pablo aseguró que un cristiano ha sido “circuncidado” en Cristo (Col. 2:11). Esa
circuncisión es espiritual y no física; no se relaciona con un órgano externo, sino con el hombre interior,
con el corazón. Esta circuncisión se lleva a cabo en el momento de la salvación, cuando el Espíritu Santo
viene a unir al creyente con Cristo. En ese momento, la naturaleza pecaminosa es juzgada (Col. 2:13). El
cristiano debe reconocer ese hecho (Ro. 6:1–2), aunque su naturaleza pecaminosa continúa siendo parte
de él toda la vida. Debe tratar a su carne como un enemigo que ha sido juzgado y condenado (aunque
todavía no haya sido ejecutado).
2. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (5:10)
5:10. Israel acampó en Gilgal, y celebraron la pascua. Si no hubieran sido circuncidados, no
habrían podido participar de esa importante ceremonia (Éx. 12:43–44, 48). Es interesante que la nación
llegó al otro lado del Jordán justo a tiempo para celebrar la pascua, el día catorce … del mes (Éx. 12:2,
6). ¡El tiempo de Dios siempre es exacto!
Esta era apenas la tercera pascua que la nación celebraba. La primera fue en Egipto, la noche antes
de su liberación de la esclavitud y la opresión (Éx. 12:1–28). La segunda fue en el monte Sinaí, justo
antes de que levantaran su campamento y se dirigieran hacia Canaán (Nm. 9:1–5).
Es evidente que el pueblo no celebró la pascua durante la peregrinación por el desierto, pero en
Gilgal de Canaán la fiesta se celebró una vez más. El reciente cruce del Jordán era tan parecido al del
mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”), que a la mente de aquellos que estuvieron en Egipto (las
personas menores de 20 años en el tiempo del éxodo no fueron excluidas de Canaán) vinieron vívidos
recuerdos. Sin duda, muchos israelitas recordaban cómo su padre había matado a un cordero y rociado
su sangre en el dintel y poste de la puerta de su casa. Los que habían llegado a Canaán tal vez todavía
podían escuchar el terrible llanto de los primogénitos egipcios. Después de eso, siguió la emocionante
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salida a la medianoche, el terror de la persecución egipcia y el asombro de caminar en medio de las
murallas de agua para escapar de Egipto.
Estaban reviviendo todos aquellos momentos. Al estar matando a los corderos, sentían la seguridad
de que así como el paso del mar Rojo precedió a la destrucción de los egipcios, así el paso del río Jordán
sería el preludio de la derrota de los cananeos. Recordar el pasado era una preparación excelente para las
pruebas del futuro.
3. POSESIÓN DEL FRUTO DE LA TIERRA (5:11–12)
5:11. A la mañana siguiente de la pascua y una vez que Israel se preparó para la batalla, comieron
del fruto de la tierra. Como habían dado muestras de querer obedecer completamente la ley de Dios, es
probable que primero hayan traído una ofrenda mecida de un manojo de grano, como se prescribe en
Levítico 23:10–14. Después, el pueblo comió con libertad de la cosecha, incluyendo panes sin levadura
y grano tostado. En el Medio Oriente las espigas nuevas tostadas todavía se consideran un manjar y se
comen en lugar de pan.
Dios había prometido dar a Israel una tierra de abundancia, “una tierra de trigo y cebada, de vides,
higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel” (Dt. 8:8). Por fin ahora habían probado los
frutos de la tierra y se dieron cuenta de que eran solamente una muestra de las bendiciones que vendrían
más adelante.
5:12. Al siguiente día, el maná cesó. Esa provisión había durado por cuarenta largos años (cf. Éx.
16:4–5), pero ahora se detuvo repentinamente, así como comenzó, demostrando que la provisión no era
cuestión de suerte, sino de una providencia especial.
Vale la pena notar que Dios no dejó de enviar el maná cuando Israel se hartó de él, (Nm. 11:6), ni
aun cuando la generación incrédula salió de Cades-barnea para peregrinar sin rumbo por el desierto. Por
lo menos, por amor a sus hijos él continuó proveyéndolo, hasta que entraron a la tierra de la promesa.
Fue entonces cuando Dios dejó de realizar ese milagro, pues ya estaban disponibles los frutos de la
tierra.
II. Conquista de Canaán (5:13–12:24)
A. Introducción: El comandante divino (5:13–15)
Dios acababa de guiar a los israelitas en tres eventos: el rito de la circuncisión, la celebración de la
pascua y la alimentación con los frutos de Canaán. Todos estos fueron para edificación de Israel.
Después de ello, Josué tuvo una experiencia a solas. También fue de suma importancia, y enseguida la
compartió con el pueblo.
5:13. Parecería obvio que el siguiente paso era la captura de Jericó. Sin embargo, como no había
llegado mensaje o instrucciones divinas para Josué (como cuando cruzaron el Jordán), el líder salió a
reconocer la supuestamente invencible ciudad. ¿Se sintió perplejo al ver las infranqueables murallas de
Jericó? Después de todo, los espías habían reportado en Cades-barnea que las ciudades de Canaán eran
“grandes y amuralladas hasta el cielo” (Dt. 1:28). A pesar de la amplia experiencia militar de Josué,
nunca había dirigido un ataque sobre una ciudad fortificada, que estaba preparada para un sitio largo. De
hecho, de todas las ciudades amuralladas en Palestina, probablemente Jericó era la más difícil de vencer.
El líder también tenía dudas en cuanto al armamento. El ejército israelita no contaba con maquinaria
para sitiar una ciudad, no tenía arietes, ni catapultas, ni torres movibles. Sus únicas armas eran hondas,
flechas y lanzas—que serían como virutas de paja que se estrellarían en las paredes de Jericó. Josué
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sabía que debían ganar esa batalla, porque ahora que sus tropas habían cruzado el Jordán, no tenían
hacia dónde retroceder. Además, no podían ignorar la ciudad y pasar de largo, porque tendrían que dejar
a sus mujeres, hijos, posesiones y ganado, en Gilgal y en peligro de ser destruidos.
Josué se encontraba absorto en sus pensamientos cuando de pronto algo captó su mirada. Alzó los
ojos y vio a un soldado con la espada desenvainada. Instintivamente retó al extraño y preguntó: “¿Eres
de los nuestros o de nuestros enemigos?” Si era un israelita, estaba fuera de los límites del campamento
y tendría que dar una explicación por sus actos. ¡Esto era especialmente necesario, ya que Josué no
había dado ninguna orden de desenvainar las espadas! Si el extraño era un enemigo, ¡Josué estaba listo
para pelear!
5:14. La respuesta fue sorprendente y reveladora. Sucedió algo que convenció a Josué de que no se
trataba de un soldado humano. Así como sucedió a Abraham bajo el encino de Mamre, a Jacob en
Peniel, a Moisés en la zarza ardiendo, a los dos discípulos en el camino a Emaús, la suya fue una
revelación especial. Josué se dio cuenta de que se encontraba en la presencia misma de Dios. Parece
claro que Josué ciertamente estaba hablando con el Ángel de Jehová, que en el A.T. era una aparición
del mismo Señor Jesucristo (cf. 6:2).
El Príncipe del ejército de Jehová estaba de pie con su espada desenvainada, indicando que
pelearía con y por Israel. Sin embargo, la espada también muestra que la paciencia de Dios había llegado
a su límite, que el castigo había sido declarado, y que la iniquidad de los amorreos había llegado al
colmo (cf. Gn. 15:16). Los israelitas serían el instrumento para aplicar el castigo judicial sobre ellos.
¿Qué clase de fuerza militar dirigía ese comandante divino? El “ejército de Jehová” ciertamente no
se limitaba al ejército de Israel, aunque seguramente éste estaba incluido. Más específicamente, se
refería a huestes angelicales, al mismo “ejército” celestial que sitiaría la ciudad de Dotán cuando Eliseo
y su siervo parecía que estaban en desventaja ante el ejército sirio (2 R. 6:8–17). Jesús se refirió al
ejército celestial cuando iba a ser arrestado en el huerto de Getsemaní, al decir que doce legiones de
ángeles estaban listas para defenderlo (Mt. 26:53). En Hebreos 1:14 estos se describen como “espíritus
ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”. Aunque son
invisibles, sirven y cuidan a los hijos de Dios en tiempos de gran necesidad.
Al reconocer a ese visitante celestial con la espada desenvainada, Josué se postró sobre su rostro en
tierra y adoró diciendo; “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.
5:15. La respuesta de Dios a Josué fue breve, pero urgente. Quita el calzado de tus pies, porque el
lugar donde estás es santo. La presencia de Dios santificó ese sitio de una tierra extraña y profana (cf.
el mandato similar para Moisés, Éx. 3:5).
Para Josué, esa fue una experiencia muy significativa. Él había anticipado la batalla entre dos
ejércitos enemigos, Israel y Canaán. Había pensado que esa guerra era suya y que él iba a ser el
comandante en jefe. Sin embargo, cuando se enfrentó con el comandante divino, supo que la batalla era
del Señor. El jefe del ejército de Jehová no había venido solamente para ser un espectador del
conflicto, ni sólo un aliado. Él tenía el control absoluto, y en breve revelaría sus planes para capturar la
fortaleza de Jericó.
¡Cuán consolador fue todo eso para Josué! Ya no tendría que llevar a solas la pesada carga y la
responsabilidad del liderazgo. Al quitar su calzado, aceptó gustosamente que esa batalla y la conquista
completa de Canaán, estaban en las manos de Dios y que él solamente era un siervo.
B. Campaña principal (caps. 6–8)
El diseño de la estrategia divina para la conquista de Canaán se basó en factores geográficos. Desde
su campamento en Gilgal cerca del río Jordán, los israelitas podían avistar las altas montañas que
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estaban al occidente. Jericó controlaba el camino que llevaba a esas montañas, y Hai, otra fortaleza, se
encontraba justo al comenzar la subida. Si los israelitas iban a conquistar la región montañosa,
definitivamente primero tenían que tomar Jericó y Hai. Eso les permitiría controlar la cima de la
cordillera y el altiplano central, y establecer una cuña para separar las secciones norte y sur de Canaán.
De esa manera, Israel podría combatir a los ejércitos del sur y después a los del norte. Pero primero
debía caer Jericó—y eso sólo se llevaría a cabo si Josué y el pueblo seguían el plan de acción del Señor.
1. CONQUISTA DE JERICÓ (CAP. 6)
a. Estrategia de la conquista de Jericó (6:1–7)
6:1. Jericó se preparó para el sitio. Se habían dado órdenes de que se cerraran todas las puertas, y el
tráfico se detuvo, porque nadie entraba ni salía. Tal como Rahab había revelado a los espías (2:11), los
habitantes de Jericó estaban aterrorizados a causa del avance implacable de Israel (cf. 5:1).
6:2. Esa impresionante fortaleza se veía erguida a la vista de Josué, quien continuaba conversando
con el príncipe del ejército de Jehová. Ese comandante era Dios mismo, y prometió dar la victoria a
Josué. Además, le anunció que él había entregado … en sus manos a Jericó. La ciudad, su rey, y su
ejército, caerían en manos de Israel. En hebr., el tiempo perfecto profético del vb. (yo he entregado),
describe una acción futura como si ya hubiera ocurrido. Como Dios lo había declarado, la victoria estaba
asegurada.
6:3–5. El plan de batalla que Josué iba a seguir era bastante extraño. No se utilizaron armas de
guerra ordinarias, tales como lanzas, arietes, o escaleras. En lugar de ellas, Josué y sus hombres de
guerra debían marchar alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días sucesivos con siete
sacerdotes tocando siete bocinas … delante del arca del pacto. Al séptimo día, debían rodear Jericó
siete veces y entonces el muro de la ciudad se derrumbaría y la ciudad podría ser tomada.
En la Biblia, con frecuencia el número siete simboliza algo que es completo o perfecto. Se dispuso
que fueran siete sacerdotes, siete trompetas, siete días, y siete recorridos alrededor del muro en el
séptimo día. Aunque el plan de acción de Dios pudo haber parecido tonto a los hombres, fue una
estrategia perfecta para esa batalla.
¿Qué significado tenía el sonido de las bocinas? Esos instrumentos eran lit. en hebr. “trompetas de
júbilo” y se usaban en las fiestas solemnes de Israel para proclamar la presencia de Dios (Nm. 10:10).
Por lo tanto, la conquista de Jericó no era exclusivamente un asunto militar, sino también religioso, y las
bocinas declaraban que el Dios del cielo y de la tierra estaba haciendo sentir su presencia invisible en
esa ciudad ya condenada. Es como si el Señor dijera a través del sonido de las trompetas sacerdotales:
“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria” (Sal.
24:7). Cuando Cristo regrese, él, que es el rey de la gloria, entrará a las ciudades en triunfo, y la
conquista de Jericó representa una entrada triunfal similar.
6:6–7. Ninguna otra estrategia de guerra perecía más ilógica que ésta. ¿Qué iba a impedir que el
ejército de Jericó arrojara flechas y lanzas contra los israelitas indefensos mientras marchaban
silenciosamente? O, ¿quién podría impedir que el ejército enemigo saliera de improviso por las puertas
de la ciudad para romper las filas israelitas y matarlos? Josué era un líder militar experimentado.
Seguramente estas preguntas y muchas otras vinieron a su mente cuando escuchó los planes. Sin
embargo, a diferencia de Moisés cuando estuvo frente a la zarza ardiente, Josué no se opuso al plan de
Dios hablando con elocuencia (cf. Éx. 3:11–4:17). Él respondió en obediencia, sin cuestionar nada.
Tampoco perdió tiempo en reunir a los sacerdotes y soldados para darles las instrucciones que había
recibido del comandante en jefe.
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b. Secuencia de la conquista de Jericó (6:8–21)
6:8–9. Quizá era un poco después del amanecer cuando la larga procesión comenzó a marchar del
campamento de Israel. Primero, iban los hombres armados con los estandartes de cada tribu, después
los siete sacerdotes con las siete bocinas; les seguía el arca de Jehová, y por último, los que formaban
la retaguardia. Aunque el ejército ocupaba un lugar prominente en la procesión, Jericó no caería por su
fuerza militar, sino por el poder de Dios.
6:10–11. Guardando absoluto silencio (excepto por los siete sacerdotes que hacían sonar sus
bocinas), el extraño desfile se dirigió hacia Jericó y serpenteándola dieron una vuelta alrededor de la
ciudad. En aquel tiempo, la superficie de Jericó era como de 3.3 hectáreas, y tomaba menos de 30
minutos marchar alrededor de ella. Una vez que terminaron de rodearla, los israelitas volvieron a su
campamento silenciosamente. Esto sorprendió en gran manera a los cananeos, quienes esperaban un
ataque inmediato.
6:12–14. Este mismo procedimiento lo realizaron durante seis días. Nunca se había conquistado
una fortaleza de esa manera. Probablemente, esa extraña estrategia fue usada para probar la fe de Josué.
Él no la cuestionó; sólo confió y obedeció. Ese procedimiento también se diseñó para probar la
obediencia de Israel a la voluntad divina, lo cual, dada la situación, no era nada fácil. Cada día se
expondrían al ridículo y al peligro. Un soldado de Jericó pudo haber mirado hacia abajo a los israelitas y
preguntarse: “¿En verdad creen que nos pueden asustar para que nos rindamos con el sonido de sus
cuernos de carnero?” y el resto de los soldados pudieron haberse unido a él en un fuerte coro de risas
burlonas.
Probablemente los israelitas recibieron sus órdenes cada mañana, para que su decisión no fuera un
asunto de obedecer y olvidarse, sino un nuevo desafío cada día. Esta es la forma en que muchas veces
Dios trata a sus hijos. Les pide que realicen su “marcha diaria” sin que tengan conocimiento de lo que
sucederá mañana (Pr. 27:1; Stg. 4:14; cf. Mt. 6:34).
La fe de los israelitas triunfó sobre el temor de que los enemigos los atacaran. También triunfó sobre
la burla y la sorna. Nunca antes, y en muy pocas ocasiones futuras, se elevó tanto el termómetro de la fe
como en ese acontecimiento histórico de Israel.
6:15–20a. Aquel crucial séptimo día, la procesión marchó alrededor del muro siete veces. Ese
desfile—que consistía de la guardia armada, los siete sacerdotes que tocaban las bocinas, los sacerdotes
que cargaban el arca del pacto y la retaguardia—pudo haber durado tres horas. (Acerca de la palabra
anatema mencionada en los vv. 17–18, V. el comentario del v. 21.) (Josué registró que Israel había
experimentado consecuencias desastrosas por una violación inmediata de las instrucciones de Dios en
los vv. 18–19.) Al finalizar la séptima vuelta, se escuchó claramente la voz de Josué, ¡Gritad, porque
Jehová os ha entregado la ciudad! También les dijo que no atacaran a Rahab y su familia (cf. 2:8–13).
Así que cuando los sacerdotes tocaron las bocinas … el pueblo gritó. Ese alarido resonó en las
montañas que estaban alrededor, espantando a los animales y aterrorizando a los moradores de Jericó.
En ese momento, el muro de Jericó, obedeció a Dios, y se derrumbó (lit., “cayó en su lugar”).
6:20b–21. Los israelitas subieron por el escombro y encontraron a los habitantes paralizados de
terror, e incapaces de ofrecer resistencia. A continuación, destruyeron completamente toda vida humana
y animal que había en Jericó, excepto a Rahab y su casa (cf. v. 17). Aunque algunos críticos han
considerado esa destrucción como una mancha en la pureza del relato del A.T., es claro que Israel actuó
siguiendo las instrucciones divinas. Por tanto, la responsabilidad de la destrucción recae en Dios, no en
los israelitas.
La ciudad de Jericó y todo lo que estaba en ella debía ser “anatema (ḥērem) a Jehová” (v. 17). lit.,
“estará bajo restricción”. El v. 21 incluye una forma del vb. de ese sustantivo ḥērem: Destruyeron
(wayyaḥărîmû, de ḥāram) a filo de espada todo lo que en la ciudad había. La idea es que todo lo que
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había en la ciudad fue entregado al Señor al ser destruida totalmente. (El vb. ḥāram se trad. “los
destruyó por completo” en 10:28; “mató todo” v. 35; “hirieron a filo de espada … con todo … sin dejar
nada” vv. 37, 39–40; “destruyéndolo por completo” 11:11–12; “destruyó” v. 21 y “destruirlos” en 11:20;
cf. 1 S. 15:3, 8–9, 15, 18, 20). El sustantivo ḥērem se trad. “anatema” en Jos. 6:17–18; 7:1, 11–12, 15; 1
S. 15:21; “separada como anatema” en Lv. 27:29; “cosa abominable … anatema” en Dt. 7:26. (Según el
diccionario de la Real Academia Española, “en el A.T. ‘anatema’ significa condenar al exterminio a las
personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios”. Algunas veces, sin embargo, no se
encuentra la idea de destrucción en esa palabra; cf., e.g., Lv. 27:21, 28).
Las cosas que había en Jericó debían entregarse “al Señor” como primicias de la tierra. Así como los
primeros frutos de la cosecha que eran entregados a Jehová anticipaban las cosechas futuras, así la
conquista de Jericó anticipaba que Israel recibiría toda la tierra de Canaán por mano del Señor. El pueblo
no debía tomar botín de la ciudad de Jericó. Para obedecer el mandato del ḥērem, el pueblo debía matar
a los animales y a la gente (Jos. 6:17, 21) y todas las demás cosas debían ser destruidas o apartadas para
el santuario, como en el caso de la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro (v. 19). Todo
debía ser “consagrado” para destrucción, o para el “tesoro” de Jehová; el pueblo debía entregarlo todo.
Dios tiene derecho a dictar sentencia contra los individuos y naciones que están en pecado. ¿Hay
alguna evidencia de que la iniquidad de los cananeos había llegado a su límite? Pocos pueden cuestionar
que imperaba la idolatría y el estilo de vida depravado. Los descubrimientos arqueológicos (e.g., las
tablas de Ras Shamra) comprueban que el castigo divino sobre Jericó fue justificado.
Finalmente, el propósito de Dios era bendecir al pueblo de Israel en la tierra y usarlo como canal de
bendición al mundo. Pero esto se vería seriamente frustrado si se dejaban contaminar por la religión
degenerada de los cananeos. Gleason Archer declara: “En vista de la influencia corrupta de la religión
cananea, especialmente la prostitución religiosa … y el sacrificio de infantes, era imposible que se
conservara pura la fe y la adoración de Israel a menos que se exterminara por completo a los cananeos”
(A Survey of Old Testament Introduction, “Reseña Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento”,
Chicago: Moody Press, 1964, pág. 261).
El pecado es sumamente contagioso. Contemporizar con el mal es arriesgado, porque es una
invitación al desastre espiritual.
Han surgido varias interpretaciones en cuanto a la caída de los muros de Jericó en el preciso instante
en que el pueblo gritó: (1) Que un terremoto causó la destrucción. (2) Que los soldados israelitas
socavaron los cimientos del muro mientras los otros marchaban. (3) Que la vibración causada por el
sonido de las trompetas y los gritos de los soldados hicieron que cayeran los muros. (4) Que las ondas de
impacto creadas por la marcha de los israelitas ocasionaron el derrumbe. De cualquier forma, fue un
evento sobrenatural. Esto puede verse claramente por el hecho de que todo el muro fue destruido,
excepto la sección de la casa de Rahab. Realmente no hay necesidad de determinar los medios exactos
que Dios utilizó para realizar este o cualquier otro milagro. Un escritor del N.T., al revisar siglos
después ese evento, escribió: “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días”
(He. 11:30).
La evidencia arqueológica acerca de la caída de los muros de Jericó en días de Josué no es tan clara
como alguna vez se supuso. Esto se puede explicar porque las excavaciones posteriores determinaron
que en su larga historia, Jericó tuvo un total de 34 muros. (Jericó es una de las ciudades más antiguas del
mundo. Muchos arqueólogos sostienen que estuvo habitada desde 7000 a.C.) Los frecuentes terremotos
que se dan en el área, la destrucción completa de la ciudad bajo el mando de Josué, y el proceso de
erosión durante cinco siglos antes de que fuera reconstruida en tiempos de Acab (1 R. 16:34), también
contribuyeron a los escasos escombros y a la extremada dificultad de identificar esos restos con el
ataque de Josué. La evidencia más significativa parece ser la cerámica encontrada entre los escombros y
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tumbas de esa zona. Esos hallazgos permiten identificar que Jericó estuvo habitada hasta aprox. 1400
a.C. Debajo de la cerámica hay una gruesa capa de ceniza que representa una destrucción mayor. Esto
sin duda deja ver la destrucción de Josué y el incendio (Jos. 6:24) posterior de la ciudad. (Para una
discusión arqueológica amplia sobre el Jericó del A.T., V. Leon Wood, A Survey of Israel´s History,
“Síntesis de la Historia de Israel”. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1970. págs. 94–99.)
c. Secuelas de la conquista de Jericó (6:22–27)
A medida que esta gran historia del A.T. se acerca a su fin, se mencionan brevemente dos asuntos: el
rescate de Rahab y el incendio, saqueo y maldición de la ciudad.
6:22–25. La historia de la liberación de Rahab es como un oasis en medio del exterminio que se
realizó. Antes de que la ciudad fuera consumida con fuego (v. 24), Rahab fue rescatada. Josué cumplió
la promesa hecha a Rahab por los dos espías (cf. 2:12–21) y envió a los mismos dos hombres a la casa
donde colgaba el cordón de grana de la ventana. Ella y toda la casa de su padre los siguieron sin vacilar
y salieron de la ciudad condenada. Rahab y su familia eran gentiles y necesitaban ser limpiados
ceremonialmente. Seguramente los hombres fueron circuncidados antes de que pudieran identificarse
con el pueblo de Israel. La historia de Rahab es un ejemplo de la gracia de Dios obrando en la vida de un
individuo y su familia. Sin importar su vida pasada, ella fue salvada por la fe en el Dios viviente y aun
vino a ser parte de la línea mesiánica (Mt. 1:5). De acuerdo con el patrón bíblico, Rahab y su familia
fueron librados del juicio divino (cf. Gn. 7:1; 1 Ts. 5:9) por medio de la fe.
6:26. Dedicar a Jericó para destrucción (cf. V. el comentario del v. 21) incluía pronunciar una
maldición sobre cualquiera que se atreviera a reedificar la ciudad, o a reconstruir los cimientos y las
puertas. Aunque posteriormente el lugar fue ocupado por períodos breves (18:21; Jue. 3:13; 2 S. 10:5)
la prohibición de reconstruir la ciudad no se violó sino hasta los días del rey Acab, 500 años después.
Como una indicación de la apostasía de ese período, Hiel de Bet-el intentó reedificar los muros de
Jericó, pero le costó la vida de sus dos hijos, Abiram y Segub (1 R. 16:34).
6:27. Este cap., que registra la victoria espectacular en esa primera batalla de Israel en Canaán no
termina con una nota negativa. Las palabras finales vuelven la atención del lector al triunfo y a sus
efectos: Estaba, pues, Jehová con Josué (cf. 1:5, 9; 3:7), y su nombre se divulgó por toda la tierra.
El secreto de la victoria sobre Jericó no fue el ingenio militar de Josué, ni su ejército entrenado para la
guerra. El triunfo se obtuvo porque él y el pueblo confiaron absolutamente en Dios y obedecieron sus
mandamientos (1:6–9).
2. DERROTA EN HAI (CAP. 7)
En forma inesperada, enseguida Israel experimentó una derrota. Hasta ese punto de la conquista, el
ejército que Josué comandaba sólo había experimentado victorias. La posibilidad de una derrota militar
era la cosa más remota que pudiera pasar por la mente de los israelitas, especialmente después del
triunfo de Jericó. Sin embargo, los hijos de Dios nunca son más vulnerables, ni están en mayor peligro,
que después de que han obtenido una gran victoria.
Hai era el siguiente blanco en la ruta de conquista de Israel. Era más pequeña que Jericó, pero estaba
ubicada en una intersección estratégica de dos rutas naturales que iban de Jericó a la zona montañosa
que rodea a Bet-el. La derrota de Hai les permitiría tener el control total de la principal “ruta de la
cordillera”, que corría de norte a sur a lo largo del altiplano central.
Muchos arqueólogos han identificado Hai con et-Tell (“la ruina”). Sin embargo, las excavaciones de
ese lugar no arrojan evidencias de que hubiera un asentamiento en tiempos de Josué. La geografía del
área coincide perfectamente con los detalles que se encuentran en Josué 8. Así que quizá el rey de Hai
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condujo a sus tropas para que pelearan en el lugar que ya estaba en ruinas, en vez de combatir en una
ciudad que estuviera en pie. Por otro lado, algunos arqueólogos han seguido buscando otras ubicaciones
para Hai y las excavaciones los han llevado a un sitio que se denomina Khirbet Nisya.
Aunque todavía pueden existir interrogantes en cuanto a la ubicación de Hai, se puede apreciar la
importancia de los acontecimientos por la gran cantidad de material bíblico que hay acerca de la derrota
de Israel en ese lugar (cap. 7) y su subsiguiente victoria allí mismo (cap. 8).
a. Desobediencia (7:1)
7:1. El cap. comienza con la palabra fatal pero. El gozo de la victoria pronto fue reemplazado por la
tristeza de la derrota. Y todo por la desobediencia de un hombre. Jericó había sido puesta bajo el ḥērem
de Dios (“apartada para destrucción; 6:18–19), i.e., Dios ordenó que todo lo que tuviera vida debía ser
destruido y los objetos valiosos, puestos en el tesoro de Jehová. Ningún soldado israelita debía tomar
para sí nada del botín—pero para un hombre, la tentación fue demasiado grande.
Aunque uno quisiera elogiar la disciplina del ejército de Josué por no ceder a la tentación con
excepción de uno, para Dios ese hombre no pasó desapercibido. El Señor vio el pecado de Acán cuando
tomó del anatema; y por causa de esa infracción, la ira de Jehová se encendió contra toda la nación.
Él consideraba que todos eran culpables y detuvo su bendición hasta que se arregló el asunto. De hecho,
es evidente que la historia de Israel hubiera terminado aquí si la ira de Dios no se hubiera apartado de
ellos.
b. Derrota (7:2–5)
7:2. Ignorando la desobediencia de Acán, y deseoso de aprovechar la inercia de su primera victoria,
Josué hizo preparativos para la siguiente batalla. Por eso, envió diez espías desde Jericó a Hai (aprox. a
16 kms.), que estaba ubicada al oriente de Bet-el. Tal parece que ésta era una práctica común de Josué
(cf. 2:1). (Bet-avén [“casa de maldad”] fue un apodo [Os. 10:5] que se le dio a Bet-el [“casa de Dios”].
Sin embargo, parece que aquí se refiere a otro lugar, que estaba aprox. a 5 kms. al norte de Hai.)
7:3. Cuando los espías regresaron hablaron con mucha confianza. Afirmaron que Hai podría ser
fácilmente conquistada con sólo dos mil o tres mil hombres. Y añadieron que en la ciudad había pocos
varones. Sin embargo, los espías estaban equivocados. Realmente Hai tenía 12,000 hombres y mujeres,
i.e., aprox. 6,000 hombres (8:25). Más tarde, cuando Dios dio órdenes a Josué, le dijo: “lleva a todo el
ejército” (8:1). A pesar de que Hai era más pequeña que Jericó, también estaba bien fortificada y sus
soldados, bien atrincherados. Israel cometió la falta de subestimar la fuerza de su enemigo y
sobreestimar la suya. En esa ocasión no se menciona que hicieran alguna oración y no hay evidencia de
que dependieran del Señor.
Es un craso error minimizar el poder del enemigo. Con frecuencia, los creyentes fallan porque no
reconocen que sus enemigos son poderosos (Ef. 6:12; 1 P. 5:8). Es por eso que los cristianos sufren las
consecuencias de la ignominiosa derrota espiritual.
La calamidad que sobrevino a Israel fue debido en parte, a que menospreciaron a su enemigo y que
supusieron que la primera victoria les garantizaba la siguiente. Pero simplemente la vida no funciona de
esa manera. La victoria de ayer no hace al creyente inmune a la derrota de hoy. Debe depender
continuamente del Señor para obtener fortaleza. Refiriéndose al conflicto entre los cristianos y el mal,
Pablo escribió: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10).
7:4–5. Pero Josué mandó solamente tres mil hombres a Hai, donde lamentablemente fueron
derrotados y huyeron. Los israelitas bajaron aterrados la montaña que con tanta arrogancia habían
subido por la mañana. Finalmente, los de Hai los alcanzaron en “las canteras” (VP), y en la bajada
dieron muerte a unos treinta y seis soldados israelitas. El resto escapó y regresó al campamento.
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Cuando las noticias de la derrota se divulgaron por el campamento, el pueblo se desmoralizó por
completo. El corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua. A pesar de que ésta fue la única
derrota en siete años de conquistas en la tierra de Canaán, el asunto que los desconcertó en sí no fue la
derrota, ni la muerte de los 36 soldados, sino el temor que se apoderó de ellos al pensar que la bendición
de Dios se había apartado de ellos. No sabían por qué había sucedido esto. ¿Habría cambiado Dios de
opinión?
c. Desaliento (7:6–9)
7:6–9. Josué también estaba perplejo ante la derrota. De acuerdo con los ritos antiguos de luto, el
líder y los ancianos rasgaron sus vestidos … y los ancianos … echaron polvo sobre sus cabezas (cf.
Job 1:20; 2:12). Además, se postraron sobre sus rostros delante del arca de Jehová hasta caer la
tarde. Finalmente, Josué pudo balbucir algunas palabras e hizo tres preguntas al Señor: (1) ¿Por qué
nos trajiste aquí para que nos destruyan? (2) ¿Qué diré, ahora que Israel ha sido derrotado? (3) ¿Qué
harás tú para proteger tu reputación?
Josué parecía estar culpando a Dios por la derrota y ni siquiera consideró que la causa fuera otra. En
la primera pregunta, adoptó la misma forma de pensar de los espías contra quienes protestó
enérgicamente en Cades-barnea (cf. Nm. 14:2–3). La preocupación más grande de Josué era que las
noticias de su derrota provocarían que los paganos perdieran el respeto hacia Dios y su grande nombre.
Como consecuencia, sus nombres serían borrados, i.e., serían destruidos y nunca serían recordados.
d. Instrucciones (7:10–15)
7:10–11. La respuesta de Dios a Josué fue brusca. Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu
rostro? Enseguida, Dios explicó la causa de la derrota y la necesidad de tomar acción. La culpa era de
Israel, no de Dios—Israel había pecado. Para hacer su acusación, Dios empleó con enojo una lista de
vbs. Fue de lo general a lo particular y acusó a Israel de pecar, de violar el pacto, de tomar cosas del
anatema (haḥērem, “cosas apartadas o destinadas para destrucción”; cf. 6:18–19. V. el comentario de
6:21), de robar, mentir y de esconder lo robado entre sus cosas. (En 7:21 se mencionan esas cosas.)
Hasta que no reconocieran esas transgresiones e hicieran expiación por ellas, el pecado de una persona
sería considerado como el pecado de toda la nación.
7:12. Después de la caída de Jericó, el relato dice: “Estaba, pues, Jehová con Josué” (6:27). Pero
ahora, Dios les hizo un anuncio devastador: ni estaré más con vosotros hasta que ese pecado fuera
juzgado y el anatema destruido.
7:13–15. A continuación, Dios reveló los pasos que debían seguir en el proceso de expiación.
Primero, el pueblo debía consagrarse. No podrían obtener ninguna victoria sobre sus enemigos hasta
que ese problema se resolviera. Segundo, debían reunirse al día siguiente para identificar al ofensor,
aparentemente echando suertes (cf. el comentario de los vv. 16–18), exponiendo primero a la tribu
culpable, luego a la casa, y entonces a la familia, hasta llegar por último al individuo. Tercero, el
ofensor, junto con todas sus posesiones (no solamente las cosas robadas) debía ser quemado. Dios
consideró ese pecado como maldad, i.e., una cosa abominable. La transgresión de Acán fue
desobediencia deliberada a las instrucciones de Dios (6:18), y ocasionó que toda la nación se hiciera
merecedora de la destrucción. ¡Si los israelitas no destruían los bienes de los cananeos, Dios podría
destruirlos a ellos!
e. Descubrimiento (7:16–21)
7:16–18. Aquel día siniestro, Josué se levantó muy de mañana. Reunió a todo Israel para llevar a
cabo el ritual de determinar quién había sido el ofensor. Probablemente, esto fue hecho por suertes,
sacando de un recipiente pedazos de tablillas grabadas. Pero ya que Dios sabía quién era el culpable,
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¿por qué no simplemente reveló a Josué su identidad? La respuesta es que ese método tan dramático
impactaría a la nación de Israel, que así vería la gravedad de desobedecer los mandamientos de Dios.
Puesto que el proceso tomaría tiempo, también daría oportunidad al culpable de arrepentirse y de
confesar su pecado. Si Acán hubiera reaccionado de esa forma y se hubiera amparado en la misericordia
de Dios, sin duda habría sido perdonado como siglos después sucedió con el pecado de David (Sal.
32:1–5; 51:1–12).
Hubo un ominoso silencio mientras el proceso se dirigía a la tribu de Judá, y a las casas de Zera,
Zabdi, Carmi, hasta llegar a Acán, el transgresor. No hubo irregularidades en el proceso, ni fue
cuestión del destino; fue la dirección de la providencia de Dios. Salomón describe bien este proceso: “La
suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella” (Pr. 16:33).
7:19–21. Es extraño que Acán guardara silencio a lo largo del procedimiento a pesar de que con
seguridad, el miedo lo había paralizado y su corazón latía más apresuradamente mientras observaba
cómo se acercaba el momento en que se descubriría su falta. Josué se dirigió a Acán tiernamente, pero
con firmeza. El líder odiaba el pecado, pero no al pecador. Era necesaria una confesión pública para
confirmar la identificación sobrenatural de la persona culpable.
La respuesta de Acán fue directa y completa. Confesó su pecado y no presentó excusas. Pero
tampoco expresó arrepentimiento por haber desobedecido el mandato de Dios, por haber traicionado a
su nación tomando el botín y por haber causado la derrota a las tropas de Israel y la muerte de los 36
soldados. Probablemente el remordimiento que sintió fue solamente por haber sido sorprendido.
Los tres pasos clásicos del pecado se ven en los actos de Acán: vio, codició y tomó. Eva siguió esa
misma secuencia trágica en el huerto del Edén (Gn. 3:6), así como David con Betsabé (2 S. 11:2–4).
Entre los objetos que Acán tomó de Jericó y escondió bajo tierra en medio de su tienda había (a)
un manto babilónico muy bueno, quizá adquirido por alguien en Jericó que hizo trueque con un
babilonio, (b) doscientos siclos de plata, que pesaban aprox. 2.3 kgs. y (c) un lingote de oro que
pesaba cincuenta siclos (aprox. 570 grs.) Tal vez Acán pensó: “Después de todo, me he privado de
todas estas cosas buenas por andar en el desierto. Aquí hay un precioso vestido nuevo y a la moda y algo
de plata y oro. ¿Cómo podría negarme Dios estas cosas? Nadie las echará de menos, y yo merezco algo
de placer y prosperidad”. Sin embargo, había un mandato específico que prohibía tomar cosas del botín
de Jericó. (Josué había dicho al pueblo que toda la plata y el oro debían apartarse para el tesoro de
Jehová, Jos. 6:19.) La palabra de Dios no puede abrogarse impunemente por medio de argucias y
buscando justificantes mentales.
f. Muerte (7:22–26)
7:22–25. La confesión de Acán fue confirmada inmediatamente; los objetos robados fueron
encontrados donde dijo que estaban. En seguida, los pusieron delante de Jehová, a quien realmente
pertenecían. Después, sacaron a ese hombre abominable al valle de Acor, junto con lo robado, su
familia, sus animales y todas sus pertenencias. Las piedras mortales lanzadas por los israelitas cayeron
sobre Acán y sus hijos, y el fuego consumió sus cuerpos y posesiones. Al robar los objetos
“consagrados”, Acán se contaminó y tuvo que ser condenado a la destrucción. Puesto que los hijos no
debían ser ejecutados por los pecados de sus padres (Dt. 24:16), se infiere que la familia de Acán
(excluyendo a su esposa, que no se menciona) había sido cómplice en el crimen (cf. V. el comentario de
Nm. 16:28–35).
7:26. La etapa final de este suceso vino cuando se levantó un monumento histórico formado por un
gran montón de piedras sobre el cuerpo de Acán. Parece que ese era un método común de enterrar a
los individuos non gratos (cf. 8:29). Su propósito era advertir a Israel que no debía pecar contra Dios, ni
desobedecer sus mandatos expresos.
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Tal vez exista una relación entre las palabras hebr. Acán y Acor. Acán, cuyo nombre posiblemente
significa “conflictivo” fue enterrado en el Valle de Acor, el valle del “conflicto”. Debido a que Israel
estuvo dispuesto a eliminar el pecado que había en medio de ellos, el ardor de la ira de Dios (7:1) se
apagó y se dispuso a dirigirlos una vez más a la victoria.
3. VICTORIA EN HAI (CAP. 8)
a. Escenario de la batalla (8:1–2)
8:1. El impulso inicial que Israel llevaba después de cruzar milagrosamente el Jordán y obtener la
portentosa victoria sobre Jericó, se vio detenido por la derrota en Hai. La tristeza y el desánimo hicieron
presa del pueblo, no sólo de los que estaban en el campamento, sino también de Josué.
Pero una vez que el crimen fue castigado, se restauró el favor de Dios para con Israel y Josué recibió
la confirmación de que el Señor no se había olvidado de él ni de su pueblo. Cuando Josué escuchó las
palabras de ánimo de Dios, su corazón se reanimó, porque esas fueron las mismas palabras que Moisés
pronunció en Cades-barnea cuando envió a los doce espías (Dt. 1:21). También fueron las palabras que
Moisés dijo a Josué cuarenta años después de ese suceso, cuando le estaba entregando las riendas del
liderazgo (Dt. 31:8). Una vez más, Josué las escuchó cuando Dios le habló justo después de la muerte de
Moisés (Jos. 1:9). En ese momento crucial de su vida, fue reconfortante recordar que Dios deseaba
dirigirlo si él estaba dispuesto a seguir el plan divino, lo cual hizo.
En su plan, Dios involucró a todos los hombres de guerra de Israel. Aunque la razón principal de la
derrota en Hai fue el pecado de Acán, la segunda falla fue subestimar al enemigo (cf. 7:3–4). Ahora
podría corregirse ese error. Dios dijo a Josué: levántate y sube a Hai, prometiéndole convertir el lugar
de derrota en uno de victoria.
8:2. Antes de que Dios revelara a Josué el plan definitivo, le dijo que Israel podía tomar de Hai los
despojos y sus bestias. Jericó había sido declarado anatema, pero Hai no.
¡Qué ironía! Si Acán tan sólo hubiera reprimido sus deseos egoístas y codiciosos y hubiera
obedecido la palabra de Dios dada en relación a Jericó, habría obtenido todo lo que su corazón deseaba
con la bendición divina. El camino de la fe y de la obediencia siempre es el mejor.
b. Desarrollo de la batalla (8:3–29)
El orden de los eventos en Hai difiere completamente del de Jericó. Los israelitas no marcharon
alrededor de los muros de Hai siete veces. Las murallas no cayeron milagrosamente. Israel tenía que
conquistar la ciudad por medio de una operación de combate normal. Dios no está limitado a seguir un
solo método específico de trabajo. No actúa ni actuará en forma estereotipada en sus operaciones.
8:3–9. La estrategia para la captura de Hai fue ingeniosa. Colocaron una emboscada … detrás (al
occidente) de la ciudad. Fue Dios mismo quien dijo a Josué que hiciera esto (vv. 2, 8). Para realizar ese
plan, se necesitaban tres grupos de soldados. El primero fue un contingente de guerreros valientes que
salieron de noche para esconderse al occidente, no muy lejos de la ciudad de Hai. Su tarea era entrar
rápidamente a la ciudad y prenderle fuego mientras sus defensores salían a perseguir al ejército de Josué.
Ese grupo estaba formado por treinta mil hombres y aunque parece que eran demasiados para
encontrar escondite cerca de la ciudad, en la región había grandes rocas que permitieron que todos ellos
quedaran fuera de la vista de los habitantes.
8:10–11. El segundo grupo era el ejército principal, el cual salió muy de mañana, viajando aprox.
24 kms. desde Gilgal y acamparon a plena vista de los habitantes, al norte de Hai. Sin duda, el grupo
se componía de muchos miles de soldados. Dirigidos por Josué, ese ejército actuó como carnada para
hacer que los defensores de Hai salieran de la ciudad.
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8:12–13. El tercer contingente preparó otra emboscada de cinco mil hombres que tomaron su
posición entre Bet-el y Hai para evitar que refuerzos procedentes de Bet-el ayudaran a los hombres de
Hai. Josué se apostó en un valle que estaba al norte de Hai, en un cañón profundo que había entre las
montañas.
8:14–22. El plan funcionó a la perfección. Cuando el rey de Hai vio al ejército de Israel, mordió el
anzuelo. Al salir a perseguir a los israelitas, los cuales fingieron que habían sido derrotados, la ciudad de
Hai quedó desprotegida. A la señal de Josué, las otras tropas se apresuraron a entrar a la ciudad y a
prenderle fuego. Los hombres de Hai se consternaron por completo al ver las llamaradas de fuego y el
humo que subía al cielo procedente de su ciudad. Antes de que pudieran recuperarse de la impresión,
fueron capturados y destruidos por los israelitas, quienes atacaron por los dos frentes.
8:23–29. Cuando los israelitas acabaron de matar a todos los soldados de Hai, el ejército entró de
nuevo a la ciudad y mató a todos sus moradores. En total, mataron a doce mil personas entre militares y
civiles. Los soldados de Israel tomaron los despojos de la ciudad como Dios les había dicho (v. 2) y
ésta se convirtió en un montón de escombros. El rey de Hai, que no fue ejecutado, fue colgado de un
madero hasta caer la noche, en que fue sepultado bajo un montón de piedras (cf. la sepultura similar de
Acán, 7:26). El cuerpo del rey fue bajado del madero al atardecer, tal y como Dios ordenó (Dt. 21:22–
23; cf. Jos. 10:27).
Israel obtuvo esa gran victoria porque había sido restaurado el favor de Dios para con ellos. Después
de la derrota, Dios les dio otra oportunidad. Para el Señor, una derrota o error no es el fin del servicio de
un creyente.
c. Secuelas de la batalla (8:30–35)
8:30–31. Después de la victoria en Hai, Josué hizo algo extraño y muy tonto militarmente hablando.
En vez de asegurar ese territorio, que era el centro de la tierra prometida buscando más triunfos, dirigió
al pueblo a que hiciera una reflexión espiritual. ¿Por qué? Simplemente porque Moisés … lo había
mandado (Dt. 27:1–8).
Sin demora, Josué llevó desde Gilgal a los hombres, mujeres, niños y ganado hacia el norte, en el
valle del Jordán, al lugar divinamente indicado: el monte Ebal (Jos. 8:30) y el de Gerizim (v. 33), que
estaban en Siquem. El recorrido de aprox. 48 kms. no fue difícil o peligroso, ya que no era un zona muy
poblada. Pero, ¿cómo evitaron los israelitas un enfrentamiento con los hombres de la ciudad de Siquem,
fortaleza que protegía la entrada del valle que estaba entre las dos montañas?
En la Biblia no se registran todas las batallas de la conquista y es posible que se omitiera la captura
de Siquem. O quizá en ese tiempo la ciudad tenía gobernadores pacíficos, o tal vez se rindieron sin
resistencia alguna. Pero ¿por qué se escogió ese lugar? Esas montañas están ubicadas en el centro
geográfico de la tierra y desde cualquier cima, se podía ver una buena parte de la tierra prometida. Por
tanto, en ese lugar, que representaba toda la tierra, tanto al momento de entrar a Canaán como cuando su
mandato ya estaba por llegar a su fin (cf. 24:1), Josué retó al pueblo a renovar sus votos pactales con el
Señor.
Las ceremonias religiosas solemnes y llenas de significado incluían tres cosas. Primero, levantaron
un altar de piedras enteras sobre el monte Ebal e hicieron sacrificios (incluyendo holocaustos … y
ofrendas de paz; cf. Lv. 1:3) a Jehová. Habían caído Jericó y Hai, donde se adoraba a los dioses falsos
de los cananeos; ahora Israel adoraba públicamente y proclamaba su fe en el único Dios verdadero.
8:32. Segundo, Josué preparó unas piedras grandes. Escribió sobre ellas una copia de la ley de
Moisés, aunque no se menciona qué parte de ella se inscribió. Algunos sugieren que sólo se incluyeron
los diez mandamientos, otros piensan que por lo menos incluía todo el contenido de Deuteronomio 5–
26. En el Medio Oriente, los arqueólogos han descubierto columnas o lápidas de aprox. 2 a 3 mts. con
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inscripciones similares. La inscripción del Behistun encontrado en Irán, es tres veces más grande que
Deuteronomio.
8:33–35. Tercero, Josué … leyó … la ley a los israelitas. La mitad de ellos estaba al sur, en las
laderas del monte Gerizim, … la otra mitad al norte, en el monte Ebal y el arca del pacto estaba en
el valle, al centro, rodeada por los sacerdotes. Conforme se fueron leyendo las maldiciones de la ley,
las tribus que estaban en el monte Ebal fueron respondiendo a cada una: “¡Amén!”. Y mientras se leían
las bendiciones, las tribus que estaban en el monte Gerizim respondían: “¡Amén!” (Dt. 11:29; 27:12–
26). El gran anfiteatro natural que aún existe ahí, permitió que el pueblo escuchara todas y cada una de
las palabras. Con toda sinceridad, Israel aseguró que la ley del Señor sería realmente la ley de la tierra.
A partir de este punto, toda la historia de los judíos ha dependido de su actitud hacia la ley que
escucharon aquel día. Cuando la obedecían, había bendición; cuando la desobedecían, había castigo (cf.
Dt. 28). Es trágico que las afirmaciones hechas en esa ocasión tan importante se olvidaran tan pronto.
C. Campaña del sur (caps. 9–10)
El error que Israel cometió de no consultar al Señor fue uno de los principales factores que
condujeron a la derrota en Hai. La falta de dependencia en el Señor de sus líderes estaba por desatar otra
crisis.
Todo sucedió cuando menos lo esperaban. El pueblo acababa de regresar al campamento de Gilgal
después de escuchar la ley de Dios en los montes Ebal y Gerizim. Gran parte de la ley fue inscrita en
piedras, e Israel confirmó su disposición de obedecer la palabra de Dios. Ese fue un tiempo de victoria
espiritual; y también para que Satanás los atacara sutilmente. Cuando el pueblo de Dios piensa que “ya
la hizo” está más vulnerable a las asechanzas del enemigo.
Esta historia se desarrolla en los siguientes dos capítulos del libro de Josué—la alianza con los
gabaonitas (cap. 9) y la defensa de las gabaonitas (cap. 10).
1. ALIANZA CON LOS GABAONITAS (CAP. 9)
a. Astucia de los gabaonitas (9:1–15)
9:1–2. Las victorias de Israel sobre Jericó y Hai provocaron que toda la región se uniera para tomar
acción. Estos vv. preparan al lector para las campañas de conquista en el norte y en el sur que se
describen en los caps. 10 y 11.
Los reyes atemorizados están agrupados según tres zonas geográficas: Los que estaban en las
montañas del centro de Palestina, los que estaban en los llanos (valles o tierras bajas), y los de la costa
que se extendía al norte hasta llegar a Líbano. Debido a la exitosa estrategia de Josué de dividir la tierra
en dos colocándose entre las dos mitades, los reyes no lograron unirse para formar una sola fuerza
militar como lo habían planeado.
Sin embargo, sí llegaron a formar confederaciones poderosas al norte y al sur. Se firmaron treguas
entre las tribus que estaban en guerra y los que antes habían sido enemigos a muerte, se unieron para
hacer frente a la fuerza invasora del pueblo de Dios.
9:3. No todos los enemigos de Israel querían pelear. Los gabaonitas estaban convencidos de que
nunca podrían derrotar a Israel en la guerra, así que buscaron la paz. Ubicada en la región montañosa, a
sólo 9 kms. al noroeste de Jerusalén y aprox. a la misma distancia al suroeste de Hai, la de Gabaón era
conocida como “una ciudad importante” (10:2). Era cabeza de una confederación pequeña formada por
tres pueblos vecinos (cf. 9:17).
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9:4–6. Después de una reunión de consejo, idearon el plan de mandar emisarios a Josué disfrazados
como viajeros cansados y harapientos que habían venido de un largo viaje. Una mañana llegó al
campamento de los israelitas en Gilgal, esta extraña delegación llevando cueros … de vino … viejos y
parchados, con zapatos viejos de suelas gastadas, con vestidos viejos, sucios y rasgados, y con pan …
seco y mohoso. Al ir pasando los visitantes por en medio de la gente para llegar hasta Josué,
seguramente todos se preguntaban quiénes serían esos extraños, de dónde venían y por qué estaban ahí.
Las respuestas que dieron los gabaonitas a Josué fueron falsas. Le dijeron: Nosotros venimos de
tierra muy lejana; haced, pues, ahora alianza con nosotros. Pero, ¿por qué hicieron énfasis en que
venían de un país lejano y por qué se vistieron de forma engañosa para “probarlo”? Aparentemente los
gabaonitas conocían las estipulaciones de la ley mosaica que permitían a Israel hacer paz con ciudades
que estuvieran a una distancia considerable, pero exigía que arrasara por completo a las ciudades de las
siete naciones de los cananeos (Dt. 20:10–18; 7:1–2).
9:7. Al principio, Josué y su gabinete tuvieron serias dudas y no estaban convencidos por completo.
Les respondieron diciendo: Quizá habitáis en medio de nosotros. Estuvo bien que dudaran y
estuvieran alerta, porque las cosas no siempre son lo que parecen. Los malvados frecuentemente quieren
aprovecharse de los justos.
Los viajeros de Gabaón eran llamados heveos (cf. 11:19). Descendían de Canaán, hijo de Cam (Gn.
10:17). Posiblemente los heveos también eran llamados horeos (en Gn. 36:2 a Zibeón se le llama heveo
y en Gn. 36:20 se le llama horeo).
9:8–13. Josué hizo preguntas para indagar más y los astutos gabaonitas procedieron a contar su falsa
historia. Insistieron en que venían desde muy lejos para presentar sus tributos al poderoso Dios de los
israelitas, con objeto de que pudieran vivir en paz como siervos de Israel. Ya se habían divulgado las
noticias de lo que Dios había hecho por los israelitas en Egipto (probablemente las plagas y el paso del
mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”) y de las victorias de Dios sobre Sehón y Og (Nm. 21:21–25;
Dt. 2:26–3:11). Sin embargo, es interesante que no mencionaran los triunfos recientes sobre Jericó y
sobre Hai, ya que como supuestamente venían de un país lejano, no podían estar enterados de esas
batallas. Siguieron elaborando su farsa, y presentaron sus credenciales—el pan mohoso, los cueros de
vino remendados, los vestidos rasgados y los zapatos gastados—lo cual hizo que desaparecieran las
sospechas de Josué y los líderes.
9:14–15. Los hombres líderes de Israel fueron engañados por la estrategia astuta de los gabaonitas
y decidieron hacer una alianza formal con ellos. Pero Josué y los israelitas cometieron por lo menos dos
errores. Primero, al examinar las provisiones de ellos, las aceptaron como evidencia a pesar de ser cosas
muy dudosas. Si los visitantes hubieran sido verdaderos embajadores con poder para formar alianzas con
otra nación, deberían haber presentado credenciales más sustanciales. Fue necio de parte de Josué no
requerirlas.
La segunda y tal vez la principal razón del fracaso de Israel se menciona en el v. 14: Los líderes no
consultaron a Jehová; no buscaron la dirección de Dios. ¿Pensó Josué que la evidencia era tan
contundente que no necesitaban el consejo de Jehová? ¿Pensó que el asunto era demasiado rutinario o
trivial para “molestar” a Dios? Cualquiera que haya sido la causa, fue un error confiar en su propio
juicio y hacer sus planes. Esto es igualmente cierto para los creyentes de todos los tiempos (Stg. 4:13–
15).
b. Descubrimiento de la farsa (9:16–17)
9:16–17. A los tres días, los israelitas se dieron cuenta de que los habían “engañado”, ya que los
gabaonitas vivían a sólo 40 kms. de Gilgal, en territorio cananeo, y no venían de un país lejano. Una
comisión exploradora confirmó su fraude al descubrir la ubicación cercana de Gabaón y sus tres
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ciudades dependientes. “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un
momento” (Pr. 12:19). Tarde o temprano, el engaño y la mentira quedan expuestas. La verdad siempre
triunfa.
c. Decisión de los líderes (9:18–27)
9:18–19. ¡Cuán enojados estaban los hijos de Israel cuando descubrieron que habían sido timados!
En verdad, el pueblo quería hacer a un lado la alianza y destruir a los gabaonitas, pero Josué y su
gabinete declararon que el engaño de los enemigos no podía anular el acuerdo. El trato era sagrado,
porque se había ratificado por medio de un juramento en el nombre de Jehová Dios de Israel (cf. v.
15); quebrantar tal pacto provocaría la ira divina sobre Israel. Una tragedia similar ocurrió después,
durante el reinado de David, porque Saúl no respetó este juramento (cf. 2 S. 21:1–6).
9:20–27. Josué y los príncipes eran hombres íntegros, que cumplían su palabra. Aunque se sentían
humillados por lo ocurrido, no querían ocasionar deshonra a Dios y al pueblo al quebrantar el acuerdo de
paz. Sin embargo, aunque Israel no podía retractarse de su juramento, los engañadores debían ser
castigados. Por lo tanto, Josué habló a los gabaonitas, los reprendió por su falta de honestidad y les
anunció que serían malditos y que vivirían en esclavitud perpetua. Esa opresión consistiría en que se
convertirían en los leñadores y aguadores de los israelitas. Para evitar que la idolatría de los gabaonitas
se infiltrara en la religión de Israel, su trabajo debía ser realizado exclusivamente en relación con el
tabernáculo, donde estarían expuestos a la adoración del único Dios verdadero.
De esta manera, los gabaonitas perdieron lo que esperaban ganar. Querían desesperadamente
conservar su libertad; y al final se convirtieron en esclavos. Pero la maldición llegó a ser una bendición.
Fue a favor de los gabaonitas que Dios hizo un milagro (cf. 10:10–14). Después se levantó el
tabernáculo en Gabaón (2 Cr. 1:3); y posteriormente, algunos gabaonitas ayudaron a Nehemías a
reconstruir el muro de Jerusalén (Neh. 3:7). Así es la gracia de Dios. Hasta en nuestros días, él puede
convertir la maldición en bendición. Aunque es cierto que por lo general las consecuencias naturales del
pecado deben tomar su curso, la gracia de Dios no sólo puede perdonar, sino que también pasa por alto
los errores y obtiene bendición de los pecados y fracasos.
2. DEFENSA DE LOS GABAONITAS (CAP. 10)
a. Causa del conflicto (10:1–5)
10:1–2. Repentinamente, la atención cambia de Gabaón a Jerusalén, que estaba a 8 kms. al sur. El
rey Adonisedec fue presa del pánico, y con justa razón. Con la traición de los gabaonitas, los israelitas
habían logrado completar un arco en la tierra, comenzando en Gilgal, pasando por Jericó y Hai hasta un
punto cercano que estaba a pocos kms. al noroeste de Jerusalén. La escritura ya estaba grabada en la
pared. La seguridad de Jerusalén estaba severamente amenazada. Si el avance de las tropas israelitas
continuaba sin obstáculos, Jerusalén pronto sería rodeada y capturada.
10:3–4. Así que el rey de Jerusalén envió un mensaje urgente a otros cuatro reyes de la parte sureña
de Canaán, enfatizando el hecho de que Gabaón había hecho paz con … Israel, lo cual significaba
traición, y por lo tanto, era condenable. Esto podría preparar el camino para que otras ciudades se
rindieran de la misma manera. Era una señal de guerra. Debía tomarse acción inmediata en contra de
Gabaón.
10:5. La respuesta no tardó en llegar. Poco tiempo después se juntaron las fuerzas armadas de cinco
reyes para formar la confederación del sur para poner sitio a Gabaón. Los reyes eran de los amorreos,
i.e., de la región montañosa de Canaán (cf. V. el comentario de Gn. 14:13–16).
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b. Desarrollo del conflicto (10:6–15)
10:6. Confrontados con la amenaza de ser masacrados, los moradores de Gabaón enviaron a un
mensajero a Josué … en Gilgal con una insistente petición de ayuda para contrarrestar al imponente
ejército que los estaba presionando.
¿Por qué tendría Josué que acceder a esa solicitud proveniente del mismo pueblo que lo engañó?
¿Por qué no simplemente se hizo a un lado y dejó que los cananeos pelearan entre sí? Si lo hubiera
hecho así, habría eliminado la evidencia de su fracaso al entrar en pacto con los de Gabaón.
10:7–8. Por la reacción inmediata de Josué, es evidente que esta no era una opción para él. Algunos
sugieren que más bien, es una prueba de que el pacto entre Israel y los gabaonitas era de defensa mutua.
Sin embargo, el registro escritural no lo menciona. Por otro lado, es absurdo pensar que Israel se
comprometiera a rescatar a una nación “lejana”, lo cual dieron por sentado cuando se realizó el tratado
entre ellos y los gabaonitas.
El motivo por el cual Josué respondió de esa forma, está relacionado con su estrategia militar. Hasta
ese momento, el ejército de Israel había atacado una ciudad fortificada a la vez, que era un
procedimiento largo y difícil si querían conquistar toda la tierra de Canaán. Pero ahora, Josué sentía que
esa era la oportunidad estratégica que necesitaba. Todo el ejército de las fuerzas de los amorreos estaba
acantonado en un campo abierto fuera de Gabaón. Si Israel alcanzaba la victoria en ese sitio, acabaría
con las fuerzas enemigas de la región. Además, Dios aseguró a Josué que no debía tener temor de ellos
(cf. 1:9; 8:1) porque él le daría el triunfo.
Josué reunió los hombres valientes y marcharon 40 kms. desde Gilgal hasta Gabaón durante la
noche. Aquel fue un recorrido extenuante, ya que ascendieron aprox. 1,100 mts. por un terreno difícil.
No tuvieron tiempo para descansar. Aunque fatigadas, las tropas tenían que enfrentar a un enemigo
poderoso. Ciertamente Dios tendría que intervenir, si no, serían derrotados.
10:9–10. Motivado por la promesa divina de victoria, Josué dirigió a sus soldados en un ataque
sorpresivo sobre las fuerzas de los amorreos del sur, probablemente cuando todavía estaba oscuro. El
enemigo cayó presa del pánico y después de oponer una débil resistencia, en la que muchos hombres
quedaron muertos, se dieron por vencidos y se llenaron de consternación, huyendo despavoridos hacia
el occidente. En su escape, atravesaron un camino angosto y bajaron al valle de Ajalón, hasta donde los
persiguieron los israelitas. Esa no fue la única vez que el camino que bajaba de las montañas centrales se
usaba como ruta de escape. En 66 d.C., el general romano Cestius Gallus recorrió ese camino
descendente cuando iba huyendo de los judíos.
10:11. Sin embargo, los amorreos no pudieron escapar. Jehová usó las fuerzas de la naturaleza
(enviando grandes … piedras de granizo) para derrotar al enemigo. El granizo cayó con tal precisión,
que los que murieron por la granizada fueron más … que los que murieron a espada.
Todo este pasaje provee una ilustración impactante de la relación que hay entre los factores humanos
y divinos para obtener la victoria. Los vv. 7–11 hablan alternadamente de Josué (e Israel) y el Señor.
Todos tuvieron una parte importante en el conflicto. Los soldados tenían que pelear, pero Dios les dio la
victoria.
10:12. El día en que se libró la batalla de Bet-horón se estaba terminando. Josué estaba fatigado y
sabía que la persecución contra el enemigo sería larga y extenuante. El líder militar contaba con sólo
doce horas de luz para pelear. Era obvio que necesitaría más tiempo para ver realizada la promesa de
Dios (v. 8) y para que pudiera exterminar a sus adversarios. Por lo tanto, Josué hizo una petición
bastante extraña a Jehová diciendo: Sol, deténte en Gabaón; Y tú, luna, en el valle de Ajalón.
10:13–15. Cuando Josué hizo su oración, era el mediodía, y el sol estaba alumbrando directamente
sobre su cabeza. La luna estaba en el horizonte. Dios contestó rápidamente su petición. Josué oró con fe
y el resultado fue un milagro grandioso. Sin embargo, el registro de ese milagro ha sido llamado el
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ejemplo más contundente del conflicto que hay entre las Escrituras y la ciencia, porque es bien sabido
que la noche y el día no son resultado del movimiento del sol alrededor de la tierra, sino que la luz y la
oscuridad son ocasionadas por la rotación de la tierra sobre su propio eje y porque gira alrededor del sol.
Entonces, ¿por qué se dirigió Josué al sol en vez de a la tierra? Simplemente porque estaba usando el
lenguaje de la observación. Habló desde la perspectiva de la apariencia de las cosas como se ven desde
la tierra. Hoy en día, las personas hacen lo mismo, aún en la comunidad científica. Los almanaques y
diarios registran los horarios de la salida y puesta del sol, y nadie los acusa de errar científicamente.
Sin embargo, el “día largo” de Josué 10 debe explicarse. ¿Qué fue lo que realmente sucedió aquel
día tan peculiar? Hay muchas respuestas (un eclipse solar, nubes sobre el sol, una refracción de los rayos
solares, etc.). Parece que la mejor explicación es que en respuesta a la oración de Josué, Dios ocasionó
que la velocidad de rotación de la tierra bajara de tal modo, que hizo una rotación completa en 48 horas
en vez de 24. Aparentemente este punto de vista se apoya en el poema que se encuentra en los vv. 12b–
13a y por la prosa del v. 13b. (El libro de Jaser es una colección literaria hebr. que fue escrita en forma
poética para reconocer los logros de los líderes de Israel; cf. la endecha de David a Saúl en 2 S. 1:17–
27).
Dios detuvo los efectos cataclísmicos que hubieran ocurrido naturalmente, tales como el surgimiento
de enormes mareas y que los objetos volaran por todas partes. La evidencia de que la rotación de la
tierra simplemente bajó de velocidad se encuentra en las palabras finales de Josué 10:13: El sol se paró
… casi un día entero. Por tanto, la tierra no avanzó con normalidad y tardó en llegar a el ocaso; i.e., su
movimiento desde el mediodía hasta el anochecer fue notablemente lento, dando a Josué y a sus
soldados suficiente tiempo para completar su victoriosa batalla.
Un detalle importante que no debe soslayarse es que el sol y la luna eran las deidades principales de
los cananeos. Los dioses de los cananeos fueron forzados a obedecer a causa de la oración de Josué. El
descontrol de sus dioses debió haber provocado gran temor y molestia a los cananeos. El secreto del
triunfo de Israel sobre la confederación de los cananeos se encuentra en las palabras, ¡porque Jehová
peleaba por Israel! En respuesta a la oración, Israel experimentó una intervención dramática de Dios a
su favor y la victoria fue contundente.
c. Culminación del conflicto (10:16–43)
10:16–24. Josué aprovechó ese largo día y continuó persiguiendo a su enemigo. Los cinco reyes
fuertes y sus ejércitos habían abandonado sus ciudades fortificadas para pelear contra Israel en campo
abierto. Ahora, Josué estaba determinado a evitar que regresaran a sus ciudades amuralladas. Cuando
escuchó las noticias de que los cinco reyes se habían escondido en una cueva, Josué no se entretuvo con
ellos, sino que persiguió vigorosamente a los soldados amorreos, matando a todos, menos a unos pocos
que se metieron en las ciudades fortificadas. Después regresó a la cueva que estaba custodiada, sacó a
los reyes y los ejecutó. Pero primero, siguiendo una costumbre de los conquistadores orientales, a
menudo descrita en los monumentos egipcios y asirios, Josué dio instrucciones a sus principales
hombres de guerra para que pusieran sus pies sobre los cuellos de los reyes. Este era símbolo de
subyugación total del enemigo derrotado.
10:25–27. Después, Josué, utilizando las mismas palabras que Dios le había hablado, animó a sus
soldados a no temer (cf. 1:9; 8:1) sino a ser fuertes y valientes (cf. 1:6–7, 9). El triunfo sobre los reyes
amorreos fue un atisbo de las victorias futuras que Israel tendría en Canaán, y Josué dijo respecto a esto:
así hará Jehová a todos vuestros enemigos contra los cuales peleáis. Josué mató a los reyes y sus
cuerpos fueron colgados y expuestos hasta caer la noche (cf. 8:29). Después fueron echados en la
cueva, misma que fue bloqueada por grandes piedras, como se había hecho anteriormente (10:18).
Esas rocas llegaron a ser otro monumento para conmemorar la marcha victoriosa de Israel sobre Canaán.
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10:28–39. La derrota de los cinco reyes y sus ejércitos aseguró la conquista definitiva del sur de
Canaán. En una serie de ataques rápidos, Josué invadió los centros militares claves para incapacitar a
cualquier fuerza militar que hubiera. Primero, tomó … Maceda (v. 28), después, Libna (v. 29), Laquis
(v. 31), y Eglón (v. 34). Esas ciudades, que se extendían de norte a sur, custodiaban las vías de acceso al
altiplano del sur. Siglos después, tanto Senaquerib como Nabucodonosor siguieron la misma estrategia
en sus ataques contra Judá.
A continuación, Josué entró al centro de la región sureña y tomó las dos ciudades amuralladas
principales, Hebrón (v. 36) y Debir (v. 38). (V. “Josué derrota de los cinco reyes”, en el Apéndice, pág.
285.)
Sin embargo, Jerusalén y Jarmut, dos de los cinco estados confederados (v. 5) no se mencionan.
Tampoco se explica la razón de que no se incluya el relato de la derrota de la ciudad de Jarmut. En
cuanto a Jerusalén, sin duda las tropas de Israel estaban demasiado cansadas como para realizar esa tarea
tan difícil cuando iban de regreso a su campamento de Gilgal. Posteriormente, esa “isla” pagana que
dejaron en la tierra sería un problema para las tribus de Judá y Benjamín hasta que fue conquistada
definitivamente por David (2 S. 5:7).
10:40–43. La extensión de la campaña de Israel en el sur se resume en los vv. 40–41 (cf. 11:16).
Toda la tierra de Gosén, no el Gosén de Egipto (Gn. 45:10; 46:34; 47:1, 4, 6), probablemente se refiere
a la zona que había alrededor de Debir al sur de Canaán. Un pueblo llamado Gosén era uno de los once
pueblos “de la región montañosa” que incluía a Debir (Jos. 15:48–51). Quizá la región se llamaba así
por estar cerca de ese pueblo. Las impresionantes victorias registradas en Josué 10 se hacen creíbles
debido a la declaración final: Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué de una vez; porque
Jehová el Dios de Israel peleaba por Israel.
Con esa confianza, Josué y su ejército regresaron a Gilgal a hacer preparativos para terminar su
tarea.
D. Campaña del norte (11:1–15)
Después de terminar la extenuante campaña militar en el sur, Josué no tuvo un período prolongado
de recuperación antes de enfrentarse a un reto aún mayor, la coalición masiva de fuerzas del norte. Pero
de todos modos, estaba dispuesto a enfrentar ese desafío.
El líder de Israel era tanto un genio militar como un gigante espiritual. Militarmente, sus tácticas
eran resultado de su vasta experiencia: (1) Todas sus batallas eran ofensivas. Cuando se enteraba de que
se avecinaba una batalla, él atacaba primero. (2) Con frecuencia echó mano del elemento sorpresa (e.g.,
contra los cinco reyes amorreos cuando sitiaban Gabaón, 10:9; contra muchos reyes en las aguas de
Merom, 11:7; y contra Hai cuando hizo caer en la trampa al enemigo, 8:14–19). (3) Además, mandó a
sus soldados a aniquilar a los enemigos que huían para evitar que llegaran a sus ciudades (10:19–20).
Espiritualmente, Josué fue ejemplo para su pueblo: honró la promesa que los espías habían hecho a
Rahab; respetó su pacto con los gabaonitas mentirosos; y aunque pudo haber usado su posición para
obtener ganancias personales, no lo hizo.
Con un líder así al frente de los asuntos de Israel, finalmente iniciaron la etapa final de la conquista.
1. LA CONFEDERACIÓN (11:1–5)
11:1–3. Los triunfos aplastantes de Josué en el sur, provocaron alarma entre los reyes que estaban
en la región del norte. Jabín rey de Hazor, en una acción desesperada, organizó una estrategia para
detener el avance de la conquista de la tierra por el ejército de Israel. Sin duda hubiera tenido más éxito
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de haberse unido a la coalición de Adonisedec (10:1–3), y hubiera avanzado desde el norte hasta
encontrarse con las fuerzas del sur para así despedazar a Israel en Gabaón. Pero Dios detuvo a Jabín de
realizar esa táctica, por lo que el rey reaccionó con rapidez, pero demasiado tarde, ante la crisis y se
llenó de pánico.
De inmediato, los mensajeros se dispersaron hacia el norte, sur, este y oeste llevando mensajes con
un llamado urgente para que se levantaran en armas. Esa situación fue similar a la de Saúl, cuando
convocó a Israel para seguirlo a Jabes de Galaad. En esa ocasión, mató un par de bueyes y mandó los
pedazos a cada uno de ellos con mensajeros que exclamaban: “Así se hará con los bueyes del que no
saliere en pos de Saúl y en pos de Samuel” (1 S. 11:7). Cineret (Jos. 11:2; cf. 13:27; 19:35; Nm. 34:11;
Dt. 3:17; 1 R. 15:20) es el nombre antiguo que se daba al mar de Galilea y también de un pueblo que se
encuentra en la orilla del lago. Ese nombre significa arpa, refiriéndose a la forma de arpa del lago. En el
N.T., a veces se llama al mar de Galilea lago Genesaret, trad. gr. de la palabra hebr. Cineret (e.g., Lc.
5:1).
11:4–5. Aunque no existía una gran amistad entre los reyes del norte, la amenaza de ser
exterminados los forzó a formar una alianza. Los ejércitos unidos se apostaron a pocas millas al noroeste
del mar de Galilea, en una planicie cerca de las aguas de Merom.
El ejército combinado era impresionante. No sólo incluía un número de soldados como la arena que
está a la orilla del mar, sino que además tenían muchos caballos y carros de guerra. Josefo,
historiador judío del primer siglo d.C., especulaba que esa confederación del reyes del norte consistía de
300,000 soldados de infantería, 10,000 tropas de caballería y 20,000 carros de guerra.
Las posibilidades de ganar de los israelitas parecían casi nulas. ¿Cómo podía pensar Josué que
triunfaría en esa batalla?
2. EL CONFLICTO (11:6–15)
La multitud de cananeos estaba atrincherada cerca de las aguas de Merom (v. 5). Es probable que su
plan, después de organizar los destacamentos y explicar las estrategias, era bajar por el valle del Jordán
y atacar a Josué en Gilgal. Pero Josué no esperó a que la batalla viniera a él y comenzó a marchar hacia
Merom, haciendo un recorrido de cinco días desde su cuartel general. Mientras avanzaban, tuvo mucho
tiempo para pensar en el enorme ejército que los esperaba. Sin duda, temblaba al imaginar la tremenda
batalla que tendrían que librar.
11:6. Fue entonces que Dios le habló. La promesa que dio a Josué fue específica y clara: No tengas
temor de ellos (cf. 1:9; 8:1), porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante
de Israel. Eso era justo lo que Josué necesitaba y se aferró por completo a la promesa de Dios, creyendo
que él les daría la victoria sobre su poderoso enemigo. Específicamente, Dios dijo a Josué:
desjarretarás sus caballos (i.e., debía cortarles los tendones de las patas) y sus carros quemarás a
fuego (cf. el comentario de 11:9).
11:7–9. La batalla se llevó a cabo en dos etapas. Al día siguiente, Josué sorprendió a su enemigo,
atacándolo junto a las aguas de Merom. Después, lo persiguieron hacia el oeste, hasta la costa (hasta
Sidón la grande y … Misrefotmaim), y al oriente, hasta el llano de Mizpa. Josué siguió las
instrucciones de Dios (v. 6) al pie de la letra y mató a todos sus enemigos, quemó sus carros y
desjarretó sus caballos.
Pero, ¿por qué ordenó Dios el acto tan drástico de quemar los carros y desjarretar los caballos?
Porque los cananeos usaban a los caballos en sus cultos paganos (y más tarde también lo hizo Judá; cf. 2
R. 23:11). También existía el peligro de que Israel depositara su confianza en las nuevas armas de guerra
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y no en el Señor. El salmista David declaró: “Estos confían en carros, y aquéllos en caballos, mas
nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria” (Sal. 20:7).
11:10–14. En la segunda etapa de la batalla del norte de Canaán, Josué regresó, después de haber
perseguido al ejército enemigo, y capturó todas las ciudades de los reyes derrotados. Sin embargo,
Hazor se reservó para darle un trato especial, probablemente porque era la ciudad más grande de la
antigua Palestina (ocupaba una región de 80 hectáreas, Meguido tenía 5.6 y Jericó sólo 3.3). Hazor
dominaba varios ramales de un antiguo camino que iba desde Egipto hasta Siria, llegando a Asiria y
Babilonia. Debido a ello, tenía una posición estratégica. La ubicación privilegiada de esa ciudad, que
estaba en medio de las rutas comerciales, contribuía en gran manera a su riqueza. De entre las ciudades
del norte, sólo Hazor fue sitiada y quemada. Aunque Josué pudo haber decidido no destruir a las otras
ciudades con el fin de usarlas más adelante para los israelitas, optó por hacer de Hazor un ejemplo. Era
la capital de todos estos reinos (ciudades-estado) y la que convocó a todos sus ejércitos. Si la gran
Hazor no podía escapar de ser destruida, los cananeos tendrían que reconocer que cualquier otra ciudad
podía ser destruida por decreto de Josué.
11:15. Así fue como se obtuvo el triunfo decisivo en el norte. La clave fue la obediencia a Dios.
Josué lo hizo, sin quitar palabra de todo lo que Jehová había mandado a Moisés.
E. Resumen de los triunfos (11:16–12:24)
Oficialmente, la victoria en el norte fue el final de la conquista. Sin embargo, antes de asentar el
registro de cómo fue repartida la tierra entre las tribus, el autor hace una pausa para repasar y resumir el
alcance de los triunfos de Israel en Canaán. Aquí incluye una descripción de las áreas geográficas
conquistadas (11:16–23) y una lista de los reyes derrotados (cap. 12).
1. ÁREAS CONQUISTADAS (11:16–23)
11:16–17. Las batallas que libraron Josué y sus tropas se extendieron de frontera a frontera, de sur a
norte y de oriente a occidente. Toda aquella tierra, las montañas, todo el Neguev, toda la tierra de
Gosén, los llanos, el Arabá, y las montañas de Israel, se refieren a las secciones centrales y sureñas de
la tierra (cf. 10:40). “El Neguev” es el territorio desierto que está al suroeste del mar Muerto y “el
Arabá” es la depresión del valle del Jordán que se encuentra al norte y sur del mar Muerto. El monte
Halac está en la región sur del desierto; Baal-gad (se desconoce la ubicación exacta) estaba en el
extremo norte, en la llanura del Líbano, quizá a 48–64 kms. al norte del mar de Galilea.
11:18–20. El período de la conquista duró mucho tiempo. La victoria no fue fácil ni rápida; rara vez
es así. Sin embargo, en todos los enfrentamientos militares sólo una ciudad, Gabaón buscó la paz. El
resto de ellas fue tomado en guerra, porque Dios endurecía el corazón de ellos (cf. el comentario de
Éx. 4:21; 8:15) para pelear contra Israel y ser destruidos. Había expirado el período de gracia para los
cananeos. Habían pecado contra la verdad revelada de Dios a través de la naturaleza (Sal. 19:1; Ro.
1:18–20), de la conciencia (Ro. 2:14–16) y de los recientes milagros del mar Rojo (de los “Juncos” o
“Carrizos”), del río Jordán y de Jericó. Antes de castigarlos, el Dios soberano confirmó que esa gente
contumaz seguía teniendo un corazón necio lleno de incredulidad.
11:21–22. Se hace una mención especial de los anaceos, los gigantes que habían aterrado a los
espías enviados 45 años antes (Nm. 13:33; cf. el comentario de Jos. 14:10), de quienes se preguntó:
¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? (Dt. 9:2) Pero bajo el liderazgo de Josué, esos
supuestos enemigos invencibles fueron destruidos completamente. Solamente quedaron unos pocos en
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las ciudades remotas de Gaza … Gat y … Asdod—que después resultó ser un error de Josué, porque en
el tiempo de David, Goliat vino de Gat a desafiar a Israel y a Dios (1 S. 17).
11:23. La sección concluye con una declaración que resume el libro de Josué como un todo. Tomó,
pues, Josué toda la tierra (cf. v. 16). Esas palabras miran hacia atrás y condensan la historia de la
conquista que se narra en los caps. 1–11. Y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a
su distribución según sus tribus. Ese comentario apunta hacia adelante, y resume la distribución de la
tierra que se relata en los caps. 13–22.
Pero, ¿cómo se puede entender la frase: “Tomó, pues, Josué toda la tierra”, si más adelante se
escribe que “quedaba mucha tierra por poseer”? (13:1) En la mente de los hebreos, una parte representa
el total. Así que solamente se necesita demostrar que Josué tomó las principales ciudades de todas las
partes de la tierra, para que sea válida la declaración de que ya había conquistado toda la tierra.
A. J. Mattill, Jr., ha analizado meticulosamente la conquista de Canaán, estudiando las divisiones
geográficas de la tierra y las partes representativas tomadas por Josué (Representative Universalism and
the Conquest of Canaan, “Universalismo Representativo y la Conquista de Canaán”. Concordia
Theological Monthly, “Concordia, Revista Teológica Mensual”, 35, enero 1964:8–17). En ese estudio
están incluidos los sitios conquistados en la costa, en las llanuras del Sefela, la meseta central, el valle
del Jordán, y la meseta de Transjordania. Ningún área fue totalmente ignorada. Ciertamente Josué tomó
toda la tierra, como Dios lo había prometido si obedecía la palabra divina en lugar de la sabiduría
humana (cf. 1:8). También V. el comentario de 21:43–45. Acerca de la declaración final, y la tierra
descansó de la guerra (11:23), V. el comentario de esas palabras en 14:15.
2. REYES CONQUISTADOS (CAP. 12)
El cap. 12 concluye la historia que comenzó en el cap. 1 y da una lista detallada de los reyes
derrotados por Israel. Obviamente, los caps. anteriores sólo registran las batallas más importantes. Sólo
aquí aparece la lista completa de los reyes conquistados. Esto no quiere decir que Israel ocupó todas esas
ciudades. Ciertamente Josué no tenía suficientes hombres como para dejar una delegación que
supervisara cada lugar. Sin duda, Josué esperaba que posteriormente, las tribus ocuparan esas ciudades.
12:1–6. Primero se registraron los triunfos que obtuvo Moisés al lado oriente del Jordán; las
victorias importantes sobre Sehón y Og. Sehón había gobernado sobre una amplia extensión de tierra de
aprox. 144 kms. de norte a sur desde el arroyo de Arnón, que estaba a la mitad del mar de Arabá
(también llamado el Mar Salado y mar Muerto) hasta el mar de Cineret (V. el comentario de 11:2).
Og gobernaba sobre un territorio que estaba al norte de aprox. 96 kms. y comenzaba en la frontera norte
de Sehón (cf. Nm. 21:21–35; Dt. 2:24–3:17). Ese territorio fue asignado a las tribus de Rubén, Gad y a
la media tribu de Manasés (Nm. 32; cf. Jos. 13:8–13). (Acerca de Gesur y Maaca, V. el comentario de
13:13).
12:7–24. En esta sección, primero se enumeran 16 reyes cananeos del sur (vv. 9–16) y después 15
reyes del norte de Canaán (vv. 17–24).
Es sorprendente encontrar este registro de treinta y un reyes en una tierra que de norte a sur sólo
mide aprox. 240 kms. y 80 kms. de ancho. Pero debemos recordar que esos reyes gobernaban sobre
ciudades-estado, y que sólo tenían autoridad local. Aparte de las confederaciones que surgieron de las
uniones de los reyes de Jerusalén (10:1–5) y Hazor (11:1–5), la falta de un gobierno central en Canaán
hizo que la tarea de los israelitas fuera más fácil.
Con respecto a las victorias de Josué, un escritor declaró: “Nunca ha habido una guerra tan grande
por una causa tan importante. La batalla de Waterloo decidió el destino de Europa, pero esta serie de
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batallas en la lejana tierra de Canaán decidió el destino de la humanidad” (Henry T. Sell, Bible Study by
Periods, “Estudio Bíblico por períodos”. Chicago: Fleming H. Revell Co., 1899, pág. 83).
III. Subdivisión de Canaán (caps. 13–21)
A. Porciones para las dos tribus y media (cap. 13)
Una vez que Israel eliminó la principal amenaza militar de Canaán, Josué, el soldado envejecido, se
convirtió en administrador. La tierra conquistada por medio de tan sangrientas batallas tenía que ser
distribuida entre las diferentes tribus y Josué supervisaría esa importante comisión. Para su avanzada
edad, ese trabajo resultaría menos extenuante y más apropiado.
A mucha gente, le parece tediosa esta sección del libro de Josué, que contiene listas detalladas de
límites y ciudades. Alguien ha dicho: “La mayor parte de esta porción suena como las estipulaciones de
un título de propiedad”. Esto es precisamente lo que se encuentra en la extensa narración—una
descripción legal (según la costumbre de aquellos remotos días) de las áreas designadas a las 12 tribus.
Los títulos de propiedad son documentos importantes, por lo cual, los que se encuentran en Jos. 13–21
no deben considerarse insignificantes o superfluos.
Aquél fue un momento culminante en la vida de la joven nación. Después de siglos de esclavitud
egipcia, de décadas de peregrinar por el árido desierto, y de años de dura lucha en Canaán, había llegado
la hora en que los israelitas podían por fin establecerse y construir sus hogares, cultivar sus tierras,
levantar a sus familias y vivir en paz en su propia tierra. Los días en que la tierra se distribuyó, fueron
días felices para Israel.
1. ORDEN DIVINA DE REPARTIR LA TIERRA (13:1–7)
13:1a. Como Josué ya era viejo, Dios le mandó que repartiera la tierra que se encontraba al
occidente del Jordán. Ya que Josué murió a la edad de 110 años (24:29), probablemente a esas alturas
tenía por lo menos cien años. La comisión de Dios para Josué incluyó no solamente conquistar la tierra,
sino también distribuirla entre las tribus (cf. 1:6). Por lo tanto, debía darse prisa en realizar esa tarea.
13:1b–7. La tierra que quedaba aún por poseer se describe de sur a norte e incluye Filistea (vv. 2–
3; V. el comentario acerca de los filisteos en Gn. 21:32), Fenicia (Jos. 13:4), llamada aquí tierra de los
cananeos, pero refiriéndose a los moradores de la costa Siro-Palestina; y el Líbano (vv. 5–6). Toda esa
tierra debía ser repartida entre las nueve tribus … y media restantes. Dios les había prometido
exterminar y sacar a sus enemigos (v. 6).
2. CONCESIÓN ESPECIAL PARA LAS TRIBUS DEL ORIENTE (13:8–33)
13:8–13. Después de esto, Josué fue llamado a reconocer y confirmar lo que ya había hecho Moisés
al otro lado del Jordán, al oriente. Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, poseían una
gran cantidad de ganado y estaban ansiosas por establecerse cerca de los ricos pastizales ubicados en
Transjordania. Pero solamente después de que los varones aceptaron pelear junto a sus hermanos para
ganar Canaán, Moisés les daría su tierra (Nm. 32). En estos vv. se hace un estudio de la zona de
Transjordania (Jos. 13:9–12; cf. 12:1–5). No se menciona la razón por la cual los hijos de Israel no
derrotaron a Gesur y Maaca (mencionados anteriormente en 12:5). Esas naciones estaban ubicadas en
el oriente y nordeste del mar de Cineret (mar de Galilea).
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13:14. Tal como Moisés había indicado (Nm. 35:1–5), la tribu de Leví no recibió un territorio
específico como lo hicieron las otras tribus (cf. v. 33; 14:3–4; 18:7). En lugar de ello, los levitas
recibieron 48 poblados con pastizales para sus rebaños (14:4; 21:41).
13:15–32. Rubén (vv. 15–23) recibió el territorio que había ocupado Moab, al oriente del mar
Muerto. La tribu de Gad heredó la parte central de la región, en la tierra que fue originalmente de
Galaad (vv. 24–28).
El territorio que recibió la media tribu de Manasés (vv. 29–31) fue la fértil meseta de Basán, al
oriente del mar de Cineret.
Siglos antes de que la tierra fuera repartida, Jacob, estando en su lecho de muerte, profetizó en
cuanto a sus hijos. La profecía acerca de su primogénito Rubén fue amenazadora (cf. Gn. 49:3–4;
35:22). Aunque Rubén era el primogénito y merecía una doble porción (Dt. 21:17), no la recibió él, ni su
tribu. Ahora, después de más de cuatro siglos, el castigo por su pecado fue transmitido a sus
descendientes. El derecho de primogenitura fue transferido a su hermano José, quien recibió dos partes,
una para Efraín y otra para Manasés (Gn. 48:12–20).
¿Habrá sido una petición sabia de parte de las dos tribus y media establecerse al otro lado del
Jordán? La historia parece contestar que no. Sus territorios no tenían límites naturales al oriente y por lo
tanto, quedaron expuestos a las continuas invasiones de los moabitas, cananeos, arameos, madianitas,
amalecitas y otros. Cuando el rey de Asiria codició la tierra de Canaán, Rubén, Gad y la media tribu de
Manasés fueron las primeras en ser llevadas en cautiverio por las tropas asirias (1 Cr. 5:26).
13:33. En contraste con la herencia próspera pero también peligrosa que recibieron esas dos tribus y
media, se enfatiza en dos ocasiones en este cap. (vv. 14, 33) y dos veces más adelante (14:3–4; 18:7),
que la tribu de Leví no recibió heredad de parte de Moisés. A primera vista, esto produce confusión,
pero al examinar más de cerca el texto, en lugar de recibir tierra, la tribu de Leví heredó los sacrificios u
holocaustos (13:14), el sacerdocio (18:7), y al mismo Jehová Dios de Israel (13:33). ¿Quién podría
soñar con una mejor herencia?
Las dos tribus y media escogieron su tierra, al igual que Lot, basándose en las apariencias (cf. Gn.
13:10–11), y eventualmente perdieron su herencia. Por otro lado, los levitas no pidieron una porción,
pero les fue dada una heredad con significado espiritual perpetuo.
B. Heredad de Caleb (cap. 14)
1. INTRODUCCIÓN (14:1–5)
14:1–5. Una vez que se registró la distribución hecha por Moisés de la tierra de Transjordania, llegó
el turno para repartir la tierra de Canaán a las nueve tribus y a la media tribu restantes. Se repite la
explicación acerca de los acuerdos con los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés; y los
arreglos que se hicieron para la tribu de Leví (cf. 13:14, 33; 18:7). También se especifica el método que
se utilizó para lotificar la tierra de Canaán: La tierra fue asignada por suerte (14:2; 18:8; 19:51). Jehová
… había mandado a Moisés que cada tribu recibiera un territorio proporcional a su población, pero la
ubicación se determinaría por medio de la suerte (Nm 26:54–56). Según la tradición judía, el nombre de
la tribu se sacaba de una urna y simultáneamente se sacaban de otra urna los límites que determinaban
sus fronteras. Con ese método se asignó la herencia de cada tribu. Pero no todo se dejó a la suerte ciega,
Dios estaba supervisando todo el procedimiento (cf. Pr. 16:33). Las desigualdades en la repartición que
causaban tensiones y envidias debían ser aceptadas como parte del propósito de Dios, no como algo
arbitrario o injusto.
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2. CALEB EN CADES-BARNEA (14:6–9)
14:6–9. Cuando llegó el turno para asignar su tierra a la tribu de Judá, recibieron la primera parte y
se reunieron en Gilgal. Antes de que los lotes fueran asignados, Caleb un “gran hombre en Israel”, dio
un paso al frente para recordar a Josué la promesa que Dios les había hecho 45 años antes: “Y a él le
daré la tierra que pisó, y a sus hijos; porque ha seguido fielmente a Jehová” (Dt. 1:36). La vida de Caleb
se estaba apagando y debía tomar una decisión. ¿Qué era lo que deseaba por encima de todas las cosas?
En un discurso memorable, Caleb repasó los momentos más importantes de su vida e hizo su petición.
Su breve autobiografía resalta los acontecimientos de Cades-barnea, los que sucedieron durante la
peregrinación por el desierto y la conquista.
En este pasaje, Caleb se presenta como el hijo de Jefone cenezeo. Según Génesis 15:19, en tiempos
de Abraham los cenezeos eran una tribu de Canaán. Por lo tanto, la familia de Caleb estaba
originalmente fuera del pacto y de la comunidad de Israel así como lo estaban Heber ceneo (Jue. 4:17),
Rut la moabita (Rut 1:1–5), Urías heteo (2 S. 11:3, 6, 24) y otros. Es obvio que por lo menos una parte
de los cenezeos se unieron a la tribu de Judá antes del éxodo. Así que su fe no fue heredada, sino que fue
fruto de la convicción. Es obvio que Caleb demostró esa fe a través de toda su vida.
Caleb (Jos. 14:10), que a la sazón tenía 85 años de edad, se puso de pie ante el general Josué, su
viejo amigo y colega de espionaje (Nm. 14:6), y contó la historia de un día que nunca debían olvidar, y
que había acaecido 45 años antes (v. 10), cuando los dos se quedaron solos frente a los otros diez espías
y la multitud cobarde. De los doce espías que Moisés había enviado a Canaán (Nm. 13:2), Caleb y Josué
fueron dos de ellos (Nm. 13:6, 8). Cuando regresaron, diez espías alabaron a la tierra, pero concluyeron
con temor que no se podía conquistar (Nm. 13:27–29, 31–33). Pero Caleb se atrevió a contradecirlos
(Nm. 13:30), y cuando todo el pueblo temeroso amenazó con rebelarse, Josué se unió a su colega para
exhortar a la gente a confiar en que Dios les daría la victoria (Nm. 14:6–9). En recompensa por el
liderazgo que Caleb ejerció enfrentándose a los espías y al pueblo incrédulo, Jehová ofreció darle
bendiciones y recompensas especiales (Nm. 14:24; Dt. 1:36).
El testimonio (Jos. 14:6–12) de Caleb fue sencillo. Él había hablado en aquel día memorable como
lo sentía en su corazón; no minimizó los problemas—los gigantes y las ciudades fortificadas—pero sí
magnificó el poder de Dios. Para él, Dios era mayor que el problema más grande. Caleb tenía fe en el
poder de Dios. No así los otros espías. Ellos magnificaron los problemas y por lo tanto, minimizaron a
Dios. Pero Caleb no pudo seguir la corriente de la multitud. No consideró ni siquiera por un momento
que debía comprometer sus convicciones para que existiera unanimidad. Por el contrario, cumplió su
encargo siguiendo a Jehová (cf. v. 14).
3. HISTORIA DE CALEB DURANTE LA PEREGRINACIÓN EN EL DESIERTO Y LA CONQUISTA (14:10–11)
14:10. Las reminiscencias que hizo Caleb acerca de la fidelidad de Dios a través de muchos años,
prolongaron su autobiografía. Primero, afirmó que Jehová lo había mantenido con vida durante los
últimos cuarenta y cinco años, tal como había prometido. Realmente, Caleb fue receptor de dos
promesas divinas. La primera, fue que su vida sería prolongada, y la otra, que algún día heredaría el
territorio que valientemente había explorado cerca de Hebrón. Sin embargo, 45 años es mucho tiempo
para esperar el cumplimiento de un juramento, demasiado tiempo para vivir confiando en una promesa.
Pero Caleb esperó a lo largo de los interminables años de peregrinación en el desierto y los años difíciles
de lucha durante la conquista. Caleb tenía una fe sólida en las promesas de Dios. Ellas lo sostuvieron
durante los tiempos difíciles.
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Los comentarios de Caleb proveen información para determinar cuánto tiempo duró la conquista de
los israelitas. Caleb declaró (v. 7) que tenía 40 años cuando fueron a espiar la tierra. La peregrinación en
el desierto duró 38 años, y eso nos muestra que Caleb tenía 78 años cuando comenzó la conquista.
Después Caleb dijo que al final de la conquista, tenía ochenta y cinco años. Así que podemos deducir
que la conquista duró siete años. Esto lo confirmó Caleb al hacer referencia (v. 10) a la gracia de Dios
que lo sostuvo por 45 años desde que estuvo en Cades-barnea (38 años de peregrinación más 7 años de
conquista).
14:11. ¡Es interesante que Caleb, siendo octogenario, dijera que se sentía tan fuerte y vigoroso a los
ochenta y cinco como a los cuarenta!
4. CALEB EN HEBRÓN (14:12–15)
14:12–14. Caleb concluyó su discurso dirigido a Josué con una petición increíble. A la edad de 85
años, en vez de escoger un lugar tranquilo para pasar el resto de sus días cultivando verduras y flores,
pidió que se le diera la misma porción de tierra que había infundido temor a los diez espías. Esa era la
heredad que él deseaba para que la promesa de Dios hallara su cumplimiento. A pesar de que las
personas mayores son más afectas a hablar acerca de los problemas pasados que de nuevos retos, Caleb
estaba listo para pelear otra buena batalla. Estaba ansioso de pelear contra los anaceos de Hebrón y
hacer suya la ciudad. Caleb escogió una tarea grande y peligrosa, lo cual no quiere decir que descansaba
en sus logros y habilidades, sino que más bien, confiaba en que Dios estaría con él. Caleb tuvo fe en
cuanto a la presencia de Dios.
Con mirada expresiva y voz fuerte, concluyó: Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como
Jehová ha dicho. Y así lo hizo, como registra el relato de Josué (15:13–19). La respuesta de Josué a la
petición de Caleb se compone de dos partes: (a) bendijo a Caleb; i.e., pidiendo que Dios lo capacitara,
enriqueciera y diera éxito en su tarea y (b) Josué le dio … Hebrón en una declaración que enfatiza que
esa concesión de tierra era una transacción legal.
14:15. La historia termina dando una explicación acerca del nombre anterior de Hebrón, Quiriat-
arba. Arba fue un hombre grande entre los anaceos, una nación de gigantes, hecho que hace resaltar
más la heroica fe de Caleb. Las palabras finales: Y la tierra descansó de la guerra (cf. 11:23
corresponde a la misma expresión que se incluyó cuando terminó la conquista) muestra lo que la fe en el
Señor pudo lograr respecto a la tierra que les faltaba por dominar.
C. Porciones para las nueve tribus y media (15:1–19:48)
1. TERRITORIO PARA LA TRIBU DE JUDÁ (CAP. 15)
15:1–12. La petición de Caleb fue concedida, y Josué volvió al negocio de dividir la tierra que se
encontraba al occidente del Jordán entre las nueve tribus y media (V. “Distribución de la tierra a las
tribus de Israel” en el Apéndice, pág. 282). Judá fue la primera tribu en recibir una heredad y por ser la
tribu más numerosa, su porción excedía a las demás. La profecía de Jacob acerca de Judá y su simiente
se cumplió asombrosamente con la porción de territorio que esa tribu recibió después de la conquista.
Primero, Judá estaba rodeada de enemigos (Gn. 49:8–9). Los moabitas estaban en el este, los edomitas
en el sur, los amalecitas en el suroeste y los filisteos al oeste. Por tanto, con esos enemigos que estaban
contra ellos, para sobrevivir necesitaban gobernadores fuertes como David. Segundo, la tierra asignada a
Judá era ideal para plantar viñedos (Gn. 49:11–12). Fue del valle de Judá (el valle de Escol) de donde
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los espías cortaron el racimo gigante de uvas (Nm. 13:24). Tercero, Judá era la tribu de donde vendría el
Mesías (Gn. 49:10; Mt. 1:1, 3; Lc. 3:23, 33).
El límite por el lado del sur (Jos. 15:2–4) corría desde el extremo sur del Mar Salado hacia el
occidente, hasta el río de Egipto (Wadi el-Arish). El límite del lado del norte corría desde la punta
norte del mar Muerto hacia el occidente, hasta el Mar Grande, el Mediterráneo (vv. 5–12). Esos dos
cuerpos de agua estaban en los límites oriental y occidental. Su territorio estaba compuesto
principalmente por la parte que conquistó Josué en su campaña del sur (cap. 10). Esa zona incluía zonas
fértiles, así como grandes porciones montañosas y áridas.
15:13–19. En la parte que le tocó a Judá estaba Hebrón (Quiriat-arba; cf. 14:15) que había sido
asignada a Caleb. El registro describe la forma en que el valeroso guerrero reclamó y aumentó su
herencia (después de la muerte de Josué). Para ello, contó con la ayuda de su valiente sobrino Otoniel,
que posteriormente llegó a ser su yerno (cf. Jue. 1:1, 10–15, 20) y juez de Israel (Jue. 3:9–11).
15:20–63. Las ciudades de Judá se enumeran de acuerdo a la ubicación que tenían en las cuatro
regiones geográficas principales de la tribu: veintinueve ciudades con sus aldeas al sur o Neguev (vv.
21–32); 42 ciudades, más sus villas y sus aldeas, en las llanuras occidentales y que era conocida como
la región del Sefela (vv. 33–47); 38 ciudades con sus aldeas en las montañas centrales (vv. 48–60);
seis ciudades con sus aldeas en el área escasamente poblada del desierto de Judá que desciende hasta el
mar Muerto (vv. 61–62). Se menciona que el número de ciudades del Neguev es de 29 (v. 32); sin
embargo, se enumeran 36 (vv. 21–32). Esto se explica por el hecho de que posteriormente, siete de ellas
fueron dadas a la tribu de Simeón: Molada, Hazar-sual, Beerseba, Ezem, Eltolad, Horma y Siclag (19:1–
7). Judá heredó más de 100 ciudades, y parece que las ocuparon con poca o ninguna dificultad, a
excepción de Jerusalén. Judá no pudo arrojar de su tierra a los jebuseos, que moraban en Jerusalén
(15:63). ¿Sería que los hombres de Judá “no pudieron” o “no quisieron”? ¿Fallaron por falta de fuerza o
por falta de fe? El recuento de la herencia de Judá termina con una nota amenazadora.
2. TERRITORIO DE LAS TRIBUS DE JOSÉ (CAPS. 16–17)
a. Territorio para Efraín (cap. 16)
16:1–3. La poderosa casa de José, formada por las tribus de Efraín y Manasés, heredó el rico
territorio ubicado en el centro de Canaán. Debido a que José había protegido la vida de toda su familia
durante la hambruna de Egipto, el patriarca Jacob ordenó que los dos hijos de José, Efraín y Manasés,
fueran nombrados fundadores y cabezas de tribus juntos con sus tíos (cf. Gn. 48:5). En muchos aspectos,
su territorio en Canaán fue el más fértil y hermoso.
16:4–10. Ubicado justo al norte del territorio asignado a Dan y Benjamín, la tierra de Efraín se
extendía desde el Jordán hasta el Mediterráneo e incluía los sitios en los que se llevaron a cabo algunas
de las batallas de Josué, así como Silo (Taanat-silo) donde permaneció el tabernáculo cerca de 300
años. Para fomentar la unidad, algunas de las ciudades de Efraín estaban en el territorio de Manasés (v.
9).
Sin embargo, al igual que los de Judá, los hombres de Efraín no arrojaron completamente a los
cananeos de su región. Motivados por su actitud materialista y para obtener mayores ganancias,
decidieron poner bajo tributo a los cananeos de Gezer. Esto resultó ser un error fatal, ya que en los
siglos posteriores, en la época de los jueces, el arreglo fue revertido cuando los cananeos se rebelaron y
esclavizaron a los israelitas. Aquí, además de la lección histórica, existe un principio espiritual. Es muy
fácil para un creyente tolerar y pasar por alto un pecado menor, pero algún día se dará cuenta de que ha
crecido de tal forma, que llega a dominarlo y a derrotarlo espiritualmente. Vale la pena erradicar el
pecado en forma decisiva y dura.
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b. Territorio para Manasés (17:1–13)
17:1–2, 7–10. Los descendientes de Maquir, primogénito de Manasés, se establecieron en
Transjordania (vv. 1–2). El resto de los herederos se asentaron en Canaán y les fue dado el territorio
norte de Efraín, el cual también se extendía desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo (vv. 7–10).
17:3–6. En esta sección, se hace mención especial de las hijas de Zelofehad, tataranieto de
Manasés. Ya que su padre murió sin hijos, ellas, como Jehová había mandado, recibieron su heredad
(cf. Nm. 27:1–11). Las mujeres se presentaron delante del sacerdote Eleazar (el hijo de Aarón, Jos.
24:33), quien junto con Josué y los príncipes, supervisaron la repartición de los territorios para las
tribus (cf. 19:51). Esas cinco mujeres reclamaron y recibieron su porción dentro del territorio de
Manasés. Este incidente es significativo, ya que muestra que se protegieron los derechos de las mujeres,
aun en una época en que eran consideradas como una propiedad más.
17:11–13. Varias de las ciudades ubicadas en los territorios de Isacar y Aser fueron asignadas a
Manasés. Ellas fueron las fortalezas cananeas de Betseán … Ibleam … Dor … Endor … Taanac … y
Meguido. (Dor, la tercera ciudad de la lista, también era conocida como Nafot). Por razones militares,
es evidente que era necesario que una tribu fuerte poseyera esas ciudades. Sin embargo, la decisión fue
en vano, porque los hijos de Manasés, al igual que los de Efraín, prefirieron imponer tributo a sus
moradores que echarlos de su territorio.
c. Queja de Efraín y Manasés (17:14–18)
17:14–15. Los descendientes de José presentaron una fuerte queja ante Josué, reclamando que su
heredad era muy pequeña en proporción a su población. Josué, con tacto y firmeza, los retó
primeramente a que talaran los árboles del bosque y habitaran ahí (v. 15). Además, les sugirió que
unieran sus fuerzas para arrojar a los cananeos (v. 18).
17:16–18. Pero eso no era lo que ellos querían escuchar. Insistieron en que el monte no era
suficiente para ellos, y que los cananeos que habitaban allí tenían carros herrados, los cuales
probablemente estaban hechos de madera y cubiertos de hierro. Una vez más, Josué les recordó que eran
gran pueblo y que tenían gran poder para talar los árboles del bosque y arrojar al cananeo. Aunque
hay algunas similitudes entre esta sección y la que registra la petición de Caleb (14:6–15), sus puntos de
vista fueron diferentes. El de Caleb estaba fundamentado en la fe, pero el de los hijos de José, en el
temor. Sin embargo, tal vez el propósito de este episodio era advertir a los israelitas que cada tribu tenía
que conducirse con valor y fe si quería poseer completamente la tierra prometida.
3. TERRITORIOS DE LAS DEMÁS TRIBUS (18:1–19:48)
a. Introducción (18:1–10)
18:1–3. Antes de establecer las divisiones finales de la tierra, los israelitas se trasladaron desde
Gilgal hasta Silo, ubicada aprox. a 32 kms. al noroeste, desde el valle del Jordán hasta la región
montañosa. ¿Por qué? Probablemente porque Silo, que estaba en el centro de la tierra, era un lugar
conveniente para establecer el tabernáculo (el tabernáculo de reunión) y para recordar al pueblo que la
clave de la prosperidad y la bendición en la tierra era adorar y servir a Jehová. Infortunadamente, la
insatisfacción de los hijos de José por su territorio (17:14–18) fue un anticipo de la futura desintegración
de la nación debido a intereses egoístas. Para contrarrestar esa tendencia y para promover la unidad
nacional, el tabernáculo fue colocado en Silo.
Cuando los israelitas se reunieron para erigir el tabernáculo y celebrar el nuevo centro de adoración,
Josué se dio cuenta de que la gente estaba fatigada por la guerra. Todos estaban exhaustos por la
conquista de Canaán, así que se detuvieron a la mitad de la tarea de repartir las tierras a las tribus. Siete
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de ellas todavía estaban sin hogar, aunque es evidente que estaban contentas de continuar con su
existencia nómada y sin propósito, como habían vivido en el desierto. Su indiferencia provocó que
Josué tomara la iniciativa para motivarlos a la acción. Reprendiéndoles con dureza, les dijo: ¿Hasta
cuándo seréis negligentes para venir a poseer la tierra que os ha dado Jehová el Dios de vuestros
padres? Es evidente que las tribus ya debían haber comenzado la repartición de la tierra. Probablemente
Josué veía cada día que pasaba como un día perdido en el programa de ocupar todo su territorio, un día
en que el enemigo podía regresar con más fuerza y apoderarse de la tierra.
18:4–7. Josué estaba a favor de la acción, pero no sin antes hacer preparativos cuidadosos. Escogió a
una delegación de 21 hombres, tres … de cada una de las siete tribus que todavía no recibían su
territorio y los envió a realizar un estudio topográfico de la tierra que faltaba por repartir. No se
menciona cuánto tiempo les tomó realizar esa compleja tarea, pero obviamente fue un trabajo que
requirió tiempo y habilidad. Josefo escribió que esos hombres eran expertos en geometría.
Probablemente sus padres habían dominado la ciencia de la agrimensura en Egipto. ¡Nunca imaginaron
que aplicarían ese conocimiento especializado en la tierra que Dios les había prometido!
18:8–10. Esos expertos anotaron sus observaciones en un libro y después volvieron a Silo, donde
Josué procedió a echar suertes (V. el comentarios de 14:1–5; cf. 19:51) para determinar las porciones
de territorio de cada una de las siete tribus restantes.
b. Territorio para Benjamín (18:11–28)
18:11–28. A la tribu de Benjamín se le asignó la tierra que estaba en medio de los territorios de
Judá y de José, refiriéndose a Efraín, con objeto de minimizar la rivalidad incipiente que existía entre
esas dos importantes tribus. Aunque esas tierras estaban llenas de montañas y barrancas, y tenía una
longitud de 40 kms. de este a oeste y 24 kms. en la parte más ancha de norte a sur, incluía muchas
ciudades que fueron importantes en la historia bíblica—Jericó … Bet-el … Gabaón, Ramá … Mizpa,
y la ciudad de los jebuseos, Jerusalén (vv. 21–28). De esta manera, el sitio para el futuro templo de
Jerusalén quedó en la tribu de Benjamín, cumpliéndose así la profecía de Moisés (Dt. 33:12).
c. Territorio para Simeón (19:1–9)
19:1–9. Ya que la tierra asignada a Judá … era excesiva para ellos (v. 9), y en cumplimiento con la
profecía de Jacob (cf. Gn. 49:5–7), a Simeón se le dio la tierra que se encontraba al sur del territorio de
Judá, incluyendo 17 ciudades y sus aldeas. Pero no pasó mucho tiempo para que Simeón perdiera su
individualidad como tribu, ya que finalmente su territorio se incorporó al de Judá y muchos de sus
ciudadanos emigraron hacia el norte, a Efraín y Manasés (cf. 2 Cr. 15:9; 34:6). Esto explica por qué,
después de la división del reino a la muerte de Salomón, había diez tribus en el norte y sólo dos tribus en
el sur (Judá y Benjamín).
d. Territorio para Zabulón (19:10–16)
19:10–16. Según la profecía de Jacob, Zabulón habitaría “en puertos del mar” y sería “puerto para
naves” (Gn. 49:13). Por tanto, a esa tribu se le asignó una sección en la región baja de Galilea, que no
tenía salida al mar. Sin embargo es posible entender que una franja de esa tierra se extendía hacia el mar
Mediterráneo, ocupando así un territorio enclavado en el territorio de Isacar. Es extraño que se omita a
la ciudad de Nazaret, que estaba ubicada dentro de los límites del territorio de Zabulón. (La ciudad de
Belén que se menciona en 19:15 no es la aldea de Belén de Judá [Miqueas 5:2] donde nació Jesús.)
e. Territorio para Isacar (19:17–23)
19:17–23. A Isacar le fue asignado el hermoso y fértil valle de Jezreel, ubicado al oriente de
Zabulón y al sur del mar de Galilea. Ese lugar también era considerado como un buen campo de batalla.
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Sin embargo, hasta el tiempo de David, la gente se quedó en el distrito montañoso que se encontraba al
extremo oriente del valle.
f. Territorio para Aser (19:24–31)
19:24–31. A Aser se le asignaron las tierras costeras del Mediterráneo, desde el monte Carmelo
hacia el norte, hasta Sidón y Tiro. En virtud de su ubicación estratégica, esa tribu debía proteger a Israel
de los enemigos de la costa norte, tales como los fenicios. Para la época de David, la importancia de
Aser había menguado, aunque nunca perdió su identidad como tribu. La profetisa Ana, que junto con
Simeón dieron gracias por el nacimiento de Jesús, era de la tribu de Aser (cf. Lc. 2:36–38).
g. Territorio para Neftalí (19:32–39)
19:32–39. Al oriente de Aser, se le asignó a Neftalí la tierra que tenía como límite oriental el
Jordán y el mar de Galilea. Aunque esas tierras no tuvieron mucha importancia durante el período del
A.T., fueron muy relevantes en la narración del N.T., ya que el ministerio galileo de Jesucristo se centró
en esa región. El profeta Isaías contrastó la devastación temprana de Neftalí (debido a la invasión Asiria)
con la gloria que tendría cuando Cristo estuviera allí (cf. Is. 9:1–2: Mt. 4:13–17).
h. Territorio para Dan (19:40–48)
19:40–48. El territorio menos deseable fue asignado a Dan. Estaba rodeado por Efraín al norte,
Benjamín al oriente y Judá al sur, y sus límites coincidían con esas tribus. Por tanto, no se describen los
de Dan. Esas tierras sólo incluían aldeas, de las cuales tenía 17. El territorio era muy pequeño, por lo que
después de que parte de él se perdió en la batalla contra los amorreos (Jue. 1:34), casi toda la tribu
emigró hacia el norte y combatieron y tomaron Lesem (Lais), que estaba al lado opuesto del sector
norte de Neftalí. A esa tierra la llamaron … Dan (cf. Jue. 18; Gn. 49:17).
Fue así como Dios proveyó para las necesidades de cada tribu, aunque en algunos casos, parte de su
herencia estaba todavía en manos del enemigo. Los israelitas debían poseer la tierra por fe, confiando en
que Dios los capacitaría para derrotar a sus enemigos. Siglos después, Jeremías compró un campo que
había retenido el ejército invasor de Babilonia (Jer. 32). Posteriormente, un ciudadano romano logró
comprar un trozo de tierra donde acamparon los invasores de Roma. De manera similar, Israel debía
reclamar su herencia por fe. Si fracasaban en esa tarea, vivirían en pobreza y debilidad, condiciones que
Dios no deseaba para su pueblo.
D. Territorios para Josué, para los homicidas y para los levitas (19:49–21:45)
1. PROVISIÓN ESPECIAL PARA JOSUÉ (19:49–51)
19:49. El territorio de Caleb fue asignado primero (14:6–15), y por último, el de Josué. Sólo después
de que todas las tribus recibieron sus tierras, Josué solicitó la suya. Qué espíritu tan altruista poseía, y
cómo contrasta su conducta con la de muchos líderes políticos actuales, que utilizan su influencia y
posición para enriquecerse junto con sus familias.
19:50–51. La elección de tierra que hizo Josué ilustra aún más su humildad. Él solicitó que se le
diera Timnatsera, ciudad ubicada en la región montañosa, escabrosa y estéril de su tribu (Efraín),
cuando bien pudo haberse apropiado de una zona más productiva y fértil de Canaán. Debido al profundo
aprecio que tenía por su liderazgo, que evidentemente había sido dirigido por Dios, el pueblo concedió a
Josué su modesta petición, por lo que él reedificó la ciudad y habitó en ella. En una de las
descripciones finales que se hacen de ese líder fiel, Josué es recordado como constructor (además de ser
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general y administrador). Es raro encontrar una combinación similar de talentos entre los siervos de
Dios.
Todas las tribus recibieron sus heredades … por suerte (V. el comentario de 14:1–5).
2. CIUDADES DE REFUGIO (CAP. 20)
Una de las primeras ordenanzas después de que se dieron los diez mandamientos proveía el
establecimiento de ciudades de refugio (Éx. 21:12–13), las cuales eran para dar refugio a quienes
hubieran matado a alguien por accidente. Éstas se describen con detalle en Números 35:6–34 y en
Deuteronomio 19:1–14. Este cap. trata acerca de cómo se establecieron esas ciudades después de la
conquista (V. “Canaán durante la conquista” en el Apéndice, pág. 284).
El hecho de que se haga referencia a esas ciudades en cuatro libros del A.T., remarca la gran
importancia que tenían. Es evidente que Dios quería que Israel comprendiera lo sagrado de la vida
humana. Quitar la vida a una persona, aún sin intención, es asunto serio, y las ciudades de refugio
subrayaban este hecho con gran énfasis.
En el mundo antiguo, la venganza de sangre era una práctica muy común. En el momento en que
alguien era asesinado, su pariente más cercano asumía la responsabilidad de vengarse. Ese antiguo deber
de tomar venganza con frecuencia era pasado de generación en generación, provocando así que
aumentara el número de personas que morían violentamente. La necesidad de que hubiera un refugio en
Israel era evidente, y esas ciudades la suplieron.
20:1–3. En el A.T., se hace una clara distinción entre el asesinato premeditado y el homicidio
accidental (cf. Nm. 35:9–15 con Nm. 35:16–21). En el caso de un asesinato, el pariente más cercano se
convertía en el vengador de la sangre, y debía matar a la parte culpable. Pero si alguno mataba a otro
por accidente, se le proporcionaba asilo en una de las seis ciudades de refugio. Sin embargo, tenía que
llegar al refugio más cercano lo antes posible. Según la tradición judía, los caminos que llevaban a esas
ciudades se mantenían en excelentes condiciones y los cruces estaban bien marcados con señalamientos
que decían: “¡Refugio! ¡Refugio!”. También se habían apostado guías a lo largo del camino para guiar a
los fugitivos.
20:4–6. Al llegar a la puerta de la ciudad de refugio, el homicida debía presentar sus razones
(seguramente ¡sin aliento!) a los ancianos de aquella ciudad, quienes formaban la antigua corte de
justicia (cf. Job 29:7; Dt. 21:19; 22:15). Se hacía entonces una decisión provisional para concederle asilo
hasta que se le sometiera a juicio en presencia de la congregación. Si el acusado era exonerado de haber
cometido un asesinato premeditado, se le permitía quedarse en la ciudad de refugio, donde podía vivir
hasta que el sumo sacerdote muriera. Después de ello, el homicida podía volver a su … casa. A veces,
esto ocurría muchos años después. Por lo tanto, el homicidio involuntario era algo que debía evitarse a
toda costa. Muchos se han preguntado qué relación tiene la muerte del sumo sacerdote con el cambio de
situación del homicida. La mejor explicación puede ser que el cambio de administración sacerdotal se
utilizaba para determinar el fin del exilio del fugitivo en la ciudad de refugio.
20:7–9. Las seis ciudades designadas estaban ubicadas a ambos lados del río Jordán. En la parte
occidental estaban Cedes en Galilea … de Neftalí, Siquem en … Efraín, y Hebrón en Judá. Las
ciudades al oriente eran Beser, al sur de Rubén, Ramot en Galaad en la tribu de Gad, y Golán en el
territorio norte de Basán, en la tribu de Manasés.
Pero ¿por qué no hay en el A.T. ni una sola mención de que se hubiera utilizado esa provisión
misericordiosa? Algunos críticos sugieren que esas ciudades no formaban parte de la legislación
mosaica, sino que fue una provisión instituida después del exilio. Sin embargo, los libros postexílicos
tampoco se refieren al uso de esas ciudades, así que otros críticos han sugerido que no se ocuparon sino
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hasta la época de Cristo. En vista de tan distintas opiniones, es mejor reconocer la historicidad de estos
recuentos y explicar el silencio diciendo que puesto que los autores de la Escritura fueron selectivos en
lo que registraron, es evidente que una vez que se expidió esa provisión, no era necesario documentar
casos específicos en los que se usó.
Ese beneficio para Israel de contar con un lugar seguro debe traer a la memoria de los creyentes
Salmos 46:1: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, y
Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. El escritor de
la epístola a los Hebreos pudo haber tenido en mente las ciudades de refugio cuando escribió que los
creyentes debemos animarnos a “asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (He. 6:18). Las
ciudades de refugio parecen ser un tipo de Cristo, a quien pueden recurrir los pecadores que son
perseguidos por la ley, la cual produce juicio y muerte, para encontrar refugio. La expresión que Pablo
menciona con frecuencia “en Cristo” habla de la seguridad y confianza que posee cada creyente.
3. CIUDADES DE LOS LEVITAS (21:1–42)
21:1–3. En esta sección se describe el acto final y culminante de la distribución de la tierra. Los
líderes de la tribu de Leví dieron un paso al frente y reclamaron las ciudades que les habían sido
prometidas por Moisés (cf. Nm. 35:1–8). Esas 48 ciudades con sus ejidos, incluyendo las seis ciudades
de refugio, fueron asignadas a los levitas.
21:4–7. La distribución se describe según las tres familias principales de la tribu de Leví que
correspondían a sus tres hijos: Coat … Gersón, y Merari (V. “Ascendientes de Moisés hasta
Abraham,” en el Apéndice, pág. 286).
21:8–19. En primer lugar se menciona la lista de trece ciudades para los coatitas. Nueve de ellas
estaban en las tribus de Judá y Simeón, incluyendo Hebrón (ciudad de refugio) y cuatro estaban en la
de Benjamín. Todas esas trece ciudades eran para los sacerdotes, los descendientes de Aarón.
21:20–26. Diez ciudades más, incluyendo Siquem (ciudad de refugio), fueron asignadas a las otras
familias de los coatitas en Efraín … Dan, y la parte occidental de Manasés. De esta manera, las
ciudades de los sacerdotes quedaron dentro del reino del sur de Judá, donde más tarde se construiría el
templo en Jerusalén, su capital.
21:27–33. Las trece ciudades levitas de los hijos de Gersón estaban ubicadas al oriente de Manasés
… Isacar … Aser, y Neftalí. Aquí se incluyen dos ciudades de refugio, Golán en Basán y Cedes en
Galilea.
21:34–40. Los descendientes de Merari, hijo de Leví, recibieron doce ciudades en Zabulón y en
las tribus transjordanas de Rubén y Gad, incluyendo Ramot, ciudad de refugio de Galaad. Así que diez
de las 48 ciudades de los levitas quedaron ubicadas al oriente del río Jordán—dos en la media tribu de
Manasés (v. 27), y dos en cada una de las tribus de Rubén (vv. 36–37) y Gad (vv. 38–39).
Con esta dispersión de Leví entre las demás tribus se cumplió la maldición que Jacob anunció sobre
Leví y Simeón (Gn. 49:5, 7) por el asesinato inmisericorde de los moradores de Siquem (Gn. 34). En el
caso de los descendientes de Leví, Dios quiso preservar su identidad como tribu y los usó para que
fueran de bendición para Israel. Esto lo hizo porque los levitas estuvieron al lado de Moisés durante los
tiempos de crisis agudas (Éx. 32:26) y porque Finees (levita hijo de Eleazar) reivindicó el nombre justo
de Dios en las planicies de Moab (Nm. 25).
21:41–42. Sin embargo, durante el tiempo de asignación, muchas de las ciudades de los levitas
todavía estaban bajo el control cananeo y tenían que ser conquistadas. Es obvio que los levitas no
siempre triunfaron y las otras tribus no les ofrecieron su ayuda. Esta parece ser la explicación más
simple para entender la falta de relación entre la lista de las ciudades levitas que se menciona aquí y la
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que aparece en 1 Crónicas 6:54–81. (V. “Ciudades de los levitas mencionadas en Josué 21 y 1 Crónicas
6”, en el Apéndice, pág. 287.)
Los beneficios que las tribus recibirían con la distribución de los levitas entre ellas no tenían límite.
Moisés, al dar su bendición final a las tribus, dijo acerca de Leví: “Ellos enseñarán tus juicios a Jacob, y
tu ley a Israel” (Dt. 33:10). La responsabilidad solemne y el alto privilegio de los levitas era instruir a
Israel en la ley de Dios y resguardar su palabra entre el pueblo. Especialmente en el norte y en el oriente,
los levitas debían ser las barreras contra la idolatría de Tiro y Sidón, así como de las prácticas paganas
de las tribus del desierto.
Alguien ha calculado que nadie en Israel vivía a más de 16 kms. de distancia de cualquiera de las 48
ciudades levitas. Así que todo el pueblo tenía cerca a un hombre versado en la ley de Moisés que podía
dar consejo y dirección en los muchos problemas de la vida religiosa, familiar y política. Era esencial
que Israel obedeciera la palabra de Dios en todas las áreas de su vida porque sin ella, su prosperidad
cesaría y sus privilegios serían retirados. Pero la realidad fue muy distinta. Los levitas no vivieron
conforme a su potencial; ni cumplieron su misión. Si lo hubieran hecho, la idolatría y su influencia
corrupta no se habrían propagado en la tierra de Israel.
4. RESUMEN DE LA CONQUISTA Y LA DISTRIBUCIÓN (21:43–45)
21:43–45. Aquí termina la gran sección que describe el reparto de los territorios y las ciudades. El
historiador echó un vistazo hacia atrás desde el comienzo y resumió la conquista y la subdivisión de la
tierra haciendo hincapié en la fidelidad de Dios. El Señor había cumplido su promesa de dar a Israel
toda la tierra que había jurado dar a sus padres; también les dio reposo alrededor y la victoria
sobre sus enemigos. De hecho, Dios fielmente realizó cada parte de su obligación; y no falló ninguna de
todas las buenas promesas hechas por él. Esto no quería decir que todos los rincones de la tierra ya
pertenecían a Israel, ya que Dios mismo les había dicho que tenían que conquistar la tierra en forma
gradual (Dt. 7:22). Ninguna de estas dos declaraciones finales ignoran las tragedias que se desarrollarían
durante el período de los jueces, las cuales pueden imputarse a Israel, no a Dios. Así que de ninguna
manera la infidelidad de Israel pone en duda la fidelidad de Dios. Pablo afirmó este principio en las
palabras que dijo a Timoteo: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”
(2 Ti. 2:13).
Algunos teólogos insisten en que la declaración de Josué 21:43 significa que en ese momento se
cumplió la promesa del pacto abrahámico relacionada con la extensión de la tierra prometida. Sin
embargo, esto no puede ser verdad, porque más adelante, la Biblia da predicciones adicionales acerca de
Israel, diciendo que poseería la tierra después del tiempo de Josué (e.g., Am. 9:14–15). Por tanto, Josué
21:43 se refiere a la extensión de la tierra que se menciona en Números 34, y no a la totalidad de su
extensión como será en el reino mesiánico (Gn. 15:18–21). Además, aunque Israel ya poseía la tierra en
ese momento, después le fue quitada, y el pacto abrahámico prometía que Israel poseería la tierra para
siempre (Gn. 17:8).
IV. Conclusión (caps. 22–24)
A. Riña por los límites de la tierra (cap. 22)
Cuando las tribus orientales regresaron a sus heredades, tomaron una fuerte e imprevista decisión
que amenazó con provocar una desastrosa guerra civil entre las comunidades que acababan de
establecerse. Fue una situación peligrosa y potencialmente explosiva. El enemigo rondaba cerca, sin
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duda deseando que se presentara un conflicto que dividiera a las tribus para recuperar sus territorios
perdidos. Pero en su providencia, Dios impidió la tragedia, e Israel aprendió algunas lecciones valiosas e
importantes.
1. EXHORTACIÓN DE JOSUÉ (22:1–8)
22:1–4. Las tribus orientales de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés habían trabajado bien.
Cuando fueron llamados por su general, Josué los alabó por haber cumplido con la palabra que habían
empeñado ante Dios, Moisés, y Josué mismo en el sentido de que pelearían junto a sus hermanos en
todas las batallas de la conquista de Canaán (cf. Nm. 32; Jos. 1:16–18; 4:12–14). Durante siete largos
años, esos hombres estuvieron lejos de sus esposas y familias, pero ahora la guerra había terminado, la
tierra ya estaba repartida y era tiempo de volver a casa. Así que Josué despidió con honor a aquellos
soldados.
22:5–8. Los soldados, cansados pero contentos, emprendieron el camino de regreso, llevando
consigo una parte sustancial de los despojos obtenidos del enemigo. Josué les dio instrucciones de
compartir el botín con sus hermanos que habían permanecido en casa (v. 8). Los soldados habían
adquirido grandes riquezas, incluyendo ganado, metales y vestidos. Pero ¿por qué habrían de disfrutar
del botín los que no habían tenido que soportar el dolor y el peligro? Probablemente muchos de los
hombres que se habían quedado atrás hubiesen preferido ir a la guerra, pero ¿quién iba a cultivar los
campos y proteger a las mujeres y niños? Entonces, se estableció un principio relativo a que el honor y
las recompensas no solamente serían para aquellos que cargaran armas, sino también para los que se
quedaron en casa para llevar a cabo las responsabilidades cotidianas (1 S. 30:24).
Los soldados que regresaban también llevaban resonando en sus oídos las seis exhortaciones dadas
por Josué: (a) solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley, (b) que
améis a Jehová vuestro Dios, (c) y andéis en todos sus caminos, (d) que guardéis sus
mandamientos, (e) y le sigáis a él y (f) le sirváis de todo vuestro corazón y de toda vuestra alma.
Ese encargo, breve pero intenso, pedía obediencia, amor, comunión y servicio. Habían cumplido con sus
obligaciones militares, y aquí les recordó sus compromisos espirituales, los cuales eran indispensables
para que continuaran recibiendo las bendiciones de Dios. De la misma manera que un padre ansioso ve a
su hijo o hija dejar el hogar para ir a un lugar donde estará lejos de su influencia espiritual, así Josué
presentó ese reto a los guerreros. Tal vez temía que la separación del resto de las tribus ocasionara que
se alejaran de la adoración a Dios y abrazaran la idolatría.
2. EL ALTAR QUE EDIFICARON LAS TRIBUS DEL ORIENTE (22:9–11)
22:9–11. El ejército de las tribus orientales partió de Silo y se dirigió a casa. Seguramente, a medida
que se acercaban al Jordán, sus mentes se llenaban de los recuerdos de los acontecimientos de siete
años atrás, cuando pasaron milagrosamente por ese río, de la victoria extraordinaria que obtuvieron en
Jericó, y de los otros triunfos que compartieron con sus hermanos, de quienes se habían separado
recientemente. Un sentimiento de soledad comenzó a inundar sus corazones. No sólo por el hecho de
pensar que un río ordinario como el Jordán separaría a las tribus orientales de las occidentales, y es
obvio que el Jordán no es un río común. Las montañas que había a ambos lados de él se elevaban a más
de 600 mts. y el valle del Jordán que estaba en medio medía de 8 a 20 kms. de ancho. Durante una época
del año, el calor intenso desmotivaba a los viajeros. Entonces ese río formó una frontera formidable y
ese hecho pudo haber contribuido al temor que esos hombres sentían de verse separados
permanentemente de sus hermanos. Después de todo, “ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Qué
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podían hacer para mantener firmes los lazos de unidad que se habían creado durante los largos años de
batallar juntos? ¿Qué podría simbolizar la unidad entre el pueblo a ambos lados del río, que les recordara
que todos eran hijos de la promesa?
La respuesta que vino a la mente de aquellos soldados fue que debían construir un gran altar que
pudiera verse desde una gran distancia, un altar de grande apariencia que testificara de su derecho a
entrar al altar original del tabernáculo. Así que edificaron el altar en el lado (occidental) de los hijos de
Israel, en la orilla del río Jordán. ¿Por qué no construyeron otro tipo de monumento? Porque sabían
que la base principal de su unidad era la adoración común a Dios que se centralizaba en los sacrificios
que se presentaban en el altar.
3. AMENAZA DE GUERRA (22:12–20)
22:12. Sin embargo, el símbolo de unidad fue interpretado como un señal de apostasía. Cuando
llegaron las noticias a oídos de las otras tribus, se reunieron en Silo, lugar donde estaba el único altar
verdadero (1 S. 4:3), y se prepararon para subir a pelear contra los ejércitos de las tribus del oriente.
Con base en lo que habían oído (Jos. 22:11), los israelitas sacaron sus conclusiones y pensaron que esa
era una rebelión contra Dios, y que los otros habían edificado un segundo altar de sacrificio, lo cual iba
contra la ley mosaica (Lv. 17:8–9).
“Pensaron que la santidad de Dios estaba siendo amenazada. Así que esos hombres, cansados de la
guerra, dijeron: ‘la santidad de Dios exige que no comprometamos nuestras convicciones’. Ojalá que la
iglesia del s. XX aprendiera esta lección. La santidad de Dios, quien existe, demanda que no haya
componendas en esta área de la verdad” (Francis A. Schaeffer, Joshua and the Flow of Biblical History,
“Josué y el Decurso de la Historia Bíblica”, pág. 175).
22:13–14. Al enfrentarse a ese aparente olvido del compromiso hecho con Dios y su desobediencia a
los mandamientos divinos, los israelitas convocaron a una guerra para castigar a sus hermanos. Aunque
su celo por mantener la verdad y su compromiso de procurar la pureza en la adoración eran dignos de
admiración, afortunadamente la sabiduría prevaleció contra la dureza. Se tomó la decisión de enviar una
reprimenda vigorosa a las dos tribus y media para que detuvieran su proyecto. De esa manera, se evitaría
la guerra. El hijo de Eleazar, Finees, que había sobresalido por su celo justo de Dios (Nm. 25:6–18),
encabezó una delegación de diez líderes tribales cuya responsabilidad era confrontar a sus hermanos.
22:15–20. Al llegar al sitio del nuevo altar, el grupo designado acusó a los hombres de las tribus
orientales de haberse apartado de seguir a Jehová (vv. 16, 18) y de estar en rebelión contra Jehová (v.
16; cf. vv. 18–19). Les recordaron que la maldad de Peor había traído el juicio de Dios sobre la nación
entera (Nm. 25), así como el pecado de Acán (Jos. 22:20; cf. cap. 7). Ahora, toda la nación estaba en
peligro otra vez por ese desafiante acto de rebelión. Tal pecado traería la ira de Dios sobre ella (22:18;
cf. v. 20). Finalmente, les sugirieron con magnanimidad que si pensaban que la tierra oriental era
inmunda, i.e., si había quedado abandonada de la presencia de Dios, ellos les harían espacio en su lado
del Jordán. Esta fue una oferta generosa y llena de amor y si se aceptaba, significaría un alto costo para
ellos.
4. DEFENSA DE LAS TRIBUS ORIENTALES (22:21–29)
La delegación enviada por los israelitas estaba a punto de conocer cuán falsos y duros habían sido
sus juicios y denuncias. Por fin salieron a la luz las motivaciones que había detrás de la construcción del
gran altar a la orilla del Jordán.
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22:21–23. En lugar de reaccionar al duro regaño con enojo, las tribus orientales rechazaron solemne
y sinceramente la acusación de haber edificado el altar en rebelión contra Dios. Invocaron a Jehová
Dios como testigo y juraron dos veces por sus tres nombres—El, Elohim y Jehová (Jehová Dios de los
dioses), asegurando que si su acto había sido motivado por rebelión contra Dios y sus mandamientos
relativos a la adoración, merecían su juicio.
22:24–25. Entonces, ¿por qué habían construido el segundo altar? Ellos explicaron de inmediato que
lo hicieron por la separación geográfica de su pueblo y el efecto negativo que esto podría tener en las
generaciones futuras.
22:26–29. Los varones de las tribus orientales aclararon que estaban totalmente conscientes de las
leyes de Dios que regulaban el servicio de Israel. El altar recientemente edificado no era para ofrecer
holocausto o sacrificio (cf. v. 23), sino para que fuera un testimonio para todas las generaciones de
que las tribus de Transjordania tenían derecho a cruzar el Jordán para adorar en Silo. Ese altar era
solamente una copia del verdadero centro de adoración y evidencia de su derecho a visitar aquél.
Aunque la preocupación por el bienestar espiritual de las futuras generaciones era admirable, parecería
que esa acción de las dos tribus y media era innecesaria. Dios había ordenado en la ley que todos los
varones israelitas debían ir al santuario tres veces al año (Éx. 23:17). Si cumplían esa ley, se preservaría
la unidad espiritual y política entre las tribus. Además, la construcción de otro altar era también un
precedente peligroso. John J. Davis comenta: “El factor unificador en el Israel antiguo no era su cultura,
la arquitectura, la economía o los objetivos militares. El factor que a la larga mantuvo la unidad fue la
adoración a Jehová. Cuando el santuario central fue abandonado y olvidado como el lugar verdadero de
adoración, las tribus desarrollaron santuarios independientes, separándose de las otras y debilitando su
poder militar. Los resultados de esa tendencia se ven durante el período de los jueces” (Conquest and
Crisis, “Conquista y Crisis”, pág. 87).
5. RECONCILIACIÓN DE LAS TRIBUS (22:30–34)
22:30–34. Esa aguda crisis tuvo un final feliz. La explicación de los representantes de las tribus
orientales fue aceptada completamente por Finees y su delegación así como por las otras tribus cuando
se les entregó el informe. De hecho, a las nueve y media tribus que estaban al occidente del Jordán el
asunto les pareció bien … y bendijeron a Dios. Para concluir todo el asunto, Finees expresó profunda
gratitud porque no se había cometido ningún pecado y no se había provocado la ira de Dios.
En este libro que describe la ocupación y distribución de la tierra prometida, ¿por qué habría de
tratarse este incidente aislado con tanto detalle? Simplemente porque ilustra ciertos principios que eran
vitales para que Israel pudiera vivir en armonía en la tierra y recibiendo todas las bendiciones de Dios.
Esos mismos principios se aplican a los que hoy formamos la familia de Dios:
1. Es bueno que los creyentes tengan celo por la pureza de la fe. Comprometer la verdad siempre
exige un costo muy alto.
2. Es erróneo juzgar las motivaciones de las personas con base en evidencias circunstanciales. Es
importante reunir todos lo hechos, recordando que cualquier desacuerdo siempre tiene dos lados.
3. La discusión franca y abierta ayuda a aclarar el panorama y esto puede llevar a la reconciliación.
La confrontación debe realizarse con un espíritu de mansedumbre, no de arrogancia (Gá. 6:1).
4. Una persona que ha sido acusada injustamente debe recordar el sabio consejo de Salomón: “La
blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor” (Pr. 15:1).
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B. Últimos días de Josué (23:1–24:28)
El libro de Josué termina presentando el cuadro de un soldado anciano que dice adiós. Como las
últimas palabras de casi todas las personas, su discurso de despedida se vio ensombrecido por la tristeza.
Expresa la profunda preocupación de quien estaba observando la creciente complacencia de Israel con
los cananeos que quedaban en la tierra, y lo fácilmente que aceptaron vivir juntos en un territorio que era
exclusivo de ellos. Los enemigos de Israel estaban prácticamente conquistados, y Josué sabía el peligro
que había en que su pueblo bajara la guardia. Antes de retirarse del liderazgo sintió la necesidad de
advertirles que la obediencia continua a los mandamientos de Dios era esencial para seguir disfrutando
de su bendición. Aunque algunos han sugerido que estos caps. finales contienen dos registros del mismo
evento, parece mejor ver el cap. 23 como el reto que Josué lanzó a los líderes de Israel, y el cap. 24, al
pueblo.
1. DESAFÍO FINAL DE JOSUÉ A LOS LÍDERES (CAP. 23)
a. Primer encuentro (23:1–8)
23:1–2. Aproximadamente 10 o 20 años después del final de la conquista y de la repartición de la
tierra, Josué … llamó a los líderes de Israel, probablemente a Silo, donde se encontraba el tabernáculo,
para advertirles enérgicamente contra los peligros de alejarse de Jehová. Aquella fue una reunión
solemne. Sin duda, Caleb estaba ahí, junto con el sacerdote Eleazar, y los soldados conquistadores que
habían cambiado sus espadas por arados y se habían convertido en jefes de familia, así como los
ancianos, y jueces.
Vinieron sin dudar, respondiendo al llamado de su líder para escuchar sus últimas palabras. El
veterano líder, ya muy avanzado en años, habló acerca de un solo tema—la fidelidad infalible de Dios
hacia Israel y la responsabilidad que tenían de ser recíprocamente fieles a él. En tres ocasiones repitió su
mensaje central (vv. 3–8, 9–13, 14–16). Tres veces, temeroso de que no escucharan ni hicieran caso a su
exhortación, hizo hincapié en la fidelidad de Dios y la responsabilidad de Israel.
23:3–5. Evitando cualquier tentación de autoexaltarse, Josué les recordó que sus enemigos habían
sido derrotados solamente porque Jehová su Dios había peleado por ellos. Las batallas habían sido del
Señor, no suyas. Posteriormente, uno de los salmistas reiteró esta afirmación (Sal. 44:3). Con respecto a
los cananeos, que todavía habitaban en la tierra, Jehová … Dios los arrojaría para que Israel pudiera
tomar posesión de las tierras que en ese entonces estaban ocupando parcialmente.
23:6–8. Tratando de que los israelitas comprendieran a fondo su responsabilidad, Josué les repitió
las mismas palabras con las que el Señor lo había animado cuando lo instruyó a cruzar el Jordán:
Esforzaos … mucho en guardar y hacer (cf. 1:6–9). La obediencia y el valor fueron las virtudes que
trajeron el éxito en la conquista de Canaán y seguían siendo muy importantes (cf. 22:5). Josué reprendió
específicamente la conformidad que mostraba Israel con las naciones paganas que lo rodeaban, así que
prohibió todo contacto o confraternidad con ellas, sabiendo que su pueblo iría retrocediendo hasta llegar
a la degradación y a postrarse delante de las deidades paganas (cf. 23:16). Josué les exhortó a seguir a
Jehová … Dios (cf. 22:5).
b. Segundo encuentro (23:9–13)
23:9–13. Josué regresó a su idea central y volvió a insistir una vez más en la fidelidad de Dios hacia
Israel. Jehová había peleado las batallas por ellos (cf. v. 3), y aunque todavía había algunos cananeos en
la tierra, en las ocasiones en que había habido enfrentamiento entre los cananeos y los israelitas, éstos
siempre ganaban.
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Israel recibió la exhortación solemne que se basaba en las intervenciones divinas a su favor. Debían
amar a Jehová … Dios (cf. 22:5), lo cual requeriría diligencia y una actitud vigilante por la cercanía de
sus vecinos corruptos. La tentación de olvidarse de Dios y mezclarse con la gente de Canaán hasta el
punto de casarse con ellos sería muy fuerte. Esa sería una decisión fatal y llena de peligro para Israel.
Josué describió esa amenaza gráficamente, así como los terribles resultados que vendrían. Primero, Dios
no arrojaría a esas naciones de delante de ellos. Sólo quedarían para perjudicar la herencia de Israel.
Segundo, los cananeos serían lazo y tropiezo que los enredarían, serían como azote para hacerles daño
y como espinas que llegan a la cara y lastiman los ojos. Tercero, los problemas y la miseria aumentarían
en Israel hasta que fueran desposeídos de su buena tierra (cf. 23:15–16).
Josué no veía ninguna posibilidad de que se mantuvieran neutrales cuando los confrontó con la
decisión que debían tomar. O seguían al Dios de Israel, o a la gente de Canaán. En la actualidad sucede
lo mismo. No hay un camino intermedio: “Nadie puede servir a dos señores” (Mt. 6:24; cf. Mt. 12:30).
c. Tercer encuentro (23:14–16)
23:14–16. Como buen maestro de la predicación, Josué repitió su discurso, aunque esta vez
enfatizando que él estaba a punto de morir y que, por ello, deseaba que sus palabras llegaran a su
corazón con mayor profundidad. Una vez más habló acerca de la maravillosa fidelidad de Dios a cada
una de sus promesas (cf. buenas promesas [palabras] en 21:45). Y una vez más les advirtió acerca de la
maldición que acarrearía la desobediencia. La profunda preocupación de Josué provenía de su temor por
las naciones que quedaban en la tierra. El soldado anciano veía hacia adelante y podía predecir las
componendas pecaminosas que Israel haría con los paganos y el destino trágico que traerían sobre el
pueblo de Dios. La ira de Jehová se encendería contra ellos, y perecerían en la buena tierra (cf.
“buena tierra” en 23:13, 15–16).
El punto culminante de su mensaje a los líderes de la nación enfatizaba el hecho de que el mayor
peligro para Israel no era militar, sino moral y espiritual. Si Josué estuviera vivo hoy en día, lo más
probable es que dijera lo mismo a nuestra nación.
2. ENCOMIENDA FINAL DE JOSUÉ AL PUEBLO (24:1–28)
La última reunión de Josué con el pueblo se llevó a cabo en Siquem. No se puede determinar si esa
segunda reunión ocurrió a continuación de la primera, o si se llevó a cabo en el siguiente aniversario, o
si hubo un intervalo largo entre la primera y la segunda.
El escenario geográfico es interesante. Siquem, que estaba a pocos kms. al noroeste de Silo, fue
donde por primera vez Abraham recibió la promesa de Dios de darle la tierra de Canaán a su
descendencia. Abraham respondió construyendo un altar para demostrar su fe en el único Dios
verdadero (Gn. 12:6–7). También Jacob se detuvo en Siquem cuando regresaba de Padan-aram y enterró
ahí los ídolos que su familia había traído consigo (Gn. 35:4). Después de que los israelitas completaron
la primera fase de la conquista de Canaán, viajaron a Siquem, donde Josué construyó un altar a Jehová,
escribió la ley de Dios en columnas de piedra y repasó las leyes al pueblo (Jos. 8:30–35). Por lo tanto,
Josué tenía buenas razones para convocar a Israel en ese sitio. Ciertamente las piedras en que había sido
escrita la ley estaban todavía en pie y eran vívidos recordatorios de aquel evento tan significativo. Desde
ese momento, el hermoso valle entre los montes Ebal y Gerizim estaría relacionado con esa
conmovedora escena de despedida, desde donde el honorable líder les habló por última vez.
La forma literaria de ese discurso ha ocasionado mucho interés y comentarios. En nuestros días se
sabe que los gobernadores del imperio heteo que gobernaban en ese período (ca. 1450–1200 a.C.)
realizaron acuerdos internacionales con sus estados vasallos, obligándoles a servirles con lealtad y
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obediencia. Esos tratados de vasallaje seguían un patrón común y requerían una renovación periódica.
Josué 24 contiene, siguiendo la forma de los tratados normales de vasallaje de aquella época, un
documento de renovación pactal por medio del cual el pueblo de Israel se comprometía a confirmar su
relación pactal con Dios (cf. “Estructura” en la Introducción de Dt.). Al igual que los acuerdos de
soberanía-vasallaje, las partes de la renovación del pacto incluían un preámbulo (vv. 1–2a), un prólogo
histórico (vv. 2b–13), las estipulaciones que obligaban a los vasallos junto con las consecuencias por la
desobediencia (vv. 14–24), y la escritura del acuerdo (vv. 25–28). El pacto mosaico establecido en Sinaí
no era perpetuo; por lo tanto, necesitaba ser renovado por cada generación. Fue durante esa ceremonia
formal e impactante que se realizó la transacción de la renovación.
a. Repasando sus bendiciones (24:1–13)
24:1–13. Se identifica a Dios como el autor de este pacto y a Israel como el pueblo (vv. 1–2a).
Seguido de ese preámbulo, encontramos el prólogo histórico (vv. 2b–13), en el cual Jehová recuerda sus
bendiciones pasadas para con ellos. Primero, los sacó de Ur de los Caldeos (vv. 2b–4), después, de
Egipto (vv. 5–7), y los introdujo en Canaán (vv. 8–13). Algunos han dicho que los tábanos (v. 12
[“avispas”, BLA]; Éx. 23:28; Dt. 7:20) se refieren a las tropas egipcias que pudieron haber atacado
Canaán antes de la conquista. Otros dicen que los tábanos se refieren en forma figurada al pánico (V.
nota mar. RVR95) que experimentaron los habitantes de Canaán cuando escucharon lo que Dios había
hecho por Israel (cf. Dt. 2:25; Jos. 2:10, 24, 5:1). Otros sugieren que lit. se refiere a avispas.
Fue Dios el que habló en esta recapitulación de la historia de Israel. El pronombre personal “yo”
(aunque a veces en forma tácita) se usa 18 veces: yo tomé … le di … yo envié … herí … os saqué …
os libré, etc. Como haría un rey heteo que recordaba a sus vasallos los actos de benevolencia que había
tenido para con ellos, Dios repasó las obras maravillosas que había realizado a favor de Israel. La
grandeza que el pueblo había logrado no había sido por su esfuerzo, sino por la gracia y poder de Dios.
Desde la primera hasta la última, las conquistas de Israel, su liberación y su prosperidad eran por las
misericordias divinas y no por sus méritos propios.
b. Repasando sus responsabilidades (24:14–24)
24:14–15. A continuación se mencionan las estipulaciones de la renovación del pacto: Israel debía
temer a Jehová y servirle. En los acuerdos de los heteos se rechazaba toda alianza con cualquier otro
extranjero, así que en este pacto, Israel debía evitar cualquier relación con los dioses ajenos. Josué los
retó a escoger de entre los dioses de Ur, a quienes sus ancestros sirvieron (cf. v. 2) al otro lado del río
(i.e., el Éufrates), o a los dioses de los amorreos de Canaán, o a Jehová. Josué, el venerado líder, se
presentó como ejemplo para reafirmar esa exhortación. Cualquiera que fuera la opción que ellos
escogieran, su decisión era clara: yo y mi casa serviremos a Jehová.
24:16–18. Entonces el pueblo respondió entusiastamente, movido por la fuerza de los argumentos
dados por Josué y el magnetismo de su ejemplo. Rechazaban la sola mención de dejar a Jehová para
servir a otros dioses; porque Jehová era quien los sacó … de la tierra de Egipto, de la casa de
servidumbre y el que los había guardado por todo el camino del desierto. Además, los había
conducido hasta la tierra de promisión. Su respuesta fue: Nunca … acontezca, que seamos culpables de
cometer esa ingratitud. A continuación añadieron: Nosotros, pues, también serviremos a Jehová.
24:19–21. Josué habló una vez más. No se sintió satisfecho con su respuesta entusiasta. ¿Será que
detectó algún rastro de insinceridad? ¿Esperaba que el pueblo trajera sus ídolos para destruirlos así como
había hecho la familia de Jacob en ese mismo lugar siglos antes? (Gn. 35:4; Jos. 24:14, 23) No hubo tal
respuesta, así que Josué declaró ásperamente: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y
Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Es evidente que Josué no quiso decir
que Dios no es un Dios de perdón. Más bien, dijo que la adoración y servicio a él no deben tomarse a la
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ligera, y que apartarse de él deliberadamente para servir a los ídolos es un pecado voluntario de
arrogancia para el cual no hay perdón bajo la ley (Nm. 15:30). Cometer tal pecado resultaría en un
desastre. Una vez más, el pueblo respondió a las penetrantes palabras de Josué, declarando firmemente
su intención de servir a Jehová.
24:22–24. Josué habló por tercera vez, desafiándolos a servir como testigos contra sí mismos si se
negaban a andar con Dios. Y el pueblo inmediatamente respondió: Testigos somos.
Finalmente, Josué volvió a hablar por cuarta vez, llegando una vez más al punto que había
mencionado al principio: Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros (cf. v. 14).
Habiendo escuchado el juramento de sus labios; aquí los desafió a comprobar su sinceridad por medio
de sus obras. Conociendo que muchos de ellos estaban practicando secretamente la idolatría, Josué
ordenó que quitaran a sus dioses falsos. Sin titubear, el pueblo exclamó: A Jehová nuestro Dios
serviremos, y a su voz obedeceremos. Dijeron que serían siervos obedientes de Dios, no esclavos de
Egipto o de otros dioses. (El vb. “servir”, en sus diferentes conjugaciones, se menciona 13 veces en los
vv. 14–24.)
No era posible mezclar la fidelidad a Dios con la de los dioses ajenos. Esa generación, al igual que
cada una de las que vinieran posteriormente, debía tomar una decisión firme. La gente debe escoger
entre la conveniencia y los principios, entre el mundo y la eternidad, entre Dios y los ídolos (cf. 1 Ts.
1:9).
c. Registro del juramento (24:25–28).
24:25–26a. Josué procedió a renovar el pacto. Sabía que no tenía caso abundar más en las palabras,
aunque dudaba que la consagración del pueblo fuera genuina y sincera. Por eso, escribió el pacto en el
libro de la ley de Dios, que probablemente se colocaría junto al arca del pacto (cf. Dt. 31:24–27). De
igual manera, en los tratados de vasallaje de los heteos, ese documento era colocado en el santuario del
estado vasallo.
24:26b–27. Como recordatorio final, aparentemente Josué escribió también los estatutos del pacto en
una gran piedra que colocó debajo de la encina que estaba en ese sitio sagrado. Al excavar en Siquem,
los arqueólogos descubrieron una gran columna de piedra caliza que podría identificarse con el
memorial que aquí se menciona. Josué dijo que esta piedra serviría de testigo, como si ella hubiera
oído todas las cláusulas del pacto.
24:28. Una vez que Josué hubo dirigido al pueblo de Israel a renovar el pacto por medio de ese
ritual sagrado, en el cual juraron temer y seguir a Jehová Dios, terminaron sus apariciones en público.
Con los recuerdos de esa solemne ocasión indeleblemente impresos en su memoria, los israelitas
regresaron a sus hogares, cada uno a su posesión.
C. Apéndice (24:29–33)
24:29–31. Tres entierros—todos efectuados en la tribu de Efraín—cierran el libro de Josué. Primero
se registra que Josué … murió a la avanzada edad de ciento diez años … y fue sepultado en su
heredad (cf. 19:50). No puede haber mayor tributo que haber sido llamado simplemente siervo de
Jehová. Para él, nunca existió un rango mayor que ése.
24:32. También se registra el entierro de los huesos de José. Estando en su lecho de muerte, había
pedido que lo sepultaran en la tierra prometida (Gn. 50:25). Moisés supo de esa petición y llevó consigo
los huesos de José durante el éxodo (Éx. 13:19). Ahora, después de los largos años de peregrinación y de
conquista, los restos de José, que habían sido embalsamados en Egipto (Gn. 50:26) más de 400 años
antes, fueron depositados en Siquem (cf. Gn. 33:18–20).
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24:33. El tercer entierro que se menciona es el del sumo sacerdote Eleazar hijo de Aarón, que
había sido su sucesor. Él tuvo el privilegio de estar con Josué en la distribución de la tierra (Nm. 34:17;
Jos. 14:1; 19:51) y encabezar el ministerio en el tabernáculo durante los años cruciales de la conquista y
el asentamiento en Canaán.
Es extraño que un libro como el de Josué termine con tres entierros. Sin embargo, esas tres apacibles
tumbas son testimonio de la fidelidad de Dios hacia Josué, hacia José y hacia Eleazar, quienes alguna
vez vivieron en tierra extraña. Cuando vivían fuera de la tierra prometida recibieron la promesa de Dios
de llevarlos a ellos y su pueblo a Canaán. Por fin, los tres descansaban en paz en la tierra de promisión.
Dios cumplió su palabra a Josué, José y Eleazar—y a todo el pueblo de Israel. En la actualidad esto
debería animar a los hijos de Dios a confiar en la infalible fidelidad de Dios.1
1 John F. Walvoord y Roy B. Zuck, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo Testamento, tomo 2: Deuteronomio-2 Samuel (Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C., 1999), 127–150.
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