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XLVI Pregón de la Semana Santa de Ayamonte José Nicolás Jesús Rodríguez 2013

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XLVI Pregón de la

Semana Santa de Ayamonte

José Nicolás Jesús Rodríguez

2013

XLVIPREGÓN DE LA SEMANA SANTA

DEAYAMONTE

17 DE MARzO DE 2013

Pronunciado porJosé Nicolás

Jesús Rodríguez

Edita:Agrupación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de la Ciudad de Ayamonte

BocEtos cristo:José Antonio Silveira Martín

Foto VirgEn:José Luis Silva Álvarez

imprimE:Artes Gráficas Bonanza, S.L.

dEposito LEgaL:H 34-2002

José Nicolás Jesús RodRíguez

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Nace en Ayamonte, en la Barranca, núm. 33, jun-

to al rincón de dicha calle, hoy Manuel Lerdo de Tejada, en el seno de una familia humilde, el día 11 de octubre de 1955, sien-do el mayor de los tres herma-nos habidos del matrimonio de José Antonio Jesús Ojeda -Pepe Quintana, el barbero- y de Luisa Rodríguez Cabanillas.

A los 7 años fue monaguillo del Convento de las Hermanas de la Cruz hasta los 17 años. Pasa a formar parte de los mona-guillos de la Parroquia de las Angustias, quedando al frente de la misma y del Despacho Parroquial.

Cursa sus estudios en el Instituto de Bachillerato Guadiana.

En 1975 aprueba la oposición de Auxiliar de la Adminis-tración de Justicia, teniendo como destinos Ayamonte y la Fiscalía de Huelva, regresando nuevamente a su ciudad, don-de continúa su labor profesional dentro del cuerpo de Gestión Procesal y Administrativa, en los Juzgados de Ayamonte.

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Ha sido miembro de la Coral Polifónica de Ayamonte; de Cáritas Interparroquial; vocal de la Junta de Gobierno de la Hermandad de la Buena Muerte; Vicepresidente y Presidente de la Hermandad de Ntra. Sra. de las Angustias en dos perío-dos distintos, dentro de la cual formó parte de la organiza-ción de la Coronación Canónica de la Patrona y colaborador en la confección del expediente presentado en el Obispado de Huelva; redactor del expediente solicitud de la Coronación Canónica de la Virgen de la Soledad, de la Hermandad de la Vera Cruz, de Ayamonte, codiseñador de los actos prepara-torios de la Coronación y responsable de la organización de la Eucaristía de la Coronación; miembro del Consejo Pasto-ral Parroquial de Ntra. Sra. de las Angustias; miembro del Economato San Vicente de Paúl; responsable del Despacho Parroquial de Las Angustias y Presidente de la Agrupación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa de su ciudad entre los años 2002 a 2012.

De 1991 a 1996, Concejal del Ayuntamiento de Ayamonte y segundo Teniente de Alcalde. En 1996, Alcalde de su ciu-dad.

En 1981 se une en matrimonio con María Isabel Rodríguez Martín, fruto de la misma nacen sus hijos Marta, Elena y Ni-colás. En 1999 la familia se incrementa con la presencia de su hijo Juan Antonio, el que entra a formar parte de ella como consecuencia de la decisión tomada de acogerlo.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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próLogo

El pregón de José Nicolás Jesús Rodríguez no viene acompañado de marchas procesionales, rachear costa-

lero, aromas de incienso o jerga cofrade en su más puro estilo “semanasantero”. En él encontrarás una reflexión de lo que debe de ser una continua Pascua de Resurrección en las Her-mandades para que, desde la alegría del triunfo de la vida so-bre la muerte, el verdadero “pregón” sea la propagación, con el ejemplo, del mensaje de renovación planteado por Jesucristo.

El pregón de José Nicolás Jesús Rodríguez no es lírico ni metafórico. En él encontrarás a los cristos llenos de necesi-dades y carencias que podemos encontrar en las calles y las casas de Ayamonte y nos plantea que no podemos quedar in-diferentes ante la injusticia. Su mensaje es un toque de aten-ción para que el cofrade ayamontino sea capaz de renovar el mundo desde la justicia, la paz y el amor.

El pregón de José Nicolás Jesús Rodríguez no es el pregón de una mañana primaveral con luz de “Domingo de señas”.

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En el encontrarás un mensaje tan tremendamente humano y lleno de sentimientos, que no pretende quedarse en anunciar la Semana Santa de Ayamonte como un evento puntual que se repite cada primavera, sino en un análisis profundo y me-ditado de ella, utilizando las vivencias de toda su vida. No nos debemos de conformar con escucharlo, hay que leerlo y meditarlo para ponerlo en práctica (o al menos intentarlo).

La línea del pregón es clara, es la de un hombre nacido y cultivado en el seno de la Iglesia, que se acerca a la reali-dad de Ayamonte, y que no quiere quedarse abstraído por la belleza de un paso de palio o el gesto de dolor de un Cristo lacerado, sino que adquiere un compromiso de cristiano en la sociedad actual, no sólo desde los cargos de responsabilidad que ha ocupado sino también como sencillo hombre de fe y cristiano practicante.

Este no es un pregón concebido para el aplauso ni para decir palabras bonitas y un tanto vacías, sino que se plantea como un revulsivo a las Hermandades para que busquen un compromiso diario con los retos que nos plantea la difícil y complicada sociedad de hoy.

Para terminar quiero agradecerle a mi AMIGO Nicolás, la oportunidad que me ha brindado de prologar su pregón. Espero haber estado a la altura y satisfecho tu expectativa. Gracias, amigo.

Fernando Castillo PicónAyamonte 14/09/2012

Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz

Presentación del Pregonero

por

José Antonio

González FrAncisco

mediodiA del dominGo de “señAs”

José Nicolás Jesús RodRíguez

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Autoridades Religiosas, Autoridades Civiles, Agrupa-ción de Cofradías, Hermanos todos, y por supuesto a

mí querido Pregonero, buenas tardes y bienvenidos.

Hoy 17 de marzo, está a punto de manifestarse la primave-ra, y su llegada inundará nuestras manos de nardos, claveles, rosas y azahares, estamos a punto de que nuestras calles se llenen de incienso, de cera, de capas y capirotes, de costales y fajas.

Y próximo a estar mecidos por el sonido de cornetas, de tambores, trompetas y demás instrumentos, que lanzarán al aire multitud de melodías, que acompañarán desde el Triunfo hasta la Muerte al Hijo de Dios, y que servirán de sustento a su Madre desde la mayor de las alegrías hasta el mayor de los sufrimientos.

Nosotros hoy, como cada Domingo de Señas, nos acerca-mos un poco más a este momento, a través de la visión y de los sentimientos, que el pregonero tiene de nuestra Semana Mayor.

Cuando alguien te pide que le presentes en el Pregón de Semana Santa, creo que a la mayoría de ustedes la primera

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frase que les vendría a la cabeza sería la de “vaya honor me está haciendo el pregonero”, sería lo normal, lo lógico, y ade-más, lo esperado.

Pues a mí, la primera frase que me vino a la mente fue “vaya marrón me está cayendo”, espero que el pregonero no se enfade, porque este comentario tiene fácil explicación.

Presentar, bajo mi punto de vista, significa decir algo en este caso de la persona del pregonero que no se conozca, o que se conozca poco, y díganme quién no conoce a Nicolás, creo que ahora entenderán mi dilema al escribir esta presen-tación.

Haber qué digo yo de él que no sepan ya todos ustedes. Porque si les digo que trabaja en el Juzgado, más de uno cavilará “menudo lumbreras está hecho éste”, si les digo que fue alcalde, me imagino que pensarán “venga sigue mejorán-dolo”, si les digo que durante mucho tiempo perteneció a la Junta de Gobierno de la Hermandad de las Angustias, alguno murmurara, “éste ha visto pocos videos de la Patrona”, y si digo que ha sido el presidente de la Agrupación de Cofradías en los últimos diez años, pues entonces “apaga y vámonos”.

Si les relato algo de su pasado, de su vida familiar, se-ría tanto como repasar la biografía que viene escrita en el pregón, y eso sería absurdo, para qué voy a leerles algo que después podrán hacerlos ustedes en el momento que tengan el libro del Pregón entre sus manos, así que cuando comencé con esta presentación no sabía qué decir del pregonero, no sabía qué decirles de alguien que es conocido sobradamente.

Con estas dudas, pasé bastantes meses sin saber cómo de-sarrollar la presentación, y lógicamente cada vez quedando menos tiempo para este momento, así que como el mismo

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apremiaba, y algo tenía que escribir para leerles a ustedes, pensé que lo mejor sería describir al pregonero desde una visión muy personal, tanto mía, como del resto de los com-pañeros que formaron parte de la maravillosa aventura que fue pertenecer a la anterior Junta de Gobierno de la Agru-pación, a todos, desde aquí mi reconocimiento más sincero porque sin ellos nada de lo que se puso en marcha hubiese sido posible.

Es como les decía, una visión más enfocada en los valores personales y humanos del pregonero, que en su currículum cofrade, laboral o incluso familiar, es una visión en la que creo coincidimos todos los que conocemos a Nicolás de una manera un poco más cercana, esta visión querido pregonero se sustenta en cuatro puntos en los cuales todos pensamos que son los más importantes para ti y que parten desde el COMPROMISO.

Ese que uno adquiere con los demás y con uno mismo, ese compromiso hace que nunca dejemos de cumplir lo prometi-do, porque el fin de toda promesa no puede ser otro que la de transformarse en realidad, ese compromiso arraigado desde pequeño en el pregonero, ha desembocado en la necesidad de ayudar a aquellos que más lo puedan necesitar, a los que pa-recen que la luz se les vuelve oscuridad. Compromiso querido pregonero, con los más pequeños a los que la vida se empeña en quitarles su infancia, y tú te empeñas en devolvérsela, en ese tipo de compromiso está el pregonero unido, sin alardes, sin esperar que nadie se lo reconozca, a ese tipo de compro-miso al que solo se llega desde la HONESTIDAD.

Esa que hay que tener para mostrarse de manera clara y transparente hacia los demás, y lo que es más importante hacia uno mismo. Esa honestidad que muestra el pregonero,

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se hace más palpable en sus equivocaciones, en sus errores, aceptando sin ningún problema las consecuencias que éstos pudieran traerles, en estos años no recuerdo ningún momento de mentiras ni de engaños, en su quehacer diario, porque la verdad aunque a veces duela, o aunque a veces pueda llegar a perjudicarnos, como me ha dicho muchas veces el pregonero, es la base principal donde se sustenta la honestidad, haciendo que nuestro comportamiento sea el correcto en cada momen-to, siendo justos, desinteresados, y con espíritu de servicio hacia los demás, esta honestidad es la que he sentido junto al pregonero, esa honestidad la ha mostrado siempre con un comportamiento serio, correcto, justo, desinteresado y con espíritu de servicio, que sólo puede hacerse cuando se conci-be con la SENCILLEz.

Aquella que nos muestra desde su forma de hablar, en el que en ningún momento habla de sus logros o de sus aciertos, siem-pre ha repartido los halagos y triunfos entre todos, y las derro-tas procura que sean sólo suyas, pero donde más demuestra el pregonero la sencillez, es en el trato a los demás, apreciándolos por lo que son en cada momento, y no por lo que tienen, demos-trando una y otra vez que aquello que posee está a disposición del que lo necesita, siendo coherente con lo que cree, con lo que siente, con lo que dice y con lo que hace, porque la sencillez no se aprende, se nace con ella y se cultiva durante toda una vida, esa sinceridad le hace dar mucho valor a la AMISTAD.

El COMPROMISO, la HONESTIDAD y la SENCILLEz, son los pilares en los que se sostiene la amistad, y a ésta la con-solida el tiempo.

La amistad exige la preocupación por el otro, la confianza sin límites, la paciencia, el respeto a las ideas del otro, el sa-ber escuchar, el saber perdonar. La amistad te hacer estar pre-

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sente en los buenos momentos, pero sobre todo te pide estar, y ayudar en los malos, en aquellos momentos en los que los falsos amigos desaparecen, el pregonero cree que la amistad hay que trabajarla a diario, que hay que destinar tiempo para saber del amigo, para conocer sus sueños, sus aspiraciones, y cuáles son sus preocupaciones, destinar tiempo a escuchar y no a ser escuchado, sabes que no puede evitar que te equivo-ques, pero sí puede ayudarte a buscarle soluciones, sabes que no puede impedir que tropieces y que caigas, pero siempre te ofrecerá su mano y te ayudará a levantarte.

Estos son los valores fundamentales del pregonero, es lo que yo pienso que el pregonero aprecia ante todo, así que sólo queda que yo me calle y que el pregonero comience con su Pregón, sólo decirte querido amigo, que cuando te ofre-cieron el Pregón allá por San Antonio, desde el primer mo-mento y hasta el día de hoy, siempre has dicho que este era el Pregón de todos los que te habíamos acompañado en estos últimos años en la maravillosa experiencia de pertenecer a la Agrupación, y yo he querido hacer lo mismo con esta presen-tación, he pretendido que fuese lo que todos y cada uno de nosotros diríamos de ti, lo que todos y cada uno de nosotros querido amigo, pensamos de ti.

Sólo espero que si no he sido capaz de hacerlo, me perdo-nes y me perdonéis los demás, porque ya sabéis que no se me da nada bien expresarme en público.

Así que cuando en breve, empieces el Pregón y los im-pulsos lógicos de ese momento te opriman, no te preocupes, porque nosotros, tus amigos, estaremos aquí para calmarte.

Cuando el pregón haya cogido cuerpo, y los nervios del comienzo dé paso a la confianza, todos nosotros, estaremos aquí para escucharte.

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Más tarde, cuando lo escrito se desgrana teniendo su sen-tido y todos tus sentimientos vayan encajando en su sitio, cuando tú Pregón inunde ya por completo este teatro, noso-tros tus amigos, estaremos aquí para darte ánimos a seguir.

Y cuando por fin, las últimas frases silencien tu voz, y ésta dé paso a los aplausos, y los abrazos del público, nosotros, seguiremos estando aquí, orgullosos de tu Pregón y sobre todo orgullosos de ti.

Porque eso querido pregonero es lo que hacen los amigos, se protegen ante el miedo y las incertidumbres, se escuchan en los momentos felices y principalmente en los difíciles, se aplauden en sus éxitos y se ayudan a levantarse en sus tro-piezos, y sobre todo, estamos extraordinariamente satisfechos de ser tus amigos, así es sencillamente como nos sentimos nosotros, muchas gracias.

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a Isabel, por su unión, constancia y paciencia,

a Marta, Elena, Nicolás y Juan, nuestros hijos,

a mi Padre, del que siempre he sentido su pérdida,

se fue temprano, no nos disfrutó, ni le disfrutamos,

a mi Madre, por la búsqueda de la mejoría de su familia,

a mis hermanos Luy y Manolo, crecimos juntos,

a mis familias más cercanas, que me han soportado,

a mis amigos, gracias,

a los que he podido herir, les pido perdón.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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La JErusaLén cErcana

Y Jesús llegando desde lejos con sus seguidores, a lomos de un asno, entró en Anapote, en Ayamonte, a orillas

del rio Anas, por la vía militar, la calzada romana que viene de Emérita Augusta trazada sobre la primitiva vía natural desde Ossónoba, a través del camino de la Escarbá y lo seguía una gran muchedumbre, llegando a lo alto de una cima, justo al lado se ubica una pequeña fortaleza o castillo que domina el último tramo del rio hasta la desembocadura y sirve de vigía a los habitantes de la zona.

A las puertas de la urbe se reúnen algunos de sus habi-tantes, y todos le acompañan, llevando palmas y cantando himnos de alegría por la venida del enviado.

Acampó en las inmediaciones de la confluencia de la cal-zada con el camino que lleva a las marismas de los esteros, en la era donde se aventaba el trigo para alimento y que después fue la de los Enamorados y comenzó a instruir a sus seguidores y a predicar las enseñanzas de su Padre, y hablar de justicia, de igualdad, de paz, de amor.

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Llegaron las noticias a los responsables del gobierno del pueblo y cuando apareció en el Solá, a la falda de la for-taleza, cerca de donde con el tiempo estuvo un primitivo templo dedicado a San Mateo y que después se llamó del Señor y Salvador, fue acusado de blasfemo, de traidor y de soliviantar a las masas; lo prendieron, lo ataron, lo juz-garon y lo cargaron con la cruz, llevándolo por las calles de la Amargura y Buscarruidos hasta la plaza del que sería convento franciscano de la caridad y era bañada por el río, situada por detrás del callejón largo que une el camino real con la arrecife; en la plaza fue consolado por sus seguidores y ayudado a llevar la Cruz.

Lo levantaron y continuó por la Barranca, pasaron por el antiguo convento de las clarisas y llegaron a la zona baja, a la ribera, que colindaba con el río y de allí lo hicieron subir a lo alto de una colina por un camino empedrado o arrecife, pasando justo al lado de lo que sería el refugio de los merce-darios redentores descalzos; lo despojaron de sus vestiduras y lo crucificaron. Le infringieron sufrimientos hasta la exte-nuación de cualquier ser humano.

Al atardecer de aquel día, cuando se nubló el mundo, cuando las nubes aparecían por el sur y una tempestad se ciñó sobre el pueblo y embraveció el río, una parecida a la que devolvió la efigie de la Madre a Anapote, Jesús expiró y rindió el espíritu.

Y ya en la Cruz, como había muerto, con una lanza le hi-rieron en el costado y al punto salió sangre y agua.

Fue entregado a sus seguidores que lo trasladaron a lo alto de una montaña, junto a la ermita de San Roque, que en siglos posteriores sería el lugar de descanso de los muertos, donde fue introducido en una gruta y tapado con una losa.

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Al tercer día cuando fueron a ver el lugar, el cuerpo de Je-sús no estaba allí. Volvieron consternados hasta la plaza que confluía en el centro y que estaba junto al río, plaza que era una laguna porque se llenaba de agua en la crecida; y cuando iban bajando por las calles empedradas, llegando a la Peli-gros, se encontraron con un forastero que les preguntó qué había pasado, le narraron lo sucedido y les dijo que confiaran en su Maestro, que habría resucitado. A orillas de la laguna, en la plaza, justo al lado donde se construyó la capilla de la Expiración, que más tarde sería el templo patronal, pudieron observar cómo el forastero se les había adelantado y al mo-mento de dar el sermón con sus enseñanzas, comprobaron que era el mismo Cristo, había resucitado.

Muchos han sido los que han cantado a Jesús a lo largo de los tiempos. Los místicos españoles y otros lo hicieron en soneto.

Uno de ellos se atribuye al escritor San Juan de Ávila, hoy doctor de la Iglesia, es el que anuncia la voluntad del cristiano de seguir a Dios a pesar de que no existiera la tierra prometida.

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No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,

y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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saLutación

Párroco Solidario de las Parroquias de Ayamonte.

Alcalde Presidente del Ilmo. Ayuntamiento.

Presidente de Agrupación de Cofradías y Hermandades de Semana Santa. Con tu permiso, me cuelgo la medalla de la Agrupación que tuve el honor de presidir, como signo de unión con el mundo cofrade, al que dedico este pregón.

Secretario de la Agrupación, fedatario público del aconte-cer cofrade.

Amigo Juan Galán, autor de nuestro cartel anunciador de la Semana Mayor.

Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno de Agrupación y de las Hermandades de Semana Santa.

Consejos Pastorales Parroquiales.

Grupos Cristianos.

Autoridades, amigos.

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Gracias por estar en este lugar, tradicional punto de en-cuentro del arranque cofrade de la ciudad. Desde esta maña-na se ha abierto el pórtico de la Semana Mayor.

Mi querido amigo y hermano José Antonio, hace tiempo que nos unió la amistad, te agradezco sinceramente tus pa-labras, sé que has hablado con el corazón y quiero expresar-te públicamente mi gratitud por el incondicional apoyo que siempre me has brindado, por estar juntos en estos últimos años, que nos ha servido para consolidar nuestras relaciones y la del grupo al que hemos pertenecido.

El día de San Antonio del pasado año, la Junta de Gobier-no de Agrupación con su Presidente al frente me propusieron la idea de ser pregonero, comentaron que habían pensado en mí por el tiempo de trabajo y como punto culminante a la de-dicación que durante diez años he tenido para con la Semana Santa a través de la Agrupación.

No me pude negar a aceptar tal propuesta porque me brin-daba la oportunidad de expresar mis vivencias y las adqui-ridas.

No obstante cuando hice mío el ofrecimiento, pensé in-mediatamente que el reconocimiento a la labor desarrollada no era sólo de quien les habla; detrás siempre hubo y hay un grupo de personas que, entre todos, pusimos nuestro grano de arena en beneficio de los demás.

Este pregón es de cuantos han hecho posible estos diez años de trabajo, a ellos quiero rendirles un reconocimiento por la labor que han realizado de forma callada.

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Por su constancia, trabajo, unión y amistad. José Anto-nio, Antonio Manteca, Juan Carlos Montes, Espe, Mayka, Juan Morales, Pepito, Simón, Contreras, Kiko, Viera, Mamen y Emilio, por no dejar de mencionar, en la sede, a Antonio González y a Manuela Chica. Y finalmente la ayuda inesti-mable en esos dos años y medio últimos de Carlos, el sacer-dote, la persona, el amigo, que fortaleció enormemente la labor de todos. Fuimos y seguimos siendo consejeros unos de otros, eso nos unió y nos sigue permitiendo ser un grupo de amigos.

Les puedo asegurar que sin ellos, sin el trabajo comu-nitario, no hubiera sido posible llevar aquél camino hacia adelante.

Quiero igualmente con enorme humildad, pediros a todos permiso para presentar nuestras reflexiones, nuestro modo de ver y de cantar la Semana Santa y la actitud que entende-mos debemos tener para vivir la Pasión, Muerte y Resurrec-ción de Cristo, tanto en los desfiles procesionales como en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual, y sobre todo en el quehacer diario como personas, como integrantes de Hermandades y como responsables de ellas, con nuestras vi-vencias, pensamientos y compromiso de cristianos.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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Entrada

Pasaron los años, pasaron las centurias y Ayamonte se convirtió en Jerusalén; los cristianos se organizaron

para buscar entre todos formas de ayudarse. Y nacieron las Hermandades, que unían a personas del mismo gremio de trabajadores. Podemos citar la Hermandad gremial de los marineros que se ubicó en la Capilla de San Antonio a fi-nales del siglo XVI; la Sacramental de las Angustias o la Cofradía del Santo Entierro y Soledad, del templo de San Francisco, llegando al Ayamonte fraterno que ahora cono-cemos en el que subsisten algunas fundadas en la mitad del mencionado siglo.

Ayamonte es Iglesia, no la formada por las paredes de nuestros templos, ni la formada por los sacerdotes, sino la de todos los cristianos, la Iglesia somos todos. Se escucha decir: “no creo en los curas, no creo en la Iglesia”, a veces por manifestaciones de dirigentes que no hacen bien a la causa; no hay que creer en la Iglesia como ente inmaterial, hay que creer en Dios, hay que creer en el prójimo, en la Iglesia que todos formamos junto con los sacerdotes, repre-sentantes de Cristo.

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Los evangelistas describen en la liturgia de la bendición de palmas del Domingo de Ramos, que “Jesús echó a andar de-lante, subiendo hacia Jerusalén, junto con sus discípulos. Al acercarse a Betania, junto al monte de los Olivos, los mandó a que fueran a la aldea de enfrente, donde encontrarían una borrica atada con su pollino, les pidió que lo desataran y se lo trajeran.

Los discípulos pusieron encima sus mantos y Jesús se montó. La multitud se extendió por el camino que bajaba del monte de los Olivos y la muchedumbre cortaban ramas de árboles y, entusiasmados, alababan a Dios.”

JESÚS ENTRA TRIUNFANTE EN JERUSALÉN a lomos de un pollino y sabe que es el inicio de su final terrenal.

Ayamonte en mañana de Domingo de Ramos se hace Je-rusalén y abre las puertas parroquiales de sus murallas de las Angustias, para que Jesús entre en nosotros y salga de la Pa-rroquia, y debemos de abrir nuestra puerta del corazón para recibir a Jesús, recibirlo con las palmas bendecidas que nos entregarán para acompañarle, abrir nuestra vida a Jesús que no es otra cosa que abrirla al prójimo.

Jesús iba rodeado de una muchedumbre y de seguidores; nos reunimos en torno a Él a través de las Hermandades. Tenemos que ser conscientes y defender la unidad de grupo dentro del seno de las mismas, ya que dará fuerza para llevar a cabo el trabajo evangelizador que supone.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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La unidad es imprescindible, dentro de cada Hermandad y de éstas con la Agrupación, eso hará comprendernos mejor; se tiene que trabajar todo el año, no solamente en la búsque-da de recursos económicos, sino en la del bien común, con formalización de actividades encaminadas a glorificar a Dios, a potenciar al hombre.

Lo mismo que se hace necesaria la unidad de los regidores de las Hermandades con los que han dejado de serlos. Parece existir un sentimiento de que hay que ir contra los que han estado o que lo han hecho mal; haberse comprometido ya supone un reconocimiento y lo que debemos pensar es que tenemos que continuar el camino y mejorarlo, y que muchos de ellos pueden ser útiles, dada su experiencia y apoyo.

Hermanos, nos hace falta ayuda y humildad para cohesio-nar el grupo y aprender todos de todos.

María, aunque en la pasión los evangelios no la nombran muchas veces, si es verdad que como Madre estaría siempre al lado de su hijo o cercana a Él. Ella cuando se apareció en Fátima pidió que rezaran el rosario.

Desde el principio de la Iglesia los cristianos rezaban los salmos como hicieron los judíos. Más tarde, en muchos de los monasterios se rezaban los 150 salmos cada día. Los laicos devotos no podían rezar tanto, pero querían imitar a los mon-jes. Ya en el siglo IX había en Irlanda la costumbre de hacer nudos en un cordel para contar, en vez de los salmos, las Ave Marías. Los misioneros propagaron la costumbre en Europa.

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Fue la Virgen en persona quien enseñó a Santo Domingo de Guzmán en el siglo XII a rezar el rosario y que lo extendie-ra como arma poderosa en contra de los enemigos de la fe.

¡A la Virgen le encanta el rosario!

Cuando se apareció en Lourdes llevaba un rosario en las manos y fue en Fátima, en la aparición a los pastores, cuando llevando un rosario, se identificó con el título de “La Señora del Rosario”.

Y MARÍA DEL ROSARIO, que hace lo imposible por salir de su templo de la Merced por esa puerta que se estrecha, se aparece al pueblo en la calle Jovellanos, llevando rosarios, rosarios de cuentas donadas, de intenciones, de promesas, de familias, de mujeres trabajadoras; María, la Virgen del Rosa-rio, nos dice que quien lo rece constantemente recibirá cual-quier gracia que pida, que dará su protección, que el rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia de Dios.

Ella va repartiendo amor y dando vida a quienes rezan esa oración que lleva el nombre de su advocación.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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HuErto

“Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Su madre, María, la hija de Cleofás

y María Magdalena le suplicaron con ansia que no fuera, porque corría el rumor de que querían cogerle.

Jesús las consoló, les dijo que por su causa iban a caer todos, replicándole Pedro que él no caería, asegurándole que antes de que el gallo cantara, le habría negado.

Se dirigieron al huerto que llaman Getsemaní y se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan y empezó a sentir terror y an-gustia.

Adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que se alejase de él aquél cáliz. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo animaba. En medio de su angustia, oraba con más insistencia. Y le bajaba hasta el suelo un sudor como de gotas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, encontrándolos dormidos.”

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Jesús en la ORACIÓN EN EL HUERTO se arrodilla, se pos-tra en tierra. La oración, la plegaria, el hablar con Dios. Él lo hizo en aquellos terribles momentos; es fundamental orar. El cristiano, el cofrade tiene que profundizar en la oración, en la oración comunitaria, en la oración personal, en la oración familiar, en la lectura creyente de la palabra, en desgranar nuestros evangelios, que es la palabra de Dios y la única for-ma de adquirir fortaleza en las creencias.

Los evangelios, la biblia, es el libro maestro que no so-lamente debemos tener en nuestras estanterías, sino leerlo, interpretarlo y buscar en su palabra el Amor de Dios.

Las hermandades se deben responsabilizar cada vez más en dar a sus hermanos catequesis de formación para llegar a convertirse en catequistas; creemos que porque estamos en ellas ya conocemos todo, o estamos más preparados que otros, o que es tontería lo de orar, o que a nosotros no nos hace falta.

Es necesario imitar a Jesús en la oración.

A veces somos como Pedro, lo sacamos en procesión, pero negamos su existencia y nuestra relación con Él. No somos valientes en reconocer lo que somos: cristianos; nos da ver-güenza ante el mundo, parece que eso no se lleva, además de que permitimos que se mofen de Jesús y de nuestras creen-cias, y no somos capaces de refutar, de ser consecuentes, de decir basta; todos tenemos la libertad de pensar y de mani-festarnos, pero siempre respetándonos y en ese respeto está el de creer en Cristo y ser sus seguidores.

José Nicolás Jesús RodRíguez

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El Huerto de los Olivos, lugar de la traición y de la oración sigue existiendo hoy en día. Existen donde hay guerras y se hacinan millones de refugiados; continúa donde hay gente postrada por la angustia o enfermos abandonados; allí donde se suda sangre por la desesperación, por el dolor y nosotros debemos orar a Dios, pedirle que cese el sufrimiento de esos hermanos.

Pensamos por qué Dios permite desgracias; no es Dios, Él nos ha dado la libertad para que nos manejemos y somos no-sotros, los hombres, las mujeres y los hombres quienes usa-mos mal esa libertad a favor de nuestros egoísmos persona-les y provocamos los conflictos entre las personas, conflictos que no son necesariamente guerras al estilo tradicional, sino conflictos de desprecios, de no solidaridad, de buscar nuestro interés y olvidarnos del ajeno.

Orando ayudaremos a acercarnos a Cristo y comprendere-mos que podemos trabajar por los demás.

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Y dijo el poeta:

Dime que es verdad aquél senderoque se perdía entre la paz del prado;

aquél otero puro que he miradoyo tantas veces con candor primero.

Dime que era verdad aquél luceroque se incendia casi a nuestro lado.

Di que es verdad que vale un mundo amadoy un cuerpo roto en un vivir sincero.

Di que es verdad que vale haber sufridoy haber estado entre la mar sombría;

que vale haber luchado, haber perdido.

Haber vencido a la melancolía,haber estado en el dolor, dormido,sin despertar, cuando llegaba el día

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prEndimiEnto

“Entonces se acercaron a Jesús le echaron mano y lo prendieron con la brutalidad que impone un ver-

dugo. Le ataron las manos sobre el pecho y los puños debajo de los codos contrarios. Alrededor de la cintura le pusieron una especie de cinturón con puntas de hierro; al cuello una especie de collar de puntas del que salían dos correas que sujetaban al cinturón.

Encendieron las antorchas y la procesión se puso en mar-cha. Diez soldados delante; le seguían los esbirros que iban tirando de Jesús por las cuerdas; detrás los fariseos y detrás otros diez soldados que cerraban la marcha”

Atado, atado y CAUTIVO fue Jesús, prendido por su gene-rosidad con el mundo, con el hombre; hoy seremos conscien-tes de esa atadura y debemos liberarlo para que esa libertad sea la contraseña de nuestro vivir.

Jesús va en procesión, lo llevan en procesión a la muerte y lo acompañan, no solamente el traidor y los verdugos, sino algunos de los discípulos que le siguieron desde lejos.

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Debemos tener claro que ir en una procesión, en una Esta-ción de Penitencia, no es pasar un rato, o ir “vestido” de pe-nitente, o “llevar un cirio”. Seamos conscientes que ir en una estación de penitencia es ir acompañando a Jesús, rezando por Él, o simplemente callado, pero de penitencia, de reco-gimiento. Tenemos que exigir y mantener que los nazarenos tengan una pauta y comportamiento acorde, pues parece que vamos de paseo: comiendo, charlando…

Es un trabajo arduo pero necesario.

El desfile procesional, debe ser un todo, un conjunto, una única manifestación de fe.

Cuidar entre todos, que llevar a Cristo y a María por las calles, es pregonar nuestra fe; a veces puede parecer que una misma Hermandad tiene varios desfiles en la calle, los pasos con nuestras imágenes, los tramos de nazarenos o penitentes, las insignias. No, todo es un conjunto y hay que mantenerlo, no por estética, que también, sino por el sentido que debe te-ner; el mismo sentido que damos a las salidas procesionales, que se inician con el rezo de una oración comunitaria dentro del templo, como reflexión.

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Jesús fue llevado atado, pero tuvo una tranquilidad hacia sus verdugos y para sus discípulos no hizo más que trans-mitir paz. Lo hizo con ellos y con las mujeres que le acom-pañaban.

Esa paz es la que se necesita, la de perdonar al opresor, al enemigo, al que te traiciona, la Paz que irradia María cuando procesiona.

La paz, eso tan necesario;

se necesita paz de espíritu para cada uno;

paz en nuestras familias para poder ser un ejemplo entre ellos;

paz en el conjunto de nuestra sociedad;

paz entre nosotros, nos conozcamos o no

y paz en el mundo

y eso sólo se puede conseguir si somos capaces de ayudar a que lleven una vida digna.

MARÍA DE LA PAz concede ese don a quienes llevan el sufrimiento físico y espiritual, y recorre nuestras calles porta-da por la cerviz de jóvenes; jóvenes que tanto las Hermanda-des como la Iglesia deben de saber llamar y hacerles ver que Cristo no es cosa de viejos, de mayores; que Cristo, que Jesús necesita de la juventud, que en la Iglesia es imprescindible la presencia de los jóvenes para que sepan asumir el compro-miso de cristianos; las Hermandades y la Iglesia tienen que admitirlo y reclamar a la juventud su presencia, sus aporta-ciones y sean la savia nueva para continuar el camino.

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camino dE La cruz

Me contaba un amigo que el pasado miércoles santo fue a la Parroquia de las Angustias con su mujer

que padecía una enfermedad incurable, la habían acercado en coche desde casa, porque ella quería estar un rato al lado de JESÚS DE LA PASIÓN.

Entraron en la iglesia mientras se formalizaba la salida pro-cesional; la cofradía se ordenó y levantó el paso de Pasión, al discurrir por su lado, su mujer quedó extasiada; cuando toda la procesión estaba en la calle le dijo para volver a casa te-niendo en cuenta como estaba; ella, que casi no podía andar ni permanecer por los sufrimientos de la grave enfermedad, dijo que no, que iba a ir andando un rato detrás, quería verlo en otra zona y rezarle nuevamente.

Tan fue así que salieron andando y llegaron a la calle Huel-va, justo en la Plaza del Rosario, se situaron frente a la puerta de la Casa Grande, que fue del Alcaide de esta ciudad. Llega-ban los nazarenos portando las velas y la luz de éstas dejaban

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entrever la llegada majestuosa de Jesús de la Pasión, que apa-rece en el fondo de la calle y que se le acercaba lentamente. Al llegar a su altura, el paso paró, ella le miró y la luz que iluminaba su caminar, le penetró como un rayo de vida, como un rayo de esperanza. Estuvo delante de ellos un rato.

Cuando Jesús volvió a desaparecer, le dijo su mujer que era hora de irse. Aquél hombre no pudo precisar qué paso, sí lo pudo pensar: Jesús, en esa pasión, cargó con la cruz de la enfermedad de su compañera y le dio fuerzas para seguir.

Y Jesús continuó con ella, porque casi tres meses después, incrementada su terrible enfermedad, le infundió un estado físico que le hizo irse sin el más mínimo dolor y de la forma más dulce posible. Esto realmente sucedió.

Jesús hace más leve la carga de nuestras debilidades, Él que camina y es llevado en la tarde noche de miércoles santo, condenado por un poder establecido.

Debemos ser conscientes en ayudar a los demás y para ello comprometernos de una forma clara y contundente en la vida de nuestra ciudad, en la participación en sus colectivos y en su vida pública. No podemos estar impasibles a la dejadez ni al descuido. Tenemos que trabajar para intentar mejorar nuestro sistema de vida.

Exijamos a nuestros representantes que trabajen por los ciudadanos, que dejen a un lado sus intereses personales o los de los partidos que representan; recordarles que han sido elegidos por y para el pueblo y que tienen autoridad para hacer las cosas, pero esa autoridad no es un privilegio al ser-vicio del capricho humano, la autoridad es un servicio a la comunidad, la autoridad debe estar para servir al derecho y a la justicia, sobre todo de los más débiles.

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Hablan los evangelistas que “Pilatos les soltó a Barrabás, que era un bandido, y a Jesús, después de azotarlo, lo entre-gó para que lo crucificaran. Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura, y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha, y se arrodillaban y se burlaban y le escupían.

Y lo llevaron a crucificar, cargándole con la cruz.”

Fue tal el sufrimiento que le inflingieron que Jesús cayó, al menos, tres veces por el peso de la cruz.

A JESÚS CAÍDO le seguían un gran gentío del pueblo, movidos unos por la pena de ver lo que le estaba pasando al Maestro, y otros por la curiosidad.

Jesús en su caída sale de su iglesia parroquial con los ra-yos de sol de frente y por el interior, a contraluz, dibujando esa hermosa silueta con el humo del incienso rodeándolo y lo hace por la puerta del Perdón. Nunca podría tener más significado esa salida procesional para el hombre, Jesús de-rrumbado perdonando a todos y ante una gran muchedumbre en la plaza del Salvador.

Somos muchos los que vemos la pasión de Jesús, unos impulsados por nuestras creencias y otros por la curiosidad del acontecimiento y la riqueza patrimonial de las imágenes y los pasos.

Hacernos hermanos de las hermandades para sentirnos co-frades y nazarenos de ellas, no debe suponer sólo pagar una cuota más en nuestra vida, por el compromiso de un amigo o conocido para incrementar la lista de hermanos.

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Ese sentimiento cofrade de pertenecer a una hermandad, tenemos que hacerlo por convencimiento y plasmarlo real-mente en nuestro vivir, en nuestras actitudes de persona y simbólicamente en la Estación de Penitencia. Con eso lle-garemos a una participación más activa para los fines que perseguimos.

Le seguían su Madre y otras mujeres. Y volviéndose hacia ellas, les dijo: “hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado.”

Lamentos de las mujeres, María, la Madre, iba con ellas, amar-gura, MARÍA DE LA AMARGURA siempre al lado de su Hijo.

Amargura es llamada la calle por la que fue conducido Jesús con la cruz a cuestas y Amargura es la advocación que acompaña a su Hijo, amargura de seguirle desde el Pretorio hasta el sitio donde le cargaron, de ver sus caídas, simboli-zado muchos años en la Cruz con el sudario que emergía de su manto, plasmando la voluntad de la Madre de seguirlo, y amargura es lo que sufre Jesús en la agonía de Getsemaní.

La Virgen de la Amargura va detrás de su Hijo, cuando estuvo en el huerto toda una noche o cuando va con la cruz, escuchando y recogiendo las innumerables plegarias que los fieles, los creyentes y los que no lo son le hacen al pasar, en petición de la mejoría de su esposa o de su marido, de la búsqueda de su hijo perdido en los dominios de la oscuri-dad, de la paz, de la salud del vecino o del cobijo del amigo que se ha marchado.

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Es curioso cómo aún las personas que dicen no creer ni en Cristo ni en María, en los momentos difíciles de la vida o en los de su familia, se acercan y le hacen promesas, le acom-pañan en su caminar, le visitan asiduamente y además van rezando, van orando, van hablando con ellos.

“Veintiséis pasos había desde el Pretorio, lugar en el que fue condenado a muerte, hasta el sitio donde le cargaron con la cruz; de aquí al lugar donde cayó la primera vez con la cruz, ochenta pasos y desde este sitio había sesenta y un pasos hasta el lugar donde una piadosa tradición enseña que salió al encuentro de Jesús su Madre, con Juan y las mujeres que le acompañaban. Del lugar del Encuentro, llamado ge-neralmente el Pasmo de la Virgen, hasta el lugar donde fue alquilado y forzado Simón Cirineo, el padre de Alejandro y de Rufo, para portar la cruz, había sesenta y dos pasos.”

Muchos pasos hay entre la capilla del Socorro lugar en que carga con la Cruz Jesús y la Parroquia del Salvador donde descansa el domingo de Señas.

Una continuidad de pasos desde cada uno de nuestros hogares hasta la calle Galdames, cuando sale PADRE JESÚS NAzARENO a las dos de la mañana y el pueblo lo espera, es-pera al Señor y lo hace para pedirle por los problemas de cada uno, y lo esperan las innumerables promesas que le acompa-ñarán toda la noche, y lo esperan cirineos y no estarán todos, los que se han ido le acompañarán en la Pasión del Jerusalén celestial; y caminará setenta pasos desde su capilla hasta lo alto de la Villa, en la calle Socorro, los mismos que le separan de su madre durante toda la noche.

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Y Él que es el socorro de la vida, al que todo Ayamonte se une y le visita y le pide, porque Jesús Nazareno que se baja al estrado de su presbiterio en cuaresma para que nos acerquemos a Él y sintamos cercano su dolor y sufrimiento, esa noche sube, sube para desde lo alto derramar su gracia y tomar Él nuestra carga.

Camina portado por hombros de hombres, y ciento veinte pasos más adelante lo hace por esas calles empedradas, ba-jando por la Amargura y de allí al centro de la urbe con más de dos mil trece pasos, donde visitará a su Madre Patronal y hablará con Ella sobre sus hijos ayamontinos.

Y Padre Jesús anda bajo los hombros de personas, de cre-yentes, de cristianos; lo portan los “cargaores”, siendo los sustentos de otras advocaciones ayamontinas, los costaleros. Es el “cargaor”, es el costalero, quienes lo están llevando con mimo y cuidado.

Debemos ser conscientes del valor humano y de trabajo que comprende el mundo de los costaleros y de los “cargao-res”; es un potencial humano que puede estar aún por descu-brir en su totalidad.

Hay que cuidarles, hay que impregnarles esa necesidad de ser hermanos de verdad, de que sus voces sean oídas y hay que buscar fórmulas que permitan el acercamiento de nuevos valores para ser portadores de Cristo y María.

Las Hermandades cada vez más son conscientes de esa rea-lidad y a ellos debemos dedicarnos durante todo el año, para hacer ver que ser “cargaor” o costalero no se es solamente en cuaresma, en los ensayos o el día de la Estación de Peniten-cia; ser “cargaor” o costalero es ser un miembro más de esa Hermandad, participar de ella, estar en ella, ser hermano.

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góLgota

“Se pusieron en marcha, Jesús, doblado bajo su carga y los golpes de sus verdugos, subió el camino que

se dirigía al norte, entre las murallas de la ciudad y el monte Calvario y llegaron al Gólgota, el lugar de La Calavera.

Sacaron a Jesús, le quitaron la túnica y arrancaron con violencia la corona de espinas de la cabeza, lo hicieron sentar con un lienzo que le cubría los riñones y le pusieron nueva-mente la corona sobre la cabeza y le ofrecieron vino con hiel. Jesús mojó sus labios, pero no quiso tomarlo. Lo extendieron sobre la cruz, lo ataron fuertemente, le oprimieron el pecho, otro verdugo le abrió la mano y un tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo y lo clavó con un martillo de hierro; lo mismo hicieron con la otra mano. Después le ata-ron los pies uno sobre otro, lo apoyaron al pedazo de madera y con un clavo de mayor dimensión, y de un golpe seco, los atravesaron.

Lo izaron y lo crucificaron allí, a media mañana, con dos malhechores, y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte.

Las autoridades le hacían muecas y ordenaron colocar el letrero de la acusación JESÚS EL NAZARENO, EL REY DE LOS JUDIOS.”

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Y el Domingo de Ramos adelantándose al momento pasio-nal, como queriendo culminar cuanto antes la entrega total de Jesús a la salvación del ser humano, por la tarde noche, nos acompaña el AMOR.

Poco más que hablar, esa palabra lo dice todo, lo abarca todo.

Y no hay más amor que dar todo por su semejante. En esto tenemos la responsabilidad mayor, que es la de ayudar al prójimo. La caridad se hace necesaria en nuestras vidas y es lo que predica Jesús, es la ayuda al necesitado, como ayudó el samaritano, la ayuda con ropas a modo de las que tenía Jesús, que se las repartieron.

La caridad, que no sólo es dar alimentos, que son muy necesarios; que es enseñar al que no tiene o no sabe valerse por sí mismo; el visitar a los necesitados; estar al lado del enfermo, lo conozcamos o no; al lado del que se encuentra solo; la de acompañar al moribundo.

Ayamonte está tomando conciencia, la iglesia, esa Iglesia que formamos todos, poco a poco va consolidando el proyec-to de Cáritas de ayuda al necesitado, con el Economato Social San Vicente de Paul.

Sobre todo en estos tiempos, en que la depresión económi-ca que venimos sufriendo se traduce que a muchas familias se les esté acabando el paro o se les haya acabado, se les esté acabando las esperanzas de vida, porque son conscientes de que es imposible la remontada, porque no hay trabajo, por-que cada vez es más difícil buscar soluciones a los problemas. Las necesidades de familias hacen que se llegue al borde de la desesperación.

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Estamos en la grave situación económica también, por el ego y las ambiciones de muchos que mueven los hilos del po-der. Nadie asume sus responsabilidades de lo que ha ocurrido y está ocurriendo. Nadie pide perdón de los desastres, aunque sea desde el punto de vista humano.

Tenemos que conseguir que a los pobres se les acabe su situación; que demos de comer a los hambrientos, que son muchos y cada vez son más; que los que más tienen se que-den con lo estrictamente necesario, ya que las riquezas se reparten de forma desigual; que los que se creen los prime-ros ocupen el último lugar; que los asientos son iguales para todos, para escuchar y ayudar; si conseguimos eso, haremos realidad la auténtica revolución de Jesús.

Caridad es también buscar soluciones a muchos niños que se encuentran abandonados o que, no estándolos totalmen-te, sí precisan un cobijo y un apoyo con el que puedan sa-lir adelante. Se hace necesario, dentro de las posibilidades, que profundicemos en nuestros corazones para poder llevar a cabo esa labor tan humanitaria y cristiana de darles a los niños una ilusión en sus vidas. Así por ejemplo, la que se han venido realizando por familias de acoger temporalmente ni-ños de otros países que están marcados por la contaminación nuclear o por el hambre y la falta de atención sanitaria, y pa-san entre nosotros temporadas que le hacen resurgir con una esperanza de vida que antes no tenían; o también por qué no, la de acoger a niños de nuestra misma ciudad para facilitarles una vida algo mejor de la que hubieran podido tener.

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En definitiva, que si no ejercemos el amor con el prójimo, de nada nos servirá pasear a Cristo del Amor por las calles en tarde noche de Domingo de Ramos, porque su Estación de Pe-nitencia debe ser el punto de partida de esa caridad cristiana que tenemos que ejercer.

“La Virgen, después del doloroso encuentro con Jesús, se retiró; pero su amor maternal y el deseo ardiente de estar con su Hijo crecía cada instante. Fue a casa de Lázaro, donde estaban las otras mujeres, se juntaron para seguir el camino de la Pasión.

Después se dirigieron todas hacia el Gólgota. La Madre de Jesús y Juan, se acercaron; Marta y otras se detuvieron a cierta distancia con Magdalena, que estaba como fuera de sí.

¡Qué espectáculo para María el ver este sitio del supli-cio, los clavos, los martillos, las cuerdas, la terrible cruz, los verdugos, empeñados en hacer los preparativos para la cru-cifixión! La ausencia de Jesús prolongaba su martirio: sabía que estaba vivo, deseaba verlo, y temblaba al pensar en los tormentos que sufriría.”

¿Quiénes son esas santas mujeres en nuestro tiempo? Las Hermanas de la Cruz.

Ellas siguen a Cristo en su caminar hacia el Gólgota y lo contemplan junto a María la Madre de Jesús; ellas, como María, son el SOCORRO en la vida de muchos ayamontinos. La Virgen del Socorro, talla preciosa, que con su cara atrae a quien la contempla.

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A las Hermanas de la Cruz no les importan quiénes son los que llaman a su puerta, si les llaman están allí para ayudar, para quitar los clavos del sufrimiento; lo hacen escuchando, con dinero, con comidas, dando incluso la suya; estando al lado del enfermo durante noches y noches; al lado del mori-bundo y rezando por él; como a María no les importan qué digan o dejen de decir, las Hermanas de la Cruz son las que cargan un poco con nuestra cruz.

Y tan es así que Ayamonte entero, sus Hermandades, sus asociaciones, los cristianos y los que dicen que no lo son, no tenemos por menos que admitir y aceptar la labor desintere-sada de esas santas mujeres. Todas las estaciones de peniten-cia hacen su caminar por el convento para que, detrás de esas rejas de amor, puedan contemplar los momentos pasionales de Cristo y María.

Se les reconoció con la imagen a Santa Ángela y se les tiene que seguir agradeciendo, ayudándoles para que ellas ayuden.

Cristo del Amor, María del Socorro, Hermanas de la Cruz, en Ayamonte, conjunción perfecta.

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muErtE

“Por la pérdida de sangre, el cuerpo de Jesús estaba pálido, y dijo: “Tengo sed”. Uno de los soldados

mojó una esponja en vinagre, y habiéndola rociado de hiel, la puso en la punta de su lanza para presentarla a la boca del Señor. Y dijo: “Cuando mi voz no se oiga más, la boca de los muertos hablarán”. Entonces gritaron: “Blasfema to-davía”.

La hora había llegado: un sudor frío corrió sus miembros, Juan limpiaba los pies de Jesús con su sudario. Magdalena, partida de dolor, se apoyaba detrás de la cruz. La Virgen de pie entre Jesús y el buen ladrón, miraba el rostro de su Hijo moribundo.

Entonces Jesús dijo: “¡Todo está consumado!”. Después alzó la cabeza y gritó en alta voz: “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Fue un grito fuerte que penetró el cielo y la tierra: enseguida inclinó la cabeza, y rindió el espí-ritu, la tierra tembló y se abrió.”

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Y las puertas del templo se abren cada año, el templo de los mercedarios descalzos abre sus puertas para que Jesús, CRIS-TO DE LA BUENA MUERTE, inclinando no la cabeza sino su cuerpo entero sobre el madero, salga apuntando a poniente, a los rayos del sol que desaparece sobre el horizonte.

No podemos decir que la muerte que tuvo fuera, desde el punto de vista humano, una buena muerte, pero Él decidió que así pasara para poder cumplir con lo que su Padre le ha-bía encomendado.

La misma que han padecido muchas personas y que han tenido en estos últimos tiempos algunos amigos y amigas en fase terminal de enfermedad maligna.

La que tienen otras cuando, teniendo un claro miedo, Cris-to les da la tranquilidad del sueño para que puedan pasar a la vida eterna.

Tranquilidad de espíritu que impregna a las familias cuan-do llegan esos momentos tan temidos.

Seguro que el Cristo de la Buena Muerte, les infundió ese sosiego para pasar ese momento trágico del ser humano.

Cristo está en la calle, en la oscuridad de la noche y en el madero y es abrazado por las palmeras, arropado por el blanco de las fachadas, simbolizado en la túnica y capirote de sus nazarenos.

Buena muerte material de muchas personas y seres hu-manos que son oprimidos: del obrero, del jubilado, del de-pendiente, de todos aquellos que ven mermados sus derechos sociales y económicos, como consecuencia de la desaparición del dinero, de ese dinero que, unos pocos, han malgastado y beneficiado, otros han apoyado y después gravan la vida material, económica y familiar del más vulnerable.

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Al Cristo de la Buena Muerte no lo tenemos que sacar a la calle para verlo y contemplarlo, sino para seguir su ejemplo, reivindicando la justicia social para los ciudadanos.

En todo el caminar, como siempre ocurre en la vida está la Madre. “Ella en los momentos de la pasión de su hijo, pedía interiormente que Jesús la dejara morir con Él. El Salvador la miraba con una ternura inefable, y volviendo los ojos hacia Juan, dijo a María: “Mujer, este es tu hijo”. Después dijo a Juan: “Esta es tu Madre”. Juan besó respetuosamente el pie de la cruz del Redentor. La Virgen Santísima se sintió acaba-da de dolor, pensando que el momento se acercaba en que su divino Hijo debía separarse de ella.”

Pero nadie mejor que Ella sabía igualmente que tenía que ser la Esperanza. Esperanza del pobre, esperanza del desvali-do, esperanza del hombre creado por su Hijo, Ella es la espe-ranza para la vida de quienes se ganan el sustento en la mar, esa mar que a nosotros nos invade desde pequeño y que es campo de vida para muchas familias.

MARÍA DE LA ESPERANzA DEL MAR, que muchos años estuvo paseándose con el cielo como palio, sortea los arcos franciscanos para salir a esa plaza y a este pueblo y reiterar su compromiso como Madre de la Iglesia; tengamos la es-peranza, como la tuvo Ella, esperanza de encontrar al hijo perdido, esperanza de abrazar al pariente lejano, esperanza de ver un renacer del hermano, esperanza de que acaben los enfrentamientos, esperanza, esperanza, virtud sobre la que se tiene que asentar nuestro caminar.

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“Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre el suelo. El centurión Abenadar tenía los ojos fijos en la cara ensan-grentada de Jesús. Cuando el Señor murió, la tierra tembló, abriéndose entre la cruz de Jesús y las de los crucificados con Él. El último grito hizo temblar a todos los que le oyeron. En-tonces fue cuando el centurión tiró su lanza, y gritó: “¡Bendi-to sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; es verdaderamente el Hijo de Dios!”

Era poco más de las tres cuando Jesús rindió el último suspiro.”

Y Jesús murió en la verdadera Cruz, la VERACRUz, la Her-mandad que determina la antigüedad fehaciente de nuestra Semana Mayor. En marzo de 1550 se funda la Cofradía de la Vera Cruz, que centraba su veneración en el misterio de la crucifixión de Cristo, que no se detenía en el momento de asumir la humanidad, sino que completaba el ciclo pascual con la apoteosis del triunfo.

Y son muchos los que pasan en sus vidas una verdadera cruz, a veces incapaces de superar por si mismos; niños, jó-venes, adultos, mayores, personas solas o con carencias de sentidos que tienen que ser necesariamente ayudados para poder desenvolverse en una vida normal.

Cuando la droga hace mella en las personas, se configuran asociaciones como Aspreato, que siguen programas de ayuda para salir de ese mundo, asociación que siendo civil, tiene que ser ayudada por otras como Cáritas y Economato Social para poder darle de comer a los pocos que pueden tener ac-ceso a dichos programas de rehabilitación.

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Cuando nuestros hijos nacen con determinadas defi-ciencias, desde hace años, se puso en marcha la asociación Aprosca, que viene ayudando sistemáticamente a este tipo de personas que necesitan ayudas de especialistas, para hacerles ver que son personas como las demás y que pueden desen-volverse como otros.

Cuando hay niños abandonados o mal cuidados por sus progenitores, se inmiscuía en sus vidas las Unidades Familia-res, la Casa Cuna, que fueron adaptadas a las realidades de familia que les hacían crecer y formarse para ser personas. Hoy desaparecidas de nuestra ciudad.

La voluntad de sus iniciadores fue de hacerlo en Ayamonte para niños, en aquellos momentos de la ciudad, pero la reali-dad social hizo que fueran niños de muchos lugares los que la habitaran y se formaran en la después Casa Cuna, para termi-nar en las Unidades Familiares que fueron funcionando como la mejor solución e integrando a los niños con sus familias y a ambos con el resto de ciudadanos.

Lo principal, los niños, pero Ayamonte ha perdido otra Institución que le caracterizaba.

Cuando los mayores no pueden estar en sus casas porque sus carencias económicas o de vida no les permiten, se invo-lucra en sus vidas la Residencia de Ancianos, centro que, ade-más de dar trabajo a muchas personas como ocurre con los anteriores, desarrolla una labor de amor, cariño, dedicación, cuidado hacia los más desfavorecidos.

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Todos ellos, jóvenes, niños y mayores llevan su verda-dera cruz y a todas esas instituciones debemos de ayudar y exigir de los poderes públicos que no las abandonen, ni en la gestión de recursos, ni en la aportación de medios, ni en el planteamiento de futuro, puesto que las carencias u otros intereses nada más que van en perjuicio de los más desfavorecidos.

La cruz ya no es para nosotros una maldición, sino Evan-gelio, fuente de nueva vida. Sobre esa cruz ha sido derrotada la ley del egoísmo, hasta entonces irresistible.

Jesús ha arrancado de los hombres el miedo a servir, el miedo a ser solida rios, el miedo a no vivir para sí mismos. Con la cruz hemos sido libera dos de la esclavitud de nosotros mismos, de nuestro yo, para alargar las manos y el corazón hasta los confines de la tierra, para hacer sentir a todos el calor y la ternura de Dios que to do lo supera, todo lo cubre, todo lo perdona, todo lo salva.

Pedro María Casaldáliga, religioso, escritor y poeta espa-ñol, que ha permanecido gran parte de su vida en Brasil y vinculado a la teología de la liberación, ha sido un defensor de los derechos de los menos favorecidos. Escribe a Jesús crucificado

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Muerto en el yeso muerto,hablas, vivo, y convocas

nuestras vidas,Señor Crucificado.

Entre el cielo y la tierra,distendido, Tú reinas,bajando en un abrazosobre todo castigo,

echado en un lamentocontra toda esperanza,volando en la victoria

conquistada en la muerte.

Guitarra, tus costillas, grito y canto.Manos y pies, clavados y en camino.

Caída, en alta dádiva, la fraterna cabeza.

Amor inapelable, más fuerteque la muerte.

¡Jesús Crucificado!

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Y estaba MARÍA EN SU SOLEDAD, y la tradición sitúa a la Virgen que se refugió sola en un lugar cercano a la cruci-fixión y que allí permaneció desde el momento que fue con-sumada la Pasión hasta la Resurrección.

Soledad de niños y niñas, hoy hombres y mujeres, que viven alejados de sus padres, porque éstos fueron despojados de sus hijos sin tener en cuenta la más mínima consideración fraternal; Soledad de chicos y chicas recluidos en casas de acogida, porque sus progenitores han rechazado cuidarlos; Soledad de jóvenes que no tienen el menor interés por Cris-to, porque ven en los responsables de la Iglesia o en quienes la formamos, signos de vida y testimonios no coincidentes con lo que creemos y predicamos; Soledad de personas que se refugian en vicios terrenales y no somos capaces de ayu-darles a salir y ver la luz; Soledad de los que no tienen voz para proclamar las carencias de sus vidas; Soledad de los que sienten vergüenza por no tener los mínimos alimentos y no son capaces de pedir.

Soledad de todos, que es la Soledad que María sintió a los pies de la Cruz de su Hijo.

Lope de Vega, detalla con suficiente maestría la mayor soledad de María:

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¡Sin Esposo, porque estabaJosé de la muerte preso;

sin Padre, porque se esconde;sin Hijo, porque está muerto;sin luz, porque llora el sol;

sin voz, porque muere el Verbo;sin alma, ausente la suya;

sin cuerpo, enterrado el cuerpo;sin tierra, que todo es sangre;sin aire, que todo es fuego;sin fuego, que todo es agua;sin agua, que todo es hielo;

con la mayor soledad

“Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque era un día solemne, pidieron a Pilatos que les que-braran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con Él, pero al llegar a Jesús, viendo que ya ha-bía muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza, le traspasó el costado y al punto salió sangre y agua.”

Y la sangre y el agua del costado de Cristo es vida para la humanidad. Y el agua, nunca mejor ese día en nuestra ciudad, que el agua en el que buscan esa vida espiritual y hu-mana, aquellos que trabajan en la mar, jóvenes y hombres de recio carácter y corazón humilde que les arraiga sus creencias en la Virgen del Carmen, meten sus cuellos bajo las trabaja-deras del paso de su Hijo, del CRISTO DE LAS AGUAS, en el momento de la SAGRADA LANzADA.

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Que paradoja de la vida, los hombres de la barriada de la mar, los marineros, los rudos y sencillos marineros, llevando sobre sus hombros al autor de la vida, cargando con sus cuerpos esa Vida que les facilita de la misma manera la vida terrenal.

Y lo alzan y para salir de su templo se arrodillan y Jesús se arrodilla ante el pueblo que le espera, como un signo más de sumisión. Lo llevan por nuestras calles haciendo un esfuerzo sobre humano, como lo hizo Él cuando pendía de la cruz y no podía ni respirar.

La pérdida de la vida humana de Jesús ante la flagelación padecida y el agua y la sangre derramada, es salud ya que nos ha dado la vida espiritual.

MARÍA DE LA SALUD pequeña y tierna imagen, rodeada de azul cielo y plata de estrella, que nos abraza con su manto, que imparte bendiciones desde su templo parroquial, bajo esa mirada de consuelo que nos transmite y va seguida de pro-mesas de personas, de mujeres y hombres.

Promesas que van pidiendo porque el hijo que está en el mun-do de la droga, pueda salir de esa vida indigna que le rodea.

Promesas que van orando para que su compañero o com-pañera que se encuentra en situación de enfermedad grave, tenga la curación que necesita.

Todos, de una u otra forma, vamos de promesa detrás de María y Ella que es Salud, se vuelve a sus hijos e hijas para indicarles que prosigan el camino de su Hijo.

La seguimos, Ella dio la salud a su joven costalero, que tras un accidente de tráfico, quedo sujeto a este mundo por un hilo y tuvo más cerca el camino del encuentro final, pero su Amor impregnado en el fajín que rodeó su cabeza, le dio la vida.

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Y Salud que es la fortaleza que a una madre de familia, le da Cristo y el rezo del rosario, cuando su casa se ve desmem-brada por los acuciantes problemas que le vienen encima, y acude todos los días a fortalecerse, y al tiempo que le siguen viniendo los impedimentos, le impregna la tranquilidad de espíritu porque sabe y siente que Cristo y su Madre de la Salud le están ayudando a salir de la grave situación que padece, junto a su marido y sus hijos y ve como éstos pueden seguir el curso normal de sus vidas, estudiando y sobre todo afrontando las paredes que se le alzan en el caminar.

Invoquemos a la Virgen de la Salud, orientando nuestro esfuerzo en enseñar a los padres y madres que a veces igno-ran el verdadero significado de crear una familia, que no es solo la de procrear, sino la de educar en valores humanos y cristianos.

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sEpuLcro

“El cielo estaba todavía oscuro y nebuloso cuando José y Nicodemus se fueron al Calvario: allí se encontra-

ron con las santas mujeres que lloraban sentadas en frente de la cruz. Contaron a la Virgen y a Juan todo lo que habían hecho para librar a Jesús de una muerte ignominiosa, y cómo habían obtenido que no rompiesen los huesos al Señor. Y lue-go comenzaron la piadosa obra del descendimiento de la cruz, para embalsamar el sagrado cuerpo del Señor.

Pusieron las escaleras detrás de la cruz, subieron y arran-caron los clavos. En seguida descendieron despacio el Cuerpo, bajando escalón por escalón con las mayores precauciones. Tenían el mismo cuidado, la misma prudencia como si hubie-sen temido causar algún dolor a Jesús. Todos tenían los ojos fijos en el cuerpo del Señor y seguían sus movimientos. Todos estaban penetrados de un respeto profundo, hablando sólo en voz baja para ayudarse unos a otros.

Mientras los martillazos se oían, todos los que habían estado presentes en la crucifixión, tenían el corazón partido. El ruido de esos golpes les recordaba los padecimientos de Jesús.”

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Silencio. Silencio. Se está DESCENDIENDO a Jesús, los hombres piadosos lo bajaron de la cruz para enterrarlo, para que continuara el camino a la Salvación.

Y cuando aparece por la calle Angustias al caer la tarde de Viernes Santo y el cielo apagándose como la vida misma, im-presiona el andar del “paso”, la estética del grupo escultórico y la misma representación del momento, y al caminar por las calles estrechas, los brazos de la Cruz de Jesús van rozando las paredes blancas, repartiendo vida.

Con el lema CHÁRITAS, ayudan como lo hicieron, cuidan-do a Jesús, apostando y reclamando, como todas, las pasto-rales parroquiales que se vienen realizando y que no deben decaer, antes al contrario, aumentar; pastoral en catequesis a niños, a jóvenes, pastoral en las hermandades, implicación en la parroquia, en sus celebraciones, con los vecinos, con la atención a la formación, apoyar cuanto redunde en beneficio de todos.

“María de la Angustia, después de estar sola, le descienden el Cuerpo, lo envuelven y se lo pusieron en sus brazos, que se los tendía poseída de dolor y de amor. Así la Virgen soste-nía por última vez a su querido Hijo; contempló sus heridas, cubrió de besos su cara ensangrentada, mientras Magdalena reposaba la suya sobre sus pies. Después de un rato, Juan, acercándose a la Virgen, le suplicó que se separase de su Hijo para que le pudieran embalsamar, porque se acercaba el sá-bado. María se despidió de Él en los términos más tiernos.”

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MARÍA DE LAS ANGUSTIAS que en días primaverales el pueblo le muestra a sus hijos pequeños para que los bendiga, que en noche de estío baja del camarín y reúne en torno a Ella a todo el pueblo que le ayuda a llevar a su Hijo en cami-no claustral y en tardes septembrinas se nos presenta como Patrona y Redentora, rodeada de aromas de agua, de tierra y de nardos, que fue intercesora de la cruz de la plaga, inter-cesora por liberar a este pueblo de la catástrofe natural de la gran riada; Ella se nos convierte en la mujer sufridora, en la Madre pasional que siempre fue, sosteniendo con su mirada los cuerpos de cuantos ayamontinos y ayamontinas descien-den de la cruz de la muerte, descienden de la cruz del dolor, descienden de la cruz del sufrimiento y los acoge en su seno maternal como una madre lo hace con su hijo recién nacido.

“Los hombres pusieron el sagrado Cuerpo sobre unas pa-rihuelas de cuero, tapado con una sábana. Nicodemus y José llevaban sobre sus hombros los palos de delante, y Abenadar y Juan los de atrás. En seguida venían la Virgen y las mujeres que le habían acompañado, los soldados cerraban la marcha. Se detuvieron a la entrada del jardín de José, que abrieron arrancando algunos palos, que sirvieron después de palancas para llevar a la gruta la piedra que debía tapar el sepulcro.”

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María de las Angustias, ya en su casa, deposita a su Hijo en la urna y se inicia el Santo Entierro, está YACENTE e inerte por nosotros y murió a las tres de la tarde, la hora en que la sangre fue derramada por la salvación de todos. La hora en que el cuerpo es entregado, la hora en que muere un hombre aplastado por la misma sociedad que un día le vio nacer. No preguntes su nombre.

Quizás agoniza en un hospital, abandonado por todos; qui-zás se destruye como un árbol inútil; quizás acabó destrozado en un accidente de carretera, o sofocado en una mina; quizás muere de hambre; quizás de tristeza; quizás de soledad, qui-zás muere en las guerras que no ha causado ni compartido; quizás muere en un atentado, preguntándose ¿por qué?, ¿por qué hay hombres que matan a otros hombres? No preguntes su nombre, ha muerto un hombre. Hemos matado al Amor.

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sáBado santo

Y en Ayamonte enterramos dos veces a Cristo, la segunda, la que profesamos desde el templo franciscano, allá en la pla-zoleta, que inicia su caminar en noche de Viernes Santo.

El SANTO ENTIERRO o Yacente, cuando fue fundada su Cofradía allá por julio de 1550, centraba su veneración en el misterio de la sepultura de Jesús, teniendo como otro de los objetivos la de dar cristiana sepultura a sus hermanos, habida cuenta que en aquellos momentos las creencias religiosas es-taban extremadamente unidas al quehacer diario de las per-sonas y era notable la carencia económica.

La imagen de Cristo Yacente, reconstruido como otras tantas obras por las manos maestras de nuestro paisano D. Antonio León Ortega, que se inhuma en la “madrugá” del Sábado Santo.

Sábado Santo que, el pasado año tuvo para muchos un carácter excepcional, no ya por lo que celebra la Iglesia en ese día, la estancia de Jesús en el sepulcro y por la noche la celebración de la Resurrección.

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Surgió una situación que nadie podía esperar, después de casi un mes de recuperación, cuando todo parecía que había pasado y la actitud ante la vida era la de superación, la de mejoría, la de querer salir de la dificultad que se le había planteado, el sábado santo, 7 de abril, alrededor de las 3 de la tarde y exactamente un día después de la muerte de Cristo, se nos anuncia la peor de las noticias, ésa que ni se imaginaba, ni se esperaba: la muerte de un compañero, de un amigo, la muerte de un hermano.

Conocemos que de repente se nos había ido. Se nos rom-pió el alma, enmudecimos, no era creíble la noticia hasta que no lo vimos y tocamos. Había sido tal la mejoría, que estaba todo preparado para celebrar la Resurrección de Cristo y él se ausenta para siempre.

Nos había dejado en ese día tan señalado, el que lo había dado todo durante su vida por la Iglesia, por la Parroquia de las Angustias donde muchos años fuimos monaguillos; por la Hermandad de las Angustias en la que compartimos los primeros trabajos; por la Cofradía de Padre Jesús a la que le unía una especial admiración, ya que bajo sus hombros cargó con su Madre durante muchos años; por la Agrupación de Cofradías a la que tanto tiempo dedicó, en definitiva él, que había dado todo por sus creencias en Cristo y María.

Se nos fue, permítanme que lo escriba con mayúsculas, nuestro AMIGO y HERMANO CHIPI.

Se fue el Secretario de Agrupación, el Secretario Honora-rio, aunque hoy en este lugar en el que ocupó estos estrados tantos años, seguro está con nosotros.

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Ese día murió un hijo de la Iglesia, un hijo de esa Iglesia que todos formamos, una parte de Cristo.

Y la Semana Santa, el pueblo cofrade, el pueblo amigo sintió un MAYOR DOLOR, como lo tuvo María la Madre, que acompaña a su Hijo al sepulcro y lo deja solo, y su dolor au-menta porque tiene que volver entre los hombres, los que lo hemos matado;

mayor dolor por ver muerto a su Hijo,

mayor dolor por haber padecido,

mayor dolor por la ignominia,

mayor dolor porque un puñal le atravesó el corazón y le traspasó el alma.

Ayamonte recibe la muerte de Cristo y la del amigo, como la del puñal que atraviesa el corazón de María. Ella recorre nuestras calles señalándonos el camino que debemos seguir, siempre al lado de Jesús, siempre al lado de Cristo, aunque el dolor que podamos sufrir por la pérdida de un ser querido, por la caída en los mundos oscuros, sea mayor de lo que po-damos imaginar.

Seamos consecuentes y no solamente recurramos a Cristo en momentos difíciles, sino siempre; tenemos que irnos acos-tumbrando a intentar ser cristianos del día a día, no de días especiales o señalados o cuando aparece un problema que nos supera en espíritu.

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rEsurrEcción

Pero como Cristo decía y nuestro hermano creía, la muerte no es el final, y al siguiente día, día de luz y

de alegría, día de Resurrección, mañana soleada y tarde ca-lurosa, cuando paseábamos a Cristo Resucitado, por la tarde hacíamos la última estación de penitencia la anterior Junta de Gobierno de la Agrupación. Llevábamos, con su familia, a la inhumación el cuerpo terrenal de nuestro hermano.

El Domingo, el día en el que Cristo resucitó de la muerte. Hoy tenemos que mirarlo de otra forma, estamos seguros que Cristo resucitó y lo resucitó, como nos dejó escrito en un artículo de la revista de la Semana Santa 2010, ya que de la mano de su Madre María de las Angustias fue acompañado hasta su presencia y estará velando y guiándonos a todos. Nuestro amigo creía firmemente en la resurrección y no po-demos pensar en la ida terrenal, sino en nuestras creencias y en la resurrección de todos los que nos han precedido y, por supuesto en la suya.

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CRISTO HA RESUCITADO y su victoria, junto a su Madre Santísima estuvo por encima de la muerte. Resucitó por no-sotros y debemos ser consecuentes con nuestro compromiso.

Cristo resucita cuando evitamos las confrontaciones de hermanos; cuando consolamos al enfermo; cuando asistimos al que vive en soledad; cuando ayudamos en nuestro traba-jo; cuando nos comprometemos con intentar mejorar el bien común; cuando hagamos todo esto y mucho más, Cristo re-sucitará en nuestros corazones.

Nuestro compromiso como cristianos, nuestro compromiso como parte de la Iglesia dentro de las Hermandades, nuestro compromiso también como ciudadanos, debe ser la caridad y luchar porque exista la justicia, la libertad, la paz, la fe, la esperanza y el amor, punto culminante de todo en todos.

Y como siempre María su Madre, nuestra Madre, con esa VICTORIA sobre la muerte y ese vivir a los demás, será nues-tra mejor aliada ante su Hijo.

Somos conscientes de que si vamos cumpliendo con las obligaciones, cuando llegue la Semana Mayor podremos ma-nifestar nuestra fe por las calles de la ciudad con imágenes. Si tenemos esa esperanza de vida en Cristo resucitado, podemos decir:

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anuncio

JESÚS sale TRIUNFANTE a las calles del Jerusalén aya-montino, abre las murallas de corazones duros, lidera a

los batallones de niños que serán el futuro de nuestros pue-blos y a los que tenemos que cuidar y mostrarles caminos de solidaridad, de justicia;

pasa por el convento de la calle Santa Clara, donde hay un huerto de sencillez de Hermanas que adoran la Cruz y donde la ORACIÓN se hace comida espiritual cotidiana con el rezo de las Ave Marías convertidas en ROSARIO;

anda CAUTIVO por los caminos empinados de calles empe-dradas, jóvenes cautivos de droga, personas cautivas del paro y de la carencia de trabajo que buscan en Él el consuelo;

lleva la PAz al mundo que le rodea, lleno de conflictos entre hermanos, de guerras entre amigos y de pueblos encon-trados;

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PADRE JESÚS, carga con la cruz constante del abandona-do, de los niños disminuidos, de los niños solos recogidos en casas fraternales, de la enfermedad del ser humano; sufriendo Jesús una PASIÓN que sólo Él conocía;

CAÍDO por el peso de la insensatez humana, camina ayu-dado por cirineos de fe, por cuidadores en centros asistencia-les, que convierten sus vidas en SALUD de los más débiles;

lleno de AMARGURA por ver la irresponsabilidad de di-rigentes que parecen tener su bienestar en el objetivo de su trabajo, no dando por sus conciudadanos todo lo que su com-promiso les obliga;

llegando a la expresión última del AMOR, entregándose por nosotros y nosotros compartir con el prójimo, con el ne-cesitado: nuestro alimento, nuestro apoyo, nuestro consuelo; con el SOCORRO de quienes ven a Cristo en el prójimo;

buscando la Vida, derramó la suya en sangre y agua cuan-do le traspaso su costado la SAGRADA LANzADA y manó vida eterna para todos al igual que la que mana de la mar, con la ESPERANzA de un nuevo renacer;

asumió darnos una BUENA MUERTE en este mundo terre-nal por las enfermedades que padecemos y los sufrimientos constantes de espíritu;

en la SOLEDAD de la VERDADERA CRUz, como los niños desfavorecidos de padres, como los jóvenes desfavorecidos de vida y como los adultos desfavorecidos de ilusión, sintió María el MAYOR DOLOR por la incomprensión del hombre con su Hijo;

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DESCENDIDO del madero y apagado el mundo por su muerte, fue YACENTE, después de haber llevado una vida que revolucionó al poder establecido, acunado en las brazos de su Madre MARÍA DE LAS ANGUSTIAS que lo abrazó tal cual niño nacido en un pesebre;

llevado en parihuela por sus fieles en SANTO ENTIERRO, descansó del terrible sufrimiento humano

y cuando parecía que todo estaba terminado, al tercer día, con el ROCÍO de la mañana, pudo la alegría de la VICTORIA reinar sobre la muerte y redimir al hombre para la eternidad.

¡¡CRISTO RESUCITÓ!!

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EpíLogo

Posiblemente epilogar este texto, que el autor desea y representa a una “Jerusalén” que geográficamente tie-

ne su intersección en esta bendita ciudad de Ayamonte, sea por mi parte un atrevimiento o una osadía.

Dicen que las coincidencias existen, pero mas bien es que existe el deseo de tenerlas. Y la coincidencia surge al nom-brar a José Nicolás Jesús Rodríguez, pregonero de la Semana Santa de Ayamonte para el año 2013 y su Pregón que entrega a Ayamonte en la mañana del día 17 de marzo.

Su Pregón nos habla de valores, de vivir la fe celebrada y sobre todo una fe desde el punto de vista de la oración y de la caridad, de ahondar profundamente en la inmensidad de muchas iglesias particulares, donde se ha instaurado una indiferencia e incredulidad por causas sociales de diferentes circunstancias.

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El pregonero deseaba abrir su corazón al Ayamonte cofra-de desde otra perspectiva, ansiaba despojarse de esas miradas que últimamente solamente lo distinguían en un plano de transacción entre lo presidencial del cargo de las Hermanda-des y Cofradías de su ciudad y del día a día de su vida laboral y familiar.

Ha plasmado y hablado de su compromiso, y lo ha hecho como suelen hablar los buenos amigos, con la importancia de los pequeños gestos. Gestos que relata, declara e incide durante todo el contenido de su Pregón.

Es como una mesa compartida por buenos amigos y al mis-mo tiempo un conjunto de gestos e incitaciones que emergen de la lectura del mismo. El Pregón está invocándonos a una identificación directa para que nos emanen sentidos de ver-dadera fraternidad y de compromisos, los cuales, no debemos dejar que afloren desde la cotidianeidad de nuestras vidas.

El verdadero e indiscutible fin es la feliz rememoración de la fiesta de la Pascua.

Su deseo de proclamarlo ha hecho posible la coincidencia. Una coincidencia y un acierto en el nombramiento en la per-sona de José Jesús Nicolás Rodríguez como pregonero el mis-mo año en que la Iglesia Católica celebra el Año de la Fe.

Enhorabuena por tu Pregón y GRACIAS por engrandecer aún más, si cabe, el sentimiento de AMISTAD.

José Manuel Contreras Márquez.

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BiBLiograFía

† Evangelios de San Juan, San Lucas, San Marcos y San Mateo.

† Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, de Anna Catalina Emmerich.

† Soneto a Cristo Crucificado, de San Juan de Ávila.

† Dime que era verdad, de Carlos Bousoño.

† Jesús Crucificado, de Pedro María Casaldáliga.

† Con la mayor soledad de María, de Lope de Vega.

† La Pasión según Ayamonte.

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capítuLos

• La Jerusalén cercana

• Salutación

• Entrada

† Señor Triunfante

† María del Rosario

• Huerto

† Oración en el Huerto

• Prendimiento

† Jesús Cautivo

† María de la Paz

• Camino de la Cruz

† Jesús de la Pasión

† Jesús Caído

† María de la Amargura

† Padre Jesús Nazareno

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• Gólgota

† Cristo del Amor

† María del Socorro

• Muerte

† Cristo de la Buena Muerte

† María de la Esperanza del Mar

† Cristo de Vera Cruz

† María en su Soledad

† Sagrada Lanzada

† María de la Salud

• Sepulcro

† Descendimiento de Cruz

† María de las Angustias

† Cristo Yacente

• Sábado Santo

† Santo Entierro de Cristo

† María del Mayor Dolor

• Resurrección

† Jesús Resucitado

† María de la Victoria

• Anuncio

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música

inicio

Caridad del Guadalquivir.

Coro de Esclavos, de la opera Nabucco, de Giusseppe Verdi.

Basado en el salmo 137, Jesús, según nos relata el Antiguo Testamento, tiene al pueblo hebreo en el exilio, tras la pér-dida del primer templo de Jerusalén.

sonEto y poEsías

Fondo musical de Anselmo García Martín.

FinaL

Marcha procesional, Esperanza de Triana Coronada, de José Albero Francés.

Iltmo. Ayuntamiento de Ayamonte

Agrupación de Cofradías y Hermandadesde la Semana Santa