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  • En dramtica analoga con la leyenda del Job bblico, relata Joseph Roth en su novela homnima la historia de una familiajuda de Europa Oriental que emigra a los Estados Unidos. La saga del justo sobre el que se abaten toda suerte de penurias einfortunios y cuya piedad acaba convirtindose en abierta rebelin contra su Dios, es narrada en un lenguaje de patticainmediatez y hondas resonancias poticas. Un inslito final iluminar los ltimos aos del atribulado protagonista. La obra,una de las ms difundidas de su autor, se adscribe al perodo de transicin entre el expresionismo y la Nueva Objetividad.

  • Joseph Roth

    JobRo mance d e un ho mb re s enci l l o

    e Pub r1.1

    A l N o a h 22.10.13

  • Ttulo original: Hiob. Roman eines einfachen MannesJoseph Roth, 1930Traduccin: Bernab Eder RamosDiseo de portada: Editorial

    Editor digital: AlNoahePub base r1.0

  • Primera parte

  • 1HACE muchos aos viva en Zuchnow un hombre llamado Mendel Singer. Era piadoso, temerosode Dios y muy sencillo: un judo comn y corriente, que ejerca la modesta profesin de maestro. Ensu casa, que se reduca toda ella a una amplia cocina, enseaba la Biblia a un grupo de nios. Lo hacacon verdadero celo, pero sin notables resultados. Antes que l, miles de hombres haban vivido yenseado de la misma manera.

    Insignificante como su persona era tambin su cara plida. Una barba de un negro comn ycorriente la enmarcaba, cubrindole la boca. Sus ojos eran grandes, negros, perezosos y se hallabansemiocultos por los pesados prpados. Siempre llevaba puesta una gorrita de reps de seda negra, esetejido del que a veces se hacen corbatas de escaso precio y pasadas de moda. Vesta uno de esoscaftanes judos tan comunes en aquella zona y que cubren medio cuerpo, cuyos faldones aleteabancada vez que Mendel Singer apretaba el paso por las callejuelas, batiendo recia y acompasadamentelas caas de sus altas botas de cuero.

    Pareca un hombre ms bien falto de tiempo y lleno de quehaceres urgentes. En realidad, su vidaera pesada y a veces incluso calamitosa. Deba vestir y alimentar a una mujer y tres nios (ella estabaembarazada del cuarto). Dios slo haba dado fertilidad a su naturaleza, serenidad a su corazn ypobreza a sus manos, que no tenan oro que pesar ni billetes de Banco que contar. Pese a lo cual suvida discurra sin pena ni gloria, como un pobre arroyuelo entre mseras orillas. Cada maana Mendelagradeca a Dios el sueo que le haba dado, el despertar y el da que empezaba. Al ponerse el soloraba nuevamente, y por tercera vez cuando despuntaban las primeras estrellas. Incluso antes deacostarse sus labios cansados, pero solcitos, murmuraban una breve oracin. Su sueo era profundoy limpia su conciencia. Era casto de alma: nada tena de que arrepentirse y tampoco deseaba nada.Quera a su mujer y se deleitaba con su carne. Devoraba sus comidas con rapidez y saludable apetito;y pegaba a sus dos hijitos Jons y Schemarjah cuando eran desobedientes, pero acariciaba a menudo ala ms joven, su hija Miriam. sta haba sacado el cabello negro de su padre, as como los mismosojos negros, perezosos y dulces. Sus miembros eran delicados y sus articulaciones frgiles: una jovengacela.

    Mendel enseaba a leer y a recitar de memoria la Biblia a doce alumnos de seis aos, cada uno delos cuales le pagaba veinte copeks cada viernes. sta era la nica renta de Mendel Singer. Contabaslo treinta aos, pero sus perspectivas de ganar ms eran escasas, y acaso inexistentes. A medidaque crecan, sus alumnos lo iban abandonando en busca de maestros ms sabios. La vida se encarecaao tras ao. Las cosechas resultaban cada vez ms pobres y las zanahorias cada vez ms pequeas;los huevos salan hueros; las patatas se helaban; la sopa era aguada e inspida; las carpas eran magras;los pollos, pequeos; los patos, flacos; las ocas, duras, y las gallinas, descarnadas.

    Quejbase de todo ello Deborah, la esposa de Mendel Singer. Era mujer, y a veces tena el diabloen el cuerpo. Miraba con malos ojos los bienes de los acaudalados y envidiaba sus ganancias a loscomerciantes. A sus ojos Mendel Singer era un hombre demasiado insignificante. Le echaba en cara ellastre de los hijos, el embarazo, la caresta de la vida, la exigidad de sus ingresos e incluso el mal

  • tiempo. Los viernes eran los das en que lustraba el suelo hasta dejarlo amarillo como el azafrn.Entonces sus anchos hombros se agitaban con un movimiento regular, sus manos fuertes frotabancada tabla en todas las direcciones y sus uas hurgaban entre las rendijas y extraan la negra mugre,destruida luego por el oleaje que ella misma haca salir del cubo. Se arrastraba por la sencillahabitacin pintada de azul como una enorme montaa mvil. Fuera, ante la puerta, se oreaban losmuebles: la cama de madera marrn, los colchones de paja, una mesa cepillada, dos bancos largos yestrechos que no pasaban de un par de tablas horizontales clavadas sobre otras dos verticales.Cuando las primeras luces del crepsculo se reflejaban en las ventanas, Deborah encenda las velas enlos candeleros de alpaca, esconda la cara entre las manos y rezaba. Su marido llegaba a casa vestidode negro y vea brillar el suelo amarillo como un sol fundido: su cara reluca ms blanca que nunca ysu barba pareca ms negra que los otros das. Se sentaba, entonaba una cancioncilla y en seguidapadres e hijos sorban la sopa caliente y sonrean a los platos sin decir una palabra. La habitacin seiba caldeando. El calor sala de las ollas, de las fuentes, de los cuerpos humanos. Las velas baratas nopodan resistirlo y comenzaban a curvarse en los candeleros de alpaca. Gotas de estearina caan en elmantel a franjas azules sobre fondo de color ladrillo, formando en el acto una costra. Entonces abranla ventana y las velas se animaban y volvan a arder pacficamente. Los nios se acostaban sobre loscolchones de paja, cerca de la estufa, y los padres se quedaban mirando con inquieta solemnidad lasltimas llamas azules que brotaban de los candeleros para caer otra vez, tranquilamente, como en unafuente de fuego. Consumida la estearina, hilos de humo, azules y delgados, suban de las mechascarbonizadas hacia el techo.

    Ay! suspiraba la mujer.No suspires le suplicaba Mendel Singer.Y ambos se callaban.Acostmonos, Deborah ordenaba l.Y al punto comenzaban la oracin de la noche.As empezaba el sbado al terminar cada semana: con silencio, velas y cantos. Pasadas

    veinticuatro horas se sumerga otra vez en la noche que iniciaba el gris cortejo de los das laborables,dispuestos como en una ronda de fatigas. Un caluroso da de verano, hacia las cuatro de la tarde,Deborah dio a luz a un nio cuyos primeros vagidos se sumaron a la montona cantilena de los docealumnos. Todos volvieron a sus casas con siete das de vacaciones. As tuvo Mendel su cuarto hijo:un varn. Ocho das despus fue circuncidado y se le llam Menuchim.

    Menuchim no tena cuna. Se balanceaba en un cesto de mimbre suspendido por cuatro cuerdas aun gancho del techo, como una araa. De vez en cuando Mendel Singer lo empujaba levemente con undedo no exento de ternura, y el cesto comenzaba a balancearse. Este movimiento calmaba a ratos a lacriatura, pero no era un medio muy seguro para imponerle silencio: sus berridos dominaban las vocesde los doce alumnos, gravitando penosamente sobre las santas sentencias de la Biblia. EntoncesDeborah se suba a un taburete y bajaba al nio. De la blusa abierta de la madre emerga un pechoblanco, colosal y turgente que atraa poderosamente las miradas de los otros chicos. Deborah parecaamamantar a todos los presentes. Sus tres hijos mayores la rodeaban celosos y concupiscentes. Y enmedio del silencio se oa al nio chasquear la lengua.

    Los das se convirtieron en semanas, las semanas en meses y doce meses hicieron un ao.Menuchim segua alimentndose de la leche de su madre, una leche acuosa y transparente. Deborah

  • no lo poda destetar. En su decimotercer mes de vida comenz a hacer muecas, a lanzar gemidossordos como un animal, a respirar apresuradamente y a jadear como nunca lo haba hecho. Su enormecrneo colgaba pesadamente de su fino cuello como una calabaza. Su frente ancha se arrugaba envarias direcciones como un pergamino ajado. Sus piernas permanecan encorvadas y sin vida comodos arcos de madera. Sus brazos, muy delgados, se contraan espasmdicamente, y su bocabalbuceaba sonidos ridculos. Cuando le daba el ataque lo sacaban del cesto y lo sacudan hasta que sequedaba casi sin aliento y la cara se le pona azul. Entonces se recuperaba lentamente. Le aplicaban thervido (en varias bolsitas) sobre el esculido pecho, y tuslago alrededor del fino cuello.

    No tiene importancia deca su padre. Es cosa del crecimiento.Los hijos deca la madre salen a los hermanos de la madre. Mi hermano tuvo esto durante

    cinco aos.Es porque est creciendo repetan los conocidos.Hasta que un da se declar la viruela en la ciudad. Las autoridades ordenaron la vacunacin

    masiva y los mdicos entraron en las casas de los judos. Muchos se escondieron, pero MendelSinger, el Justo, no tema ningn castigo de Dios. Y acept, resignado, la vacuna.

    Una maana clida y soleada pas la Comisin por la calleja en que viva Mendel, cuya casa era laltima entre las de los judos. El doctor Soltysiuk, con el bigote rubio temblando en su cara morena yunos quevedos de oro sobre la nariz enrojecida, caminaba a grandes zancadas acompaado por unagente de polica que tena un libro bajo el brazo. Llevaba polainas de color amarillo y, debido alcalor, se haba echado negligentemente la americana sobre su rubaschka[1] azul de modo que lasmangas parecan otros dos brazos dispuestos a vacunar. As lleg el doctor Soltysiuk a la calleja delos judos. Lo recibieron los lamentos de las mujeres y los chillidos de los nios que no haban podidoesconderse. El polica iba sacando mujeres y nios de bodegas profundas y de altos graneros, dehabitaciones pequeas y de grandes cestos. Tena que vacunar nada menos que a 176 judos. Ensilencio daba gracias a Dios por cada uno que se le fugara o se le escondiera. Al llegar a la cuarta casitapintada de azul, le hizo una sea al agente para que no pusiera tanto empeo en la busca. Cuanto msavanzaba el doctor, mayor era el gritero, que pareca flotar ante sus pasos. Los aullidos de los quean tenan miedo unanse a las blasfemias de los ya vacunados. Cansado y confuso, Soltysiuk se dejcaer en un banco en la habitacin de Mendel, al tiempo que emita un gemido y peda un vaso deagua. Su mirada recay entonces sobre el pequeo Menuchim; levantole la cabeza al enfermo y dijo:

    Ser un epilptico.El miedo invadi el corazn del padre.Todos los nios tienen espasmos observ la madre.No es lo mismo dijo el mdico. Pero quiz pueda curarle; hay vida en sus ojos.Quiso llevarse al pequeo a un hospital. Deborah se mostr conforme.Lo curarn gratis dijo.Pero Mendel contest:Cllate, Deborah. No hay mdico que pueda curarlo si Dios no lo quiere. Ha de crecer esta

    criatura entre nios rusos, sin or ni una palabra sagrada? Ha de beber leche y comer carne y gallinasasadas con manteca, como dan en el hospital? Somos pobres, pero jams vender el alma deMenuchim slo por curarlo gratuitamente. Nadie se cura en los hospitales extranjeros.

    Y como un hroe, Mendel ofreci su brazo blanco y delgado para ser vacunado. Mas no dej que

  • se llevaran a Menuchim. Resolvi implorar la ayuda de Dios para su hijo menor, y ayunar dos vecespor semana: los lunes y los jueves. Deborah se propuso visitar el cementerio para pedir a los huesosde sus antepasados que intercedieran ante el Todopoderoso. As Menuchim se curara y no sera unepilptico.

    Sin embargo, desde aquella vacunacin masiva, el miedo se cerni sobre la casa de Mendel Singercomo un monstruo, y la afliccin empez a circular por los corazones como un viento ardiente ypunzante. Deborah poda suspirar sin que su marido la censurase. Al rezar, esconda su cara entre lasmanos ms tiempo que de costumbre, como si pudiese crear para s sola noches en las que enterrar sutemor o tinieblas en las que hallar la gracia. Porque estaba convencida de que, tal como est escrito, laluz de Dios refulge en las tinieblas y su bondad ilumina la oscuridad. Pero los ataques de Menuchimno cesaban. Los nios mayores crecan y crecan, y su salud de hierro fue tomando a los ojos de lamadre el aspecto de un enemigo de Menuchim, el valetudinario. Era como si los hijos sanos extrajeransus fuerzas del enfermo; Deborah odiaba sus gritos, sus mejillas coloradas, sus miembros rectos.Peregrinaba al cementerio con lluvia o con sol y golpeaba con la cabeza las piedras de gres musgosasque crecan de los huesos de sus abuelos. Invocaba a los muertos, cuyas mudas respuestas crea or.De regreso a casa, temblaba con la esperanza de encontrar a su hijo sano. Descuidaba sus quehaceresen la cocina y dejaba que la sopa se desbordase del puchero; las ollas de barro se rompan y lascacerolas se oxidaban; los vasos verdosos se cascaban con un ruido seco; el tubo de la lmpara depetrleo se ennegreca con el humo; la mecha se carbonizaba; la suciedad de muchas suelas y muchassemanas se iba acumulando sobre las tablas del piso: la manteca de vaca se derreta en la marmita ylos botones se desprendan de las camisas de los nios como el follaje de los rboles al acercarse elinvierno.

    Cierto da, una semana antes de las grandes fiestas (el verano habase convertido en lluvia y lalluvia quera convertirse en nieve), Deborah cogi el cesto con su hijo, lo cubri con mantas de lana,lo instal en el carretn del cochero Sameschkin y se dirigi a Kluczysk, donde viva el rabino. Latabla sobre la que iban sentados bailaba sobre la paja y se deslizaba con el traqueteo del carro. Slocon su peso Deborah la mantena firme: ms que tabla, pareca un ser vivo que quisiera saltar. Elcamino, estrecho y sinuoso, se hallaba cubierto de un lodo gris plata en el que se enfangaban las altasbotas de los viandantes y las ruedas del carretn. La lluvia ocultaba los campos, pulverizaba el humosobre las cabaas solitarias y mola con infinita paciencia todo lo que se mostraba consistente: lapiedra caliza que asomaba a trechos por entre la negra tierra como un diente blanco, los troncoscortados a la orilla del camino, la fragante madera amontonada a la entrada de una sierra hidrulica, eincluso el pauelo de Deborah y las mantas de lana debajo de las cuales yaca Menuchim recostado.Ni una gota deba mojarlo. Calcul Deborah que an quedaban cuatro horas de viaje; si la lluvia nocesaba tendra que parar en una posada para secar las mantas, tomar una taza de t y comerse lasrosquillas, ya en parte mojadas. Esto podra costarle cinco copeks, cinco copeks que no deba gastarfrvolamente. Pero Dios tuvo compasin y la lluvia ces. Durante una hora pudo verse entre jironesde nubes un sol plido, que desapareci definitivamente en un crepsculo profundo.

    La negra noche descansaba ya sobre Kluczysk cuando Deborah lleg. Mucha gente desorientadase haba dado cita ah para ver al rabino. Kluczysk se compona de unas dos mil casas bajas cubiertasde paja y tejas, y de una plaza de un kilmetro de ancho que pareca un lago seco rodeado deedificios. Los carros que en ella haba, semejaban cascos de buques varados: pequeos y ridculos, se

  • perdan en la vasta redondez del espacio. Los caballos desenganchados relinchaban junto a los carrosy piafaban cansinamente sobre el lodo viscoso. Unos cuantos hombres deambulaban con linternastemblorosas y macilentas por la oscuridad nocturna, buscando una manta olvidada o algn paquetecon vajilla y comida. Los recin llegados se haban distribuido en las dos mil casuchas. Dorman entarimas improvisadas junto a las camas de los lugareos: eran tsicos, paralticos, locos, idiotas,enfermos del corazn, diabticos, gente que tena un cncer en su cuerpo o que padeca un tracoma,mujeres de vientre estril, madres con hijos deformes, hombres amenazados por la prisin o elservicio militar, desertores que queran asegurarse una fuga feliz, gente desahuciada por los mdicos,proscrita por la sociedad, maltratada por la Justicia terrena, afligidos, ansiosos, hambrientos y hartos,embaucadores y gente honrada, todos, todos, todos

    Deborah se aloj en casa de unos parientes que su marido tena en Kluczysk. No durmi; se pastoda la noche acurrucada junto al cesto, en un rincn, cerca del fuego. La habitacin estaba a oscuras;a oscuras estaba tambin su corazn. No se atrevi a invocar a Dios, que entonces le parecidemasiado alto, demasiado grande, demasiado lejano, como perdido tras un cielo infinito; creynecesitar una escalera de millones de oraciones para alcanzar la orla de la tnica de Dios. Pens en susprotectores muertos; invoc a sus padres, al abuelo de Menuchim (de su mismo nombre), a lospatriarcas de los judos, Abraham, Isaac y Jacob, a los huesos de Moiss y, finalmente, a las mujeresjustas de la Biblia. Envi un suspiro a todos aquellos seres de quienes caba esperar una intercesin.Llam a cien tumbas, a cien distintas puertas del Paraso. Tema no llegar temprano a casa del rabinoal da siguiente (la cantidad de suplicantes era enorme), e implor al cielo ese favor antes que ningnotro, como si la curacin de su hijo ya no fuera en realidad sino un juego de nios. Por fin vio losprimeros rayos del da filtrarse por las rendijas de los negros postigos. Se levant rpidamente.Encendi las astillas secas que an quedaban en el fuego, busc y encontr una marmita, sac elsamovar de la mesa, puso debajo las astillas ardientes y aadi carbn al fuego. Luego, cogiendo elrecipiente por las dos asas, se inclin y sopl hasta que las cenizas revolotearon enloquecidas,crepitando alrededor de su cara. Pareca actuar segn las normas de un rito misterioso. Cuando el aguahirvi y el t estuvo listo, la familia entera se levant y al poco rato se hallaba sentada ante las tazasde barro oscuro, bebiendo. Deborah sac a su hijo del cesto. El nio lloriqueaba. La madre lo besrpidamente varias veces, con una ternura rabiosa; sus labios hmedos chasquearon sobre la caragriscea, las manitas secas, los muslos encorvados y el vientre hinchado del pequeo. Era como si suamante boca maternal estuviera vapuleando al niito. Luego lo envolvi, at una cuerda alrededor delpaquete y se colg a su hijito alrededor del cuello, con el fin de tener las manos libres. Las necesitarapara hacerse un sitio ante la puerta del rabino.

    Lanzando un penetrante aullido se precipit entre el gento que aguardaba y avanz apartandocon sus crueles puos a los dbiles: nadie era capaz de detenerla. Si alguna de sus vctimas se volvacon la intencin de rechazarla, quedaba deslumbrada por el dolor tan ardiente que lea en su cara; porsu boca abierta y encarnada, de la que pareca salir un vapor abrasador; por el brillo cristalino de lasgruesas lgrimas que surcaban sus mejillas, rojas como llamas; por las venas gruesas y azules de sucuello extendido, en el que se acumulaban los gritos antes de estallar por los labios. Deborah flameabacomo una antorcha. De pronto, lanzando un chillido agudo tras el cual se derrumb el silenciohorrible de todo un mundo muerto, postrose al fin ante la puerta del rabino, sujetando la manija en sumano derecha. Con la izquierda se puso a tamborilear sobre la madera parduzca. Menuchim se

  • desliz hasta el suelo frente a ella.Alguien abri la puerta. El rabino se hallaba en la ventana, de espaldas a la suplicante, reducido

    todo l a una angosta lnea negra. De repente se volvi. Deborah permaneci en el umbral, ofreciendoa su hijo con ambos brazos como si se tratase de una vctima propiciatoria. Percibi un resplandor enel plido rostro del rabino, que pareca confundirse con su barba blanca. Se haba propuesto mirar alsanto varn a los ojos para convencerse de que en ellos brillaba realmente una gran bondad. Pero enaquel instante un ro de lgrimas nubl su vista y divis al buen hombre a travs de una ondablanquecina de agua y sal. l alz la mano y Deborah crey entrever dos dedos secos, instrumentosde la bendicin. Sin embargo, oy muy cerca la voz del rabino que slo habl en un susurro:

    Menuchim, hijo de Mendel, sanar. En todo Israel no habr muchos como l. El dolor lo harsabio, la fealdad lo har bondadoso, la amargura lo har dulce y la enfermedad lo har fuerte. Sus ojossern grandes y profundos, y sus odos, claros y musicales. Su boca callar, pero cuando abra loslabios anunciar cosas buenas. No tengas miedo y vuelve a casa.

    Cundo, cundo, cundo sanar? murmur Deborah.Dentro de muchos aos dijo el rabino; pero no me preguntes ms, que no tengo tiempo ni

    s ms cosas. No abandones a tu hijo aunque sea una gran carga para ti. No lo abandones, pues de tiha nacido, como cualquier hijo sano. Y ahora vete.

    Afuera, el gento la dejo pasar. Sus mejillas estaban plidas, sus ojos secos y sus labiosentreabiertos, como si slo respirasen esperanza. Volvi a casa con la gracia en su corazn.

  • 2CUANDO Deborah lleg a su casa, encontr a su esposo junto al hogar, ocupado con el fuego, laolla y las cucharas de madera. El sentido comn de Mendel inclinbalo hacia las cosas reales y leimpeda aceptar milagros. Sonri al pensar en la fe que su simple esposa tena en el rabino. Su sencillapiedad no necesitaba de un poder intermediario entre Dios y los hombres.

    Menuchim sanar, pero dentro de mucho tiempo.Con estas palabras entr Deborah en su casa.Dentro de mucho tiempo! repiti Mendel como un eco maligno.Suspirando colg Deborah el cesto nuevamente en su lugar. Poco despus entraron los tres hijos

    mayores y al notar la canasta, que haban echado de menos los ltimos das, comenzaron azarandearla con violencia. Mendel cogi con ambas manos a los chicos, Jons y Schemarjah. Miriam,la nia, busc refugio cerca de su madre. Singer pellizc en las orejas a sus hijos, que empezaron aberrear. Luego se quit el cinturn y lo agit en el aire. Como si el cuero fuese una parte de sucuerpo, como si fuera la prolongacin de su propia mano, sinti Mendel cada golpe que asestaba enlas espaldas de sus hijos. Sinti un zumbido siniestro en la cabeza. Los gritos de advertencia de sumujer se ahogaban en el ruido que l mismo produca. Era como arrojar vasos de agua a un marembravecido. Mendel haca chasquear el cinturn y golpeaba las paredes, la mesa y los bancos, sinsaber que lo alegraba ms, si los golpes fallidos o los que alcanzaban a sus hijos. Al fin dieron las tresen el reloj de pared. Era la hora en que sus alumnos solan llegar para la leccin de la tarde.

    Con el estmago vaco (pues no haba probado bocado), y una sofocante excitacin en la garganta,comenz Mendel a recitar palabra por palabra un pasaje de la Biblia. El difano coro infantil ibarepitiendo el texto palabra por palabra y frase por frase; era como si la Biblia fuera pregonada pormuchas campanas a la vez. Y los cuerpos de los alumnos se balanceaban tambin como campanas,mientras sobre sus cabezas se columpiaba, siguiendo casi el mismo ritmo, el cesto de Menuchim.Aquel da los hijos de Mendel tomaron parte en la leccin. La ira del padre se fue enfriando hastacalmarse del todo, pues sus hijos superaron a los otros en la salmodia. Al final, el resto del coroacab dirigido por las voces de los hijos. Mendel poda confiar en ellos.

    Jons, el mayor, era fuerte como un oso, y Schemarjah, el ms joven, astuto como un zorro. Conla cabeza gacha, las manos cadas, las mejillas mofletudas, siempre hambriento, el cabello rizadoescapndosele por debajo de la gorra, Jons caminaba pesadamente. Su hermano Schemarjah lo seguacasi deslizndose, con su perfil anguloso, sus claros ojos siempre alerta, sus brazos delgados y lasmanos enterradas en los bolsillos. Nunca peleaban entre ellos; sus caracteres eran demasiadodiferentes y sus dominios se hallaban demasiado alejados. Exista entre ambos una alianza.Schemarjah saba hacer maravillas con latas, cajas de cerillas, cacharros, cuernos y varas de mimbre.Jons poda destruir todas aquellas cosas con un soplo, pero admiraba la tierna habilidad de suhermano. Sus pequeos ojos negros brillaban como chispas entre sus mejillas, curiosos y alegres.

    Unos das despus de su regreso, Deborah consider conveniente descolgar del techo el cesto deMenuchim. Lo hizo, no sin cierta solemnidad, y confiando el enfermo a sus otros hijos, les dijo:

  • Tenis que llevarlo a pasear. Cuando se canse, cogedlo en brazos. No lo dejis caer! El santorabino ha dicho que sanar. No le hagis dao!

    Y en aquel instante comenz el calvario de los nios.Llevaban a Menuchim por la calle como se arrastra una desgracia; lo ponan en el suelo o lo

    dejaban caer. Soportaban indignados las burlas de los dems chiquillos que corran tras ellos cuandosacaban a pasear a su hermanito. Su obligacin era llevarlo entre los dos. Pero el cro no apoyaba lospies como un ser humano. Se bamboleaba sobre sus piernas como si fuesen dos arcos rotos,permaneca un instante erguido y se caa. Al final, Jons y Schemarjah lo abandonaban en el suelo, obien lo instalaban en un rincn, dentro de un saco, y all jugueteaba Menuchim con excrementos deperro o de caballo, o con guijarros. Lo devoraba todo; raspaba la cal de las paredes para llenarse laboca con ella, y luego tosa hasta que la cara se le pona azul. Cuando estaba en un rincn era comoun montn de basura. A veces rompa a llorar y los chicos mandaban a Miriam para que lo calmara.Delicada y coqueta, cimbrendose sobre sus piernuchas flacas, la nia se aproximaba a su ridculohermano, aunque en su corazn sintiera repugnancia y odio. La ternura con que acariciaba la caracenicienta de la criatura tena algo de impulso homicida. Miraba cautelosamente a su alrededor ypellizcaba al enfermo en una pierna; el nio chillaba y atraa las miradas de los vecinos. EntoncesMiriam comenzaba a hacer pucheros y todos la compadecan y se interesaban por ella.

    Un da de verano estaba lloviendo los chicos arrastraron a Menuchim fuera de casa y lometieron en un barril lleno de agua de lluvia, acumulada all desde hacia medio ao. En ella nadabangusanos y flotaban frutos podridos y cortezas de pan enmohecido. Lo cogieron por los pies ysumergieron su ancha cabezota gris en el agua unas diez veces, con la horrible y dichosa esperanza detener un muerto entre las manos. Pero Menuchim sobrevivi. Tuvo estertores y vomit agua,gusanos, frutos podridos y pan enmohecido; pero sobrevivi. Con gran sigilo y muy asustados,llevaron al enfermo a casa. Un miedo enorme ante el meique de Dios, que acababa de hacerles unaleve seal, apoderose de los dos chiquillos y de la nia. Permanecieron mudos todo el da. Sus lenguasestaban paralizadas; abran los labios para formar una palabra, pero no lograban articular ni unaslaba. Ces de llover, sali el sol, y por las calles corrieron diminutos arroyos. Era el tiempo mspropicio para hacer navegar barquitos de papel y ver cmo se dirigan al canal. Mas nada de esoocurri. Los nios se escondieron en la casa como perros y pasaron toda la tarde esperando la muertede Menuchim. Pero ste no muri.

    Menuchim no muri. Sigui viviendo convertido en un robusto invlido. A Deborah se le secaronel vientre y los pechos. Menuchim haba sido su ltimo fruto, deforme, y su vientre pareca negarse aproducir ms desgracias. Haba momentos en los que abrazaba a su marido, pero eran muy breves,como esos relmpagos que se divisan a lo lejos en el horizonte estival. Las noches de Deborah eranlargas, crueles e insomnes. Una invisible pared de fro cristal la separaba de su esposo. Sus pechos semarchitaban, el vientre se le hinch como un escarnio a su esterilidad, las piernas se le hicieron mspesadas y de sus pies pareca colgar plomo.

    Una maana estival despert ms temprano que Mendel, desvelada por un gorrin que piabafrente a la ventana. An tena el gorjeo en el odo, junto con el recuerdo de un sueo y de unaindefinible sensacin de felicidad, como la voz de un rayo de sol. La clida aurora penetraba ya porlos poros y rendijas de los postigos de madera, y Deborah vea todo claramente a pesar de que lasltimas sombras de la noche borroneaban an los contornos de los muebles. Sinti la mente despejada

  • y el corazn fro. Le ech una mirada a su marido, que dorma al lado, y descubri las primeras canasen su barba negra. Mendel carraspe ligeramente y empez a roncar. Deborah se levant de un saltoy se plant frente a su viejo espejo. Apart con sus fros dedos los ralos mechones de su cabellera, afin de buscarse las primeras canas. Cuando crey haber encontrado la nica, se la arranc con dosdedos previamente convertidos en poderosas tenazas. Abri su camisa y se contempl sus pechosflccidos, que levant y dejo caer; pas la mano sobre su vientre hinchado, aunque vaco, observasimismo las venas azules de sus piernas, y decidi acostarse nuevamente. Al volverse not,asustada, que su marido mantena el ojo abierto.

    Qu ests mirando? exclam.Pero l no le contest. Era como si el ojo abierto no le perteneciese, pues an dorma. Se le haba

    abierto sin que su voluntad interviniera. La parte blanca del ojo pareca ms blanca que de costumbre,y la pupila era diminuta. Aquel ojo evoc en Deborah un lago helado con un punto negro en el centro.Apenas si estuvo abierto un minuto, pero a ella le parecieron diez aos. Al final volvi a cerrarse elojo de Mendel, que sigui respirando plcidamente: estaba dormido, sin duda alguna. Se oy le lejanotrinar de millares de alondras sobre la casa y bajo los cielos. El calor de la maana entraba ya en lahabitacin oscura. Dentro de poco daran las seis y Mendel Singer se levantara. Deborah no semovi. Permaneci de pie en el mismo sitio donde estaba cuando se volvi hacia la cama, de espaldasal espejo. Nunca se haba parado a escuchar de esa manera, sin necesidad, sin curiosidad, sin ningnnimo. Nada esperaba, pero era como si de pronto se viese obligada a esperar algo extraordinario.Como nunca, esta vez haba alertado todos sus sentidos, auxiliados por otros nuevos y desconocidos.Vea, oa y senta mil veces ms. Y no pas nada. Tan slo que una maana de verano comenzaba;que las alondras trinaban all lejos, a gran distancia; que los rayos solares se abran paso por lasrendijas de los postigos y que las anchas sombras de los muebles se iban haciendo ms y msestrechas. Tambin se oa el tictac del reloj a punto de dar las seis, y la respiracin del marido. Losnios yacan silenciosamente en el rincn, junto al fuego, como instalados en otro espacio. No ocurranada. Y, sin embargo, era como si una infinidad de cosas fuesen a ocurrir. El reloj redentor diofinalmente las seis y Mendel Singer se despert, se sent en la cama y mir asombrado a su mujer.

    Por qu no ests acostada? le pregunt mientras se restregaba los ojos.Tosi y escupi. Nada en sus palabras o en sus gestos haca suponer que haba tenido un ojo

    abierto. Quiz no se acordaba ya; o tal vez Deborah se hubiera engaado.Desde aquel da se acab el placer entre Mendel Singer y su esposa. Se acostaban igual que dos

    personas del mismo sexo, dorman durante la noche y despertbanse sin ms por la maana. Sentanvergenza mutua y permanecan silenciosos como en los primeros das de su matrimonio. El pudorque se hiciera presente en los preludios del placer conyugal, apareca nuevamente al final.

    Pero al poco tiempo lo vencieron y se hablaron otra vez sin desviar las miradas. Sus cuerpos ysus rostros envejecan al unsono como los rostros y los cuerpos de dos mellizos. El esto era pesadoe irrespirable, y trajo escasas lluvias. Tenan abiertas puertas y ventanas. Los nios estaban en casararas veces. Crecan rpidamente afuera, vivificados por el sol fecundo.

    Incluso Menuchim creca. Sus piernas seguan encorvadas, pero era evidente que se ibanalargando. Tambin su tronco se desarrollaba. Una maana emiti un grito agudo, como jams lohaba hecho. Despus guard silencio. Y al cabo de un momento dijo con voz clara e inteligible:

    Mam!

  • Deborah se precipit sobre l, y de sus ojos, secos desde haca mucho tiempo, fluyeron lgrimascalientes, fuertes, grandes, saladas, dolorosas y dulces.

    Di, mam!Mam! repiti el pequeo.Y si l repiti diez veces la palabra, Deborah la repiti al menos cien. Sus oraciones no haban

    sido en vano. Menuchim hablaba! Y esta nica palabra del nio deforme fue sublime como unarevelacin, poderosa como un trueno, clida como el amor, benfica como el cielo, amplia como latierra, frtil como el campo y dulce como un fruto dulce. Vala ms que la salud de los nios sanos.Significaba que Menuchim sera fuerte y grande, sabio y bondadoso, tal como lo haban anunciado laspalabras de la bendicin.

    Sin embargo, de la garganta del pequeo no siguieron brotando ms sonidos inteligibles. Esta solapalabra, proferida despus de un silencio tan terrible, signific durante mucho tiempo comer y beber,dormir y querer, alegra y dolor, cielo y tierra. Y aunque slo repitiera mam una y otra vez, sumadre lo encontraba tan elocuente como un predicador y tan expresivo como un poeta. Comprendatodas las palabras que se escondan tras aquella nica palabra. Y empez a despreocuparse de sushijos mayores y a alejarse de ellos. Slo tena un hijo, un nico hijo: Menuchim.

  • 3PARA el cumplimiento de una bendicin se necesita tal vez ms tiempo que para el de unamaldicin. Diez aos haban transcurrido desde que Menuchim pronunciara su primera y nicapalabra. Y an no era capaz de decir otra.

    A veces, cuando Deborah se quedaba sola en casa con su hijo enfermo, cerraba la puerta concerrojo, se sentaba en el suelo al lado de Menuchim y lo miraba fijamente a la cara. Recordaba aquelterrible da de verano en el que la condesa se detuvo frente a la iglesia. Volva a ver la puerta de laiglesia abierta y el brillo ureo de mil velas en torno a las imgenes policromadas; vea a los tres curasrevestidos, de pie all en el fondo, junto al altar, con sus barbas negras y sus manos blancas, y todoese resplandor llegaba hasta la plaza polvorienta y blanqueada por el sol. Deborah estaba en su tercermes de embarazo. Tena de la mano a la pequea Miriam, y Menuchim se agitaba en sus entraas. Depronto se oy un gritero que acall el canto de los feligreses en la iglesia y fue seguido por el secotrotar de unos caballos; se levant una nube de polvo y el coche azul oscuro de la condesa se detuvoante la iglesia. Los hijos de los campesinos empezaron a chillar de alegra. Los mendigos y mendigasque haba en las gradas avanzaron hacia el carruaje para besar las manos de la condesa. De pronto,Miriam se le solt a su madre de la mano y despareci. Deborah se qued temblando, helada enmedio del calor.

    Dnde est Miriam?Interrog uno por uno a todos los hijos de los campesinos. La condesa ya se haba apeado.

    Deborah se aproxim a la calesa. El cochero, envuelto en su librea azul con botones de plata, sehallaba tan arriba que poda verlo todo

    No ha visto usted correr a la pequea? le pregunt Deborah alzando la cabeza yenceguecida por el brillo del sol y de la librea.

    El cochero seal la iglesia con su mano izquierda, enfundada en un guante blanco. All habaentrado Miriam. Deborah reflexion un momento antes de precipitarse hacia la iglesia y perderseentre el brillo del oro, los cnticos religiosos y el resonar del rgano. Miriam estaba a la entrada.Deborah cogi a la nia, la sac a rastras hacia los escalones calentados por el sol y huy comoalguien que se escapa de un incendio.

    No le digas nada a pap dijo jadeante; entiendes, Miriam?Desde aquel da supo Deborah que ocurrira una desgracia, que ella llevaba una desgracia en sus

    entraas. Lo supo y se lo call.Volvi a correr el cerrojo. Llamaron a la puerta y entr Mendel. La barba de Singer ya era gris.

    Tambin haban envejecido la cara, el cuerpo y las manos de Deborah. Fuerte y lento como un osoera el hijo mayor, Jons: astuto y gil como un zorro el segundo, Schemarjah; coqueta e irreflexivacomo una gacela, Miriam, la hermana. Cuando iba a hacer recados y echaba a correr por lascallejuelas, delgada y esbelta una sombra brillante, una cara morena, con la boca grande yencarnada, un pauelo color oro rematado en dos alas bajo la barbilla y dos ojos viejos en medio de lajuventud morena de la cara, caa dentro del campo de visin de los oficiales de la guarnicin y se

  • meta en sus cabezas despreocupadas y lascivas. Algunos la seguan. Pero de sus acosadores slolograba percibir lo que al paso y por fuera captaban sus sentidos; una metlica estridencia de armas yde espuelas, un olor a pomada y a jabn de afeitar, y los sbitos destellos de botones dorados, degalones de plata y correajes de un rojo encendido. Era poco, pero suficiente. Tras el umbral de sussentidos se agazapaba la curiosidad, esa curiosidad que es hermana de la juventud y mensajera delplacer. Hua la muchacha delante de sus perseguidores con un temor ardiente y dulce. Slo por sentiraquel miedo excitante prolongaba su fuga ms de lo preciso. Con la sola esperanza de tener que huirsala a la calle ms de lo que haca falta. En las esquinas se detena y echaba miradas seductoras a suscazadores. Era su nico goce. Aunque hubiera tenido alguien a quien confiar sus sentimientos, nohabra abierto la boca. Pues los goces son tanto ms intensos cuanto ms en secreto permanecen. Anno saba Miriam qu horribles relaciones llegara a tener con el mundo extrao y amenazador de lamilicia, ni presenta el funesto destino que empezaba a cernirse sobre las cabezas de Mendel Singer,su mujer y sus hijos. Porque Jons y Schemarjah estaban ya en edad de ir al servicio militar conarreglo a la ley, y deban evitarlo segn las tradiciones de sus antepasados. La bondad de Dios habaconcedido a otros jvenes algn defecto fsico que no los haca sufrir mucho y los protega contracualquier mal. Unos eran tuertos, otros cojos, aqul padeca de ataques convulsivos o tena unahernia, ste tena el corazn o los pulmones dbiles, aquel otro un defecto en los odos, el de ms alltartamudeaba y alguno hasta poda demostrar una debilidad general orgnica.

    Pero en la familia de Mendel Singer dirase que el pequeo Menuchim haba reunido en s todoslos males que una naturaleza ms benigna hubiera tal vez repartido entre cuantos la componan. Loshijos mayores de Mendel eran sanos y no presentaban defecto alguno en todo el cuerpo. Y entonces,aunque la guerra contra el Japn haba terminado, tuvieron que empezar a atormentarse, a ayunar y abeber caf muy cargado, en espera de que apareciese una debilidad cardiaca, por lo menos temporal.

    De este modo comenzaron los suplicios. No coman casi nada ni dorman. Deambulaban dbiles yvacilantes, temblando noche y da, con los ojos rojos e hinchados, los cuellos ms delgados y lascabezas pesadas. Deborah volvi a quererlos y a peregrinar al cementerio por sus hijos mayores.Pero esta vez imploraba una enfermedad para Jons y Schemarjah, as como antes haba rezado por lasalud de Menuchim. El ejrcito se ergua ante sus preocupados ojos como una montaa rida y negra,prdiga de hierro y de martirios. Vea cadveres y ms cadveres. Vea al zar muy alto yresplandeciente, removiendo a espolazos la sangre roja y esperando el sacrificio de sus hijos. Muypronto iban a entrar en maniobras y se era su mayor temor. Ni siquiera pensaba en una nuevaguerra. Se enojaba con su marido. Quin era Mendel Singer? Un maestro; un maestro estpido denios estpidos. Ella haba tenido otras ilusiones cuando an era una muchacha.

    Por su parte, Mendel Singer no estaba menos apenado que su mujer. Los sbados, en la sinagoga,una vez terminada la oracin que por ley deba dedicarse al zar, pensaba Mendel en el futuroinmediato de sus hijos. Los vea con el odioso uniforme de dril de los reclutas, comiendo carne decerdo, y tratados a latigazos por los oficiales. Llevaran fusiles y bayonetas. Muchas veces suspirabasin razn aparente en medio de la oracin, en medio de las lecciones, en medio del silencio. Hasta losextraos lo miraban compasivamente. Nadie le haba preguntado nunca por su hijo enfermo y todosle preguntaban por sus hijos sanos.

    El 26 de marzo los dos hermanos se dirigieron finalmente a Targi. No tuvieron suerte. Eran sanosy se les declar aptos para el servicio. Los autorizaron a pasar el verano en su casa: su incorporacin

  • a filas tendra lugar en el otoo. Se les reconoci un mircoles; y al domingo siguiente emprendieron elviaje de regreso a su casa.

    Por su situacin militar tenan billetes gratuitos en el ferrocarril. Ya viajaban por cuenta del zar.Muchos jvenes se hallaban en idntica situacin. El tren avanzaba despacio. Los dos hermanos ibansentados en bancos de madera, entre campesinos borrachos que cantaban. Todos fumaban un tabaconegro cuyo humo dejaba percibir un lejano olor a sudor. Se contaban historias unos a otros. Jons ySchemarjah no se separaban ni un momento. Aqul era su primer viaje en tren. Cambiaban muchasveces de sitio, porque los dos queran ir junto a la ventanilla, para ver el paisaje. Schemarjahencontraba el mundo muy grande; pero a Jons le resultaba montono y lo aburra. El tren atravesabalos campos deslizndose como un trineo sobre la nieve. Las campesinas, vestidas de diversos colores,les hacan seas; cuando aparecan en grupo eran saludadas por los hombres con una especie deaullido. Los dos judos, tmidos y afligidos, seguan en su rincn, intimidados por la presuncin delos borrachos.

    Me gustara ser campesino dijo de pronto Jons.A m no respondi Schemarjah.Me gustara ser campesino volvi a decir Jons. Me gustara emborracharme y acostarme

    con aquellas chicas.Yo quiero ser lo que soy dijo Schemarjah; un judo como mi padre, Mendel Singer, y no

    un soldado ni un borracho.Yo me alegro un poquitn de ser soldado dijo Jons.Ya tendrs tus oportunidades de alegrarte! le contest su hermano. Yo preferira ser rico

    y ver la vida.Qu es la vida? pregunt el primero.La vida asegur Schemarjah es ver grandes ciudades; los tranvas que corren por las calles.

    Las tiendas que son tan grandes como el cuartel de la guarnicin, y los escaparates, que son inclusomayores. Me han enseado tarjetas con vistas de muchas ciudades. No hacen falta puertas paraentrar en una tienda. Las ventanas llegan hasta el suelo.

    Eh! Por qu estis tan tristes? exclam de pronto un campesino que iba sentado en elrincn de enfrente.

    Jons y Schemarjah fingieron no orlo, como si la pregunta no estuviera dirigida a ellos. Habanaprendido a hacerse los sordos cuando un campesino les diriga la palabra. Desde haca miles de aosera siempre un mal negocio que un judo contestara a un campesino.

    Eh! dijo el campesino levantndose.Jons y Schemarjah se incorporaron a su vez.S, os he hablado a vosotros, judos dijo el tipo. No habis bebido todava?Ya hemos bebido afirm Schemarjah.Yo an no declar Jons.De debajo de su chaqueta sac entonces el campesino una botella tibia y resbaladiza, que ola ms

    al campesino que a su propio contenido. Jons se la llev a la boca. Abri sus labios gruesos, de unrojo encendido, y dejo ver sus dientes blancos y fuertes a ambos lados de la botella oscura. Jonsbebi sin sentir la mano leve de su hermano que le daba palmaditas en el brazo. Sostena la botellacon ambas manos, como un enorme nio de pecho. Por los codos empinados se le vea la camisa

  • blanca a travs de la tela rada. Su manzana de Adn suba y bajaba regularmente bajo la piel delcuello, como el mbolo de una mquina. Un ligero ruido, como de grgaras, sali de su garganta.Todos miraban como beba el judo.

    Jons termin. La botella vaca deslizose de sus manos sobre el regazo de Schemarjah, y l mismola sigui en su cada, como si algo lo obligara a seguir ese mismo camino. El campesino extendi elbrazo y reclam su botella sin pronunciar una sola palabra. Luego acarici con su bota los anchoshombros de Jons, que ya dorma.

    Llegaron a Podworks, donde tenan que bajarse. Les quedaban siete verstas de camino hasta Jurki;slo Dios saba si hallaran algn carro en el camino. Todos los viajeros ayudaron a incorporar alrobusto Jons, que se recuper cuando estuvo al aire libre.

    Echaron a caminar. Era de noche. La luna se esconda tras unas nubes lechosas. Sobre los camposnevados se perciban manchas de tierra, irregulares y oscuras como bocas de crteres. Del bosquepareca emanar un hlito de primavera. Jons y Schemarjah avanzaban de prisa por un senderoangosto. Oan el tenue crujir del hielo bajo sus botas. Llevaban a hombros sus bastones, de los quecolgaban sus los blancos y redondos. Schemarjah intent varias veces entablar una conversacin consu hermano. Pero Jons no contestaba. Senta vergenza de haberse emborrachado y desplomadocomo un campesino. Cuando la estrechez del sendero les impeda caminar lado a lado, Jons serezagaba. Hubiese preferido que su hermano fuera siempre por delante. Cuando el camino volva aensancharse, aminoraba el paso con la esperanza de que Schemarjah siguiera avanzando sin esperarlo.Pero el joven pareca temer que Jons se le perdiera. Desde que lo vio borracho, perdi la confianzaen l. Dudaba de la razn de su hermano mayor y se senta en cierto modo responsable de su suerte.Jons adivin lo que pensaba su hermano. Su corazn herva de ira.

    Schemarjah es ridculo pens. Es flaco como un espectro: no puede sostener bien el bastny el lo se le va a caer al barro.

    Y ante la idea de que el lo blanco de Schemarjah pudiera caerse del bastn al lodo negro delcamino, Jons se ech a rer a carcajadas.

    De qu te res? pregunt Schemarjah.Me ro de ti contest Jons.Pues yo tendra ms derecho a rerme de ti replic Schemarjah.Callaron de nuevo. El bosque de pinos se alzaba ante sus ojos, negro y silencioso. De l, y no de

    ellos mismos, pareca provenir el silencio. De cuando en cuando se levantaba el viento en una u otradireccin; un sauce se meca en sueos, crujan las ramas secas y las nubes avanzaban presurosas porel cielo.

    Sea como sea, ahora somos soldados dijo de pronto Schemarjah.Exacto repuso Jons; y qu hemos sido hasta ahora? No tenemos profesin. Hacernos

    maestros como nuestro padre?Mejor que ser soldados! exclam Schemarjah. Aunque a m me gustara ser comerciante e

    ir por el mundo.Los soldados tambin van por el mundo, y yo no podra ser comerciante opin Jons.Ests borracho.Estoy tan sobrio como t. Puedo beber sin emborracharme. Puedo ser soldado y ver el mundo.

    Me gustara ser campesino. Te lo digo y no es que est borracho.

  • Schemarjah se encogi de hombros. Siguieron andando. Al amanecer oyeron cantar los gallos engranjas lejanas.

    Ser Jurki dijo Schemarjah.No, es Bytk replic Jons.Pues que sea Bytk concluy Schemarjah.Oyeron traquetear un carretn tras una curva del camino. La maana era tan plida como lo haba

    sido la noche. No haba diferencia entre el sol y la luna. Empez a caer nieve, una nieve blanda ycaliente. Los cuervos alzaban el vuelo graznando.

    Mira esas aves dijo Schemarjah, buscando un pretexto para reconciliarse con su hermano.Son cuervos! respondi Jons. Y aadi con un remedo irnico: Aves!Como quieras dijo Schemarjah: cuervos! recalc.Era, ciertamente, Bytk. An les quedaba una hora hasta su casa.A medida que avanzaba el da, la nieve se iba haciendo ms blanda y espesa, como si surgiera del

    sol naciente. Al cabo de unos minutos todo el campo estuvo blanco. Los sauces a orillas del camino ylos grupos de abedules tambin quedaron blancos, blancos, blancos. Slo los dos caminantes judoseran morenos. La nieve, que tambin caa sobre ellos, pareca derretirse ms de prisa en sus espaldas.Ondeaban sus largas levitas negras, que batan recia y acompasadamente las caas de sus altas botasde cuero. Cuanta ms nieve caa, ms aprisa caminaban. Los campesinos que iban encontrandoavanzaban muy despacio y con las rodillas dobladas. La nieve se posaba sobre sus hombros comosobre ramas gruesas: ligera y pesada al mismo tiempo. Familiarizados con ella, se movan como porun terreno conocido. A veces se detenan a mirar a los dos jvenes morenos como si fuesen unaaparicin extraordinaria, pese a que ver a un judo no les resultaba nada raro.

    Sin aliento llegaron los hermanos a su casa. Ya estaba oscureciendo. Desde lejos oyeron la letanade los nios. Aquello fue para ambos como un canto maternal, como una palabra dicha por su padre:les devolvi toda su infancia, todo cuanto haban visto, odo, olido y palpado desde los primeros dasde su vida. Aquella cantilena de los alumnos de Mendel condensaba el olor de todas las comidascalientes y sazonadas, el brillo entre blancuzco y negruzco que emanaba del rostro y de la barbapaternos, el eco de los suspiros de la madre y los lloriqueos de Menuchim, el susurro de los rezos deMendel Singer por la tarde, y otros mil sucesos innombrables, cotidianos y extraordinarios. Amboshermanos acogieron, pues, con idntica emocin la meloda que les llegaba a travs de la nievemientras se acercaban a la casa paterna. Sus corazones comenzaron a latir al unsono. La puerta seabri violentamente ante ellos: Deborah, su madre, los haba visto acercarse haca rato.

    Nos han declarado aptos! dijo Jons, sin saludar.Un terrible silencio se impuso de pronto en la habitacin donde minutos antes haba resonado el

    coro de vocecitas infantiles: un silencio sin lmites, mucho ms poderoso que el espacio del que sehaba adueado y, sin embargo, surgido simplemente de la palabra aptos, que Jons acababa depronunciar. Los nios interrumpieron su leccin en medio de una frase recin memorizada. Mendel,que haba estado recorriendo la habitacin de un extremo a otro, se detuvo de improviso, lanz unamirada al vaco, alz los brazos y los dej caer de nuevo. La madre, Deborah, se sent sobre uno delos dos taburetes colocados siempre junto a la estufa, como a la espera de algn instante propiciopara recibir a una madre afligida. Miriam, la hija, haba retrocedido a tientas hasta una de las esquinas.Su corazn lata tan fuertemente que pens que todos lo oiran. Los nios estaban como clavados en

  • sus asientos. Sus piernas, envueltas en medias de lana de muchos colores, se haban columpiado sinparar durante la leccin y ahora colgaban inmviles bajo la mesa. Afuera segua nevando sininterrupcin, y el plido reflejo de los copos penetraba a travs de la ventana, iluminando los rostrossilenciosos. A ratos poda orse el crepitar de la lea carbonizada en la estufa y el ligero traqueteo delos puntales de la puerta, sacudidos espordicamente por el viento. Con los bastones an sobre loshombros, y los blancos los colgando de ellos, los dos hermanos se haban quedado junto a la puerta,mensajeros e hijos de la desgracia. De pronto exclam la madre:

    Mendel, ve corriendo a pedir consejo a la gente.Mendel se alis la barba. El silencio haba sido conjurado; las piernas de los nios volvieron a

    balancearse lentamente, los hermanos dejaron sus hatos y sus bastones y se acercaron a la mesa.Qu tonteras dices? replic Mendel Singer. Adnde quieres que vaya? Quin podr

    darme un consejo? Quin querr ayudar a un pobre maestro y con qu podr ayudarme? Quayuda esperas t de los hombres cuando Dios nos ha castigado?

    Deborah no contest. Permaneci sentada un rato ms, en completo silencio. De pronto selevant, dio un puntapi al taburete como si hubiera sido un perro, hacindolo rodar ruidosamente,alz su pauelo marrn que haba estado en el suelo como un montculo de lana, se envolvi en l lacabeza y cuello y se anud las puntas en la nuca con un gesto de ira, como si quisiera estrangularse.Tena la cara colorada y siseaba como una tetera llena de agua hirviendo. De pronto lanz unescupitajo blanco que, cual proyectil envenenado, fue a caer a los pies de Mendel Singer. Y como sicon ese gesto no hubiera demostrado suficientemente su desprecio, dej escapar tras el esputo unchillido que son como un puah!, pero que nadie supo interpretar exactamente. Antes de que loscircunstantes se repusieran de su sorpresa, abri la puerta. Una rfaga maligna arroj unos cuantoscopos en la habitacin, golpe a Mendel Singer en la cara y azot las piernas de los nios. La puertavolvi a cerrarse estrepitosamente. Deborah se haba ido.

    Corri sin rumbo fijo por el centro de las callejuelas; como un coloso parduzco avanzaba de prisaentre la blanca nieve, hundindose de vez en cuando en ella. Se enredaba en su propio vestido, sedesplomaba y volva a levantarse con una agilidad sorprendente. Segua corriendo sin saber adndeiba, aunque tena la impresin de que sus pies la encaminaban a una meta que su cabeza ignoraba. Elcrepsculo caa ms rpidamente que los copos de nieve; las primeras luces empezaron a encenderse,amarillentas, y los pocos hombres que salan de sus casas para cerrar las persianas volvan la cabezahacia Deborah y la seguan largo rato con la mirada, aunque sintieran fro. Deborah corra en direccinal cementerio. Cuando lleg a la rejilla de madera, volvi a derrumbarse. Se incorpor bruscamente: lapuerta se negaba a ceder debido a la nieve amontonada en su base. Deborah la empuj con loshombros hasta que por fin cedi. Ya estaba dentro. El viento aullaba sobre las tumbas. Aquella vez,los muertos parecan ms muertos que nunca. Del crepsculo fue surgiendo la noche, una nochenegra, negra e iluminada por el resplandor de la nieve. Deborah se dej caer ante una de las primerastumbas de la primera fila. Con sus rgidos puos la liber de la nieve, como queriendo cerciorarse deque su voz llegara con mayor facilidad hasta el muerto no bien apartase la capa que se interponaentre su plegaria y los odos del difunto. Luego lanz un grito, que reson como si saliera de uncuerno en el que alguien hubiera colocado un corazn humano. Todo el pueblo oy ese grito, pero loolvid en seguida. Pues ya no pudo or el silencio que vino despus. Deborah se limit a gemir aintervalos breves, y su gemido leve y maternal fue devorado por la noche y enterrado por la nieve.

  • Slo los muertos la oyeron.

  • 4EN Kluczysk, no lejos de los parientes de Mendel Singer, viva Kapturak, un hombre de edadindefinible, sin familia ni amigos, muy activo, siempre ocupado y familiarizado con las autoridades.Deborah hizo toda clase de esfuerzos por obtener su ayuda. De los setenta rublos que Kapturakpeda por adelantado a sus clientes, ella tena apenas veinticinco, ahorrados secretamente tras largosaos de miseria. Guardbalos en un bolsito de cuero, escondido bajo una tabla del suelo que slo ellaconoca. Cada viernes la levantaba suavemente al fregar la habitacin. Los cuarenta y cinco rublos dediferencia se le antojaban a su esperanza maternal de menor cuanta que los veinticinco que ya posea;porque a stos les sumaba los largos aos que invirti en juntarlos, llenos de privaciones y miserias,y la alegra clida y silenciosa con que siempre los contaba.

    En vano intent hablarle Mendel Singer de la inviabilidad de su propsito, del duro corazn deKapturak y de su hambriento bolsillo.

    Qu quieres que haga, Deborah! decale Mendel. Los pobres son impotentes: Dios no lesarroja piezas de oro desde el cielo, nunca se sacan la lotera y deben sobrellevar su suerte conresignacin. A unos les da y a otros les quita. No s por qu a nosotros nos castiga: primero conMenuchim, el enfermo, y ahora con nuestros hijos sanos. As es de miserable la suerte del pobrecuando peca o se halla enfermo. Pero debe aceptarla sin protestas. Deja que nuestros hijos hagan elservicio. No se perdern! No hay fuerza alguna que se oponga a la voluntad del cielo. De l viene eltrueno y el rayo, l se cierne sobre la tierra y nadie puede escaprsele. As est escrito.

    Mas Deborah, apoyando una mano en su cadera, sobre el manojo de llaves oxidadas, le contest:El hombre ha de ayudarse y Dios le ayudar. As est escrito, Mendel. Siempre sabes de

    memoria las frases equivocadas. Se han escrito miles de sentencias y t no conoces ms que lasintiles. Te has vuelto tonto a fuerza de ensear a esos nios. T les pasas toda tu inteligencia y elloste dejan su ignorancia. Eres un maestro, Mendel, un maestro!

    Mendel Singer no estaba orgulloso de su inteligencia ni de su oficio, pero las palabras de Deborahlo ofendieron. Los reproches que ella le haca fueron socavando lentamente su bondad de corazn, yen su interior comenzaron a brotar las llamas blancuzcas de la rebelda. Se apart para no seguirmirndole la cara a su mujer. Tuvo la impresin de haberla conocido mucho tiempo atrs, muchoantes de su boda, quiz desde su infancia. Durante largo tiempo le haba parecido la misma que el dade la boda. No haba advertido cmo la carne de sus mejillas se cuarteaba igual que la argamasaenjalbegada de una pared; cmo la piel se le tensaba en torno a la nariz para colgar tanto ms flccidabajo el mentn; cmo los prpados se le iban arrugando por encima de los ojos hasta formarautnticas redecillas, y cmo el negro de sus pupilas se iba transformando en un tono pardo ms bienfro, prosaico, calculador y desilusionado. Un da, no recordaba cundo quiz aquella maana enque, aunque dormido, sorprendi a Deborah frente al espejo con slo un ojo abierto, un da se leilumin el cerebro. Estaba viviendo algo as como un segundo matrimonio, pero esta vez con lafealdad, la amargura y la senilidad progresiva de su mujer. La senta ms prxima que nunca, casicomo en su propio cuerpo, inseparable y eterna; pero insoportable, atormentadora y hasta un poco

  • odiosa. De una mujer con la que slo se una en la oscuridad, se haba transformado en unaenfermedad unida a l da y noche, que le perteneca totalmente, que ya no necesitaba compartir conel mundo y cuya fiel enemistad lo iba aniquilando. l no era, en realidad, nada ms que un maestro.Lo mismo que haban sido su padre y su abuelo. No poda haber sido otra cosa. Denigrar su oficioera, pues, atacar su existencia, borrarlo de la lista de los vivos. Y Mendel Singer se opona a ello.

    A decir verdad, lo alegraba que Deborah se fuera. Ya durante los preparativos del viaje, la casa sequedaba vaca. Jons y Schemarjah deambulaban de un lado a otro por las calles; Miriam se iba a casade algn vecino o sala de paseo. Al medioda, antes de que sus alumnos volviesen, Mendel yMenuchim se quedaban solos en la casa. Mendel tomaba una sopa de cebada preparada por lmismo, y dejaba en su plato de barro una buena racin para Menuchim. Corra el cerrojo para evitarque el nio gateara hasta la puerta, como era su costumbre. Luego se sentaba en un rincn, pona alchico en sus rodillas y le daba de comer.

    Amaba esas horas tranquilas. Le gustaba quedarse a solas con su hijo. A veces pensaba si no seramejor quedarse solo con l, sin madre ni hermanos. Despus de hacerle tomar la sopa cucharada acucharada, sentaba a Menuchim sobre la mesa y contemplaba con tierna curiosidad su cara plida yancha, su frente surcada de arrugas, sus prpados igualmente ajados y su flccida papada. Hacaesfuerzos por adivinar qu poda ocurrir en ese enorme crneo, por escrutar el cerebro a travs de lasventanas de sus ojos y arrancarle al idiota un indicio verbal cualquiera, ya fuera en voz alta o en vozbaja. Pronunciaba diez veces seguidas el nombre de Menuchim, dibujando lentamente los sonidos consus labios para que el nio los mirase por si no poda orlos; pero Menuchim no se mova. Entoncescoga Mendel una cucharilla y la haca sonar contra un vaso. Al punto volva Menuchim la cabezahacia aquel lado, y en sus ojazos grises y saltones se encenda una luz tenue. Mendel prosegua yempezaba a entonar una cancin y a marcar el comps con la cucharilla. Menuchim daba entoncesclaros signos de inquietud, mova su enorme cabezota y columpiaba sus piernas al tiempo querepeta:

    Mam, mam.Mendel se levantaba, buscaba el volumen negro de la Biblia, abra la primera pgina ante los ojos

    negros del nio y entonaba con la misma voz con que enseaba a sus alumnos:Al principio cre Dios los cielos y la tierra.Aguardaba un momento con la esperanza de que Menuchim repitiera esas palabras. Pero

    Menuchim no se mova. nicamente persista en sus ojos la luz aquella. Mendel dejaba la Biblia,miraba a su hijo con tristeza y continuaba con la montona letana:

    Oye, Menuchim, estoy solo. Tus hermanos son mayores y ya los siento extraos: se van aunir a los soldados. Tu madre es mujer y qu puedo pedirle? T eres mi hijo menor, y en ti hesembrado mi ltima esperanza. Por qu te callas, Menuchim? T eres mi verdadero hijo! yemebien, Menuchim, y pronuncia estas palabras: Al principio cre Dios los cielos y la tierra.

    Mendel esperaba un momento, pero Menuchim no se mova. Entonces haca sonar de nuevo elvaso y, aprovechando la luz que se avivaba en los ojos del enfermo, canturreaba otra vez:

    yeme, Menuchim! Ya soy viejo, slo me quedas t de todos mis hijos, Menuchim! yemey repite: Al principio cre Dios los cielos y la tierra.

    Pero Menuchim no se movi.Lanzando un gran suspiro puso un da Mendel en el suelo a su hijo enfermo. Abri la puerta y

  • sali a esperar a sus discpulos. Menuchim le sigui gateando hasta el umbral. De pronto dieron lassiete en el reloj de la torre: cuatro campanadas profundas y tres agudas. Al punto exclamMenuchim:

    Mam, mam!Y al volverse, Mendel vio que el pequeo estiraba el cuello como si desease respirar el eco de las

    campanadas.Por qu me habrn castigado? preguntbase Mendel. Escudriaba su memoria en busca de

    algn pecado, pero no hallaba ninguno grave.Llegaron los alumnos y Mendel entr con ellos en la habitacin. Mientras iba de un lado a otro

    amonestando a ste, dndole a aqul un golpecito con el dedo y al de ms all una leve palmadita enlas costillas, segua pensando sin cesar: Cul ser mi pecado? Cul ser?.

    Entretanto, Deborah haba ido a casa del cochero Sameschkin para preguntarle si, dentro dealgunos das, podra llevarla gratis a Kluczysk.

    S respondi el cochero Sameschkin.Estaba sentado en un banco, junto a la chimenea con los pies envueltos en un par de sacos

    amarillos, y ola a aguardiente de fabricacin casera. Para Deborah, aquel olor era una especie deenemigo. Era el olor ms peligroso de los campesinos, el emisario de pasiones incompresibles y elcompaero inseparable de los progroms.

    S respondi Sameschkin; si los caminos estuvieran en mejor estado.Ya me llevaste una vez en otoo, cuando los caminos estaban peores.No recuerdo dijo Sameschkin. Te equivocas; habr sido un da seco, de verano.De ningn modo contest Deborah; fue en otoo, llova y yo iba a casa del rabino.Ah tienes dijo Sameschkin, columpiando suavemente sus pies, pues su banco era muy alto

    y l de estatura muy baja; ah tienes; cuando fuiste a casa del rabino era uno de vuestros das defiesta y yo te llev. Pero esta vez no vas a casa del rabino.

    Voy por un asunto importante! dijo Deborah. Jons y Schemarjah no debern ser nuncasoldados!

    Yo tambin he sido soldado se excus Sameschkin; siete aos, y dos de ellos los pas enla crcel por robar. Una bagatela, adems!

    Deborah estaba desesperada. La historia del cochero no hacia ms que evidenciar la distancia quelo separaba de ella y de sus hijos, que jams robaran ni ingresaran en la crcel. Por eso, decidiactuar con rapidez.

    Cunto debo pagarte?Nada; no quiero dinero ni me apetece hacer el viaje. El caballo blanco es viejo, y el tordo ha

    perdido dos herraduras de golpe. En cuanto corre dos verstas se pasa todo el da comiendo avena. Nopuedo mantenerlo; quiero venderlo. No es vida sta de cochero.

    Jons llevar el caballo tordo al herrador insisti Deborah y pagar l mismo lasherraduras.

    As la cosa cambia! contest Sameschkin; pero si Jons quiere llevarlo, tendr que hacerreparar tambin una rueda.

    Tambin lo har dijo Deborah; viajaremos la semana prxima.De este modo, viaj a Kluczysk a visitar al terrible Kapturak. En realidad hubiera preferido

  • visitar al rabino, ya que una palabra de su santa y fina boca vala mucho ms que la proteccin deKapturak. Pero el rabino no reciba entre la Pascua de Resurreccin y Pentecosts, salvo casosurgentes, cuando se trataba de vida o muerte.

    Encontr a Kapturak en la taberna rodeado de campesinos y judos. Se hallaba sentado junto a laventana, en un rincn, y escriba. Su gorra, con el forro vuelto hacia arriba, yaca sobre la mesa, juntoa los papeles, como una mano extendida; en su interior veanse ya muchas monedas de plata quellamaban la atencin de todos los presentes. Kapturak le echaba una mirada de vez en cuando, pese aestar convencido de que nadie osara robarle un solo copek. Escriba instancias, cartas de amor y girospostales para los analfabetos. (Tambin saba sacar muelas y cortar el pelo).

    Necesito hablar contigo sobre un asunto importante le dijo Deborah, alzndose sobre lascabezas de los circunstantes.

    Kapturak apart sus papeles con un solo gesto y los dems clientes salieron. Luego cogi eldinero de la gorra, lo ech en el cuenco de su mano y lo envolvi en un pauelo. Por ltimo invit aDeborah a tomar asiento.

    Ella observ sus ojillos duros, que parecan dos botones transparentes de carey.Mis hijos tienen que enrolarse dijo.T eres una mujer pobre contest Kapturak con una voz ligeramente cantarina, como si le

    estuviera leyendo las cartas. No has podido ahorrar dinero y nadie podr ayudarte.S, he ahorrado algo.Cunto?Veinticuatro rublos y setenta copeks. Pero he gastado un rublo en venir a verte.Quedan veintitrs rublos.Veintitrs rublos y setenta copeks corrigi Deborah.Kapturak estir los dedos medio e ndice de su mano derecha y pregunt:Son dos hijos?Dos dijo en voz baja Deborah.Veinticinco rublos por cada uno.Aun tratndose de m?Aun tratndose de ti.Negociaron durante media hora. Kapturak se comprometi a ocuparse de uno de los hijos por la

    suma de veinticinco rublos.Por lo menos uno, pens Deborah.Pero estando ya en camino, sentada en el carro de Sameschkin y con el traqueteo de las ruedas

    repercutindole en el vientre y en su pobre cabeza, su nueva situacin pareciole an peor que laanterior.

    Cmo haba podido establecer una diferencia entre sus hijos? Jons o Schemarjah?,preguntbase incesantemente. Mejor uno que los dos, deca su corazn; pero su corazn gema.

    Cuando lleg a casa y empez a contarles lo ocurrido fue interrumpida por Jons, el mayor, conestas palabras:

    Entrar en filas con gusto.Deborah, Miriam, Schemarjah y Mendel Singer guardaron silencio y esperaron. Por ltimo,

    viendo que Jons no aada una sola palabra, Schemarjah exclam:

  • Eres un hermano, un verdadero hermano.No replic Jons; es que quiero ser soldado.Tal vez puedas volver a casa a los seis meses lo consol el padre.No contest Jons, no quiero volver a casa; quiero ser soldado!Rezaron todos juntos la oracin de la noche y se desnudaron en silencio. Miriam, en camisn, fue

    de puntillas a apagar la lmpara y se acostaron.A la maana siguiente Jons haba desaparecido. Lo buscaron hasta el medioda. Slo al caer la

    noche lo vio Miriam. Iba montado en un caballo blanco, y llevaba una levita de color marrn y unagorra militar.

    Ya eres soldado? exclam Miriam.Todava no respondi Jons deteniendo su caballo. Recuerdos a pap y mam aadi

    . Estar en casa de Sameschkin hasta incorporarme al regimiento. Diles que ya no aguantaba vivirentre vosotros, aunque os quiero mucho.

    Y haciendo silbar una vara de mimbre, tir de las riendas y se alej.Desde aquel da trabaj como mozo de cuadra en casa del cochero Sameschkin. Almohazaba al

    caballo blanco y al tordo, dorma con ellos en la cuadra y respiraba con fruicin el olor acre ypenetrante de la orina y el sudor de las bestias. Les daba de comer y de beber, les arreglaba los arreos,les recortaba las colas, les colgaba cascabeles nuevos en el yugo y les cambiaba el heno hmedo porotro ms seco. Adems beba samogonka con Sameschkin, se emborrachaba y haca el amor con lascriadas.

    En su casa lo lloraban, considerndolo como a un hijo prdigo, mas no dejaban de pensar en l.Pronto lleg el verano ardiente y seco. Los das se alargaban, ocultando perezosamente sus reflejosdorados en el horizonte. Jons sola sentarse frente a la cabaa de Sameschkin y tocar el acorden.Estaba casi siempre muy borracho y no reconoca ni a su propio padre, que a veces pasaba por alltmidamente, deslizndose como una sombra, extraado de que aquel hijo hubiera salido de susentraas.

  • 5EL veinte de agosto lleg a casa de los Singer un mensajero de Kapturak para llevarse a Schemarjah.Todos lo esperaban por aquellos das, pero cuando se present se quedaron sorprendidos yaterrados. Era un hombre normal, de estatura y apariencia tambin normales, con una gorra azul demilitar en la cabeza y un cigarrillo muy fino en la boca. Cuando lo invitaron a sentarse y a tomar el t,se neg.

    Prefiero esperar afuera dijo en un tono que indicaba su hbito de aguardar frente a las casas.Esta resolucin del recin llegado produjo, al parecer, una alarma an mayor en la familia Singer.

    Todas las miradas convergieron en ese hombre de gorra azul apostado ante la ventana como uncentinela. Estaban haciendo el equipaje de Schemarjah: una cesta de provisiones, un cuchillo de pan,un traje y las filacterias. Miriam iba y vena con las cosas, y Menuchim, estiraba estpidamente labarbilla y repeta sin cesar la nica palabra que saba: Mam, mam. Mendel Singer, de pie junto ala ventana, tamborileaba con los dedos sobre el cristal. Deborah lloraba en silencio, y sus ojosenviaban lgrima tras lgrima a su boca torcida. Cuando el equipaje estuvo listo, lo encontraron muypobre y miraron alrededor con ojos desamparados en busca de algn nuevo objeto. Hasta entonces nohaban intercambiado palabra alguna. Cuando el blanco paquete fue depositado al fin sobre la mesa,junto al bastn, Mendel Singer se apart de la ventana y dijo a su hijo:

    Envanos noticias tuyas enseguida y cuantas veces te sea posible; no te olvides!Deborah comenz a sollozar en voz alta, abri los brazos y abraz a su hijo largamente.

    Schemarjah se liber luego de los brazos de su madre, y dirigindose a su hermana, la besruidosamente en las dos mejillas. Su padre extendi las manos sobre l para bendecidlo y murmuralgo ininteligible. Con cierto temor aproximose entonces Schemarjah a Menuchim, que observabatodo con ojos desorbitados. Era la primera vez que abrazaba al nio enfermo, y tuvo la impresin deno abrazar a un enfermo, sino a un smbolo que no daba contestacin alguna. Todos hubieran queridodecir algo, pero nadie encontraba palabras. Saban que Schemarjah se despeda para siempre. En elmejor de los casos, llegara sano y salvo al extranjero. En el peor, sera capturado en la frontera yfusilado en el acto por los centinelas. Qu se puede decir a los que se despiden para siempre?

    Schemarjah se ech su lo al hombro y abri la puerta con el pie. No volvi la cabeza. Almomento de salir procur olvidar su casa y a toda su familia. Tras l se oy de nuevo un fuerte gritode Deborah. La puerta se cerr. Con la sensacin de que su madre se haba cado desmayada,Schemarjah se aproxim a su compaero. El hombre de la gorra azul le dijo:

    Detrs del mercado nos esperan los caballos.Al pasar frente a la casa de Sameschkin, Schemarjah se detuvo y mir el jardincillo y la cuadra

    vaca, cuya puerta estaba abierta.Jons no estaba all. Pens con tristeza en su hermano perdido que, en su opinin, se haba

    sacrificado por l. Es un palurdo, pero noble y valiente, se dijo Schemarjah. Luego prosigui sucamino al mismo paso que su compaero.

    Detrs del mercado, encontraron los caballos, tal y como el hombre le haba anunciado. No

  • tardaron menos de tres das en llegar a la frontera, pues tuvieron que evitar el tren. En el camino, elcompaero de Schemarjah demostr ser un excelente conocedor del pas. Iba sealando las torres delas iglesias lejanas y le deca el nombre de la aldea respectiva. Conoca las casas de campo y elnombre de sus propietarios. Se apartaba muchas veces de la carretera para tomar rpidamente unatajo. Era como si hubiera propuesto ensearle a Schemarjah su patria por ltima vez antes de que eljoven partiera en busca de una nueva. Y fue sembrando para siempre la nostalgia en el corazn deSchemarjah.

    Una hora antes de la medianoche llegaron a una taberna fronteriza. Era una noche serena. Esataberna era la nica casa; una casa perdida en el silencio nocturno, negra, muda, con las ventanascerradas y sin el menor asomo de vida detrs de ellas. Millares de grillos cantaban formando un cororumoroso en medio de la noche. No se oa nada ms. El campo era llano: el cielo estrellado formabaun crculo perfecto y oscuro, interrumpido slo hacia el noroeste por una lnea blanca, como un anilloazul engastado en plata. Sentase el lejano olor a humedad de los pantanos que se extendan hacia eloeste y el vientecillo que lo traa.

    Una autntica noche de verano dijo el enviado de Kapturak, y habl por primera vez delasunto: En estas noches tranquilas no siempre resulta fcil cruzar la frontera. Para lo nuestro espreferible la lluvia.

    Con estas palabras infundi un poco de miedo a Schemarjah. Como la taberna estaba a oscuras,Schemarjah no se fij en ello hasta que su compaero dijo:

    Entremos! en el tono de alguien dispuesto a afrontar el peligro. Y despus: No te desmucha prisa; tendremos que esperar aqu un buen rato.

    Sin embargo, se acerc a la ventana y llam suavemente a las persianas de madera. La puerta seabri y dejo escapara una estela de luz amarilla. Entraron. Detrs del mostrador, dentro del crculo deluz de la lmpara, se hallaba el tabernero, que los salud. En el suelo yacan varios hombresacurrucados jugando a los dados. Ante una mesa se hallaba Kapturak con un hombre en uniforme desargento. Nadie alz la mirada. Se poda or el tictac del reloj y el ruido de los dados. Schemarjah sesent y su compaero pidi algo de beber. Schemarjah bebi aguardiente y se tranquiliz; saba queestaba viviendo una de aquellas horas extraordinarias en las que el hombre tiene tanto poder sobre susuerte como la Instancia suprema que se la otorga.

    Poco despus de medianoche pudo orse un tiroteo breve, pero intenso, y un eco prolongado.Kapturak y el sargento se levantaron. Era la seal convenida mediante la cual el centinela indicaba queel control nocturno del oficial fronterizo haba terminado. El sargento desapareci. Kapturak dio laseal de partida. Todos se levantaron, se echaron sus hatos al hombro y, atravesando el umbral, seadelantaron uno a uno en la noche. Tomaron el camino de la frontera. Algunos intentaron cantar, peroel propio Kapturak se los prohibi. No se saba si iba al frente, en medio o detrs. Marchabansilenciosamente por entre el canto de los grillos y el azul de la noche. Pasada una media hora la vozde Kapturak orden:

    Todos a tierra!Se dejaron caer sobre el suelo hmedo y permanecieron inmviles, con sus corazones palpitantes

    pegados a la tierra. Era la despedida que el corazn daba a la patria. Kapturak orden que selevantaran. Llegaron a una ancha fosa y divisaron, a la izquierda, la luz del puesto de guardia.Atravesaron la fosa. Cumpliendo lo convenido, el centinela dispar, pero sin apuntar.

  • Ya estamos fuera! se oy gritar a alguien.En ese momento el cielo empezaba a clarear por el este. Volvieron los hombres el rostro hacia su

    patria, sobre la cual pesaba an la noche, y luego siguieron su viaje hacia el da y el extranjero.Alguien empez a cantar y todos lo acompaaron. As prosiguieron su camino. Schemarjah era el

    nico que no cantaba. Iba pensando en su futuro inmediato (no tena ms que dos rublos) y elamanecer en su casa. Dentro de dos horas su padre se levantara, rezara una oracin, carraspeara,hara unas grgaras, ira al lavatorio y derramara un poco de agua. Su madre soplara el samovar.Menuchim balbuceara algo, y Miriam se quitara con el peine unas cuantas plumillas blancas de laalmohada, adheridas a su negro pelo.

    Schemarjah vio todo aquello claramente, como jams lo haba visto cuando an se hallaba en casay era a su vez parte ntegramente de ese despertar en familia. Apenas oa la cancin de suscompaeros; nicamente sus pies llevaban el comps.

    Una hora ms tarde vio la primera ciudad extranjera, el humo azul que sala de las chimeneas y unhombre con un brazalete amarillo que los esperaba. Dieron las seis en el reloj de un campanario.

    En el reloj de pared de los Singer tambin dieron las seis. Mendel se levant, hizo unas grgaras,carraspe un poco y murmur una oracin, Deborah se puso al lado de la chimenea y sopl elsamovar. Menuchim balbuce algo ininteligible en un rincn y Miriam pein sus cabellos ante elespejo ciego.

    Deborah, de pie junto a la estufa, sorbi su t caliente y pregunt de pronto:Dnde estar Schemarjah a esta hora? Todos pensaron en l.Que Dios le ayude dijo Mendel. Y as comenz el da.Y as comenzaron los das siguientes, das vacos y tristes. Una casa sin hijos pensaba

    Deborah. Los he trado al mundo, los he criado, y un viento los ha esparcido en variasdirecciones. Buscaba a Miriam con la mirada, pero Miriam estaba poco en casa. Slo le quedabaMenuchim que estiraba sus brazos siempre que la madre pasaba por su rincn. Y cuando ella lobesaba, l buscaba su pecho como un nio de teta. Con pena pensaba Deborah en la bendicin quetanto tardaba en cumplirse, y dudaba de si llegara a ver sano al pobre Menuchim.

    La casa enmudeca cuando terminaba la leccin de los nios. Quedaba muda y oscura. El inviernohaba llegado nuevamente. Para ahorrar petrleo se acostaban temprano, sumindose en brazos de labondadosa noche. De vez en cuando, Jons enviaba recuerdos. Estaba haciendo el servicio militar enPskow, gozaba de una esplndida salud y no tena contratiempo alguno con sus superiores.

    As pasaron los aos.

  • 6UNA tarde, hacia finales del verano, lleg un forastero a casa de Mendel Singer. La puerta y lasventanas estaban abiertas. Las moscas negras, satisfechas y perezosas, se pegaban a las paredescalentadas por el sol, y la cantilena de los nios sala de la casa a la blanca calleja. De prontoadvirtieron al forastero en el umbral y se callaron. Deborah se levant del taburete. Desde la aceraopuesta de la calle corri Miriam con Menuchim de la mano. Mendel Singer se plant ante elforastero y lo examin. Era un hombre muy extrao. Llevaba un gran sombrero negro de Calabria,pantalones anchos y claros, slidas botas amarillas y una corbata color rojo vivo que ondeaba comouna bandera sobre su camisa verde oscuro. Sin moverse, pronunci unas cuantas palabras probablemente un saludo en un idioma desconocido. Pareca hablar con una cereza en la boca, ajuzgar por los rabillos verdes que asomaban de los bolsillos de su levita. Levant lentamente unlargusimo labio superior y puso al descubierto una hilera de dientes fuertes y amarillos, querecordaban la dentadura de un caballo. Los nios se rieron y Mendel tambin sonri. El forasterosac una carta muy doblada y ley la direccin y el nombre de los Singer de una manera tan extraaque todos volvieron a rerse.

    Amrica dijo, y le entreg la carta a Mendel.Un feliz presentimiento ilumin la cara del padre.Schemarjah! exclam. Y con un movimiento de la mano, como quien ahuyenta moscas,

    despidi a sus alumnos, que se marcharon corriendo. El extranjero se sent. Deborah puso t, dulcesy limonada en la mesa. Mendel abri la carta. Deborah y Miriam tambin se sentaron. Y Mendelcomenz a leer lo siguiente:

    Querido padre, querida madre, querida Miriam y buen Menuchim. No incluyo a Jons,pues sent plaza de soldado. Os ruego que tampoco le enviis directamente esta carta, pues elhecho de mantener correspondencia con un hermano desertor podra traerle problemas. Poreso mismo he esperado tanto tiempo para escribiros, no queriendo enviar mi carta por correo,hasta que por fin se present la ocasin de mandrosla por medio de mi buen amigo Mac. los conoce por referencias mas pero no podr cambiar una sola palabra con vosotros, pues nosolamente es americano, sino que sus padres nacieron ya en Amrica. No es judo, pero valems que diez judos.

    Y ahora quiero contaros todo, desde el principio hasta hoy: Cuando atraves la fronterano tena nada que comer y llevaba slo dos rublos en el bolsillo, pero pens que Dios meayudara. Un hombre de la Compaa de Navegacin de Trieste, que llevaba una gorra congalones, nos recibi en la frontera. ramos doce. Los otros once tenan dinero para comprarpapeles falsos y los pasajes, y el agente los condujo al tren. Yo pens que ningn mal metraera acompaarlos, y que en todo caso vera lo que ocurre cuando la gente emigra aAmrica. Me qued solo con el agente, que se extra mucho de que yo no viajara. Yo le dije:No tengo un solo copek. Me pregunt si saba leer y escribir. Un poco le contest;

  • pero creo que es suficiente Bueno; para abreviar mi relato les dir que aquel hombre tenatrabajo para m. Me encomend ir cada da a la frontera para recibir a los desertores,comprarles todo y convencerlos de que Amrica era el pas de la leche y de la miel. Asempez mi trabajo y el agente me daba el cincuenta por ciento, pues yo era slo unsubagente. l tena una gorra con el nombre de la compaa bordado en oro, y yo tena slo unbrazalete. Dos meses despus le dije que necesitaba el sesenta por ciento o renunciaba altrabajo, y me lo dio. En la casa donde me hospedaba conoc a una muchacha preciosa. Sellama Vega, y ahora es vuestra nuera. Su padre me dio algn dinero para empezar un pequeonegocio, pero yo no poda olvidar a aquellos once que emigraron a Amrica mientras yo mequedaba ah solo. Me desped de Vega, y como entiendo mucho de barcos, pues es mi oficio,viaj a Amrica. Y aqu estoy, Vega vino hace dos meses, nos casamos y somos felices. Maclleva fotografas en el bolsillo. Al principio cosa botones a pantalones, luego planchaba tambin pantalones, despus empec a coser forros de mangas y por poco me convierto ensastre, como casi todos los judos en Amrica. Pero entonces conoc a Mac, en una excursina Long Island, cerca del Fort Lafayette. Cuando estis aqu ya os ensear el sitio. l y yoempezamos a trabajar en toda clase de negocios. Trabajamos en el ramo de seguros. Yoaseguro judos, y l, irlandeses; pero he asegurado incluso a unos cuantos cristianos. Mac osdar diez dlares de mi parte, con lo que podris compraros algo para el viaje, pues dentro depoco os mandar los billetes de barco, si Dios quiere.

    Os mando un fuerte abrazo y muchos besos.Vuestro hijo, Schemarjah. (Aqu me llamo Sam).

    Cuando Mendel termin la carta, se produjo un elocuente silencio que pareca mezclarse a latranquilidad de aquel da estival y en medio del cual todos los miembros de la familia creyeron or lavoz del hijo emigrado: como si Schemarjah mismo hablase desde ah, desde Amrica, muy lejos,donde a aquella hora tal vez era de noche o de maana. Por unos instantes olvidaron a Mac. Era comosi se hubiese ocultado detrs del remoto Schemarjah, como un cartero que desaparece una vezentregada la carta. El mismo americano tuvo que recordar a todos su presencia. Se levant como unilusionista que se apresta a realizar un nmero, y sac de un bolsillo del pantaln diez dlares y unasfotografas en las que se vea a Schemarjah unas veces en un banco, en compaa de su esposa Vega, yotras en traje de bao en la playa: un cuerpo y una cara entre una docena de cuerpos y caras extraos;ya no era Schemarjah, sino Sam. El extranjero entreg el billete de diez dlares y las fotografas aDeborah, despus de examinar a todos brevemente, como queriendo convencerse que eran gente defiar. Deborah arrug el billete en una de sus manos, y con la otra coloc las fotografas sobre la mesa,al lado de la carta. Todo esto dur algunos minutos, durante los cuales no se interrumpi el silencio.Por fin, Mendel Singer pos el ndice sobre una fotografa y dijo:

    Es Schemarjah.Schemarjah!, repitieron los dems, y el mismo Menuchim, que era ya un poco ms alto que la

    mesa, solt una especie de relincho y lanz una mirada tmida y oblicua sobre las fotografas.De repente, Mendel tuvo la impresin de que el extranjero ya no lo era y que l poda entender su

    idioma.Cuntame algo dijo a Mac.

  • Y el americano como si hubiese comprendido las palabras de Mendel, comenz a mover su granbocaza y a contar cosas ininteligibles, afanoso y alegre, como si mascara algn manjar sabroso congran apetito. Cont a los Singer que haba ido hasta Rusia para abrir un negocio de lpulo y que seocupaba de instalar fbricas de cerveza en Chicago. Pero los Singer no entendieron nada. Como ahorase hallaba en Rusia continu el americano, no dejara de visitar el Cucaso, ni sobre todo de subiral Ararat, sobre el que haba ledo muchas cosas en la Biblia. A los presentes, que haban seguido congran ansiedad la narracin de Mac para captar al menos una slaba entre todo ese magma sonoro, lestembl el corazn al or la palabra Ararat, muy familiar a todos ellos, pero tan alterada por elforastero que pareci salir de su boca como un terrible y peligroso trueno. Slo Mendel sonrea sincesar. Le era grato or la lengua en la que hablaba ya su hijo Schemarjah, y mientras Mac hablaba,intent imaginarse el aspecto de su hijo al pronunciar esas palabras. Y al poco tiempo le pareci queera la voz de su propio hijo la que sala de la alegre boca del extranjero.

    El americano acab su explicacin, dio una vuelta alrededor de la mesa y estrech la mano a todoscordial y fuertemente. Luego levant de golpe a Menuchim, contempl su cabeza torcida, su cuellodelgado, sus manos azulinas e inertes y sus piernas encorvadas y volvi a depositarlo en el suelo concierta ternura despectiva, como queriendo indicar que una criatura tan extraa deba estarse all, en elsuelo, y no en la mesa. Inmediatamente despus se march, ancho, alto y un poco vacilante, con lasmanos en los bolsillos, por la puerta abierta. Tras l sali toda la familia. Todos se hicieron visera conlas manos para ver alejarse a Mac por la calleja llena de sol, en cuyo extremo volvi l a detenerse yles envi un breve saludo. Se quedaron fuera mucho tiempo, incluso cuando Mac ya habadesaparecido. Con las manos sobre los ojos miraban los polvorientos rayos de sol en la calle vaca.Finalmente dijo Deborah:

    Se ha marchado.Y como si el extranjero hubiera desaparecido en ese instante, entraron todos y, apoyando un

    brazo en el hombro del otro, miraron las fotografas colocadas sobre la mesa.Cunto son diez dlares? pregunt Miriam, y empez a calcular.Da lo mismo dijo Deborah, porque no nos compraremos nada.Y por qu no? repuso Miriam. Acaso vamos a llevar nuestros harapos?Quin habla de viajar y adnde? repuso la madre.A Amrica contest Miriam sonriendo; el mismo Sam lo ha escrito.Era la primera vez que alguien de la familia llamaba Sam a Schemarjah; y fue como si Miriam

    hubiera pronunciado intencionalmente el nombre americano del hermano para reforzar su peticin deque toda la familia emigrase a Amrica.

    Sam! exclam Mendel Singer. Quin es Sam?Sam! dijo Miriam sin dejar de sonrer. Sam es mi hermano en Amrica: vuestro hijo!Los padres guardaron silencio.De pronto lleg desde un rincn la voz aguda de Menuchim.Menuchim no puede viajar dijo Deborah en voz muy baja, como temiendo que el enfermo

    pudiera comprenderla.Menuchim no puede viajar! repiti Mendel Singer en voz igualmente baja.El sol descenda al parecer rpidamente. Sobre la pared de la casa de enfrente, que todos miraban

    a travs de la ventana abierta, comenz a subir la sombra negra, como el mar rebasa sus propias

  • orillas cuando sube la marea. Sopl una ligera brisa y la ventana empez a chirriar.Cierra la puerta, que hay corriente dijo Deborah.Miriam se dirigi a la puerta. Antes de cerrarla se detuvo un momento y asom la cabeza en la

    direccin por la que Mac se haba ido. Luego cerr la puerta con un golpe seco y dijo:Ha sido el viento.Mendel se instal junto a la ventana. Vio como la sombra de la noche iba trepando por la pared.

    Alz la cabeza y observ el remate dorado de la casa de enfrente. Y as permaneci un buen rato, deespaldas a la habitacin, a su mujer, a su hija Miriam y a Menuchim el enfermo. Los senta a todos yadivinaba cada uno de sus movimientos. Saba que Deborah haba apoyado la cabeza en la mesa parallorar, que Miriam tena el rostro vuelto hacia la chimenea y que sus hombros se agitaban a intervalosa pesar de que no estaba llorando. Saba que su mujer slo esperaba que l tomara su libro deoraciones y se dirigiera a la sinagoga a rezar la plegaria vespertina, y que Miriam se pusiera elpauelo amarillo y fuera a visitar a los vecinos. Entonces Deborah cogera el billete de diez dlaresque an tena en la mano y lo escondera bajo una de las tablas del suelo. Mendel saba qu tabla era.Cada vez que la pisaba, la tabla cruja revelando su secreto y le recordaba el gruido de los perros queSameschkin tena atados en su cuadra. Evitaba caminar sobre ella cuando se paseaba por lahabitacin, durante las lecciones, para no pensar continuamente en los perros negros de Sameschkinque le resultaban siniestros como los smbolos mismos del pecado. Cuando vio el dorado rayoreducirse y pasar al tejado y de all a la chimenea blanca, le pareci sentir, por primera vez en su vida,el transcurrir traidor y sigiloso de los das, la engaadora perfidia de la eterna alternancia entre da ynoche y entre verano e invierno, y el deslizarse de la vida, uniforme a pesar de todos los terroresprevistos e imprevistos. Estos iban brotando en las orillas del camino y Mendel iba pasando porentre ellos. Vena un hombre desde Amrica, traa una carta, unos dlares y unas fotografas deSchemarjah, y desapareca de nuevo tras el velo de la distancia. Sus hijos haban desaparecido; Jonsserva al zar en Pskow y ya no era Jons; Schemarjah se baaba en el ocano y ya no se llamabaSchemarjah; Miriam segua con los ojos al americano y quera irse a Amrica. Slo Menuchim seguasiendo lo que era desde el primer da de su vida: un invlido. Y l mismo. Mendel Singer, tambin eralo que siempre haba sido: un maestro.

    La estrecha calleja se oscureci y se fue animando al mismo tiempo. La gruesa mujer del vidrieroChaim y la nonagenaria del difunto cerrajero Jossel Kopp sacaron sendas sillas de sus casas parasentarse ante la puerta y disfrutar del fresco de la tarde. Los oscuros judos se dirigan presurosos a lasinagoga, musitando saludos al pasar. Mendel Singer se volvi, dispuesto a ponerse en marcha, ypas