jesucristo, plenitud de la revelación y el encuentro del hombre en la fe-mario morales (magim3)

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INSTITUTO DE TEOLOGÍA SEMINARIO MAYOR DE LA ASUNCIÓN GUATEMALA, C. A. JESUCRISTO, PLENITUD DE LA REVELACIÓN Y EL ENCUENTRO DEL HOMBRE EN LA FE SÍNTESIS DE TEOLOGÍA SISTEMÁTICA PARA EL PRIMER CICLO DE LOS ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS

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Page 1: Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la FE-Mario Morales (Magim3)

INSTITUTO DE TEOLOGÍASEMINARIO MAYOR DE LA ASUNCIÓN

GUATEMALA, C. A.

JESUCRISTO, PLENITUD DE LA REVELACIÓN Y EL ENCUENTRO DEL HOMBRE EN LA FE

SÍNTESIS DE TEOLOGÍA SISTEMÁTICAPARA EL PRIMER CICLO DE LOS ESTUDIOS ECLESIÁSTICOS

ALUMNO: MARIO GILBERTO MORALES MARÍNASESOR: P. LIC. JORGE RAMIRO GONZÁLEZ CAMEY.

GUATEMALA DE LA ASUNCIÓN, OCTUBRE DE 2012.

Page 2: Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la FE-Mario Morales (Magim3)

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN................................................................................................................3

1. PRIMERA PARTE: JESUCRISTO, PLENITUD DE LA REVELACIÓN...............4

1.1. El testimonio y la centralidad de Cristo en las fuentes de la Revelación........................4

1.2. La Sagrada Escritura.......................................................................................................4

1.2.1. Los Evangelios Sinópticos...........................................................................................5

1.2.2. El Corpus Joáneo..........................................................................................................6

1.2.3. El Corpus Paulino........................................................................................................7

1.2.4. La Carta a los Hebreos.................................................................................................7

1.2.5. La centralidad del Misterio Pascual.............................................................................7

1.3. La Tradición....................................................................................................................8

1.4. El Magisterio...................................................................................................................9

1.5. Carácter y finalidad de la revelación en Jesucristo.....................................................11

1.6 El testimonio de la Obras y las Palabras........................................................................11

1.7. Recepción, custodia y transmisión de la revelación......................................................12

2. SEGUNDA PARTE: EL ENCUENTRO DEL HOMBRE EN LA FE......................12

2.1. La iniciativa de Dios y la respuesta del hombre...........................................................13

2.1.1. Evidencias de fe en las Fuentes de la Revelación......................................................13

2.2. Dimensiones de la fe ante la revelación........................................................................15

2.2.1. Nivel Antropológico...................................................................................................15

2.2.2. Nivel Cristológico......................................................................................................16

2.2.3. Nivel Eclesiológico....................................................................................................17

2.3. El misterio humano encuentra sentido, adherido a la revelación de Jesucristo...........18

2.3.1. El sufrimiento y el dolor humanos.............................................................................19

2.3.2. La vida terrena y la realidad escatológica..................................................................19

CONCLUSIÓN...................................................................................................................20

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

INTRODUCCIÓN

El acontecimiento más grande de la historia de la humanidad, tuvo un tiempo y un espacio

específicos, por cuanto Dios quiso manifestarse en la persona de Jesucristo mediante su

encarnación, dando a la revelación divina su definitividad y realización plena. El contenido

que a continuación se desarrolla, aborda la reflexión teológica que a lo largo de los siglos se ha

hecho de tal acontecimiento, como centro de toda la historia, en donde se recapitula la

creación entera y se develan los misterios divinos y humanos a la vez.

El esquema consta de dos apartados, desarrollados según el método teológico, refiriéndose el

primero a la persona de Jesucristo como centro de la revelación, a la vez que es punto de

partida y llegada, contenido en la Sagrada Escritura, el Magisterio y la Tradición. Se resalta en

este punto el Misterio Pascual, por cuanto constituye la cima de la manifestación salvadora de

Dios para con el hombre, como finalidad y carácter de la acción salvadora manifestada

mediante acciones y palabras, remontadas hasta el mismo origen con un carácter noético. El

contenido tomará el momento de la cruz como la realidad misma en la que Dios revela su

máxima de amor, producto de su gratuidad. Ante la revelación del amor de Dios en Jesucristo,

el hombre responde con la fe. En el segundo apartado se desarrollará la perspectiva de la fe

como respuesta del creyente que escucha y acoge la revelación, respondiendo con todo su ser.

En esta realidad de “Don y Respuesta”, el contenido presentará la naturaleza de la fe como

punto de encuentro entre Dios y el hombre, donde este último recibe el Don del Espíritu Santo

que derrama el Amor divino en su corazón, restaurando la antropología como en una nueva

creación. Estando en el contexto del año de la fe, se ha querido tratar la relación “revelación-

fe” como hilo transversal de la vida cristiana, presente también en el desarrollo de las demás

ciencias teológicas. Por el carácter sintético del contenido, no se hace un esbozo tan detallado

de los temas, sin embargo, ha de encontrarse un intento por englobar los elementos más

importantes en una reflexión que se debe actualizar en la Iglesia, luego de 50 años del

Concilio Vaticano II, en el “año de la fe”.

1. Primera Parte: Jesucristo, Plenitud de la Revelación.

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Síntesis Teológica

1.1 El testimonio y la centralidad de Cristo en las fuentes de la Revelación.

Es evidente, a lo largo de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, que la persona de

Jesucristo constituye el punto de partida de la revelación. La misma Escritura Sagrada se

comprende a la luz de Cristo y su manifestación en la historia; la Tradición tiene como punto

de partida y llegada el misterio manifestado por Cristo. El Magisterio, a su vez, ha

sistematizado el depósito de la fe confiado a la Iglesia presentando la Verdad de Jesucristo en

quien se esclarece todo misterio humano y divino.

1.2 La Sagrada Escritura.

La Sagrada Escritura presenta la revelación divina desde el mismo acto creador por medio del

cual Dios se manifiesta como el hacedor de todo desde su pensamiento y haciéndolo realidad

con su Palabra, la cual no es un simple elemento comunicacional, sino algo concreto donde se

“autorevela” por medio de la Palabra vivificante por quien todo se hace: la DABAR YHWH

(hwhy rbd) que en el sentido hebreo no sólo se refiere a la cosa evocada, sino a la realidad

misma. En seguida se revela a través del binomio hombre-mujer, culmen de la creación, a

quienes les da su imagen y semejanza, por lo que en el ser de la humanidad Dios se revela,

porque así lo ha querido desde el principio. Luego comienza su revelación de modo directo

hacia quienes creó con la capacidad de conocerle y amarle, respondiendo a un designio

amoroso que se dará a conocer de modo perfecto en la revelación absoluta en la plenitud de

los tiempos, cumbre de la historia de la humanidad. Sin embargo, ese deseo se ve trastocado

por el ejercicio equivocado de la libertad del ser humano, cortando la comunicación con su

creador y dirigiendo su atención a la voluntad destructora y contraria al propósito divino,

degenerando la comunión original entre el Creador y la humanidad. A pesar ello, Dios saca el

mejor provecho del suceso y permite que el hombre camine entre sus opciones, sin dejarlo

descuidado, dándole la esperanza de su atención y salvación mediante la promesa de

“Alguien” que restituirá la libertad perdida al no haber sido usada adecuadamente, volviendo

la humanidad a la comunión perfecta con Dios, mediante el anuncio de la primera y grande

“Buena Noticia” de la salvación (Gn 3,15).

El Dios del Antiguo Testamento se revela como Dios viviente y personal, como el que “es”

(eficazmente), en oposición a los ídolos mudos y muertos; como el Dios todopoderoso, dueño

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

del cosmos y Señor de las naciones, que exige obediencia a sus leyes. La alianza está

vinculada a un designio divino (a un misterio, dirá San Pablo), que ha permanecido escondido

hasta la plenitud de los tiempos, pero cuyos primeros trazos ha revelado Dios progresivamente

en la Ley y los Profetas, en la historia de la salvación. Con los profetas, Israel va conociendo

mejor los atributos de Dios: su justicia (Amós), su amor tierno y celoso (Oseas), su majestad y

trascendencia (Isaías), la religiosidad más interior (Jeremías), las exigencias de la santidad de

Dios (Ezequiel), y una religión más universalista (deutero-Isaías). En la literatura sapiencial

Dios se revela como aquel de quien procede la sabiduría hacedora de cuanto existe, incluso

llegando a personificarse; se ahonda en la Ley (contenido de la alianza), como una vinculación

personal del individuo separado de la comunidad. Ante el “fracaso” de los justos, la literatura

apocalíptica gesta la idea de que el contenido de la revelación manifestado en la alianza

realmente es un misterio, el cual Dios revelará al final de la historia, es decir, el sentido de la

historia (Dn 7, 13-14).

En el Nuevo Testamento la revelación del Padre se da por Cristo con el Espíritu Santo, por lo que

adquiere una estructura trinitaria. La carta a los Hebreos afirma: “Dios, después de haber hablado

muchas veces y de diversas formas a nuestros padres por medio de los profetas, en estos últimos

días nos ha hablado por medio del Hijo” (Hb 1,1-2); y efectivamente, Cristo es la cúspide y la

plenitud de la revelación. De ahí que la razón de ser de la revelación del Antiguo Testamento era

preparar la revelación en el Hijo, en el que Dios Padre nos entrega su palabra personal y

definitiva de salvación. La revelación del Antiguo Testamento gozaba de carácter parcial con

vistas a una plenitud que sólo se podía encontrar en Cristo. No obstante, la revelación del Nuevo

Testamento adquiere diversidad maneras de ser presentada, según cada uno de los escritos.

1.2.1 Los Evangelios Sinópticos.

La revelación en los evangelios sinópticos puede ser considerada desde dos aspectos

complementarios: el contenido de la revelación (anuncio del Reino) y autoridad de quien revela:

Cristo, en quien coinciden sujeto y objeto de la revelación. Cristo anuncia el Reino con su

predicación y sus obras, definiendo, al final, el mismo Reino con su persona. Por lo tanto es

meritorio que se afirme que Cristo se auto-revela, pues, Él mismo es el Reino.

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Síntesis Teológica

El Reino constituye la llegada de la salvación y la presencia del amor del Padre. Supone, en

principio, la comunicación de Dios con el hombre más que la dominación; el poderío, la

paternidad de Dios, más que el triunfo humano. Implica una nueva concepción de Dios.

Además, es la liberación del pecado, del sufrimiento y de la muerte, es decir, de las grandes

servidumbres que pesan sobre la humanidad desde el pecado de Adán y de las que el hombre

no se puede librar. Los milagros de Cristo son signo y realización del Reino. Con su llegada,

predicación y milagros, ha llegado definitivamente el Reino. Como decía Orígenes, Cristo es

la autobasileía: él mismo es el Reino en persona. Quien le acoge y se convierte a él, ha

recibido el Reino.

1.2.2 El Corpus Joáneo.

San Juan presenta continuidad y a la vez cambio frente a los sinópticos, ya que desarrolla una

“teología de la revelación” propiamente dicha. Identifica a la palabra de Dios con Cristo, el

Hijo del Padre, al que denomina “Logos”. Cristo es la Palabra preexistente que se encarna y se

dirige a los hombres en palabras humanas para hablarles del Padre y de Sí Mismo como el

Hijo. El Logos es la Palabra eterna de Dios que, en cuanto persona, lleva a cabo una función

reveladora y creadora. Según René Latourelle, tres elementos constituyen al Hijo como

perfecto revelador del Padre: su preexistencia como Palabra; su encarnación y su permanente

intimidad de vida (antes y después de la encarnación).

Cristo es el revelador por excelencia, pero al mismo tiempo se presenta como objeto de fe. En

Juan es frecuente la fórmula “creer en Jesús” y “creer a Jesús” como finalidad de la

revelación. Si en el Antiguo Testamento la fórmula era “creer a YHWH”, al aplicársela a Jesús

en el Nuevo Testamento, significa que Éste merece la misma clase de fe que YHWH. La fe

consiste en creer que Jesús es el Hijo de Dios. Su palabra debe ser recibida como venida de

Dios, por lo que Jesús es revelador y objeto mismo de su revelación. Revela al Padre y se

revela a sí mismo; y a la vez que se revelarse a sí mismo, revela al Padre.

1.2.3 El Corpus Paulino.

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

San Pablo utiliza el término “mysterio” para hablar de la revelación. Este misterio es el plan

de salvación, oculto durante toda la eternidad y ahora revelado, por el que Dios establece a

Cristo como centro de la historia de la salvación, constituyéndolo, por su muerte y

resurrección, en único principio de salvación tanto para los judíos como para los gentiles. El

misterio del plan salvífico de Dios es el mismo Cristo. En Él ha sido revelado y dado a

conocer a las naciones por medio del anuncio del Evangelio, para conducir al hombre a la fe y

a la obediencia. Al principio, está escondido en Dios. Luego es revelado en Cristo, mediante

su vida, muerte y resurrección, entrando en su fase de realización. Viene entonces la

predicación mediante los testigos cualificados: los apóstoles, dando paso a la Iglesia como

realización efectiva del misterio. Por último viene el momento final o escatológico, donde se

contemplará en plenitud el misterio de Dios.

1.2.4 La Carta a los Hebreos.

La carta a los Hebreos resalta la novedad y grandeza de la Nueva Alianza respecto de la

antigua. En los primeros dos versículos del primer capítulo, se sintetiza todo el proceso de la

revelación. Señala una continuidad entre la revelación del Antiguo a la del Nuevo Testamento:

es la palabra de Dios que en los profetas preparaba ya la llegada de la Palabra en el Hijo como

culmen de la comunicación de Dios. Hay una diferencia: la palabra veterotestamentaria era

gradual, parcial y fragmentaria; esta encontró su unidad, definitividad y sentido plenos en la

persona del Verbo encarnado. Es la persona del Hijo la que constituye la supremacía de la

nueva y última revelación.

1.2.5 La centralidad del Misterio Pascual.

La realización y plenitud de la revelación divina se manifiestan en el misterio pascual de

Jesucristo. Es en su pasión, muerte y resurrección, como Palabra definitiva en la cual Dios ha

manifestado la totalidad de su amor de condescendencia y ha renovado el mundo. Solamente

en Jesucristo, Dios revela el hombre a sí mismo, y le hace comprender cuál es su dignidad y

altísima vocación, como afirma Gaudium et Spes 22. En consonancia con Dei Verbum 4, se

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Síntesis Teológica

puede afirmar que en Jesucristo se comprende la revelación como luz que ilumina y desvela

los misterios que atañen a la humanidad, haciéndole dirigir su mirada hacia Cristo en su

encarnación, obras-palabras, sufrimiento, muerte y resurrección como camino escatológico

definitivo. La voluntad salvífica de Dios encuentra en “Evento de Cristo” su máxima

expresión reveladora.

1.3 La Tradición.

En el desarrollo de la teología del los Padres de la Iglesia, aunque no haya un desarrollo metódico

sobre lo que es en sí la revelación en los primeros siglos, se pueden encontrar las primeras notas

de comprensión que servirán como base para una sistematización posterior. En los textos

patrísticos hubo una clara conciencia de la centralidad de Cristo en la manifestación de la historia

de la salvación; tal es el caso de San Ignacio, quien le presenta como la fuente-manantial del

cristianismo y como Aquel en quien termina y culmina la economía reveladora; Cristo es el

TODO de la revelación (Cfr. Fil 8, 1-2; 9, 1; 20, 1).

Con el afán de defender y provocar la adhesión a la fe, los Padres Apologistas presentan la

revelación como el “don de la verdad absoluta” que conduce a la vida eterna a quienes la reciben.

El Padre obra a través del Hijo (Logos), por quien se origina y salva el mundo. De ahí que la

humanidad posea “semillas” de ese Logos como pre-revelación que se perfecciona en el Verbo

encarnado (2 Apol. 13,5; 8,1). Por eso, la revelación es obra de Dios. Ireneo de Lyon concibe la

revelación, como un don del amor que exige la fe, dando vida a los creyentes, conduciéndoles a

la Visión y la inmortalidad (Adv. Haer. 5, 16, 2). Clemente de Alejandría hace ver cómo en la

filosofía griega hay una preparación al acontecimiento de Cristo, así como la ley para los hebreos,

no obstante la filosofía griega sería muy inferior en cuanto que contiene sólo valores provenientes

de la razón (Str. 6, 44, 1). Orígenes subraya que en la revelación no sólo se ha dado la

encarnación del Verbo, sino que su acción reveladora llega a su punto culminante cuando el

hombre, por la acción de la gracia, reconoce en Cristo al Verbo de Dios (LATOURELLE R.,

Teología de la revelación, Ed. Sígueme, 10ª Edición. Pp. 123-132). En la revelación hay entonces

que tener en cuenta no sólo la acción del Dios que revela su misterio, sino también el

reconocimiento por parte del hombre en la fe. Este aspecto de la incorporación de la fe en la

revelación fue también proclamada por San Atanasio (De Inc. 3). Tertuliano dice que Cristo

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

predicó la Buena Nueva, instituyó a los Apóstoles y les confió la misión de predicar en toda la

tierra (De Pr. 6,4; 20,3; 21,3). De ahí que la acción reveladora finaliza con los Apóstoles.

Entonces, Cristo transmite como fuente de verdad, los Apóstoles como mediadores y la Iglesia

como depositaria. Para San Agustín la revelación está vinculada al tiempo y toma la forma de

historia, de tal manera que no es una comunicación de verdades abstractas, sino la realización de

una historia salvadora de encarnación. Esta revelación tiene como sujeto y objeto a Cristo, es

decir que El es el Dios revelado y el Dios que se revela (Jn tr 22,1; De vera rel. 7,13).

En la misma perspectiva, Santo Tomás considera la revelación como una obra salvadora y como

el punto de apoyo para la teología y para la fe cristianas. Trata el tema de la revelación en cuanto

acción divina que se le comunica al hombre de parte de Dios; se dedica a estudiar el carisma del

profeta, el carisma que le permitía conocer el pensamiento de Dios. Dicho pensamiento se

manifiesta por etapas: patriarcal, profética y el tiempo de Jesucristo en quien se manifiesta el

misterio de la Trinidad (STh II-IIq. 174 a.6 c). De ahí que la revelación llega a su perfección en la

persona de Jesucristo (STh I.q.l a.l c.).

1.4 El Magisterio.

El tema de la revelación culminada en Cristo, tergiversado en los primeros siglos por las

corrientes heréticas marcadas por la filosofía y variantes de la gnosis, enfrentará un nuevo

reto hacia el siglo XVI con el surgimiento del protestantismo, el cual presenta una visión

pesimista del hombre como incapaz de acceder a la revelación y conocer a Dios; sólo puede

acercarse mediante la sola scriptura, siendo el Espíritu Santo un asistente individual que da a

conocer a cada quien lo revelado y lo que se debe creer. Ante esto la Iglesia sale al paso en el

Concilio de Trento, afirmando que el evangelio nos ha sido dado de manera progresiva:

anunciado por los profetas, promulgado por Cristo y predicado por los Apóstoles, siendo la

única fuente de toda verdad saludable y de toda disciplina de costumbres. Esta verdad se

contiene en los libros inspirados de la Sagrada Escritura y en las Tradiciones no escritas; por

lo que recibe con igual piedad y respeto la Sagrada Escritura y la Tradición. Trento coloca en

Cristo la garantía de la continuidad de la revelación y en aquella que es su depositaria

privilegiada.

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Síntesis Teológica

El Concilio Vaticano I, en la Constitución “Dei Filius” (Dz 3006; 3015; 3070), presenta la

revelación relacionada con la Historia de la Salvación, no acontece en un sólo momento, sino

a lo largo de la historia humana y divina, pues así lo atestigua la Sagrada Escritura: Jesús es la

plenitud de los tiempos y cumplimiento de las promesas de veterotestamentarias (Hb 1,1). La

revelación es dada por el único mediador Cristo, que es el único acceso a Dios. Dios se ha

patentizado en nuestra historia con la “encarnación del Logos”, y esto permite un diálogo. De

ahí que sólo es posible un lenguaje apropiado sobre Dios desde la encarnación de Cristo, que

ha hecho posible un lenguaje analógico sobre Dios. Cristo es, entonces, el lugar de encuentro:

hablando de El, hablamos de Dios y del hombre.

El Concilio Vaticano II presenta posibilidad real de que el hombre llegue a conocer a Dios. El

tema de la revelación aparece primordialmente en la Constitución dogmática “Dei Verbum”

sobre la divina revelación. En los numerales 2 y 4 se nos ofrece la noción más rica de la

revelación. “(…) la Verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha

revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda revelación” con carácter

definitivo y absoluto.

La revelación aparece como un acontecimiento interpersonal de encuentro entre Dios y el

hombre. El fin de la revelación no es la comunicación de un conocimiento más elevado, sino el

descubrimiento del “misterio fundamental”. Quiere llevar al encuentro con el misterio divino,

movida por el amor, basada en la bondad y sabiduría, originando la autocomunicación divina. La

finalidad apunta a la participación de los hombres en la vida divina, incorporándolos al misterio

fundamental de Dios, manifestado en la encarnación del Logos por la fuerza del Espíritu Santo,

como acceso al Padre.

Cristo es el autor, el objeto, el centro, la culminación, la plenitud y la impronta del Dios

revelado. Además la revelación es una acción en la que toma parte toda la Trinidad: el Padre

tiene la iniciativa como fuente; el Verbo, por su encarnación, es el mediador; y el Espíritu hace

accesible en el corazón del hombre la palabra de Cristo, moviéndolo e inclinándolo hacia

Dios. El misterio de Dios con los hombres es un misterio trinitario, y los capacita para el trato

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

con Dios, para la vida y comunión con Él. La revelación es el fundamento para la comunidad de

Dios y los hombres.

1.5 Carácter y finalidad de la revelación en Jesucristo.

El sentido y contenido de la palabra revelación en el Antiguo Testamento estaba oculto, su

manifestación en Jesucristo no era concebible, y eso es lo significativo: que en Cristo se objetiven

promesa-ley y sus coterráneos no se dan cuenta (Jn 1, 11; 7, 12ss.). La manifestación de Dios en

Cristo en categorías humanas requiere de la fe, por lo que Jesús realiza signos (milagros).

También se debe mencionar que el contenido de la revelación neotestamentaria es misterioso; se

da a conocer a los humildes (Mt 11,25) y a quienes el Hijo se lo quiera revelar (Mt 11,27; Jn

1,18). En la revelación neotestamentaria se encuentra el sentido de las Escrituras. En el Nuevo

Testamento se media cristocéntricamente todo el Antiguo Testamento en un compendio de

historia salvadora que busca suscitar la adhesión del hombre a Dios (Cfr. CEC 121-130). La

característica principal de la revelación cristiana es lo pequeño, sencillo y humilde, en

contraposición a lo esperado por el pueblo de Israel. Esto es comprensible al tener como la

finalidad la salvación de todos, sin excluir a nadie. El que no se salva es por autoexclusión.

1.6 El testimonio de la Obras y las Palabras.

La revelación del Nuevo Testamento está presentada mediante hechos y palabras, como lo afirma

la constitución Dei Verbum: “Con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo, con la muerte

y resurrección” de Cristo, como mediación en la revelación (DV 4). La referencia a los hechos y

palabras permiten hablar de unidad de concepción sistemática entre el Antiguo y el Nuevo

Testamento. La creación se da mediante palabras que se hace obra, llegando a su culmen en la

creación del hombre; el Nuevo testamento presenta, principalmente San Juan, la Palabra de Dios

que se hace hombre. La unión de palabras y hechos realizan una “nueva creación”.

El modelo de vida cristiana, entonces, comienza como al principio: por la unión intrínseca y

consecuente de las palabras y las obras. Un misterio no se puede descubrir sólo por puro

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Síntesis Teológica

testimonio oral, sino mediante obras que manifiesten que lo que se expresa por la palabra es

concreto, verídico y palpable.

1.7 Recepción, custodia y transmisión de la revelación.

La revelación de Dios supone siempre un receptor, lo cual ha quedado manifiesto en la

historia. Desde la revelación patriarcal hasta el éxodo, se supone ya la conformación de un

pueblo a quien se dirige la realización de una promesa. Esta situación mantenida por los

profetas desembocará en la revelación de Dios en Cristo. Los Apóstoles serán los receptores

de la revelación cristiana, quienes se convierten en los primeros testigos del dato revelado, y

que con la garantía de la iluminación del Espíritu Santo comprenden y transmiten a la Iglesia,

nuevo Pueblo de Dios. De ahí la necesidad de volver siempre a la fe apostólica mantenida sólo

en la Iglesia, garantizada por la Tradición y el Magisterio y estos a su vez por la presencia del

Espíritu Santo que protege y conserva intacto el “Sensus fidei” del depósito dado a la tutela de

la Iglesia.

La Iglesia tiene la tarea de transmisión del “depositum fidei” lo cual no es una simple

narración de sucesos acaecidos en la historia, sino un hecho vivo que comunica vida y que

hace florecer la revelación ya dada al demandar del hombre una respuesta actual, al

manifestarle las constantes obras y palabras de Dios, permanentes y nuevas a la vez. El reto de

la Iglesia radica, entonces, en ser fiel a la transmisión de la revelación en continua renovación

significativa a la vida de la humanidad. La Iglesia es Testigo y garante de la revelación que

constituye el “Depósito de la Fe” que reclama la adhesión del hombre.

2. Segunda Parte: El encuentro del hombre en la fe.

El acto de fe es una respuesta a la pregunta por el sentido de la vida y la existencia, por el

sentido del mundo y de la historia. Las preguntas: ¿qué debo hacer?, ¿para qué vivir?, ¿por

qué existo y por qué existe el mundo?, son interrogantes, que si bien no se formulan siempre

con esta claridad académica, laten en el fondo de toda existencia personal. Muchas veces la

pregunta no se formula explícitamente porque la cultura, las estructuras sociales tanto

familiares como comunitarias, sostienen, orientan y ofrecen la respuesta antes de que se

formule la pregunta.

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

En el capítulo anterior hemos visto cómo Dios se revela hablando y actuando, siendo la

Sagrada escritura fuente primordial de su manifestación, pues nos presenta esa Palabra

“encarnada”. Si la revelación se da por medio de la Palabra, la primera actitud del hombre

debe ser “escuchar”. La palabra escuchada exige luego ser asimilada en una entrega total de la

persona, adhiriéndose a la voluntad de Dios; lo cual entendemos por “fe”. Al Dios que se

manifiesta con amor, siendo su máxima expresión la persona de su Hijo, Jesucristo en su

misterio pascual, el hombre responde con la fe como deseo de asumir la obra salvadora en su

propia vida, asumiendo el Reinado de Dios, anticipo terreno de la vida abundante prometida.

Esa respuesta a la revelación, sin embargo, no es una acción puntual en cuanto a definitividad,

sino que comprende un proceso en el cual Dios toma la iniciativa, el hombre le escucha y

responde desde su sentimiento, pensamiento y corazón entregando su ser por la causa divina.

2.1 La iniciativa de Dios y la respuesta del hombre.

La revelación -como hemos notado- no se debe a nosotros, sino que es iniciativa exclusiva de

Dios, como objeto de su amor, bondad y sabiduría. Lo que Dios revela no es algo externo a Él,

sino que se revela a sí mismo, saliendo al encuentro del hombre. Con esta iniciativa divina se

abrió una concepción histórico-salvífica de la revelación. Dios ha querido revelarse como Ser

personal, a través de una historia de salvación, creando y educando a un pueblo para que fuese

custodio de su Palabra dirigida a los hombres y para preparar en él la Encarnación de su

Verbo, en quien Dios revela el misterio de su vida trinitaria: el proyecto del Padre de

recapitular en su Hijo todas las cosas y de elegir y adoptar a todos los hombres como hijos en

Su Hijo (Ef 1,3-10; Col 1,13-20), reuniéndolos para participar de Su eterna vida divina por

medio del Espíritu Santo. Dios se revela y cumple su plan de salvación mediante las misiones

del Hijo y del Espíritu Santo en la historia (LG 2-4; AG 2-4).

La respuesta adecuada a la revelación de Dios es la obediencia de la fe (Rm 1,5; 16,26; 2 Cor

10,5-6), la cual conduce a la acogida de la verdad de la revelación de Cristo, garantizada por

Dios, quien es la Verdad misma. Es lo que presenta la Sagrada Escritura, lo recomienda la

tradición y lo confirma el Magisterio.

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Síntesis Teológica

2.1.1 Evidencias de fe en las Fuentes de la Revelación.

La Sagrada Escritura presenta la fe como la respuesta integral del hombre a Dios que se revela

como salvador. Atiende las palabras, las promesas y los mandamientos de Dios; es al mismo

tiempo obediencia confiada a Dios que habla y adhesión a un mensaje de salvación. El

Antiguo Testamento insiste en el aspecto de confianza; el Nuevo Testamento destaca más bien

el asentimiento al mensaje.

Aunque el Antiguo Testamento no utiliza la palabra “fe”, expresa esta realidad con la palabra

“creer”, con el sentido de apoyarse en Dios (Ex 14,31; Nm 14,11), abandonarse a la palabra

salvadora de un Dios que conduce la historia y que establece su alianza primero con los padres

y luego con "su pueblo, Israel". Así Abrahán se fía sin reservas de la promesa de Dios,

plenamente convencido de que se cumplirá (Gén 15,6). El pueblo de Israel nació de la fe en el

poder, la preeminencia y la solicitud de YHWH, el Dios de la alianza como único salvador.

Esta doctrina irá solicitando la fe con fórmulas cada vez más precisas y elaboradas (Dt 26,5-

9). En el Nuevo Testamento, el objeto de la fe se define de forma más condensada y se impone

la importancia de este proceso de forma más explícita. La fe, exigencia primera de Jesús, es la

condición suficiente para la salvación en los sinópticos (Mc 1,15; 8, 22-25; 16,16); en los

Hechos de los Apóstoles la fe es suficiente para la purificación de los corazones y la acogida

de la salvación; en el cuarto evangelio, la fe es un proceso de todo el hombre -conocimiento y

compromiso-, que se dirige a la persona de Jesucristo (Jn 4, 1-42; 9, 1ss).

Esta fe se enlaza con la del Antiguo Testamento, por cuanto es confianza y abandono en Dios,

presente en la palabra y la acción de Jesús (sinópticos); obediencia que hace semejantes al

Crucificado y Resucitado y que da el Espíritu de los hijos de Dios (Pablo); adhesión al

testimonio del Padre y del Hijo (Juan). La fe es entonces un proceso humano que encuentra su

primera fuente en Dios; la origina el deseo salvador de Dios, que actúa en la palabra y la

actividad de Jesús (sinópticos). Para Pablo y Lucas, la fe procede de esa acción escatológica

de Dios que es la resurrección de Jesús y el Kerygma. En el evangelio de Juan, la fe nace de la

atracción del Padre, que invita y asocia a la vida de la Trinidad.

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

Los Padres Apostólicos ven el acto de la fe como una adhesión confiadísima a Dios en la obra

de Jesucristo, de la cual se debe ser testigo. Los apologistas ven la fe como la realidad que

supera el conocimiento humano que quiere abarcar los misterios divino, no reconociendo sus

limitaciones. Además es un don divino que se debe buscar y pedir a Dios, y no una elección

para iluminados como creía lo gnosis, reduciéndola a una clase de “conocimiento” superior.

Los Padre griegos y latinos ven la fe como una gracia de Dios manifestada en su plenitud por

el “Logos/Verbo” en su designio de salvación. Todos los Padres ven como una garantía a la

Iglesia en el proceso de suscitar y acompañar la fe, por cuanto a ella le fue confiado el

depósito de la misma.

2.2 Dimensiones de la fe ante la revelación.

La fe no es una realidad que se pueda reducir a un aspecto del hombre, capaz de responder a

Dios, por cuanto no está limitada a la sola intelección o sentimiento, sino que tiene ingerencia

en todas las dimensiones humanas. La confesión de la misma es un elemento importante, pero

tal situación debe incluir la expresividad total del ser humano, de tal modo que lo que por la fe

pronuncia en la palabra, evoque la realidad creída en un entorno individual y comunitario,

capaz de mostrar la imagen de Dios que es en la unidad que debe existir entre palabras y

obras. Una fe verdadera se confiesa con las obras.

2.2.1 Nivel Antropológico.

En sintonía con los anteriores apartados, el acto de creer, aunque sea algo que parte de la

iniciativa de Dios, como don sobrenatural; es un acto auténticamente humano, por cuanto

implica la libertad y la voluntad del hombre con todo lo que ello implica. De ahí que la fe

posea una marcada medida antropológica que le permite desarrollarse mediante un proceso de

integración de las dimensiones cognitiva, afectiva y volitiva en que abarca la totalidad de los

actos humanos, por lo que el don de la fe supone una antropología sujeta a la libertad. Esto

responde al proceso histórico de la revelación, en donde la respuesta humana es, también, un

proceso histórico personal y comunitario a la vez. Cabe mencionar que el acto de fe, aunque

parta de la iniciativa divina como una gracia, no se opone ni a la libertad ni a la inteligencia

del hombre que deposita la confianza en Dios y se adhiere a las verdades por Él reveladas, al

contrario, estas son sublimadas tal acto. En el creyente, la inteligencia y la voluntad cooperan

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Síntesis Teológica

con la gracia divina, por lo que un acto auténtico de fe exige un esfuerzo del entendimiento y

la rectitud del corazón para concretizarse en la vida humana como anticipo de la divina.

La libertad constituye un elemento vital con el que el hombre responde voluntariamente a

Dios; pues nadie debe estar obligado a abrazar la fe en contra de su voluntad. En el inicio de

su vida pública, Cristo invitó a la fe y a la conversión, Él no forzó a nadie. La fe es una

realidad propuesta y no impuesta. Dios al revelarse parte de su libertad y espera una respuesta

de libertad. Es movido por el amor y espera una respuesta de amor.

Además de la libertad, se debe tomar en cuenta la racionalidad humana. Pues, aunque la fe

traspase los límites de la razón, jamás puede haber desacuerdo entre ellas. Puesto que el

mismo Dios que revela los misterios y comunica la fe ha dado al ser humano la luz de la razón

para su utilidad.

Toda la vida del cristiano debe ser manifestación de su fe. No hay ningún aspecto que no

pueda ser iluminado por ella. El acto de creer es de carácter existencial, por lo que abarca

todos los hechos, pensamientos y comportamientos del creyente, buscando asemejarse al

perfecto ser humano revelado en la persona de Jesucristo, con una antropología que apunta a

una realidad trascendente como fin último (GS 19,1; 22).

2.2.2 Nivel Cristológico.

El elemento antropológico de la fe está en constante movimiento circular con la persona de

Jesús y la analogía fidei, por lo que toda respuesta a la revelación debe tener necesariamente

la dimensión cristológica para ser verdadera. Ya se ha dicho que Cristo es la plenitud de la

revelación, por lo que no hay respuesta auténtica que no pase por Cristo. Dios ha hablado por

medio de la encarnación del Logos y, como afirmará el Papa Benedicto XVI en la Exhortación

Verbum Dómini, “al Dios que habla, el hombre responde con la fe” abriendo su mente y

corazón a la acción del Espíritu Santo, el cual es prometido y enviado por Jesucristo para

hacer comprender su misterio de salvación (VD 25).

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

En esta perspectiva, podría afirmarse que la revelación es de carácter trinitario, sin embargo,

se exalta el nivel cristológico, por cuanto Cristo es la plenitud de la revelación en quien Dios

se complace y a quien pide se le escuche. Si el Padre tiene en el Hijo sus complacencias y es

en Él que revela su máximo amor a los hombres, es un acto de justicia escucharlo y razonable

creer en Él. Todo creyente que responde a la revelación debe fijar su mirada hacia Cristo, y

como dirá San Pablo: “… y este, crucificado” (1Cor 1,23).

Consecuentemente con lo anterior, es preciso afirmar que la dimensión cristológica de la fe

con la que el hombre se vuelve y adhiere a Dios, apunta con el establecimiento del Reino por

medio de su Hijo, teniendo su máxima en el Misterio Pascual de su amor. El hijo se vuelca en

el perfecto cumplimiento de la voluntad del Padre, impulsado por la fuerza del Espíritu Santo,

siendo Él mismo el camino que todo creyente debe recorrer para ir seguro hacia Dios. La fe,

entonces, se mueve circularmente entre el deseo del Padre, la obra del Hijo y fuerza del

Espíritu Santo en la Historia de la Salvación que continuará la iglesia, cuerpo místico de

Cristo.

2.2.3 Nivel Eclesiológico.

El carácter cristológico del creyente queda de manifiesto en la profesión de fe, principalmente

en su primera parte. Es un compendio de la revelación-respuesta que el hombre da a la

propuesta de Dios. “Creo en la Iglesia…” afirmamos en el “Símbolo Cristiano”, con las

características de santidad, universalidad y apostolicidad, como asamblea en la que se vive y

transmite la fe. Comunidad de santidad y santificación por la presencia de Dios; universalidad

por el deseo de Dios mismo de que “todos los hombres se salven y conozcan la verdad”, y

apostolicidad por su carácter de receptora de la revelación de Cristo en la comunidad

apostólica.

Si bien se ha dicho que la fe es un acto personal en el que el hombre responde desde su

libertad a Dios, como tal se recibe en la comunidad eclesial como transmisora directa y como

presencia histórica de la revelación a ella confiada. En ella se actualiza la cima de la

revelación: “el misterio pascual de Cristo”. La Iglesia transmite la revelación por medio de un

estilo de vida dentro de la historia; ésta es la fe vivida o Tradición a la que se hizo referencia

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Síntesis Teológica

en el primer capítulo. Esta forma de vida se ha desarrollado de modo intrahistórico, donde la

Iglesia la ha recibido y transmitido mediante la sucesión apostólica que le confiere

autenticidad a su misión. Movida por el Espíritu Santo, la Iglesia ha sido primero creyente y

ha llevado a los hombres al encuentro con el Señor mediante la liturgia, los sacramentos, la

predicación de la palabra y un modo peculiar de vida: el modo de Cristo. De ahí que “creer” es

un acto personal y eclesial; el creyente profesa la fe de la Iglesia y profesándola es fiel como

ella a la voluntad divina revelada en la historia de la salvación, plenificada por Cristo. El que

cree, asiente a la verdad enseñada por la Iglesia, que custodia el depósito de la Revelación que

nutre la fe del creyente; la Iglesia es “Madre y Maestra” que nutre a sus hijos con la fe. Como

decía San Cipriano, “Nadie puede tener a Dios por Padre si no tiene a la Iglesia por madre”

(De cathol. Ecc. Unitate, 6).

2.3 El misterio humano encuentra sentido, adherido a la revelación de Jesucristo.

La constitución Gaudium et Spes, plantea el tema a partir de los interrogantes del hombre

sobre sí mismo, sobre el por qué de su existencia, el sentido del sufrimiento, del mal, de la

muerte, su misión en el mundo y su actividad en él y sobre la vida escatológica. El Concilio

Vaticano II trata de esclarecer los interrogantes del hombre que solo en Cristo encuentra su

auténtica respuesta. Tanto la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, nos presenta al

hombre como un ser creado por Dios a su imagen y semejanza, capaz de relacionarse con su

Creador, consigo mismo, con los otros seres y con la historia. Es un ser inteligente, capaz de

interrogarse y buscar respuestas, pero la última respuesta no la encuentra en sí mismo, sino en

Cristo, en quien encuentra su plenitud (GS 22). A partir de esta afirmación, se ve la necesidad

de no separar la antropología de la cristología, por cuanto esta última presenta la antropología

máxima para la comprensión de lo que es el hombre, lo que debe ser y lo que debe hacer. En

Cristo encarnado encontramos el fundamento que ilumina lo más profundo del ser humano, la

vida en todas sus dimensiones.

El encuentro del hombre con Jesucristo se empatan el amor de Dios y la plenitud humana.

Cuando Cristo revela el amor del Padre, manifiesta al hombre la plenitud de su vocación. En

este encuentro Dios muestra su amor en la encarnación de su Hijo, alcanzando el extremo de

su expresión en la cruz, y posteriormente le da su espíritu, lo cual hace que la vida humana se

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

manifieste como una nueva creación en Cristo y con el envío del Espíritu Santo, se completa

la antropología, como en la creación del Génesis. El hombre encuentra su plenitud cuando

reconoce el amor de Dios y este guía toda su vida. Dicho de otra manera, la revelación del

amor del Padre es la condición necesaria para manifestar al hombre la sublimidad de su

vocación; consecuencia de ser imagen y semejanza de Dios.

2.3.1 El sufrimiento y el dolor humanos.

En sintonía con el anterior apartado, el sufrimiento y el dolor humano encuentran su verdadero

significado en el abrazo del amor del Padre en Cristo con la respuesta del hombre en la fe,

atraído por el Crucificado (Jn 3,13). La máxima expresión del sufrimiento humano, la muerte,

tiene un sentido gozoso en la persona de Cristo, transformando esa realidad de dolor en la

alegría de la resurrección. Si la fe del hombre, como hemos dicho, tiene su centro en el

Misterio Pascual, es allí donde confluyen las dos realidades que constituyen la dialéctica

humana: el sufrimiento (muerte) y la perfecta alegría (vida).

Si el sufrimiento tiene su raíz en la opción de alejarse de Dios y su designio de amor, la vida

feliz parte de la vuelta a la comunión con Dios, perdida por el pecado. Este retorno a Dios se

da por el misterio redentor de Cristo, en el que la realidad del dolor tiene un sentido no en sí

misma, sino en el resultado posterior revelado por el Resucitado. Al final, Cristo nos muestra

el valor redentor y purificador del sufrimiento cuando se arraiga en la relación del hombre con

Dios en el abrazo de la fe.

2.3.2 La vida terrena y la realidad escatológica.

La realidad de la fe, tal como se ha expuesto, viene a situar al hombre en un constante

movimiento entre lo terreno y lo trascendente. El deseo amoroso de Dios es que el hombre

trasciende lo provisional y contingente alcanzando lo absoluto. Esta tensión no es posible

superarla sin la iniciativa de Dios y la manifestación de su voluntad. Es la encarnación de

Jesucristo la que marcará la pauta del movimiento que el hombre debe dar hacia Dios, dando

sentido a la vida del hombre. La fe constituye la realidad escatológica en la misma realidad

terrena en un proceso que apunta hacia la plenitud en la realización definitiva. Por eso puede

decirse, como Cullman, es una realidad del “ya, pero todavía no”, que peregrina en medio de

situaciones que interrogan al hombre y lo hacen caminar hacia el misterio divino sin apartar su

vista de Jesús, único mediador entre Dios y los hombres, plenitud de la revelación.

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Síntesis Teológica

CONCLUSIÓN

A lo largo del contenido desarrollado se ha mencionado cómo la historia humana es una

realidad dinámica en la que el hombre no ha caminado solo. Dios ha acompañado todo el

proceso y se ha dado a conocer de manera progresiva, manifestando su esencia, el amor, como

la dimensión de la existencia de todo, y como el carácter que debe impregnarse en la vida y el

ser de los hombres. Si Dios es movido por el amor y crea al hombre a su imagen, es natural

que el ser creado actúe de acuerdo a su patrón; sin embargo, las circunstancias han producido

un giro en la vida del hombre, gracias al pecado. Cuando todo parece estar perdido para la

humanidad, Dios presenta la posibilidad que conduce al hombre a su realidad primera, y a

partir de ahí la acción divina será la de mostrar un horizonte que se acerca a la humanidad

entera y se concretiza en la plenitud de la historia: la encarnación de su Hijo, en quien se

devela todo misterio. El Fuerte se hace débil, se hace carne, para enseñar a lo débil cómo se es

fuerte: estando unido a Dios.

A la luz de los 50 años del Concilio Vaticano II -acontecimiento que ha marcado un hito en la

historia de la Iglesia Católica- es necesario hacer una reflexión profunda del caminar en esas

últimas cinco décadas en un mundo que cada día relativiza la vida de fe, dando importancia al

materialismo, al inmanentismo y, en el peor de los casos, ver a Dios como algo pasado de

moda, propio del medioevo como medio de control social. Ante tales corrientes de

pensamiento secularista, la Iglesia, fiel a su misión de evangelizar a la humanidad, sigue

siendo la transmisora por excelencia, actualizando la presencia de Jesucristo, plenitud de la

revelación, para seguir dando respuesta a los interrogantes más profundas de la humanidad con

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Jesucristo, Plenitud de la Revelación y el Encuentro del Hombre en la Fe

el fin de llevarla al encuentro con quien es el camino, la verdad y la vida que el hombre añora.

Hoy se percibe que la humanidad no está tan necesitada de cosas y progreso -realidades

necesarias como medios de vida digna-; ante la realidad de violencia, desigualdad social,

pérdida de sentido vital, activismo, etc. Da a conocer que la humanidad necesita a Dios. La

“puerta de la fe” que presenta la Iglesia constituye ahora la mejor oportunidad de recrear la

vida en la VIDA que es Jesucristo, que desde la cruz nos sigue abrazando con verdadero amor,

llenando todo vacío en el corazón humano; y a quien sólo podemos abrazar con la fe mediante

el esfuerzo de la inteligencia y la rectitud del corazón, para conocerle, amarle y servirle.