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Comité Organizador: José A. López Guerrero Almudena Hernando Elena Campos

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Comité Organizador:

José A. López Guerrero

Almudena Hernando

Elena Campos

EL ORIGEN DE LA MASA

Eduardo González Badía

Colegio La Inmaculada (Hortaleza, Madrid)

Mi abuelo siempre decía que las decisiones más importantes de esta vida no las tomamos

nosotros. No decidimos la especie que queremos ser, no elegimos vivir ni tampoco tener

unos padres u otros. La búsqueda de respuestas a esas preguntas conduce en última

instancia, como todo en esta vida, a la pregunta más importante de la humanidad: el origen

y el sentido del Universo.

Las decisiones de segundo orden tampoco las tomamos nosotros, sino nuestros padres,

como la elección de nuestros nombres, las bases de nuestra educación, el ambiente en que

nos movemos o si queremos ser seres sociales. Esta noche mientras escribo estoy

especialmente condenado por esta última. Mis padres no me preguntaron si querría tener

sentimientos, aprender a comunicarme y vivir en sociedad… ¿Y si yo hubiese preferido

vivir en la jungla? En fin, fue muy desconsiderado por su parte. No sé si será muy maduro

echarles la culpa de que hoy esté en la cárcel pero tampoco entiendo muy bien la palabra

maduro. ¿Qué significa madurar? ¿Acaso soy una fruta? ¿Mis polisacáridos sufren

glucólisis como las patatas mojadas y me hago más dulce? El propósito de esta carta es que

usted mismo pueda juzgar mi situación, así que déjeme que le explique…

La noche del 4 de Julio de 2012, mis tres colegas: Javi, Dani y David, y yo, éramos los

cuatro físicos teóricos que habían representado a España en el último gran descubrimiento

de la ciencia: el del bosón de Higgs. Tras largos años de trabajo en el Large Hadron

Collider de Ginebra, del CERN, lo habíamos conseguido. Nosotros nos sentíamos felices

por la ciencia en general y orgullosos, por la física de partículas en particular: una nueva

física se abría ante nosotros. Por ello, esa noche en el restaurante de Carlos Reyes, “Die

Trüffel”, estábamos de celebración. Carlos nos conocía desde hace años y de tantas veces

que íbamos a su local, nos habíamos hecho amigos. El pasado octubre nos había prometido

que nos invitaría a arroz con trufas negras cuando anunciásemos el descubrimiento del

bosón de Higgs, y esa noche cumplía su promesa:

— ¡Buenos días amigos! —nos dijo Carlos al vernos entrar—. Sentaos por aquí.

— De acuerdo — respondió Javi mientras le estrechaba la mano.

— ¡Buenas, Carlos! –le dije yo—. ¡Qué frío hace hoy!

— El frío no existe, Andrés, pero sí, la ausencia de calor hoy es notable -me recriminó

Carlos, sonriente. Se veía claramente que estaba orgulloso de haberme corregido por

una vez—. Vaya, tus conocimientos termoquímicos parecen decaer vía quantum loop.

Entonces todos reímos, el bueno de Carlos era algo cotilla y siempre escuchaba nuestras

conversaciones. A menudo repetía nuestros extraños vocablos, como el de quantum loop,

aunque no entendía lo que significaban.

A modo de entrantes tomamos unas sopas riquísimas. Antes de traernos el plato principal,

el arroz, se acercó y sacó el tema del día, con una pregunta que seguramente tenía

preparada:

— Bueno, chicos, entonces ¿ya habéis cazado al responsable de mi gordura? El bosón de

Higgs es el que nos da los kilos que pesamos, ¿no?

— No exactamente -le contesté mientras le esbozaba una sonrisa-. Antes de responderte te

voy a contar una historia. En 1964, un físico de Newcastle llamado Peter Higgs

completó el Modelo Estándar de la física de partículas al predecir una partícula

elemental llamada bosón de Higgs; el cual es el mínimo componente (el cuanto) de un

campo conocido como Campo de Higgs.

— Oye Andrés, perdona que te interrumpa, pero dime ¿por qué es tan importante el Campo

de Higgs?-me preguntó Carlos.

— Por el mecanismo de Higgs, que explica el origen de la masa. ¿Sabes qué es el Big

Bang?

— Si, la gran explosión en la cual se produjo toda la materia conocida, ¿verdad?

— Exacto. La teoría dice que, en un instante inicial, todas las partículas del cosmos

carecían de masa y daban vueltas caóticamente a la velocidad de la luz. Una

trillonésima de segundo después del Big Bang, el Campo de Higgs se encendió y

algunas partículas elementales empezaron a “sentir” algo que las retrasaba. Estas

partículas sentían una interacción con el Campo de Higgs, que las frenaba; dejaban de

viajar a la velocidad de la luz y adquirían masa. Nosotros estamos formados por átomos,

que están formados por protones, neutrones y electrones, los cuales o están formados

por partículas elementales o ya lo son, como los electrones y tienen, por tanto, masa.

Como ya estableció Newton en su segunda ley, una masa sometida a una aceleración da

lugar a una fuerza. Nuestra masa sometida a la aceleración gravitatoria da lugar a una

fuerza que te atrae al suelo, conocida como “peso”.

— ¡Ah! Ya veo. Así que indirectamente, la culpa de mi peso la tiene el bosón de Higgs.

Pero bueno Andrés, ¿tan importante es? -dijo Carlos con una mirada que denotaba

interés.

— Por supuesto, el origen de la masa es una de las claves que nos permitirán descifrar el

origen del Universo. Es tan importante este bosón que los últimos años los hemos

pasado buscando evidencias de su existencia, puesto que Peter Higgs sólo la predijo

teóricamente.

— ¿Qué evidencias habéis hallado? –preguntó mirándonos a los cuatro-. ¿Os ha enviado

una postal?

— ¡Por supuesto que no! –le recriminó Dani entre risas-. Es imposible contemplar y

saludar al Higgs: es demasiado pequeño. Para encontrar pruebas que demuestren que

existe, los científicos deben reunir datos de cientos de trillones de colisiones entre

protones y antiprotones acelerados en el LHC mediante potentes campos

electromagnéticos.

— Suena complicado -reconoció Carlos.

— Y lo es, sobre todo porque tarda en desintegrarse menos que un rayo en llegar a la tierra.

Si el Higgs se crease en el acelerador de partículas, se desintegraría inmediatamente en

partículas subatómicas más familiares como los fotones y los quarks (los ladrillos que

componen los protones y neutrones). En concreto su vida media es de un zeptosegundo

es decir de1 orden de 10^-21 segundos.

— Sigo sin entender de dónde sacáis las evidencias necesarias para afirmar con certeza que

existe.

— Verás -comenzó Javi-. Los científicos buscamos un exceso de los “deshechos” de las

colisiones llamados “bumps”, que son las huellas dactilares del Higgs. Si encontramos

una acumulación muy significativa de las partículas en las cuales se desintegra el bosón

de Higgs (fotones y quarks) podemos afirmar que durante un instante, allí hubo un

bosón de Higgs.

— ¡Qué interesante! -proclamó Carlos. En ese momento un camarero se acercó por el

pasillo con el segundo plato-. Bueno amigos, os dejo. Aquí llega el arroz con Tuber

melanosporum Vittad (trufa española).

Como sabía que éramos hombres de ciencia, siempre se tomaba la molestia de introducirnos

con nombres científicos los seres vivos que nos comíamos.

— ¡Mmhmm! ¡Huele delicioso! -dije yo

— ¡Y sabe aún mejor! -anunció David quién lo acababa de probar.

La cena transcurrió con normalidad y para finalizar fuimos invitados a unas copas muy

cargadas y claro, como ninguno de los cuatro bebemos casi nunca, la cosa empezó a decaer,

vía quantum loop. En algún momento alguien propuso:

¡Eh tíos! ¿Por qué no vamos a la fuente de Beschreibung a celebrar el descubrimiento de

hoy?

Lo siguiente que recuerdo fue que estábamos bañándonos en dicha fuente y cantando a voz

en grito: “Yo soy el bosón, el bosón, el bosón” imitando la famosa cancioncilla del “Yo soy

español” que cantan los aficionados al deporte español. Así estuvimos hasta que de repente

vino un coche de policía, en torno a las dos de la mañana. Del coche patrulla bajaron dos

policías uniformados. Uno de ellos, una mujer de pelo rubio y ojos verdes nos gritó en

francés que estábamos arrestados y sacó unas esposas. Menos mal que su compañero,

Ignacio, que se había estado bañando con nosotros en esa misma fuente una semana antes,

cuando España había ganado la Eurocopa, nos reconoció e intervino:

Espera, no los arrestes— dijo mientras frenaba a su compañera.— No están locos, tan solo son

físicos teóricos.

Entonces nos miró y preguntó:

— ¿Qué hacéis aquí otra vez? ¡Bajad a secaros que os vais a poner malos! ¡Voy a

convencer a mi compañera, Pauline, de que no os haga pasar la noche en comisaría!

— ¡Qué emocionante! -dijo Dani que estaba bastante ebrio-. ¡Tenemos que huir de la

policía! ¡Tenemos que correr evitando a los antidisturbios! En nuestra huida ellos

tratarán de placarnos y retenernos, pero debemos ser ligeros y rápidos como los fotones

de luz para que no nos detengan. ¿Entendéis la metáfora? La policía constituye el

Campo de Higgs y nosotros somos partículas elementales. El Campo de Higgs afecta

sólo a algunas partículas, las cuales adquieren masa. Los fotones, sin embargo, no

interactúan con él y no tienen masa. Por lo tanto… ¡Debemos ser fotones! ¡Yo seré

Flash Gordon!

— Anda, déjate de fotones que no está el horno para bollo -dijo Ignacio.

De repente, la radio de Ignacio comenzó a sonar y una voz femenina anunció:

“PIIIII…PIIIII….Llamando a todas las unidades disponibles, se ha declarado un incendio

de alerta máxima en las montañas de Küensk. Dirigíos al Cuartel Forestal. Allí recibiréis

más instrucciones”.

— ¡Oh no! -exclamó Ignacio-. Debemos irnos. ¡Id a casa y no os metáis en líos! -gritó

mientras el coche patrulla arrancó con una alta aceleración tangencial.

— ¿Estáis pensando lo mismo que yo?— les dije a mis amigos entonces.

— ¿El Efecto Doppler? —inquirió David.

— ¡No! ¡En perseguir a la fuente de emisión del sonido que causa tu querido Efecto

Doppler! —le contesté.

— Eso no tiene sentido. Si perseguimos a la fuente, entonces no percibiremos el Efecto

Doppler.

— No tienes remedio. ¡Chicos, tenemos que ir a ayudar! ¡El incendio podría invadir los

pueblos al pie de las montañas!

— ¡Tienes razón! ¡Vamos! ¡Necesitan nuestra ayuda! –gritó Javi.

Corrimos rápidamente hasta el coche y nos dirigimos hacia el Küensk. Una gigantesca nube

de humo cubría la zona incendiada. Soplaba un fuerte viento. Decenas de camiones de

bomberos y dos hidroaviones echaban agua pero las llamas estaban fuera de control.

¡Madre mía! ¡Esto parece el infierno! —gritó Javi.

Entre las personas que se habían acercado se oían cosas como: “¡Qué desastre!”o “¡Los

bomberos no van a conseguir nada hasta que pare el viento!”. El gran problema era que,

mientras los bomberos se concentraban en frenar el gran avance del incendio, el viento

arrastraba cenizas incandescentes que prendían zonas de alrededor.

— ¡Chicos! ¡Tenemos que apagar las cenizas en cuanto caen al suelo! ¡Mirad ahí!—les

imperé. Unas cenizas al rojo vivo se habían posado a pocos metros de nosotros. Las

pisé y pateé inútilmente. En pocos segundos el suelo se prendió.

— ¡Nooo! ¡Te vas a quemar Andrés!—me advirtió Dani.— ¡Déjalo! ¡Así no apagaremos

nada!

Tenemos que buscar algo que enfría rápidamente las cenizas pero la poca agua que

podríamos llevar en botellas no sería suficiente.

Entonces David exclamó:

— ¡Tenemos que ir a por nitrógeno líquido del laboratorio! Está a medio kilómetro de

aquí. Pensad que la combustión es una reacción con variación de entalpía y entropía

positiva. Si disminuimos la temperatura con el nitrógeno a -195 grados, aumenta la

Energía Libre de Gibbs y la reacción no será espontánea.

— ¡Tienes razón! —le contesté mientras asentía con la cabeza—. ¡Pero estaríamos robando

a Laboratorios Userius!

— Dejaremos una nota que explique hemos sido nosotros y que nos lo llevamos para

apagar el incendio en Küensk —propuso David—. Les devolveremos lo que sobre.

En fin, Su Señoría ya conocerá el resto de la historia. Fuimos al bosque con los bidones de

nitrógeno líquido y apagamos todas las cenizas incandescentes que pudimos. Al salir de

Laboratorios Userius debió sonar la alarma y enseguida notificaron a la policía del robo y

cuando fuimos encontrados, no opusimos resistencia. Durante el arresto los bomberos, que

estaban muy agradecidos, dijeron que testificarían a nuestro favor en el juicio.

Al llegar a la comisaría estábamos muy cansados y con algo de resaca. Mis amigos se

durmieron inmediatamente pero yo decidí escribir este breve relato para que usted, Su

Señoría, tuviese una versión completa de los hechos. Además, es probable que cuando

despierte no recuerde casi nada.

Firmado: Andrés.

LÁGRIMAS

Coro Repullés de L’Hotelleríe-Fallois

Colegio Estudio (Madrid)

Quiero gritar. Gritar. Gritar. Aprieto la mandíbula. No soy como ellos. Respiro hondo. No soy como ellos. Gritar. Ahora aprieto los puños. No soy como ellos. Inspira. Espira. Ya está. Llevo bastante tiempo sintiendo estos arrebatos de furia. A veces quiero dejarlo. Dejarlo todo y gritar. Gritar y pegarle. Sentir mi puño en su boca. Oh sí, eso sí que me gustaría. Pero entonces sería como ellos. Y eso no tiene sentido. Enfurecerse con alguien y hacer las mismas cosas que tanto aborreces. Eso es de tontos, digo yo. Al final me calmo. Pero eso ya no me basta. Ya no me conformo pensando que al día siguiente encontraré a alguien que me entienda, porque sé que eso es mentira. Mentira y solo mentira. Una pequeña mentira que se hace uno mismo para sentirse mejor, pero al final acaba doliendo. Y duele mucho. Ya no me conformo con callar, sonreír, asentir y dar las gracias. Eso ya se ha acabado. Estoy sentado en la acera. Reflexionando, como todos los días después de ser denegado para un puesto de trabajo. En breve veré a la persona que ocupará el lugar que me habría encantado ocupar: camarero. Esta persona normalmente tiene menos experiencia que yo, ya que he servido muchos platos y copas a lo largo de mi vida. Probablemente no ejercerá el cargo con el mismo entusiasmo que yo, ni atenderá a los clientes con la misma amabilidad. Pero, como no, siempre es diferente a mí: piel clara. Siempre acierto, ahí está. Mi contrincante, por así decirlo, es rubio, ojos verdes y piel clara. A este sí que le vendría bien un poco de sol. Sí. Por lo único que no me aceptan en un restaurante es por mi piel. Negra. Negra es mi piel y negro es mi pelo. Como negro es el carbón y negro es el cielo estrellado. He tenido que soportar muchas burlas, gritos, dedos apuntándome y algún que otro puñetazo. Y sigo sin entender, que porque haya nacido así, tenga que pasarme esto a mí. A veces deseo no haber nacido así, no haber salido de aquella mujer tan humilde y cariñosa, rodeada de otras tres, en aquella casita tan frágil. En ese instante me odio mucho. Me odio y me doy asco por querer no haber nacido. Y todo por culpa de los demás. De su forma de tratarme. De su forma de olvidarme. En ese momento dejo de pensar. En ese momento empiezo a llorar. Porque aparte de arrebatos de furia, también los tengo de pena y tristeza. Pena por todas esas personas a las que tanto asco doy. Tristeza por no poder cumplir mi sueño. Mi sueño y el de mi madre, aquella mujer que tan solo conocí los primeros años de mi vida. Ayudar. Ayudar y salvar vidas. Si, médico. Poder salvar la vida de personas. Negras, blancas y azules si hace falta. Siempre pensábamos en ello como un sueño inalcanzable, porque para ello sabíamos que teníamos que viajar a otro país. Pero en el momento en el que murió mi madre, por dengue, creo, un virus, en aquel momento, sin dudas, sin peros, decidí que cumpliría ese sueño. Recorrería el mundo entero si hacía falta. Estudiar,

aprender, curar y volver. Volver a mi hogar. Volver a ese lugar tan extraordinario, lleno de sorpresas y de gente amable. Volver a oler esos aromas a tierra mojada en la orilla del río y a burro en las casas. Volver para ayudar y curar. Curar a todas esas personas que como mi madre, maldecidas por la injusticia, acarrean con un bichito en su interior que mata. Curar a todos esos niños que al jugar, correr y soñar se raspan sus pieles negras. Yo tenía catorce años cuando convertí mi sueño en una misión. Tenía catorce años cuando deje ese ambiente tan caluroso para viajar a otro país: España. Aquel día dejé atrás a mi familia, a mis amigos y conocidos. Aquel día dejé atrás la infancia. Aquel día empecé a convertirme en el hombre que soy. El primer paso sería viajar a España. España. A tan solo unas horas para un turista. Pasaron años para poder llegar, y otros tantos para ser legal. Pero lo conseguí. Suerte que salí a mi madre, testadura a no poder más. Llegué a España todavía con la idea metida en la cabeza. Parecía tan fácil. Llegar, estudiar, aprobar, volver. No fue así. Ni lo fue ni lo es. Por que como ya he dicho antes, estoy luchando por un simple trabajo de camarero y estoy perdiendo. Y ser camarero no es lo mismo que ser médico. A veces me quedo sumido en mis pensamientos. En mis sueños. Me dejo llevar, como un niño pequeño tras una piruleta de colores. Me dejo llevar. Me dejo engañar, y por un momento creo que es verdad, que mis sueños son reales. Que mis sueños se han cumplido. Me dejo llevar y cierro los ojos, saboreando ese exquisito sabor a victoria. Victoria inventada. Victoria por ser un medico de verdad. Una persona que puede salvar vidas. Ya es hora de irse a casa. Me acuesto en la cama tras un día agotador, un día igual al anterior. Otro día de fracaso, perdido, tirado a la basura. Amanece. Un día nuevo. Un día más. Pero como tantos otros, pienso que hoy será el día. Tengo la sensación de que este día no va a ser como todos. La rutina va a cambiar, tengo ese presentimiento. Y en efecto, esta tarde, después de comer, recibo la llamada. El Hospital Clínico de Madrid necesita con urgencia cubrir un puesto de médico interino que ha quedado vacante. No sé si gritar, llorar o saltar de felicidad. Por fin, mi sueño se va a cumplir. Por fin, el sueño de mi madre se va a cumplir. Por fin, nuestro sueño se va a cumplir. Ya han pasado dos meses. Dos meses tras esa ansiada llamada. Dos meses compensando la larga espera. Dos meses llenos de trabajo, llenos de sueños cumplidos, llenos de medicina. Ahora llevo bata blanca y un cartelito a mi izquierda en el que pone mi nombre. Ahora parezco verdaderamente un médico. Todo ha estado tranquilo, ha marchado bien, ningún problema. Pero esas épocas de tranquilidad tienen que acabar en algún momento, y es que acaba de llegar una paciente nueva al hospital. Mi paciente. Su nombre es Susana. La niña está enferma. Está enferma pero no se sabe de qué. Tiene fiebre, le duele el cuerpo... y yo voy a averiguar qué es lo que le pasa. Normalmente no es nada, tras unos análisis se puede comprobar que es por estrés, mala alimentación o cansancio. En el caso de Susana, no es así. Tras los análisis, he podido comprobar lo que le pasa: Susana tiene leucemia.

Esta es la parte más difícil, tener que comunicárselo a los pacientes. Tener que decir a una madre que su hija está enferma, que su hija tiene una enfermedad ya avanzada, difícil de curar. Que su hija, de 6 años, va a tener que luchar fuertemente por aferrarse a su joven vida. Tiene leucemia mielógena crónica (LMC), un cáncer que comienza dentro de la médula ósea, el tejido blando en el interior de los huesos que ayuda a formar las células sanguíneas. Normalmente, si la enfermedad se coge a tiempo, se puede tratar. Pero Susana lleva ya tiempo con leucemia. Lágrimas. Ahora llega el turno de las lágrimas. Lágrimas de la madre, que acompasan con las de su hija. Yahí estoy yo, de pie frente a dos personas que no paran de llorar. Observo la cara de la madre, con el rímel de los ojos corrido, mirando a su hija con tristeza, sin ganas de nada. La niña llora de ver a su madre llorar. No sabe lo que está pasando, en sus ojos se puede apreciar un gran mar de dudas. No sabe por lo que va a tener que pasar, y tampoco sabe que en su frágil cuerpo, una enfermedad arrasa sin parar, como unos guerreros corriendo en el campo de batalla en pos de sus contrincantes. Tengo que parar todo esto. Me siento al lado de la niña, y ella me mira con cara interrogativa mientras se seca las lágrimas. Miro sus inocentes ojos, inspirándola tranquilidad. La cojo de la mano y le explico el por qué de la tristeza de su madre. Le digo que no se preocupe, que yo no me hice médico para intentar salvar la vida de mis pacientes. Me hice médico para salvarles la vida, tenga lo que tenga que hacer. Pase lo que tenga que pasar. Susana ahora está más tranquila, y su madre también. Ahora soy yo el que tiene un nudo en la garganta. Salgo de la habitación con una sonrisa tranquilizadora, pero forzada. No puedo hablar, necesito sentarme. Pienso en ambas, madre e hija. Viuda y huérfana. Tengo que ayudarlas, hacer todo lo que tenga en mis manos, mi vida si hace falta. Porque elegir ser medico conlleva una gran responsabilidad, y es que ahora, en este preciso instante, la vida de una niña de 6 años está en mis manos. Me propongo ayudar a Susana y a su madre hasta que todo acabe, y que la niña salga del hospital sana y salva. Porque la pequeña va a salir andando de este hospital. Sí o sí.

Dos años. Dos años han tenido que pasar para poder ver cómo Susana sale de este hospital por sus medios. Sin ayudas. Sin esfuerzo alguno. Y dos besos son los que me ha dado la pequeña al despedirse, son los que han marcado nuestra despedida, han trazado una línea. La línea del antes y del después. Una línea, que probablemente yo no haya podido cruzar. Yo estoy en ‘el antes’ y no en ‘el después’. Veo cómo se alejan, madre e hija, cogidas de la mano. Probablemente ya no las vuelva a ver, y por eso una lágrima se asoma por mi ojo derecho. Una lágrima de felicidad. Felicidad por saber que se alejan del hospital, al cual espero que no regresen en mucho tiempo.

Susana no es negra, ni blanca, ni azul. Tan solo es una niña.

La ciencia no entiende de colores de piel, de injusticias, de penas, de lágrimas. La ciencia solo entiende de esperanza para un futuro mejor.

Abro los ojos. Me encuentro en la acera, en frente del restaurante que hace unas horas me ha denegado el puesto vacante de camarero. Me he quedado dormido, todo ha sido un sueño. Era demasiado perfecto para ser real.

A mi alrededor Madrid despierta, ya es un nuevo día. Un día lleno de esperanza y posibilidades. Un día brillante.

SECRETO A VOCES Cristina Calvo Fernández

Colegio Arcángel Rafael (Madrid)

Acababa de terminar la visita guiada de las cinco y aún seguía sorprendida por la cantidad

de gente que asistía los sábados a la exposición. Antes de irme tenía que colocar de nuevo

cada una de las maquetas de los inventos y bombillas que utilizaba como respuesta a

algunas de las preguntas que me hacían; era cansado tener que recorrer una y otra vez ese

lugar sin parar pero, la verdad es que me apasionaba lo que hacía.

-¿Raquel, cierras tú? - preguntó Steve - Hoy tengo un poco de prisa.

-Sí, no te preocupes, termino de ordenar esto y cierro.

-Vale, perfecto, te veo mañana.- Me respondió como si su vida dependiera de acabar la

frase lo antes posible e irse.

-Adiós…– Contesté, aunque ya había salido a gran velocidad por la puerta, por lo que dudé

que me escuchara. Y aquí me encontraba otra vez, sola en este sitio tan excéntrico y a la vez

inquietante.

Desde que vine a vivir a Colorado mi vida ha cambiado por completo, mi trabajo en el

laboratorio me tiene ocupada la mayor parte del día. No obstante, esta es mi forma de

escapar de la rutina, dando largas charlas sobre la vida de Nikola Tesla, uno de tantos

científicos infravalorados, del cual pocas personas apenas son capaces de recordar su

nombre o alguno de sus descubrimientos.

Pensando en las dudas que aquel extraño lugar creaba en mi cabeza, no pude evitar

tropezarme con algo y caer al suelo; no es la primera vez que me pasa cuando empiezo a

pensar en otras cosas, pierdo la noción del tiempo y del lugar… No, por favor… Una

pequeña tabla de madera estaba rota y no pude evitar sentirme culpable, por lo que coloqué

ambas partes juntas para arreglarlo o simplemente disimular aquel estropicio del suelo. Al

levantar el listón de madera pude ver una porción de hoja. ¿Qué es eso? Una capa grisácea

bastante gruesa cubría aquel folio del que sólo quedaba visible una de las esquinas; al quitar

aquella capa, comprobé que no era un simple trozo de papel, sino hojas escritas

completamente con ecuaciones y anotaciones. Recorrí rápidamente las hojas con mis dedos

para comprobar de qué se trataba…

“A Well Known Secret”

Nikola Tesla

Tenía entre mis manos, más de cien páginas del manuscrito original de Nikola Tesla.

“Secreto a voces”…

Se me empezaba a hacer tarde y tenía que irme a mi piso compartido; no quería que

Samantha se enfadara conmigo. Sin pensarlo dos veces, guardé aquel escrito en mi mochila

y cerré todas las puertas del laboratorio.

Llegué corriendo, abrí la puerta y saludé intercambiando un sonido para cruzar el salón y

llegar a mi habitación. Cerré con llave, necesitaba concentrarme, saqué aquellas hojas

amarillentas y comencé a separarlas una a una. Estaban llenas de ecuaciones, dibujos y

anotaciones en los márgenes. Tan sólo soporté unos escasos minutos de incertidumbre ya

que no pude evitar comenzar a leer todo aquello que estaba escrito.

En la primera hoja aparecía un prolegómeno que decía:

“Un hombre siempre tiene dos razones para hacer algo, una buena razón y la razón

verdadera. Mi buena razón es que no quiero que todos estos descubrimientos sean mal

utilizados. La verdadera es que la sociedad no está preparada para esto.”

Aquel manuscrito mostraba uno a uno aquellos experimentos que había ideado y para los

cuales no consiguió la financiación necesaria para su fabricación. No era consciente todavía

de lo que esos escritos significaban, tenía descritos aquellos proyectos escondidos por Tesla

para su protección.

“Entre estas hojas quizás encuentre muchas de las razones por las que nunca quise mostrar

todos estos experimentos u obsesiones según se considere. Únicamente traerán desgracias.”

Suena la alarma una vez más taladrándome la cabeza y el dolor que siento en ella me

mantiene aturdida mientras trato de vestirme para acudir al laboratorio de nuevo. El dolor se

debe a las horas que he dedicado a aquel manuscrito durante estos días, no he dormido

prácticamente nada, intentando comprender las frases de Tesla. Muchas de ellas que solo él

entendería, y yo aún no lograba descifrar.

Había memorizado aquellas páginas de inicio a fin, no podía enfrentarme yo sola a las

numerosas dudas que recorrían mi cuerpo. Por ello necesitaba la ayuda de mi mano derecha

en el laboratorio, Matthew.

A primera hora tocaba la explicación a los alumnos de segundo, uno de los experimentos

más curiosos: “El gato de Schröndinger”. Experimento mediante el cual Schröndinger, en

1935, pretendía explicar la Física Cuántica. El experimento se basaba en introducir un gato

en una caja cerrada junto con una ampolla de veneno tóxico, la cual podía romperse en

cualquier momento por la acción de un martillo colocado estratégicamente que se accionaba

mediante un detector de partículas alfa. Había exactamente un 50% de probabilidades de

que sucediera. La conclusión final consistía en pensar que podría pasar dentro de la caja. El

gato podría estar vivo o muerto, tan sólo sabríamos la respuesta abriendo la caja y

observando el resultado. Aplicando las teorías cuánticas el gato se encontraría vivo y

muerto a la vez. Nuestra mente relaciona la imposibilidad de que el gato se encuentre de

ambas formas, pero si nadie mira el interior de la caja, se considera que el gato se encuentra

en ambos estados.

En este caso no había gato, no sería la primera vez que habíamos recibido quejas en el

laboratorio por utilizar animales vivos, así que actualmente el experimento se lleva a cabo

de manera simbólica.

Mientras los alumnos preguntaban una y otra vez a Dave yo no pude evitar acercarme a

Matthew y comenzar a atropellarle con mis preguntas.

-Matthew, durante este fin de semana he estado investigando y tengo dudas que quería

comentarte.

-No sé por qué todavía preguntas con miedo, sabes que hay confianza, Raquel. – contestó

con su peculiar sonrisa.

-¿Sería posible cambiar la climatología de un determinado lugar mediante la inducción de

un rayo de ondas electromagnéticas en la capa iónica?, ¿manipular las emociones humanas

o el hambre, por ejemplo, inyectando un rayo hacía alguna onda alfa cambiando la

intensidad de esta?, ¿fotografiar el pensamiento?, ¿o el teletransporte de materia?

-¿Por qué tantas dudas en tan poco tiempo? Me sorprende; tú misma sabes bastante de ello,

pero ya sabes que me encanta compartir conocimientos.- Dijo mientras buscaba una

banqueta para sentarse, lo hace cuando sabe que va a hablar bastante tiempo, es como una

manía.- El cambio climatológico realmente no está demostrado pero he oído varias teorías

de que es verdadero y otras tantas de que no es posible. Creo que todo es debido a que las

ondas de radio serían lanzadas hacia la ionosfera que actuaría como espejo y estas

rebotarían contra otro lugar de la Tierra pudiendo llegar a alzar su temperatura

escandalosamente, como una ola de calor de forma aleatoria, pero no está demostrado. Creo

recordar que ha habido casos de aumento de temperatura de forma muy exagerada y que

nadie pudo explicarlo, se les relacionan con un proyecto americano en Alaska. Pero como te

he dicho antes, no hay nada demostrado ni cierto.

-Pero no está totalmente afirmado, por lo que podría ser cierto, ¿verdad?- dije recordando

todas aquellas anotaciones que pude ver de nuevo en mi mente de forma perfecta. Podía

vislumbrar el sencillo esquema representando el experimento con la frase: “Mi idea de

lanzar ondas a la atmósfera no es otra que está haga que se reflejen, vuelvan a la superficie

y que estas alcancen grandes distancias.”

-En cuanto a controlar las emociones humanas, es una idea equivocada, todos los

planteamientos están basados en las ondas Schumann e inducir una onda con una frecuencia

determinada en el hipotálamo. La conclusión a la que he llegado es que la relación de las

ondas Schumann con las ondas alfa es meramente causal en cuanto a la frecuencia. Verás,

las ondas cerebrales son consecuencia de la actividad neuronal, no al contrario. Por eso, ni

aunque entraras en fase con una onda cerebral podrías modificar la actividad neuronal. Las

únicas publicaciones médicas en relación con las ondas Schumann dicen que lo único que

podrían causar es aumentar la incidencia del cáncer de piel. Por otro lado, los experimentos

de los que hablas no están libres de sesgos o contaminaciones…-dijo poco convencido, se

salía de su campo y era normal su vacilación.

-Lo entendí, pero…- No pude acabar la frase cuando Dave nos llamó a los dos para

ayudarle a responder las dudas de los asistentes.

Acabó el día sin haber tenido posibilidad alguna de seguir mi conversación con Matthew,

por lo que muchas cosas me rondaban aún los pensamientos. Era la hora de irse pero, ¿por

qué iba a desaprovechar esa oportunidad? Estaba en el laboratorio, ¿Por qué no

experimentar con alguna de las palabras de Tesla?

La ciencia es eso, experimentar, descubrir si es verdadero de manera real, demostrable.

Esperé a que todos se fueran, encendí las luces del ala oeste del gran laboratorio y saqué el

libro. Aquí contaría con todos los materiales para hacer alguna de sus pruebas y lo haría

aunque me llevara toda la noche.

“Todos estos inventos están basados en la utilización de mi bobina, con la que aumentar los

voltios.”

Así que ese era el comienzo, fabricar una miniatura de la bobina de Tesla con la que

empezar a trabajar.

Ya eran las tres de la mañana cuando conseguí que funcionara perfectamente; era un trabajo

muy costoso, cualquier error supondría empezar de cero otra vez. Después comencé a

trabajar en el adaptador de la corriente alterna que actuaría como disparador de las ondas

electromagnéticas, era complicado pero si estos cálculos eran correctos los demás inventos

no deberían de ser falsos. Quizás no tuviesen el uso que el inventor les atribuye, pero no

debió de andar desencaminado.

Cuando conecté el adaptador y lo encendí, en una milésima de segundo todos los detectores

de ondas electromagnéticas del laboratorio comenzaron a sonar marcando el máximo, me

sobresalté. No esperaba que aquella minúscula máquina pudiese producir una onda tan

notable…

Entonces… Si tan solo se trataba de una miniatura, ¿Cómo serían todos aquellos

experimentos a escala real?... Pasaba de nuevo las páginas rápidamente, cuando sentí que

una de las hojas era un poco más pesada y gruesa que el resto, por lo que me dispuse a

despegar para descubrir su interior. Con cuidado de no destrozarlo, saqué una hoja con las

medidas perfectas como para introducirla entre las otras dos, cuando pude leer “Rayo de la

muerte”; sí, ahí estaba el trabajo que más escalofríos podría producir de toda su carrera.

Uno a uno, punto a punto explicados su modo de utilización y sus capacidades como la de

derribar aviones a larga distancia.

“Sostengo que el rayo tan solo define su nombre, con el uso que se haga de este.”

La única duda que ahora tenía presente era qué hacer con toda esta información.

¿Presentarla de forma anónima? En los tiempos en los que estamos acabarían

descubriéndolo. ¿Presentarlo con mi nombre? No, no sería capaz; no quisiera llevarme los

méritos como si un descubrimiento de la pobre Rosalind Franklin, sin cuyas fotografías no

se hubiese podido descubrir la estructura del ADN, se tratase. ¿Presentarlo tal y como está?

No, esto podría caer en manos de cualquier persona que no tenga unos intereses científicos,

y pueda poner en peligro a la gente. Y eso era lo que Tesla quería evitar…

Me desperté por el sonido de la gente entrando, guardé rápidamente el libro y salí

rápidamente por la puerta directa al laboratorio de Tesla. Entré por una de las ventanas de

atrás, había dejado las llaves en casa, y llegué al lugar exacto donde había empezado todo.

Coloqué el manuscrito en su posición inicial y puse las tablas encima.

La sociedad no estaba preparada para esto y yo, al igual que Tesla, no quería poner en

peligro la humanidad, por ello esto debía quedar protegido en el sitio donde había

permanecido casi un siglo.