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jorge artel

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jorge artel

tambores en la noche

tomo xbibl ioteca de l i teratura afrocolombianaministerio de culturaX

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Ministerio de Cultur arepúbl iC a de ColoMbia

paula Marcela Moreno ZapataMinistr a de Cultur a

María Claudia lópez sorzano ViCeMin istr a de Cultur a

enzo rafael ariza ayalaseC retario Gener al

Clarisa ruiz CorrealdireC tor a de artes

Melba escobar de nogalesCoordinador a

área de l iter atur a

Viviana Gamboa rodríguezCoordinador a

proyeC to b ibl ioteC a de

l iter atur a afroColoMbiana

apoyan

dirección de poblaciones biblioteca nacional de Colombia

Ministerio de Cultura

Carrera 8 nº 8-09

línea gratuita 01 8000 913079

) (571) 3424100 extensión 2404

bogotá d. C., Colombia

www.mincultura.gov.co

ColeCC ión de l iter atur a afroColoMbiana

CoMité editorial

roberto burgos Cantor ariel Castillo Mier darío Henao restrepo alfonso Múnera Cavadía alfredo Vanín romero

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índice

prólogo

la edificación de la poesía con imágenes sonoras en Tambores en la noche 11

G a b r i e l F e r r e r R u i z

ta m b o r e s e n l a n o c h e

Negro soy 49

la voz de los ancestros 50

¡Danza, mulata! 52

la cumbia 54

Tambores en la noche 57

Velorio del boga adolescente 59

Ahora hablo de gaitas 61

Barrio abajo 63

Mr. Davi 64

Sensualidad negra 65

Bullerengue 67

El líder negro 68

Dancing 70

romance mulato 72

Puerto 74

Canción en el extremo de un retorno 75

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El minuto en que vuelven 79

Extramuros 80

la canción 81

Ese muchacho negro 82

Cartagena 3 a.m. 83

Mi canción 84

Noche del Chocó 86

Barlovento 88

Palenque 89

Isla de Barú 90

Canción en tiempo de porro 91

los chimichimitos 92

El lenguaje misterioso 94

Alto Congo 95

Argeliana 96

Soneto más negro 97

la ruta dolorosa 98

El mismo hierro 100

Harlem 102

Al drummer negro de un jazz session 103

Superstición 104

Encuentro 107

Palabras a la ciudad de Nueva York 108

Playa de Varadero 118

Yanga 120

Mapa de África 122

Poema sin odios ni temores 124

vocabular io 129

not ic iab ibl iográf i ca 133

anexos 135

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Prólogo

laedificacióndelapoesíaconimágenes

sonorasentamboresenlanoche

Gabriel Ferrer Ruiz

Para los años cuarenta, la poesía de Jorge Artel era avanzada con respecto a la línea neorromántica y modernista imperante en Co-lombia y representada por los grupos Los Nuevos y Piedra y Cielo. El trabajo poético de Artel es heredero directo de la obra de Can-delario Obeso (1849-1884), pero renueva el discurso basado en la recreación de la afroantillanidad que poetas como Luis Palés Matos (Puerto Rico) ya habían desarrollado en los años veinte y treinta. Artel es el primero en abordar desde el verso libre la tradición afri-cana en el país, pero lo hace suprimiendo el exotismo y el estereoti-po de la poesía de tema negro que le antecedía.

Artel abre la lírica del Caribe colombiano a una musicalidad sin límites e incluye en ella la naturaleza, la cotidianidad del hombre ca-ribe y sus espacios y motivos: el mar, el puerto, el viaje, la búsqueda del otro; también abre el verso a la libertad de otras voces: las del an-cestro, las del negro y el blanco en contradicción, las de la naturaleza

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—el viento, el rugido del mar—, las del ritmo —el tambor, la gaita—. Su poesía asimismo se abre al espacio del cuerpo, la sensualidad del negro y su unión con el entorno. Todos estos son elementos típi-camente vanguardistas y generan una ruptura en Colombia en la década de los cuarenta.

La poesía de Artel trae consigo el elemento negro, parte de la identidad caribeña, tanto en su integración y participación histó-rica como en su especificidad. El negro, además de participar en la simbiosis cultural reflejada en la música, la danza, la alimentación, las lenguas y los dialectos del Caribe, también hizo parte de cier-tos procesos sociales, económicos y políticos que vivió esta región y que configuraron sus modos de vida y sus ideologías. La raza negra es entonces vista aquí no solo desde una visión romántica, estereotipada, sino también conflictiva y cambiante; es una pieza que ayudó a conformar el rompecabezas histórico de la región. Al integrarse a los procesos sociohistóricos y culturales del Caribe, el elemento negro también se integró a su literatura. Sus orígenes y su caracterización se encuentran en la nostalgia de la tierra, la re-beldía ante la condición social impuesta, las creaciones folclóricas, los cantos de trabajo desesperados, los Negro Spirituals, los cantos de esperanza que surgieron en las plantaciones en los días de la esclavitud. Estos elementos dejaron de ser creaciones espontáneas para ser artísticas, pasaron a ser expresiones ya no de un sentir si-tuacional sino manifestaciones de una voluntad estética (Canfield, 1973: 496-497), tal como se encuentra en la obra de Artel.

El caso de Jorge Artel es análogo al de Luis Carlos López en algunos aspectos de la recepción de su obra. En la década de los cuarenta, cuando publica Tambores en la noche, los juicios de los críticos destacaron en la forma la musicalidad, el ritmo, el canto, la onomatopeya del escenario caribe que aparecía en la poesía como

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elemento esencial; en las temáticas hicieron énfasis en la reivindi-cación del elemento negro en la poesía colombiana, iniciada con Candelario Obeso, y en la presencia de la africanidad, del ancestro (Vinyes, 1940; Caneva, 1945: 90-91). Artel es recibido por la críti-ca como el representante de la poesía afroamericana en Colombia y la máxima expresión del pensamiento lírico negro colombiano. Su inclusión en las antologías también es importante en este nivel de recepción. Aparece en cuatro antologías, en el período que va de 1945 a 1964, cuyos juicios críticos están referidos a lo nuevo y lo mejor en la poesía colombiana, así como a la pertenencia del poeta, a la historia de esta.

En el nivel de recepción reflexivo vale la pena destacar a Luis Palés Matos y Eduardo Carranza como lectores de Artel. El prime-ro destaca el paisaje caribe, lo folclórico y el drama del hombre. El segundo agrega el carácter insular de la poesía de Artel en la lírica nacional, lo cual revela su posición con respecto al horizonte de ex-pectativas de la época. Carranza identifica a Artel como el primer poeta marino de Colombia.

La percepción de lo nuevo en la recepción de la obra de este poeta negro, que se tuvo inmediatamente después de su apari-ción, reside en que despertó la temática, la situación, la historia, el canto, el movimiento y la música negra en la lírica colombiana, pues en las primeras cuatro décadas del siglo xx estos elementos estuvieron ausentes en el panorama de la poesía nacional. Fue una manera de recordarle una de las partes de su identidad al lector caribe y, al resto de lectores en el país, la posibilidad de otras vo-ces, otros temas, distintos a los producidos por el grupo Piedra y Cielo.

El siguiente estudio busca identificar la composición poética de Tambores en la noche, manifiesta en aspectos como la identidad,

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la edificación de la poesía con imágenes sonoras, la oralidad como recreación de lo popular, el tiempo y el viaje.

L a ide n t ida dLa búsqueda de la identidad en la literatura del Caribe ha sido

tema de varios críticos (Mateo Palmer, 1993: 605-626; Cortés, 1998: 107-118) que han planteado que esta se inscribe en diversas instan-cias, entre otras, la indagación de la historia —como trasfondo o eje temático—1 y de las raíces étnicas de los pueblos del Caribe, especial-mente de los conflictos del hombre negro, denominador común en el espectro de razas presentes en la región (Mateo Palmer, 1993: 608-612). Es justamente esta última instancia la que desarrolla Artel en su poesía. En ella se propone una identidad étnica, tanto en el plano individual como en el colectivo, que adquiere su valor en el ances-tro. El poeta se interna en su historia tratando de desentrañar su situación presente.

Estos dos tipos de identidad, individual y colectiva, en ocasio-nes tienden a fundirse, el yo del hablante lírico trasmuta en una marca de raza: «Negro soy desde hace muchos siglos./ Poeta de mi raza, heredé su dolor.» (Artel, 1955: 13).2 Aquí presenta su yo único, «soy», en fusión con un yo colectivo, plural, que se interna en el pasado. Esta fusión se percibe en cómo el hablante lírico se asume

1 En la literatura del Caribe francófono, por ejemplo, son bien conocidos los movimientos de la negritud, con autores como Aimé Césaire, Edouard Glissant y Patrick Chamoiseau, en cuyas obras se recogen reflexiones sobre la identidad relacionada con distintos momentos de la historia antillana (Cortés, 1998: 112).

2 Todas las citas de Artel que aparecen en este prólogo son tomadas de la edición de Tambores en la noche de Ediciones de la Universidad de Guanajuato de 1955.

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en el ancestro: «El hondo, estremecido acento/ en que trisca la voz de los ancestros,/ es mi voz.» (Artel, 1955: 14). Se trata, pues, de una identidad no solo étnica sino también histórica, arraigada en un pasado que no alcanza a diferenciarse del presente en el que el poeta experimenta el dolor, la nostalgia y los deseos de rebelión de sus abuelos.

La estrategia poética que revela esta idea se basa en símbolos sonoros y en el sentido del oído, que actúan como umbrales, co-mo puertos que llevan al hablante lírico a ubicarse en el espacio y en el tiempo de su ancestro: «¡Oigo galopar los vientos,/ sus voces desprendidas/ de lo más hondo del tiempo/ me devuelven un eco/ de tamboriles muertos,/ (…)/!» (Artel, 1955: 16). «¡(…)/ Oigo galopar los vientos,/ temblores de cadena y rebelión,/ mientras yo —Jorge Ar-tel—/ galeote de una ansia suprema,/ hundo remos de angustias en la noche!» (Artel, 1955: 17). Se aprecia aquí que la imagen sonora si-tuada en el presente actúa como un pasaje hacia el tiempo pretérito del ancestro que se confunde con las coordenadas temporales del hablante lírico.

Además de este tipo de identidad relacionado con la pertenen-cia del hablante lírico a la raza negra en el plano del pasado, en la poesía de Artel se encuentran dos tipos más. Por una parte, la re-ferida al hombre negro del presente perteneciente a diversos países como el Congo, Brasil, Colombia, Argentina, Panamá y México. El poeta hace un recorrido espacial que le permite lograr un recono-cimiento de su raza, a manera de integración cultural e histórica que se liga al ancestro: «Negro de los candombes argentinos,/ (…)/ cantas aún las tonadas nativas,/ (…)/ Negro del Brasil,/ heredero de antiquísimas culturas,/ (…)/ Negro de las Antillas,/ de Panamá, de Colombia, de México,/ (…)/» (Artel, 1955: 141-142). El propósito del hablante lírico es plantear que la verdadera identidad de América se

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encuentra en ese substrato negro, que solo la lealtad a la memoria y a la tradición pueden construir dicha identidad. Por otra parte, la exaltación del elemento negro como base de identidad en América está acompañada de otras bases étnicas —mestizos y mulatos—3 que constituyen otro tipo de identidad. Se rechaza explícitamente la postura que niega la propia identidad étnica: «Esos que no se saben indios,/ o que no desean saberse indios./ Esos que no se saben ne-gros,/ o que no desean saberse negros./ Los que viven traicionando su mestizo,/ al mulato que llevan (…)/» (Artel, 1955: 143).

Haciendo una comparación, puede decirse que mientras el cubano Nicolás Guillén busca en su poesía una verdadera fraternidad de to-dos los hombres, blancos y negros, civiles y militares, para la marcha hacia el porvenir libre de los pueblos (Allen, 1949-1950: 38), Artel busca tal fraternidad en la integración de la raza negra y las híbridas que contienen el elemento negro: mestizos y mulatos que forman la con-ciencia de América. Nuestro poeta, al contrario de Guillén, toma una postura contestataria hacia el hombre blanco desde un plano históri-co. En sus poemas se rememora la trata de negros a manos del hombre blanco y se modaliza desde la posición del ancestro que vivió aquella época: «/ (…)/ el Senegal sonoro,/ sin bandera y sin amo,/ estremecido por la demoníaca/ presencia del hombre blanco.» (Artel, 1955: 102). Es importante aclarar que aquello que desea exaltar el hablante lírico es el origen y la presencia negra del habitante americano como base de una identidad: «Negros de nuestro mundo,/ los que no enajenaron la con-signa,/ ni han trastocado la bandera,/ este es el evangelio:/ ¡somos —sin odios ni temores—/ una conciencia en América!» (Artel, 1955: 146).

3 Este planteamiento posee su correlato sociohistórico, pues el Caribe colombiano es la región del país con la más alta densidad poblacional de origen africano mixto, además de la población estrictamente negra (6%) (Helg, 1999: 698).

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En el tratamiento del problema de la identidad, el hablante lírico toma dos posiciones: de dolor-nostalgia y de rebelión. En «Poema sin odios ni temores» se aprecia la segunda posición. Manifiesta explícitamente su actitud rebelde ante dos interlocutores, el negro y los que niegan su raza. Al primero, le recuerda su ancestro, su origen y su papel en el contexto social presente: «Negro de los can-dombes argentinos,/ Bantú (…)/ —¿Qué se hicieron los barrios del tambor?—/ (…)/ yo sé que vives, y despierto/ cantas aún las tonadas nativas,/ (…)» (Artel, 1955: 141). Al segundo, le expresa su rechazo: «Y aquellos que se escudan/ tras los follajes del árbol genealógico,/ deberían mirarse al rostro/ —los cabellos, la nariz, los labios—/ (…)/» (Artel, 1955: 144).

El problema de la identidad que trata Artel en su obra no es un asunto aislado; por el contrario, se registra en toda la literatura an-tillana y está ligado a la presencia africana en esta. René Depestre (1969: 19) hacía énfasis en lo que él denomina una «literatura de la identificación», basada justamente en la identidad del hombre ne-gro y expresada tanto en francés como en inglés y en español. Esta problemática se desgaja en una pregunta básica: ¿De qué manera el hombre negro se puede convertir en lo que es y así encontrar su verdadero ser en la sociedad y en la historia? Afirma Depestre que el problema de la identidad del hombre negro depende de la historia, de las relaciones sociales en las Antillas y de hechos muy concretos y determinantes para la raza negra como lo fue la esclavitud.

Por cierto, esta relación identidad-esclavitud es uno de los temas centrales de la poesía de Jorge Artel. Esto explica la dualidad que en ella se encuentra entre dos universos significativos, dos tiempos y dos espacios: por un lado, el universo del ancestro libre con plena iden-tidad y el encuentro consigo mismo situado en el pasado y en la ma-dre África: «/ (…)/ el Congo impenetrable/ donde nuestros abuelos

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transitaron.» (Artel, 1955: 102); y por otro lado, el negro esclavo ubi-cado en un espacio y un tiempo itinerantes, América y un pasado doloroso: «He aprendido a sentir/ la mirada larga y azul del hombre blanco/ cayendo sobre mi carne/ como un látigo.» (Artel, 1955: 118). El hecho de que Artel relacione identidad y esclavitud es significati-vo por cuanto la trata de esclavos implica un proceso de despersona-lización; el hombre es animalizado y cosificado, pues, como afirma Depestre (1969: 20), «El hombre negro se convirtió así en hombre-carbón, en hombre-combustible, en hombre-nada». La esclavitud implicó entonces despersonalización o pérdida de identidad, reifica-ción del hombre y transculturación.4 Esto explica el énfasis de Artel en el rechazo explícito a la época histórica del negro esclavo: «Te ha-bían robado al suelo de tu África,/ donde eras también el horizonte, el río y el camino.» (Artel, 1955: 135), así como la afirmación sobre el ancestro y las prácticas culturales características de esta raza.

Además de la identidad relacionada con el negro de las diferentes regiones de América, en la poesía de Artel se percibe la relacionada con el hombre del litoral, en la cual se encuentra el hombre caribe. No obstante, nuevamente el hablante lírico explora los lazos que lo unen al negro: la música, el ancestro, el paisaje: «/ (…)/ hombre del litoral,/ mi luminoso litoral Atlántico./ ¿En qué salto de la sangre/ tú y yo nos

4 Aquí asumo el concepto de transculturación que Fernando Ortiz trabaja en Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Afirma el cubano que el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra porque este no consiste solamente en adquirir una cultura distinta, que es lo que en rigor indica la voz angloamericana aculturación, sino que implica también, necesariamente, la pérdida o el desarraigo de una cultura precedente, lo que podría llamarse una parcial desculturación, y además significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales, que podrían denominarse neoculturación (Ortiz, 1963: 103).

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encontramos/ o en qué canción yoruba nos mecimos/ juntos, como dos hermanos?» (Artel, 1955: 101-102).

L a e d if ic ac ión de l a p oe sí a con im áge ne s sonor a s

La poesía de Artel se edifica sobre imágenes sonoras que confor-man un universo que vibra en todas sus manifestaciones, que está en movimiento rítmico. Este planteamiento se sustenta mediante las distintas representaciones recreadas en los poemas y que aluden al sonido, las cuales pueden dividirse en dos tipos: las del mundo hu-mano y las del mundo no humano (aunque ligado a aquel). Además es factible establecer otra bipartición: la del sonido en el caos (el rui-do) y en el orden (el ritmo). Veamos primero las representaciones.

En el mundo humano se encuentran las siguientes imágenes: el canto, la voz, pertenecientes a los sonidos del orden; el grito, la algazara, el lloro, pertenecientes al sonido-caos. En el mundo no humano pero ligado al humano, se encuentran los que produce el hombre, a saber, la música de instrumentos hiperbólicos, el tambor, las gaitas, las maracas, y los que emite la naturaleza, el viento, el mar. Analicemos todas estas imágenes sonoras.

La importancia del canto en la poesía de Artel es evidente. Mu-chos de sus poemas parecen canciones, son versos escritos para ser tarareados, para ponerles música. El poeta cartagenero canta el dolor de su raza construido históricamente: «¡Yo no canto un dolor de ex-portación!» (Artel, 1955: 14). Pero este canto no es solamente el suyo sino también el de su ancestro. El poeta rememora esta actividad del pasado de su raza: «—Anclados a su dolor anciano/ iban cantando por la herida…—» (Artel, 1955: 17). Pero además del canto doloroso, en su poesía se reconstruye el canto erótico de la danza negra: «En tus piernas veloces y en el son/ que ha empapado tus lúbricas caderas/

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doscientos siglos se agazapan.» (Artel, 1955: 20). Nótese la reitera-ción del pasado como trasfondo temporal de los versos citados. El canto también actúa en el marco de la nostalgia y cumple funciones conectivas, liga al hombre a su propio espacio y a otras regiones, a su propio tiempo y a otros tiempos: «/ ¡(…)/ donde los marinos/ en-cierran el ovillo de sus cantos/ para atar los cabos de los días/ en el mar!» (Artel, 1955: 61).

Es importante detallar el carácter ubicuo que el poeta le atri-buye al canto, no simplemente por su obvia naturaleza dispersa, itinerante, sino también porque lo ubica en todas las actividades del hombre negro, en el recuerdo, en los retornos: «En los rincones de los arsenales/ me estará esperando algún canto abandonado,/ (…)/» (Artel, 1955: 62); en el trabajo: «Trabajaron con la muerte/ y regresan cantando.» (Artel, 1955: 66); «Por la boca de los negros/ principia a trotar una canción,/ (…)/ Sus manos afilan los arpones/ y su afán de pescar apresura la noche.» (Artel, 1955: 67-68). La canción tras-ciende fronteras, actuando como marca de identidad del negro y como medio de comunicación: «[la canción] La dijo un negro alto/ de tatuaje y puñal,/ (…)/ La dijo en muchos puertos/ de América del Sur,/ (…)/» (Artel, 1955: 69-70). Esta idea se refuerza en todo el poemario de Jorge Artel. Retomando uno de sus versos, el negro se identificaría por tres aspectos, trabajo, dolor, canto: «El negro vive su vida./ Pesca. Sufre. Canta.» (Artel, 1955: 82). El canto también revela la interioridad del hombre negro, actúa como espejo de su conciencia: «Hay una canción oculta/ tras de su boca sellada,/ (…)/ Ese muchacho negro/ tiene la vida turbia/ (…)/» (Artel, 1955: 72).

Pero el canto, además de como imagen sonora, se encuentra en los poemas de Artel como estructura lírica. Evocando un ritmo es-pecífico, los versos devienen enunciados de canciones. Veamos el poema «Bullerengue»: «Si yo fuera tambó,/ mi negra,/ sonara na

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má pa ti./ Pa ti, mi negra, pa ti./ Si maraca fuera yo,/ sonara solo pa ti./ Pa ti maraca y tambó,/ pa ti, mi negra, pa ti./ Quisiera vorverme gaita/ y soná na má que pa ti./ Pa ti solita, pa ti,/ pa ti, mi negra, pa ti./ Y si fuera tamborito/ currucutearía bajito,/ bajito, pero bien bajito,/ pa que bailaras pa mí./ Pa mí, mi negra, pa mí,/ pa mí, na má que pa mí.» (Artel, 1955: 43-44). Nótese la estructura repetitiva usada en las canciones: «Pa ti, mi negra, pa ti». No solo se trata de este estribillo sino también del enunciado «pa ti», que se reitera en las estrofas. Se aprecia también la cadencia de estas, su ritmo soste-nido, con versos heptasílabos en su primera parte. Esta estructura repetitiva con estribillo aparece también en los poemas «El líder negro»: «¡El pueblo te quiere a ti,/ Diego Luí,/ el pueblo te quiere a ti!» (Artel, 1955: 45); «Dancing»: «¡Maraca y timbal!/ ¡Marimba y tambor!» (Artel, 1955: 49) y «Barrio abajo»: «Dame tu ritmo, negra,/ (…)/» (Artel, 1955: 35).

Además del uso de la estructura de canción en los poemas, apa-recen poemas con este título: «Mi canción» (Artel, 1955: 75) y «La canción» (Artel, 1955: 69), lo mismo que la intertextualidad con este género. En los poemas se incrustan apartes de canciones del Caribe: «/ (…)/ los tibios ecos del canto:/ “¡Barlovento, Barlovento/ tierra ardiente del tambó…!”» (Artel, 1955: 81). Esta parte de la canción se repite en el poema. En otros versos se introduce también una can-ción vallenata, de corte tradicional oral, muy popular en el Caribe colombiano: «/ (…)/ la honda voz ancestral/ de su angustia indo-mulata:/ “Este es el amor-amor,/ el amor que me divierte…/ ¡Cuan-do estoy en la parranda/ no me acuerdo de la muerte!”» (Artel, 1955: 88). Este estribillo se usa en piquerias5 en la costa Caribe e introduce

5 Competencia entre verseadores o compositores acompañados por un acordeonero. En este desafío se proponen temas del momento en los niveles político, económico, amoroso, etcétera. Quien hile más fino en la

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los versos creados por los músicos. En este poema, para cerrarlo, se extrae el verso de la canción «Este es el amor amor», reiterando la intertextualidad. En otro poema, «Los chimichimitos», se retoma un coro negro: «“Los chimichimitos/ estaban bailando/ el coro co-rito./ ¡Tamboré…!”/ (…)/ “Que baile la negra./ ¡Tamboré!/ Que baile el negrito./ ¡Tamboré…!”» (Artel, 1955: 90). Es interesante ver cómo en la intertextualidad, Artel retoma canciones que aluden a las ra-zas del Caribe colombiano: mestiza (vallenato) y negra, haciendo con ello énfasis en la tradición cultural, elemento clave en su obra.

El segundo elemento sonoro del mundo humano presente en los poemas de Jorge Artel es la voz. Es importante resaltar que esta es una imagen sonora armoniosa dentro del universo poético de Artel: es la voz del ancestro, llena de dolor, de alegría, de historia, de tradición; a través de ella se recrean los paisajes de África, los eventos antes, durante y después de la esclavitud: «El hondo, estre-mecido acento/ en que trisca la voz de los ancestros,/ es mi voz.» (Artel, 1955: 14); «Voces en ellos hablan/ de una antigua tortura,/ voces claras para el alma/ turbia de sed y de ebriedad.» (Artel, 1955: 15). La voz también expresa la música, el sentimiento de épocas pa-sadas: «/ (…)/ sus voces desprendidas/ de lo más hondo del tiempo/ me devuelven un eco/ de tamboriles muertos,/ de quejumbres per-didas/ (…)/» (Artel, 1955: 16).

Los sonidos del caos, a saber, el grito, la algarabía, la algazara, el lloro y la risa, aparecen en todo el poemario. Nuevamente hay una atribución de estas imágenes sonoras al ancestro. El grito rememo-ra el pasado: «/ (…)/ repujados de gritos ancestrales,/ se lanzan al mar» (Artel, 1955: 15). También se gesta en el marco de la danza ne-gra: «El humano anillo apretado/ es un carrusel de carne y hueso,/

composición será el triunfador. La piqueria nace con el género del vallenato y fue instaurada por los mismos juglares del Magdalena Grande.

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confuso de gritos ebrios/ y sudor de marineros,/ (…)/» (Artel, 1955: 22); es el grito de la raza en el ritual que la identifica: «Toda una raza grita/ en esos gestos eléctricos,/ (…)/» (Artel, 1955: 23).

Esta idea de la imagen sonora del grito en el entorno de prácti-cas culturales —especialmente danza y música— que identifican al negro se reitera en varios poemas. Por ejemplo, en «Tambores en la noche» se recrea el contexto tradicional oral de la décima: «/ (…)/ acompasando el golpe con los cantos/ de los decimeros, con el grito blasfemo/ y la algazara, con los juramentos/ de los marineros…/ (…)/» (Artel, 1955: 26).

El llanto también opera como imagen sonora presente en los poemas de Artel, en el contexto del ancestro y del presente. Es im-portante notar cómo este elemento sonoro se ubica, al igual que el anterior, en un contexto ritual negro y caribe: el lloro acostumbrado en los velorios: «(Las mujeres lo lloran en el patio,/ aromando el ca-fé con su tristeza/ (…)/)» (Artel, 1955: 28). El contexto del ancestro como trasfondo omnipresente en la vida actual del negro se puede apreciar en este poema en el que el hablante lírico expone el vínculo con esta historia pretérita que, según él, le da el sentido al aquí y al ahora de la raza negra: «Nuestra voz está unida, por su esencia,/ a la voz del pasado/ (…)/ no huyen los abuelos fugándose en la sombra/ (…)/ Ellos están presentes,/ se empinan para vernos,/ gritan, claman, lloran, cantan,/ (…)/» (Artel, 1955: 145-146). Nótese aquí la unión de varias imágenes sonoras, el grito, el clamor, el lloro, el canto, como parte inherente del ancestro, lo cual explica para el hablante lírico la presencia de estos elementos en la vida presente del negro.

El aprovechamiento estético de la sonoridad del lenguaje en este plano se encuentra también en la poesía del Caribe no hispano. Poetas jamaiquinos como Mutabaruka, Michael Smith y Linton Kwesi Johnson destacan el ritmo, la fuerza y el impacto que logran

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las imágenes sonoras. Se captan en su poesía la violencia del pre-gón, la tradición oral y todo tipo de distorsiones del aparato bucal: gritos, ruidos y sonidos trágicos (Rodríguez, 1990: 305-306). Vea-mos una muestra de esta poesía en unos versos de Orlando Wong:6 «No poet/ I am no poet/ I am just a voice/ I echo de people’s/ Thought/ Laughter/ Cry / Sigh…/ I am no poet/ I am just a voice». Nótese aquí la presencia de imágenes sonoras del orden —la voz— y del caos —risa, grito, lamento—, elementos también presentes en la poesía de Artel. Valdría la pena reflexionar sobre el uso de este universo acústico en la poesía caribeña, proveniente quizá de la cultura, de la música, del modo de ser del hombre de esta región.

Otras imágenes sonoras, pertenecientes al mundo no humano pero ligadas al humano, se encuentran en los poemas de Artel: la música de instrumentos hiperbólicos, el tambor, la gaita, las mara-cas, y las que emite la naturaleza: el viento y el mar. Me detendré en estos aspectos.

Cuando trataba el elemento del canto, planteaba que la poesía de Artel se edifica sobre una estructura sonora tomada de este gé-nero; la música viene a formar parte de esta estructura: se integra a la forma, las imágenes y el sentido del poema. Es importante se-ñalar que estos elementos ya se trabajaban en la negritud, movi-miento artístico y eticohistórico en el que se configura, entre otros aspectos, el universo mágico de la raza negra y se integra a la den-sidad de lo folclórico, revalorando así las tradiciones en el rescate de la oralidad, el ritmo y la poesía popular (Bohórquez, 1975: 36-37). En Nicolás Guillén, por ejemplo, se observan estas características: ritmo y palabra se unen para generar la estructura del poema. En Artel se percibe esta misma caracterización. Mientras en Guillén

6 Citado por Emilio Jorge Rodríguez (1990: 306).

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es el poema-son, en el poeta cartagenero es el poema-porro, el poe-ma-bullerengue, que cumplen la función de descubrir la esencia de su raza y la naturaleza del pueblo. El sentido del ritmo y la musi-calidad basada en lo percutivo vienen a complementar el universo sonoro totalizante que envuelve todo el poemario de Artel. Bohór-quez (1975: 43), refiriéndose a Guillén, considera que esta relación ritmo-palabra, poema-música, es un producto caribe que revela el carácter mestizo de este tipo de poesía. En este punto concuerdo con el crítico en lo que respecta a Artel, poeta del Caribe colom-biano que representa la presencia del elemento musical como rasgo importante en la literatura del Caribe hispánico y no hispánico.

La preponderancia o, más bien, la omnipresencia de la música en la obra de Artel, la estructura lírica basada en el vínculo melo-día-texto, se explica por la construcción de una identidad negra, mestiza y mulata que el hablante lírico desea lograr. La música, es-pecialmente la percutiva, es un aspecto mediante el cual, desde la Colonia,7 la raza negra se autoidentificaba y se hacía reconocer ante los demás. La música de tambores también cumple funciones co-municativas en el tiempo dentro de la cultura negra: abre puertas a los espacios donde moran los antepasados. En los poemas de Artel se perciben estos hechos: «Los tambores en la noche, hablan./ ¡Y es su voz una llamada/ tan honda, tan fuerte y clara,/ que parece como si fueran sonándonos en el alma!» (Artel, 1955: 26). En este poema, que da título al libro, el tambor aparece como una presencia cuasi-humana: «Los tambores en la noche,/ parece que siguieran nuestros pasos…/ Tambores que suenan como fatigados/ (…)/» (Artel, 1955:

7 Esta marca identificatoria era tan fuerte que en el siglo xvii los negros realizaban sus rituales funerarios acompañándolos con cantos, tambores y danzas. Al oír los tambores, Pedro Claver los amenazaba con látigo, les decomisaba los alimentos del ritual y los tambores (Friedemann, 1992: 551).

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25). Los tambores sintetizan varias imágenes sonoras, grito, llanto, voz: «Los tambores en la noche/ son como un grito humano./ Tré-mulos de música les he oído gemir,/ (…)/ Los tambores en la noche, hablan.» (Artel, 1955: 26).

En otros poemas, como «Bullerengue», ya el tambor no es símbo-lo sino que su música va integrada a los versos: «Si yo fuera tambó,/ mi negra,/ sonara no má pa ti./ Pa ti, mi negra, pa ti.» (Artel, 1955: 43). Es posible evocar los golpes del tambor en el ritmo de los versos y las formas verbales truncadas: «pa ti» es el sonido seco del poema al que alude Ocasio (1995: 84) con respecto a la poesía de Guillén y Palés Matos, sonido que proviene de unos tambores preparados por el santero para las danzas litúrgicas públicas. Artel resalta este lenguaje misterioso de los tambores introduciendo el sonido ono-matopéyico que producen, con lo cual rompe la estructura verbal del poema, abocándolo a lo verbal: «Surgen de la entraña nocturna/ los tambores litúrgicos…/ (…)/ —¡Dum… dum… dum…!/ ¿Quién puede adivinar el lenguaje sombrío/ de estas llamadas/ estremeci-das de misterio?» (Artel, 1955: 93-94).

Artel retoma también otros aires musicales negros, como el jazz,8 y menciona prácticas musicales que involucran el elemento negro: la cumbia, el bullerengue, el son, el porro. Con estos aires se evo-ca también el mestizaje; por ejemplo, el porro acoge el sentimiento

8 La mención del jazz reafirma la importancia del elemento popular en la poesía de Artel, pues este tipo de música se basa en los cantos y en las melodías populares y religiosas de los negros del sur de los Estados Unidos. Asimismo, la espontaneidad, la sensualidad y la exaltación del cuerpo destacadas en los versos de Artel se relacionan con el jazz en la medida en que este se caracteriza por el movimiento audaz y frenético de las notas musicales y de los músicos que lo interpretan (Prescott, 1985: 29-30).

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t riétnico del hombre caribe.9 Este también es el caso de la cumbia. Con la música emerge la danza negra en la que se liberan las pasiones y la sensualidad de la mujer de esta raza. Estos elementos se registran también en la poesía de Guillén y de Palés Matos y en general en la poesía antillana de temática negra. Polit considera que la sensuali-dad es una de las imágenes inocentes del negro en la poesía de esta región, en la cual «el negro se ve predominantemente preocupado en moverse y sentirse, en cantar y bailar» (Polit, 1974: 43).

La música es también un elemento estético presente en otros poetas del Caribe, en especial el anglófono. Escritores como Loui-se Bennett (Jamaica), Edward Kamau Brathwaite y Bruce St. John (Barbados), Paul Keens-Douglas y Abdul Malik buscan transmi-tir el ritmo interno del poema, apropiándose de la música popu-lar y elaborándola estéticamente (Rodríguez, 1990: 307). Veamos un ejemplo: en The Arrivants de Edward Kamau Brathwaite (1998) se aprecia claramente la construcción lírica sobre la base musical negra: en el poema «Work Song and Blues» (Kamau Brathwaite, 1998: 4), el poeta canta: «Drum skin whip/ lash, master sun’s/ cut-ting edge of/ heat, taut/ surface of things/ I sing/ I shout/ I groan/ I dream». Nótese la presencia de ciertos elementos: tambor, canto, grito, gemido y la misma cadencia del poema que evoca el ritmo del tambor, tal como ocurre en algunos poemas de Artel. Las rela-ciones entre este y los poetas del Caribe anglófono son bastante in-teresantes en el plano analítico, que aquí desarrollo abstrayendo las diferencias generacionales, pues reiteran la hipótesis según la cual hay encuentros estéticos en diferentes planos: de lenguaje y de te-máticas que postulan una poética del Caribe hispano y no hispano.

9 El porro combina el danzón de los blancos, el ritmo del bombo de los negros y el bozá, que trae reminiscencias de las melodías de los pitos de los indios (Fals Borda, 1986: 134B).

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Finalmente, las otras imágenes sonoras se encuentran en la na-turaleza. Artel las retoma como trasfondo de los poemas; cuan-do no están las otras imágenes sonoras —grito, voz, lloro, canto, música—, aparecen los sonidos del viento, la brisa del mar: «Oigo galopar los vientos/ bajo la sombra musical del puerto./ Los vien-tos, mil caminos ebrios y sedientos,/ (…)/» (Artel, 1955: 15); «(/ (…)/ ¡Hasta parece que la brisa tiene/ un leve llanto de palmeras!)» (Ar-tel, 1955: 28).

Se concluye pues que la poesía de Artel está construida sobre una base sonora múltiple, polifónica. Sus poemas instauran la rela-ción texto-ritmo, verso-melodía, desarrollando así una de las temá-ticas clave de la literatura del Caribe.

L a or a l ida d: r ecr e ac ión de l o p op ul a rLa relación entre oralidad y poesía caribeña ya ha sido señala-

da por autores como Rodríguez (1990: 299) y Mateo Palmer (1993: 620). Se ha establecido que en las expresiones literarias caribeñas se perciben raíces profundas de la tradición oral tanto de los africanos como de los indígenas americanos. En la poesía de Artel, la oralidad presenta varias facetas, al igual que en los otros escritores del Caribe colombiano: la tradición oral como intertexto en el poema, la poesía conversacional, el habla popular y la tradición oral y la música.

La poesía de rasgo negro en el Caribe tiene como uno de sus elementos identificadores lo popular y lo folclórico, de tal manera que no solo las manifestaciones no verbales como la música y la danza del pueblo son elementos poéticos, sino también las manifes-taciones verbales cotidianas arraigadas en la conciencia popular y expresadas en los diferentes entornos y rituales.

La tradición oral se expresa en la poesía de Artel en cuanto a sus géneros y fórmulas y en los dichos populares usados en el Caribe.

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En los poemas se encuentran versos cuyo contenido es la leyenda: «Bajo su sombra circula la leyenda: “Una vez hubo un príncipe…”/ ¡Tu nombre, oh, Yanga,/ siempre recordará que somos libres!» (Ar-tel, 1955: 136). Además de estos versos incrustados, también se en-cuentra la estructura legendaria en todo el poema; este es el caso de «Superstición», en el que se cuenta un evento de África envuelto en una atmósfera de augurio, temor, advertencia, narración: «Cuan-do el cazador transita/ por las veredas del sueño,/ coleccionando jaguares/ contra su lanza de hierro,/ Refiere un griot que la tribu/ suele escuchar, según dicen,/ los mensajes desgarrados/ del tam-borero invisible…» (Artel, 1955: 114). En este poema no solo se re-crea la leyenda sino también el entorno ritual en que es relatada en la tribu: «Cuando cae la noche bruja/ llena de cuentos y sombras/ para borrar horizontes/ con agoreras esponjas;» (Artel, 1955: 114). El entorno ritual se acompaña de eventos-presagios y de tiempos que preparan la escena de tradición oral: «Por eso cuando la boa/ duerme borracha su siesta/ y nada perturba el cosmos/ tenebroso de la selva;» (Artel, 1955: 114). Las estrofas que cuentan la leyenda del tamborero invisible terminan con puntos suspensivos, con los cuales el hablante lírico indica el transcurrir de la tradición oral y, de alguna manera, construye la atmósfera misteriosa de la narra-ción. Es interesante notar la estructura de este poema: comienza con la afirmación de un evento: «Le cercenaron las manos/ porque dio una nota falsa./ ¡Qué ley tan terrible aquella/ del tamborero de África!» (Artel, 1955: 113). La modalización final, que evalúa subje-tivamente el evento, aporta veracidad a lo que se cuenta. La segun-da estrofa posee ese mismo tono de realidad, pero la tercera y la cuarta ya transforman el tono y asumen el del agüero que presagia lo legendario; es el tono de la creencia: «cuando la boa duerme», «cuando cae la noche bruja»; la quinta, la sexta y la séptima estrofas

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constituyen la leyenda en sí misma, donde el evento es narración. El poema tiene entonces tres partes que reflejan el nacimiento y la constitución de la tradición oral: un evento asumido como real, la mitificación de dicho evento y su narración y propagación de un hablante a otro, de una región a otra.

Además de los géneros, aparecen fórmulas de tradición oral usa-das en estos o en formas cortadas, trovas, coplas y décimas: «según dicen» (Artel, 1955: 114); «Y, óigase bien,/ quiero decirlo recio y alto.» (Artel, 1955: 144). Los poemas también contienen dichos usados en el Caribe en rituales como el del enamoramiento: «—¡Ay, negra, yo así me caso/ corriendo, por la iglesia!» (Artel, 1955: 41); también se encuentran creaciones verbales improvisadas por el hombre caribe en este ritual: «—Me llamo Quico Covilla,/ ¡me tienes el corazón/ hecho un tiesto de cocina!» (Artel, 1955: 41).

La segunda manifestación de la oralidad es la poesía conversa-cional. Este dialogismo se instaura entre el hablante lírico y diver-sos interlocutores: la raza, las personas, los instrumentos musicales, el espacio y el paisaje. En «Poema sin odios ni temores» se aprecia este primer interlocutor colectivo ante quien se apela con el fin de crear y recordar una identidad étnica e histórica que trasciende las fronteras geográficas: «Negro de los candombes argentinos,/ (…)/ Negro del Brasil,/ (…)/ Negro de las Antillas,/ (…)/ Negros de nuestro mundo,/ (…)/» (Artel, 1955: 141-146). Nótese la apelación individual y luego la colectiva; también se aprecia la inclusión del hablante lírico en los enunciatarios: «Porque solo nuestra sangre es leal/ a su memoria./ (…)/» (Artel, 1955: 142). Otro interlocutor es el que se falsifica en su etnia.

Los interlocutores, como individuos, adoptan varias formas arrai-gadas en lo cotidiano, el compadre: «—¡Compae, mírale el pie/ cómo

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arrastra la chancleta!» (Artel, 1955: 40); la mujer negra: «Dame tu rit-mo, negra…» (Artel, 1955: 36); «Si yo fuera tambó,/ mi negra,/ sonara no má pa ti.» (Artel, 1955: 43); el negro: «El pueblo te quiere a ti,/ Diego Luí,/ (…)/» (Artel, 1955: 45); el negro en quien se resume el ancestro: «Último patriarca de Palenque:/ ¡Bien sabes/ que desde tus fogones crepitantes/ Árica envía sus mensajes!» (Artel, 1955: 84); el hombre caribe: «/ (…)/ hombre del litoral,/ mi luminoso litoral Atlántico./ En qué salto de la sangre/ tú y yo nos encontramos/ (…)/» (Artel, 1955: 101-102). Nótese que los interlocutores son afines por cuanto re-presentan la raza, las relaciones afectivas cotidianas, las interacciones populares y el ancestro; en el fondo, se trata de un solo interlocutor materializado en varias formas.

Es interesante reflexionar aquí sobre el tipo de comunicación que propone Artel y con quiénes lleva a cabo el intercambio verbal. Po-demos plantear que el poeta crea dos tipos de contacto: empático —de entendimiento— y antagónico —de oposición y rebelión—. Es evidente que las relaciones empáticas se llevan a cabo con las razas que, según el hablante lírico, poseen identidad gracias a la presencia del elemento africano: la negra, la mulata y la mestiza, bien sea que estén representadas en la mujer, el compadre o los otros personajes interlocutores. Las relaciones antagónicas, por su parte, se estable-cen con el blanco, pero en un plano histórico del pasado. En el plano del presente se puede escudriñar un poco más el poema de Artel para, en el plano de la modalización, acceder a sentidos implícitos. Este plano también es dialógico en la medida en que se refiere a las voces que subyacen en el poema. Ciertamente, se puede plantear que el hablante lírico expone de manera indirecta el conflicto de razas blanco-negro que aún persiste en algunos países de América. En «El líder negro», la modalización revela esta idea: «Con too y que ere

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bien negro/ ya lo blanco te respetan/ (…)/» (Artel, 1955: 45). Nótese el uso de la expresión «con todo y», que equivale a «a pesar de», en la caracterización del color de la piel. La inferencia que de ella se extrae es que el respeto se otorga al que no es negro, pero el líder negro al que se refiere el poema, pese a su color, ha logrado dicho respeto. Considero que el hablante lírico está haciendo alusión a una situación que ocurre en su contexto social y no está revelando pre-cisamente su sentimiento, pues en otro poema se refiere de manera abierta a los que niegan su raza. El hablante lírico manifiesta su re-beldía contra los autores de la esclavitud. En el presente, el antago-nismo se dirige al que, siendo mestizo o mulato, niega su identidad.

La tercera manifestación de la oralidad es el habla popular. Mu-chos poetas del Caribe han revelado la oralidad del nivel léxico y utilizan expresiones típicas de las interacciones cotidianas del Cari-be. Pero en Jorge Artel, además de hallarse tales manifestaciones del habla popular, se registran otras referidas a la pronunciación caribe-ña.10 En efecto, en el Caribe se encuentran fenómenos como la elisión de s, r, d; en algunas zonas se registra el cambio de d por r, entre otros fenómenos de pronunciación. Artel utiliza estas características lingüísticas en su poesía, reiterando el carácter popular folclórico de sus poemas: «Si yo fuera tambó,/ mi negra,/ sonara na má pa ti./ (…)/ Quisiera vorverme gaita/ (…)/» (Artel, 1955: 43-44); «El pueblo te quiere a ti,/ Diego Luí,/ (…)/ Con too y que ere bien negro/ ya lo blanco te respetan/ porque dices la verdá,/ (…)/» (Artel, 1955: 45).

10 Estos usos estéticos de la forma de pronunciación caribeña ya se encuentran en un poeta del Caribe colombiano del siglo xix, Candelario Obeso. En el resto del Caribe, el dialecto también se ha usado en la elaboración lírica. En la literatura jamaiquina de las década de los setenta y los ochenta, las obras acogen estas marcas dialectales en la pronunciación, el vocabulario y la gramática (Rodríguez, 1990: 304-305).

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Considero que el uso de esta forma de habla popular, además de reafirmar la identidad en el plano lingüístico, involucra un efec-to estético caribe de ruptura en Colombia. En la época de Artel, el movimiento piedracielista oficiaba su poesía llena de metáforas, en la que se había perdido el contacto con la realidad; se edificaban univer-sos etéreos. Artel introduce el habla popular en léxico y pronunciación en un contexto poético donde solo tenía lugar la lengua estándar; sus poemas constituyen pues cuasiherejías lingüísticas para aquella época de metáforas en la creación poética nacional. Por ello, Artel constitu-ye una isla estética en aquel periodo, como en sus respectivas épocas lo fueron Luis Carlos López y Candelario Obeso. La pronunciación popular y típicamente caribe introduce caos en el orden del poema; pero más que caos es entropía del lenguaje, pues el poema edifica un nuevo universo cuyas bases son las imágenes sonoras, el elemento ét-nico centrado en el negro, el viaje, el tiempo y la oralidad en sus tres manifestaciones: tradición oral, dialogismo y habla popular.

Un último elemento de la oralidad está ligado a la música. Un poco antes, observamos las manifestaciones de la tradición oral en las leyendas y en las fórmulas. Aquí me refiero a otras prácti-cas tradicionales, vinculadas a la puesta en escena de la oralidad. Se trata de la copla, la trova y el uso de la décima. Estas prácti-cas aparecen mencionadas en los poemas «Tambores en la noche»: «/ (…)/ acompasando el golpe con los cantos/ de los decimeros, con el grito blasfemo/ (…)/» (Artel, 1955: 26) y «Canción en tiempo de porro»: «Tras una copla certera/ nos perderemos tú y yo.» (Artel, 1955: 87). Además de las mencionadas, en la obra de Artel se encuen-tran poemas con versos octosílabos, la métrica de la décima y en otras formas cantadas de tradición oral: «Al son de viejos pilones,/ chisporroteados de cantos,/ meces tu talle de bronce/ sobre el afán inclinado» (Artel, 1955: 35).

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Las anteriores inscripciones de la oralidad en la poesía de Ar-tel responden, a mi modo de ver, a lo que Rodríguez (1990: 300) denomina caribeanidad como herencia y pertenencia, pues dichas inscripciones no son solo recipientes que contienen la cultura, sino también imágenes de identidad en el marco de una búsqueda vital. La tradición oral, la música basada en esta y el habla popular reve-lan el modo de vida del grupo, las relaciones afectivas y sociales, las visiones de mundo, las prácticas e interacciones comunicativas diarias, en suma, los múltiples encuentros del ser, en este caso, del ser caribeño.

E l t ie mp oEl tratamiento de la temporalidad en la poesía de Artel, al igual

que las otras isotopías, posee ciertas facetas que exploraré aquí: el tiempo histórico que se interna en el pasado de la raza, el ancestro y la herencia; y el tiempo irracional, oscuro, la coordenada de la noche en la que se despliega el universo de los sentidos, de la cor-poreidad reinante.

Un punto central en la poesía de Artel es la revisión del pasado como coordenada temporal, fuente de la identidad del presente de América. La presencia del ancestro es predominante en los poemas, tanto como la evocación de los eventos del pasado y la conexión de estos con el aquí y el ahora del hablante lírico. Justamente, uno de los rasgos distintivos de la literatura caribeña, en especial la contempo-ránea (década de los noventa), es el retorno a los escenarios históri-cos, una revisión del pasado de la región, sobre todo de los eventos claves e inexpresables como el genocidio amerindio y la trata de esclavos (Burnett, 1999: 92). Esta vuelta al pasado se encuentra en escritores como Walcott, Naipul, Wilson, Harris, Pauline Melvi-lle, David Dabydeen y Fred D’Aguiar, entre otros. Este rasgo de la

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literatura caribe obedece a la conciencia de que los discursos histó-ricos son sitios para la inscripción del poder, y por ende existe un escepticismo hacia las teorías centradas en Occidente (Burnett, 1999: 93).

Todo esto responde a una identidad cultural caribe y de esa for-ma lo expresa Artel en su obra, basándose en la etnicidad, la historia y en algunos aspectos de dicha identidad como la lengua, la música, la danza, el paisaje. ¿Cómo reconstruye Artel este pasado? Uniendo pasado y presente (la herencia): «Poeta de mi raza, heredé su dolor» (Artel, 1955: 13); explorando el sentimiento humano del ancestro: «El hondo, estremecido acento/ en que trisca la voz de los ancestros,/ es mi voz./ La angustia humana que exalto/ (…)/» (Artel, 1955: 14); reconstruyendo el evento lírico no directamente sino mediante sím-bolos que actúan como puertas-umbrales del pasado, viento, puerto, mar: «Oigo galopar los vientos/ bajo la sombra musical del puerto./ Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos,/ repujados de gritos an-cestrales,/ se lanzan al mar./ Voces en ellos hablan/ de una antigua tortura,/ voces claras para el alma/ turbia de sed y de ebriedad.» (Ar-tel, 1955: 15). El viento actúa como pasaje y a la vez forma el evento histórico. El poeta usa también los acontecimientos contiguos que comunican indirecta y simbólicamente el momento preciso del des-arraigo del negro, el acto mismo de esclavitud: «Oigo galopar los vientos,/ sus voces desprendidas/ de lo más hondo del tiempo/ me devuelven un eco/ de tamboriles muertos,/ de quejumbres perdidas/ en no sé cuál tierra ignota,/ donde cesó la luz de la hogueras/ con las notas de la última lúbrica canción.» (Artel, 1955: 16).

Mediante estos mecanismos, Artel logra reconstruir el pasado. Su poesía se convierte entonces, retomando a Burnett (1999: 109), en re-sistencia, supervivencia y celebración, aspectos característicos de la literatura del Caribe: «Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias,/

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rutas de dulzura,/ temblores de cadena y rebelión./ (…)/ Una do-liente humanidad se refugiaba/ en su música oscura de vibrátiles fibras…/ —Anclados a su dolor anciano/ iban cantando por la he-rida…—» (Artel, 1955: 16-17). El hablante lírico recrea aquí el evento histórico y su huella en toda una raza que tuvo como escenario el Caribe. En efecto, esta región fue el entorno de lo que Sanz (1999: 131) denomina otro acto de genocidio, al referirse al trasplante de miles de africanos de su hábitat original a otro mundo en condicio-nes infrahumanas. Sanz agrega que fueron reglas de colonización que han dejado una herida aún no sanada. Por ello, el hombre y la mujer caribes han tenido que reencontrarse con su propia historia. Historiadores y escritores han asumido esta tarea. En el caso de la li-teratura caribe inglesa de los años cincuenta se encuentra un interés por descubrir las claves de su historia y su identidad, principalmente en las civilizaciones africanas, remontándose varios siglos atrás.11 En Jorge Artel encontramos esta preocupación en el marco de la litera-tura del Caribe colombiano.

Además del tiempo profundo —«lo más hondo del tiempo» (Artel, 1955: 16)— de la herencia, del ancestro, de la historia fuente de identidad, en la poesía de Artel se hallan otros tiempos en el presente: la noche en la que se despliegan la música, la danza negra y el recuerdo. Es un tiempo impenetrable, mágico, durante el cual se construye otro mundo no racional, espacio de la corporeidad desbocada: «Hay un llanto de gaitas/ diluido en la noche./ Y la noche, metida en ron costeño,/ bate sus alas frías/ (…)/ Amalgama de sombras y de luces de esperma,/ la cumbia frenética,/ la diabólica cumbia,/ pone a cabalgar su ritmo oscuro/ sobre las caderas ágiles/

11 Es importante señalar que el movimiento de la negritud tuvo un gran impacto en la literatura caribe anglófona y francófona en el regreso a África (Sanz, 1999: 135).

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de las sensuales hembras.» (Artel, 1955: 21-22). En esta temporalidad, el hombre sufre metamorfosis súbitas: «El humano anillo apretado/ es un carrusel de carne y hueso/ (…)/ Es un dragón enroscado/ brotado de cien cabezas,/ que muerde su propia cola/ con sus fauces gigantescas.» (Artel, 1955: 22-23). La noche, la música y la danza no solo abren el umbral de las transformaciones sino también el del pasado; transportan al hombre a los tiempos y espacios del ancestro o lo retrotraen al tiempo y al círculo del presente en que los negros danzan: «Trota una añoranza de selvas/ y de hogueras encendidas,/ que trae de los tiempos muertos/ un coro de voces vivas./ Late un recuerdo aborigen,/ una africana aspereza,/ (…)/ —sonámbulos dioses nuevos que repican alegría—/ aprendieron a hacer el trueno/ (…)/» (Artel, 1955: 23). Noche e historia, presente y pasado se vinculan aquí. Dos temporalidades emparentadas. La noche también es la temporalidad de la muerte: «Desde esta noche a las siete/ están prendidas las espermas:/ cuatro estrellas temblorosas/ que alumbran su sonrisa muerta.» (Artel, 1955: 27). También se encuentran en la obra los vínculos entre esta temporalidad, la muerte y el tiempo histórico ancestral: «En tus currulaos,/ tus velorios y tus cortejos fluviales,/ se prolongan los ritos,/ como voces perdidas,/ que hablan a mi raza/ del primitivo espanto frente a la eternidad.» (Artel, 1955: 77).

La temporalidad entonces está atravesada, en la poesía de Artel, por el tiempo histórico ancestral, el tiempo de la identidad, de la etnicidad, lo que demuestra la coherencia en la propuesta poética del escritor.

E l v i a jeUna isotopía marcada en Artel es el viaje, elemento que se arti-

cula bien a la poética del autor pues se vincula a la temática histó-rica de la esclavitud. En efecto, este proceso histórico se basó en el

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desarraigo espacial del negro y su traslado a diferentes partes del mundo. El viaje es, pues, un elemento identificatorio de la raza. Es interesante ver cómo en la poesía de Artel hay un énfasis especial en esta isotopía: en el pasado de su raza, en el presente a través de personajes y espacios: marineros y puertos.

El hablante lírico rememora el pasado, el viaje de sus ancestros: «/ (…)/ de esos vientos ruidosos del puerto,/ y miro las naves dolo-rosas/ donde acaso vinieron/ los que pudieron ser nuestros abue-los» (Artel, 1955: 16). También hace énfasis en esta isotopía como rasgo de la etnia y la cultura: «(…)/ Mis abuelos bailaron/ la música sensual. Viejos vagabundos/ que eran negros, terror de penden-cieros.» (Artel, 1955: 24). Los personajes mencionados y evocados tienen un carácter itinerante: es el negro que viaja de un lugar a otro llevando su música: «Mr. Davi era negro/ y había nacido en tierras muy lejanas tal vez…/ Lo conocí en el puerto:» (Artel, 1955: 37); es el hablante lírico que se identifica como transeúnte: «Pero hoy encontré mi corazón marino/ que dormía borracho sobre un puerto/ ventilado de recuerdos./ Y me habló de un viaje largo en veleros festivos/ adornados con mástiles/ abrumados de cancio-nes.» (Artel, 1955: 61).

Hay una visión romántica de estos personajes marcados por el viaje; son seres abstraídos de la realidad, sin asidero espacial, soña-dores, con un oficio: la música y la nostalgia. Aquí es importante retomar la postura de Polit (1974: 43-60), según la cual en la poesía de tema negro ha predominado la tendencia a atribuir al negro rasgos de inocencia, entre otros la sensualidad del baile y el canto, la religiosidad basada en el animismo, lo mágico y lo mítico y la personalidad natural, llana, rayana en la ingenuidad, lo que im-plica un grado de idealización, mitificación y generalización del

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ser negro.12 Justamente este último rasgo es el que se asocia a la imagen del negro-transeúnte-soñador que Artel construye en sus imágenes.

Retomemos en el poema citado inmediatamente antes, «Can-ción en el extremo de un retorno», las imágenes: «corazón marino», «puerto ventilado de recuerdos», «veleros festivos», que se reiteran constantemente cuando aparece la isotopía del viaje: «La tierra fes-tejará mi retorno y será leve/ a mis abarcas de apretado barro,/ para no lastimar el lejano/ recuerdo de cansancio que tienen mis pies.» (Artel, 1955: 62); o «Y junto a las horas cálidas,/ volveré a contemplar mis cien rutas abiertas,/ hemos de conocernos de nuevo el mar y yo.» (Artel, 1955: 62). Se afirma aquí el viaje como señal de identidad del hablante lírico. Esta señal proviene del ancestro: «Te habían ro-bado al suelo de tu África,/ donde eras también el horizonte, el río y el camino.» (Artel, 1955: 135). Nótese aquí el uso de los símbolos que implican viaje, movimiento, proyección, pero en el marco de la autenticidad y la pertenencia del negro a su espacio y su cultura, a diferencia de ese otro viaje de desarraigo y despojo.

El viaje también se representa en los espacios, el puerto dibuja-do en los poemas como un lugar de nostalgia, de espera y partida: «Como otra canción,/ tenue, el perfil de un velero/ se diluye a dis-tancia.» (Artel, 1955: 82).

Con la presencia de estos símbolos que expresan la isotopía del viaje se sintetizan varios sentidos: la marca auténtica del negro en su espacio, la señal del desarraigo, del exilio forzado, la representa-ción de uno de los modos del ser caribe: el ligado al mar, el viajero, el marinero, el itinerante. Pero, además de estos sentidos, quisiera

12 Polit analiza estos rasgos en cuatro poetas: Emilio Ballagas, Nicolás Guillén, Luis Palés Matos y Manuel del Cabral, aunque el énfasis de cada rasgo es diferente entre ellos.

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señalar otro, el referido a una realidad del hombre moderno: su constante desplazamiento, la realidad de las migraciones, espe-cialmente del hombre caribe, y el exilio. En efecto, en la literatura caribeña el tema del exilio se vincula al del viaje y se motiva por la experiencia intensa de la inmigración económica o política o de búsqueda intelectual y artística. Ambos motivos son cronotópicos y se basan en la oposición espacio conocido/espacio desconocido (Palmer, 1993: 616). En la poesía de Artel, esta oposición posee dos valoraciones: la negativa, en lo que respecta al desarraigo del an-cestro, y la positiva, en lo que concierne al hombre itinerante, el marinero, el músico transeúnte.

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tamboresenlanoche

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eloscurosellodeDios

A mis abuelos, los negros

J. A.

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Tamboresenla noche

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Negr o soy

Negro soy desde hace muchos siglos.Poeta de mi raza, heredé su dolor.Y la emoción que digo ha de ser puraen el bronco son del gritoy el monorrítmico tambor.

El hondo, estremecido acentoen que trisca la voz de los ancestros,es mi voz.

La angustia humana que exaltono es decorativa joyapara turistas.

¡Yo no canto un dolor de exportación!

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JorgeArtel50 Tamboresenla noche

L a voz de l os a nce s t r os

A doña Carmen de Arco

Oigo galopar los vientosbajo la sombra musical del puerto.Los vientos, mil caminos ebrios y sedientos,repujados de gritos ancestrales,se lanzan al mar.Voces en ellos hablande una antigua tortura,voces claras para el almaturbia de sed y de ebriedad.

¿De qué angustia remota será el signo fatalque sella en mí este anhelode claves imprecisas?Oigo galopar los vientos,sus voces desprendidasde lo más hondo del tiempome devuelven un ecode tamboriles muertos,de quejumbres perdidasen no sé cuál tierra ignota,donde cesó la luz de las hoguerascon las notas de la última lúbrica canción.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 51

Mi pensamiento vuelasobre el ala más fuertede esos vientos ruidosos del puerto,y miro las naves dolorosasdonde acaso vinieronlos que pudieron ser nuestros abuelos.—¡Padres de la raza morena!—Contemplo en sus pupilas caminos de nostalgias,rutas de dulzura,temblores de cadena y rebelión.

¡Almas anchurosas y libresvigorizaban los pechos y las manos cautivas!Una doliente humanidad se refugiabaen su música oscura de vibrátiles fibras…—Anclados a su dolor ancianoiban cantando por la herida…—

¡Oigo galopar los vientos,temblores de cadena y rebelión,mientras yo —Jorge Artel—galeote de un ansia suprema,hundo remos de angustias en la noche!

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JorgeArtel52 Tamboresenla noche

¡Da nz a , mul ata !

Danza, mulata, danza,mientras cantaen el tambor de los abuelosel son languidecente de la raza.

Alza tus manos ágilespara apresar el aire,envuélvete en tu cuerpode rugiente deseo,donde late la queja de las gaitasbajo el ardor de tu broncínea carne.

Deja que el sol fustiguetu belleza demente,que corra por tus flancos inquietantesel ritmo que tus senos estremece.

Aprisiona en tu talle atormentadoesa música brujaque acompasa la voz de la canción.

¡Danza, mulata, danza!En tus piernas veloces y en el sonque ha empapado tus lúbricas caderasdoscientos siglos se agazapan.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 53

¡Danza, mulata, danza!Tú y yo sentimos en la sangregalopar el incendio de una misma nostalgia.

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JorgeArtel54 Tamboresenla noche

L a cumbi a

Hay un llanto de gaitasdiluido en la noche.Y la noche, metida en ron costeño,bate sus alas fríassobre la playa en penumbra,que estremece el rumor de los vientos porteños.

Amalgama de sombras y de luces de esperma,la cumbia frenética,la diabólica cumbia,pone a cabalgar su ritmo oscurosobre las caderas ágilesde las sensuales hembras.Y la tierra,como una axila cálida de negra,su agrio vaho levanta, denso de temblor,bajo los pies furiososque amasan golpes de tambor.

El humano anillo apretadoes un carrusel de carne y hueso,confuso de gritos ebriosy sudor de marineros,de mujeres que sabena la tibia brea del puerto,al yodo fresco del mary al aire de los astilleros.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 55

Se mueve como una sierpesonora de cascabeles,al compás de los chasquidosque las maracas alegressalpican sobre las horasdesmelenadas de ruidos.

Es un dragón enroscadobrotado de cien cabezas,que muerde su propia colacon sus fauces gigantescas.

¡Cumbia! —¡danza negra, danza de mi tierra!—¡Toda una raza gritaen esos gestos eléctricos,por la contorsionada piruetade los muslos epilépticos!

Trota una añoranza de selvasy de hogueras encendidas,que trae de los tiempos muertosun coro de voces vivas.

Late un recuerdo aborigen,una africana aspereza,sobre el cuero curtido donde los tamborileros,—sonámbulos dioses nuevos que repican alegría—aprendieron a hacer el truenocon sus manos nudosas,todopoderosas para la algarabía.

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JorgeArtel56 Tamboresenla noche

¡Cumbia! Mis abuelos bailaronla música sensual. Viejos vagabundosque eran negros, terror de pendencierosy de cumbiamberosen otras cumbias lejanas,a la orilla del mar…

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JorgeArtel Tamboresenla noche 57

Ta mbor e s e n l a noche

Los tambores en la noche,parece que siguieran nuestros pasos…Tambores que suenan como fatigadosen los sombríos rincones portuarios,en los bares oscuros, aquelárricos,donde ceñudos lobosse fuman las horas,plasmando en sus pupilasun confuso motivo de rutas perdidas,de banderas y mástiles y proas.

Los tambores en la nocheson como un grito humano.Trémulos de música les he oído gemir,cuando esos hombres que llevanla emoción en las manosles arrancan la angustia de una oscura saudade,de una íntima añoranza,donde vigila el alma dulcemente salvajede mi vibrante raza,con sus siglos mojados en quejumbres de gaitas.

Los tambores en la nocheparece que siguieran nuestros pasos.Tambores misteriosos que resuenanen las enramadas de los rudos boteros,acompasando el golpe con los cantosde los decimeros, con el grito blasfemo

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JorgeArtel58 Tamboresenla noche

y la algazara, con los juramentosde los marineros… en tanto que se anunciatras los gibosos montesun caprichoso recorte de mañana.

Los tambores en la noche, hablan.¡Y es su voz una llamadatan honda, tan fuerte y clara,que parece como si fueran sonándonos en el alma!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 59

Ve l or io de l bog a a dol e sce n t e

Desde esta noche a las sieteestán prendidas las espermas:cuatro estrellas temblorosasque alumbran su sonrisa muerta.

Ya le lavaron la cara,le pusieron la franelay el pañuelo de cuatro pintasque llevaba los días de fiesta.

Hace recordar un domingolleno de tambores y décimas.O una tarde de gallos,o una noche de plazuela.

¡Hace pensar en los sábadostrémulos de ron y de juerga,en que tiraba su gritocomo una atarraya abierta!

Pero está rígido y fríoy una corona de besosponen en su frente negra.

(Las mujeres lo lloran en el patio,aromando el café con su tristeza.¡Hasta parece que la brisa tieneun leve llanto de palmeras!)

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JorgeArtel60 Tamboresenla noche

Murió el boga adolescentede ágil brazo y mano férrea:¡nadie clavará los arponescomo él, con tanta destreza!

Nadie alegrará con sus voceslas turbias horas de la pesca…

¡Quién cantará el bullerengue!¡Quién animará el fandango!¡Quién tocará la gaitaen las cumbias de Marbella!

Lloran en llanto de ceralas estrellas temblorosasque alumbran su sonrisa muerta.

¡Mañana, van a dejarlobajo cuatro golpes de tierra!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 61

A hor a h a bl o de g a i ta s

Gaitas lejanas la nochenos ha metido en el alma.¿Vienen sus voces de adentroo de allá de la distancia?

—De adentro y de la distancia,¡porque aquí entre nosotroscada cual lleva su gaitaen los repliegues del alma!

—Compadre José Morillo,no toque más su guitarra:¡oigamos mejor las gaitasque nos cuentan su nostalgia!

—¡Llenen mi copa de ron,de ron blanco como el agua!¡Yo quiero sentir lo mismoque sintieron mis abueloscuando escuchaban las gaitas,colmando sus noches hondascon aguardiente de caña!

—En este camino largo,lleno de sombra y distancia,sobre la tierra sentadovoy a escuchar mi gaita.

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JorgeArtel62 Tamboresenla noche

—Y aquellos que no comprendenla voz que suena en sus almasy apagan sus propios ecoscon las músicas extrañas,que se sienten en la tierrapara que escuchen lo dulceque han de sonar sus gaitas.

Cuando la estrella del albanos venga a bañar el rostroy ya nos inunde a todosfresca luz de la mañana,compadre José Morillo:¡entonces serán más puraslas voces de nuestras gaitas!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 63

B a r r io a b a jo

Dame tu ritmo, negra,que quiero uncirlo a mi verso;mi verso untado en el ásperoolor de tu duro cuerpo.

Al son de viejos pilones,chisporroteados de cantos,meces tu talle de broncesobre el afán inclinado.

Pones música al trabajopara burlarte del soly lo amasas bajo el díacon el maíz y el afrechoque pilas en tu pilón.

Dame tu ritmo, negra…

En tu piedra de molermachacaremos la risay el viento habrá de llevarselas cosas que yo te diga.

Dame tu ritmo, negra…

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JorgeArtel64 Tamboresenla noche

M r . Dav i

Mr. Davi era negroy había nacido en tierras muy lejanas tal vez…Lo conocí en el puerto:Llegó con su tristezay su acordeón.

Sobre un bulto de lonas,mientras el viento tibio, fragante de alquitrán,saturaba las horas,él zurcía una canción.

(A veces sus cancionesnublaban los ojosde la marinería…)

Nunca dijeron nadasus pupilas oscurasni su boca grande,que apretaba una pipa estrafalaria…

Mr. Davi tocaba imperturbablea chelín por canción.

Y un día, en que acasobrilló más bello el sol,abandonó aquel puerto:¡se fue con su tristezay su acordeón!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 65

Se nsua l ida d negr a

Por la Calle del Pozoya viene la negra,por la Calle del Pozoa buscar agua fresca.

La negra Catana,la negra más linda,a quien todas las negrasy más de una blancale tienen envidia.

Hay que ver en sus ojosla luz cómo brilla,su cuerpo de junco cuando ella camina.

¡Su vegetal cinturade gaita cenceñala múcura de aguacómo la quiebra!

Los ardientes bogasdicen cuando pasapalabras tremendas:

—¡Compae, mírale el piecómo arrastra la chancleta!

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JorgeArtel66 Tamboresenla noche

¡Cómo levanta el talón!¡Los senos cómo le tiemblan!

—¡Repare en el movimientode bullerengue que lleva!

—¡Ay, negra, yo así me casocorriendo, por la iglesia!

—Me llamo Quico Covilla,¡me tienes el corazónhecho un tiesto de cocina!

¡La negra Catanase ríe con su risade cascabel de plataque tanto le envidian!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 67

Bul l e r e ngue

Si yo fuera tambó,mi negra,sonara na má pa ti.Pa ti, mi negra, pa ti.

Si maraca fuera yo,sonara solo pa ti.Pa ti maraca y tambó,pa ti, mi negra, pa ti.

Quisiera vorverme gaitay soná na má que pa ti.Pa ti solita, pa ti,pa ti, mi negra, pa ti.

Y si fuera tamboritocurrucutearía bajito,bajito, pero bien bajito,pa que bailaras pa mí.

Pa mí, mi negra, pa mí,pa mí, na má que pa mí.

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JorgeArtel68 Tamboresenla noche

E l l íde r negr o

¡El pueblo te quiere a ti,Diego Luí,el pueblo te quiere a ti!

Con too y que ere bien negroya lo blanco te respetanporque dices la verdá,y se quitan el sombrerocuando te miran pasá.

¡El pueblo te quiere a ti,Diego Luí,el pueblo te quiere a ti!

Primero de concejeroen el cabildo liberá,más tarde de diputaoy en el congreso hoy está.

¡El pueblo te quiere a ti,Diego Luí,el pueblo te quiere a ti!

Sabemos en esta tierracómo vales de verdá.Tú eres ya nuestra bandera,despué de ti, naide má.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 69

Tú ere el grito y la sangrede lo que estamo abajo,de lo que tenemo hambrey no tenemo trabajo,de lo que en la huelga sufrenla bayoneta calá,de lo que en la eleccioneson lo que luchan má,¡pa que despué lo jobviden,y ni trabajo ni na!

¡El pueblo te quiere a ti,Diego Luí,el pueblo te quiere a ti!

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JorgeArtel70 Tamboresenla noche

Da nc ing

¡Maraca y timbal!¡Marimba y tambor!¡La noche empapadaen sudor de jazz band!

Confusión:¡la religión del día!¡Un pedazo de selvacayó en el salón!

¡Retumbanlas bombasde la algarabía!

¡Maraca y timbal!¡Marimba y tambor!

Aullidos de cobre:¡manigua africana,broncíneas caderasse quiebran al ritmoque marca el trombón!

¡Maraca y timbal!¡Marimba y tambor!

Josephine Baker,negro lucero del siglo,

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JorgeArtel Tamboresenla noche 71

¡tus piernas jugandocon la civilización!

Paul Whiteman,brujo señor del fox,¡el mundo es de los dos!

Los hombres de ébanocantan el son.

¡Maraca y timbal!¡Marimba y tambor!

Confusión:ya los blancos aprendena bailar charlestón.

¡La noche empapadaen sudor de jazz band!

¡Marimba y tambor!¡Maraca y timbal!

¡Un pedazo de selvacayó en el salón!

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JorgeArtel72 Tamboresenla noche

Rom a nce mul ato

Cecilia Rivadeneiratiene nombre de romance,con ella corrí una juergaen noche de carnavales.La cumbia latía en sus piernasy en su cadera temprana.¡Tantas locuras que hicimosvale más no recordarlas!

En sus flancos de mulatade ardor temblaba la carne,mientras lloraba la gaitasus quejumbres ancestrales.(¡Junco de costa morenase va a quebrar en mis manos!¡Si es más que el viento ligeracon este traje de raso!)

¡Jirón de luz en sus hombrosfulgía leve la capa,que bajo los labios rojosse estaba haciendo más blanca!¿Por cuáles caminos ibami corazón en el baile?Corazón, no lo sabías:¡qué dolor los carnavales!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 73

Se nos fugaba la nochepor sendas de madrugaday en los ojos de los hombresflorecía una mañana.Las horas recién nacidasnos vieron salir cantandocanciones que ya teníandulce temblor de pecado.

Turbio de rubor el cielotal vez no vio nuestros pasos,ebrios del ritmo ligeroque los había fatigado.¡Y al aire los cascabeles,sin antifaz en las almas,por mil caminos alegreshuimos de la mañana!

Cecilia Rivadeneira,—¡qué dolor los carnavales!—¡mi verso se ha disfrazado con un disfraz de romance!Quede la cumbia en tus piernasy en tu cadera temprana,¡que las locuras que hicimosvale más no recordarlas!

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JorgeArtel74 Tamboresenla noche

P ue r to

Si de pronto se clavaraen cada mástil una estrella,la orilla pareceríaun gran nido de luciérnagas.

Acordeón:lento bostezo de música.Están abriendo un canal de sones ebriosen el hosco silencio del puerto.

Las frías agujas del sueñocomienzan a coser los párpadosde los negros marineros.

Y del confuso cafetín cercano,—grito, ron, oscuridad—saca el viento un murmullopara ahogarlo en el mar.

Las banderas desearíanvolar como gaviotas.—¿Quién las llamará desde el cielo?—

El agua está diciendoa los timones reumáticosinútiles palabras de consuelo.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 75

C a nción e n e l e x t r e mo de un r e tor no

Traigo los ojos ebrios de luz y de paisajes.Mi alma, cargada de caminos,siente bajo la sombra de su descansomadurarse la paz como un racimo fresco.Siente fructificar su vidaempapada del sol que apacentó mis años.

(¡Ah, mis años vibrantes,abiertos como velas al ímpetu del aire!Yo sondeaba en la sombrala emoción de las nochesy enterré junto al mar musicales madrugadas.)

De lugares muy altos viene conmigo la montaña,la montaña fría que conoció mis ansiasy me enseñó el afán eterno de llegar.Acaso un retazo de cielo sin color,imagen de las horas sepultadas,se quedó suspendido en un recodode los tantos caminos de mi alma.O algún paisaje muerto,fugitiva añoranza de la ausencia,aviva sus colorespara poner a mis días tatuajes de nostalgias.

Los ríos —caminos que nunca llegarán,mares tuberculosos, pálidos,

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JorgeArtel76 Tamboresenla noche

encadenados de riberas—,filman aún para mis ojosla prófuga quietud de sus aguas enfermas.

Pero hoy encontré mi corazón marinoque dormía borracho sobre un puertoventilado de recuerdos.Y me habló de un viaje largo en veleros festivosadornados con mástilesabrumados de canciones.¡Me habló de pechos erguidos,—estuches de la fuerza—,donde los marinosencierran el ovillo de sus cantospara atar los cabos de los díasen el mar!

Entonces mis pupilas se vistieron de árbolesy escuché clamores acuñados en solpoblando la oquedad de un cielo limpio.Polícromo tropel de guacamayospicoteaba el horizonte,¡oh, cofre azul de lejanías!

En un eco de gallos remotosvendrán a mí los mediodías,por los caminos callados de la siesta.Lloverán tamboriles y gaitas nocherascomo un canto de aguasobre mi vida nueva.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 77

La tierra festejará mi retorno y será levea mis abarcas de apretado barro,para no lastimar el lejanorecuerdo de cansancio que tienen mis pies.

Vendrá la brisa, vendrá la brisaarremolinando sus mil vocesen las sonoras torres de la ciudad iluminada.Vendrá la brisa y vaciará sus cántarossobre el silencio verde de las palmas.

El cielo tirará una luna anchaa las aguas del muelle,para que juegue con mi alma.En los rincones de los arsenalesme estará esperando algún canto abandonado,enredado en las atarrayas como un sábalo.Y junto a las horas cálidas,volveré a contemplar mis cien rutas abiertas,hemos de conocernos de nuevo el mar y yo.

Serpentina de altanería,mi grito irá ciñendo sombras en la nochepara hacerlas bailar como mujeres,¡cuando los bogas con sus dedos tejansobre la piel de los tamboresel ritmo de la cumbia,chisporroteado de maracas ebrias!

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JorgeArtel78 Tamboresenla noche

¡Bajo un gajo de escándalos madurostodas mis horas arderánen la apretada hoguerade las sensuales danzas de mi tierra!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 79

E l minu to e n que v ue lv e n

Los oscuros marinos de mi barrio,al amarrar el bote,pueblan de risalas calles dormidas.

Los miro desplegarse en la nochemientras un tibio viento movilizael diálogo cansado de sus pasos…

Vienen del horizonte,del verde mar lejano.Trabajaron con la muertey regresan cantando.

Sus hijos dormiráncon cuentos de naufragios.

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JorgeArtel80 Tamboresenla noche

E x t r a mur os

Barrio de la ciudad costeña,borroneado al azar por la demenciadel alegre pincel crepuscular…

Las sombras, embriagadas de campanas,se han tragado la torre de la catedral.

Por la boca de los negrosprincipia a trotar una canción,acaso el humming oscurode un dormido ímpetu ritual.

Sus manos afilan los arponesy su afán de pescar apresura la noche.

Cúpulas lejanas aún precisanla curva en donde expiraalgún matiz del día.

Languidece el reflejode los buques velerosen el azul incólumede la bahía.

Ha madurado un gajo de luceros.La última hora se incendiasobre el rostro del mar.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 81

L a c a nc ión

En un país de solalumbraron sus notasdesde la rugosafaz del acordeón.

La dijo un negro altode tatuaje y puñal,de ancha risa blanca,voz ronca de timbal.

La dijo en muchos puertosde América del Sur,con su vestido blancoribeteado de azul.

Nunca podré olvidarsu rostro contra el sol,aquel tatuaje verde,su risa y su puñal…

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JorgeArtel82 Tamboresenla noche

E se much acho negr o

Ese muchacho negrotiene la vida turbiade tanto andar sin motivopor ciudades lejanas…

Se fue con los marinosde agresivas barbas,y vivió entre tahúresy entre mujeres malas.

Da lástima su facha,siempre borracho y triste,abismado en los barcosque abandonan la playa.

Hay una canción ocultatras de su boca sellada,en sus ojos una sed muy honda,en todo él cierta cosa vaga…

Ese muchacho negrotiene la vida turbiay acaso un día ya no vuelvade las ciudades lejanas.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 83

C a r tage n a 3 a . m .

¡Noche de ron y tragedia!¡Chambacú y El Espinal!¡Zambra de bogas borrachospor sobre el Puente de Heredia,gritos de juerga y charangaque vienen de Mamonal!

Portal. Ojiva. Farol.¡Ciudad de los mil colores,puerto tatuado de sol!Bajo la noche tamboresde marinero fervor.

Muelle, arsenal y atarraya.Su leve túnica blancala luna moja en la playa.

Un hondo afán de cantarse está madurando ahora.Desde la orilla sonorase miran caer estrellascomo antorchas en el mar.

¡Voz de vagabunderíatrae la brisa norteñay el agua de la bahíay mi guitarra porteñatienen la misma alegría…!

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JorgeArtel84 Tamboresenla noche

M i c a nc ión

Un tono cálidoamasado de gritos y de sol.Una estrofa negra,borracha de gaitas vagabundasy golpes dementes de tambor…

Un oleaje frenéticoerizado de calor. Una playa foeteadacomo espaldas morenas,por las fustas ardientes,y un pedazo de mar —hermano mayorque me enseñó a ser rebelde—me dieron la canción.

Se irguió alegre y turbulentacomo una jacaranda de jazz band.Colgó de las aspas del faro,—molino de luz—y de las luces del puerto,indecisos cocuyos de tembloroso azul.

Alta, mi canción se irguió en los mástilesy los marinos ebrioscreyeron que era suya.Suya la creyó el pescador,porque en las redes blancas de los pescadorescomo un pez de bronce se escondió.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 85

Para mí fue la músicade palmeras cimbreantes.Olas despeinadasme mostraron su voz.Olor de brea mi tierra puso en mi canción,y en las cuatro rutas de la bahía,sonámbula, mi canción se desnudó.

Y era un tono cálidoamasado de gritos de sol…

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JorgeArtel86 Tamboresenla noche

Noche de l Chocó

En tus currulaos,tus velorios y tus cortejos fluviales,se prolongan los ritos,como voces perdidas,que hablan a mi razadel primitivo espanto frente a la eternidad.

Un viento grávido,desordenado de malezasy atrabiliarios ríos,en el que circulan fatalistas creencias,pesa sobre la estentóreadesolación de tus comarcas.

El ensueño limita con la selva,la mirada limita con la selva,la esperanza limita con la selva,cuyos árboles nacen en la sangrey aferran sus raíces a la vida del hombre.

Tus horas son profundas y remotascomo el rostro sombrío del Quibdó,constantemente flageladopor el azote de la lluvia,electrizada de resplandores dramáticos.

Ahúman las riberasrobles y ceibas crepitantes,

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JorgeArtel Tamboresenla noche 87

espectros calcinados, almas en penaque se consumen en sus fantásticos infiernos.

Noche del Chocó, ¡maestra en estrellas y silencios!Vas perfumando el corazón de las maderas;bajo el fondo de los ríosproteges un mundo mineralde increíbles tesoros;sobre la piel del habitanteextiendes tu sombra,impregnada de misterios.

¡Alma de los caminos,llave secreta de los pueblos!

Entre las cuencas impalpablesde tus manos con brisastraes las yerbasque ponen escorpiones de locuraen la fiebre de los minerosy en la fatiga de los bogas solitarios.

Tú conduces el eco de los canaletes,donde los pescadores mandan sus mensajesy sabes borrar las huellasde aquellos que en la selva no encontraron su mañana.

Noche del Chocó, ¡propietariaabsoluta de todos los abismos!

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JorgeArtel88 Tamboresenla noche

B a r l ov e n to

Un cielo de poemay el mar contrabandistasirven de telón al faro.

La brisa universalrecoge en su atarrayalos tibios ecos del canto:«¡Barlovento, Barlovento,tierra ardiente del tambó!…».

Y en la tufurada tórrida del puertola insistente emoción palpita.Tienen las notas denso sabor a noche,a lumbre viva de África.Sobre los difusos carboncillosdel paisajesiguen girandoexcitantes:«¡Barlovento, Barlovento,tierra ardiente del tambó!…».

Como otra canción,tenue, el perfil de un velerose diluye a distancia.El negro vive su vida.Pesca. Sufre. Canta.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 89

Pa l e nque

¿Y quién ha de dudar que aquel abuelono pudo ser un príncipe,bajo la luna, perfumadapor las nubes errantes de su aldea?

Apoyado en el crepúsculocontempla a las mujerescultivar el maíz y la canción…

Último patriarca de Palenque:¡Bien sabesque desde tus fogones crepitantesÁfrica envía sus mensajes!

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JorgeArtel90 Tamboresenla noche

Isl a de B a r ú

Cocoteros.Metáfora de brisa y palmeras.Negros.Contrabando. Ron. Leyenda.

El trópicolanza sobre el rostrosu vaho sensual y denso…

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JorgeArtel Tamboresenla noche 91

C a nción e n t ie mp o de p or r o

El porro da la medidaexacta de la pasión.Tiene el ritmo de la vida,late con el corazón.

Tras una copla certeranos perderemos tú y yo.La noche cartagenerasolo será de los dos.

Oigo llegar en el viento,salpicado de rumores,una mezcla de lamentocon resonar de tambores.

Ebria de yodo y de sal,en ricos tonos desatala honda voz ancestralde su angustia indomulata:

«Este es el amor-amor,el amor que me divierte…¡Cuando estoy en la parrandano me acuerdo de la muerte!».

¡En la sombra sosegadaqueda vibrando el rumory en tu alma enamoradaeste es el amor-amor!

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JorgeArtel92 Tamboresenla noche

L os chimichimi tos

Los chimichimitosdejaron sus grutastejiendo el hechizodel chimichimal…

Negrito de Venezuela,¿no te vas a bautizar?¡Ve que si no te bautizaslos chimichimitos te van a llevar!

«Los chimichimitosestaban bailandoel coro corito¡Tamboré…!».

Cometas de rabo largolos chimichimitos te quieren traer,papalotes de azucena,pajaritas de papel.

«Que baile la negra.¡Tamboré!Que baile el negrito.¡Tamboré…!».

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JorgeArtel Tamboresenla noche 93

Por un cascabel de platate llevarán a su cueva,por un cascabel de oroy una camisita nueva…

«Que baile la vieja.¡Tamboré!Que baile el viejito.¡Tamboré…!».

Negrito de Venezuela,¿no te vas a bautizar?Ve que si el duende te llevapor siglos de siglos te condenarás.

«Los chimichimitosestaban bailandoel coro corito.¡Tamboré…!».

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JorgeArtel94 Tamboresenla noche

E l l e ngua je mis t e r ioso

Surgen de la entraña nocturnalos tambores litúrgicos…Un mundo elemental despiertabajo el eco enronquecidoy entre resplandores de marfilcada hoja recogela inmensidad de la tierra.

—¡Dum… dum… dum…!¿Quién puede adivinar el lenguaje sombríode estas llamadasestremecidas de misterio?

Los tambores monótonos repiten:—¡… Dum… dum… dum…!

¡La noche conduce el trémoloentre archipiélagos de árboles,sobre océanos de silencio!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 95

A lto Congo

Yo voy por el alto Congo…Diez negrosy un solo golpe en el agua.Uno solo.

¡Cómo curva las espaldasel ímpetu de los remos!¡Qué brillantes y qué anchas!Son de acero.

Yo voy por el alto Congo…Un solo golpe en el agua.Uno solo.

Verdes palmeras gigantesesconden el sol a trechos.Los hombres cantan y reman.Brazzaville ya no está lejos.

Yo voy por el alto Congo…Un grito unánime juntaritmo, golpe, canto y remo.Uno solo.

El bote sigue su vuelo.

¡Qué grande es el alto Congo!¡Esta pudo ser mi patriay yo uno de estos remeros!

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JorgeArtel96 Tamboresenla noche

A r ge l i a n a

Niña argeliana que suspiraspor el amuleto perdidoa la sombra de los dátiles,en un oasis del Sahara;dulce pastora sin cariciasbajo cuya piel aceitunadaestá esperando la sangre.

Aguardas, desde hace muchas lunas,al que ha de llegar.Todas las tardes contemplasla muerte sin cantos ni atabalesdel dios iluminado que nace tras tu chozay vuelven hacia ti, vacías, las distancias.

No importa si los soldados franceses te desean.Solo piensas en el sueño nupcialque sugieren los trigales con sus altas espigas,en la promesa redonda del naranjo.

¿Por qué no cambias la amargurapor alegres collares de músicas,y danzas junto a los árbolesdonde un día maduraron las palabras?

Hoy no quieres saber si eres hermosa.Hasta los balidos de las ovejas copiaron tu tristezay el cielo del desierto se ha curvadopara verte llorar.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 97

S one to m á s negr o

¡Tambor, lágrima errante, a la deriva!Conjuro voduísta del Caribe,tu alma torturada y sensitivase pierde en el silencio que la inhibe.

Desde el trasfondo oceánico, intuitiva,mi dársena sonora te percibey me llega tu luz mucho más vivay es más negro el soneto que se escribe.

Febril impulso tu hontanar eleva,en proceloso vértigo me llevahacia pueblos hundidos en la sombra,

donde vierten los cánticos su oscuraemanación de hechizo y de locurasobre una voz remota que me nombra.

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JorgeArtel98 Tamboresenla noche

L a r u ta dol or os a

Hombre de los crepúsculos flotantes,—cálidas islas de alcohol y de tabaco—navegante en océanos de plomosobre rutas de espanto,en cuyo linde azul unió el destinola canción con el látigo,y donde un gran dolor maduracomo ron alquitranado;hombre del litoral,mi luminoso litoral Atlántico.

¿En qué salto de la sangretú y yo nos encontramoso en qué canción yoruba nos mecimosjuntos, como dos hermanos?

Lo sabrán los mástiles remotosde la galera que nos trajo,el Congo impenetrabledonde nuestros abuelos transitaron.

O el duro sol partido en díascontra el Níger milenarioy aquellos híspidos bambúesjunto a los cuales descifrábamosla ruda lección del vientoy el itinerario de los pájaros;el Senegal sonoro,

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JorgeArtel Tamboresenla noche 99

sin bandera y sin amo,estremecido por la demoníacapresencia del hombre blanco.

¿No escuchas cimbreantes sicomoroscreciéndome en la voz;no miras en mis plantas el cansanciode infinitas arenasatándome los pasos?

En la reminiscencia de una lágrimaresiden nuestros dolores heredados.

¿No ves en mis palabrasel tatuaje del látigo,no intuyes las cadenasy los tambores lejanos?

Toma tu canción y síguemecon su latido entre los labios,trasmutada la cruz en el acentode un grito liberado.

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JorgeArtel100 Tamboresenla noche

E l mismo hie r r o

Este sol que ahora bañalos campos de la tierrase le niega a otros hombresen el hogar de América.

Los recuerdo, silenciosos,bajo la resignada indiferencia,en el waiting room, en los viajes,con sus pequeños hijoscuyos ojos estrenanvenenos de tristeza…

Una mujer blancalos arrastraría al cadalsosi ellos la miraran.

He visto perseguirlos como fieras,lincharlos,sin que importe su afiebrada quejani su muerte en los pantanos.

Este sol que ahora bañalos campos de la tierrase le niega a otros hombresen el hogar de América…

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JorgeArtel Tamboresenla noche 101

Y sin embargo,un hierro idéntico eslabonaaquel dolor de siglosque asciende a nuestros labios.

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JorgeArtel102 Tamboresenla noche

H a r l e m

Una brisa de sexo palpitanteempuja nuestros pasosen la noche de Harlem.El jazz band, desde el sótano,estremece las calles.Sombrías rosas nos enseñancorolas musicales.

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JorgeArtel Tamboresenla noche 103

A l dr um mer negr o de un j a z z se ssion

¿Qué demonio atormentadohabita los oscuros recintos de tu sangrey te prende en el pulsovibraciones de fuego?¿Qué águila cautivadesea volar desde tu pecho?

Arcángeles siniestros te rodean.Tus brazos son dos alas zozobranteshundidas en un cosmosde bronces y cencerros.

Te esculpen en la sombracinceles de misterioperturbados por siglos.Los árboles caen a tus plantascon sus cantos y sus nidos,levantando un estrépito hasta el cielo.

El jabalí, furioso, te persiguey a su paso despiertan elefantes,grises hipopótamos,hambrientos cocodrilos.Cien guerreros jóvenes te buscancon sus rostros pintadosy sus lanzas sedientas.Aúllan los chacales,el rinoceronte ruge.

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JorgeArtel104 Tamboresenla noche

Cien guerreros jóvenes te buscany gira entre sus pies,sonámbula, la tierra.Los hechiceros enciendenfogatas con resinas y hojas secas.

¡En la emoción yoruba de tus manosestalla una tormenta!¡Toda la madrugadaconsumió sus esenciasy la noche ha sentidoel peso de la selva!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 105

Sup e r s t ic ión

Le cercenaron las manosporque dio una nota falsa.¡Qué ley tan terrible aquelladel tamborero de África!

Rojos brochazos de sangrequemaban sus dos muñones.¡Se murió mirando al cielo,donde ya no habrá tambores!

Por eso cuando la boaduerme borracha su siestay nada perturba el cosmostenebroso de la selva;

Cuando cae la noche brujallena de cuentos y sombraspara borrar horizontescon agoreras esponjas;

Cuando el cazador transitapor las veredas del sueño,coleccionando jaguarescontra su lanza de hierro,

Refiere un griot que la tribusuele escuchar, según dicen,

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JorgeArtel106 Tamboresenla noche

los mensajes desgarradosdel tamborero invisible…

Que van sus manos en pena,como llamas angustiadas,redoblando los tamboresmás allá de las montañas…

Y a todos hieren muy hondosutiles garfios de hielosi rugen las sordas vocesde algún tambor en el viento…

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JorgeArtel Tamboresenla noche 107

E ncue n t r o

La sombra de los tiemposcalca, en taciturnos ébanos, tu rostro,hombre oscuro del Sur.

Yo soy el que te busca tras la huella sangrante.Milenarias raícesnutren nuestro sueño. Nuestros corazones ardenen las brasas del canto. Reminiscenciasde otros días, gritos de rebelión,alimentan la llaga que te enseño…

He aprendido a sentirla mirada larga y azul del hombre blancocayendo sobre mi carnecomo un látigo.

Ya puedo interpretar la tristeza de túnelque envuelve a los que aguardan bajo aquellos letreros,como tatuajes lacerantes,con los labios plegadosy en el cerrado puñotodo el silencio de las horas.

Ya puedo seguir mi viaje,con la porción de angustia que me llevo.Hombre oscuro del Sur, hermano:¡hoy en nuestro dolor sin límites te encuentro!

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JorgeArtel108 Tamboresenla noche

Pa l a br a s a l a c iuda d de Nue va Yor k

A Jorge Cárdenas Nannetti, fraternalmente

Te hablo, Nueva York,desde mi soledadcompartida por diez millones de habitantes;desde el ancho silencio con petirrojos y gorrionesque perfuma la sombra de tus parques;desde la entraña frágil de una rosa,o desde las pardas avenidas cuyo fondodiluyen los esfuminos de la niebla,o junto a cien palomas distraídasen el convulso corazón de Times Square.

Siento crecer tu piedra,amiga de la nube,más allá de la perpleja claridad de las horas,donde estalla un estrépito de colores y metales,de astillados ecos que se quiebran en el airey descienden a habitar el pulso de los hombres.

Te hablo, Nueva York,desde la brisa con banderasque hace danzar los mástiles

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JorgeArtel Tamboresenla noche 109

contra el cielo empañado de tus muelles;desde el alto perfil de las proas,desde la tarde flagelada de hélices y grúasque se apaga entre tus puentes;desde una antigua taberna de Brooklyn,sumergida en mares espesos de penumbra,tras los cristales lacerados,llena de recuerdos que descubren sus heridassobre la piel de las mesascicatrizadas de nombres.

Te hablo, Nueva York,desde la serpiente con rostro de mujero el laurel apuñalado que decoranlos brazos de algún marinero sin buque;desde la risa o la lágrimaque tiemblan en alguna guitarra latina,bajo las luces amarillas de Lexington Avenue;desde la pirueta brillantedonde mueren degolladas, por un filo de bronce,las síncopas del jazz;desde el estertor de cóndor abatidoque posee al drummer febril;desde cualquier rincón de Harlem,la orgullosa humanidad que espera y cantarefugiada en sus blues de sarcástica tristeza.(Manantiales de sangre fraternalfluyen de los saxofones noctámbulosy hay una soterrada rebeldíaen la dulce resignación de los tambores.

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JorgeArtel110 Tamboresenla noche

Porque el tiempo ha prolongado sus raícesen el llanto del humming,como un túnel de sordinasque conducen al Sur).

Te encuentro en los estrechos pasadizoso en el marco de esas puertasdonde sucumbe la luzy el día muere sobre la frente de los niñospor quienes habla una llave colgada sobre el pecho,con impasible brillo,más que sus ojos de anticipado rencor.

Te encuentro también en la cara jubilosade otros niños felices,nacidos de madres que no son carne de taller;en las manos nudosas y suciasque vienen de la fábrica;en las vidas torturadas del Bowery,vacilantes, desprendidas de la sombra;en el Village engañoso,que ensaya un rictus de ambigüedad marchitay siente gemir los sexos bajo la noche interminablede su desolada alegría.

Avanzas, Nueva York,coronada por los resplandoresque desvelan tu íntima ansiedad,buscándote a ti misma,mirándote en las altas llamaradas

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JorgeArtel Tamboresenla noche 111

de irisaciones fantásticas;oyendo pronunciar tu nombre en cien lenguas distintas,dejándote arrastrar por el tropel de vocesy extrañas melodías que se deshojanentre fugaces palabras;copiando en tus pupilas presurosas e insomnesel afán de las almasdeslumbradas por relámpagos de asombro.

Hija mayor del siglo,dices tu alucinado lenguajeen el abecedario de las máquinas,se siente latir tu sangreen el estrépito del subwayy en el hombre que pasa.¡Insensible,mezquina y generosa,diáfana y taciturna ciudad de Nueva York!Ante la angustia solitariao ante la huérfana ilusióntu monstruosa silueta se agiganta.Pleamar de razas agitado por la locura del mundo,coctelera de tedios y perturbadas pasiones, leyenda y realidad, nuevo Doradoen cuyas orillas un conquistador instala,hora tras hora,su tienda esperanzada.

Todos los días despiertasen Wall Street,

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JorgeArtel112 Tamboresenla noche

pequeño grande imperiode impávidos mercaderes y eruditos profetas.Son tuyos el trust, el dollar,—los alados talones de Mercurio—,y el grávido reposodonde verdea la paz de los conventos.

Por los claustros de Columbia Universitydiscurren tus togas doctorales;eternamente joven,danzas en las pistas de tu perenne adolescencia,inventando las imágenes del sueño;desprevenida, ríes, construyes y descansas;te olvidas de ti bajo los sótanoslubricados de canciones y romances,goznes tenebrosos donde giranlas madrugadas ebrias.Desde el Madison Square Gardencontemplas el sol y las luces de Manhattannacer en las espaldas de los hércules,o en la flor hipotética de las reatasque prolongan la mano del cowboy.Te esfumasentre los laberintos de Chinatown,metáfora de sedas y dragones,misteriosa flor de adormideras.

Son tuyos, ciudad de Nueva York,la casa pequeña y fríadonde cultiva su nostalgia el inmigrante,

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JorgeArtel Tamboresenla noche 113

cuyos hijos serán mañana corredores de bolsa,banqueros, políticos, magnates;el furnished room —palacio de los pobres—,la suite que un breve amor perfumade suntuosa pereza,la «marqueta» proletaria,Radio City,y el Empire State Building,cohete cautivo que apunta hacia los astros,en cuya antenaun crepúsculo inadvertidoagita su pañuelo.

Se escucha cómo ruges,empinándote hasta la torre del inmenso unicornio,con un rumor selváticoque incuba el miedo en nuestro pecho.

De ese rumor se nutrenla helada conciencia del gangster,la deslealtad del rompehuelgas,la fe del apóstol,la bondad anónima que transcurre a nuestro lado,la pistola del raquetero,la lámpara del rutilanteque alumbra el corazón de tus poetas,el ragtime, armonioso y hondocomo las aguas del Hudson y del East River…También esas brumas invisiblesque encadenan los pasos del fumador de yerbas.

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JorgeArtel114 Tamboresenla noche

Hay veces en que te desplomas, íntegra,sobre el alma de un hombre;días en que la nieve de todos tus inviernosimprovisa con sus lirios musicalesun tácito balleten el cementerio abandonado de nuestros corazones,mientras la muerte prolonga su alarido;noches en que la lunaroza las agujas de los rascacieloso se aproxima a las torres húmedas y obscurascon gesto de cómplice frustrado;entonces aprendemosa sentir el vacío solemne de los patios,rectangulares y mudos,ascendiendo hasta nosotroscon su profunda intención de abismo,y las horas nos pesan,agobiados por el cansancio estéril de los relojes,viajeros en nuestro propio cauce,siempre de regreso.

Otras veces cabes dentro de las manos, se te puede escanciar hasta el último sorbo;eres un vinodestilado en la luz que nos invade;flotas en el agua y el solde tus días desnudos y límpidos;arden en tu incendio de neónesas mujeresque el aire ha besado

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con labios de yodo y sal,cuyos cuerpos reemplazan las palmerasen las playas artificiales de Coney Island.

Cuando te evades de los ojos, hundesen nosotros, para siempre, tus recuerdos.Tus voces, tus rostros y tus ritmos,tus contradictorias e imborrables emocionesse pierden en nuestra sangre,lo mismo que en tu mundo subterráneopedazos de ciudad,tumbas antiguas,restos de naufragios,anquilosadas estructuras,caminos sin salida, laberintoscomo pesadillas de vértigo y cansancio.

Ciudad de Nueva York, en ti saludotodo lo que revelas a quienes te comprenden y te aman;lo inefable y lo absurdo, lo triste y lo bello;los espectros de tus árboles,calcinados en cada invierno ineludible,y el verde retorno de sus cabelleras;las amplias y resonantes estacionesiluminadas de vitrales,catedrales de todas las distancias de la tierra;el poema que late en tus vértebras de hierro,el vasto río humano que fluye a nuestro lado,interminable,por entre represas de semáforos;

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JorgeArtel116 Tamboresenla noche

las estatuas, grises de hollín,corregidas por la nieve y el humo,que yacen en las plazas, en los pórticos de los museos,dirigiendo desde sus pedestalesel tránsito del tiempo,guardando el sueño de Van Gogh y El Greco,de Tiziano y de Rembrandt;aquellas idénticas calles del East Side,sórdidos paréntesis de alargada quietud,presas entre las barreras de los elevados,como si alguien temiese que fueran a fugarse,y la enceguecedora tempestad de estrellasque estremece a Broadway.

Saludo en ti, ciudad de Nueva York,esas notas, vibrantes, tensas,perdidas en el cosmos de tu nocheque surgen quién sabe de qué ventana abismáticaapoyada en el aire;saludo tus vicios y tus abscónditas virtudes,tus héroes, tus artistas, tus mendigos,tus abuelas neuróticas y desconcertantes,tus líderes de elocuente melena,tus girls sofisticadas;tus saltimbanquis, tus predicadores,tus prostitutas y tus marinos,náufragos de la mañana.

Saludo tus negros radiantes y rítmicos,indiferentes y seguros,

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a quienes has dado un paraísoal devolverles sus manos cercenadas y su voz.Siempre hay un sitio en ti para la voz del hombrey es de un hombre la voz que ahora te habla.

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JorgeArtel118 Tamboresenla noche

P l aya de Va r a de r o

Sí, playa de Varadero,¡tan criolla y tan extraña!Yo te soñé un poco míaporque te ofreces al mundocuajada en la luz antillana,igual que los litoralesde Colombia indomulata,y encuentro, de un lado negrosy de otro lado mestizos,¡flor de albayalde que ponepolvos de arroz a la raza!

Sí, playa de Varadero,en tu cuenca de tambores,de Pedroso y de Ballagas,donde Tallet corta en versoscongos de congo la caña,donde lo negro es la fuerzaque tu perfil agiganta,porque allí puso su risacon su angustia y su esperanzapara que fueran testigosde la presencia de África;donde Maceo revivecada instante su palabra,como un arcángel de broncecuyo fuego dio a la patria,¿por qué de un lado sus nietos

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y de otro lado mestizos,flor de albayalde que ponepolvos de arroz a la raza?

Si una luna eternamenteborda con hebras de nácarel raso de tus arenasque un sol de yunques orfebresen dorado polvo esmalta,y de una sola brisa alegreentre los árboles canta,y un solo mar se diviertebesando tus pies de platacon su cristalino verdeque nítida luz traspasa;si tú también eres una,cálida, real, exacta,como la fuente del ébanoque anima el pulso de Cubay alimenta su amalgama,¿por qué te parten en dos,por qué te quiebran el almay te dividen la risaen risa negra de un ladoy del otro en risa falsa?

Sí, playa de Varadero,¡tan criolla y tan extraña!¡Cómo podrías oírmesi mi voz americana,

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JorgeArtel120 Tamboresenla noche

desde mi lado de negro—que es el lado que en mí canta—entre dos mares humanossola en su angustia naufraga,mirando atrás a los míosbajo el inri despiadadoy al frente a quienes esconden,con vano empeño de castas,el mismo inri, que llevansi no en la piel en el alma!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 121

Ya ng a

Te habían robado al suelo de tu África,donde eras también el horizonte, el río y el camino.

Por la puerta azul del Golfollegaron los galeonesy el aire fraternal de Méxicote devolvió tu grito,te hizo hombre otra vez, de nuevo príncipe,voz rebelde del exilio.

Los campos de Veracruzvieron que al frente de tu tribudescamisada y sedienta,—nunca derrotada—,ibas sembrando la libertaden el corazón de los esclavos.

Varón insobornable,por quien los tristes y los perseguidosde tu raza recuperaron el sol y las canciones,y pusieron a crecer la historia, como un árbol.

Bajo su sombra circula la leyenda:«Una vez hubo un príncipe…»

¡Tu nombre, oh, Yanga,siempre recordará que somos libres!

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JorgeArtel122 Tamboresenla noche

M a pa de Á f r ic a

Miro el mapa de África,Desde mi sangre siento que estos colores huyen,que desearían diluirseentre las propias letras de sus ríosy sus mares diseñados.

Libia, final de un viejo cuento,remoto itinerarioque soñaron barbudos guerreros,muestra su alma de leyenda al azul Mediterráneo.

¿Qué fue de Ghana,Songoi, Hamasá, Fulki y Bambara?Un día resurgirán, espléndidos,sus castillos de marfil,lavados en las ondas de Guinea,en el Zambeza, el Senegal, el Congo,sobre diamantes y esmeraldas.

¡Costa de los Esclavos—tal vez mi tierra—perdida en los submundos hiperbólicos del sueño!¡Cómo serán tus tardes maravillosas,construidas con radiantes policromías,flotando, igual que islas sonámbulas,hacia las Montañas de la Luna!

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JorgeArtel Tamboresenla noche 123

Frente a la cordillera del Atlas—¡cadena de montes, cadena y cadenas!—pienso en Túnez y Argeliabajo su cruz de trigo.

¿Por qué no soltar estas montañasestas tierras, estas aguas,estos picos, libres junto al cieloy, sin embargo, presos, atados por un rótulobrutal: «colonia»?

¿Cuándo podrán saltar estos colores,tirar las letras —sus amarras—que los clasifican como posesionesy tomar su color, el único,el verdadero color de África?

Quisiera leer ahora:Somalia, Sudán, Costa de Oro,Angola, Mozambique, etc.,sin la terrible marca,puesta como un hierro candente,sobre el lomo del mapa.

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JorgeArtel124 Tamboresenla noche

P oe m a s in odios n i t e mor e s

Negro de los candombes argentinos,bantú, cuya sombra colonial se esparcequién sabe en cuáles socavones del recuerdo.—¿Qué se hicieron los barrios del tambor?—.Aunque muchos te ignorenyo sé que vives, y despiertocantas aún las tonadas nativas,ocultas en los ritmos disfrazados de blanco.

Negro del Brasil,heredero de antiquísimas culturas,arquitecto de músicas,en el sortilegio de las macumbassurge la patria integral,robustecida por tus alegrías y tus lágrimas.

Negro de las Antillas,de Panamá, de Colombia, de México,de todos los surlitorales,—dondequiera que estés,no importa que seas nieto de chibchas,españoles, caribes o tarascos—si algunos se convierten en los tránsfugas,si algunos se evaden de su humano destino,nosotros tenemos que encontrarnos,intuir, en la vibración de nuestro pecho,la única emoción ancha y profunda,

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JorgeArtel Tamboresenla noche 125

definitiva y eterna:somos una conciencia en América.

Porque solo nuestra sangre es leala su memoria. Ni se falsifica ni se arredraante quienes nos denigrano, simplemente, nos niegan.Esos que no se saben indios,o que no desean saberse indios.Esos que no se saben negros,o que no desean saberse negros.Los que viven traicionando su mestizo,al mulato que llevan —negreros de sí mismos—proscrito en las entrañas,envilecido por dentro.

Muros impertérritos nos han traducido a piedra,como un eterno testimonio;su victoriosa voz prolonga, bajo la acústica de los siglos,nuestra feraz presencia.

A través de nosotros hablan innumerables pueblos,islas y continentes,puertos iluminados de pájarosy canciones extrañas,cuyos solesmordieron para siempre

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JorgeArtel126 Tamboresenla noche

el alma de los conquistadorescuando un mundo amanecía en Guanahaní.

Y, óigase bien,quiero decirlo recio y alto.Quiero que esta verdad traspase el monte,la cumbre, el mar, el llano:¡no hay tal abuelo ario!El pariente español que otros exaltan—conquistador, encomendero,inquisidor, pirata, clérigo—nos trajo con la cruz y el hierro,también, sangre de África.

Era, en realidad un mestizo,¡como todos los hombres y las razas!¡Un mestizo igual a su monarca,al de Inglaterra o el Congo,a Felipe Tomás Cortina!

Y aquellos que se escudantras los follajes del árbol genealógico,deberían mirarse al rostro—los cabellos, la nariz, los labios—o mirar aún mucho más lejos:hacia sus palmares interiores,donde una estampa nocturna,irónica, vigiladesde el subfondo de las brumas…

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Nuestro dolor es la fuentede nuestras propias ansias.Nuestra voz está unida, por su esencia,a la voz del pasado,trasunto de ecosdonde sonoros abismospusieron su profundidad, y el tiemposus distancias.

No lleva nuestro verso cascabeles de clown,ni —acróbata turístico—plasma piruetas en el circopara solaz de los blancos.En su pequeño marno huyen los abuelos fugándose en la sombra,cobardes, obnubiladospor un sol imaginario.¡Ellos están presentes,se empinan para vernos,gritan, claman, lloran, cantan,quemándose en su luzigual que en una llama!

Negros de nuestro mundo,los que no enajenaron la consigna,ni han trastocado la bandera,este es el evangelio:¡somos —sin odios ni temores—una conciencia en América!

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* Se ha conservado este vocabulario que aparece al final del poemario en la segunda edición (Guanajuato, 1955), y reproducido también en la de 2009, por considerarlo de interés para el lector.

Vocabul ario*

abarca

Especie de sandalia hecha de cuero que usan los campesinos de la costa Atlántica colombiana.

Afrecho Desecho de maíz pilado.

Bantú Núcleo, cultura africana.

Barrios del tambor Antiguas barriadas de Buenos Aires donde se celebraban las fiestas de los negros.

Boteros Remeros.

Bote Embarcación menor, especie de piragua.

Bullerengue Aire típico de ascendencia negra, propio de la costa Atlántica colombiana.

Catana Hipocorístico de Catalina.

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JorgeArtel130 Vocabulario

Canalete Remo ancho y corto.

Cand ombe Fiesta de los negros en Buenos Aires y Montevideo.

Cortejos fluviales Cortejos fúnebres que efectúan los campesinos para trasladar los cadáveres a los centros poblados, propios del Chocó.

Cumbia Danza típica de origen negro, propia de la costa Atlántica colombiana.

Cumbiambero Bailador de cumbia, juerguista.

Currucu tear Voz onomatopéyica. Hacer trémolos con las manos sobre el tambor.

Currul ao Baile típico de origen negro, propio de la costa del Pacífico colombiano.

Chancleta Zapato a medio calzar que usan las mujeres del pueblo.

Charanga Fiesta popular, propia de la costa Atlántica colombiana.

Chambacú Barrio de Cartagena, Colombia.

Chimichimitos Denominación que se da, en una leyenda, a los duendes que se llevan a los niños sin bautizar, atrayéndolos con regalos, para someterlos a eterna penitencia (Estado Lara, Venezuela).

Chimichimal Voz derivada de chimichimito. Embrujo.

Decimeros Cantadores de décimas, propios de la costa Atlántica colombiana.

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JorgeArtel Vocabulario 131

El Espinal Barrio de Cartagena, Colombia.

Espermas Velas esteáricas.

Enramada Techo de palmas para cubrir las embarcaciones en construcción.

Fandango Aire típico colombiano.

Felipe Tomás Cortina Cualquiera, Juan Lanas.

Gaitas Instrumento musical indígena, propio de la costa Atlántica colombiana.

Griot Narrador de cuentos en el África.

Humming Voz negra de los Estados Unidos de Norteamérica, que significa cantar con la boca cerrada.

Jazz session 1

Sesión de jazz de los negros en Estados Unidos de Norteamérica, cuya característica es la improvisación.

Maracas Instrumento nativo muy usado en los litorales de Venezuela, Colombia y las Antillas. Voz de origen indígena.

Macumba Fiesta litúrgica de los negros brasileros.

Múcura Calabaza o calabazo, especie de jícara vegetal que se usa para transportar agua.

Pilón Tronco hueco de árbol en forma de ánfora usado para triturar cereales.

1. El autor se refiere más bien a las jam session. [nota del editor].

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Piedra de moler Piedra especial en la que se muele maíz.

Pl azuel a Lugar en el que se celebran bailes populares, en la costa Atlántica colombiana.

P orro Famoso aire típico colombiano.

Palenque Núcleo negro del departamento de Bolívar, Colombia, que ha conservado su dialecto y costumbres africanos.

Quibd ó Importante río de la región del Chocó, Colombia, cuyos pobladores son negros.

Sábalo Pescado muy apreciado en Colombia.

Tamboril Tambor pequeño.

Tamborileros Tocadores de tamboril.

Tiesto Cacharro. Cualquier utensilio de cocina.

Vodú Rito de Haití, originario del África.

Yoruba Núcleo, cultura africana.

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JorgeArtel 133

Noticia bibliográfica

ta m b or e s e n l a no c h ePrimera edición, 1940. Cartagena: Editora Bolívar. Contiene no-

tas de presentación de Juan Lozano y Lozano, Carlos Vesga Duarte y Adolfo Martá.

Segunda edición, 1955. Guanajuato: Ediciones de la Universidad de Guanajuato. Excluye veinticuatro poemas que aparecían en la edición de 1940. Contiene comentarios («Noticia») sobre el poeta y su obra y, al final del poemario, un vocabulario que no aparece en la primera edición.

Tercera edición, 1986. Bogotá: Plaza & Janés Editores. Contiene veintiún poemas que no aparecen en la edición de 1940. Restituye los veinticuatro poemas excluidos de la edición de 1955. Es prolo-gada por José Consuegra Higgins. Conserva el vocabulario de la edición de 1955.

Cuarta edición, 2004. Barranquilla: Nobel Impresores Ltda. Además de los poemas contenidos en la edición de 1986, in-cluye treinta y tres poemas inéditos a la fecha (el poema «Rincón

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Noticia bibl iográfica134 Anexos

de mar» aparece como inédito, a pesar de figurar en la edición de 1940). Contiene notas de Jorge Nazim Artel Alcázar, Ramón Vin-yes, Belisario Betancur Cuartas y Óscar Silva Rendón, algunos de los comentarios aparecidos en la «Noticia» de la edición de 1955 y otros más, así como un prólogo de Apolinar Díaz-Callejas. Excluye el vocabulario de la segunda y la tercera ediciones.

Quinta edición: 2009. Cartagena: Universidad de Cartagena. Se elaboró a partir de la segunda edición de 1955 haciendo ciertas ac-tualizaciones y correcciones ortográficas, de signos de puntuación (admiración e interrogación) y de algunas palabras. Conserva la de-dicatoria y el vocabulario que aparece al final del poemario y lleva como anexo la «Noticia» de esa edición.

Nota. La presente edición se elaboró a partir de la quinta (Uni-versidad de Cartagena, 2009). Conserva también el vocabulario que aparecía al final del poemario.

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Noticia bibl iográfica Anexos 135

Ane xos Not ic i a* En dos oportunidades ha ocupado la cátedra de la Universidad de Guanajuato el poeta colombiano Jorge Artel.

Sus novedosos conceptos sobre la realidad sociológica y cultu-ral del hombre de color, su fe en las supervivencias folklóricas y el aporte definitivo de éstas al hallazgo de una conciencia étnica ame-ricana, así como su lucha constante contra los prejuicios raciales, encontraron sincera simpatía y profunda atención en los auditorios de sus conferencias. Tanto más cuanto México es un país donde no hallan ambiente propicio las concepciones erradas en materia social o de razas.

Tras de la original consigna: «Los pueblos deben velar por su fo-lklore, el folklore velará por la patria», Jorge Artel ha recorrido casi todo nuestro continente y Estados Unidos de Norteamérica dando, además, a conocer su poesía.

Desde la aparición de sus primeros versos, la obra de Artel des-pertó el interés de la crítica, no solo en nuestra América sino en el extranjero, donde algunos de sus poemas han sido traducidos.

* Por considerarlo de interés para el lector se incluye la “Noticia” que aparece en la páginas preliminares de la segunda edición (Guanajuato, 1955), en la cual se basa la presente, pues contiene opiniones de intelectuales de la época sobre la obra de Artel.

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Anexos136 Anexos

op i N ioN e s

En mi concepto, Jorge Artel es uno de los más caracterizados poetas de Colombia y del mundo hispánico. En su libro Tambores en la noche y en otros poemas que ha publicado, encuentra una nueva expresión el sentir americano.

federico de onís

En el vértice de la geografía y de la sangre, Jorge Artel procede, en cuanto a la primera, de un país de noble alcurnia poética que ilumi-na los caminos de la emoción continental. Por cuanto a la segunda, el lugar de Artel se encuentra al lado de Nicolás Guillén, de Regino Pedroso, Langston Hughes y Luis Palés Matos, como antorchas ra-diantes de una nueva voz americana

Federico Berrueto Ramón

Mas sobre todo, hay dolor; angustia ancestral de razas oprimidas que desemboca en Artel por sus dos líneas de sangre: la índica y la africana; dolor que se cuece —caldo amargo de sudor y lágrimas—, en la bodega de los barcos negreros, en las plantaciones de caña y de cacao bajo el foete implacable del mayoral, en las barracas pesti-lentes, en las minas sin aire y sin luz, dolor en fin, del hombre virgi-nal y limpio, explotado por el hombre de piel blanca y civilización cristiana, que lleva a Jesús en los labios y al demonio de la codicia en su pecho.

Afortunadamente, para la poesía, Jorge Artel se ha salvado. Y lo salva el seguro instinto musical y poético que le brota de las

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Anexos Anexos 137

cálidas líneas de su sangre; lo ha salvado la mano larga de África, cargada de nidos, de pájaros y de canciones…

Luis Palés Matos

La poesía negra de Jorge Artel es otra cosa; posee lo que la hace fuente perenne, motivación de emociones ilímites: un subjetivismo racial de pura estirpe y una sensualidad que no solo es negra, sino a la vez marina, de puerto y de naturaleza. De una rica dotación emotiva surge el milagro que hace de nuestro poeta el poeta negro que no se repite y que se amplía en su obra esencial y propia.

Adolfo Martá

La de Artel es una poesía popular. No al modo, pongamos por caso, de otro colombiano famoso: Candelario Obeso, en quien predomi-na el lenguaje de prosodia deformada (como en los negros clásicos de Lope y Góngora) sino con la estatura de un artista cabal, ya de vuelta en cuanto a los recursos más ambiciosos de la técnica, que maneja con elegante desenfado. Hay en su obra drama humano, dolor, protesta, todo bajo un clima de ritmo cálido, como de melaza hirviente.

Nicolás Guillén

Conozco la obra poética de Jorge Artel desde la aparición de su li-bro de poemas titulado Tambores en la noche de 1940. Estimo que ella constituye uno de los más valiosos aportes a nuestra lírica con-temporánea.

José Antonio Portuondo

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Anexos138

* * *

Jorge Artel ha desplegado en su país una valiosa labor literaria a través de la prensa. Es doctor en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Cartagena, su ciudad de origen, en donde ejerció como penalista hasta el año de 1948, época en la cual hubo de au-sentarse a raíz de los acontecimientos políticos que por aquel enton-ces conmovieron a Colombia.

Ha sido huésped de las universidades suramericanas y de las Antillas, de la Casa Hispánica y del Seminario de Asuntos Lati-noamericanos, de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y de la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. En la actualidad reside en México, donde las universidades y centros culturales del país brindan calurosa acogida a sus actividades americanistas.

Esta Casa de Estudios estima un acierto ofrecer a los pueblos de habla hispana una nueva edición de Tambores en la noche, libro que fue publicado, por la primera vez, en Cartagena (Colombia), por las prensas de la Editora Bolívar, en el año de 1940.

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Anexos

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esta colección fue realizada

por el área de literatura

del Ministerio de Cultura con

motivo de la Conmemoración

del bicentenario de las

independencias.

Coincide con el inicio de

la ejecución del programa

de memoria afrocolombiana,

siguiendo las recomendaciones

hechas por la Comisión

intersectorial para el avance de

la población afrocolombiana,

palenquera y raizal y el

conpes para la igualdad de

oportunidades.

esta publicación es

financiada en su totalidad

por el Ministerio de Cultura.

bogotá, mayo de 2010.

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