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Los personajes femeninos en la literatura española 1 DOC. 1.1. Doña Jimena, esposa del Cid Campeador. Un personaje histórico. Jimena Díaz (antes del 24 de julio de 1046 - probablemente en 1116 ) fue la esposa de Rodrigo Díaz el Campeador, con quien contrajo matrimonio entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076 y, a la muerte del Cid, señora de Valencia entre 1099 y 1102. Murió entre el 29 de agosto de 1113 y 1116, probablemente en este último año. DOC. 1.2. Doña Jimena, personaje literario. Sin embargo, en el Cantar de mio Cid, Jimena tiene un papel muy secundario: es la esposa que espera con paciencia el regreso del marido, que ha sido desterrado. Interviene muy poco en el relato. Rodrigo se muestra como un esposo fiel, y amante de su familia. Jimena es el modelo de mujer de la época: se queda en un nivel inferior. DOC. 1.3. Las hijas del Cid literario. Son mucho más interesantes. Serán tratadas violentamente por sus maridos, y suplicarán la muerte para poder superar la vergüenza de la deshonra: Infantes Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol, Aquí seréis escarnecidas en estos fieros montes. 2715 Hoy nos partiremos y dejadas seréis de nos;

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Los personajes femeninos en la literatura española

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DOC. 1.1. Doña Jimena, esposa del Cid Campeador. Un personaje histórico.

Jimena Díaz (antes del 24 de julio de 1046 - probablemente en 1116 ) fue la esposa de Rodrigo Díaz el Campeador, con quien contrajo matrimonio entre julio de 1074 y el 12 de mayo de 1076 y, a la muerte del Cid, señora de Valencia entre 1099 y 1102. Murió entre el 29 de agosto de 1113 y 1116, probablemente en este último año.

DOC. 1.2. Doña Jimena, personaje literario. Sin embargo, en el Cantar de mio Cid, Jimena tiene un papel muy secundario: es la esposa que espera con paciencia el regreso del marido, que ha sido desterrado. Interviene muy poco en el relato. Rodrigo se muestra como un esposo fiel, y amante de su familia. Jimena es el modelo de mujer de la época: se queda en un nivel inferior.

DOC. 1.3. Las hijas del Cid literario. Son mucho más interesantes. Serán tratadas violentamente por sus maridos, y suplicarán la muerte para poder superar la vergüenza de la deshonra: Infantes Creedlo bien, doña Elvira y doña Sol, Aquí seréis escarnecidas en estos fieros montes. 2715 Hoy nos partiremos y dejadas seréis de nos;

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No tendréis parte en tierras de Carrión. Irán estos mandados al Cid Campeador; Nos vengaremos en ésta por la del león. Narrador Allí les quitan los mantos y los pellizones; 2720 Déjanlas en cuerpo y en camisas y en ciclatones. ¡Espuelas tienen calzadas los malos traidores! En mano prenden las cinchas resistentes y fuertes. Cuando esto vieron las dueñas, hablaba doña Sol: Sol ¡Por Dios os rogamos, don Diego y don Fernando, nos! 2725 Dos espadas tenéis tajadoras y fuertes; A la una dicen Colada y a la otra Tizón; Cortadnos las cabezas, mártires seremos nos. Moros y cristianos hablarán de esta razón; Que, por lo que nos merecemos, no lo recibimos nos; 2730 Tan malos ejemplos no hagáis sobre nos. Si nos fuéremos majadas, os deshonraréis vos; Os lo retraerán en vistas o en cortes. Narrador Lo que ruegan las dueñas no les ha ningún pro. Ya les empiezan a dar los infantes de Carrión; 2735 Con las cinchas corredizas, májanlas tan sin sabor; Con las espuelas agudas, donde ellas han mal sabor, Rompían las camisas y las carnes a ellas ambas a dos; Limpia salía la sangre sobre los ciclatones. Ya lo sienten ellas en los sus corazones. 2740 ¡Cuál ventura sería ésta, si pluguiese al Criador Que asomase ahora el Cid Campeador! Tanto las majaron que sin aliento son; Sangrientas en las camisas y todos los ciclatones. Cansados son de herir ellos ambos a dos, 2745 Ensayándose ambos cuál dará mejores golpes. Ya no pueden hablar doña Elvira y doña Sol; Por muertas las dejaron en el Robledo de Corpes.

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DOC.2.1. La Celestina, una obra de una época de cambios.

La Celestina, es una obra publicada en 1499 y escrita por Fernando de Rojas. Es una obra que explica muy bien los cambios sociales y de la forma de pensar en España a finales de la Edad Media. Los personajes más interesantes son todos mujeres: Celestina, una vieja que se dedica a concertar amores entre jóvenes ricos; Melibea, una doncella rica, que se enamorará de Calisto, un chico rico y algo alocado; Areúsa y Elicia, jóvenes

prostitutas que ayudan a Celestina en su trabajo.

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DOC.2.2. Encuentro de Calisto y Melibea (texto adaptado): Calisto entra en el jardín de la Casa de Melibea persiguiendo a su halcón. Queda hechizado al verla, y comienza a dirigirle palabras que imitan las de los enamorados de las novelas que suele leer (de amor cortés). Melibea le sigue el juego hasta que se da cuenta de que Calisto busca “otro tipo de relación”, y no precisamente mediante palabras: CALISTO, que ha conocido a MELIBEA en su jardín, donde su halcón se refugió un día antes al escaparse, se imagina en sueños que está frente a su amada, enamorándola. Ambos jóvenes se hallan en el mismo jardín en el que se conocieron. MELIBEA está de pie; CALISTO, rendido a sus plantas. CALISTO.- En esto veo, Melibea, la grandeza de Dios. MELIBEA.- ¿En qué Calisto? CALISTO.- En dar poder a natura que de tan perfecta hermosura te dotase y en hacerme el favor de verte en un lugar tan conveniente para descubrirte mi secreto dolor. No creo que exista mayor recompensa al servicio, sacrificio, devoción y obras pías que, por alcanzarla, tengo yo a Dios ofrecidos. ¿Quién ha visto en esta vida cuerpo tan feliz como está ahora el mío? Los benditos santos, que se deleitan en la visión divina, no gozan lo que yo gozo en tu acatamiento. Mas en esto diferimos, por desgracia, que ellos no temen perder su bienaventuranza y yo me alegro con recelo del esquivo tormento que tu ausencia ha de causarme. MELIBEA.- Pues un galardón aún mayor te he de dar, si perseveras. CALISTO.- ¡Oh bienaventuradas orejas mías, que indignamente tan gran palabra habéis oído! MELIBEA.- Desventuradas serán cuando acabes de oírme, porque la paga será tan fiera cual merece tu loco atrevimiento. El intento de tus palabras, Calisto, ha sido de hombre que pretende salir para perderse en la virtud de una mujer como yo. ¡Vete, vete de ahí, torpe, que no puede mi paciencia tolerar que haya subido a un corazón humano el intento de alcanzar en mí el deleite del amor ilícito! CALISTO.- Iré como aquel a quien la adversa fortuna atormenta con odio cruel.

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DOC. 2.3. La Celestina en el cine. Hay varias adaptaciones de la obra llevadas al cine. La última el personaje de Melibea lo hizo Penélope Cruz. El interés de la obra es grande, porque es una obra de tema muy contemporáneo y unversal (trata de los amores entre jóvenes):

DOC. 2.4. Melibea. Melibea es una mujer vehemente, que pasa de la resistencia a la absoluta entrega a Calisto. En la obra se intenta hacerla víctima de una pasión cegadora inculcada por el hechizo de Celestina. Lo único que le saldría mal es la muerte de Calisto, que la deja en una delicada posición moral. Finalmente se suicida, tras explicarle a su padre lo que ha pasado. La historia es parecida a la de Romeo y Julieta, pero la de La Celestina es mucho más fuerte. ¡Oh mi amor y señor Calisto! Espérame, ya voy; detente, si me esperas; no me acuses por retrasarme, dando esta última cuenta a mi viejo padre, pues le debo mucho más.

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DOC. 2.5. Melibea, una mujer madura. Melibea es mucho más madura que Calisto. Se demuestra en la primera ocasión en que están solos: Calisto demuestra que es solo un estúpido. MELIBEA.- ¿Qué quieres que cante, amor mío? Pero, ¿cómo mandas a mi lengua hablar y no a tus manos que estén quietas? Mándalas estar tranquilas para que podamos hablar. Deja estar mis ropas en su sitio. ¿Qué provecho te trae dañar mis vestiduras? CALISTO.- Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.

DOC. 3.1. Don Quijote de la Mancha. La obra maestra de la novela europea. El personaje femenino más importante no es, sin embargo, Dulcinea del Toboso, dama de ficción, que apenas aparece en la obra. Hay en la novela muchas otras mujeres, de verdad, llenas de personalidad.

DOC.3.2. La creación del personaje de Dulcinea: don Quijote tiene que inventarse una dama a la que dedicar sus aventuras. Lo hace así porque lo había leído en los libros de caballerías. Dulcinea no es, pues, un personaje real, sino una ficción, aunque se fijó en una mujer a la que había conocido en El Toboso, un pueblo cercano al suyo.

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Y fue, a lo que se cree, que en un lugar cerca del suyo había una moza labradora de muy buen parecer, de quien él un tiempo anduvo enamorado, aunque, según se entiende, ella jamás lo supo, ni le dio cata dello. Llamábase Aldonza Lorenzo, y a ésta le pareció ser bien darle título de señora de sus pensamientos; y, buscándole nombre que no desdijese mucho del suyo, y que tirase y se encaminase al de princesa y gran señora, vino a llamarla Dulcinea del Toboso, porque era natural del Toboso; nombre, a su parecer, músico y peregrino y significativo, como todos los demás que a él y a sus cosas había puesto. DOC. 3.3. La verdadera Dulcinea. Don Quijote había pensado en Aldonza Lorenzo, de El Toboso como modelo para Dulcinea. Sin embargo, se trata de una mujer de pueblo, grosera, sin educación. Sancho la presenta como es. El objetivo es la parodia del protagonista, don Quijote.

Aunque en las adaptaciones para el cine la presentan de otra forma:

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Evidentemente, el cine cambia totalmente el sentido de la novela de Cervantes.

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DOC. 3.4. Marcela: ¿primera feminista de la historia de la literatura europea? El Quijote está lleno de personajes femeninos de extraordinaria personalidad, pero podemos destacar uno especialmente: la pastora Marcela. Aparece en la primera parte de la novela, y es una joven bellísima, que se ha negado a aceptar el amor de otro pastor, Grisóstomo, y este se suicida. Cuando la acusan de ser una mala mujer, don Quijote la defiende, porque dice que nadie puede obligar a otra persona a aceptar su amor.

Marcela:

Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles de estas montañas son mi compañía, las claras aguas de estos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas>, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, bien se puede decir que antes le mató su insistencia que mi crueldad. Y si se me hace la acusación de que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad. Y si él, con todo este desengaño, quiso insistir contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se ahogase en la mitad del golfo de su locura?

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Don Quijote:

Lo cual visto por don Quijote, pareciéndole que allí venía bien usar de su caballería, socorriendo a las doncellas menesterosas, puesta la mano en el puño de su espada, en altas e inteligibles voces, dijo:

-Ninguna persona, de cualquier estado y condición que sea, se atreva a seguir a la hermosa Marcela, bajo pena de caer en la furiosa indignación mía. Ella ha mostrado con claras y suficientes razones la poca o ninguna culpa que ha tenido en la muerte de Grisóstomo, y cuán ajena vive de aceptar los deseos de ninguno de sus amantes, a cuya causa es justo que, en lugar de ser seguida y perseguida, sea honrada y estimada de todos los buenos del mundo.

DOC.4.1. Las mujeres del teatro de Lope de Vega.

Lope de Vega escribió centenares de obras de teatro. Los personajes femeninos son muy importantes en muchas de sus obras, y, a veces, más fuertes e interesantes que los hombres.

Una de sus obras, Fuenteovejuna, trata de la lucha entre el pueblo y un aristócrata (un Comendador de una de las poderosísimas órdenes militares). Este Comendador ha raptado a una joven –Laurencia- el día en que se iba a casar con Frondoso. Cuando ésta se escapa, después de haber sufrido los malos tratos del Comendador, se presenta en donde los hombres están discutiendo qué hacer, y les anima a luchar contra el tirano. Es un personaje de gran fuerza dramática, mayor que la de los hombres de la obra: ESTEBAN. ¡Hija mía! LAURENCIA. No me nombres1 tu hija. ESTEBAN. ¿Por qué, mis ojos? ¿Por qué? LAURENCIA. ¡Por muchas razones! Y sean las principales, porque dejas que me roben tiranos sin que me vengues, traidores sin que me cobres.2 […] Llevóme de vuestros ojos a su casa Fernán Gómez; la oveja al lobo dejáis, como cobardes pastores.

1 Nombres: llames. 2 Cobres: aquí quiere decir recuperes.

[…] Ovejas sois, bien lo dice de Fuente Ovejuna el nombre. […] Liebres3 cobardes nacistes; bárbaros sois, no españoles.4 ¡Gallinas, vuestras mujeres sufrís5 que otros hombres gocen!6 […] ¡Y que os han de tirar piedras, […] amujerados, cobardes! ¡Y que mañana os adornen nuestras tocas y basquiñas,7

3 La liebre, como el conejo, es un animal que

siente miedo. 4 Hace referencia a una idea clásica del español:

defensor de su honra/honor. 5 Sufrís: aquí quiere decir soportáis. 6 Gocen: disfruten, es decir, que tengan

relaciones con ellas. 7 Ropa femenina

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solimanes y colores!8 […] y yo me huelgo9, medio hombres, porque quede sin mujeres esta villa honrada, y torne10 aquel siglo de amazonas,11 eterno espanto del orbe.12

8 Maquillaje. 9 Me huelgo: me alegro. 10 Torne: vuelva. 11 Mujeres guerreras de la antigüedad. Orellana,

el descubridor español del río Amazonas, dice

que vio una tribu de mujeres guerreras , por eso

dio el nombre al río. 12 Es decir, que quiere que desaparezcan los

hombres, que no sirven para nada, y que sean

sustituidos por mujeres valientes, amazonas.

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DOC. 4.2. La mujer vestida de hombre.

La mujer disfrazada de hombre es un motivo que se repite con mucha frecuencia en el teatro español del Siglo de Oro. Podemos distinguir entre dos tipos fundamentales de mujeres disfrazadas. Por un lado estarían aquellas mujeres que se disfrazan con el único objetivo de conseguir un propósito, que generalmente es perseguir a un amante que la ha engañado para poder casarse con él. Estas mujeres son muy femeninas y dan lugar a escenas cómicas por el recelo de algunos personajes que no terminan de creerse que son hombres. Por otro lado tendríamos, lo que vamos a llamar mujer varonil, que se comporta como un hombre por deseo propio, estaríamos ante lo que se ha venido en llamar mujer hombruna y que se caracteriza por tener muchas de las características propias de un hombre, fuerza, valor etc.

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DOC. 4.3. Un caso particular: Rosaura, de La vida es sueño. Esta obra es uno de los dramas más importantes de la literatura europea. Rosaura aparece vestida de hombre porque ha perdido su honor y su reputación por culpa de un hombre, y debe recuperar el honor perdido. En la sociedad española del siglo XVII, el honor perdido por una mujer debe ser recuperado por su padre, su marido o su hermano. Rosaura está sola en la vida (eso cree ella), y debe ocupar el puesto de un hombre para matar al responsable de su deshonra. En el fragmento siguiente, Segismundo, príncipe que ha vivido toda su vida encerrado como un animal por orden de su padre, el rey, ve a Rosaura –que va vestida como un hombre- y queda sorprendido por su belleza. ROSAURA Si has nacido humano, baste el postrarme a tus pies para librarme. SEGISMUNDO Tu voz pudo enternecerme, tu presencia suspenderme, y tu respeto turbarme. […] Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más aun más mirarte deseo. .

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DOC.5.1. Benito Pérez Galdós

Benito María Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 10 de mayo de 1843 - Madrid, 4 de enero de 1920), conocido como Benito Pérez Galdós, fue un novelista, dramaturgo y cronista español. Se trata del mayor representante de la novela realista del siglo XIX en España, y uno de los más importantes escritores en lengua española.

Escribió novelas en las que los personajes femeninos están llenos de fuerza y de interés. Pudo llegar a ser premio Nobel, pero algunos políticos y escritores españoles lo impidieron, porque no les gustaban sus ideas políticas.

Galdós. Conservado en la Casa-Museo de Galdós, en Las Palmas de Gran Canaria. DOC. 5.2. Fortunata y Jacinta. Es una de sus mejores novelas, y analiza perfectamente el comportamiento de dos mujeres de clase social diferente (Fortunata, pobre, que ejerce la prostitución; Jacinta, rica, defensora del orden social).

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Serie para TVE (www.rtve/series/Fortunata) DOC. 5.3. Fortunata. Mujer de clase social, amante del Juanito, joven rico casado con Jacinta. Es una mujer que desearía salir del ambiente en que vive. Se siente libre, o al menos quiere sentirse libre.

Iba [Fortunata] despacio por la calle de Santa Engracia y se detuvo un instante en una tienda a comprar dátiles, que le gustaban mucho. Siguiendo luego su vagabundo camino, saboreaba el placer íntimo de la libertad, de estar sola y suelta siquiera poco tiempo. La idea de poder ir a donde gustase la excitaba, haciendo circular su sangre con más viveza. Tradújose esta disposición de ánimo en un sentimiento filantrópico, pues toda la calderilla que tenía la iba dando a los pobres que encontraba, que no eran pocos.

Sentimiento filantrópico: sentimiento de amor hacia los demás, altruismo.

Calderilla: monedas de poco valor.

DOC. 5.4. Jacinta. Esposa de Juanito, rica y educada. Sospecha que su marido la engaña, pero siente miedo de hablar.

A poco de acostarse notó Jacinta que su marido dormía profundamente.

Observábale desvelada, tendiendo una mirada tenaz de cama a cama. Creyó que hablaba en sueños... pero no; era simplemente quejido sin articulación que acostumbraba a lanzar cuando dormía, quizás por causa de una mala postura. Los pensamientos políticos nacidos de las conversaciones de aquella noche huyeron pronto de la mente de Jacinta. ¿Qué le importaba a ella que hubiese República o Monarquía, ni que D. Amadeo se fuera o se quedase? Más le importaba la conducta de aquel ingrato que a su lado dormía tan tranquilo. El pérfido guardaba tan bien las apariencias, que nada hacía ni decía en familia que no revelara una conducta regular y correctísima. Trataba a su mujer con un cariño tal que... vamos, se le tomaría por enamorado. Solo allí, de aquella puerta para adentro, se descubrían las trastadas. [...]

Pensando en esto, pasó Jacinta parte de aquella noche, atando cabos, como ella decía, para ver si de los hechos aislados lograba sacar alguna afirmación. Estos hechos, valga la verdad, no arrojaban mucha luz que digamos sobre lo que se quería demostrar. Tal día y a tal hora Juan había salido bruscamente, después de estar un rato muy pensativo, pero muy pensativo. Tal día y a tal hora, Juan había recibido una carta que le había puesto de mal humor. Por más que ella hizo, no la había podido encontrar. Ninguno de estos datos probaba nada; pero no cabía duda: su marido se la estaba pegando.

Quejido: expresión de dolor leve. Atar cabos: descubrir algo poco a poco.

Pegársela a alguien: engañar a alguien, en sentido amoroso (tener una o un amante).

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DOC. 6.1. La Regenta, de Leopoldo Alas “Clarín”

Argumento En una ciudad de provincias, Vetusta, vive Ana Ozores, de familia noble

venida a menos, casada con Don Víctor Quintanar, regente de la Audiencia, del cual le venía el nombre, la Regenta. Ana se casó con Don Víctor en un matrimonio de conveniencia. Bastante más joven que su marido, al que le une más un sentimiento de amistad y agradecimiento que de amor conyugal, su vida transcurre entre la soledad y el aburrimiento. Es una mujer retraída, frustrada por no ser madre y que anhela algo mejor y desconocido. En esta situación, la religión es la única válvula de escape dentro de la ciudad. Conoce a Don Fermín de Pas, Magistral de la catedral, el cual se convierte en su confesor. Ana siente una gran atracción y admiración por él. Pero la religión no le basta. Conoce a Don Álvaro Mesía Don Juan de Vetusta, el cual está enamorado de la Regenta. Ésta, desde que lo conoce ya no se siente tan triste. El Magistral está celoso. Ana y Álvaro se hacen amantes. El Magistral contacta con Petra, la criada de Ana, a la que le dice que espíe a Ana y a cambio la convertirá en su nueva criada. Petra, un día, le cuenta que ha visto cómo Ana se acuesta con Don Álvaro, el cual trepa por el balcón de la habitación de la Regenta. El Magistral urde un plan. Le pide a Petra que adelante una hora el reloj de Don Víctor, el marido de Ana. Éste ve a Don Álvaro saltar del balcón de su mujer. Lo reta a duelo y, en el mismo, Don Álvaro mata a Don Víctor y huye. Ana se entera de todo cuando Álvaro le escribe una carta contándole lo ocurrido. Cae enferma durante un mes. Al cabo de un largo tiempo se decide a salir para dirigirse a la catedral para ver si de nuevo encontraba el consuelo en la religión. El Magistral la observa con cara de asesino. Ana siente miedo y cae desmayada. El Magistral se marcha dejándola tirada en el suelo. Celedonio, al encontrarse a la Regenta desmayada, la besó en los labios y ésta sintió que la besaba un frío y asqueroso sapo.

Es una de las mejores novelas europeas del siglo XIX.

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DOC. 6.2. Leopoldo Alas

Leopoldo Alas García-Ureña, conocido por su seudónimo de Clarín, nació en Zamora el 2 de abril de 1852. Era el hijo del gobernador civil. Comenzó sus estudios en León en el colegio de los Jesuitas y cursó el bachillerato en Oviedo, ciudad que sirve de trasfondo de sus obras más conocidas. Cuando tenía dieciséis años participó en las jornadas revolucionarias de septiembre, lo que afianzó sus convicciones progresistas y republicanas que marcaron su obra literaria y especialmente su labor periodística. En ese mismo año Alas comenzó la redacción de su periódico manuscrito Juan Ruiz. En 1869 empezó la carrera de Derecho, pero en 1871, se trasladó a Madrid para doctorarse y estudiar Letras en la Universidad Central. En la capital se dio a conocer como periodista. En 1872 Alas y su amigo Armando Palacio Valdés comenzaron a publicar el periódico satírico Rabagás. Muchas de sus colaboraciones en El solfeo, diario madrileño en que Alas publicó su primer cuento Estilicón, consisten en poemas satíricos en la sección titulada Azotacalles de Madrid. Alas inauguró el uso del seudónimo Clarín, tomado del nombre del gracioso en La vida es sueño de Calderón de la Barca, para los artículos que publicó el 11 de abril de 1875 en El solfeo.

Se doctoró en 1878, presentando la tesis El Derecho y la moralidad, y dedicó su tesis al profesor Francisco Giner de los Ríos, que había tenido gran influencia en él, como en muchos otros intelectuales coetáneos, a través del krausismo, un movimiento filosófico encabezado en España por Julián Sanz del Río y dirigido por Francisco Giner de los Ríos, quien lo aplicó a la pedagogía. Estas ideas y sus críticas y parodias en los periódicos le valieron que, a pesar de ganar el mismo año las oposiciones a la cátedra de Economía Política y Estadística de la Universidad de Salamanca, sufriera el veto del conde de Toreno, ministro de Cánovas. En 1880 Alas entró a formar parte de la redacción del Madrid Cómico, otro periódico satírico.

Sin embargo en 1882 Alas fue nombrado catedrático de la Universidad de Zaragoza. Ese mismo año se casó con Onofre García Argüelles. Un año después, en 1883, regresó a Oviedo como catedrático de Derecho Romano y, posteriormente, de Derecho Natural, en la Universidad de Oviedo. Desde ese momento, Alas no abandonó la capital de Asturias. En 1887 fue elegido concejal republicano del ayuntamiento de Oviedo, y murió el trece de junio de 1901 en esta ciudad.

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Doc. 6.3. Los recuerdos de Ana Ozores a partir de sensaciones (antes que Proust).

Abrió el lecho. Sin mover los pies, dejose caer de bruces sobre aquella

blandura suave con los brazos tendidos. Apoyaba la mejilla en la sábana y tenía los ojos muy abiertos. La deleitaba aquel placer del tacto que corría desde la cintura a las sienes.

-«¡Confesión general!» -estaba pensando-. Eso es la historia de toda la vida. Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana.

Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados.

«Ni madre ni hijos». Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado

desde la niñez. -Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño. Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña. Entonces debía de tener, según sus vagos recuerdos, cuatro años. Veintitrés habían pasado, y aquel dolor aún la enternecía.

Antes de que Proust hablara de su famosa magdalena, Leopoldo Alas ya

había usado la técnica de la recuperación del pasado a partir de sensaciones presentes.

DOC. 6.4. Reflexiones de Ana Ozores sobre su vida (técnica narrativa: estilo indirecto libre). «Pero no importaba; ella se moría de hastío. Tenía veintisiete años, la juventud huía; veintisiete años de mujer eran la puerta de la vejez a que ya estaba llamando... y no había gozado una sola vez esas delicias del amor de que hablan todos, que son el asunto de comedias, novelas y hasta de la historia. El amor es lo único que vale la pena de vivir, había ella oído y leído muchas veces. Pero ¿qué amor? ¿Dónde estaba ese amor? Ella no lo conocía. Y recordaba entre avergonzada y furiosa que su luna de miel había sido una excitación inútil, una alarma de los sentidos, un sarcasmo en el fondo; sí, sí, ¿para qué ocultárselo a sí misma si a voces se lo estaba diciendo el recuerdo?: la primer noche, al despertar en su lecho de esposa, sintió junto a sí la respiración de un magistrado; le pareció un despropósito y una desfachatez que ya que estaba allí dentro el señor Quintanar, no estuviera con su levita larga de tricot y su pantalón negro de castor; recordaba que las delicias materiales, irremediables, la avergonzaban, y se reían de ella al mismo tiempo

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Los personajes femeninos en la literatura española

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que la aturdían: el gozar sin querer junto a aquel hombre le sonaba como la frase del miércoles de ceniza, ¡quia pulvis es! eres polvo, eres materia... pero al mismo tiempo se aclaraba el sentido de todo aquello que había leído en sus mitologías, de lo que había oído a criados y pastores murmurar con malicia... ¡Lo que aquello era y lo que podía haber sido!...

Doc. 6.5. Adaptaciones para TV.

www.rtve/series/laregenta

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DOC. 7.1. Federico García Lorca

Federico García Lorca (Fuente Vaqueros, Granada, 5 de junio de 1898 – entre Víznar y Alfacar, Granada, 19 de agosto de 1936) fue un poeta, dramaturgo y prosista español, también conocido por su destreza en muchas otras artes. Adscrito a la llamada Generación del 27, es el poeta de mayor influencia y popularidad de la literatura española del siglo XX. Como dramaturgo, se le considera una de las cimas del teatro español del siglo XX, junto con Valle-Inclán y Buero Vallejo. Murió ejecutado tras la sublevación militar de la Guerra Civil Española.

Doc. 7.2. Declaraciones de Lorca sobre el teatro

El teatro es la poesía que se levanta del libro y se hace humana. Y al hacerse, habla y grita, llora y se desespera. El teatro necesita que los personajes que aparezcan en la escena lleven un traje de poesía y al mismo tiempo que se les vean los huesos, la sangre. Han de ser tan humanos, tan horrorosamente trágicos y ligados a la vida y al día con una fuerza tal, que muestren sus traiciones, que se aprecien sus olores y que salga a los labios toda la valentía de sus palabras llenas de amor o de ascos.

[7 de abril de 1936].

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DOC. 7.3. Una de las mejores obras que escribió, La casa de Bernarda Alba, sólo tiene personajes femeninos. Dos de ellos, la madre autoritaria (Bernarda), que no deja libres a sus cinco hijas, y la criada vieja y sensata, Poncia, que se da cuenta pronto de los problemas de la casa, son dos personajes magníficos. Angustias: Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí. Adela: ¡Por tus dineros! Angustias: ¡Madre! Bernarda: ¡Silencio! Martirio: Por tus marjales y tus arboledas. Magdalena: ¡Eso es lo justo! Bernarda: ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay, qué pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación. ¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros. Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice:) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda, ¡acuérdate que ésta es tu obligación! La Poncia: ¿Puedo hablar? Bernarda: Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia. La Poncia: Lo visto, visto está. Bernarda: Angustias tiene que casarse en seguida. La Poncia: Hay que retirarla de aquí. Bernarda: No a ella. ¡A él! La Poncia: ¡Claro, a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien. Bernarda: No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno. La Poncia: ¿Y tú crees que él querrá marcharse? Bernarda: (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza? La Poncia: Él, claro, ¡se casará con Angustias! Bernarda: Habla. Te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla. La Poncia: Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso. Bernarda: ¿Me tienes que prevenir algo? La Poncia: Yo no acuso, Bernarda. Yo sólo te digo: abre los ojos y verás. Bernarda: ¿Y verás qué? La Poncia: Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas. Muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega. Bernarda: ¿Te refieres a Martirio? La Poncia: Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato? Bernarda: (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra cosa puede ser? La Poncia: (Con sorna.) ¿Tú lo crees así? Bernarda: (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así! La Poncia: Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería? Bernarda: Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.

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La Poncia: (Siempre con crueldad.) No, Bernarda, aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas lo que tú quieras. ¿Por qué no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste recado que no viniera? Bernarda: (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo viva! Su padre fue gañán. La Poncia: ¡Y así te va a ti con esos humos! Bernarda: Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen. La Poncia: (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja, siempre agradecí tu protección. Bernarda: (Crecida.) ¡No lo parece! La Poncia: (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto. Bernarda: Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea la «cosa muy grande» que aquí pasa. Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día estáte segura que no traspasaría las paredes. La Poncia: ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos escondidos. Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar! La Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin! Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta... La Poncia: (Fiera.) ¡Bernarda! ¡Respeta la memoria de mi madre! Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!

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DOC. 7.5. Adaptación de la obra al cine.

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DOC. 8.1. Carmen Laforet: una novelista de la posguerra española. Autobiografía:

He nacido en Barcelona, el 6 de septiembre de 1921. En enero de 1944 –a los 22 años- empecé a escribir mi primera novela: Nada. En el intervalo entre esas dos fechas mi vida se había ido modelando de la siguiente forma:

En 1923 –a punto de cumplir dos años-, fui con mis padres a Canarias. Mi padre era arquitecto y también profesor de la Escuela de Peritaje Industrial. Nuestro traslado a Canarias se debió a necesidades de este profesorado. Yo recuerdo a mi padre muy joven, bien constituido, muy deportista. Tenía la costumbre de fumar en pipa y usaba una excelente mezcla inglesa cuyo olor se ha quedado en mí –así como el de los encerados corredores de la casa de Las Palmas- como uno de los olores inconfundibles de mi infancia.

Mi padre era hijo de sevillanos, de origen nórdico (de origen francés mi abuelo, y vasco mi abuela). Mi padre se había educado en Barcelona. Era un balandrista notable y tenía un barco propio. Había sido campeón de tiro al blanco con pistola en su juventud, y también teníamos en casa copas obtenidas en carreras de bicicletas. El nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí, a soportar fatigas físicas sin quejarnos, a hacer excursiones por el interior de la isla… y a tirar al blanco con pistola, cosa en que yo fui siempre más torpe que mis hermanos.

Mi madre era toledana. Hija de una familia muy humilde, había hecho los estudios de primera enseñanza en la escuela de niñas pobres de unas monjas. Más tarde, obtuvo una beca para estudiar magisterio. Mi padre la conoció como alumna en una época en que él, accidentalmente, dio clases de dibujo en la escuela Normal de Toledo-

Mi madre al casarse tenía dieciocho años; veinte al nacer yo –fui el primer hijo del matrimonio-, y treinta y tres el día en que murió en Canarias. Yo la recuerdo como una mujer menuda, de enorme energía espiritual, de agudísima inteligencia y un sentido castellano, inflexible, del deber. Era una mujer de una elegancia espiritual enorme. Recuerdo también su bondad. Tenía el don de la amistad. En Las Palmas aún hay muchas personas que la querían y la recuerdan vivamente… Ella nos enseñó a mis hermanos y a mí la valentía espiritual de la veracidad, de no dejar las cosas a medias tintas, de saber aceptar las consecuencias de nuestros actos. En mi época de Canarias entran también mis dos hermanos Eduardo y Juan, con quienes siempre me he sentido compenetrada; y entra también más tarde una madrastra, que, a pesar de todas mis resistencias a creer en los cuentos de hadas, me confirmó su veracidad, comportándose como las madrastras de esos cuentos. De ella aprendí que la fantasía siempre es pobre comparada con la realidad. (¡Esto antes de haber leído a Dostoievski!)

En el año 1939 –exactamente en septiembre- volví a Barcelona, donde viví tres años. Después de este periodo vivo en Madrid. He frecuentado –sin terminar ninguna de las dos carreras comenzadas- las Universidades de Barcelona y Madrid. He leído mucho. La vida me ha interesado en todos sus momentos, tanto en los malos como en los buenos. Cuando vuelvo la vista atrás, veo que todos esos años se han combinado para hacerme una persona capaz del difícil don de sentir la felicidad, y humildemente creo que hasta de derramarla en un círculo muy íntimo.

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Hasta aquí la historia de una muchacha de veintidós años. De esa época en adelante sabréis todo aquello que tenga conexión con mis libros en las pequeñas notas que he escrito al comenzar los distintos periodos de mi obra. Por estas anotaciones y por los fragmentos de mis libros veréis que, si mis novelas están hechas de mi propia sustancia y reflejan ese mundo que –según os explicaba antes- soy yo, en ninguna de ellas, sin embargo, he querido retratarme. Doc. 8.2. Premio Nadal 1945: Nada.

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DOC. 8.3. Argumento

Andrea, la narradora y protagonista de la novela, viaja a Barcelona con la esperanza de encontrar una nueva vida, y librarse de las ataduras que le han sido impuestas durante su estancia en el pueblo. Esta esperanza desaparece al contemplar el panorama desolador de la casa en la que va a residir. Durante el año en el que reside en Barcelona y pese a su tímida y concentrada personalidad, la protagonista logra establecer una gran amistad con Ena, una muchacha de familia adinerada y de mucha personalidad. Esta amistad se ve alterada cuando Ena sabe de la existencia de Román, el extravagante tío de Andrea, con quien establece una misteriosa relación que finaliza con una venganza personal por parte de Ena y con el posterior suicidio de Román que provoca el desenlace de los acontecimientos. Al final Ena se va a Madrid a vivir e invita a Andrea al poco tiempo a que vaya a trabajar y residir a la capital donde continuará sus estudios con renovadas esperanzas. DOC. 8.4. Imágenes de la posguerra española.

Clase del Auxilio Social. Retratos de Franco y José Antonio

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Racionamiento: los vendedores del pan tienen a su lado el sello para marcar la cartilla de los que compran.

Vehículo con gasógeno. No había gasolina suficiente.

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DOC. 8.5. Texto de Nada. Ilusiones de la protagonista, Andrea. Realidad de la posguerra. Sensaciones.

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie. Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvían todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida. Empecé a seguir -una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar. Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camalics. Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía. Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero. Corrí aquella noche en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza. El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió como un grave saludo de bienvenida. Enfilamos la calle de Aribau, donde vivían mis parientes, con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vívido de la respiración de mil almas detrás de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercutía en mi cerebro. De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil. -Aquí es -dijo el cochero. Levanté la cabeza hacia la casa frente a la cual estábamos. Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las

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viviendas. Los miré y no pude adivinar cuáles serían aquellos a los que en adelante yo me asomaría. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante y cuando él cerró el portal detrás de mí, con gran temblor de hierro y cristales, comencé a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta. Todo empezaba a ser extraño a mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenían cabida en mi recuerdo. DOC. 8.1. Carmen Laforet: una novelista de la posguerra española. Autobiografía:

He nacido en Barcelona, el 6 de septiembre de 1921. En enero de 1944 –a los 22 años- empecé a escribir mi primera novela: Nada. En el intervalo entre esas dos fechas mi vida se había ido modelando de la siguiente forma:

En 1923 –a punto de cumplir dos años-, fui con mis padres a Canarias. Mi padre era arquitecto y también profesor de la Escuela de Peritaje Industrial. Nuestro traslado a Canarias se debió a necesidades de este profesorado. Yo recuerdo a mi padre muy joven, bien constituido, muy deportista. Tenía la costumbre de fumar en pipa y usaba una excelente mezcla inglesa cuyo olor se ha quedado en mí –así como el de los encerados corredores de la casa de Las Palmas- como uno de los olores inconfundibles de mi infancia.

Mi padre era hijo de sevillanos, de origen nórdico (de origen francés mi abuelo, y vasco mi abuela). Mi padre se había educado en Barcelona. Era un balandrista notable y tenía un barco propio. Había sido campeón de tiro al blanco con pistola en su juventud, y también teníamos en casa copas obtenidas en carreras de bicicletas. El nos enseñó a nadar a mis hermanos y a mí, a soportar fatigas físicas sin quejarnos, a hacer excursiones por el interior de la isla… y a tirar al blanco con pistola, cosa en que yo fui siempre más torpe que mis hermanos.

Mi madre era toledana. Hija de una familia muy humilde, había hecho los estudios de primera enseñanza en la escuela de niñas pobres de unas monjas. Más tarde, obtuvo una beca para estudiar magisterio. Mi padre la conoció como alumna en una época en que él, accidentalmente, dio clases de dibujo en la escuela Normal de Toledo-

Mi madre al casarse tenía dieciocho años; veinte al nacer yo –fui el primer hijo del matrimonio-, y treinta y tres el día en que murió en Canarias. Yo la recuerdo como una mujer menuda, de enorme energía espiritual, de agudísima inteligencia y un sentido castellano, inflexible, del deber. Era una mujer de una elegancia espiritual enorme. Recuerdo también su bondad. Tenía el don de la amistad. En Las Palmas aún hay muchas personas que la querían y la recuerdan vivamente… Ella nos enseñó a mis hermanos y a mí la valentía espiritual de la veracidad, de no dejar las cosas a medias tintas, de saber aceptar las consecuencias de nuestros actos. En mi época de Canarias entran también mis dos hermanos Eduardo y Juan, con quienes siempre me he sentido compenetrada; y entra también más tarde una madrastra, que, a pesar de todas mis resistencias a creer en los cuentos de hadas, me confirmó su veracidad, comportándose como las madrastras de esos cuentos. De ella

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aprendí que la fantasía siempre es pobre comparada con la realidad. (¡Esto antes de haber leído a Dostoievski!)

En el año 1939 –exactamente en septiembre- volví a Barcelona, donde viví tres años. Después de este periodo vivo en Madrid. He frecuentado –sin terminar ninguna de las dos carreras comenzadas- las Universidades de Barcelona y Madrid. He leído mucho. La vida me ha interesado en todos sus momentos, tanto en los malos como en los buenos. Cuando vuelvo la vista atrás, veo que todos esos años se han combinado para hacerme una persona capaz del difícil don de sentir la felicidad, y humildemente creo que hasta de derramarla en un círculo muy íntimo.

Hasta aquí la historia de una muchacha de veintidós años. De esa época en adelante sabréis todo aquello que tenga conexión con mis libros en las pequeñas notas que he escrito al comenzar los distintos periodos de mi obra. Por estas anotaciones y por los fragmentos de mis libros veréis que, si mis novelas están hechas de mi propia sustancia y reflejan ese mundo que –según os explicaba antes- soy yo, en ninguna de ellas, sin embargo, he querido retratarme. Doc. 8.2. Premio Nadal 1945: Nada.

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DOC. 8.3. Argumento

Andrea, la narradora y protagonista de la novela, viaja a Barcelona con la esperanza de encontrar una nueva vida, y librarse de las ataduras que le han sido impuestas durante su estancia en el pueblo. Esta esperanza desaparece al contemplar el panorama desolador de la casa en la que va a residir. Durante el año en el que reside en Barcelona y pese a su tímida y concentrada personalidad, la protagonista logra establecer una gran amistad con Ena, una muchacha de familia adinerada y de mucha personalidad. Esta amistad se ve alterada cuando Ena sabe de la existencia de Román, el extravagante tío de Andrea, con quien establece una misteriosa relación que finaliza con una venganza personal por parte de Ena y con el posterior suicidio de Román que provoca el desenlace de los acontecimientos. Al final Ena se va a Madrid a vivir e invita a Andrea al poco tiempo a que vaya a trabajar y residir a la capital donde continuará sus estudios con renovadas esperanzas. DOC. 8.4. Imágenes de la posguerra española.

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DOC. 8.5. Texto de Nada. Ilusiones de la protagonista, Andrea. Realidad de la posguerra. Sensaciones.

Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie. Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que se formaban entre las personas que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvían todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis sueños por desconocida. Empecé a seguir -una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar. Debía parecer una figura extraña con mi aspecto risueño y mi viejo abrigo que, a impulsos de la brisa, me azotaba las piernas, defendiendo mi maleta, desconfiada de los obsequiosos camalics. Recuerdo que, en pocos minutos, me quedé sola en la gran acera, porque la gente corría a coger los escasos taxis o luchaba por arracimarse en el tranvía. Uno de esos viejos coches de caballos que han vuelto a surgir después de la guerra se detuvo delante de mí y lo tomé sin titubear, causando la envidia de un señor que se lanzaba detrás de él desesperado, agitando el sombrero. Corrí aquella noche en el desvencijado vehículo, por anchas calles vacías y atravesé el corazón de la ciudad lleno de luz a toda hora, como yo quería que estuviese, en un viaje que me pareció corto y que para mí se cargaba de belleza. El coche dio la vuelta a la plaza de la Universidad y recuerdo que el bello edificio me conmovió como un grave saludo de bienvenida. Enfilamos la calle de Aribau, donde vivían mis parientes, con sus plátanos llenos aquel octubre de espeso verdor y su silencio vívido de la respiración de mil almas detrás de los balcones apagados. Las ruedas del coche levantaban una estela de ruido, que repercutía en mi cerebro. De improviso sentí crujir y balancearse todo el armatoste. Luego quedó inmóvil. -Aquí es -dijo el cochero. Levanté la cabeza hacia la casa frente a la cual estábamos. Filas de balcones se sucedían iguales con su hierro oscuro, guardando el secreto de las

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viviendas. Los miré y no pude adivinar cuáles serían aquellos a los que en adelante yo me asomaría. Con la mano un poco temblorosa di unas monedas al vigilante y cuando él cerró el portal detrás de mí, con gran temblor de hierro y cristales, comencé a subir muy despacio la escalera, cargada con mi maleta. Todo empezaba a ser extraño a mi imaginación; los estrechos y desgastados escalones de mosaico, iluminados por la luz eléctrica, no tenían cabida en mi recuerdo.