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1 Jesús Redentor.- Pre-Pasión El tema de “Jesús Redentor”, Pre-Pasión, comprende: Episodios y dictados extraídos de la Obra magna: “El Evangelio como me ha sido revelado” (“El Hombre-Dios”) 2-106-159 (2-67-620).- Reflexiones sobre 4 contemplaciones: la figura de Iscariote; la hostilidad de los enemigos; la mutabilidad del pueblo; la fragilidad de los apóstoles. * “Fue necesario un traidor... ¡cuánto dolor sufrió mi Madre por culpa de enemigos y del pueblo mutable!”.- ■ Dice Jesús: “Pequeño Juan, mucho trabajo hoy. Pero es que llevamos un día de retraso y no se puede ir despacio. Te he dado la fuerza para esto, hoy. Te he concedido cuatro contemplaciones para poderte hablar de los dolores de Maria y míos, preparatorios de la Pasión. Debería haberte hablado de ellos ayer, sábado, día dedicado a mi Madre, pero he sentido piedad. Hoy se recupera el tiempo perdido. Después de los dolores que te he dado a conocer, María ha tenido también éstos; y Yo con Ella. ■ Mi mirada había leído en el corazón de Judas Iscariote. Nadie debe pensar que la Sabiduría divina, no haya sido capaz de comprender aquel corazón. Pero como dije a mi Madre, él me era necesario. ¡Ay de él, que fue traidor! Pero era necesario un traidor. Doble, astuto, avariento, lujurioso, ladrón. Era inteligente y más culto que el resto de la masa, había sabido imponerse a todos. Audaz, me allanaba el camino, aun cuando fuese difícil. Le gustaba, sobre todo, sobresalir y hacer resaltar su puesto de confianza que tenía conmigo. No era servicial por instinto de caridad, sino que era uno como aquellos que llamaríais «de conveniencia». Esto también le permitía tener la bolsa y acercarse a las mujeres. Dos cosas que, juntas con la tercera: los cargos humanos, amaba desenfrenadamente. La Pura, la Humilde, la Separada de las riquezas terrenales, no podía menos que sentir asco por aquella sierpe. También Yo lo tenía. Yo solo, y el Padre y el Espíritu, sabemos qué esfuerzos tuve que hacer para tenerle junto a Mí, te lo explicaré en otra ocasión. ■ Igualmente no ignoraba la hostilidad de los sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos. Eran zorras astutas que trataban de empujarme a su trampa para atraparme. Tenían hambre de mi sangre, y buscaban poner engaños a fin de sorprenderme, para tener armas con que acusarme, y quitarme de en medio. La asechanza duró tres largos años y no se aplacó sino cuando me vieron muerto. Esa noche durmieron felices. La voz del acusador se había extinguido para siempre. Eso creían. ¡No! No estaba todavía extinguida. No lo será jamás y truena y truena y maldice a los semejantes a ellos. ¡Cuánto dolor tuvo mi Madre por culpa de ellos! Y no olvido ese dolor. ■ Que el pueblo sea mudable no es cosa nueva. Es la fiera que lame la mano del domador, si está armada con el azote o si ofrece un pedazo de carne para saciar su hambre. Pero basta que caiga el domador o que no pueda seguir usando el azote, o que no tenga nada para saciar su hambre, para que ella se le arroje y lo despedace. Basta decir la verdad y ser buenos, para que la multitud le odie a uno después del primer momento de entusiasmo. La verdad es reproche y aviso. La bondad despoja de la vara y logra hacer que los buenos no tengan miedo. Por lo cual: «¡Crucifícale!»... después de haber dicho: «¡Hosanna!». Mi vida de Maestro está llena de estos dos gritos. El último fue: «¡Crucifícale!». El hosanna es como el aliento que toma el cantor para dar un agudo. María en la tarde del Viernes Santo volvió a oír dentro de sí todos los hosannas mentirosos, que fueron aullidos de muerte para su Hijo, y quedó deshecha. Esto tampoco lo olvido. ■ ¡Cuánta fue la debilidad de los apóstoles! Los llevaba sobre mis brazos, para levantarlos hacia Cielo, cual verdaderos bloques de piedras pesadas que tendían hacia el suelo. También los que no se creían ministros de un rey temporal --como se creía Judas Iscariote--, los que no pensaban como Judas Iscariote en subir al trono --cuando llegare la oportunidad--, estaban siempre ansiosos de gloria. Llegó el día en que mi Juan y su hermano ambicionaron esta gloria que os fascina cual espejismo aun en las cosas celestiales. No. Lo que deseo que tengáis es el anhelo santo del

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Page 1: Jesús Redentor.- Pre-Pasión · 2013-04-26 · pretendéis un puesto a su derecha en el Cielo. No, hijos, ... “No. Está en los confines de Samaria. ¡Tan bajo hemos caído! Un

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Jesús Redentor.- Pre-Pasión

El tema de “Jesús Redentor”, Pre-Pasión, comprende:

Episodios y dictados extraídos de la Obra magna:

“El Evangelio como me ha sido revelado”

(“El Hombre-Dios”)

2-106-159 (2-67-620).- Reflexiones sobre 4 contemplaciones: la figura de Iscariote; la

hostilidad de los enemigos; la mutabilidad del pueblo; la fragilidad de los apóstoles. * “Fue necesario un traidor... ¡cuánto dolor sufrió mi Madre por culpa de enemigos y del

pueblo mutable!”.- ■ Dice Jesús: “Pequeño Juan, mucho trabajo hoy. Pero es que llevamos un

día de retraso y no se puede ir despacio. Te he dado la fuerza para esto, hoy. Te he concedido

cuatro contemplaciones para poderte hablar de los dolores de Maria y míos, preparatorios de la

Pasión. Debería haberte hablado de ellos ayer, sábado, día dedicado a mi Madre, pero he sentido

piedad. Hoy se recupera el tiempo perdido. Después de los dolores que te he dado a conocer,

María ha tenido también éstos; y Yo con Ella. ■ Mi mirada había leído en el corazón de Judas

Iscariote. Nadie debe pensar que la Sabiduría divina, no haya sido capaz de comprender aquel

corazón. Pero como dije a mi Madre, él me era necesario. ¡Ay de él, que fue traidor! Pero era

necesario un traidor. Doble, astuto, avariento, lujurioso, ladrón. Era inteligente y más culto que

el resto de la masa, había sabido imponerse a todos. Audaz, me allanaba el camino, aun cuando

fuese difícil. Le gustaba, sobre todo, sobresalir y hacer resaltar su puesto de confianza que tenía

conmigo. No era servicial por instinto de caridad, sino que era uno como aquellos que llamaríais

«de conveniencia». Esto también le permitía tener la bolsa y acercarse a las mujeres. Dos cosas

que, juntas con la tercera: los cargos humanos, amaba desenfrenadamente. La Pura, la Humilde,

la Separada de las riquezas terrenales, no podía menos que sentir asco por aquella sierpe.

También Yo lo tenía. Yo solo, y el Padre y el Espíritu, sabemos qué esfuerzos tuve que hacer

para tenerle junto a Mí, te lo explicaré en otra ocasión. ■ Igualmente no ignoraba la hostilidad

de los sacerdotes, fariseos, escribas y saduceos. Eran zorras astutas que trataban de empujarme a

su trampa para atraparme. Tenían hambre de mi sangre, y buscaban poner engaños a fin de

sorprenderme, para tener armas con que acusarme, y quitarme de en medio. La asechanza duró

tres largos años y no se aplacó sino cuando me vieron muerto. Esa noche durmieron felices. La

voz del acusador se había extinguido para siempre. Eso creían. ¡No! No estaba todavía

extinguida. No lo será jamás y truena y truena y maldice a los semejantes a ellos. ¡Cuánto dolor

tuvo mi Madre por culpa de ellos! Y no olvido ese dolor. ■ Que el pueblo sea mudable no es

cosa nueva. Es la fiera que lame la mano del domador, si está armada con el azote o si ofrece un

pedazo de carne para saciar su hambre. Pero basta que caiga el domador o que no pueda seguir

usando el azote, o que no tenga nada para saciar su hambre, para que ella se le arroje y lo

despedace. Basta decir la verdad y ser buenos, para que la multitud le odie a uno después del

primer momento de entusiasmo. La verdad es reproche y aviso. La bondad despoja de la vara y

logra hacer que los buenos no tengan miedo. Por lo cual: «¡Crucifícale!»... después de haber

dicho: «¡Hosanna!». Mi vida de Maestro está llena de estos dos gritos. El último fue:

«¡Crucifícale!». El hosanna es como el aliento que toma el cantor para dar un agudo. María en

la tarde del Viernes Santo volvió a oír dentro de sí todos los hosannas mentirosos, que fueron

aullidos de muerte para su Hijo, y quedó deshecha. Esto tampoco lo olvido. ■ ¡Cuánta fue la

debilidad de los apóstoles! Los llevaba sobre mis brazos, para levantarlos hacia Cielo, cual

verdaderos bloques de piedras pesadas que tendían hacia el suelo. También los que no se creían

ministros de un rey temporal --como se creía Judas Iscariote--, los que no pensaban como Judas

Iscariote en subir al trono --cuando llegare la oportunidad--, estaban siempre ansiosos de gloria.

Llegó el día en que mi Juan y su hermano ambicionaron esta gloria que os fascina cual

espejismo aun en las cosas celestiales. No. Lo que deseo que tengáis es el anhelo santo del

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Paraíso. Pero no solo esto, sino que, a la manera de un usurero, queréis un intercambio odioso:

por un poco de amor que habéis dado a quien Yo os dije que debíais entregaros completamente,

pretendéis un puesto a su derecha en el Cielo. No, hijos, no. Primero es necesario saber beber

todo el cáliz que bebí Yo. Todo. Con su caridad prodigada en recompensa del odio, con su

castidad contra las voces de los sentidos, con su heroicidad en las pruebas, con su holocausto

por amor de Dios y de los demás hermanos. ■ Luego, cuando todo el deber se haya cumplido,

hay que decir: «Somos siervos inútiles» y esperar que mi Padre y vuestro os conceda, por su

bondad, un lugar en su Reino. Es menester despojarse, como me he visto despojado en el

Pretorio, de todo lo que es humano, conservando solo lo que es indispensable como el don de

Dios que es la vida y darla por los hermanos a los que podemos ser más útiles desde el Cielo

que en la Tierra, y dejar que Dios os revista con la estola inmortal emblanquecida con la Sangre

del Cordero. ■ Te he mostrado los dolores preparatorios de la Pasión. Otros te mostraré. Aun no

dejando de ser dolores, el contemplarlos ha supuesto un descanso para tu alma. Ya basta. Queda

en paz” (No hay fecha).

····································· Advertencia : Las citas Bíblicas y notas Teológicas, --que acompañan a la dos primeras ediciones, de la Obra magna

de María Valtorta, publicadas con el título de «Il Poema dell‟Uomo-Dio» y en su versión al español con el título de

«El Hombre-Dios»--, se deben al profesor y teólogo Padre Conrado M. Berti de la O.S.M; es el autor de las mismas.

Todo nuestro trabajo recoge también parte de estas citas Bíblicas y notas Teológicas. ■ El Padre Berti, de la Orden de

los Siervos de María, fue profesor de dogmática y teología sacramental del Instituto Pontificio “Marianum” de

Roma, consultor del Concilio Vaticano II. Tuvo una parte muy importante en el cuidado de los escritos de María

Valtorta. Falleció el año 1980.

. --------------------000--------------------

2-111-188 (2-78-681).- Jesús se revela a Salomón (1) «el barquero», hombre justo, seguidor del

Bautista.- Jesús es reconocido por Zelote como Aquel de quien se dijo: “tus vestidos están

teñidos de rojo...”. Los 3 cálices. * “Salomón, no viviré hasta el final del mundo, mas habrá una tiniebla más atroz que la de

los astros apagados: cuando los hombres sofoquen la Luz que soy Yo”.- ■ Juan dice al

Maestro: “¡Qué extraño que el Bautista no esté aquí!”. Están todos en la margen oriental del

Jordán, a la altura del famoso vado donde un tiempo bautizaba el Bautista. Santiago observa: “Y

tampoco está en la otra ribera”. Pedro comenta: “Le habrán arrestado otra vez esperando una

nueva bolsa. ¡Son gentuza esos tipos de Herodes!”. Jesús dice: “Vamos a pasar allí y

preguntamos”. Así lo hacen, y preguntan a un barquero de la otra ribera: “¿Ya no bautiza aquí el

Bautista?”. Barquero: “No. Está en los confines de Samaria. ¡Tan bajo hemos caído! Un santo tiene

que pasar a campo samaritano para salvarse de los ciudadanos de Israel. ■ ¿Y por qué os asombráis

si Dios nos abandona? Yo sólo me asombro de una cosa: ¡que no haga de toda Palestina una Sodoma

y Gomorra!...”. Jesús responde: “No lo hace por los justos que hay en ella, por los que, sin ser todavía

del todo justos, sienten sed de justicia y siguen las enseñanzas de quienes predican santidad”.

Barquero: “Dos, entonces: el Bautista y el Mesías. Al primero le conozco porque yo también le he

servido aquí en el Jordán, pasándole en la barca a algún fiel sin pedir nada, porque él dice que debemos

contentarnos con lo justo. Me parecía justo conformarme con la ganancia por otros servicios, y me

parecía que era injusto el pedir paga por llevar a un alma hacia la purificación. Me han tomado por loco

los amigos, pero en fin... Si yo estoy contento de lo poco que tengo, ¿quién puede quejarse? Por

lo demás, veo que aún no me he muerto de hambre, y espero que cuando muera me sonría

Abraham”. Jesús pregunta: “Así es, hombre. ¿Quién eres?”. Barquero: “¡Oh!, tengo un nombre

muy grande y me río de ello, porque sólo tengo sabiduría para el remo. Me llamo Salomón”.

Jesús: “Tienes la sabiduría de juzgar que quien coopera con una purificación no debe

corromperla con el dinero. Yo te digo: no sólo Abraham, sino el Dios de Abraham te sonreirá

cuando mueras, como a hijo fiel”. ■ Salomón: “¡Oh, Dios! ¿Lo dices de verdad? ¿Quién eres?”.

Jesús: “Soy un justo”. Salomón: “Te he dicho que hay dos justos en Israel: uno es el Bautista;

el otro, el Mesías. ¿Eres Tú el Mesías?”. Jesús: “Soy Yo”. Salomón: “¡Oh, eterna misericordia!

Pero... un día oí a unos fariseos que decían... Bueno, dejémoslo... No quiero ensuciarme la boca.

Tú no eres eso que decían de Ti. ¡Lenguas más venenosas que las de las víboras!..”. Jesús: “Soy

Yo y te digo: no estás muy lejos de la Luz. Adiós, Salomón. La paz sea contigo”. Salomón: “¿A

dónde vas, Señor?” --el hombre está asombrado por la revelación y ha asumido un tono

111.3

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completamente distinto. Antes era un bonachón que hablaba, ahora es un fiel que adora. Jesús:

“A Jerusalén, por Jericó. Voy a los Tabernáculos”. Salomón:“¿A Jerusalén? Pero... ¿también

Tú?”. Jesús: “Soy hijo de la Ley Yo también. No anulo la Ley. Os doy luz y fuerza para seguirla

con perfección”. Salomón: “¡Pero Jerusalén ya te odia! Quiero decir, los grandes, los fariseos

de Jerusalén. Te he dicho que he oído...”. Jesús: “Déjalos. Ellos hacen su deber, lo que creen

que es su deber; yo hago el mío. En verdad te digo que hasta que no sea la hora no podrán

nada”. Discípulos y Salomón preguntan: “¿Qué hora, Señor?”. Jesús: “La del triunfo de las

Tinieblas”. Salomón: “¿Vas a vivir hasta el fin del mundo?”. Jesús: “No. Habrá una tiniebla

más atroz que la de los astros apagados y que la de nuestro planeta, muerto con todos

sus hombres. Será cuando los hombres sofoquen la Luz que Yo soy. En muchos el delito ya se

ha producido. Adiós, Salomón”. Salomón: “Te sigo, Maestro”. Jesús: “No. Ven dentro de tres

días al Bel Nidrás. La paz a ti”.

* Diversa disposición de los corazones para recibir la Palabra... Pero cuando llegue la

hora ni los ángeles le podrán defender porque la justicia ha de cumplirse.- Los 3 cálices. ■ Jesús se pone en camino entre sus discípulos, que van pensativos. “¿Qué pensáis? No temáis

ni por Mí ni por vosotros. Hemos pasado por la Decápolis y la Perea, y por todas partes he-

mos visto agricultores trabajando en los campos. En unos lugares, la tierra estaba todavía

cubierta por rastrojos y malas hierbas; árida, dura, ocupada por plantas parásitas que los

vientos de verano habían llevado y sembrado arrebatando sus semillas a las desolaciones de-

sérticas: eran las tierras de los perezosos y vividores. En otros lugares la tierra había sido

ya abierta por la reja del arado, y limpiada, con el fuego y la mano, de piedras, espinos y

malas hierbas. Lo que antes era un mal, o sea, las plantas inútiles, he aquí que con la puri-

ficación del fuego y con cortarlas, se habían transformado en bien: en abono, en sales

útiles para la fecundación. La tierra habrá llorado bajo el dolor de la reja que la abría y

hurgaba, y bajo el ardor del fuego que la martirizaba en sus heridas. Mas reirá más hermosa en

primavera diciendo: «El hombre me torturó para proporcionarme esta opulenta mies que

me hace bella». Y éstas eran las tierras de los que tienen buena voluntad. En otros

lugares, la tierra estaba ya esponjosa, limpia incluso de cenizas, un verdadero lecho nupcial

para el desposorio de la gleba con la semilla que en su fecundidad produce magníficas

espigas: éstos eran los campos de los generosos cuya generosidad llegaba hasta la perfección de

su actividad. ■ Pues bien, igual sucede con los corazones. Yo soy la Reja de Arado y mi

palabra es Fuego, para preparar al triunfo eterno. Hay quien, perezoso o vividor, aún no me

busca, no me requiere, se satisface con su vicio, con las pasiones malvadas, que parecen

vestidos de verdor y de flores y en realidad son zarzas y espinas que rasgan a muerte el

espíritu, lo atan y hacen de él haz para los fuegos de la Gehena. Por ahora la Decápolis y

Perea son así... y no sólo ellas. No se me piden milagros porque no se quiere el tajo de la

palabra ni la quemazón del fuego. Pero llegará la hora para ellos. En otros lugares, hay quien

acepta este tajo y esta quemazón, y piensa: «Es penoso, pero me purifica y me hará

fecundo para el Bien». Éstos son los que, si bien no tienen el heroísmo de hacer, dejan que

Yo haga. Es el primer paso en mi camino. Hay, en fin, quienes ayudan con su diligente,

diario trabajo a mi trabajo; éstos no es que caminen, sino que vuelan por el camino de Dios;

éstos son los discípulos fieles: vosotros y los otros que están diseminados por Israel”. ■

Discípulos: “Pero somos pocos... contra muchos; somos humildes... contra los poderosos.

¿Cómo defenderte si quisieran hacerte algún daño?”. Jesús: “Amigos. Recordad el sueño de

Jacob. Él vio una multitud incalculable de ángeles que subían y bajaban por la escalera que

le unía con el Cielo. Una multitud; y no era más que una parte de las legiones angélicas...

Pues bien, aunque todas las legiones, que cantan «aleluya» a Dios en el Cielo, bajaran y se

pusieran en torno a Mí para defenderme, cuando llegue la hora, nada podrán. La justicia ha de

cumplirse...”. Pedro: “¡Querrás decir la injusticia! Porque Tú eres santo y si te hacen

algún daño, si te odian, son unos injustos”. Jesús: “Por eso digo que en algunos el delito se

ha cumplido ya. Quien da vida en su corazón a pensamientos de homicidio es ya un

homicida; si de hurto, es ya un ladrón; si de adulterio, es ya un adúltero; si de traición, es

ya un traidor. El Padre sabe las cosas, y Yo también, pero Él me deja ir, y Yo voy; para esto

he venido. Mas el grano madurará y será sembrado dos veces antes de que el Pan y el Vino

sean dados en alimento a los hombres”. Discípulos: “¡Se hará un banquete de júbilo y de paz,

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entonces!”. Jesús: “¿De paz? Sí. ¿De júbilo? También. Pero... ¡Oh..., Pedro, oh..., amigos,

cuántas lágrimas habrá entre el primero y el segundo cáliz! Sólo después de beber la última

gota del tercer cáliz, el júbilo será grande entre los justos, y segura la paz para los hombres de

recta voluntad”. Pedro:“Tú estarás presente... ¿no es verdad?”. Jesús: “¿Yo?... ¿Acaso falta

alguna vez al rito el cabeza de familia? ¿Y no soy Yo la Cabeza de la gran familia del Cristo?”.

* “Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el hombre y Dios Él los llenará, por Sí

mismo, de su Vino, pisándose a Sí mismo en el sufrimiento por amor”.-■ Simón

Zelote, que ha estado siempre callado, dice, como hablando consigo mismo: “«¿Quién es

Este que viene con las vestiduras teñidas de rojo? Está hermoso con su vestido y camina

con ostentación de su fuerza». «Soy Yo quien habla con justicia y protege de modo que

puedan salvarse». «¿Por qué, entonces, tus vestidos están teñidos de rojo y tus vestiduras están

como las de quien prensa la uva?». «Yo solo por Mí mismo, he pisado la uva. Ha llegado el año

de mi redención»”. Jesús observa: “Tú has comprendido, Simón”. Zelote: “He comprendido, mi

Señor”. Los dos se miran; los demás los miran asombrados y entre sí se preguntan: “¿Pero

habla de las vestiduras rojas que lleva Jesús ahora, o de la púrpura de rey con que se vestirá

cuando llegue la hora?”.Jesús se abstrae. Parece como si no oyese nada más. ■ Pedro toma

aparte a Simón y le pide: “Tú que eres sabio y humilde, explica a mi ignorancia tus palabras”.

Zelote: “Sí, hermano. Su nombre es Redentor. Los cálices del banquete de paz y júbilo entre el

hombre y Dios, y Tierra y Cielo, Él los llenará, por Sí mismo, de su Vino, pisándose a

Sí mismo en el sufrimiento por amor de todos nosotros. Por eso estará presente, a pesar

de que las potestades de las Tinieblas, entonces, hayan sofocado aparentemente la Luz, que

es Él. ■ ¡Oh, hay que amarle mucho a este Cristo nuestro porque mucho será desamado!

Hagamos que en la hora del abandono no nos pueda llegar y echarnos en cara el lamento

de David: «Una jauría de perros (y entre ellos también nosotros) se ha puesto alrededor de

mí»”. Pedro dice: “¿Tú crees?... Pero nosotros le defenderemos aun a costa de morir con

Él”. Zelote: “Nosotros le defenderemos... Pero somos hombres, Pedro, y nuestro valor

desaparecerá aun antes de que a Él le descoyunten los huesos... Sí, nosotros seremos como

el agua helada del cielo que un rayo la derrite en lluvia y el viento la esparce por el suelo,

para después convertirla de nuevo en hielo. ¡Así nosotros, así nosotros! Nuestro actual valor de

ser discípulos suyos --porque su amor y su cercanía nos da entusiasmo viril e intrepidez--

se derretirá bajo la acción del rayo agresor de Satanás y de los satanases. Y de nosotros ¿qué

quedará entonces? Pero luego, tras la infame y necesaria prueba, la fe y el amor nos harán

de nuevo unir y seremos entonces compactos como un cristal que no teme incisión alguna. Eso

sí, sabremos y podremos esto si le amamos mucho mientras le tenemos con nosotros.

Entonces... sí, creo que entonces no seremos, por su palabra, ni enemigos ni traidores”. ■ Pedro:

“Tú eres sabio, Simón. Yo... soy un hombre sin letras. Y hasta me avergüenzo de peguntarle, y

me duele cuando siento que son cosas de lágrimas. Mira su rostro: parece como si lo estuviera

lavando un llanto secreto. Observa sus ojos: no miran ni al cielo ni al suelo; están abiertos a

un mundo para nosotros desconocido. Y ¡qué cansado y encorvado es su caminar! Su

actitud pensativa le hace parecer más viejo. ¡Oh, no puedo verle así! ¡Maestro, Maestro,

sonríe; no puedo verte tan lleno de amargura! ¡Te quiero como a un hijo! ¡Te daría mi pecho

como almohada, para que durmieras y soñaras otros mundos. ¡Oh, perdona si te he dicho

«hijo»! Es que te quiero, Jesús”. Jesús: “Soy el Hijo... ese nombre es mi Nombre. Pero ya no

estoy triste. ¿Lo ves? Sonrío porque vosotros sois amigos míos. ■ Ved allí, al fondo, Jericó,

toda roja con el ocaso. Que dos de vosotros vayan a buscar alojamiento. Yo y los demás

iremos a esperaros al lado de la sinagoga. Id”. Y todo termina mientras Juan y Judas Tadeo

se ponen en camino en busca de una casa hospitalaria. (Escrito el 18 de Febrero de 1945).

······································· 1 Nota : Para Salomón, el barquero, y para todos los personajes de la Obra: Cfr. Personajes de la Obra magna.

. --------------------000--------------------

(<Jesús y su primo apóstol Santiago de Alfeo se han reunido en el monte Carmelo. Aquí, después de una

noche de oración, Jesús le anuncia que será el Jefe de la Iglesia de Jerusalén, cuando Él se haya ido>).

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4-258-191 (4-121-752).- Jesús revela a Santiago de Alfeo la muerte en cruz.

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* “¿El decir de los profetas no es alegórico? ¿Puede el Verbo ser maltratado por los

hombres?”.- ■ Santiago: “¿Pero Tú, Verbo de Dios, eterno Verbo ¿por qué no te quedas?”.

Jesús: “Porque soy Verbo y carne. Con el Verbo debo instruir, con la carne redimir”. Santiago:

“Oh, Señor, ¿cómo redimirás? ¿De qué cosas vas al encuentro?”. Jesús: “Santiago, recuerda a

los profetas”. Santiago: “¿Pero no es una cosa alegórica su decir? ¿Puedes Tú Verbo de Dios,

ser maltratado por los hombres? ¿No quieren decir, quizás, los profetas que se dará martirio a tu

divinidad, a tu perfección, pero nada más, nada más que eso? Mi madre está preocupada por mí

y por Judas, pero yo por Ti y por María, y también por nosotros, que somos muy débiles. Jesús,

Jesús, si el hombre te superase, ¿no crees que muchos de nosotros te considerarían reo y que se

alejarían de Ti desilusionados?”. Jesús: “Estoy seguro de ello. Habrá un desquiciamiento en

todas las capas de mis discípulos, pero después regresará la paz; es más, vendrá una cohesión

de las partes mejores, y sobre ellas, después de mi sacrificio y de mi triunfo, vendrá el Espíritu

Fortificador y Sabio: el Espíritu Divino”. Santiago: “Jesús, para que yo no me desvíe ni me

escandalice en la hora tremenda, dime: ¿Qué te harán?”. Jesús: “Es una gran cosa la que me

pides”. Santiago: “Dímela, Señor”. Jesús: “Saberlo exactamente te significará tormento”.

Santiago: “No importa. Por el amor que nos ha unido...”. Jesús: “No debe ser conocida”.

Santiago: “Dímela y luego bórramela de la memoria hasta la hora en que deba cumplirse;

entonces, ponla de nuevo en la memoria junto con esta hora. Así no me escandalizaré de nada y

no pasaré a ser enemigo tuyo en el fondo de mi corazón”. Jesús: “No servirá de nada, porque

también tú cederás en la tempestad”. Santiago: “¡Dímela, Señor!”. Jesús: “Seré acusado,

traicionado, preso, torturado, y crucificado”. Santiago grita: “¡Nooo!”, y se retuerce como si

hubiese sido él el condenado a muerte. Repite: “¡No! Si a Ti te hacen esto, ¿qué cosa nos harán

a nosotros? ¿Cómo podremos continuar tu obra? No puedo, no puedo aceptar el puesto que me

destinas... ¡No puedo!... ¡No puedo! Tú muerto, también yo seré un muerto, sin más fuerzas.

¡Jesús! ¡Escúchame, no me dejes sin Ti. Prométeme, prométeme esto al menos!”. Jesús: “Te

prometo que vendré a guiarte con mi Espíritu, una vez que la gloriosa Resurrección me haya

libertado de las restricciones de la materia. Seremos una sola cosa como ahora que estás entre

mis brazos”. De hecho, Santiago se ha recargado llorando sobre el pecho de Jesús. ■ Jesús: “No

llores más. Salgamos de esta hora de éxtasis, luminosa y llena de dolor, como quien que sale de

las sombras de la muerte y recuerda todo excepto el momento-muerte, minuto de espanto

helador, que como hecho-muerte dura siglos. Ven, te beso así para ayudarte a olvidar el peso de

mi suerte de Hombre. Encontrarás el recuerdo en su debido momento, como pediste. Mira, te

beso en la boca, que deberá repetir mis palabras a la gente de Israel; en tu corazón que deberá

amar como Yo dije; en las sienes donde cesará la vida junto a la última palabra de fe amorosa

en Mí. ¡Cómo vendré a estar cerca de ti, hermano amado, en las asambleas de los fieles, en las

horas de meditación, en las horas de peligro y en la hora de la muerte! Nadie, ni siquiera tu

ángel recibirá tu espíritu; seré Yo, con un beso, así...”. Ambos primos, Jesús y Santiago quedan

por un instante abrazados. Santiago parece como si perdiera el sentido al percibir el beso de

Dios que le quita todo el recuerdo de su sufrimiento. Cuando levanta la cabeza, es de nuevo el

Santiago de Alfeo, tranquilo y bueno, tan semejante a José, esposo de María. Sonríe a Jesús con

una sonrisa más madura, un poco triste, pero siempre dulce. “Vamos a comer, Santiago, y luego

dormiremos bajo las estrellas. Con las primeras luces bajaremos al valle... Iremos entre los

hombres...”. Y Jesús da un suspiro... Pero concluye con una sonrisa: “y a donde está María”.

(Escrito el 20 de Agosto de 1944).

. --------------------000--------------------

(<Jesús y apóstoles han llegado a la ciudad levítica y de refugio de Quedes. Han pasado antes por Giscala,

grande y hermosa ciudad, gran centro rabínico, donde han chocado con los rabíes junto a la tumba de

Hillel y han sido apedreados y heridos. Jesús mismo sufre una herida en la mano. Aquí, en Quedes, ha

proclamado su mesianidad. Él, Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, el Hijo del hombre predicho por los

profetas. Esta afirmación provoca una clara repulsa de sus enemigos>). .

5-342-271 (6-30-183).- En Quedes. Los fariseos piden una señal: la resurrección de un cadáver

corrupto.- La señal de las llagas y la señal de Jonás (1).

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* “Lo que ha sucedido es tal, que nadie podrá aceptarlo si no está convencido de la

infinita bondad del verdadero Dios: el Verbo-Dios se separa de Dios para redimir”.- ■ Los fariseos murmuran turbulentos. Pero un anciano de majestuoso porte hace ya un rato que

se ha acercado al lugar donde está Jesús, y ahora, durante un momento de pausa del

discurso, dice: “Entra en la sinagoga, te lo ruego; enseña en ella. Nadie tiene más

derecho que Tú a hacerlo. Soy Matías, el jefe de la sinagoga. Ven, que la Palabra de

Dios habite mi casa como mora en tu boca”. Jesús: “Gracias, justo de Israel. La paz sea siempre

contigo”.Y Jesús, a través de la muchedumbre, que se abre como una ola para dejarle pasar, y

luego se cierra formando estela y le sigue, cruza de nuevo la plaza y entra en la sinagoga,

pasando otra vez por delante de los fariseos enfurecidos, que entran también en la

sinagoga, tratando de abrirse paso violentamente. Pero la gente los mira con cara de pocos

amigos y les dice: “¿De dónde venís? Id a vuestras sinagogas y esperad allí al Rabí. Ésta es

nuestra casa y entramos nosotros”. Y rabíes, saduceos y fariseos, tienen que soportar

quedarse humildemente a la puerta para no ser expulsados por los habitantes de Quedes.■ Jesús

está en su sitio. Tiene cerca al sinagogo y a otros de la sinagoga, no sé si hijos o colaboradores.

Reanuda su discurso: “Habacuc dice --¡y con qué amor os invita a observar!--:«Extended vues-

tra mirada sobre las naciones, y observad, maravillaos, asombraos, porque en vuestros

días ha sucedido una cosa que nadie creerá cuando se la cuenten» (Hab.1,5). También ahora

tenemos enemigos materiales contra Israel. Pero dejad pasar este pequeño detalle de la profecía

y miremos solamente al gran vaticinio enteramente espiritual que contiene. Porque las

profecías, aunque parecen tener una referencia material, su contenido es siempre

espiritual. La cosa, pues, que ha sucedido --y es tal, que nadie podrá aceptarla si no está

convencido de la infinita bondad del verdadero Dios-- es que Él ha mandado a su Verbo

para salvar y redimir al mundo. Dios que se separa de Dios (2) para salvar a la criatura

culpable. Pues bien, Yo he sido mandado a esto. Y ninguna fuerza del mundo podrá

detener mi ímpetu de Vencedor sobre reyes y tiranos, sobre pecados e ignorancias. Venceré

porque soy el Triunfador”.

* Jesús alzando su diestra herida: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has indicado otra

señal. Te alegrarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! La verás

también en el Cielo, con mi cuerpo glorificado, porque Yo te he de juzgar”.- ■

Una carcajada burlona y un grito se dejan oír desde el fondo de la sinagoga. La gente

protesta. El jefe de la sinagoga, que está tan concentrado en escuchar a Jesús que tiene

incluso los ojos cerrados, se pone de pie e impone silencio, amenazando con la expulsión a los

perturbadores. Jesús, en voz alta, dice: “Déjalos; es más, invítalos a que expongan sus

divergencias”. Los enemigos de Jesús gritan irónicos: “¡Bien! ¡Esto esta bien! Déjanos

acercarnos a Ti, que queremos hacerte unas preguntas”. Jesús: “Venid. Dejadlos pasar,

vosotros de Quedes”. Y la gente, con miradas hostiles y caras disgustadas --y no falta algún

que otro epíteto-- los deja ir adelante. Jesús, en tono severo, pregunta: “¿Qué queréis saber?”.

Fariseo: “¿Tú, entonces, dices que eres el Mesías? ¿Estás verdaderamente seguro de ello?”.

Jesús, cruzados los brazos, mira con tal autoridad al que ha hablado, que a éste se le cae de

golpe la ironía y enmudece. Pero otro sigue el hilo de la pregunta y dice: “No puedes

pretender que se te crea por tu palabra. Cualquiera puede mentir, incluso con buena

intención. Para creer se necesitan pruebas. Danos, pues, pruebas de que eres eso que

afirmas ser”. Jesús dice secamente: “Israel está lleno de mis pruebas”. Un fariseo dice: “¡Ah!

¡Ésas!... Pequeñas cosas que cualquier santo puede hacer. ¡Han sido hechas y serán

hechas en el futuro por los justos de Israel!”. Otro añade: “¡Y no se da por sentado que

Tú las hagas por ser santo y te ayude Dios! Se dice, y verdaderamente es muy verosímil, que

cuentas con la ayuda de Satanás. Queremos otras pruebas. Superiores, cuales Satanás no pueda

dar”. Otro dice: “¡Sí, la muerte vencida!...”. Jesús: “Ya la habéis tenido”. Fariseo: “Eran

apariencias de muerte. Muéstranos a un cadáver corrupto, que vuelva a la vida, que se rehaga,

digamos. Esto para tener la seguridad de que Dios está contigo. Dios es el único que puede

devolver el aliento al fango que ya se va a convertir en polvo”. Jesús: “Nunca fue pedido esto a

los Profetas para creer en ellos”. Un saduceo grita: “Tú eres más que un profeta. ¡Tú, al

menos Tú lo dices, eres el Hijo de Dios!... ¡Ja! ¡ja! ¿Por qué, entonces, no actúas como Dios?

¡Ánimo, pues! ¡Danos una señal! ¡Una señal!”. Un fariseo grita: “¡Sí, eso! Una señal del Cielo

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que diga que eres Hijo de Dios. Entonces te adoraremos”. Uno, que tiene por nombre Uriel y

que estuvo en Giscala, dice: “¡Sí! ¡Eso es, Simón! No queremos caer de nuevo en el pecado de

Aarón (Éx. 32,1-6). No adoramos al ídolo, al becerro de oro, ¡pero podríamos adorar al Cordero

de Dios! ¿No eres Tú? Si es que el Cielo nos indica que lo eres”, y ríe sarcásticamente.

Interviene otro, a voces: “Déjame hablar a mí, Sadoc, el escriba de oro. ¡Óyeme, oh Mesías!

Demasiados Mesías te han precedido, que no lo fueron. Basta ya de engaños. Una señal de

que eres lo que afirmas. Dios, si está contigo, no te lo puede negar. Y nosotros creeremos en

Ti y te ayudaremos. Si no, ya sabes lo que te espera, según el Mandamiento de Dios”. ■ Jesús

alza la diestra herida y la muestra bien a su interlocutor: “¿Ves esta señal? La has hecho tú. Has

indicado otra señal. Te alegrarás cuando la veas abierta en la carne del Cordero. ¡Mírala! ¿La

ves? La verás también en el Cielo, cuando te presentes a rendir cuentas de tu modo de

vivir. Porque Yo te he de juzgar, y estaré allí arriba con mi Cuerpo glorificado, con

las señales de mi ministerio y del vuestro, de mi amor y de vuestro odio. Y tú también la

verás, Uriel, y tú, Simón, y la verán Caifás y Anás, y otros muchos, en el último Día, día de ira,

día tremendo, y por ello preferiréis estar en el abismo, porque mi señal abierta en la mano herida

os asaeteará más que los fuegos del Infierno”. Fariseos, saduceos y doctores gritan en coro:

“¡Eso son palabras y blasfemias! ¡¿Tú en el Cielo con el cuerpo?! ¡Blasfemo! ¡¿Tú juez en lugar

de Dios?! ¡Anatema seas! ¡Insultas al Pontífice! Merecerías la lapidación”. ■ E1 jefe de la

sinagoga se pone de nuevo en pie, patriarcal, con su espléndida canicie como un Moisés, y grita:

“Quedes es ciudad de refugio y levítica. Tened respeto...”. Ellos: “¡Esos son cuentos de viejas!”.

Matías: “¡Oh, lenguas blasfemas! Vosotros sois los pecadores, no Él, y yo le defiendo. No

dice nada malo. Explica los Profetas. Nos trae la Promesa Buena. Y vosotros le interrumpís, le

tentáis, le ofendéis. No lo permito. Él está bajo la protección del viejo Matías, de la estirpe

de Leví por parte de padre y de Aarón por parte de madre. Salid y dejad que ilumine con su

doctrina mi vejez y la madurez de mis hijos”. Y, mientras, tiene su vieja, rugosa mano puesta en

el antebrazo de Jesús, como defendiendo.

* “Al atardecer examináis el cielo y decís... Pues bien, a esta generación malvada y

adúltera, que pide una señal, no le será dada sino la de Jonás”.. ■ Gritan los enemigos:

“Que nos dé una señal verdadera y nos iremos convencidos”. Jesús, calmando al sinagogo, dice:

“No te inquietes, Matías. Hablo Yo”. Y, dirigiéndose a los fariseos, saduceos y doctores, dice:

“Al atardecer examináis el cielo, y si, en llegando el ocaso, está rojizo, sentenciáis en

virtud de un viejo proverbio: «Mañana hará buen tiempo, porque el ocaso pone rojo el

cielo». Lo mismo, cuando amanece, si el aire es pesado por la niebla y vapores, y el sol no

se pone vestido de oro áureo, sino que parece como que echara sangre por el firmamento,

decís: «Tendremos un día de tempestad». Sabéis, pues, leer el futuro del día a partir de los

señales cambiantes del cielo, señales aún más volubles que el viento. ¿Y no alcanzáis a

distinguir las señales de los tiempos? Esto no honra ni vuestra mente ni vuestra ciencia, y

completamente deshonra vuestro espíritu y vuestra supuesta sabiduría. Pertenecéis a una

generación malvada y adúltera, nacida en Israel de la unión de quien fornicó con el Mal.

Vosotros sois sus herederos, y aumentáis vuestra perversidad y vuestro adulterio repitiendo el

pecado de vuestros antecesores. ■ Pues bien, tenlo en cuenta, tú, Matías, sabedlo vosotros,

habitantes de Quedes, y todos los presentes, fieles o enemigos: Ésta es la profecía que os voy a

dar, profecía mía, en vez de la que quería explicar de Habacuc: a esta generación malvada y

adúltera, que pide una señal, no le será dada sino la de Jonás... Vamos. La paz sea con los

buenos de voluntad”. Y, por una puerta lateral, que da a una calle silenciosa situada entre

huertos y casas, se aleja con sus apóstoles. (Escrito el 26 de Noviembre de 1945). ······································· 1 Nota : Cfr. Mt. 16,1-4. La señal de Jonás es el episodio recogido en Jonás 2-3 del A.T. y explicado como señal en

el siguiente episodio 5-344-286.

2 Nota : MV explica en una copia mecanografiada la expresión Dios que se separa de Dios con la siguiente nota: “Aun

siendo todavía «una cosa» con el Padre, el Verbo ya no estaba en el Padre como antes de la encarnación”. La nota puede

valer también para otras afirmaciones análogas, como las que encontraremos en 8-517-120 en este tema. “Busco en

vosotros una parte de la unión que he dejado para unir a los hombres: la unión con el Padre mío en el Cielo”.

. --------------------000--------------------

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(<Jesús y apóstoles, después de abandonar Quedes, han llegado a Cesárea de Filipo. Aquí les espera

mucha gente: muchos discípulos y otros venidos de pueblos de la otra orilla, incluso del pueblo de

Quedes. Quieren saber qué es para el Maestro-Jesús la señal de Jonás que ha prometido dar a la

generación malvada que le persigue. Se reúnen en la casa de los esposos Benjamín y Ana, discípulos de

Jesús>). .

5-344-286 (6-32-197).- Explicación de la señal de Jonás (1).

* “Como Jonás fue una señal, para los Ninivitas, del poder y misericordia del Señor, así el Hijo

del hombre lo será para esta generación; con la diferencia de que Nínive se convirtió,

mientras que Jerusalén no se convertirá”.- ■ Mientras un anciano siervo trae más asientos,

Isaac (expastor) explica: “¡Benjamín y Ana no sólo nos reciben en su casa a nosotros, sino

también a todos los que vienen en busca de Ti! Lo hacen en tu Nombre”. Jesús: “Que el Cielo los

bendiga cada vez que lo hacen”. La anciana Ana dice con sencillez: “Disponemos de medios y no

tenemos herederos. Al fin de nuestra vida, adoptamos como hijos a los pobres del Señor”. Y Jesús le

pone la mano en su encanecida cabeza diciendo: “Y esto te hace madre más que si hubieras

concebido muchísimas veces. ■ Mas ahora permitidme que explique a éstos lo que deseaban saber,

para poder despedir luego a los de la ciudad y sentarnos a la mesa”. La terraza está invadida de

gente, que sigue entrando y al no caber busca el último rincón. Jesús está sentado en medio de un

grupo de niños, que le miran extáticos con sus ojazos inocentes. Vuelve las espaldas a la mesa y

sonríe a estos niños, aunque esté hablando de un tema grave. Parece como si leyera en sus caritas

inocentes las palabras de la verdad que le han pedido que explicara. “Escuchad La señal de

Jonás, que prometí a los perversos, y que prometo también a vosotros, no porque seáis malos,

sino, al contrario, para que podáis creer con perfección cuando la veáis cumplida, es ésta. Como

Jonás permaneció tres días en el vientre del monstruo marino y luego fue restituido a la tierra para

convertir y salvar a Nínive, así sucederá para el Hijo del hombre. Para calmar las violentas olas de

una grande, satánica tempestad, los principales de Israel creerán útil sacrificar al Inocente. Lo único

que conseguirán será aumentar sus peligros, porque, además de Satanás, que pone confusión en

todo, tendrán a Dios como vengador de su crimen. Podrían vencer la tempestad de Satanás creyendo

en Mí, pero no lo hacen porque ven en Mí la razón de su turbación, de sus miedos, peligros y un

mentís contra su insincera santidad. Mas, cuando llegue la hora, ese monstruo insaciable que es el

vientre de la tierra, que se traga a todo hombre que muere, se abrirá de nuevo para restituir la Luz al

mundo que renegó de ella. ■ He aquí, pues, que, como Jonás fue una señal para los ninivitas del

poder y misericordia del Señor, así el Hijo del hombre lo será para esta generación; con la diferencia

de que Nínive se convirtió, mientras que Jerusalén no se convertirá, porque está llena de esta gene-

ración malvada de que he hablado. Por ello, la Reina del Mediodía se alzará el Día del Juicio contra

los hombres de esta generación y los condenará. Porque ella vino, en su tiempo, desde los confines

de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, mientras que esta generación, que me tiene presente, y

siendo Yo mucho más que Salomón, no quiere oírme, y me persigue y me arroja como a un leproso y a

un pecador. También los ninivitas, que se convirtieron con la predicación de un hombre, se alzarán en

el día del Juicio contra la generación malvada que no se convierte al Señor su Dios. Yo soy más que

un hombre, aunque se tratara de Jonás o cualquier otro Profeta. ■ Por esto, daré la señal de Jonás

a quien pide una señal sin posibles equívocos. Una y única señal daré a quien no dobla la frente

proterva ante las pruebas ya dadas de vidas que renacen por voluntad mía. Daré todas las señales:

tanto la de un cuerpo en descomposición que regresa a la vida vivo e íntegro, como la de un Cuerpo

que por Sí solo se resucita, porque a su Espíritu le es dada la plenitud del poder. Mas éstas no serán

gracias. No significarán aligeramiento de la situación. Ni aquí ni en los libros eternos. Lo escrito,

escrito está. Y, como piedras para una próxima lapidación, las pruebas se amontonarán: contra Mí,

para perjudicarme sin lograrlo; contra ellos, para arrastrarlos eternamente con la condena que Dios

reservó a los incrédulos malvados. ■ A esta señal de Jonás me refería. ¿Tenéis más cosas que

preguntar?”. Los de Quedes: “No, Maestro. Se lo comunicaremos a nuestro jefe de la sinagoga,

Matías, que ha juzgado la señal prometida con juicio muy cercano a la verdad”. Jesús: “Matías es

un justo. La verdad se revela a los justos como se revela a estos inocentes, que mejor que

nadie saben quién soy Yo”. (Escrito el 28 de Noviembre de 1945).

········································· 1 Nota : Cfr. Lc. 11,29-32; Mt. 12,38-42.

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. --------------------000--------------------

(<Jesús con los apóstoles y discípulos se dirige de Cesarea de Filipo hacia Nazaret. Aceleran la marcha

ilusionados de encontrarse pronto con María, Madre de Jesús. Cada apóstol ha ido cantando las

excelencias de María>). .

5-346-295 (6-34-207).- Primer anuncio de la Pasión y reprensión a Pedro (1).- “Yo soy el

Camino, la Verdad y la Vida”.

* “En la hora tremenda del tormento aparecerá el significado del nombre «María»”.-“Dos

serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la Humanidad; la Humanidad, con

sus continuos pecados”.- ■ Mateo añade: “Creo que todos estamos enamorados de Ella. ¡Un

amor tan alto, tan celestial!... como solo Ella puede inspirarlo. Y el alma ama completamente su

alma, la mente ama y admira su inteligencia, el ojo mira y se regocija en su belleza pura que

satisface sin ansias, así como cuando se contempla una flor... ¡María, la Belleza de la tierra y,

creo, la Belleza del Cielo...!”. Felipe dice: “¡Tienes razón! Todos vemos en María cuanto de

más dulce hay en la mujer. ¡Qué pura es! ¡Qué madre tan querida! No se sabe si se le ama por

una u otra cualidad...”. Y Pedro concluye: “Se le ama porque es «María». ¡Esta es la razón!”.

Jesús que los ha escuchado hablar dice: “Todos habéis hablado bien. Muy bien ha dicho Simón

Pedro. A María se le ama porque es «María». Os dije, cuando íbamos a Cesarea que solo los que

unan una fe perfecta a un amor perfecto llegarán a saber el verdadero significado de las

palabras: «Jesús, el Mesías, el Verbo, el Hijo de Dios y el Hijo del Hombre». Pero ahora os digo

que hay otro nombre denso en significados. Y es el de mi Madre. Solo aquellos que unan una fe

perfecta a un amor perfecto llegarán a conocer el verdadero significado del nombre «María», de

la Madre del Hijo de Dios. Y el verdadero significado empezará a aparecer claro para los

verdaderos creyentes y para los verdaderos amantes en la hora tremenda de tormento, cuando

la Madre sea sometida a suplicio con su Hijo, cuando la Redentora redima con el Redentor, a los

ojos de todo el mundo y por todos los siglos de los siglos”. Bartolomé, mientras se han detenido

en las márgenes de un río en el que beben muchos discípulos, pregunta: “¿Cuándo?”. Jesús le

responde evasivo: “Detengámonos a compartir del pan. El sol está en el zenit. Por la tarde

habremos llegado al lago de Merón y podremos acortar el camino con unas barcas”. ■ Se

sientan todos sobre la hierba tierna y tibia, de las orillas del arroyo. Juan dice: “Es una pena

aplastar estas delicadas florecillas. Parecen pedacitos de cielo caído aquí sobre los prados”. Hay

centenares y centenares de miosotis. Santiago su hermano le consuela: “Mañana renacerán más

bellos. Están para servir de sala de banquete a su Señor”. Jesús ofrece y bendice los alimentos.

Todos alegremente comen. Los discípulos, como si fuesen girasoles, miran en dirección de

Jesús, que está sentado en el centro de la fila de sus apóstoles. ■ Pronto terminan de comer. Los

condimentos fueron la tranquilidad y el agua pura. Pero como Jesús se queda sentado, nadie se

mueve, y los discípulos dejando su lugar se acercan más para oír lo que dice Jesús, a quien los

apóstoles le hacen preguntas, sobre todo acerca de lo que dijo en torno a su Madre. “Sí. Porque

el ser Madre de mi carne, ya sería digno de alabanza. Fijaos que se recuerda a Ana de Elcana

como madre de Samuel, y él era solo un profeta; pues bien, su madre es recordada por haberle

engendrado. Por lo tanto, ya María sería recordada, y con altísimas alabanzas, por haber dado al

mundo a Jesús, el Salvador. Pero ello sería poco, respecto a cuanto Dios exige de Ella para

completar la medida exigida para la redención del mundo. Jamás María defraudará el deseo

de Dios. Desde las exigencias de amor total hasta las de sacrificio total. Ella se ha entregado y

se entregará. Y, cuando Ella haya consumado el más grande de los sacrificios, conmigo, por Mí,

a favor del mundo, entonces los verdaderos fieles y los verdaderos amantes comprenderán el

verdadero significado de su Nombre. A todo creyente verdadero y amante en el transcurso de

los siglos, se le concederá saber el nombre de la gran Madre, de la Santa Engendradora que

alimentará en los siglos a los hijos del Mesías con su llanto, para que crezcan para la vida

celestial”. Iscariote pregunta: “¿Llanto, Señor? ¿Deberá llorar tu Madre?”. Jesús: “Toda madre

llora, y la mía más que todas”. Iscariote: “¿Por qué? Yo hice llorar algunas veces a la mía,

porque no siempre he sido un buen hijo, ¡pero Tú! Tú jamás has causado ninguna pena a tu

Madre”. Jesús: “Así es. Efectivamente, como Hijo suyo, nunca le causo aflicción alguna, pero

se la daré como Redentor. Dos serán la causa de que mi Madre llore: Yo, salvando a la

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Humanidad; la Humanidad, con sus continuos pecados. Todo hombre que haya vivido, que vive,

o que vivirá, cuesta lágrimas a mi Madre”. Santiago de Zebedeo, sorprendido, pregunta: “Pero

¿por qué?”. Jesús: “Porque cada hombre para redimirle me cuesta torturas”.

* “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, porque es Hijo de Dios,

sí, pero también Redentor del hombre... moriré en un patíbulo y 3 días después

resucitaré”.- ■ Bartolomé pregunta: “¿Mas cómo puedes decir esto de los que ya han muerto o

no han nacido todavía? Te harán sufrir los que viven, los escribas, fariseos, saduceos con sus

acusaciones, celos, mala voluntad, pero más no”. Jesús: “También mataron a Juan Bautista... y

no es el único profeta a quien Israel haya matado, ni es el único sacerdote de la Voluntad eterna

matado por causa del odio de los que no obedecen a Dios”. Judas Tadeo dice: “Pero Tú eres más

que un profeta y que el mismo Juan Bautista, tu precursor. Tú eres el Verbo de Dios, la mano de

Israel no se levantará contra Ti”. Jesús: “¿Lo crees hermano? ¡Estás equivocado!”. Judas Tadeo,

excitado, se pone de pie: “¡No, no puede ser! ¡No puede suceder! ¡Dios no lo permitirá! ¡Sería

degradar para siempre a su Mesías!”. También Jesús le imita. Le mira en la cara que ha

palidecido, en los ojos sinceros. Poco a poco dice: “¡Y sin embargo así será!” y baja el brazo

derecho, que le tenía alzado, como jurando. ■ Todos se ponen de pie, se estrechan contra Él, una

corona de caras adoloridas, pero todavía incrédulas. Murmullos van y vienen entre el grupo:

“Cierto... si fuera así... Tadeo tendría razón”. “Lo que le sucedió al Bautista fue una cosa mala,

pero le exaltó al hombre, héroe hasta el final; ¡si le sucediese eso al Mesías, sería disminuirle!”.

“¡El Mesías puede ser perseguido, pero no humillado!”. “¡La unción de Dios permanece sobre

Él!”. “¿Quién podría creer en Ti, si te viesen a merced de los hombres?”. “Nosotros no lo

permitiremos”. El único que no habla es Santiago de Alfeo. Su hermano le ataca, diciendo:

“¿No hablas tú? ¿No te mueves? ¿No oyes? ¡Defiende al Mesías contra Sí mismo!”. Santiago,

por toda respuesta, se lleva las manos a la cara, y se hace a un lado llorando. Su hermano Tadeo

exclama: “¡Es un necio!”. Hermasteo le replica: “Tal vez menos de lo que te imaginas”. Y

continúa: “Ayer al explicar el Maestro la profecía, habló de un cuerpo corrupto que se reintegra,

y de otro que se resucita. Pienso que nadie puede resucitar si no ha muerto”. Tadeo, a quien

muchos dan la razón, objeta: “Pero se puede morir de muerte natural, por vejez. ¡Y eso ya sería

mucho para el Mesías!”. Zelote observa: “Está bien, pero entonces no sería una señal dada a esta

generación, que es mucho más vieja que Él”. Tadeo, obstinado en su amor y su respeto, replica:

“¡Ya! Pero no está claro que hable de Sí mismo”. Isaac interviene con tono seguro: “Ninguno

que no sea el Hijo de Dios puede resucitarse a Sí mismo, como tampoco ninguno que no sea el

Hijo de Dios puede nacer como Él nació. ¡Os lo digo, yo que vi su gloria cuando nació!”. Jesús,

con los brazos cruzados, los ha escuchado mirándolos a medida que hablaban. Ahora hace la

señal de que quiere hablar: “El Hijo del hombre será entregado en mano de los hombres,

porque es Hijo de Dios, sí, pero también el Redentor del hombre; y no hay redención sin

sufrimiento. Mi sufrimiento será corporal, en la carne y en la sangre, para reparar los pecados

de la carne y de la sangre. Será moral para reparar los pecados de la inteligencia y las pasiones.

Será espiritual para reparar las culpas del corazón. Será completa. Por lo tanto, a la hora

establecida, me prenderán en Jerusalén, y después de haber sufrido mucho a manos de los

ancianos y sumos sacerdotes, escribas y fariseos, seré condenado a una muerte infame. Y Dios

lo permitirá porque así debe ser, pues soy Yo el Cordero de expiación por los pecados del

mundo. En medio de un mar de angustia, compartida por mi Madre y por otros pocos, moriré en

un patíbulo, y tres días después, por mi voluntad divina, resucitaré a una vida eterna y gloriosa

como Hombre y volveré a ser: Dios en el Cielo con el Padre y el Espíritu. Pero antes deberé

padecer toda clase de afrentas y que mi corazón se vea atravesado por la Mentira y el Odio”.

* Reprensión a Pedro.- ■ Un coro de gritos escandalizados se levanta por el aire tibio y

perfumado de primavera. Pedro, con una cara desencajada y escandalizada también, toma a

Jesús del brazo, le separa un poco y le dice en voz baja al oído: “¡Pero, Señor...! No digas esto.

No está bien. ¿Lo ves? Se escandalizan. Decaes del concepto en que te tienen. ¡Por ninguna

cosa del mundo debes permitir esto! Es verdad que una cosa semejante no te sucederá nunca

¿por qué pensarla como si fuera verdadera? Debes subir cada vez más en el concepto de los

hombres, si quieres demostrar lo que eres; y debes acabar, y sería lo mejor, con un último

milagro, como el de reducir a cenizas a tus enemigos. ¡Pero jamás humillarte hasta ser igual a

un malhechor común!”. Pedro parece un maestro o un padre afligido que regañe amorosamente

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a su hijo que ha cometido algún error. ■ Jesús, que estaba un poco agachado para escuchar las

palabras de Pedro, se yergue severo, con ira en los ojos, y grita en voz alta, para que todos oigan

la dura lección que va a dar: “¡Lárgate de aquí, tú que en estos momentos eres un Satanás que

me aconseja a no obedecer a mi Padre! ¡Para esto he venido! ¡No para los honores! Al

aconsejarme a ser soberbio, a desobedecer y a no tener caridad, tratas de seducirme al mal.

¡Largo! ¡Eres para mí motivo de escándalo! No comprendes que la grandeza no está en los

honores, sino en el sacrificio, y que nada importa aparecer como un gusano a los ojos de los

hombres si Dios nos tiene como a ángeles. ¡Tú, hombre ignorante, no comprendes lo que es la

grandeza de Dios y sus motivos! Ves, juzgas, opinas, hablas según lo que es mundo”.

* “Quien recibe mucho, mucho debe dar”.- ■ El pobre Pedro queda aniquilado bajo el

regaño severo. Se separa, apenado, y rompe a llorar. No es el llanto gozoso de pocos días antes,

sino el sollozo desolado de quien comprende haber ofendido a quien se ama. Jesús le deja que

llore. Se separa, se levanta un poco el vestido y pasa a pie el río. Los demás le siguen en

silencio. Nadie se atreve a decir una palabra. En la cola viene el pobre Pedro. En vano tratan de

consolarle Isaac y Zelote. Andrés se vuelve una y otra vez a verle, y luego dice algo a Juan que

también está afligido; pero Juan mueve su cabeza en señal de negación. Entonces Andrés se

decide. Corre adelante. Alcanza a Jesús. Le llama suavemente, con voz temblorosa: “¡Maestro!

¡Maestro!”. Jesús le deja que le llame así varias veces. Finalmente se vuelve severo y pregunta:

“¿Qué quieres?”. Andrés: “Maestro, mi hermano está afligido... viene llorando...”. Jesús: “Se lo

ha merecido”. Andrés: “Es verdad, Señor. Pero él no deja de ser humano... No puede hablar

siempre bien”. Jesús responde: “¡Efectivamente, hoy ha hablado mal!”. Pero a Jesús se le ve

menos severo, y una pincelada de sonrisa brilla en sus ojos divinos. Andrés toma confianza, y

empieza a perorar a favor de su hermano. “Tú eres justo y sabes que el amor por Ti hizo que se

equivocara...”. Jesús: “El amor deber ser luz, no oscuridad. Lo convirtió en oscuridad, y en

ella se envolvió su espíritu”. Andrés: “¡Tienes razón! Pero las vendas pueden quitarse cuando

se quiera. No es lo mismo que tener el espíritu oscuro. Las vendas son lo externo; el espíritu es

lo interno, el núcleo vivo... El interior de mi hermano es bueno”. Jesús: “Que se quite las vendas

en que se ha envuelto”. Andrés: “Ciertamente que lo hará, Señor. Ya lo está haciendo. Vuélvete

y mira lo desfigurado que está por el llanto que no consuelas Tú. ¿Por qué eres duro con él?”.

Jesús: “Porque él tiene el deber de ser «el primero» así como le he dado el honor de serlo.

Quien mucho recibe, mucho debe dar...”. Andrés: “¡Oh, Señor, es verdad! ¿Pero no te acuerdas

de María, la hermana de Lázaro? ¿De Juan de Endor? ¿De Aglae? ¿De la Bella de Corazaín?

¿De Leví? A estos les diste todo... y ellos todavía te habían dado solo la intención de

redimirse... ¡Señor!... Atendiste mi súplica por la Bella de Corazaín y por Aglae... ¿No vas a

escucharme por tu Simón, mi hermano, que pecó por el amor que te tiene?”. Jesús baja sus ojos

sobre Andrés que cada vez más aboga por su hermano, como lo hizo en privado por Aglae y la

Bella de Corazaín. Resplandece su rostro de alegría: “Ve a llamar a tu hermano” dice “y

tráemelo aquí”. Andrés: “¡Oh, gracias, Señor mío! Voy...” y corre cual un ciervo. ■ Andrés le

dice a Pedro: “¡Ven, Simón! El Maestro no está ya irritado contigo. Ven, que te lo quiere decir”.

Pedro: “¡No, no! Tengo vergüenza... Hace demasiado poco que me ha reprendido... Tal vez

quiera reprenderme otra vez...”. Andrés: “¡Qué mal le conoces! ¡Venga, ven! ¿Crees que te

llevaría para eso? Si no estuviera cierto que te espera allí una alegría, no insistiría. ¡Ven!”.

Pedro: “¡Pero qué voy a decirle!”. Y lo dice mientras se pone en marcha un poco contra su

voluntad, frenado por su debilidad humana, empujado por su corazón que no puede estar sin la

bondad de Jesús y sin su amor. “¿Qué voy a decirle?”, sigue preguntando. Su hermano, para

darle ánimos, le dice: “¡Nada! ¡Muéstrale tu cara, y será suficiente!”. Todos los discípulos, a

medida que los dos hermanos los van adelantando, los miran y sonríen, comprendiendo lo que

sucede. Llegan donde Jesús. Pero Pedro, al último momento, se detiene. Andrés no anda con

chiquitas. Le empuja fuertemente, como hace con su barca para empujarla al lago. Jesús se

detiene. Pedro levanta su cara. Jesús le ve. Se miran... Dos lágrimas gruesas ruedan por las

mejillas enrojecidas. Jesús le dice: “¡Acércate, muchacho tonto, para que como un padre te

seque esas lágrimas!”. Y Jesús levanta su mano donde todavía puede verse la cicatriz de la

pedrada de Giscala, y con sus dedos seca esas dos lágrimas. Pedro le dice: “¡Oh, Señor! ¿Me

perdonas?”. Y le pregunta temblando, apretando la mano de Jesús entre la suyas y mirándole

con esos ojos de fidelidad, que piden perdón, que anhelan por el perdido amor. Jesús: “No he

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dicho que estabas condenado...”. Pedro: “Pero antes...”. Jesús: “Te he amado. Es amor no

permitir que en ti arraiguen desviaciones de sentimiento y de pensamiento. ¡Debes ser el

primero en todo, Simón Pedro!”. Pedro: “Entonces... entonces ¿todavía me quieres? ¿De veras?

No es que apetezca el primer puesto, ¿sabes? Me basta con el último, con tal de estar contigo, a

tu servicio... y morir por tu causa ¡Señor, Dios mío!”. Jesús le pasa el brazo por encima de los

hombros y le estrecha contra su costado. Entonces Simón que no ha soltado la mano de Jesús, se

la cubre de besos... feliz, y en voz suave dice: “¡Cuánto he sufrido! ¡Gracias... Jesús!”. Jesús:

“Da gracias a tu hermano. Y para el futuro aprende a llevar tu peso con justicia y heroísmo.

Esperemos a los otros. ¿Dónde están?”.

* “He venido para ser Camino, Verdad y Vida. Quien responde a mi llamada para redimir

al mundo debe estar dispuesto a morir para dar vida a otros, a negarse a sí mismo, a

destruir su viejo yo”.- ■ Los demás están parados en el lugar en que se encontraban cuando

Pedro alcanzó a Jesús, para dejar libertad al Maestro de hablar a su apenado discípulo. Ahora les

hace señas de que se acerquen. Con ellos hay un grupito de campesinos que habían dejado su

trabajo para venir a hacer preguntas a los discípulos. Jesús, siempre con su mano sobre el

hombro de Pedro, dice: “Por lo que ha sucedido podéis comprender que es cosa dura estar a mi

servicio. Le he reprendido a él. Pero la corrección era para todos. Porque los mismos

pensamientos había en casi todos los corazones. De este modo los he cortado, y quien todavía

los cultiva, da muestras de no comprender mi doctrina, mi misión, mi Persona. ■ He venido para

ser Camino, Verdad, Vida. Os doy la Verdad con lo que enseño. Os allano el Camino con mi

sacrificio, os lo trazo, os lo señalo. Pero mi Vida os la doy con mi muerte. Recordad que quien

responde a mi llamamiento y se pone en mis filas para cooperar a la redención del mundo debe

estar dispuesto para morir, para dar a otros la vida. Por esto quien quiera venir detrás mío debe

estar dispuesto a negarse a sí mismo, a destruir el viejo ser suyo con sus pasiones, tendencias,

costumbres, tradiciones, pensamientos, y seguirme con su nuevo ser. Tome cada uno su cruz

como Yo la tomaré. Tómela aunque le parezca demasiado infamante. Deje que el peso de su

cruz aplaste su ser humano para dejar libre su ser espiritual, al cual la cruz no produce horror;

antes al contrario, le es apoyo y objeto de veneración, porque el espíritu sabe y recuerda. Y que

me siga con su cruz. ¿Que al final del camino le espera una muerte ignominiosa como me espera

a Mí? ¡No importa! No se aflija; antes al contrario, llénese de júbilo por ello, porque la

ignominia de la tierra se transformará en grande gloria en el Cielo, mientras que será un

deshonor el haber sido cobardes frente a los heroísmos espirituales”.

* “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si luego pierde su alma?”.- Lo que será

«vivir» (seguirle por un camino áspero, pero santo y glorioso) o «morir» (seguir los

caminos del mundo y de la carne como también avergonzarse de sus palabras y acciones).-

■ Jesús. “Siempre andáis diciendo que me seréis fieles hasta la muerte. Seguidme entonces, os

conduciré al Reino por un camino áspero, pero santo y glorioso, al final del cual conquistaréis la

Vida eternamente inmutable ¡Esto será «vivir»! Por el contrario, seguir los caminos del mundo

y de la carne es «morir». De modo que quien quiera salvar su vida en esta tierra la perderá, mas

aquel que pierda su vida en esta tierra por causa mía y por amor a mi Evangelio la salvará.

Pensad en esto ¿de qué le servirá al hombre ganar todo el mundo, si luego pierde su alma? ■ Y

otra cosa: guardaos bien, ahora y en el futuro, de avergonzaros de mis palabras y acciones.

Esto también será «morir». Porque quien se avergüence de Mí y de mis palabras ante esta

generación necia, adúltera y pecadora, de la que he hablado, y, esperando recibir su protección y

provecho, la adule renegando de Mí y de mi Doctrina, arrojando mis palabras a las bocas

inmundas de los cerdos y perros, para recibir a cambio excrementos en lugar de dinero, será

juzgado por el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre, con sus ángeles y santos,

a juzgar al mundo. Él entonces se avergonzará de estos adúlteros y fornicadores, de estos

cobardes y usureros y los arrojará fuera de su Reino, porque no hay lugar en la Jerusalén celeste

para adúlteros, cobardes, fornicadores, blasfemos y ladrones. Y en verdad os digo que algunos

de mis discípulos y discípulas aquí presentes no morirán antes de haber visto la fundación del

Reino de Dios, y ungido y coronado a su Rey”. ■ Mientras el sol desciende lentamente en el

cielo, ellos reprenden la marcha, hablando animadamente entre sí. (Escrito el 30 de Noviembre

de 1945).

·········································

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1 Nota : Cfr. Mt. 16,21-28; Mc. 8,31-9,1; Lc. 9,22-27.

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5-349-319 (6-37-228 ).- La Transfiguración en el monte Tabor (1).

* Preliminar.- Escrito el 3 de Diciembre de 1945. “Voy a unirme con mi Padre”.- ■ Van

Jesús, los apóstoles y los discípulos --está con ellos también Simón de Alfeo-- en dirección

sureste, superando las colinas que hacen de corona a Nazaret, atravesando un arroyo y una

llanura estrecha situada entre las colinas nazarenas y un grupo de montes hacia el Este. Estos

montes están precedidos por el cono semitruncado del Tabor, cuya cima, curiosamente, me

recuerda, vista de perfil, la punta del gorro de nuestra policía nacional. Llegan al monte. Jesús

se para y dice: “Pedro, Juan y Santiago de Zebedeo subirán conmigo al monte. Vosotros

diseminaos por la base, separándoos hacia los caminos que la bordean, y predicad al

Señor. Al atardecer quiero estar de nuevo en Nazaret, así que no os alejéis mucho. La paz

sea con vosotros”. Y, volviéndose a los tres que había nombrado, dice: “Vamos”. Y empieza a

subir sin volverse ya, y con un paso tan rápido, que pone a Pedro en dificultad para seguirle. En

un alto que hacen, Pedro, rojo y sudado, le pregunta con respiración afanosa: “¿Pero a dónde

vamos? No hay casas en el monte. En la cima, aquella vieja fortaleza. ¿Quieres ir a

predicar allí?”.Jesús: “Habría subido por la otra vertiente. Como puedes ver, le vuelvo

las espaldas. No vamos a ir a la fortaleza, y quien esté en ella ni siquiera nos verá. Voy a unirme

con mi Padre. He querido teneros conmigo porque os amo. ¡Venga, ligeros!”. Pedro: “¡Oh, mi

Señor! ¿Y no podríamos ir un poco más despacio, y hablar de lo que oímos y vimos ayer, que

nos ha tenido despiertos toda la noche para comentarlo?”. Jesús: “A las citas con Dios hay

que ir siempre sin demora. ¡Ánimo, Simón Pedro! Que arriba os permitiré que

descanséis”. Y reanuda la subida....

Dice Jesús: “Introducid aquí la Transfiguración del 5 de agosto de 1944, pero sin el

dictado que la acompañaba. Una vez terminada la transcripción de la Transfiguración del

año pasado, el P Migliorini copiará esto que ahora te muestro”.

* “Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”.- ■ Estoy con mi Jesús en un alto monte.

Con Jesús están Pedro, Santiago y Juan. Suben más alto todavía y la mirada se expande por

dilatados horizontes que un hermoso día sereno hace detalladamente nítidos hasta en las

zonas más lejanas. El monte no forma parte de un sistema montañoso como el de Judea; se

yergue aislado, teniendo, respecto al lugar en que nos encontramos, el Oriente de frente, el

Norte a la izquierda, el Sur a la derecha, y, detrás, al Oeste, la cima, que se alza aún a

unos centenares de pasos. Es muy alto, y la mirada puede ver libremente en un vasto radio.

El lago de Genesaret parece un trozo de cielo engastado en el verde de la tierra, una

turquesa oval encerrada entre esmeraldas de distintas tonalidades; un espejo que tiembla,

que se riza con el viento leve y por el que se deslizan, con agilidad de gaviotas, las

barcas con sus velas desplegadas, ligeramente inclinadas hacia la superficie azulina, con

la misma gracia del vuelo cándido de una gaviota cuando sigue el curso de la onda en

busca de presa. Luego, de la vasta turquesa sale una vena, de un azul más pálido en los

lugares donde el arenal es más ancho, y más oscuro donde las orillas se estrechan y el agua

es más profunda y opaca por la sombra que proyectan los árboles que crecen vigorosos junto

al río, nutridos con su linfa. El Jordán parece una pincelada casi rectilínea en la verde llanura. A

uno y otro lado del río, diseminados por la llanura, hay unos pueblecillos. Algunos de ellos

son realmente un puñado de casas, otros son más grandes, ya con aire de pequeñas ciudades.

Las vías de comunicación no son más que líneas amarillentas entre el verdor. Pero aquí, en la

parte del monte, la llanura está mucho más cultivada y es mucho más fértil, muy bonita. Se

ve a los distintos cultivos, con sus distintos colores, sonreír al bonito sol que desciende del cielo

sereno. Debe ser primavera, quizás marzo, si calculo la latitud de Palestina porque veo ya el

trigo ya crecido, aunque todavía verde, ondear como un mar glauco, y veo a los penachos de los

más precoces de entre los árboles frutales con sus frutos en sus extremidades como

nubecillas blancas y róseas sobre este pequeño mar vegetal, y luego prados enteramente

florecidos, por los altos henos, sobre los cuales las ovejas van comiendo su cotidiano

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alimento. Al pie del monte, en las colinas que constituyen su base --bajas y breves colinas-

-, hay dos pequeñas ciudades, una hacia el Sur, la otra hacia el Norte. La llanura

ubérrima se extiende especial y más ampliamente hacia el Sur. ■ Jesús, después de una

breve pausa al fresco de un puñado de árboles (pausa que, sin duda, ha sido concedida

por piedad hacia Pedro, que en las subidas se cansa visiblemente), reanuda la ascensión. Sube

casi hasta la cima, hasta un rellano herboso con un semicírculo de árboles hacia la parte de la

ladera. Jesús: “Descansad, amigos. Yo voy allí a orar”. Y señala con la mano una

voluminosa roca que sobresale del monte y que se encuentra, por tanto, no hacia la ladera

sino hacia dentro, hacia la cima.

* Transfiguración. ■ Jesús se arrodilla en la tierra cubierta de hierba y apoya las manos

y la cabeza en la roca, en la postura que tomará también en la oración del Getsemaní. El sol no

incide en Él, porque la cima le resguarda. Pero el resto de la explanada de hierba está bañada

toda de alegre sol, hasta el límite de la sombra que proyectan los árboles a cuya sombra se han

sentado los apóstoles. Pedro se quita las sandalias y las sacude para quitar el polvo y las

piedrecitas, y se queda así, descalzo, con sus pies cansados entre la hierba fresca, casi

echado, apoyada la cabeza, como almohada, en un montón de hierba. Santiago hace lo

mismo, pero, para estar cómodo, busca un tronco de árbol; en él apoya su manto, y en el

manto la espalda. Juan permanece sentado, observando al Maestro. Pero la calma del lugar, el

vientecillo fresco, el silencio y el cansancio le vencen a él también, y se le caen: sobre el pecho,

la cabeza; sobre los ojos, los párpados. Ninguno de los tres duerme profundamente; están en ese

estado de somnolencia veraniega que atonta. ■ Los despabila una luminosidad tan viva, que

anula la del sol y se esparce y penetra hasta debajo del follaje de los matorrales y árboles

bajo los cuales se han puesto. Abren, estupefactos, los ojos, y ven a Jesús transfigurado.

Es ahora como le veo en las visiones del Paraíso, tal cual. Naturalmente, sin las Llagas y sin la

señal de la Cruz. Pero la majestad del Rostro y del Cuerpo es igual; igual por su

luminosidad, igual por el vestido que, de un rojo oscuro, se ha transformado en un tejido

de diamantes, de perlas, en un tejido inmaterial, cual lo tiene en el Cielo. Su Rostro es un

sol esplendidísimo, en el cual centellean sus ojos de zafiro. Parece más alto aún, como si su

glorificación hubiera aumentado su estatura. No sabría decir si la luminosidad, que pone incluso

fosforescente el rellano, proviene enteramente de Él, o si sobre la suya propia se une toda la

luz que hay en el universo y en los cielos. Solo sé que es algo indescriptible. Jesús está ahora

de pie; bueno, diría incluso que está levantado del suelo, porque entre Él y la hierba del

prado hay como un río de luz, un espacio constituido únicamente por una luz, sobre la cual

parece erguirse Él. Pero es tan viva, que puedo decir que el verdor de la hierba desaparece

bajo las plantas de Jesús. Es de un color blanco, incandescente. Jesús tiene el Rostro alzado

hacia el cielo y sonríe como respuesta a la visión que tiene ante Sí. Los apóstoles sienten casi

miedo y le llaman, porque ya no les parece que sea su Maestro, de tanto como está

transfigurado. “Maestro, Maestro” dicen bajo, pero con ansia. Él no oye. Pedro dice

temblando: “Está en éxtasis. ¿Qué estará viendo?”. Los tres se han puesto en pie. Querrían

acercarse a Jesús, pero no se atreven. ■ La luz aumenta todavía más, debido a dos llamas que

bajan del cielo y se colocan a ambos lados de Jesús. Una vez asentadas en el rellano, se abre su

velo y aparecen dos majestuosos y luminosos personajes. Uno, más anciano, de mirada

penetrante, severa y con barba larga partida en dos. De su frente salen cuernos de luz que me

dicen que es Moisés. El otro es más joven, delgado, barbudo y velloso, aproximadamente como

el Bautista, al cual yo diría que se asemeja por estatura, delgadez, formación corporal y

severidad. Mientras que la luz de Moisés es blanca como la de Jesús, especialmente en los rayos

de la frente, la que emana de Elías es solar, de llama viva. Los dos Profetas toman una postura

reverente ante su Dios Encarnado, y, aunque Él les hable con familiaridad, ellos no abandonan

esa su postura reverente. No comprendo ni siquiera una de las palabras que dicen. Los tres

apóstoles caen de rodillas temblando, cubriéndose el rostro con las manos. Querrían ver, pero

tienen miedo. ■ Por fin Pedro habla: “Maestro, Maestro, óyeme”. Jesús vuelve la mirada

sonriente hacia su Pedro, el cual recobra vigor y dice: “Es hermoso estar aquí contigo, con

Moisés y con Elías. Si quieres hacemos tres tiendas, para Ti, para Moisés y para Elías, y

nosotros os servimos...”. Jesús vuelve a mirarle y sonríe más vivamente. Mira también a Juan y

a Santiago: una mirada que los abraza con amor. También Moisés y Elías miran a los tres

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349.6

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fijamente. Sus ojos centellean. Deben de ser como rayos que atraviesan los corazones. Los

apóstoles no se atreven a decir nada más. Atemorizados, callan. Dan la impresión de

personas un poco ebrias, como personas aturdidas. Pero, cuando un velo, que no es niebla,

que no es nube, que no es rayo, envuelve y separa a los Tres gloriosos detrás de un resplandor

aún más vivo, escondiéndoles a la mirada de los tres, y una Voz potente y armónica vibra y

llena de sí el espacio, los tres caen con el rostro contra la hierba. “Éste es mi Hijo amado, en

quien encuentro mis complacencias. Escuchadle”. Pedro, al arrojarse rostro en tierra, exclama:

“¡Misericordia de mí que soy un pecador! ¡Es la Gloria de Dios que está descendiendo!”.

Santiago

no dice nada. Juan susurra, con un suspiro, como si estuviera próximo a

desmayarse: “¡El Señor habla!”. ■ Ninguno se atreve a levantar la cabeza, ni siquiera

cuando el silencio se hace de nuevo absoluto. No ven, por esto, que la luz solar ha vuelto a

su estado, que Jesús está solo, de nuevo el Jesús de siempre, con su vestido rojo oscuro. Se

dirige a ellos, sonriendo; los mueve y toca y llama por su nombre. Jesús dice: “Alzaos. Soy

Yo. No temáis”, porque los tres no se atreven a levantar la cara e invocan misericordia para sus

pecados, temiendo que sea el Ángel de Dios queriendo mostrarles al Altísimo. Jesús repite con

tono imperioso: “Alzaos. Os lo ordeno”. Alzan el rostro y ven a Jesús sonriente. Pedro exclama:

“¡Oh, Maestro, Dios mío! ¿Cómo vamos a vivir a tu lado, ahora que hemos visto tu gloria?

¿Cómo vamos a vivir en medio de los hombres, y nosotros, hombres pecadores, ahora que

hemos oído la voz de Dios?”. Jesús: “Deberéis vivir conmigo y ver mi gloria hasta el final.

Sed dignos de ello, porque el tiempo está próximo. Obedeced al Padre mío y vuestro.

Volvemos ahora con los hombres, porque he venido para estar con ellos y para llevarlos a

Dios. Vamos. Sed santos en recuerdo de esta hora, fuertes, fieles. Participaréis en mi más

completa gloria. Pero no habléis ahora de esto que habéis visto a nadie, ni siquiera a vuestros

compañeros. Cuando el Hijo del hombre resucite de entre los muertos y vuelva a la gloria

del Padre, entonces hablaréis. Porque entonces será necesario creer para tener parte en mi

Reino”.

* “¿No tiene que venir Elías?”.- ■ Pedro pregunta: “¿Pero no tiene que venir Elías para

preparar tu Reino? Los rabíes dicen eso”. Jesús: “Elías ha venido ya y ha preparado los

caminos al Señor. Todo sucede como ha sido revelado. Pero los que enseñan la Revelación

no la conocen ni la comprenden, y no ven ni reconocen los signos de los tiempos ni a los

enviados de Dios. Elías ha vuelto una vez. Vendrá la segunda cuando esté cercano el último

tiempo, para preparar a los últimos para Dios. Ahora ha venido para preparar a los

primeros para Cristo, y los hombres no le han querido reconocer, le han hecho sufrir y le han

matado. Lo mismo harán con el Hijo del hombre, porque los hombres no quieren reconocer lo

que es su bien”. Los tres agachan la cabeza pensativos y tristes, y bajan con Jesús por el mismo

camino por el que han subido.

. (Continúa la narración comenzada el 3 de Diciembre de 1945)

* “María, la Sin Mancha, no podía tener miedo de Dios”.- “Me he mostrado porque

os he querido fortalecer para aquella hora y para siempre, con un conocimiento

anterior de lo que seré después de la Muerte y Muerte de suplicio”.- ■ ... Y es otra vez

Pedro el que, en un alto a mitad del camino, dice: “¡Ah, Señor! Yo también digo como tu

Madre ayer: «¿Por qué nos has hecho esto?», y también digo: «¿Por qué nos has dicho esto?».

¡Tus últimas palabras han borrado de nuestro corazón la alegría de la gloriosa visión!

¡Ha sido un día de grandes miedos! Primero, el miedo de la gran luz que nos ha despertado,

más fuerte que si el monte ardiera, o que si la luna hubiera bajado a resplandecer al rellano ante

nuestros ojos; luego tu aspecto, y el hecho de separarte del suelo como si estuvieras para echar a

volar y marcharte. He tenido miedo de que Tú, disgustado por las iniquidades de Israel,

volvieras a los Cielos, quizás por orden del Altísimo. Luego he tenido miedo de ver aparecer a

Moisés, al que los suyos de su tiempo no podían ver ya sin velo, de tanto como resplandecía

en su rostro el reflejo de Dios, y todavía era hombre, mientras que ahora es espíritu

bienaventurado y encendido de Dios; y a Elías... ¡Misericordia divina! He pensado que

había llegado a mi último momento, y todos los pecados de mi vida, desde cuando robaba

de pequeño la fruta de la despensa hasta el último de haberte aconsejado mal hace unos

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días, me han venido a la mente. ¡Con qué temblor me he arrepentido! Luego me dio la impre-

sión de que me amaban esos dos justos... y he tenido la intrepidez de hablar. Pero incluso su

amor me producía miedo, porque no merezco el amor de semejantes espíritus. ¡Y después...

después!... ¡El miedo de los miedos! ¡La voz de Dios!... ¡Yeohveh ha hablado! ¡A nosotros! Nos

ha dicho: «¡Escuchadle!». Tú. Y te ha proclamado «su Hijo amado en el cual Él se complace».

¡Qué miedo! ¡Yeohveh!... ¡A nosotros!... ¡Verdaderamente sólo tu fuerza nos ha mantenido en

vida!... Cuando nos has tocado y tus dedos ardían como puntas de fuego, he sentido el último

momento de terror. He creído que era la hora de ser juzgado y que el Ángel me tocaba para

tomar mi alma y llevársela al Altísimo... ■ ¡Pero, ¿cómo pudo tu Madre ver... oír... vivir en

definitiva, ese momento del que hablaste ayer, sin morir, Ella que estaba sola, siendo

jovencita aún, sin Ti?!”. Jesús dice dulcemente: “María, la Sin Mancha, no podía tener miedo

de Dios. Eva no tuvo miedo de Dios mientras fue inocente. Y Yo estaba en ese lugar. Yo, el

Padre y el Espíritu, Nosotros, que estamos en el Cielo y en la tierra y en todas partes, y

que teníamos nuestro Tabernáculo en el corazón de María”. Pedro: “¡Qué cosa! ¡Qué

cosa!... Pero después hablaste de muerte... Y toda alegría se borró... Pero, ¿por qué a

nosotros tres todo esto?, ¿por qué a nosotros? ¿No convenía dar a todos esta visión de tu

gloria?”. Jesús: “Precisamente porque desfallecéis al oír hablar de muerte, y Muerte de

suplicio, del Hijo del hombre, el Hombre-Dios os ha querido fortalecer para aquella hora y

para siempre, con un conocimiento anterior de lo que seré después de la Muerte: recordad

todo esto, para decirlo a su tiempo... ¿Habéis entendido?”. Pedro: “¡Oh, sí, Señor. No es

posible olvidar. Y sería inútil decirlo. Dirían que estaríamos ebrios”. (Escrito el 3 de Diciembre

de 1945 y el 5 de Agosto de 1944).

········································· 1 Nota : Cfr. Mt. 17,1-13; Mc. 9, 2-13; Lc. 9,28-36.

. --------------------000--------------------

(<El discurso del Pan del Cielo[Ju. 6,22-72] había sido motivo para que muchos desertaran de la sinagoga,

e, incluso para que algunos discípulos abandonaran a Jesús. Al día siguiente del discurso, Jesús se

encuentra nuevamente en la sinagoga de Cafarnaúm>). .

5-355-368 (6-45-274).-El nuevo discípulo Nicolás de Antioquia. 2º anuncio de la Pasión (1).

* “Señor, ¡repite el gesto de Nehemías!”. -■ El sinagogo Jairo, que está leyendo en voz alta un

rollo, suspende su lectura y dice, inclinándose profundamente: “Maestro, te ruego que hables a

los rectos de corazón. Prepáranos para la Pascua con tu santa palabra”. Jesús: “Estás leyendo

algo de los Reyes ¿no es verdad?”. Jairo: “Sí, Maestro. Trataba de hacer reflexionar que quien

se separa del Dios verdadero cae en la idolatría de becerros de oro”. Jesús: “Has dicho bien.

¿Ninguno de vosotros tiene nada que decir?”. Se oye un murmullo entre la gente. Algunos

quieren que hable, otros gritan: “Tenemos prisa. Recítense las oraciones y se acabe la reunión.

Vamos a Jerusalén y allá escucharemos a los rabinos”. Los que gritan así son los muchos

desertores de ayer, retenidos en Cafarnaúm por el sábado. Jesús los mira con profunda tristeza y

dice: “¡Tenéis prisa! ¡Es verdad! También Dios tiene prisa de juzgaros. ¡Idos!”. Luego

volviéndose hacia los que les reprenden: “No los reprendáis. Cada árbol da su fruto”. ■ Jairo, a

quien se unen los apóstoles, los discípulos fieles y los de Cafarnaúm, grita iracundo: “¡Señor!

Haz lo mismo que hizo Nehemías (Esdr.5). ¡Repréndelos, Tú, Sumo Sacerdote!”. Jesús abre los

brazos en forma de cruz, y palidísimo, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita:

“¡Acuérdate, propicio, de Mí, Dios mío! ¡Acuérdate también propiciamente de ellos! ¡Yo los

perdono!”.

* Nicolás ve al Mesías prometido en la bondad y en las palabras de Jesús.- ■ Se vacía la

sinagoga. Se quedan los fieles a Jesús... Hay un extranjero en un rincón. Es un hombre robusto,

no observado por ninguno; él tampoco habla con nadie. Solo mira fijamente a Jesús, tanto que

Él vuelve sus ojos hacia el rincón, le ve y pregunta a Jairo que quién es. Jairo: “No lo sé. Sin

duda alguno que está de paso”. Jesús le pregunta en voz alta: “¿Quién eres?”. El hombre

contesta: “Nicolás, prosélito de Antioquía, y voy a Jerusalén para la Pascua”. Jesús: “¿A quién

buscas?”. Nicolás: “A Ti, Señor. Deseo hablar contigo”. Jesús: “Ven”. Sale con él al huerto

que está detrás de la sinagoga. Nicolás le dice: “Hablé en Antioquía con un discípulo tuyo de

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nombre Felix (Juan de Endor). He deseado muchísimo conocerte. Me dijo que sueles

encontrarte en Cafarnaúm, y que tienes a tu Madre en Nazaret. También me dijo que sueles ir a

Getsemaní, o a Betania. El Eterno ha querido que te encontrara aquí. Ayer estuve aquí. Estuve

ceca de Ti cuando llorabas en medio de tus oraciones cerca de la fuente... Te amo, Señor,

porque eres santo y bueno. Creo en Ti. Tus acciones, tus palabras ya me habían conquistado,

pero tu misericordia que mostraste hace poco, ha terminado para que me decidiera. ¡Señor,

recíbeme en el lugar de quien te abandona! Vengo por Ti con todo lo que tengo: mi vida, mis

bienes, todo, en una palabra”. Se arrodilla al decir estas últimas palabras. Jesús le mira

fijamente... luego dice: “Ven. De hoy en adelante serás del Maestro. Vamos a donde tus

compañeros”. ■ Vuelven a la sinagoga donde hay una intensa conversación de los discípulos y

apóstoles con Jairo. Jesús: “He aquí a un nuevo discípulo. El Padre me consuela. Amadle como

a un hermano. Vamos a compartir con él el pan y la sal. Luego en la noche partiréis para

Jerusalén y nosotros con las barcas iremos a Ippo... No digáis a nadie mi camino, para que no

me entretengan”.

* 2º anuncio de la Pasión.- ■ Entre tanto el sábado ha terminado, y los que quieren evitar a

Jesús están ya en la playa, para contratar las barcas para Tiberíades. Y discuten con Zebedeo,

que no quiere ceder su barca que está ya preparada, y cercana a la de Pedro, para partir en la

noche con Jesús y los doce. Pedro, que está de mal humor, dice: “¡Voy a ayudarle!”. Jesús para

evitar choques, le retiene y le dice: “Vamos todos, no tú solo”. Y así lo hacen... Y saborean la

amargura de ver que los enemigos se van sin dar siquiera un saludo, terminando la discusión al

punto con tal de alejarse de Jesús... Se oye una que otra palabra ofensiva contra el Maestro y

consejos subversivos a los discípulos fieles... ■ Jesús se dirige a casa, después de que sus

contrarios han partido. Dice al nuevo discípulo: “¿Lo estás viendo? Esto es lo que te aguarda si

eres de los míos”. Nicolás: “Lo sé. Y por esto me quedo. Un día te vi en medio de la turba que

delirante te aclamaba por su rey. Levanté mis hombros y me dije: «¡He ahí a otro iluso! ¡Otra

plaga para Israel!», y no te seguí porque parecías un rey. No volví a pensar en Ti. Ahora te sigo

porque veo al Mesías prometido en tus palabras, en tu bondad”. Jesús: “En verdad que estás

más adelantado en el camino de la justicia que otros muchos. Pero una vez más repito. Quien

espera en Mí un rey terreno que se retire; quien crea que se avergonzará de Mí ante el mundo

acusador, que se retire; quien se vaya a escandalizarse de verme tratado como malhechor, que se

retire. Os lo digo mientras podéis hacerlo sin veros comprometidos ante los ojos del mundo.

Imitad a los que huyen en aquella barca, si no os sentís con fuerzas de compartir conmigo mi

suerte en el oprobio, para poder compartirla después en mi gloria. Porque esto es lo que va a

suceder. El Hijo del Hombre, va a ser acusado y entregado en las manos de los hombres,

los cuales le matarán como a un malhechor y pensarán que le habrán vencido ¡Pero en vano

cometerán ese crimen, porque resucitaré después de tres días y triunfaré! ¡Bienaventurados los

que sepan estar conmigo hasta el fin!”. (Escrito el 9 de Diciembre de 1945).

······································· 1 Nota : Cfr. Mt. 17,22-23; Mc. 9,30-32; Lc. 9,44-45.

. --------------------000--------------------

6-398-230 (7-87-553).- Jesús se despide de Hebrón.

* La casa del Bautista, lugar de milagros.- ■ He ahí a Hebrón en medio de sus montes ricos

en bosques y prados. Los primeros que ven a Jesús se llenan de alborozo y corren a esparcir la

noticia por el pueblo. Acude el sinagogo, acuden los que fueron curados el año anterior, acuden

los notables de la ciudad. Todos quieren alojar al Señor en su casa, pero Jesús a todos agradece

diciendo: “No me detendré aquí, sino el tiempo necesario para hablaros. Vamos a la casa pobre

y santa del Bautista. Quiero despedirme de ella... Es un lugar de milagro. Vosotros lo sabéis”.

Varios dicen: “Lo sabemos, Maestro. Los curados están aquí entre nosotros...”. Jesús: “Mucho

antes de hace un año fue un lugar de milagro. Lo fue, por primera vez, hace treinta y tres años,

cuando la gracia del Salvador hizo que fueran fértiles las entrañas de la que engendró mi

Precursor. Lo fue hace treinta y dos años cuando por obra misteriosa le presantifiqué Yo, siendo

él y Yo dos frutos que maduraban en el seno materno. Y luego cuando hice que dejara de ser

mudo al padre de Juan. Pero, a las secretas operaciones del Encarnado que todavía no había

nacido, se añade un gran milagro acaecido hace dos años y que todos vosotros ignoráis. ■ ¿Os

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acordáis de la mujer que vivía en esa casa?...”. Varios preguntan:“¿Te refieres a Aglae?”. Jesús:

“Exactamente. Su alma reverdeció; su alma pagana salió del pecado, y se ha hecho fecunda en

la justicia con su buena voluntad. Os la propongo como modelo. No os escandalicéis. En verdad

os digo que ella puede ser citada como ejemplo digno de imitación, porque pocos en Israel han

avanzado tanto en el camino hacia las fuentes de Dios como ella, pagana y pecadora”. El

sinagogo explica: “Creíamos que había escapado con otros amantes... Había quien decía que

había cambiado de vida, que era buena... Pero contestábamos: «¡Será un capricho!». No faltó

quien dijera que había ido a buscarte para pecar...”. Jesús: “Vino a Mí, en efecto: para que la

redimiese”. Sinagogo: “Hemos cometido pecado de juicio...”. Jesús: “Por esto os he dicho que

no juzguéis”. Sinagogo: “¿Y dónde está ahora?”. Jesús: “Solo Dios lo sabe, pero sin duda

alguna está haciendo una dura penitencia. Rogad para que continúe... ■ ¡Te saludo, casa santa

de mi Pariente y Precursor! ¡La paz sea contigo! Aunque estés abandonada, siempre sea contigo

la paz, tú que fuiste mansión de paz y de fe”. Jesús entra en ella bendiciéndola. Sigue por el

jardín sin cultivar, entre hierbas. Camina por donde en otro tiempo hubo emparrados de laureles

y de bojes, y ahora son una maraña donde abunda hiedras y convólvulos, que los cubren. Llega

al fondo, donde quedan los restos de lo que era el sepulcro y se detiene allí.

* El salmo de Asaf para la despedida de Hebrón.- ■ La gente se acerca a Él, en orden y en

silencio. Jesús: “¡Hijos de Dios, pueblo de Hebrón, escuchad! Para que no os sintáis turbados,

ni os dejéis arrastrar al engaño con respecto a vuestro Salvador, como os engañasteis con

respecto a la pecadora, he venido a confirmaros y fortificaros en la fe. He venido a daros la

fuerza de mi palabra para que permanezca luminosa entre vosotros en la hora de las tinieblas y

para que Satanás no os haga perder el camino que lleva al Cielo. Pronto vendrán horas en que

vuestros corazones recodarán las palabras del Salmo de Asaf, el profeta cantor (1) y diréis:

«¿Por qué, Señor, nos has rechazado para siempre? ¿Por qué tu furor se enciende contra las

ovejas que pastoreas?» y verdaderamente, podréis en ese momento, levantar, cual derecho de

protección, la Redención cumplida, y gritar: «¡Este es tu pueblo que lo redimiste!» para invocar

protección contra los enemigos que habrán llevado a cabo toda suerte de males en el verdadero

Santuario donde Dios está como en el Cielo, en el Mesías del Señor, y, habiendo abatido

primero al Santo, tratarán de abatir después los muros de aquél, sus fieles. Verdaderos

profanadores y perseguidores de Dios, más que Nabucodonosor (Dan.1,4) y Antíoco (1 Mac.6,1-16; 2),

más que los que están por venir, levantan ya sus manos para abatirme, llevados de una soberbia

sin límites, que no quiere ser convertida, que no quiere tener fe, ni caridad, ni justicia, y que,

como levadura en un montón de harina, crece y rebosa ya del Santuario, transformado en

ciudadela de los enemigos de Dios. ■ ¡Escuchad, hijos! Cuando os persigan porque me amáis,

fortaleced vuestro corazón y pensad que antes que vosotros yo fui el Perseguido. Acordaos que

tienen ya en sus gargantas el grito de triunfo, y ya preparan sus banderas para que ondeen al

viento anunciando una hora de victoria; y en cada una de esas banderas habrá una mentira

contra Mí, que pareceré ser el Vencido, el Malhechor, el Maldito. ■ ¿Meneáis la cabeza? ¿No

me creéis? Vuestro amor es un obstáculo para creer ¡Mucho vale el amor! Es una gran fuerza...

y un gran peligro. Sí, peligro. El choque de la realidad en la hora de las tinieblas será de una

violencia sobrehumana en aquellos corazones a los que el amor, todavía no perfecto, hace

ciegos. No podéis creer que Yo, el Rey, el Poderoso, pueda convertirme en una nada. No lo

podréis creer sobre todo entonces, y surgirá la duda: «¿Era en realidad Él? ¿Y si era así, cómo

ha podido ser vencido?».¡Fortaleced el corazón para esa hora! Tened en cuenta que si «en un

momento» los enemigos del Santo han despedazado las puertas, han derruido todo, y han

incendiado con fuego de odio el Santo de Dios, si han abatido y derruido el Tabernáculo del

Nombre Santísimo, diciendo en sus corazones: «Hagamos cesar sobre la faz de la tierra todas

las fiestas de Dios» (porque es fiesta tener a Dios entre vosotros), diciendo: «No vuelvan a verse

más sus enseñas, no vuelva a haber ningún profeta que nos conozca por lo que somos»», pronto

más pronto todavía, Aquel que ha dado fuerza a los mares y ha aplastado en las aguas las

cabezas inmundas de los cocodrilos sagrados y de sus adoradores, Aquel que ha hecho brotar

fuentes y ríos y secar ríos perennes, Aquel que es dueño del día y de la noche, del verano y de

la primavera, de la vida y la muerte, de todo, hará resucitar, como escrito está, a su Mesías, y

será Rey. Rey para toda la eternidad. Los que hubieran permanecido firmes en la fe, reinarán

con Él en el Cielo. Recordad esto. Y, cuando me veáis elevado en alto e injuriado no vacile

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vuestra fe; y, cuando seáis elevados e injuriados vosotros, no vaciléis tampoco. ■ ¡Padre!

¡Padre mío! ¡Te ruego, en nombre de estos a quienes amas y a quienes también Yo amo,

escucha a tu Verbo, escucha al Propiciador! No abandones en manos de las bestias a las almas

de los que te alaban y me aman, no olvides para siempre las almas de tus pequeñuelos. Dirige,

oh buen Dios, una mirada a tu pacto porque los lugares oscuros de la tierra son cuevas de

iniquidad, de donde sale el terror que espanta a tus pequeñuelos. ¡Padre! ¡Padre mío! Que el

humilde que en Ti confía, no se vea confundido. Que el pobre y el necesitado alaben tu nombre,

por el auxilio que les darás ¡Manifiéstate, oh Dios! Te ruego por esa hora, por esas horas.

¡Manifiéstate, oh Dios! ¡Por el sacrificio de Juan y la santidad de tus patriarcas y profetas!¡Por

mi sacrificio, Padre, defiende a este rebaño tuyo y mío!¡Dale luz en las tinieblas, fe y fortaleza

contra los seductores! ¡Date a ellos, oh Padre! ¡Danos a Nosotros mismos a ellos, ahora, mañana

y siempre, hasta que entren en tu Reino! Nosotros en su corazón hasta el momento en que donde

Nosotros estemos estén ellos también por los siglos de los siglos. Y así será”. ■ Como no hay

ningún enfermo a quien se deba curar, Jesús pasa en medio de la gente, casi extática, y bendice,

a uno por uno, a los que le escuchaban.

*Comparación entre los frutos agrios de aquella tierra y el momento en que será elevado.-

■ Y emprende su camino bajo un sol ya alto, pero soportable bajo los frondosos árboles y el aire

de los montes. Detrás, en grupo, los apóstoles hablan. Conversan animadamente. Bartolomé

dice: “¡Qué discursos! ¡Hacen a uno temblar!”. Andrés suspira: “Están llenos de tristeza. ¡Le

hacen a uno llorar!”. Iscariote exclama: “Es su despedida. Tengo razón yo. Va derecho a su

trono”. Pedro advierte: “¿Trono? ¡Uhm! Me parece que sus discursos hablan más bien de

persecuciones que de honras”. Iscariote grita: “No, hombre. Ya se acabó el tiempo de las

persecuciones. ¡Ah, soy feliz!”. Juan dice: “¡Mejor para ti! Más me gustan los días en que

éramos unos desconocidos, hace dos años... o cuando estábamos en «Aguas Claras»... Tengo

miedo por los días que se nos vienen encima...”. Iscariote: “Porque tienes un corazón de

cervatillo. Pero yo veo ya en el futuro... Cortejos... Cantores... pueblo postrado... Honores que

tributarán otros pueblos... ¡Oh, es la hora! Y vendrán los camellos de Madián (Is. 60) y las turbas

de todas partes... y no serán los tres pobres Magos... sino una multitud... Israel grande como

Roma... Más que Roma... Las glorias de los Macabeos, Salomón han quedado atrás... todas las

glorias... Él, el Rey de los reyes... y nosotros sus amigos... ¡Oh, Altísimo Dios! ¿Quién me dará

fuerza para aquella hora?... ¡Si viviese todavía mi padre!...”. Judas está exaltado. Irradia,

evocando el futuro que sueña vivir... ■ Jesús va muy delante. Se detiene ahora el futuro rey,

según Judas, y sediento, toma agua de un riachuelo con sus manos y bebe como lo hace el

pajarito del bosque o el corderillo que pace. Luego se vuelve y dice: “Aquí hay frutos silvestres.

Recojámoslos para calmar el hambre...”. Zelote pregunta: “¿Tienes hambre Maestro?”.

Humildemente Jesús confiesa: “Sí”. Pedro dice: “¡Apuesto a que ayer noche le diste todo a

aquel pordiosero!”. Felipe pregunta: “¿Por qué no quisiste detenerte en Hebrón?”. Jesús:

“Porque Dios me llama a otra parte. Vosotros no sabéis”. Los apóstoles se encogen de hombros

y empiezan a recoger frutillas todavía agrias de árboles silvestres que hay por los montes.

Parecen pequeñas manzanas. Y el Rey de los reyes se alimenta de ellas, junto con sus

compañeros, que ponen cara de disgusto al comérselas. Jesús absorto, come y sonríe. ■ Pedro

exclama: “¡Me das casi rabia!”. Jesús: “¿Por qué?”. Pedro: “Porque podías estar bien y hacer

felices a los de Hebrón, y, sin embargo, te estropeas el estómago y los dientes con este veneno

más amargo y ácido que la parietaria.” Jesús: “¡Os tengo a vosotros que me amáis! Cuando sea

Yo levantado, tendré sed y pensaré con ansias esta hora, en este alimento, en vosotros que ahora

estáis conmigo y que entonces...”. Iscariote exclama: “Pero, entonces no tendrás ni sed, ni

hambre. Un rey tiene de todo. ¡Y nosotros estaremos muy cerca de Ti!”. Jesús: “Lo dices Tú”.

Bartolomé pregunta: “¿Y tú piensas, Maestro, que no será así?”. Jesús: “No, Bartolomé.

Cuando te vi bajo la higuera, sus frutos eran tan agrios que si alguien hubiese tratado de

comérselos, le hubiera ardido la lengua y le hubieran raspado la garganta... Pero más dulces que

un panal de miel son los frutos de la higuera o de estos árboles en comparación a lo que me

sabrá el momento cuando sea levantado...Vámonos...”. Y se pone en camino. Va delante de

todos, pensativo. Los doce le siguen haciendo comentarios en voz baja... (Escrito el 7 de Marzo

de 1946).

··········································

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1 Nota : Salmo de Asaf: 74: “¿Por qué Señor, nos rechazas por siempre y humea tu cólera sobre el rebaño de tu

pastizal?”. Numerosos versículos aparecen como perífrasis, como adaptaciones y constituyen la columna vertebral

del discurso. . --------------------000--------------------

6-399-235 (7-88-558).- Jesús se despide Betsur.

* Palabras de Isaías para la despedida de Betsur.- ■ Acaba de hacerse de día cuando los

infatigables viajeros llegan a la vista de Betsur. Vienen cansados, con sus vestidos arrugados del

lugar, sin duda incómodo, donde durmieron. Con alegría miran la pequeña ciudad que está ya

cercana y donde seguramente encontrarán hospitalidad. Los campesinos, que se dirigen a sus

labores, son los primeros que ven a Jesús, y creen que vale la pena dejar sus tareas y volver a la

ciudad para escuchar al Maestro. Igual piensan los pastores, después de haber preguntado si se

detiene o no. Jesús responde: “Al atardecer me iré de Betsur”. Pastores: “¿Vas a hablar,

Maestro?”. Jesús: “Ciertamente”. Pastores: “¿Cuándo?”. Jesús: “Ahora mismo”. Pastores:

“Nosotros tenemos los rebaños... ¿No podías hablar aquí, en el campo? Las ovejas comerían

hierba y nosotros no nos perderíamos tu palabra”. Jesús: “Seguidme. Hablaré en los pastos que

dan al norte. Primero voy a ver a Elisa”. Los pastores con sus cayados hacen volver a las ovejas,

y detrás de los hombres se ponen ellos y sus ovejas. Atraviesan el pueblo. ■ Pero la noticia ya

ha llegado a la casa de Elisa. En la plaza, que está enfrente a su hogar, están ella y Anastásica.

Presentan sus respetos al Maestro como discípulas. Jesús las bendice. Elisa dice: “Entra en mi

casa, Señor. La libraste del dolor, y ella quiere ser, en cada uno de los que viven en ella y en

cada mueble de su ajuar, confortante para Ti”. Jesús, para consolar a Elisa que esperaba una

permanencia más larga, le dice: “Lo sé, pero mira cuánta gente me sigue. Hablaré a todos, y

después de la hora tercia vendré a tu casa y estaré en ella hasta el atardecer, en que me iré. Y

hablaremos entre nosotros...”. Elisa pone cara de desilusión al oír lo que Jesús tiene pensado,

pero ella es una buena discípula y no replica más. Pide permiso para dar órdenes a sus sirvientes

antes de ir con los demás, a donde Jesús se dirige. Lo hace con rapidez: bien distinta de la mujer

abúlica del año pasado... Jesús se encuentra ya parado en un vasto prado sobre el que el sol

juguetea filtrándose entre las leves frondas de los altos árboles, que --si no me equivoco-- son

fresnos. Acaba de curar a un niño y a un anciano. El niño estaba enfermo de alguna enfermedad

que tenía dentro de su cuerpecito; el anciano estaba enfermo de los ojos. No se presentan a Jesús

otros enfermos. Bendice a los niños que presentan sus madres y espera pacientemente a que

Elisa llegue con Anastásica. Ya están ahí. ■ Jesús da principio a su discurso. “Escucha, pueblo

de Betsur. El año pasado os dije qué cosa había que hacer para ganar el Reino de Dios. Hoy os

lo confirmo, para que no perdáis lo que ganasteis. Es la última vez que el Maestro os habla de

este modo, en una asamblea en que no falta nadie. Después podré encontraros, por azar,

separadamente o en grupos pequeños, por los caminos de nuestra patria terrena. Después,

pasado más tiempo, os podré ver en mi Reino. Pero, como ahora, no volverá a ser. Llegará un

momento en que os digan muchas cosas de Mí y contra Mí, de vosotros y contra vosotros. Os

querrán infundir miedo. Con Isaías os digo (1): No tengáis miedo porque Yo os he redimido y os

he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme, tendrán razón de temer,

pero no los que, permaneciendo fieles, son míos. No temáis. Sois míos y Yo soy vuestro. Ni las

aguas de los ríos, ni las llamas de las hogueras, ni las piedras, ni las espadas podrán separaros de

Mí, si en Mí perseveráis; es más, llamas, aguas, espadas, piedras os reforzarán vuestra unión

conmigo, y seréis otros Yo, y recibiréis mi premio. Yo estaré con vosotros en las horas de los

tormentos, con vosotros en las pruebas, con vosotros hasta la muerte; y luego nada nos podrá

separar. ■ Oh, pueblo mío, pueblo a quien llamé y reuní; al que volveré a llamar y reunir mucho

mejor cuando sea Yo elevado, atrayendo hacia Mí todo. Oh, pueblo elegido, pueblo santo, no

tengas miedo. Porque estoy, estaré contigo y tú me anunciarás, pueblo mío, por lo cual, vosotros

que lo componéis, seréis llamados mis ministros, y a vosotros os daré, os doy desde ahora, la

orden de decir al norte, al oriente, al occidente y al sur, que devuelvan a los hijos e hijas del

Dios Creador, incluso a los que se encuentren en los confines del mundo, para que todos me

conozcan como Rey suyo y me invoquen por mi verdadero Nombre, y consigan aquella gloria

para la que fueron creados y sean la gloria de quien los ha hecho y formado. ■ Isaías dice que

las tribus y naciones, para creer, invocarán testigos de mi gloria. ¿Y dónde podré encontrar

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testigos, si el Templo y el Palacio, si las castas que mandan me odian y mienten antes que

querer decir que Yo soy Quien soy? ¿Dónde los encontraré? ¡He aquí, oh Dios, mis testigos!

Son éstos a quienes instruí en la Ley, éstos a quienes curé en el cuerpo y en el alma, éstos que

estaban ciegos y que ahora ven; sordos y que ahora oyen; mudos y que ahora saben pronunciar

tu Nombre; éstos que eran los oprimidos y ahora son libres; todos, todos éstos para quienes tu

Verbo ha sido Luz, Verdad, Camino, Vida. Vosotros sois mis testigos, los siervos que elegí para

que conozcan y crean, y comprendan que ■ Soy Yo, Yo y no otro, el Salvador. Creedlo. Para

bien vuestro. Fuera de Mí no hay otro que sea el Salvador. Sabed creer esto contra toda

insinuación humana o satánica. Olvidad todo lo que os haya sido dicho por otra boca que no sea

la mía, y que no sea conforme a mis palabras. Rechazad todo lo que en el futuro os puedan

decir. Decid a quienquiera que os quiera hacer abjurar del Mesías: «Sus obras hablan a nuestro

corazón», y perseverad en la fe. Me he esforzado para daros una fe intrépida. Curé a vuestros

enfermos; curé vuestros dolores, os instruí como un Maestro bueno, os escuché como un Amigo

en quien se tiene confianza, partí el pan con vosotros y compartí la bebida con vosotros. Mas

son éstas todavía obras de santo y profeta; haré otras, tales que harán desaparecer toda duda que

las tinieblas puedan suscitar, a la manera que el torbellino pone nubes de tormenta en la claridad

de un cielo de verano. Defendeos de la tempestad, permaneciendo firmes en la caridad por amor

a vuestro Jesús, por Mí que dejé al Padre para venir a salvaros y que entregaré mi vida para

daros la salvación. ■ Vosotros, vosotros, a quienes he amado y amo más que a Mí mismo,

porque no hay amor más grande que el de inmolarse por el bien de aquellos a quienes se ama,

no tratéis de ser inferiores a los que Isaías llama bestias salvajes, dragones y avestruces, esto

es, gentiles, idólatras, paganos, inmundos, los cuales --cuando yo haya testificado la potencia de

mi amor y de mi Naturaleza al vencer Yo solo la muerte, cosa que podrá comprobarse, y que

nadie, que no sea embustero, podrá negar-- dirán: «¡Él era el Hijo de Dios!», y, venciendo los

obstáculos, al parecer infranqueables, de siglos y siglos de paganismo inmundo, de tinieblas, de

vicio, vendrán a la Luz, a la Fuente, a la Vida. ■ No seáis como muchos de Israel que no me

ofrecen holocausto, que no me honran con sus víctimas, sino que, al contrario, me producen

dolor con sus iniquidades y me hacen víctima de su duro corazón; y a mi amor que perdona

responden con un odio oculto que me pone zancadilla para hacerme caer, y así poder decir:

«¿Lo estáis viendo? Ha caído porque Dios le ha fulminado». Habitantes de Betsur, sed fuertes.

Amad mi Palabra porque es verdadera, y mi Señal porque es santa. El Señor esté siempre con

vosotros y vosotros con los siervos del Señor. Todos unidos. Para que cada uno de vosotros esté

donde Yo voy y haya una mansión eterna en el Cielo para todos los que, superada la tribulación

y vencido en la batalla, mueran en el Señor y en Él resuciten para siempre”. Varios de Betsur

preguntan: “Pero ¿qué has querido decir, Señor? Gritos de triunfo y gritos de dolor ha sido tu

discurso”. Otros dicen: “Parece como si estuvieses rodeado de enemigos”. Y otros: “Y como

que si también nosotros lo estuviésemos”. Algunos preguntan: “¿Qué hay en tu mañana,

Señor?”. Iscariote grita: “¡La gloria!”. Elisa, con lágrimas en los ojos, suspira: “¡La muerte!”.

Jesús: “La Redención. El término de mi misión. No tengáis miedo. No lloréis. Amadme. Soy

feliz de ser el Redentor. Ven, Elisa. Vamos a tu casa...”. Y es el primero en abrirse paso entre la

gente que está turbada por emociones opuestas.

* “Señor, ¿por qué te despides siempre con trozos del Libro?”.- ■ Iscariote, con aire de

reprensión, protesta: “¿Señor, por qué siempre estos discursos?”. Y añade: “No son propios de

un rey”. Jesús no le responde. Se dirige más bien a su primo Santiago que le pregunta con los

ojos llenos de lágrimas: “¿Por qué, hermano, citas siempre trozos del Libro cuando te

despides?”. Jesús: “Para que quien me acuse no diga ni que deliro ni que blasfemo, y para que

quien no quiere darse cuenta de la realidad de las cosas comprenda que desde siempre la

Revelación me ha presentado Rey de un Reino que no es humano, que se configura, se

construye y se cimienta con la inmolación de la Víctima, de la Única Víctima que puede volver

a crear el Reino de los Cielos, que Satanás y los primeros padres destruyeron. La soberbia, el

odio, la mentira, la lujuria, la desobediencia, lo hicieron. La humildad, la obediencia, el amor, la

pureza, el sacrificio lo reconstruirán... No llores, mujer. A los que amas y esperan, suspiran por

la hora de mi inmolación...”. (Escrito el 9 de Marzo de 1946).

··········································

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1 Nota : Cfr. Is.43,1-25. Este trozo del profeta debe tenerse en cuenta para comprender todo este discurso: “No

tengáis miedo porque Yo os he redimido y os he llamado por vuestro nombre. Solo los que quieran abandonarme,

tendrán razón de temer... Para creer, las naciones y las tribus invocarán los testimonios de mi gloria”.

. --------------------000--------------------

(<Han llegado a Jerusalén para la fiesta de Pentecostés. En el Templo, ha tenido lugar ya la primera

disputa de Jesús con los doctores. Previamente, a instancias de éstos, uno de los guardias del Templo

había conminado a Jesús a dejar el Templo>).

.

6-414-331(7-103-645).- Convite en casa del fariseo-Anciano Elquías (1).- Interpretación

farisaica del Deuteronomio sobre ídolos.- Invectiva contra fariseos y doctores.- Conjura para

matar a Jesús utilizando a J. Iscariote.

* Los vestidos de Judas.-Interpretación farisaica del Deuteronomio sobre los ídolos.- ■ El

Anciano Elquías ha invitado a Jesús a su casa, que está un poco retirada del Templo, pero cerca

del barrio que está a los pies del Tofet. Una casa de grandes proporciones, un poco severa. Todo

en ella es observancia y una observancia exagerada de la Ley. Pienso que hasta el número de los

clavos y su posición es conforme a alguno de los seiscientos trece preceptos. Ni una figura en

los vestidos, ni un friso en las paredes, ni una nada... ninguna imitación de la naturaleza, cosas

que se ven aun en las casas de José y Nicodemo y de los mismos fariseos de Cafarnaúm. Esta

casa... transpira por todas partes el espíritu de su dueño. Fría. Fría. Ningún adorno. La dureza de

sus muebles de color oscuro y pesados en forma cuadrada como sarcófagos. Es una casa que

repele, que no acoge, sino que se clausura, como casa enemiga, a quien en ella entra. ■ Y

Elquías lo hace notar orgullosamente. “¿Ves, Maestro, cómo soy yo de observante? Todo lo

indica. Mira: cortinas sin diseños, muebles sin adorno, ninguna jarra tiene grabados, ni las

lámparas tienen forma de flores. Hay de todo, pero todo según el mandamiento: «No te harás

ninguna escultura, ninguna representación de lo que está arriba, en el Cielo; o acá abajo, en

la tierra, o en las aguas, bajo la tierra». Y así como en el edificio, de igual modo en mis

vestiduras y en las de mis familiares. Por ejemplo, yo no apruebo en este discípulo tuyo estas

labores en su vestido y en su manto. Me dirás: «Muchos las llevan»; y añadirás: «No es más que

una greca». De acuerdo. Pero con esos ángulos, con esas curvas, se traen al recuerdo las señales

de Egipto. ¡Horror! ¡Cifras demoníacas! ¡Signos de nigromancia! ¡Siglas de Belzebú! No te

honra, Judas de Simón, el que las lleves; como tampoco a tu Maestro que te permite”. Judas

responde con una sonrisita sarcástica. ■ Jesús contesta humildemente: “Más que señales en los

vestidos, vigilo que no haya señales de horror en los corazones. Pero pediré a mi discípulo, más

bien desde ahora le ruego, que lleve vestidos menos adornados, para no escandalizar a nadie”.

Judas reacciona de buen modo: “A decir la verdad, mi Maestro me dijo muchas veces que

preferiría más sencillez en mis vestidos. Pero yo... he hecho lo que me gusta, porque me gusta

vestirme así”. Elquías muestra todo su escándalo, y sus amigos le apoyan: “Mal, muy mal. Que

un galileo enseñe a un judío está muy mal, y sobre todo a ti, que eras del Templo... ¡Oh!”.

Judas, cansado de ser bueno, replica: “¡Oh, entonces habría que arrancar muchas pomposidades

a vosotros del Sanedrín! Si os quitarais todos esos dibujos con que cubrís las caras de vuestras

almas, apareceríais bien feos”. Elquías: “¡Mira cómo hablas!”. Iscariote: “Como uno que

conoce.”. Elquías: “¿Maestro, le estás oyendo?”. Jesús: “Oigo y digo que es necesaria la

humildad por ambas partes, y, en ambas, verdad. Y recíproca indulgencia. Solo Dios es

perfecto”. ■ Uno de los amigos... escuálida y solitaria voz en el grupo farisaico y doctoral, dice:

“¡Bien dicho, Rabbí!”. Elquías le rebate: “No. Está mal dicho. El Deuteronomio es claro en sus

maldiciones. dice: «Maldito el hombre que hace escultura o imagen fundida. Esto es una cosa

abominable. Es obra de mano de artífice y...»”. Iscariote le replica: “Pero aquí se trata de

vestiduras, no de imágenes”. Elquías ordena: “Silencio, tú. Habla tu Maestro”. Jesús: “Elquías,

sé justo y piensa bien. Maldito el que hace ídolos, pero no el que hace dibujos copiando lo bello

que el Creador puso en lo creado. Recogemos flores para adornar...”. Elquías: “Yo no recojo

flores, ni quiero ver adornadas las habitaciones. ¡Ay de las mujeres de mi casa, si cometen este

pecado, aunque sea en las habitaciones propias! Solo debe ser admirado Dios”. Jesús: “Muy

bien dicho. Solo a Dios. Pero también se puede admirar a Dios en una flor, al reconocer que Él

es el Artífice de ella”. Elquías grita: “¡No, no! ¡Paganismo, paganismo!”. ■ Jesús: “Judit se

adornó y se adornó Ester por un motivo santo...”. Elquías: “Mujeres. La mujer ha sido siempre

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un objeto digno de desprecio. Pero... Maestro, te ruego que entres a la sala del banquete,

mientras me retiro un momento, pues debo hablar a mis amigos”. Jesús asiente sin replicar.

Pedro dice: “Maestro... ¡Apenas puedo respirar!...”. Algunos preguntan: “Por qué? ¿Te sientes

mal?”. Pedro: “No. Pero sí, molesto... como uno que hubiera caído en una trampa”. Jesús

aconseja: “No te pongas nervioso. Y sed todos muy prudentes”. Permanecen en grupo, de pie,

hasta que vuelven los fariseos, seguidos por los criados.

* “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que dices?”. Jesús: “No es que sea Yo

el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi venida a vosotros”.- ■ Elquías

ordena: “A las mesas sin demora. Tenemos una reunión y no podemos retrasarnos”. Y

distribuye los puestos, mientras ya los criados trinchan las carnes. Jesús está al lado de

Elquías y junto a Él Pedro. Elquías ofrece los alimentos y la comida empieza en medio de

un silencio helador... Pero luego empiezan las primeras palabras, naturalmente dirigidas a

Jesús, porque a los otros doce no se los considera; es como si no estuvieran. El primero que

pregunta es un doctor de la Ley. “Maestro, ¿entonces estás seguro de que eres lo que

dices?”. Jesús: “No es que sea Yo el que lo diga; ya los profetas lo habían dicho, antes de mi

venida a vosotros”. Doctor: “¡Los profetas!... Tú que niegas que nosotros somos santos,

puedes también recibir como buenas mis palabras, si digo que nuestros profetas pueden ser unos

exaltados”. Jesús: “Los profetas son santos”. Doctor: “Y nosotros no, ¿no es verdad? Ten en

cuenta que Sofonías pone a los profetas y a los sacerdotes como causa de la condenación de

Israel: «Sus profetas son unos exaltados, hombres sin fe, y sus sacerdotes profanan las

cosas santas y violan la Ley» (Sof. 3). Tú nos echas en cara esto continuamente. Pero, si

aceptas al profeta en la segunda parte de lo que dice, debes aceptarle también en la

primera, y reconocer que no hay base de apoyo en las palabras que vienen de unos

exaltados”. Jesús: “Rabí de Israel, respóndeme. Cuando pocos renglones después Sofonías

dice: «Canta y alégrate, hija de Sión... El Señor ha retirado el decreto que había contra ti...

El Rey de Israel está en medio de ti» (Sof. 3,14-15), ¿tu corazón acepta estas palabras?”. Doctor:

“Mi gloria consiste en repetírmelas a mí mismo soñando aquel día”. Jesús: “Pero son

palabras de un profeta, por tanto de un exaltado...”. El doctor de la Ley se queda

desorientado un momento. ■ Le ayuda un amigo: “Ninguno puede poner en duda que

Israel reinará. No sólo uno, sino todos los profetas y los pre-profetas, o sea, los patriarcas,

han manifestado esta promesa de Dios”. Jesús: “Y ninguno de los pre-profetas ni de los

profetas ha dejado de señalarme como lo que soy”. Doctor:“¡Sí! ¡Bueno! ¡Pero no tenemos

pruebas! Puedes ser Tú también un exaltado. ¿Qué pruebas nos das de que eres el Mesías,

el Hijo de Dios? Dame un punto de apoyo para que pueda juzgar”. Jesús: “No te digo mi

muerte, descrita por David e Isaías, sino que te digo mi resurrección”. Doctor: “¿Tú? ¿Tú?

¿Resucitar Tú? ¿Y quién te va a hacer resucitar?”. Jesús: “Vosotros no, está claro; ni el

Pontífice ni el monarca ni las castas ni el pueblo. Resucitaré por Mí mismo”. Doctor: “¡No

blasfemes, Galileo, ni mientas!”. Jesús: “Sólo doy honor a Dios y digo la verdad. Y con

Sofonías te digo: «Espérame en mi resurrección». Hasta ese momento podrás tener

dudas, podréis tenerlas todos, podréis trabajar en inculcarlas entre el pueblo. Mas

después no podréis ya cuando el Eterno Viviente, por Sí mismo, después de haber redimido,

resucite para no volver a morir, Juez intocable, Rey perfecto que con su cetro y su justicia

gobernará y juzgará hasta el final de los siglos y seguirá reinando en los Cielos para siempre”.

* Daniel, pariente de Elquías, reconoce a Jesús como el Mesías precedido por su

Precursor Juan “que nos lo ha señalado. Y Juan –nadie puede negarlo--, estaba

penetrado del Espíritu de Dios”.- ■ Elquías dice:“¿Pero no sabes que estás hablando a

doctores y Ancianos?”. Jesús: “¡Y qué, importa! Me preguntáis, Yo respondo. Mostráis

deseos de saber, Yo os ilumino la verdad. No querrás hacerme venir a mi mente, tú que

por un motivo ornamental en un vestido has recordado, la maldición del Deuteronomio,

la otra maldición del mismo: «Maldito el que hiere a traición a su prójimo»”(Deut. 27,24).

Elquías: “No te hiero, te doy comida”. Jesús: “No. Pero tus preguntas llenas de falacia son

golpes que me das por la espalda. Ten cuidado, Elquías, porque las maldiciones de Dios se

siguen, y la que he citado va seguida por esta otra: «Maldito quien acepta regalos para

condenar a muerte a un inocente»” (Deut. 27,25). Elquías: “En este caso el que aceptas regalos

eres Tú, que eres mi invitado”. Jesús: “Yo no condeno ni siquiera a los culpables si están

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arrepentidos”. Elquías: “No eres justo, entonces”. ■ El mismo que ya había manifestado su

aprobación en el atrio de la casa a las palabras de Jesús, dice: “No, es justo, porque Él considera

que el arrepentimiento merece perdón, y por eso no condena”. Elquías: “¡Cállate, Daniel!

¿Pretendes saber de estas cosas más que nosotros? ¿O es que estás seducido por uno sobre el

cual mucho hay que decidir todavía y que no hace nada por ayudarnos a que decidamos a su

favor?”. Daniel: “Sé que vosotros sois los que sabéis, y yo un simple judío, que ni siquiera

sé por qué a menudo queréis que esté con vosotros...”. Elquías: “¡Pues porque eres de la

familia! ¡Es fácil de entender! ¡Quiero que los que entran en mi parentela sean santos y

sabios! No puedo consentir ignorancias en la Escritura, ni en la Ley, ni en los Halasciot,

Midrasciot y en la Haggada. Y no puedo soportarlo. Hay que conocer todo. Hay que observar

todo...”. Daniel: “Y te agradezco tanta preocupación. Pero yo, simple labriego de tierras, que

indignamente he pasado a ser pariente tuyo, me he preocupado solamente de conocer la

Escritura y los Profetas para consuelo de mi vida. Y, con la sencillez de un iletrado, te

confieso que reconozco en el Rabí el Mesías, precedido por su Precursor, que nos lo ha

señalado... Y Juan --no puedes negarlo-- estaba penetrado del Espíritu de Dios”. Un momento

de silencio. No quieren negar que Juan el Bautista hubiera dicho la verdad; pero tampoco

quieren afirmarlo. ■ Entonces otro dice: “Bien... digamos que el Precursor es precursor del

ángel que Dios envía para preparar el camino del Cristo. Y... admitamos que en el Galileo hay

santidad suficiente para juzgar que Él es ese ángel. Después de Él vendrá el tiempo del

Mesías. ¿No os parece a todos conciliador este pensamiento? ¿Lo aceptas, Elquías? ¿Y

vosotros, amigos? ¿Y Tú, Nazareno?”. “No”, “No”, “No”. Los tres noes son seguros. Les

pregunta: “¿Cómo? ¿Por qué no lo aprobáis?”. Elquías calla. Callan sus amigos. Solamente

Jesús, sincero, responde: “Porque no puedo aprobar un error. Yo soy más que un ángel. El

ángel fue el Bautista, Precursor del Cristo, y el Cristo soy Yo”. Un silencio glacial, largo.

Elquías, apoyado el codo sobre el triclinio y la cara en la mano, piensa, adusto, cerrado como

toda su casa.

* Jesús acusado por Elquías de no haber cumplido el precepto de lavarse las manos antes

de comer.- ■ Jesús se vuelve y mira a Elquías. Luego dice: “¡Elquías, Elquías, no confundas la

Ley y los Profetas con las minucias!”.Elquías: “Veo que has leído mi pensamiento. Pero no

puedes negar que has pecado incumpliendo el precepto”. Jesús: “Como tú has incumplido el

deber hacia el invitado; además con astucia, por tanto con más culpa. Lo has hecho con

voluntad de hacerlo. Me has distraído y luego me has mandado aquí, mientras tú con tus

amigos te purificabas, y cuando has entrado nos has pedido que no nos demorásemos,

porque tenías una reunión. Todo para poder decirme: «Has pecado»”. Elquías: “Podías

haberme recordado mi deber de darte con qué purificarte”. Jesús: “Te podría recordar

muchas cosas, pero no serviría para nada más que para hacerte más intransigente y

enemigo”. Elquías: “No. Dilas. Dilas. Queremos escucharte y...”. Jesús: “Y acusarme ante los

Príncipes de los Sacerdotes. ■ Por este motivo te he recordado la última y la penúltima

maldición. Lo sé. Os conozco. Estoy aquí, inerme, entre vosotros. Estoy aquí, aislado

del pueblo que me ama, ante el cual no os atrevéis a agredirme. Pero no tengo miedo. Y no

acepto arreglos ni me comporto cobardemente. Y os manifiesto vuestro pecado, de toda

vuestra casta y vuestro, oh fariseos, falsos puros de la Ley, oh doctores, falsos sabios, que

confundís y mezcláis a sabiendas lo verdadero y lo falso; que a los demás y de los demás

exigís la perfección incluso en las cosas exteriores y a vosotros no os exigís nada. Me

echáis en cara vosotros, unidos al que nos ha invitado aquí a Mí y a vosotros, el que no me

haya lavado antes de la comida. Sabéis que vengo del Templo, donde no se entra sino tras

haberse purificado de las suciedades del polvo y del camino. ¿Es que queréis confesar que

el Sagrado Lugar es contaminación?”. Elquías: “Nosotros nos hemos purificado antes de la

comida”. Jesús: “Y a nosotros se nos dijo: «Id allí, esperad». Y después: «A las mesas sin

demora». Luego entonces, entre tus paredes desnudas de motivos ornamentales había un

motivo intencional: engañarme. ¿Qué mano ha escrito en las paredes el motivo para

poderme acusar? ¿Tu espíritu u otro poder al que escuchas y que dicta a tu espíritu sus

reglas? Pues bien, oíd todos”. ■ Jesús se pone en pie. Tiene las manos apoyadas en el borde

de la mesa. Empieza su invectiva:

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. ● “Vosotros, fariseos, laváis la copa y el plato por fuera, y os laváis las manos y os

laváis los pies, casi como si plato y copa, manos y pies, tuviesen que entrar en ese espíritu

vuestro y os enorgullecéis de ello proclamándolo puro y perfecto. Pero no sois vosotros, sino

Dios, quien tiene que proclamarlo. Pues bien, sabed lo que Dios piensa de vuestro

espíritu. Piensa que está lleno de mentira, suciedad y codicia; lleno de iniquidad está, y

nada que venga desde fuera puede corromper lo que ya está corrompido”. ■ Quita la mano

derecha de la mesa y empieza involuntariamente a hacer gestos con ella mientras prosigue:

“¿Y no puede, acaso, quien ha hecho vuestro espíritu, como ha hecho vuestro cuerpo,

exigir, al menos en igual medida, para lo interno el respeto que tenéis para lo externo?

Necios que cambiáis los dos valores e invertís su poder ¿no querrá el Altísimo un cuidado

aún mayor para el espíritu --hecho a semejanza suya y que por la corrupción pierde la Vida

eterna--, que no para la mano o el pie, cuya suciedad puede ser eliminada con facilidad, y

que, aunque permanecieran sucios, no influirían en la limpieza interior? ¿Puede Dios

preocuparse de la limpieza de una copa o de una jarra, cuando no son sino cosas sin alma y

que no pueden influir en vuestra alma? ■ Leo tu pensamiento, Simón Boetos. No. No es

consistente. Vosotros no tenéis estos cuidados, ni practicáis estas purificaciones, por una

preocupación por la salud, ni por una tutela de vuestro cuerpo o de 1a vida. El pecado

carnal, más claramente, los pecados carnales de gula, de intemperancia, de lujuria, son

ciertamente más dañinos para el cuerpo que no un poco de polvo en las manos o en el plato.

Y, a pesar de ello, los practicáis sin preocuparos de proteger vuestra existencia y la

incolumidad de vuestros familiares. Y cometéis mayores pecados, porque, además de

manchar vuestro espíritu y vuestro cuerpo, además del derroche de bienes, de la falta de

respeto a los familiares, ofendéis al Señor por 1a profanación de vuestro cuerpo, templo de

vuestro espíritu, en que debería estar el trono para el Espíritu Santo; y cometéis otro

pecado más por el juicio que hacéis de que os debéis defender por vosotros mismos de las

enfermedades que vienen de un poco de polvo, como si Dios no pudiera intervenir para

protegeros de las enfermedades físicas si recurrís a Él con espíritu puro. ¿Es que Aquel que

ha creado lo interno no ha creado acaso también lo externo y viceversa? ¿Y no es lo interno

lo más noble y lo más marcado por la divina semejanza? Haced entonces obras que sean

dignas de Dios, y no mezquindades que no se elevan por encima del polvo para el cual y del

cual están hechas, del pobre polvo que es el hombre considerado como criatura animal, barro

compuesto en una forma y que a ser polvo vuelve, polvo dispersado por el viento de los siglos.

■ Haced obras que permanezcan, obras regias y santas, obras sobre las que está la

bendición divina cual corona. Haced caridad, haced limosna, sed honestos, sed puros en

las obras y en las intenciones, y sin recurrir al agua de las abluciones todo será puro en

vosotros.

. ● ¿Pero qué os creéis? ¿Que estáis en lo justo porque pagáis los diezmos de las

especias? No. ¡Ay de vosotros, fariseos que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda,

de la mostaza y del comino, del hinojo y de todas los demás vegetales, y luego descuidáis la

justicia y amor a Dios! Pagar los diezmos es un deber y hay que cumplirlo. Pero hay otros

deberes más altos, que también hay que cumplir. ¡Ay de quien cumple las cosas exteriores y

descuida las interiores que se basan en el amor a Dios y al prójimo!

. ● ¡Ay de vosotros, fariseos, que buscáis los primeros puestos en las sinagogas y en las

asambleas y deseáis que os hagan reverencias en las plazas, y no pensáis en hacer obras que

os den un puesto en el Cielo y os merezcan la reverencia de los ángeles. Sois semejantes a

sepulcros escondidos, inadvertidos para el que pasa junto a ellos sin repulsa (sentiría

repulsa si pudiera ver lo que encierran); pero Dios ve las más recónditas cosas y no se

equivoca cuando os juzga”. ■ Le interrumpe, poniéndose también de pie, en oposición, un

doctor de la Ley: “Maestro, al hablar así nos ofendes. Y no te conviene, porque nosotros

debemos juzgarte”. Jesús: “No. No vosotros. Vosotros no podéis juzgarme. Vosotros sois los

juzgados, no los jueces. Quien juzga es Dios. Podéis hablar, mover vuestros labios, pero ni

siquiera la voz más potente es capaz de llegar al Cielo, ni de recorrer la tierra. Después de un

poco de espacio, se pierde en el silencio... Después de un poco de tiempo, se pierde en el olvido.

Pero el juicio de Dios es voz que permanece y no sujeto a olvidos. Siglos y siglos han pasado

desde que Dios juzgó a Lucifer y juzgó a Adán. Y la voz de ese juicio no se apaga, las

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consecuencias de ese juicio permanecen. Y si ahora he venido para traer de nuevo la Gracia a

los hombres, mediante el Sacrificio perfecto, el juicio sobre la acción de Adán permanece igual,

y será llamado siempre «pecado original». Los hombres serán redimidos, lavados con una

purificación que supera todas las demás, pero nacerán con esa marca, porque Dios ha juzgado

que esa marca debe estar en todos los nacidos de mujer, menos en Aquel que, no por obra de

hombre, sino por obra del Espíritu Santo, fue hecho, y en la Preservada y en el Presantificado,

vírgenes para siempre: la Primera para poder ser la Virgen Deípara; el segundo para poder ser el

precursor del Inocente, naciendo ya limpio por un disfrute anticipado de los méritos infinitos del

Salvador Redentor ■ Y Yo os digo que Dios os juzga.

. ● Y os juzga diciendo: «¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, porque cargáis a la gente

con pesos insoportables, transformando en castigo el paterno decálogo del Altísimo para

su pueblo». Lo había dado con amor y por amor, para que una justa guía sostuviera al

hombre, al hombre, a ese eterno e imprudente e ignorante niño. Y vosotros, habéis

cambiado los amorosos lazos con que Dios había abrazado a sus criaturas para que pudieran

andar por el camino suyo y llegar a su corazón; la habéis cambiado por montañas de

puntiagudas piedras, pesadas, angustiosas: un laberinto de prescripciones, una pesadilla de

escrúpulos, a causa de lo cual el hombre se abate, se pierde, se detiene, teme a Dios como a

un enemigo. Obstaculizáis la marcha de los corazones hacia Dios. Separáis al Padre de los

hijos. Negáis con vuestras imposiciones esta dulce, bendita, verdadera Paternidad. Pero

vosotros no tocáis ni siquiera con un dedo esos pesos que cargáis a los demás. ■ Os creéis

justificados sólo por haberlos dado. Necios, ¿no sabéis que seréis juzgados precisamente por

lo que habéis considerado necesario para salvarse? ¿No sabéis que Dios os va a decir:

«Juzgabais como sagrada, justa, vuestra palabra. Pues bien, también Yo la juzgo así . Y os

juzgo con vuestra palabra, porque se la habéis impuesto a todos y habéis juzgado a los

hermanos conforme a cómo la acogieron y practicaron. Quedad condenados porque no habéis

hecho lo que habéis dicho que había que hacer»?

. ● ¡Ay de vosotros, que erigís sepulcros a los profetas asesinados por vuestros padres! ¿Es

que creéis disminuir con ello la dimensión de la culpa de vuestros padres?, ¿que la anularéis

ante los ojos de las futuras generaciones? No. Al contrario. Dais testimonio de estas obras de

vuestros padres. No sólo eso, sino que las aprobáis, dispuestos a imitarlos, elevando luego

un sepulcro al profeta perseguido para deciros a vosotros mismos: «Le hemos honrado».

¡Hipócritas! Por esto la Sabiduría de Dio dijo: «Les enviaré profetas y apóstoles. A unos los

matarán, a otro los perseguirán, para que se pueda pedir a esta generación la sangre de

todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo en adelante, desde

la sangre de Abel hasta la de Zacarías asesinado entre el altar y el santuario» (1 Par. 24,17-22).

Sí, en verdad, en verdad o digo que de toda esta sangre de santos se pedirá cuentas a esta

generación que no sabe distinguir a Dios en donde está, y persigue al justo y le aflige porque

el justo es el reproche vivo a su injusticia.

. ● ¡Ay de vosotros, doctores de la Ley, que habéis arrebatado la llave de la ciencia y habéis

cerrado su templo para no entrar, y así no ser juzgados por ella, y tampoco habéis permitido

que otros entraran. Porque sabéis que, si el pueblo fuera instruido por la verdadera Ciencia, o

sea, la Sabiduría santa, podría juzgaros. De forma que preferís que sea ignorante para que

no os juzgue. Y me odiáis porque soy la Palabra de la Sabiduría, y quisierais encerrarme

antes de tiempo en una cárcel, en un sepulcro para que ya no hablase más. Pero seguiré

hablando hasta que plazca a mi Padre que lo haga. Y después hablarán mis obras, más aún

que mis palabras; y hablarán mis méritos, más aún que mis obras; y el mundo será instruido

y sabrá y juzgará. ■ Éste es el primer juicio contra vosotros. Luego vendrá el segundo, el

juicio particular para cada uno de vosotros después de su muerte. Y finalmente , el Juicio

Universal. Y recordaréis este día y estos días, y vosotros, sólo vosotros, conoceréis a ese Dios

terrible que os habéis esforzado en presentar, como una visión de pesadilla, ante los espíritus

de los sencillos, mientras que vosotros, dentro de vuestro sepulcro, os burlasteis de Él, y no

habéis obedecido ni respetado los Mandamientos, desde el primero y principal (el del

amor) hasta el último que fue dado en el Sinaí. Es inútil, Elquías, que no tengas figuras en

tu casa. Es inútil, todos vosotros, que no tengáis objetos esculpidos en vuestras casas.

Dentro de vuestro corazón tenéis el ídolo, muchos ídolos: el de creeros dioses, así como los

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ídolos de vuestras concupiscencias. Venid, vosotros. Vamos”. Y, haciéndose preceder por los

doce, sale el último.

* Conjura contra Jesús para matarle utilizando a J. Iscariote “al que hay que trabajar con

promesas y... dinero” y después matarle porque si “matamos al Nazareno que es justo

¿por qué no a J. Iscariote, un pecador?”.- ■ Late un silencio profundo... Luego, los que se

han quedado en la casa, rompen en un clamor diciendo todos juntos: “¡Hay que perseguirle,

cogerle en falso, encontrar motivos con que se le acuse! ¡Hay que matarle!”. Otro silencio. Y

luego, mientras dos de ellos se marchan con la náusea del odio o de los propósitos

farisáicos --son el pariente de Elquías y el otro que dos veces ha defendido al Maestro--, los

que se quedan se preguntan: “¿Y cómo?”. Otro silencio. Luego, con una risita de viejo

chocho, Elquías dice: “Hay que trabajar a Judas de Simón...”. “¡Sí, claro! ¡Buena idea! ¡Pero

le has ofendido!...”. “De eso me encargo yo – dice aquel al que Jesús llamó Simón Boetos--

Yo y Eleazar de Anás... Le engatusaremos...”. “Unas pocas promesas...”. “Un poco de miedo...”.

“Mucho dinero...”. “No. Mucho no... Promesas, promesas de mucho dinero...”. “¿Y luego?”.

“¿Cómo «y luego»?”. “Sí. Luego. Terminada la cosa. ¿Qué le vamos a dar?” Lenta y cruelmente

dice Elquías: “¡Pues nada! La muerte. Así... no hablará más”. “¡Oh, la muerte!...”. “¿Te

horroriza? ¡Venga hombre! Si matamos al Nazareno, que... es un justo... podremos matar

también al Iscariote, que es un pecador...”. Hay vacilaciones... Pero Elquías, poniéndose

de pie, dice: “Se lo diremos también a Anás... Y veréis cómo... juzgará buena la idea. Y

vendréis también vosotros... ¡Claro que vendréis!...”.Salen todos detrás del amo de la casa, que

se marcha diciendo: “Vendréis... ¡Claro que vendréis!”. (Escrito el 10 de Abril de 1946).

······································· 1 Nota : Cfr. Lc. 11,37-52.

. --------------------000--------------------

7-444-66 (8-136-68 ).- “Valor infinito de mi Sacrificio”. “¿Cómo pueden ser salvados los que

nunca tuvieron noticias de Ti?”.

* “Yo, en mi condición de Hombre-Dios, adquiero esos méritos que son infinitos por la

naturaleza divina unida a la humana, y que, siendo solo Dios, no hubiera podido

conseguir”.- ■ Bartolomé pregunta: “Señor, perdona que te interrumpa. Lo que estás diciendo,

es muy difícil de entender, al menos para mí... Siempre dices que eres el Salvador y que

redimirás a los que creen en Ti. Entonces los que no creen, bien porque no te conocieron, pues

vivieron antes que Tú, o bien porque --¡es tan extenso el mundo!-- no tuvieron ninguna noticia

de Ti ¿cómo pueden ser salvados?”. Jesús: “Te lo dije: por su vida de justos, por sus buenas

obras, por esa fe suya que creen ser verdadera”. Bartolomé: “Pero no han recurrido al

Salvador...”. Jesús: “Mas el Salvador sufrirá también por ellos, sí por ellos. ¿No piensas,

Bartolomé, en la inmensidad de valor que tendrán mis méritos de Dios-Hombre?”. Bartolomé:

“Señor mío, en todo caso inferiores a los de Dios, a los que, por consiguiente, posees desde

siempre”. Jesús: “Respuesta correcta y no correcta. Los méritos de Dios son infinitos, lo

acabas de decir. En Dios todo es infinito, pero Dios no tiene méritos en el sentido de que no ha

merecido. Tiene atributos, virtudes propias suyas. Él es El que es: la Perfección, el Infinito, el

Omnipotente. ■ Pero para merecer hay que llevar a cabo, con esfuerzo, algo que sea

superior a nuestra naturaleza. Por ejemplo, el comer no es un mérito. Pero puede ser un

mérito el saber comer parcamente, haciendo verdaderos sacrificios para dar a los pobres lo que

ahorramos. No es mérito el estar callados, pero lo es cuando lo estamos sin responder a la

ofensa recibida. Y así sucesivamente. Ahora bien, como tú puedes comprender, Dios, que es

perfecto, infinito, no tiene necesidad de someterse a este esfuerzo. Pero el Hombre-Dios puede

someterse a esfuerzo, humillando su infinita Naturaleza divina a la limitación humana,

venciendo a la naturaleza humana, que no está ausente de Él ni en Él es metafórica, sino que es

real, con todos sus sentidos y sentimientos, con sus posibilidades de sufrimientos y muerte, con

su libre voluntad. A nadie le gusta la muerte, sobre todo si es dolorosa, prematura e inmerecida.

A nadie le gusta. Y, sin embargo, todo hombre debe morir. Por lo tanto, el hombre debería mirar

a la muerte con la misma calma con que ve que termina todo lo que tiene vida. Pues bien, Yo

fuerzo a mi Humanidad a amar la muerte. No sólo eso. Yo elegí la vida para poder tener la

muerte. Por causa del Linaje humano. ■ Por eso, Yo, en mi condición de Hombre-Dios adquiero

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esos méritos que en mi condición de Dios no podía conseguir. Y, con estos méritos, que son

infinitos por la forma con que los adquiero, por la Naturaleza divina unida a la humana,

por las virtudes de caridad y obediencia, con las cuales me he puesto en condición de

merecerlos, por la fortaleza, la justicia, la templanza, la prudencia, por todas las virtudes que he

puesto en mi corazón para hacerlo acepto a Dios, mi Padre, Yo tendré un poder infinito no sólo

como Dios, sino como Hombre que se inmola por todos, o sea, que alcanza el límite máximo de

la Caridad”.

* “Es el sacrificio lo que da méritos. Quien sabe amar hasta el sacrificio, orando y

sufriendo por los hermanos, sabe obrar como Dios y redimirá”.- ■ Jesús: “Es el sacrificio

lo que da el mérito. Cuanto mayor es el sacrificio, mayor es el mérito (1). Si es completo el

sacrificio, completo es el mérito; si perfecto el sacrificio, perfecto el mérito, y utilizable según

la santa voluntad de la víctima, a la que el Padre dice: «Sea como quieres», porque la víctima le

ha amado sin medida y ha amado al prójimo también sin medida. Os lo digo: el más pobre de

los hombres puede ser el más rico y puede hacer el bien a un número incontable de hermanos, si

sabe amar hasta el sacrificio. Os digo que: aunque no tuvierais ni una migaja de pan ni un vaso

de agua ni un vestido roto, podríais hacer un bien siempre. ¿De qué modo? Orando y sufriendo

por los hermanos. ¿A quién se hace el bien? A todos ¿De qué forma? De mil maneras, todas

santas, porque si supierais amar, sabríais obrar como Dios, y enseñar, perdonar, servir, y, como

el Dios-Hombre, redimir”. ■ Juan suspira: “¡Oh, Señor, danos esta caridad!”. Jesús: “Dios os

la da porque se da a vosotros. Pero debéis aceptarla y practicarla cada vez más perfectamente.

Ningún momento de la vida debe ser separado de la caridad. Desde los hechos terrenales hasta

los espirituales. Todo se haga por la Caridad y con caridad. Santificad vuestros actos, vuestro

día; poned la sal en vuestras oraciones, la luz en vuestros actos. La luz, el sabor, la santificación,

es la caridad. Sin ella, nulos son los ritos y vanas las plegarias, falsas las ofrendas. En verdad os

digo que la sonrisa con que un pobre os saluda como a hermanos tiene más valor que la bolsa

llena de dinero que uno puede arrojaros a los pies solo para que lo vean todos. Sabed amar y

Dios estará siempre con vosotros”. Juan: “Enséñanos así a amar, Señor”. Jesús: “Hace dos años

que os lo estoy enseñando. Haced lo que Yo haga, y estaréis en la Caridad y la Caridad estará en

vosotros, y sobre vosotros estará el sello, el crisma, la corona que harán que seáis reconocidos

como servidores de Dios-Caridad”. (Escrito el 30 de Mayo de 1946).

········································ 1 Nota : “Esfuerzo-Mérito”.- Sin duda alguna es necesaria una acción sobrenatural para ser dignos de conseguir,

esto es, de merecer un premio sobrenatural. Es claro, pues, que la naturaleza humana, debilitada ya con el pecado que

la empuja al mal, no obstante la ayuda de la gracia de Dios, debe realizar, caiga en la cuenta de ello o no, un esfuerzo

para ejecutar una acción merecedora de un gran premio como el Paraíso. Por esto Jesús dijo que la puerta es angosta

y que el camino que conduce al Cielo es estrecho, y exhortó a todos a esforzarnos para entrar en el camino y

recorrerlo, y dijo que el Reino de Dios debe conquistarse como por asalto, con fuerza. Cfr. Mt.7,13-14; 11,12;

Lc.13,22-24; 16,16. Y una sugerencia general según la cual el acto humano, para conseguir el Paraíso, debe

esforzarse se encuentra en 1Cor. 10,31-11,1; Col. 3,17.

. --------------------000--------------------

7-463-208 (8-155-204) En Tariquea. Cusa, a pesar del discurso sobre la naturaleza del reino

mesiánico, invita a Jesús a su casa.

* “El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha dado un significado

nacional, personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del

Mesías”.-■ Jesús, seguido por una cola de gente que viene con Él desde Emmaús y que ha

aumentado con los que ya le esperaban en Tariquea --entre éstos está Juana, que ha venido en

su barca--, se dirige precisamente hacia el puerto cubierto de árboles, y se para en el

centro de éste, de forma que tiene el lago a la derecha y la playa a la izquierda.

Los que pueden se ponen en el camino arbolado; los que no pueden encontrar sitio en

el camino se ponen abajo, en la playa, aún humedecida de la alta marea nocturna --o

por alguna otra razón-- y en la que hay un poco de sombra que proyectan los

árboles del muelle ; otros acercan sus barcas y toman asiento a la sombra de sus

velas. ■ Jesús hace ademán de querer hablar. Se hace silencio general. “ Está

escrito: «Te moviste a salvar a tu pueblo, para salvarle con tu Ungido». Está escrito: «Y

yo me alegraré en el Señor y me llenaré de regocijo en Dios, que es mi Salvador» (Hab. 3,13 y 18).

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El pueblo de Israel se ha apropiado estas palabras y les ha dado un significado nacional,

personal, egoísta, que no corresponde a la verdad sobre la persona del Mesías. Les ha dado un

significado limitado, que envilece la grandeza de la idea mesiánica y la pone al nivel de

una manifestación cualquiera de poder humano, y de una victoria sobre sus dominadores,

victoria que según ellos, debe acarrear el Mesías. Mas la verdad es otra. Es grande,

ilimitada. Viene del Dios verdadero, del Creador y Señor del Cielo y de la Tierra, del

Creador de la Humanidad, de Aquel que --de la misma manera que multiplicó los astros

en el firmamento y cubrió de plantas de todas las especies la Tierra y la pobló de animales

y puso peces en las aguas y aves en el aire ---ha multiplicado los hijos del Hombre que creó

Él para que fuera rey de la Creación y criatura predilecta suya. Ahora bien, ¿cómo podría el

Señor, Padre de todo el género humano, ser injusto con los hijos, de los hijos, de los hijos de

los que nacieron del Hombre y de la Mujer, formados por Él con la materia, la tierra, y con el alma,

su aliento divino? ¿Cómo tratar a éstos diversamente que a aquéllos, como si no provinieran de

una Única raíz, como si otro ser sobrenatural y antagonista, y no Él, hubiera creado otras

ramas, de manera que fueran extranjeros, bastardos, dignos de desprecio? El verdadero Dios

no es un pobre dios de éste o aquel pueblo, un ídolo, una figura imaginaria. Es la sublime

Realidad, es la Realidad universal, es el Ser único, Supremo, Creador de todas las cosas y

de todos los hombres. Es, por tanto, el Dios de todos los hombres. Y Él los conoce aunque

ellos no le conozcan. Él los ama aunque ellos, no conociéndole, no le amen; o aunque le

conozcan mal y, por tanto, le amen mal o aunque, aun conociéndole, no sepan amarle. La

paternidad no cesa cuando un hijo es ignorante, torpe o malo. El padre busca el modo de

instruir a su hijo, porque instruirle es signo de amor; se afana en hacer menos torpe al

hijo retrasado: con lágrimas, con indulgencias, con castigos benignos, con perdones

misericordiosos trata de corregir al hijo malo y hacerle bueno, Este es el padre-hombre.

¿Será, acaso, menos el Padre-Dios que un padre-hombre? Veis, pues, que el Padre-Dios ama

a todos los hombres y quiere su salvación. Él, Rey de un Reino infinito, Rey eterno, mira a

su pueblo, compuesto por todos los pueblos que pueblan la Tierra, y dice: “Este es el pueblo

de mis criaturas, el pueblo que debe ser salvado con mi Mesías; éste es el pueblo para el que ha

sido creado el Reino de los Cielos. Y ésta es la hora de salvarle con el Salvador”.

* “Cuando el Salvador salve, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda

raza, para simbolizar que Él reina sobre toda la Tierra. Pero el Rey estará desnudo, sin

más riqueza que su Sacrificio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del espíritu...

para responder que Él es Rey espiritual, sólo esto, enviado para enseñar a los

espíritus a conquistar el Reino, el único Reino que Yo he venido a fundar”.- ■ Prosigue

Jesús: “¿Quién es el Cristo? ¿Quién, el Salvador? ¿Quién, el Mesías? Muchos son los griegos aquí

presentes, y muchos, aunque no sean griegos, saben lo que quiere decir la palabra Cristo.

Cristo es, pues, el consagrado, el ungido con óleo regio para cumplir su misión. ¿Consagrado para

qué? ¿Será para la pequeña gloria de un trono? ¿Será para la gloria, más grande, de un

sacerdocio? No. Consagrado para reunir bajo un único cetro, en un único pueblo, bajo una única

doctrina, a todos los hombres, para que entre sí sean hermanos, e hijos de un único Padre,

hijos que conocen al Padre y que siguen su Ley para tomar parte en su Reino. ■ Rey, en

nombre del Padre que le ha enviado, el Cristo reina como conviene a su Naturaleza, o

sea, divinamente, al ser de Dios. Dios ha puesto todo como escabel de los pies del Cristo suyo,

pero, ciertamente, no para que oprima, sino para que salve. Efectivamente, su nombre es Jesús.

Que en lengua hebrea quiere decir Salvador. Cuando el Salvador salve de la insidia y herida más

violentas, a sus pies habrá un monte cubierto por una multitud de toda raza, para simbolizar

que Él reina sobre toda la Tierra y se yergue por encima de todos los pueblos. Pero el Rey estará

desnudo, sin más riqueza que su Sacrificio, para simbolizar que Él no busca sino las cosas del

espíritu, y que las cosas del espíritu se conquistan con los valores del espíritu y se redimen con la

heroicidad del sacrificio; no con la violencia y el oro. Estará desnudo para responder --tanto a

los que le temen como a aquellos que, por un falso amor, contemporáneamente, le exaltan y le

rebajan queriendo que sea rey según el mundo, como a aquellos que le odian sin más razón

que el temor a ser despojados de lo que ellos más aman--, para responder que Él es Rey

espiritual, sólo esto, enviado para enseñar a los espíritus a conquistar el Reino, el único

Reino que Yo he venido a fundar. ■ No os doy leyes nuevas. A los israelitas les confirmo la Ley del

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Sinaí; a los gentiles les digo: la ley para poseer el Reino no es otra sino la ley de virtud que toda

criatura de moral elevada por sí misma se impone, y que, por la fe en el Dios verdadero, se

transforma, de ley de moral o de virtud humana, en ley de moral sobrehumana”.

* Llamada a gentiles: “La fe es un estado permanente del hombre, es necesaria para el hombre

una fe, una religión. Pobláis con dioses irreales el Olimpo que os habéis creado para creer en

algo... Habéis envidiado a los que han sido colocados en el grupo de los dioses... Ahora, en

verdad, Yo os doy la manera de que seáis dioses... el verdadero Olimpo... Yo soy la Vida,

el Camino... Mi Reino no es de este mundo... Al que cree en Mí le nace un reino en el

corazón: el Reino de Dios en vosotros”.- ■ Jesús dice: “¡Oh, gentiles! Acostumbráis a

proclamar dioses a los hombres grandes de vuestras naciones, y los metéis en las filas de los

numerosos e irreales dioses con que pobláis el Olimpo que os habéis creado para tener algo en

que creer, porque la religión, una religión, es necesaria para el hombre, así como, siendo la fe

el estado permanente del hombre y la incredulidad la anormalidad accidental, es

necesaria una fe. Y no siempre estos hombres elevados a deidades valen siquiera como

hombres, pues unas veces son grandes por la fuerza bruta, otras por una gran astucia,

otras por un poder de una u otra forma adquirido. De esta manera llevan consigo, como

dotes de superhombres, una serie de miserias que el hombre sabio ve como lo que son:

podredumbre de pasiones desencadenadas. Y que estoy afirmando la verdad lo demuestra el

hecho de que en vuestro Olimpo imaginario no habéis sabido introducir siquiera uno de

esos grandes espíritus que han sabido intuir al Ente supremo y han sido agentes

intermedios entre el hombre animal y la Divinidad, instintivamente sentida por ellos con su

espíritu de reflexión y con su corazón virtuoso. De la inteligencia del filósofo que razona, del

verdadero filósofo, al corazón del verdadero creyente que adora al verdadero Dios, el paso

es corto; mientras que del corazón del creyente al corazón del astuto, del hombre

avasallador, o del que es héroe materialmente, hay un abismo. Y, aún siendo así, no habéis

puesto en vuestro Olimpo a aquellos que, por una vida virtuosa, mucho se elevaron por encima de

la masa humana, hasta acercarse a los reinos del espíritu; no, a éstos los habéis temido como

a crueles amos, o los habéis adulado por un servilismo de esclavos, o los habéis admirado

como ejemplo viviente de no haber seguido los instintos animalescos que a vuestros apetitos

desordenados se presentan como fin y meta en la vida. Habéis envidiado a los que han sido

colocados entre el grupo de los dioses, y habéis dejado de lado a los que más se acercaron a la

divinidad con la práctica y la doctrina de una vida virtuosa. ■ Ahora, en verdad, Yo os doy la

manera de que seáis dioses. El que haga lo que digo y crea en lo que enseño, ése, subirá al

verdadero Olimpo, y será dios, dios hijo de Dios en un Cielo donde no hay ningún tipo de

corrupción y donde el Amor es la única ley. En un Cielo donde unos a otros se aman

espiritualmente, sin ofuscación ni asechanzas de los sentidos que enemisten a unos contra

otros a sus habitantes, como sucede en vuestras religiones. No vengo a pedir actos heroicos

que todos aclamen. Vengo a deciros: vivid como la criatura dotada de alma y razón, y no como

los animales. Vivid de forma que merezcáis vivir, realmente vivir, con la parte inmortal vuestra

en el Reino de Aquel que os ha creado. ■ Yo soy la Vida. Vengo a enseñaros el Camino para ir

a la Vida. Vengo a daros la Vida a todos vosotros, y a dárosla para daros la resurrección de

vuestra muerte, de vuestro sepulcro de pecado e idolatría. Yo soy la Misericordia. Vengo a

llamaros, a reuniros a todos. Yo soy el Cristo Salvador. Mi Reino no es de este mundo; y, no

obstante, a quien cree en Mí y en mi palabra le nace un reino en el corazón ya desde los días de

este mundo, y es el Reino de Dios, el Reino de Dios en vosotros. De Mí está escrito que soy

Aquel que llevará la justicia a las naciones. Es verdad. Porque si los miembros de todas las

naciones llevaran a cabo lo que Yo enseño, terminarían los odios, las guerras, los abusos. Está

escrito de Mí que no levantaré la voz para maldecir a los pecadores, ni la mano para

destruir a aquellos que, por su indecorosa manera de vivir, parecen cañas débiles y pabilos

humeantes. Es verdad. Yo soy el Salvador y vengo a fortalecer a los lesionados, a dar vigor a

los que no lo tienen. Está escrito de Mí que soy Aquel que abre los ojos a los ciegos y saca

de la cárcel a los prisioneros y lleva a la luz a los que estaban en las tinieblas de la mazmorra.

Es verdad. Los ciegos más ciegos son los que ni siquiera con la vista del alma ven la Luz, o sea,

al verdadero Dios. Yo vengo, Luz del mundo, para que vean. Los prisioneros más prisioneros

son los que tienen por cadenas sus pasiones malas. Cualquier otra cadena queda anulada

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con la muerte del prisionero, pero las cadenas de los vicios duran y encadenan incluso más allá

de la muerte de la carne. Yo vengo a romperlas. Vengo a sacar de las tinieblas de la mazmorra

subterránea de la ignorancia de Dios a todos aquellos a quienes el paganismo sofoca con el

cúmulo de sus idolatrías. ■ Venid a la Luz y a la Salvación. Venid a Mí, porque mi Reino es

el verdadero y mi Ley es buena: os pide solamente que améis al único Dios y a vuestro

prójimo, y, por tanto, que rechacéis a los ídolos y a las pasiones, cosas éstas que os hacen

duros de corazón, áridos, sensuales, ladrones, homicidas. El mundo dice: “Oprimamos al po-

bre, al débil, al solo. Sea la fuerza nuestro derecho, la dureza nuestro modo, nuestras

armas la intransigencia, el odio, la crueldad. El justo, puesto que no reacciona, sea

pisoteado; y oprimidos sean la viuda y el huérfano, que tienen débil voz”. Yo digo: sed

dulces y mansos; perdonad a los enemigos; socorred a los débiles: sed justos en las ventas

y en las compras; aun teniendo el derecho de vuestra parte, sed magnánimos; no os

aprovechéis de vuestro poder para oprimir a los caídos. No os venguéis. Dejad a Dios el

cuidado de velar por vosotros. Sed morigerados en todas las tendencias, porque la

templanza es prueba de fuerza moral, mientras que la concupiscencia lo es de debilidad.

Sed hombres y no brutos, y no tengáis miedo de haber caído muy abajo y de que no podáis

levantaros de nuevo. ■ En verdad os digo que de la misma manera que el agua turbia de un

charco puede volver a ser agua pura --evaporándose al sol, purificándose dejándose

consumir y elevándose al cielo para después volver a caer en forma de lluvia o de rocío no

inficionado y beneficioso--, con tal de que sepa soportar el sol, así los espíritus que se

acerquen a la gran Luz que es Dios y le eleven a Él su grito: “He pecado, soy fango, pero

aspiro a ti, Luz", se transformarán en espíritus que ascenderán purificados a su Creador.

Quitad a la muerte su horror, haciendo de vuestra vida una moneda para adquirir la Vida.

Despojaos del pasado, cual de un vestido sucio, y revestíos de virtud. Yo soy la Palabra de

Dios y, en su Nombre, os digo que quien tenga fe en Él y buena voluntad, quien se

arrepienta del pasado y tenga propósito recto para el porvenir, sea hebreo o gentil, vendrá a

ser hijo de Dios y posesor del Reino de los Cielos. ■ Os he dicho al principio: «¿Quién es

el Mesías?». Ahora os digo: Soy Yo, el que os habla, y mi Reino está en vuestros corazones, si

lo acogéis, y luego estará en el Cielo que os abriré, si sabéis perseverar en mi Doctrina.

Esto es el Mesías y nada más: Rey de un reino espiritual, cuyas puertas abrirá con su

sacrificio a todos los hombres de buena voluntad”.

* Conversión de una pecadora pública.- Invitación de Cusa.- Jesús, acusado de

falso Mesías y protector de meretrices, dice: “Dajadlos. ¡Por la salvación de un

alma sufriría más! ¡Yo perdono!” .- ■ Jesús ha terminado de hablar y ahora hace

ademán de encaminarse hacia una pequeña escalera que va desde el muelle a la ori lla.

Quizás quiere ir a la barca de Pedro, que se balancea junto a un rudimentario

embarcadero. Pero se vuelve de golpe y escruta a la multitud y grita: “¿Quién fue el que

me pidió para su alma y su cuerpo?”. Nadie responde. Él repite la pregunta y va

repasando con sus espléndidos ojos a la multitud, que se agolpa detrás de Él, no sólo en el

camino sino también abajo, en la arena. Todavía silencio. Mateo hace esta observación:

“Maestro, quién sabe cuántos, en este momento, habrán elevado su corazón a Ti con la

emoción de tus palabras... Jesús le dice: “No. Un alma ha gritado: «Piedad» y la he oído. Y

para deciros que es verdad respondo: «Hágase en ti según lo que pides, porque el

movimiento de tu corazón es justo».Y, enhiesto, lleno de majestad, extien de

imperiosamente la mano hacia la playa. ■ Trata de encaminarse de nuevo hacia la pequeña

escalera, pero se pone enfrente de Él Cusa, que ha bajado --está claro-- de alguna barca, y

le saluda con reverencia. “Te estoy buscando desde hace muchos días. He dado la vuelta al lago

tras de Ti, Maestro. Es urgente que te hable. Acepta mi invitación a mi casa. Tengo a muchos

amigos conmigo”. Jesús le dice: “Ayer estuve en Tiberíades”. Cusa: “Me lo han dicho. Pero no

estoy solo. ¿Ves aquellas barcas que se dirigen a la otra orilla? Allí hay muchos que quieren

verte. Ente ellos, también discípulos tuyos. Ven a mi casa, al otro lado del Jordán; te lo ruego”.

Jesús: “Es inútil, Cusa. Sé lo que quieres decirme”. Cusa: “Ven, Señor”. Jesús: “Enfermos y

pecadores me esperan; déjame...”. Cusa: “También nosotros te esperamos, enfermos de

inquietud por tu bien. Y hay también enfermos de la carne, también...”.Jesús: “¿Has oído mis

palabras? Y entonces para qué insistes?”. Cusa: “Señor, no nos rechaces, nosotros...”. ■ Una

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mujer se ha abierto paso entre la multitud. Conozco ya lo suficiente los vestidos hebreos como para

comprender que no es hebrea, y los vestidos... honestos como para comprender que ésta es una

deshonesta. Pero para ocultar sus hechizos y sus gracias, quizás demasiado procaces, se ha

envuelto toda en un velo, de color azul como su amplio vestido, que es de todos modos

provocativo por la forma, que le deja destapados los bellísimos brazos. Se arroja al suelo y se

arrastra por él hasta que llega a tocar la túnica de Jesús, y la toma entre sus dedos y besa su

extremo, y llora, convulsa toda por los sollozos. ■ Jesús, que iba a responder a Cusa diciendo:

“Erráis y...” baja la mirada y dice: “¿Eras tú la que me invocaba?”. Mujer: “Sí... y no soy digna

de la gracia que me has concedido. No habría debido siquiera llamarte ni con mi espíritu. Pero

tu palabra... Señor... yo soy pecadora. Si me destapara la cara, muchos te dirían mi

nombre. Soy... una prostituta... y una infanticida... y el vicio me había enfermado... Estaba en

Emaús, te di una joya... me la devolviste... y una mirada tuya... me entró en el corazón... Te he

seguido... Has hablado. He dicho dentro de mí tus palabras: «Soy fango, pero aspiro a Ti,

Luz». He dicho: «Cúrame el alma, y luego, si quieres, la carne». Señor, mi carne está curada...

¿Y mi alma?”. Jesús le dice: “Tu alma ha quedado curada por el arrepentimiento. Ve y no

vuelvas a pecar nunca. Te son perdonados tus pecados”. La mujer besa de nuevo el extremo de

la túnica y se alza. Al hacerlo se le desliza el velo. Gritan muchos: “¡La Galacia! ¡La Galacia!”

y lanzan pestes; juntan piedras de la playa y se las arrojan a la mujer, que se agacha,

quedándose atemorizada. Jesús, severo, alza la mano. Impone silencio. “¿Por qué la insul -

táis? No lo hacíais cuando era pecadora. ¿Por qué ahora que se redime?” . Gritan muchos,

profiriendo burlas: “Lo hace porque está vieja y enferma”.Verdaderamente, la mujer,

aunque va no sea muy joven, todavía está muy lejos de ser vieja y fea como dicen. Pero la

masa es así. Jesús ordena: “Pasa delante de Mí y baja a aquella barca. Te acompañaré a casa por

otro camino”, y dice a los suyos: “Ponedla en medio de vosotros y acompañadla”. ■ La ira de la

gente, azuzada por algún intransigente israelita, se vuelca enteramente contra Jesús. Y entre

gritos de: “¡Anatema! ¡Falso Mesías! ¡Protector de prostitutas! Quien las protege las aprue-

ba. ¡Más aún! Las aprueba porque las goza” y frases similares gritadas, mejor: ladradas y

rabiosamente ladradas, sobre todo por un grupito de energúmenos hebreos de no sé qué

casta... entre esos gritos, unos puñados bien lanzados de arena húmeda alcanzan el rostro de

Jesús y lo ensucian. Él levanta el brazo y se limpia el carrillo sin protestar. No sólo eso, sino

que detiene con un gesto a Cusa y a algún otro que querría reaccionar en defensa de Él, y

dice: “Dejadlos. ¡Por la salvación de un alma sufriría mucho más! ¡Yo perdono!”.

* Simón Pedro, ante las conjuras y odios que se ciernen sobre su Maestro, se opone tenazmente

a dejarle solo en compañía de Cusa y sus amigos.- ■ Cusa insiste de nuevo mientras van hacia

el embarcadero, mientras en el muelle se enciende una gresca entre romanos y griegos por

una parte e israelitas por la otra. “¡Ven! Unas horas sólo. Es necesario. Luego te acompañaré

yo mismo. ¿Eres benigno con las meretrices y quieres ser intransigente con nosotros”. Jesús:

“Bien. Voy. Efectivamente, es necesario...”. Y dice a los apóstoles que ya están en las barcas:

“Id adelante. Os alcanzaré...”. “¿Vas solo?” pregunta Pedro poco contento. Jesús: “Estoy con

Cusa...”. Pedro: “¡Mmm! ¿Y nosotros no podemos ir? ¿Para qué te quiere con sus amigos? ¿Por qué

no ha venido a Cafarnaúm?”. Cusa: “Hemos ido. No estabais”. Pedro: “¡Nos hubierais esperado

y nada más!”.Cusa: “Pues hemos venido siguiendo vuestra pista”. Pedro: “Venid ahora a

Cafarnaúm. ¿Tiene que ser el Maestro el que vaya donde vosotros?”. Los otros apóstoles dicen:

“Simón tiene razón”. Cusa: “¿Pero por qué no queréis que venga conmigo? ¿Es, acaso, la primera

vez que viene a mi casa? ¿Acaso no me conocéis?”. Pedro: “Sí que te conocemos. Pero... no

conocemos a los otros”. Cusa: “¿Y a qué tenéis miedo? ¿A que yo sea amigo de los enemigos del

Maestro?”. Pedro: “¡Yo no sé nada! ¡De lo que sí me acuerdo es de cómo acabó Juan el profeta!”.

Cusa: “¡Simón! Me ofendes. Yo soy un hombre de honor. Te juro que antes de que le tocaran un pelo

al Maestro me dejaría atravesar con las lanzas. ¡Créeme! Mi espada está a su servicio...”.

Pedro: “¡¿Y de qué serviría que te atravesaran a ti?! Después... Sí, lo creo, te creo... Pero, una

vez muerto tú, le tocaría a Él. Prefiero mi remo a tu espada, mi pobre barca y, sobre todo,

nuestros sencillos corazones puestos a su servicio”. Cusa: Pero conmigo está Mannaén. ¿Crees

en Mannaén? Y está también el fariseo Eleazar, ese que conoces tú, y el arquisinagogo Timo-

neo, y Natanael ben Fada. A éste no le conoces. Pero es un jefe importante y quiere hablar con el

Maestro. Y está Juan, conocido por el Antipas de Antipátrida, favorito de Herodes el Grande,

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ahora viejo y poderoso, amo de todo el valle del Gahas, y...”. Pedro: “¡Basta, basta! Estás

diciendo nombres grandes, pero a mí no me dicen nada, excepto dos... Voy también yo...”.

Cusa: “No. Quieren hablar con el Maestro...”. Pedro: “¡Quieren! ¿Y quiénes son ellos?

¡¿Quieren?! Y yo no quiero. Sube aquí, Maestro, y vamos. No quiero saber nada de

ninguno, me fío sólo de mí. Arriba, Maestro. Y tú ve en paz a decir a ésos que no somos

unos vagabundos. Saben dónde encontrarnos” y empuja a Jesús sin muchos miramientos,

mientras Cusa protesta alzando la voz. ■ Jesús interviene definitivamente: “No temas,

Simón. No me va a pasar nada malo. Lo sé. Y conviene que vaya. Me conviene. En-

tiéndeme...” y le mira fijamente con sus ojos espléndidos, como para decirle: “No insistas.

Compréndeme. Hay razones que aconsejan que vaya”. Simón cede; a regañadientes, pero cede,

como dominado... De todas formas, masculla disgustado unas palabras entre dientes. Cusa

promete: “Ve tranquilo, Simón. Yo mismo te traeré a tu Señor, y mío”. “¿Cuándo?”. “Mañana”.

Pedro: “¡¿Mañana?! ¿Tanto tiempo hace falta para decir dos palabras? Estamos entre la tercera

y la sexta... Antes del anochecer, si no está nosotros, vamos a tu casa. Recuerda esto, y no

nosotros solos...” y lo dice con un tono que no deja dudas acerca de la intención. Jesús pone la

mano en el hombro de Pedro: “Te digo, Simón, que no me harán daño. Muestra que crees

en mi verdadera naturaleza. Te lo digo Yo. Yo sé las cosas. No me van a hacer nada. Quieren

solamente explicarme algo... Ve... Lleva a Tiberíades a la mujer, estáte si quieres donde Juana,

podrás ver que no me raptan con barcas y soldados”. Pedro: “Ya, pero conozco su casa (y

señala a Cusa). Sé que detrás hay tierra, no es una isla, detrás están Guilgal y Gamala,

Aera, Arbela, Gerasa, Bosrá, y Pel.la y Ramot, y muchas más!...”. Jesús: “¡Te digo que no

temas! Obedece. Dame un beso, Simón. ¡Ve! También a vosotros”. Los besa y los

bendice. Cuando ve que la barca se separa del embarcadero, les dice gritando: “No es mi

hora, y, mientras no lo sea, ni nada ni nadie podrá levantar su mano contra Adiós,

amigos”. ■ Se vuelve hacia Juana, que está visiblemente turbada y pensativa, y le dice: “No

temas. Está bien que suceda esto. Ve en paz”. Y a Cusa: “Vamos. Para que veas que no

tengo miedo. Y para curarte...”. Cusa: “No estoy enfermo, Señor...”. Jesús: “Lo estás. Yo te lo

digo. Y muchos como tú. Vamos”. Sube a la ligera y bien enjaezada barca y se sienta. Los

remadores empiezan la boga en las aguas quietas, dibujando un arco para evitar la

corriente, perceptible hacia donde termina el lago, donde vuelve a salir el río.(Escrito el 27

de Julio de 1946).

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7-464-217 (8-156-213).- Intento de elegir rey a Jesús en la casa de campo de Cusa.

* “Cusa, más que la guerra abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos

amigos o el imprudente entusiasmo de amigos verdaderos”.- ■ En la otra orilla, junto al

paso constituido por el puente, espera un carro cubierto. Cusa: “Sube, Maestro. No te cansarás,

a pesar de que el trayecto sea largo, y no tanto por razón de la distancia como por el hecho de

que he ordenado que tengan siempre aquí un par de bueyes... para no causar molestias a los

invitados más apegados a Ley... Debemos ser compasivos con ellos...”. Jesús: “¿Dónde están?”.

Cusa: “Van adelante de nosotros en otros carros. ¡Tobíolo!”. El carretero, que está unciendo los

bueyes, dice: “¿Sí, patrón?”. Cusa: “¿Dónde están los otros invitados?”. Carretero: “¡Muy

adelante! Estarán ya para llegar a la casa”. Cusa: “¿Lo oyes, Maestro?”. Jesús: “¿Y si Yo no

hubiese venido?”. Cusa: “Estábamos seguros de que vendrías. ¿Y por que no deberías venir?”.

Jesús: “¿Que por qué? Cusa, he venido para mostrarte que no soy un cobarde. Cobardes solo

son los malvados, los que tienen cuentas con la justicia... la justicia de los hombres, por

desgracia, mientras que deberían tener miedo por la única, por la de Dios. Pero Yo no tengo

ninguna culpa y no tengo miedo a los hombres”. Cusa: “¡Pero, Señor, todos los que están

conmigo te veneran! Como yo. No debemos causarte ningún miedo. Te queremos tributar

honores, no insultos”. Cusa está afligido y casi hasta indignado. ■ Jesús, sentado enfrente de él,

mientras el carro crujiendo avanza por los verdes campos, le responde: “Más que la guerra

abierta de mis enemigos debo temer la oculta de los falsos amigos o el imprudente entusiasmo

de amigos verdaderos, pero que todavía no me han comprendido. Y tú eres uno de ellos. ¿No

recuerdas lo que te dije en Béter?”. Cusa, con voz no muy segura, pero sin responder

directamente a la pregunta, contesta: “Comprendo, Señor”. Jesús: “Sí. Me comprendes. Bajo la

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ráfaga del dolor y de la alegría tu corazón era limpio, como después de una tempestad y del arco

iris, es límpido el horizonte. Veías las cosas con rectitud. Luego... Vuélvete, Cusa, y mira

nuestro Mar de Galilea. ¡Al amanecer se veía límpido! Por la noche el rocío había limpiado la

atmósfera y con el fresco de la noche, ya no hubo más evaporación. Cielo y lago eran dos

espejos de zafiro claro que reflejaban mutuamente sus bellezas, y las colinas de alrededor

respiraban frescura y limpieza como si las hubiese creado Dios en la noche. Ahora mira. El

polvo de los caminos de la costa, recorridos por personas y animales, el ardor del sol, que hace

vaporear a bosques y jardines, como calderas al fuego, e incendia el lago y evapora sus aguas,

mira cómo han ensuciado el horizonte. Primero las orillas, nítidas por la limpidez del aire,

parecían cercanas; ahora, mira... parecen empañadas, sin contornos claros, semejantes a cosas

vistas a través del agua sucia. Esto mismo ha pasado en ti. Polvo: ideas humanas. Sol: orgullo.

Cusa, no pierdas el control de ti mismo...”. Cusa agacha la cabeza. Y juguetea mecánicamente

con los adornos de su túnica y con la hebilla del rico cinturón que sujeta la espada. Jesús calla.

Cierra los ojos como si tuviese sueño. Cusa no le perturba.

* Jesús, en la casa de campo de Cusa, entre amigos, falsos amigos e imprudentes amigos.-

■ El carro avanza lentamente en dirección sudeste, hacia las leves ondulaciones, que son, por lo

que me imagino, la primera parte de la meseta que limita el valle del Jordán por este lado, el

oriental. Debido a la abundancia de aguas subterráneas o de algún río, lo cierto es que los

campos son fértiles y hermosos. Viñedos y árboles frutales se ven por todas partes. El carro

cambia de dirección, deja el camino principal y toma uno particular. Se interna por un sendero

tupido de ramajes, lleno de sombra y de frescor, teniendo en cuenta el horno que es el soleado

camino principal. En el fondo del sendero hay una casa blanca, baja, de aspecto señorial. Y, acá

y allá, por los campos y viñedos, están diseminadas casas pequeñas. El carro pasa un

puentecillo y un mojón, a partir del cual el huerto se transforma en un jardín con un paseo

recubierto de guijo. Al sonar de forma distinta las ruedas sobre la grava, Jesús abre los ojos.

Cusa dice: “Hemos llegado, Maestro. Mira a los invitados que nos han oído y vienen a nuestro

encuentro”. ■ De hecho, muchos hombres de rica posición social, se apiñan en el sendero y

saludan con inclinaciones pomposas al Maestro que llega. Veo y reconozco a Mannaén, a

Timoneo, a Eleazar, y a otros que antes he visto, pero cuyos nombres no conozco. Y luego

muchos, muchos jamás vistos, o por lo menos, que nunca he advertido concretamente. Hay

muchos que llevan espada; otros, en vez de las espadas, ostentan abundantes perifollos

farisáicos y sacerdotales o rabínicos. Se detiene el carro. Jesús desciende y se inclina saludando

a todos. Los discípulos Mannaén y Timoneo se acercan y le saludan de una manera particular.

Se acerca Eleazar (el fariseo bueno del convite dado en la casa de Ismael), y, con él, otros dos

escribas que tratan de hacerse conocer. Uno es aquel cuyo hijo fue curado en Tariquea el día de

la primera multiplicación de los panes, y el otro el que en las faldas del monte de las

bienaventuranzas dio alimentos para todos. Se acerca también el fariseo que en la casa de José

de Arimatea, en el tiempo de la siega, fue instruido por Jesús acerca del verdadero móvil de sus

insensatos celos. ■ Cusa les presenta uno por uno, cosa que omito, porque se hace uno un lío

con los nombres de Simón, Juan, Leví, Eleazar, Natanael, José, Felipe, etc, etc.; saduceos,

escribas, sacerdotes, herodianos en su mayoría; y debería añadir que los últimos son los más

numerosos; algún que otro prosélito y fariseo, dos sanedristas, cuatro sinagogos, y, perdido no

sé cómo aquí dentro, un esenio. Jesús se inclina al oír el nombre de cada uno, mirando

penetrantemente a cada uno de los rostros, algunas veces sonriendo levemente, como cuando

alguien, para darse mejor a conocer, saca a relucir algún hecho que le puso en contacto con

Jesús. Esto sucede, por ejemplo, con un tal Joaquín de Bozra que dice: “Tú curaste a mi mujer

María de la lepra. Tú bendito”. Y el esenio: “Te oí cuando hablaste cerca de Jericó, y uno de los

nuestros dejó las riberas del Mar Salado para seguirte. Tuve después noticias de Ti por el

milagro que obraste en Eliseo de Engaddi. En estas tierras vivimos, nosotros puros,

esperando...”. Qué cosa esperan, no lo sé. Pero lo que sí puedo decir es que los esenios miran a

los demás con un aire de superioridad, que ciertamente no muestran apariencia de místicos, sino

que, en su mayor parte, muestran a las claras que no desaprovechan la oportunidad de gozar de

los bienes que su posición les concede. ■ Cusa libera a su Invitado de las ceremonias de los

saludos y le conduce a una habitación bien arreglada con baño, donde le deja para que se

refresque un poco sobre todo con ese calor. Vuelve a sus invitados con los que habla

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animadamente. Y llegan casi a una disputa porque los presentes tienen dispares opiniones: unos

quieren poner inmediatamente las cartas sobre la mesa. ¿Cuáles?; otros, por el contrario,

proponen no asaltar enseguida al Maestro sino convencerle primero de que le guardan un

profundo respeto. Triunfa este último grupo, por ser el más numeroso; así que Cusa, como

anfitrión, llama a los siervos para que preparen la comida, y así dar tiempo a Jesús, «que está

cansado --y se le nota-- para que descanse», lo que todos aceptan, tanto que, cuando Jesús

aparece de nuevo, los invitados se alejan con grandes reverencias y le dejan con Cusa, ■ que le

lleva a una habitación fresca donde hay un lecho con ricas alfombras. Jesús, que se queda solo

después de haber entregado a un siervo sus sandalias y su vestido, para que les quiten el polvo y

señales del viaje, no se acuesta. Se sienta al borde del lecho, con sus pies descalzos sobre la

estera del suelo, y con su túnica corta que le cubre el cuerpo y le llega hasta los codos y rodillas.

Está sumamente pensativo. Estar así vestido le hace parecer más joven y más hermoso por su

complexión armónica y viril, pero, por otra parte, la concentración en lo que piensa, que

ciertamente no debe ser alegre, le ahonda las arrugas y le carga el rostro con una expresión

dolorosa de cansancio que le envejece. Ningún ruido en la casa, ninguno en el campo, donde las

uvas maduran bajo el fuerte sol. Las cortinas oscuras que hay en puertas y ventanas no se

mueven en absoluto. Y así pasan las horas... Las sombras aumentan con el descenso del sol.

Pero el calor sigue. Y Jesús continúa en sus profundas reflexiones. ■ Finalmente la casa da

señales de haberse despertado. Se oyen voces, pisadas, órdenes. Cusa mueve cuidadosamente la

cortina para ver sin molestar. Jesús dice: “¡Entra! No estoy durmiendo”. Cusa entra: está vestido

ya para el banquete. Mira y observa que en el lecho no se ve señal alguna de que Jesús se haya

acostado. Cusa: “¿No dormiste? ¿Por qué? Estás cansado...”. Jesús: “He descansado en el

silencio y en la sombra. Me basta”. Cusa: “Voy a decir que te traigan unos vestidos”. Jesús:

“No. Mis vestidos han de estar ya secos. Prefiero los míos. Quiero partir tan pronto como

termine el banquete. Te ruego que ordenes que estén preparados el carro y la barca”. Cusa:

“Como ordenes, Señor... Hubiera preferido que te quedases hasta mañana al amanecer...”. Jesús:

“No puedo. Debo irme...”. Cusa sale después de haber hecho una inclinación Se oye un gran

vocerío... Pasa algún tiempo. Vuelve el siervo con el vestido de lino, limpio, oloroso a sol y con

las sandalias limpias del polvo, relucientes con la grasa. Otro siervo viene con el lavamanos,

una jarra y la toalla. Todo lo pone sobre una mesa baja. Salen...

* Amigos y enemigos proclaman que “ahora se cumplen las promesas y esperanzas de un

Mesías restaurador, Vengador, Libertador y creador de la verdadera independencia de

Israel, la patria más grande del mundo”.- ■ ...Jesús se reúne con los invitados en el atrio, que

divide la casa de norte a sur, creando un lugar ventilado y agradable en que están diseminados

unos asientos, adornado con cortinas ligeras, de coloridas franjas, que modifican la luz sin poner

obstáculo al aire; ahora, recogidas, permiten ver los verdes alrededores que rodean la casa. Jesús

está majestuoso. Pese a que no ha dormido, parece estar lleno de fuerza, y su caminar es de

reyes. El lino de su vestido está blanquísimo y sus cabellos, limpios con el baño de la mañana,

resplandecen levemente adornando su rostro con su color dorado. Cusa dice: “Ven, Maestro. Te

esperábamos solo a Ti”, y le lleva directamente a la sala donde están las mesas. Después de la

plegaria y de una nueva ablución de manos se sienta. La comida empieza, rica como de

costumbre, y envuelta en el silencio. Poco a poco el hielo se deshace. Jesús está al lado de Cusa.

Mannaén está a su otro lado y tiene por compañero a Timoneo. Cusa, un hombre habituado a la

corte, señala a los demás sus lugares en la mesa en forma de “U”. El esenio ha sido el único que

no ha querido tomar parte en el banquete y sentarse a la mesa con los demás. Solo cuando por

órdenes de Cusa un siervo le ofrece un cesto precioso lleno de frutas, acepta sentarse detrás de

una mesa baja, después de haber hecho no sé cuántas abluciones tras remangarse las largas

mangas de su blanca vestidura, por temor de mancharlas, o por rito o por algún otro motivo que

ignoro. ■ Es un banquete extraño donde prevalecen más las miradas que las palabras. Solamente

algunas frases breves de cortesía y un recíproco examinarse, o sea: Jesús escruta a los presentes

y éstos a Jesús. Los siervos después de haber puesto sobre las mesas grandes fuentes de frutas

por orden de Cusa se retiran. Las frutas están frescas y debieron de estar guardadas en lugar

friísimo. Parece como si estuvieran heladas por lo hermosas que se ven. Los siervos salen

después de haber encendido las lámparas, todavía no necesarias, porque todavía el día está

luminoso con su largo ocaso estival. ■ Cusa empieza diciendo: “Maestro, debes de haberte

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preguntado el porqué de este encuentro y de nuestro silencio. Lo que tenemos que decirte es de

mucha importancia, no lo pueden oír oídos imprudentes. Ahora estamos solos y podemos

hablar. Lo ves. Todos los presentes guardan hacia Ti el máximo respeto. Encuentras quienes te

veneran como a Hombre y como al Mesías. Tu justicia, tu sabiduría, los dones con los que Dios

te ha adornado, es algo que conocemos y admiramos todos los aquí presentes. Tú eres para

nosotros el Mesías de Israel. Mesías según la idea espiritual y política. Eres el Esperado para

acabar con el dolor, con la humillación de todo un pueblo. Y no solo de este pueblo encerrado

en los confines de Israel --mejor: de Palestina-- sino del pueblo de todo Israel, de las millares y

millares de colonias de la Diáspora, esparcidas por toda la tierra, que hacen resonar el nombre

de Yeové en todos los lugares y hacen conocer las promesas y esperanzas, que ahora se

cumplen, de un Mesías restaurador, de un Vengador, de un Libertador, y creador de la

verdadera independencia y de la Patria de Israel, o sea, de la Patria más grande que hay en el

mundo, la Patria: reina y dominadora, que borra todos los recuerdos pasados y toda huella de

esclavitud, el Hebraísmo triunfante sobre todo y sobre todos, y para siempre, porque así se dijo

y así se cumple. ■ ¡Señor!, tienes ante Ti a todo Israel en los representantes de las diversas

clases de este pueblo eterno, que el Altísimo ha castigado, pero que no deja de amar y que lo

llama «su pueblo». Tienes el corazón vivo y sano de Israel con los miembros del Sanedrín y de

los sacerdotes. Tienes la fuerza y la santidad con los fariseos y saduceos. Tienes la sabiduría con

los escribas y rabinos. Tienes la política y el valor con los herodianos. Tienes el patrimonio: los

ricos; el pueblo con los mercaderes y hacendados. Tienes la Diáspora con los Prosélitos. Tienes

incluso a los separados que ahora sienten estar unidos porque ven en Ti al Esperado: los esenios,

a los que nunca se puede uno acercar. Mira, Señor, este primer prodigio, esta grande señal de tu

misión, de tu verdad. Tú, sin violencia, sin medios, sin ministros, sin ejércitos, sin espadas,

reúnes a todo tu pueblo como un depósito reúne las aguas de miles de manantiales. Tú, casi sin

palabra alguna, sin habernos dicho en modo alguno que nos reuniéramos, a nosotros que nos

hemos visto divididos por tantas desgracias, odios, ideas políticas y religiosas, nos juntas de una

manera pacífica. ¡Oh, Príncipe de la Paz! alégrate por haber redimido y reinaugurado todo antes

de haber tomado entre tus manos el cetro y puesto sobre tu cabeza la corona. Tu Reino, el Reino

que ha esperado Israel, ha nacido. Nuestras riquezas, nuestras fuerzas, nuestras espadas están a

tus pies. ¡Habla! ¡Ordena! Ha llegado la hora”. ■ Todos aplauden el discurso de Cusa. Jesús,

con los brazos cruzados sobre su pecho, guarda silencio. Cusa: “¿No hablas? ¿No respondes,

Señor? Tal vez todo esto te ha tomado de sorpresa... Tal vez es que no te sientes preparado y,

sobre todo, dudas que Israel no esté preparado... Pero no es así. Escucha nuestras palabras. Yo

hablo, y conmigo Mannaén, por el Palacio, que ya no merece existir, que es una vergonzosa

llaga para Israel, la tiranía sin nombre que oprime al pueblo y se inclina, servil, a adular al

usurpador. Ha llegado su hora. Levántate, Estrella de Jacob (Núm. 24,17), y pon en fuga las

tinieblas de ese coro de crímenes y vergüenzas. Aquí están los que, conocidos como herodianos,

son los enemigos de los que profanan el nombre, para ellos sagrado, de la dinastía de los

Herodes. Hablad, vosotros”. Un herodiano dice: “Maestro, yo soy viejo, pero recuerdo lo que

fue la gloria de otros tiempos. Como nombre de héroe puesto a una hedionda carroña, así es el

nombre de Herodes sobre los degenerados descendientes que envilecen nuestro pueblo. Es la

hora en que se repita la hazaña que tantas veces ha realizado Israel cuando indignos monarcas se

sentaban sobre los dolores del pueblo. Tú eres el único digno de realizarla”. Jesús no dice nada.

■ Un escriba: “Maestro, ¿crees que podamos dudar de ello? Hemos escudriñado las Escrituras.

Tú eres ése. Tú debes reinar”. Un sacerdote dice: “Debes ser rey sacerdote. El nuevo Nehemías,

mayor que él, debe venir a purificar. El altar está profanado. Que el celo del Altísimo te

espolee”. Y uno detrás de otro van diciendo: “Muchos de los nuestros, de los que temen tu

sabio reinado, te han atacado. Pero el pueblo está contigo, y los mejores de los nuestros con él.

Tenemos necesidad de un sabio”. “Necesitamos de un hombre puro”. “De un verdadero rey”.

“De un santo”. “De un redentor. Cada vez más somos esclavos de todo y de todos.

¡Defiéndenos, Señor!”. “Se nos pisotea en el mundo, porque no obstante nuestro número y

riquezas, somos como ovejas sin pastor. Lanza el viejo grito de: «¡Israel, a tus tiendas!» (Deut.

5,30) y de todas las partes de la Diáspora, como un reclutamiento, se levantarán tus súbditos, y

derribarán los vacilantes tronos de los poderosos a los que Dios no ama”. ■ Jesús sigue callado.

Es el único que conserva serenidad, como si no se tratase de Él, en medio de unos cuarenta

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energúmenos, cuyos argumentos apenas si puedo entender una décima parte, porque todos

hablan al mismo tiempo produciendo una algarabía de plaza. Jesús conserva su actitud tranquila

y su silencio. Todos gritan: “¡Di algo! ¡Responde!”. Jesús se pone de pie lentamente,

apoyándose en las manos sobre el borde de la mesa. Un profundo silencio reina. Siente que

todos los ojos están en Él. Abre la boca (los otros también, como para aspirar su respuesta). Y la

respuesta es breve, pero clara: “No”. Una gritería, un tumulto se alza: “¿Pero cómo es eso?

¡Nos traicionas! ¿Traicionas a tu pueblo? ¡Reniega de su misión! ¡Rechaza las órdenes de

Dios!...”. Caras que se tiñen de carmesí, ojos que se encienden, puños que casi amenazan... Más

que fieles, parecen enemigos. Pero así es: cuando una idea política se apodera de los corazones,

hasta los mansos parecen fieras contra quien se opone a esa idea suya.

* Jesús proclama: “Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que lo establezca en

vosotros”.-■ Al alboroto le sigue un silencio extraño. Parece que agotadas las fuerzas, todos se

sientan exhaustos, derrotados. Se miran con ojos interrogadores, tristes... y hasta intranquilos...

Jesús mira en torno a Sí y dice: “Sabía que para esto me queríais traer aquí. Sabía la inutilidad

de vuestro plan. Cusa puede decíroslo, que se lo dije en Tariquea. Vine para deciros que no

temo insidia alguna porque no ha llegado la hora. Y tampoco tendré miedo cuando llegue la

hora de insidia, porque para esto he venido. Y he venido para convenceros. Muchos de entre

vosotros actuáis de buena fe. Pero debo corregir el error en que, de buena fe, habéis

caído.¿Veis? No os reprendo. No reprendo a ninguno, ni siquiera a los que por ser mis fieles

discípulos deberían saber controlar con justicia sus pasiones. ■ No te reprendo a ti, justo

Timoneo; pero te digo que en el fondo de tu amor que quiere verme honrado, existe todavía el

«yo» que bulle y sueña tiempos mejores en que puedas ver el daño en los que te dañaron. No te

reprocho a ti, Mannaén, aun cuando has dado muestras de haber olvidado la sabiduría y los

ejemplos espirituales que recibiste de Mí, y de Juan Bautista antes de Mí; pero debo decirte que

también en ti hay una raíz de egoísmo humano que se levanta tras la hoguera de amor que por

Mí sientes. No te reprocho nada, Eleazar, hombre justo, aunque solo fuera por la pobre anciana

que te confiaron, siempre justo, pero ahora no justo; y no te reprocho nada, Cusa, aunque

debería hacerlo, porque en ti más que en todos los que queréis con buena fe verme como rey,

existe tu yo. Quieres que sea Yo rey. No hay trampa alguna en tus palabras, ni lo haces para

denunciarme ante el Sanedrín, ante el rey y ante Roma. Pero más que por el amor --crees que es

todo amor y no es-- más que por amor lo haces para vengarte de ofensas que el palacio te ha

infligido. Soy tu invitado. Debería guardar silencio acerca de tus sentimientos. Pero Yo soy la

Verdad en todas las cosas. Y hablo. Por tu bien. Y lo mismo te sucede a ti, Joaquín de Bozra; y

a ti, Juan escriba; y también a ti, a ti y a ti”. Señala a éste, a aquel sin rencor, pero con tristeza...

y continúa: “No os reprendo. Porque sé que no sois vosotros los que queréis esto,

espontáneamente. Es el Adversario quien trabaja y vosotros... vosotros sin saberlo sois juguetes

en sus manos. También se aprovecha del amor, de vuestro amor, Timoneo, Mannaén, Joaquín;

del vuestro, vosotros que realmente me amáis; de vuestro respeto que sentís por Mí, vosotros

que en Mí veis al Rabí perfecto; aun de esto el Maldito se aprovecha para dañar y dañarme. Pero

Yo digo a vosotros, como a quien os incita a los planes peores hasta convertirse en traición y

crimen: «No. Mi Reino no es de este mundo. Venid a Mí para que establezca mi Reino en

vosotros, y no otra cosa». Ahora dejadme ir”. ■ Uno de los sacerdotes dice: “No, Señor.

Estamos completamente resueltos. Hemos puesto ya en juego riquezas, preparado planes,

decididos a salir de esta incertidumbre que tiene inquieta a Israel, y de lo que se aprovechan

otros para causar daño a Israel. Se te sigue por todas partes con mala intención. Es verdad.

Tienes enemigos aun dentro del mismo Templo. Yo que soy de los Ancianos, no lo niego. Para

poner fin a todo esto, he aquí lo que hay que hacer: ungirte. Y nosotros estamos preparados para

hacerlo. No es la primera vez que en Israel se proclama así a alguien como a un rey para acabar

con desgracias nacionales y discordias. Aquí está alguien que puede hacerlo en nombre de Dios.

Permítenos hacerlo”. Jesús: “No. No es lícito. No tenéis autoridad para hacerlo”. Sacerdote: “El

Sumo Sacerdote es el primero que quiere esto, aunque no esté presente. No puede permitir más

la situación actual del dominio romano y de los escándalos de la corte”. Jesús: “No mientas,

sacerdote. En tus labios la blasfemia es doblemente impura. Tal vez no lo sabes y eres

engañado, pero en el Templo eso no se desea”. Sacerdote: “¿Crees, pues, que es un engaño

nuestra afirmación?”. Jesús: “Sí. Si no de todos vosotros, sí de la mayoría. No mintáis. Yo soy

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la Luz e ilumino los corazones...”. Gritan los herodianos: “Puedes fiarte de nosotros. Nosotros

no amamos ni a Herodes, ni a ningún otro”. Jesús: “No. Os amáis a vosotros solos. Es verdad. Y

no podéis amarme. Os serviría de palanca para derrocar el trono, y dejar expedito el camino a un

poder más fuerte, y para imponer sobre el pueblo una opresión mayor. Caería Yo en engaño, lo

mismo que el pueblo y vosotros mismos. Roma aplastaría a todos, después de que vosotros lo

hubierais sido”. ■ Los prosélitos dicen: “Señor, entre las colonias de la Diáspora hay muchos

hombres dispuestos a levantarse... y nuestros bienes son para ello”. El de Bozra y otros gritan:

“Y los míos, y todo el apoyo del Auranítide y Traconítide. Sé lo que digo. Nuestros montes

pueden preparar un ejército, fuera de todo peligro, para lanzarlo después como cohorte de

águilas, a tu servicio”. “También la Perea”. “También la Gaulanítide”. “¡El valle de Gahas está

contigo!”. Y el esenio: “Y contigo las riberas del Mar Salado con los nómadas que nos creen

dioses, si consientes unirte a nosotros”, y continúa con una monserga de exaltado que se pierde

en la gritería. Otros también insisten: “Los montañeses de la Judea son de la raza de fuertes

reyes”. “Y los de la Alta Galilea son héroes del temple de Débora. También las mujeres,

también los niños son héroes”. “¿Crees que seamos pocos? Somos ejércitos y ejércitos. Todo

el pueblo está contigo. ¡Tú eres rey de la estirpe de David, el Mesías! Éste es el grito que se oye

en los labios de los sabios y de los ignorantes, porque es el grito de los corazones... Tus

milagros... tus palabras... las señales...”. ■ Una confusión que no logro seguir. Jesús, cual roca

firme ante un huracán, ni se mueve, ni reacciona. Está impasible. Y la vorágine de súplicas,

insistencias, razones, continúa: “¡Nos destruyes! ¿Por qué quieres nuestra destrucción? ¿Quieres

actuar solo? No puedes, Matatías Macabeo no rechazó la ayuda de los Asideos y Judas libertó a

Israel con su ayuda... ¡Acepta!”. De cuando en cuando todos dicen esta única palabra. Jesús no

cede.

* “La mayor desgracia de un creyente es caer en la falsa interpretación de las señales”.- ■

Uno de los Ancianos --anciano, y mucho, también de edad-- cuchichea con un sacerdote y un

escriba, más viejos que él. Se abren paso. Imponen silencio. Habla el escriba anciano, que

también ha llamado a Eleazar y a los dos escribas de nombre Juan: “Señor, ¿por qué no quieres

ceñir la corona de Israel?”. Jesús: “Porque no es mía. No soy hijo de príncipe hebreo”. Escriba:

“Señor, tal vez no lo sabes. Un día, éste y éste otro fuimos convocados, porque tres Sabios

llegaron preguntando dónde estaba el que había nacido como rey de los hebreos. ¿Comprendes?

«Nacido Rey». Herodes para poder responder nos convocó a nosotros, a los príncipes de los

sacerdotes y a los escribas del pueblo. Con nosotros estaba Hilel el Justo. Nuestra respuesta fue:

«En Belén de Judá». Nos consta que naciste allí y que grandes señales acompañaron tu

nacimiento. Algunos de tus discípulos son testigos de esto, ¿puedes negar que los tres Sabios te

adoraron como a Rey?”. Jesús: “No lo niego”. Escriba: “¿Puedes negar que el milagro te

precede y que te acompaña y que te sigue como señal del Cielo?”. Jesús: “No lo niego”.

Escriba: “¿Puedes negar que no eres el Mesías prometido?”. Jesús: “No”. Escriba: “Entonces,

en nombre de Dios vivo ¿por qué quieres defraudar las esperanzas de un pueblo?”. Jesús: “Yo

he venido a cumplir las esperanzas de Dios”. Escriba: “¿Cuáles?”. Jesús: “Las de la redención

del mundo, del establecimiento del Reino de Dios. Mi Reino no es de este mundo. Dejad en su

lugar vuestras riquezas, dejad las armas. Abrid los ojos y el corazón para leer las Escrituras y los

Profetas, y para acoger mi Verdad, y tendréis el Reino de Dios en vosotros”. Escriba: “No. Las

Escrituras hablan de un Rey libertador”. ■ Jesús: “De la esclavitud satánica, del pecado, del

error, de la carne, del gentilismo, de la idolatría. ¿Qué os hizo Satanás, hebreos, pueblo

sabio, para haceros caer hasta tal punto en error acerca de las verdades proféticas? ¿Qué os hace,

hebreos, hermanos míos, para haceros de tal manera ciegos? ¿Qué os hace, discípulos míos, para

que ni siquiera vosotros comprendáis nada? La mayor desgracia de un pueblo y de un

creyente es la de caer en una falsa interpretación de las señales. Y aquí es donde se cumple

esta desgracia. Intereses personales, prejuicios, arrebatos, amor patrio mal entendido, todo esto

sirve para que se abra el abismo... el abismo del error en que un pueblo perecerá desconociendo

a su Rey, tomándole como lo que no es”. Escriba: “Tú eres el que te desconoces”. Jesús:

“Vosotros sois los que os desconocéis, y también me desconocéis a Mí. Yo no soy el rey

humano. Vosotros... vosotros, tres cuartas partes de los que estáis aquí reunidos, lo sabéis, y

queréis mi mal, no mi bien. Lo hacéis por odio, no por amor. Os perdono. Digo a los rectos de

corazón: «Volved en vosotros mismos, no seáis siervos involuntarios del mal». Dejadme que me

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vaya. No tengo nada que añadir”. Un silencio lleno de estupefacción... ■ Eleazar dice: “No soy

enemigo tuyo. Creía que buscaba tu bien. No soy el único... Otros amigos piensan como yo”.

Jesús: “Lo sé. Pero dime, y sé sincero: ¿qué dice Gamaliel?”. Eleazar: “¿El Rabí?... dice... Sí,

dice: «El Altísimo hará la señal si éste es su Mesías»”. Jesús: “Dice bien. ¿Y qué José el

Anciano?”. Eleazar: “Que Tú eres el Hijo de Dios y reinarás como Dios”. Jesús: “José es un

hombre recto. ¿Y Lázaro de Betania?”. Eleazar: “Sufre... Habla poco... Pero dice... que reinarás

solo cuando nuestros espíritus te acojan”. Jesús: “Lázaro es sabio. Cuando vuestros espíritus me

acojan. Por ahora vosotros --incluso aquellos a quienes juzgaba espíritus abiertos-- no aceptáis

ni al Rey ni su Reino; y esto me llena de dolor”.

* Jesús deja la sala. Los rectos reconocen su error; los malintencionados (mayoría) tratan

de retenerle.- ■ Gritan muchos: “En una palabra: No aceptas”. Jesús: “Lo habéis dicho”. Otros

gritan: “Nos has hecho comprometernos, nos dañas, nos...”. Son herodianos, escribas, fariseos,

saduceos, sacerdotes. Jesús deja la mesa, y se dirige a este grupo mirándolo fijamente. ¡Qué

ojos! Ellos involuntariamente enmudecen, se pegan contra la pared... Jesús se dirige a ellos cara

a cara, y lentamente pero con una claridad sin ambages, como un sablazo: “Está dicho: «Maldito

quien golpea a su prójimo a escondidas y acepta dones para condenar a muerte a un inocente»

(Deut. 27,24 ). Yo os digo: os perdono. Pero vuestro pecado conoce el Hijo del hombre. Si no os

perdonase Yo... Por mucho menos, Yeové redujo a cenizas a muchos de Israel”. Y se muestra

tan severo al decir esto, que nadie se atreve a moverse. ■ Jesús levanta la doble y pesada

cortina y sale al patio sin que nadie se atreva a hacer algo. Solo cuando la cortina deja de

moverse, esto es, después de algunos minutos, vuelven a pensar. Los más enfurecidos dicen:

“Hay que alcanzarle... Hay que retenerle...”. Los mejores dicen: “Hay que decirle que nos

perdone”. Son Mannaén, Timoneo, los prosélitos, el de Bozra, en una palabra, los rectos de

corazón. Se arremolinan fuera de la sala. Buscan, preguntan a los siervos. “¿El Maestro?

¿Dónde está?”. ¿El Maestro? Nadie le ha visto, ni siquiera los que están en las dos puertas del

patio. No está... Con antorchas y linternas le buscan en la oscuridad del jardín, en la habitación

donde descansó. No está, ni tampoco está su manto que había dejado sobre el lecho, ni la bolsa

dejada en el patio... Exclaman: “¡Se nos ha escapado! ¡Es un Satanás! No. No. Es Dios. Hace lo

que quiere. ¡Nos traicionará! No. Nos conocerá en nuestra verdadera realidad”. Un griterío de

pareceres y de insultos recíprocos. Los de buen corazón gritan: “Nos engañasteis. ¡Traidores!

¡Debíamos haberlo imaginado!”. Los malintencionados, o sea, la mayoría, amenazan, y la riña,

perdido el chivo expiatorio, se vuelve contra sí mismos...

* El amoroso Juan, que ha seguido las pasos de su Maestro en la huida, se encuentra con

Él, un Jesús triste y abatido.- El testimonio que dará el predilecto.- ■ ¿Y Jesús, dónde está?

Le veo, por voluntad suya, muy lejos, en dirección al puente que da sobre la desembocadura del

Jordán. Camina veloz, como si el viento se lo llevase. Sus cabellos le revolotean por su rostro

pálido, su vestido se agita cual una vela en su ligero andar. Luego, cuando está seguro que se ha

alejado, se interna entre los juncos de la orilla y toma la margen oriental. Y apenas encuentra las

primeras rocas del alto acantilado, se sube, sin preocuparse de la poca luz ni del peligro que

supone el subir por la costa abrupta. Sube, continúa subiendo hasta un peñasco que se asoma

hacia el lago, velado por una vieja encina; y allí se sienta, pone un codo en la rodilla, apoya el

mentón en la palma de la mano, y, con la mirada fija en el espacio anchuroso que va

envolviéndose en la noche, apenas visible aún por la blancura del vestido y la palidez del rostro,

así permanece... ■ Pero alguien le ha seguido. Es Juan, semidesnudo, esto es, con la túnica corta

de los pescadores, con los cabellos empapados en agua, jadeante y sin embargo pálido. Se

acerca poco a poco a Jesús. Parece una sombra que se deslizara sobre el escabroso acantilado.

Se detiene distante. Mira a Jesús atentamente... No se mueve, parece cual roca. Su túnica oscura

le favorece. Solo la cara, las pantorrillas y los brazos desnudos son visibles en la oscuridad de la

noche. Pero cuando oye que Jesús llora, entonces no resiste más, y se acerca hasta hacerse oír:

“¡Maestro!”. Jesús oye. Levanta la cabeza. Con ademán de huir se recoge el manto. Juan grita:

“¿Qué te hicieron, Maestro, para que no me reconozcas?”. Jesús reconoce a su predilecto. Le

tiende los brazos y Juan se lanza a ellos. Los dos lloran por dos diversos dolores y por un solo

amor. El llanto cesa y Jesús es el primero en volver a la visión completa de las cosas. Siente y

ve a Juan semidesnudo, con la túnica empapada en agua, con su cuerpo que tiembla de frío,

descalzo. “¿Cómo estás aquí y en estas trazas?”. Juan: “¡No me reprendas, Maestro! No pude

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aguantarme... No podía dejarte ir... Me quité los vestidos, menos la túnica, y me eché a nadar;

he regresado a Tariquea nadando; y de allí, por la orilla, corriendo hasta el puente; y luego paso

tras paso, detrás de Ti; y me he quedado escondido en el foso que hay junto a la casa, preparado

para ir en tu ayuda, atento, al menos, para saber si te raptaban, si te hacían algún mal. Y he oído

muchas cosas que disputaban y luego te he visto a Ti pasando veloz delante de mí. Parecías un

ángel. Por seguirte sin perderte de vista, he caído en hoyos y pantanos y por esto estoy lleno de

barro. Te habré manchado el vestido... Te estaba mirándote desde que has llegado aquí...

¿Llorabas? ■ ¿Qué te han hecho, Señor mío? ¿Te insultaron? ¿Te golpearon?”. Jesús: “No. Me

querían hacer rey. ¡Un pobre rey, Juan! Varios lo hacían de buena fe, llevados de un amor

verdadero, por un fin bueno... Pero los más... para denunciarme y matarme...”. Juan: “¿Quiénes

son éstos?”. Jesús: “No preguntes”. Juan: “¿Y los otros?”. Jesús: “No preguntes ni siquiera el

nombre de éstos. No debes odiar, ni debes criticar... Los perdono...”. Juan: “Maestro... ¿había

discípulos?... Dime solo esto”. Jesús: “Sí”. Juan: “¿Y apóstoles?”. Jesús: “No, Juan. Ningún

apóstol”. Juan: “¿De veras, Señor?”. Jesús: “De veras, Juan”. Juan: “Dios sea alabado... ■

Pero, ¿por qué sigues llorando, Señor? Yo estoy contigo. Te amo por todos. También Pedro y

Andrés y los demás... Cuando vieron que me echaba al lago, me dijeron que estaba loco, y

Pedro se enfureció y mi hermano dijo que quería yo morir en los remolinos. Pero luego

comprendieron y gritaron: “Dios te acompañe. Ve, ve”. Nosotros te amamos, pero nadie como

yo, que soy un muchacho”. Jesús: “Sí. Nadie como tú. ¡Tienes frío! Ven aquí bajo mi manto...”.

Juan: “No, a tus pies. ¡Así... Maestro mío! ¿Por qué no todos te aman como este pobre

muchacho cual soy yo?”. Jesús le estrecha contra su corazón, sentándose a su lado: “Porque no

tienen tu corazón de niño...”. ■ Juan: “¿Querían hacerte rey? ¿Pero no han comprendido que tu

Reino no es de esta tierra?”. Jesús: “¡No lo comprenden!”. Juan: “Sin decir nombre alguno,

cuéntame, Señor, cómo estuvo...”. Jesús: “Pero tú no dirás lo que te digo”. Juan: “Si así lo

quieres, señor, no lo diré...”. Jesús: “No lo dirás sino cuando los hombres quieran presentarme

como un común líder del pueblo. Llegará ese día. Tú estarás y dirás: «Él no fue Rey de la tierra,

porque no quiso, porque su Reino no es de este mundo. Él es el Hijo de Dios. El Verbo

Encarnado y no podía aceptar lo que es terreno. Quiso venir al mundo, revestirse de carne para

redimir al hombre, a las almas, al mundo. Pero no se sometió a las pompas del mundo, ni a los

incentivos del pecado. En Él no hubo nada de carnal ni de mundano. La Luz no se recubrió de

Tinieblas. El Infinito no aceptó cosas finitas; sino que de las criaturas limitadas por la carne y el

pecado hizo criaturas que fuesen más iguales a Él. Llevó a los que creyeron en Él a la verdadera

realeza e instauró su Reino en los corazones, antes de instaurarlo en los Cielos, donde será

completo y eterno con todos los salvados». Dirás esto, Juan, a quien pretenda verme solo

hombre, a quien pretenda verme solo espíritu, a quien pretenda negar que Yo haya sufrido

tentación... y el dolor... Dirás a los hombres que el Redentor lloró... y que ellos, los hombres...

fueron redimidos aun con mi llanto...”. Juan: “Sí, Señor. ¡Cómo sufres!”. Jesús: “¡Y así redimo!

Pero tú me consuelas en el sufrimiento. Cuando amanezca nos iremos de aquí. Encontraremos

una barca. ¿Crees, si digo que podremos ir sin remos?”.Juan: “Yo creería aunque dijeras que

iremos sin barca...”. Se quedan así juntos, envueltos en el único manto. Juan, sintiendo calor,

termina por dormirse, cansado, como un niño en los brazos de su madre.(Escrito el 30 de Julio

de 1946).

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(<En el siguiente episodio 7-464-234, Jesús hace referencia al episodio anterior 7-464-217, cuando

tanto amigos, con buenas intenciones, como enemigos, con aviesas intenciones, trataron de proclamarle

rey. Este hecho no figura en ninguno de los cuatro Evangelios. Juan, en su Evangelio, en el sexto capítulo,

después de la primera multiplicación de los panes, hace una brevísima alusión al hecho apuntando que:

“Sabiendo que querían raptarle para hacerle rey, nuevamente huyó al monte [Ju.6,15]. Aunque la

multiplicación de los panes no fue contemporánea del intento de proclamar a Jesús rey, sin embargo,

sirvió para suscitar la idea; tanto es así que el evangelista Juan une, en la narración, esos dos hechos,

distantes en el tiempo, porque en Tariquea, después de la primera multiplicación de los panes, surge en el

pueblo la idea de hacer del Rabí nazareno el rey de Israel>).

.

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7-464-234 (8-157-230).- Comentario de Jesús sobre el texto: “Sabiendo que querían raptarle

para hacerle rey, nuevamente huyó al monte”.

* Malicia satánica y humana contra el Cristo.-. ■ Dice Jesús: “En el sexto capítulo del

Evangelio se dice: «Sabiendo que querían raptarle para hacerle rey, huyó de nuevo solo al

monte». Y esta hora del Mesías se da a conocer a los creyentes para que sepan que fueron

múltiples y complejas las tentaciones y luchas intentadas contra Él en sus diversas

características de Hombre, Maestro, Redentor, Rey, y que los hombres y Satanás --el eterno

azuzador de los hombres--, no desaprovecharon ninguna oportunidad para destruirle, para

abatirle. Contra el Hombre, contra el Eterno Sacerdote, contra el Maestro, contra el Señor

arremetieron las milicias satánicas y humanas, enmascaradas bajo los pretextos más aceptables

como buenos; y todas las pasiones del ciudadano, del patriota, del hijo, del hombre, fueron

hurgadas o tentadas para ver si podían descubrir el menor resquicio de debilidad que sirviera de

punto de apoyo para arremeter. ¡Oh, hijos míos que no reflexionáis sino en la tentación inicial y

en la última, y que de mis fatigas de Redentor os parecen «fatigas» solo las últimas, y dolorosas

solo las últimas horas, y amargas y desengañadoras solo las últimas experiencias, poneos solo

una hora en mi lugar, pensad que es a vosotros a quienes se os propone la paz con vuestros

compatriotas, su ayuda, la posibilidad de llevar a cabo las purificaciones necesarias para hacer

santo el País amado, las posibilidades de restaurar, reunir a los miembros esparcidos de Israel,

de acabar con el dolor, con la esclavitud, con el sacrilegio! Y no digo: poneos en mi lugar

pensando en vosotros como destinatarios de una corona que se os ofrece. Digo solo que tengáis

mi corazón de Hombre durante una hora y decidme: ¿cómo habríais salido de esta seductora

propuesta? ¿Cómo triunfadores fieles a la divina Idea, o más bien como vencidos? ¿Habríais

salido de la prueba más santos y espirituales que nunca, u os habríais destruido a vosotros

mismos adhiriéndoos a la tentación, o cediendo a las amenazas? ¿Y con qué corazón habríais

salido de ella, tras haber comprobado hasta qué punto Satanás arrojaba sus armas para herirme

en mi misión y en los sentimientos, llevándome a los discípulos buenos por un camino

equivocado y poniéndome en estado de lucha abierta con los enemigos, en ese momento ya

desenmascarados, agresivos ahora por haber sido descubiertos sus complots?”.

* “No superpongáis la frase del Evangelio de Juan y el episodio dado por el pequeño Juan

para ver si los contornos coinciden. Ni Juan ni el pequeño Juan, que ha dicho lo que vio,

se han equivocado”.- ■ Jesús: “No toméis ahora el compás y la regla, el microscopio y la

ciencia humana; no andéis ahí midiendo, comparando, refutando con argumentos ridículos de

escriba, sobre si Juan habló con exactitud y hasta qué punto es verdad esto o aquello. No

superpongáis la frase de Juan y el episodio dado ayer por el pequeño Juan, para ver si los

contornos coinciden. Juan no se equivocó por debilidad de anciano, y no se equivocó el pequeño

Juan por debilidad de enferma. Ésta ha dicho lo que vio. El gran Juan, después de varios

lustros de lo sucedido, narró lo que sabía, y con indicaciones de lugares y hechos reveló el

secreto que sólo él conocía de cuando intentaron, no sin malicia, coronar al Mesías. ■ En

Tariquea, después de la primera multiplicación de los panes, surge en el pueblo la idea de hacer

rey de Israel al Rabí nazareno. Están presentes Mannaén, el escriba y otros muchos que,

imperfectos en su corazón, tenían con todo buena intención. Aceptan la idea y la apoyan para

dar honor al Maestro, para poder así terminar con la injusta lucha contra Él, por error en la

interpretación de las Escrituras, un error extendido por todo Israel que estaba ciego con sueños

de realeza humana, y porque esperaban santificar la Patria contaminada por muchas cosas. Y

muchos, como era natural, se adhieren simplemente a la idea. Muchos fingen mentirosamente

estar conmigo para poderme hacer daño. Unidos éstos últimos por el odio contra Mí, olvidan sus

odios de casta, que los habían mantenido siempre separados y se alían para tentarme, para poder

dar después una apariencia legal al crimen que ya sus corazones habían decidido. Ponen su

esperanza en alguna debilidad mía, en algún acto de orgullo. El orgullo y la debilidad, con

consiguiente aceptación de la corona que me ofrecían, darían una justificación a las acusaciones

que habían pensado lanzar contra de Mí. Y después... después ello serviría para dar la paz a su

corazón mentiroso, lleno de remordimientos, y se dirían a sí mismos, esperando poder creerlo:

«Roma, no nosotros, ha acabado con el agitador Nazareno». La eliminación legal de su

Enemigo (enemigo era para ellos su Salvador)...”.

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* “Aquí tenéis las razones de la proclamación que intentaron, la clave de odios más fuertes

que después manifestaron; y la lección de Cristo: todo debe ser aceptado o rechazado

mirando el santo fin del hombre: el Cielo, la voluntad del Padre... Las horas de Satanás

que experimentó el Mesías las experimentarán también sus seguidores”.- ■ Jesús: “Aquí

están las razones de la proclamación que intentaron. Aquí está la clave de los odios, más fuertes,

que manifestaron después. Aquí tenéis, en fin, la lección profunda del Cristo. ¿La comprendéis?

Es lección de humildad, de justicia, de obediencia, de fortaleza, de prudencia, de fidelidad, de

perdón, de paciencia, de vigilancia, de saber soportar, respecto a Dios, respecto a la propia

misión, respecto a los amigos, respecto a los ingenuos, respecto a los enemigos, respecto a

Satanás, respecto a los hombres, que de éste son instrumentos de tentación, respecto a las cosas,

respecto a las ideas. Todo debe ser contemplado, aceptado, rechazado, amado o no, mirando el

santo fin del hombre: el Cielo, la voluntad de Dios. ■ Pequeño Juan. Esta fue una de las horas

de Satanás contra Mí. Y como las experimentó el Mesías, así también las experimentan sus

seguidores. Es menester soportarlas y vencerlas sin soberbia, sin desesperanzas. No carecen de

finalidad, de finalidad buena. Por lo tanto no tengas miedo. Durante estas horas, Dios no

abandona, sino que sostiene a quien fue fiel. Luego desciende el Amor para hacer reyes a los

fieles. Y, posteriormente, acabada la hora de la Tierra, subirán los fieles al Reino, a una paz

eterna, a una victoria sin fin... Mi paz, pequeño Juan, coronado de espinas. Mi paz...”. (Escrito

el 31 de Julio de 1946).

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7-477-323 ( ) .- Los sufrimientos morales de Jesús y de María.

* “No pensáis en la agonía de María durante treinta y tres años que culminó al pie de la

Cruz (por eso no le niego nada) ni en la sensibilidad a los afectos del corazón del Hijo de

María... Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi Sacrificio (de un Dios)

demasiados pocos se salvarían. A todos ellos los tuve presentes”.- Dice Jesús: “No he

olvidado tampoco este dolor de María, mi Madre. Haber tenido que lacerarla con la expectativa

de mi sufrimiento, haber debido verla llorar. Por eso no le niego nada. Ella me dio todo. Yo le doy

todo. Sufrió todo el dolor, le doy toda la alegría. Quisiera que, cuando pensáis en María,

meditarais en esta agonía suya que duró treinta y tres años y culminó al pie de la Cruz. La

sufrió por vosotros: por vosotros, las burlas de la gente, que la juzgaba madre de un loco; por

vosotros, las críticas de los parientes y de las personas de importancia; por vosotros, mi

aparente desaprobación: «Mi Madre y mis hermanos son aquellos que hacen la voluntad de

Dios». ¿,Y quién más que Ella la hacía? Y una Voluntad tremenda que le imponía la tortura de

ver martirizar al Hijo. Por vosotros, la fatiga de ir acá o allá, a donde Yo estaba; por vosotros, los

sacrificios: desde el de dejar su casita y mezclarse con las muchedumbres, al de dejar su

pequeña patria por el tumulto de Jerusalén; por vosotros, el deber estar en contacto con aquel que

guardaba dentro de su corazón la traición; por vosotros, el dolor de oír que me acusaban de

posesión diabólica, de herejía. Todo, todo por vosotros. ■ No sabéis cuánto he amado a mi

Madre. No reflexionáis en cuán sensible a los afectos era el corazón del Hijo de María. Y creéis

que mi tortura fue puramente física, al máximo añadís la tortura espiritual del abandono final del

Padre. No, hijos. También experimenté los afectos del hombre: sufrí por ver sufrir a mi Madre,

por tener que llevarla como mansa cordera al suplicio, por tener que lacerarla con una cadena de

despedidas... hasta aquélla, atroz, en el Calvario. ■ Sufrí por verme escarnecido, odiado,

calumniado, rodeado de malsanas curiosidades que no evolucionaban hacia el bien sino hacia el

mal. Sufrí por todas las falsedades que tuve que oír o ver activas a mi lado: las de los fariseos

hipócritas, que me llamaban Maestro me hacían preguntas no por fe en mi inteligencia sino

para tenderme trampas; las de aquellos a quienes había favorecido y se volvieron acusadores

míos en el Sanedrín y en el Pretorio; aquélla, premeditada, larga, sutil de Judas, que me había

vendido y continuaba fingiéndose discípulo; que me señaló a los verdugos con el signo del

amor. Sufrí por la falsedad de Pedro, atrapado por el miedo humano. ■ ¡Cuánta falsedad, y

cuán repelente para Mí que soy Verdad! ¡Cuánta, también ahora, respecto a Mí! Decís que

me amáis, pero no me amáis. Tenéis mi Nombre en los labios, y en el corazón adoráis a Satanás

y seguís una ley contraria a la mía. Sufrí al pensar que en relación al valor infinito de mi

Sacrificio --el Sacrificio de un Dios-- demasiados pocos se salvarían. A todos --digo: a todos--

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los que a lo largo de los siglos de la Tierra preferirían la muerte a la vida eterna, haciendo vano mi

Sacrificio, los tuve presentes. Y con esta cognición fui a afrontar la muerte. ■ Ya ves, pequeño

Juan, que tu Jesús y la Madre suya sufrieron agudamente en su yo moral. Y largamente.

Paciencia, pues, si es que debes sufrir. «Ningún discípulo es más que el Maestro», lo dije”.

(Escrito el 14 de Febrero de 1944).

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7-478-325 (8-173-311).-Coloquio de Jesús con José y Simón de Alfeo (1) primos-hermanos de

Jesús, (van a la fiesta de los Tabernáculos) que esperan reino espiritual pero en este mundo (2).

*José y Simón, que han oído explicar a la Virgen los profetas, y que les han repetido las

palabras de Jesús en la casa de Cusa, creen en Jesús como el Mesías pero no ven en Él la

realeza atribuida al Mesías... Jesús necesita de los grandes Israel... incluso convocar a las

armas a Israel”.- ■ Apenas despunta el sol sobre los campos bañados por una reciente llovizna.

Sin duda es así, porque el camino está mojado, pero sin formarse todavía los lodazales. Por esto

digo que hace poco lloviznó y por poco tiempo. Son las primeras lluvias otoñales. Son los

primeros síntomas de las lluvias de Noviembre que transformarán los caminos de Palestina en

lodo y barro. Esta breve llovizna ayuda a los viajeros porque impide que se levante el polvo del

camino --uno de los azotes reservados a los meses de estío, así como el fango a los invernales--

lava la cara del cielo, las hojas y las hierbas, que ahora limpias brillan a los primeros rayos del

sol. Una suave brisa corre por entre los olivares que cubren las colinas nazaretanas. Pareciera

como si un aleteo de ángeles sacudiera a las tranquilas plantas, pues sus ramas chocan con un

sonido como de plumas que se mueven; y brillan con su color plateado, doblándose a un lado,

como si detrás del aleteo angélico quedase una sombra de luz paradisíaca. ■ Ya la ciudad ha

quedado unos cuantos estadios atrás, cuando Jesús, que ha caminado por atajos entre colinas,

entra en el camino de primer orden que de Nazaret va a la llanura de Esdrelón, el camino de las

caravanas que cada vez se ven más animadas de peregrinos hacia Jerusalén. Jesús continúa un

poco más. Llega a un cruce donde el camino se bifurca cerca de una piedra miliar en que está

escrito a ambos lados: «Jafa Simonia-Belén-Carmelo» al occidente, y «Jalot-Naím Scitópolis-

Enganním» al oriente, y ve que en el borde del camino están sus primos José y Simón con Juan

de Zebedeo que le saludan inmediatamente. Jesús: “La paz sea con vosotros. ¿Ya estáis aquí?

Pensaba que sería el primero y que debía pararme aquí a esperaros”, y los besa contento de

verlos. José: “No podías haber llegado primero antes que nosotros. Porque, nosotros, por temor

a que pasaras antes de que llegásemos, nos hemos puesto en camino a la luz de las estrellas, que

las nubes pronto las ocultaron”. Jesús: “Os había dicho que me veríais. Entonces, tú, Juan, no

has dormido”. Juan: “Poco, Maestro, pero siempre más que Tú, sin duda alguna. Pero no

importa”. Juan sonríe con esa cara tranquila, espejo de su agradable carácter que siempre está

contento de todo. ■ Jesús dice a José: “Bueno, hermano. ¿Querías hablar conmigo?”. José: “Sí...

Ven un poco adentro de ese viñedo. Ahí estaremos sin que nos molesten”. José de Alfeo es el

primero que se mete entre dos hileras de vides, que ya no tienen uvas. Solo algún que otro

racimo dejado para calmar el hambre del pobre, del peregrino, según las prescripciones

mosáicas, queda en los sarmientos, entre las hojas que, próximas a caer, ya amarillean. Jesús le

sigue con Simón. Juan se queda en el camino, pero Jesús le llama diciendo: “Puedes venir, Juan.

Tú eres mi testigo”. Juan: “Pero...”, y mira cohibido a los dos hijos de Alfeo. José: “No, no.

Ven también tú. Queremos que oigas lo que vamos decir”, y de este modo Juan baja también al

viñedo por donde todos entran, siguiendo la curva de las hileras, para que nadie les vea desde el

camino. ■ José: “Jesús, me siento alegre de ver que me quieres”. Jesús: “¿Y podías dudarlo?

¿No te he amado siempre?”. José: “También yo siempre te he amado. Pero... pese a nuestro

amor, tiempo hace que no nos comprendemos. Por mi parte no podía aprobar lo que hacías. Me

parecía tu ruina, como la de tu Madre y nuestra. Bien sabes... todos los viejos galileos todavía

nos acordamos de cómo fue derrotado Judas el galileo y cómo fueron dispersos sus familiares y

seguidores, y cómo fueron confiscados sus bienes. Esto no lo quería para nosotros. Porque... Sí,

no daba crédito a que precisamente de nosotros, de la estirpe de David, sí, pero tan... Bueno, no

nos falta el pan, y alabado sea el Altísimo por ello. ¿Pero, dónde está la grandeza real que

todas las profecías atribuyen al que será el Mesías? ¿Eres Tú la vara que golpea para

dominar? No fuiste luz al nacer. ¡Ni siquiera naciste en tu casa!... ¡Yo conozco bien las

477.13

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profecías! Nosotros, somos ya un tronco seco. Y nada hacía entender que el Señor lo hubiese

hecho reverdecer. ¿Y Tú qué eres, sino un justo? Por estos pensamientos te hacía frente,

llorando por nuestra ruina. Y en medio de esta angustia mía vinieron los tentadores, para avivar

aún más el fuego de mis ideas de grandeza. Jesús, tu hermano fue un necio. Les creí y te causé

pesar. Es duro confesarlo, pero debo decírtelo. Y piensa que todo Israel estaba en mí: necio

como yo; como yo, seguro de que la figura del Mesías no era la que Tú representabas... Es duro

decir: «Me he equivocado. Nos hemos equivocado y seguimos equivocándonos. ¡Y desde hace

siglos!». ■ Pero tu Madre me ha explicado las palabras de los profetas.¡Oh, sí! Santiago tiene

razón. Y tiene razón Judas. De labios de María --como ellos oyeron, de niños, esas palabras--, se

ve que eres el Mesías. Mira, mis cabellos ya encanecen. Ya no soy niño ni lo era cuando María

volvió del Templo, prometida a José. Y recuerdo aquellos días. Y la desaprobación de mi padre,

una desaprobación cargada de asombro, cuando vio que su hermano no se casaba con ella lo

más pronto posible. Asombro suyo, asombro de Nazaret. Y también murmuraciones. Porque no

es usual dejar pasar tantos meses antes de las nupcias, poniéndose en peligro de pecar y de...

Jesús, yo siento aprecio por María y honro la memoria de mi pariente. Pero el mundo... Para

éste no se trató de algo bien hecho... Tú... Ahora lo sé. Tu Madre me explicó las profecías.

Entonces se comprende por qué Dios quiso que se retardasen las nupcias. Para que tu

nacimiento coincidiese con el gran Edicto y nacieses en Belén de Judá. Y... María me ha

explicado todo. Ha sido como una luz para poder comprender lo que por humildad calló. ■

Afirmo que eres el Mesías. Esto he dicho, y esto sostendré. Pero decirlo, no significa cambiar de

mente... porque mi mente piensa que el Mesías debe ser Rey. Las profecías lo dicen... Es difícil

poder comprender otro carácter en el Mesías sino el de rey... ¿Me comprendes? ¿Estás

cansado?”. Jesús: “No lo estoy. Te escucho”. José: “Pues bien... Los que engañaban a mi

corazón volvieron y querían que te coaccionara... Y, al no querer hacerlo, cayó de su rostro el

velo y aparecieron como en realidad son: falsos amigos. Los verdaderos enemigos... Y vinieron

otros, plañendo como pecadores. Escuché lo que me dijeron. Repitieron tus palabras en casa de

Cusa... Ahora sé que Tú reinarás sobre los espíritus, o sea, serás Aquel en quien toda la

sabiduría de Israel se centrará para dar leyes nuevas y universales. En Ti está la sabiduría de los

patriarcas, la de los jueces, la de los profetas, la de nuestros abuelos, David y Salomón; en Ti la

sabiduría que guió a los reyes, a Nehemías y Esdras; en Ti la que sostuvo a los Macabeos. Toda

la sabiduría de un pueblo, de nuestro pueblo, del pueblo de Dios. Comprendo que darás al

mundo, enteramente sujeto a Ti, tus leyes sapientísimas. Y verdaderamente pueblo de santos

será tu pueblo. ■ Pero, hermano mío, no puedes hacer esto Tú solo. Moisés, en cosas de menor

importancia, buscó quien le ayudase. Y era solo un pueblo. ¡Tú...todo el mundo! ¡Todo a tus

pies!... ¡Ah, pero para hacer esto, debes hacerte conocer!... ¿Por qué sonríes con los labios

teniendo cerrados los ojos?”. Jesús: “Porque estoy escuchando y me pregunto: «¿Mi hermano se

ha olvidado de que me echó en cara el hecho de darme a conocer, diciendo que iba a perjudicar

a toda la familia?». Por esto me sonrío. Pienso que hace dos años y medio no hago otra cosa

sino que me conozcan”. José: “Es verdad. Pero, ¿quién te conoce? Una serie de pobres, de

campesinos, de pescadores, de pecadores, y ¡de mujeres! Bastan los dedos de la mano para

contar, entre los que te conocen, a los de valor. Digo que debes hacer que te conozcan los

grandes de Israel: los sacerdotes, los príncipes de los sacerdotes, los ancianos, los escribas, los

grandes Rabinos de Israel. Todos ellos, que aunque pocos, valen por una multitud. Esos son los

que deben conocerte. Ellos, los que no te aman tienen entre sus acusaciones --y comprendo

ahora que son falsas-- una verdadera, justa: la de que los marginas. ¿Por qué no vas a donde

están, y los conquistas con tu sabiduría? Sube al Templo, apodérate del Pórtico de Salomón --

eres de la estirpe de David y profeta; ese lugar te pertenece por derecho y no a otros-- y habla”.

Jesús: “He hablado y por ello me han odiado”. José: “Insiste. Habla como rey. ¿No recuerdas el

poder, la majestad de las acciones de Salomón? Sí (¡maravilloso este sí!).Tú eres el

verdaderamente profetizado, como lo dicen las profecías vistas con los ojos del espíritu. Tú eres

más que un Hombre. Él, Salomón, no era más que hombre. Muéstrate por lo que eres, y ellos te

adorarán”. ■ Jesús: “¿Que me adorarán los judíos, los principales, los jefes de familias y las

tribus de Israel? Ciertamente no todos, pero alguno que otro me adorará en espíritu y en verdad.

Pero no por ahora. Primero debo ceñir mi corona y tomar el cetro y vestirme de púrpura”. José:

“¡Ah, entonces eres rey, y pronto lo serás! Lo has dicho. ¡Es como yo pensaba, y como otros

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muchos!”. Jesús: “En verdad que no sabes cómo reinaré. Solo Yo y el Altísimo, y pocas almas a

las que el Espíritu del Señor ha querido revelarlo, ahora y en tiempos pasados, sabemos cómo

reinará el Rey de Israel, el Ungido de Dios”.■ Simón de Alfeo interviene: “Escúchame también

a mí, hermano. José tiene razón. ¿Cómo quieres que te amen o que te teman si evitas siempre

mostrarles tu poder? ¿No quieres convocar a Israel a las armas? ¿No quieres lanzar el antiguo

grito de guerra y de victoria? Al menos --y no es la primera vez que así alguien haya subido al

trono de Israel--, al menos por aclamación popular, al menos por haber sabido arrancar esta

aclamación con tu poder de Rabí y Maestro, hazte rey”. Jesús: “Ya lo soy y siempre lo he

sido”. Simón: “Es verdad. Nos lo dijo un jefe del Templo. Has nacido rey de los judíos. Pero Tú

no amas a Judea. Eres un rey desertor porque no vas a ella. Eres un rey no santo, si no amas el

Templo, donde la voluntad de un pueblo te ungirá rey. Sin la voluntad de un pueblo, a no ser

que quieras imponerte a él por la fuerza, no puedes reinar”. ■ Jesús: “Quieres decir, Simón, sin

la voluntad de Dios”.

* “Toda Israel estará en mi proclamación. En Jerusalén seré proclamado Rey de los

Judíos...No ha llegado mi hora”.- ■ Y Jesús prosigue: “¿Qué cosa es el querer del pueblo?

¿Para quién es pueblo? ¿Quién lo gobierna? Dios. No lo olvides, Simón. Y Yo seré lo que Dios

quiera. Por su querer seré lo que debo ser. Y nadie impedirá que Yo lo sea. No tendré necesidad

de lanzar el grito para reunir la gente. Todo Israel estará presente a mi proclamación. No tendré

necesidad de subir al Templo para ser aclamado. Me llevarán. Todo un pueblo me llevará para

que suba a mi trono. Me acusáis de que no ame la Judea... En su corazón, en Jerusalén, me

convertiré en el «Rey de los judíos». Saúl no fue proclamado rey en Jerusalén, ni David, ni

tampoco Salomón. Pero Yo seré ungido Rey en Jerusalén. Por ahora no iré públicamente al

Templo, y no me apoderaré de él porque no ha llegado mi hora”.■ José vuelve a tomar la

palabra. “Te digo que estás dejando pasar tu hora. Te lo aseguro. El pueblo está cansado de sus

opresores extranjeros y de nuestros jefes. Esta es la hora. Te lo aseguro. Toda Palestina, menos

Judea, y no toda, te sigue como Rabí y mucho más. Eres cual bandera izada sobre una cima.

Todos te miran. Eres como un águila y todos siguen tu vuelo. Eres como un vengador y todos

esperan que arrojes la flecha. Ve. Deja la Galilea, la Decápolis, la Perea, las otras regiones, y ve

al corazón de Israel, a la ciudadela donde está encerrado todo el mal, y de donde debe salir todo

el bien, y conquístala. También allí tienes discípulos, aunque tibios, porque te conocen poco;

pocos, porque no te quedas allí; vacilantes, porque no has hecho allí las obras que en otras

partes has hecho. Vete a Judea para que también esos vean lo que eres a través de tus obras.

Echas en cara a los judíos de que no te aman. Pero ¿cómo quieres que lo hagan, si te escondes

de ellos? Nadie, que trata y quiere ser aclamado en público, hace a escondidas sus obras, sino

que las hace en público para ser visto. Si quieres obrar prodigios en los corazones, en los

cuerpos, en los elementos, ve allá y haz que te conozca el mundo”. ■ Jesús: “Ya os lo dije. No

ha llegado mi hora. No ha llegado mi tiempo. A vosotros os parece que sea la hora justa, pero

no. Debo tomar mi tiempo. Ni antes ni después. Antes, sería inútil. Provocaría mi desaparición

del mundo y de los corazones antes de haber cumplido mi obra. Y el trabajo ya hecho no daría

su fruto, porque ni quedaría completo ni gozaría de la ayuda de Dios, que quiere que Yo lo

cumpla sin omitir palabra o acción alguna. Debo obedecer a mi Padre. Jamás haré lo que

esperáis, porque sería ir en contra de los designios de mi Padre. Os comprendo y os

compadezco. No os guardo rencor. Ni siquiera estoy cansado, ni molesto de vuestra ceguedad...

No sabéis, pero Yo sé. No sabéis. Veis lo exterior de la cara del mundo. Yo veo su profundidad.

El mundo os muestra una cara todavía buena. No os odia, no porque os ame, sino porque no

merecéis su odio. No sois dignos de ello. A Mí me odia porque soy un peligro para él. Un

peligro para su falsedad, su avaricia, para la violencia que en él existen”.

* “¿No comprendéis que si acepto ese reino, como vosotros lo imagináis, demostraría ser

un Mesías falso, pues renegaría de Mí mismo y del Padre?... Al principio de mis días

mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea

Yo acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas”.- ■ Jesús: “Yo

soy la Luz y la luz ilumina. El mundo no ama la luz porque descubre sus acciones. El mundo no

me ama. No puede amarme porque sabe que vine a vencerlo en el corazón de los hombres, en el

rey de las tinieblas que lo domina y lo hace errar. El mundo no se quiere convencer de que sea

Yo su Médico y su Medicina, y, como un demente, querría derribarme para no ser curado. El

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mundo todavía no quiere convencerse de que soy el Maestro, porque lo que Yo digo es contrario

a lo que él dice. Y entones trata de ahogar la Voz que habla al mundo para adoctrinarle en

orden a Dios, para mostrarle la verdadera naturaleza de sus malas acciones. Entre el mundo y

Yo hay un abismo. Y no por mi culpa. He venido para dar al mundo la Luz, el Camino, la

Verdad, la Vida. Pero el mundo no quiere acogerme y por esto mi luz para él se hace tinieblas,

porque será la causa de la condena de aquellos que no me recibieron. ■ En el Mesías está toda la

Luz para aquellos de entre los hombres que quieren recibirle; mas en el Mesías también están

todas las tinieblas para aquellos que me odian y me rechazan. Por ello, al principio de mis días

mortales, fui señalado proféticamente como «señal de contradicción». Porque según sea Yo

acogido, habrá salvación o condenación, muerte o vida, luz o tinieblas. En verdad, en verdad, os

digo que los que me acojan vendrán a ser hijos de la Luz, o sea, de Dios; nacidos a Dios por

haber acogido a Dios. ■ Por esto, si he venido a hacer de los hombres hijos de Dios, ¿cómo

puedo hacer de Mí un rey, como, por amor o por odio, por ingenuidad o malicia, muchos en

Israel queréis hacer? ¿No comprendéis que me destruiría a Mí mismo, lo que soy, o sea al

Mesías, no al Jesús de María y José de Nazaret? ¿No comprendéis que destruiría al Rey de

reyes, al Redentor, al Nacido de una Virgen y llamado Emmanuel, llamado el Admirable, el

Consejero, el Fuerte, el Padre del siglo futuro, el Príncipe de la Paz, Dios, Aquel cuyo imperio y

cuya paz no tendrán confines, sentado en el trono de David por su descendencia humana, pero

que teniendo al mundo como escabel de sus pies, como escabel de sus pies a todos sus enemigos

y al Padre a su lado, como está dicho en el Libro de los Salmos (Sal. 109,1), por derecho sobrehumano de origen divino? ¿No comprendéis que Dios no puede ser Hombre sino por

perfección de bondad, para salvar al hombre, pero que no puede, no debe, rebajarse a Sí mismo

con pobres cosas humanas? ¿No comprendéis que si aceptase la corona, este reino como

vosotros lo imagináis, demostraría que soy un Mesías falso, mentiría, renegaría de Mí mismo y

del Padre; y sería peor que Lucifer, porque privaría a Dios de la alegría de poseeros; sería peor

que Caín para vosotros, porque os condenaría a un destierro perpetuo de Dios en un Limbo sin

esperanza de Paraíso? ¿No comprendéis todo esto? ¿No comprendéis la trampa que los hombres

os ponen para haceros caer? ¿La artimaña de Satanás para dar un golpe al Eterno en su Amado y

en sus criaturas, los hombres? ¿No comprendéis que esta es la señal de que Yo soy más que

hombre, que soy el Hombre-Dios? ¿No comprendéis que la señal de que...”. Simón exclama:

“¡Las palabras de Gamaliel!”. Jesús: “... de que sea un rey, sino el Rey, es el odio de todo el

infierno y de todo el mundo contra Mí? Debo enseñar, sufrir, salvaros. Esto es lo que tengo que

hacer. Y esto no lo quiere Satanás, ni sus secuaces”.

* “Entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso

Gamaliel?... Iré a Judea. Daré pruebas para convencer. Será inútil... seré más odiado”- ■

Jesús prosigue: “Uno de vosotros acaba de citar: «Las palabras de Gamaliel». Exacto. No es mi

discípulo, y no lo será mientras esté Yo en este mundo. Pero es un hombre recto. Pues bien:

entre los que me tientan y los que os tientan por un reino humano, ¿se encuentra acaso

Gamaliel?”. Simón dice: “¡No! Esteban ha dicho que el rabí, cuando supo lo sucedido en casa

de Cusa, exclamó: «Mi corazón da un vuelco preguntándose si será verdaderamente lo que dice.

Pero cualquier pregunta quedaría muerta antes de formarse en la mente, y para siempre, si Él

hubiera consentido a esto. El Niño al que escuché dijo que tanto la esclavitud como la realeza no

serán como, comprendiendo mal a los profetas, las creíamos, o sea materiales, sino del espíritu,

por obra del Mesías, Redentor de la Culpa y fundador del Reino de Dios en los espíritus.

Recuerdo estas palabras. Y mido al Rabí según ellas. Si, midiéndole, Él fuese inferior a esa

altura, yo le rechazaría como a pecador y embustero. Y temblé de miedo al ver que podría

esfumarse la esperanza que aquel Niño puso en mí»”. ■ José replica: “Es verdad, pero... él no lo

reconoce como al Mesías”. Simón contesta: “Espera una señal, dice”. José: “Entonces, dásela.

Y que sea una gran señal”. Jesús: “Le daré. La que le prometí. Pero no ahora. Id vosotros entre

tanto a la fiesta. No iré públicamente, como rabí, como profeta, para imponerme, porque todavía

no ha llegado mi tiempo”. José: “¡Pero irás al menos a Judea! ¡Darás a los judíos pruebas que

los convenza! Para que no puedan alegar...”. Jesús: “Así será. ¿Pero tú crees que contribuirán a

mi paz? Hermano, cuanto más haga, más odiado seré. Pero voy a darte gusto. Les daré pruebas

como no podrá haberlas mayores... y les diré palabras capaces de poder cambiar los lobos en

corderos, las piedras duras en cera blanda. De nada a va a servir...”. Jesús está triste. ■ José:

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“¿Te causé dolor alguno? Lo dije por tu bien”. Jesús: “No me causas ningún dolor... Pero

quisiera que me comprendieses, que, tú, hermano mío, me tomes por lo que soy... quisiera irme

con la alegría de que eres mi amigo. El amigo comprende y defiende los intereses de su

amigo...”. José: “Te aseguro que lo haré. Sé que te odian. Lo sé ya. Por esto vine. Tú lo sabes.

Vigilaré por Ti. Soy el mayor. Aplastaré las calumnias. Tendré cuidado de tu Madre”. Jesús:

“Gracias, José. Grande es mi peso. Tú lo aligeras. El dolor, cual un mar, avanza con sus olas

para sumergirme y con él el odio... Pero si tengo vuestro amor, nada podrá. El Hijo del hombre

tiene corazón... y este corazón tiene necesidad de amor...”. José: “Y yo te doy amor. Sí. Por

Dios que me está viendo, te aseguro que te lo doy. Ve en paz, Jesús, a tu trabajo. Te ayudaré.

Nos queríamos mucho. Luego... Pero ahora volvemos a lo que éramos en el pasado. Uno para el

otro. Tú: el Santo; yo, el hombre; pero unidos para la gloria de Dios. Hasta la vista, hermano”.

Jesús: “Hasta la vista, José”. Se besan. Ahora es Simón el que dice: “Bendícenos para que se

abran nuestros corazones a la luz completa”. Jesús les bendice y antes de dejarles añade: “Os

confío a mi Madre...”. José: “Vete en paz. Tendrá dos hijos en nosotros”. Se separan.

* “Bienaventurados los niños para quienes es tan fácil creer”.-■ Jesús vuelve al camino y

con Juan al lado emprende rápido la marcha. Después de algún tiempo Juan interrumpe el

silencio para preguntar: “¿José de Alfeo está o no está todavía convencido?”. Jesús: “Todavía

no”. Juan: “Entonces, ¿qué eres para él? ¿El Mesías? ¿El Hombre? ¿El Rey? ¿Dios? No

comprendí bien. Me parece que él...”. Jesús: “José está como en uno de esos sueños de la

mañana en que la mente ya está cerca de la realidad, sacudiéndose del pesado sueño, que

producía irreales sueños, a veces pesadillas. Los fantasmas de la noche retroceden, pero la

mente todavía fluctúa en un sueño que, por ser hermoso, no se querría que tuviera fin... Así es

él. Se está acercando al despertar. Pero, por ahora, acaricia este sueño. Se divierte con él, porque

para él es hermoso... Mas hay que saber tomar lo que el hombre puede dar. Y alabar al Altísimo

por la transformación que se ha producido hasta ahora.■ ¡Bienaventurados los niños a quienes

es tan fácil creer!”, y Jesús pasa un brazo por la cintura de Juan, que sabe ser niño y sabe creer,

para hacerle sentir su amor. (Escrito el 22 de Agosto de 1946).

········································· 1 Nota : José y Simón de Alfeo.- Cfr. Personajes de la Obra magna: Familia Alfeo.

2 Nota : Cfr. Ju.7,1-9. . --------------------000--------------------

(<Jesús y Juan, después de dejar a los hermanos José y Simón de Alfeo se ponen en camino hacia

Enganním en espera de los campesinos de Yocana>).

.

7-479-333 (8-174-319).- Juan (apóstoles) no puede creer en el MODO con que redimirá Jesús. * “Ni diez mil ni diez veces diez mil ¿qué sois contra la Voluntad de mi Padre?”.- ■ Jesús

dice a Juan: “Estás muy cansado, Juan, pero tenemos que llegar mañana al atardecer a

Enganním”. Juan: “Llegaremos, Señor”, y sonríe, a pesar de estar --él que ha andado más que

todos-- hasta pálido por el cansancio. Trata de caminar más ligero para convencer al Maestro

que no está muy cansado. Pero pocos pasos después vuelve a aflojar. Su cabeza le cae hacia

delante, como oprimida por el peso de un yugo, sus pies se arrastran por el suelo y tropiezan con

frecuencia. Jesús: “Dame, al menos, las alforjas. La mía es pesada”. Juan: “No, Maestro. Tú no

estás menos cansado que yo”. Jesús: “Tú lo estás más porque fuiste desde Nazaret al bosque de

Matatías y luego volviste a Nazaret”. Juan: “Y dormí en una cama. Tú no. Pasaste la noche sin

dormir en el bosque y temprano te pusiste en camino de nuevo”. Jesús: “También tú. José lo

dijo. Salisteis con las estrellas”. Juan sonríe: “¡Oh, pero las estrellas duran hasta el

amanecer!...”. ■ Luego añade, poniendo cara seria: “Y no es el poco sueño lo que da dolor...”.

Jesús: “¿Qué otra cosa Juan? ¿Qué cosa te ha causado dolor? Tal vez que mis hermanos...”.

Juan: “No, Señor. También ellos... pero lo que más me duele... lo que me pesa... lo que me

llega al alma es que vi llorar a tu Madre... No me dijo el por qué, ni tampoco se lo pregunté

aunque tenía ganas. Pero la miraba tanto que me dijo: «Te lo diré en la casa ahora no, porque

lloraría más fuerte». Y en casa me habló de una manera tan dulce y tan triste que también me

puse a llorar”. Jesús: “¿Qué te dijo?”. Juan: “Me dijo que te quisiera mucho, que no te causara

nunca ni siquiera el más pequeño dolor porque después tendría mucho remordimiento. Me dijo:

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«Hagamos todo nuestro deber en los meses que nos quedan, y más que el deber». Porque para

Ti, que eres Dios, solo el deber es poco. También me dijo --y esto me hizo sufrir mucho y, si no

lo hubiera dicho Ella, no podría creerlo--, me dijo: «Y es incluso poco hacer solo el deber hacia

quien se marcha y a quien no podremos más servir... Para poder estar resignados después,

cuando ya no esté entre nosotros, es necesario haber hecho más que el deber. Será necesario

haberle entregado todo, todo el amor, los cuidados, la obediencia, todo, todo. Entonces, en

medio del desgarro de la separación se puede decir: „Puedo decir que, mientras Dios ha querido

que le tuviera, no he dejado pasar un solo momento sin amarle y servirle‟». Yo le pregunté:

«¿Pero de veras se va el Maestro? ¡Todavía tiene mucho que hacer! Habrá tiempo...». Y Ella

meneó su cabeza, mientras dos gruesas lágrimas le bajaban de sus ojos, dijo: «El verdadero

Maná, el vivo Pan, volverá al Padre cuando el hombre se esté felicitando de saborear el nuevo

trigo... Y nosotros estaremos solos, entonces, Juan». Yo, para consolarla, le dije: «Es un gran

dolor. Pero si Él vuelve al Padre, debemos alegrarnos. Nadie le podrá hacer ya daño alguno».

Ella con gemidos dijo: «¡Oh, pero antes!», y yo creí entender. ■ ¿Pero así tiene que suceder,

Señor? ¿De veras, así? Mira, no es que no creamos en tus palabras. Lo que pasa es que te

amamos y... no te diré como Simón te dijo un día: esto no te puede suceder. Yo creo, todos

creemos... Pero te amamos y...¡Oh, Señor mío! ¿Los pecados del amor son realmente pecados?”.

Jesús: “El amor no peca nunca, Juan”. Juan: “Pues entonces nosotros, que te amamos, estamos

dispuestos a combatir y a matar para defenderte. Los galileos no son estimados por los otros.

Precisamente porque nos llaman pendencieros. ¡Que así sea! Defendiéndote, justificaremos la

fama que tenemos. Estamos en los lugares donde, en tiempos de Débora, Barac destruyó el

ejército de Sísara, con sus diez mil (Jue. 4,5). Y esos diez mil eran de Neftalí y Zabulón. Y

nosotros descendemos de ellos. El nombre será distinto, pero el corazón es igual”. Jesús: “Diez

mil... Pero aunque fueseis diez veces más diez mil, ¿qué podríais hacer?”. Juan: “¿Cómo?

¿Temes a las cohortes? No son tantas y además... Ellos no te odian. No molestas. Porque Tú no

piensas en un reino, en un reino que arrebate una presa a las garras del águila romana. No se

meterán entre nosotros y tus enemigos, y éstos serán pronto vencidos”. Jesús: “Mil, diez mil,

cien mil que fueseis, ¿qué sois contra la Voluntad del Padre? Debo cumplirla...”. Juan,

desanimado, no dice más. ■ Es extraña esta terquedad, esta incapacidad mental de comprender

la misión de Jesús, aun a sus mejores seguidores. Le aceptan como a Maestro, como a Mesías.

Creen en su poder de salvar y redimir. Pero cuando se encuentran frente al modo con que

redimirá, entonces su inteligencia se cierra. Parece como si perdiesen para ellos valor las

profecías. ¿Y es mucho decir esto de israelitas de los que se puede afirmar que respiran,

caminan, se nutren y viven por medio de las profecías? Todo lo que dicen los Libros Santos es

verdadero, menos esto: que el Mesías debe padecer y morir, que los hombres deben derrotarle.

Esto no lo pueden aceptar. Jesús se afana en mostrar cuadros de su Pasión, para que puedan leer

lo que ésta será, y ellos me parecen ciegos y sordos. Cierran los ojos. No ven y, por tanto, no

comprenden. (Escrito el 24 de Agosto de 1946).

. --------------------000-------------------

(<Jesús acaba de hablar en el Templo sobre la naturaleza del Reino –“que no viene con aparato y que solo

el ojo de Dios lo ve formarse y que está en vosotros, dentro de vosotros"--. Su explicación ha levantado la

admiración de algunos de los presentes>). .

7-486-375 (8-181-360).- Jesús en el Templo, en la fiesta de los Tabernáculos, habla del origen

de su doctrina y de tres epifanías: la del Sinaí, la de la próxima, nueva y cruenta, y la de la

última, al final de los tiempos (1).

*“Aquel que hace la voluntad de Dios (“paz a los hombres de buena voluntad”) y no

combate contra ella siente que no puede combatir contra Mí porque siente que mi

doctrina viene de Dios y no de Mí mismo”.- ■ Uno, que escuchaba atentamente, dice:“¡Pero,

verdaderamente este hombre es grande! ¿Y vosotros decís que es un artesano?”. Y otros, judíos

por su vestimenta, y quizás instigados por los enemigos de Jesús, se miran confundidos, y miran

a sus instigadores preguntando: “¿Pero qué nos habéis imbuido? ¿Quién puede decir que este

hombre extravía al pueblo?”, y otros: “Nos preguntamos y os preguntamos estas cosas: si es

verdad que ninguno de vosotros le ha instruido, ¿cómo tiene tantos conocimientos? ¿Dónde los

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ha aprendido, si no ha estudiado nunca con ningún maestro?”, y, dirigiéndose a Jesús: “Di, pues,

¿dónde has encontrado esta doctrina tuya?”. ■ Jesús alza un rostro inspirado y dice: “En verdad,

en verdad os digo que esta doctrina no es mía, sino que es de Aquel que me ha enviado a

vosotros. En verdad, en verdad os digo que ningún maestro me la ha enseñado, ni la he

encontrado en ningún libro viviente, o en ningún rollo o monumento de piedra. En verdad, en

verdad os digo que me he preparado para esta hora oyendo al Viviente hablarle a mi

espíritu. Ahora la hora ha llegado para que Yo dé al pueblo de Dios la Palabra venida de

los Cielos. Y lo hago, y lo haré hasta mi último suspiro, y, tras haberlo exhalado, las

piedras que me oyeron y no ablandecieron, conocerán un temor a Dios más fuerte que el que

experimentó Moisés en el Sinaí; y en medio de ese temor, con voces que bendigan o

maldigan, las palabras de mi doctrina rechazada se grabarán en las piedras. Y esas palabras

ya no se borrarán nunca. El signo permanecerá. Luz para quien lo acoja, al menos entonces,

con amor; absolutas tinieblas para quien ni siquiera entonces comprenda que ha sido la

voluntad de Dios la que me ha enviado para fundar su Reino. ■ Al principio de la creación

fue dicho: «Hágase la luz». Y la luz apareció en el caos. Al principio de mi vida fue dicho:

«Paz a los hombres de buena voluntad». La buena voluntad es aquella que hace la voluntad

de Dios y no combate contra ella. Ahora bien, aquel que hace la voluntad de Dios y no

combate contra ella siente que no puede combatir contra Mí, porque siente que mi doctrina

viene de Dios y no de Mí mismo. ¿Acaso busco Yo mi gloria? ¿Digo, acaso, que soy el Autor

de la Ley de gracia y de la era de perdón? No. Yo no tomo la gloria que no es mía, sino que

doy gloria a la gloria de Dios, Autor de todo lo que es bueno. Ahora bien, mi gloria es hacer

lo que el Padre quiere que haga, porque esto le da gloria a Él. El que habla en favor propio

para recibir alabanza busca su propia gloria. Mas aquel que pudiendo --incluso sin buscarla--

recibir gloria de los hombres por lo que hace o dice y la rechaza diciendo: «No es mía,

creada por mí, sino que procede de la del Padre, de la misma manera que Yo de Él procedo»

está en la verdad y en él no hay injusticia, pues da a cada uno lo suyo sin quedarse con nada

de lo que no le pertenece. Yo soy porque Él ha querido que fuera”. Jesús se detiene un

momento. Recorre con sus ojos la aglomeración de gente. Escudriña las conciencias. Las lee.

Las sopesa.

* “Los 10 mandamiento son de Dios... Una nueva, tremenda epifanía veréis pronto entre

estos muros y comenzará el Reino de la Luz y el Santo de los Santos, oculto ahora tras

triple cortina, será elevado... Si decís observar la Ley ¿por qué tratáis de matarme?...”.- ■

Abre de nuevo sus labios: “Vosotros calláis: la mitad admirados, la otra mitad pensativos,

pensando en cómo podéis hacerme callar. ¿De quién son los diez mandamientos? ¿De dónde

vienen? ¿Quién os los ha dado?”. La gente grita: “¡Moisés!”. Jesús: “No. El Altísimo. Moisés,

su siervo, os los trajo. Pero son de Dios. Vosotros los que tenéis las fórmulas pero no tenéis

la fe, en vuestro corazón decís: «Nosotros a Dios no le hemos visto. Y tampoco le vieron los

hebreos que estaban al pie del Sinaí». ¡Oh!, no os son suficientes para creer que Dios estaba

presente ni siquiera los rayos, que incendiaban el monte mientras Dios resplandecía

tronando delante de Moisés. No os valen ni siquiera los rayos y los terremotos para creer

que Dios está sobre vosotros para escribir el Pacto eterno de salvación y de condena. Una

epifanía nueva, tremenda veréis, y pronto, entre estos muros. Y las penumbras sagradas

ya no estarán en tinieblas, porque habrá comenzado el Reino de la Luz, y el Santo de los

Santos, no oculto ya tras la triple cortina, será elevado ante la presencia de todos. Y todavía no

creeréis. Entonces, ¿qué se necesitará para haceros creer? ¿Que los rayos de la Justicia

incidan en vuestras carnes? Mas entonces la Justicia estará apaciguada, y descenderán

los rayos del Amor. Y, a pesar de todo, ni siquiera éstos escribirán en vuestros corazones, en

todos vuestros corazones, la Verdad y suscitarán el arrepentimiento y luego el amor...”. ■ Los

ojos de Gamaliel, en un rostro tenso, están ahora fijos en el rostro de Jesús... que continúa:

“Pero, Moisés sabéis que era hombre entre los hombres; de él os han dejado descripción los

cronistas de su tiempo. Y, a pesar de todo, sabiendo incluso quién era, de Quién y cómo

recibió la Ley, ¿observáis, acaso, esta Ley? No. Ninguno de vosotros la observa”. Un grito de

protesta entre la gente. Jesús impone silencio: “¿Decís que no es verdad? ¿Que la observáis? ¿Y

entonces por qué tratáis de matarme? ¿No prohíbe el quinto mandamiento matar al hombre?

¿Vosotros no admitís en Mí al Cristo? Pero no podéis negar que Yo sea hombre. Entonces

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¿por qué tratáis de matarme?”. Precisamente aquellos que quieren matarle, gritan: “Pero Tú

estás loco! ¡Eres un endemoniado! ¡Un demonio habla en Ti y te hace delirar y decir

embustes! ¡Ninguno de nosotros piensa en matarte! ¿Quién quiere matarte?”. ■ Jesús: “¿Que

quién? Vosotros. Y buscáis las disculpas para hacerlo. Y me echáis en cara culpas no

verdaderas. Me echáis en cara --y no es la primera vez-- el que haya curado a un hombre

en sábado. ¿Y no dice Moisés que tengamos piedad incluso del asno y del buey caídos, porque

representan un bien para el hermano? ¿Y Yo no debería tener compasión del cuerpo enfermo de

un hermano, para el cual la salud recuperada es un bien material y un medio espiritual para

bendecir a Dios y amarle por su bondad? ¿Y la circuncisión que Moisés os dio por haberla

recibido de los patriarcas, acaso no la practicáis también en día de sábado? Si

circuncidando a un hombre en día de sábado no se viola la Ley mosaica del sábado, porque la

circuncisión sirve para hacer de un varón un hijo de la Ley, ¿por qué os enojáis contra Mí si

en día de sábado he curado a un hombre enteramente, en el cuerpo y en el espíritu, y he

hecho de él un hijo de Dios? No juzguéis según la apariencia y la letra, sino juzgad con

recto juicio y con el espíritu, porque la letra, las fórmulas, las apariencias, son cosas muertas,

escenarios pintados, pero no verdadera vida, mientras que el espíritu de las palabras y

apariencias es vida real y fuente de eternidad. Pero vosotros no entendéis estas cosas porque

no las queréis entender. Vamos” . Y vuelve las espaldas a todos.

* La manifestación final del Hijo del hombre será: como la del relámpago.- ■ Se dirige

hacia la salida, seguido y Él circundado por sus apóstoles y discípulos, que le miran: con pena

por Él, con enojo contra los enemigos. Él, pálido, les sonríe y les dice: “No estéis

tristes. Vosotros sois amigos míos. Y hacéis bien siéndolo, porque mi tiempo se acerca a su

fin. Pronto llegará el tiempo en que desearéis ver uno de estos días del Hijo del hombre,

mas no podréis ya verlo. Entonces hallaréis confortación en deciros: «Nosotros le amamos y le

fuimos fieles mientras Él estuvo entre nosotros». Y para burlarse de vosotros y haceros

aparecer como locos os dirán: «Cristo ha vuelto. ¡Está aquí! ¡Está allá!». No creáis en esas

voces. No vayáis, no os pongáis a seguir a estos falaces burladores. El Hijo del hombre, una

vez que se haya marchado, no volverá sino cuando llegue su Día. Y entonces su

manifestación será semejante al relámpago, que resplandeciendo surca el cielo de una

parte a otra, tan rápidamente, que el ojo apenas puede seguirle. Vosotros, y no sólo

vosotros, sino ningún hombre, podría seguirme en mi aparición final para recoger a todos

aquellos que fueron, son y serán. ■ Pero antes de que esto suceda es necesario que el Hijo

del hombre sufra mucho. Sufra todo. Todo el dolor de la Humanidad, y, además, sea repudiado

por esta generación”. El pastor Matías observa: “Pero entonces, mi Señor, sufrirás todo el mal

que será capaz de descargar sobre Ti esta generación”. Jesús: “No. He dicho: «Todo el dolor

de la Humanidad». Ella existía antes de esta generación, y existirá, por generaciones y

generaciones, después de ésta. Y siempre pecará. Y el Hijo del hombre gustará toda la

amargura de los pecados pasados, presentes y futuros, hasta el último pecado, en su espíritu,

antes de ser el Redentor. Y, ya en su gloria, todavía sufrirá, en su espíritu de amor, al ver

que la Humanidad pisotea su amor. Vosotros no podéis entender por ahora... Vamos ahora a

esta casa que me es amiga”.Y llama a una puerta, que se abre y le deja entrar, sin que el

custodio muestre estupor por el número de personas que entran detrás de Jesús. (Escrito el

3 de Septiembre de 1946).

········································ 1 Nota : Cfr. Ju. 7,11-24; Lc. 17,20-25.

. --------------------000--------------------

(<Al día siguiente, Jesús vuelve al Templo que rebosa de gente, que ha venido a celebrar la Fiesta de los

Tabernáculos>).

.

7-487-380 (8-182-364).- Discurso sobre la naturaleza del Mesías (1) en el Templo, en el día de

los Tabernáculos.

* “Tenemos pruebas. Sabemos de dónde es Éste. Pero cuando venga el Mesías nadie

sabrá de dónde es. ¡¡Pero de éste!! Es hijo de un carpintero de Nazaret”.- ■ Jesús se

acerca lentamente. Pasa por delante de Gamaliel --que ni siquiera alza la cabeza--, y va al sitio

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de ayer. La gente, mezcla, ahora, de israelitas, prosélitos y gentiles, comprende que va a

empezar a hablar y susurra: “Fijaos que habla públicamente y no le dicen nada”. “Quizás los

príncipes y los jefes han reconocido en Él al Mesías. Ayer Gamaliel, cuando se marchó el

Galileo, habló mucho con unos Ancianos”.“¿Pero es posible? ¿Cómo han hecho para

reconocerle de repente, si sólo un poco antes le consideraban hombre merecedor de la

muerte?”. “Quizás Gamaliel tenía pruebas...”. Arremete uno: “¿Y qué pruebas? ¿Qué pruebas

queréis que tenga en favor de ese hombre?”. Le abuchean: “Cállate, ventajista. No eres más que

el último de los escribanos. ¿Quién te ha preguntado?”. El otro se marcha. ■ Pero, en su lugar,

aparecen otros, que no pertenecen al Templo, sino --ciertamente-- a los incrédulos judíos:

“Nosotros tenemos las pruebas. Nosotros sabemos de dónde es éste. Pero, cuando venga el

Mesías, nadie sabrá de dónde es. No sabremos su origen. ¡¡¡Pero de éste!!! Es hijo de un

carpintero de Nazaret, y todo su pueblo puede traer aquí su testimonio contra nosotros si

mentimos...”. ■ Entretanto, se oye la voz de un gentil, que dice: “Maestro, háblanos un

poco a nosotros hoy. Nos ha sido dicho que afirmas que todos los hombres provienen de un

solo Dios, el tuyo. Tanto que los llamas hijos del Padre. Algunos poetas nuestros estoicos

tuvieron también una idea semejante a ésta. Dijeron: «Somos estirpe de Dios». Tus

connacionales dicen que somos más impuros que animales. ¿Cómo concilias las dos

tendencias?”. ■ Se plantea la cuestión según las costumbres de las disputas filosóficas, al

menos eso creo. Y, cuando Jesús está para responder, aumenta de tono la disputa entre los

judíos incrédulos y los creyentes, y una voz estridente repite: “Es un simple hombre. El

Mesías no será eso. Todo en Él tendrá carácter excepcional: forma, naturaleza, origen...”.

. ● “En verdad os digo que Yo no he venido por Mí mismo ni tampoco de donde vosotros

creéis... Yo conozco a Aquel que me ha enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un

Todo con Él”. Gamaliel calma el tumulto.-■ Jesús se vuelve en esa dirección y dice fuerte:

“¿Entonces me conocéis y sabéis de dónde vengo? ¿Estáis bien seguros de ello? ¿Y lo poco

que sabéis no os dice nada? ¿No os resulta confirmación de las profecías? Pero no, vosotros no

sabéis todo de Mí. En verdad, en verdad os digo que Yo no he venido por Mí mismo, ni

tampoco de donde vosotros creéis que he venido. Es la misma Verdad la que me ha en-

viado, y vosotros no la conocéis”. Prorrumpen los enemigos en un grito de enfado. Jesús

continúa: “La misma Verdad. Vosotros no conocéis sus obras. No conocéis sus caminos, los

caminos por los que Yo he venido. El odio no puede conocer ni los caminos ni las obras del

Amor. Las tinieblas no pueden aguantar la vista de la Luz. Mas Yo conozco a Aquel que me ha

enviado, porque Yo soy suyo, parte suya y un Todo con Él. Y Él me ha enviado para que

cumpla lo que su Pensamiento quiere”. Nace un tumulto. Los enemigos se lanzan contra Él

para ponerle las manos encima, para capturarle y pegarle. Apóstoles, discípulos, pueblo,

gentiles, prosélitos reaccionan para defenderle. ■ Acuden otros a ayudar a los primeros, y

quizás hubieran logrado su objetivo, pero Gamaliel, que hasta ese momento parecía ajeno a

todo, deja su alfombra y va hacia Jesús --apartado hacia el pórtico por quienes le quieren

defender-- y grita: “Dejadle. Quiero oír lo que dice”. Más que el pelotón de legionarios que, de

la Antonia, acude para calmar el tumulto, hace la voz de Gamaliel. El tumulto cesa cual

torbellino que se deshace, y el clamor se calma transformándose en rumor. Los legionarios,

por prudencia, se quedan cerca del muro externo, pero ya sin función alguna. Gamaliel

ordena a Jesús: “Habla. Responde a los que te acusan”. El tono es imperioso, pero no burlón.

Jesús da unos pasos hacia delante, hacia el patio. Tranquilo, reanuda el discurso.

Gamaliel permanece donde está, y sus discípulos se apresuran a llevarle alfombra y

escabel para que esté cómodo. Pero él se queda de pie: los brazos cruzados, la cabeza baja, los

ojos cerrados; concentrado en escuchar.

. ● “Decís que el Mesías debe ser al menos un ángel ¿Dónde dice el Libro a un ángel

«Tú eres mi Hijo. Yo te he engendrado»? El ángel no puede ser engendrado sino

creado. ¿Y de qué naturaleza será ese Hijo si dice de Él: «Y adórenle todos los ángeles

de Dios»? No podrá ser sino Dios como el Padre”.- ■ Jesús dice: “Me habéis acusado sin

motivo, como si hubiera blasfemado en lugar de decir la verdad. Yo, no para defenderme,

sino para daros la luz con el fin de que podáis conocer la Verdad, hablo. Y no hablo por Mí

mismo, sino que hablo recordando las palabras en que creéis y por las que juráis. Ellas me

dan testimonio. Vosotros, lo sé, no veis en Mí sino a un hombre semejante a vosotros, inferior a

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vosotros. Y os parece imposible que un hombre pueda ser el Mesías. Como mínimo pensáis

que tendría que ser un ángel este Mesías, el cual debe tener un origen tan misterioso como

para poder ser rey por la simple autoridad que el misterio de su origen suscita. Pero, ¿acaso

alguna vez se ha visto en la historia de nuestro pueblo, en los libros que forman esta

historia --y que serán libros tan eternos cuanto el mundo, porque a ellos los doctores de

todas las naciones y de todos los tiempos irán a beber, para confirmar su ciencia y sus

investigaciones sobre el pasado con las luces de la verdad--, dónde está escrito en estos libros

que Dios haya hablado a un ángel suyo para decirle: «Tú serás para Mí, de ahora en adelante,

Hijo, porque Yo te he engendrado»?” (Sal. 2,7). Veo que Gamaliel pide una tablilla y

pergaminos, se sienta y escribe... ■ Jesús: “Los ángeles, criaturas espirituales siervas del

Altísimo y mensajeras suyas, han sido creados por Él como el hombre, como los animales,

como todo lo que fue creado. Pero no han sido engendrados por Él. Porque Dios

engendra únicamente a otro Sí mismo, pues no puede el Perfecto engendrar sino a un

Perfecto, a otro Ser parejo a Sí mismo, para no destruir su perfección engendrando a una

criatura inferior a Él (2). Ahora bien, si Dios no puede engendrar a los ángeles, y ni siquiera

elevarlos a la dignidad de hijos suyos (3), ¿cómo será el Hijo al que dice: «Tú eres mi Hijo.

Hoy te he engendrado»? ¿Y de qué naturaleza será si, engendrándolo, y señalándoselo a sus

ángeles, dice: «Y le adoren todos los ángeles de Dios»? (Deut. 32,43: Sal. 96,7). ¿Y cómo será este

Hijo, para merecer oír que el Padre --Aquel a cuya gracia se debe el que los hombres le

puedan nombrar con el corazón anonadado en adoración-- le diga: «Siéntate a mi

derecha hasta que haga de tus enemigos escabel para tus pies»? (Sal. 109,1). Ese Hijo no

podrá ser sino Dios como el Padre, con quien comparte atributos y poderes y con quien goza

de la Caridad que los alegra en los inefables e incognoscibles amores de la Perfección que existe

por sí misma”.

. ● “Decís que soy solo un hombre. ¿Habría podido Dios decir de un hombre lo que dijo

en el vado de Betabara (Jordán) y que muchos de vosotros lo oísteis y temblasteis? La voz

de Dios es inconfundible y sin gracia especial aterra. ¿Habría podido Dios poner a su

Espíritu en un cuerpo privado de Gracia o satisfacerse con el sacrificio de un hombre? ...

¿Qué es entonces el Hombre que ahora os habla?¿Qué debe ser el Mesías? Más que un

ángel o un hombre, ¡¡Dios!!...”.- ■ Jesús: “Pero, si Dios no ha juzgado conveniente elevar al

grado de Hijo a un ángel, ¿habría podido decir de un hombre lo que, al final de éste hará tres

años, dijo de quien aquí os habla en el vado de Betabara? (y muchos de vosotros que os

oponéis a Mí estabais presentes cuando lo dijo). Vosotros lo oísteis y temblasteis. Porque la

voz de Dios es inconfundible, y sin una especial gracia suya aterra a quien la oye, y estremece

su corazón. ¿Qué es, entonces, el Hombre que os habla? ¿Es, acaso, uno que ha nacido de la

voluntad y de la sangre de hombre, como todos vosotros? ¿Habría podido poner el

Altísimo a su Espíritu para que habitase en un cuerpo privado de gracia, como es el de

los hombres nacidos por voluntad carnal? ¿Y podría el Altísimo, como satisfacción de la

gran Culpa, aplacarse con el sacrificio de un hombre? Pensad. Él no eligió a un ángel para

ser Mesías y Redentor, ¿podrá, entonces, elegir a un hombre para serlo? ¿Y podía el

Redentor ser sólo Hijo del Padre, sin asumir naturaleza humana, pero con medios y poderes

que superaran los humanos cálculos? ¿Y el Primogénito de Dios podía, acaso, tener padres (4),

si es el Primogénito eterno? ¿No se os trastoca el soberbio pensamiento ante estos

interrogantes, que suben hacia los reinos de la Verdad, acercándose cada vez más a ella y

que hallan respuesta sólo en un corazón humilde y lleno de fe? ¿Quién debe ser el Mesías? ¿Un

ángel? Más que un ángel. ¿Un hombre? Más que un hombre. ¿Un Dios? Sí, un Dios. Pero con

una carne unida a Él, para que ésta pueda cumplir la expiación de la carne culpable. ■

Todas las cosas deben ser redimidas a través de la materia con que pecaron. Dios, por

tanto, habría debido enviar a un ángel para expiar las culpas de los ángeles caídos, y que expiara

por Lucifer y sus seguidores angélicos. Porque ya sabéis que Lucifer también pecó. Pero Dios

no envía a un espíritu angélico a redimir a los ángeles tenebrosos. Ellos no han adorado al Hijo

de Dios, y Dios no perdona el pecado contra su Verbo engendrado por su Amor. Sin embargo,

Dios ama al hombre y envía al Hombre, al Único perfecto, a redimir al hombre y a obtener paz

con Dios. Y es justo que sólo un Hombre-Dios pueda cumplir la redención del hombre y

aplacar a Dios. ■ E1 Padre y el Hijo se han amado y se han comprendido. Y el Padre

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dijo: «Quiero». Y el Hijo respondió: «Quiero». Y luego el Hijo dijo: «Dame». Y el Padre

contestó: «Toma», y el Verbo tuvo una carne, cuya formación es misteriosa, y esta carne se

llamó Jesucristo, Mesías, Aquel que debe redimir a los hombres, llevarlos al Reino, vencer al

demonio, quebrar las esclavitudes. ■ ¡Vencer al demonio! No podía un ángel, no puede, realizar

lo que el Hijo del hombre puede. Y esta es la razón por la cual Dios no llama a los ángeles

para realizar la gran obra sino al Hombre. Aquí tenéis al Hombre de cuyo origen estáis

inciertos, o le negáis u os pone pensativos. Aquí tenéis al Hombre. Al Hombre aceptable

para Dios. Al Hombre representante de todos sus hermanos. Al Hombre que es como vosotros

en la semejanza; al Hombre superior y distinto de vosotros por la proveniencia”.

. ● “El Hombre engendrado y consagrado para su ministerio está ante el excelso altar:

para ser Sacerdote y Víctima por los pecados “según el orden de Melquisedec”. Sacerdocio

como el de Melquisedec de quien nadie pudo jamás señalar sus orígenes porque se trata de

un sacerdocio más perfecto que viene directamente de Dios”.- ■ Jesús: “El Hombre --que no

por un hombre sino por Dios ha sido engendrado y consagrado para su ministerio-- está ante

el excelso altar para ser Sacerdote y Víctima por los pecados del mundo, eterno y supremo

Pontífice, Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Sal 109,4). ¡No temáis! No tiendo mis

manos hacia la tiara pontifical (Éx. 28,36-39). Otra corona me espera. ¡No temáis! No os voy

a quitar el racional (Ex.28). Otro está ya preparado para Mí. Temed sólo, más bien, el que

para vosotros no sirva el Sacrificio del Hombre y la Misericordia del Mesías. Os he amado

tanto, tanto os amo, que he obtenido del Padre el aniquilarme a Mí mismo (anonadamiento). Os

he amado tanto, tanto os amo, que he pedido apurar todo el dolor del mundo para daros la

salvación eterna. ¿Por qué no me queréis creer? ¿No podéis creer todavía? ■ ¿No está escrito

del Mesías: «Tú eres Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec»? ¿Y cuándo

comenzó el sacerdocio? ¿Quizás en tiempos de Abraham? No. Y vosotros lo sabéis. El rey de

justicia y de paz que vino a anunciarme, con figura profética, en la aurora de nuestro

pueblo, ¿no os dice acaso que se trata de la existencia de un sacerdocio más perfecto, que

viene directamente de Dios?; como Melquisedec, de quien nadie pudo jamás señalar sus

orígenes y que es llamado «el sacerdote» y sacerdote será para siempre. ¿No creéis ya en las

palabras inspiradas? Y, si creéis, ¿cómo es que vosotros, doctores, no sabéis dar una explicación

aceptable a las palabras que dicen --y de Mí hablan--: «Tú eres Sacerdote para siempre según el

orden de Melquisedec»? Hay, pues, otro sacerdocio, más allá, antes del de Aarón. Y de éste está

escrito «eres»; no, «fuiste»; no, «serás». Eres sacerdote para siempre. He aquí, pues, que esta

frase anuncia que el eterno Sacerdote no será de la estirpe, conocida, de Aarón , no será de

ninguna estirpe sacerdotal. No; será de proveniencia nueva, misteriosa, como Melquisedec. Es

de esta proveniencia. Y si la Potencia de Dios le manda, señal es de que quiere renovar

el Sacerdocio y el rito para que sea provechoso para la Humanidad. ■ ¿Conocéis vosotros mi

origen? No. ¿Conocéis mis obras? No. ¿Intuís sus frutos? No. Nada sabéis de Mí. Podéis

ver, pues, que también en esto soy el «Mesías», cuyo origen y naturaleza y misión deben

permanecer desconocidos hasta que a Dios le plazca revelarlos a los hombres.

Bienaventurados los que sepan, los que saben creer antes de que la revelación tremenda de

Dios los aplaste contra el suelo con su peso y ahí los clave y triture bajo la fulgurante,

poderosa verdad que los cielos gritarán, que la tierra repetirá: «Éste era el Mesías de Dios»

Vosotros decís: «Es de Nazaret. Su padre era José. Su Madre es María». No. Yo no tengo

padre que me haya engendrado hombre; no tengo madre que me haya engendrado Dios. Y,

no obstante, tengo una carne, y la tengo por misteriosa obra del Espíritu, y he venido a

vosotros pasando por un tabernáculo santo (5). Y os salvaré después de haberme formado a Mí

mismo por querer de Dios; os salvaré haciendo que Yo mismo salga (6) del tabernáculo de mi

Cuerpo para consumar el gran Sacrificio de un Dios que se inmola por la salvación del

hombre. ■ ¡Padre! ¡Padre mío! Te lo dije al principio de los días: «Aquí estoy, para hacer tu

voluntad». Te lo dije en la hora de gracia antes de dejarte para revestirme de carne, y así

padecer: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Te lo digo una vez más para santificar a aquellos

por quienes he venido: «Aquí estoy, para hacer tu voluntad». Y volveré a decírtelo, siempre te lo

diré, hasta que tu voluntad sea cumplida...”. Jesús baja los brazos --los tenía levantados hacia el

cielo, orando--, los recoge en su pecho y agacha la cabeza, cierra los ojos y se sume en una

oración secreta. La gente cuchichea. No todos han comprendido; es más, la mayoría (y yo con

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ellos) no ha comprendido. Somos demasiado ignorantes. Pero intuimos que ha enunciado cosas

grandes. Y, admirados, guardamos silencio. Los maliciosos, que no han comprendido o no han

querido comprender, sonriendo malévolamente dicen: “¡Éste delira!”. Pero no se atreven a decir

más y se apartan o se encaminan hacia las puertas meneando la cabeza. Tanta prudencia creo

que es el fruto de las lanzas y dagas romanas que brillan al sol contra la muralla externa.

* “Las piedras que deben estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?”.- ■

Gamaliel se abre paso entre los que quedan. Llega hasta Jesús, que sigue en oración, absorto,

lejanos la gente y el lugar, y le llama: “¡Rabí Jesús!”. Jesús, todavía absortos sus ojos en una

interna visión, alzando la cabeza, pregunta: “¿Qué quieres, rabí Gamaliel?”. Gamaliel: “Que

me des una explicación”. Jesús. “Habla”. Gamaliel ordena: “¡Apartaos todos!”, y lo hace con un

tono tal, que apóstoles, discípulos, seguidores, curiosos, y los propios discípulos de Gamaliel se

apartan rápidamente. Se quedan solos, uno frente al otro. Y se miran. Jesús siempre manso y

dulce; el otro, autoritario sin querer e involuntariamente soberbio de aspecto (expresión que

ciertamente le ha venido de los años de deferencia exagerada). Gamaliel: “Maestro... Me han

sido referidas unas palabras tuyas dichas en un banquete... banquete que yo desaprobé porque

no era sincero. Yo combato o no combato, pero siempre abiertamente... He meditado en esas

palabras. Las he cotejado con las que tengo en mi recuerdo... Y te he esperado, aquí, para

preguntarte acerca de ellas...Y primero he querido oírte hablar... Ellos no han comprendido.

Yo espero poder comprender. He escrito tus palabras mientras las pronunciabas. Para

meditarlas. Y no para perjudicarte. ¿Me crees?”. Jesús: “Te creo. Y quiera el Altísimo hacerlas

resplandecer ante tu espíritu”. ■ Gamaliel: “Que así sea. Escúchame. Las piedras que deben

estremecerse ¿no serán las de nuestros corazones?”. Jesús: “No, rabí. Éstas (y señala a las

murallas del Templo con gesto circular). ¿Por qué lo preguntas?”. Gamaliel: “Porque mi corazón

se estremeció cuando me fueron referidas tus palabras del banquete, y tus respuestas a los

tentadores. Creía que ese estremecimiento era la señal...”.Jesús: “No, rabí. Es demasiado poco el

estremecimiento de tu corazón y el de pocos otros para ser la señal que no deja dudas... Aun

cuando tú, con un gesto de humilde reconocimiento de ti mismo, defines tu corazón corno

piedra. ¡Oh, rabí Gamaliel, ¿te es imposible hacer de tu corazón petrificado un luminoso altar

que acoja a Dios?! No por interés mío, rabí, sino para que tu justicia sea perfecta...”.Y Jesús

mira dulcemente al anciano maestro, que se coge la barba, se pasa los dedos por la frente

murmurando con la cabeza inclinada: “No puedo... No puedo todavía... De todas formas,

espero... ¿Sigue en pie esa señal que vas a dar?”. Jesús: “La daré”. Gamaliel: “Adiós, Rabí

Jesús”. Jesús: “El Señor venga a ti, rabí Gamaliel”. Se separan. Jesús hace una señal a los suyos

y con ellos se encamina hacia fuera del Templo.

* Escribas, sacerdotes... quieren conocer la opinión de Gamaliel sobre Jesús.- ■ Escribas,

fariseos, sacerdotes, discípulos de rabíes, como buitres, circundan velozmente a Gamaliel, que

está metiéndose en el ancho cinturón los folios que ha escrito. “¿Entonces? ¿Qué te parece? ¿Un

loco? Has hecho bien en escribir esos delirios. Nos serán útiles. ¿Has decidido? ¿Estás

convencido? Ayer... hoy... Más que suficiente para convencerte”. Hablan todos al mismo

tiempo, y Gamaliel calla, y, mientras, se coloca el cinturón, cierra el tintero que lleva colgado a

éste, devuelve a su discípulo la tablilla en que se ha apoyado para escribir en los pergaminos.

Un colega suyo insiste: “¿No respondes? Desde ayer no hablas...”. Gamaliel: “Escucho. No a

vosotros. A Él. Y trato de reconocer en las palabras de ahora la palabra que me habló un día.

Aquí”. Muchos riéndose: “¿Y... la encuentras?”. Gamaliel: “Como un trueno, que tiene voz

distinta según esté más cercano o más lejano. Pero siempre es ruido de trueno”. Uno, burlón,

dice: “Sonido sin significado, entonces”. Gamaliel: “No te rías, Leví. En el trueno puede estar

también la voz de Dios; y nosotros ser tan necios que la tomemos por rumor de nubes que se

rompen... No te rías tú tampoco, Elquías, ni tú, Simón; no sea que el trueno se transforme

en rayo y os reduzca a cenizas...”. ■ Inquieren con mordacidad: “Entonces... tú... casi

estás diciendo que el Galileo es aquel niño que con Hilel creíste profeta; y que aquel niño y ese

hombre son el Mesías...”. Aunque son mordaces, es una mordacidad velada, porque Gamaliel se

hace respetar. Gamaliel: “No digo nada. Digo que el ruido del trueno es siempre ruido de

trueno”. Insisten: “¿Más cercano o más lejano?”. Gamaliel: “¡Ay! Las palabras son más fuertes,

producto de la edad. Pero los veinte años pasados han hecho veinte veces más cerrado mi

inteligencia ante el tesoro que posee. Y el sonido penetra cada vez más débil...”. y Gamaliel deja

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caer la cabeza sobre el pecho, pensativo. Todos se ríen: “¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¡Te haces viejo y te

haces necio, Gamaliel! Tornas por realidad los fantasmas. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!”. Gamaliel se encoge

de hombros con desdén. Luego recoge su manto, que le pendía de los hombros; se envuelve con

más de una vuelta --es muy amplio-- y da las espaldas a todos sin replicar nada, despreciativo en

su silencio. (Escrito el 4 de Septiembre de 1946).

··········································

1 Nota : Cfr. Ju.7,25-30. 2 Nota : “Engendrar” y “crear”. Nótese cómo la escritora los distingue. Dios no “engendra” sino a su Hijo

consustancial y eterno; pero “creó” a los ángeles, hombres, animales, plantas y todos los seres inanimados.

3 Nota : “Dios no puede engendrar ángeles, ni siquiera elevarlos a la dignidad de hijos suyos”. Expresión que debe

entenderse por lo que sigue abajo: “Si Dios no ha juzgado conveniente elevar al grado de Hijo a un ángel...”, donde se

aduce un motivo de conveniencia, no de imposibilidad divina (N.T.).

4 Nota : “¿Podía el Primogénito de Dios tener padres?”.- De hecho José solo fue su padre putativo; María, su

verdadera Madre, en virtud de la concepción y parto milagrosos; y ninguno de los dos fue engendrador “de la

divinidad” del Hijo de Dios.

5 Nota : Vine a vosotros pasando por un tabernáculo santo”.- Alusión a la Virgen, de la que el Verbo tomó

carne humana “por obra misteriosa del E.S.” y vino a la luz sin violar, antes bien, consagrando la integridad

virginal de la Madre santísima.

6 Nota : “Os salvaré haciendo que yo mismo salga del tabernáculo de mi Cuerpo”; esto es: su divin idad y su

espíritu inmaculado, hecho a imagen de Dios (Cfr. Gén. 1,26-27; 1 cor. 11,7; Ef. 2,15; 4,24; Col. 3,10), del

tabernáculo de su Cuerpo, en el momento de su cruenta muerte (Ju.2, 18-22).

. --------------------000--------------------

8-503-13 (9-109-447).- Jesús desea con ansias el cumplimiento de su Sacrificio. * “Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la Gracia bajará y hará a los

hombres capaces de ganarse el Cielo. Quiero con esto poner vuestras manos en las manos

del Padre y decir: «Amaos finalmente, porque el Uno y los otros ansiáis ello, y sufríais

intensamente porque no os podíais amar»”.- ■ Y todavía Jesús que sigue andando

incansablemente por los caminos de Palestina. El río está aún a su derecha, y Él camina en el

mismo sentido de la bella corriente azul, que resplandece en los lugares donde el sol la besa; verde-

turquí en las orillas, donde la sombra de los árboles se refleja con sus verdes oscuros. Jesús está en

medio de sus discípulos. Oigo a Bartolomé que le pregunta: “¿Entonces vamos realmente hacia

Jericó? ¿No temes alguna asechanza?”. Jesús: “No temo. Llegué a Jerusalén para la Pascua por otro

camino y ellos, frustrados, ya no saben dónde prenderme sin toparse con el pueblo. Créeme,

Bartolomé: para Mí hay menos peligro en una ciudad muy poblada que en caminos solitarios. El pueblo

es bueno y sincero, pero también es impetuoso. Se amotinaría, si me capturaran cuando estoy en medio

de él evangelizando y curando. Las serpientes trabajan en la soledad y en la sombra. Y además... me

queda tiempo para trabajar... Luego... vendrá la hora del Demonio...y vosotros me perderéis. Para

hallarme de nuevo después. Creed esto. Y sabed creerlo cuando los hechos parezcan desmentirme más

que nunca”. Los apóstoles suspiran, afligidos, y le miran con amor y pena, y Juan emite un gemido:

“¡No!”, y Pedro le rodea con sus cortos y robustos brazos, como para defenderle, y dice: “¡Oh, mi Señor

y Maestro!”. No dice nada más. Pero hay mucho en esas pocas palabras. ■ Jesús: “Así es, amigos. Para

esto he venido. Sed fuertes. Ya veis cómo voy seguro hacia mi meta, como uno que va hacia el sol, y

sonríe a este sol que le besa en la frente. Mi Sacrificio será un Sol para el mundo. La luz de la

Gracia bajará a los corazones, la paz con Dios los hará fecundos, los méritos de mi

martirio harán a los hombres capaces de ganarse el Cielo. ¿Y qué quiero sino esto? Poner

vuestras manos en las manos del Eterno, Padre mío y vuestro, y decir: «Mira, conduzco de

nuevo a Ti a estos hijos. Mira, Padre, están limpios. Pueden volver a Ti». Veros junto a su

corazón y decir: «Amaos finalmente, porque el Uno y los otros tenéis ansias de ello, y

sufríais intensamente porque no os podíais amar». Ved que ésta es mi alegría. Y cada día

que me acerca al cumplimiento de este retorno, de este perdón, de esta unión,

aumenta mi ansia de consumar el holocausto para daros a Dios y su Reino”. ■ Jesús está

solemne y como extasiado mientras dice esto. Camina derecho , con su túnica azul y su

manto más oscuro, la cabeza descubierta, en esta hora aún fresca de la mañana. Parece

sonreír a una visión --¡quién sabe cuál!-- que sus ojos ven, contra el fondo azul de un cielo

sereno. El sol, que le besa en la mejilla izquierda, hace mucho más brillante su mirada y

coloca centelleos dorados en sus cabellos que mueven levemente el viento y su paso, y

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acentúa el rojo de los labios abiertos prontos para la sonrisa, y parece como si encendiese

todo su rostro de una alegría que en realidad viene del interior de su adorable Corazón,

encendido por la caridad hacia nosotros. (Escrito el 3 de Octubre de 1944).

. --------------------000--------------------

(<Jesús y los suyos, después de un periplo por Galilea y la Transjordania, rechazados en muchos de estos

lugares, han llegado nuevamente a Jerusalén, una Jerusalén invernal, gris. Ha pronunciado en el Templo

la parábola del “Juez malo y la viuda”[Lucas 18,1-8], relatada en el episodio 8-505-34 en el tema

“Oración”. Es célebre aquella frase que pronuncia, ya fuera del Templo, al mirar a los pocos que le

siguen y a los muchos indiferentes u hostiles que le miran desde lejos: “¿Pero cuando el Hijo del hombre

torne, encontrará acaso fe en la tierra?”>).

.

8-506-36 (9-203-470).- En el Templo, oposición al discurso que revela que Jesús es la Luz

del mundo: “Yo soy la Luz del mundo...”. (1).

* Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de

Sabiduría, Luz de Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es el P adre

de las Luces .

. ● “Yo, siendo el Hijo del Padre, que es el Padre de la Luz, soy la Luz del mundo. Un

hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su misma naturaleza”.- ■ Jesús

está todavía en Jerusalén. No dentro de los patios del Templo. Está en una vasta estancia

bien adornada, una de las tantas que hay, diseminadas, dentro del recinto amurallado, que

es tan grande como un pueblo. Ha entrado en ella hace poco. Todavía va andando al lado del

que le ha invitado a entrar, quizás para protegerle del viento frío que sopla en el Moria;

detrás de Él van los apóstoles y algunos discípulos. Digo «algunos» porque, además de Isaac y

Marziam, está Jonatás y --mezclados entre la gente que también entra detrás del Maestro-- aquel

levita, Zacarías, que pocos días antes le había dicho que quería ser su discípulo, y también otros

dos que ya he visto con los discípulos, y cuyo nombre ignoro. ■ Pero entre éstos, benévolos, no

faltan los consabidos, los inevitables e inmutables fariseos. Se paran casi en la puerta, como si

se hubieran encontrado allí por azar para discutir de negocios (¡entre tanto están ahí para oír!).

Vivamente esperan los presentes la palabra del Señor. Él mira a este grupo de distintas

nacionalidades (es cosa visible; y no todas palestinas, aunque sí de religión hebraica). Mira a

este grupo de personas, muchas de las cuales, quizás, mañana se esparcirán por las regiones de

que provienen y llevarán a ellas su palabra diciendo: “Hemos oído al Hombre del que dicen que

es nuestro Mesías”. Y no les habla --a ellos que ya están instruidos en la Ley-- de la Ley, como

hace muchas veces cuando comprende que tiene ante sí ignorancias o fes debilitadas; sino que

habla de Sí mismo, para que le conozcan. ■ Dice: “Yo soy la Luz del mundo y quien me sigue

no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida”. Y calla, tras haber enunciado el

tema del discurso que va a desarrollar, como hace habitualmente cuando está para pronunciar

un gran discurso. Calla para dar tiempo a la gente de decidir si el argumento les interesa

o no; y dar también tiempo de irse, a aquellos a quienes el tema propuesto no les

interesa. De los presentes no se marcha nadie; es más, los fariseos que estaban en la

puerta, ocupados en una conversación forzada y estudiada, y que han callado y se han vuelto

hacia dentro de la sinagoga a la primera palabra de Jesús, entran abriéndose paso con su

indefectible prepotencia. Cuando todo rumor ha cesado, Jesús repite la frase dicha antes,

con voz aún más fuerte e incisiva, y prosigue: “Yo, siendo el Hijo del Padre que es el Padre de

la Luz, soy la Luz del mundo. Un hijo siempre asemeja al padre que le engendró, y tiene su

misma naturaleza. Igualmente Yo asemejo a Aquel que me ha engendrado, y tengo su

naturaleza”.

. ● Lo más bello de lo creado, lo que constituye la perfección de los elementos, una de las

primeras manifestaciones del Creador, el signo más visible de su Creador: la luz.- ■ Jesús:

“Dios, el Altísimo, el Espíritu perfecto e infinito, es Luz de Amor, Luz de Sabiduría, Luz de

Potencia, Luz de Bondad, Luz de Belleza. Él es el Padre de las Luces y, quien vive de Él y

en Él, al estar en la Luz, ve. Y es deseo de Dios que las criaturas vean. Él ha dado al hombre

el intelecto y el sentimiento para que pudieran ver la Luz --o sea, verle a Él-- y comprenderla

y amarla. Ha dado al hombre los ojos para que pudiera ver lo más bello de entre lo creado,

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lo que constituye la perfección de los elementos, aquello por lo cual es visible la Creación

y que es una de las primeras acciones de Dios Creador y lleva el signo más visible de su

Creador: la luz, incorpórea, luminosa, beatífica, consoladora, necesaria, como necesario es el

Padre de todos, Dios eterno y altísimo”.

. ● “El Espíritu de Dios, --que aleteaba sobre las aguas (ya creado el firmamento y la

tierra: masa de la atmósfera y masa del polvo) y que era todo uno con el Creador que

creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear, no solo para amarse a Sí mismo en el

Padre y en el Hijo sino también amar a un número infinito de criaturas... y amar al

hombre...-- grita, y es la 1ª manifestación de la Palabra: «Hágase la luz»”.- ■ Jesús: “Por

una orden de su Pensamiento, Él creó el firmamento y la tierra, o sea, la masa de la

atmósfera y la masa del polvo, lo incorpóreo y lo corpóreo, lo ligerísimo y lo pesado. Pero

ambas cosas todavía pobres y vacías. Informes todavía por estar envueltas en las tinieblas.

Vacías todavía de astros y de vida. Mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera

fisonomía, para hacer de ellos dos cosas hermosas, útiles, adecuadas para la prosecución de la

obra creadora, el Espíritu de Dios --que aleteaba por encima de las aguas y era todo uno

con el Creador que creaba y con el Inspirador que impulsaba a crear, para poder no sólo

amarse a Sí mismo en el Padre y en el Hijo sino también amar a un número infinito de

criaturas, llamados astros, planetas, aguas, mares, florestas, árboles, flores, animales que

volasen, que zigzagueasen, que se arrastrasen, que corrieran, que saltaran, que treparan,

y, en fin, amar al hombre, la más perfecta de las criaturas, más perfecto que el sol por

tener el alma además de la materia, la inteligencia además del instinto, la libertad además del

orden; al hombre semejante a Dios por el espíritu, semejante al animal por la carne; al

semidiós que viene a ser dios por participación y por gracia de Dios y voluntad propia; al ser

humano que queriendo puede transformarse en ángel; al ser más amado de la creación

sensible, para el cual, aun sabiéndolo pecador, desde antes de que el tiempo existiera

preparó el Salvador, la Víctima, en el Ser amado sin medida, en el Hijo, en el Verbo, por el

que todo ha sido hecho--, mas para dar a la tierra y al firmamento su verdadera fisonomía,

decía, he aquí que el Espíritu de Dios, aleteando en el cosmos, grita, y es la primera

manifestación de la Palabra: «Hágase la luz», y la luz es, buena, salutífera, potente durante el

día, tenue durante la noche, pero imperecedera mientras dure el tiempo. ■ Del océano

de maravillas que es el trono de Dios, el seno de Dios, Dios saca la piedra preciosa más bella,

la luz, que precede al joyel más precioso, que es la creación del hombre, en el cual no

está una piedra preciosa de Dios, sino que está Dios mismo, con su soplo espirado en el

barro para hacer de éste una carne y una vida y un heredero suyo en el Paraíso celeste,

donde Él espera a los justos, a los hijos, para gozarse en ellos y ellos en Él”.

. ● “Si al principio el Padre quiso la luz, si se sirvió de la Palabra para hacer la luz

¿podrá no haber dado al Hijo de su amor aquello que Él mismo es...y que llena el

paraíso y hace bienaventurados a los que lo habitan?”.-■ Jesús: “Si al principio de la

creación Dios quiso la luz sobre sus obras, si para hacer la luz se sirvió de su Palabra, si

Dios a los más amados dona su semejanza más perfecta, la luz --luz material jubilosa e in-

corpórea, luz espiritual sabia y santificadora--, ¿podrá no haber dado al Hijo de su amor

aquello que Él mismo es? En verdad, a Aquel en quien ab aeterno Él se complace, el

Altísimo le ha dado todo, y ha querido que de ese todo la Luz fuera primera y potentísima, para

que sin esperar a subir al Cielo los hombres conocieran la maravilla de la Trinidad, aquello

que hace cantar a los bienaventurados coros de los Cielos, cantar por la armonía del

maravillado júbilo que les viene a los ángeles del hecho de mirar a la Luz, o sea a Dios, a la

Luz que llena el Paraíso y hace bienaventurados a todos los que lo habitan. ■ Yo soy la Luz del

mundo. ¡Quien me sigue no caminará en las tinieblas, sino que tendrá la luz de la Vida! De

la misma manera que la luz en la tierra informe trajo la vida a las plantas y a los ani -

males, mi Luz concede a los espíritus la Vida eterna. Yo, la Luz que Yo soy, creo en

vosotros la Vida y la mantengo, la aumento, os creo de nuevo en ella, os transformo, os llevo

a la Morada de Dios por caminos de sabiduría, de amor, de santificación. Quien tiene en sí

la Luz tiene en sí a Dios, porque la Luz es una con la Caridad y quien tiene la Caridad

tiene a Dios. Quien tiene en sí la Luz tiene en sí la Vida, porque Dios está donde su dilecto

Hijo es recibido”. ■ Fariseos dicen: “Dices palabras sin razón. ¿Quién ha visto lo que es Dios?

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Ni siquiera Moisés vio a Dios, porque en el Horeb, en cuanto supo quién hablaba detrás de la

zarza que ardía, se cubrió el rostro; y tampoco las otras veces pudo verle entre los rayos

cegadores. ¿Y Tú dices que has visto a Dios? A Moisés, que sólo le oyó hablar, le quedó

un esplendor en el rostro (Éx. 3,1-6; 34,29-35). Pero Tú, ¿qué luz tienes en tu cara? Eres un po-

bre galileo de cara pálida como la mayoría de vosotros. Eres un enfermo, cansado y enjuto.

Verdaderamente, si hubieras visto a Dios y te amara, no estarías como uno que está próximo a

la muerte. ¿Pretendes dar la vida Tú que ni para Ti mismo la tienes?”, y menean la cabeza

compadeciéndole con ironía. ■ Jesús: “Dios es Luz y Yo sé cuál es su Luz, porque los hijos

conocen a su padre y porque cada uno se conoce a sí mismo. Yo conozco al Padre mío y sé

quién soy. Yo soy la Luz del mundo. Soy la Luz porque mi Padre es la Luz y me ha

engendrado dándome su Naturaleza . La Palabra no es distinta del Pensamiento, porque la

palabra expresa lo que el intelecto piensa. Y, además, ¿ya no conocéis a los profetas? No

os acordáis de Ezequiel y, sobre todo, de Daniel? Describiendo a Dios, visto en la visión, en el

carro de los cuatro animales, dice el primero: «En el trono estaba uno que por el aspecto

parecía un hombre y dentro de él y en torno a él vi una especie de electro, como la apa-

riencia del fuego, y hacia arriba y hacia abajo de sus caderas vi como una especie de fuego

que resplandecía en torno; como el aspecto del arco iris cuando se forma en la nube en

día de lluvia: tal era el aspecto del resplandor de en torno» (Ez. 1,26-28). Y dice Daniel:

«Yo estaba observando hasta que fueron alzados unos tronos y el Anciano de los días se

sentó. Sus vestiduras eran blancas como la nieve, sus cabellos como la cándida lana; vivas

llamas era su trono, las ruedas de su trono fuego a llamaradas. Un río de fuego fluía

rápido delante de él» (Dan.7,9-10). Así es Dios, y así seré Yo cuando venga a juzgaros”.

. ● “Doy testimonio de mi Naturaleza y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo

mismo... Para esto he venido para que tengáis Luz y, por tanto, Vida... Además, mi Padre

habló de Mí en el Jordán...”.- ■ Fariseos: “Tu testimonio no es válido. Te das testimonio

a Ti mismo. Por tanto, ¿qué valor tiene tu testimonio? Para nosotros no es verdadero”. Jesús: “Aunque dé testimonio de Mí mismo, mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he

venido y a dónde voy. Pero vosotros no sabéis ni de dónde vengo ni a dónde voy. Vuestra

sabiduría es lo que veis. Yo, sin embargo, conozco todo lo que al hombre le es

desconocido, y he venido para que también vosotros lo conozcáis. Por esto he dicho que

soy la Luz, porque la luz hace conocer lo que ocultaban las sombras. En el Cielo hay

luz, en la Tierra reinan mucho las tinieblas y ocultan las verdades a los espíritus, porque

las tinieblas odian a los espíritus de los hombres y no quieren que conozcan la Verdad y las

verdades, para que no se santifiquen. Y para esto he venido, para que tengáis Luz y, por tanto,

Vida. Pero vosotros no me queréis acoger. Queréis juzgar lo que no conocéis, y no podéis

juzgarlo porque está muy por encima de vosotros y es incomprensible para todo aquel

que no lo contemple con los ojos del espíritu, y un espíritu humilde y nutrido de fe. Pero

vosotros juzgáis según la carne. Por eso no podéis estar en el juicio verdadero. Yo, por el

contrario, no juzgo a nadie; basta que pueda abstenerme de juzgar. Os miro con misericordia, y

oro por vosotros, para que os abráis a la Luz. Pero, cuando tengo realmente que juzgar, mi juicio

es verdadero, porque no estoy solo, sino que estoy con el Padre que me ha enviado, y Él ve

desde su gloria el interior de los corazones. Y como ve el vuestro ve el mío. Y si viera en mi

corazón un juicio injusto, por amor a Mí y por el honor de su Justicia, me lo advertiría. Mas Yo y

el Padre juzgamos de una única manera; por tanto, somos dos y no Yo solo los que juzgamos y

testificamos. ■ En vuestra Ley está escrito que el testimonio de dos testigos que afirman lo

mismo debe ser aceptado como verdadero y válido (Deut. 19,15). Yo, pues, doy testimonio de mi

Naturaleza, y conmigo el Padre que me ha enviado testifica lo mismo. Por tanto, lo que digo es

verdad”. Fariseos: “Nosotros no oímos la voz del Altísimo. Tú lo dices, que es tu Padre...”.

Jesús: “Él habló de Mí en el Jordán...”. Fariseos: “Bien, pero no estabas solo Tú en el

Jordán. También estaba Juan. Pudo hablarle a él. Era un gran profeta”. Jesús: “Con vuestros

propios labios os condenáis. Decidme: ¿quién habla por los labios de los profetas?”. Fariseos:

“El Espíritu de Dios”. Jesús: “¿Y para vosotros Juan era profeta?”. Fariseos: “Uno de los

mayores, si no el mayor”. Jesús: “¿Y entonces por qué no habéis creído en sus palabras y no

creéis? Él me señalaba como el Cordero de Dios venido a cancelar los pecados del mundo. A

quien le preguntaba si era el Mesías, decía: «No soy el Cristo, sino el que le precede, porque

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existía antes de mí y yo no le conocía, pero el que me tomó desde el vientre de mi madre y me

ha investido en el desierto y me ha mandado a bautizar me ha dicho: „Aquel sobre el que verás

descender el Espíritu es el que bautizará con el Espíritu Santo y en fuego’». ¿No os acordáis?

Pues muchos de vosotros estabais presentes... ¿Por qué, pues, no creéis en el profeta que me

señaló habiendo oído las palabras del Cielo? ¿Debo decir al Padre mío que su Pueblo ya no cree

en los profetas?”. Fariseos: “¿Pero dónde está el padre tuyo? José, el carpintero, duerme desde

hace años en el sepulcro. Tú ya no tienes padre”. Jesús: “Vosotros no me conocéis a Mí ni

conocéis a mi Padre. Pero, si quisierais conocerme, conoceríais también a mi verdadero Padre”.

Fariseos: “Eres un endemoniado y un embustero. Eres un blasfemo, pues que quieres sostener

que el Altísimo es tu Padre. Y merecerías el castigo según la Ley” (Lev. 24,10-23). ■ Los fariseos y

otros del Templo gritan amenazadores, mientras la gente los mira con torva mirada, en defensa

de Jesús. Jesús los mira sin añadir palabra alguna, y sale de la estancia por una puertecita

lateral que da a un pórtico. (Escrito el 28 de Septiembre de 1946).

········································ 1 Nota : Cfr. Ju.8,12-20

. -------------------000--------------------

8-507-41 (9-204-475).- El gran debate con los judíos (1). Huyen del Templo con la ayuda del

levita Zacarías.

* “Debo de hablar en el Templo, lugar donde los rabíes se reúnen para hablar y adoctrinar...

Cualquiera que fuese la violencia y el odio que vierais contra Mí, no os asustéis. No ha llegado

mi hora. Os diré cuando llegue”.- ■ Jesús entra otra vez en el Templo con apóstoles y

discípulos. Y algunos apóstoles, y no sólo apóstoles, le hacen la observación de que es

imprudente entrar. Pero Él responde: “¿Con qué derecho podrían negármelo? ¿Estoy condenado

acaso? No, por ahora todavía no lo estoy. Subo, pues, al altar de Dios como todo israelita que

teme al Señor”. Apóstoles: “Pero tienes intención de hablar...”. Jesús: “¿Y no es

éste el lugar donde habitualmente se reúnen los rabíes para hablar? Estar fuera de aquí para

hablar y adoctrinar es la excepción, y puede representar un descanso que se ha tomado un rabí, o

una necesidad personal. Pero el lugar en que todos apetecen enseñar a los discípulos es éste.

¿No veis en torno a los rabíes gente de todas las nacionalidades, que se acercan a oír al menos

una vez a los célebres rabíes? Al menos para poder decir al regresar a su tierra natal:

«Hemos oído a un maestro, a un filósofo hablar según el modo de Israel». Maestro para los que

ya son o quieren ser hebreos; filósofo para los que son gentiles en el verdadero sentido de la

palabra. Y los rabíes no toman a mal de ser escuchados por éstos últimos, porque esperan hacer

de ellos prosélitos. Sin esta esperanza, que si fuera humilde sería santa, no estarían en el Patio

de los Paganos, sino que exigirían hablar en el de los Hebreos, y, si fuera posible, en el Santo

mismo, porque, según su modo de juzgarse sobre sí mismos, son tan santos que sólo Dios es

superior a ellos... Y Yo, Maestro, hablo donde hablan los maestros. ■ Pero ¡no temáis! No ha

llegado todavía su hora. Cuando llegue, os lo diré para que fortalezcáis vuestro corazón”.

Iscariote dice: “No lo dirás”. Jesús: “¿Por qué?”. Iscariote: “Porque no lo podrás

saber. Ninguna señal te lo indicará. No hay señal. Hace casi tres años que estoy contigo y siempre te he visto amenazado y perseguido. Es más, antes estabas solo,

mientras que ahora tienes detrás de Ti al pueblo que te ama y que es temido por los fariseos. Así

que eres más fuerte. ¿Por qué cosa esperas comprender que ha llegado la hora?”. Jesús: “Por lo que

veo en el corazón de los hombres”. Judas se queda un momento desorientado, luego dice: “Y

tampoco lo dirás porque... al desconfiar de nuestro valor, Tú no querrás pedir nuestra ayuda”.

Santiago de Zebedeo dice: “Calla por no afligirnos”. Iscariote: “Puede serlo. Pero no hay duda

de que no lo dirás”. Jesús: “Os lo diré. Y hasta que no os lo diga, cualquiera que fuese la violencia y

el odio que vierais contra Mí, no os asustéis. Son cosas sin consecuencias. ■ Ahora, seguid

adelante. Yo me quedo aquí a esperar a Mannaén y a Marziam”. De mala gana, los doce y quien

viene con ellos se adelantan.

*Legionarios advierten a Jesús del peligro que corre (“una que te admira ha ordenado

vigilar”) y el levita Zacarías le dice: “Maestro, si hay tumulto y ves que me marcho, trata de

seguirme siempre. ¡Te odian mucho!”.- ■ Jesús vuelve hacia la puerta para esperar a los dos; es

más, sale a la calle y tuerce hacia la Antonia. Unos legionarios, parados al pie de la fortaleza, le

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señalan --unos a otros se lo señalan-- y hablan entre sí. Parece que hay un poco de discusión, luego

uno dice más fuerte: “Yo se lo pregunto”, y se separa yendo hacia Jesús. “¡Salve, Maestro! ¿Vas a

hablar también hoy ahí dentro?”. Jesús: “Que la Luz te ilumine. Sí. Hablaré”. Legionario:

“Entonces... ten cuidado. Uno que sabe nos ha advertido. Y una que te admira ha ordenado vigilar.

Estaremos cerca del subterráneo de oriente. ¿Sabes dónde está la entrada?”. Jesús: “No lo ignoro.

Pero está cerrada por las dos partes”. Legionario: “¿Tú crees?”, y se ríe con una breve sonrisa,

y en la sombra de su yelmo los ojos y dientes brillan haciéndole más joven. Luego, cuadrándose,

saluda: “¡Salve, Maestro! Acuérdate de Quinto Félix”. Jesús: “Me acordaré. Que la Luz te

ilumine”. Jesús se echa a andar de nuevo y el legionario regresa al sitio de antes y habla con sus

camaradas. ■ Aparecen Mannaén y Marziam que dicen al mismo tiempo: “¿Maestro, hemos

tardado? ¡Eran muchos los leprosos!”. Mannaén va vestido sencillamente de marrón oscuro.

Jesús: “No. Habéis tardado poco. De todas formas, vamos; los otros nos esperan. ¿Mannaén, has

sido tú el que ha avisado a los romanos?”. Mannaén: “¿De qué, Señor? No he hablado con nadie. Y

no sabría... Las romanas no están en Jerusalén”. ■ De nuevo están junto a la puerta de la muralla y,

como si estuviera por azar, está allí cerca el levita Zacarías, que dice: “La paz a Ti, Maestro.

Quiero decirte... trataré de estar siempre donde estés, aquí dentro. Y no me pierdas de vista. Y, si

hay tumulto y ves que me marcho, trata de seguirme siempre. ¡Te odian mucho! No puedo hacer

más... Compréndeme...”. Jesús: “Que Dios te lo pague y te bendiga por la piedad que tienes por

su Verbo. Haré lo que dices. Y no temas, que ninguno sabrá de tu amor por Mí”. Se separan.

Mannaén susurra: “Quizás ha sido él el que se lo ha dicho a los romanos. Estando ahí dentro,

habrá sabido...”. Van a orar, pasando entre la gente, que los mira con diferentes sentimientos, y

que se reúne luego detrás de Jesús cuando, terminada la oración, Él vuelve del patio de los

Hebreos.

* “Sí, me voy, como queréis, pero pasada esta hora de la misericordia todo será inútil y

moriréis en vuestro pecado, porque ya no me tendréis; voy donde no podéis venir”.- ■

Fuera ya de la segunda muralla, Jesús hace ademán de pararse pero un grupo mixto de escribas,

fariseos y sacerdotes, le rodea. Uno de los magistrados del Templo habla por todos: “¿Estás todavía

aquí? ¿No comprendes que no te aceptamos? ¿No temes siquiera el peligro que te amenaza? Vete. Ya

es mucho si te dejamos orar. No te permitimos ya más que enseñes tus doctrinas”. Y sus camaradas:

“Sí. Vete. ¡Vete, blasfemo!”. Jesús: “Sí, me voy, como queréis. Y no sólo fuera de estos muros. Me

voy a marchar, estoy ya marchándome más lejos, a donde ya no podréis ir. Y llegarán horas en que

me buscaréis también vosotros, y ya no sólo para perseguirme, sino también por un supersticioso

terror de una acción contra vosotros por haberme echado; por una ansia supersticiosa de ser

perdonados de vuestro pecado para obtener misericordia. Pero os digo que ésta es la hora de la

misericordia, la hora de hacerse amigos del Altísimo. Pasada esta hora, será inútil todo remedio. Ya

no me tendréis, y moriréis en vuestro pecado. Aunque recorrierais toda la Tierra y lograrais

alcanzar astros y planetas, no me encontraríais, porque a donde Yo voy vosotros no podéis ir. ■ Ya

os lo he dicho. Dios viene y pasa. Quien es sabio le acoge con sus dones que le da al pasar. El necio le

deja marcharse y ya no vuelve a encontrarle. Vosotros sois de abajo, Yo soy de arriba. Vosotros sois

de este mundo, Yo no soy de este mundo. Por eso, una vez que Yo haya regresado a la morada de

mi Padre, fuera de este mundo vuestro, ya no me encontraréis y moriréis en vuestros pecados,

porque ni siquiera sabréis alcanzarme espiritualmente con la fe”. Algunos dicen: “¿Te quieres

matar, insensato? Claro que, entonces, en el Infierno donde bajan los violentos nosotros no

podremos alcanzarte, porque el Infierno es de los condenados, de los malditos, y nosotros somos los

benditos hijos del Altísimo”. Y otros lo aprueban, diciendo: “Seguro que se quiere matar,

porque dice que a donde Él va nosotros no podemos ir. Comprende que ha sido descubierto

y que ha fallado el intento, y se quita la vida sin esperar a que se la quiten, como al otro

galileo, falso Mesías”. Y otros, con mejor ánimo: “¿Y si fuera realmente el Mesías y realmente

volviera a Aquel que le ha enviado?”. Fariseos: “¿A dónde? ¿Al Cielo? No está allí Abraham

y ¿piensas que va ir Él? Antes tiene que venir el Mesías”. Otros: “Pero Elías fue raptado al

Cielo en un carro de fuego” (2 Rey.2,11). Fariseos: “En un carro, sí. Pero al Cielo... ¿quién lo

asegura?”. Y la discusión continúa mientras fariseos, escribas, magistrados, sacerdotes, judíos al

servicio de sacerdotes, escribas y fariseos, van siguiendo a Cristo por los amplios pórticos como

una jauría de perros persiguen la presa que han olfateado. ■ Pero algunos, los buenos de la masa

hostil, aquellos a quienes verdaderamente mueve un deseo honesto, se abren paso hasta

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llegar a Jesús y le hacen esa ansiosa pregunta que tantas veces se ha oído hacer, o con

amor o con odio: “¿Quién eres Tú? Dínoslo, para que sepamos obrar en consecuencia. ¡Di la

verdad en nombre del Altísimo!”. Jesús: “Yo soy la Verdad misma y no uso nunca la mentira.

Yo soy el que siempre os he dicho que soy, desde el primer día que he hablado a las

muchedumbres, en todo lugar de Palestina; soy el que aquí he dicho ser, varias veces, cerca

del Santo de los Santos, cuyos rayos no temo porque digo la verdad. Todavía me quedan de

decir muchas cosas, y de juzgar respecto a este pueblo, y, aunque parezca para Mí

cercano ya el atardecer, sé que las diré y que juzgaré a todos, porque así me lo ha prometido

el que me ha enviado, que es veraz. Él ha hablado conmigo en un eterno abrazo de amor,

diciéndome todo su Pensamiento, para que Yo lo pudiera expresar con mi Palabra al

mundo, y no podré callar, ni nadie podrá hacerme callar hasta que haya anunciado al

mundo todo aquello que he oído al Padre mío”. Fariseos: “¿Y todavía sigues blasfemando?

¿Continúas llamándote Hijo de Dios? ¿Y quién piensas que te va a creer? ¿Quién crees

que va a ver en Ti al Hijo de Dios?”, y lo dicen gesticulando casi con los puños delante de la

cara, pareciendo, a causa del odio, personas trastornadas. Apóstoles, discípulos y la gente

bienintencionada los rechazan, formando como una barrera de protección para el Maestro. ■ El

levita Zacarías, lentamente, con movimientos atentos para no llamar la atención de los

energúmenos, se acerca a Jesús, a Mannaén y a los dos hijos de Alfeo.

* “Me elevaréis a un trono... y la sombra de mi trono se irá extendiendo hasta cubrir toda

la Tierra hasta que cubra por entero, solo entonces volveré y me veréis y comprenderéis

quién soy...”.- ■ Ya están al final del pórtico de los Paganos, porque la marcha es lenta entre las

corrientes contrarias, y Jesús se detiene en su sitio habitual, en la última columna del lado

oriental. Se para. Desde el lugar donde están ni aun los paganos pueden expulsar a un

verdadero israelita, so pena de soliviantar a la muchedumbre, cosa que los enemigos evitan

hacer. Y desde allí empieza a hablar otra vez, respondiendo a sus ofensores y con ellos a

todos: “Cuando elevéis al Hijo del hombre...”. Gritan los fariseos y escribas: “¿Quién crees

que te va a elevar? Mísero es el país que tiene por rey a un charlatán desquiciado y a un

blasfemo aborrecido por Dios. Ninguno de nosotros te alzará, puedes estar seguro. El poco de

luz que te queda te lo hizo comprender a tiempo, cuando fuiste tentado (2). ¡Sabes que nunca

podremos hacerte nuestro rey”. Jesús: “Lo sé. No me elevaréis a un trono, pero me

elevaréis. Y, alzándome, creeréis que me estáis bajando. Pero precisamente cuando creáis

que me habéis bajado, seré alzado. No sólo en Palestina, no sólo en todo el Israel esparcido

por el mundo, sino en todo el mundo, incluso en las naciones paganas, incluso en los

lugares todavía ignorados por los doctos del mundo. Y seré elevado no durante una

vida de hombre, sino durante toda la vida de la Tierra y la sombra del pabellón de mi trono

se irá extendiendo cada vez más sobre la Tierra hasta cubrirla por entero. Sólo entonces

volveré y me veréis. ¡Me veréis!”. Fariseo: “¿Pero estáis oyendo las palabras de este loco?

¡Le elevaremos bajándole y le bajaremos alzándole! ¡Un loco! ¡Un loco! ¡Y la sombra de

su trono sobre toda la Tierra! ¡Más grande que Ciro! ¡Más que Alejandro! ¡Más que César!

¿Dónde pones a César? ¿Crees que te va a dejar tomar el imperio de Roma? ¡Y

permanecerá en el trono durante todo el tiempo del mundo! ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja!”. Sus palabras

suenan a bofetadas, más: latigazos, peor que con un flagelo. ■ Pero Jesús deja que hablen.

Alza la voz para ser oído en medio del clamor que levantan los que le zahieren y los

que le defienden, y que llena el lugar con rumor de mar agitado: “Cuando levantéis al

Hijo del hombre, comprenderéis quién soy y que no hago por Mí mismo nada, sino que digo

aquello que mi Padre me ha enseñado y hago lo que Él quiere. Y el que me ha enviado,

ciertamente, no me deja solo, sino que está conmigo. De la misma manera que la sombra

sigue al cuerpo, lo mismo está el Padre detrás de Mí, vigilante y, aunque invisible, presente.

Está detrás de Mí y me conforta y ayuda y no se aleja, porque hago siempre lo que a Él le

agrada”.

* “En verdad os digo que por vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia

Dios se aleja de vosotros y dejará vacío de Sí este lugar y vuestros corazones, como

profetizó Jeremías con llanto”.- ■ Jesús: “Dios, por el contrario, se aleja cuando sus

hijos no obedecen sus leyes e inspiraciones. Entonces se marcha y los deja solos. Por eso

muchos en Israel pecan. Porque el hombre, abandonado a sí mismo, difícilmente se conserva

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justo y fácilmente cae en los lazos de la Serpiente. Y en verdad, en verdad os digo que por

vuestro pecado de resistencia a su Luz y Misericordia Dios se aleja de vosotros y dejará vacío

de Sí este lugar y vuestros corazones; y lo que con llanto dijo Jeremías en sus profecías y

lamentaciones (Jer.,Lam.1-5) se cumplirá exactamente. Meditad esas palabras proféticas, y temblad.

Temblad y entrad otra vez en vosotros mismos con espíritu bueno. Oíd no las amenazas, sino

aún la bondad del Padre que advierte a sus hijos mientras todavía les es concedido reparar y

salvarse. Oíd a Dios en las palabras y en los hechos y, si no queréis creer en mis palabras, por-

que el viejo Israel os ahoga, creed al menos en el viejo Israel. En él gritan los profetas los

peligros y las calamidades de la Ciudad Santa y de toda nuestra Patria, si no se convierte al

Señor su Dios y no sigue al Salvador. ■ Ya se dejó sentir sobre este pueblo la mano de Dios en

los siglos pasados. Pero el pasado y el presente no serán nada respecto al tremendo futuro que

le espera por no haber querido acoger a Aquel al que Dios ha enviado. Ni en rigor ni en

duración es comparable lo que espera al Israel que repudia al Cristo. Yo os lo digo, adelantando

la mirada a través de los siglos: como árbol arrancado y arrojado a un turbulento río, así será

la raza hebraica alcanzada por el anatema divino. Obstinadamente, tratará de asirse en las orillas

en uno u otro punto; y vigoroso como es, brotarán de él vástagos y raíces. Pero, cuando ya crea

que ha arraigado, volverá contra él la violencia de la riada y ésta volverá a arrancarlo, romperá

sus raíces y vástagos y el árbol irá más allá, a sufrir, para arraigar y ser de nuevo arrancado y

vagar de nuevo. ■ Y nada podrá darle paz, porque la riada que hostigará será la ira de Dios y el

desprecio de los pueblos. Sólo arrojándose a un mar de Sangre viva y santificante podría hallar

paz. Mas evitará esa Sangre, porque, a pesar de las palabras de invitación que ésta le dirigirá, le

parecerá oír la voz de la sangre de Abel contra sí: Caín que oirá la voz del Abel celestial”. Otro

amplio rumor que se propaga por el vasto recinto como rumor de olas. Pero en este rumor faltan

las voces ásperas de los fariseos y escribas, y de los judíos a ellos subyugados. Jesús aprovecha

para tratar de marcharse.

* “Maestro, dices que la Verdad nos hará libres de nuestro pasado; pero este vínculo no es

esclavitud. Somos descendencia de Abrahám, y no de Agar...”.-“Solo el pecado hace

esclavo... La esclavitud encadena al hombre. La servidumbre, la ley antigua, hace

temeroso de Dios. La filiación, el ir junto a Dios con el Primogénito, hace al hombre

libre...”-. ■ Pero algunos que estaban lejos se acercan a Él y le dicen: “Maestro, escúchanos.

No todos somos como ellos (y señalan a los enemigos), pero nos es costoso seguirte, incluso

porque tu voz está sola contra una gran abundancia de voces que dicen lo contrario de lo que

Tú. Y las cosas que dicen ellos son las que hemos oído de labios de nuestros padres desde que

éramos niños. Pero tus palabras nos inducen a creer. ¿Cómo lograremos, pues, creer

completamente y tener vida? Estamos como atados por el pensamiento del pasado...”. Jesús: “Si

os establecéis en mi Palabra como si nacierais ahora de nuevo, creeréis completamente y seréis

mis discípulos. Pero es necesario que os despojéis del pasado y aceptéis mi doctrina, que no

borra todo el pasado, sino que mantiene y vigoriza lo santo y sobrenatural del pasado y quita lo

superfluo humano, y coloca la perfección de mi doctrina donde ahora están las doctrinas

humanas, que siempre son imperfectas. Si venís a Mí, conoceréis la Verdad, y la Verdad os hará

libres”. ■ Insisten: “Maestro, es verdad que te hemos dicho que estamos como atados por el

pasado. Pero este vínculo no es prisión ni esclavitud. Nosotros somos descendencia de

Abraham. En las cosas del espíritu. Porque con «descendencia de Abraham», si no nos

equivocamos, queremos significar descendencia espiritual contrapuesta a la de Agar (Gén. 16 y 17;

21,8-20), que es descendencia de esclavos. ¿Cómo es que dices, entonces, que seremos libres?”.

Jesús: “Os hago la observación de que también era descendencia de Abraham Ismael y los hijos

de él. Porque Abraham fue padre de Isaac y de Ismael”. Rebaten: “Pero impura, porque fue hijo

de una mujer esclava y egipcia”. ■ Jesús: “En verdad, en verdad os digo que no hay más que

una esclavitud, la del pecado. Sólo el que comete pecado es un esclavo, y esta esclavitud con

ningún dinero puede redimirse. Y se hace esclavo de un amo implacable y cruel. Una

esclavitud que incluye la pérdida de todos los derechos a la libre soberanía en el Reino de

los Cielos. El esclavo, el hombre hecho esclavo por una guerra o por desgracias, puede caer

en manos de un buen amo. Pero siempre es precaria su buena posición, porque el amo

puede venderle a otro amo, cruel. El esclavo es una mercancía y nada más. A veces sirve

como moneda para pagar una deuda. Y ni siquiera tiene el derecho a llorar. El criado, sin

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embargo, vive en la casa de su señor, si bien sólo mientras éste no le despide. Pero el hijo se

queda siempre en la casa de su padre y el padre no piensa en e charle. Sólo por su libre

voluntad puede salir. Y en esto está la diferencia entre esclavitud y servidumbre y entre

servidumbre y filiación. La esclavitud encadena al hombre, la servidumbre le pone a

servicio de un señor, la filiación le coloca para siempre, y con igualdad de vida, en la casa

del padre. La esclavitud aniquila al hombre, la servidumbre lo somete, la filiación le hace

libre y feliz. El pecado hace al hombre esclavo del amo más cruel y sin término: Satanás. La

servidumbre, en este caso la antigua Ley, hace al hombre temeroso de Dios, como de un

Ser intransigente. La filiación, o sea, el ir a Dios junto con su Primogénito, conmigo, hace

del hombre un ser libre y feliz, que conoce la caridad de su Padre y en ella confía. Aceptar mi

doctrina es ir a Dios junto conmigo, Primogénito de muchos hijos preferidos. Yo romperé

vuestras cadenas --basta con que vengáis a Mí para que las rompa--, y seréis verdaderamente

libres y coherederos conmigo del Reino de los Cielos”.

* “Si sois hijos de Abrahám, ¿por qué no hacéis las obras de Abrahám? Tratáis de

matarme. Abraham no trataba de matar la voz que venía del Cielo, sino que la obedecía...

hacéis las que os indica vuestro padre”.- ■ Jesús:“Sé que sois descendencia de Abraham.

Pero aquel de vosotros que trate de hacerme morir ya no honra a Abraham sino a

Satanás, y sirve a éste como fiel esclavo. ¿Por qué? Porque rechaza mi palabra; de

forma que mi palabra no puede penetrar en muchos de vosotros. Dios no fuerza al

hombre a creer, no le fuerza a aceptarme; pero me envía para que os indique cuál es su

voluntad. Y Yo os refiero lo que he visto y oído al lado de mi Padre. Y hago lo que Él

quiere. Pero aquellos de vosotros que me persiguen hacen lo que han aprendido de su padre

y lo que él sugiere”. ■ Como paroxismo que resurge después de una pausa del mal, la ira

de los judíos, fariseos y escribas, que parecía muy calmada, se despierta violenta. Se van

introduciendo como una cuña en el círculo compacto que aprieta a Jesús, y tratan de llegarse

a Él. La masa de gente se mueve con vaivén de fuertes y contrarias ondas, como contrarios

son los sentimientos de los corazones. Gritan los judíos, lívidos de ira y de odio: “El padre

nuestro es Abraham. No tenemos ningún otro padre”. Jesús: “El Padre de los hombres es Dios.

El mismo Abraham es hijo del Padre universal. Pero muchos repudian al Padre verdadero a

cambio de uno que no es padre, pero que lo eligen como tal porque parece más poderoso y

dispuesto a contentarlos en sus deseos desordenados. Los hijos hacen las obras que ven

hacer a su padre. ■ Si sois hijos de Abraham, ¿por qué no hacéis las obras de Abraham?

¿No las conocéis? ¿Queréis que os las numere tanto en la realidad como en su símbolo?

Abraham obedeció (Gén.12) yendo al país que le fue indicado por Dios, y es figura del

hombre que debe estar preparado para dejar todo e ir a donde Dios le envíe. Abraham fue

condescendiente (Gén. 13) con el hijo de su hermano y le dejó elegir la región preferida, y es

figura del respeto a la libertad de acción y de la caridad que debemos tener para con

nuestro prójimo. Abraham fue humilde después de que Dios le eligió de entre todos y le honró

en Mambré, sintiéndose siempre nada respecto al Altísimo, que le había hablado; es figura

de la postura de amor reverencial que el hombre debe tener siempre hacia su Dios.

Abraham creyó en Dios y le obedeció, incluso en las cosas más difíciles de creer y

penosas de realizarse, y por el hecho de sentirse seguro no se hizo egoísta, sino que oró por

los de Sodoma. Abraham no se puso a hacer cuentas con el Señor (Gén.22) pidiendo una

recompensa por sus muchas obediencias, sino que, al contrario, para honrarle hasta el fin, hasta

donde no podía más, le sacrificó su amadísimo hijo...”. Judíos: “No lo sacrificó”. Jesús: “Le

sacrificó su amadísimo hijo, porque verdaderamente su corazón ya había sacrificado durante el

trayecto, con su voluntad de obedecer, que fue detenida por el ángel cuando ya el corazón del

padre se partía estando para partir el corazón de su hijo. ■ Mataba al hijo por honrar a Dios.

Vosotros le matáis a Dios el Hijo por honrar a Satanás. ¿Hacéis, pues, vosotros las obras de

aquel a quien llamáis padre? No, no las hacéis. Tratáis de matarme a Mí porque os digo la

verdad tal y como la he oído de Dios. Abraham no hacía eso. No trataba de matar la voz que

venía del Cielo, sino que la obedecía. No, vosotros no hacéis las obras de Abraham, sino las que

os indica vuestro padre”.

*“Si reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, reconocerías mi lenguaje...

Solo el que es de Dios escucha las palabras de Dios. Habéis ido a otra morada donde se

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habla otro idioma: el de Satán... y me llamáis pecador”.- ■ Judíos: “No hemos nacido de

una prostituta. No somos bastardos. Has dicho, Tú mismo lo has dicho, que el Padre de los

hombres es Dios, y nosotros además somos del Pueblo elegido, y pertenecemos a las cas-

tas distinguidas de este Pueblo. Por tanto, tenemos a Dios como único Padre”. Jesús: “Si

reconocierais a Dios como Padre en espíritu y en verdad, me amaríais, porque Yo procedo y

vengo de Dios; ciertamente no vengo de Mí mismo, sino que es Él el que me ha enviado. Por

eso, si verdaderamente conocierais al Padre, me conoceríais también a Mí como Hijo suyo y

hermano y Salvador vuestro. ¿Pueden los hermanos no reconocerse? ¿Pueden los hijos de

Uno solo no conocer el lenguaje que se habla en la Casa del único Padre? ¿Por qué, entonces,

no comprendéis mi lenguaje y no admitís mis palabras? Porque Yo vengo de Dios y vosotros

no. Vosotros habéis abandonado el hogar paterno y habéis olvidado el rostro y el lenguaje

de Aquel que allí habita. Habéis ido voluntariamente a otras regiones, a otras moradas,

donde reina otro, que no es Dios, y donde se habla otro idioma. Y quien allí reina impone que,

para entrar, uno se haga hijo suyo y le obedezca. Y vosotros lo habéis hecho y seguís

haciéndolo. Vosotros abjuráis, renegáis del Padre Dios para elegiros otro padre. ■ Y éste es

Satanás. Vosotros tenéis como padre al demonio y queréis llevar a cabo lo que él os sugiere. Y

los deseos del demonio son de pecado y violencia, y vosotros los aceptáis. Desde el principio

fue homicida, y no perseveró en la verdad porque él, que se rebeló contra la Verdad, no

puede tener en sí amor a la verdad. Cuando habla, habla como lo que es, o sea, como

mentiroso y tenebroso, porque verdaderamente es mentiroso y ha engendrado y ha dado

nacimiento a la mentira tras haberse fecundado con la soberbia y nutrido con la rebelión.

Toda la concupiscencia está en su seno, y la escupe e inocula para envenenar a las

criaturas. Es el tenebroso, el menospreciador, la rastrera serpiente maldita, es el Oprobio

y el Horror. Desde hace muchos siglos sus obras atormentan al hombre, y las señales y

frutos de ellas están ante las mentes de los hombres. Y, no obstante, a él, que miente y

destruye, le prestáis oídos, mientras que si hablo Yo y digo lo que es verdad y es bueno no

me creéis y ■ me llamáis pecador. ¿Pero quién de entre los muchos que me han conocido,

con odio o amor, puede decir que me ha visto pecar? ¿Quién puede decirlo con verdad?

¿Dónde están las pruebas para convencernos a Mí y a los que creen en Mí de que soy pecador?

¿Contra cuál de los diez mandamientos he faltado? ¿Quién, ante el altar de Dios, puede jurar

que me ha visto violar la Ley y las costumbres, los preceptos, las tradiciones, las oraciones?

¿Quién de entre todos los hombres podrá hacerme enrojecer por haberme convencido, con

pruebas seguras, de pecado? Ninguno puede hacerlo. Ningún hombre y ningún ángel.

Dios grita en el corazón de los hombres: «Es el Inocente». De esto estáis todos

convencidos, y, vosotros que me acusáis, más todavía que estos otros, que vacilan acerca

de quién entre Yo y vosotros tiene razón. Mas sólo el que es de Dios escucha las palabras de

Dios. Vosotros no las aceptáis a pesar de que resuenen en vuestras almas día y noche, y

no las escucháis porque no sois de Dios”. Judíos: “¿Nosotros, nosotros que vivimos para

la Ley y la observamos en sus más insignificantes pormenores para honrar al Altísimo,

no somos de Dios? ¿Y Tú osas decir esto? ¡¡¡Ah!!!”.

* “Ahora vemos que te posee el demonio. Abraham y profetas murieron. ¿Y dices que el

que guarda tu palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos?”.- ■ Los judíos

parecen ahogarse del horror, como si fuera un dogal. “¿Y no hemos de decir que eres un en-

demoniado y un samaritano?”. Jesús: “No soy ni lo uno ni lo otro, sino que honro a mi Padre,

aunque vosotros lo neguéis para ofenderme. Pero vuestra ofensa no me causa dolor. No

busco mi gloria. Hay quien se preocupa de ella y juzga. Esto os digo a vosotros que me

queréis denigrar. ■ Pero a los que tienen buena voluntad les digo que quien acoja mi palabra,

o ya la haya acogido, y la sepa guardar, no verá la muerte por los siglos de los siglos”. Judíos:

“¡Ah! ¡Ahora vemos claro que por tus labios habla el demonio que te posee! Tú mismo lo has

dicho: «Habla como mentiroso». Lo que acabas de decir es palabra mentirosa, por tanto es

palabra demoníaca. Abraham murió y murieron los profetas. Y dices que el que guarda tu

palabra no verá la muerte por los siglos de los siglos. ¿Entonces Tú no vas a morir?”. Jesús:

“Moriré sólo como Hombre, para resucitar en el tiempo de Gracia pero como Verbo no

moriré. La Palabra es Vida y no muere. Y quien acoge en sí la Palabra tiene en sí la

Vida y no muere para siempre, sino que resucita en Dios porque Yo le resucitaré”. Judíos:

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“¡Blasfemo! ¡Loco! ¡Demonio! ¿Eres más que nuestro padre Abraham que murió, y que los

profetas? ¿Quién te crees ser?”. Jesús: “El Principio que os habla”. ■ Se produce una

confusión inaudita. Y, mientras esto sucede, el levita Zacarías empuja a Jesús

insensiblemente hacia un ángulo del pórtico, ayudado en ello por los hijos de Alfeo y por

otros que quizás colaboran, sin quizás saber siquiera bien lo que hacen.

* “Si me glorifico, no tiene valor mi gloria, mas el que me glorifica es mi Padre, al

que no le queréis conocer a través de Mí, pero yo sí le conozco, como Dios y como

Hombre. Abraham deseó ver este día... Antes de que Abraham naciera Yo soy”. - El

levita Zacarías rescata a Jesús del tumulto.- ■ Cuando Jesús está bien arrimado al

muro y tiene delante de sí la protección de los más fieles, y un poco se calma el tumulto tam-

bién en el patio, dice con su voz incisiva y hermosa, tranquila incluso en los momentos

más agitados: “Si me glorifico a Mí mismo, no tiene valor mi gloria. Todos pueden

decir de sí lo que quieran. Pero el que me glorifica es mi Padre, el que decís que es

vuestro Dios, si bien es tan poco vuestro que no le conocéis y no le habéis conocido

nunca ni le queréis conocer a través de Mí, que os hablo de Él porque le conozco. Y si

dijera que no le conozco para calmar vuestro odio hacia Mí, sería un embustero como lo

sois vosotros diciendo que le conocéis. Yo sé que no debo mentir por ningún motivo. El

Hijo del hombre no debe mentir, si bien el decir la verdad será causa de su muerte.

Porque si el Hijo del hombre mintiera, ya no sería verdaderamente Hijo de la Verdad y

la Verdad le alejaría de Sí. ■ Yo conozco a Dios, como Dios y como Hombre. Y como

Dios y como Hombre conservo sus palabras y las acato. ¡Israel, reflexiona! Aquí se

cumple la Promesa. En Mí se cumple. ¡Reconóceme en lo que soy! Vuestro padre

Abraham suspiró por ver mi día. Lo vio proféticamente por una gracia de Dios, y exul tó.

Y vosotros en verdad lo estáis viviendo...”. Judíos: “¡Cállate! ¿No tienes todavía cincuenta

años y pretendes decir que Abraham te ha visto y que Tú le has visto?”, y su carcajada

de burla se propaga como una ola de veneno o de ácido corrosivo. Jesús: “En verdad, en

verdad os lo digo: antes de que Abraham naciera, Yo soy”. ■ Hay uno que le grita: “¿«Yo

soy»? Solo Dios puede decir que es, porque es eterno. ¡No Tú! ¡Blasfemo! ¡«Yo soy»!

¡Anatema! ¿Eres, acaso, Dios para decirlo?”. Debe ser un alto personaje porque acaba de llegar

y ya está cerca de Jesús, dado que todos se han apartado con terror cuando ha venido. Jesús

responde con voz de trueno: “Tú lo has dicho”. Todo se hace arma en las manos de los que odian.

Mientras el último que ha preguntado al Maestro se entrega a toda una mímica de escandalizado horror y

se quita violentamente el capucho que cubre su cabeza, y se alborota el pelo y la barba y se desata

las hebillas que sujetan la túnica al cuello, como si se sintiera desfallecer del horror, puñados de tierra,

y piedras (usadas por los vendedores de palomas y otros animales para tener tensas las cuerdas de los

cercados, y por los cambistas para... prudente custodia de sus pequeñas arcas de las que se muestran

más celosos que de la propia vida) vuelan contra el Maestro, y naturalmente caen sobre la propia

gente, porque Jesús está demasiado dentro, bajo el pórtico, como para ser alcanzado, y la gente impreca

y se queja... ■ Zacarías, el levita, da --único medio para hacerle llegar hasta una puertecita baja,

escondida en el muro del pórtico y ya preparada para abrirse-- un fuerte empujón a Jesús; le empuja

hacia la puerta a la par que a los dos hijos de Alfeo, Juan, Mannaén y Tomás. Los otros se quedan

afuera, en el tumulto... Y el rumor de éste llega debilitado a la galería que está entre unos poderosos

muros de piedra que no sé cómo se llaman en arquitectura. Están construidos con técnica de ensamblaje,

diría yo, o sea, con piedras anchas y piedras más pequeñas, y encima de éstas, sobre las pequeñas, las

anchas, y viceversa. No sé si me explico bien. Oscuras, fuertes, talladas toscamente, apenas visibles en

la penumbra producida por estrechas aberturas puestas arriba a distancias uniformes, para ventilar y

para que no sea completamente tenebroso este lugar, que es una angosta galería que no sé para lo que

sirve, pero que me da la impresión de que da la vuelta por todo el patio. Quizás había sido hecha como

protección, como refugio, para hacer dobles y, por tanto, más resistentes los muros de los pórticos, que

forman como cinturones de protección para el Templo propiamente dicho, para el Santo de los Santos. En

fin, no sé. Digo lo que veo. Olor de humedad, de esa humedad que no se sabe decir si es frío o no,

como en ciertas bodegas. ■ Tomás pregunta: “¿Y qué hacemos aquí?”. Judas Tadeo responde:

“¡Calla! Me ha dicho Zacarías que vendrá, y que estemos callados y quietos”. Tomás: “¿Pero...

podemos fiarnos?”. Judas Tadeo: “Eso espero”. Jesús consuela: “No temáis. Ese hombre es

bueno”. Afuera, el tumulto se aleja. Pasa tiempo. Luego, un rumor sordo de pasos y una pequeña luz

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trémula que se acerca desde profundidades obscuras. Una voz que quiere ser oída pero teme que la

oigan, dice: “¿Estás ahí, Maestro?”. Jesús: “Sí, Zacarías”. Zacarías: “¡Alabado sea Yeové! ¿He

tardado? He tenido que esperar a que corrieran todos hacia las otras salidas. Ven, Maestro... Tus

apóstoles... He podido decirle a Simón que vayan todos hacia Betesda y que esperen. Por aquí se baja...

Poca luz. Pero camino seguro. Se baja a las cisternas y se sale hacia el Cedrón. Camino antiguo. No

siempre destinado a buen uso, pero esta vez sí... y esto lo santifica...”. Bajan continuamente en medio

de sombras quebradas sólo por la llamita tambaleante de la lámpara, hasta que un claror distinto se

vislumbra en el fondo... y detrás el claror del verde, que parece lejano... Una verja --tan maciza y

apretada que es casi puerta-- termina la galería. ■ Zacarías: “Maestro, te he salvado. Puedes

marcharte. Pero, escúchame: no vuelvas durante un tiempo. No podría servirte siempre sin ser notado

y... olvida, olvidad todos este camino, y a mí que os he guiado aquí”, y lo dice moviendo unos

artificios que hay en la pesada verja, y entreabriendo ésta lo indispensable para dejar salir a las

personas. Y repite: “Olvidad, por piedad hacia mí”. Jesús: “No temas. Ninguno de nosotros hablará.

Dios esté contigo por tu caridad”. Jesús alza la mano y la pone encima de la cabeza agachada del

joven. Sale, seguido de sus primos y de los otros. Se encuentra en un pequeño espacio llano --casi no

caben todos--, agreste, con zarzas, frente al Monte de los Olivos. Un senderito de cabras baja entre las

zarzas hacia el torrente. Jesús: “Vamos. Subiremos luego a la altura de la puerta de los Ovejas y Yo

con mis hermanos iré a casa de José, mientras vosotros vais a Betesda por los otros y venís”. (Escrito el

30 de Septiembre de 1946).

··········································· 1 Nota : Cfr. Ju. 8,21-59.

2 Nota : Se refiere al intento, promovido por los judíos, de elegir rey a Jesús, en la casa de campo de Cusa narrado

en el episodio 7-464-217.

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8-510-67 (9-207-500).- En la curación de un ciego de nacimiento (1), en sábado, complicidad

intencionada de J. Iscariote.- Inconcebible ceguera de escribas, sacerdotes y fariseos.

* “Maestro, si es ciego de nacimiento sin duda pecó, ¿pero cómo pudo pecar antes de

nacer, o será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.- ■ Jesús

sale junto con sus apóstoles y José de Séforis en dirección a la sinagoga... Pero Jesús no va hacia

la puerta de Herodes. Es más, vuelve las espaldas a esta puerta para dirigirse al interior de la

ciudad. Pero, habiendo recorrido sólo unos pocos pasos por la calle más ancha --en la cual desemboca la

callecita donde se encuentra la casa de José de Séforis--, Judas de Keriot le señala la presencia de un

joven que viene en dirección contraria, tentando la pared con un bastón, hacia arriba la cabeza

carente de ojos, con el típico modo de andar de los ciegos. Sus vestidos son pobres, pero limpios, y

debe ser una persona conocida por muchos de los habitantes de Jerusalén, porque más de uno le señala,

y algunas personas se acercan a él y le dicen: “Hombre, hoy has confundido el camino. Todos los

caminos del Moria están ya atrás. Ya estás en Bezeta”. El ciego con una sonrisa responde: “Hoy no

pido limosna de dinero”, y sigue andando, sonriente todavía, hacia el norte de la ciudad. ■ Iscariote

dice: “Maestro, obsérvale. Tiene los párpados soldados. Es más, yo diría que no tiene párpados.

La frente se une a las mejillas sin hueco alguno, y parece como si debajo no estuvieran los

globos de los ojos. El pobre ha nacido así. Y así morirá, sin haber visto una sola vez la

luz del sol ni el rostro de los hombres. Ahora, dime, Maestro: para recibir este castigo tan

grande, sin duda pecó; pero, si es ciego de nacimiento, como lo es, ¿cómo pudo pecar

antes de nacer? ¿Será que pecaron sus padres y Dios los castigó haciéndole nacer así?”.

También los otros apóstoles e Isaac y Marziam se arriman a Jesús para escuchar la

respuesta. ■ Y, acelerando el paso, como atraídos por la altura de Jesús, que domina al resto

de la gente, acuden dos jerosolimitanos de aspecto educado y que estaban un poco detrás

del ciego. Con ellos está José de Arimatea, que no se acerca, sino que, adosándose a un portal

elevado sobre dos escalones, mira a todas las caras observando todo. Jesús responde. En el

silencio que se ha formado, se oyen nítidamente las palabras: “No han pecado ni él ni

sus padres más de lo que pecan todos los hombres, y quizás menos; porque

frecuentemente la pobreza es un freno para el pecado. No. Ha nacido así para que en él se

manifiesten --una vez más-- el poder y las obras de Dios. Yo soy la Luz que ha venido al

mundo, para que aquellos del mundo que han olvidado a Dios, o han perdido su imagen

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espiritual, vean y recuerden, y para que aquellos que buscan a Dios o son ya de Él se vean

confirmados en la fe y en el amor. El Padre me ha enviado para que, en el tiempo que

todavía se le concede a Israel, complete el conocimiento de Dios en Israel y en el mundo...Ve,

pues, llégate donde el ciego de nacimiento y tráemele aquí”.

* El ciego curado explica que un discípulo del Maestro le indicó cómo encontrarle y ser

curado, a pesar de ser sábado, “para que resplandezca su poder ahora que le han

ultrajado”.- ■ Iscariote responde: “Ve tú, Andrés. Yo quiero quedarme aquí y ver lo que hace

el Maestro”, y señala a Jesús, que se ha agachado hacia el camino polvoriento, ha

escupido en un montoncito de tierrilla y con el dedo está mezclando la tierra con la saliva

y formando una pelotita de barro, y que, mientras Andrés, siempre condescendiente, va por

el ciego, que en este momento está para torcer hacia la callecita donde está la casa de José

de Séforis, se la extiende en los dos índices y se queda con las manos como las tienen los

sacerdotes en la Santa Misa, durante el Evangelio o la Epístola. Pero Judas se retira de su

sitio diciendo a Mateo y a Pedro: “Venid aquí, vosotros que tenéis poca estatura, y veréis

mejor”. Y se pone detrás de todos, casi tapado por los hijos de Alfeo y por Bartolomé, que

son altos. Andrés vuelve, trayendo de la mano al ciego, que se esfuerza en decir: “No

quiero dinero. Dejadme que siga mi camino. Sé dónde está ese que se llama Jesús. Y voy

para pedir...”. Andrés, deteniéndose delante del Maestro, dice: “Éste es Jesús, éste que está

enfrente de ti”. ■ Jesús, contrariamente a lo habitual, no pregunta nada al hombre. En

seguida le extiende ese poco de barro que tiene en los índices, sobre los párpados

cerrados, y le ordena: “Y ahora vete, lo más deprisa que puedas, a la cisterna de Siloé, sin

detenerte a hablar con nadie”. El ciego, embardurnada la cara de barro, se queda un

momento perplejo y abre los labios para hablar. Luego los cierra y obedece. Los primeros

pasos son lentos, como de uno que esté pensativo o se sienta defraudado. Luego acelera el

paso, rozando con el bastón la pared, cada vez más deprisa (para lo que puede un ciego,

aunque quizás más, como si se sintiera guiado...). Los dos jerosolimitanos ríen

sarcásticamente, meneando la cabeza, y se marchan. José de Arimatea --y me sorprende el

hecho-- los sigue, sin siquiera saludar al Maestro, volviendo sobre sus pasos, o sea, hacia

el Templo, siendo así que por esa misma dirección venía. Así, tanto el ciego como los dos

y, como José de Arimatea, van hacia el sur de la ciudad, mientras que Jesús tuerce hacia

occidente y le pierdo de vista, porque la voluntad del Señor me hace seguir al ciego y a los

que le siguen. ■ Superada Beceta, entran todos en el valle que hay entre el Moria y Sión --

me parece que he oído otras veces llamarle Tiropeo-- y le recorren todo hasta Ofel; orillan

Ofel; salen al camino que va a la fuente de Siloé, siempre en este orden: primero, el

ciego, que debe ser conocido en esta zona popular; luego los dos; último, distanciado un

poco, José de Arimatea. José se para cerca de una casita miserable, semiescondido por un

seto de boj. Pero los otros dos van hasta la misma fuente y observan al ciego, que se acerca

cautamente al vasto estanque y, palpando el murete húmedo, introduce en la cisterna una

mano y la saca rebosando de agua, y se lava los ojos, una, dos, tres veces. A la tercera

aprieta también contra la cara la otra mano, deja caer el bastón y lanza un grito como de

dolor. Luego separa lentamente las manos y su primer grito de pena se transforma en un grito

de alegría: «¡Oh! ¡Altísimo! ¡Yo veo!», y se arroja al suelo como vencido por la emoción,

las manos puestas para proteger los ojos, apretadas contra las sienes, por ansia de ver, por el

sufrimiento de la luz, y repite: “¡Veo! ¡Veo!”. Alzando los brazos al cielo, grita: “¡Bendito

seas, Altísimo, por la luz, por la madre, y por Jesús!”, y se echa a correr, dejando en el

suelo su bastón, ya inútil... Los dos no han esperado a ver todo esto. En cuanto han visto

que el hombre veía, han ido raudos hacia la ciudad. ■ José, sin embargo, se queda hasta el

final, y, cuando el ciego que ya no es ciego pasa por delante de él como una flecha para

entrar en el dédalo de callejuelas del popular barrio de Ofel, deja a su vez su lugar y

vuelve sobre sus pasos, hacia la ciudad, muy pensativo... y llega a la casa del curado, cuando

por otra callecita que desemboca en ésta, vienen los dos de antes con otros tres: un escriba, un

sacerdote y otro que no identifico por el vestido. Se abren paso con arrogancia y tratan de entrar

en la casa del curado abarrotada de gente. ■ E1 ciego curado habla arrimado a la mesa,

respondiendo a los que le preguntan, que son todos gente pobre como él, población

modesta de Jerusalén, de este barrio que es quizás el más pobre de todos. Su madre, en

11

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pie al lado de él, le mira y llora secándose los ojos en su velo. El padre, un hombre ajado

por el trabajo, se manosea la barba con su mano trémula. Entrar en la casa es imposible

hasta para la prepotencia judía y doctoral, y los cinco tienen que escuchar desde fuera las

palabras del curado: “¿Que cómo se me han abierto? Ese hombre que se llama Jesús me

ha ensuciado los ojos con tierra mojada y me ha dicho: «Ve a lavarte en la fuente de

Siloé». He ido, me he lavado y se han abierto los ojos y he visto”. Preguntan: “¿Pero cómo

es que has encontrado al Rabí?”. Ciego: “¡Hombre! Ayer al anochecer vino un discípulo suyo

y me dio dos monedas: Me dijo: «¿Por qué no tratas de ver?». Le dije: «He buscado, pero no

encuentro nunca a ese Jesús que hace los milagros. Le busco desde que curó a Analía, de mi

mismo barrio, pero si voy acá Él está allá...», y él me dijo: «Yo soy un apóstol suyo y lo que

yo quiero lo hace. Ven mañana a Bezeta y busca la casa de José el galileo, el de pescado

seco, José de Séforis, cerca de la puerta de Herodes y del aro de la plaza, por la parte

oriental, y verás que antes o después Él pasa por allí o entra en la casa, y yo le señalaré

tu presencia». Dije: «Pero mañana es sábado». Quería decir que Él no haría nada en

sábado. Me dijo: «Si quieres curarte, es el día, porque después dejamos la ciudad, y no

sabes si podrás volver a encontrarle». Yo insistí: «Sé que le persiguen. Lo he oído en las

puertas de la muralla del Templo, donde voy a pedir limosna. Por eso digo que ahora que le

persiguen así menos todavía querrá ser perseguido y no curará en sábado». Y él: «Haz lo

que te digo y en sábado verás el sol». Y he ido. ¿Quién no habría ido? ¡Si lo dice un apóstol

suyo! También me dijo: «A mí es al que más escucha, y vengo expresamente porque me

inspiras compasión y porque quiero que resplandezca su poder ahora que le han ultrajado. Tú,

ciego de nacimiento, harás que resplandezca. Sé lo que digo. Ven y verás». Y he ido...”.

* El ciego, acusado de curación en sábado, es obligado a ir donde los magistrados del

Templo. El apoyo de la gente al ciego hace intervenir a J de Arimatea pues “un hecho

prodigioso debe ser escrito en las crónicas de Israel”.- ■ Los cinco gritan: “¡Que salga

ese hombre! ¡Queremos hacerle una serie de preguntas!”. El joven se abre paso y sale a la

puerta. Escriba: “¿Dónde está el que te ha curado?”. El joven, al que un amigo le había

susurrado que eran escribas y sacerdotes, dice: “No sé”. Escriba: “¿Cómo que no lo sabes?

Decías ahora que lo sabías. ¡No mientas a los doctores de la Ley y al sacerdote! ¡Ay de aquel

que trate de engañar a los magistrados del pueblo!”. Joven: “Yo no engaño a nadie. Ese

discípulo me dijo: «Está en esa casa» y era verdad, porque yo estaba cerca cuando me han

tomado de la mano y conducido donde Él. Pero, dónde está ahora, no lo sé. El discípulo me

dijo que se marchaban. Podría haber salido ya por las puertas”. Escriba “¿Pero a dónde iba?”.

Joven: “¡¿Y yo qué sé?! Irá a Galilea... ¡Teniendo en cuenta cómo le tratan aquí!...”. Escriba:

“¡Necio e irrespetuoso! ¡Ten cuidado de cómo hablas, hez del pueblo! Te he dicho que digas por

qué camino iba”. Joven: “¿Y cómo queréis que lo sepa si estaba ciego? ¿Puede un ciego decir

por dónde va otro?”. ■ Escriba: “Está bien. Síguenos”. Joven: “¿A dónde queréis llevarme?”.

Escriba: “A los jefes de los fariseos”. Joven: “¿Por qué? ¿Qué tienen que ver conmigo? ¿Acaso

me han curado ellos para que tenga que agradecérselo? Cuando estaba ciego y pedía limosna,

mis manos no sentían nunca sus monedas; mi oído, nunca su palabra compasiva; mi

corazón, nunca su amor. ¿Qué tengo que decirles? Sólo a uno debo decir «gracias», después

de a mi padre y a mi madre, que durante tantos años me han amado siendo un desdi -

chado. Y es a este Jesús que me ha curado amándome con su corazón, como mis padres

con el suyo. No voy donde los fariseos. Me quedo aquí con mi madre y mi padre, a gozar de

ver su rostro y ellos mis ojos que han nacido ahora, después de tantas primaveras desde aquella

en que nací pero no vi la luz”. Escriba: “No tantas palabras. Ven y síguenos”. Joven: “¡Que no!

¡Que no voy! ¿Habéis, acaso, enjugado alguna vez una lágrima de mi madre, abatida por mi

desventura, o una gota de sudor de mi padre, agotado por el trabajo? ¿Ahora puedo hacerlo

yo con mi vista. ¿Debería, acaso, dejarlos y seguiros?”. Escriba: “Te lo ordenamos. No eres tú

el que ordena, sino el Templo y los jefes del pueblo. Si la soberbia de estar curado te ofusca

la mente para recordar que mandamos nosotros, nosotros te lo recordamos. ¡Vamos! ¡Camina!”.

Joven: “¿Pero por qué tengo que ir? ¿Qué queréis de mí?”. ■ Escriba: “Que des testimonio de lo

que pasó. Es sábado. Se ha hecho algo en sábado. Se le considera como pecado. Pecado tuyo y

de ese diablo”. Joven: “¡Diablos, vosotros! ¡Pecado, vosotros! ¿Y voy a ir a declarar contra el

que me ha hecho un bien? ¡Vosotros estáis borrachos! Al Templo iré. Para bendecir al Señor. Y

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nada más que eso. Durante muchos años he estado en la sombra de la ceguera. Pero los

párpados cerrados han creado tiniebla sólo para los ojos. La inteligencia ha estado

siempre en la luz, en gracia de Dios, y me dice que no debo dañar al único Santo que

hay en Israel”. Escriba: “¡Basta! ¿No sabes que hay castigos para quien se opone a los

magistrados?”. Joven: “Yo no sé nada. Aquí estoy y aquí me quedo. Y no os conviene hacerme

ningún daño. Ya veis que todo Ofel está de mi parte”. ■ La gente grita: “¡Sí! ¡Sí! ¡Dejadle!

¡Ventajistas! Dios le protege. ¡No le toquéis! ¡Dios está con los pobres! ¡Dios está con

nosotros! ¡Explotadores, hipócritas!”, y amenaza, con una de esas espontáneas manifestaciones

populares, que son las explosiones de indignación de los humildes contra quien los

oprime, o de amor hacia quien los protege. Y gritan: “¡Ay de vosotros si agredís a nuestro

Salvador! ¡Al Amigo de los pobres! Al Mesías tres veces Santo. ¡Ay de vosotros! No hemos

temido la ira de Herodes ni la de los gobernadores, cuando ha hecho falta. ¡No tememos

las vuestras, viejas hienas de mandíbulas desdentadas! ¡Chacales de uñas desmochadas!

¡Inútiles prepotentes! Roma no quiere tumultos y no importuna al Rabí porque Él es paz.

Pero a vosotros os conoce. ¡Marchaos! ¡Fuera de los barrios de los oprimidos por vosotros

con diezmos superiores a sus fuerzas, para tener dinero para saciar vuestros apetitos y

realizar torpes comercios. ¡Descendientes de Jasón! ¡De Simón! ¡Torturadores de los

verdaderos Eleazares, de los santos Onías. ¡Vosotros que pisoteáis a los profetas! ¡Fuera!

¡Fuera!”. ■ La gritería comienza a subir de punto. José de Arimatea, aplastado contra un murete,

espectador de los hechos, hasta ahora atento pero inactivo, con una agilidad insospechable en un

viejo --y menos todavía estando tan arrebujado en túnicas y mantos--, salta al murete y, en pie,

grita: “¡Silencio, ciudadanos! ¡Escuchad a José el Anciano!”. Una, dos, diez cabezas se

vuelven en la dirección del grito. Ven a José. Gritan su nombre. Debe ser muy conocido el

de Arimatea y debe gozar del favor del pueblo, porque los gritos de indignación se

transforman en gritos de alegría: “¡Está José el Anciano! ¡Viva él! ¡Paz y larga vida al

justo! ¡Paz y bendición al benefactor de los indigentes! ¡Silencio, que habla José! ¡Silencio!”.

(<Con dificultad se hace silencio, y con pocas palabras José convence a la gente de Ofel de que

el ciego curado, Sidonio --llamado Bartolmai--, debía ir al Templo porque “¿acaso, no es costumbre

el que un hecho prodigioso sea declarado, escrito y conservado por quien deba hacer lo para las

crónicas de Israel?”>).

* J. de Arimatea: “Solo hay un culpable: el hombre de Keriot”. J. de Arimatea y los

fariseos Eleazar, Juan y Joaquín y el mismo Bartolmai responden: curar en sábado

no es obra del Demonio.- ■ Y José, ricamente vestido de espléndida lana, pone una mano

en un hombro del joven y se pone en camino. La túnica cenizosa y gastada del joven, su

pequeño manto, van rozando contra la amplia túnica rojo obscura y el pomposo manto

aún más oscuro del anciano miembro del Sanedrín. Detrás, los cinco; después de éstos,

muchos, muchos de Ofel...Ya están en el Templo, tras haber atravesado las calles centrales

llamando la atención de muchos. Y la gente recíprocamente se señala al que antes era

ciego, diciendo: “¡Pero si es el que pedía limosna ciego! ¡Y ahora tiene ojos! Bueno, quizás

es uno que se le parece. No. Es él, sin duda, y le llevan al Templo. Vamos a oír”, y la fila

aumenta cada vez más, hasta que los muros del Templo se tragan a todos. José guía al joven a

una sala --no es el Sanedrín-- donde hay muchos fariseos y escribas. Entra. Y con él

entran Bartolmái y los cinco. A los lugareños de Ofel los echan para atrás reteniéndolos en

el patio. ■ José de Arimatea dice: “Aquí está el hombre. Yo mismo os le he traído, pues, sin ser visto, he asistido a su encuentro con el Rabí y a su curación. Y os

puedo decir que fue totalmente casual por parte del Rabí. El hombre, le oi réis también

vosotros, fue conducido --o mejor: invitado a ir-- donde estaba el Rabí, por Judas de Keriot, a

quien conocéis. Y yo he oído, y también estos dos que están conmigo han oído porque

estaban presentes, cómo fue Judas el que tentó a Jesús de Nazaret en orden al milagro.

Ahora aquí declaro que si hay que castigar a uno no es ni al ciego ni al Rabí, sino al hombre

de Keriot, que --Dios ve si miento al decir lo que mi inteligencia piensa-- es el único autor

del hecho, en el sentido de que lo ha provocado con intencionada maniobra. He dicho”. ■

Fariseo: “Lo que dices no anula la culpa del Rabí. Si un discípulo peca, no debe pecar el

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Maestro. Y Él ha pecado curando en sábado. Ha realizado obra servil”. José: “Escupir en el

suelo no es hacer obra servil. Y tocar los ojos de otro no es hacer obra servil. Yo también le

toco al hombre y no creo pecar”. Fariseo: “Él ha realizado un milagro en sábado. En esto está

el pecado”. José: “Honrar el sábado con un milagro es gracia de Dios y su bondad. Es su día.

¿No puede, acaso, el Omnipotente celebrarlo con un milagro que haga resplandecer su

poder?”. Fariseo: “No estamos aquí para escucharte a ti. Tú no eres el encausado. Al que

queremos interrogar es a ese hombre. ■ Responde tú. ¿Cómo has obtenido la vista?”.

Bartolmai: “Ya lo he dicho. Y éstos me han oído. El discípulo de ese Jesús ayer me dijo:

«Ven y haré que te cures». Y fui. Y he sentido ponerme barro aquí y una voz que me decía

que fuera a Siloé a lavarme. Lo he hecho y veo”. Fariseo: “¿Pero tú sabes quién te ha

curado?”. Bartolmai: “¡Claro que lo sé! Jesús. Ya os lo he dicho”. Fariseo: “¿Pero sabes

exactamente quién es Jesús?”. Bartolmai: “Yo no sé nada. Soy un pobre y un ignorante. Y

hasta hace poco estaba ciego. Esto es lo que sé. Y sé que Él me ha curado. Y, si lo ha podido

hacer, sin duda, Dios está con Él”. Algunos gritan: “¡No blasfemes! Dios no puede estar con

quien no observa el sábado”. Pero José y los fariseos Eleazar, Juan y Joaquín observan:

“Tampoco puede un pecador hacer esos prodigios”. Fariseo:“¿Acaso estáis seducidos también

vosotros por ese poseído?”. Eleazar dice con calma: “No. Somos justos. Y decimos que, si

Dios no puede estar con quien realiza obras en sábado, tampoco puede el hombre sin Dios

hacer que un ciego de nacimiento vea”. Y los otros asienten. Los malévolos gruñen: “¿Y al

demonio dónde lo dejáis?”. El fariseo Juan dice: “No puedo creer, y tampoco vosotros lo

creéis, que el demonio pueda realizar obras con las que se alaba al Señor”. Fariseo:

“¿Pero quién le alaba?”. José rebate: “El joven, sus padres, todo Ofel, y yo con ellos, y

conmigo todos los que son justos y temen santamente a Dios”. ■ Los malévolos, cortados, no

sabiendo qué objetar, arremeten contra Sidonio, llamado Bartolmái: “¿Tú qué dices del que

te ha abierto los ojos?”.Bartolmai: “Para .mí es un profeta. Y más grande que Elías que resucitó

al hijo de la viuda de Sarepta. Porque Elías hizo que el alma volviera al niño. Pero este

Jesús me ha dado lo que nunca había perdido , porque no lo había tenido nunca: la

vista. Y si me ha hecho los ojos, así, en un instante y con nada, excepto un poco de

barro, mientras que en nueve meses mi madre con carne y sangre no había logrado

hacérmelos, debe ser tan grande como Dios, que con barro hizo al hombre”. Le gritan: “¡Fuera!

¡Fuera! ¡Blasfemo! ¡Embustero! ¡Vendido!”, y echan afuera al hombre como si fuera un réprobo

y dicen: “Ese hombre miente. No puede ser verdad. Todos pueden decir que uno que ha

nacido ciego no se puede curar. Será uno que asemeja a Bartolmái, y preparado por el

Nazareno... o... Bartolmái no ha estado nunca ciego”. ■ Ante esta sorprendente

afirmación, José de Arimatea reacciona sin vacilar: “Que el odio ciegue a uno, es cosa que

se sabe desde Caín; pero que haga necia a la gente no se sabía aún. ¿Os parece lógico que

uno llegue a la flor de la juventud fingiéndose ciego por... esperar un posible suceso que

meta mucho ruido y suceso muy futuro? ¿O que los padres de Bartolmái no conozcan a su

hijo o se presten a esta mentira?”. Fariseos: “El dinero lo puede todo. Y son pobres”. José: “El

Nazareno es más pobre que ellos”. Fariseos: “¡Mientes! Sumas de sátrapa pasan por sus

manos”. José: “Pero no se paran en ellas ni un instante. Son para los pobres esas sumas;

usadas para el bien, no para el engaño”. Fariseos: “¡Cómo le defiendes! ¡Y eres uno de los

Ancianos!”. Eleazar dice: “José tiene razón. La verdad hay que decirla independientemente

del cargo que un hombre ocupe”.

* “Nunca nadie ha podido abrir los ojos a un ciego de nacimiento; Jesús lo ha hecho. Si

no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”.- ■ Elquías grita: “Corred a llamar al ciego.

Y traedle otra vez aquí. Y que otros vayan donde los padres y los traigan aquí”, y ha

abierto de par en par la puerta y ha dado la orden a algunos que estaban afuera esperando. Y su

boca está casi recubierta de baba, de tanto como le ahoga la ira. Unos corren en una

dirección, otros en otra. El primero que vuelve es Sidonio, llamado Bartolmái, sorprendido

y molesto. Le ordenan que se quede en un rincón y le miran al igual modo que una jauría

de perros mira a su presa... Luego, después de un buen rato, llegan los padres, rodeados de

gente. Ordenan: “Entrad vosotros. ¡Los demás, afuera!”. Los dos entran asustados, ven a su

hijo allí, en el fondo, sano pero como si estuviera arrestado. La madre, gimiendo, dice:

“¡Hijo mío! ¡Y debía ser día de fiesta para nosotros!”. ■ Un fariseo rudamente pregunta:

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“Escuchadnos.¿Es vuestro hijo este hombre?”. Padre: “¡Sí que es nuestro hijo! ¿Quién

creéis que puede ser, sino él?”. Fariseo: “¿Estáis seguros de ello?”. El padre y la madre están

tan asombrados de la pregunta, que antes de responder se miran. El fariseo insiste:

“¡Responded!”. El padre dice humildemente: “Noble fariseo, ¿cómo piensas que un padre y una

madre puedan engañarse respecto a su hijo?”. Fariseo:“¿Pero... podéis jurar... sí, que por

ninguna suma os ha sido pedido decir que éste es vuestro hijo, mientras que es uno que le

asemeja?”. Padre: “¿Pedido decir? ¿Y quién habría sido? ¿Jurar? ¡Mil veces, y por el altar y el

Nombre de Dios, si quieres!”. Es una afirmación tan segura que desalentaría hasta al más

obstinado. ¡Pero los fariseos no se desalientan!: “¿Pero vuestro hijo no había nacido

ciego?”. Padre: “Sí. Así había nacido. Con los párpados cerrados y, debajo, el vacío, la

nada...”. Otro fariseo, dice: “¿Y cómo es que ahora ve, tiene los ojos y, sobre ellos, abiertos los

párpados? ¡No querréis decir que los ojos pueden nacer así, como flores en primavera, y

que un párpado se abre exactamente como el cáliz de una flor!...”, y se ríe sarcásticamente.

Padre: “Sabemos que este hombre es verdaderamente nuestro hijo desde hace casi treinta

años, y que nació ciego; pero no sabemos cómo es que ahora ve, ni tampoco quién le ha

abierto los ojos. Y... ¿por qué no le preguntáis a él? No es un idiota ni un niño. Tiene ya

sus buenos años. Preguntadle y os responderá”. ■ Uno de los que habían seguido siempre al

ciego, grita: “Vosotros mentís. Él, en vuestra casa, ha contado cómo ha sido curado y por

quién. ¿Por qué decís que no sabéis?”. El padre y la madre se justifican : “Estábamos tan

atolondrados por la sorpresa, que no caímos bien en la cuenta”. Los fariseos se vuelven hacia

Sidonio, llamado Bartolmái: “Acércate. ¡Y da gloria a Dios, si es que puedes! ¿No sabes que

quien te ha tocado los ojos es un pecador? ¿No lo sabes? Bueno, pues ya lo sabes. Te lo

decimos nosotros, que lo sabemos”. Bartolmai: “¡Bueno...! Será como decís vosotros. Yo si es

pecador no lo sé. Sé sólo que antes estaba ciego y ahora veo, y muy claro”. Fariseo: “Pero ¿qué

te ha hecho? ¿Cómo te ha abierto los ojos?”. Bartolmai: “Ya os lo he dicho y no me habéis

escuchado. ¿Queréis oírlo otra vez? ¿Por qué? ¿Es que queréis haceros discípulos de Él?”.

Fariseo: “¡Necio! Sé tú discípulo de ese hombre. Nosotros somos discípulos de Moisés. Y de

Moisés sabemos todo, y que Dios le habló. Pero de este hombre no sabemos nada, ni de

dónde viene ni quién es, y ningún prodigio del Cielo le señala como profeta”. ■

Bartolmai:“¡Aquí precisamente está lo increíble! Que no sabéis de dónde es y decís que ningún

prodigio le señala como justo. Pero Él me ha abierto los ojos y ninguno de nosotros de

Israel había podido hacerlo jamás, ni siquiera el amor de una madre y los sacrificios de mi

padre. Pero hay una cosa que sabemos todos, tanto yo como vosotros, y es que Dios no

escucha al pecador, sino a aquel que tiene temor de Dios y hace su voluntad. No se ha

oído nunca que ninguno, en todo el mundo, haya podido abrir los ojos a un ciego de

nacimiento; pero este Jesús lo ha hecho. Si no viniera de Dios, no habría podido hacerlo”.

Fariseo: “Has nacido sumido en el pecado, eres deforme en el espíri tu igual y más de lo que

lo fuiste en el cuerpo, ¿y te las das de poder enseñarnos a nosotros? ¡Fuera, maldito aborto, y

hazte diablo con tu seductor! ¡Fuera! ¡Fuera todos, plebe necia y pecadora!”, y echan

afuera a hijo, padre y madre, como si fueran tres leprosos. ■ Los tres se marchan raudos,

seguidos por los amigos. Pero, llegado afuera de la muralla, Bartolmai se vuelve y dice:

“¡Decid lo que se os ocurra! Decid lo que queráis. La verdad es que yo veo, y alabo a Dios

por ello. Y diablos seréis vosotros, no el Bueno que me ha curado”. La madre gime:“¡Calla,

hijo! ¡Calla! ¡Basta que no nos perjudique!...”. Bartolmai: “¡Oh, madre! ¿El aire de

aquella sala te ha envenenado el alma, a ti que en mi dolor me enseñabas a alabar a Dios

y ahora en la alegría no le sabes dar gracias y temes a los hombres? Si Dios me ha

amado tanto, y te ha amado tanto, que nos ha dado el milagro, ¿no sabrá defendernos de

un puñado de hombres?”. El padre dice: “Nuestro hijo tiene razón, mujer. Vamos a nuestra

sinagoga a alabar al Señor, porque de este Templo nos han arrojado. Y vamos aprisa antes de

que termine el sábado...”. (Escrito el 10 de Octubre de 1946).

········································ 1 Nota : Cfr. Ju. 8,21-59

. --------------------000--------------------

(<Jesús ha pasado por las tierras de Emmaús de la montaña, de Beterón, y se dirige hacia Gabaón>).

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8-515-109 (9-212-539).-Las razones del dolor salvífico de Jesús. ¿Por qué Él debe sufrir tanto?

Elogio a la obediencia.

* En el principio del dolor hay una desobediencia.- Para restablecer el orden debe haber

una obediencia perfecta.- ■ Jesús no dispone de mucho tiempo para estar con sus

pensamientos. Juan y su primo Santiago, después Pedro y Simón Zelote, le alcanzan y atraen su

atención hacia el panorama que se ve desde lo alto del monte. Y, quizás con intención de

distraerle, porque está visiblemente triste, evocan hechos acontecidos en esos lugares que se

muestran a sus ojos. El viaje a Ascalón... la casa de los campesinos de la llanura de Sarón,

donde Jesús devolvió la vista al viejo padre de Gamala y Jacob... el retiro al Carmelo de Jesús y

Santiago... Cesarea marítima y la niña Aura Gala... el encuentro con Síntica... los gentiles de

Joppe... los ladrones de cerca de Modín... el milagro de la mies en casa de José de Arimatea... la

ancianita espigadora. Sí, son cosas, todas ellas, que tienen intención de alegrar... pero que

contienen, para todos o para Él solo, un hilo de tristeza y un recuerdo de dolor. ■ Caen en la

cuenta los mismos apóstoles y murmuran: “Verdaderamente que en todas las cosas de la tierra

se encuentra el dolor. Es un lugar de expiación...”. Pero, justamente, Andrés, que se ha unido al

grupo con Santiago de Zebedeo, observa: “Es ley justa para nosotros los pecadores, pero para Él

¿por qué tanto dolor?”. Surge una discusión amigable, y sigue así también cuando, atraídos por

las palabras de los primeros, que hablan en tono alto, se unen al grupo todos los otros. ■ Menos

Judas Iscariote que está ocupadísimo con algunas personas modestas --a las cuales está

enseñando--, imitando al Maestro en la voz, en el gesto, en las ideas. Pero es una imitación

teatral, pomposa, falta del calor del convencimiento. Y los que le escuchan se lo dicen, incluso

sin rodeos, lo que pone nervioso a Judas, que les echa en cara el ser obtusos y el que no

comprendan nada por eso. Y Judas declara que los deja porque «no es justo arrojar perlas de la

sabiduría a los cerdos». Pero se detiene, porque esta gente sencilla, mortificada, le ruega que sea

indulgente, confesándose «inferiores a él, como un animal es inferior a un hombre». ■ Jesús está

distraído de lo que dicen en torno a Él los once, para escuchar lo que dice Judas; y, ciertamente,

no le agrada lo que oye... Suspira y se queda callado hasta que Bartolomé directamente le llama

la atención señalándole los diversos puntos de vista de por qué Él, que es inocente de todo

pecado, debe sufrir. Dice: “Yo sostengo que esto sucede porque el hombre odia a quien es

bueno. Hablo del hombre culpable, o sea, de la mayoría. Y esta mayoría comprende que,

comparada con quien está libre de pecado, resaltan aún más su culpabilidad y sus vicios, y por

rabia se venga haciendo sufrir al bueno”. Judas Tadeo dice: “Yo, sin embargo, sostengo que

sufres por el contraste entre tu perfección y nuestra miseria. Aunque ninguno te despreciase en

ningún modo, igualmente sufrirías, porque tu perfección debe sentir una dolorosa repulsa de los

pecados de los hombres”. Mateo dice: “Yo, por el contrario, sostengo que Tú, no careciendo de

humanidad, sufres por el esfuerzo de deber dominar con tu parte sobrenatural los impulsos de tu

humanidad contra tus enemigos”. Andrés dice: “Yo, que sin duda me equivoco por ser un

ignorante, afirmo que sufres porque tu amor es rechazado. No sufres porque no puedas castigar

como tu lado humano puede desear, sino que sufres por no poder hacer el bien como querrías”.

Zelote dice: “Bueno. Yo aseguro que sufres porque debes padecer todo el dolor para redimir

todo el dolor. No predominando en Ti una u otra naturaleza, sino estando igualmente estas dos

naturalezas tuyas en Ti, fundidas, con un perfecto equilibrio, para formar la Víctima perfecta

(tan sobrenatural, que puede ser válida para aplacar la ofensa hecha a la Divinidad; tan humana,

que puede representar a la Humanidad y llevarla de nuevo al estado inmaculado del primer

Adán, para anular el pasado y engendrar una nueva Humanidad; volver a crear una humanidad

nueva, conforme al pensamiento de Dios, o sea, una humanidad en que esté realmente la imagen

y semejanza de Dios y el destino del hombre: la posesión, el poder aspirar a la posesión de Dios,

en su Reino), debes sufrir sobrenaturalmente, y sufres, por todo lo que ves hacer y por lo que te

rodea --podría decir-- con perpetua ofensa a Dios, y debes sufrir humanamente, y sufres, para

arrancar las inclinaciones perversas de nuestra carne que envenenó Satanás. Con el sufrimiento

completo de tus dos naturalezas perfectas borrarás completamente la Ofensa hecha a Dios, la

culpa del hombre”. ■ Los otros callan. Jesús pregunta: “¿Y vosotros no decís nada? ¿Cuál es

según vosotros la mejor opinión?”. Unos dicen que ésta, otros aquélla. Santiago de Alfeo y Juan

no dicen nada. Jesús, para hacerlos hablar, les dice: “¿Y vosotros dos? ¿No os gustó ninguna?”.

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Santiago de Alfeo dice: “Sí. En cada una de ellos encontramos algo de verdad. Mejor dicho,

mucho de verdad. Pero nos parece que todavía falta que se diga la verdad completa”. Jesús: “¿Y

no podéis encontrarla?”. Santiago de Alfeo: “Tal vez Juan y yo la hemos encontrado. Pero nos

parece casi una blasfemia el decirla, porque... Somos buenos israelitas y tememos tanto a Dios

que no nos atrevemos a pronunciar su Nombre. Y el pensar que, si el hombre del pueblo

elegido, el hombre hijo de Dios, no se atreve a pronunciar casi el Nombre bendito y crea

nombres sustitutivos para nombrar a su Dios, el que pueda Satanás atreverse a hacer daño a

Dios, nos parece un pensamiento blasfemo. Y, con todo, vemos que el dolor siempre es activo

en Ti porque Tú eres Dios y Satanás te odia. Te odia como ningún otro. Te topas con el odio,

hermano mío, porque eres Dios”. Juan dice: “Sí, te topas con el odio porque eres el Amor. No

son los fariseos, ni los rabinos, ni esto o aquello, los que te causan dolor. Sino que es el Odio el

que se apodera de los hombres y los lanza contra Ti, ciegos de odio, porque con tu amor le

arrancas muchas presas al Odio”.■ Jesús, insistiendo, dice: “A las muchas definiciones les falta

todavía una cosa. Buscad la razón verdadera por la que soy...”. Pero nadie encuentra algo más

que añadir. Piensan y piensan. Se rinden diciendo: “No encontramos nada más...”. Jesús: “Es

muy sencillo. Está ante los ojos. Resuena en las palabras de nuestros Libros, en las figuras de

nuestras narraciones... ¡Ea, buscad! En todo lo que habéis dicho hay algo de verdad, pero falta

la razón principal. Buscadla no en el momento actual, sino en el pasado, más allá de los

profetas, más allá de los patriarcas, más allá de la creación del Universo...”. Los apóstoles

piensan, pero... no encuentran. Jesús sonríe. Luego dice: “Si os acordareis de mis palabras,

encontraríais la razón. Pero no podéis hacerlo por ahora. Eso sí, un día la recordaréis. Escuchad.

Atravesemos la corriente de los siglos, hasta más allá de los límites del tiempo. Vosotros sabéis

quién fue el que echó a perder el corazón del hombre. Fue Satanás, la Serpiente, el Adversario,

el Enemigo, el Odio. Llamadlo como queráis. Pero, ¿por qué le echó a perder? Por ser muy

envidioso (Sab. 2,23-24); no pudo soportar que el hombre fuese destinado al Cielo del que había

sido él expulsado. ¿Por qué fue expulsado? Por haberse rebelado contra Dios. Esto lo sabéis.

¿En qué se rebeló? No obedeciendo. ■ En el principio del dolor hay una desobediencia. ¿No

es pues lógico que, lo que restablezca el orden, que es siempre alegría, sea una obediencia

perfecta? Obedecer es difícil, sobre todo si se trata de una materia grave. Lo difícil causa dolor a

aquel que lo lleva a cabo. Pensad, pues, si Yo, a quien el Amor solicitó si quería devolver la

alegría a los hijos de Dios, no tendré que sufrir infinitamente para cumplir la obediencia al

Pensamiento de Dios. Yo, debo, pues, sufrir, para vencer, para borrar no uno o mil pecados, sino

el propio Pecado por excelencia que, en el espíritu angélico de Lucifer o en el que animaba a

Adán, fue y será siempre, hasta el último hombre, pecado de desobediencia a Dios. ■ Vosotros

debéis obedecer limitadamente a eso poco --os parece mucho, pero es muy poco-- requerido por

Dios, que, en su justicia, os pide solamente aquello que podéis dar. Vosotros, de lo que Dios

quiere, conocéis solamente lo que podéis cumplir. Pero Yo conozco todo su Pensamiento,

respecto de los grandes y pequeños acontecimientos. Yo no tengo puestos límites en el

conocimiento ni en la ejecución. El Sacrificador amoroso, el Abraham divino (Gén.22), no

perdona a su Víctima e Hijo suyo. Es el Amor no satisfecho y ofendido el que exige

reparación y ofrecimiento. Y, aunque viviese millares de años, nada sería, si no consumara el

Hombre hasta la última fibra; de la misma forma que nada habría sido, si ab eterno no hubiese

dicho Yo «sí» a mi Padre, disponiéndome a obedecer como Dios Hijo y como Hombre, en el

momento que mi Padre considerara oportuno”.

* Elogio a la obediencia.- ■ Jesús: “La obediencia es dolor y es gloria. La obediencia, como el

espíritu, jamás muere. En verdad os digo que los verdaderos obedientes serán dioses, pero

después de una lucha continua contra sí mismo, contra el mundo, contra Satanás. La obediencia

es luz: cuanto más se es obediente, más luminoso se es y más se ve. La obediencia es paciencia:

y, cuanto más se es obediente, más se soportan las cosas y a las personas. La obediencia es

humildad: y, cuanto más obediente se es, más humilde se es para con nuestro prójimo. La

obediencia es caridad, porque es un acto de amor: y, cuanto más obediente se es, más

numerosos y perfectos son los actos. La obediencia es heroísmo. Y el héroe del espíritu es el

santo, el ciudadano de los Cielos, el hombre divinizado. ■ Si la caridad es la virtud en que uno

encuentra al Dios Uno y Trino, la obediencia es la virtud en que soy hallado Yo, vuestro

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Maestro. Haced que el mundo os reconozca como mis discípulos por una obediencia absoluta a

todo lo santo...”. (Escrito el 18 de Octubre de 1946).

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(<Tras un viaje por Emaús de la Montaña, Gabaón, Beterón, van, de nuevo, camino hacia Nobe>).

.

8-517-120 (9-214-550).- El corazón de Jesús --cansado de odios, rechazos, conjuras, traiciones

de quien se finge amigo y es espía-- tiene necesidad de reposo: lo encuentra en el amor.

* Judas, tenaz en su idea, aconseja a Jesús la forma de implantar el Reino.- ■ El viento

húmedo y frío peina los árboles de la colina y juguetea en el cielo con nubes semiamarillentas.

Jesús, los doce y Esteban envueltos en sus mantos, descienden de Gabaón por el camino que

lleva a la planicie. Conversan entre sí, mientras Jesús, absorto en uno de sus silencios, está lejos

de lo que le rodea. Y sigue así hasta que llegados a un cruce a la mitad de la ladera, mejor dicho,

casi a los pies, dice: “Tomemos por acá y vayamos a Nobe”. Iscariote pregunta: “¿Cómo? ¿No

volvemos a Jerusalén?”. Jesús: “Nobe y Jerusalén es casi una sola cosa para quien está

acostumbrado a caminar mucho. Prefiero estar en Nobe. ¿Te desagrada?”. Iscariote: “¡No,

Maestro! Me da lo mismo... Más bien lo que me desagrada es que Tú, en un lugar tan propicio

para Ti, hayas figurado tan poco. Hablaste más en Beterón que ciertamente no se mostraba

amiga tuya. Deberías, según mi parecer, hacer al contrario. Tratar de atraer cada vez más a Ti

las ciudades que sientes propicias, hacer de ellas... contraarmas para las ciudades dominadas por

enemigos tuyos. ¿Comprendes qué valor, tener de tu parte las ciudades cercanas a Jerusalén? Al

fin y al cabo, Jerusalén no es todo. También pueden contar los otros lugares y hacer pesar su

voluntad sobre el sentir de Jerusalén. Generalmente los reyes son proclamados en las ciudades

que les son más fieles, y una vez proclamados, la otras no tienen más que resignarse...”. Felipe

dice: “Cuando no se rebelan, y entonces vienen las luchas fratricidas. No creo que el Mesías

quiera iniciar su Reino con una guerra interna”. ■ Jesús: “Yo querría una cosa, y es que ese

Reino empezase en vuestros corazones con un juicio recto de las cosas. Pero todavía no sois

capaces de verlas en su justo punto... ¿Cuándo comprenderéis?”.

* “Busco en vosotros una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con

mi Padre en el Cielo”.- ■ Presintiendo que lo que está por llegar sea un reproche, Iscariote

vuelve a preguntar: “¿Por qué, pues, acá, en Gabaón hablaste tan poco?”. Jesús: “Preferí

escuchar y descansar. ¿No comprendéis que también Yo tengo necesidad de descanso?”.

Bartolomé, afligido, dice: “Hubiéramos podido quedarnos y darles esta satisfacción. ¿Si estabas

tan cansado para qué te has puesto otra vez en camino?”. Jesús: “No estoy cansado en el cuerpo.

No necesito descansar para darle alivio. Es mi corazón, que está cansado, el que tiene necesidad

de reposo, y éste lo encuentro donde hay amor. ¿Creéis que sea insensible a tanto odio? ¿que los

rechazos no me causen dolor? ¿que las conjuras que se traman contra Mí, me dejen insensible?

¿que las traiciones de quien se finge amigo, y es un espía de mis enemigos, puesto a mi lado

para...”. ■ Iscariote, con una apasionada irritación, mayor que la de los demás, protesta: “¡Jamás

sucederá eso, Señor! Y no debes ni siquiera sospecharlo. ¡Hablando así nos ofendes!”. Los

demás protestan también diciendo: “Maestro, nos apenas con estas palabras. ¡Dudas de

nosotros!”. Y Santiago de Zebedeo, impulsivo, exclama: “Me despido de Ti, Maestro, y vuelvo

a Cafarnaúm. Con el corazón roto. Pero me voy. Y si no basta Cafarnaúm, me iré con los

pescadores de Tiro y Sidón, iré a Cintium, iré a no sé dónde. Pero tan lejos, que sea imposible

que puedas pensar que yo te traiciono. ¡Bendíceme por última vez!”. Jesús le abraza diciendo:

“¡Cálmate, apóstol mío! Son muchos los que se dicen mis amigos, no sois solo vosotros. Te

afligen, os afligen mis palabras. ¿Pero en qué corazones deberé derramar mis aflicciones y

buscar consuelo sino en los de mis amados apóstoles y discípulos fieles? ■ Busco en vosotros

una parte de la unión que dejé para unir a los hombres: la unión con mi Padre en el Cielo;

y una gota del amor que dejé por amor de los hombres: el amor de mi Madre. Las busco para

que me ayuden. ¡Oh, la ola amarga, el peso inhumano rebasan mi corazón, oprimen el corazón

del Hijo del hombre!... Mi pasión, mi Hora cada vez más se acerca... Ayudadme a soportarla, a

realizarla... ¡porque es muy dolorosa!”. Los apóstoles se miran conmovidos ante el dolor

profundo que respiran las palabras del Maestro y no saben hacer otra cosa más que estrecharse a

Él, acariciarle, besarle... y son simultáneos los besos de Judas a la derecha y de Juan a la

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izquierda en el rostro de Jesús, que baja los párpados velando sus ojos mientras Iscariote y Juan

le besan...■ Reanudan la marcha, y Jesús puede terminar ahora su pensamiento interrumpido:

“En medio de tantas angustias mi corazón busca lugares donde encontrar amor y descanso;

donde, en lugar de hablar a piedras secas, a engañosas serpientes o mariposas caprichudas,

puede escuchar las palabras de otros corazones y consolarse porque las siente sinceras,

amorosas, justas. Gabaón es uno de estos lugares. Nunca había venido. Pero me encontré con un

campo arado en el que sembraron óptimos operarios de Dios. ■ ¡El sinagogo! Vino a la Luz,

pero era ya un espíritu iluminado. ¡Lo que puede hacer un buen siervo de Dios! Gabaón no está,

ciertamente, exenta de los manejos de quienes me odian. También allí se tratará de seducir, de

corromper. Pero en ella hay un buen sinagogo y el veneno del mal no tiene su fuerza en ella.

¿Creéis acaso que me guste estar siempre corrigiendo, censurando, reprendiendo? Mucho más

dulce es decir: «Has comprendido la Sabiduría. Sigue tu camino y sé santo», como dije al

Sinagogo de Gabaón”. Apóstoles “¿Volveremos entonces?”. Jesús: “Cuando el Padre me

permite que encuentre un lugar de paz, me alegro y bendigo a mi Padre. Pero no he venido para

esto. Vine para convertir al Señor los lugares culpables y alejados de Él”. (Escrito el 24 de

Octubre de 1946).

. --------------------000--------------------

8-518-125 (9-215-555).- En Jerusalén, encuentro con el ciego curado Bartolmai y palabras que

revelan a Jesús como el Buen Pastor (1).

* Jesús, para premiar y confirmar en su fe a Bartolmai, descubre por un instante su belleza

futura por medio de una brevísima transfiguración, adquiriendo un aspecto brillante.- ■

Jesús, que ha entrado en la ciudad por la puerta de Herodes, está cruzándola en dirección hacia el

Tiropeo y el barrio de Ofel. Van al Templo. Están ya en las murallas. Entran. Van al atrio de los

Israelitas. Oran mientras un sonido de trompetas --diría que sonido de plata por su timbre-- anuncia

algo que es, sin duda importante, y se esparce por la colina; y, mientras un perfume de incienso se

esparce suavemente, sobrepujando todos los otros olores menos agradables que puedan percibirse

en la cima del Moria, o sea: el perpetuo --diría: natural-- olor a carne de anímales degollados y

consumidos por el fuego; el olor a harina quemada; el olor a aceite ardiendo: olores éstos que se

detienen siempre ahí arriba, más o menos fuertes, pero que siempre están presentes, por los

continuos holocaustos. ■ Se marchan siguiendo otra dirección, y empiezan a ser notados por los

primeros que vienen al Templo, por gente que pertenece al Templo, por los cambistas y

vendedores, que están montando sus mesas o recintos. Pero son demasiado pocos; y la sorpresa es

tal, que no saben reaccionar. Entre sí intercambian palabras de estupor: “¡Ha vuelto!”, “No ha

ido a Galilea, como decían”, “¿Pero dónde estaba escondido, si no se le ha encontrado en ninguna

parte?”, “Quiere realmente desafiarlos”, “¡Qué necio!”, “¡Qué santo!”, etcétera, según la

disposición de cada uno. ■ Jesús está ya fuera del Templo y baja hacia la calle que lleva a Ofel.

En esto, se topa con el ciego de nacimiento, curado hace poco, el cual, cargado de cestas llenas de

manzanas olorosas, camina alegre, bromeando con otros jóvenes igualmente cargados, que van en

sentido opuesto al suyo. Quizás al joven le pasaría inadvertido el encuentro, dado que desconoce

el rostro de Jesús y el de los apóstoles. Pero Jesús no desconoce la cara del que fue curado

milagrosamente. Y le llama. Sidonio, llamado Bartolmái, se vuelve y mira interrogativamente al

hombre alto y majestuoso --a pesar de ir vestido humildemente-- que le llama por el nombre

dirigiéndose hacia un callejón. Ordena Jesús: “Ven aquí”. El joven se acerca sin dejar su

carga. Mira a Jesús. Cree que desea comprar manzanas. Dice: “Mi jefe las ha vendido ya.

Pero tiene más todavía, si quieres. Son bonitas y buenas. Traídas ayer de las huertas de Sarón.

Y, si compras muchas, tienes un importante descuento, porque...”. Jesús sonríe mientras

alza la derecha para poner freno a la locuacidad del joven. Y dice: “No te he llamado para

comprar las manzanas, sino para alegrarme contigo y bendecir contigo al Altísimo, que te

ha concedido su favor”. El joven, poniendo las cestas en el suelo, dice: “¡Oh, sí! Yo lo hago

continuamente, por la luz que veo y por el trabajo que puedo realizar, ayudando a mi

padre y a mi madre, por fin. He encontrado un buen jefe. No es hebreo, pero es bueno.

Los hebreos no me querían por... porque saben que he sido expulsado de la sinagoga”. ■

Jesús: “¿Te han expulsado? ¿Por qué? ¿Qués has hecho?”. Bartolmai: “Yo nada. Te lo

aseguro. El Señor es el que lo ha hecho. En sábado, el Señor hizo que me encontrara con

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ese hombre que se dice que es el Mesías, y Él me curó, como ves. Por eso me han expulsado”.

Jesús, para probarle, dice: “Entonces el que te curó no te ha hecho en todo un buen favor”.

Bartolmai: “¡No digas eso, hombre! ¡Esto que dices es una blasfemia! Ante todo, me ha

mostrado que Dios me ama, luego me ha dado la vista... Tú no sabes lo que es «ver»,

porque has visto siempre. ¡Pero uno que no había visto nunca! ¡Oh!... Es... Con la vista se

tienen juntamente todas las cosas. Yo te digo que cuando vi, allá en Siloé, reí y lloré, pero de

alegría ¿eh? Lloré como no había llorado en el tiempo de la desventura. Porque entendí

entonces cuán grande era ella y cuán bueno era el Altísimo. Y, además, puedo ganarme la

vida, y con trabajo decoroso. Y, además... --esto es lo que, más que todo, espero que me

conceda el milagro recibido--, además, espero poder encontrar al hombre al que llaman Mesías

y a su discípulo que me...”. Jesús: “¿Y qué harías entonces?”. Bartolmai: “Quisiera bendecirle.

A Él y a su discípulo. Y quisiera decirle al Maestro, que ha venido de Dios, y le rogaría que

me tome por su siervo”. Jesús: “¿Cómo? Por causa suya estás anatematizado, con fatiga

encuentras trabajo, puedes ser incluso más castigado, ¿y quieres estar a su servicio? ¿No sabes

que están perseguidos todos aquellos que siguen al que te curó?”. Bartolmai: “¡Ya lo sé!

Pero Él es el Hijo de Dios. Eso se dice entre nosotros. A pesar de que aquellos de arriba (y

señala al Templo) no quieran que se diga. Y ¿no merece la pena dejarlo todo para servirle a

Él?”. ■ Jesús: “¿Crees, entonces, en el Hijo de Dios y en su presencia en Palestina?”. Bartolmai:

“Lo creo. Pero quisiera conocerle, para creer en Él no sólo en la mente, sino con todo mi ser. Si

sabes quién es y dónde se encuentra, dímelo, para ir donde Él, verle, creer completamente en Él

y servirle”. Jesús: “Ya le has visto, y no tienes necesidad de ir donde Él. El que ves y te

habla en este momento es el Hijo de Dios”. ■ Y --no podría afirmarlo con plena seguridad-- me

ha parecido que al decir estas palabras Jesús ha tenido casi una brevísima transfiguración,

adquiriendo un aspecto bellísimo y, diría, resplandeciente. Yo diría que, para premiar y

confirmar en su fe a este humilde creyente que cree en Él, ha descubierto, por un instante,

durante el tiempo que dura un destello, su belleza futura (quiero decir la que asumirá después de

la Resurrección y conservará en el Cielo, su belleza de criatura humana glorificada, de cuerpo

glorificado y hecho uno con la inefable belleza de su Perfección). Un instante, digo. Un destello.

Pero el rincón semiobscuro donde se han refugiado para hablar, bajo el arco del callejón, se

ilumina extrañamente con una luminosidad que emana de Jesús, el cual, lo repito, adquiere una

grandísima hermosura. Luego todo vuelve a ser como antes, excepto el joven, que ahora está en

el suelo, rostro en tierra, y que adora y dice: “¡Yo creo, Señor mi Dios!”.

. ● “He venido para traer la luz, probar y juzgar a los hombres. Es tiempo de opción,

elección y selección. Para que los que eran ciegos (por culpa de los hombres y sean

puros, humildes, amantes de la justicia... ) vean, y los que se creen con vista se queden

ciegos”.- ■ Dice Jesús: “Levántate. He venido al mundo para traer la luz y el conocimiento de

Dios y para probar a los hombres y juzgarlos. Este tiempo mío es tiempo de opción, de elección

y de selección. He venido para que los puros de corazón e intención, los humildes, los

mansos, los amantes de la justicia, de la misericordia, de la paz, los que lloran y los que sa-

ben dar a las distintas riquezas su valor real y preferir las espirituales a las materiales

encuentren aquello que su espíritu anhela; y para que los que eran ciegos --porque los

hombres habían alzado gruesos muros para impedir el paso de la luz, o sea, impedir el

conocimiento de Dios-- vean, y los que se creen con vista se queden ciegos...”. ■ Algunos

fariseos, que habían llegado al improviso por la calle principal y, sin hacer ruido, se

habían acercado con otros a espaldas del grupo apostólico, interrumpen: “Entonces Tú odias a

una parte grande de los hombres y no eres bueno como afirmas ser. Si lo fueras, buscarías

que todos vieran, y que quien ya ve no se quede ciego”. Jesús se vuelve y los

mira.¡Ciertamente ya no tiene esa belleza de transfigurado! Es un Jesús bien severo el que

fija en sus perseguidores sus ojos de zafiro. Su voz ya no tiene la hermosa nota de la alegría, sino que

es seca, y, cual sonido de bronce, es cortante y severa en la respuesta: “No soy Yo el que quiere que no

vean la verdad los que actualmente combaten contra ella. Son ellos mismos los que levantan delante de

sus ojos obstáculos para no ver. Y se hacen ciegos por su libre voluntad. Y el Padre me ha enviado para

que esta división tenga lugar, y se sepa quiénes son verdaderamente los hijos de la Luz y quiénes los de

las Tinieblas, los que quieren ver y los que quieren hacerse ciegos”. ■ Fariseos: “¿Acaso estamos

nosotros también entre estos ciegos?”. Jesús: “Si lo fuerais y trataseis de ver, no seríais culpables.

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Pero es porque decís: «Vemos», y luego no queréis ver, por lo que pecáis. Vuestro pecado permanece

porque no tratáis de ver pese a que seáis ciegos”. Fariseos: “¿Y qué tenemos que ver?”. Jesús: “El

Camino, la Verdad, la Vida. Un ciego de nacimiento, como era éste, con su bastoncito puede en todo caso

encontrar la puerta de su casa e ir por ella, porque conoce su casa. Pero si le llevaran a otros lugares, no

podría entrar por la puerta de la nueva casa, porque no sabría dónde estaría y se chocaría contra las

paredes”

. ● “Ha llegado el tiempo de la nueva Ley: todo se renueva. Un mundo nuevo, nuevo

pueblo, nuevo reino, surgen. Yo he venido a guiar e introducirlos en la casa del Padre. Soy

la Puerta por la que se pasa a la casa. También soy Aquel que ha venido a reunir el rebaño

y conducirle al único redil: el del Padre. Yo solo soy la Puerta del Redil. Soy al mismo tiempo

Puerta y Pastor... Ovejas buenas oyen mi voz”.- ■ Jesús: “El tiempo de la nueva Ley ha llegado.

Todo se renueva y un mundo nuevo, un nuevo pueblo, un nuevo reino surgen. Ahora los del tiempo

pasado no conocen todo esto. Conocen su tiempo. Son como ciegos llevados a una ciudad nueva,

donde está la casa regia del Padre, pero cuya ubicación no conocen. Yo he venido para guiarlos e

introducirlos en ella y para que vean. Pero soy Yo mismo la Puerta por la cual se pasa a la casa

paterna, al Reino de Dios, a la Luz, al Camino, a la Verdad, a la Vida. Y soy también Aquel que ha

venido a reunir el rebaño que había quedado sin guía, y a conducirle a un único redil: el del Padre.

Yo soy la puerta del Redil, porque soy al mismo tiempo Puerta y Pastor. Y entro y salgo como y cuando

quiero. Y entro libremente, y por la puerta, porque soy el verdadero Pastor. Cuando alguien viene a dar a

las ovejas de Dios otras indicaciones, o trata de descaminarlas llevándolas a otras moradas y a otros

caminos, no es el buen Pastor; es un pastor ídolo. Y el que no entra por la puerta del redil, sino que trata

de entrar por otra parte saltando la valla, no es el pastor, sino un ladrón y un asesino que entra con in-

tención de robar y matar, para que los corderos robados no emitan voces de lamento y no atraigan la

atención de los guardianes y del pastor. También entre las ovejas del rebaño de Israel tratan de

introducirse falsos pastores para desviarlas de los pastos y alejarlas del Pastor verdadero. Y entran

dispuestos incluso a arrancarlas del rebaño con violencia, y, si fuera necesario, están dispuestos a

matarlas y a dañarlas de muchas maneras, para que no hablen y no le denuncien al Pastor las

astucias de los falsos pastores, ni griten invocando la protección de Dios contra sus adversarios y los

adversarios del Pastor. ■ Yo soy el Buen Pastor y mis ovejas me conocen, y me conocen los perpetuos

porteros del verdadero Redil. Ellos me han conocido y han conocido mi Nombre, que han manifestado

para que Israel lo conociera; me han descrito y han preparado mis caminos, y, cuando mi voz se ha

oído, el último de ellos me ha abierto la puerta diciendo al rebaño que esperaba al verdadero Pastor,

al rebaño que estaba bajo su cayado: «¡Vedle! Este es Aquel de quien os he dicho que viene después de

mí. Es Uno que me precede porque existía antes de mí y yo no le conocía. Pero para esto, para que estéis

preparados a recibirle, he venido a bautizar con agua, a fin de que sea conocido en Israel». Y las ovejas

buenas han oído mi voz y, cuando las he llamado por el nombre, han venido solícitas y las he llevado

conmigo, como hace un verdadero pastor al que conocen las ovejas, que le reconocen por la voz y le

siguen a dondequiera que vaya. Y, cuando ha sacado a todas, camina delante de ellas, y ellas le siguen

porque aman la voz del pastor. Por el contrario, no siguen a un extranjero; antes bien, huyen lejos de él

porque no le conocen y le temen. Yo también camino delante de mis ovejas para señalarles el camino

y hacer frente, Yo el primero, a los peligros y señalárselos al rebaño, al cual quiero guiar a mi Reino y

ponerlo a salvo”.

. ●“Israel no es el Reino de Dios sino el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse

hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino de Dios... La fundación del Reino de Dios ha

tenido su principio en Israel... pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los reyes, su

Reino no tendrá límites...”.- ■ Fariseos: “¿Acaso Israel ya no es el reino de Dios?”. Jesús: “Israel es

el lugar desde donde el pueblo de Dios debe elevarse hasta la verdadera Jerusalén y hasta el Reino

de Dios”. Fariseos: “¿Y el Mesías prometido, entonces? Ese Mesías que afirmas que eres, ¿no

debe, pues, hacer a Israel triunfante, glorioso, dueño del mundo, sometiendo a su cetro todos los

pueblos, y vengándose, sí, vengándose ferozmente de todos los que lo han sometido desde que es

pueblo? ¿Entonces nada de esto es verdad? ¿Niegas a los profetas? ¿Llamas necios a nuestros rabíes?

Tú...”. Jesús: “El Reino del Mesías no es de este mundo. Es el Reino de Dios, fundado sobre el amor.

No es otra cosa. Y el Mesías no es rey de pueblos y ejércitos, sino rey de espíritus. El Mesías saldrá del

pueblo elegido, de la estirpe real, y, sobre todo, de Dios, que le ha engendrado y enviado. La fundación

del Reino de Dios ha tenido principio en Israel, así como la promulgación de la Ley de amor, el anuncio

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de la Buena Nueva de que habla el Profeta (Is. 61,1-3). Pero el Mesías será Rey del mundo, Rey de los

reyes, y su Reino no tendrá límites en el tiempo ni fronteras en el espacio. Abrid los ojos y

aceptad la verdad”. Fariseos: “No hemos entendido nada de tu desvarío. Dices palabras sin

sentido. ■ Habla y responde sin parábolas: ¿Eres o no eres el Mesías?”. Jesús: “¿Y no habéis

entendido todavía? Os he dicho que soy Puerta y Pastor por esto. Hasta ahora ninguno

ha podido entrar en el Reino de Dios, porque estaba amurallado y no tenía salidas. Pero

ahora he venido Yo y está hecha la puerta para entrar en él”. Fariseos: “¡Oh! Otros han dicho

que eran el Mesías, y luego han sido descubiertos como bandidos y rebeldes, y la justicia

humana ha castigado su rebeldía (2). ¿Quién nos asegura que no eres como ellos? ¡Estamos

cansados de sufrir y hacer sufrir al pueblo el rigor de Roma, gracias a esos mentirosos que se

dicen reyes y hacen que el pueblo se levante en rebelión!”. Jesús: “No. No es exacta vuestra

frase. Vosotros no queréis sufrir, eso es verdad. Pero que el pueblo sufra no os duele. Tanto

es así, que al rigor de quien domina unís vuestro rigor, oprimiendo con diezmos insoportables

y otras muchas cosas al pueblo modesto. ¿Que quién os asegura que no soy un malandrín? Mis

acciones. No soy Yo el que hace pesada la mano de Roma; al contrario, la aligero,

aconsejando a los dominadores humanidad, a los dominados paciencia. Al menos estas

cosas”. ■ Mucha gente --ya mucha gente se ha congregado, y crece cada vez más, tanto

que obstaculizan el paso por la calle grande y, por tanto, todos van a confluir en el

callejón, bajo cuyas bóvedas las voces retumban-- aprueba diciendo: “¡Bien dicho lo de

los décimos! ¡Es verdad! Él a nosotros nos aconseja sumisión y a los romanos piedad”.

. ● “Soy el único y verdadero Mesías. Yo solo soy la Puerta del redil de los Cielos. Quien

no pasa por Mi, no puede entrar. Los falsos pastores... Yo no soy un mercenario sino el

Buen Pastor... Un amo sabe cuánto cuesta una oveja. Yo soy más que un amo. Soy

Salvador de mi rebaño y sé cuánto me cuesta salvar una sola alma... Tengo otras ovejas

que no son de este redil...”.- ■ Los fariseos, como siempre, se envenenan por las

aprobaciones de la muchedumbre, y se muestran aún más mordaces en el tono con que se

dirigen a Jesús: “Responde sin tantas palabras y demuestra que eres el Mesías”. Jesús: “En

verdad, en verdad os digo que lo soy. Yo, sólo Yo, soy la Puerta del redil de los Cielos.

Quien no pasa por Mí no puede entrar. Es verdad. Ha habido otros falsos Mesías, y más

que habrá. Pero el único y verdadero Mesías soy Yo. Todos los que hasta ahora han venido,

presentándose como tales, no lo eran; eran sólo ladrones y salteadores. Y no sólo aquellos

que se hacían llamar, de parte de unos pocos de su misma calaña, «Mesías», sino también

otros que, sin darse ese nombre, exigen una adoración que ni siquiera al verdadero Mesías

se le da. Quien tenga oídos para oír que oiga. De todas formas, observad: ni a los falsos Mesías

ni a los falsos pastores y maestros las ovejas los han escuchado, porque su espíritu sentía la

falsedad de su voz, que quería aparecer dulce y, sin embargo, era cruel. Sólo los cabros los

han seguido para ser sus compañeros en sus fechorías. Cabros salvajes, indómitos, que

no quieren entrar en el Redil de Dios, bajo el cetro del verdadero Rey y Pastor. Porque esto,

ahora, se da en Israel: que Aquel que es el Rey de los reyes viene a ser el Pastor del rebaño,

mientras que, en el pasado, aquel que era pastor de rebaños vino a ser rey, y el Uno y el

otro vienen de la misma raíz, de la raíz de Isaí, como está escrito en las promesas y

profecías” (3). ■ Los falsos pastores no han pronunciado palabras sinceras ni han tratado de

consolar. No han hecho más que dispersar y torturar al rebaño, o lo han abandonado a los

lobos, o lo han matado para sacar provecho vendiéndolo y así asegurarse la vida, o le han

echado fuera de los pastos para hacer de ellos moradas de placer y bosquecillos para los

ídolos. ¿Sabéis cuáles son los lobos? Son las malas pasiones, los vicios que los mismos

falsos pastores han enseñado al rebaño, practicándolos ellos los primeros. ¿Y sabéis cuáles

son los bosquecillos de los ídolos? Son los propios egoísmos, ante los cuales demasiados

queman inciensos. Las otras dos cosas no necesitan ser explicadas, porque son hasta

demasiado claras estas palabras mías. Pero que los falsos pastores actúen así es lógico. No

son sino ladrones que vienen para robar, matar y destruir, para llevar fuera del redil a

pastos peligrosos, o conducir a falsos apriscos, que en realidad son mataderos. Pero los que

pasan por Mí están en seguro y podrán salir para ir a mis pastos, o volver para venir a

mis descansos, y hacerse robustos y fuertes con substancias santas y sanas. Porque he

venido para esto. Para que mi pueblo, mis ovejas, hasta ahora flacas y afligidas, tengan

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la vida, y vida abundante, y de paz y alegría. Y tanto quiero esto, que he venido a dar mi

vida porque mis ovejas tengan la Vida plena y abundante de los hijos de Dios. ■ Yo soy el

Buen Pastor. Y un pastor, cuando es bueno, da la vida por defender a su rebaño de los lobos

y de los ladrones; por el contrario, el mercenario, que no ama a las ovejas sino al dinero

que gana por llevarlas a pastar, se preocupa sólo de salvarse a sí mismo y de salvar la

pequeña suma que lleva en el pecho, y, cuando ve venir al lobo o al ladrón, huye, aunque

luego vuelva para tomar alguna oveja que el lobo haya dejado medio muerta, o que haya sido

espantada por el ladrón, y matar a la primera para comérsela, o vender la segunda como

suya, aumentando así su suma, para decir luego al amo, con falsas lágrimas, que ni

siquiera una de las ovejas se ha salvado. ¿Qué le importa al mercenario si el lobo dé

dentelladas y disperse a las ovejas, a la que el ladrón hace pillar para llevarlas al carnicero?

¿Acaso se fatigó por ellas mientras crecían, acaso trabajó esforzadamente para ponerlas

robustas? Pero el que es amo y sabe cuánto cuesta una oveja, cuántas horas de trabajo,

cuántas horas de vigilia, cuántos sacrificios, las quiere y tiene cuidado de ellas porque

son su propiedad. ■ Pero Yo soy más que un amo. Yo soy el Salvador de mi rebaño y sé

cuánto me cuesta la salvación de una sola alma; por tanto, estoy dispuesto a todo con tal

de salvar a un alma. Esa alma me ha sido confiada por el Padre mío. Todas las almas me han

sido confiadas, con el mandato de que salve un grandísimo número de ellas. Cuantas

más logre arrancar a la muerte del espíritu, más gloria recibirá mi Padre. Por

tanto, lucho para liberarlas de todos sus enemigos, o sea, de su propio egoísmo, del

mundo, de la carne, del demonio, y de mis adversarios, que me las disputan para producirme

dolor. Yo hago esto porque conozco el pensamiento del Padre mío. Y el Padre mío me ha

enviado a hacer esto porque conoce mi amor por Él y por las almas. También las ovejas

de mi rebaño me conocen a Mí y conocen mi amor, y sienten que estoy dispuesto a dar mi

vida para darles la alegría. ■ Tengo otras ovejas. Pero no son de este Redil. Por tanto, no me

conocen en lo que Yo soy, y muchas ignoran mi existencia e ignoran quién soy Yo.

Ovejas que a muchos de nosotros parecen peor que cabras salvajes y son consideradas

indignas de conocer la Verdad y de poseer la Vida y el Reino. Y, sin embargo, no es así. El

Padre desea también éstas; por tanto, tengo que acercarme también a éstas, darme a

conocer, hacer conocer la buena Nueva, guiarlas a mis pastos, reunirlas. Y éstas también

escucharán mi voz porque acabarán amándola. De manera que habrá un solo Redil y un

solo Pastor, y el Reino de Dios quedará reunido en la Tierra, ya preparado para ser

transportado y acogido en los Cielos, bajo mi cetro, mi signo y mi verdadero Nombre”.

. ● Al decir, “Mi verdadero Nombre solo Yo conozco y en la gran Cena de las Bodas será

conocido por mis elegidos” una lágrima de éxtasis y una sonrisa asoman a los ojos de

Jesús... “Por esto me ama el Padre y doy la vida. Así formaré un único pueblo: el mío”.- ■ Jesús: “¡Mi verdadero Nombre! ¡Sólo Yo lo conozco! Mas cuando el número de los elegidos

esté completo y, entre himnos de alborozo, se sienten a la gran cena de bodas del Esposo

con la Esposa (Ap.19,5-10; 21,9-14), entonces mi Nombre será conocido por mis elegidos que

por fidelidad a Él se hayan santificado, aunque haya sido sin conocer toda la extensión y

profundidad de lo que era estar signado por mi Nombre y ser premiados por su amor a

Él, y sin imaginarse cuál era el premio... Esto es lo que quiero dar a mis ovejas fieles. Lo

que constituye mi propia alegría...”. En los ojos de Jesús hay una lágrima de éxtasis que

sus oyentes le ven, y una sonrisa le tiembla en los labios, una sonrisa tan espiritualizada

en su rostro espiritualizado, que se siente estremecer la muchedumbre, que intuye el rapto de

Jesús a una visión beatífica, y su deseo de amor de verla cumplida. Vuelve a su estado

normal. Cierra un instante los ojos, ocultando así el misterio que ve su mente y que los

ojos podrían dejar transparentar demasiado y prosigue: ■ “Esta es la razón por la que me

ama el Padre, ¡oh pueblo mío, o rebaño mío! Porque por ti, por tu bien eterno, doy la vida.

Luego la tomaré de nuevo. Pero antes la daré para que tengas la vida y tu Salvador sea

vida para ti. Y la daré de forma que tú te alimentes de ella, transformándome de Pastor

en pasto y fuente que darán alimento y bebida (Eucaristía), no durante cuarenta años

como se dio a los hebreos en el desierto, sino durante todo el tiempo que dure el exilio

en los desiertos de la Tierra. ■ Nadie, en realidad, me quita la vida. Ni los que amándome

con todo su ser merecen que la inmole por ellos, ni los que me la quitan por un odio

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desorbitado y un miedo estúpido. Nadie podría quitármela si por Mí mismo no consintiera

en darla y si mi Padre no lo permitiera, pues ambos estamos invadidos por un delirio de

amor hacia la Humanidad culpable. Por Mí mismo la doy porque quiero. Y tengo el poder

de tomarla de nuevo cuando quiera, pues no es conveniente que la Muerte prevalezca

contra la Vida. Por esto el Padre me ha dado este poder; es más, el Padre me ha

mandado hacer esto. Y por mi vida, ofrecida e inmolada, los pueblos serán un único Pueblo:

el mío, el Pueblo celeste de los hijos de Dios, separándose en los pueblos las ovejas de los

cabros y siguiendo las ovejas a su Pastor al Reino de la Vida eterna”.

* Sidonia o Bartolmai, el nuevo discípulo.- ■ Y Jesús, que hasta ahora ha hablado fuerte, se

vuelve, en voz baja, a Sidonio, llamado Bartolmái, que ha estado durante todo este tiempo

delante de Él con su canasta de manzanas olorosas a los pies, y le dice: “Has olvidado

todo por Mí. Ahora, ciertamente, te castigarán y perderás el trabajo. ¿Lo ves? Yo te traigo

siempre dolor. Por Mí has perdido la sinagoga y ahora vas a perder al patrón...”. Bartolmai:

“¿Y qué me importa todo eso si te tengo a Ti? Sólo Tú tienes valor para mí. Dejo todo por

seguirte. Basta que me lo concedas. Deja sólo que lleve esta fruta a quien la ha comprado y

luego estoy contigo”. Jesús: “Vamos juntos. Después iremos a casa de tu padre. Porque

tienes un padre y debes honrarle pidiéndole su bendición”. Bartolmai: “Sí, Señor. Todo lo que

quieras. Pero enséñame mucho porque no sé nada, nada de nada, ni siquiera leer y escribir,

porque era ciego”. Jesús: “No te preocupes de eso. La buena voluntad te enseñará”. ■ Y se

encamina para volver a la calle principal, mientras la masa de gente hace comentarios,

confronta pareceres, discute incluso, insegura entre las distintas opiniones, que son

siempre las mismas: ¿es Jesús de Nazaret un poseído o un santo? La gente, en desacuer -

do, discute mientras Jesús se aleja. (Escrito el 25 de Octubre de 1946).

········································· 1 Nota : Cfr. Jn. 9,35-41; 10,1-21.- El tema del buen pastor por sí mismo y en oposición a los malos pastores,

siempre en sentido sobrenatural, aparece mucho en la Biblia. Cfr. Sal. 22; Is. 40,9-11; 49,9-11; 56,9-12; Jer. 23,1-4;

Ez. 34.

2 Nota : Tal vez se refiera a Judas Galileo y a Teodá de los que se hace mención en Hech. 5,34-39.

3 Nota : Alusión a David. Cfr. 1 Sam. 16,14-17, 31; 2 Sam.2,1-4.

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(<J. Iscariote ha asegurado que, según sus averiguaciones, Jesús, en adelante, no va a ser molestado por las

autoridades judías>).

.

8-537-282 (9-234-706).- En la fiesta de la Dedicación, en el Templo (1). Expulsión del

Demonio en una niña.- Jesús se manifiesta a los judíos, que intentan apedrearle: “Yo el Padre

somos la misma cosa”.- La mala voluntad de los Judíos.

* Demonio: “¿No sabes que todo el infierno está en uno? (en Iscariote)...Malditos Tú y el

Padre que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros”.- ■ No es posible estar

parados en esta mañana fría y ventosa. En la cima del Moria el viento, que viene del noroeste,

sopla haciendo ondear los vestidos y poniendo rojos las caras y los ojos. No obstante, hay gente

que ha subido al Templo para las oraciones. Pero faltan completamente los rabinos con sus

respectivos grupos de alumnos. Así que el pórtico parece más amplio y sobre todo más

majestuoso, sin esas voces gritonas y sin esa pompa que hay en él. Y debe ser cosa muy extraña

verlo vacío así, pues todos se asombran como de una nueva cosa. Y Pedro se escama. Tomás,

que, envuelto como está en su largo y pesado manto, parece aún más robusto, dice: “Se habrán

encerrado en alguna habitación, por temor a perder su voz. ¿Los extrañas?” y se ríe. Pedro:

“¡Yo, no! ¡Ojalá nunca los volviera a ver! Pero mi miedo es que...” y mira a Iscariote, y éste,

que no habla pero que comprende la mirada de Pedro, dice: “De veras que han prometido no

molestar más, excepto en el caso de que el Maestro los... escandalizara. Está claro que vigilan,

pero no están aquí porque aquí ni se peca ni se ofende”. Pedro: “Mejor así. Y que Dios te

bendiga, muchacho, si has logrado que entren en razón”. ■ Todavía es temprano. Hay poca

gente en el Templo. Digo “poca”, y es lo que parece, dadas las dimensiones del Templo. Ni

siquiera doscientas o trescientas personas se ven dentro: en los patios, pórticos y corredores...

Jesús, único Maestro en el amplio atrio de los gentiles, va y viene hablando con los suyos y con

los discípulos que ha encontrado en el recinto del Templo. Responde a objeciones o preguntas,

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esclarece puntos que no han podido comprender y que no pudieron explicar otros. Se acercan

dos gentiles, le miran, se van sin pronunciar palabra alguna. Pasan personas que trabajan en el

Templo, le miran: tampoco dicen una palabra. Lo mismo sucede con algún fiel. Bartolomé

pregunta: “¿Vamos a seguir aquí?”. Santiago de Alfeo dice sonriente: “Hace frío y no hay nadie.

Pero es agradable estar aquí con tanta paz. Maestro, hoy estás justamente en la Casa de tu Padre.

Y como Dueño. Así habrá sido el Templo cuando vivían Nehemías y los reyes sabios y los

hombres piadosos”. Pedro dice: “De mi parte sería mejor que nos fuéramos. De allá nos están

espiando...”. Santiago de Alfeo: “¿Quiénes? ¿Los fariseos?”. Pedro: “No. Los que pasaron

antes, y otros más. Vámonos, Maestro...”. Jesús: “Espero a los enfermos. Me vieron cuando

entraba en la ciudad; y la voz se esparció, sin duda. Cuando haga más sol, vendrán.

Quedémonos, al menos, hasta un tercio antes de la sexta”. Y reanuda su marcha adelante y para

atrás para no sentir el aire frío. De hecho, después de poco tiempo cuando el sol ha mitigado ya

el frío, llega una mujer con una niña enferma y pide que se la cure. Jesús la complace. La mujer

pone su óbolo a sus pies diciendo: “Esto es para otros niños que sufren”. Iscariote recoge la

moneda. Poco después, en una camilla traen a un hombre de edad, enfermo de las piernas. Jesús

le da la salud. ■ Los terceros en venir son un grupo de personas, que pide a Jesús que salga

fuera de los muros del Templo para expulsar a un demonio de una jovencita, cuyos gritos

desgarradores se oyen hasta allí dentro. Y Jesús va con ellos y sale a la calle que lleva a la

ciudad. Una serie de personas, entre las que hay paganos, están apiñados alrededor de los que

sujetan a la jovencita, que babea y se retuerce, sacando horriblemente los ojos. De los labios de

la jovencilla se escuchan palabras de mal gusto y tanto más aumentan, cuanto más Jesús se

acerca. Cuatro robustos jóvenes apenas pueden sujetarla. Junto con las injurias salen gritos que

reconocen a Jesús, súplicas que dicen que no se les arroje, y también prorrumpe en verdades que

repite monótonamente: “¡Largo! ¡No me hagáis ver a este maldito! Causa de nuestra ruina. Sé quién eres. Eres... Eres... el Mesías. Eres... Solo te ha ungido el óleo de arriba. La fuerza del Cielo te protege y te defiende. ¡Te odio maldito! No me arrojes. ¿Por qué nos arrojas y no nos quieres mientras sí tienes cerca de ti a una legión de demonios en uno solo? ¿No sabes que todo el infierno está en uno? Sí que lo sabes... Déjame aquí, al menos hasta la hora de...”. Las palabras se cortan a veces, como

ahogadas; otras veces cambian; o primero se paran y luego se prolongan en medio de gritos

inhumanos, como cuando grita: “¡Déjame por lo menos entrar en él! No me mandes al

Abismo. ¿Por qué nos odias, Jesús, Hijo de Dios? ¿No te basta con lo que eres? ¿Por qué quieres mandar también sobre nosotros? ¡No te queremos! ¿Por qué has venido a perseguirnos si hemos renegado de Ti? ¡Tus ojos! Cuando estén apagados nos reiremos... No... Ni siquiera entonces... ¡Tú nos vences! ¡Sed malditos Tú y el Padre que te ha enviado y El que viene de Vosotros y es Vosotros... ¡Aaaaaah!”. ■ El

grito final es completamente espantoso, como el de una persona a quien degollasen, y ha sido

originado por el hecho de que Jesús, después de haber truncado muchas veces por imperativo

mental las palabras de la poseída, pone fin a ellas tocando con su dedo la frente de la jovencita.

Y el grito termina con una convulsión horrenda, hasta que, con un fragor que es parte carcajada

y parte grito de un animal de pesadilla, el demonio la deja, gritando: “No me voy lejos... ¡Ja, ja!”, seguido de un estallido semejante al trueno de un rayo, a pesar de que el cielo está

limpísimo”. ■ Muchos huyen aterrorizados, otros se apiñan aún más para ver a la jovencita que

de golpe se ha calmado... Luego abre los ojos y sonríe, siente que no tiene el velo en la cara ni

en la cabeza, trata de ocultarla con su brazo levantado. Quienes están con ella quieren que dé

gracias al Maestro pero Él dice: “Dejadla. Tiene vergüenza. Su alma me ha dado ya las gracias.

Llevadla a casa, con su madre. Es su lugar como jovencita que es...” y vuelve las espaldas a la

gente para entrar en el Templo, al lugar de antes. ■ Pedro dice: “¿Viste, Señor, que muchos

judíos habían venido a espaldas nuestras? Reconocí a alguno de ellos... ¡Ahí están! Son los que

nos espiaban antes. Mira cómo discuten entre sí...”. Tomás dice: “Estarán echándose suertes

para saber en quién de ellos entró el diablo. También está Nahaún, el hombre de confianza de

Anás. Es un tipo que se lo merece...”. Andrés, a quien casi le castañean los dientes: “Tienes

razón. No viste, porque estabas mirando a otra parte, pero el fuego se dejó ver sobre su cabeza”.

Tomás: “Yo estaba cerca de él y tuve miedo...”. Mateo explica: “Realmente todos ellos estaban

juntos. Pero yo he visto el fuego abrirse encima de nosotros y pensé que íbamos a morir... Es

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más, he temido por el Maestro. Parecía justamente suspendido sobre su cabeza”. Leví, el

discípulo pastor, objeta: “No. Yo lo vi salir de la jovencita y estallar sobre los muros del

Templo”. Jesús dice: “No discutáis entre vosotros. El fuego no señaló ni a éste, ni a aquél. Fue

sólo la señal de que el demonio había huido”. Andrés objeta: “Pero dijo que no se iría lejos...”.

Jesús: “Palabras de demonio... Quién las hace caso. Alabemos más bien al Altísimo por estos

tres hijos de Abrahám curados en su cuerpo y en su alma”.

* “No es que os cueste comprender. Es que no queréis. Padecer idiotez no es culpa. Dios

podría alumbrar aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo

que os falta”.- ■ Entre tanto, muchos judíos, surgidos de una u otra parte --no había entre ellos

fariseos o escribas o sacerdotes, ni siquiera uno-- se acercan y rodean a Jesús. Uno de ellos

claramente confiesa: “Has obrado cosas grandes esta mañana. Obras verdaderamente dignas de

un profeta grande. Los espíritus de los abismos han dicho de Ti cosas grandes. Pero no pueden

aceptarse sus palabras, si no las confirma tu palabra. Esas palabras nos estremecen, pero

también tenemos miedo de engaño, porque se sabe que Belzebú es un espíritu mentiroso. Dinos,

pues, quién eres. Dínoslo con tu propia boca que respira verdad y justicia”. Jesús: “¿No os lo he

dicho tantas veces? Hace ya casi tres años que os lo vengo diciendo, y antes de Mí, os lo dijo

Juan en el Jordán y la Voz de Dios que se oyó de los Cielos”. Judío: “Tienes razón. Pero

nosotros no estuvimos esas veces. Nosotros... Tú debes comprender nuestras ansias. Queremos

creer en Ti como el Mesías. Pero ha sucedido muchas veces que el pueblo de Dios ha sido

engañado por falsos mesías. Consuela nuestro corazón que espera oír una palabra de seguridad y

te adoraremos”. Jesús los mira severamente. Luego dice: “Realmente los hombres saben decir

mentiras mejor que Satanás. No. Vosotros no me adoraréis. Jamás. Sea lo que dijere. Y si lo

llegaseis a hacer, ¿a quién adoraríais?”. Judío: “¿A quién? ¡Pues a nuestro Mesías!”. Jesús:

“¿Llegaríais a hacerlo? ¿Quién es para vosotros el Mesías? Responded, para que sepa cuánto

valéis”. Judío: “¿El Mesías? Pues el Mesías es aquel que por órdenes de Dios juntará al Israel

disperso y lo hará un pueblo victorioso, bajo cuyo cetro estará el mundo. ¿No sabes lo que es el

Mesías?”. Jesús: “Lo sé como vosotros no lo sabéis. Para vosotros, pues, es un hombre que

superando a David y Salomón y a Judas Macabeo, hará de Israel la nación reina del mundo”.

Judío: “Así es. Dios lo ha prometido. El Mesías nos vengará, nos hará gloriosos, nos devolverá

nuestros derechos. El Mesías prometido”. Jesús: “Escrito está: «¡No adorarás a otro que no sea

el Señor Dios tuyo!». ¿Cómo podréis adorarme, si en Mí solo veis al Hombre-Mesías?”. Judío:

“¿Y qué otra cosa podemos ver en Ti?”. Jesús: “¿Qué? ¿Y con esos sentimientos habéis venido

a preguntarme? ¡Raza de víboras engañosas y venenosas! Sois hasta sacrílegos. Si en Mí no

podéis ver otra cosa que al Mesías humano y me adoráis, sois unos idólatras. Solo a Dios se

debe la adoración. ■ En verdad os digo que el que os está hablando es más que el Mesías que

vosotros os inventáis, con la misión, las tareas, palacios y poderes, que solo vosotros --

desprovistos de espíritu y de sabiduría-- os imagináis. El Mesías no ha venido a dar a su pueblo

un reino, como creéis. No ha venido a ejercer venganzas sobre otros poderosos. Su Reino no es

de este mundo. Su poder supera a todos los poderes limitados del mundo”. Judío: “Nos

humillas, Maestro. Si eres Maestro y nosotros somos ignorantes, ¿por qué no quieres

instruirnos?”. Jesús: “Hace ya tres años que lo estoy haciendo, y siempre estáis en las tinieblas,

rechazando la Luz”. Judío: “Es verdad. Quizás sea verdad. Pero lo que fue en el pasado, puede

dejar de serlo en el futuro. ¿Es que Tú que tienes piedad de los publicanos y de las prostitutas y

que absuelves a los pecadores, quieres no tener piedad de nosotros, solo porque somos de dura

cerviz y nos cuesta comprender quién eres?”. Jesús: “No es que os cueste. Es que no queréis

comprender. Padecer idiotez no sería una culpa. Dios tiene tantas luces que podrían alumbrar

aun la inteligencia más cerrada, pero llena de buena voluntad. Esto es lo que os falta. Más

bien, tenéis una, sí, que es opuesta. Por esto no comprendéis quién soy”. ■ Judío: “Será como

Tú dices. Estás viendo cuán humildes somos. Te pedimos en el nombre de Dios, responde a

nuestras preguntas, no nos tengas más tiempo a la expectativa. ¿Hasta cuándo nuestro corazón

debe estar en la incertidumbre? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”. Jesús: “Os lo he dicho.

En las casas, plazas, caminos, pueblos, montes, ríos, en las playas del mar, en las fronteras de

los desiertos, en el Templo, en las sinagogas, en los mercados os lo he dicho, y vosotros no

creéis. No hay lugar de Israel que no haya oído mi voz. Hasta los lugares que abusivamente

llevan el nombre de Israel desde hace siglos, pero que están separados del Templo; hasta los

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lugares que han dado nombre a esta tierra nuestra, pero que de dominadores se convirtieron en

subyugados, y que nunca se libraron de sus errores para venir a la Verdad; hasta la Sirio-

Fenicia, que los rabinos esquivan como tierra de pecado, han oído mi voz y conocido lo que

soy. Os le he dicho, no creéis en mis palabras. He realizado cosas a las que no habéis prestado

un corazón generoso. Si lo hubierais hecho con espíritu sincero, habríais llegado a creer en Mí.

Aquellos que tienen buena voluntad, que me siguen, porque me reconocen como a su Pastor,

han creído a mis palabras y al testimonio que dan mis obras”.

* “Dices: «Si Dios hizo todo por fin bueno, ¿hizo incluso al Demonio por fin bueno?». Te

digo: No. Satanás no es obra de Dios sino de la libre voluntad del ángel rebelde... Ni Dios

es insuficiente sino perfecto... Os dio el libre arbitrio... Dios, del Mal, saca un fin bueno”.- ■ Jesús: “¿Qué? ¿Creéis acaso que lo que Yo hago no tiene un fin útil para vosotros, útil para

todas las criaturas? Desengañaos. No penséis que lo útil está en la salud que una persona

recupera por mi poder, o en la liberación de uno u otro de la posesión o del pecado. Esta es una

utilidad circunscrita al individuo. Demasiado poco para ser la única utilidad respecto a la

potencia y fuente de donde procede, que es sobrenatural, y más que sobrenatural: divina. Hay

una utilidad colectiva de las obras que realizo. La utilidad de quitar toda duda a los que dudan,

de convencer a los contrarios, además de robustecer cada vez más la fe de los que creen. Para

esta utilidad colectiva, en favor de todos los hombres, presentes y futuros (porque mis obras

darán testimonio de Mí ante los que vendrán, y los convencerán en lo que se refiere a Mí), mi

Padre me da poder de hacer lo que hago. En las obras de Dios nada se hace sin un fin bueno.

Recordadlo siempre. Meditad sobre esta verdad”. ■ Jesús deja de hablar por un instante. Fija su

mirada en un judío que está cabizbajo y luego añade: “Tú estás pensando así, tú, el del vestido

de color de oliva madura, te estás preguntando si Satanás tiene también un fin bueno. No seas

necio poniéndote en contra de Mí y buscando el error en mis palabras. Te respondo que Satanás

no es obra de Dios, sino de la libre voluntad del ángel rebelde. Dios le había hecho un

ministro suyo glorioso, y, por lo tanto, le había creado con un fin bueno. Mira ahora, tú que,

hablando contigo mismo, dices: «Entonces Dios es un necio, porque había donado la gloria a

un futuro rebelde y confiado sus deseos a un desobediente». Te respondo: Dios no es insipiente,

sino perfecto en sus acciones y pensamientos. Él es el Perfectísimo. Las criaturas, incluso las

más perfectas, son imperfectas. Siempre en ellas hay un punto de inferioridad respecto a Dios.

Pero Dios, que ama a las criaturas, les ha concedido la libertad de arbitrio, para que a través

de ella la criatura se perfeccione en la virtud y se haga, por tanto, más semejantes a su Dios y

Padre. Y te digo más, a ti, que te burlas y astutamente buscas error en mis palabras: que del

Mal, que voluntariamente se formó, Dios todavía saca un fin bueno: el de servir para hacer

a los hombres poseedores de una gloria merecida. Las victorias sobre el Mal son la corona de

los elegidos. Si el mal no pudiese suscitar una consecuencia buena para aquellos que quieren

con buena voluntad, Dios lo habría destruido. Porque nada de cuanto hay en la Creación debe

estar totalmente privado de incentivo y de consecuencias buenos. ¿No respondes? ¿Te cuesta

trabajo declarar que he leído tu corazón y que tus raciocinios injustos han sido destruidos? No te

obligaré a hacerlo. En presencia de todos te dejaré en tu soberbia. No te exijo que me declares

victorioso, pero cuando estés con estos, semejantes a ti, y con quienes te enviaron, confiesa

entonces que Jesús de Nazaret leyó tus pensamientos y que destrozó tus objeciones con la única

arma de su palabra de verdad. Pero vamos a dejar esta interpretación personal y a volver a los

muchos que me estáis escuchando. Si siquiera, de tantos, uno, por mis palabras, convirtiera su

espíritu a la Luz, resultaría recompensada mi fatiga por hablar a piedras, es más, a sepulcros

llenos de víboras”.

* “Vosotros no comprendéis lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre

su Origen y distinguirla entre mil otras voces de falsos profetas”.- ■ Jesús: “Estaba diciendo

que los que me aman, me han reconocido por su Pastor por mis palabras y obras. Pero vosotros

no creéis, no podéis creer, porque no sois de mis ovejas. ¿Qué sois vosotros? Os lo pregunto.

Preguntáoslo en lo íntimo de vuestro corazón. No sois unos tontos. Podéis conoceros conforme

a lo que sois. Basta que escuchéis la voz de vuestra alma, que no se siente tranquila de seguir

ofendiendo al Hijo de Aquel que la ha creado. Pero vosotros, pese a que sepáis lo que sois, no lo

confesaréis. No sois humildes ni sinceros. Yo os diré lo que sois. Sois en parte lobos, en parte

machos cabríos salvajes. Pero ninguno de vosotros, a pesar de la piel de cordero que lleváis para

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aparentar que lo sois, es verdadero cordero. Bajo la lana blanda y blanca tenéis toda clase de

colores chillones, cuernos puntiagudos, colmillos de cabro o garras de fiera, y queréis seguir

siendo eso porque os gusta serlo, y soñáis con la ferocidad y la rebelión. Por eso no me podéis

amar ni seguirme ni comprenderme. Si entráis en el rebaño, es para producir daño, causar dolor

o introducir el desorden. ■ Mis ovejas os temen. Si fuesen como vosotros, os deberían odiar.

Pero ellos no saben odiar porque son los corderos del Príncipe de la Paz, del Maestro del amor,

del Pastor misericordioso. Jamás os odiarán, como tampoco Yo os odiaré jamás. Os dejo a

vosotros el odio, que es el fruto malvado de la triple concupiscencia con el yo desenfrenado

en el animal hombre, que vive olvidado de que es también espíritu, además de carne. Yo me

quedo con lo que es mío: el amor. Y es esto lo que comunico a mis corderos y os ofrezco

también a vosotros para haceros buenos. Si llegaseis a ser buenos, me comprenderíais y

entraríais a formar parte de mi rebaño, siendo semejantes a los que están en él. Nos amaríamos.

Yo y mis ovejas nos amamos. Ellas me escuchan y reconocen mi voz. Vosotros no comprendéis

lo que significa conocer mi voz. Significa no tener dudas sobre su Origen y distinguirla entre

mil otras voces de falsos profetas, como voz verdadera y venida del Cielo. Ahora y siempre,

incluso entre los que se creen, y en parte lo son, seguidores de la Sabiduría, habrá muchos que

no sabrán distinguir mi voz de otras voces que os hablarán de Dios, con mayor o menor justicia,

pero que serán, todas, voces inferiores a la mía...”.

* “Hablaré siempre para que el mundo no se haga todo él idólatra y hablaré a los míos

para que repitan mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que ni

los sabios logran entender”. Pastores ídolos.- ■ Objeta un judío con desprecio, como si

hablase a un deficiente mental: “Dices siempre que pronto te vas a ir, ¿y ahora pretendes decir

que siempre hablarás? Si te marchas, ya no hablarás”. Si la voz de Jesús ha sido un poco severa,

fue al principio cuando se dirigió a los judíos y luego cuando respondió a las objeciones

interiores del judío aquel. Pero su voz continúa siendo dulce y llena de dolor: “Hablaré siempre,

para que el mundo no se haga todo él idólatra. Y hablaré a los míos, elegidos para que os repitan

mis palabras. El Espíritu de Dios hablará y ellos comprenderán lo que aun los sabios no logran

ni lograrán entender. Porque los estudiosos estudiarán la palabra, la frase, el modo, el lugar, el

cómo, el instrumento a través de los cuales la Palabra habla, mientras que mis elegidos no se

perderán en esos estudios inútiles; antes bien, me escucharán perdidos en el Amor y

comprenderán, porque será el Amor el que hable. Serán capaces de distinguir las páginas

adornadas de los doctos o las engañosas de los falsos profetas, de los rabinos hipócritas, que

enseñan doctrinas no correctas, o enseñan lo que ellos no practican, de las palabras sencillas,

verdaderas, profundas que procederán de Mí. Pero el mundo los odiará por esto, porque el

mundo me odia a Mí-Luz y odia a los hijos de la Luz, el tenebroso mundo que desea las

tinieblas que le favorecen para pecar. ■ Mis ovejas me conocen y me conocerán y me seguirán

siempre, incluso por los caminos de sangre y dolor que Yo seré el primero en recorrer y ellas,

detrás de Mí, también recorrerán. Los caminos que conducen las almas a la Sabiduría. Los

caminos hechos luminosos por la sangre y el llanto de los perseguidos por enseñar la justicia,

caminos hechos luminosos para que resplandezcan en la oscuridad del humo del mundo y de

Satanás, y sean como estelas de estrellas para guiar a quienes buscan el Camino, la Verdad, la

Vida, y no hallan a nadie que hacia ellos los guíe. Porque de esto tienen necesidad las almas: de

alguien que las conduzca a la Vida, a la Verdad, al Camino bueno. ■ Dios es misericordioso

para con las almas que buscan y no encuentran, no por su culpa, sino por desidia de

pastores ídolos. Dios es piadoso para con aquellas almas que, abandonadas a sus propias

fuerzas, se extravían y son acogidas por los ministros de Lucifer, dispuestos a acogerlas para

hacerlas prosélitas de sus doctrinas. Dios es misericordioso para con aquellos que caen en el

engaño por el simple hecho de que los rabíes de Dios, los llamados rabíes de Dios, se han

desinteresado de ellos. Dios se muestra compasivo con todos estos que caminan hacia el

desaliento, la oscuridad, la muerte por culpa de los falsos maestros, que de maestros no tienen

más que las vestiduras y el orgullo de que así los llamen. ■ Y para estas pobres almas, de la

misma forma que envió a los profetas para su pueblo, de la misma forma que me ha enviado a

Mí para el mundo entero, así, después de Mí, también enviará a los servidores de la Palabra, de

la Verdad y del Amor, para repetir mis palabras. Porque son mis palabras las que dan la Vida.

De manera que mis ovejas de ahora y del futuro tendrán la Vida que les doy a través de mi

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Palabra, que es Vida eterna para quien la acoge, y no perecerán jamás y ninguno los podrá

arrancarlas de mis manos”.

* “El Padre y Yo somos Uno, una sola cosa”.- Una reflexión sobre el abandono del Viernes

Santo.- ■ Un airado judío, a quien sus compañeros hacen eco, replica: “Nosotros nunca hemos

rechazado las palabras de los verdaderos profetas. Siempre hemos respetado a Juan, que ha sido

el último profeta”. Jesús: “Murió hace tiempo para no despertar vuestro odio y ser perseguido

también por vosotros. Si viviese todavía entre los vivos, el «no es lícito», que dijo por un

incesto carnal, os lo diría también a vosotros, que cometéis adulterio espiritual fornicando con

Satanás contra Dios. Y le mataríais, de la misma manera que queréis matarme a Mí”. Los judíos

se agitan furiosos como las abejas, prontos a picar, cansados de tener de fingirse mansos. Pero

Jesús no se preocupa. Levanta la voz para dominar el avispero y grita: “¿Y me habéis

preguntado que quién soy? ¡Hipócritas! ¿Decíais que queríais saber para estar seguros? ¿Y

ahora decís que Juan fue el último profeta? Dos veces os condenáis por pecado de mentira: una,

porque decís que no habéis jamás rechazado las palabras de los verdaderos profetas; la otra,

porque, diciendo que Juan es el último de los profetas y que creéis en los verdaderos profetas,

excluís que Yo sea también profeta, al menos profeta, y profeta verdadero. ¡Bocas mentirosas!

¡Corazones de engaño! ■ Sí, en verdad, en verdad Yo aquí en la casa de mi Padre proclamo que

soy más que un Profeta. Yo tengo lo que mi Padre me ha dado. Lo que mi Padre me ha dado es

más precioso que todo y que todos, porque es algo en que ni la voluntad ni el poder de los

hombres pueden meter sus manos rapaces. Yo tengo lo que Dios me ha dado y que, aun estando

en Mí, siempre está en Dios, y nadie puede arrebatarlo de las manos de mi Padre, ni a Mí,

porque es la naturaleza divina igual. Yo y el Padre somos Uno, una sola cosa”. El griterío de

los judíos retumba en el Templo: “¡Ah! ¡Horror! ¡Blasfemia! ¡Anatema!”, y una vez más las

piedras usadas por los cambistas y vendedores de animales para mantener estables sus recintos

son el abastecimiento de los proyectiles, listos para lanzar. Pero Jesús se yergue con los brazos

cruzados sobre el pecho. Se sube sobre un banco de piedra para ser más visible y desde allí los

domina con los rayos de sus ojos de zafiro. Domina y flecha. Se muestra tan majestuoso que los

paraliza. En vez de lanzar las piedras, las echan a un lado o las conservan en las manos, pero ya

sin atreverse a lanzarlas contra Él. Los gritos también se calman envueltos en un temor extraño.

Es verdaderamente Dios quien mira en Jesús. Y, cuando Dios mira así, el hombre, aún el más

protervo, empequeñece, se espanta. ■ Y me pongo a pensar en qué misterio se esconde en que

los judíos hayan podido manifestarse tan crueles el día del Viernes Santo; qué misterio, en la

ausencia de este poder de dominación en Jesús en aquél día. Verdaderamente era la hora de las

Tinieblas, la hora de Satanás, y sólo ellos reinaban... La Divinidad, la Paternidad de Dios había

abandonado (2) a su Mesías, y Él no era más que la Víctima.

* “No te lapidamos por tus buenas obras sino por tu blasfemia; siendo hombre, te haces

Dios”.- Dioses e Hijos del Altísimo.- ■ Jesús sigue en esta posición por unos segundos. Luego

continúa hablando a esta turba vendida y vil, que ha perdido toda su prepotencia ante una

mirada divina: “¿Y entonces? ¿Qué queréis hacer? Me preguntasteis que quién era. Os lo he

dicho. Os habéis puesto furiosos. Os he recordado las cosas que he hecho, os he puesto ante

vuestros ojos y vuestra memoria muchas obras buenas provenientes de mi Padre y cumplidas

con el poder que me viene de mi Padre. ¿Por cuál de estas obras me queréis apedrear? ¿Por

haber enseñado la justicia? ¿Por haber traído a los hombres la Buena Nueva? ¿Por haber venido

a invitaros al Reino de Dios? ¿Por haber curado a vuestros enfermos, dado la vista a vuestros

ciegos, dado movimiento a los paralíticos, palabra a los mudos; por haber liberado a los

poseídos, resucitado a los muertos, favores a los pobres, perdonado a los pecadores; por haber

amado a todos, incluso a los que me odian, a vosotros y a los que os envían? ¿Por cuál, pues, de

estas obras me queréis apedrear?”. Judíos: “No te lapidamos por las buenas obras que has

hecho, sino por tu blasfemia; porque Tú, siendo hombre, te haces Dios”. ■ Jesús: “¿No está

escrito en vuestra Ley: «Yo dije: vosotros sois dioses e hijos del Altísimo»? (Sal 81,6). Ahora bien,

si Dios a aquellos a quienes habló llamó «dioses» dando un mandato: el de vivir de modo que la

semejanza y la imagen respecto a Dios, que están en el hombre, aparezcan en modo manifiesto y

que el hombre no sea ni demonio ni bruto; si la Escritura llama «dioses» a los hombres, la

Escritura, palabra enteramente inspirada por Dios (y, por tanto, no puede ser modificada ni

anulada según el gusto e interés del hombre); entonces ¿por qué me decís que blasfemo, Yo,

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consagrado y enviado al mundo por el Padre, porque digo: «Soy Hijo de Dios»? Si no hiciera

las obras de mi Padre, razón tendrías en no creer en Mí. Pero las hago. Y vosotros no queréis

creer en Mí. Creed, entonces, por lo menos en estas obras, para que sepáis y reconozcáis que el

Padre está en Mí y que Yo estoy en el Padre”.

* Jesús rescatado de la ira de los judíos por los legionarios romanos.- ■ El huracán de gritos

y de violencia ruge con mayor fuerza. De una de las terrazas del Templo, en que se habían

escondido sacerdotes, escribas y fariseos, graznan muchas voces: “Apoderaos de ese blasfemo.

Su culpa es ya pública. Todos hemos oído. ¡Muerte al blasfemo que se proclama Dios! Dadle el

mismo castigo que al hijo de Salumit de Dabri. ¡Llévasele fuera de la ciudad y lapídesele!

Tenemos todo el derecho. Escrito está: «El blasfemo es reo de muerte» (Lev. 24,10-16.). Los gritos

de los jefes agudizan la ira de los judíos, que tratan de apoderarse de Jesús y de entregarle

maniatado a los magistrados del Templo, que acuden, seguidos por los guardias del Templo. ■

Pero más rápidos que ellos son una vez más los legionarios, que, vigilando desde la torre

Antonia, han seguido atentos el tumulto y salen del cuartel y vienen hacia el lugar donde se

grita. Y no respetan a nadie. Las astas de sus lanzas rebotan sobre cabezas y espaldas. Y se

incitan unos a otros a aplicarse contra los judíos, diciendo agudezas e insultos: “¡A vuestras

cuevas, perros! ¡Fuera de aquí! Licinio, dale duro a ese tiñoso. ¡Fuera! ¡El miedo os hace

apestar más que nunca! ¿Pero qué coméis, cuervos, para apestar así? Tienes razón, Basso. Se

purifican pero apestan. ¡Mira allá a aquel narigudo! ¡A la pared, a la pared, que tomamos los

nombres! ¡Y vosotros búhos, bajad de allá arriba! Os conocemos. El centurión dará una buena

relación al Procónsul. ¡No, a ése déjalo! Es un apóstol del Rabí. ¿No ves que tiene cara de

hombre y no de chacal? ¡Mira, mira, cómo huyen por aquella parte! ¡Déjales ir! ¡Para tenerlos

convencidos habría que clavarlos a todos en las astas! ¡Solo así los tendríamos domados! ¡Ojalá

fuera mañana! ¡Ah, pero tú estás atrapado y no te escapas! Te vi. ¿Eh? Fuiste quien arrojó la

primera piedra. Responderás por haber dado a un soldado de Roma... También éste. Nos

maldijo, imprecando contra las banderas. ¿Ah, sí? ¿De veras? Ven, que vamos a enamorarte de

ellas en nuestras mazmorras...”. Y de este modo, cargando e insultando, apresando a unos y

poniendo en fuga a otros, los legionarios limpian el amplio patio. Cuando los judíos ven que dos

de los suyos han sido arrestados, muestran su vileza: o huyen cacareando como una parvada de

gallinas al ver el gavilán o se arrojan a los pies de los soldados para suplicar piedad con un

servilismo y adulación repugnantes... ■ He perdido de vista a Jesús. No puedo decir a dónde se

habrá ido, ni por qué puerta, salido. Durante la confusión vi tan solo las caras de los hijos de

Alfeo y de Tomás, que luchaban por abrirse paso, y las de algunos discípulos pastores. Después

también las de ellos se me perdieron de vista y no ha quedado más que ese montón de pérfidos

judíos que corren acá y allá para evitar que los capturen y que los legionarios los reconozcan,

pues tengo la impresión que para los legionarios es un motivo de júbilo dar duro sobre ellos y

resarcirse de todo el odio con que saben que son... pagados. (Escrito el 9 de Diciembre de 1946).

······································· 1 Nota : Cfr. Ju.10,22-39.

2 Nota : “Dios abandonó a su Mesías”.- Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado

de Jesús, destruyendo así la unión hipostática de la Naturaleza divina y Naturaleza humana, sino en el sentido que usa

el mismo S. Mateo en 27, 47 y S. Marcos en 15,34. Por lo tanto, de una separación sólo aparente, aunque muy

dolorosa. Poco antes de morir dijo sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del salmo 21: “Dios mío, Dios mío,

¿por qué me has abandonado?”.

. --------------------000--------------------

8-540-309 (9-237-732).- La Madre, confiada a Juan.

* “Juan, moriré con una gota de dulzura en mi océano de dolor si te veo «hijo» para

con mi Madre”.- ■ Jesús y Juan van conversando. Deben haber encontrado en los días

anteriores algunos pastores en cuya compañía han debido hacer un alto, porque hablan de ellos.

Hablan también de un niño curado. Dulcemente, queriéndose. Aun cuando callan, se hablan con

sus corazones, mirándose con la mirada de quien se siente feliz de estar con un amigo íntimo.

Se sientan para descansar y comer algo, reanudan la marcha, siempre con ese aspecto de paz

que da paz a mi corazón sólo con verlo... Jesús: “Juan, escúchame. Dentro de no mucho...”. Juan,

inmediatamente, interrumpiéndole, pregunta: “¿Qué, Señor?”, y le agarra un brazo y le

detiene para mirarle a la cara, con ojos de preocupación escrutadora, con cara pálida. Jesús:

540.2

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“Dentro de poco tiempo, se cumplen tres años que empecé a evangelizar. Todo lo que había que

decir a las gentes lo he dicho. Quienes quieren amarme y seguirme tienen ya los elementos para

hacerlo, con seguridad. Los demás... Alguno se convencerá con los hechos. La mayor parte

permanecerán sordos también a los hechos. Pero a éstos he de decirles unas pocas cosas. Y las

diré. Porque también hay que observar la justicia, además de la misericordia. Hasta ahora la

misericordia ha callado muchas veces y en muchas cosas. Pero, antes de callar para siempre,

hablará el Maestro incluso con severidad de juez. ■ Pero no quería hablarte de esto. Quería

decirte que dentro de poco, habiendo dicho al rebaño todo aquello que había que decir para

hacerle mío, me recogeré mucho en la oración y me prepararé. Y, cuando no esté orando, me

dedicaré a vosotros. Como hice al principio, haré al final. Vendrán las discípulas. Vendrá mi Madre.

Nos prepararemos todos para la Pascua. Juan, desde ahora te pido que te dediques mucho a las

discípulas. A mi Madre en especial...”. Juan: “¡Mi Señor! ¿Pero qué le puedo dar yo a tu Madre

que Ella no posea sobreabundantemente; con tanta sobreabundancia, que tiene para darnos a todos

nosotros?”. Jesús: “Tu amor. Ponte en el caso de que eres como un segundo hijo para Ella. Ella te

ama y tú la amas. Tenéis un único amor que os une: el amor por Mí. Yo, su Hijo de carne y

corazón, cada vez estaré más... ausente, absorto en mis... ocupaciones. Y Ella sufrirá, porque

sabe... sabe lo que pronto va a venir. Tú debes consolarla incluso por Mí, hacerte tan amigo de Ella,

que pueda llorar en tu corazón y sentirse consolada. Ya estás familiarizado con mi Madre, has

vivido ya con Ella; pero, una cosa es hacerlo como un discípulo que ama reverencialmente a la

Madre de su Maestro, y otra cosa es hacerlo como hijo. Quiero que lo hagas como hijo, para que

Ella sufra un poco menos cuando ya no me tenga”. ■ Juan: “Señor, ¿vas a morir? ¡Hablas como

uno que esté para morir! Me causas aflicción...”. Jesús: “Os he dicho varias veces que debo

morir. Es como si hablara a niños distraídos o a personas con pocas luces. Sí. Voy a morir. Se lo

diré también a los otros. Pero más tarde. A ti te lo digo ahora. Recuérdalo, Juan”. Juan: “Yo me

esfuerzo en recordar tus palabras, siempre... Pero éstas son tan dolorosas...”. Jesús: “Que haces

de todo para olvidarlas. ¿Quieres decir eso? ¡Pobre muchacho! No eres tú el que olvida, ni eres

tú el que recuerda. Tú y tu voluntad. Es tu misma humanidad la que no puede recordar esta

cosa que supera con mucho su capacidad de resistencia, esa cosa inmensamente grande --y no

sabes siquiera cabalmente cuán grande, monstruosa será--; esa cosa tan grande, que te atonta

como un peso caído de lo alto encima de tu cabeza. Y, a pesar de todo, es así. Ya pronto

iré a la muerte. Y mi Madre se quedará sola. Moriré con una gota de dulzura en mi

océano de dolor si te veo «hijo» para con mi Madre...”. Juan: “¡Oh, mi Señor! Si voy a ser

capaz... si no me sucede como en Belén, sí, lo haré (1). Velaré con corazón de hijo. ¿Pero qué

podré darle que la consuele si te pierde a Ti? ¿Qué le voy a poder dar, si yo también estaré

como uno que ha perdido todo, entontecido por el dolor? ¿Cómo lograré hacer esto, yo que no he

sabido velar y padecer ahora, en la calma, durante una noche y por un poco de hambre? ¿Cómo

voy a lograr hacer esto?”. Jesús: “No te intranquilices. Ora mucho en este tiempo. Te tendré

mucho conmigo y con mi Madre. Juan, tú eres nuestra paz. Y lo seguirás siendo cuando llegue

el momento. No temas, Juan. Tu amor hará todo”. Juan: “¡Oh, sí, Señor! Tenme mucho contigo.

A mí, ya lo sabes, no me gusta el hacerme patente, el hacer milagros; yo sólo quiero y sólo sé

amar...”. Jesús le besa una vez más en la frente, hacia la sien, como en la gruta... (Escrito el 16

de Diciembre de 1946).

·········································· 1 Nota : Se refiere a la gruta de Belén, donde Jesús, buscando soledad, había llegado después de la Fiesta de la

Dedicación del Templo, una vez de dar precisas instrucciones a sus apóstoles. Juan, con la venia de Pedro –que había

juzgado imprudente dejar solo a Jesús en estos momentos de peligro--, siguiendo ocultamente a Jesús había llegado

también a la gruta, quedándose a cierta distancia, cauto para no ser visto ni oído. Sin embargo, Juan, después de dos

días de espera, acuciado por el frío y el hambre, no tuvo más alternativa que acercarse a Jesús en demanda de ayuda.

. --------------------000--------------------

(<La resurrección de Lázaro ha sido el detonante que ha obligado al Sanedrín a actuar de inmediato

contra Jesús. Para ello ha emitido el decreto de su captura, que ha sido leído en las Sinagogas. Ante esta

amenaza, Jesús se ha refugiado con sus apóstoles en tierras de Samaria, concretamente en Efráin, «porque

aún el tiempo no ha llegado». Aquí desarrolla su actividad evangélica junto con sus apóstoles. Más tarde

llegarán también la Madre y algunas mujeres discípulas. Aquí llegan también José de Arimatea y

540.4

1

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Nicodemo acompañados de Mannaén para advertirle que el Sanedrín conoce su paradero. En la

conversación con estos últimos se suscita el viejo tema de los samaritanos>).

.

9-560-28 (10-21-139).- “Hubierais deseado una manifestación violenta mía pero Yo soy el

Hombre abatido, como le vieron los profetas. Por ello, pocos le reconocerán por el verdadero

Mesías”.

* “Se acerca la hora de mi manifestación completa”.- ■ Les dice Jesús: “Los samaritanos,

José, no tienen en su corazón esa maligna serpiente que tenéis vosotros. Ellos no temen ser

despojados de ninguna prerrogativa. No tienen que defender intereses sectarios ni de casta. No

tienen nada, aparte de una instintiva necesidad de sentirse perdonados y amados por Aquel al

que sus antepasados ofendieron y al que ellos siguen ofendiendo al permanecer fuera de la

Religión perfecta. Y permanecen fuera porque, siendo orgullosos ellos y siéndolo vosotros, no

se sabe, por ambas partes, deponer el rencor que divide y tender la mano en el nombre del único

Padre. Claro que, aunque ellos tuvieran tanta voluntad como para eso, vosotros la demoleríais,

porque no sabéis perdonar, no queréis arrojar a los pies los prejuicios confesando: «El pasado ha

muerto, porque ha nacido el Príncipe del siglo futuro (Is.9,6-7; 11,10-16) que a todos recoge bajo su

Señal». Yo, en efecto, he venido y recojo. Pero vosotros, ¡oh, vosotros consideráis siempre

anatema incluso aquello que Yo he juzgado digno de ser recogido”. ■ José de Arimatea: “Eres

severo con nosotros, Maestro”. Jesús: “Soy justo.¿Podéis, acaso, decir que en vuestro corazón

no me criticáis por ciertas acciones mías? ¿Podéis afirmar que aprobáis mi misericordia, igual

con judíos, galileos, samaritanos, gentiles y hasta mayor con éstos y con los grandes pecadores,

porque de ella tienen más necesidad? ¿Podéis asegurarme que no hubierais preferido en Mí

gestos de violenta majestad para manifestar mi origen sobrenatural, y, sobre todo, fijaos bien, y,

sobre todo, mi misión de Mesías según vuestro concepto del Mesías? Decid sinceramente la

verdad: aparte de la alegría de vuestro corazón por la resurrección de nuestro amigo Lázaro, ¿no

habrías preferido, antes que esta resurrección, que Yo hubiera llegado a Betania majestuoso y

cruel, como nuestros antiguos respecto a los amorreos y los de Basán (Núm. 21,21-35), y como

Josué respecto a los de Ai y Jericó, o, mejor aún, haciendo caer con mi voz las piedras y muros

sobre los enemigos, como las trompetas de Josué hicieron respecto a las murallas de Jericó, o

haciendo caer del cielo sobre los enemigos piedras gruesas, como sucedió en el descenso de

Beterón también en los tiempos de Josué (Jos. 6-8;10), o, como en tiempos más recientes (2 Mac.5,1-

4), llamando a celestes jinetes que corrieran por los aires, vestidos de oro, armados de lanzas,

formados en cohortes, y que hubiera movimientos de escuadrones de caballería, y asaltos por

una y otra parte, y estrépito de escudos, y ejércitos con yelmos y espadas desenvainadas, y

lanzamiento de dardos para aterrorizar a enemigos? ■ Sí, habríais preferido esto porque, a pesar

de que me améis mucho, vuestro amor es todavía imperfecto, y la seducción --en cuanto a

desear lo no santo-- se la proporciona vuestro pensamiento de israelitas, vuestro viejo

pensamiento. El que tiene Gamaliel igual que el último de Israel, el que tiene el sumo

Sacerdote, el tetrarca, el campesino, el pastor, el nómada, el que vive en la Diáspora. El

pensamiento fijo de un Mesías conquistador. La pesadilla de quien teme ser aniquilado por Él.

La esperanza de quien ama a la patria con la violencia de un amor humano. El suspiro de quien

está oprimido por otras potencias en otras tierras. No es vuestra culpa. El pensamiento puro

como había sido dado por Dios acerca de lo que Yo soy, se ha ido cubriendo, a lo largo de los

siglos, de escorias inútiles. Y pocos son los que, con dolor suyo, saben restituir a la idea

mesiánica su pureza inicial. ■ Ahora, además --estando ya cercano el tiempo en que será dada

la señal que Gamaliel espera, y con él todo Israel, y llegando ya el tiempo de mi manifestación

completa-- Satanás trabaja para hacer más imperfecto vuestro amor y más torcido vuestro

pensamiento. Es su hora. Yo os lo digo. Y, en esa hora de tinieblas, incluso los que actualmente

ven, o están un poco privados de vista, resultarán ciegos del todo. Pocos, muy pocos, en el

Hombre abatido reconocerán al Mesías. Pocos le reconocerán por verdadero Mesías,

precisamente porque será abatido, como le vieron los profetas. Yo quisiera, por el bien de mis

amigos, que supieran verme y conocerme mientras es de día para poder también reconocerme

desfigurado y verme en las tinieblas de la hora del mundo... Decidme ahora lo que teníais

pensado...”. (Escrito el 23 de Enero de 1947).

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(<Jesús ha emprendido el camino hacia Jerusalén desde Samaria. Le acompañan los apóstoles, la Madre y las

discípulas>). .

9-577-179 (10-38-260).- Tercer anuncio de la Pasión (1).

* Los apóstoles increpan a Iscariote que con sus reproches y quejas critica a Jesús.- ■ Apenas

el alba aclara el cielo, aunque no hace fácil todavía el camino, cuando Jesús sale de Doco que

duerme. Nadie oye las pisadas porque caminan con cautela y las casas están cerradas. Nadie

habla sino hasta que salen fuera de la ciudad, al campo, que se despierta lentamente bajo la

parca luz, lavada con el rocío matinal. Iscariote dice: “Camino inútil y descanso perdido.

Hubiera sido mejor no haber venido hasta aquí”. Santiago de Alfeo le contesta: “No nos trataron

mal los pocos que encontramos. Pasaron la noche sin dormir por escucharnos y para ir a traer a los

enfermos de los alrededores. Estuvo muy bien haber venido. Porque los que, por enfermedad o

por otra razón, no tenían ya esperanzas de ver al Señor en Jerusalén, le vieron aquí y han

recibido el consuelo en su cuerpo y en su alma. Los otros ya sabemos que han partido ya a la

ciudad... Es costumbre de todos nosotros, si se puede, ir unos días antes de la fiesta”, y lo dice

con dulzura, porque así es el carácter de Santiago; todo lo contrario de Judas de Keriot que,

incluso en los momentos buenos, es violento e imperioso. Iscariote: “Precisamente porque

también vamos a Jerusalén era inútil haber venido aquí. Nos habrían oído y visto allí...”.

Bartolomé, en ayuda de Santiago, le replica: “Pero no las mujeres y los enfermos”. Iscariote

hace como que no oye y añade: “Espero al menos que vayamos a Jerusalén, porque ahora lo

dudo después de lo que dijo Jesús a aquel pastor...”. Pedro pregunta: “¿Y a dónde piensas que

vayamos sino a allí?”. Iscariote: “¡Yo qué sé! Todo lo que hacemos desde hace algunos meses

es tan irreal, todo lo contrario a lo previsible, al buen sentido, incluso a la justicia, que...”.

Santiago de Zebedeo, con ojos amenazadores, dice: “¡Oye, aunque te he visto beber leche en

Doco, estás hablando como un borracho! ¿Dónde encuentras las cosas contrarias a la

justicia?”. Y añade gritándole: “¡Basta ya de reproches al Justo! ¿Entiendes que ya basta? No

tienes ningún derecho de reprocharle nada. Nadie lo tiene porque es perfecto, y nosotros... ningu-

no de nosotros lo es, y tú menos que nadie”. Tomás que ha perdido la paciencia, dice: “¡Eso es!

Si estás enfermo cúrate, pero deja de fastidiarnos con tus quejas. Si eres lunático, allí está el

Maestro: dile que te cure y corta ya, ¿eh?”. ■ De hecho Jesús viene detrás con Judas de Alfeo y

Juan ayudando a las mujeres a caminar por el sendero que no es bueno, y todavía está oscuro por

encontrarse en medio de un bosque de olivos. Jesús viene hablando animadamente con las

mujeres sin poner atención a lo que delante de Él se dice. Aunque las palabras no se entienden

bien, pero sí el tono, deja a entender que se ha trabado alguna disputa. Los dos apóstoles, Tadeo

y Juan se miran... pero no hablan. Miran a Jesús y a María. Ésta viene tan envuelta en su manto

que apenas si se ve su rostro y Jesús parece no haber oído. Terminado lo que venían diciendo --

hablaban de Benjamín, y de su futuro, de Sara la viuda de Afeq, que ha ido a establecerse en

Cafarnaúm y es una madre amorosa no sólo con el niño de Giscala, sino con los pequeñuelos de la

mujer de Cafarnaúm, que, casada otra vez, no quería ya a los hijos del primero y que murió luego “tan

mal, que no cabe duda que la mano de Dios se dejó sentir en su muerte” dice Salomé --, Jesús se

adelanta con Judas Tadeo y llega donde los apóstoles, diciendo antes a Juan: “Quédate aquí,

Juan, si quieres. Voy a responder a Judas, que está inquieto y a poner paz”. ■ Pero Juan, después

de haber dado unos cuantos pasos con las mujeres, y visto que el sendero ya no está tan oscuro,

se echa a correr y alcanza a Jesús justo cuando está diciendo: “Tranquilízate, pues, Judas. Nada

irreal haremos, como nunca lo hemos hecho. Tampoco ahora estamos haciendo nada contrario

a lo previsible. Todos saben que todo verdadero israelita, que no está enfermo o impedido por

causas muy graves, sube al Templo. Y al Templo estamos subiendo”. Iscariote: “No todos.

Marziam, según he sabido, no vendrá. ¿Está acaso enfermo? ¿por qué motivo no viene? ¿Tú crees

que puedes sustituirle por el samaritano?”. El tono de Judas es insoportable. Pedro dice entre dientes

“¡Oh, prudencia, amárrame la lengua que soy hombre!”, y aprieta fuertemente sus labios para no

agregar más. Sus ojos, un poco saltones, tienen una mirada conmovedora, por el esfuerzo que

hace por refrenar su indignación y la aflicción de oír hablar a Judas de ese modo.

* “Algunos/as no estarán presentes en la prueba... ni vosotros sois fuertes para soportarla,

pero estaréis pues debéis ser mis continuadores y saber cuán débiles sois para ser

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misericordiosos con los débiles”.- ■ La presencia de Jesús hace que nadie hable, pero Él sí lo

hace con una calma verdaderamente divina: “Venid adelante un poco, para que no oigan las

mujeres. Desde hace días quería deciros algo. Os lo prometí en los campos de Tersa. Quería

que todos estuvieseis presentes. Vosotros. No las mujeres. Dejémoslas tranquilas... En lo que os

voy a decir está la razón por la cual Marziam no estará con nosotros, ni tu madre, Judas de

Keriot, ni tus hijas, Felipe, ni las discípulas de Galilea con la jovencita. Hay cosas que no todos

pueden soportar. Yo como Maestro sé qué cosa es buena para mis discípulos, y sé cuánto

pueden ellos, o no pueden, soportar. Ni siquiera vosotros sois fuertes para soportar la prueba. Y

quedar excluidos de ella sería una gracia para vosotros. Pero vosotros debéis continuarme, y

debéis saber cuán débiles sois, para ser después misericordiosos con los débiles. Por eso

vosotros no podéis ser excluidos de esta terrible prueba que os dará la medida de lo que sois, de

lo que habéis hecho durante estos tres años en que habéis estado conmigo. ■ Sois doce. Vinisteis

á Mí casi al mismo tiempo. No habían pasado muchos días que nos habíamos encontrado

Santiago, Juan y Andrés, hasta el día en que tú, Judas de Keriot, fuiste recibido entre nosotros,

ni hasta el día en que tú, Santiago, hermano mío, y tú, Mateo vinisteis conmigo, para que pueda

justificarse tanta diferencia de formación entre vosotros. Todos vosotros, incluido tú, docto

Bartolomé, no teníais ninguna formación en mi doctrina. Es más, vuestra formación, mejor que

la de muchos del viejo Israel, era un obstáculo para aceptar la mía. El camino que se os mostró

era suficiente para llevaros todos a un mismo punto. Sin embargo, uno ha llegado a él, otros

están cerca, otros no tanto, otros muy atrás, otros... sí, debo decir también esto: en lugar de

adelantar han retrocedido. ¡No os miréis! No busquéis quién sea el primero o el último entre

vosotros. Aquel que tal vez se cree el primero, y es considerado el primero por los demás, tiene

todavía que tomarse el pulso a sí mismo. Aquel que se cree el último está para brillar en su

formación como una estrella del cielo. Por esto, una vez más, os digo: no juzguéis. Los hechos

hablarán muy claro. Por ahora no podéis comprender, pero pronto, muy pronto os acordaréis de

mis palabras y las comprenderéis”. Andrés se lamenta: “¿Cuándo? Nos has prometido que nos

dirías, que nos darías una explicación de por qué la purificación pascual será distinta este año,

pero no nos lo dices nunca”.

* “El Cordero de Dios será levantado como la serpiente de metal de Moisés, como señal...

Esta es la prueba que os espera: El Hijo del hombre pronto será entregado... condenado a

muerte en una cruz... resucitará al 3º día”,-■ Jesús: “De esto os quiero hablar. Porque aquéllas

palabras y éstas constituyen una única cosa, pues tienen una única raíz. Mirad, estamos subiendo

a Jerusalén para la Pascua. Allí se cumplirán todas las cosas dichas por los profetas respecto al

Hijo del hombre. En verdad, como vieron los profetas, como ya estaba predicho en la orden

dada a los hebreos al salir de Egipto, como fue ordenado a Moisés en el desierto, el Cordero de Dios

muy pronto va a ser inmolado y su sangre muy pronto va a bañar las jambas de los corazones, y

el ángel de Dios pasará sin hacer daño a los que tengan sobre sí, y con amor, la Sangre del

Cordero inmolado, que muy pronto va a ser levantado, como la serpiente de metal en el palo

transversal, para que sea señal para los que han sido heridos por la serpiente infernal, para

que sea salvación de los que lo miren con amor. ■ El Hijo del hombre, vuestro Maestro Jesús,

muy pronto va a ser entregado en mano de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y de

los Ancianos, los cuales le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles para que sea

escarnecido. Será abofeteado, herido, escupido, arrastrado por las calles como un harapo

inmundo y luego los gentiles, después de haberle flagelado y coronado de espinas, le

condenarán a morir en una cruz, en la que mueren los malhechores. El pueblo hebreo, reunido en

Jerusalén, pedirá su muerte en lugar de la de un ladrón, y así matarán al Hijo del hombre. Pero

así como está escrito en las profecías, después de tres días resucitará. ■ Ésta es la prueba que

os espera, la que demostrará vuestra formación. En verdad os digo, a todos vosotros los que os

creéis perfectos que despreciáis a los que no son de Israel, y aun a muchos de nuestro pueblo, en

verdad os digo que vosotros, el grupo selecto de mi rebaño, cuando apresen al Pastor, seréis

presa del miedo y huiréis a la desbandada, como si los lobos, que por todas partes os atacarán,

os fuesen a desgarrar. Pero os lo digo de antemano: no temáis, que no os quitarán ni un solo

cabello. Yo seré suficiente para saciar a los lobos feroces...”. ■ Conforme Jesús va hablando, los

apóstoles parecen estar bajo una lluvia de piedras. Incluso se van encorvando van cada vez más,

mientras Jesús va hablando. Al terminar dice: “Y todo esto que os acabo de decir está ya muy

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cerca; no es como las otras veces, que todavía faltaba tiempo. Ya ha llegado la hora. Voy para ser

entregado a mis enemigos e inmolado para la salvación de todos. Y esta flor todavía no habrá

perdido sus pétalos, después de haber florecido, y Yo ya estaré muerto”. ■ Cuando termina así

quién se lleva las manos a la cara, quién llora como si le estuvieran hiriendo. Iscariote está lívido,

literalmente lívido... El primero que se sobrepone es Tomás que proclama: “Esto no te sucederá,

porque te defenderemos o moriremos juntos contigo, y así demostraremos que te habíamos

alcanzado en tu perfección y que éramos perfectos en el amor hacia Ti”. Jesús le mira sin

responder. Bartolomé, después de un silencio meditativo, dice: “Has dicho que serás entregado...

Pero ¿quién, quién puede entregarte en manos de tus enemigos? Eso no está escrito en las

profecías. No. No está dicho. Sería demasiado horrible que un amigo tuyo, un discípulo tuyo, un

seguidor tuyo, aunque fuese el último de todos, te entregase en manos de los que te odian. ¡No!

Quien te ha oído con amor, aunque hubiera sido una sola vez, no puede cometer semejante

crimen. Son hombres, no bestias feroces ni Satanás. ¡No, Señor mío! Ni siquiera los que te

odian lo podrán... Tienen miedo del pueblo y ¡el pueblo estará, por entero, a tu alrededor!”.

Jesús mira también a Natanael y no habla. Pedro y Zelote hablan animadamente entre sí.

Santiago de Zebedeo regaña a su hermano porque le ve tranquilo, Y Juan responde: “Es

porque hace tres meses lo sé” y dos lágrimas caen por su rostro. Los hijos de Alfeo hablan con

Mateo que, desconsolado, menea la cabeza. ■ Andrés se vuelve a Iscariote: “Tú que tienes

tantos amigos en el Templo...”. Iscariote rebate: “Juan mismo conoce a Anás”, y añade: “¿Qué

quieres que se haga? ¿Qué puede valer la palabra del hombre, si así está predestinado?”. Tomás

y Andrés le preguntan simultáneamente: “¿Crees de verdad en esto?”. Iscariote responde: “No.

Yo no creo nada. Son alarmas inútiles. Ha dicho bien Bartolomé. Todo el pueblo estará con Jesús.

Se ve ya por la gente que vamos viendo por el camino. Y será un triunfo. Veréis que será así”.

Andrés, señalando a Jesús que se ha quedado a esperar a las mujeres, dice: “¿Pero entonces,

¿por qué Él?...”. Iscariote: “¿Que por qué lo dice? Porque está impresionado... y porque nos

quiere probar. Pero no sucederá nada. Y yo iré por mi parte...”. Andrés suplica: “¡Sí, sí! Ve a

ver...”. Dejan de hablar porque Jesús los sigue en medio de su Madre y María de Alfeo. (Escrito

el 8 de Marzo de 1947).

······································· 1 Nota : Cfr. Mt. 20,17-19; Mc. 10, 32-34; Lc. 18,31-34.

. --------------------000--------------------

(<Hace ya unos días que han llegado a Betania. Hoy, sábado, se celebra una cena en casa de Lázaro y

hermanas. Las discípulas y la afligida Madre han preferido quedarse en la casa contigua de Simón Zelote.

Durante la cena, María Magdalena ha salido de la sala del banquete mientras Marta ponía sobre la mesa

unas bandejas colmadas de frutas>).

.

9-586-259 (10-47-327).- Sábado, víspera de la entrada en Jerusalén.- Cena en Betania (1):

Magdalena unge cabeza y pies de Jesús.

* “Magdalena ha ungido mi cuerpo de antemano para la sepultura”.- ■ Magdalena vuelve a

entrar a la sala. Trae en las manos una jarra de cuello estrecho y terminado en un piquito. El

alabastro es de un precioso color amarillo-rosado, como la piel de ciertas personas rubias. Los

apóstoles la miran, pensando que tal vez haya traído algún raro manjar. Pero María no va al

centro, a donde está su hermana, al interior de la «U» que forman las mesas. No. Pasa por detrás

de los triclinios y va a colocarse entre el de Jesús y Lázaro y el de los dos Santiagos. Destapa la

jarra de alabastro y pone la mano debajo del pico, y recoge algunas gotas de un líquido que sale

lentamente. Un penetrante olor de tuberosas y de otras esencias, un perfume intenso y riquísimo,

se esparce por la sala. Pero María no se siente satisfecha con eso poco que sale. Se agacha y

rompe con un golpe seguro el cuello de la jarra contra el ángulo del triclinio de Jesús. El

estrecho cuello cae al suelo esparciendo sobre los mármoles del suelo gotas perfumadas. Ahora

la jarra tiene una boca amplia y sale el ungüento exuberante. María se pone a la espalda de Jesús

y echa sobre la cabeza de Él el bálsamo denso, y luego lo extiende con las peinetas que se ha

quitado, y repeina la cabellera de Jesús. Su cabeza rubia y rojiza brilla como si fuera de oro

bruñido. La luz de la lámpara que los siervos han encendido se refleja en la cabeza rubia de

Jesús como en un casco de bronce pulido. El perfume es embriagador. Penetra por las narices,

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sube a la cabeza; tan penetrante es, esparcido de esa manera, sin medida, que casi irrita como los

polvos de estornudar. ■ Lázaro, que tiene la cabeza vuelta hacia su hermana, sonríe al ver con

qué cuidado unge y compone los cabellos de Jesús, mientras que no se preocupa de que sus

propios cabellos, no sujetos ya por el ancho peine que ayudaba a las horquillas en su función,

estén descendiendo cada vez más por el cuello y ya estén próximos a soltarse del todo y caer

sobre los hombros. También Marta mira y sonríe. Los demás hablan en voz baja y con diversas

expresiones en sus caras. ■ Pero María no está satisfecha todavía. Queda todavía mucho

ungüento en la jarra, y los cabellos de Jesús, a pesar de ser tupidos, están ya empapados.

Entonces María repite el gesto de amor de un lejano atardecer. Se arrodilla a los pies del

triclinio, desata las correas de las sandalias de Jesús y le descalza los pies; luego, metiendo sus

largos dedos en la jarra, saca toda la cantidad de ungüento que puede, y lo extiende, lo esparce

sobre los pies desnudos, dedo por dedo; luego la planta y el calcañar; y, más arriba, en el tobillo,

que ha descubierto haciendo a un lado el vestido de lino; por último, sobre el empeine de los

pies, y se detiene allí, en los metatarsos, en el lugar por donde entrarán los clavos tremendos, e

insiste hasta que ya no encuentra bálsamo en la jarra. Entonces rompe la jarra contra el suelo, y,

libres ya las manos, se saca las gruesas horquillas, se deshace rápidamente las pesadas trenzas, y

el resto del bálsamo lo echa sobre los pies de Jesús. ■ Judas alza su voz. Hasta ese momento

había estado en silencio, contemplando con mirada de lujuria y de envidia a la hermosísima

mujer y al Maestro cuya cabeza y pies estaban siendo ungidos por ella. Es la única voz clara de

reproche; los otros, no todos, pero sí algunos, habían mostrado un cierto descontento, pero sin

mayor consecuencia. Pero Judas, que incluso se había puesto en pie para ver mejor la unción de

los pies, dice con desaire: “¡Qué derroche inútil y pagano! ¿Qué necesidad había de hacerlo?

¡Y luego no queremos que los jefes del Sanedrín nos critiquen de que hay pecado! Estos son

gestos propios de una cortesana lasciva y no dicen bien, mujer, de la nueva vida que llevas.

¡Demasiado recuerdan tu pasado!”. El insulto es tal que todos se quedan pasmadísimos, de

modo que unos se sientan sobre sus triclinios, otros se ponen de pie, todos miran a Judas, como

a uno que, de pronto, se hubiera vuelto loco. Marta se pone colorada. Lázaro de un brinco se

pone en pie dando un fuerte golpe sobre la mesa. Grita: “En mi casa...” pero luego mira a Jesús

y se refrena. ■ Iscariote: “Sí. ¿Me miráis? Todos habéis murmurado en vuestro corazón. Pero

ahora, por haberme hecho eco vuestro y haber dicho claramente lo que pensabais, sin titubear os

oponéis a mí. Repito lo que he dicho. No quiero, ciertamente, afirmar que María sea la amante

del Maestro. Pero sí digo que ciertos actos no son apropiados ni con Él ni con ella. Es una

acción imprudente, y hasta injusta. Sí. ¿Por qué este derroche? Si ella quería destruir los

recuerdos de su pasado, hubiera podido darme a mí esa jarra y ese ungüento. ¡Por lo menos era

una libra de nardo puro! Y de gran valor. Yo lo habría vendido al menos por trescientos

denarios, que es lo que vale un nardo de tal calidad. Habría dado el dinero a los pobres que nos

asedian. Nunca son suficientes. Y mañana muchísimos serán los que en Jerusalén pedirán una

limosna”. Los demás asienten: “¡Es verdad! Podías haber empleado una parte para el Maestro y

la otra...”. ■ María Magdalena está como si estuviese sorda. Continúa secando los pies de Jesús

con sus cabellos sueltos, que también ahora están espesos en la parte de abajo por el ungüento,

y están más oscuros que en la parte superior de la cabeza. Los pies de Jesús de color marfil viejo

están lisos y blandos, como si se hubieren cubierto de una nueva piel. María pone nuevamente

las sandalias a Jesús. Besa los pies, sorda a todo, menos a lo que no sea su amor por Jesús. ■ Y

Jesús, poniéndole una mano sobre la cabeza, que tiene agachada para el último beso, la defiende

diciendo: “Dejadla en paz. ¿Por qué la afligís y molestáis? No sabéis lo que ha hecho. María ha

realizado en Mí una acción de deber y de amor. Siempre habrá pobres entre vosotros. Estoy ya

para irme. Siempre los tendréis, pero no más a Mí. A ellos podréis darles un óbolo. A Mí, al

Hijo del Hombre entre los hombres, no será posible tributarle ninguna honra, porque así lo

quieren y porque le ha llegado su hora. El amor, a ella, le es luz; ella siente que estoy para morir

y ha querido anticiparle a mi cuerpo las unciones para la sepultura. En verdad os digo que en

cualquier parte que sea predicada la Buena Nueva se hará mención de este acto suyo de amor

profético. Sí, en todo el mundo. Durante todos los siglos. ¡Quiera Dios hacer de cada una de las

criaturas otra María, que no calcula precios, que no abriga apegos, que no guarda el más mínimo

recuerdo del pasado, sino que destruye y pisotea todo lo carnal y mundano, y se rompe y se

esparce como ha hecho con el nardo y el ungüento, sobre su Señor y por amor. No llores, María.

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Te repito ahora aquellas palabras que dije a Simón el fariseo y a Marta tu hermana: «Todo te ha

sido perdonado porque has sabido amar totalmente». «Tú has elegido la mejor parte y no se te

quitará». Quédate en paz, mi hermosa oveja a quien encontré nuevamente. Quédate en paz. Que

los pastos del amor sean en la eternidad tu alimento. Levántate, besa también mis manos, que te

absolvieron y han bendecido... ¡A cuántos han absuelto, bendecido, curado, hecho bien! Y sin

embargo, Yo os aseguro que el pueblo a quien he hecho tantos bienes está preparándose para

torturarlas...”.■ Un silencio pesado se cierne sobre el aire impregnado del fuerte perfume.

María, con los cabellos sueltos por detrás y por delante, besa la mano derecha, que Jesús le ha

ofrecido, y no sabe apartar de esa mano sus labios... Marta, conmovida, se acerca a su hermana,

le recoge los cabellos sueltos, los trenza luego acariciándola, y extendiéndole el llanto sobre las

mejillas tratando de secárselo... Nadie tiene ganas de seguir comiendo... Las palabras de Jesús

hacen a todos pensar. El primero que se levanta es Judas de Alfeo. Pide permiso para retirarse.

Santiago, su hermano, hace lo mismo, y lo mismo hacen Andrés y Juan. Se quedan los otros,

pero ya en pie, para lavarse las manos en las aljofainas de plata que los siervos les presentan.

María y Marta hacen lo mismo con el Maestro y Lázaro. (Escrito el 28 de Marzo de 1947).

········································· 1 Nota : Cfr. Ju. 12,1-11; Mt. 26,6-13; Mc. 14,3-9.

. --------------------000--------------------

9-587-267(10-6-347) El adiós a Lázaro.-Revelación de la Pasión y una encomienda al «amigo».

* Jesús anuncia su muerte de cruz a Lázaro y confirma a Judas como el traidor, Satanás

encarnado (no solo poseído).- ■ Jesús está en Betania. Ya es tarde. Un plácido atardecer de

abril. Desde las grandes ventanas de la sala del banquete se puede ver el jardín de Lázaro que

está en flor; más allá el huerto que parece toda una nube de ligeros pétalos. Perfume del nuevo

verdor, perfume agridulce de flores de árboles frutales, de rosas y de otras flores, se mezcla, y

entra a las habitaciones con la serena brisa del atardecer que hace ondear levemente las cortinas

extendidas en los vanos de las puertas y temblar las llamas de las lámparas. Allí se funden los

perfumes de nardos, convalarias, y jazmines; y forman una esencia singular, recuerdo del

bálsamo con que María Magdalena ungió a su Jesús, que tiene todavía el pelo más oscuro a

causa de la unción. ■ En la sala están aún Simón, Pedro, Mateo y Bartolomé. Los demás tal vez

han ido a otras ocupaciones. Jesús se levanta de la mesa y mira un rollo de pergamino que

Lázaro le ha presentado. María de Mágdala va de acá para allá por la sala... parece una mariposa

atraída por la luz. Lo único que sabe hacer es girar en torno a su Jesús. Marta tiene cuidado de

los criados que recogen la preciosa vajilla, que hay sobre la mesa. Jesús, colocando el folio en

un alto aparador que tiene incrustaciones de marfil en la brillante madera negra, dice: “Lázaro,

Ven. Tengo que decirte algo”. Lázaro, levantándose de su asiento que está cerca de la ventana,

dice: “Voy, Señor”, y sigue a Jesús hacia el jardín en que los últimos rayos del día se mezclan

con el primer claror de la luna. ■ Jesús camina, dirigiéndose más allá del jardín, al lugar donde

está el sepulcro en que fue enterrado Lázaro, y sobre el que ahora hay un rosal, todas florecidas

en la boca vacía. Encima de ésta, en la roca levemente inclinada, está esculpido: “¡Lázaro, sal

fuera!”. Jesús se detiene allí. La casa, oculta por árboles y setos, ya no se ve. Se siente un

silencio completo. Se siente una soledad absoluta. “Lázaro, amigo mío” pregunta Jesús, de pie

ante su amigo, mirándole fijamente con un atisbo de sonrisa en su rostro enflaquecido y más

pálido de lo habitual. “Lázaro, amigo mío, ¿sabes quién soy?”. Lázaro: “Eres Jesús de Nazaret,

mi amado Jesús, mi santo Jesús, mi poderoso Jesús”. Jesús: “Eso para ti. Pero para los demás

¿quién soy?”. Lázaro: “Eres el Mesías de Israel”. Jesús: “¿Y qué mas?”. Lázaro: “El Prometido,

el Esperado... ¿por qué me lo preguntas? ¿Dudas de mi fe?”. Jesús: “No, Lázaro. Pero quiero

confiarte una verdad. Nadie fuera de mi Madre y de uno de mis discípulos, lo sabe. Mi Madre

porque no ignora nada. El discípulo mío porque es copartícipe en esta cosa. A los otros se la he

dicho muchas veces en estos tres años. Pero su amor ha hecho de nepente y escudo ante la

verdad anunciada. No han podido comprender todo...■ Y es mejor que no lo hayan comprendido

para evitar un crimen. Por otra parte inútil, porque lo que debe suceder, debe serlo. Pero Yo

quiero decírtelo ahora esto”. Lázaro: “¿Dudas que te ame menos que ellos? ¿A qué crimen te

refieres? ¿Qué crimen va a cometerse? En nombre de Dios ¡habla!”. Lázaro está excitado. Jesús:

“Voy a decírtelo, claro. No dudo que me ames. Tanto es así que te voy a depositar en ti mi

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última voluntad...”. Lázaro: “¡Oh, Jesús! Esto lo hace quien está próximo a la muerte. Yo lo

hice cuando comprendí que no vendrías, y que yo tenía que morir”. Jesús: “Y Yo debo morir”.

Lázaro: “¡Noooh!”, y lanza un profundo gemido. ■ Jesús: “No grites. Que nadie nos oiga.

Quiero hablarte a solas. Lázaro, amigo mío, ¿tienes idea de lo que sucede en estos momentos en

que estamos juntos, en esta intimidad de amigos, que nunca ha sido turbada? Un cierto tipo, con

otros iguales a él, está contratando el precio con que comprarán o venderán al Cordero. ¿Sabes

cómo se llama el Cordero? Se llama Jesús de Nazaret”. Lázaro: “¡Noooh! Es verdad que tienes

enemigos, pero nadie puede venderte. ¿Quién?... ¿Quién es?”. Jesús: “Uno de los míos. Uno que

ha pensado que le he desencantado, y que, cansado de esperar, quiere librarse de Aquel que ya

no es más que un peligro personal para él. Piensa que puede recobrar una antigua estimación

ante los grandes del mundo. Sin embargo, el mundo de los buenos como el de los malos le

despreciará. Ha llegado a este cansancio de Mí, de la espera de aquello que, con todos los

medios, ha tratado de alcanzar: la grandeza humana. La persiguió primero en el Templo, creyó

alcanzarla con el Rey de Israel, y ahora la busca nuevamente, en el Templo y con los romanos...

Lo espera... Pero Roma, si sabe premiar a sus fieles servidores... sabe también aplastar bajo sus

pies a los denunciantes cobardes. El traidor está cansado de Mí, de la espera, de la carga que

significa el ser bueno. ■ Para quien es malo, ser, tener que fingir ser bueno es un peso

intolerable. Se puede soportar por algún tiempo... pero luego, no se puede más... y la persona se

libra de ella para volver a ser libre. ¿Libre? Eso piensan los malvados... También él lo cree. Pero

no es libertad. El ser de Dios es libertad. Estar contra Dios es prisión de cepos y cadenas, de

argolla, y latigazos, como ningún galeote condenado al remo, como ningún esclavo a trabajos

forzados la soporta bajo el azote del carcelero”. Lázaro: “¿Quién es? Dímelo ¿Quién es?”.

Jesús: “No es necesario”. Lázaro: “Sí que es necesario... ¡ah!... Solo puede ser él: el hombre que

siempre ha sido una mancha de tu grupo, el que hace poco ofendió a mi hermana. ¡Es Judas de

Keriot!”. Jesús: “No. Es Satanás. Dios ha tomado carne en Mí: Jesús. Satanás ha tomado carne

en él: Judas de Keriot. ■ Un día... hace mucho tiempo... en este jardín tuyo, consolé unas

lágrimas y disculpé a un alma que había caído en el fango. Dije que la posesión es el contagio

de Satanás que inocula su veneno en el ser y lo desnaturaliza. Dije que es connubio de un

espíritu con Satanás y con el instinto animal. Pero la posesión es todavía poca cosa respecto a la

encarnación. Yo seré poseído por mis santos y ellos lo serán por Mí. Pero solo en Jesucristo

está Dios como está en el Cielo, porque Yo soy el Dios hecho carne. Única es la encarnación

divina. De igual modo en uno solo estará Satanás, Lucifer, tal y como está en su reino, porque

solo en el asesino del Hijo de Dios Satanás está encarnado. En estos momentos, en que te estoy

hablando, él está ante el Sanedrín, tratando y empeñándose para que me maten. Pero no es él: es

Satanás”.

* “Yo me sentiré morir. Lázaro, ¿qué es el morir, ¿qué recuerdas?“.- “La agonía es el

prepurgatorio de los moribundos”.- ■ Jesús: “Ahora escucha, Lázaro, fiel amigo. Te voy a

pedir algunos favores. Nunca me has negado ninguno. Tu amor ha sido tan grande que, sin faltar

jamás al respeto, ha sido siempre activo a mi lado, con mil ayudas, con muchas prudentes y

oportunas ayudas y con sabios consejos, que Yo siempre acepté porque vi en tu corazón un

verdadero deseo de mi bien”. Lázaro: ¡Oh, Señor mío, mi alegría era pensar en Ti! ¿Qué otra

cosa puedo hacer sino preocuparme por mi Maestro y Señor? ¡Muy poco, muy poco me has

permitido que hiciera yo por Ti! Mi deuda hacia Ti, que has devuelto a María a mi amor y a mi

honor, y a mí a la vida, es tal, que... Oh, ¿por qué me has mandado llamar de la muerte para

hacerme vivir esta hora? Todo el horror de la muerte y toda la angustia de mi alma, tentado por

Satanás al miedo, en el momento en que iba a presentarme ante el Juez eterno, ya los había

superado, ¡y había oscuridad!... ¿Qué te pasa, Jesús? ¿Por qué te estremeces y te pones más

pálido aún de lo que ya de por sí estás? Tu rostro está más pálido que esta blanca rosa que se

marchita bajo los rayos de la luna. ¡Oh, Maestro! Parece como si la sangre y la vida se te fueran

acabando...”. Jesús: “En realidad me siento como uno que está muriendo con las venas abiertas.

Toda Jerusalén --y quiero decir con ello «todos mis enemigos de entre los poderosos de Israel»--

está pegada a Mí con sus ávidas bocas y me extrae la vida y la sangre. Quieren silenciar la Voz

que durante tres años los ha atormentado, aunque sin dejarlos de amar... porque cada una de mis

palabras, aunque era una palabra de amor, era una sacudida que invitaba a su alma a despertar, y

ellos no querían oír a esta alma suya, porque la han amarrado con su triple sensualidad. ¡Y no

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solo los grandes!... sino toda, toda Jerusalén, muy pronto, va a ensañarse con el Inocente y pedir

su muerte... y con Jerusalén Judea... y con Judea Perea, Idumea, la Decápolis, Galilea, Siro-

fenicia...todo, todo Israel reunido en Sión para el «Paso» del Mesías de esta vida a la muerte... ■

Lázaro, tú que estuviste muerto y fuiste resucitado, dime ¿qué cosa es el morir? ¿Qué

experimentaste? ¿De qué te acuerdas?”. Lázaro: “¿El morir?... No recuerdo exactamente lo que

fue. Después de los grandes sufrimientos, me sobrevino un fuerte desfallecimiento... Me parecía

que no sufría más, y que tenía un profundo sueño... La luz, los ruidos se hacían cada vez

débiles, más lejanos... Dicen mis hermanas y Maximino que daba muestras de que sufría

mucho... Pero yo no me acuerdo...”. Jesús: “Entiendo. La piedad del Padre amortigua en los

agonizantes su capacidad intelectual, de modo que sufren únicamente en el cuerpo, que es

el que debe ser purificado por este prepurgatorio que es la agonía. Pero Yo... ¿Y de la

muerte qué recuerdas?”. Lázaro: “Nada, Maestro. Tengo un espacio oscuro en el espíritu. Una

zona vacía. Tengo una interrupción, que no sé cómo llenar, en el curso de mi vida. No tengo

recuerdos. Si mirase en el fondo de ese agujero negro que me tuvo durante cuatro días, a pesar

de ser ya de noche y de estar en la sombra, sentiría --no vería, pero sí sentiría--, el frío húmedo

salir desde sus entrañas y sacudir mi cara. Lo cual es ya una sensación. Pero yo, si pienso en

esos cuatro días, no tengo nada. Nada. Esa es la palabra”. Jesús: “Claro. Los que regresan no

pueden contar... El misterio se revela poco a poco a quien entra en él. Pero Yo, Lázaro, sé lo

que voy a sufrir. Sé que sufriré con pleno conocimiento. No habrá bebidas ni desfallecimiento

que suavicen mi agonía para que sea menos atroz. Yo me sentiré morir. Ya lo estoy sintiendo...

Ya estoy muriendo, Lázaro. Como un enfermo que no tiene remedio, he estado muriendo en

estos treinta y tres años. Y, a medida que el tiempo me ha ido acercando a esta hora, tanto

más se ha acercado la muerte. Antes era solo el morir del saber que había nacido para ser

Redentor, luego fue el morir de quien se ve atacado, acusado, escarnecido, perseguido,

obstaculizado... ¡Qué cansancio!... el morir por tener a mi lado, siempre más cerca, hasta tenerlo

asido a Mí, como un pulpo ase a un náufrago, a aquél que es mi traidor. ¡Qué náusea! Ahora

voy a morir con la angustia de tener que decir «adiós» a los amigos más queridos, y a mi

Madre...”.

* “¿Sabes, Lázaro, quién de entre mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a

ser mi posesión?”.-■ Lázaro: “¡Oh, Maestro!, ¿estás llorando? Sé que lloraste aun delante de

mi sepulcro porque me amabas. Pero ahora... Lloras de nuevo. Estás helado completamente.

Tienes las manos frías como un cadáver. Sufres. Sufres demasiado...”. Jesús: “Soy el Hombre,

Lázaro. No soy solo Dios. Del hombre poseo su sensibilidad y sus afectos. Mi alma se angustia

al pensar en mi Madre... Y con todo te lo aseguro, que esta tortura mía se ha hecho monstruosa

al tener que soportar la cercanía del traidor, el odio satánico de todo un mundo, la sordera de

aquellos que no odian pero tampoco saben amar valientemente, porque para hacerlo así es

necesario llegar a ser como el Amado quiere y enseña... ■ Muchos me aman, es verdad pero

siguen siendo «ellos». No han cambiado su modo de ser por mi amor. ¿Sabes quién de entre

mis más íntimos ha sabido transformarse para llegar a ser mi posesión, como Yo anhelo? Solo

tu hermana, María. Partió de una animalidad completa y pervertida para llegar a una

espiritualidad angelical. Y esto por la única fuerza: que es el amor”. Lázaro: “Tú la redimiste”.

Jesús: “A todos he redimido con mi palabra. Pero solo ella se ha transformado totalmente, a

causa de su gran amor. Pero estaba diciendo antes, que tan monstruoso es mi sufrimiento por

todas esas circunstancias, que no anhelo sino que todo se realice. Mis fuerzas se van doblando...

Será menos pesada la cruz que esta tortura de mi espíritu y de mi corazón”. Lázaro: “¿La cruz?

¡Noooh! ¡Oh, no! ¡Es demasiado atroz! ¡Demasiado infamante! ¡No!”. Lázaro, que ha tenido, en

pie frente a su Maestro, desde hace un rato, entre sus manos las manos heladas de Jesús, las

suelta, y cae sobre el asiento de piedra, se cubre la cara con las manos y llora

desconsoladamente.

* “El mundo tiene necesidad de 2 víctimas, porque el hombre pecó con la mujer. Y la

Mujer debe redimir como el hombre redime.... Dios quiere que esté en mi calvario para

mezclar el agua de su llanto con el vino de mi Sangre en la 1ª misa.- ¿Qué es la Misa?”.- ■

Jesús, que se acerca a él y le pone una mano sobre la espalda, convulsa a causa de los sollozos,

le dice: “¿Entonces? ¿Debo ser Yo, que tengo que morir, el que te consuele a ti que seguirás

viviendo? Amigo, tengo necesidad de fuerzas y de ayuda. Te lo pido. Nadie fuera de ti me

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puede hacer ese favor. Conviene que los otros no lo sepan, porque si lo supiesen... correría

sangre, y no quiero que los corderos se conviertan en lobos, ni siquiera por amor al Inocente. ■

Mi Madre... ¡oh, qué angustia hablar de Ella!... Está muy angustiada ya. También es una

agonizante casi sin fuerzas... Hace treinta y tres años que también está muriendo; y ahora es

toda una llaga como si hubiera sido víctima de un atroz suplicio. Te juro que he combatido entre

la mente y el corazón, entre el amor y la razón, para decidir si era justo alejarla, enviarla a su

casa donde Ella siempre sueña con el Amor que la hizo Madre, y paladea el sabor de su beso de

fuego, y vibra con el éxtasis de aquel recuerdo y, con los ojos de su alma, siempre ve soplar

levemente el aire impulsado y agitado por un resplandor angélico. A Galilea la noticia de mi

muerte llegará casi en el momento en que pueda decirle: «¡Madre, soy el Vencedor!». Pero, no,

no puedo hacer esto. El pobre Jesús, cargado con los pecados del mundo (Is. 52,13-53,12), tiene

necesidad de un consuelo. Y mi Madre me lo dará. El mundo, aún el más pobre del mundo,

tiene necesidad de dos víctimas. Porque el hombre pecó con la mujer; y la Mujer debe

redimir, como el Hombre redime. Pero mientras no suena la hora, a mi Madre le doy

sonrisas... Ella tiembla... lo sé. Siente que se acerca la Tortura. Lo sé. Y siente rechazo de ella

por natural horror y por santo amor, así como Yo siento rechazo de la muerte, porque soy un ser

«vivo» que debe morir. ¡Pero qué terrible sería, si supiese que será dentro de cinco días!... No

llegaría viva a esa hora, y Yo quiero que esté viva para sacar de sus labios fuerzas, como de su

seno saqué la vida. ■ Dios quiere que esté en mi Calvario para mezclar el agua del llanto

virginal con el vino de mi Sangre divina y celebrar la primera Misa. ¿Sabes lo que será la

Misa? No. No lo sabes. No puedes saberlo. Será mi muerte aplicada para siempre al género

humano viviente o purgante. No llores, Lázaro. Ella es fuerte. No llora. Ha llorado desde que se

convirtió en Madre. Ahora no llora más. Se ha crucificado la sonrisa en su rostro... ¿Has visto

qué rostro presenta en esos últimos días? Se ha crucificado la sonrisa para consolarme. ■ Te

ruego que imites a mi Madre. No podía guardar yo solo el secreto. Volví mis ojos a mi

alrededor en busca de un amigo sincero y seguro, y encontré tu mirada leal. Me dije: «A Lázaro

se lo descubriré». Yo, cuando tenías una pena en tu corazón, respeté tu secreto, y me abstuve de

preguntártelo. Te pido igual respeto para el mío, después... después de mi muerte, lo dirás. Dirás

esta conversación. Para que se sepa que Jesús marchó conscientemente a la muerte, y a las

torturas que conocía unió ésta de no haber ignorado nada, ni sobre las personas, ni sobre el

propio destino. Para que se sepa que, mientras todavía podía salvarse, no quiso, porque su amor

infinito por los hombres no anhelaba otra cosa sino consumar el sacrificio por ellos”.

* “Lázaro, congregarás a mis discípulos dispersos”.- ■ Lázaro: “¡Oh, sálvate, Maestro,

sálvate! Te puedo ayudar a que huyas. Esta misma noche. ¡Una vez huiste a Egipto! Huye de

nuevo ahora. Partamos. Tomamos a tu Madre y a mis hermanas. Sabes que nada de mis riquezas

me atrae. Mi riqueza, como la de Marta y María, eres Tú. Partamos”. Jesús: “Lázaro, en aquella

ocasión huí porque no había llegado mi hora. Ahora está ya a la puerta. Y me quedo”. Lázaro:

“Entonces voy contigo. No te abandonaré”. Jesús: “No. Tu te quedas aquí. Puesto que una

licencia concede que quien está dentro de la distancia de un sábado puede consumir el cordero

en su casa; así que tú, como de costumbre, consumirás aquí tu cordero. Sin embargo, deja que

vengan conmigo tus hermanas... para que estén con mi Madre... ¡Oh, qué te celebran, oh Mártir,

las rosas del amor divino! ¡El abismo! ¡El abismo! ¡Y de él ahora suben, y atacan, las llamas del

Odio para morderte el corazón! Tus hermanas, sí; ellas son fuertes y valerosas... y mi Madre

será un ser agonizante, inclinado sobre mi cadáver. Juan no basta. Juan es el amor. Pero todavía

no ha alcanzado la madurez. Madurará y se hará hombre en el suplicio de estos próximos días.

Pero la Mujer tiene necesidad de las mujeres, que atiendan sus horribles heridas. ¿Las dejas ir?”.

Lázaro: “Todo, todo te lo he dado con alegría. ¡Lo único que me afligía es que me pidieras tan

pocas cosas!”. Jesús: “Ya lo ves. De nadie he aceptado tanto como de los amigos de Betania. ■

Ésta ha sido una de las acusaciones que el injusto me ha echado en cara más de una vez. Pero

Yo aquí, entre vosotros, encontraba muchas cosas que consolaban al Hombre de todas sus

amarguras de hombre. En Nazaret era el Dios que se consolaba con la única Delicia de Dios.

Aquí era Yo el hombre. Y antes de subir al patíbulo, te doy gracias, amigo fiel y cariñoso,

amigo gentil y diligente, reservado y docto, discreto y generoso. Te agradezco todo. Mi Padre te

lo pagará después...”. Lázaro: “Ya he recibido todo con tu amor y con la redención de María”.

Jesús: “¡Oh, no! ¡Todavía debes recibir mucho! Escúchame. No te desesperes de este modo.

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Dame tu inteligencia para que Yo pueda decirte lo que todavía te pido. ■ Te quedarás aquí a

esperar...”. Lázaro: “No, eso no. ¿Por qué María y Marta, yo no?”. Jesús: “Porque no quiero que

te vayas a corromper como se van a corromper todos los varones. Jerusalén, en los próximos

días, estará corrompida como lo está el aire que envuelve a una carroña podrida, que revienta de

improviso al golpe que un viajero le dio con el talón. Corrompida y corruptora. Sus miasmas

volverán locos incluso a los menos crueles, incluso a mis propios discípulos, que huirán. Y en

medio de su terror, ¿a dónde irán? Vendrán a tu casa, Lázaro. ¡Cuántas veces, durante estos tres

años han venido en busca de pan, de hospedaje, de defensa, de descanso y del Maestro!...

Volverán. Cual ovejas desbandadas por el lobo que ha matado al pastor correrán al redil.

Júntalos, dales valor. Diles que les perdono. Confío mi perdón en tus manos. Se sentirán

angustiados por haber huido. Les dirás que no caigan en un pecado mayor, que es el de perder la

esperanza de mi perdón”. Lázaro: “¿Huirán todos?”. Jesús: “Todos, menos Juan”. ■ Lázaro:

“Maestro, no vas a pedirme que acoja a Judas, ¿verdad? Haz que me muera en medio de

tormentos, pero no me pidas eso. Muchas veces se estremeció mi mano al sentir la espada,

deseosa de acabar con el oprobio de la familia, y nunca lo hice porque no soy un hombre

sanguinario. Tan solo sentí la tentación. Pero te juro que si vuelvo a ver a Judas, le degüello

como a un cabro de delito”. Jesús: “No le lo volverás a ver. Te lo prometo”. Lázaro: “¿Huirá?

No importa. He dicho: «Si le vuelvo a ver». Ahora te digo: «Le buscaré hasta los confines del

mundo y le mataré»”. Jesús: “No debes desearlo”. Lázaro: “Lo haré”. Jesús: “No podrás,

porque donde está él, no podrás ir”. Lázaro: “¿Dentro del Sanedrín? ¿Dentro del Santo? Allí le

alcanzaré y le mataré”. Jesús: “No estará allá”. Lázaro: “¿En casa de Herodes? Me matarán,

pero antes le mataré”. Jesús: “Estará con Satanás, y tú nunca estarás con Satanás. Pero aparta de

ti inmediatamente este pensamiento homicida, si no, te abandono”. Lázaro: “¡Oh, oh!... Sí.

Por Ti. ¡Oh, Maestro, Maestro!”. Jesús: “Sí. Tu Maestro... ■ Acogerás a mis discípulos. Los

consolarás. Los encaminarás hacia la paz. Yo soy la Paz. Y también después... Después los

ayudarás. Betania será siempre Betania, hasta que el Odio hurgue en este hogar de amor

creyendo desparramar las llamas cuando en realidad lo que hará será esparcirlas por el mundo

para encenderlo por entero. Te bendigo, Lázaro, por todo lo que hiciste y por lo que harás...”.

Lázaro: “Nada he hecho, nada. Me sacaste de la muerte, y no me permites que te defienda.

¿Qué es lo que he hecho, entonces?”. Jesús: “Pusiste a mi disposición tus casas. ¿Ves? Era el

destino. El primer alojo en Sión en una tierra que es tuya. El último también en una de ellas.

Estaba escrito que fuese tu huésped. Pero no me podrás defender de la muerte. ■ Al principio de

esta conversación te pregunté: «¿Sabes quién soy?» Ahora respondo: «Soy el Redentor». El

Redentor debe consumar el sacrificio hasta la última inmolación. Por lo demás, créemelo, que

el que subirá a la cruz y será expuesto a las miradas y burla del mundo no será un ser vivo, sino

un muerto. Yo soy ya un muerto, matado por el no amor, más y antes que por la tortura. ■

Todavía algo más. Mañana temprano iré a Jerusalén. A tus oídos llegará que Sión ha aclamado

como a vencedor a su Rey que entrará montado sobre un asno. No te vayas a hacer ilusiones por

este triunfo y no vayas a juzgar que la Sabiduría, que te está hablando fue no sabia en este

plácido anochecer. Más veloz que la luz de un bólido que aparece en el firmamento y

desaparece por espacios desconocidos, se disipará el entusiasmo del pueblo y dentro de cinco

noches, a esta hora empezará la tortura con un beso de engaño que abrirá las bocas que mañana

gritarán hosannas, para formar un coro de atroces blasfemias y feroces gritos de condena. ■

¡Finalmente, ciudad de Sión, pueblo de Israel, tendrás al Cordero pascual! Lo tendrás en esta

fiesta. Es la Víctima preparada desde hace siglos. El Amor la engendró y se preparó por tálamo

un seno en que no hubo mancha. Y el Amor la consuma. Aquí está. Es la Víctima consciente.

No como el cordero que, mientras el carnicero afila el cuchillo para degollarlo, todavía come la

hierbecilla del huerto, o, ignorante mama todavía la leche materna. Yo soy el Cordero que

consciente dice adiós a la vida, a la Madre, a los amigos, y va al sacrificador y le dice: «¡Aquí

me tienes!». ■ Yo soy el Alimento del hombre. Satanás ha suscitado un hambre que jamás se ha

saciado, que no puede saciar. Solo un alimento puede saciar esa hambre porque la quita. Y ese

Alimento está aquí. Aquí está, ¡hombre!, tu Pan. Aquí tu Vino. Celebra la Pascua, ¡oh linaje

humano! Atraviesa tu mar, rojo por las llamas satánicas. Lo pasarás teñido con mi Sangre, ¡oh

raza humana! preservada del fuego infernal. Puedes pasar. Los cielos, advertidos de mi deseo,

ya entreabren las puertas eternas. ¡Mirad, almas de los muertos! ¡Mirad, hombres vivientes!

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¡Mirad, almas que seréis incorporadas en los siglos futuros! ¡Mirad, ángeles del paraíso! ¡Mirad,

demonios del Infierno! ¡Mira, oh Padre! ¡Mira, oh Paráclito! La Víctima sonríe. No llora más.

Todo está dicho. Adiós, amigo. No te veré más antes de mi muerte. Démonos el beso de

despedida. Y no dudes. Te dirán: «¡Era un loco! ¡Era un demonio! ¡Un mentiroso! ¡Murió y

decía ser la Vida!». A ellos y sobre todo a ti respóndete: «Era y es la Verdad y la Vida». Él es

el Vencedor de la muerte. Lo sé. No puede ser el eterno muerto. Yo le espero. Y, antes de que se

consuma todo el aceite de la lámpara que el amigo, invitado a las bodas del Triunfador, tiene

preparada para iluminar al mundo, Él, el Esposo, volverá. Y esta vez la luz jamás será apagada”.

Cree esto, Lázaro. obedece mi deseo. ¿Oyes a este ruiseñor, cómo canta después de que se calló

al oír tu llanto? Haz tú también lo mismo. Que tu alma, después de que haya llorado por mi

muerte, que cante el himno seguro de tu fe. Sé bendito por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu

Santo”. (Escrito el 2 de Marzo de 1945).

* ¡Cuánto he sufrido! ¡Durante toda la noche, desde las 23 del jueves, 1º Marzo, hasta las 5 de la

mañana del viernes! He visto a Jesús en una angustia casi como la de Getsemaní, sobre todo

cuando habla de su Madre, del traidor, y muestra el miedo que experimenta por la muerte. He

obedecido lo que me ordenó Jesús, de escribir esto en un cuaderno separado para formar una

Pasión más pormenorizada. Usted, Padre Migliorini, vio mi cara esta mañana... imagen pálida

del sufrimiento padecido... y no añado más porque hay cosas que el pudor no permite.

. --------------------000--------------------

9-590-293 (10-9-371).- Antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús llora por Jerusalén (1).

* Profecía sobre la ruina de Jerusalén.- ■ Desde un collado cercano a Jerusalén Jesús mira a

la ciudad. No es un collado muy alto --como mucho, como puede serlo la plaza de S. Miniato

del monte, en Florencia-- pero suficiente para que puedan verse casas y calles que suben y bajan

por las pequeñas elevaciones de terreno que constituyen Jerusalén. Este collado, eso sí, respecto

al Calvario, es mucho más alto, si se toma el nivel más bajo de la ciudad; y está más cerca de la

muralla. Comienza verdaderamente a dos pasos de ésta. Por esta parte de las murallas, se eleva

con pronunciado desnivel, mientras que, por la otra, desciende suavemente hacia una campiña

toda verde que se extiende hacia el Este. Y digo oriente, teniendo en cuenta la posición del sol.

■ Jesús y los suyos están bajo un grupo de árboles, sentados a su sombra. Descansan del camino

recorrido. Después Jesús se levanta, deja el espacio arbolado donde estaban sentados y se dirige

a la parte alta de la colina. Su alto físico --así erguido y solo, parece todavía más alto-- destaca

claro en el vacío que le rodea. Tiene las manos cruzadas sobre su pecho, sobre su manto azul, y

mira serio, serio. Los apóstoles le observan; pero no le interrumpen, no moviéndose ni

hablando. Deben pensar que se ha alejado para orar. Pero no es así. Después de haber

contemplado durante un largo tiempo la ciudad, mirando a todos los barrios y a todas sus

elevaciones y a todos sus detalles, a veces fijando su mirada largamente en éste o en aquel

punto, se pone a llorar, sin convulsiones ni ruido. Las lágrimas le resbalan por las mejillas y

caen... Lagrimones silenciosos y llenos de tristeza, como de una persona que sabe que debe

llorar solo, sin esperar consuelo y comprensión de alguien, por un dolor que no puede ser

anulado y que, sin remisión, debe ser sufrido. ■ El hermano de Juan, por su posición, es el

primero en notar ese llanto, y se lo dice a los otros, los cuales, asombrados, se miran. Se dicen:

“Nadie de nosotros ha hecho algo mal. Tampoco la gente le ha insultado, ni estaba ente ella

ninguno de sus enemigos”. El más anciano de todos pregunta: “Entonces, ¿por qué llora?”.

Pedro y Juan se levantan al mismo tiempo y se acercan al Maestro. Piensan que lo único que

pueden hacer es acercársele para mostrarle que le aman y preguntar qué le pasa. Juan, apoyando

su rubia cabeza en el hombro de Jesús, que le supera en altura todo el cuello y la cabeza,

pregunta: “Maestro ¿por qué estás llorando?”. Y Pedro, poniéndole una mano en la cintura,

como queriendo abrazarle, le pregunta: “¿Qué te hace sufrir, Jesús? Dínoslo a nosotros que te

amamos”. Jesús apoya su mejilla en la cabeza de Juan y, abriendo los brazos, pasa a su vez el

brazo por el hombro de Pedro. Permanecen en este abrazo los tres, en una postura de mucho

amor. Pero el llanto sigue goteando. Juan, que siente que las lágrimas le descienden entre sus

cabellos, vuelve a preguntarle: “¿Por qué lloras, Maestro? ¿Te hemos causado algún dolor?”.

Los otros apóstoles han venido y rodean a los tres. Esperan también la respuesta. Dice Jesús:

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“No. No me habéis dado ningún dolor. Sois mis amigos y la amistad, cuando es sincera, es

bálsamo, es sonrisa, pero nunca lágrimas. ■ Quisiera que siempre fueseis mis amigos. Aun

ahora que entraremos en la corrupción que fermenta y que corrompe a quien no tiene voluntad

firme de permanecer bueno”. Varios al mismo tiempo hacen las preguntas: “¿A dónde vamos,

Maestro? ¿Acaso a Jerusalén? La multitud te ha saludado con alegría. ¿Quieres defraudarla? ¿Es

que vamos a Samaria para algún prodigio? ¿Ahora que la Pascua está cercana?”. Jesús levanta

sus manos para imponer silencio, y con la derecha señala hacia la ciudad, algo así como cuando

el campesino extiende su brazo para sembrar. Dice: “Ésa es la corrupción. Entramos en

Jerusalén, entramos allí. Y el Altísimo es el único que sabe cómo quisiera santificarla con la

santidad del Cielo. Volver a santificar, a esta ciudad que debería ser la Ciudad santa. Pero no

podré conseguir nada. Está corrompida y corrompida se queda. Y los ríos de santidad que salen

del Templo vivo, y que más aún brotarán dentro de pocos días hasta dejarle henchido de vida,

no serán suficientes para redimirla. La Samaria y el mundo pagano vendrán al Santo. Sobre los

templos falsos se levantarán templos del Dios verdadero. Los corazones de los gentiles adorarán

al Mesías. Pero este pueblo, esta ciudad le será siempre adversa y su odio la llevará a cometer el

mayor pecado. ■ Ello debe suceder. ¡Pero, ay de aquellos que sean instrumentos de este delito!

¡Ay de ellos!...”. Jesús mira fijamente a Judas, que casi está enfrente de Él. Iscariote miente

desvergonzadamente: “Eso a nosotros no nos sucederá nunca. Somos tus apóstoles y creemos en

Ti, y estamos dispuestos a morir por Ti”, y resiste la mirada de Jesús sin turbación. Los demás

se unen a Judas. Jesús, sin responder directamente al apóstol traidor, dice: “Quiera el Cielo que

así seáis. Pero hay todavía mucha debilidad en vosotros y la tentación os podría convertir en

iguales a los que me odian. Orad mucho y tened cuidado de vosotros. Satanás sabe que está

para ser vencido y quiere vengarse arrancándoos de Mí. Satanás nos rodea. A Mí para

impedirme cumplir la voluntad del Padre y realizar mi misión. A vosotros para convertiros en

sus esclavos. Estad atentos. Dentro de esas murallas Satanás se apoderará de quien no sepa ser

fuerte. Aquel para quien el haber sido elegido será maldición, porque hizo de su elección una

finalidad humana. Os elegí para el Reino de los Cielos y no para el del mundo. Recordadlo. ■ Y

tú, ciudad, que quieres tu ruina y por quien lloro, ten en cuenta que tu Mesías ruega por tu

redención. ¡Ah, si al menos en esta hora que te queda supieras venir a quien es tu paz! ¡Si

al menos comprendieras en esta hora el Amor que pasa por ti, y te despojases del odio que te

ciega y te enloquece, que te hace cruel respecto a ti misma y a tu bien! ¡Pero llegará el día en

que te acordarás de esta hora! ¡Será demasiado tarde para llorar y arrepentirte! Habrá pasado el

Amor y habrá desaparecido de tus calles. Y solo quedará el Odio que has preferido. Y el Odio

se volverá contra ti, contra tus hijos. Porque se tiene lo que se ha querido y el odio se paga con

el odio. No será, entonces, un odio del fuerte contra el inerme, sino odio contra odio, y, por

tanto, guerra y muerte. Rodeada por trincheras y ejércitos, te irás debilitando antes de ser

destruida y verás caer a tus hijos por armas y hambre, y a los supervivientes ir como prisioneros,

y los verás escarnecidos, y pedirás misericordia, mas no la hallarás porque no has querido

conocer tu Salvación. ■ Lloro, amigos, porque soy humano, y las ruinas de mi patria me

producen las lágrimas. Pero es justo que esto se cumpla, porque la corrupción supera entre estas

murallas todo límite y atrae el castigo de Dios. ¡Ay de los ciudadanos que sean causa del mal de

la patria! ¡Ay de los jefes, que son la causa principal de ello! ¡Ay de aquellos que deberían ser

santos para conducir a los demás a la honestidad, y que, al contrario, profanan la casa de su

ministerio y se profanan a sí mismos! Venid. De nada servirá mi acción. Pero ¡hagamos que la

Luz resplandezca una vez más en la Tinieblas!”.Y Jesús desciende acompañado de los suyos.

Camina ligero. Su rostro está serio, diría yo, hasta un poco enojado. No pronuncia ni una

palabra. Entra en una casita que está a los pies del collado y así acaba a la visión. (Escrito el 30

de Julio de 1944).

·········································· 1 Nota : Cfr. Lc. 19,41-44.

. --------------------000--------------------

9-590-296 (10-9-373).- Comentario de Jesús a su anuncio de ruina sobre Jerusalén: “El castigo

divino está siempre provocado por las profanaciones del culto divino y de la Ley de Dios. Y el

castigo por vivir como animales: Dios se retira y el mal avanza”.

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* “Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la

protección del Cielo”.- ■ Dice Jesús: “La escena que refiere Lucas parece no tener conexión,

es casi ilógica. ¿Compadezco las desdichas de una ciudad culpable y no sabré compadecer de

sus costumbres? No. No sé, ni puedo compadecerme de ellas porque son propiamente estas

costumbres las que producen desdichas; y verlas aumenta mi dolor. Mi ira contra los

profanadores del Templo es la lógica consecuencia de lo que sabía sobre las ya cercanas

desdichas de Jerusalén. Los castigos del Cielo están siempre provocados por las profanaciones

del culto divino y de la Ley de Dios. Al convertir la casa de Dios en cueva de ladrones, aquellos

sacerdotes indignos e indignos creyentes atraían sobre todo el pueblo la maldición y la muerte.

Es inútil dar éste o aquel nombre a los males que sufre un pueblo. Su nombre propio buscadlo

en esto: «Castigo por vivir cual animales». Dios se retira y el mal avanza. Este es el fruto de

una vida nacional indigna del nombre de cristiana. ■ Como entonces, tampoco ahora, en esta

última parte del siglo, he dejado de llamar con prodigios repetidas veces; pero, como entonces,

lo único que he obtenido para Mí y para los instrumentos por Mí usados ha sido burla,

indiferencia, odio. Recuerden, no obstante, las personas en particular y las naciones, que

inútilmente lloran cuando antes no quisieron conocer la salvación. Inútilmente me invocan

cuando en la hora en que me hallaba con ellos me expulsaron con una guerra sacrílega que,

partiendo de las conciencias particulares, entregadas al Mal, se extendió por toda la nación. ■

Los países no se salvan tanto con las armas, sino con una forma de vida que atraiga la

protección del Cielo. Descansa, pequeño Juan. Y trata de ser siempre fiel a tu elección. Ve en

paz”. (Escrito el 30 de Julio de 1944). . --------------------000--------------------

9-590-297 (10-9-373 ).- El Domingo de Ramos, entrada triunfal en Jerusalén (1).

*Entrada triunfal en la Ciudad Santa sobre un asno.- Analía muere de éxtasis de amor.- ■

Casi no ha tenido tiempo Jesús de entrar en la casa bendiciendo a los que en ella moran, y ya se

oye el alegre sonido de cascabeles y gritos de alegría. Un instante después, la cara flaca y pálida

de Isaac aparece en la puerta y el fiel pastor entra y se postra ante su Señor Jesús. En el marco

de la puerta, abierta de par en par, se apiñan muchas caras... Gente que empuja para poder

pasar... Algún grito de mujer, algún llanto de niño atrapado en medio del gentío, y gritos de

saludo y exclamaciones festivas: “¡Feliz este día que te trae de nuevo a nosotros! ¡La paz sea

contigo, Señor! ¡Bienvenido, Maestro, a premiar nuestra fidelidad!”. Jesús se pone de pie y hace

la señal de que quiere hablar. Todos guardan silencio. Se oye clara la voz de Jesús: “¡La paz sea

con vosotros! No os amontonéis. Ahora subiremos juntos al Templo. He venido para estar con

vosotros. ¡Calma! ¡Calma! No os hagáis daño. ¡Dejadme pasar, amigos míos! Dejadme salir y

seguidme pues juntos entraremos en la Ciudad santa”. ■ De buena gana o de mala gana la gente

obedece. Abre paso. Lo suficiente para que Jesús pueda salir y montar en el asno (porque Jesús

señala como cabalgadura para Él el asno que hasta ahora nunca había sido montado). Entonces,

unos ricos peregrinos, mezclados entre la gente, extienden sobre el lomo del animal sus ricos

mantos, y uno de ellos dobla su rodilla para que se apoye el Señor y se siente en el asno. El viaje

empieza. Pedro camina a un lado del Maestro e Isaac al otro, llevando las riendas del animal,

que aunque no esté domado camina tranquilo, como si estuviera acostumbrado a ese oficio, sin

inquietarse o asustarse de las flores que la gente lanza a Jesús, y que muchas de ellas le golpean

al animal en los ojos o en el blando morro; ni tampoco de las ramas de olivo y de las hojas de

palma que la gente agita a su alrededor, arrojadas al suelo para que hagan de alfombra junto con

las flores; ni de los gritos, cada vez más fuertes, de: “¡Hosanna, Hijo de David!” que, saliendo

de una multitud cada vez más numerosa, suben al cielo sereno. ■ Pasar por Betfagé, por entre

las callejuelas estrechas y torcidas no es fácil. Las madres toman en brazos a sus hijos, y los

hombres procuran defender a sus mujeres de los golpes. Y algún padre monta a su hijito a

caballo de sus hombros y le lleva así alto por entre la gente. Se oyen las voces de los niños, cual

balidos de corderitos o piar de golondrinas, que arrojan flores y hojas de olivo, dadas por sus

madres, al dulce Jesús. Salidos del estrecho suburbio, el cortejo se ordena y se estira. Muchos,

diligentemente, se adelantan para ir abriendo la marcha despejando el camino. Otros los siguen,

esparciendo ramos en el suelo. Y no falta quien sea el primero en arrojar su manto al suelo

como alfombra, y otros, qué digo, cuatro, diez, cien, y muchos más, le imitan. La calle parece en

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su centro una cinta multicolor de indumentos extendidos en el suelo. Una vez que Jesús pasa, se

recogen los indumentos y los llevan más adelante, y se les tira con otros y otros más, y más

flores, ramos, hojas de palma, que la gente agita y arroja; y resuenan cada vez más los gritos de

honor en torno del Rey de Israel, del Hijo de David, de su Reino. ■ Los soldados de guardia en

la puerta salen a contemplar lo que pasa. Pero como no se trata de ninguna sedición, apoyados

sobre sus lanzas, se hacen a un lado, y observan admirados o irónicos el extraño cortejo de este

Rey que viene montado sobre un asno, hermoso Él como un dios, humilde como el más pobre

de los hombres, manso, cariñoso... rodeado de mujeres y niños y hombres desarmados que

gritan: “¡Paz! ¡Paz!”; de este Rey que antes de entrar en la ciudad se detiene un momento a la

altura de los sepulcros de los leprosos de Innón y Siloán (creo no equivocarme en los nombres,

porque en estos lugares he visto varios milagros de leprosos curados), y apoyándose en el único

estribo en que apoya su pie --pues viene sentado en el asno, no a caballo de él--, se alza y abre

sus brazos mientras eleva su voz en dirección a aquellas laderas horribles, donde caras y cuerpos

llenos de terror se asoman buscando a Jesús con sus ojos y alzando el grito quejumbroso de los

leprosos: “Somos impuros” para alejar a algunos imprudentes que, con tal de ver a Jesús,

subirían incluso a esos infectados rellanos: “¡Quien tenga fe en Mí, que pronuncie mi Nombre y

reciba por medio de él la salud!”, y bendice para reanudar luego la marcha. Jesús dice a Judas de

Keriot: “Comprarás alimentos para los leprosos y, con Simón, se los llevarás antes de que

anochezca”. ■ Cuando el cortejo pasa por debajo de la bóveda de la puerta de Siloán y luego,

como un torrente, irrumpe dentro de la ciudad, al pasar por el barrio de Ofel --donde todas las

terrazas se han transformado en una pequeña, aérea plaza de gente, que grita hosannas, que

arroja flores y perfumes tratando de que caigan sobre el Maestro-- el grito de la multitud parece

aumentar y tomar fuerzas como si saliese de una bocina, porque los numerosos arcos de que está

llena Jerusalén lo amplifican con resonancias continuas. Oigo gritar, y me imagino que es lo que

dicen los evangelistas: “¡Scialem, scialem melchi!” (o melchit: procuro transcribir el sonido de

las palabras, pero es difícil porque su lenguaje posee aspiraciones que no tenemos). Es un grito

continuo, como el bramido de un mar en tempestad que va y viene contra playas y arrecifes

donde se rompe para venir al encuentro de otro golpe que lo recoge y lo alza de nuevo formando

un nuevo fragor, sin tregua alguna. ■ ¡Estoy ensordecida...! Perfumes, olores, gritos, agitarse de

ramos, vestidos, colores. Es algo que deja a uno atolondrado. Veo mezclarse continuamente a la

muchedumbre, aparecer y desaparecer caras conocidas: caras de discípulos de todos los lugares

de Palestina, todos los seguidores... Por un momento veo a Jairo, al jovenzuelo Yaia de Pela

(según me parece) que era ciego como su madre y a quienes Jesús curó. Veo a Joaquín de

Bozra, y al campesino de la llanura de Sarón con sus hermanos. Veo al viejo y solitario Matías,

de aquel lugar del Jordán (ribera oriental), en cuya casa Jesús se refugió cuando todo estaba

inundado. Veo a Zaqueo con sus amigos convertidos. Veo al viejo Juan de Nobe con casi todos

los de la población. Veo al marido de Sara de Yutta... ¿pero quién puede acordarse de nombres

y caras donde los conocidos se mezclan con los no conocidos?... Allí está la cara del pastorcillo

de Enón, y junto a él la del discípulo de Corazaín que dejó de sepultar a su padre por seguir a

Jesús; y cerca de él, por un instante, el padre y la madre de Benjamín, con su pequeño, que por

poco cae bajo las pezuñas del asno por querer recibir una caricia de Jesús. ■ Y --por desgracia--

caras llenas de ira de fariseos que orgullosos rompen el círculo de amor apiñado alrededor de

Jesús y le gritan: “¡Haz que se callen esos locos! ¡Hazles entrar en razón! Solo a Dios se le

lanzan hosannas. ¡Diles que se callen! A lo cual Jesús responde dulcemente: “¡Aunque les dijera

que se callasen y me obedeciesen, las piedras gritarían los prodigios del Verbo de Dios!”. Y es

que, en efecto, la gente además de gritar: “¡Hosanna, hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que

viene en nombre del Señor! ¡Hosanna a Él y a su Reino! ¡Dios está con nosotros! Ha llegado el

Emmanuel. ¡Ha llegado el Reino del Mesías del Señor! ¡Hosanna! ¡Lance la tierra hosannas

hacia el cielo! ¡Paz, paz, Rey mío! ¡Paz y bendición vengan sobre Ti, Rey santo! ¡Paz y gloria

en los cielos y en la tierra! ¡Gloria se dé a Dios por su Mesías! Paz a los hombres que le acogen.

Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad y gloria en los cielos más altos porque ha

llegado la hora del Señor” (y quien lanza este último grito es un grupo compacto de pastores que

repiten el grito navideño); además de estas exclamaciones, la gente de Palestina narra a los

peregrinos de la Diáspora los milagros que han visto, y, a quienes no saben lo que sucede --por

ser extranjeros, de paso fortuitamente por la ciudad-- y que pregunta: “¿Quién es Él? ¿Qué

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sucede?”, le explican: “¡Es Jesús, Jesús el Maestro de Nazaret de Galilea! ¡El profeta! ¡El

Mesías del Señor! ¡El Prometido! ¡El Santo!”. ■ De una casa, que apenas se acaba de

sobrepasar, sale un grupo de robustos jóvenes trayendo copas de cobre con carbones encendidos

e incienso, de las que suben hacia arriba espirales de humo. Y otros recogen este gesto y lo

repiten, de forma que muchos corren adelante o vuelven hacia atrás, a sus casas, para proveerse

de fuego y resinas olorosas para quemarlas en honor del Mesías. ■ Se divisa ya la casa de

Analía; la terraza está adornada con las hojas nuevas de la vid que flotan al contacto del

acariciador viento de abril. Analía está en el centro de un grupo de jovencillas vestidas de

blanco y con velos del mismo color. Tienen en sus manos pétalos de rosas y de convalarias que

empiezan a arrojar al aire. “Las vírgenes de Israel te saludan, Señor” dice Juan que se ha abierto

paso y ha llegado al lado de Jesús, llamando su atención para que las vea cómo le arrojan rojos

pétalos de rosas blancas convalarias cual perlas. Por un momento detiene Jesús el asno. Levanta

la mano para bendecir al grupo que lo ama hasta el punto de renunciar a cualquier otro amor

terreno. Analía se asoma al pretil y grita: “He contemplado tu triunfo, Señor mío. Toma mi vida

para tu glorificación universal”, y, mientras Jesús pasa por debajo de su casa y prosigue, le

saluda con un grito altísimo: “¡Jesús!”. Y otro, un grito distinto, supera el clamor de la

muchedumbre. Pero la gente, a pesar de oírlo, no se detiene. Es un río de entusiasmo, un río de

un pueblo delirante que no puede detenerse. Y, mientras las últimas ondas de este río están

todavía fuera de las puertas, las primeras están ya subiendo en dirección al Templo. ■ “Ahí está

tu Madre” grita Pedro señalando una casa situada en la esquina de una calle que sube al Moria y

por la que va el cortejo. Jesús levanta su rostro para enviar una sonrisa a su Madre que está con

las mujeres fieles. El encuentro con una numerosa caravana hace que el cortejo se detenga pocos

metros después de haber sobrepasado la casa. ■ Mientras Jesús y otros se detienen y Él acaricia

a los niños que las madres le presentan, se oye el grito de un hombre que trata de abrirse paso:

“¡Dejadme pasar! Una jovencilla ha muerto de repente. Su madre pide la presencia del Maestro.

¡Dejadme pasar! ¡Él la había salvado antes!”. La gente le deja pasar, y el hombre corre a donde

está Jesús: “Maestro, la hija de Elisa ha muerto. Te saludó con aquel grito y luego se dobló

hacia atrás diciendo: «¡Soy feliz!» y ha expirado. Su corazón, con el gran júbilo de verte

triunfador, se ha quebrado. Su madre me vio en la terraza que está al lado de su casa y me dijo

que viniera a llamarte. ¡Ven Maestro!”. Los apóstoles se apiñan excitados: “¡Muerta! ¡Muerta

Analía! ¡Pero si ayer mismo estaba lozana cual una flor!”. Los pastores les imitan. Todos la

habían visto el día anterior en perfecta salud. ¡Si la acaban de ver con la sonrisa en los labios,

con el carmín en sus mejillas...! No pueden comprender la desgracia... Preguntan, quieren saber

los pormenores. El hombre explica: “No lo sé. Oísteis qué fuerza había en sus palabras. Luego

vi ceder hacia atrás, más pálida que sus vestidos, y oí a su madre que gritaba... No sé más”.

Jesús: “No os inquietéis. No ha muerto. Ha caído una flor y los ángeles de Dios la han recogido

para llevarla al seno de Abraham. Pronto el lirio de la tierra se abrirá feliz en el Paraíso,

olvidando para siempre el horror del mundo. ■ Hombre, di a Elisa que no llore por la suerte de

su hija. Dile que es una especial gracia de Dios y que dentro de seis días lo comprenderá. No

lloréis. Su triunfo es todavía mayor que el mío porque a ella le cortejan los ángeles para llevarla

a la paz de los justos. Es un triunfo eterno que aumentará de grado y no conocerá nunca merma.

En verdad os digo que tenéis razón de llorar por vosotros, pero no por Analía. Continuemos”. Y

repite a los apóstoles y a quienes le rodean: “Ha caído una flor. Se ha ido en paz y los ángeles la

han recogido. Bienaventurada ella, limpia de cuerpo y alma, porque pronto verá a Dios”.■

Pedro, que no logra comprender, pregunta: “¿Pero cómo murió, Señor?“. Jesús: “De amor. De

éxtasis. De gozo infinito. ¡Dichosa muerte!”. Los que están muy delante no caen en la cuenta de

lo sucedido; los que están muy atrás tampoco. Y así, el cortejo continúa con sus gritos de

hosannas, aunque aquí, junto a Jesús, se haya formado un doloroso silencio. Juan rompe el

silencio diciendo: “¡Oh, quisiera seguir su misma suerte antes de las horas que van a venir!”.

Isaac dice: “También yo. Quisiera ver la cara de la jovencilla muerta de amor por Ti...”. Jesús:

“Os ruego que me sacrifiquéis vuestro deseo. Tengo necesidad de que estéis cerca de Mí”.

Natanael dice: “No te abandonaremos, Señor, ¿pero no habrá para esa madre ningún consuelo?”.

Jesús: “¡Ya lo pensaré...!”.

* Expulsión de los mercaderes del Templo ■ Están ya ante las puertas de la muralla del

Templo. Jesús baja del asno que uno de Betfagé toma bajo su cuidado. Hay que tener presente

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que Jesús no se ha parado en la primera puerta del Templo, sino que ha orillado la muralla, y no

se ha detenido antes de llegar al lado norte de ésta, cerca de la Antonia. Ahí baja y entra en el

Templo, como para mostrar que, siendo inocente de toda acusación, no temía a los romanos. ■

El primer patio del Templo presenta el acostumbrado griterío de cambistas y vendedores de

palomas, pájaros y corderos; solo que ahora, al ver a Jesús, todos corren a su encuentro

quedándose solo mercaderes. Jesús con su vestido de color púrpura entra majestuoso. Pasa su

mirada por ese mercado. Mira a un grupo de fariseos y escribas que, bajo un pórtico, observan.

En su rostro aparece la indignación. En un instante va al centro del patio. Con una reacción

improvisa que ha parecido un vuelo, el vuelo de una llama (de llama es su túnica de púrpura

bajo el sol que inunda el patio), y con voz imponente grita: “¡Largo de la casa de Mi Padre! Este

lugar no es lugar de usura ni de mercado. Está escrito: «Mi casa será llamada casa de oración».

¿Por qué habéis convertido en cueva de ladrones esta casa en que se invoca el nombre del

Señor? ¡Largo de aquí! Limpiad mi casa: no os vaya a suceder que en vez de correas descargue

sobre vosotros los rayos de la ira de lo alto. ¡Largo de aquí! ¡Fuera ladrones, estafadores,

desvergonzados, homicidas, sacrílegos, los más grandes idólatras, porque sois unos soberbios,

corruptores, falsos! ¡Largo de aquí! ¡Os aseguro que el Altísimo purificará este lugar y tomará

venganza contra todo un pueblo!”. ■ No vuelve a hacer látigo de cuerdas, pero al ver que los

mercaderes y cambistas no quieren obedecerle, se acerca a la mesa más cercana, derriba

derramando balanzas y monedas por el suelo. Los vendedores y cambistas, visto el primer

ejemplo, sin demora, ponen por obra la orden de Jesús, seguidos por el grito de Él: “¿Cuántas

veces diré que este lugar no debe tratarse como un lugar de inmundicia sino de oración?”. Mira

a los del Templo, que obedientes a las ordenes del pontífice, no chistan.

* “Dejad a los niños que canten mis alabanzas”.- ■ Limpio ya el patio, Jesús va a los

pórticos, donde se han reunido ciegos, paralíticos, mudos, lisiados y otros enfermos que le

invocan a gritos. Jesús: “¿Qué queréis de Mí?”. Enfermos: “¡La vista, Señor! ¡Los miembros!

¡Que mi hijo hable! ¡Que mi mujer se cure! ¡Creemos en Ti, Hijo de Dios!”. Jesús: “Dios os

escuche. Levantaos y dad gracias al Señor”. No cura uno por uno a los enfermos, sino que

extiende su mano. La salud brota de ella sobre los enfermos que, sanos, se levantan y

prorrumpen en gritos de júbilo que se mezclan con los de los niños que se le acercan: “¡Gloria,

gloria al Hijo de David! ¡Hosanna a Jesús Nazareno, Rey de los reyes, y Señor de los señores!”.

■ Algunos fariseos, con fingida deferencia, y voz alta dicen: “Maestro, ¿estás oyendo? Estos

niños dicen lo que no debe decirse. ¡Repréndelos! ¡Diles que se callen!”. Jesús: “¿Y por qué?

¿Acaso el rey profeta de mi estirpe no ha dicho: «De la boca de los niños y de los que están

mamando has hecho que brotase una alabanza completa para llenar de confusión a tus

enemigos»? (Salm. 8,3). ¿No habéis leído esas expresiones del salmista? Dejad que los pequeñines

canten mis alabanzas. Los ángeles que ven siempre a mi Padre se las han sugerido. Dejadme

ahora, todos vosotros, para que vaya a adorar al Señor” y pasando por delante de la gente, se

introduce en el patio de los israelitas para orar... Luego de haber terminado, pasando muy cerca

de la piscina probática, sale de la ciudad y se dirige hacia las colinas del monte de los Olivos.

* Iscariote interesado por saber el lugar donde dormirán esta noche.- ■ Los apóstoles no

caben de gusto... El triunfo les ha dado confianza. Y han echado al olvido el miedo que les

habían causado las palabras de Jesús... Hablan de todo... Ansían tener noticias de Analía. No sin

dificultad, Jesús les retiene --quieren ir--, asegurando que va a poner los medios que Él conoce...

Están sordos, sordos a toda voz divina de aviso... hombres, hombres, hombres a los que los

gritos de hosanna hacen olvidar todo... Jesús habla con los siervos de María Magdalena que se

habían unido a Él en el Templo, y luego se despide de ellos. Felipe pregunta: “¿A dónde vamos

ahora?”. Juan añade: “¿A casa de Marcos de Jonás?”. Jesús responde: “No. Al campamento de

los galileos. Probablemente habrán venido mis hermanos y quiero saludarles”. Mateo le sugiere:

“Podrías hacerlo mañana”. Jesús: “Lo mejor es obrar pronto mientras se puede obrar. Vamos

a donde están los galileos. Se pondrán contentos si nos ven. Os darán noticias de la familia. Yo

veré a los niños...”. ■ Iscariote pregunta: “¿Y esta noche? ¿Dónde dormiremos? ¿En la ciudad?

¿En qué lugar? ¿Donde está tu Madre? ¿O en la casa de Juana?”. Jesús: “No sé. Ciertamente

que no en la ciudad. Tal vez en una tienda galilea...”. Iscariote: “¿Por qué?”. Jesús: “Porque soy

galileo y amo a mi región. Vamos”. Se ponen en camino. Suben a donde están los galileos,

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acampados sobre el monte de los Olivos en dirección a Betania. Sus tiendas brillan bajo los

rayos de un tibio sol de Abril. (Escrito el 30 de Marzo de 1947).

············································ 1 Nota : Cfr. Mt. 21, 1-17; Mc. 11,1-19; Lc. 19,28-46; Ju. 12, 12-15

. --------------------000--------------------

(<Por la noche del Domingo de Ramos, en el Getsemaní, Jesús llama de nuevo a sus apóstoles a la

realidad después de la embriaguez del triunfo por las calles de Jerusalén. Acaba de anunciarles dos

milagros inconcebibles al hombre por su grandeza: Eucaristía y Resurrección»). .

9-591-306 (10-10-381).-En el anochecer del Domingo de Ramos: la realidad después del

triunfo. Tres nuevas bienaventuranzas.

* “No digáis, amigos, lo que afirmó Isaías sobre este vuestro estado: «Éste solo habla de

conjuras. No tememos a lo que Él profetiza».Después de tres años de estar conmigo creéis

solo lo que veis”.- ■ Dice Jesús: “Una dulce mañana de primavera, desde lo alto de un monte,

anuncié las distintas bienaventuranzas. A éstas añado una: «Bienaventurados los que saben

creer sin ver» (1). Ya he dicho yendo por Palestina: «Bienaventurados los que escuchan la

palabra de Dios y la cumplen» (2), y también «Bienaventurados los que hacen la voluntad de

Dios» (3). Y existen otras bienaventuranzas, porque en la casa de mi Padre son numerosas las

alegrías que aguardan a los santos. También existe ésta: «¡Bienaventurados los que crean sin

haber visto con los ojos corporales! Serán tan santos, que, estando aun en la Tierra, verán ya a

Dios, al Dios escondido en el misterio del amor» (4). Pero vosotros, después de tres años que

estáis conmigo, no habéis llegado todavía a esta fe. Y creéis solo en lo que veis. Así, esta

mañana, después del triunfo, dijisteis: «Es lo que decíamos nosotros. Él sigue triunfando. Y

nosotros con Él». Y como aves a las que les vuelven a nacer las plumas caídas, alzáis vuestro

vuelo, ebrios de alegría, confiados, libres de ese sentido de opresión que mis palabras os habían

puesto en el corazón. Entonces, ¿estáis más aliviados también en vuestro espíritu? No. En él

estáis menos aliviados. Porque no estáis aún preparados para la hora que se acerca. Habéis

bebido los hosannas como vino fuerte y exquisito. Os embriagasteis. ¿Un hombre embriagado

es, acaso, fuerte? La fuerza de un niño basta para hacerlo tambalear y caer. Así sois vosotros.

Bastará con que asomen sus cabezas los verdugos para poneros en fuga, como tímidas gacelas

que, ante la presencia del chacal, se dispersan, rápidas como el viento, por las soledades del

desierto. ■ ¡Cuidad de no morir de una horrible sed en medio de ese arenal ardiente que es el

mundo que no conoce a Dios! No digáis, amigos míos, lo que afirma Isaías aludiendo a este

vuestro estado falso y peligroso (Is. 8,12): «Éste no habla más que de conjuras. No hay por qué

temer, ni de qué espantarse. No tenemos miedo de lo que Él profetiza. Israel le ama. Lo hemos

visto». ¡Cuántas veces es mordido el tierno pie desnudo del niño que pisa la cabeza de una

serpiente escondida bajo las flores que quería cortar para llevarlas a la madre y muere! ¡Y esta

mañana... también ha sido así! Yo soy el Condenado coronado de rosas. ¡Las rosas!... ¿Cuánto

duran las rosas? ¿Qué queda de ellas cuando su corola se ha deshojado para formar nieve de

perfumados pétalos? Espinas”.

* “Seré santificación para los de buena voluntad, pero también piedra de escándalo y

tropiezo para los de mala voluntad”.- ■ Jesús: “Yo --Isaías lo dijo (Is. 8,14)-- seré para vosotros

--y, con vosotros os lo digo que seré para el mundo--, santificación; pero también piedra de

escándalo, piedra de tropiezo, y lazo y ruina para Israel y para la Tierra. Santificaré a los que

tengan buena voluntad, seré causa de caída y de quebranto para los que tengan mala voluntad.

Los ángeles no anuncian palabras falsas o palabras que duren poco. Ellos vienen de Dios que es

Verdad y que es Eterno, y lo que anuncian es verdad y constituye un mensaje inmutable.

Dijeron: «Paz a los hombres de buena voluntad». Entonces apenas había nacido, ¡oh tierra!, tu

Salvador. Ahora va a la muerte tu Redentor. Pero para recibir paz de Dios, o sea, santificación y

gloria, es necesario tener «buena voluntad». Inútil mi nacimiento, inútil mi muerte para los que

no tienen esta buena voluntad. Mi primer lloro sobre la tierra y mi último estertor, el primer

paso y el último, la herida de la circuncisión y la de la consumación, serán en vano, si en

vosotros los hombres, no hubiese buena voluntad de redimiros y santificaros. Y os digo (Is.8,15)

que muchísimos tropezarán en Mí que he sido puesto como columna de soporte y no como

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trampa para el hombre; y caerán porque estarán ebrios de soberbia, de lujuria, de avaricia, y se

verán dentro de la red de sus pecados, atrapados y entregados a Satanás. Grabad estas palabras

en vuestros corazones, conservadlas cuidadosamente para los futuros discípulos” (Is.8,16).

* “Yo mismo edifico el verdadero Templo con la Piedra viva de mi Carne inmolada y la

argamasa hecha de sudor y sangre”.- ■ Jesús: “Vamos. La Piedra se levanta (Zac. 3,8-9). Otro

paso hacia delante, hacia la cima del monte. Debe brillar sobre la cima porque Él es Sol, Luz,

Oriente. El sol brilla sobre las cimas. Debe estar sobre el monte porque el mundo entero debe

ver el Templo verdadero. Y yo mismo lo edifico con la Piedra viva de mi Carne inmolada (Zac.

6,12-13). Y uno sus distintas partes con la argamasa hecha de sudor y sangre. Estaré en mi trono

cubierto con un manto de púrpura viva, coronado con una corona nueva, y los que están lejos

vendrán a Mí, trabajarán en mi Templo, para mi Templo. Yo soy la base y la cúspide. Pero todo

alrededor, cada vez mayor, se irá extendiendo la morada. Yo mismo labraré mis piedras y

elegiré a mis albañiles. De la misma forma que Yo he sido labrado con cincel por el Padre, por

el Amor, por el hombre y por el Odio, así los labraré (Zac. 3,8-9). Y cuando en un solo día haya

sido arrancada la iniquidad sobre la Tierra (Is. 52,13-53,12; Dan 9), a la Piedra del Sacerdote eterno se

acercarán los siete ojos para ver a Dios (Zac. 4,1-14; Apoc. 4-5) y de ella arrojarán agua las siete

fuentes para vencer el fuego de Satanás. Satanás... Judas, vamos; y recuerda que el tiempo es ya

poco y que para el anochecer del Jueves debe ser entregado el Cordero”. (Escrito el 4 de Marzo

de1945).

·········································· 1 Nota : «Bienaventurados los que creen sin ver». No se encuentra en el discurso llamado de la Bienaventuranzas

(Cfr. Mt.5,1-12; Lc. 6,20-23), sino lo dijo a Tomás después de su resurrección. Cfr. Ju. 20,24-29.

2 Nota : «Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la observan». Está contenida en las palabras de

alabanza que una mujer dijo en honor de la Virgen María. Cfr. Luc. 11,27-28.

3 Nota : «Bienaventurados los que hacen la voluntad de Dios» Esta bienaventuranza a la letra no se encuentra en

los evangelios o en otros libros escriturísticos, pero sí en cuanto a su sustancia. Cfr. por ej. Mt. 7,21; 12,50; Mc. 3,35;

Lc. 8,21; 1 Ju. 2,17.

4 Nota : “Y existen también otras bienaventuranzas, porque en la casa de mi Padre son numerosas las alegrías que

esperan a los santos. Existe también ésta: «¡Bienaventurados los que creerán sin haber visto con sus ojos corporales!

Serán en tal forma santos, que estando aun en la tierra, verán ya a Dios, al Dios escondido en el Misterio del

amor»”. . --------------------000--------------------

9-592-320 (10-11-393) .- Lunes Santo.- Parábola de los viñadores pérfidos (1).- La autoridad de

Jesús y el bautismo de Juan (2).

* Parábola de los viñadores asesinos: “La viña será entregada a otros arrendatarios”.- ■

Entran en la ciudad y suben al Templo. Adorado el Señor, Jesús vuelve al patio donde los rabíes

exponen sus lecciones... Enseguida Jesús empieza a hablar: “Un hombre compró un terreno y

lo plantó de vides. Construyó allí la casa para los arrendatarios, y una torre para los

guardas; también bodegas y lugares para prensar las uvas. Dejó el cultivo del campo a

aquellos arrendatarios en que confiaba. Luego se marchó lejos. Cuando les llegó a las vides --

ya crecidas suficientemente como para ser fructíferas-- el tiempo de poder dar fruto, el

amo de la viña mandó a sus servidores donde los arrendatarios para que le entregasen los

intereses. Pero los arrendatarios rodearon a los servidores del amo y a una parte de ellos los

apalearon, contra otros lanzaron gruesas piedras, de modo que los hirieron mucho, a otros los

mataron del todo. Los que pudieron volver vivos donde el señor contaron lo que les había

sucedido. El señor los curó y consoló, y mandó a otros servidores, aún más numerosos. Los

arrendatarios trataron a éstos como habían tratado a los primeros. Entonces el amo de la

viña dijo: «Les enviaré a mi hijo. Ciertamente respetarán a mi heredero». Pero los

arrendatarios, al verle venir y sabiendo que era el heredero, se dijeron entre sí: «Juntémonos

entre todos y echémosle por la fuerza afuera, a un lugar retirado, matémosle, y nos quedaremos

con su herencia». Y, recibiéndole con hipócritas honores, le rodearon como festejándole,

pero luego, tras haberle besado, le ataron, le dieron fuertes golpes y, en medio de mil burlas,

le llevaron al lugar del suplicio y le mataron. ■ Ahora decidme vosotros. Ese padre y amo,

que un día verá que su hijo y heredero de los bienes no vuelve, y que descubrirá que sus sier-

vos-arrendatarios, aquellos a quienes había dado la tierra feraz para que la cultivaran en su

nombre, gozando de ella lo justo y dando de ella a su señor lo justo, han sido asesinos de su

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hijo, ¿qué hará?”, y Jesús traspasa con sus ojos de zafiro, encendidos como un sol, a los

presentes, y especialmente a los grupos de los más influyentes judíos, fariseos y escribas que

están entremezclados con la gente. Ninguno dice nada. “¡Hablad, pues! Al menos vosotros,

rabíes de Israel. Pronunciad palabras de justicia que convenzan al pueblo en orden a la

justicia. Yo podría decir palabras no buenas, según vuestro pensamiento. Hablad vosotros

entonces, para que el pueblo no sea inducido a error”. ■ Los escribas, obligados, responden

así: “Castigará a esos criminales haciéndolos morir de manera atroz, y dará la viña a

otros arrendatarios que, además de que se la cultiven, le darán lo que le pertenece”. Jesús:

Bien habéis respondido. Así está en la Escritura: «La piedra desechada por los constructores

ha venido a ser piedra angular. Es una obra realizada por el Señor y es admirable ante

nuestros ojos». Así pues, está escrito y vosotros lo sabéis. Habéis contestado rectamente

al decir que los criminales recibirán atroz castigo porque mataron al hijo heredero del amo de

la viña, y al afirmar que ésta sea entregada a otros arrendatarios que la cultiven como se debe.

Por eso, os digo: «El Reino de Dios os será arrebatado para ser entregado a otros que lo

cultiven con fruto. Y el que caiga contra esta piedra quedará destrozado, y aquel sobre el que

ella cayere quedará triturado”. ■ Los jefes de los sacerdotes, los fariseos y escribas, con un acto

verdaderamente... heroico, no reaccionan. ¡Tanto puede la voluntad de alcanzar un

objetivo! Por mucho menos, otras veces, han arremetido contra Él, y hoy, que abiertamente

el Señor Jesús les dice que serán privados del poder, no empiezan a echar improperios, no

ponen ningún acto de violencia, no amenazan: falsos corderos pacientes que bajo una

hipócrita apariencia de mansedumbre ocultan un inmutable corazón de lobo.

* “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”---“¿Con qué autoridad bautizaba Juan?” “No

saben contestar por cálculo y para no confesar que Yo soy el Mesías y hago lo que hago

porque soy el Cordero de Dios del que habló Juan”.- ■ Se limitan a acercarse a Él, que

ahora pasea yendo y viniendo y escuchando a unos o a otros de los muchos peregrinos que están

congregados en el vasto patio (y muchos de ellos piden consejo en orden a casos de alma o

de circunstancias familiares o sociales). Se acercan a Él en espera de poderle decir algo

después de escuchar el juicio que da a un hombre acerca de una intrincada cuestión de

herencia... Entonces los sacerdotes y escribas se le acercan para hacerle una pregunta: “Te

hemos oído. Has hablado con ecuanimidad. Un consejo que ni Salomón lo hubiera dado más

sabio. Pero ahora dinos, Tú que obras prodigios y das sentencias como sólo el rey sabio podía

dar, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿De dónde te viene ese poder?”. Jesús los mira

fijamente. No se muestra agresivo ni desdeñoso, sino majestuoso; mucho. Dice: “Yo

también tengo una pregunta que haceros. Si me respondéis, os diré con qué autoridad Yo,

hombre sin autoridad de cargos y pobre --porque esto es lo que queréis decir--, hago estas

cosas. Decid: ¿el bautismo de Juan de dónde venía?, ¿del Cielo o del hombre que lo

impartía? Respondedme. ¿Con qué autoridad Juan lo impartía como rito purificador para

prepararos a la venida del Mesías, si Juan era todavía más pobre y menos instruido que Yo,

y carecía de todo cargo, pues que había vivido en el desierto desde su juventud temprana?”. ■

Los escribas y sacerdotes se consultan unos a otros. La gente se cierra en torno, bien abiertos

sus ojos y oídos, preparada para la protesta si los escribas descalifican a Juan Bautista y

ofenden al Maestro, y a la aclamación si aquéllos se ven vencidos por la pregunta del Rabí

de Nazaret, divinamente sabio. Impresiona el silencio absoluto de esta multitud que

espera la respuesta. Es tan profundo, que se oyen la respiración y los cuchicheos de los

sacerdotes o escribas, que hablan entre sí casi sin usar la voz, mientras miran de reojo al

pueblo, cuyos sentimientos, ya preparados para estallar, intuyen. Al fin se deciden a responder.

Se vuelven hacia Jesús, que está apoyado en una columna, con los brazos recogidos sobre el

pecho mirándolos fijamente. Dicen: “Maestro, no sabemos con qué autoridad Juan hacía

esto ni de dónde venía su bautismo. Ninguno pensó en preguntárselo a Juan el Bautista

mientras vivía, y él espontáneamente nunca lo dijo”. Jesús: “Y Yo tampoco os diré con qué

autoridad hago estas cosas”. Les vuelve las espaldas, llama a los doce y, abriéndose paso entre

la gente que aclama, sale del Templo. ■ Una vez afuera, pasada la Probática --han salido por esa

parte-- Bartolomé le dice: “Ahora son muy prudentes tus adversarios. Quizás están

convirtiéndose al Señor, que te ha enviado, y empezando a reconocerte como Mesías santo”.

Mateo dice: “Es verdad. No han alegado nada ni contra tu pregunta ni contra tu respuesta...”.

592.2(

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Bartolomé dice: “Pues que así sea. Es hermoso que Jerusalén se convierta al Señor Dios

suyo”. Jesús: “¡No os hagáis ilusiones! Esa parte de Jerusalén no se convertirá jamás. No han

respondido de otra manera porque han tenido miedo de la multitud. Yo leía sus

pensamientos, aunque no oía sus palabras dichas en voz baja”. Pedro pregunta: “¿,Y qué

decían?”. ■ Jesús: “Os lo diré para que los conozcáis a fondo y podáis dar a los venideros

una exacta descripción de los corazones de los hombres de mi tiempo. No me han

respondido, no porque se hubieran convertido al Señor, sino porque entre sí han dicho: «Si

contestamos: „El bautismo de Juan venía del Cielo‟, el Rabí nos va a responder: „¿Y entonces

por qué no habéis creído en lo que venía del Cielo e indicaba una preparación para el

tiempo mesiánico?‟; y si decimos: „Del hombre‟, será la multitud la que se rebelará

diciendo: „¿Y entonces por qué no creéis en lo que Juan, nuestro profeta, dijo de Jesús de

Nazaret?‟. Así que es mejor decir: „No sabemos‟». Esto decían. No por conversión hacia Dios,

sino por cálculo ruin y para no tener que confesar abiertamente que Yo soy el Mesías y

hago lo que hago porque soy el Cordero de Dios del que habló el Precursor. ■ Y Yo tampoco

he querido decir con qué autoridad hago lo que hago. Ya lo he dicho muchas veces dentro de

esas murallas y en toda Palestina, y mis prodigios hablan aún más que mis palabras.

Ahora ya no lo voy a decir con mis palabras. Dejaré que hablen los profetas y mi Padre,

y las señales del Cielo. Porque ha llegado el tiempo en que todas las señales serán dadas.

Las que expresaron los profetas y fueron signadas por los símbolos de nuestra historia, y

las que Yo he expresado: la señal de Jonás; ¿os acordáis de aquel día de Quedes? Y la señal

que espera Gamaliel. Tú, Esteban, y tú, Bernabé, que has dejado a tus compañeros, hoy, para

seguirme, muchas veces, sin duda, habéis oído al rabí hablar de esa señal. Pues bien: pronto

será dada esa señal”. ■ Se aleja, cuesta arriba, por los olivos del monte, seguido de los suyos

y de muchos discípulos (de aquellos setenta y dos), además de otros, como José Bernabé,

que le sigue para oírle hablar todavía. (Escrito el 31 de Marzo de 1947).

······································· 1 Nota : Cfr. Mt. 21, 33-46; Mc. 12,1-12; Lc. 20,9-19.

2 Nota : Cfr. Mt. 21,23-27; Mc. 11,27-33; Lc. 20,1-8.

. --------------------000--------------------

9-593-325 (10-12-397).- Lunes Santo, noche, en Getsemaní con apóstoles: las palabras eternas.

* “¿Reconocéis las palabras eternas de los profetas?”.- ■ Ya ha anochecido y Jesús

permanece aún en el Huerto de los Olivos. Con Él los apóstoles; de nuevo les habla.“Y otro día

ha pasado. Ahora la noche, y luego mañana, y luego otro mañana, y después la cena pascual”.

Felipe pregunta: “¿Dónde la celebraremos, Señor mío? Este año están también las mujeres”.

Bartolomé dice: “Todavía no tenemos previsto nada. La ciudad está a reventar de gente. Parece

como si todo Israel, y hasta el más lejano prosélito, hubiera venido para la fiesta”. Jesús le mira.

Y como si recitase un salmo, dice: «Juntaos, apresuraos, acercaos de todas partes a mi víctima

que inmolo por vosotros. Llegaos a la Gran Víctima inmolada sobre los montes de Israel, para

que comáis su Carne y bebáis su Sangre»(Ez. 39,17). ■ Bartolomé, recalcando sus palabras,

replica: “¿Pero cuál es esa víctima? Pareces como uno que tuviera una idea fija. No hablas más

que de muerte... y nos afliges”. Jesús le mira de nuevo, pero no a Simón, que se inclina hacia

Santiago de Alfeo y Pedro y habla sigiloso con ellos, y dice: “¿Cómo? ¿Tú me lo preguntas? Tú

no eres uno de estos pequeños que para ser doctos deben recibir la septiforme luz. Tú ya eras

docto en la Escritura antes de que te hubiese llamado por medio de Felipe, en aquella mañana de

primavera. De mi primavera. ¿Me preguntas cuál es la víctima inmolada sobre los montes, de la

que todos vendrán a alimentarse? ¿Dices que tengo una idea fija, porque hablo solo de muerte?

¡Oh, Bartolomé! Como el grito del vigía, Yo, en medio de vuestra tiniebla, que nunca se ha

abierto a la luz, he lanzado una vez, dos, tres veces... el grito de alerta. Y jamás habéis querido

oírle. En ese momento habéis sufrido por ello; luego... como niños, habéis olvidado pronto las

palabras referentes a mi muerte y habéis vuelto alegres a vuestro trabajo, seguros, confiados que

mis palabras y las vuestras persuadirían cada vez más al mundo de que siguiesen y amasen a su

Redentor. No. ■ Solo después que la Tierra (Ez.14,12-13) haya pecado contra Mí, y recordad que

son palabras que el Señor dice a su profeta, solo entonces, el pueblo, y no solo éste pueblo

concreto, sino el gran pueblo de Adán empezará a gemir (Os.6,1-6) diciendo: «Acerquémonos al

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Señor. Él, que nos ha herido, nos curará». El mundo de los redimidos dirá: «Después de dos

días, o sea, dos tiempos de la eternidad, durante los cuales nos dejará a merced del Enemigo,

que nos golpeará y matará con todo género de armas, como nosotros hemos golpeado al Santo y

le hemos matado --y le seguimos golpeando y matando porque siempre existirá la raza de los

Caínes que maten con la blasfemia y malas obras al Hijo de Dios, al Redentor, arrojando flechas

mortales no contra su Persona, eternamente glorificada, sino contra sus almas propias, las

rescatadas por Él, de forma que las matarán, matándole, por tanto, a Él a través de sus propias

almas--, solo después de estos dos tiempos, vendrá el tercer día, y resucitaremos en su

presencia en el Reino del Mesías en la Tierra y viviremos en su presencia en el triunfo del

espíritu. Lo conoceremos, aprenderemos a conocer al Señor para estar preparados a combatir,

mediante este verdadero conocimiento de Dios, la extrema batalla que Lucifer trabará contra el

hombre, antes del sonido del ángel de la séptima trompeta (Ap.11,15-17), que abrirá para siempre el

coro bienaventurado de los santos de Dios --coro de un número eternamente perfecto, al que

jamás podrá ser añadido ni el más pequeño infante ni el más anciano de los ancianos-- el coro

que cantará: „Se ha acabado el pobre reino de la Tierra. El mundo ha pasado con todos sus

habitantes ante la revista que ha hecho el Juez victorioso. Los elegidos están ahora en las

manos de nuestro Señor y de su Mesías. Él es para siempre nuestro Rey. Sea alabado el Dios

Omnipotente que es, que era, que será, porque ha asumido todo su poder y ha entrado en

posesión de su Reino’».■ ¡Oh!, ¿quién de vosotros sabrá recordar las palabras de esta profecía,

que resuenan veladamente en las expresiones de Daniel (Dan.7) y que ahora grita por boca del

Sabio ante el mundo atónito, y ante vosotros, más sorprendidos que el mundo? «La venida del

Rey --continuará gimiendo el mundo herido y cerrado en su sepulcro, el que ha vivido mal y ha

muerto mal, cerrado por su septiforme vicio y sus innumerable herejías, el agonizante espíritu

del mundo, cerrado, con sus extremos estertores, dentro del organismo, muerto leproso por

todos sus errores--, la venida del Rey (Os. 6,3-4) está preparada como la de la aurora, y vendrá a

nosotros como la lluvia de primavera y de otoño». A la aurora la precede y prepara la noche.

Esta es la noche. Esta de ahora. ¿Y qué debo hacer contigo, Efraín? ¿Qué debo hacer contigo,

Judá?... ■ Simón, Bartolomé, Judas, primos míos, vosotros que sois los más doctos en la

Escritura ¿reconocéis estas palabras? Proceden no de uno que esté loco, sino de quien posee la

sabiduría y la ciencia. Como un rey que abre sus cofres porque sabe que allí está la piedra

preciosa que busca, pues él mismo la había puesto antes, cito a los profetas. Yo soy la Palabra.

Durante los siglos he hablado a través de los labios humanos, y seguiré hablando (1). Pero

todo lo que de sobrenatural se ha dicho es palabra mía. Ningún hombre, ni siquiera el más docto

y santo, puede subir, como si fuese un águila, más allá de los límites del ciego mundo, para

comprender y manifestar los misterios eternos. Solo en la Mente Divina el futuro es presente.

La necedad existe en aquellos que, no elevados por nuestra Voluntad, pretenden hacer profecías

y revelaciones. Y Dios pronto los desmiente y los castiga porque solo Uno puede decir: «Yo

soy», y decir:«Yo veo», y decir: «Yo sé». Pero, cuando una Voluntad no sujeta a medida ni a

juicio, una Voluntad que debe ser aceptada agachando la cabeza y diciendo sin discusión: «Aquí

estoy», dice: «Ve, sube, oye, ve, repite»; entonces, sumergida en el presente eterno de su Dios,

el alma, llamada por el Señor para ser «voz», ve y tiembla, ve y llora, ve y se regocija; entonces

el alma llamada por el Señor para ser «palabra» oye y, llegando a éxtasis o a agónico sudor,

pronuncia las palabras terribles del Dios eterno. Porque toda palabra de Dios es tremenda, pues

viene de Aquél cuya sentencia es inmutable y cuya Justicia es inexorable, y porque está dirigida

a los hombres, de entre los cuales demasiado pocos merecen amor y bendición, sino rayo y

condena. ■ Ahora bien, esta palabra despreciada, ¿no es causa de tremenda culpa y tremendo

castigo para los que, después que la oyeron, la rechazan? Lo es. ¿Qué debo hacer todavía con

vosotros (Os. 6,4), Efraín, Judá, mundo?; ¿qué, que no haya hecho ya? Vine, oh Tierra mía, vine

porque te amaba. Mis palabras se convirtieron en espada que te mata porque las aborreciste. ¡Oh

mundo que matas a tu Salvador, creyendo obrar lo justo! Estás tan poseído de Satanás que no

eres ni siquiera capaz de comprender cuál sea el sacrificio que Dios exige, sacrificio del propio

pecado, no de un animal inmolado y comido con el alma sucia (Os. 6,6;8,11-13). ■ ¿Qué te he

dicho en estos tres años? ¿Qué te he predicado? Te he dicho: «Conoced a Dios en sus leyes y en

su naturaleza». Me he secado como un jarro de barro poroso expuesto al sol para derramar el

conocimiento necesario de la Ley, y de Dios. Has seguido ofreciendo sacrificios, pero no el

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único necesario: ¡la inmolación de tu mala voluntad al Dios verdadero! Ahora, el Dios eterno

te dice, ciudad pecadora, pueblo perjuro --y en la hora del Juicio se empleará contra ti el látigo

que no será empleado contra Roma ni Atenas. Estas dos ciudades son necias: no conocen la

palabra y el saber, pero cuando se vean libres de sus males, pasarán a los brazos santos de mi

Iglesia, de mi única y sublime Esposa que me dará innumerables hijos dignos de Mí, crecerán y

se harán adultas, me regalarán palacios y ejércitos, templos y santos con que pueble el Cielo

como de estrellas-- ahora el Dios eterno te dice (Mal 1,10): «No me agradáis más y no aceptaré ya

más de vuestra mano don alguno, porque para Mí es como si fuese estiércol (Mal 2,3), que

arrojaré contra vuestras caras, y se os quedará pegado. Vuestras solemnidades son toda

exterioridad. Me producen asco. Cancelo mi pacto que hice con la estirpe de Aarón y lo paso a

los hijos de Leví (Mal. 2,4-6) porque: éste es mi Leví y con Él hice un pacto de vida y de paz. Él

me ha sido fiel durante los siglos, hasta el sacrificio. Temió santamente al Padre y tembló ante

la ira que pudiera suscitar solo el sonido de haber ofendido mi nombre. La ley de la verdad

estuvo en su boca, y en sus labios no hubo iniquidad. Caminó conmigo en la paz y equidad, y a

muchos arrebató del pecado. Ha llegado el tiempo en que en todas partes, y no más sobre el

único altar de Sión, pues se han hecho indignos (Mal 1,11), será sacrificada y ofrecida a mi

nombre la Hostia pura, inmaculada, aceptable al Señor». ¿Reconocéis las palabras eternas?”.

* “Es necesaria una triple cosa para purificar la tierra”. ■ Bartolomé contesta: “Las

reconocemos, señor nuestro. Créenos que nos sentimos cual si hubiéramos sido apaleados. ¿No

es posible desviar el destino?”. Jesús: “¿Lo llamas destino, Bartolomé?”. Bartolomé: “No

conozco otra palabra...”. Jesús: “Reparación. Este es su nombre. Si se ofende al Señor, hay

que reparar la ofensa. El primer hombre ofendió a Dios Creador(Gén3). Desde aquél entonces la

culpa ha seguido aumentado. Las aguas del diluvio no sirvieron para nada (Gén. 6,5-9,17) como

tampoco el fuego que llovió sobre Sodoma y Gomorra (Gén.18,1-19,29) para que el hombre fuera

santo. Ni el agua, ni el fuego. La Tierra es una Sodoma ilimitada, por donde se pasea libremente

Lucifer su rey. ■ Es necesaria una triple cosa para lavarla: el fuego del amor, el agua del dolor,

la Sangre de la Víctima. Este es mi don, ¡oh Tierra! Para eso vine. Para dártelo. ¡No puedo huir!

Es Pascua. No se puede huir”.

* ¿Se trata de la última batalla de Iscariote con Satanás o solo de su astucia satánica para

apresar también a Lázaro?.- ■ Zelote dice: “¿Por qué no vas a casa de Lázaro? No sería huir.

Pero en su casa no te tocarían”. Iscariote echándose a los pies de Jesús, grita: “Simón dice bien.

¡Te lo suplico, Señor, que lo hagas!”. A su acto responde un gran llanto de Juan. Los demás

apóstoles lloran, pero en silencio. Jesús dice a Iscariote: “¿Crees que sea Yo el Señor?

¡Mírame!”. Jesús penetra con su mirada la cara angustiada de Iscariote, porque realmente está

afligido, no finge. Tal vez sea la última batalla de su alma con Satanás y no sabe vencerla. Jesús

le estudia; sigue esa lucha como un médico sigue la crisis del enfermo. Luego se levanta

bruscamente, de modo que Judas que estaba apoyado sobre sus rodillas, es echado para atrás y

cae al suelo sentado. Jesús retrocede incluso y, con rostro agitado, dice: “¿Y así prenden

también a Lázaro? Doble presa, y, por tanto, doble alegría. No. Lázaro servirá al Mesías futuro,

al Mesías triunfante. Solo uno será arrojado fuera de la vida y no volverá. Yo volveré. Pero él

no volverá. Pero Lázaro se queda. Tú, tú que sabes tantas cosas, sabes también ésta. Mas

aquellos que esperan conseguir doble ganancia capturando al águila y al aguilucho, en el nido y

sin trabajo alguno, deben convencerse de que el águila tiene ojos para todos, y que por amor

a su aguilucho, se alejará del nido, para que solo a ella la prendan, salvándole así a él. El

odio me está matando y con todo sigo amando. ■ Idos. Me quedo a orar. Nunca, como en estos

momentos, siento el anhelo de llevar mi alma al Cielo”. Juan suplica: “Permíteme que me

quede, Señor”. Jesús: “No. Todos tenéis necesidad de descansar. Vete”. Pedro dice: “¿Te

quedas solo? Y ¿si te hacen algún daño? Pareces incluso enfermo... Yo me quedo”. Jesús: “Tú

ve con los otros. ¡Déjame olvidar por una hora a los hombres! ¡Déjame estar en contacto con

los ángeles de mi Padre! Harán las veces de mi Madre que se deshace en llanto y oración, y a la

que no puedo cargar más con mi acongojado dolor. Idos”. Su primo Judas pregunta: “¿No nos

das la paz?”. Jesús: “Tienes razón. La paz del Señor venga sobre aquellos que no le son oprobio

ante sus ojos. Hasta pronto”. Y Jesús se interna, subiendo por una ladera llena de olivos. ■

Bartolomé dice en voz baja: “¡Es así!... ¡Es lo que dice la Escritura! ¡Y, oyéndole a Él, se

comprende por qué y para quién fue dicho!” . Zelote dice: “Esto se lo había dicho yo a Pedro en

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el otoño del primer año...”. Pedro dice: “Es verdad... Pero... ¡no! Mientras yo viva no dejaré que

le prendan. Mañana...”. Iscariote pregunta: “¿Qué vas a hacer mañana?”. Pedro: “¿Que qué voy

a hacer? Estoy hablando conmigo mismo. Estos tiempos son de conjura. Ni siquiera al aire

confiaré mi plan. Y tú, que has dicho tantas veces que eres tan poderoso, ¿por qué no buscas

protección para Jesús?”. Iscariote: “Lo haré, Pedro. Lo haré. No os vayáis a sorprender que

algunas veces no esté con vosotros. Trabajo para el Maestro; pero no se lo digáis”. Pedro

humilde y sinceramente dice: “Pierde cuidado, y que seas bendito. Algunas veces he

desconfiado de ti, pero te pido perdón. Veo que eres mejor que nosotros cuando llega la

oportunidad. Tú obras... yo no sé más que hablar por hablar”. Judas se ríe como contento de la

alabanza. Salen del Getsemaní hacia el camino que lleva a Jerusalén. (Escrito el 6 de Marzo de

1946).

········································ 1 Nota :

-“Durante siglos he hablado a través de labios humanos y seguiré hablando”.- La doctrina, que Jesús expone, a este

respecto, en el episodio 8-502-10 (ver 3 líneas más abajo), a la Escritora María Valtorta, muchas veces ella se

aplicará a sí misma, con humildad, pero sin temor, para explicar el fenómeno de su Obra, esto es, de estos libros. Tal

fue su persuasión, pero que a nadie impuso.

- Jesús, en el episodio 8-502-10 (expuesto en el tema “Palabra de Dios”), se expresa así sobre la Inspiración divina:

“Cuando Dios se apodera de una inteligencia y la emplea a su servicio, transfunde en ella, en las horas que está al

servicio de Dios, una inteligencia sobrenatural que aumenta en mucho la inteligencia natural del sujeto. ¿Pensáis, por

ejemplo, que Isaías, Ezequiel, Daniel y los demás profetas, si hubieran tenido que leer y explicar esas profecías como

escritas por otros, no habrían encontrado las oscuridades indescifrables que en ellas encontraban sus

contemporáneos? Y, sin embargo, Yo os digo que, mientras las recibían, ellos las comprendían perfectamente. Mira,

Simón. Tomemos esta flor nacida cerca de tus pies. ¿Qué ves en la sombra que envuelve al cáliz? Nada. Ves un cáliz

profundo y una pequeña boca y nada más. Mírala ahora que la tomo y la traigo para que le dé la luz del sol. ¿Qué

cosa ves?”. Pedro: “Veo los pistilos, el polen, y, en torno a los pistilos, una coronita de pelitos que parecen pestañas,

y una franjita que adorna el pétalo largo y los dos más pequeños... y veo una gotita de rocío en el fondeo del cáliz...

y... ¡oh, mira! un mosquito ha bajado a beber dentro y se ha enviscado entre los pelillos, y no puede librarse... ¡Pero

ahora! Déjame ver mejor. Oh, los pelillos parecen como si estuviesen untados con miel... se ha pegado...

¡Comprendido! Dios lo ha hecho así o para que la flor se nutra con él, o para que se nutran los pajarillos que vienen

en busca de mosquitos, o para que se limpie de mosquitos el aire... ¡Qué maravilla!”. Jesús: “Pero sin la fuerte luz del

sol no habrías visto nada, ¿no es así?”. Pedro: “¡No, claro!”. Jesús: “Lo mismo sucede en la posesión divina. La

criatura, que de su parte pone únicamente su buena voluntad de amar totalmente a su Dios, el abandono a los deseos

de Dios, la práctica de las virtudes y el dominio de sus pasiones, es absorbida en Dios, y en la Luz que es Dios, en la

Sabiduría que es Dios, todo lo ve y todo lo comprende. Después, terminada la intervención divina, se produce en la

criatura un estado en el que lo recibido se transforma en norma de vida y de santificación; pero lo que antes parecía

tan claro se vuelve oscuro o, mejor, crepuscular. ■ El demonio, perpetuo mono que remeda a Dios, produce un efecto

semejante en la inteligencia de sus poseídos, aunque limitado porque sólo Dios es infinito; en sus poseídos, que

voluntariamente se le han entregado para triunfar, el demonio les comunica su inteligencia superior pero únicamente

dirigida hacia el mal, a hacer daño, a ofender a Dios y al hombre. Y la acción satánica, al encontrar en el alma

consentimiento, es continua, siendo así que, por grados, conduce a la total ciencia del Mal. Éstas son las peores

posesiones. No se ve nada al exterior, por lo cual no se huye de estos endemoniados. Pero existen estas posesiones.

Como he dicho muchas veces, serán los poseídos de esta manera los que descarguen su mano sobre el Hijo del

Hombre”.

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9-594-332 (10-13-403).- Martes Santo.-El tributo al Cesar (1).

* “Dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”.- ■ Entran en el

Templo. Los soldados de la Antonia los observan mientras pasan. Van a adorar al Señor.

Luego vuelven al patio en que los rabíes enseñan. En seguida, antes de que la gente venga

y se arremoline en torno, con falsa deferencia, tras haberle saludado, le dicen: “Maestro,

sabemos que eres sabio y veraz, y que enseñas el camino de Dios sin tener en cuenta

nada ni a nadie, aparte de la verdad y la justicia; y que poco te preocupas del juicio que

los demás tengan de Ti, sino que te preocupas sólo de llevar a los hombres al Bien. Dinos,

entonces: ¿es lícito pagar el tributo a César, o no? ¿Qué opinas?”. Jesús los mira con una de

esas miradas suyas de penetrante y suprema intuición, y responde: “¿Por qué me tentáis

hipócritamente? ¡Y además alguno de vosotros ya sabe que a Mí no se me engaña con

hipócritas honores! Pero, mostradme una moneda de las que usáis para el tributo”. Le

muestran la moneda. La observa por ambas partes, y, sujetándola en la palma de la

izquierda, golpea en ella con el índice de la derecha, mientras dice: “¿De quién es esta imagen y

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qué dice esta inscripción?”. Rabí: “La imagen es de César, y la inscripción lleva su nombre,

el nombre de Cayo Tiberio César, que es ahora emperador de Roma”. Jesús: “Pues entonces

dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios”, y les da la espalda, después de

haber entregado el denario a quien se lo había dejado. Escucha a unos u otros de los muchos

peregrinos que le hacen preguntas, consuela, absuelve, cura. (Escrito el 1 de Abril de

1947). ········································ 1 Nota : Cfr. Mt. 22, 15-22; Mc. 12,13-17; Lc. 20,19-26.

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9-595-337 (10-14-408).- Martes Santo.- En el Getsemaní Jesús con los apóstoles. Les habla:

de haber alcanzado Él la edad perfecta y de los tormentos que le esperan: dos serán los

principales verdugos en la hora de la expiación.

* “He ido creciendo en Gracia y Sabiduría en 33 años alcanzando la edad perfecta y en

estos 3 últimos años mi boca es como una espada cortante”.- ■ Dice Jesús: “Hoy habéis

escuchado a judíos y gentiles lo que decían. No os debe extrañar si os digo: «De mi boca salió

siempre la palabra recta. Y jamás será revocada» (Is.45,23-25). Siempre diré con Isaías, hablando

de los gentiles que vendrán a Mí después de ser elevado de la tierra: «Delante de Mí se doblará

toda rodilla. Todos los hombres jurarán por Mí y en mi Nombre». Y, habiendo visto cómo actúan

los judíos, no dudaréis ni un momento en afirmar, sin temor a equivocaros, que serán conducidos a

mi presencia, y avergonzados, todos los que fueron contrarios a Mí. Mi Padre no solo me ha

hecho siervo suyo para que haga revivir a las tribus de Jacob y para convertir a lo que queda de

Israel, «los restos» (1) sino que me ha dado como luz para las Naciones para que sea el «Salvador»

de toda la Tierra (Is. 49,3-6). Por este motivo, en estos treinta y tres años de exilio del Cielo y del

seno del Padre, he continuado creciendo en Gracia y Sabiduría ante Dios y ante los hombres,

alcanzando la edad perfecta, y en estos tres últimos años, después de haber puesto incandescentes

mi alma y mi mente en el fuego del amor, y de haberlas templado con el hielo de la penitencia, he

hecho que «mi boca sea como una espada cortante» (Is. 49,2).

* “Hay otra tortura para el H. H. con 2 agentes principales: Dios mismo con su ausencia y tú,

demonio, con tu presencia. Tortura, conocida sólo por pocos en su real atrocidad y aceptada como

posible por menos todavía”.- ■ Jesús: “E1 Padre Santo, que es mío y vuestro, hasta este momento

me ha custodiado bajo la sombra de su mano, porque todavía no había llegado la hora de la

Expiación. Ahora me deja ir. Y la flecha suelta, la flecha de su divina aljaba, tras haber herido para

sanar (herido a los hombres para abrir brecha en los corazones para la Palabra y Luz de Dios),

ahora se dirige, rápida y segura, a herir a la Segunda Persona, al Expiador, al Obediente que

obedece por el Adán desobediente... Y, como guerrero alcanzado y herido, caigo, diciendo a

muchos (Is. 49,4): «En vano me he fatigado, en vano, para no obtener nada. Inútilmente he gastado

mis fuerzas». ¡Pero no! Todo lo hice por el Señor eterno que no hace nunca nada sin motivo! ■

¡Atrás, Satanás, que quieres que ceda al desánimo y tentarme a la desobediencia! Desde el principio

de mi ministerio y hasta el fin de él, viniste y vienes. Pues bien, aquí estoy. Me pongo en posición

de lucha (y realmente se levanta). Te desafío. Y, me lo juro a Mí mismo (2), que te venceré. No es

orgullo decir esto: es la verdad. El Hijo del hombre será vencido en su carne por el hombre, el

miserable gusano que muerde y envenena desde su corrompido fango. Pero, el Hijo de Dios, la Se-

gunda Persona de la inefable Tríada, no será vencido por Satanás. Tú eres el Odio. Y eres

poderoso en medio de él y en tu malicia de tentador. Pero conmigo habrá una fuerza que escapa a

tu acción, porque no puedes ni alcanzarla ni mirarla. ¡El Amor está conmigo! ■ No ignoro el

tormento que me espera. No el tormento del que os hablaré mañana, porque tened en cuenta que

nada de lo que pasaba a mi alrededor lo he ignorado, así como tampoco nada de lo que se formaba en

vuestro corazón. No. Hay otro tormento... que no le viene al Hijo del hombre ni de lanzas ni de palos,

ni de burlas y golpes, sino de Dios mismo, tormento que será conocido sólo por pocos en su real

atrocidad y aceptado como posible por menos todavía. Pero en esa tortura, en que dos serán los

principales verdugos: Dios con su ausencia (3) y tú, demonio, con tu presencia, la Víctima tendrá

consigo al Amor, el Amor que vive en la Víctima, que es la primera fuerza de mi resistencia a la

prueba, y al Amor que encontraré en el consolador espiritual, que ya bate sus alas de oro por el

ansia de bajar a secar mis sudores, y que ya recoge todas las lágrimas de los ángeles en el celestial

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cáliz y que diluye en él la miel de los nombres de mis redimidos, de los que me aman, para calmar

con esa bebida la gran sed del Torturado y su amargura sin límites. ■ Y tú, demonio, serás

vencido. Un día, saliendo de un poseído, me dijiste: «Espero a vencerte cuando seas una piltrafa de

carne sangrante». Pero Yo te respondo: «No te apoderarás de Mí. Yo venzo. Mi fatiga fue santa,

mi causa está en manos de mi Padre, que defiende las obras de su Hijo y no permitirá que ceda el

espíritu mío». Padre, ya desde ahora te digo para esa hora atroz: «En tus manos abandono mi

espíritu» (Sal 30,6). Juan, no me dejes... Vosotros marchaos. La paz del Señor esté donde no es

huésped Satanás. Adiós”. Todo termina. (Escrito el 7 de Marzo de 1945).

················································ 1 Nota : Respecto «al resto» o «restos», esto es, la porción del pueblo israelita que volvió a ser fiel a Dios, o bien

refiriéndose al Mesías, el «Germen» santo del pueblo de Israel, cfr. los siguientes contextos: Deut. 29, 29-30, 5; 4 Rey.

19, 1-8; 1 Esd. 1, 1-4; 2 Esd. 1, 1-4; Is. 4, 2-3; 6, 9-13; 7, 3 (nombre profético del hijo mayor de Is.: «Un resto tornará a

Dios»); 10, 20-23; 11, 1-16; 28, 1-6; 37, 1-4; 30-32; Jer. 3, 14-18; 5, 18-19; 23, 1-18; 31, 7-9; 50, 19-20; Bar. 2, 11-18; Ez.

5, 1-6; 6, 1-10; 9; 12, 8-16; 20, 33-38; J1. 2, 28-32; Am. 3, 9-12; 5, 14-15; Ab. 16-18; Miq. 2, 12-13; 4, 6-7; 5, 1-6; Sof. 2, 4-11;

3, 11-13; Ag. 1; Zac. 1, 1-6; 8, 1-17; 13, 7-9; 14, 1-3; Rom. 9, 25-29.

2 Nota : Como Dios no tiene un superior por quien jurase (Heb. 6, 13) jura por Sí mismo. Cfr. Gén. 22, 16; Ex. 32,

13; Is. 45, 23; Jer. 22, 5; 44, 26 (por su gran Nombre); 49, 13 51, 14; Am. 4, 2 (por su Santidad); 6, 8; Hebr. 6, 13-20.

3 Nota : “Dios con su ausencia” o también otras expresiones como “la Divinidad abandonó a su Mesías”.

Ciertamente no en el sentido de que Dios efectivamente se haya separado de Jesús, destruyendo así la unión

hipostática de la Naturaleza divina y de la Naturaleza humana, sino en el sentido que usa el mismo S. Mat. en 27,46 y

Marcos en 15,34, por lo tanto, de una separación solo aparente, aunque muy dolorosa. Poco antes de morir, dijo

sobre la cruz, repitiendo las primeras palabras del Salm. 21 “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

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9-596-345 (10-15-415).- Miércoles Santo: discursos (y diatribas) sobre los escribas, fariseos,

Jerusalén (1), sobre el fin del Templo (1).

* Razón de ser de escribas (laicado culto surgido para ayudar a sacerdotes en la doctrina)

y fariseos (secta para sostener con la más rígida moral la obediencia a la Ley de

Moisés y el espíritu de independencia del pueblo, al surgir el partido helenista) .- ■

Apóstoles, discípulos y numerosa gente le siguen, en grupo compacto, mientras Él regresa al

lugar del primer patio, que está casi resguardado por la muralla del Templo, al lugar que

conserva un poco de frescor (y es que este día se siente un fuerte bochorno). Allí, estando la

tierra revuelta por las pezuñas de los animales, y sembrada de piedras que han servido a

los mercaderes y cambistas para sujetar sus tiendas y toldos, allí no vienen los rabíes de

Israel, los cuales permitían que en el Templo se montara un mercado, pero sentían repulsa

de pisar los lugares donde se ven todavía restos de lo que dejaron los animales, que apenas unos

días antes habían estado allí. Jesús no siente esta repulsa, y allí se refugia, dentro de un

círculo denso de oyentes. Pero, antes de hablar, llama a sus apóstoles y les dice: “Venid

y escuchad bien. Ayer queríais saber muchas de las cosas que voy a decir ahora. A ellas

aludí vagamente mientras descansábamos en el huerto de José. Así que estad bien

atentos porque son grandes lecciones para todos, sobre todo, para vosotros, ministros y

continuadores míos. ■ Escuchad. En la cátedra de Moisés, en el momento justo, se

sentaron escribas y fariseos. Tiempos tristes, ésos, para la Patria. Terminado el destierro

de Babilonia (2), reconstruida la nación por magnanimidad de Ciro, los dirigentes del

pueblo sintieron la necesidad de reconstruir también el culto y el conocimiento de la

Ley. Porque ¡ay de aquel pueblo que no los tenga como defensa, guía y apoyo, contra los más

poderosos enemigos de una nación, que son la inmoralidad de los ciudadanos, la rebelión

contra los jefes, la desunión entre las distintas clases y grupos, los pecados contra Dios y

contra el prójimo, la irreligiosidad, elementos todos que son disgregadores por sí mismos y

por los castigos celestes que provocan! ■ Surgieron, pues, los escribas, o doctores de la

Ley, para poder adoctrinar al pueblo que, hablando el lenguaje caldeo, herencia del duro

destierro, no comprendía ya las escrituras redactadas en hebreo puro. Surgieron como

ayuda de los sacerdotes, que eran insuficientes en número para acometer la tarea de

adoctrinar a las multitudes. Un laicado culto y dedicado a honrar al Señor llevando a los

hombres el conocimiento de Él; tuvo, pues, su razón de ser e incluso hizo un bien. Porque,

tened esto presente todos, incluso las cosas que por debilidad humana luego degeneran,

como fue ésta que se corrompió en el transcurso de los siglos, tienen siempre algo de bueno

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y de una razón --al menos inicial-- de existir, y es por ello que el Altísimo permite que

surjan y duren hasta que, colmada la medida de su degradación, Él las desbarata. ■ Vino

después, de la transformación de la secta de los asideos, la otra secta, la de los fariseos. Ésta

había surgido para sostener con la más rígida moral la más intransigente obediencia a la

Ley de Moisés y el espíritu de independencia de nuestro pueblo, cuando el partido

helenista --que se había formado por las presiones y seducciones que comenzaron en

tiempos de Antíoco Epífanes, y que pronto se transformaron en persecuciones contra los que

no cedían a las presiones de este hombre astuto que más que con sus armas contaba con la

disgregación de la fe en los corazones--, buscando reinar en nuestra patria, trataba de

esclavizarnos. Recordad también esto: temed más a las fáciles alianzas y halagos de un

extranjero que a sus legiones. Porque, mientras seáis fieles a las leyes de Dios y de la Patria,

venceréis, aun cuando estéis rodeados de ejércitos poderosos; pero cuando el sutil veneno

dado como miel embriagadora por el extranjero que ha hecho planes sobre vosotros os haya

corrompido, entonces Dios os abandonará por vuestros pecados, y quedaréis vencidos y

sujetos, aunque el falso aliado no os ataque en cruenta batalla contra vuestro suelo. ■¡Ay

de aquel que no esté alerta como vigía y no rechace la insidia sutil de un vecino astuto y

falso, o de un aliado, o del dominador que empieza su conquista en los individuos, ablandando

sus corazones, corrompiéndolos con usos y costumbres que no son nuestros, que no son

santos, y que, por tanto, nos hacen no gratos al Señor! ¡Ay de él! Traed todos a la memoria las

consecuencias que le ha acarreado a la Patria el que alguno de sus hijos haya adoptado

usos y costumbres del extranjero para atraerse sus simpatías y gozar. ■ Buena cosa es la

caridad con todos, incluso con los pueblos que no tienen nuestra fe, que no tienen

nuestros usos, que a lo largo de los siglos nos han perjudicado. Pero el amor a estos

pueblos, que siguen siendo nuestro prójimo, nunca debe hacernos renegar de la Ley de Dios

y de la Patria por mezquinos intereses. No. Los extranjeros desprecian a aquellos que se

manifiestan serviles hasta el punto de repudiar las cosas más santas de la Patria. El

respeto y la libertad no se obtienen renegando del Padre y de la Madre: Dios y la Patria. Fue,

pues, una cosa buena, el que, en su debido momento, surgieran también los fariseos para

levantar un dique contra el fango de usos y costumbres extranjeros. ■ Lo repito: toda

cosa que surge y dura tiene su razón de ser. Y hay que respetarla, si no por lo que hace, por

lo que hizo. Y si ahora es culpable no es función de los hombres el insultarla, y, menos

aún, hacerla desaparecer. Hay quien lo hará: Dios y su Enviado, Yo, que tengo el derecho

y el deber de abrir mi boca, de abrir vuestros ojos para que vosotros y ellos conozcáis el

pensamiento del Altísimo y obréis con justicia. Yo y ningún otro. Yo porque hablo por

mandato divino. Yo porque puedo hablar, no teniendo en Mí ninguno de los pecados que os

escandalizan cuando los veis cometidos por escribas y fariseos, pero que, si podéis, también

vosotros los cometéis”. ■ Jesús, que había empezado en tono bajo su discurso, ha ido

alzando la voz y en estas últimas palabras ésta es potente como un toque de trompeta. Tanto

israelitas como gentiles, le escuchan con atención. Y si los primeros aplauden cuando Jesús

recuerda a la Patria y llama abiertamente por sus nombres a los que, extranjeros, los han

sometido y les han hecho sufrir, los otros admiran la forma oratoria del discurso y se

felicitan por estar presentes en este discurso digno --según comentan entre ellos-- de un gran

orador.

* “Haced lo que dicen, mas no los imitéis. Enseñan leyes humanitarias del Pentateuco pero

luego cargan con fardos insoportables... Pretenden que su doctrina sea superior a la de

Dios, manipulando la verdadera Ley... Enseñan doctrinas heréticas...”.- ■ Jesús baja de

nuevo la voz al reanudar su discurso: “Os he dicho esto para recordaros cuál fue la razón por la

que nacieron escribas y fariseos, y cómo y por qué se han sentado en la cátedra de Moisés, y có-

mo y por qué hablan y no son vanas sus palabras. Haced, pues, lo que dicen, mas no los imitéis

en sus acciones. Porque dicen que se debe actuar en un cierto modo, pero luego no hacen lo que

dicen que debe ser hecho. Efectivamente, enseñan las leyes humanitarias del Pentateuco,

pero luego cargan con fardos grandes, insoportables, inhumanos, a los demás, mientras que

respecto a sí mismos no extienden un solo dedo, no sólo para llevar esos pesos, sino tampoco

para tocarlos. Su regla de vida es ser vistos y notados y aplaudidos por sus obras (las

hacen de manera que puedan ser vistas para ser alabados por ellas). E infringen la ley del

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amor, porque les gusta llamarse “separados” y desprecian a los que no pertenecen a su secta

y exigen el título de maestros y un culto por parte de sus discípulos, cosas que ellos no

dan a Dios. Dioses se creen por sabiduría y poder, superiores al padre y a la madre quieren

ser en el corazón de sus discípulos, y pretenden que su doctrina sea superior a la de Dios,

y exigen que sea practicada al pie de la letra, aun siendo una manipulación de la

verdadera Ley, inferior a ella más aún que este monte respecto a la al tura del Gran

Hermón, que supera a toda Palestina. Son herejes, creyendo algunos, como los paganos,

en la transmigración de las almas y la fatalidad; negando los otros lo que los primeros

admiten y --si no de palabra, sí de hecho-- lo que Dios mismo ha dado como fe, es decir,

que Él es el único Dios, al que debe darse culto, y que el padre y la madre van después

sólo de Dios, y que, como tales, tienen el derecho de ser obedecidos más que un maestro no

divino”.

* “Si ahora digo: «El que ama a su padre o madre más que Mí no es apto para el Reino de

Dios», no es para inculcaros el desamor... sino el amor justo que sabe elegir entre la ley

mía y los abusos o egoísmos familiares”.- ■ Jesús: “Porque, si Yo ahora os digo: «El que

ama al padre y la madre más que a Mí no es apto para el Reino de Dios», ciertamente no es

para inculcaros el desamor hacia los padres, a quienes debéis respeto y ayuda, y a

quienes no es lícito quitarles socorro diciendo: «Es dinero del Templo», ni negarles

hospedaje diciendo: «Mi cargo me lo prohíbe», ni la vida bajo el pretexto de: «Te mato

porque amas al Maestro». Os lo digo para que améis como es debido a vuestros padres, o

sea, con un amor paciente y fuerte dentro de su mansedumbre, un amor que --sin caer en el

aborrecimiento del padre o la madre que no quieren, y esto os causa dolor, seguiros por

el camino de la Vida: la mía-- sabe elegir entre la ley mía y el egoísmo y abuso familiares.

Amad a los padres, obedecedlos en todo lo santo. Pero estad dispuestos a morir --no a dar

muerte, sino a morir, digo-- si quieren induciros a traicionar la vocación que Dios ha

puesto en vosotros de ser ciudadanos del Reino de Dios que Yo he venido a formar”.

* “Que el distintivo del cristiano, ese será el nombre de mis discípulos, sea el amor y la

unión, igualdad, comunidad de bienes, fraternidad... Un reino dividido... Es mejor dar que

recibir”.- ■ Jesús: “No imitéis a escribas y fariseos, divididos entre sí aunque finjan estar

unidos. Vosotros, discípulos de Cristo, estad verdaderamente unidos, los unos para los

otros. Los jefes sean dulces con los subordinados; los subordinados, con los jefes. Una cosa

sola en el amor y en el fin de vuestra unión: conquistar mi Reino y estar a mi derecha en el

eterno Juicio. Recordad que un reino dividido deja de ser un reino y no puede subsistir.

Estad, pues, unidos entre vosotros en el amor a Mí y a mi doctrina. Que el distintivo del

cristiano --ese será el nombre de mis súbditos-- sea el amor y la unión, la igualdad entre

vosotros en lo tocante al vestir, la comunidad de bienes, la fraternidad de los corazones.

Todos para uno, uno para todos. Quien dé, que lo haga con humildad; quien no tiene, que

acepte con humildad y humildemente exponga sus necesidades a sus hermanos, sabiendo

que son eso: hermanos. Y que los hermanos escuchen amorosamente lo tocante a las

necesidades de sus hermanos, sintiéndose verdaderamente hermanos de éstos. Recordad

que vuestro Maestro a menudo pasó hambre, frío y otras mil necesidades e

incomodidades y, humildemente, Él, siendo Verbo de Dios, las expuso a los hombres.

Recordad que hay un premio reservado para quien es misericordioso hasta sólo en ofrecer un

sorbo de agua. Recordad que dar es mejor que recibir (3).■ Que recordando estas tres

cosas el pobre halle la fuerza de pedir sin sentirse humillado, pensando que Yo lo hice

antes que él; de perdonar si le rechazan, pensando que muchas veces al Hijo del hombre le

fueron negados el sitio y el alimento que se dan a los perros que cuidan el rebaño. Y que el

rico halle la generosidad de dar sus riquezas, pensando que la vil moneda, el odioso

dinero sugerido por Satanás, causa del noventa por ciento de las desgracias del

mundo, si es dado por amor se transforma en joya inmortal del paraíso”.

* “Que vuestras virtudes solo sean conocidas por Dios y no como los fariseos: que llevan

filacterias...gustan llamarse «rabí»; solo uno es Maestro: Yo. Y lo seguiré siendo cuando

ya no esté entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina... Uno vuestro

Padre... El mayor sea el servidor”.- ■ Jesús: “Vestíos con vuestras virtudes. Han de ser éstas

ricas, pero sólo conocidas por Dios. No hagáis como los fariseos, que llevan las filacterias más

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anchas y las franjas más largas, y buscan los primeros puestos en las sinagogas y las

reverencias en las plazas y quieren que el pueblo los llame «rabí». Sólo uno es el Maestro:

Yo. Vosotros, que en el futuro seréis los nuevos doctores --me refiero a vosotros, apóstoles míos

y discípulos--, recordad que sólo Yo soy vuestro Maestro. Y lo seguiré siendo cuando ya no esté

aquí entre vosotros. Porque la Sabiduría es la única que adoctrina. Así pues, no dejéis que os

llamen maestros, porque vosotros mismos sois discípulos. Y ni exijáis ni deis el nombre de

padre a nadie en la Tierra, porque sólo uno es el Padre de todos: el Padre vuestro que está

en los Cielos. Que esta verdad os haga sabios en el hecho de sentiros verdaderamente

todos hermanos entre vosotros, bien sea los que dirigen, bien sea los dirigidos; y

amaos, pues, como buenos hermanos. Y tampoco quiera ser llamado guía ninguno de los

que dirijan, porque sólo uno es vuestro guía común: Yo. ■ El mayor de entre vosotros que

se haga vuestro servidor. No es humillarse el ser siervo de los siervos de Dios (4), sino que

es imitarme a Mí, que fui manso y humilde, y estuve siempre dispuesto a tener amor hacia

mis hermanos en la carne de Adán y a ayudarlos con el poder que, como Dios, tengo en

Mí. Y no he rebajado lo divino al servir a los hombres. Porque el verdadero rey es aquel que

sabe dominar no tanto sobre los hombres cuanto sobre las pasiones del hombre, de las

cuales la primera es la necia soberbia”.

* Norma para dar a luz a Cristo y entrar en el Reino: humildad, profetizada por la

Mujer... Quien se humilla será ensalzado...- ■ Jesús: “Recordad esto: quien se humilla

será ensalzado y quien se ensalza será humillado. La Mujer de la que habló el Señor en el

Génesis (Gén.3,15), la Virgen a quien alude Isaías, la Madre-Virgen del Emmanuel, profetizó

esta verdad del tiempo nuevo cantando: «El Señor ha derribado a los poderosos de su trono

y ha ensalzado a los humildes». La Sabiduría de Dios hablaba en los labios de Aquella que

era Madre de la Gracia y Trono de la Sabiduría. Y Yo repito las inspiradas palabras que

me exaltaron en unión al Padre y al Espíritu Santo, por nuestras obras admirables, cuando,

sin que la Virgen hubiera padecido detrimento alguno, Yo, el Hombre, me formaba en su seno

sin dejar de ser Dios. ■ Que sean norma para aquellos que quieran dar a luz a Cristo en

sus corazones y entrar en el Reino de Dios”.

* Maldiciones contra fariseos y escribas.- ■ Jesús: “No tendrán a Jesús, el Salvador, ni a

Cristo, el Señor, ni tendrán Reino de los Cielos, los soberbios, los fornicadores, los idólatras

que se adoran a sí mismos y adoran su propia voluntad. Por eso, ● ¡ay de vosotros,

escribas y fariseos hipócritas, que creéis que podéis cerrar con vuestras afirmaciones

imposibles de practicar --realmente serían, si estuvieran puestas por Dios, una cerradura

por la que la mayoría de los hombres no pasaría--, que creéis que podéis dejar plantados

ante la puerta del Reino de los Cielos a los hombres que a él levantan su espíritu para

encontrar fuerza en su penosa jornada terrena. ● ¡Ay de vosotros, que no entráis, no queréis

entrar porque no aceptáis la Ley del celeste Reino, y no dejáis entrar a los otros que están ante

esa puerta, a la que vosotros, intransigentes, reforzáis con cerrojos no puestos por Dios! ●

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis las casas de las viudas con el

pretexto de que recitaréis largas oraciones! ¡Por esto sufriréis un juicio severo! ● ¡Ay de

vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que vais por mar y tierra, consumiendo haberes no

vuestros, para conseguir un solo prosélito, y, una vez conseguido, le hacéis dos veces más

digno del infierno que vosotros! ● ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: «Si uno jura por

el Templo, su juramento no vale nada, pero si jura por el oro del Templo queda obligado a su

juramento». ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más?, ¿el oro o el Templo, que santifica al oro? Y que

decís: «Si uno jura por el altar, su juramento no tiene valor, pero, si jura por la ofrenda que

está sobre el altar, entonces es válido su juramento y a él queda obligado». ¡Ciegos! ¿Qué

es mayor, la ofrenda o el altar, que santifica a la ofrenda? Así pues, el que jura por el altar

jura por el altar y por todo lo que el altar tiene encima, y el que jura por el Templo jura

por el Templo y por Aquel que en él mora, y el que jura por el Cielo jura por el Trono de

Dios y por Aquel que en él está sentado. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,

que pagáis los diezmos de la menta y de la ruda, del anís y del comino, y luego descuidáis los

preceptos más graves de la Ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! ¡Éstas son las

virtudes que hay que tener, sin descuidar las otras cosas menores! Guías ciegos, que filtráis

las bebidas por miedo a contaminaros bebiendo una mosquita ahogada en ellas, y luego os

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tragáis un camello sin sentiros impuros por ello. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos

hipócritas, que laváis por fuera la copa y el plato, pero por dentro estáis henchidos de

rapiña e inmundicia! Fariseo ciego, lava primero lo de dentro de tu copa y de tu plato, de

forma que también lo de fuera quede limpio. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,

que voláis como murciélagos en la oscuridad, debido a vuestras obras de pecado y pactáis

por la noche con paganos, bandidos y traidores, y luego, por la mañana, borradas las

huellas de vuestros ocultos pactos, subís al Templo elegantemente vestidos! ● ¡Ay de

vosotros, que enseñáis las leyes de la caridad y de la justicia contenidas en el Levítico (Lev.11-

27), y luego no sois más que unos ambiciosos, ladrones, falaces, calumniadores, opresores,

injustos, vengativos, aborrecedores y que llegáis a derribar a quien os causa molestia,

aunque sea de vuestra propia sangre, y que repudiáis a la mujer que, siendo virgen, se

casó con vosotros y que repudiáis a los hijos obtenidos de ella porque padecen alguna

desventura, y que acusáis de adulterio a vuestra mujer, que ya no os gusta, o la acusáis de

enfermedad impura para quedaros libres de ella, vosotros, que sois impuros en vuestro

corazón libidinoso, aunque no lo parezcáis ante los ojos de la gente que no conoce vuestros

actos! Sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos

mientras que por dentro están llenos de huesos de muertos y podredumbre. Lo mismo sucede

en vosotros. ¡Sí, lo mismo! Por fuera parecéis justos, pero por dentro estáis henchidos de

hipocresía e iniquidad. ● ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que erigís suntuo-

sos sepulcros a los profetas y embellecéis las tumbas de los justos y decís: «Si hubiéramos

vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos sido cómplices y partícipes de los que

derramaron la sangre de los profetas»! Y de este modo admitís claramente que sois

descendientes de aquellos que mataron a vuestros profetas. Y vosotros, además, colmáis la

medida de vuestros padres... ¡Oh, serpientes, raza de víboras, ¿cómo os libraréis de la

condenación de la Gehena?! ■ Por esto, Yo, Palabra de Dios, os digo: Yo, Dios, os

enviaré nuevos profetas y sabios y escribas. Y, de éstos, a una parte los mataréis, a una

parte los crucificaréis, a una parte los flagelaréis en vuestros tribunales, en vuestras sinagogas,

fuera de vuestras murallas, a otra parte los perseguiréis de ciudad en ciudad, hasta que

recaiga sobre todos vosotros la sangre justa, derramada sobre la Tierra, des de la

sangre del justo Abel hasta la de Zacarías hijo de Baraquías (2 Para. 24,17-22), al que disteis

muerte entre el atrio y el altar, porque, por amor a vosotros, os había recordado vuestro

pecado para que os arrepintierais de él y volvierais al Señor. Así es. Odiáis a los que

quieren vuestro bien y amorosamente os llaman a los senderos de Dios. En verdad os digo

que todo esto está para cumplirse, tanto el crimen como sus consecuencias. En verdad os

digo que todo esto se cumplirá con esta generación”.

* Diatriba sobre Jerusalén. Condición para la conversión de la Casa de Israel: “Os

dejarán desierta esta Casa vuestra. No volveréis a verme hasta que no digáis: «Bendito el

que...»”.- Predicción sobre su Templo: “No quedará piedra sobre piedra”.- Jesús: “¡Oh,

Jerusalén! ¡Jerusalén! ¡Jerusalén que apedreas a los que te son enviados y matas a tus

profetas! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos

bajo sus alas, y tú no has querido! ¡Pues oye esto, Jerusalén! ¡Escuchad todos vosotros, los

que me odiáis y odiáis todo lo que de Dios viene! ¡Escuchad los que me amáis y os veréis

envueltos en el castigo reservado para los perseguidores de los Enviados de Dios! Y oíd

también vosotros que no sois de este pueblo, pero que igualmente me estáis escuchando;

escuchad para saber quién es el que os habla y que predice sin necesidad de estudiar el vuelo, el

canto de los pájaros, ni los fenómenos celestes y las vísceras de los animales sacrificados, ni la

llama y el humo de los holocaustos, porque todo el futuro es presente para Aquel que os habla.

Escuchad: «Os dejarán desierta esta Casa vuestra. Yo os digo, dice el señor, que no

volveréis a verme hasta que --también vosotros-- no digáis: „Bendito el que viene en el

nombre del Señor‟»” (Sal.117,24.26). ■ Jesús está visiblemente cansado y sudoroso, por el

esfuerzo del largo e impetuoso discurso y por el bochorno de este día sin viento. Oprimido

contra el muro por una multitud, objeto de los dardos de numerosísimas pupilas, sintiendo

todo el odio que le escucha desde los pórticos del Patio de los Paganos, y todo el amor --o, al

menos, admiración-- que le rodea y que no se preocupa del sol que incide sobre las espaldas y

en las caras enrojecidas y sudadas, se le ve verdaderamente sin fuerzas y necesitado de

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descanso. Y lo busca diciendo a sus apóstoles y a los setenta y dos que como cuñas se

han ido abriendo lentamente paso entre el gentío y ahora están en primera línea (barrera

de amor fiel en torno a Él): “Vamos a salir del Templo. Vamos a un lugar despejado, entre los

árboles. Necesito sombra, silencio y frescor. En verdad, este lugar parece arder ya con el

fuego de la ira celeste”. Le dejan paso no sin dificultad. Así pueden salir por la puerta

más cercana, donde Jesús se esfuerza en despedir a muchos, pero sin conseguirlo: quieren

seguirle a toda costa. ■ Entretanto, los discípulos observan la cúpula del Templo, centelle-

ante bajo el Sol casi cenital, y Juan de Éfeso llama la atención del Maestro acerca de la

robustez de la construcción: “¡Mira qué piedras y qué construcción!”. Jesús responde: “Pues

de ello no quedará piedra sobre piedra”. Muchos preguntan: “¿No? ¿Cuándo? ¿Cómo?”. Pero

Jesús no habla. Baja el Moría y sale a buen paso de la ciudad, cruzando Ofel y la Puerta

de Efraín o del Estiércol, para refugiarse en la espesura de los Jardines del Rey lo antes

que puede, o sea, cuando los que se han obstinado en seguirle --los que no son ni apóstoles ni

discípulos-- se marchan lentamente cuando Mannaén, que ha mandado abrir las pesadas

cancillas, pasa adelante, solemne, para decir a todos: “Marchaos. Aquí entran sólo los que yo

quiero”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).

········································· 1 Nota : Escribas, fariseos, Jerusalén: Cfr. Mt. 23,1-39; Fin del Templo: Cfr. Mt. 24,1-3.

2 Nota : El destierro de los israelitas en Babilonia, que predijeron Jeremías y Ezequiel, lo realizó Nabucodonosor

rey de Babilonia. Ciro, rey de Persia, lo terminó. El destierro duró desde el año 598 hasta el 528. Hubo varias

deportaciones, además del asedio y destrucción de Jerusalén y del Templo. Cfr. Jer.25,1-13; 34,1-7; 37,1-40, 6; 42,1-

43,7 52; Ez. 1-24; 2 Rey. 23,31-25,30; 2 Paral 36; Esdr. 1 y 2; Is. 40-55.

3 Nota : “Es mejor dar que recibir”.- Esta frase no se encuentra en ninguno de los cuatro evangelios. San Pablo en

Hech.20,35, la recuerda como dicha por Jesús.

4 Nota : A partir del Papa S. Gregorio Magno (siglo VI) los romanos Pontífices, sucesores de S. Pedro, han

empleado este modo de llamarse “Siervo de los siervos de Dios”.

. --------------------000-------------------- (<Están en la casa de Juana de Cusa en Jerusalén>).

.

9-596-361 (10-15-428).-Miércoles Santo. Jesús despeja la preocupación de Juan.

* “Juan, cuando pasen muchos lustros, referirás lo que sufrí por las acciones de Judas”.-

■ Jesús dice a Juan: “Ven conmigo”. Juan le sigue. Jesús, cuando están bajo la sombra del

emparrado, le pregunta: “¿Qué te pasa?”. Juan: “Maestro, somos muy malos. Todos. No

sabemos obedecer... no hay ganas de estar contigo. Pedro y Simón se han ido. No sé a dónde.

Judas se ha aprovechado de esto para discutir”. Jesús: “¿Se ha marchado también Judas?”.

Juan: “No, Señor. No se ha marchado. Dice que no tiene necesidad, que él no tiene cómplices

en los manejos que hacemos para tratar de obtener protección para Ti. ¡Pero si yo fui a casa de

Anás y si otros han ido a ver a los galileos que residen en la ciudad, no ha sido con mal fin!...

No creo que Simón de Jonás y Simón Zelote sean hombres capaces de manejos rateros...”.

Jesús: “No te preocupes. Efectivamente, Judas no necesita ausentarse mientras vosotros

descansáis. Él sabe cuándo y a dónde ir para cumplir todo lo que debe hacer”. Juan: “Entonces,

¿por qué habla así? ¡No está bien que lo haga delante de los discípulos!”. Jesús: “No está bien,

pero es así. ■ Tranquilízate, cordero mío”. Juan: “¿Yo, cordero tuyo? ¡Tú eres el Cordero!”.

Jesús: “Sí, tú. Yo, Cordero de Dios; tú, cordero del Cordero de Dios”. Juan exclama: “¡¡¡Oh,

otra vez!!! Era en los primeros días en que te conocí. Tú me dijiste estas mismas palabras.

Estábamos los dos solos, como ahora, entre el verdor de las plantas como ahora, y en

primavera“. Juan está contento por este recuerdo que vuelve. Y susurra: “Sigo siendo, todavía lo

soy, el cordero del Cordero de Dios...”. Jesús le acaricia, le ofrece parte de la paloma asada, que

había quedado sobre la mesa en una hoja de pergamino en que estaba envuelta. Luego le abre

unos higos jugosos y se los da, alegre de verle comer. Jesús está sentado, de lado, a la orilla de

la mesa y mira tan amorosamente a Juan que éste le pregunta: “¿Por qué me miras así? ¿Porque

como igual a un glotón?”. Jesús: “No, porque eres como un niño... ¡Predilecto mío! ¡Cuánto te

quiero por tu corazón!”. Jesús se inclina y besa sus cabellos rubios, luego agrega: “Permanece

así, siempre así, con ese corazón tuyo que no tiene orgullo ni rencores. Así, incluso en las horas

de la ferocidad desatada. No imites, hijo, a los que pecan”. ■ Juan siente dentro de sí algo que

le desagrada y dice: “Pero yo no puedo creer que Simón y Pedro...”. Jesús: “Verdaderamente te

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equivocarías, si los creyeses pecadores. Bebe. Está fresca y sabrosa. La preparó Marta... Ahora

estás mejor. Estoy cierto que no habías terminado tu comida...”. Juan: “Así es. Me había

venido el llanto. Porque se comprende que el mundo nos odie, pero que uno de nosotros

insinúe...”. Jesús: “No pienses más en eso. Yo y tú sabemos que Simón y Zelote son dos

hombres honrados. Y basta. Y por desgracia, tú sabes que Judas es pecador. Pero guarda

silencio. ■ Cuando pasen muchos, muchos lustros, y sea oportuno referir toda la grandeza de mi

dolor, dirás entonces, lo que sufrí también por las acciones de Judas como hombre y como

apóstol. Vámonos. Es hora de dejar este lugar para ir al campo de los galileos y...”. Juan:

“¿Pasaremos también esta noche allá? ¿Iremos primero al Getsemaní? Judas quería saberlo.

Dice que está cansado de dormir a la intemperie, donde no hay nada, que es incómodo”. Jesús:

“Pronto terminará todo. Pero no revelaré a Judas mis intenciones...”. Juan: “No estás obligado a

ello. Tú eres el que debes guiarnos, no nosotros a Ti”. Juan está lejos de imaginar la traición y

no comprende el motivo de prudencia por el que Jesús desde hace días no anticipa sus planes.

(Escrito el 2 de Abril de 1947).

. --------------------000--------------------

(<Todos están sentados en una ladera del monte de los Olivos, teniendo enfrente el Templo. Jesús acaba

de hablar a sus apóstoles sobre la destrucción del Templo y sobre los últimos tiempos>). .

9-596-373 (10-15-440).- Miércoles Santo. “Judas, hoy es la última noche en el Getsemaní.

Mañana... será distinto”.

* “Mañana... comeremos el Cordero. Luego iré solo a orar al Getsemaní. Vosotros podéis

hacer lo que queráis”.- ■ Jesús les dice: “Ahora idos. No os separéis. Me llevo a Juan. Estará

con vosotros a la mitad de la primera vigilia para la cena y para ir después a nuestros momentos

de instrucción”. Iscariote se lamenta: “¿También esta noche? ¿Vamos a hacer lo mismo cada

día? Me siento mal con la intemperie. ¿No sería mejor ir a alguna casa amiga? ¡Estar siempre en

las tiendas! Siempre en vela en las noches, que son frías y húmedas...”. Jesús: “Es la última

noche. Mañana... será distinto”. Iscariote: “¡Ah! Pensaba que querías ir al Getsemaní todas las

noches. Pero si es la última...”. Jesús: “No he insinuado esto, Judas. He dicho que será la última

noche que pasemos juntos en el campo de los galileos. Mañana prepararemos la Pascua y

comeremos el cordero. Después Yo solo iré a orar al Getsemaní. Y vosotros podréis hacer lo

que queráis”. Pedro dice: “Vamos contigo, Señor. ¡Nunca tenemos deseos de dejarte!”. ■

Iscariote, contento de acusar a Pedro y Zelote, dice: “Tú cállate, que no tienes derecho a hablar.

Tú y Zelote no hacéis más que revolotear aquí y allá, apenas no os ve el Maestro. No os pierdo

de vista. En el Templo... durante el día... en las tiendas allá arriba...”. Jesús: “¡Basta! Si lo

hacen, hacen bien. Pero no me dejéis solo... os lo ruego...”. Zelote protesta: “Señor, no hicimos

nada malo. Créelo. Dios conoce nuestras acciones, y su mirada no se aparta, disgustada, de

ellas”. Jesús: “Lo sé. Pero es inútil. Lo que es inútil puede ser siempre dañino. Estad unidos lo

más posible”. (Escrito el 2 de Abril de 1947).

. --------------------000--------------------

(<Es la noche del miércoles. Jesús, reunido en el Getsemaní con los apóstoles>). .

9-597-375 (10-16-441).- Miércoles Santo, por la noche en el Getsemaní.- Alabanza a la pureza

de Juan.- Las profecías sobre el Siervo de Yavé y el semblante demoníaco de Iscariote.

* “¿Por qué escogiste a Juan y no a otros para estar contigo?”.- ■ Jesús les dice: “Os dije:

«Estad atentos, velad y orad para que el sueño no os gane». Pero veo que vuestros cansados

ojos se cierran y vuestros cuerpos, aun sin querer, pretenden descansar. Tenéis razón, ¡pobres

amigos míos! En estos días os exigí mucho, y estáis cansados. Pero dentro de poco, en realidad,

dentro de pocas horas, estaréis contentos de no haber perdido ni siquiera un momento de haber

estado conmigo. Os sentiréis felices de no haberme negado nada. Por otra parte, es la última vez

que os hablo de cosas tristes. Mañana os hablaré de amor y os haré un milagro que es todo

amor. Preparaos por medio de una gran purificación a recibirlo. ¡Oh, qué bien se aviene a mi

modo de ser hablar más de amor que de castigo! ¡Cuán dulce me es decir: «Os amo. Venid.

Durante toda mi vida he soñado en esta hora!». Pero hablar de muerte también es amor. Es amor

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en cuanto que la muerte, para los que aman, es la prueba de su supremo amor. Es también amor

porque, preparar a los amigos amados para el infortunio, es una muestra providente de cariño

que quiere verlos preparados y no acobardados, para cuando llegue la hora. Confiar un secreto

es prueba de amor, de la estima que se tiene en quien se confía. ■ Sé que habéis hecho llover

preguntas y preguntas sobre Juan para saber qué le dije cuando estuvimos solos. Y no habéis

creído cuando afirmé que nada le dije, sino que tan solo estuvo conmigo. Y sin embargo así ha

sido; me ha bastado tener al lado una criatura...”. Iscariote pregunta con cierta altanería: “¿Por

qué, entonces, él, y no otro?”. Pedro y Tomás y Felipe dicen también: “Tiene razón. ¿Por qué

escogiste a él y no a otros?”. Jesús responde a Iscariote: “¿Hubieras querido ser tú? ¿Te atreves

a pedirlo? ■ Era una mañana fresca y serena de Adar... Yo era un desconocido que caminaba

por el camino cercano al río... Cansado, lleno de polvo, palidecido por el ayuno, la barba

crecida, las sandalias rotas: parecía Yo un mendigo por los caminos del mundo... Él me vio... y

me reconoció como Aquel sobre quien había bajado la Paloma de fuego eterno. En esa primera

transfiguración mía, ciertamente debió revelarse un átomo de mi divino esplendor. Los ojos

abiertos por la penitencia de Juan el Bautista y los que la pureza había conservado angelicales

vieron lo que otros no vieron. Y los ojos puros llevaron esa visión a lo profundo del corazón;

allí la conservaron cual perla en un arca... Cuando dos meses después esos ojos se abrieron para

ver al caminante empolvado, su alma me reconoció... Yo era su amor. Su primer y único amor.

El primero y único amor nunca se olvida. El alma le siente venir, aunque se haya alejado, le

siente venir desde distantes lejanías, y se llena de gozo y despierta a la mente y ésta a la carne,

para que todas participen en el banquete de la alegría de volverse a encontrar y a amarse. Una

boca que temblaba de emoción me dijo: «Te saludo, Cordero de Dios». ¡Oh, fe de los puros

que eres tan grande! ¡Cómo vences todos los obstáculos! No conocía mi Nombre. No sabía

quién era Yo, de dónde venía, qué hacía; ni si era Yo rico, pobre, sabio, ignorante. ¿Qué importa

saber todo esto para la fe? ¿Aumenta o disminuye ella por saber? Él creía en todo lo que le

había dicho el Precursor. Como estrella que transmigra, por orden del Creador, de una a otra

parte del cielo, él se había separado de su cielo: Juan el Bautista, de su constelación, y había

venido a su nuevo cielo: al Mesías, a la Constelación del Cordero. No es la estrella mayor, pero

sí la más hermosa y pura de la constelación de amor. Desde aquella fecha han pasado tres años.

Estrellas grandes y pequeñas se han unido a mi constelación y se han separado de ella. Algunas

han caído y han muerto, otras, debido a pesados vapores, se han convertido en estrellas

brumosas. Pero él ha quedado fijo con su pura luz, junto a su Polar. ■ Dejadme mirar su luz.

Dos serán las luces durante las tinieblas del Mesías: María y Juan. Pero tanto será el dolor, que

casi no podré verlas. Dejad que imprima en mi pupila esos cuatro ojos que son pedazos de cielo

entre pestañas rubias, para llevar conmigo, adonde nadie podrá ir, un recuerdo de pureza. ¡Todo

el pecado! ¡Todo sobre las espaldas del Hombre! ¡Oh, gota de pureza!... ¡Mi Madre! ¡Juan! ¡Y

Yo!...Tres náufragos que salen del naufragio de una humanidad en el mar del pecado”.

* Las profecías de David e Isaías sobre el Siervo de Yabé y el semblante de Iscariote.- ■

Jesús: “Será la hora en que Yo, el retoño de la estirpe de David, entre lágrimas volveré a recitar

el llanto de David (Sal 21,1): «Dios mío, vuélvete a Mí. ¿Por qué me has abandonado? Los gritos

de los crímenes que por todos he tomado sobre Mí, me alejan de Ti... soy un gusano, no un

hombre, la vergüenza humana, lo más sucio de la plebe». Oid a Isaías (Is.50,6): «He entregado mi

cuerpo a los que golpean, mis mejillas a quien me arrancaba la barba. No retiré la cara de

quien me ultrajaba y me cubría de salivazos». Oid de nuevo a David (Sal. 21,13-14): «Muchos

becerros me han rodeado, muchos toros se han lanzado contra Mí. Cual leones han abierto su

hocico para desgarrarme y han rugido. He desaparecido como el agua». Isaías termina la

figura: «Yo mismo me he teñido mis vestidos» (Is. 63,3). ¡Oh, por Mí mismo tiño mis vestiduras, no

con mi furor, sino con mi dolor y el amor mío por vosotros! Como dos piedras de un molino, me

aprietan y me exprimen la sangre. No soy distinto del racimo de uva prensado: ¡qué hermoso era

cuando entró, y luego es un pellejo sin jugo, ni hermosura! «Y Mi corazón», digo con David (Sal.

21,15): «se hace como de cera y se derrite dentro de mi pecho». ¡Corazón perfecto del Hijo del

hombre!, ¿en qué te conviertes ahora? Semejante al que una vida de orgías deshace y enerva.

Todo mi vigor se seca (Sal 16). La lengua la tengo pegada al paladar por la fiebre y por la agonía.

La muerte se acerca en medio de su ceniza que asfixia y ciega. ¡Y todavía no hay compasión!

(Sal.17) «Una jauría de perros me ataca y me muerde. En mis heridas se clavan sus mordidas y

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sobre éstas los golpes. No queda de Mí un solo lugar en que no haya mordeduras (Sal.15). Mis

huesos suenan porque cruelmente se les ha estirado. No sé dónde apoyar mi cuerpo. La dolorosa

corona es un círculo de fuego que penetra los huesos de mi cabeza. Estoy colgado de las manos,

y mis pies están atravesados (Sal. 17-18). Elevado, muestro mi cuerpo al mundo y todos pueden

contar mis huesos»...”. ■ Juan dice entre sollozos: “¡Cállate, cállate!”. Los primos de Jesús

suplican: “¡No digas más! ¡Nos hace morir!”. Andrés no habla, pero tiene la cabeza apoyada

entre las rodillas y llora sin hacer ruido. Simón está pálido. Pedro y Santiago de Zebedeo

parecen sometidos a tortura. Felipe, Tomás y Bartolomé parecen tres estatuas de piedra que

enseñan lo que es angustia. ■ Judas Iscariote es una máscara macabra, demoníaca. Parece un

condenado que finalmente cae en la cuenta de lo que ha hecho: tiene la boca abierta para un

aullido que le grita dentro y que queda estrangulado en la garganta; ojos de loco, dilatados y

aterrados; mejillas térreas, bajo el velo negro de su barba afeitada; los cabellos despeinados,

porque de vez en cuando se los desordena con la mano; está sudado y frío: parece estar próximo

a perder el sentido. Mateo, que ha levantado su cara aterrorizada en busca de ayuda, le ve y

grita: “¡Judas! ¿Te sientas mal?... Maestro, Judas está mal”. Jesús responde: “También Yo. Pero

Yo sufro en paz. Haceos espíritus para soportar la hora. Uno que sea «carne» no podrá vivirla

sin enloquecer... David que vio las torturas del Mesías, añade (Sal 21,18-19): «Ni con esto se han

contentado y me miran y se ríen y se reparten mis despojos y echan suertes sobre mi túnica. Yo

soy el Malhechor. Están en su derecho»”.

* “¡Te explico, mundo, el gran por qué: por qué quedó reducido a ese estado; por qué el

hombre pudo darle muerte!”.- ■ Jesús: “¡Oh, tierra mira a tu Mesías! Trata de reconocerle,

aunque esté tan estropeado. Escucha, recuerda las palabras de Isaías y comprende el por qué, el

gran por qué, de que se haya quedado reducido a este estado, de que el hombre pudiera darle

muerte, reduciéndole a aquellas condiciones, al Verbo del Padre (Is. 52,13-53,12). «No tiene nada de

bello, ni de atractivo. Le vimos. No era hermoso, y no le amamos. Despreciado como el último

de los hombres, Él, el Hombre de dolores acostumbrado a padecer, mantenía tapado su rostro.

Insultado y no nos imploró nada por su suerte». Su belleza de Redentor fue esa máscara de

torturado. ¡Pero tú, Tierra necia, preferiste su rostro sereno! «Verdaderamente que Él ha tomado

sobre Sí nuestros males, se ha cargado nuestros dolores. Le vimos cual si fuera un leproso, a

quien Dios ha maldecido, cual un despreciado. Sin embargo, sus heridas se deben a nuestros

crímenes. Ha recibido el castigo que merecíamos nosotros, el castigo que nos devuelve la paz

con Dios. Sus moraduras nos han sanado. Éramos como ovejas errantes. Todos se habían

extraviado del recto camino, y el Señor puso sobre Él la iniquidad de todos». ■ Aquel o

aquellos que piensen haber hecho algún bien a sí mismos y haberlo hecho a Israel, se engañan.

Lo mismo que los que piensan haber sido más fuertes que Dios. Los que imaginan que no

tendrán que dar cuenta de este pecado, solo porque libremente me dejo matar. Cumplo con mi

santa obligación, que es obedecer perfectamente al Padre. Pero ello no elimina su obediencia a

Satanás ni su nefanda tarea. Sí. Tu Redentor, ¡oh Tierra!, ha sido sacrificado porque Él lo quiso.

«No abrió su boca para expresar una palabra de súplica y así librarse de la muerte, ni una

palabra de maldición para sus asesinos. Como una oveja se dejó llevar al matadero para que le

dieran muerte, como cordero mudo llevado a la presencia del que le esquila». «Después que fue

capturado y condenado, se le levantó en alto. No tendrá descendencia. Como un árbol ha sido

talado y apartado de la Tierra de los vivos. Dios ha descargado sobre Él su mano por el pecado

de su pueblo. ¿Ninguno de su descendencia de la Tierra en que vivió le llorará? El que ha sido

arrancado de la tierra, ¿no tendrá hijos?». ■ Te respondo, profeta de tu Mesías. Si es cierto que

mi pueblo no llorará por el Matado sin culpa, los ángeles del pueblo celeste sí le llorarán. Si no

engendró hijos humanamente, porque su Naturaleza no podía hallar desposorio con carne

mortal, sí que tendrá hijos, claro que tendrá hijos, siendo otro modo de engendrar que no es el

carnal, sino que procede del amor y de la Sangre divina, una generación del espíritu, por lo que

su prole será eterna”.

* “¡Te explico, mundo, quiénes son los impíos entregados a su sepultura y quién el rico

entregado a la muerte!”.- ■ Jesús: “Y te explico más, ¡oh mundo! que no comprendes al

profeta. Te explico quiénes son los impíos entregados a su sepultura; quién, el rico entregado a

la muerte. Observa, ¡oh mundo!, si tan siquiera uno de los que le dieron muerte gozó paz y larga

vida. Él, el Viviente, pronto dejará la muerte. Pero, como hojas que el viento de otoño, una a

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una, junta entre los surcos tras haberlas arrancado con repetidas ráfagas, ellos, uno a uno, serán

pronto depositados en la infame sepultura que para Él había sido decretada; y uno que vivió para

el oro, podría --si fuese lícito poner al inmundo donde estuvo el Santo-- ser depositado donde

aún quedará la humedad debida a las innumerables heridas de la Víctima inmolada en el monte.

Acusado sin haber cometido culpa alguna, Dios toma venganza de Él, porque nunca hubo

engaño en su boca ni iniquidad en su corazón. Fue torturado. ■ Pero, ya consumidos los

padecimientos, una vez que su vida fue tronchada para ser sacrificio expiatorio, comenzará su

gloria ante los que han de venir. Todos los deseos y santas disposiciones de Dios se realizarán

por medio de Él. Por las angustias que sufrió su alma, verá la gloria del verdadero pueblo de

Dios, y se gozará de ello. Su Doctrina celeste, que Él sellará con su Sangre, será la justificación

de muchos de entre los mejores. Y arrancará la iniquidad de los pecadores. Por eso, ¡oh Tierra!,

tendrá una gran multitud este Rey desconocido que los pérfidos escarnecieron y que no fue por

los mejores comprendido. Y con los suyos repartirá los despojos propios de los vencidos, los

despojos de los fuertes, Él, el único Juez de los tres reinos y del Reino. ■ Todo lo ha merecido,

porque todo lo dio. Todo le será entregado porque entregó su vida a la muerte y fue contado

entre los malhechores, Él que no había cometido ningún pecado, Él que no había hecho más que

amar perfectamente, con una bondad infinita: dos culpas que el mundo no perdona, un amor y

una bondad que le movieron a tomar sobre Sí los pecados de todos, de todo el mundo, y a rogar

por los pecadores. Por todos los pecados, y aun por aquellos que le entregaron a la muerte. ■ He

terminado no tengo más que decir. Todo lo que quería decir en orden a las profecías mesiánicas

está dicho. Desde el nacimiento hasta la muerte, todas os las he ilustrado, y lo he hecho para que

me conocierais y no tuvierais dudas; ni justificaciones de vuestro pecado. Ahora oremos juntos.

En esta última moche podemos hacerlo así, unidos cual granos de uva en el racimo. Venid.

Oremos: «Padre nuestro que estás en los Cielos...». (Escrito el 8 de Marzo de 1945).

. --------------------000--------------------

(<Jesús, una vez de enviar a la ciudad a Pedro y a Juan con el encargo de preparar “la habitación para

celebrar la Cena pascual con mis discípulos” –habitación dispuesta ya, que un hombre, que viene de En

Rogel con una ánfora de aquella agua, indicará--, ha subido al Templo con los demás apóstoles>). .

9-598-384 (11-17-450).- Jueves Santo. Durante el día en el Templo.- Jesús con los hebreos de

la diáspora.- Con los gentiles. La manifestación del Padre (1).

* “Os preguntáis, hebreos de la diáspora, «¿Quién es éste llamado el Nazareno?»”.- ■ Jesús,

en el Templo, se ve rodeado como de costumbre por una multitud, que ya ha aumentado y que

ahora está formada en su mayor parte por hebreos que... que han dejado de ir al lugar del sacrifi-

cio de los corderos para acercarse a Jesús, Cordero de Dios que pronto será inmolado. Piden una

vez más diversas explicaciones. Muchos son hebreos venidos de la Diáspora, los cuales,

habiendo llegado hasta ellos la fama del Mesías, del Profeta galileo, del Rabí de Nazaret, tienen

curiosidad de oírle hablar y la ansiedad de quitarse cualquier duda. Se abren paso suplicando a los

de Palestina en esta forma: “Vosotros siempre le tenéis. Sabéis quién es. Tenéis su palabra cuando

queréis. Nosotros hemos venido de lejos y volveremos a nuestras tierras después de cumplido el

precepto. Dejad que nos acerquemos a Él”. A duras penas se abre la multitud para dejarles sitio a

éstos. Se acercan a Jesús y le miran con cierta curiosidad. Los diversos grupos hablan entre sí.

Jesús los observa, aunque al mismo tiempo mira a un grupo venido de la Perea. Luego despide a

éstos últimos, que le han ofrecido dinero para sus pobres, como otros muchos lo hacen, que Él,

como siempre, ha pasado a Judas. Empieza a hablar: ■ “Muchos de los presentes --que sois una

sola cosa en la religión aunque de procedencia distinta-- os preguntáis: «¿Quién es éste llamado el

Nazareno?», y vuestra esperanza y duda chocan entre sí. Escuchad. ● Está escrito (Is.11,1-4.10.12) de

Mí. «Un retoño brotará de la raíz de Jesé, una flor saldrá de esta raíz y sobre ella reposará el

Espíritu del Señor. No juzgará según lo que tuviere ante los ojos, ni condenará por lo que oyere de

oídas, sino que juzgará rectamente a los pobres, tomará en sus manos la defensa de los humildes. El

retoño de la raíz de Jesé, colocado como señal entre las naciones, será invocado por los pueblos, y

su sepulcro será glorioso. Él levantará una bandera entre las naciones, reunirá a los prófugos de

Israel; a los dispersos de Judá los recogerá de los cuatro vientos de la tierra». ● Está escrito

(Is.40,10-11) de Mí: «He aquí que viene el Señor con poder. Su brazo triunfará. Trae consigo su

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recompensa, ante sus ojos tiene su obra. Como un pastor apacentará su rebaño». ● Está dicho (Is.

42,1-4) de Mí: «Éste es mi Siervo, Yo estaré con Él. En Él me complazco. He derramado en Él mi

espíritu. Llevará la justicia a las naciones. No gritará, no romperá la caña cascada, no apagará el

tizón humeante, hará justicia rectamente. Sin desfallecer ni avasallar, logrará establecer sobre la

tierra la justicia, y las islas esperarán sus leyes». ● Está escrito (Is. 42,6-7) de Mí: «Yo, el Señor, te

he llamado en la justicia, te he tomado de la mano, te he guardado, te he constituido alianza del

pueblo y luz de las naciones para abrir los ojos a los ciegos y sacar de la cárcel a los prisioneros, de

la mazmorra subterránea a los que yacen en las tinieblas». ● Está escrito (Is.61,1-2) de Mí: «El

Espíritu del Señor está sobre Mí porque me ha ungido para anunciar la Buena Nueva a los mansos,

a curar a los que tienen un corazón afligido, a predicar la libertad a los esclavos, la liberación a

los prisioneros, a predicar el año del perdón del Señor». ● Está dicho (Miq. 5,4) de Mí: «Él es el

Fuerte, apacentará su rebaño con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor

Dios suyo. Se convertirán a Él, porque ya desde ahora será glorificado hasta los últimos confines

del mundo». ● Está escrito (Ez.34,11.16) de Mí: «Yo mismo iré en busca de mis ovejas. Iré en busca

de las extraviadas. Volveré a traer al redil las expulsadas de él, curaré a las que tengan algún

hueso roto, haré que se fortalezcan las débiles, cuidaré de las gordas y robustas, a todas las

apacentaré con justicia». ● Está dicho (Is.9,6; Miq.5,5): «Él es el Príncipe que trae la paz y Él

mismo es paz». ● Está dicho (Zac. 9,9-10): «Mira que ahí viene tu Rey, el Justo, el Salvador. Es pobre.

Viene cabalgando sobre un asno. Anunciará la paz a las naciones. Su dominio se extenderá de mar a

mar, hasta las confines de la tierra». ● Está dicho (Dan. 9,24-27): «Se han establecido setenta semanas

para tu pueblo, para tu ciudad santa, a fin de que se quite de ella la prevaricación, para que el

pecado deje de existir, para que se borre la iniquidad, para que pueda venir la justicia eterna,

para que se realice lo predicho en visiones y profecías y sea Ungido el Santo de los santos.

Después de sesenta y nueve semanas vendrá el Mesías. Después de sesenta y dos será ajusticiado.

Después de una semana sellará el testamento, pero a mitad de la semana no se ofrecerán ya

hostias y sacrificios y en el Templo se dará la abominación de la desolación y durará hasta el

fin de los siglos»”.

* “Después de la abominación de la desolación en este Templo estará sobre el altar la

Gran Víctima que alimentará con las aguas que vio Ezequiel”.- ■ Jesús: “¿Dejarán de

ofrecerse hostias en estos días? ¿No habrá sobre el altar víctimas? Sí. Estará la gran Víctima. El

profeta la previó (Is.63,1): «¿Quién es éste que llega con sus vestidos teñidos en rojo? Es hermosa su

vestidura, camina majestuoso porque sabe que es fuerte». ¿Y cómo se tiño de púrpura el vestido

Aquel que es pobre? Lo dice el profeta (Is.50,6;53,2-12): «He entregado mi cuerpo a los que me

golpean, mis mejillas al que me arranca la barba; no he quitado mi rostro de quien me ultraja.

Toda mi belleza y esplendor han desaparecido. Los hombres han dejado de amarme. ¡Los

hombres me han despreciado, me han tomado por el último! Varón de dolores, será cubierto mi

rostro con un velo y me mirarán con desprecio, como a un leproso, cuando en realidad seré para

todos un hombre cubierto de llagas, y moriré». Ahí está la Víctima. ¡No temas, Israel! ¡No temas!

¡No falta el Cordero pascual! ¡No temas, Tierra! No temas. Ahí está el Salvador. Como oveja será

conducido al matadero, porque lo ha querido y no ha abierto su boca para maldecir a los que le

matan. Después de que sea condenado, será levantado y morirá en medio de padecimientos; sus

miembros dislocados, sus huesos desgarrados, sus pies y manos traspasados. Pero después de esta

aflicción con la que justificará a muchos, las multitudes vendrán a Él, porque, después de haber

entregado su vida a la muerte para la salvación del mundo, resucitará y gobernará la Tierra, ■

alimentará a los pueblos con las aguas que vio Ezequiel (Ez. 47,1-2), aguas que salen del verdadero

Templo, el cual, aun habiendo sido abatido, se levantará de nuevo por su propia fuerza. Y

nutrirá con el vino con que se ha teñido su blanca vestidura de Cordero sin mancha (Is. 63,1), y

con el Pan bajado del Cielo. ¡Vosotros que tenéis sed, venid a beber del agua! (Is. 55,1-3)

¡Vosotros que tenéis hambre, venid a alimentaros! ¡Quienes os sentís agotados, quienes os sentís

enfermos, bebed de mi vino! ¡Venid quienes no tenéis dinero, quienes no tenéis salud, venid!

¡Vosotros que estáis en las tinieblas! ¡Vosotros que estáis muertos, venid! Soy Riqueza. Soy Salud.

Soy Luz y Verdad. Soy el Camino. No temáis de no poder terminar el Cordero porque os falten las

hostias verdaderamente santas en este Templo profanado. Todos podréis comer del Cordero de

Dios que ha venido a quitar los pecados del mundo, como dijo de Mí el último de los profetas de

mi pueblo. ■ Del pueblo al que le pregunto: Pueblo mío, ¿qué te he hecho? ¿en qué te he

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contristado? ¿qué más podía darte de lo que te he dado? He instruido a tus mentes, he curado a tus

enfermos, he hecho bien a tus pobres, he dado de comer a tus multitudes, te he amado en tus hijos, te

he perdonado, he orado por Ti. Te he amado hasta el Sacrificio. ¿Y tú qué preparas a tu Señor? Una

hora, la última, se te ofrece, ¡oh pueblo mío, oh ciudad santa y regia! ¡Conviértete, en esta hora, al

Señor tu Dios!”. ■ La gente comenta: “¡Ha dicho las palabras verdaderas!”. “¡Y Él

verdaderamente hace lo que está escrito!”. “Como un pastor ha tenido cuidado de todos”.

“Como si fuéramos las ovejas dispersas, enfermas, que estuviésemos en la oscuridad, ha venido a

llevarnos al recto camino, a curarnos alma y cuerpo, a iluminarnos”. “Verdaderamente, toda la

gente va a Él. ¡Ved qué admirados están esos gentiles!”. “Ha predicado paz”. “Nos ha dado

amor”. “No puedo comprender qué quiere decir con eso del Sacrificio. Habla como uno que

tuviera que morir, como si le fueran a matar”. “Así es, si es el Hombre que vieron los profetas, el

Salvador”. “Y habla como si todo el pueblo fuera a maltratarle. Esto no sucederá jamás. El pueblo,

o sea nosotros, le amamos”. “Es nuestro amigo. Le defenderemos”. “Es galileo, y nosotros, los

de Galilea, daremos la vida por Él”. “Es descendiente de David, y nosotros, los de Judea, no

levantaremos nuestra mano sino para defenderle”. “¿Y nosotros podremos olvidarle? Siendo de la

Auranítide, de la Perea, de la Decápolis que nos amó como a vosotros. No. Todos, todos le

defenderemos”. Estas son las manifestaciones que se oyen entre la multitud ya muy numerosa. ■

¡Cuán mudable es el pensamiento humano! Por la posición del sol creo que son las nueve de la

mañana. Veinticuatro horas más tarde esta gente llevará ya muchas horas en torno al Mártir para

torturarle con su odio, con sus golpes, y gritará pidiendo su muerte. Pocos, muy pocos, demasiado

pocos, entre los millares de personas que se agolpan procedentes de todas partes de Palestina y de

otros lugares, y que han recibido de Jesús luz, salud, sabiduría, perdón, serán los amigos. Y éstos

no sólo no tratarán de arrancarle de las manos de los enemigos, porque no podrán impedir debido a

su escasez numérica respecto a la multitud de los ofensores, sino que no sabrán tampoco consolarle

con las pruebas de amor que unas caras amigas podrían brindarle. Las alabanzas, las palabras, los

comentarios llenos de admiración se esparcen por el vasto patio como olas que partiendo de alta mar

van a morir en la arenosa playa ■ Varios escribas, judíos, fariseos, tratan de neutralizar el

entusiasmo del pueblo, y también la agitación de la gente contra los enemigos de Jesús,

diciendo: “Delira. Está tan cansado que no sabe lo que dice. Ve persecución donde hay solo

honores. Es un sabio en el hablar, pero lo mezcla ahora con frases de uno que delira. Nadie le

quiere hacer mal. Comprendemos. Hemos comprendido quién es...”. Pero hay gente que no

puede comprender todos estos vaivenes de ánimos, y alguno se rebela diciendo: “Pues Él me

curó a mi hijo demente. Sé lo que es la locura. Un loco no habla de este modo”. Y otro:

“Déjales que digan lo que quieran. Son unas víboras que tienen miedo a que nuestros bastones

les rompan los hígados. Entonan la dulce canción del ruiseñor para engañarnos, pero, si uno

escucha bien, su voz contiene el silbido de la serpiente”. Y un tercero grita: “Vanguardias

del pueblo del Mesías, ¡alerta! Cuando un enemigo acaricia, tiene el puñal escondido en

la manga, y extiende su mano para golpear. ¡Ojos bien abiertos y corazón despierto! ¡Los

chacales no pueden ser mansos corderitos!”. Y un cuarto: “Dices bien: el búho engaña a los

ingenuos pajaritos con la inmovilidad de su cuerpo y con la mentirosa alegría de su saludo.

Ríe e invita con su chillido, pero en realidad se dispone a matar para devorar”. Y otros grupos

otras cosas.

* Jesús dice a los gentiles que le dan homenaje: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo del

hombre debe ser glorificado por los hombres y por los espíritus... Si el grano de trigo no

muere...”.- ■ Pero también hay gentiles. Esos gentiles que han escuchado en estos días de Fiesta

al Maestro, con constancia y en número cada vez mayor. Siempre a los márgenes de la multitud

--porque el exclusivismo hebreo-palestino es fuerte y los rechaza, queriendo los primeros

puestos en torno al Rabí-- ahora desean acercarse a Él y hablar con Él. Un nutrido grupo de

ellos ve a Felipe, al que la multitud ha empujado a un rincón. Se acercan a él y le dicen: “Señor,

deseamos ver de cerca de Jesús, tu Maestro, y hablar con Él al menos una vez”. Felipe se alza

sobre la punta de los pies, para ver si ve a algún apóstol que esté más cerca del Señor. Ve a

Andrés, le llama y le grita estas palabras: “Aquí hay unos gentiles que quisieran saludar al

Maestro. Pregúntale si puede atenderles”. Andrés, separado de Jesús unos metros, comprimido

en la multitud, se abre paso sin miramientos, usando abundantemente los codos y gritando:

“¡Dejad paso! Digo que dejéis paso. Tengo que ir donde el Maestro”. Llega donde Él y le

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transmite el deseo de los gentiles. Jesús: “Llévalos a aquel ángulo. Voy donde ellos”.Y mientras

Jesús trata de pasar entre la gente, Juan, que ha vuelto con Pedro, Pedro mismo, Judas Tadeo,

Santiago de Zebedeo y Tomás, que para ayudar a sus compañeros deja el grupo de sus

familiares --los había encontrado entre la multitud--, luchan ahora abrirle camino. ■ Ya está

Jesús donde los gentiles, que le reciben con muestras de obsequio. “La paz sea con vosotros

¿qué queréis de Mí?”. Gentiles: “Verte. Hablar contigo. Lo que has dicho nos ha entristecido.

Hemos deseado siempre hablar contigo para decirte que tu palabra nos impresiona.

Esperábamos el momento propicio para hacerlo. Hoy... hablas de muerte... Tememos no poder

hablar contigo, si no aprovechamos este momento. ¿Pero es posible que los hebreos sean

capaces de matar a su mejor hijo? Nosotros somos gentiles, y no hemos recibido beneficio de tu

mano. Tu palabra nos es desconocida. Habíamos oído hablar de Ti vagamente. Pero nunca te

habíamos visto ni nos habíamos acercado a Ti. Y, a pesar de todo, ya ves: te tributamos

homenaje; todo el mundo con nosotros te honra”. Jesús: “Sí, ha llegado la hora en que el Hijo

del hombre debe ser glorificado, por los hombres, y por los espíritus”. ■ Ahora la gente, de

nuevo, está en torno de Jesús. Con la diferencia de que en la primera fila están los gentiles y

detrás los demás. Gentiles: “Pero entonces, si es la hora de tu glorificación, no morirás como

dices, o como hemos entendido. Porque morir de esa manera no significa ser glorificado.

¿Cómo podrás reunir al mundo bajo tu cetro, si mueres ante de haberlo hecho? Si tu brazo se

inmoviliza cuando mueras, ¿cómo podrás triunfar y reunir a los pueblos?”. Jesús: “Muriendo

doy vida. Muriendo edifico. Muriendo creo al Pueblo nuevo. La victoria se consigue con el

sacrificio. En verdad os digo que si el grano de trigo que cae a la tierra no muere, queda sin

fruto; mas si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá. El que aborrece su

vida en este mundo la salvará para la vida eterna. Y Yo tengo el deber de morir, para dar esta

vida eterna a todos lo que me siguen para servir a la Verdad. El que me quiera servir que venga:

no está limitado el sitio en mi Reino a este a aquel pueblo. El que me quiera servir, quienquiera

que sea, que venga y me siga, y donde Yo esté estará también mi servidor. Y al que me sirva le

honrará el Padre mío, único, verdadero Dios, Señor del Cielo y de la Tierra, Creador de todo lo

que existe, Pensamiento, Palabra, Amor, Vida, Camino, Verdad; Padre, Hijo, Espíritu Santo,

Uno siendo Trino, Trino siendo Único, Solo, Verdadero Dios”.

* Se oye una Voz más fuerte que el trueno, inmaterial, pues no se asemeja a ninguna voz

de hombre.- ■ Jesús prosigue: “Pero ahora mi alma está turbada. Y ¿qué diré? ¿Acaso: «Padre,

líbrame de esta hora»? No. Porque he venido para esto: para llegar a esta hora. Entonces diré:

«¡Padre glorifica tu Nombre!»”. Jesús abre los brazos en cruz, una cruz purpúrea que tiene

como fondo el blanco mármol del pórtico; y levanta su rostro, ofreciéndose como víctima,

orando, subiendo con su alma al Padre. Y una Voz, más fuerte que el trueno, inmaterial, que

no es humana en el sentido que no es semejante a ninguna voz de hombre pero perceptibilísima

a todos los oídos, llena el cielo sereno de este bellísimo día de Abril, vibrando más poderosa que

el acorde de un órgano gigante, melódicamente bella, y proclama: «Le he glorificado y le

seguiré glorificando». La gente ha sentido miedo. Esa voz, tan potente que ha hecho vibrar el

suelo y lo que sobre él se halla, esa voz misteriosa, distinta de todas las otras voces, procedente

de una fuente desconocida, esa voz que llena todo, de septentrión a mediodía, de oriente a

occidente, aterroriza a los hebreos y asombra a los paganos. Los primeros, si pueden hacerlo, se

arrojan al suelo susurrando atemorizados: “¡Vamos a morir ahora! Hemos oído la voz del Cielo.

¡Un ángel le ha hablado!”, y se dan golpes de pecho esperando la muerte. Los segundos, gritan:

“¡Un trueno! ¡Un estruendo! ¡Huyamos! ¡La Tierra ha bramado! ¡Ha temblado!”. Pero huir es

imposible porque los que estaban fuera de las murallas del Templo ahora entran presurosos

gritando: “¡Piedad de nosotros! ¡Corramos! Éste es lugar santo. ¡No se abrirá el monte donde se

alza el altar de Dios!”. Y, por lo tanto, la gente --quién obstruido por la multitud, quién

paralizado por el espanto-- permanece donde estaba. ■ Los sacerdotes, los escribas, los fariseos,

que estaban esparcidos por los vericuetos del Templo, suben a las terrazas, y lo mismo levitas y

magistrados del Templo. Agitados, desconcertados. Pero ninguno, fuera de Gamaliel y su hijo,

bajan a donde está la gente. Jesús le ve pasar, todo blanco con su túnica de lino, tan blanca que

refulge incluso, bajo este fuerte sol que sobre ella incide. Jesús, mirando a Gamaliel, pero como

hablando para todos, alza la voz diciendo: “No por Mí, sino por vosotros, ha venido esta voz del

Cielo”.Gamaliel se detiene, se vuelve, perfora con las miradas de sus ojos profundos y

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negrísimos --involuntariamente duros como los de las aves rapaces, por la costumbre de ser un

maestro, venerado como un semidiós--, perfora los ojos azules, claros, dulces y al mismo

tiempo majestuosos de Jesús... que prosigue: “Ahora el mundo es juzgado, ya el Príncipe de las

Tinieblas está para ser expulsado, y Yo, cuando sea alzado, atraeré a todos hacia Mí, porque así

salvará el Hijo del hombre”. ■ Dice la gente ya más tranquila: “Hemos aprendido en los libros

de la Ley que el Mesías vive eternamente. Tú te llamas a Ti mismo el Mesías y dices que debes

morir. Dices también que eres el Hijo del hombre y que salvarás al ser levantado. ¿Quién eres,

pues?, ¿el Hijo del hombre o el Mesías? ¿Y quién es el Hijo del hombre?”. Jesús: “Soy una

única Persona. Abrid los ojos a la Luz. Todavía un poco la Luz está entre vosotros. Caminad

hacia la Verdad mientras tengáis la Luz entre vosotros, para que no os sorprendan las tinieblas.

Los que caminan en la oscuridad no saben en dónde acabarán. Mientras tenéis entre vosotros la

Luz, creed en Ella, para ser hijos de la Luz”. Jesús calla. ■ La muchedumbre está perpleja y

dividida. Una parte marcha meneando la cabeza. Otra parte observa la actitud de los principales

dignatarios: fariseos, jefes de los sacerdotes, escribas... (especialmente observan la actitud de

Gamaliel), y según estas actitudes orientan sus reacciones. Otros hacen un gesto de aprobación

con la cabeza, inclinándose ante Jesús con clara señal de querer decirle: «¡Creemos! Te

honramos por lo que eres». Pero no se atreven a ponerse abiertamente de su parte. Tienen miedo

de los ojos atentos de los enemigos del Mesías, de los poderosos, que los vigilan desde lo alto

de las terrazas que dominan las soberbias galerías que ciñen los patios del Templo.

* “Si no creéis en Mí, creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el

Cielo”.- ■ También Gamaliel --se ha quedado pensativo unos minutos, pareciendo interrogar a

los mármoles que pavimentan el suelo, para obtener una respuesta a sus íntimas preguntas--

continúa su marcha hacia la salida, no sin antes menear la cabeza y encogerse de hombros,

como en señal de desacuerdo o de desprecio... y pasa derecho por delante de Jesús sin mirarle.

Jesús, sin embargo, le mira con compasión... y alza de nuevo la voz, fuertemente --es como un

tañido de bronce-- para superar todo ruido y ser oído por el grande escriba que se marcha

desilusionado. Parece hablar para todos, pero es evidente que habla sólo a él. ■ Dice con voz

altísima: “El que cree en Mí no cree en realidad en Mí sino en Aquel que me ha enviado, y

quien me ve a Mí ve al que me ha enviado, que justamente es el Dios de Israel, porque no existe

ningún otro Dios aparte de Él. Por esto digo: si no podéis creer en Mí en cuanto hijo de José de

David, y que es hijo de María, de la estirpe de David, de la virgen vista por el profeta, nacido en

Belén, como dicen las profecías precedido por Juan el Bautista, como también está anunciado

desde hace siglos, creed al menos en la Voz de vuestro Dios que os ha hablado desde el Cielo.

Creed en Mí como Hijo de este Dios de Israel. Porque si no creéis en Aquel que os ha hablado

desde el Cielo, no me ofendéis a Mí, sino a vuestro Dios, de quien soy Hijo. No queráis

permanecer en las tinieblas. Yo he venido --Luz para el mundo-- para que el que cree en Mí no

permanezca en las tinieblas. No queráis crearos remordimientos que no podríais aplacar nunca,

una vez vuelto Yo al lugar de donde he venido, y que serían un duro castigo por vuestra

obstinación. Yo estoy dispuesto a perdonar mientras estoy con vosotros, mientras no se haya

cumplido el juicio, y, por mi parte, tengo el deseo de perdonar. Pero distinto es el pensamiento

de mi Padre, porque Yo soy la Misericordia y Él es la Justicia. En verdad os digo que si uno

escucha mis palabras y no las observa Yo no le juzgo. No he venido al mundo para juzgar, sino

para salvar al mundo. Pero aunque yo no juzgue, en verdad os digo que hay quien os juzga por

vuestras acciones. El Padre mío, que me ha enviado, juzga a los que rechazan su Palabra. Sí, el

que me desprecia y no reconoce la Palabra de Dios y no recibe la palabra del Verbo, tiene a

quien le juzgue: le juzgará en el último día la propia Palabra que he anunciado. De Dios nadie se

burla, está escrito. Y el Dios objeto de burla será terrible para aquellos que le juzgaron loco y

mentiroso. ■ Recordad todos que las palabras que me habéis oído pronunciar son de Dios.

Porque no he hablado de cosas mías, sino que el Padre que me ha enviado, Él mismo, me ha

ordenado lo que debo decir y de qué debo hablar. Y Yo obedezco su orden porque sé que su

mandato es justo. Toda orden de Dios es vida eterna. Yo, vuestro Maestro, os doy ejemplo de

cómo obedecer las órdenes del Señor. Por tanto, estad seguros de que las cosas que os he dicho

y os digo las he dicho y las digo como mi Padre me ordenó. Y el Padre mío es el Dios de

Abraham, Isaac, Jacob; el Dios de Moisés, de los patriarcas, de los profetas, el Dios de Israel, el

Dios vuestro”.■ ¡Palabras luminosas que caen en las tinieblas que se van apoderando poco a

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poco de los corazones! Gamaliel, que de nuevo se había detenido, cabizbajo, reanuda su

marcha... Otros le siguen, meneando la cabeza o haciendo risitas... También Jesús se marcha...

(Escrito el 3 de Abril de 1947).

······································ 1 Nota : Cfr. Ju. 12, 20-50.

. --------------------000--------------------

(<La Virgen y otras mujeres han llegado a la casa del Cenáculo>). .

9-599-397 (11-18-461).- En la casa del Cenáculo, antes de la Cena, Jesús se despide de su

Madre.

* ¡Pobre Madre que por la Gracia y por el Amor comprende llegada la hora!.- ■ En la

habitación que ahora estoy viendo, está María con otras mujeres. Reconozco a Magdalena, a

María, madre de Santiago y de Judas. Da la impresión de que acaban de llegar, acompañadas de

Juan, porque se están quitando los mantos que pliegan y los ponen sobre los asientos que hay

por la habitación, mientras se despiden del apóstol, que se marcha, y saludan a una mujer y a un

hombre que han acudido a recibirlas, y que quizás sean los dueños de la casa, y también

discípulos o simpatizantes del Nazareno, porque muestran mucha confianza con María, que está

vestida de color azul celeste oscuro. En la cabeza lleva un velo blanco que se deja ver cuando se

quita el manto que la cubría también la cabeza. Está muy delgada de rostro. Parece como si

hubiera envejecido. Se le nota la tristeza aun cuando sonría con dulzura. También sus

movimientos son los de una persona cansada, como los de una persona sumergida en una idea. ■

Por la puerta entreabierta veo que el propietario de la casa va y viene al pasillo y al cenáculo.

Enciende éste completamente, prendiendo los restantes mecheros de la lámpara. Luego va a la

puerta que da a la calle y la abre. Entra Jesús con los apóstoles. Veo que ya es tarde, porque las

sombras de la noche caen ya sobre la estrecha calle. Saluda al dueño a su manera acostumbrada:

“La paz sea en esta casa”; y, luego, mientras los apóstoles bajan al cenáculo, entra en la

habitación donde está la Virgen. Las mujeres piadosas le saludan con profundo respeto, y se

marchan, cerrando la puerta y dejando así en libertad a la Madre y al Hijo. Jesús abraza a su

Madre, la besa en la frente. María besa primero las manos de su Hijo, luego su mejilla derecha.

Jesús toma a María de la mano y hace que se siente --hay dos taburetes, cerca el uno del otro--,

y Él se sienta al lado. La ha invitado a sentarse acompañándola de la mano a los taburetes, y

sigue agarrándole la mano aun cuando Ella ya se ha sentado. También Jesús está pensativo,

triste, aun cuando se esfuerce en sonreír. María estudia ansiosa la expresión del rostro de su

Hijo. ¡Pobre Madre, que por la gracia y por el amor comprende que la hora ha llegado! En su

rostro destacan arrugas de dolor; sus ojos se dilatan por una intensa visión de agudo dolor. Pese

a esto, conserva su serenidad al igual que su Hijo. Su porte es majestuoso como el de su Hijo. ■

Él la saluda y se encomienda a sus oraciones, le habla: “Madre, he venido para beber fuerzas y

consuelo de ti. Soy como un pequeñín que tenga necesidad del corazón materno para su dolor, y

del seno de su madre para tener fuerzas. Soy de nuevo, en estos momentos, tu pequeño Jesús de

otros tiempos. No soy el Maestro, Madre, soy solo tu Hijo, como en Nazaret cuando era

pequeño, como en Nazaret antes de abandonar mi vida privada. No tengo más que a ti. Los

hombres, en estos momentos, no son ni amigos ni leales a tu Jesús. Ni siquiera tienen el valor

para seguir el bien. Sólo los malos son leales y constantes y decididos en hacer lo que se

proponen. Pero tú me eres fiel, y eres en esta hora mi fuerza. Sosténme con tu amor, con tus

oraciones. De entre los que en mayor o menor grado me aman, eres la única que en esta hora

sabes orar; orar y comprender. Los otros tienen sentimiento de fiesta, y están pensando en ella o

pensando en el crimen, mientras Yo sufro con tantas cosas. Después de la fiesta muchas cosas

se acabarán, y entre ellas su modo humano de pensar. Sabrán ser dignos de Mí todos menos el

que se ha perdido, a quien ninguna fuerza puede llevarle, al menos, al arrepentimiento. Pero por

ahora son todavía hombres tardos que se regocijan, creyendo que está muy cerca mi triunfo; no

comprenden que estoy muriendo. Los hosannas de hace pocos días los han embriagado. Madre,

vine para esta hora y, con alegría sobrenatural, la veo aproximarse. Pero no dejo de temerla,

porque este cáliz tiene dentro «traición», «renegamiento»,«crueldad», «blasfemia»,

«abandono». Sosténme, Madre, como cuando con tus oraciones trajiste sobre ti al Espíritu de

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Dios, dando por medio de Él al mundo al Esperado de las gentes (Jer.14,7-9; 17,12-13; Gén.49,8-12).

Atrae ahora sobre tu Hijo la fuerza que me ayude a realizar la obra para la que vine. Madre,

adiós. Bendíceme, Madre; también por el Padre. Perdona a todos. Perdonemos juntos desde

ahora a los que nos torturan”. ■ Jesús ha caído de rodillas a los pies de su Madre, y la mira

teniéndola asida a la cintura. María llora sin hacer ruido, con su rostro ligeramente alzado por la

plegaria que desde su corazón eleva a Dios. Las lágrimas le ruedan por sus pálidas mejillas y

caen sobre su pecho, sobre la cabeza de Jesús que la tiene apoyada en el corazón de María.

Luego María pone su mano sobre la cabeza de Jesús como para bendecirle. Se inclina, le besa

entre los cabellos, se los acaricia, como acaricia también los hombros, los brazos, toma su cara

entre las manos y la vuelve hacia Ella, la estrecha contra su corazón. Con sus lágrimas en los

ojos le besa en la frente, en las mejillas, en los doloridos ojos. Acaricia esa pobre cansada

cabeza, como si fuera la de un niño, como vi que lo hacía en la gruta de Belén. Pero ahora no

canta. Dice solo: “¡Hijo! ¡Hijo! ¡Jesús! ¡Jesús mío!” con voz tal que me desgarra el corazón. ■

Jesús se levanta. Se compone el manto. Queda de pie frente a su Madre que sigue llorando. La

bendice. Va a la puerta. Antes de salir dice: “Madre, vendré otra vez antes de terminar mi

Pascua. Ruega por Mí”. Y se va. (Escrito el 17 de Febrero de 1944).

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9-600-399 (11-19-463).- La última Cena Pascual.

* Iscariote: “Jesús ha sugestionado a todos con su melancolía” y el bofetón de J. Tadeo.-

■ Comienzan los sufrimientos del Jueves Santo. Los diez apóstoles presentes se dan prisa en

preparar el Cenáculo. Judas, subido sobre una mesa, mira si hay suficiente aceite en todos los

mecheros del gigantesco candil que parece una corola de fucsia doble. Y que está formada por

una barra --el tallo-- rodeada de cinco quinqués semejantes a pétalos; luego tiene una segunda

vuelta, más abajo, que semeja una corona de llamas; luego, por último, tiene tres delgadas

lamparitas colgadas de unas cadenitas y que parecen los pistilos de la flor luminosa. Luego

Judas baja de un salto y ayuda a Andrés a colocar la vajilla sobre la mesa, que está cubierta con

un finísimo mantel. Oigo a Andrés que dice: “¡Qué espléndido lino!”. E Iscariote: “Uno de los

mejores de Lázaro. Marta se empeñó en traerlo”. Tomás, que ha vertido el vino en las preciosas

jarras y las mira una y otra vez con ojos de experto, reflejándose en sus delgadas partes curvas

y acariciando sus asas labradas a cincel, pregunta: “¿Y qué decir de estas copas, de estas

jarras?”. Iscariote: “¿Cuánto costarán?”. Tomás: “Está trabajado con martillo. Mi padre se

moriría de gusto por verlas. El oro y la plata en lámina se doblan bien cuando están calientes.

Pero tratados así... En un momento se puede echar a perder todo. Basta un golpe mal dado. Se

necesita igualmente fuerza y habilidad. ¿Ves las asas? Las hicieron al mismo tiempo que el

resto. No están soldadas. ¡Cosas de ricos!... Piensa en que no se ven ni la limadura, ni el

desbaste. No sé si me entiendes lo que te digo”. Iscariote: “¡Claro que te entiendo! En pocas

palabras, es como quien hace una escultura”. Tomás: “Exactamente”. Todos admiran las jarras.

Después, regresan a su quehacer. Unos ponen en orden los asientos, otros las mesitas. ■ Entran

juntos Pedro y Simón. Iscariote les dice: “¡Oh, por fin habéis regresado! ¿A dónde habéis ido

otra vez? Habéis llegado con el Maestro y con nosotros y os habéis desaparecido de nuevo”.

Zelote le dice secamente: “Teníamos algo que arreglar”. Iscariote: “¿Estás de mal humor?”.

Zelote: “Creo que sí con lo que hemos oído estos días y en esas bocas no acostumbradas a la

mentira”. Pedro masculla entre dientes: “Y con ese tufo de... Es mejor que te calles la boca,

Pedro”. Iscariote, replicando: “¡Y también tú! Hace días que me parece que la cabeza no te

funciona bien. Tienes la cara de un conejo que siente al chacal detrás de sí”. Pedro, a su vez: “Y

tú tienes morros de garduña. Tú tampoco estás tan bien desde hace unos días. Miras en cierta

forma... Miras como de reojo... ¿Qué esperas, o qué quieres ver? Te das importancia, lo quieres

demostrar, pero te asemejas a quien tiene miedo”. Iscariote: “¡Oh, sí que tengo miedo! Pero

tampoco eres tú un héroe”. Juan interviene: “Ninguno de nosotros lo somos, Judas. Llevas el

nombre de Macabeo, pero no lo eres. Yo digo con el mío: «Dios hace favor», pero te juro que

tiemblo por dentro como quien se supiera portador de desgracia y, sobre todo, tengo miedo de

caer en desgracia ante Dios. Simón de Jonás, a pesar de su nuevo nombre de «roca», ahora

parece tan blando como cera puesta al fuego. No puede controlarse más. Jamás le vi con miedo

ni aun en las tempestades más furiosas. Mateo, Bartolomé y Felipe parecen sonámbulos. Mi

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hermano y Andrés no hacen más que suspirar. Mira, tú, a los dos primos, a quienes no solo el

parentesco sino también el amor les une con el Maestro. Parecen que han envejecido. Tomás ha

perdido su buen humor. Simón parece el leproso de hace unos tres años. Se le ve consumido por

el dolor. Lívido, sin fuerzas”. ■ Iscariote observa: “Tienes razón. A todos nos ha sugestionado

con su melancolía”. Santiago de Alfeo grita: “Mi primo Jesús, Maestro y Señor mío y vuestro,

está y no está melancólico. Si con esta palabra quieres dar a entender que está triste por el

exceso de dolor que todo Israel le está dando --y nosotros somos testigos de este dolor-- y por

el otro, oculto dolor que solo Él ve, te digo: «Tienes razón»; pero si usas esa palabra para decir

que está loco, eso te lo prohíbo”. Iscariote: “¿Y no es locura, una idea fija de melancolía?

También yo he estudiado esas cosas. Las sé. Jesús ha dado demasiado de Sí, y ahora es un

hombre mentalmente cansado”. Tadeo, aparentemente tranquilo, le dice: “Lo que significa que

está loco, ¿no es verdad?”. Iscariote: “¡Justamente eso! Había visto con claridad tu padre, justo

de santa memoria, a quien tú tanto te pareces en justicia y sabiduría. Jesús --triste destino de

una ilustre casa demasiado vieja y castigada con la senilidad síquica-- ha tenido siempre

tendencia hacia esta enfermedad. En los primeros días era dulce, después agresivo. Tú mismo

viste cómo atacó a fariseos y escribas, a saduceos y herodianos. Él se ha hecho imposible la

vida, como un camino cubierto de piedras puntiagudas. Y fue Él mismo el causante...

Nosotros... le amamos tanto que el amor nos impidió ver. Pero los que no le amaron

idolátricamente, como tu padre, tu hermano José y sobre todo Simón, éstos sí que vieron las

cosas en su punto justo... Deberíamos abrir los ojos a sus palabras y no lo hacemos porque

estamos todos sugestionados con su dulce fascinación de enfermo. Y ahora...”. ■ Judas Tadeo

que --de la misma estatura que Iscariote-- está justo frente a él y parece oírle con calma, tiene

un acto de arrebato y le da un soberbio bofetón que lo arroja contra uno de los asientos, y con

una cólera contenida en la voz, inclinándose sobre el bellaco que no reacciona --quizás

temiendo que Tadeo esté al tanto de su traición-- le dice con voz penetrante: “Esto por lo de la

locura, ¡reptil! Y si no te estrangulo es solo porque Jesús está allí, y es noche de Pascua. ¡Pero

piensa, piénsalo bien! Si le pasa algo malo, y ya no está Él para controlar mi fuerza, nadie te

salvará. Es como si ya tuvieses la cuerda al cuello; y tendrás que probar estas manos mías

honradas y fuertes de galileo, de tanto trabajar, y descendiente del que con su honda abatió a

Goliat. Levántate, enervado libertino. ¡Y atento a lo que haces!”. Judas se levanta pálido, sin

reaccionar lo mínimo. Y lo que me sorprende es que nadie ha protestado por lo que acaba de

hacer Tadeo. Al contrario... todos lo aprueban. ■ Apenas se ha calmado el ambiente cuando

entra Jesús. Se asoma en el umbral de la puertecilla, por la que apenas su alto físico puede pasar.

Pone el pie en el tan reducido descansillo, y, con dulce pero triste sonrisa, abriendo los brazos

dice: “La paz sea con vosotros”. Su voz es como la de un hombre cansado, como la de quien

física y sicológicamente se va agotando. Baja. Acaricia la cabeza rubia de Juan que se le ha

acercado. Sonríe, como si ignorase, a su primo Judas, y al otro primo le dice: “Tu madre te

ruega que seas afable con José. Hace poco que preguntó por Mí y por ti a las mujeres. Siento no

haberle saludado”. Santiago de Alfeo: “Lo podrás hacer mañana”. Jesús: “¿Mañana?... Bueno...

tendré tiempo de verle... ¡Oh, Pedro, por fin estaremos un poco juntos! Desde ayer me pareces

un fuego fatuo. Te veo por un momento y luego desapareces. Me parece que este día no te he

visto sino muy poco. También tú, Simón”. Zelote dice con seriedad: “Nuestras canas, que

abundan ya, pueden asegurarte que no estuvimos ausentes por apetito carnal”. Iscariote le

interrumpe con estas palabras ofensivas: “Aunque... a todas las edades se pueda tener esa

hambre... ¡Los viejos! ¡Peor que los jóvenes!...”. Simón le mira y va a rebatirle, pero se detiene

ante la mirada de Jesús, que pregunta a Iscariote: “¿Te duele alguna muela? Tienes la mejilla

derecha hinchada y colorada”. Iscariote: “Sí me duele. Pero no es para tanto”. Los otros no

dicen nada y todo acaba así. ■ Jesús dice: “¿Habéis terminado con todo lo que había que hacer?

¿Tú, Mateo? ¿Y tú, Andrés? ¿Y tú, Judas, has pensado en la ofrenda que haya que hacer al

Templo?”. Tanto los primos como Iscariote responden: “Todo. Puedes estar tranquilo”. Juan,

sonriente y soñador, dice: “Llevé las primicias de Lázaro a Juana de Cusa para los niños. Me

dijeron: «¡Eran mejores aquellas manzanas!» ¡Aquellas invitaban a comérselas! Eran tus

manzanas”. También Jesús sonríe recordando algo... Tomás dice: “Me encontré con Nicodemo

y José”. Iscariote pregunta con interés marcado: “¿Los has visto? ¿Hablaste con ellos?”. Tomás:

“Sí, y ¿qué tiene de extraño? José es un buen cliente de mi padre”. Iscariote: “Nunca lo habías

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dicho... Por eso me sorprendí...”. Judas trata de borrar la impresión que ha dado, una impresión

de ansiedad, por el encuentro de José y Nicodemo con Tomás. Bartolomé dice: “Raro que no

hayan venido a presentarte sus respetos. Tampoco han venido Cusa, ni Mannaén... Ninguno de

los...”. Pero Iscariote con una falsa sonrisilla interrumpe a Bartolomé diciendo: “El cocodrilo se

mete en su guarida cuando llega la hora”. Zelote, en un tono tan agresivo que nunca ha tenido,

pregunta: “¿Qué quieres decir? ¿Qué insinúas?”. Jesús interviene: “¡Paz, paz! ¿Qué os pasa? ¡Es

la noche de Pascua! Nunca habíamos tenido escenario tan digno para comer el cordero.

Comamos, pues, la cena con espíritu de paz. Comprendo que os he turbado mucho con mis

instrucciones de estas últimas noches. Pero ya hemos terminado. Ahora ya no os voy a causar

más turbación. No todo está dicho en cuanto a Mí se refiere. Solo lo esencial. El resto... después

lo comprenderéis. Se os dirá... sí. Vendrá quien os lo comunicará”.

* “Como en Caná, también hoy habrá un milagro: el vino cambiará de naturaleza”.- ■

Jesús ordena después: “Juan, ve con Judas y algún otro a traer las jarras para la purificación, y

luego nos sentaremos a la mesa”. Jesús es de una dulzura que arrebata. Juan, Andrés, Judas

Tadeo y Simón traen una gran palangana, le ponen agua, ofrecen la toalla a Jesús y a los demás.

La palangana que es de metal, la ponen, terminado todo, en un rincón. Jesús les dice: “Y ahora

cada cual a su lugar. Yo me siento aquí. A mi derecha Juan y al otro lado mi fiel Santiago. Los

dos primeros discípulos. Al lado de Juan mi fuerte Piedra; al lado de Santiago, el que es como

el aire, que no se le ve, pero siempre está presente y ayuda: Andrés. Junto a Andrés mi primo

Santiago. ¿No te duele, querido hermano, el que dé el primer lugar a los primeros? Eres el

sobrino del Justo (S. José), cuyo espíritu palpita y revolotea a mi alrededor esta noche, más que

nunca. ¡Ten paz, padre de mi debilidad de niño, encina bajo cuya sombra encontramos

protección mi Madre y Yo!¡Ten paz!... Después de Pedro: Simón... Simón, ven un momento

aquí. Quiero ver tu cara leal. Después no la veré tan claramente porque otros me la ocultarán.

Gracias, Simón, por todo”, y le besa. Simón al regresar a su lugar, se lleva por un instante las

manos a la cara con un gesto de dolor. Jesús prosigue: “Enfrente de Simón, Bartolomé. Dos

hombres honrados y sabios que se parecen mucho. Y cerca, tú, Judas hermano mío. Así te

puedo ver... y me parece que estemos en Nazaret... cuando alguna fiesta nos reunía alrededor de

la mesa. ■ También en Caná, ¿recuerdas? Estábamos el uno al lado del otro. Una fiesta... fiesta

de bodas... el primer milagro... el agua cambiada en vino... También hoy es una fiesta...

también hoy habrá un milagro... el vino cambiará de naturaleza... y será...”. Y Jesús se

absorbe en sus pensamientos. Con la cabeza inclinada, como aislado en su mundo secreto. Los

apóstoles le miran sin hablar. Levanta su cabeza, mira detenidamente a Judas Iscariote y le dice:

“Te sentarás frente a Mí”. Iscariote: “¿Tanto me quieres? ¿Más que a Simón?”. Jesús: “Tanto te

amo. Lo has dicho”. Iscariote: “¿Por qué, Maestro?”. Jesús: “Porque eres el que has hecho más

que todos para esta hora”. Judas pasa sus ojos sobre Jesús, sobre sus compañeros. Sobre Jesús

con una cierta, irónica compasión; sobre los demás, con aire de triunfo. “Y a tu lado, en una

parte, Mateo; en la otra, Tomás”. Iscariote dice: “Entonces Mateo a mi izquierda, y Tomás a

mi derecha”. Mateo le responde: “Como quieras, como quieras. Me basta con tener en frente a

mi Salvador”. Jesús: “Por último, Felipe. ¿Veis? Quien no tiene el honor de estar a mi lado, lo

tiene de estar frente a Mí”. * ANTIGUO RITO: 1ª Y 2ª COPAS.

. ● “Con toda mi alma se he deseado comer esta Pascua con vosotros”.- ■ Jesús, en pie en

su sitio, vierte en la amplia copa que tiene delante de Sí. Todos tienen altas copas, pero Él tiene

una mucho más grande, además de la que tienen todos; debe ser la copa del rito. Echa en ella el

vino, la levanta y la ofrece, la coloca nuevamente sobre la mesa. Luego, todos en tono de salmo

preguntan: “¿Por qué esta ceremonia?”. Una pregunta formal, de rito, se comprende. Jesús,

como cabeza de familia, responde: “Este día recuerda nuestra liberación de Egipto. Sea bendito

Jeová que ha creado el fruto de la viña”. Bebe un sorbo de la copa ofrecida y la pasa a los

demás. Luego ofrece el pan, lo parte, lo distribuye; después las hierbas impregnadas en la salsa

rojiza, que hay en cuatro salseras. Terminado esto, cantan varios salmos en coro. De la mesita

traen la fuente en que está el cordero asado y la ponen frente a Jesús. Pedro, que en la primera

parte... hizo el papel del que pregunta, vuelve a hacerlo: “¿Por qué este cordero, así?”. Jesús:

“Como recuerdo de cuando Israel fue salvado por medio del cordero inmolado. No murió

ningún primogénito allí donde había sangre sobre las jambas y el dintel. Y, luego, mientras todo

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Egipto lloraba la muerte de los primogénitos varones, desde el palacio del faraón hasta las

chozas más humildes, los hebreos, capitaneados por Moisés, se dirigieron a la tierra de la

liberación y la promesa. Vestidos ya para partir, con las sandalias puestas, en las manos el

bastón, los hijos de Abrahám se pusieron en marcha cantando los himnos del júbilo”. Todos se

ponen de pie y cantan: “Cuando Israel salió de Egipto y la casa de Jacob de un pueblo bárbaro,

la Judea se convirtió en su santuario”, etc. etc. (Sal. 113).Ahora Jesús corta el cordero, llena una

nueva copa, la pasa después de haber bebido. Luego cantan: “Alabad, vosotros, al Señor. Sea

bendito el Nombre Eterno ahora y por los siglos. Desde el oriente del Sol hasta su ocaso debe

ser alabado”, etc. (Sal. 112). ■ Jesús distribuye los trozos de cordero cuidando de que todos

queden bien servidos, justamente como haría un padre de familia rodeado de sus amados hijos.

Majestuoso, un poco triste, mientras dice: “Con toda mi alma deseé comer con vosotros esta

Pascua. Ha sido para Mí el deseo de los deseos, desde que fui, ab aeterno, «el Salvador». Sabía

que esta hora precedería a esa otra. Mas la alegría de darme infundía, anticipadamente, este

consuelo a mi padecer... Con toda mi alma he deseado comer con vosotros esta Pascua porque

ya nunca comeré del fruto de la vid hasta la llegada del Reino de Dios. Entonces me sentaré

nuevamente con los elegidos en el Banquete del Cordero, para las nupcias de los vivientes con

el Viviente. A ese Banquete se acercarán sólo los que hayan sido humildes y limpios de corazón

como lo soy Yo”.

. ● ¿Quién es el primero?.- ■ Bartolomé pregunta: “Maestro, hace poco dijiste que quien no

tiene el honor del lugar, tiene el de tenerte enfrente. ¿Cómo podemos saber entonces quién es el

primero entre nosotros?”. Jesús: “Todos y ninguno. Una vez... regresábamos cansados,

hastiados del odio fariseo. Pero no estabais cansados de discutir a cerca de quién entre vosotros

sería el mayor... Un niño corrió a mi encuentro... era un pequeñín... Su inocencia consoló mi

disgusto de tantas cosas, entre las que estaba vuestro modo testarudo de pensar. ¿Dónde estás,

Benjamín de la sabia respuesta, que te vino del Cielo porque, ángel como eras, el Espíritu te

hablaba? Entonces dije: «Si uno quiere ser el primero hágase el último y siervo de todos». Y os

propuse como ejemplo al sabio niño. ■ Ahora os digo: «Los reyes de las naciones mandan. Los

pueblos oprimidos, aunque los odien, los aclaman y les dan el nombre de „Beneméritos‟,

„Padres de la Patria‟. Mas el odio se oculta bajo el mentiroso título». Que esto no suceda entre

vosotros. El mayor sea como el menor, el jefe como el que sirve. De hecho, ¿quién es mayor, el

que sirve o el que está a la mesa? El que está sentado a la mesa, y sin embargo Yo os sirvo, y

dentro de poco os serviré más”.

. ● “Los príncipes de mi Reino serán los que perseveren fieles a Mí en el martirio de la

existencia”.- ■ Jesús: “Vosotros sois los que habéis estado conmigo en las pruebas. Y Yo

dispongo para vosotros un puesto en mi Reino --de la misma forma que en ese Reino Yo seré

Rey según la voluntad del Padre--, para que comáis y bebáis en mi mesa eterna, y estéis

sentados en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Habéis permanecido conmigo en mis

pruebas... Esto y no otra cosa es lo que os hace grandes ante los ojos del Padre”. Los apóstoles

preguntan: “Y los que vendrán después? ¿No tendrán un lugar en el Reino? ¿Solo nosotros?”.

Jesús: “¡Oh, cuántos príncipes habrá en mi casa! Todos los que hubieran permanecido fieles al

Mesías en sus pruebas de la vida serán príncipes en mi Reino. Porque los que hubieran

perseverado hasta el fin en el martirio de la existencia, serán como vosotros, que conmigo

habéis perseverado en mis pruebas. Yo me identifico en mis creyentes. ■ A los predilectos les

doy, como enseña, ese Dolor que abrazo por vosotros y por todos los hombres. Quien

permanece fiel en el Dolor, será un bienaventurado mío; igual que vosotros, mis amados”.

. ● “Satanás ha pedido permiso para cribaros como el trigo”.- ■ Pedro dice: “Nosotros

hemos perseverado hasta el fin”. Jesús: “¿Lo crees, Pedro? Yo te aseguro que la hora de la

prueba todavía está por venir. Simón de Jonás, mira que Satanás ha pedido permiso de cribaros

como el trigo. He rogado por ti, para que tu fe no vacile. Tú, una vez enmendado, confirma a tus

hermanos”. Pedro: “Sé que soy un pecador, pero te seré fiel hasta la muerte. Este pecado nunca

lo he cometido ni lo cometeré”. Jesús: “No seas soberbio, Pedro mío. Esta hora cambiará

muchas cosas que antes eran de un modo y ahora serán distintas. ¡Cuántas!... Y esas cosas traen

y comportan necesidades nuevas. Vosotros lo sabéis. Siempre os lo he dicho, aun cuando

andábamos por lugares lejanos, recorridos por bandidos: «No temáis. Ningún mal nos pasará

porque los ángeles del Señor están con nosotros. No os preocupéis de cosa alguna». ¿Os

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acordáis de cuando os decía: «No estéis preocupados por la comida o por el vestido. El Padre

conoce qué necesitamos?». También os decía: «El hombre vale más que un pájaro y que una

flor de hierba que hoy está verde y mañana seca. Y veis que el Padre tiene cuidado también de

la flor y del pajarillo. ¿Podréis, entonces, dudar de que cuide de vosotros?». También dije:

«Dad a quien os pida, a quien os ofenda presentad la otra mejilla». Os dije: «No llevéis ni

bolsa ni bastón». Porque Yo he enseñado amor y confianza. ■ Pero ahora... ahora ya no son

esos tiempos. Ahora os pregunto: «¿Alguna vez os ha faltado algo? ¿Alguna vez os han hecho

algún daño?»”. Los apóstoles responden: “Nada, Maestro. Y sólo a Ti te lo han hecho”. Jesús:

“Ved, pues, que mi palabra fue veraz. Ahora el Señor ha dado órdenes a sus ángeles que se

retiren. Es la hora de los demonios... Los ángeles del Señor con sus alas de oro, se cubren los

ojos, se vendan, y les duele el color de sus alas, porque no es color de amargura y ésta es hora

de luto, de un luto cruel y sacrílego... Esta noche no hay ángeles sobre la tierra. Están junto al

trono de Dios para superar con su canto las blasfemias del mundo deicida y el llanto del

Inocente. Estamos solos... Yo y vosotros. Los demonios son los dueños de esta hora. Por esto

ahora tomaremos el aspecto y el modo de pensar de los pobres hombres que desconfían y no

aman. Ahora quien tiene bolsa, tome también una alforja, quien no tiene espada, venda su manto

y se compre una. Porque también esto que la Escritura dice de Mí, se debe cumplir: «Fue

contado como uno de los malhechores» (Is.53,12 y 52,13). En verdad, que todo lo que se refiere a

Mí, tiene su realización”.

. ● Las espadas de Zelote.- ■ Simón Zelote, que se ha levantado para ir al cofre donde colocó

su rico manto --porque esta noche traen todos los mejores vestidos, y, por tanto llevan puñales,

damasquinados pero muy cortos, colgados de los ricos cintos-- toma dos espadas, dos

verdaderas espadas, largas, ligeramente curvas, y las lleva a Jesús. “Yo y Pedro nos hemos

armado esta noche. Tenemos éstas. Los otros no traen más que el puñal corto”. Jesús toma las

espadas, las observa, desenvaina una y prueba su filo contra una uña. Es una visión rara que

causa gran impresión ver la feroz arma en manos de Jesús. ■ Iscariote, mientras Jesús la

contempla y no habla, pregunta: “¿Quién os la dio?”. Judas parece gato sobre ascuas... Zelote le

responde: “Que ¿quién? Te recuerdo que mi padre fue noble y rico”. Iscariote: “Pero Pedro...”.

Zelote: “¿Pero qué? ¿Desde cuándo debo dar cuenta de los regalos que quiera hacer a mis

amigos?”. Jesús levanta su cabeza después de haber metido la espada en la vaina. La devuelve a

Zelote.

. ● Lavado de los pies.- ■ Jesús: “Bueno. Basta. Hiciste bien en haberlas traído. Pero ahora,

antes de que bebamos la tercera copa, esperad un momento. Os he dicho que el mayor es como

el menor y que Yo ahora estoy como quien sirve en esta mesa y os serviré. Hasta ahora os he

distribuido comida. Es un servicio en orden al cuerpo. Ahora os quiero dar un alimento para el

espíritu. No es un plato del rito antiguo; es del nuevo rito. Yo quise bautizarme primero antes de

ser el «Maestro». Para esparcir la palabra bastaba ese bautismo. Ahora será derramada la

Sangre. Es necesario que os lavéis con otro lavacro, aunque hayáis sido purificados por el

Bautista en su momento, y también hoy en el Templo. Pero no es suficiente. Venid para que os

purifique. Suspended la comida. Hay algo mucho más necesario y alto que el alimento con que

se llena el vientre, aun cuando sea éste un alimento santo, como este del rito pascual; y ello es

un espíritu puro, en disposición de recibir el don del Cielo que ya desciende para hacerse un

trono en vosotros y daros la Vida. Dar la Vida a quien está limpio” (1). ■ Jesús se pone de pie,

hace levantar a Juan para salir de su lugar, se quita el vestido rojo, lo dobla y pone doblado

encima del manto, ya doblado antes. Se ciñe a la cintura una toalla grande, después va donde

hay una palangana, que está vacía y limpia. Echa agua en ella, lleva la palangana al centro de la

habitación, junto a la mesa, y la pone sobre un banco. Los apóstoles le miran estupefactos. Jesús

les pregunta: “¿No me preguntáis por qué hago esto?”. Pedro responde: “No lo sabemos. Te

digo solo que ya estamos purificados”. Jesús: “Y yo te repito que eso no importa. Mi

purificación servirá al que ya está puro, para estarlo más”. Se arrodilla. Desata las sandalias a

Judas Iscariote, y le lava los pies; uno primero, otro después. Es fácil hacerlo, porque los lechos-

asientos están hechos de tal forma que los pies quedan hacia la parte exterior. Judas está

desconcertado, pero no replica. Pero, cuando Jesús, antes de ponerle la sandalia en el pie

izquierdo y levantarse, trata de besarle el pie derecho ya calzado, Judas retrae bruscamente su

pie y pega con la suela en la boca divina (Sal. 40,10). Lo hizo sin querer. No es un golpe fuerte,

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pero a mí me ha causado mucho dolor. Jesús sonríe, y, al apóstol que le pregunta: “¿Te hice

daño? Ha sido sin querer... Perdona”, le contesta: “No, amigo. Lo hiciste sin malicia y no hace

mal”. Judas le mira... Una mirada en que está pintada la turbación, una mirada que huye de

todo... Jesús pasa a lavar a Tomás y luego a Felipe... Da vuelta a la mesa y se acerca a su primo

Santiago. Le lava los pies, y, al levantarse, le besa en la frente. Pasa a Andrés que está rojo de

vergüenza y se esfuerza por no llorar. Le lava los pies, y le acaricia como si fuera un niño.

Luego es el turno de Santiago de Zebedeo que no hace más que decir en voz baja: “¡Oh,

Maestro, Maestro, Maestro! ¡Te has rebajado, sublime Maestro mío!”. Juan se ha aflojado ya las

sandalias y, mientras Jesús está inclinado, secándole los pies, se inclina también él y le besa sus

cabellos. ■ ¡Pero Pedro!... No es fácil convencerle que debe sujetarse a este nuevo rito. “Tú,

¿lavarme los pies a mí? ¡Ni te imagines! Mientras esté vivo, no te lo permitiré. Soy un gusano, y

Tú eres Dios. Cada uno a su lugar”. Jesús: “Lo que hago, no puedes comprenderlo por ahora.

Algún día lo comprenderás; déjame lavarte”. Pedro: “Todo lo que quieras, Maestro. ¿Quieres

cortarme el cuello? Hazlo. Pero lavarme los pies no lo harás”. Jesús: “Oh, Simón mío, ¿no sabes

que si no te lavo, no tendrás parte en mi Reino? ¡Simón, Simón, tienes necesidad de esta agua

para tu alma, y para el largo camino que tendrás que recorrer! ¿No quieres venir conmigo? Si no

te lavo, no vienes conmigo a mi Reino”. Pedro: “¡Oh, Señor mío bendito! ¡Entonces lávame

todo! ¡Pies, manos y cabeza!”. ■ Jesús: “El que, como vosotros, se ha bañado no tiene

necesidad de lavarse más que los pies, porque ya está enteramente purificado. Los pies... El

hombre con los pies camina sobre cosas sucias. Y ello sería poco, pues ya os lo había dicho que

lo que ensucia no es lo que entra y sale con el alimento, ni contamina al hombre lo que se pega a

los pies por el camino. No. Lo que contamina es lo que incuba y madura en su corazón y de allí

sale para contaminar sus acciones y sus miembros. Y los pies del hombre que tiene un corazón

no limpio se dirigen hacia la crápula, la lujuria, los tratos ilícitos, el crimen... Por esto, son, de

entre los miembros del cuerpo, los que tienen más necesidad de purificarse... como también los

ojos, la boca... ¡Oh hombre!, que fuiste una criatura perfecta un día: ¡el primero!, y luego, te has

dejado corromper en tal forma por el Seductor (Gén 1-3). En ti, hombre, no había malicia, ni

pecado... ¿Y ahora? Eres todo malicia y pecado, y no hay parte en ti que no peque”. ■ Jesús

lava los pies a Pedro, se los besa. El apóstol llora y toma con sus gruesas manos las dos manos

de Jesús, se las pasa por los ojos y luego se las besa. También Simón Zelote se ha quitado las

sandalias, y sin decir nada se deja lavar. Pero cuando Jesús está para acercarse a Bartolomé,

Simón se arrodilla y le besa los pies, diciendo: “Límpiame de la lepra del pecado como me

limpiaste de la del cuerpo, para que no me vea confundido en la hora del juicio, Salvador mío”.

Jesús: “No tengas miedo, Simón. Llegarás a la ciudad celestial blanco como la nieve”.

Bartolomé: “Y yo, Señor, ¿qué dices al viejo Bartolomé? Tu me viste bajo la sombra de la

higuera y leíste en mi corazón. ¿Y ahora qué ves? ¿Dónde me ves? Da seguridad a este pobre

viejo que teme no tener fuerzas ni tiempo para llegar a donde quieres que se llegue”. Bartolomé

está muy conmovido. Jesús le dice: “Tampoco temas tú. En aquella ocasión dije: «He aquí a un

verdadero Israelita en quien no hay engaño». Ahora afirmo: «He aquí a un verdadero discípulo

mío digno de Mí, el Mesías». Que ¿dónde te veo? Sobre un trono eterno, vestido de púrpura.

Estaré siempre contigo”. El turno es de Judas Tadeo. Cuando ve a Jesús a sus pies, no sabe

contenerse, inclina su cabeza sobre la mesa, apoyándola sobre el brazo y llora. Jesús: “No

llores, hermano. Te pareces al que deben de arrancar un nervio, y cree no poder soportarlo. Pero

será breve el dolor. Luego... serás feliz, porque me amas. Te llamas Judas. Eres como nuestro

gran Judas Macabeo: un gran gigante. Eres el que protege. Tus acciones son de león y de

cachorro de león rugientes. Tú desanidarás a los impíos, que ante ti retrocederán, y los inicuos

se llenarán de terror. Lo sé. Sé fuerte. Una unión eterna estrechará y hará perfecto nuestro

parentesco en el Cielo”. Le besa también en la frente como al otro primo. Mateo dice: “Yo soy

un pecador, Maestro. No a mí...”. Jesús: “Tú fuiste pecador, Mateo. Ahora eres apóstol. Eres

una «voz» mía. Te bendigo. Estos pies han caminado siempre para seguir adelante, para llegar a

Dios... El alma los espoleaba y ellos han abandonado todo camino que no fuese el mío.

Continúa. ¿Sabes dónde termina el sendero? En el seno de mi Padre y tuyo”. * ANTIGUO RITO: 3ª COPA.

. ● J. Iscariote, turbado, resiste a las miradas de Jesús y al mensaje de los Salmos.- ■

Jesús ha terminado. Se quita la toalla, se lava las manos en agua limpia, se vuelve a poner su

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vestido, regresa a su lugar y dice, mientras se sienta: “Ahora estáis puros, pero no todos. Solo

los que han tenido voluntad de estarlo”. Mira detenidamente a Judas de Keriot que hace

muestras de no oír, como que está ocupado explicando a Mateo por qué su padre decidió

mandarle a Jerusalén. Una charla inútil que tiene por objeto dar a Judas cierto aire de

importancia; aunque es audaz, no debe sentirse muy bien. Jesús vierte vino por tercera vez, en la

copa común. Bebe y ofrece a los otros para que la beban. Luego entona un cántico, al que los

otros acompañan. “Amo porque oye el Señor la voz de mis súplicas; porque inclinó a mis oídos.

Lo invocaré por toda mi vida. Me habían sorprendido los lazos de la muerte” etc... (Sal 114). Una

pausa brevísima, luego sigue cantando: “Tuve confianza por eso hablo. Pero me había

encontrado en gran humillación. Habíame dicho en mi abatimiento:«Todos los hombres son

engañosos»”. Mira fijamente a Judas. La voz, cansada en esta noche, de mi Jesús toma aliento

cuando exclama: “Es preciosa a los ojos de Dios la muerte de los santos” y “tú has roto mis

cadenas. A ti sacrificaré hostia de alabanza, invocando el nombre del Señor”, etc. etc. (Sal.115).

Otra breve pausa en el canto y luego sigue: “Alabad, naciones todas, al Señor: pueblos todos,

alabadlo porque su misericordia ha quedado con nosotros y la fidelidad del Señor durará como

la eternidad” ( Sal. 116). Otra breve pausa, y luego un himno largo: “Alabad al Señor que es

bueno, porque su misericordia es eterna” (Sal. 117)... ■ Judas de Keriot canta tan desentonado

que dos veces Tomás le obliga a tomar tono con su fuerte voz de barítono, y le mira fijamente.

También los otros le miran porque generalmente entona bien y se gloría, como de sus otras

dotes, de su voz. ¡Pero esta noche! Ciertas frases le turban y se detiene, lo mismo que ciertas

miradas de Jesús cuando pone énfasis en ciertas frases. Una es: “Es mejor confiar en el Señor

que en el hombre”. Otra es: “Tropezaba y estaba a punto de caer, pero el Señor me sostuvo”.

Otra: “No moriré, antes viviré y cantaré las obras del Señor”. Las dos siguientes parecen

estrangular la garganta del traidor:“La piedra que los albañiles desecharon, ha sido convertida

en piedra angular” y “Bendito el que viene en el nombre del Señor”. Terminado el salmo,

mientras Jesús corta el cordero y lo reparte, Mateo pregunta a Judas Keriot: “¿Te sientes mal?”.

Iscariote: “No. Déjame en paz. No te metas conmigo”. Mateo se encoge de hombros. ■ Juan,

que oyó lo que Judas contestó, dice: “Tampoco el Maestro se encuentra bien. ¿Qué te pasa,

Jesús? Estás ronco. Como si estuvieras enfermo o como si hubieras llorado mucho”, le abraza y

reclina su cabeza sobre el pecho de Jesús. Iscariote, algo nervioso, dice: “Solo es que ha hablado

mucho; y yo, lo único es que he andado mucho y he cogido frío”. Jesús se dirige a Juan: “Tu ya

me conoces... y sabes qué es lo que me cansa...”.

. ● “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer... Por otra parte, se ha de cumplir la

Escritura: «levantó su calcañal»”.- ■ El cordero ha terminado. Jesús, que ha comido muy

poco, que en lugar del poquísimo vino, ha bebido mucha agua como quien tiene fiebre, vuelve a

tomar la palabra: “Quiero que entendáis lo que acabo de hacer. Os había dicho que el primero es

como el último, y que os daría un alimento que no es corporal. Os he dado un alimento de

humildad. Para vuestro espíritu. Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y decís bien porque lo

soy. Si pues Yo os he lavado los pies, también vosotros debéis hacerlo el uno con el otro.

Ejemplo os he dado para que, como Yo he obrado, obréis. Digo en verdad: el siervo no es

superior al patrón, ni el apóstol más que Aquel que la ha constituido apóstol. Tratad de

comprender estas cosas. Y, si comprendiéndolas, las ponéis por obra, seréis bienaventurados.

Cosa que no todos lograréis. Os conozco. Sé a quiénes he elegido. No de la misma manera me

refiero a todos. Pero digo la verdad. ■ Por otra parte, debe cumplirse lo que está escrito respecto

de Mí: «Aquel que conmigo come el pan, ha alzado su calcañal contra Mí». Os digo todo antes

de que suceda, para que no abriguéis dudas respecto a Mí. Cuando todo esté cumplido, creeréis

todavía más que Yo soy Yo. El que me acoge a Mí, acoge a quien me ha enviado: al Padre santo

que está en los Cielos. Y el que acoja a los que Yo envíe, me acogerá a Mí mismo. Porque Yo

estoy con el Padre y vosotros estáis conmigo”.

* ANTIGUO RITO: 4ª COPA.

El rito antiguo termina con el salmo 118.- ■ Jesús: “Ahora, terminemos el rito”. Echa

nuevamente vino en el cáliz común y, antes de beber de él y de darlo a los demás se pone de pie.

Los demás le imitan y repiten un salmo anteriormente cantado: “Tuve confianza y por esto

hablé...” (Sal.115). Y luego uno que parece que nunca va a acabar. Pero ¡qué bello! Creo que por

lo que comienza y por lo largo que es, debe ser el salmo 118. Lo cantan de este modo: un trozo

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todos juntos, luego, por turnos, cada uno recita un dístico y los otros, juntos, un trozo; y así

hasta el final. ¡Me imagino que deberán tener sed al terminar!

* EL NUEVO RITO: ESTO ES MI CUERPO, ÉSTA ES MI SANGRE.

. ● “El pan y el vino cambian de naturaleza.- Mediante este milagro quedaremos siempre

unidos”.- ■ Jesús se sienta. No se recuesta; se queda sentado, como nosotros. Dice: “Ahora

que hemos cumplido con el rito antiguo voy a celebrar el nuevo rito. Os prometí un milagro de

amor y ha llegado la hora de realizarlo. Por eso había deseado esta Pascua. De hoy en

adelante, ésta será la hostia que será inmolada en perpetuo rito de amor. Os he amado durante

toda mi vida terrenal, amigos míos. Os he amado desde la eternidad, hijos míos. Y quiero

amaros hasta el final. No hay cosa mayor que ésta. Recordadlo. Me voy pero quedaremos

siempre unidos mediante el milagro que ahora voy a realizar. Jesús toma un pan entero. Lo pone

sobre la copa, que está completamente llena de vino. Bendice y ofrece ambos, luego parte el pan

en trece pedazos y da uno a cada apóstol, diciendo: “Tomad y comed. Esto es mi Cuerpo. Haced

esto en recuerdo de Mí, que me marcho”. Da el cáliz y dice: “Tomad y bebed. Ésta es mi

Sangre. Esto es el cáliz del nuevo pacto (sellado) en mi Sangre y por mi Sangre, que será

derramada por vosotros para que se os perdonen vuestros pecados y para daros Vida. Haced

esto en recuerdo mío”. Jesús está tristísimo. Toda huella de sonrisa, de luz, de color le han

abandonado. Parece como si estuviese agonizante. Los apóstoles le miran angustiados. ■ Se

pone de pie diciendo: “No os mováis. Regreso pronto”. Toma el decimotercer pedazo de pan,

toma el cáliz y sale del Cenáculo. Juan dice en voz baja: “Va donde está su Madre” (2). Judas

Tadeo con un suspiro: “¡Pobre mujer!”. Pedro con una voz que apenas se oye: “¿Crees que Ella

sabe?”. Judas Tadeo: “Sabe todo. Siempre lo ha sabido”. Todos hablan en voz baja, como si

estuviesen ante un cadáver. Tomás, que no quiere aún creer, pregunta: “Pero ¿estáis seguro sea

así?...”. Santiago de Zebedeo le responde: “¿Todavía dudas de ello? Es su hora”. Zelote dice:

“Que Dios nos dé fuerzas para serle fieles”. Pedro empieza a decir: “¡Oh! yo...”. Pero Juan,

que está alerta, hace: “Psss. Regresa”. ■ Jesús vuelve a entrar. Trae en la mano la copa vacía. En

su fondo, una mínima señal de vino, que bajo la luz de la lámpara parece realmente sangre.

Judas Iscariote, que tiene delante de sí la copa, la mira como hechizado, y luego aparta su vista.

Jesús le mira y tiene un sacudimiento que Juan, que está apoyado sobre su pecho, siente, y

exclama: “¡Dilo, ¿no?! Tiemblas...”. Jesús: “No. No tiemblo porque tenga fiebre... Os he lo

dicho todo y todo os lo he dado. No podía daros más. Os he dado a Mí mismo”. Hace ese

dulce gesto suyo de sus manos, las cuales, antes juntas, ahora se separan y abren, mientras

agacha la cabeza, como queriendo decir: «Perdonad que no pueda más. Pero es así». Y agrega:

“Os he dicho todo, y todo os he dado. Y repito. El nuevo rito se ha realizado. Haced esto en

memoria mía. Os lavé los pies para enseñaros a ser humildes y puros como lo es vuestro

Maestro. Porque en verdad os digo que los discípulos deben ser como el Maestro. Recordadlo,

recordadlo. Incluso cuando estéis en una posición superior. Ningún discípulo está por encima de

su Maestro. Como os lavé hacedlo vosotros. Esto es, amaos como hermanos, ayudándoos

mutuamente, respetándoos unos a otros, dándoos mutuo ejemplo. Sed puros para que seáis

dignos de comer del Pan vivo que ha descendido del Cielo y para que tengáis en vosotros y por

Él la fuerza de ser mis discípulos en un mundo enemigo que os odiará por causa de mi

Nombre”.

. ● “La mano de quien me traiciona está en esta mesa”.- ■ Jesús: “Pero uno de vosotros no

está puro. Uno de vosotros, el que me traicionará. Por este motivo estoy profundamente

conturbado dentro de mi corazón... La mano del que me traicionará está en esta mesa. Ni mi

amor, ni mi Cuerpo, ni mi Sangre, ni mi palabra le hacen cambiar de su determinación, ni le

hacen arrepentirse. Lo perdonaría, yendo a la muerte también por él”. Los discípulos se miran

aterrorizados. Se miran, sospecha uno del otro. Pedro mira fijamente a Iscariote, como si

descorriese el velo de sus sospechas. Judas Tadeo se pone violentamente en pie para mirar a

Iscariote por encima de Mateo. Pero Iscariote no da muestras de intranquilidad. Mira a su vez

fijamente a Mateo como si sospechase de él. Luego mira a Jesús. Y, sonriendo, le pregunta:

“¿Soy acaso Yo?”. Parece el más seguro de su fidelidad, y parece que si hace esta pregunta es

solo para que la conversación no se interrumpa. Jesús le dice: “Tú lo has dicho, Judas de Simón.

No Yo. Tú lo estás diciendo. Yo no te he nombrado. ¿Por qué te acusas? Interroga a tu

consejero interno, a tu conciencia, a esa conciencia que Dios Padre te ha dado para que te

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comportaras como un hombre, y mira si te acusa. Tú, antes que ningún otro, lo sabrás. Pero, si

ella te tranquiliza, ¿por qué dices palabras que son malditas con solo decirlas, o incluso

pensarlas, aunque sea por broma?”. Jesús habla con calma. Parece un maestro que explicara una

tesis a sus discípulos. La agitación es grande, pero la calma de Jesús la aplaca. ■ De todas

formas, Pedro, que es el que más sospecha de Iscariote --quizás también Tadeo, pero que se

calma al ver la desenvoltura de Iscariote--, tira de la manga a Juan, y cuando Juan, que se había

pegado fuertemente a Jesús al oír hablar de traición, se vuelve, le dice en voz baja: “Pregúntale

quién es”. Juan vuelve a su postura de antes. Lo único es que levanta un poco la cabeza, como

para dar un beso a Jesús, y en voz bajísima le dice al oído: “Maestro, ¿quién es?”. Y Jesús, al

devolverle el beso entre los cabellos, con voz bajísima: “Aquel a quien daré un pedazo de pan

mojado”. Toma un pan todavía entero, no el resto del usado para la Eucaristía; separa un buen

trozo, lo moja en la salsa del cordero que hay en la bandeja, extiende por encima de la mesa su

brazo y dice: “Toma, Judas. Esto te gusta”. Iscariote: “Gracias, Maestro. Me gusta, sí” y, sin

saber lo que significa ese bocado, se lo come mientras Juan, horrorizado, hasta cierra los ojos

para no ver la risa diabólica de Iscariote mientras muerde el trozo de pan acusador. ■ Jesús dice

a Iscariote: “Bien. Ahora que he logrado contentarte, vete. Todo está terminado, aquí (y hace

hincapié es esta palabra.). Lo que te falta por hacer en otro lugar, hazlo pronto, Judas de

Simón”. Iscariote: “Obedezco inmediatamente, Maestro. Después me reuniré contigo en

Getsemaní. ¿Vas a ir allá o no? ¿Cómo de costumbre?”. Jesús: “Voy a ir allá... como de

costumbre... de veras”. Pedro pregunta: “¿Qué va a hacer? ¿Va solo?”. Iscariote, mientras se

pone el manto, en tono socarrón, dice: “No soy ningún niño”. Jesús responde: “Déjalo que se

vaya. Yo y él sabemos lo que tiene que hacerse”. Pedro dice: “Sí, Maestro”, pero no replica. Tal

vez se imagina que ha faltado contra la caridad por haber sospechado de un compañero. Con la

mano en la frente, piensa. ■ Jesús estrecha hacia Sí a Juan y le susurra otra cosa entre sus

cabellos: “Por ahora no digas nada a Pedro. Sería un inútil escándalo”. Iscariote dice

despidiéndose: “Hasta pronto, Maestro. Hasta pronto, amigos”. Jesús le responde: “Hasta

pronto”. Pedro: “Te devuelvo el saludo, muchacho”. Juan, con la cabeza casi apoyada sobre

las rodillas de Jesús, murmura: “¡Satanás!”. Jesús es el único que le oye, y da un suspiro.

* CONCLUSIÓN DE LA CENA.

. ● “Un milagro que por su forma, duración, naturaleza, límite, no puede ser mayor”.- ■

Pasan unos minutos de absoluto silencio. Jesús está cabizbajo mientras maquinalmente acaricia

los rubios cabellos de Juan. Luego reacciona. Alza la cabeza, mira en derredor suyo, sonríe a

sus discípulos para consolarlos. Dice: “Levantémonos y sentémonos juntos como los hijos se

sientan alrededor de su padre”. Toman los asientos lechos que están detrás de la mesa (los de

Jesús, Juan, Santiago, Pedro, Simón, Andrés y el primo Santiago) y los llevan al otro lado. Jesús

se sienta en el suyo, entre Santiago y Juan como antes. Pero cuando ve que Andrés va a sentarse

en el lugar que dejó Iscariote, grita: “No, ahí, no”. Un grito impulsivo que su inmensa prudencia

no logra controlar. Luego busca una explicación, diciendo: “No es necesario tanto espacio.

Estos asientos son suficientes. Quiero que estéis muy cerca de Mí”. ■ Ahora, respecto a la mesa

están así: o sea, forman una «U» con Jesús en el centro, y, en frente, la mesa, una mesa ya sin

comida, y el lugar de Judas. Santiago de Zebedeo llama a Pedro. “Siéntate, aquí. Yo me siento

en este banco, a los pies de Jesús”. Pedro dice: “¡Que Dios te bendiga, Santiago! ¡Lo estaba

deseando!”, y se arrima a su Maestro, que viene a hallarse estrechado entre Juan y Pedro, y tiene

a Santiago a los pies. Jesús sonríe: “Veo que empiezan a surtir efecto las palabras que antes os

dije. Los buenos hermanos, se aman entre sí. Y en cuanto a ti, Santiago, también te digo: «Dios

te bendiga». Esta acción tuya jamás será olvidada, y hallarás premiada arriba. ■ Todo lo que

pido, lo alcanzo. Ya lo habéis visto. Bastó un deseo mío para que el Padre concediese a su Hijo

darse en Comida al hombre. Con todo lo que ha sucedido ahora ha sido glorificado el Hijo del

hombre, porque el milagro, sólo posible para los amigos de Dios, es testimonio de poder.

Cuanto más grande es el milagro, tanto más segura y profunda es la amistad divina. Este es un

milagro que por su forma, duración, naturaleza, por su magnitud y límites a que llega, no

admite otro posible mayor. Yo os lo aseguro: es tan poderoso, sobrenatural, inconcebible a los

ojos del hombre soberbio que muy pocos lo comprenderán como debe entenderse, y muchos lo

negarán. ¿Qué diré entonces? ¿Qué se les condene? No. ¡Que se les tenga piedad! Pero, cuanto

mayor es el milagro, mayor es la gloria que recibe su autor. Ha sido Dios mismo el que lo hizo.

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Es Dios mismo quien dice: «Este amado mío ha alcanzado lo que ha querido, y Yo lo he

concedido, porque grande es la gracia que posee ante mis ojos». Y aquí dice: «Ha alcanzado una

gracia sin límites, como infinito es el milagro que ha realizado». La gloria que de Dios revierte

en el autor del milagro y la gloria que del autor del milagro revierte en el Padre son parejas:

porque toda gloria sobrenatural, que viene de Dios, regresa a su origen. ■ Y la gloria de Dios,

aun siendo ya infinita, crece y crece y resplandece más por la gloria de sus santos. Por lo cual

afirmo: de la misma forma que el Hijo del hombre ha sido glorificado por Dios, Dios ha sido

glorificado por el Hijo. Yo he glorificado a Dios en Mí mismo, a su vez Dios glorificará en Sí a

su Hijo. Muy pronto le glorificará. Alégrate, Tú que regresas a tu trono, ¡oh Esencia espiritual

de la Segunda Persona! Alégrate, ¡oh Carne que vuelves a subir después de un largo destierro en

el fango! No es el paraíso de Adán sino el del Padre, que será el lugar donde vivirás. Si por

órdenes de Dios, un hombre detuvo el sol con la admiración de todos ( Jos.10,10-15), ¿qué no

sucederá en los astros cuando vean el prodigio de que el Cuerpo del Hombre perfectamente

glorificado sube y se sienta a la derecha del Padre?”.

. ● “Donde voy, ni siquiera Ella, que tiene todo (nada hay que añadir) y todo lo ha dado,

puede ir”.- ■ Jesús: “Hijitos míos, todavía estaré un poco con vosotros; luego, me buscaréis

como los huérfanos suelen buscar al padre o a la madre muertos. Con las lágrimas en los ojos

iréis hablando de Él y en vano llamaréis al mudo sepulcro, y luego llamaréis a las puertas azules

del Cielo, con el ansia de un alma en busca de amor, preguntando: «¿Dónde está nuestro Jesús?

Queremos tenerle. Sin Él ya no hay luz, ni alegría, ni amor en el mundo. O devolvédnoslo o

dejádnos entrar. Queremos estar donde Él está». Pero, por ahora, no podéis ir a donde Yo voy.

Esto mismo se lo dije a los Judíos: «Luego me buscaréis, pero a donde Yo voy vosotros no

podéis ir». Lo mismo os digo a vosotros. ■ Pensad en mi Madre... Ni siquiera Ella podrá ir a

donde voy Yo. Y, sin embargo Yo dejé el Padre para venir donde Ella y hacerme Jesús en su

vientre inmaculado. Nací de Ella, de la Inviolable, en un éxtasis luminoso; y de su amor, hecho

leche, me nutrí. Yo estoy hecho de pureza y de amor porque María me nutrió con su virginidad

fecundada por el Amor perfecto que vive en el Cielo (3). Yo crecía con sus fatigas y lágrimas...

Y, sin embargo, le pido un heroísmo, cual nunca se ha realizado, y que respecto al de Judit (Judit

10,13), al de Yael (Jue. 4-5) no tiene comparación. Y, con todo, nadie la iguala en amor a Mí. Y,

pese a todo esto, la dejo y me voy a donde Ella no irá sino después de mucho tiempo. ■ Para

Ella no es el mandato que os doy a vosotros: «Santificaos año por año, mes por mes, día tras

día, hora tras hora, para que podáis venir a Mí, cuando llegue vuestra hora». En Ella reside toda

clase de gracias y santidad. Es la criatura que ha tenido todo y que todo lo ha dado. Nada hay

que añadir en Ella, y nada hay que quitar. Es el testimonio santísimo de lo que puede Dios”.

. ● “Para llegar donde Yo voy; amaos los unos a los otros: por esto se conocerá que sois

mis discípulos”.- ■ Jesús: “Pero para estar seguro de que seréis capaces de llegar a donde esté

Yo y de olvidar el dolor de la pérdida de vuestro Jesús, os doy un mandamiento nuevo: que os

améis los unos a los otros. Así como Yo os he amado, amaos igualmente los unos a los otros.

Por esto se conocerá que sois mis discípulos. ■ Cuando un padre tiene muchos hijos, ¿en qué se

sabe que son sus hijos? No tanto por el aspecto físico --porque hay hombres que son en todo

semejantes a otro hombre con el que no tienen ninguna relación de sangre, y ni siquiera de

nación--, cuanto por el amor común a la familia, a su padre y entre sí mismos. E incluso cuando

muere el padre, la familia buena no se disgrega, porque la sangre es una, la que el padre

comunicó y anuda vínculos que ni siquiera la muerte destruye, porque el amor es más fuerte que

la muerte(Cant.8,6). Pues bien, si vosotros me amáis aun después de que os deje, todos

reconocerán que sois mis hijos, y, por tanto, mis discípulos, y que, habiendo tenido un único

padre, entre vosotros sois hermanos”.

. ● “Antes de que el gallo lance su canto, Pedro, tres veces me negarás”.- ■ Pedro pregunta:

”Señor, Jesús, ¿pero a dónde te vas?”. Jesús: “Me voy a donde por ahora no puedes seguirme.

Pero más tarde me seguirás”. Pedro: “¿Y por qué no ahora? Te he seguido siempre desde que

me dijiste: «Sígueme». Sin pena alguna he dejado todo... ahora, no es justo ni correcto de tu

parte irte sin tu pobre Simón, dejándome sin Ti, Tú que eres todo para mí, que dejé lo poco que

antes tenía. ¿Vas a la muerte? Está bien. También Yo voy. Iremos juntos al otro mundo. Pero

antes te habré defendido. Estoy dispuesto a morir por Ti”. Jesús: “¿Que morirás por Mí?

¿Ahora? Ahora no. En verdad, en verdad, te aseguro: antes de que cante el gallo me negarás tres

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veces. Estamos en la primera vigilia, luego vendrá la segunda... y después la tercera. Antes de

que lance su canto el gallo, tres veces habrás negado a tu Señor”. Pedro: “¡Imposible, Maestro!

Creo todo lo que dices, pero no esto. Estoy seguro de mí”. Jesús: “En estos momentos lo estás,

porque estoy contigo. Tienes a Dios contigo. Dentro de poco el Dios encarnado será hecho

preso y no lo tendréis más. Y Satanás, después de haberos engañado --tu misma seguridad es

una astucia de Satanás, una treta para engañarte-- os llenará de espanto. Os insinuará: «Dios no

existe. Yo sí existo». Y, dado que, a pesar de que el espanto os empañe la mente, todavía

razonaréis, lo que comprenderéis será que si Satanás es el amo de esa hora, es que ha muerto el

Bien y lo que obra es el Mal; que el espíritu ha sido abatido y triunfa lo humano. Entonces

quedaréis como soldados sin jefe, perseguidos por el enemigo, y, en medio del desconcierto

propio de los vencidos, os doblegaréis ante el vencedor, y, para evitar que os maten, renegaréis

del héroe caído. ■ Pero os pido una cosa y es que vuestro corazón no pierda su control. Creed

en Dios, creed también en Mí. Contra todas las apariencias, creed en Mí. Que crea en mi

misericordia y en la del Padre tanto el que se quede como el que huya; tanto el que calle como el

que abra su boca para decir: «No le conozco». De igual modo, creed en mi perdón. Y creed que,

cualquiera que sean vuestras acciones en el futuro, en el Bien y en mi Doctrina, por lo tanto en

mi Iglesia, esas acciones os darán un igual lugar en el Cielo”.

. ● “En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Y ya sabéis dónde voy y sabéis el

camino....Yo soy el Camino la Verdad y la Vida”.- ■ Jesús: “En la casa de mi Padre hay

muchas moradas. Si no fuese así, os lo habría dicho. Porque Yo voy por delante. A preparar un

lugar para vosotros. ¿No hacen, acaso, eso los buenos padres, cuando tienen que llevar a otra

parte a sus hijitos? Van por delante, preparan la casa, los muebles, lo necesario. Y luego vuelven

y toman consigo a sus más amadas criaturas. Eso hacen, por amor. Para que a sus pequeñuelos

nada les falte, ni se sientan incómodos en el nuevo país. Lo mismo hago Yo, y por el mismo

motivo. Ahora me marcho. Cuando haya preparado para cada uno su puesto en la Jerusalén

celestial, regresaré y os tomaré conmigo, para que estéis conmigo donde Yo estoy, donde ya no

habrá muerte ni lutos ni llanto ni gritos ni hambre ni dolor ni tinieblas ni quemazón, sino solo

luz, paz, felicidad, y canto. ¡Oh, canto de los Cielos altísimos cuando los doce elegidos estén

sentados sobre tronos con los doce patriarcas de las tribus de Israel, y --encendidos en el fuego

del amor espiritual-- canten, en medio del océano de la felicidad, el cántico eterno al que

acompañará el eterno aleluya del ejército angelical!... Quiero que donde voy a estar estéis

vosotros.■ Y ya sabéis a dónde voy, y sabéis el camino”. Tomás pregunta: “¡Pero, Señor! No

sabemos nada. Nos debes decir a dónde vas. ¿Cómo podremos saber el camino que debemos

tomar para ir a Ti, y abreviar la espera?”. Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad, la Vida. Muchas

veces os lo he dicho y explicado. Y, en verdad, algunos que ni siquiera sabían que existía un

Dios, os han tomado ya la delantera dirigiéndose por mi camino. Oh, ¿dónde estás tú, oveja

extraviada de Dios traída por Mí de nuevo al rebaño?, ¿dónde estás tú que resucitaste en el

alma?”. Tomás pregunta: “¿Quién? ¿De quién hablas? ¿De María hermana de Lázaro? Está allí,

con tu Madre en la otra habitación. ¿Quieres que venga? ¿O quieres que venga Juana? Debe

estar en su palacio. ¿Quieres que vayamos a llamarla?”. Jesús: “No. No me refiero a ellas...

Pienso en aquella que sólo se dejará ver en el Cielo (4)... y en Fontinai (4)... Ellas me

encontraron. No se han separado de mi camino. A una señalé al Padre como el Dios verdadero,

y al Espíritu cual levita en esta adoración individual. A la otra, que ni siquiera sabía que tenía

alma, le dije: «Mi nombre es Salvador. Salvo a quien tiene buena voluntad de salvarse. Soy

quien busca a los extraviados; soy quien da la Vida, la Verdad, la Pureza. Quien me busca, me

halla». Y ambas encontraron a Dios... Os bendigo débiles Evas que os habéis convertido en

seres más fuertes que Judit... Voy, voy donde estáis... Vosotras me consoláis... ¡Sed

benditas!...”.

. ● “Muéstranos al Padre”.- ■ Felipe pide: “Señor, muéstranos al Padre y seremos como

estas mujeres”. Jesús: “Hace tiempo que estoy con vosotros, y tú, Felipe, ¿todavía no me has

conocido? Quien me ve a Mí ve al Padre ¿Cómo puedes decir, «Muéstranos al Padre»? ¿No

logras creer que Yo estoy en el Padre y el Padre en Mí? Las palabras que os estoy diciendo no

os las digo por Mí, sino que el Padre, que mora en Mí, cumple cada una de mis obras. ¿No

creéis que estoy en el Padre y Él en Mí? ¿Qué debo decir para haceros creer? Pues si no creéis

en las palabras creed al menos a las obras. Yo os digo y os lo digo con verdad: el que cree en Mí

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hará las obras que Yo hago, y las hará aún mayores, porque voy al Padre. ■ Y todo cuanto

pidáis al Padre en mi nombre Yo lo haré para que el Padre sea glorificado en su Hijo. Y haré

todo lo que me pidáis en nombre de mi Nombre. Mi Nombre, en lo que realmente es, es

conocido por Mí solo y por el Padre que me ha engendrado y por el Espíritu que de nuestro

Amor procede. En virtud de este Nombre todo es posible. Quien piensa en mi Nombre con

amor, me ama, y obtiene”.

. ● “El Padre os dará otro Consolador”.- ■ Jesús: “Pero no basta amarme, es necesario

observar mis mandamientos para tener el verdadero amor. Son las obras las que dan testimonio

de los sentimientos. Y por este amor rogaré al Padre, y Él os dará otro Consolador, que

permanezca para siempre con vosotros, Uno a quien Satanás y el mundo no podrán hacer daño

alguno, el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir ni herir, porque ni le ve ni le

conoce. Se burlará de Él, pero Él es tan excelso que el escarnio no le podrá herir; mientras que,

misericordiosísimo sobre toda medida, estará siempre con quien lo amare, aunque sea pobre y

débil. Vosotros le conoceréis, porque ya vive con vosotros y pronto estará en vosotros”.

. ● “No os dejaré huérfanos. Volveré a vosotros... y los modos de mis regresos son...

porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad.... El E. S, os

enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.- ■ Jesús: “No os

dejaré huérfanos. Ya os he dicho: «Volveré a vosotros». Pero antes de que llegue la hora de

venir a recogeros para ir a mi Reino, Yo vendré; a vosotros vendré. Dentro de poco el mundo ya

no me verá. Pero vosotros me veis y me veréis. Porque Yo vivo y vosotros vivís. Porque Yo

viviré y vosotros también viviréis. En ese día conoceréis que estoy en mi Padre, y vosotros en

Mí, y Yo en vosotros. Porque el que acoge mis preceptos y los observa es el que me ama, y el

que me ama será amado por mi Padre y poseerá a Dios, porque Dios es caridad y quien ama

tiene en sí a Dios. Y Yo le amaré, porque en él veré a Dios, y me manifestaré a él dándome a

conocer en los secretos de mi amor, de mi sabiduría, de mi Divinidad encarnada. ■ Estos serán

los modos de mis regresos a los hijos del hombre, a quienes amo, aunque sean débiles o incluso

enemigos. Pero éstos serán solo débiles, y Yo los fortaleceré. Les diré: «¡Levántate!», gritaré:

«¡Sal fuera!», ordenaré: «Sígueme», mandaré: «Oye», avisaré: «Escribe»... y vosotros estáis

entre éstos”. Judas Tadeo pregunta: “¿Por qué, Señor, te manifiestas a nosotros y no al

mundo?”. Jesús: “Porque me amáis y observáis mis palabras. Quien hiciere así, mi Padre le

amará y Nosotros iremos a él y haremos en él nuestra mansión; mientras que el que no me ama

no pone por obra mis palabras y obra según la carne y el mundo. ■ Ahora bien, tened en cuenta

que lo que os he dicho no son palabras de Jesús de Nazaret sino palabras del Padre, porque Yo

soy el Verbo del Padre, que me ha enviado. Os he dicho todas estas cosas, conversando de este

modo, con vosotros, porque quiero Yo mismo prepararos a la completa posesión de la Verdad y

de la Sabiduría. Pero todavía no podéis comprender ni recordar. Mas, cuando venga a vosotros

el Consolador, el Espíritu Santo que el Padre enviará en mi Nombre, podréis comprender, y os

enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que Yo os he dicho”.

. ● “La paz que os doy es más profunda: es mi Espíritu de paz”.- ■ Jesús: “Mi paz os

dejo. Mi paz os doy. Os la doy no como la da el mundo, y ni siquiera como hasta ahora os la he

dado: saludo bendito del Bendito a los bendecidos. La paz que ahora os doy es más profunda.

En este adiós, os comunico a Mí mismo, mi Espíritu de paz, de la misma manera que os he

comunicado mi Cuerpo y mi Sangre, para que tengáis en vosotros una gran fuerza en la batalla

que se acerca. Satanás y el mundo declaran su guerra contra vuestro Jesús. Es su hora.

Conservad en vosotros la Paz, mi Espíritu que es espíritu de Paz, porque Yo soy el Rey de la

Paz (Is.9,6-7). Tened esta paz para no sentiros demasiado desvalidos. Quien sufre teniendo la paz

de Dios dentro de sí, sufre, pero ni blasfema ni se desespera”.

. ● “Voy donde Aquel que es mayor que Yo... Él completará la obra del Verbo... La

lluvia (Sangre de Jesús) y el Sol del Paráclito transformarán las semillas en árboles...”.- ■

Jesús: “No lloréis. También habéis oído que os he dicho: «Me voy donde el Padre y luego

regresaré». Si me amaseis por encima de la carne, os alegraríais inmensamente, porque voy

donde el Padre después de este largo destierro... Voy a donde Aquél que es mayor que Yo y que

me ama. Os lo digo ahora, antes de que se cumpla --como también os he revelado todos los

sufrimientos del Redentor antes de ir a ellos-- para que, cuando todo se cumpla, creáis más en

Mí. ¡No os turbéis de ese modo! No perdáis los ánimos. Vuestro corazón tiene necesidad de

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control... ■ Poco me queda para hablaros...¡y todavía tengo mucho que quisiera deciros!

Llegado al final de esta evangelización mía, me parece como si no hubiera dicho todavía nada, y

que mucho, mucho quede por hacer. Vuestro estado aumenta en Mí esta sensación. ¿Qué diré

entonces? ¿Que no he cumplido bien con mi función?, ¿o que vosotros sois tan duros de

corazón, que para nada ha servido mi obra? ¿Dudaré? No. Pongo mi confianza en Dios, y os

pongo a vosotros, mis predilectos, en sus manos. Él completará la obra de su Verbo. No soy

como un padre que está a punto de morir y a quien no le queda otra luz más que la

humana; Yo espero en Dios. Y, aun sintiendo en Mí el apremio de daros todos los consejos de

que os veo necesitados, y aun sintiendo que el tiempo huye, voy tranquilo a mi destino. Sé que

sobre las semillas caídas en vosotros está por descender una lluvia, una lluvia que las hará

germinar a todas ellas; y luego vendrá el sol del Paráclito, y las semillas se transformarán en

árboles corpulentos. ■ Muy pronto llegará el príncipe de este mundo, aquel con quien Yo nada

tengo que ver; y, si no hubiera sido por la finalidad de redimiros, no podría nada sobre Mí. Pero

esto sucede para que el mundo sepa que amo al Padre y que le amo hasta la obediencia de

muerte y que por eso hago lo que me ha mandado”.

. ● “Yo soy la verdadera Vid. El sarmiento, separado de la vid, no puede producir

fruto”.- ■ Jesús: “Es hora de marcharnos. Levantaos. Oid las últimas palabras. Yo soy la

verdadera Vid vosotros los sarmientos. El Padre es el agricultor. A todo sarmiento que no

produce fruto el Padre lo corta, y al que produce fruto lo poda para que dé más fruto. Os habéis

ya purificado con mi palabra. Permaneced en Mí, y Yo estaré en vosotros para que lo sigáis

estando. El sarmiento que ha sido separado de la vid no puede producir fruto. De igual modo

vosotros, si no permaneciereis en Mí. Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos. El que

permanece unido a Mí, produce muchos frutos; pero si uno se separa, se convierte en rama seca

que se arroja al fuego para que se queme. Porque de no estar unidos a Mí, no podéis producir

fruto alguno. Permaneced, pues, en Mí y que mis palabras queden en vosotros; y luego pedid

cuanto queráis que se os dará. ■ Mi Padre, cuanto más fruto deis y cuanto más discípulos míos

seáis, más glorificado será. Como el Padre me ha amado, así también Yo os he amado.

Permaneced en mi amor que salva. Si me amáis seréis obedientes. La obediencia aumenta el

amor recíproco. No digáis que estoy repitiendo lo mismo. Conozco vuestra debilidad. Quiero

que os salvéis. Os digo estas cosas para que la alegría que os he querido dar esté en vosotros, y

sea completa. ¡Amaos, Amaos! Éste es mi nuevo mandamiento. Amaos unos a otros más de lo

que cada uno se ame a sí mismo (5). El amor del que da su vida por sus amigos es mayor que

cualquier otro. Vosotros sois mis amigos y doy mi vida por vosotros. Haced lo que os he

enseñado y mandado”.

. ● “Si Tú nos has escogido, ¿por qué escogiste a un traidor?”.-Mandamiento del amor.-

“¡Cuántos traidores encontraréis...! ... Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el

Amor”.- ■ Jesús: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor,

mientras que vosotros sabéis lo que Yo hago. Todo lo sabéis acerca de Mí. Me he manifestado a

vosotros, pero no sólo esto, sino que también os he revelado al Padre y al Paráclito y todo lo que

he oído a Dios. No sois vosotros los que os habéis elegido; fui Yo quien os he elegido y os he

elegido para que vayáis entre los pueblos y produzcáis frutos en vosotros y en los corazones de

los evangelizados y vuestro fruto permanezca, y el Padre os conceda lo que pidáis en mi

Nombre. ■ No digáis: «Y entonces si Tú nos has elegido, ¿por qué has elegido a un traidor? Si

todo lo sabes, ¿por qué has hecho esto?». No preguntéis ni siquiera quién sea ése. No es un

hombre. Es Satanás. Se lo dije al amigo fiel (Lázaro) y lo he dejado decir al hijo predilecto

(Juan). Es Satanás. Si Satanás, el eterno comediante, no se hubiera encarnado en cuerpo mortal,

este hombre poseído no hubiera podido escapar a mi poder. He dicho «poseído». No. Es algo

mucho más: es uno que está anulado en Satanás” (6). Santiago de Alfeo pregunta: “¿Por qué, Tú

que has expulsado los demonios no lo libraste de él?”. Jesús: “¿Me lo preguntas, porque

amándome, tienes miedo de ser tú el traidor? No temas”. Los demás discípulos a su vez,

temerosos, preguntan: “¿Entonces yo?”.“¿Yo?”. “¿Yo?”. Jesús les dice: “Callaos. No diré su

nombre. Tengo misericordia, tenedla también vosotros”. Le preguntan: “Pero, ¿por qué no le

venciste? ¿No pudiste?”. Jesús: “Podía. Pero si hubiera impedido a Satanás que se encarnara

para matarme, habría debido exterminar la raza humana antes de su Redención (7). ¿Qué habría

redimido entonces?”. ■ Pedro, cayendo de rodillas ante Jesús y zarandeándole frenéticamente

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como si estuviera bajo el influjo de un delirio: “Dímelo, Señor, dímelo. ¿Soy yo? ¿Soy yo? ¿Me

examino? No me parece serlo. Pero Tú... Tú me dijiste que te negaré... Y tiemblo de

miedo...¡Oh, qué horror ser yo!”. Jesús: “No, Simón de Jonás. No eres tú”. Pedro: “¿Por qué me

llamas por mi nombre y no me dices «Piedra»? ¿He vuelto acaso a ser Simón? ¿Lo ves? Lo

estáis diciendo...¡Soy yo! Pero, ¿cómo ha sido posible? Decidlo... decidlo vosotros... ¿Cuándo

fue el momento en que pude haberme convertido en traidor?.... ¡Simón!... ¡Juan!... ¡Hablad!...”.

Jesús: “¡Pedro, Pedro, Pedro! Te he llamado Simón porque me he acordado de la primera vez

que te vi, cuando eras Simón. Y pienso que has sido siempre leal desde aquel primer momento.

No eres tú. Te lo aseguro Yo que soy la Verdad”. Pedro: “Entonces ¿quién?”. Tadeo, que no

logra contenerse más, grita: “¡Quién otro sino Judas de Keriot! ¿No lo has comprendido?”.

Pedro grita a su vez: “¿Por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué?”. Jesús: “Silencio. Es Satanás.

No tiene otro nombre. ¿A dónde vas, Pedro?”. Pedro: “A buscarle”. Jesús: “Deja

inmediatamente tu manto y tu espada. ¿O quieres que te expulse y te maldiga?”. Pedro: “¡No,

no! ¡Oh, Señor mío! Pero yo... pero yo... ¿Deliro acaso? ¡oh, oh!”. Pedro echado por tierra llora

a los pies de Jesús. ■ Jesús: “Os doy el mandamiento de que os améis. Y que perdonéis.

¿Habéis comprendido? Si en el mundo existe odio, en vosotros debe existir solo amor. Un amor

hacia todos. ¡Cuántos traidores encontraréis en vuestro camino! Pero no debéis odiarlos, y

devolverles mal por mal. Si eso hiciereis, el Padre os aborrecerá a vosotros. Antes que vosotros

fui odiado Yo y traicionado. Y ya veis que Yo no odio. El mundo no puede amar lo que no es

como él. Por lo tanto, no os amará. Si fueseis suyos, os amaría; pero no sois del mundo, porque

Yo os he tomado de entre el mundo. Y por este motivo os odia. Os he dicho: el siervo no es más

que su señor. Si me han perseguido a Mí, también a vosotros os perseguirán. Si me hubieran

escuchado a Mí también os escucharían a vosotros. Pero todo lo harán por causa de mi Nombre,

porque no conocen, porque no quieren conocer a quien me ha enviado. Si no hubiera Yo

venido y no les hubiese hablado, no serían culpables; pero ahora su pecado no tiene disculpa.

Han visto mis obras, oído mis palabras, y, no obstante, me han odiado, y conmigo a mi Padre.

Porque Yo y el Padre somos una sola Unidad con el Amor. Pero estaba escrito: «Me odiaron

sin motivo alguno»” (Sal 34,19).

. ● “El Paráclito divino os dará la Verdad entera... os anunciará el futuro”.- ■ Jesús:

“Mas cuando venga el Consolador, el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará

testimonio de Mí, y también vosotros lo daréis, porque desde el principio habéis estado

conmigo. Os digo esto para que cuando llegue la hora no quedéis acobardados ni

escandalizados. Pronto va a llegar el tiempo en que os echen de las sinagogas y en que el que os

mate pensará que con ello está dando culto a Dios. No han conocido ni al Padre ni a Mí. En esto

está su atenuante. Estas cosas no os las había dicho con tanta amplitud antes de ahora porque

erais como niños recién nacidos. Pero ahora vuestra madre os deja. ■ Yo me voy. Debéis

acostumbraros a otra clase de alimento. Quiero que lo conozcáis. Ya ninguno me pregunta de

nuevo: «¿A dónde vas?». La tristeza os ha vuelto mudos. Y, no obstante, es también bueno para

vosotros que me marche; si no, el Consolador no vendrá. Yo os lo enviaré. Y, cuando venga,

por medio de la sabiduría y de la palabra, las obras y el heroísmo que infundirá en vosotros,

convencerá al mundo de su pecado deicida, y de justicia en orden a mi santidad. Y el mundo se

dividirá claramente en dos partes: la de los réprobos, enemigos de Dios, y en la de los creyentes.

Éstos serán más o menos santos, según su voluntad. Pero se juzgará al príncipe del mundo y a

sus secuaces. No puedo deciros más, porque por ahora no lo podéis comprender. Pero Él, el

Paráclito divino, os dará la Verdad entera porque no hablará de Sí mismo, sino que dirá todo lo

que ha oído de la Mente de Dios, y os anunciará el futuro. Tomará lo que de Mí viene --o sea,

aquello que es igualmente del Padre-- y os lo dirá. Todavía un poco nos veremos. Luego ya no

me veréis. Después todavía un poco, y me veréis de nuevo”.

. ● Última parábola: mujer en cinta: vuestra tristeza se transformará en alegría: solo os

alimentaréis de verme de nuevo. Desde ese momento podréis pedir todo en mi Nombre.- ■ Jesús: “Hacéis comentarios entre vosotros y en vuestro corazón. Oid una parábola. La última

que os dice el Maestro. Cuando una mujer está en cinta y le llega la hora del parto, se encuentra

muy afligida porque sufre y llora. Pero, cuando da a luz a su hijito y le estrecha contra su

corazón, cesa toda pena y la tristeza se transforma en alegría porque un nuevo ser ha venido al

mundo. Lo mismo vosotros. Lloraréis, y el mundo se reirá a costa de vosotros. Pero luego

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vuestra tristeza se transformará en alegría, una alegría que el mundo jamás conocerá. Vosotros

ahora estáis tristes; pero cuando volváis a verme, vuestro corazón se llenará de una alegría tal

que nadie podrá arrebatárosla, una alegría tan completa, que acallará toda necesidad de pedir,

tanto para la mente como para el corazón como para el cuerpo. Solo os alimentaréis de verme

de nuevo, y olvidaréis las demás cosas. ■ Y, precisamente, desde ese momento, podréis pedir

todo en mi Nombre, y el Padre os lo dará, para que vuestra alegría sea cada vez mayor. Pedid,

pedid, y recibiréis. Llega la hora en que podré hablaros abiertamente del Padre. Ello será porque

habréis sido fieles en la prueba y todo habrá quedado superado; vuestro amor será, pues,

perfecto porque os habrá dado fuerza en la prueba. Y lo que os falte a vosotros Yo os lo añadiré

tomándolo de mi inmenso tesoro y diré: «Padre, Tú lo ves: éstos me han amado y creído que he

venido de Ti». Bajé a este mundo y ahora lo dejo y voy al Padre, y rogaré por vosotros”. ■

Apóstoles: “¡Oh, ahora te explicas! Ahora comprendemos lo que quieres decir y entendemos que

sabes todo y respondes sin que nadie te pregunte. ¡Verdaderamente vienes de Dios!”. Jesús:

“¿Creéis ahora? ¿En el último momento? ¡Llevo tres años hablándoos! Pero es que ya ha

empezado a obrar en vosotros el Pan que es Dios y el Vino que es Sangre no venida de

hombre, y os comunican el primer estremecimiento de deificación. Llegaréis a ser dioses si

perseveráis en mi amor y en ser míos. No como se lo dijo Satanás a Adán y a Eva, sino como

Yo os lo digo (Gén.3,1-7). Es el verdadero fruto del árbol del Bien y de la Vida (Gén.3,22-24). Quien

se alimente de él vence al Mal y la muerte no tiene poder. Quien coma de él, vivirá para

siempre y se convertirá en «dios» en el Reino divino. Vosotros seréis dioses si permanecéis

en Mí. Y sin embargo..., pues, a pesar de tener en vosotros este Pan y esta Sangre --pues está ya

llegando la hora en que os dispersaréis--, os marcharéis por vuestra cuenta y me dejaréis sólo...

Pero no estoy solo. Tengo al Padre conmigo. ¡Padre, Padre, no me abandones! Todo os lo he

dicho... para que tengáis paz... mi paz. Todavía os veréis atribulados, pero tened confianza, que

Yo he vencido al mundo”.

. ● Después de recitar la sublime plegaria de Jesús, transmitida por el Evangelista Juan,

hacia el Getsemaní.- ■ Jesús se pone de pie, abre los brazos en cruz y recita al Padre, con un

rostro radiante, la sublime plegaria que Juan nos transmitió íntegra (8). Se oyen más o menos los

sollozos de todos los apóstoles. Cantan un himno. Jesús les bendice. Luego dice: “Tomemos los

mantos, y vayámonos. Andrés, di al dueño de la casa que deje todo así, porque es mi voluntad.

Mañana... os dará júbilo volver a ver este lugar”. Jesús lo mira. Parece como si bendijese las

paredes, los muebles, todo. Luego se echa encima el manto y sale, seguido de sus discípulos. ■

A su lado va Juan sobre el que se apoya. Juan le pregunta: “¿No te despides de tu Madre?”.

Jesús: “No. Ya lo hice. Ahora no hagáis ruido”. Simón, con la antorcha que ha encendido,

ilumina el ancho corredor que lleva a la puerta. Pedro abre con cuidado el portón, salen todos a

la calle. Y, con una especie de llave, cierra por afuera. Se ponen en camino. (Escrito el 9 de

Marzo de 1945).

······································ 1 Nota : Significado del lavado de los pies. En esta Obra, como en la Liturgia romana vespertina del Jueves Santo,

el Lavatorio de los pies precede al rito eucarístico, para enseñar que nadie debe participar en el Banquete divino si no

es muy caritativo, profundamente humilde, completamente puro.

2 Nota : S. Justino, que nació en Palestina y vivió en Roma, que fue filósofo y teólogo de la época sub-apostólica,

en su Apología 1ª, compuesta hacia el año 150, escribe que los diáconos, al terminar el Sacrificio, llevaban la

Eucaristía a los ausentes.

3 Nota : El venerable Sr. Arzobispo Alfonso Carinci al leer estas y semejantes alabanzas tributadas a María en esta

Obra, solía decir: “Estos libros no pueden venir de la cabeza del Demonio, por qué éste no la lleva nada con la

Virgen”.

4 Nota : a) Aglae: es la mujer «Velada». Cfr. Personajes de la Obra magna: Aglae. b) Fotinai: es el nombre de la

samaritna de Sicar con la que Jesús se encontró junto al pozo de Jacob. Cfr. Ju.4,4-42.

5 Nota : El antiguo mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev.19,18) es elevado a una mayor

perfección (Cfr. Mt.5,17) al decir: “Amaos mutuamente como os he amado”. (Ju.15,12) Esta Obra al decir “Amaos

mutuamente más de lo que cada uno se ama a sí mismo” expresa claramente lo que se lee en: Ju.15,13; Rom. 5,6-8;

Ef.5,1-2; 1 Ju.2,3-11; 3,11-24, porque sin duda, Jesús, nuestro modelo, nos amó más que a Sí mismo (Cfr.

Hebr.12,1-4).

6 Nota : Habiéndose entregado voluntaria y completamente al servicio de Satanás. Como Pablo con toda verdad

llegó a decir: “No soy yo más el que vive en mí, es Jesús quien vive en mí” (Gal. 2,20), así también el traidor llegó a

ser el hombre en quien el demonio vivía, no ya él. Cfr. Ju.13,2; Lc.22,3: Ju.6,70; 13,27.

Page 142: Jesús Redentor.- Pre-Pasión · 2013-04-26 · pretendéis un puesto a su derecha en el Cielo. No, hijos, ... “No. Está en los confines de Samaria. ¡Tan bajo hemos caído! Un

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7 Nota : “Si hubiera impedido encarnarse a Satanás para matarme, habría debido exterminar a la raza humana”. Es

una afirmación fuerte y vivida, apropiada para expresar la voluntad satánica, insana y desenfrenada de apoderarse del

hombre, rey del universo, para realizar finalmente su antiguo sueño no solo de combatir sin tregua a Dios sino de

quererlo destruir.

8 Nota : Respecto de esta “sublime plegaria”, María Valtorta hizo notar varias veces y su director el P. Migliorini

lo repitió, que el apóstol Juan (Ju.17) la había escrito “ad litteram”, exactamente como salió de los labios del Maestro

divino.

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