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Page 1: Jacques Philippe - El Tiempo Para Dios

JACQUES PHILIPPE

El tiempopara Dios

G uí a p a r a la v id a d e o r a c ió n

San Pablo

m© 2005 Morgan Software por la edición electrónica formato PDF

Este archivo pertenece a una biblioteca circulante. No puedevenderse ni arrendarse, tampoco ser impreso.

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Jacques Philippe EL TIEMPO PARA DIOS

Philippe, JacquesEl tiempo para Dios: Guía para la vida de oración - I ° ed. -

Buenos Aires: San Pablo, 2004

I.S.B.N. 950-861-726-8

I. Oraciones I. Título

CDD 248.32

Título original: "Du temps pour Dieu"

Traducción: Norma Muñoz

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Jacques Philippe EL TIEMPO PARA DIOS

IntroducciónEn la tradición católica occidental, se llama "ora-

ción" a aquella forma de plegaria que consiste enponerse frente a Dios en la soledad y el silencio,durante un tiempo más o menos prolongado, conel deseo de entrar en una íntima comunión de amorcon él. "Vivir en oración", es decir, practicar regu-larmente esta forma de plegaria, es considerado portodos los maestros espirituales como el medio pri-vilegiado e indispensable para acceder a una au-téntica vida cristiana, para conocer y amar a Dios,y para estar en condiciones de responder al llama-do a la santidad que él dirige a cada uno de noso-tros.

Muchas personas en la actualidad -y nos regoci-jamos por ello- sienten sed de Dios, experimentanel deseo de una vida de oración personal intensa yprofunda, y desearían realmente vivir en oración.Pero encuentran diferentes obstáculos para com-prometerse seriamente en este camino y sobre todopara perseverar en él. Les falta a veces el alientonecesario para decidirse a comenzar, o se sientendesamparadas porque no saben bien cómo hacerlo,y entonces, luego de tentativas repetidas, se desco-razonan ante las dificultades y abandonan la prác-tica regular de la oración. Y esto es infinitamentelamentable, puesto que la perseverancia en la ora-ción es, según el testimonio unánime de todos lossantos, la puerta estrecha que nos abre el Reino delos Cielos. Es por medio de ella y sólo por ella que

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nos son dados todos esos bienes que "ni ojo vio, nioíd o o yó , n i p o r m en te h u m a n a h a n p a sa d o la s co sa s q u eD io s h a p r e p a r a d o p a r a lo s q u e lo a m a n " (1 C o r 2 ,9 ) .Ella es la fuente de la verdadera felicidad, porquequien la practica fielmente no dejará jamás de very gustar qué bueno es el Señor (cf. Sal 34); encon-trará esta agua viva prometida por Jesús: "el queb eb a d e l a g u a q u e yo le d a ré n u n ca vo lv erá a ten er sed "(Jn 4, 14).

Convencidos de esta verdad, querríamos en estapequeña obra, dar ciertos consejos y orientaciones,lo más simples y concretas posible, para ayudar atoda persona de buena voluntad y deseosa de orar,a comprometerse y perseverar en el camino de laoración, sin dejarse abatir por las dificultades queinevitablemente encontrará en él.

Son numerosas las obras que tratan de la ora-ción, y todos los grandes contemplativos han ha-blado de ella mucho mejor que nosotros podría-mos hacerlo. Los citaremos por esto frecuentemente.Nos parece, sin embargo, que la enseñanza tradicio-nal de la Iglesia al respecto, debe ser propuesta a loscreyentes de hoy en una forma simple, accesible atodos, adaptada a la sensibilidad y al lenguaje pro-pios y teniendo en cuenta también la pedagogíaque Dios, en su sabiduría, emplea hoy para condu-cir a las almas a la santidad, pedagogía que no es lamisma que en siglos pasados. Es esa la intenciónque nos ha guiado en la redacción de este pequeñolibro.

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CAPÍTULO I

La oración no es unatécnica sino unagracia

1 - L a o rac ión n o es u n"y o g a" c ris tian o

Para perseverar en la vida de oración, es necesa-rio ante todo evitar perderse desde el comienzo porcaminos equivocados. Es por lo tanto indispensa-ble comprender lo que es específico en la plegariacristiana y la distingue de otros caminos espiritua-les. Esto es tanto más necesario en un momentocomo el presente, en el cual el materialismo denuestra cultura suscita como reacción una sed deabsoluto, de mística, de comunicación con lo invi-sible que, aunque buena en sí, lleva a veces a extra-viarse en experiencias engañosas e incluso destruc-tivas.

La primera verdad fundamental que debemosaceptar, sin la cual no podremos avanzar mucho,es que la vida de oración -la plegaria contemplati-va, para emplear otro término- no es el fruto de

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una técnica, sino un don que nos es concedido.Santa Juana de Chantal decía: "El mejor métodopara orar es no tenerlo, porque la oración no seconsigue con artificios (hoy diríamos con técnicas),sino con la gracia". No existe un método para orar,en el sentido de un conjunto de recetas, de proce-dimientos que bastaría aplicar para rezar bien. Laverdadera plegaria contemplativa es un don gra-tuito de Dios, pero se trata de comprender la for-ma de recibirlo.

Debemos insistir en este punto. Hoy en día so-bre todo, a causa de la amplia difusión en nuestrasociedad de los métodos de meditación orientales,como el Yoga, el Zen, etc., en razón también denuestra actitud moderna de querer reducir todo atécnicas y, finalmente, a causa de una tentaciónpermanente del espíritu humano de hacer de lavida -aun de la espiritual- algo que se puede mani-pular a voluntad, tenemos a menudo, de forma máso menos consciente, una imagen falsa de la vida deoración. La vemos como una especie de "Yoga" cris-tiano: progresaríamos en la oración a fuerza de pro-cedimientos de concentración mental y de recogi-miento, de técnicas adecuadas de respiración, deactitudes corporales, de repetición de ciertas fór-mulas, etc. Una vez dominados estos elementos,gracias a la práctica, permitirían al individuo acce-der a un estado de conciencia superior. Esta visiónde las cosas, subyacente en las técnicas orientales,influencia a veces el concepto que se tiene de laoración y de la vida mística en el Cristianismo, lle-vando a una concepción de la misma completamen-te equivocada.

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Equivocada porque se funda en métodos, en loscuales en último término lo determinante es el es-fuerzo del hombre, mientras que en el Cristianismotodo es gracia, todo es don gratuito de Dios. Es ver-dad que puede haber un cierto parentesco entre elasceta o el "espiritual" oriental y el contemplativocristiano, pero este parentesco es totalmente exte-rior, en lo que se refiere a lo esencial, se trata de dosuniversos muy diferentes y hasta incompatibles1.

Para profundizar este argumento, ver el libro Des bords duGange aux rives du Jourdain, Fayard. Tomemos nota de queexiste otra diferencia esencial entre la espiritualidad cristia-na y aquellas que se inspiran en la sabiduría del Asia no cris-tiana, y es que la meta del itinerario espiritual según estasúltimas es, de hecho y frecuentemente, ya sea por unaabsolutización del Yo o por una especie de absorción en ungran Todo, una eliminación del sufrimiento por la extincióndel deseo y la disolución de la individualidad. Mientras queen el Cristianismo la meta última de la vida de oración escompletamente distinta: es una transformación en Dios quees también un cara a cara, una unión de amor de persona apersona. Unión profunda pero que respeta la distinción depersonas, justamente para que pueda existir un don recípro-co en el amor. Es importante también hoy mantenernos vigi-lantes frente a las corrientes que bajo la denominación de"New Age" se extienden por todas partes. Se trata de unasuerte de sincretismo que mezcla astrología, reencarnación,sabiduría oriental, etc. Es una forma moderna de gnosis queniega completamente el misterio de la Encarnación y repre-senta a fin de cuentas una tentativa ilusoria de autorrealiza-ción sin la gracia (exactamente lo contrario de lo que noso-tros exponemos en este libro), muy egoísta al mismo tiempo,puesto que el otro no está considerado allí según su propiovalor, sino sólo como instrumento de mi propia realización.,Es un mundo sin verdadera relación con el otro, sin alteridad,por lo tanto, en último término, sin amor.

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La diferencia esencial es aquella que ya hemosseñalado: en un caso, se trata de una técnica, deuna actividad que depende esencialmente del hom-bre y de sus capacidades -aun cuando se pretendea menudo apelar a capacidades particulares que es-tarían "sin cultivar" en el común de los mortales yque el "método de la meditación" se propone jus-tamente revelar y desarrollar-; en el otro se trata,por el contrario, de Dios que se da, libremente ygratuitamente, al hombre. Aun cuando, como yaveremos, tiene allí su lugar una cierta iniciativa yactividad del hombre, todo el edificio de la vida deoración se asienta sobre la iniciativa de Dios y so-bre su Gracia. Nunca debemos perder de vista esto,puesto que, aunque no caigamos en la confusióndescripta anteriormente, recordemos que una delas tentaciones permanentes y a veces sutiles de lavida espiritual consiste en hacerla descansar sobrenuestros propios esfuerzos y no sobre la misericor-dia gratuita de Dios.

Las consecuencias de lo que acabamos de afir-mar son numerosas y muy importantes. Pasaremosrevista a algunas de ellas.

2 -Algunas consecuenciasinmediatas

La primera consecuencia es que, aun cuando al-gunos métodos o ejercicios puedan ayudarnos a

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rezar, podamos darles demasiada importancia yhacer depender todo de ellos. Eso sería centrar todanuestra vida de oración en nosotros mismos y noen Dios, lo que es precisamente el error que debe-mos evitar. No debemos tampoco creer que nosbastará un poco de práctica o aprender ciertos "tru-cos" para desembarazarnos de nuestras dificulta-des para orar, de nuestras distracciones, etc. La ló-gica profunda que nos hace progresar y crecer en lavida espiritual es de un orden completamente dis-tinto. Por suerte, por otra parte, porque si el edifi-cio de la oración debiera basarse en nuestro traba-jo, no iríamos demasiado lejos. Santa Teresa afirmaque "todo el edificio de la oración está basado enla humildad", es decir, en la convicción de que pornuestra cuenta no podemos hacer nada, sino quees Dios y sólo Dios quien puede producir en nues-tra vida algún bien. Esta convicción puede resultarun poco amarga para nuestro orgullo, pero es sinembargo muy liberadora, porque Dios, que nosama, nos llevará infinitamente más lejos y alto delo que podríamos alcanzar por nuestros propiosmedios.

Nuestro principio fundamental tiene otra con-secuencia liberadora. Frente a cualquier técnica, haysiempre personas que están dotadas para ella y otrasque no lo están. Si la vida de oración fuera unacuestión de técnica, la consecuencia sería que exis-tirían personas capaces de una oración contempla-tiva y otras que no. Es verdad que hay gente conmás aptitudes para el recogimiento, para llenar sumente de bellos pensamientos que otros, pero estono tiene ninguna importancia. Cada uno, según su

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propia personalidad, con sus dones y debilidades,es capaz de lograr, si corresponde fielmente a lagracia divina, una vida de oración muy profunda.El llamado a la oración, a la vida mística, a la unióncon Dios en la plegaria, es tan universal como elllamado a la santidad, porque no existe uno sin elotro. Ninguna persona está excluida. Jesús no sedirige a una élite elegida sino a todos sin excepcióncu an d o d ic e : " P o r e so e s té n ... o ra n d o en to d o m o m en to "(L c 2 1 , 3 6 ) y " P ero tú , cu a n d o reces , en tra en tu p ie za ,c ie r ra la p u er ta y o ra a tu P a d re q u e e s tá a llí , a so la sco n tig o . Y tu P a d re , q u e ve en lo secre to , te p rem ia rá "(Mt 6, 6).

Otra consecuencia, que va a dirigir toda nuestraexposición: Si la vida de oración no es una técnicaque debamos dominar sino una gracia que debe-mos recibir, un don que viene de Dios, lo más im-portante cuando hablamos de ella no es discutirlos métodos, dar recetas, sino intentar hacer com-prender cuáles son las condiciones que permitenrecibir ese don. Esas condiciones consisten, de he-cho, en ciertas actitudes interiores, en ciertas dis-posiciones del corazón. En otros términos, lo queasegura el progreso en la vida de oración y la vuel-ve fructífera no es tanto la manera cómo uno rezasino las disposiciones interiores con las que se abor-da la vida de oración y se avanza por ella. El traba-jo más importante a realizar es esforzarnos en ad-quirir, conservar y profundizar estas disposicionesdel corazón. El resto será obra de Dios.

Vamos ahora a pasar revista a las más importan-tes entre ellas.

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3 - La fe y la confianza,bases de la oración

La primera disposición -y la fundamental- es unaactitud de fe. Como tendremos ocasión de repetir,la vida de oración comprende una parte de lucha, yen esa lucha él arma esencial es la fe.

La fe es la capacidad que tiene el creyente de con-ducirse, no según las impresiones, los prejuicios olas ideas recibidas del medio, sino según le dice laPalabra de Dios, que no puede mentir. La virtudde la fe, así entendida, es la base de la oración; supuesta en acto comprende diversos aspectos.

F e e n la p re se n c ia d e D io s

Cuando nos ponemos a rezar, solos frente a Dios,en nuestra habitación, en un oratorio frente alSantísimo Sacramento, debemos creer de todo co-razón que Dios está presente. Independientemen-te de lo que podamos sentir o no sentir, de nues-tros méritos, de nuestra preparación, de nuestracapacidad para tener o no tener pensamientos bue-nos, cualquiera que sea nuestro estado interior, Diosestá allí cerca nuestro, nos mira y nos ama. Estáallí no porque lo merezcamos o lo sintamos, estáallí porque lo ha prometido: "...entra en tu pieza;c ie rra la p u e r ta y o r a . a tu P a d r e q u e e s tá a llí , a so la scontigo" (Mt 6, 6).

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Cualquiera que sea nuestro estado de aridez,nuestra miseria, el sentimiento de que Dios estéausente, aun de que nos abandone, nunca debe-mos poner en duda esta presencia amante y acoge-dora de Dios junto a quien le reza. "Yo no rechazaréal que venga a mí" (Jn 6, 37). Antes de que nos pon-gamos en su presencia, Dios ya está allí, porque esél quien nos invita a ir a su encuentro, él quien esnuestro Padre y nos espera, y busca mucho másque nosotros mismos entrar en comunión con no-sotros. Dios nos desea mucho más de lo que noso-tros lo deseamos a él.

Fe en que todos somos llamados aencontrar a Dios en la oración y queDios nos da la gracia necesaria para ello

Cualesquiera que sean nuestras dificultades,nuestras resistencias, nuestras objeciones, debemoscreer firmemente que todos, sin excepción, sabioso ignorantes, justos o pecadores, personas equili-bradas o profundamente heridas, están llamadas auna cierta vida de oración en la cual Dios se comu-nicará con ellos. Y como Dios llama, y es justo,dará a todos las gracias necesarias para perseveraren la oración, y para hacer de esta vida de oraciónuna experiencia profunda y maravillosa de comu-nicación con su propia vida íntima. La vida deoración no está reservada a una élite de"espirituales", es para todos. La impresiónfrecuente de que "eso no es para mí; es parapersonas más santas y mejores

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que yo", es contraria al Evangelio. Debemos creertambién que, por grandes que sean nuestras difi-cultades y nuestra debilidad, Dios nos dará la fuer-za necesaria para perseverar.

Fe en la fecundidad de la vida de oración

Si el Señor nos llama a la vida de oración, esporque ella es fuente, para nosotros, de infinidadde bienes. Nos transforma íntimamente, nos san-tifica, nos sana, nos hace conocer y amar a Dios,nos vuelve fervientes y generosos en el amor al pró-jimo. Quien se compromete en una vida de oracióndebe estar absolutamente convencido de que, mien-tras persevere, recibirá todo esto y mucho más.Aunque tengamos a veces la impresión contraria:de que nuestra vida de oración es estéril, de quenos estancamos, de que orar no cambia nada; has-ta cuando nos parezca que no vemos aparecer ennuestra vida ningún fruto concreto, no debemosdesalentarnos sino seguir convencidos de que Diosm a n te n d rá su s p ro m e s a s : " P u e s b ie n ,y o le s d ig o : P i -d a n , y s e le s d a rá ; b u sq u e n y h a lla rá n ; l la m e n a lap u erta y les a b rirá n . P o rq u e to d o e l q u e p id e , rec ib e; e lq u e b u sca , h a lla ; y a l q u e lla m e a la pu erta se le a b ri-rá" (Le 11, 9-10). Quien persevere en la confian-za recibirá infinitamente más dé ti que se atrevaa pedir o a esperar. No porque lo merezca, sinoporque Dios lo ha prometida;'

Es una tentación frecuente la de abandonar laoración, por no obtener sus frutos lo suficiente-mente rápido. Esta tentación debe ser inmediata-

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mente rechazada por un acto de fe en la promesade Dios, que se cumplirá a su debido tiempo. "Ten-g a n p a c ie n c ia , h e r m a n o s , h a s ta la v e n id a d e l S eñ o r .M iren có m o e l sem b ra d o r co sech a lo s p rec io so s p ro d u c-to s d e la t ie r r a , q u e h a a g u a r d a d o d e s d e la s p r im e r a sllu v ia s h a s ta la s ta r d ía s . S e a n ta m b ié n u s te d e s p a c ie n -te s y n o s e d e s a n im e n , p o rq u e la v e n id a d e l S eñ o r e s tácerca" (Salt 5. 7-8). . .

4 - Fidelidad y perseverancia

De lo que acabamos de decir se desprende unaconsecuencia práctica muy importante.

Quien entra en una vida de oración debe tenderen primer lugar a la fidelidad. Lo más importanteno es que la oración sea hermosa y acabada, ricaen pensamientos y sentimientos profundos, sinoque sea perseverante, fiel. En otras palabras, nodebemos tender en primer lugar a la calidad de laplegaria; debemos Apuntar sobre todo a la fideli-dad en la plegaria. La calidad será entonces un fru-to de la fidelidad. Vale más, y es infinitamente másfecunda para nuestro progreso espiritual, un tiem-po de oración pobre, árida, distraída, relativamen-te breve, pero que se realiza fielmente todos losdías, que largas e inflamadas plegarias dichas decuando en cuando cuando las circunstancias nosllevan a ello. En lo que respecta a la vida de ora-

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ción, el primer combate a librar -después de tomarla decisión de dedicarse a ella con seriedad- es el delograr la fidelidad, cueste lo que cueste, de acuerdocon un cierto ritmo que nos hayamos fijado. Y estecombate no es fácil. El demonio busca distraernosa cualquier precio de la fidelidad en la oración, puesconoce bien lo que está en juego. Quien es fiel enla oración escapa de su alcance, o al menos tiene laseguridad de poder hacerlo por completo algún día.Por eso hace todo para evitar esta fidelidad. Volve-remos sobre ello, pero retengamos esto por ahora:vale más una oración pobre pero regular y fiel quemomentos de plegaria sublimes pero esporádicos.La fidelidad, y sólo ella, permite que la vida de ora-ción alcance su maravillosa fecundidad.

Como tenemos ocasión de afirmar muy a menu-do, la oración no es, a fin de cuentas, más que unejercicio de amor a Dios. Pero para nosotros, per-sonas humanas inscriptas en el ritmo del tiempo,no hay verdadero amor sin fidelidad. ¿Cómo pre-tender amar a Dios si no sernos fieles al encuentroen la plegaria?

5 - Pureza en la intuición

Después de la fe, y de la plegaria que es su ex-presión concreta, otra actitud interior fundamen-tal para quien quiere perseverar en la oración es la

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p u r e za e n ¡ a in te n c ió n . Je sú s n o s d ijo : " F e lic e s lo s d eco ra zó n lim p io , p o rq u e ve rá n a D io s" (M t 5 , 8 ) . Y lim -pio de corazón, según el Evangelio, no es el que notiene ningún pecado, el que no tiene nunca nadaque reprocharse, sino quien, en todos sus actos,está animado de la intención sincera de olvidarsede sí mismo para agradar a Dios, de vivir no paraél sino para Dios. Esta disposición de ánimo es in-dispensable para quien quiere orar. Debemos ha-cerlo no para buscarnos a nosotros mismos, paraagradarnos, sino para agradar a Dios. Sin esto nopodremos perseverar en la oración. Quien se buscaa sí mismo, a su propia satisfacción, abandonarábien pronto la oración cuando se vuelva árida, difí-cil, y no Je dé ya el placer y las satisfacciones queespera de ella. El amor verdadero es limpio, es purocuando no busca su propio interés sino que tienecomo único fin el buscar la alegría del ser amado.Es por eso que debemos orar, no por las satisfac-ciones o beneficio que saquemos de ello (¡aun cuan-do los beneficios sean inmensos!), sino principal-mente para agradar a Dios, y porque el nos lo pide.No en primer lugar para nuestra alegría, sino parala alegría de Dios.

Esta pureza en la intención es exigente, pero tam-bién muy liberadora y pacificadora. Quien se bus-que a sí mismo se sentirá pronto descorazonado einquieto cuando la oración "no resulte". Quien amalimpiamente a Dios no se preocupa por ello: si laoración es trabajosa y no obtiene de ella ningunasatisfacción, esto no lo desespera, y se consuelarápidamente, diciéndose que lo que importa es brin-

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dar nuestro tiempo gratuitamente a Dios, para susola alegría.

Podríamos objetar que sería hermoso poder amara Dios con esa pureza, pero ¿quién es capaz de ello?Es cierto que la pureza de intención que acabamosde describir es indispensable, pero también es cier-to que no puede existir completamente desde elcomienzo de nuestra vida espiritual. Sólo se nospide que tendamos conscientemente a ello, y quela pongamos en práctica lo mejor que podamos enlos momentos de aridez en los que debamos ejer-cerla. Es muy evidente que toda persona que reco-rre un camino espiritual, se busca en parte á sí mis-ma, al mismo tiempo que busca a Dios. Eso no esgrave, mientras no deje de aspirar a un amor a Dioscada vez más puro.

Esto debe decirse para desenmascarar una tram-pa frecuente de la cual el demonio, el acusador, sevale para inquietarnos y abatirnos, poniendo enevidencia que nuestro amor por Dios es aún muyimperfecto y débil y que hay todavía mucho debúsqueda de nosotros mismos en nuestra vida es-piritual, de tal manera que ello nos desalienta.

Sin embargo, cuando tengamos esta impresiónde que estamos aún buscándonos demasiado a no-sotros mismos en la plegaria, no debemos preocu-parnos, sino expresar a Dios con simpleza nuestrodeseo de amarlo con un amor puro y desinteresa-do, y abandonarnos totalmente a él, con confianzade que él mismo se encargará de purificarnos. Que-rer nacerlo por nuestros propios medios, discerniren nosotros mismos lo puro de lo impuro para

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desembarazarnos de estas malas hierbas antes detiempo, sería pura presunción; correríamos el ries-go de arrancar también, junto con ellas, el trigo(c'f. Mt 13, 20-34). Dejemos obrar a la gracia deDios; contentémonos con perseverar en la confian-za, apoyando con paciencia los momentos de ari-dez que Dios no impedirá, con el fin de purificarnuestro amor por él.

Digamos dos palabras acerca de otra tentaciónque puede surgir alguna vez. Hemos dicho que lapureza en la intención consiste en buscar, en agra-dar a Dios antes que a sí mismo. El demonio bus-cará entonces desalentarnos con este argumento:¿Cómo puedes pretender que tu oración agrade aDios, con todos tus defectos y miserias? Debemosresponder con una verdad que está en el corazóndel Evangelio y que la pequeña Teresa, inspiradapor el Espíritu Santo, nos recuerda: el hombre noagrada a Dios principalmente por sus virtudes ysus méritos, sino sobre todo por la confianza sinlímites en su misericordia. Volveremos sobre esto.

6 — Humildad y pobrezade corazón

Hemos citado ya las palabras de santa Teresa deÁvila: "Todo el edificio de la oración está construi-do sobre la humildad". En efecto, como hemos di-

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cho, tiene sus cimientos, no en las capacidades delhombre, sino en la acción de la gracia divina, y lasE scritu ra s d icen : " D io s resis te a lo s o rg u llo so s, p ero d as u g r a d a a lo s h u m ild e s " (1 P e d 5 ,5 ) .

La humildad forma por lo tanto parte de estasactitudes fundamentales del corazón, sin las cua-les es imposible perseverar en la oración.

La humildad es la capacidad de aceptar tranqui-lamente nuestra pobreza radical, porque ponemostoda nuestra confianza en Dios. El humilde aceptaalegremente ser nada, porque Dios es todo para él.No considera su miseria como un drama sino comouna suerte, porque da a Dios la oportunidad demanifestar los alcances de su misericordia.

Sin humildad es imposible perseverar en la ora-ción. En efecto, la oración es inevitablemente unaexperiencia de pobreza, de despojamiento, de des-nudez. En las demás actividades espirituales o enlas otras formas de plegaria, tenemos siempre algoen qué apoyarnos: un cierto conocimiento que sepone en obra, el sentimiento de hacer algo útil, etc.En Ja oración comunitaria es posible apoyarse enlos otros. Pero en la soledad y el silencio, frente aDios, por el contrario, nos encontramos solos y sinapoyo ante nosotros mismos y nuestra pobreza. Ynos molesta mucho aceptarnos pobres. Es por elloque el hombre tiene una tan natural tendencia ahuir del silencio. En la oración es imposible esqui-var esta experiencia de pobreza. Es verdad tambiénque tendremos allí, a menudo, la vivencia de ladulzura y la ternura de Dios, pero muy frecuente-mente será nuestra miseria la que se revelará: nues-

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tra in c a p a c id a d p a ra o ra r , n u e s t ra s d is tra c c io n e s ,la s h e rid a s d e n u e s tra m e m o ria y n u e s tra im a g in a -c ió n , e l re c u e rd o d e n u e s tra s fa lta s y n u e s tro s f ra -c a s o s , n u e s tra s in q u ie tu d e s re sp e c to a l fu tu ro . E lh o m b re e n c u e n tra , e n to n c e s , m il p re te x to s p a raescapar a esta in activ id ad fren te a D io s qu e le d ev elasu n a d a ra d ic a l, p o rq u e a f in d e c u e n ta s se n ie g a ac o n se n tir s e r p o b re y f rá g il .

P e ro e s ta a c e p ta c ió n c o n f ia d a y a le g re d e n u e s-tr a d e b il id a d e s p re c is a m e n te la fu e n te d e to d o slo s b ie n e s e sp ir itu a le s : " F e lic e s lo s q u e tie n e n e l e sp í r i-tu d el p o b re, p o rq u e d e e llo s es e l R ein o d e lo s C ielo s"( M t 5 , 3 ) .

H u m ild e e s a q u e l q u e p e rse v e ra e n la v id a d eoració n s in p resu m ir, sin co n ta r co nsig o m ism o, q u en o c o n s id e ra n a d a c o m o d a d o , q u e n o se c re e c a -p a z d e h a c e r lo q u e s e a p o r m e d io d e su s p ro p ia sfu e rz a s , q u e n o s e a so m b ra p o r te n e r d if ic u lta d e s ,f ra g il id a d e s , c a íd a s c o n s ta n te s , s in o q u e s o p o r tato d o es to e n p a z , s in d ra m a tiz a r n a d a , p o rq u e p o n ee n D io s to d a su e sp e ra n z a , y t ie n e la se g u r id a d d eo b te n e r d e la m is e r ic o rd ia d iv in a , to d o lo q u e n oe s c a p a z d e h a c e r n i d e m e re c e r p o r s í m is m o .

P o rq u e p o n e su c o n f ia n z a n o e n s í m is m o s in oe n D io s , e l h u m ild e n o s e d e sa lie n ta n u n c a y , e nú ltim o té rm in o , e so e s lo m á s im p o r ta n te . " E s e ld e sa lie n to e l q u e p ie rd e a la s a lm a s" , d ic e L ib e r-m a n n . L a v e rd a d e ra h u m ild a d y la c o n f ia n z a v a ns ie m p re d e la m a n o .

N o deb em o s d eja rn o s desan im ar n un ca p or n u es-tra t ib ie z a y n u e s tro e sc a s o a m o r h a c ia D io s . U np r in c ip ia n te e n la v id a e s p ir i tu a l p u e d e , a v e c e s ,

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leyendo las vidas o los escritos de los santos, des-alentarse frente a las expresiones inflamadas deamor de Dios que encuentra en ellas, y de las cua-les se siente muy lejos, y decirse a sí mismo quenunca llegará a amar con tal ardor. Es una tenta-ción muy común. Debemos perseverar en la buenavoluntad y la confianza: Dios mismo pondrá ennosotros el amor con el que podremos amarlo. Elamor fuerte y ardiente hacia Dios no es natural; esinfundido en nuestros corazones por el EspírituSanto, que nos será dado si lo pedimos con la in-sistencia de la viuda del Evangelio. No son siempreaquellos que tienen el mayor fervor sensible en unprincipio quienes llegan más alto en la vida espiri-tual. ¡Lejos de ello!

7 - La determinaciónde perseverar

De lo que hemos dicho recién, se desprende queel principal combate de la oración es el de la perse-verancia. Perseverancia para la cual Dios nos darála gracia, si se la pedimos con confianza y si esta-mos firmemente decididos a hacer aquello que de-penda de nosotros.

Es necesaria una buena dosis de determinación,sobre todo al principio. Santa Teresa de Avila in-siste enormemente en esta determinación:

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Jacques Philippe EL TIEMPO PARA DIOS

"Ahora para volver a aquellos que desean se-guir este camino, sin tregua, hasta el fin, quees llegar a beber esta agua viva, repito que loscomienzos son muy importantes; todo consis-te en una firme determinación de no darse res-piro hasta conseguirlo, cueste lo que cueste,pase lo que pase, por más trabajo que nos dé,murmure quien murmure, a condición de lle-gar allí, aunque muramos en la ruta, aunquenos falte el coraje ante las pruebas del camino,aunque el mundo se hunda..." (Camino de laP e r fe c c ió n , c a p . 2 1 ) .

Vamos a proponer ahora algunas consideracio-nes destinadas a fortalecer esta determinación y adesenmascarar las trampas, falsos razonamientoso tentaciones que puedan quebrantarla.

Sin vida de oración, no existe santidad

Ante todo, debemos estar bien convencidos dela importancia vital de la oración. "Quien huye dela oración huye de todo lo que es bueno", dice sanJuan de la Cruz. Todos los santos han orado. Aque-llos más comprometidos en el servicio al prójimoeran también contemplativos. San Vicente de Paulcomenzaba cada una de sus jornadas con dos o treshoras de oración,

Sin ella es imposible progresar espiritualmente.Podemos haber vivido momentos muy fuertes deconversión, de fervor, haber recibido gracias inmen-sas..., pero sin la fidelidad a la oración nuestra vida

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cristiana llegará bien pronto a estancarse. Porque,sin la oración, no podemos recibir toda la ayuda deDios necesaria para transformarnos y santificarnosen profundidad. El testimonio de los santos es uná-nime al respecto.

Se podrá objetar que la gracia santificante noses conferida también -y principalmente- mediantelos sacramentos. La misa es en sí más importanteque la oración. Es verdad, pero sin una vida de ora-ción, los sacramentos mismos tendrán una eficacialimitada. Es verdad que confieren una gracia, peroella será en gran parte "estéril" por faltarles la "tie-rra buena" que los acoja. Podemos preguntarnospor ejemplo por qué tantas personas comulgan muyfrecuentemente y no son sin embargo santas. Amenudo la causa es la falta de una vida de oración.La eucaristía no aporta los frutos de curación inte-rior y de santificación que debería porque no esrecibida en un clima de fe, de amor, de adoración,de aceptación de todo nuestro ser, clima que puedeser creado sólo por la fidelidad a la oración. Y ocu-rre lo mismo con los otros sacramentos.

Si una persona, aun muy practicante y compro-metida, no ha hecho un hábito de la oración, falta-rá siempre algo al desarrollo de su vida espiritual.No encontrará nunca una verdadera paz interior,estará siempre sujeta a inquietudes excesivas, ha-brá siempre algo de humano en todo lo que haga:adhesiones a su propia voluntad, algunos rasgos devanidad, de búsqueda de sí mismo, de ambición,estrecheces de juicio y de corazón, etc. No existepurificación profunda ni radical del

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práctica de la oración. Sin ella se permanece casisiempre en una sabiduría y una prudencia huma-nas, sin acceder a la verdadera libertad interior. Nose conoce verdaderamente el núcleo de la miseri-cordia de Dios y no se sabe tampoco hacerlo cono-cer a los demás. Nuestro juicio permanece estrechoe incierto y no somos capaces de entrar verdadera-mente en los caminos de Dios, que son muy dife-rentes de lo que muchos imaginan, aun entre per-sonas consagradas a la vida espiritual.

Ciertas personas, por ejemplo, tienen una expe-riencia de conversión muy bella en la Renovacióncarismática. La efusión del Espíritu es un encuen-tro luminoso y conmovedor con Dios. Pero luegode algunos meses o de algunos años de un caminarferviente, terminan en el estancamiento, perdien-do una cierta vitalidad espiritual. ¿Por qué? ¿Porqué Dios ha apartado su mano? Ciertamente no." P o rq u e D io s n o se a rrep ie n te d e su s lla m a d o s n i d e su sdones" (Rom 11, 29). Pero sí ocurre porque no hansabido permanecer abiertos a su gracia encauzan-do la experiencia de la Renovación en una vida deoración.

El problema de la falta de tiempo

"Yo verdaderamente querría dedicarme a la ora-ción, pero no tengo tiempo." ¡Cuántas veces he-mos escuchado estas palabras! Es verdad que enun mundo como el nuestro, sobrecargado de acti-vidades, la dificultad es real, y no podemos subes-timarla.

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Debemos decir, sin embargo, que no siempre seencuentra allí el problema real. Es importante sa-ber cuáles son las cosas que nos importan más denuestra vida. Como dijo con humor un autor con-temporáneo, el padre Descouvemont, nunca se havisto que nadie muriera de hambre por no habertenido tiempo para comer. Se encuentra (o mejordicho se toma) uno siempre el tiempo necesariopara hacer lo que se considera vital. Antes de de-cir que no tenemos tiempo para rezar, empece-mos por preguntarnos acerca de nuestra jerarquíade valores, acerca de lo que es verdaderamenteprioritario para nosotros.

Me permito otra reflexión. Uno de los grandesdramas de nuestra época es que no somos ya ca-paces de encontrar el tiempo que necesitamos paraestar con los otros, para estar presentes para losotros. ¡Y esto provoca tantas heridas! ¡Tantos ni-ños encerrados en sí mismos y decepcionados, las-timados porque los padres no saben consagrarlesgratuitamente un poco de tiempo para ellos, sintener otra cosa que hacer más que estar con él! Seocupan, sí, de él, pero haciendo siempre otra cosaal mismo tiempo, o absorbidos por otras preocu-paciones, sin estar realmente "con él", sin que suscorazones estén disponibles. El niño lo siente, ysufre. Si aprendemos a dar de nuestro tiempo aDios, indudablemente seremos también más ca-paces de encontrar tiempo para estar presentespara los otros. Y estando atentos a Dios, aprende-remos a estar atentos a los demás.

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A propósito de este problema del tiempo, debe-mos hacer un acto de fe en la promesa de Jesús:" N in g u n o q u e h a ya d e ja d o ca sa , h e rm a n o s, h e rm a n a s,m a d re, p a d re, h ijo s o ca m p o s p o r m i ca u sa y p o r e l E va n -g e lio q u e d a rá s in re c o m p e n sa " ( M e 1 0 , 2 9 ) . E s le g í tim oaplicar esto también al tiempo: quien renuncia a uncuarto de hora de televisión por la plegaria, recibiráel céntuplo en esta vida; el tiempo dado le serácentuplicado, no en cantidad ciertamente pero sí encalidad. La plegaria le dará la gracia de vivir de unamanera mucho más fecunda cada instante de su vida.

El tiempo dado a Dios

no es un tiempo robado a los otros

Para perseverar en la oración, debemos estar porlo tanto bien convencidos (desenmascarando cier-tas tentaciones de culpa basadas en un falso con-cepto de la caridad) de que el tiempo dado a Diosno es nunca un tiempo robado a los otros, a quie-nes tienen necesidad de nuestro amor y de nuestrapresencia. Por el contrario, como hemos dicho an-teriormente, la fidelidad de estar presentes paraDios es la que garantiza nuestra capacidad de estarpresentes con los demás y de amarlos de verdad.La experiencia lo muestra: es en las almas dedica-das a la oración donde se encuentra el amor másatento, más delicado, más desinteresado, el mássensible al sufrimiento del otro, el más capaz deconsolar y de reconfortar. La oración nos volverámejores, y nuestro prójimo no tendrá razones paraquejarse de ello.

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En el terreno de las relaciones entre la vida deoración y la caridad con el prójimo, se han dichomuchas cosas contrarias a la verdad, que han apar-tado a los cristianos de la contemplación, con con-secuencias dramáticas. Podríamos decir mucho alrespecto. Veamos simplemente un texto de san Juande la Cruz para poner este tema en claro y descul-pabilizar a los cristianos que, con toda legitimidad,desean consagrar mucho tiempo a la oración.

"Que los hombres devorados por la actividad,que creen poder renovar el mundo con sus pré-dicas y sus otras obras externas, reflexionen uninstante. Comprenderán sin mucho esfuerzoque serían más útiles a la Iglesia y más agrada-bles al Señor, sin hablar del buen ejemplo quedarían a quienes los rodean, si consagraran lamitad de su tiempo a la oración, aun cuandose encontraran más avanzados en la vida espi-ritual que aquellas almas de las cuales habla-mos aquí. En esas condiciones lograrían, conuna sola obra, y con mucho menos esfuerzo,un bien más grande que el que consiguen conmil otras a las que dedican sus vidas. La ora-ción les haría merecedores de tal gracia y lesharía conseguir las fuerzas espirituales que ne-cesitan para producir tales frutos. Sin ella, todose reduce a un gran estruendo; son como elmartillo que, cayendo sobre el yunque, haceresonar todos los ecos a su alrededor. Se haceapenas un poco más que nada, a menudo ab-solutamente nada, o hasta mal. ¡Que Dios nospreserve, en efecto, de un alma como ésta, si

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viene dispuesta a inflarse de orgullo! Vanamen-te las apariencias estarán a su favor: la verdades que no logrará nada, porque es absolutamen-te cierto que ninguna obra buena puede reali-zarse sin Ja virtud de Dios. ¡Cuántas cosas po-drían escribirse sobre este tema, si fuera elmomento de hacerlo!" (Cántico Espiritual B,estrofa 29).

¿No basta orar trabajando?

Algunas personas nos dirán: "yo no tengo tiem-po para rezar, pero en medio de mis actividades,haciendo mis quehaceres, etc., intento pensar lomás posible en el Señor, le ofrezco mi trabajo, ypienso que eso basta como oración".

Esto no es totalmente falso. Un hombre o mu-jer pueden permanecer en íntima unión con Diosen medio de todas sus actividades, de manera queesto constituya su vida total de oración, sin quetenga necesidad de otra cosa. El Señor puede con-ceder esta gracia a alguien, sobre todo si le es im-posible hacer otra cosa. Por otra parte, es eviden-temente muy deseable el volver a Dios lo más amenudo posible en medio de nuestras actividades.Y también es verdadero que el trabajo ofrecido ycumplido por Dios se convierte en cierta forma enplegaria.

Pero, una vez aclarado esto, seamos realistas: noes tan fácil permanecer unidos a Dios estando su-mergidos en nuestras ocupaciones. Por el contra-

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rio, nuestra tendencia natural es dejarnos absor-ber completamente por aquello que hacemos. Sino sabemos, de tiempo en tiempo, parar comple-tamente y tomarnos algunos momentos durantelos cuales no tengamos otra cosa que hacer másque pensar en Dios, nos será muy difícil perma-necer en su presencia mientras trabajamos. Nece-sitamos toda una educación previa del corazón, ypara lograrla la fidelidad a la oración es el mediomás seguro.

Ocurre lo mismo con las relaciones entre las per-sonas: es una ilusión creer que se puede amar a lamujer y a los hijos pese a llevar una vida muy acti-va si no se es capaz de consagrarles momentos enlos cuales uno esté disponible para ellos en un cien-to por ciento. Sin este espacio de gratuidad, el amorcorre el riesgo de agotarse. El amor se dilata y res-pira en la gratuidad. Debemos saber tomarnos eltiempo para los otros. Y tenemos mucho que ganarmediante esta pérdida: es una de las maneras decomprender las palabras del Evangelio: "Quien pier-d a s u v id a la s a lv a rá " .

Si nos ocupamos de Dios, Dios se ocupará denuestros trabajos, mucho mejor que nosotros. Re-conozcamos humildemente que nuestra tendencianatural es estar demasiado dedicados a nuestrasactividades, dejarnos apasionar o preocupar dema-siado por ellas. Y no podremos curarnos de ello sino tenemos la sabiduría de saber abandonar regu-larmente toda actividad, hasta la más urgente eimportante para dar gratuitamente nuestro tiem-po a Dios.

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La trampa de la falsa sinceridad

Un razonamiento que se escucha muy frecuen-temente y que puede impedirnos ser fieles a la ple-garia es el siguiente. En un siglo como el nuestro,enamorado de la libertad, de la autenticidad, seescucha decir a la gente: "Yo a la oración la en-cuentro formidable, pero rezo sólo cuando me en-cuentro motivado para hacerlo. Rezar cuando notengo ningún deseo de hacerlo sería artificial y for-zado, hasta pienso que sería una falta de sinceri-dad y una forma de hipocresía. Rezaré cuando mesurja el deseo...".

A esto podemos responder que si esperáramosque nos surja el deseo, podríamos esperar quizásen vano hasta el fin de nuestros días. El deseo esalgo muy hermoso, pero muy cambiante. Existe unmotivo igualmente legítimo aunque mucho másprofundo y constante para incitarnos a buscar aDios en la oración: sencillamente, el hecho de queDios nos invita a hacerlo. El Evangelio nos pideque oremos sin descanso (cf. Le 18, 1). Aquí nue-vamente, es la fe -y no el estado de ánimo subjeti-vo- la que debe ser nuestra guía.

La noción de libertad y de autenticidad que seexpresa en el razonamiento anterior, si bien corres-ponde al gusto de nuestro tiempo, es, sin embargo,ilusorio. La verdadera libertad no consiste en de-jarse guiar por los impulsos del momento, sino todolo contrario: un hombre libre es aquel que no esprisionero de las fluctuaciones de su humor; esaquél cuyas decisiones están determinadas por sus

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elecciones fundamentales, que no son cuestionablespor el capricho de las circunstancias.

La libertad es la capacidad de dejarse guiar porla verdad y no por la parte epidérmica de nuestroser. Debemos tener la humildad de reconocer quesomos superficiales y cambiantes. Una persona queencontramos adorable un día, se convierte en inso-portable al día siguiente, porque las condicionesatmosféricas, o nuestro humor, han cambiado...Una cosa que deseamos locamente un día nos dejafríos al siguiente. Si tomamos nuestras decisionesen ese nivel, nos encontraremos dramáticamenteprisioneros de nosotros mismos, de nuestra sensi-bilidad, en lo que tiene de más superficial.

No nos hagamos ilusiones sobre lo que es la ver-dadera autenticidad. ¿Cuál es el amor más auténti-co? ¿Aquél cuya expresión varía de acuerdo con eldía, o el amor estable y fiel que no se desdice ja-más?

La fidelidad a la oración es, pues, la escuela delibertad. Es una escuela de verdad, del amor, por-que nos enseña poco a poco a poner nuestra rela-ción con Dios en un terreno que no es aquel cam-biante e inestable de nuestras impresiones, denuestras variaciones de humor, de nuestro fervorsensible lleno de altibajos, sino sobre la piedra só-lida de la fe, sobre los cimientos de la fidelidad deDios, inquebrantable como la roca: "Cristo Jesúsp e r m a n e c e h o y c o m o a y e r y p o r la e te rn id a d " (H e b 1 3 ,8 ) p u e s to q u e " m u e s tra su m ise r ic o rd ia s ig lo tra s s ig lo "(Le 1, 50). Si perseveramos en este camino, vere-mos también cómo nuestras relaciones con el pró-

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jimo, tan superficiales y cambiantes, se conviertenen más estables, más profundas, más fieles y, porlo tanto, en más felices.

Para concluir este punto, hagamos una últimaobservación. La aspiración existente en el hombrede actuar en todo de manera espontánea, libre, sinataduras, es perfectamente legítima: el hombre nofue creado para estar en conflicto permanente con-sigo mismo, para violentar continuamente a sunaturaleza. Que deba, en ocasiones, hacerlo, es sólouna consecuencia de la división interior producidapor el pecado.

Pero esta aspiración, no puede alcanzarse con-tentándose con dar libre curso a la espontaneidad.Esto sería destructivo, porque ésta no está siempreorientada hacia el bien; necesita de una profundapurificación y curación. Nuestra naturaleza estáherida, lo que significa que existe en nosotros unafalta de armonía, un desfasaje frecuente entre aque-llo a lo que tendemos espontáneamente para lo cualhemos sido creados; entre nuestros sentimientos yla voluntad de Dios, a la cual debemos ser fieles yque constituye nuestro verdadero bien.

La aspiración a la libertad no puede, por lo tan-to, encontrar su verdadera realización más que enla medida en que el hombre se deje sanar por lamisericordia divina. En este proceso de curación laoración juega un rol muy importante. Y se realizatambién, debemos recordarlo, a través de las prue-bas y purificaciones, de esas "noches" de las cualessan Juan de la Cruz ha explicitado tan bien el sen-tido profundo. Una vez alcanzado ese proceso de

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curación, la puesta en orden de nuestras tenden-cias, el hombre se vuelve perfectamente libre: ama,quiere natural y espontáneamente lo que es con-forme a la voluntad de Dios y a su propio bien.Puede seguir sin problema sus tendencias natura-les, porque han sido rectificadas y armonizadas conla sabiduría divina. Puede "seguir a su naturaleza",porque ésta ha sido restaurada por la gracia. Estaarmonización no se logra totalmente, con seguri-dad, en esta vida. Sólo será total en el Reino, loque explica que, aquí en la tierra, tengamos siem-pre que resistir a algunas de nuestras tendencias.Pero, ya en esta vida, quien practica la oración sevuelve más y más capaz de amar y hacer espontá-neamente el bien, lo que en un principio le costabagrandes esfuerzos. Gracias al trabajo del EspírituSanto, la virtud se vuelve más y más fácil y naturalpara él. Como dice san Pablo: "Allí donde está el Es-p í r itu d e l S eñ o r , a l lí e s tá la l ib e r ta d " .

La trampa de la falsa humildad

El razonamiento falso que acabárnosle consi-derar adopta a veces una forma más sutil, que des-cribiremos a continuación, y contra la cual nos con-viene estar alertas. Santa Teresa de Ávila estuvo apunto de caer en esta trampa y abandonar la ora-ción (lo que hubiera significado un daño irrepara-ble para toda la Iglesia). Además, éste fue uno delos motivos principales que la llevaron a escribir suautobiografía: prevenirnos contra esta trampa.

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Se trata de un punto que el demonio maneja muyhábilmente. La tentación es la siguiente: el almaque comienza a orar se da cuenta de sus faltas, desus infidelidades, de su no-conversión. Se ve en-tonces a veces tentada de abandonar la oración ra-zonando así: "Estoy llena de defectos, no progreso,soy incapaz de convertirme y amar seriamente alSeñor: presentarme ante él en este estado es unahipocresía; me hago la santa y no valgo más quelos otros que no rezan. Sería más honesto frente aDios dejar todo".

Santa Teresa se dejó llevar por este razonamien-to, como cuenta en el capítulo 19 de su autobio-grafía. Luego de un tiempo de práctica asidua, aban-donó la oración durante más de un año, hasta queencontró un padre dominico que -felizmente paranosotros- la volvió al camino recto. En esa época,nuestra Teresa estaba en el convento de la Encar-nación de Avila. Tenía una cierta buena voluntadpara entregarse al Señor y practicar la oración. Peroaún no era santa: ¡lejos de ello! Le costaba particu-larmente desprenderse de su costumbre de irse allocutorio del convento, siempre que sentía que Je-sús la llamaba a la oración. De naturaleza alegre,simpática y atrayente, encontraba gran placer enfrecuentar a la buena sociedad de Ávila que se en-contraba habitualmente en los locutorios del mo-nasterio. No hacía nada grave, pero Jesús la llama-ba a otras cosas. Entonces, el tiempo de la oraciónera para ella un verdadero martirio: se encontrabaen la presencia del Señor, consciente de serle in-fiel, pero no teniendo aún las fuerzas

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todo por él. Y como ya lo dijimos, este tormento tehizo abandonar la oración: "Soy indigna de pre-sentarme ante el Señor, puesto que no soy capazde darle todo; es burlarme de él, mejor sería dejarde orar...".

Teresa llamará a esto la tentación de la "falsahumildad". Había, de hecho, abandonado la ora-ción cuando un confesor llegó a tiempo para ha-cerle comprender que, haciendo esto, perdía conello la ocasión de llegar a mejorar algún día. Eranecesario, por el contrario, que perseverara, por-que precisamente mediante esta perseverancia ob-tendría, llegado el momento, la gracia de una com-pleta conversión y de un don total de sí misma alSeñor.

Esto es muy importante. Cuando uno se com-promete en la vida de oración, no se es aún un san-to, y uno no se da cuenta de ello si no lo practica.Quien no se pone frente a Dios en el silencio no seda cuenta de sus infidelidades y defectos, pero paraquien lo hace, ellos se vuelven más y más manifies-tos, y esto puede suscitar un gran sufrimiento y latentación de abandonar la plegaria. No debemosentonces desalentarnos sino perseverar, con la cer-teza de que la perseverancia obtendrá la gracia dela conversión. Nuestro pecado, por grave que sea,no debe ser nunca un pretexto para abandonar laoración, al contrario de lo que nuestra conciencia-o el demonio- nos sugieran a menudo. Por el con-trario, cuanto más grande sea nuestra miseria, ma-yor será el motivo para orar. ¿Quién nos sanará denuestras infidelidades y de nuestros pecados sino

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el Señor misericordioso? ¿Dónde encontraremosnosotros la salud de nuestra alma, sino en la plega-ria humilde y perseverante? "No es la gente sana laq u e n eces ita m é d ico , s in o lo s en ferm o s... n o h e ven id o al la m a r a lo s ju s to s , s in o a lo s p e c a d o r e s " (M t 9 , 1 3 ) .Cuanto más nos sintamos aquejados por esta en-fermedad del alma que es el pecado, tanto más debeello incitarnos a la oración. Cuanto más estemosheridos, tanto más derecho tenemos a refugiarnosjunto al corazón de Jesús. Sólo él puede curarnos.Si nos alejamos de él porque somos pecadores,¿dónde iremos a buscar la curación y el perdón? Siesperamos ser justos para rezar, podemos esperarmucho tiempo. Una actitud semejante sólo pruebaque no se ha comprendido para nada el Evangelio.Esto puede tener la apariencia de humildad, perode hecho es sólo presunción y falta de confianzaen Dios.

Sin llegar a dejar completamente la oración, nossucede a menudo, cuando hemos cometido algunafalta, cuando estamos avergonzados y desconten-tos con nosotros mismos, que dejamos pasar untiempo antes de volver a la oración y presentarnosante el Señor; retornamos cuando el eco de la faltacometida se ha atenuado un poco en la conciencia.Esto es un grave error, y pecamos más por esta fal-ta que por la primera. En efecto, esto demuestrauna falta de confianza en la misericordia de Dios,un desconocimiento de su amor, y le hiere más gra-vemente que todas las tonterías que podamos co-meter. La pequeña Teresa, que había comprendidoquién era Dios, decía: "Lo que alcanza más a Dios,lo que hiere de corazón, es la falta de confianza".

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Contrariamente a lo que hacemos habitual-mente, la única actitud justa para quien ha pe-cado -justa en el sentido bíblico, es decir en con-formidad con lo que nos ha sido revelado delmisterio de Dios- es arrojarse inmediatamente, conarrepentimiento y humildad, pero también con unaconfianza infinita, en los brazos de la misericordiadivina, con la certeza de ser bienvenido y perdona-do. Y, una vez que se ha pedido sinceramente per-dón a Dios, retomar sin demora los ejercicios depiedad acostumbrados, y particularmente la ora-ción. En el momento oportuno se confesará la fal-ta, si es necesario, pero mientras se espera no sedeberán cambiar en nada los hábitos de oración.Esta conducta es la más eficaz para hacernos salirun día del pecado, porque es aquella que honra másla misericordia divina.

Santa Teresa de Ávila agrega a esto algo muyhermoso. Dice que quien reza vuelve, seguramen-te, a caer, a tener desfallecimientos y caídas, pero,porque ora, cada una de sus caídas lo ayuda a rebo-tar más alto. Dios hace que todo concurra para elbien y el progreso de quien le es fiel en la oración,incluso sus propias faltas.

"Insisto para que ninguno de aquellos que hancomenzado a orar flaquee, diciendo: Si recaigoen el mal y continúo orando será mucho peor.Creo que lo sería si se abandonase la oraciónsin corregir el mal; pero si no se la abandona,créanme que ella os conducirá al puerto de laluz. En este punto libré un largo combate conel demonio; creí durante mucho tiempo que

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rezar sería, en mi miseria, una falta de humil-dad. Como lo he dicho ya, renuncié duranteun año y medio, un año por lo menos, pues noestoy segura de ello. Esto hubiera sido suficien-te, y lo fue, para que me hubiera empujado yomisma al infierno, sin que los demonios tuvie-ran que llevarme allí. ¡Oh, Dios caritativo, quéinmensa ceguera! Y el demonio tiene razón deno aflojar en este punto, para alcanzar su fin.Sabe, el traidor, que el alma que persevera enla oración está perdida para él, que todas lascaídas que provoca sólo ayudan al hombre, porla bondad de Dios, a rebotar aún más alto y aservir mejor al Señor; he aquí pues su interés"(A u to b io g r a fía , c a p . 1 9 ) .

8 - Darse totalmente a Dios

Para continuar con las actitudes básicas que per-miten la perseverancia y el progreso en la vida deoración, debemos decir ahora algunas palabras acer-ca del lazo estrechísimo y recíproco que existe en-tre la oración y el resto de la vida cristiana. Estosignifica que, muy a menudo, lo que es determi-nante para el progreso y la profundización de nues-tra plegaria no es lo que hacemos durante el tiem-po de oración, sino lo que hacemos fuera de ella.El progreso en la plegaria es esencialmente un pro-greso en el amor, en la pureza de corazón, y el amor

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verdadero se practica en mayor grado fuera de laoración que dentro de ella. Demos algunos ejem-plos.

Sería absolutamente ilusorio pretender progre-sar en la oración si nuestra vida entera no estuvie-ra marcada por un deseo profundo y sincero deentregarnos totalmente a Dios, de conformar lo másenteramente posible nuestra vida a su voluntad.Sin esto, la vida de oración se estanca pronto: elúnico medio para que Dios se entregue a nosotros(lo que es el fin de la oración) es que nos entregue-mos totalmente a él. No se llega a poseer todo sino se da todo. Si guardamos en nuestra vida un"dominio reservado", algo que no queremos aban-donar en manos de Dios, un defecto, por ejemplo,por pequeño que sea, al que consentimos delibera-damente sin hacer nada por corregirnos, o una des-obediencia consciente, o una negativa a perdonar,esto vuelve estéril la vida de oración.

Las hermanas planteaban maliciosamente estapregunta a san Juan de la Cruz: ¿Qué debemos hacerpara entrar en éxtasis? Y el santo respondía, ba-sándose en el sentido etimológico de la palabra "éx-tasis": "Renunciar a la propia voluntad y haceraquélla de Dios. Porque el éxtasis, para el alma, nosignifica otra cosa que salir de sí y quedar -en Dios-y esto es lo que hace quien obedece: porque sale desí y de su voluntad y, aliviado de ella, se une a Dios"(Máxima 210).

Para entregarse a Dios, hay que dejarse a sí mis-mo. El amor es de naturaleza extática: si es fuerte,vive más en el otro que en sí mismo. Pero ¿cómo

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vivir algo de esta dimensión extática del amor en laoración, si durante el resto del día nos buscamos anosotros mismos, si estamos demasiado apegadosa las cosas materiales, a la propia comodidad, a lasalud, si no soportamos ninguna contrariedad?¿Cómo podemos vivir en Dios si no somos capacesde olvidarnos de nosotros mismos en beneficio denuestros hermanos?

En la vida espiritual existe un equilibrio que de-bemos buscar, y que no es fácil de alcanzar: poruna parte debemos aceptar nuestra miseria y noesperar a ser santos para comenzar a orar. Pero,por otra parte, debemos sin embargo, aspirar a laperfección. Sin esta aspiración, sin este deseo fuer-te y constante de santidad -aunque sepamos bienque no la alcanzaremos por nuestras propias fuer-zas, sino que sólo Dios podrá conducirnos a ella-la oración no será nunca más que algo superficial,un ejercicio piadoso pero apenas fructífero. Perte-nece a la naturaleza del amor el tender a lo absolu-to, incluso a una cierta locura en el don de sí mis-mo.

'Debemos tomar conciencia también de que exis-ten estilos de vida que pueden favorecer o, por elcontrario, dificultar la oración. ¿Cómo será posi-ble que nos recojamos en presencia de Dios, si du-rante el resto del día nos dispersamos entre milcuidados y preocupaciones superficiales; si nos de-jamos llevar sin ninguna reserva a la práctica decharlas inútiles, a la persecución de vanas curiosi-dades; si no existe una cierta juventud del corazón,de la mirada, del espíritu, por la cual evitamos todo

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lo que pudiera dispersarnos y alejarnos de maneraexcesiva de lo Esencial?

No podemos vivir, con seguridad, sin ciertas dis-tracciones, sin momentos de respiro, pero es im-portante saber volver siempre a Dios, que da uni-dad a nuestra vida, y vivir todo bajo su mirada y enrelación con él.

Sepamos también que el esfuerzo por enfrentartoda circunstancia en un clima de abandono total,de confianza apacible en Dios, por vivir en el ins-tante presente sin dejarse torturar por la preocupa-ción del mañana, por ejercitarse en hacer cada cosaque hacemos en paz, sin preocuparnos de la siguien-te, etc., contribuye mucho al crecimiento de nues-tra vida de oración. Esto no es fácil, pero nos serádé gran beneficio hacerlo tanto como sea posible2.

Es muy importante también aprender a vivirpoco a poco todo bajo la mirada de Dios, en supresencia, y en una suerte de diálogo continuo conél, recordándolo lo más a menudo posible en me-dio de nuestras ocupaciones y viviendo todo en sucompañía. Cuanto más nos esforcemos en hacerlotanto más fácil nos será orar: encontraremos conmás naturalidad a Dios en el momento de la ora-ción si nunca lo hemos dejado. La práctica de laoración debe así tender a la plegaria continua, nonecesariamente en el sentido de una plegaria explí-cita sino dé una práctica constante de la presencia

2 A propósito de esto puede leerse con provecho nuestro li-b ro : B u sca la p a z y co n sé rva la . P eq u eñ o tra ta d o so b re la p a z d e lc o r a zó n , S a n P a b lo , B u e n o s A ir e s 2 0 0 2 .

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de Dios. Vivir de esta manera bajo la mirada deDios nos hará libres. Vivimos, de hecho, demasia-do a menudo bajo la mirada de los demás (por mie-do a ser juzgados o necesidad de ser admirados),pero reencontraremos la libertad interior sólo cuan-do hayamos aprendido a vivir bajo la mirada amantey misericordiosa de Dios.

Nos remitimos para ello a los preciados conse-jos del hermano Laurent de la Résurrection, unhermano carmelita del siglo XVII, de oficio coci-nero, que supo vivir una profunda unión con Diosaun en medio de las actividades más absorbentes.Citaremos algunos párrafos al final de este libro.

Quedarían aún muchas cosas por decir sobre estetema de la relación entre la oración y todos los de-más componentes del camino espiritual, que nopueden de ninguna manera separarse. Algunos pun-tos serán abordados más adelante, pero para otroslos remitimos a la mejor fuente, es decir a la expe-riencia de los santos, en especial a la de aquéllosen quienes la Iglesia ha reconocido una gracia es-pecial de enseñanza en ese dominio: santa Teresade Ávila, san Juan de la Cruz, san Francisco de Sa-les, santa Teresita del Niño Jesús, para citar sóloalgunos nombres.

Todo lo que acabamos de decir hasta el presenteno responde sin embargo aún a esta pregunta:¿Cómo debemos orar? ¿Cómo debemos concreta-mente ocupar el tiempo consagrado a la plegaria?Vamos a hacerlo a continuación.

Es sin embargo indispensable pasar por estospreámbulos, porque las observaciones que hemos

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hecho, además de ayudar a superar los obstáculos,describen un cierto clima espiritual que es esencialque captemos, puesto que condiciona la verdad denuestra oración y su progreso.

Además, si hemos comprendido estas enseñan-zas que acabamos de esbozar, desaparecerán auto-máticamente muchos falsos problemas relaciona-dos con la pregunta: "¿cómo hacer para orar bien?".

Las actitudes descriptas están fundamentadas,no en la sabiduría humana sino en el Evangelio.Son actitudes de fe, de abandono confiado en lasmanos de Dios, de humildad, de pobreza de cora-zón, de infancia espiritual. Como el lector habráindudablemente notado, estas actitudes deben serla base, no sólo de nuestra vida de oración, sino detoda nuestra existencia. Aquí se revela una vez másel lazo estrechísimo que existe entre la plegaria y lavida entera: la oración es una escuela, un ejercicioen el que comprendemos, practicamos y profundi-zamos ciertas actitudes frente a Dios, frente a no-sotros mismos y frente al mundo, que se convier-ten poco a poco en la base de toda nuestra formade ser y de reaccionar. Mediante la oración, se for-ma un cierto hábito del ser, que conservamos lue-go en todo el resto de nuestra vida, y que nos per-mite poco a poco acceder en toda circunstancia ala paz, a la libertad interior, al verdadero amor aDios y al prójimo. La oración es una escuela deamor, pues todas las virtudes que se practican enella son las que permiten que el amor se expandaen nuestro corazón. Allí reside su vital importan-cia.

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CAPÍTULO II

Cómo emplear eltiempo de laoración

- Introducción

Abordemos ahora la pregunta principal que he-mos intentado responder. He decidido consagrartodos los días media hora, o una hora a la oración.¿Qué debo hacer para emplear bien este tiempo?

Responder a esto no es fácil por varias razones.En primer lugar porque las almas son muy dis-

tintas. Hay más diferencia entre las almas que en-tre los rostros. La relación de cada una con Dios esúnica, y como consecuencia su plegaria también loes. No se puede marcar un camino, una forma deactuar que valga para todos: esto sería una falta derespeto a la libertad y a la diversidad de los cami-nos espirituales. Corresponde a cada creyente des-cubrir, según la moción y en la libertad del Espíri-tu, por qué caminos quiere Dios conducirlo.

Además debemos saber que la vida de oraciónestá sometida a la evolución y atraviesa distintas

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etapas. Lo que vale en un momento de la vida espi-ritual no vale para otro. La conducta adecuada enla oración puede ser distinta según se esté en elcomienzo del camino o que el Señor haya ya co-menzado a introducirnos en ciertos estados parti-culares, en ciertas "moradas", como diría santa Te-resa de Ávila. A veces debemos actuar, a vecesdebemos contentarnos con recibir. A veces debe-mos descansar, a veces debemos combatir.

Finalmente lo que se vive en la oración es difícilde describir, y está a menudo más allá de la con-ciencia clara de quien ora. Se trata de realidadesíntimas, misteriosas, que el lenguaje humano nopuede abarcar completamente. No se encuentransiempre las palabras para contar lo que pasa entreel alma y su Dios.

Agreguemos, además, que toda persona que ha-bla de la vida de oración lo hace a través de suexperiencia o de la experiencia de aquellos que sehan confiado a ella, y esto es muy limitado en rela-ción con la diversidad y riqueza de las experienciasposibles.

A pesar de estos obstáculos, vamos a abordar eltema, esperando simplemente que el Señor nosconceda la gracia de presentar algunas indicacio-nes que, si bien no deben de ninguna manera sertomadas como respuestas completas e infalibles,pueden sin embargo ser fuente de luz y de alientopara el lector de buena voluntad.

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2 - Cuando el temano se plantea

Estamos preguntándonos cómo debemos ocuparel tiempo de la oración. Antes de proseguir con estetema, debemos sin embargo decir que a veces estapregunta no se plantea siquiera. Es quizás esto loque debemos considerar primero.

La pregunta no se plantea cuando la oración bro-ta espontáneamente: existe una comunión amoro-sa que se vive con Dios sin que debamos preocu-parnos acerca de cómo ocupar el tiempo. Es lo quedebería ocurrir siempre, siendo la oración, segúnla definición de santa Teresa de Ávila, "un comer-cio íntimo de amistad, en el cual uno se ocupa amenudo, a solas con ese Dios por el cual uno sesiente amado" (Autobiografía, cap. 8). Cuando dospersonas se aman profundamente, no tienen engeneral mucho problema para saber cómo vivir losmomentos en los cuales se reencuentran... Avecesel estar juntos es suficiente para satisfacerlos sinque deban hacer nada más. Pero a menudo, nues-tro amor por Dios es débil, y esto no nos ocurreasí.

Para volver a la oración que brota espontánea-mente, esta comunión con Dios que nos es dada yque sólo debemos recibir, debemos hacer notar quepuede encontrarse en distintas etapas del crecimien-to espiritual y ser de muy distintas naturalezas.

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Existe el caso de la persona recién convertida,muy entusiasmada con su descubrimiento recientede Dios, llena de la alegría y del fervor del neófito.No tiene problema con su oración: es transportadapor la gracia, feliz de consagrar su tiempo a Jesús,teniendo mil cosas que decirle y pedirle, llena desentimientos de amor y de pensamientos reconfor-tantes.

Que goce entonces sin escrúpulos de este mo-mento de gracia, que agradezca por ello al Señor,pero que permanezca humilde y se cuide mucho decreerse santa por estar llena de fervor, y de juzgaral prójimo por su falta de celo. La gracia de lostiempos primeros de la conversión no ha suprimi-do los defectos y las imperfecciones, sólo los haocultado. Y esta persona no deberá asombrarse siun día su fervor desaparece, si las imperfeccionesque ella creía borradas por su conversión reapare-cen con imprevisible violencia. Que persevere en-tonces y sepa sacar partido del desierto y de la prue-ba, como lo hizo en el tiempo de la bendición.

Otro caso en el que la pregunta no se plantea sesitúa en el otro extremo, podemos decir, del cami-no. Es el momento en el cual el dominio de Diossobre la persona en oración es tal, que ella no pue-de resistir ni hacer nada; sus fuerzas están atadas,sólo puede entregarse y consentir la presencia deDios que la invade por entero. Esta persona no debehacer nada más que decir que sí; será necesario sinembargo que se abra a un padre espiritual, pararecibir la confirmación de la autenticidad de lasgracias que recibe, porque no se encuentra más en

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este momento en un camino usual, y será buenoabrirse a alguien más. Las gracias extraordinariasen la oración se encuentran a menudo acompaña-das de combates y de dudas cuando cesan, de in-certidumbres en cuanto a sus causas y, a veces, sólola apertura del alma puede reasegurar en cuanto alorigen divino de las gracias, para sentirse libre derecibirlas con plenitud.

Hablemos ahora de un caso intermedio, que esel más frecuente. Es bueno hablar de ello, porqueesta situación que describiremos se manifiesta aveces en sus comienzos de manera imperceptible,y pueden existir allí tanto dudas como escrúpulosen cuanto a la conducta a seguir: la persona no sabesi hace bien o mal, pero, de cualquier manera, notiene en realidad tanta oportunidad de elegir. Ex-pliquémonos. Se trata de la situación en la cual elEspíritu Santo comienza a hacer entrar a alguienen una oración más pasiva, después de un tiempoen el cual su oración ha sido más bien "activa", enel sentido de que esta plegaria consista principal-mente en una cierta actividad -reflexiones, medi-taciones, diálogo interior con Jesús, actos de vo-luntad, como ofrecerse a él, etc.-. Volveremos a estomás adelante al hablar de la evolución de la vidade oración.

Y un buen día, de manera a veces imperceptibleen sus comienzos, la manera de orar se transfor-ma. La persona experimenta dificultades para me-ditar, para hablar, entra en una cierta aridez, y sesiente más inclinada a permanecer delante del Se-

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ñor sin decir ni hacer nada, sin pensar en nada enespecial, en una suerte de actitud tranquila de aten-ción global y amante a Dios. Esta atención amoro-sa, que procede del corazón más que de la inteli-gencia, es por otra parte casi imperceptible. Puedevolverse más fuerte más adelante, una suerte deinflamación del amor, pero al comienzo es casi in-sensible. Y si el alma busca hacer otra cosa, reto-mar una plegaria más "activa", no lo logra, y ten-drá casi siempre la tendencia de volver a ese estadoque hemos descripto. Pero sentirá a veces escrúpu-los, por tener la impresión de no estar haciendonada.

Cuando el alma se encuentra en este estado,debe simplemente quedarse allí, sin inquietarse,agitarse ni conmoverse. Dios quiere así llevarla auna oración más profunda, y esta es una graciamuy grande. El alma debe dejarse estar y seguirsu inclinación a la pasividad. Es suficiente, paraque esté en oración, que exista en el fondo de sucorazón esta orientación tranquila hacia Dios. Noes el momento de actuar por sí misma, con suspropias facultades ni capacidades; es el momentode dejar actuar a Dios. Señalemos que este estadono es el dominio total de Dios del cual hemoshablado anteriormente. La inteligencia y la ima-ginación continúan ejerciendo una cierta actividad;existen pensamientos, imágenes que pasan, que vany que vienen, pero en un nivel superficial, sin quela persona atienda verdaderamente esos pensamien-tos e imágenes más bien involuntarias. Lo impor-

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tante no es ese movimiento (inevitable)3 del espí-ritu, sino la orientación profunda del corazón ha-cia Dios.

Hemos planteado aquí una cierta cantidad desituaciones en las que, de hecho, no debemos ha-cernos la pregunta: "¿cómo ocupar el tiempo de laoración?", porque la respuesta ya está dada.

Queda el caso en que sí se hace la pregunta. Setrata de la persona llena de buena voluntad, peroque todavía no está inflamada de amor por Dios,que no ha recibido aún la gracia de una plegariapasiva, pero que comprende la importancia de laoración y desea entregarse a ella regularmente, nosabiendo al mismo tiempo cómo hacerlo. ¿Quéaconsejar a esta persona?

No vamos a responder directamente a la pregun-ta, diciendo: durante el tiempo de la oración, ha-gan esto o aquello, recen de tal o cual manera. Nosparece más juicioso comenzar dando los principiosdirectivos que deben guiar al alma en lo que con-cierne a su actividad durante la oración.

En los capítulos precedentes hemos explicadocuáles son las actitudes de base que deben orientaral alma que aborda la oración, actitudes de hechoválidas para toda forma de plegaria y aun para todala existencia cristiana en su conjunto. Siendo lo quesobre todo importa, como diremos nuevamente, noel cómo, las recetas, sino el clima, el estado de es-píritu en los cuales se aborda la vida de oración.

3 Ver lo que decimos más adelante con respecto a las distrac-ciones.

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Porque es la calidad de este clima lo que condicio-na tanto la perseverancia en la oración como sufecundidad.

Vamos ahora a dar algunas orientaciones que,en su conjunto, definan no ya un clima, sino unasuerte de paisaje interior, con sus puntos de reparoy sus caminos, paisaje interior que podrá ser reco-rrido por quien desee hacerlo, según la etapa delcamino en la que se encuentre y según el impulsodel Espíritu Santo. Conocer al menos parcialmen-te esos puntos permitirán al fiel orientarse y com-prender por sí mismo lo que debe hacer en la ora-ción.

Este "paisaje interior" de la vida de oración delcristiano está como definido y modelado por uncierto número de verdades teológicas que vamos aenunciar y explicar ahora.

3 - Primacía de laacción divina

El primer principio es simple pero muy impor-tante: Lo que cuenta en la oración no es tantolo que nosotros hacemos, sino lo que Dios obraen nosotros durante ese tiempo.

Es muy liberador saberlo, pues a veces somosincapaces de hacer nada en la oración. Esto no tie-ne nada de dramático, porque si nosotros no pode-

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mos hacer nada, Dios siempre puede hacer y hacesiempre algo en lo profundo de nuestro ser, aun-que nosotros no lo percibamos. El acto esencial dela oración es, a fin de cuentas, el ponerse y mante-nerse en la presencia de Dios. Ahora bien, Dios noes el Dios de los muertos, sino de los vivos. Estapresencia, por ser la presencia de Dios vivo, es ac-tuante, vivificante, sanadora, santificante. Uno nopuede estar frente al fuego y no calentarse; expues-to al sol y no broncearse. En tanto nos quedemosallí conservando una cierta inmovilidad y una cier-ta orientación...

Si nuestra oración consiste solamente en esto:estar ante Dios sin hacer nada, sin pensar especial-mente en nada, sin pensamientos particulares, peroen una actitud profunda del corazón de disponibi-lidad, de abandono confiado, no podremos hacernada mejor que esto. Dejamos así a Dios actuar enel secreto de nuestro ser, y esto es en definitiva loque importa.

Sería un error medir el valor de nuestra oraciónpor lo que hayamos hecho en ese tiempo, tener laimpresión de que ella será buena y útil sólo cuandohayamos dicho y pensado muchas cosas, y sentirnosdesolados si no hemos podido hacer nada. Puedeocurrir que nuestra plegaria haya sido paupérrima,y que durante ese tiempo, secreta e invisiblemente,Dios haya obrado cosas prodigiosas en el fondo denuestra alma, cuyos frutos veremos quizá muchomás tarde... Porque todos los inmensos bienes delos cuales es origen la oración tienen como causano nuestro accionar, sino la operación a menudo

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secreta e invisible de Dios en nuestro corazón. Amuchos frutos de nuestra oración, los veremos sóloen el Reino.

La pequeña Teresa era muy consciente de esto.Ella tenía un problema en su vida de oración: ¡sédormía! No era culpa suya, había entrado alCarmelo muy joven aún, y necesitaba dormir mása su edad. Esta debilidad no la desolaba mucho:

"Pienso que los niños pequeños agradan tantoa sus padres cuando duermen como cuandoestán despiertos; pienso que para operar a suspacientes, los médicos los duermen. Finalmen-te, pienso que el Señor ve nuestra fragilidad;que recuerda que sólo somos polvo" (Manus-c r ito a u to b io g rá fico A ) .

En la oración, el componente pasivo es el másimportante. Se trata no tanto de hacer algo comode abandonarnos a la acción de Dios. A veces de-bemos preparar o secundar esta acción mediantenuestra propia actividad, pero muy a menudo sólodebemos consentir pasivamente, y es entoncescuando suceden las cosas más importantes. A ve-ces, hasta es necesario que nuestra propia acciónse vea impedida para que Dios pueda actuar libre-mente en nosotros. Es esto, como ha mostradomuy bien san Juan de la Cruz, lo que explica cier-ta aridez, cierta incapacidad para hacer funcional?nuestra inteligencia o nuestra imaginación en laoración, la imposiblidad de experimentar algo, ode meditar: Dios nos pone en este estado de ari-dez, de noche del alma, para ser el único que actúe

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profundamente en nosotros, como el médico queanestesia al paciente para trabajar tranquilo.

Volveremos sobre este tema. Retengamos al me-nos, por el momento, esto: si, a pesar de nuestrabuena voluntad, somos incapaces de orar bien, detener buenos sentimientos y bellos pensamientos,sobre todo, no nos sintamos tristes. Ofrezcamosnuestra pobreza a la acción de Dios, haciendo asíuna oración mucho más valiosa que aquella quenos hubiera hecho sentir satisfechos de nosotrosmismos. San Francisco de Sales oraba así: "Señor,soy sólo un leño: ¡préndele fuego!".

4 - Primacía del amor

Pasemos ahora a un segundo principio, tambiénabsolutamente fundamental: la primacía del amorsobre todo lo demás. Dice santa Teresa de Ávila:"En la oración, lo que cuenta no es pensar mucho,sino amar mucho".

Esto también es muy liberador. A veces no po-demos pensar, no podemos meditar, no podemossentir, pero, por el contrario, siempre podemosamar. Quien se encuentra agotado, oprimido por,las distracciones, incapaz de rezar, puede siempre,en lugar de inquietarse y desalentarse, ofrecer entranquila confianza su pobreza al Señor; de estamanera, amando, hará una magnífica oración. El

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amor es rey y siempre en toda circunstancia, lograsalir adelante. "El amor de todo saca provecho, tan-to del bien como del mal", amaba decir la pequeñaTeresa, citando a san Juan de la Cruz. El amor sacaprovecho tanto de los sentimientos como de su fal-ta, de los pensamientos como de la aridez, de lavirtud como del pecado, etcétera.

Este principio está íntimamente unido al prece-dente: la primacía de la acción divina en relacióncon la nuestra. Nuestra tarea principal en la ora-ción es amar. Pero en la relación con Dios, amar esdejarse amar. Y esto no es tan fácil como parece.Debemos creer en el amor, cuando tenemos unafacilidad tan grande para dudar de él. Debemosaceptar también nuestra pobreza.

Nos es más fácil, a menudo, amar que dejarnosamar. Cuando somos nosotros los que hacemosalgo, los que damos, eso nos gratifica: nos creemosútiles. Dejarse amar supone aceptar el no hacernada, el no ser nada. Nuestro primer trabajo en laoperación es éste: no pensar, ni ofrecer, ni hacernada para Dios, sino dejarnos amar por él comopequeños. Dejar a Dios la alegría de amarnos. Estoes difícil, porque supone creer absolutamente en elamor de Dios por nosotros. Y esto implica tam-bién consentir a nuestra pobreza. Y tocamos aquíuna verdad absolutamente fundamental: no existeun verdadero amor por Dios que no esté estableci-do en el reconocimiento de la absoluta prioridaddel amor de Dios por nosotros, que no comprendaque, antes de hacer ninguna otra cosa, debemosrecibir. "En esto está el amor, nos dice san Juan, no es

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q u e n o so tro s h a ya m o s a m a d o a D io s, s in o q u e é l n o s a m óp r i m e r o . . . " ( 1 J n 4 , 1 0 ) .

Desde el punto de vista de Dios, el primer actode amor, el que debe estar en la base de todo actode amor, es éste: creer que somos amados, dejar-nos amar. En nuestra pobreza, como somos, inde-pendientemente de nuestros méritos y nuestras vir-tudes. Si esto permanece como fundamento denuestra relación con Dios, esta relación será justa.Si no, se verá siempre falseada por un cierto fari-seísmo, en el cual el centro, el primer lugar, no es-tará a fin de cuentas ocupado por Dios sino pornosotros mismos, por nuestra actividad, nuestravirtud, etcétera.

Este punto de vista es al mismo tiempo muy exi-gente (demanda un gran descentramiento, un granolvido de nosotros mismos) pero también muy li-berador. Dios no espera de nosotros actos, obras,la producción de un cierto bien. Somos servidoresinútiles. "Dios no necesita nuestras obras, pero tie-ne sed de nuestro amor", dice Teresa del Niño Je-sús. Nos pide en primer lugar que nos dejemos amar,que creamos en su amor, y esto es siempre posible.La oración es fundamentalmente esto: pararnos enla presencia de Dios para dejar que nos ame. Larespuesta de amor es rápida, ya sea durante o fuerade la oración. Si nos dejamos amar, es Dios mismoquien producirá el bien en nosotros y nos permiti-rá re a liz a r " la s b u e n a s o b r a s q u e D io s d isp u so d e a n te -m a n o p a r a q u e n o s o c u p á ra m o s e n e l la s " (E f 2 , 1 0 ) .

Se deduce también de esta primacía del amorque nuestra actividad en el amor debe estar guiada

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por este principio: lo que debemos hacer es aquelloque favorezca y fortifique el amor. He aquí el úni-co criterio que permite decir si es bueno o malohacer esto o aquello en la oración. Es bueno todolo que lleva al amor. Pero a un amor verdadero, noa un amor superficialmente sentimental (aunquelos sentimientos ardientes tienen su valor comoexpresión del amor, si Dios nos hace sacar benefi-cio de ellos...).

Los pensamientos, las consideraciones, los ac-tos interiores que nutren o expresan nuestro amorpor Dios, que nos hacen crecer en el reconocimien-to y la confianza en él, que despiertan o estimulanel deseo de darnos enteramente a él, de pertene-cerle, de servirle fielmente como único Señor, etc.,deben constituir habitualmente la parte principalde nuestra actividad en la oración. Todo lo que for-talezca nuestro amor por Dios es un buen tema deoración.

Tender a la simplicidad

Una consecuencia de esto es la siguiente: debe-mos estar atentos en la oración a no dispersarnos,a no multiplicar los pensamientos y las considera-ciones, en las que existiría en definitiva más la bús-queda de un alto vuelo que de una efectiva con-versión del corazón. ¿De qué me sirve tener pensa-mientos elevados v variados sobre los misterios dela fe, cambiar constantemente de tema de medita-ción, recorriendo todas las verdades de la teologíay todos los pasajes de las Escrituras, si no emerjo

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de esto con la resolución de entregarme a Dios yrenunciar a mí mismo por amor a él? "Amar", dicesanta Teresa del Niño Jesús, "es darlo todo y darseuno mismo". Si mi oración cotidiana consistieraen un solo pensamiento, sobre el cual volviera in-cansablemente: incitar a mi corazón a entregarsepor entero al Señor, fortalecerme sin cesar en laresolución de servirle j confiarme a él, esta ora-ción sería más pobre pero, indudablemente, mu-cho mejor.

Para continuar con el tema de la primacía delamor, recordemos un hecho en la vida de santa Te-resa de Lisieux. Poco antes de su muerte, estandosanta Teresa muy enferma y en cama, su hermana(la Madre Agnes) entró en su habitación y le pre-guntó: -"¿En qué piensas?". -"No pienso en nada;no puedo hacerlo, sufro demasiado, por eso rezo."-"¿Y qué le dices a Jesús?". Y Teresa respondió:-"No le digo nada, lo amo".

He aquí la oración más pobre pero más profun-da: un simple acto de amor, más allá de todas laspalabras, de todos los pensamientos. Debemos ten-der a esa simplicidad. A fin de cuentas, nuestraoración no debería ser más que eso: no palabras, nipensamientos, ni una sucesión de actos particula-res y distintos, sino un solo acto único y simple deamor. Pero nosotros, a quienes el pecado ha vueltotan complicados, tan dispersos, necesitamos mu-cho tiempo y un profundo trabajo de la gracia parallegar a esta simplicidad. Conservemos al menoseste pensamiento: el valor de la oración no se midepor la multiplicidad y abundancia de las cosas que

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hagamos; por el contrario, nuestra oración valdrámás en tanto más se asemeje a este simple acto deamor. Y, normalmente, cuanto más progresamos enla vida espiritual, más se simplifica nuestra oración.Volveremos a esto cuando hablemos de la evolu-ción de la vida de oración.

Antes de terminar de hablar sobre este punto,querríamos advertir acerca de una suerte de tenta-ción que puede surgir durante la oración. Ocurre amenudo, cuando estamos en oración, que apare-cen en nuestra mente pensamientos bellísimos yprofundos, como iluminaciones acerca del miste-rio de Dios, o perspectivas entusiastas relativas anuestra vida, etc. Esta especie de intuiciones o pen-samientos (que pueden parecemos geniales en esemomento), pueden tendernos una trampa contrala cual debemos estar en guardia. Existen a veces,con seguridad, iluminaciones e inspiraciones ele-vadas que Dios nos comunica durante la oración.Pero debemos saber que algunos de esos pensamien-tos que nos surgen pueden constituir una tenta-ción; al mantenerlos nos apartamos, en efecto, deuna presencia más pobre pero más agradable a Dios.Estos pensamientos nos arrastran, nos exaltan unpoco quizás, y terminamos por cultivarlos y porestar más atentos a ellos que al mismo Dios. Y, porotra parte, una vez acabado el tiempo de la ora-ción, nos damos cuenta de que todo recae y de quenada nos queda de esa exaltación.

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5 - Dios se entrega a travésde la humanidad de Jesús

Veamos ahora, después de la primacía del amordivino y de la primacía del amor, un tercer princi-pio fundamental que sostiene la vida contemplati-va del cristiano: encontramos a Dios en la humani-dad de Jesús.

Si oramos, es para entrar en comunión con Dios.Pero a Dios, nadie lo conoce. ¿Cuál es entonces elmedio, la mediación que nos ha sido dada paraencontrar a Dios? Existe un solo mediador, que esCristo Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre.La humanidad de Jesús, en tanto humanidad delHijo, es para nosotros la mediación, el punto deapoyo a nuestro alcance, por el cual nos es dado,con certeza, poder encontrar a Dios y unirnos conél. En efecto, dice san Pablo: "en él permanece toda lap le n itu d d e D io s e n fo rm a c o rp o ra l" (C o l 2 , 9 ). L ahumanidad de Jesús es ese sacramento primordialpor el cual la Divinidad se vuelve accesible a loshombres.

Somos seres de carne y de sangre, y tenemosnecesidad de apoyos sensibles para acceder a lasrealidades espirituales. Dios lo sabe, y es esto loque explica todo el misterio de la Encarnación. Te-nemos necesidad de ver, de tocar, de escuchar. Lahumanidad sensible y concreta de Jesús es paranosotros la expresión de esta maravillosa condes-cendencia de Dios, que sabe de qué estamos he-

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chos, y que nos da la posibilidad de acceder huma-namente a lo divino, de tocar lo divino por medioshumanos. Lo espiritual se ha hecho carnal. Jesúses para nosotros el camino hacia Dios: "el que me vea mí ve al Padre", dice Jesús a Felipe que le pide:" m u é s tr a n o s a l P a d r e , y e s o n o s b a s ta " (J n 1 4 , 8 -9 ) .

Hay allí un muy grande y hermoso misterio. Lahumanidad de Jesús en todos sus aspectos, aun enlos más humildes y aparentemente secundarios, espara nosotros como un inmenso espacio de co-munión con Dios. Cada aspecto de esta humani-dad, cada uno de sus rasgos, hasta el más peque-ño y escondido, cada una de sus palabras, cadauno de sus hechos y gestos, cada etapa de su vida,desde la concepción en el seno de María hasta laAsunción, nos pone en comunión con el Padre silo recibimos en la fe. Recorriendo esta humani-dad, como un paisaje que nos pertenece, como unlibro escrito para nosotros, apropiándonos de ellaen la fe y el amor, no dejamos de crecer en unacomunión con el misterio inaccesible e insonda-ble de Dios.

Esto significa que la oración del cristiano esta-rá siempre fundamentada en una cierta relacióncon la humanidad del Salvador4. Las distintas for-mas de oración cristiana (daremos algunos ejem-

4 Se sabe cómo estaba santa Teresa de Ávila convencida de

esta verdad, contra quienes enseñaban que, para llegar a launión con Dios, a la contemplación pura, era necesario, lle-gado el momento, abandonar toda referencia sensible, aun ala humanidad del Señor. Cf. Autobiografía, cap. 22 y SextasMoradas, VII.

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píos a continuación) encuentran toda su justifica-ción teológica y tienen como denominador comúnel poner en comunicación con Dios por medio deun cierto aspecto de la humanidad de Jesús. Sien-do la humanidad de Jesús el sacramento, el signoeficaz de la unión del hombre con Dios, nos bastaestar unidos en la fe con la humanidad de Jesúspara encontrarnos en comunión con Dios.

Bérulle expresa de manera muy hermosa cómolos misterios de la vida de Jesús, aunque hayantranscurrido en el tiempo, continúan siendo reali-dades vivientes y vivificantes para quien las con-templa en la fe:

"Debemos plantear la perpetuidad de estos mis-terios de una cierta manera: puesto que hanpasado en cierta forma, y perduran y son pre-sentes y eternos, de otra forma. Han pasadoen cuanto a su ejecución, pero están presentesen cuanto a su virtud, y su virtud no pasa ja-más, así como el amor con que fueron ejecuta-dos no pasará jamás. El espíritu, pues, el esta-do, la virtud, el mérito del misterio está siemprepresente... Esto nos obliga a tratar las cosas yel misterio de Jesús, no como cosas pasadas yextinguidas, sino como cosas vivas y presen-tes, de las cuales debemos también recoger unfruto presente y eterno".

Y aplica esto con respecto a la infancia de Jesús:"La infancia del Hijo de Dios es un estado pa-sajero; las circunstancias de esta infancia hanpasado y ya no es más niño, pero hay algo dedivino en este misterio, que perdura en el cielo

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y que opera una forma de gracia semejante enlas almas que están en la tierra, que place aDios afectar y dedicar a este humilde y primerestado de su persona".

Existen mil formas de estar en contacto con lahumanidad de Jesús: contemplar sus hechos y susgestos, meditar sobre sus actos y sus palabras, sobrecada uno de los acontecimientos de su vida terre-nal, conservarnos en nuestra memoria, mirar suimagen en un icono, adorarlo en su Cuerpo en laEucaristía, pronunciar su nombre con amor y guar-darlo en nuestro corazón, etc. Todo esto permite orar,con la sola condición de que dicha actividad no seauna curiosidad intelectual sino una búsqueda amo-rosa: "yo buscaba al amado de mi alma" (Cant 3,1).

En efecto, lo que nos permite apropiarnos ple-namente de la humanidad de Jesús, y entrar así encomunión real con el insondable misterio de Dios,no es la especulación de la inteligencia sino la fe, lafe como virtud teologal, es decir, la fe animada porel amor. Sólo ella tiene el poder, la fuerza necesaria-como insistirá persistentemente san Juan de laCruz- para hacernos entrar realmente en posesióndel misterio de Dios a través de la persona de Cris-to. Sólo ella nos permite llegar realmente a Diosen la profundidad de su misterio. La fe, que es ad-hesión de todo el ser al Cristo, en quien Dios seentrega a nosotros.

La consecuencia de esto, como ya lo hemos di-cho, es que el modo privilegiado de orar, para elcristiano, es comulgar con la humanidad de Jesús.Con el pensamiento, con la mirada, con el movi-

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miento de la voluntad, y según los distintos cami-nos, a cada uno de los que corresponde, si pode-mos decirlo así, un "método de oración".

Una forma clásica de entrar en la vida de ora-ción, al menos en Occidente, es aquella que acon-seja santa Teresa de Ávila: vivir en compañía deJesús como con un amigo con el que se dialoga, alque se escucha, etc.:

"Podemos imaginarnos ante Cristo, ejercitar-nos en enamorarnos vivamente de su Huma-nidad sagrada, vivir en su presencia, hablarle,pedirle lo que necesitamos, lamentarnos anteél por nuestras penas, alegrarnos con él de nues-tras alegrías, y no olvidarlo por ello, sin buscaroraciones almidonadas, sino palabras confor-mes con nuestros deseos y necesidades. Es unamanera excelente de hacer rápidos progresos.A quienes se esfuerzan en vivir así, en esta pre-ciosa compañía, en sacar provecho de ella, ensentir un verdadero amor por este Señor, aquien tanto debemos, yo los considero muyadelantados" (Autobiografía, cap. 12).

Volveremos sobre esto dando otros ejemplos.

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6 - Dios vive ennuestro corazón

Querríamos enunciar ahora un cuarto principioteológico que es de gran importancia también paraguiarnos en la vida de oración. Por su intermedio,queremos unirnos a la presencia de Dios. Por otraparte, los modos de presencia de Dios son múlti-ples, lo que explica también la diversidad en losmodos de orar: Dios está presente en la creación yse lo puede ver allí; está presente en la Eucaristía ypodemos adorarlo en ella; está presente en la Pala-bra y podemos encontrarlo meditando sobre lasEscrituras, etc.

Pero existe otra modalidad de la presencia deDios que tiene consecuencias muy importantes parala vida de oración, y es la presencia de Dios ennuestro corazón.

Como todas las otras formas de la presencia deDios, esta presencia dentro nuestro no es en prin-cipio objeto de la experiencia (puede llegar a serlo,poco a poco, en ciertos momentos privilegiados...),pero sí objeto de la fe: con independencia de loque podamos experimentar, sabemos, a ciencia cier-ta, por la fe, que Dios habita en el fondo de nues-tro c o ra zó n . "¿ N o sa b e n q u e su c u erp o e s te m p lo d e lEspíritu Santo?", dice san Pablo (1 Cor 6, 19).

Santa Teresa de Ávila nos cuenta que compren-der esta verdad fue para ella una iluminación quetransformó profundamente su vida de oración.

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"Creo que si hubiera comprendido, como com-prendo hoy, que en este pequeñísimo palacioque es mi vida vivía un Rey tan grande, no lohubiese dejado solo tan a menudo, me hubiesequedado de vez en cuando junto a él y hubiesehecho lo necesario para que el palacio estuvie-se menos sucio. ¡Qué admirable es pensar queAquel cuya grandeza llenaría mil mundos ymucho más, se encierra así dentro de algo tanpequeño! En verdad, como él es el Maestro yes libre, y como nos ama, se reduce a nuestrota m a ñ o .. . " ( C a m in o d e p e r fe c c c ió n , c a p . 2 8 ) .

Todos los aspectos de recogimiento, de interio-ridad, de volver sobre sí mismo, que pueden existiren la vida de oración, encuentran aquí su verdade-ro sentido. Sin ello, el recogimiento sería sólo unreplegarse sobre sí mismo. El cristiano puede legí-timamente volverse sobre sí porque, más allá y másprofundamente que todas sus miserias interiores,encuentra a Dios, "más íntimo a nosotros que no-sotros mismos", según la expresión de san Agustín,Dios que habita en nosotros por la gracia del Espí-ritu Santo. "El centro más profundo del alma esDios", dice san Juan de la Cruz (Vive Flamme, I, 3).

En esta verdad se encuentra la justificación detodas las formas de oración como "plegaria del co-razón". Descendiendo con fe a su propio corazón,el hombre se une allí a la presencia de Dios que lohabita. Si en la oración existe este movimiento porel cual nos unimos a Dios como Otro, como exter-no, fuera de nosotros (y presente de manera emi-nente en la humanidad de Jesús), existe, también,

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lugar en ella para este movimiento por el cual des-cendemos al interior de nuestro propio corazón parareunimos allí con Jesús, tan cerca, tan accesible.

"¿ Q u ié n su b irá a l c ie lo y n o s lo tra e rá ? ... ¿ Q u ié np a sa rá h a s ta e l o tro la d o (d e l m a r) y n o s lo tra e -rá ? ... T od o lo co n trario , m i p a lab ra h a lleg ad o b ienc e r c a d e t i , y a la t ie n e s e n la b o c a ( y e n tu c o ra -z ón ) ..." (D eu t 3 0 , 1 4 )."¿Piensan ustedes que es poco importante paraun alma aturdida comprender esta verdad, verque no tiene necesidad de ir al cielo para ha-blar con su Padre eterno, ni para deleitarse conél, y que no es necesario que le hable con gran-des gritos? Por bajo que le hable, está tan cer-ca de nosotros que nos escucha; el alma nonecesita alas para ir a buscarlo. Sólo buscar lasoledad para verlo dentro de sí misma, sinasombrarse de encontrar allí tan gran huésped.Con gran humildad, hablarle como a un pa-dre, contarle sus necesidades, sus penas comoa un padre, pedirle que les ponga remedio, com-prendiendo bien que no es digna de ser su hija"(Santa Teresa de Avila, op. di.).

Cuando no sabemos cómo orar, debemos proce-der simplemente así: recojámonos, hagamos silen-cio y entremos en nuestro propio corazón; entre-mos más profundamente en nosotros mismos yreencontremos por la fe esta presencia de Jesús quenos habita, quedándonos apaciblemente con él. Nolo dejemos solo; hagámosle compañía el mayortiempo posible. Y si perseveramos en este ejerci-cio, no tardaremos en descubrir la realidad de lo

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que los cristianos orientales llamaban "el lugar delcorazón" o la "célula interior", para hablar comosanta Catalina de Siena, este centro de nuestra per-sona en el que Dios se ha establecido para estarcon nosotros, y en el que podemos siempre estarcon él. Este espacio interior de comunión con Diosexiste, nos ha sido dado, pero muchos hombres ymujeres ni siquiera lo sospechan, porque nunca hanentrado en él, nunca han descendido a este jardínpara recoger sus frutos. Feliz el que hace este des-cubrimiento del Reino de Dios dentro suyo, por-que su vida será cambiada.

Es verdad que el corazón del hombre es un abis-mo de miseria y de pecado. Pero, más profunda-mente, está Dios. Para retomar una imagen de san-ta Teresa de Ávila, el hombre que persevera en laoración es como aquel que va a sacar agua de unpozo: tira su balde, y al comienzo sólo retira barro.Pero si tiene confianza y persevera, llegará el díaen el que encontrará en su corazón un agua muyp u ra : " P u es e l q u e cree en m í ten d rá d e b eb er . L o d ice laE sc r itu ra : 'D e é l sa ld rá n r ío s d e a g u a v iv a '" (Jn 7 , 3 8 ) .

Esto es de gran importancia para toda nuestravida. Si descubrimos, gracias a la perseverancia enla oración, ese "lugar del corazón", poco a poconuestros pensamientos, nuestras elecciones, y nues-tras acciones, que demasiado a menudo brotan dela parte superficial de nuestro ser (nuestras inquie-tudes, nuestras debilidades, nuestras reaccionesinmediatas...) procederán de este centro profundodel alma en el que estamos unidos a Dios por elamor. Accederemos a una nueva forma de ser, en la

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cual todo procede del amor, y entonces seremoslibres.

Hemos enunciado aquí cuatro principios quedeben orientar nuestra actividad durante la ora-ción: primacía de la acción de Dios; primacía delamor; la humanidad de Jesús como instrumentode comunión con Dios y, finalmente, la presenciade Dios que vive en nuestro corazón. Estos son losprincipios que deben servirnos de referencia paravivir bien el tiempo de la oración.

Pero, como hemos dicho antes, para compren-der lo que debe ser nuestra plegaria, debemos tam-bién tomar en cuenta la evolución de la vida deoración: las etapas de la vida espiritual. Vamos aho-ra a abordar este tema.

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CAPÍTULO III

Evolución de lavida de oración

1 - De la inteligenciaal corazón

La vida de oración no es evidentemente una rea-lidad estática: tiene su desarrollo, sus etapas y suprogreso no siempre lineal, sino también, muchasveces y al menos en apariencia, con retrocesos.

Los autores espirituales que tratan el tema de laoración tienen también la costumbre de distinguirdistintas fases en el progreso de la oración, dife-rentes "estados de oración". Desde los más comu-nes a los más elevados, que marcan el itinerario delalma en su unión con Dios. El número de estasfases y la forma de clasificarlas varía según los au-tores. Santa Teresa de Ávila hablará de siete mora-das, otro distinguirá tres fases (purgativa, ilumi-nativa y unitiva); ciertos autores harán seguir, a lameditación, la oración efectiva, luego la oración dela simple mirada y la oración de la quietud, antesde hablar del sueño de las potencias, del rapto, deléxtasis, etc.

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No queremos entrar en la consideración detalla-da de las etapas de la vida de oración y de las gra-cias -y las pruebas- de orden místico que encon-tramos en ella (aunque todo esto sea mucho másfrecuente de lo que se cree). Referimos a los lecto-res a autores más competentes y, de todas mane-ras, no consideramos que sea necesario tratar eltema, por el público al cual destinamos este libro.Agreguemos también que los esquemas que descri-ben el caminar en la vida de oración no deben sertomados nunca de forma rígida, como una suertede itinerario obligado, sobre todo en la actualidad,cuando la sabiduría de Dios parece complacerse entrastornar las leyes clásicas de la vida espiritual.

Dicho esto, debemos sin embargo hablar de loque constituye para nosotros la primera gran evo-lución, la transformación fundamental de la vidade oración, de la cual son sólo consecuencia todaslas evoluciones ulteriores. Además, ya nos hemosreferido a ella.

Esta evolución es llamada con diferentes nom-bres según los distintos puntos de vista, y tambiénsegún las diversas tradiciones espirituales, pero creoque se la encuentra un poco en todas partes, auncuando los caminos que se aconsejen o describanen ellas tengan puntos de partida muy distintos. ElOccidente, por ejemplo, que propone habitualmen-te (o proponía, puesto que actualmente el acceso ala vida de oración se realiza a menudo por otrasvías) la meditación como método de inicio para lapráctica de la oración, hablará del pasaje de lameditación a la contemplación. San Juan de la

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Cruz escribió largamente sobre este tema, dandola descripción de esta etapa y los criterios que per-miten identificarla.

La tradición oriental de la plegaria de Jesús (aunllamada plegaria del corazón), popularizada entrenosotros en estos últimos años por el libro Rela-tos de un peregrino ruso, y que tiene como pun-to de partida la repetición incansable de una brevefórmula que contiene el nombre de Jesús5, hablade ese momento en el cual la oración desciendede la inteligencia al corazón.

Se trata esencialmente del mismo fenómeno, aúncuando esta transformación -que puede ser des-cripta también como una simplificación de la ora-ción, como el pasaje de una plegaria "activa" a otramás "pasiva"- puede tener manifestaciones muydiversas según la persona y su itinerario espiritual.

¿En qué consiste esta transformación? En un donparticular de Dios, que recibe un día la personaque ha perseverado en la oración. Don que de nin-guna manera puede ser forzado. Que es pura graciaaun cuando, ciertamente, la fidelidad a la oracióntenga gran importancia para preparar y favorecerdicha gracia. Don que puede llegar rápidamente, aveces luego de sólo unos pocos años, o a veces nun-ca. Que puede ser otorgado de manera casi imper-ceptible en sus comienzos. Que puede no ser per-manente, al menos en sus inicios, y estar sujeto aprogresos y retrocesos.

5 Volveremos a hablar de esta forma de oración.

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La característica esencial de este don es la dehacer pasar de una oración en la cual predomina laactividad humana (repetición voluntaria de unafórmula, como en el caso de la plegaria de Jesús, ode la actividad discursiva del espíritu, en el caso dela meditación, en la cual se escoge un texto o untema, se lo considera haciendo funcionar la re-flexión y la imaginación, se extraen de ella afectosy resoluciones, etc.) a una oración en la cual es laactividad divina la que predomina, y el alma debetender más a dejarse estar que a hacer, y a mante-nerse en una actitud de simpleza, de abandono, deatención amorosa y apacible ante Dios.

En el caso de la plegaria de Jesús, es ésta la expe-riencia que la plegaria derrama por sí misma en elcorazón, poniéndolo en un estado de paz, de satis-facción y de amor. En el caso de la meditación, laentrada en esta nueva etapa se manifiesta a menu-do por una suerte de aridez, por una incapacidadde hacer jugar la reflexión y una tendencia a dejar-se estar sin hacer nada ante Dios. Un "hacer nada"que no es inercia ni pereza espiritual, sino abando-no amoroso.

Esta transformación debe ser recibida como unagran gracia aunque, en el caso de aquellos que du-rante largo tiempo han estado acostumbrados a ha-blar mucho al Señor, o a meditar, sintiéndose biencon ello, esta gracia puede tener algo de desconcer-tante. El alma tiene la impresión de retroceder, deque su plegaria se empobrece, y sentirse impotentepara orar. No puede ya rezar como acostumbrabahacerlo, es decir, mediante la actividad de su inteli-

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gencia, de su discurso interior apoyado en sus pen-samientos, sus imágenes, sus gustos sensibles.

San Juan de la Cruz debió insistir en sus obras(tomando incluso partido muy vehementementecontra ciertos directores de almas que no enten-dían esto) para convencer a quienes habían recibi-do esta gracia de que debían acogerla, de. qué de-bían aceptar este empobrecimiento aparente comosu verdadera riqueza, y no pretender volver a cual-quier costo a la meditación, contentándose conpermanecer delante de Dios en una actitud de ol-vido de sí mismo y de simple atención amorosa ytranquila.

E s ta p o b r e z a , ¿ p o r q ué e s u n a r iq u e z a ?

¿Por qué es una gracia tan grande el pasaje aesta nueva etapa que acabamos de describir?

Por una razón muy simple y fundamental, quesan Juan de la Cruz explica muy bien. Todo lo quecomprendemos acerca de Dios no es todavía Dios;todo lo que podamos pensar, imaginar o sentir acer-ca de Dios no es aún Dios. Porque Dios está infini-tamente más allá de todo eso, de toda imagen, detoda representación, de toda percepción sensible.Pero, por otra parte, no está más allá de la fe, noestá más allá del amor. La fe, dice el doctor místi-co, es el único medio que nos ha sido proporciona-do para unirnos a Dios. Es decir, el único acto quenos pone realmente en posesión de Dios. La fe,como movimiento simple y amante de adhesión a Dios que se revela y se entrega en Jesús.

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Puede ser bueno, para acercarnos a Dios en laoración, valemos de la palabra, de la reflexión, dela imaginación, de los sentidos. Mientras que estonos haga bien y nos estimule, nos ayude a conver-tirnos, fortalezca nuestra fe y nuestro amor, debe-mos servirnos de ello. Pero no podemos alcanzar aDios en su esencia mediante nuestra actividad ba-sada en estos medios, porque él está más allá delalcance de nuestra inteligencia y de nuestra sensi-bilidad. Sólo la fe animada por el amor nos da ac-ceso a Dios mismo. Y esta fe no puede ejercerseplenamente sino a costa de una suerte de despren-dimiento de las imágenes y de los gustos sensibles.Es por ello que en ciertos momentos Dios se retirasensiblemente, de manera que no nos queda másque esta fe que puede ejercerse; las otras faculta-des parecen volverse incapaces de funcionar.

De esta manera, cuando el alma ya no piensa,no se apoya en imágenes, no siente algo en parti-cular, sino qué se mantiene en una actitud de ad-hesión amorosa con Dios, aún cuando no percibaclaramente nada y tenga la impresión de no hacernada y de que nada ocurre, Dios se comunica conella secretamente de forma mucho más profunda ymucho más sustancial.

La oración no es ya entonces una actividad delhombre que se pone en comunicación con Dioshablando, ejercitando su inteligencia y sus otrasfacultades, sino que se convierte en una suerte dederrame muy profundo de amor, a veces sensible ya veces no, por medio del cual Dios y el alma secomunican mutuamente. Es ésta la contempla-

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ción, según san Juan de la Cruz, esta "infusión se-creta, pacífica, amorosa", mediante la cual Dios seentrega a nosotros. Dios se vierte en el alma, y elalma se vierte en Dios, en un movimiento casi in-móvil, producido por la operación del Espíritu San-to en el alma.

Es ciertamente casi imposible describir esto conpalabras, pero es lo que viven muchas personas ensu oración, a veces sin tener ellas mismas concien-cia de que lo hacen. Así como Monsieur Jourdain(protagonista de El Burgués Gentilhombre, deMoliere) hablaba en prosa sin saberlo, muchas al-mas simples son contemplativas sin darse cuentade la profundidad de su plegaria. Y, sin duda, esmejor así.

Cualquiera que sea el punto de partida de la vidade oración (y, como ya lo hemos dicho, los puntosde partida pueden ser extremadamente distintos),es a este fin, o por lo menos a esta etapa, que el.Señor desea intensamente conducirnos. Más allá,está todo aquello que el Espíritu Santo puede sus-citar como etapas posteriores, como gracias aún máselevadas, de las cuales no hablaremos.

Es asombroso constatar, por ejemplo, que en tra-diciones tan alejadas como las de la "plegaria déJesús" y aquella de la cual san Juan de la Cruz esrepresentante, donde los caminos propuestos sontan diferentes, cuando se trata de describir la gra-cia de la contemplación hacia la que conducenambos caminos, encontramos expresiones casi si-milares. Cuando san Juan de la Cruz derribe la

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co n tem p lac ió n co m o "u n a d u lce re sp ira ció n d e a m o r" ,nos parece reconocer el lenguaje de la Philocalia6.

2 - El corazón herido

Vamos a hacer ahora algunas consideracionescomo síntesis de lo que hemos dicho en los últi-mos capítulos, que nos van a ubicar en el puntodonde todo coincide: la primacía del amor, la con-templación, la plegaria del corazón, la humanidadde Jesús, etcétera.

A fin de cuentas, la experiencia muestra que paraorar bien, para encontrarse en ese estado de ora-ción pasiva del cual hemos hablado, en la que Diosy el alma se comunican en profundidad, es necesa-rio que el corazón sea herido. Herido por el amorde Dios, herido por la sed del Bienamado. La ora-ción no puede verdaderamente descender al cora-zón y alojarse allí sino al costo de una herida. Esnecesario que Dios nos haya tocado, por así decir,en un nivel suficientemente profundo del corazóncomo para que ya no podamos prescindir de él. Sinesa herida de amor, nuestra oración no sería en rea-lidad más que un ejercicio espiritual; aún siendoun piadoso ejercicio de espiritualidad, no sería nun-

6 Obra principal que en Oriente, especialmente en Rusia, re-agrupa los textos de los Padres y autores espirituales relati-vos a la Plegaria de Jesús.

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ca la comunión íntima con Aquél cuyo propio co-razón ha sido herido de muerte por nosotros.

Hemos hablado de la humanidad de Jesús comomediación entre Dios y el hombre. El centro de lahumanidad de Jesús es su corazón herido. El Cora-zón de Jesús ha sido abierto para que el amor divi-no pueda derramarse sobre nosotros, y para quetengamos acceso a Dios. No podremos verdadera-mente recibir esta expansión de amor si nuestropropio corazón no está abierto también por unaherida. Podrá haber así realmente un intercambiode amor, lo que es el único fin de la vida de ora-ción, que se convierte de esta manera en lo quedebe ser: un encuentro corazón a Corazón.

Esta herida que produce el amor en nosotrospodrá tener, según los momentos, distintas mani-festaciones. Podrá ser deseo, búsqueda ansiosa delBienamado, arrepentimiento y dolor por el peca-do, sed de Dios, agonía de la ausencia. Podrá serdulzura que dilata el alma, felicidad inexpresable,fuego ardiente y pasión. Hará de nosotros seresmarcados para siempre por Dios, que no podrántener otra vida en ellos que la vida de Dios.

El Señor, cuando se nos revela, busca en reali-dad curarnos: curarnos de nuestras amarguras, denuestras faltas, de nuestras culpas verdaderas o fal-sas, de nuestras durezas. Nosotros lo sabemos, yesperamos esa curación. Pero es importante com-prender que, en un sentido, él busca más herirnosque curarnos. Puesto que es hiriéndonos más y másprofundamente como él nos procura la verdaderacuración.

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Cualquiera que sea la actitud de Dios hacia no-sotros ya sea que esté muy cerca nuestro o que pa-rezca alejarse, que sea tierno o que parezca indife-rente (y existen esas alternancias en la vida deoración), lo que él hace tiene siempre como fin elherirnos cada vez más de amor.

Hay en el "Tratado del amor de Dios", de san Fran-cisco de Sales, un capítulo muy hermoso, en el queel santo muestra las distintas formas que Dios tie-ne para herir de amor al alma. Aún cuando Diosparece abandonarnos, dejarnos en nuestros defec-tos, en la sequedad del alma, lo hace sólo para he-rirnos más vivamente:

"Esta pobre alma, que sabe bien que está re-suelta a morir antes que ofender a su Dios, peroque no siente sin embargo ni una pizca de fer-vor, muy por el contrario, experimenta unafrialdad extrema que la hace sentir tan entu-mecida y débil que cae continuamente en gran-des imperfecciones; esta alma está herida, puespara su amor es tan doloroso ver que Dios pa-rece no advertir cuánto ella lo ama, dejándolacomo si fuese una criatura ajena, y siente queentre sus faltas, sus distracciones y sus frialda-des, el Señor lanza contra ella este reproche:'¿Cómo puedes decir que me amas, si tu almano está conmigo?'. Lo que constituye para ellaun dardo de dolor que atraviesa su corazón,pero un dardo que procede el amor, puesto quesi ella no lo amara, no se afligiría tanto por eltemor que tiene de no amarlo" (Tratado del amorde Dios, Libro 6, cap. 15).

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Dios nos hiere a veces más efizcamente deján-donos en nuestras miserias que curándonos de ellas.

En efecto, Dios no busca tanto hacernos perfec-tos como unirnos a él. Una cierta perfección (se-gún la imagen que tenemos a menudo de ella) nosharía autosuficientes e independientes; por el con-trario, ser heridos nos vuelve pobres pero nos poneen comunión con él. Y eso es lo que cuenta: noalcanzar una perfección ideal, sino no poder pres-cindir de Dios, estar unidos a él de manera cons-tante, tanto por nuestras miserias como por nues-tras virtudes. De manera que su amor puedeincesantemente volcarse sobre nosotros y que ten-gamos la necesidad de darnos enteramente a él,porque es la única solución. Y es este lazo el quenos santificará, el que nos llevará a la perfección.

Esta verdad explica muchas cosas en nuestra vidaespiritual. Nos ayuda a comprender por qué Jesúsno libró a san Pablo de ese aguijón de su carne, deese " verd a d ero d e leg a d o d e S a ta n á s , cu ya s b o fe tea d a sm e g u a r d a n d e to d o o r g u l lo " , s in o q u e le re s p o n d ió :" T e b a s ta m i g ra cia , m i m a yo r fu erza se m a n ifie sta en ladebilidad" (2Cor 12, 9).

Esto explica también porqué los hombres y lospequeños, los que han sido heridos por la vida, tie-nen a menudo gracias de oración que no se encuen-tran en los que más tienen. -

Orar es mantener abierta esta herida

En realidad la oración consiste sobre todo enmantener abierta esta herida de amor, en impedir

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que se cierre. Y esto también es lo que debe guiar-nos para saber qué hacer en la oración. Cuando laherida amenaza cerrarse, o se atenúa, en la rutina,la pereza, la pérdida del primer amor, es entoncescuando debemos actuar, despertarnos, despertarnuestro corazón, estimularlo a amar empleandotodos nuestros buenos pensamientos y resolucio-nes, esforzándonos tanto como nos sea posible,según la imagen de santa Teresa de Ávila, en hacerbrotar el agua que nos falta, hasta que el Señor seapiade de nosotros y haga llover él mismo7. Estopuede exigir a veces un esfuerzo perseverante. "Meleva n ta ré , p u es, y reco rreré la c iu d ad . P o r la s ca lles y la sp la z a s b u s c a ré a l a m a d o d e m i a lm a " (C a n t 3 , 2 ) .

Si, por el contrario, el corazón está abierto, si elamor se derrama, ya sea que lo haga con fuerza ocon una dulzura extrema, pues los movimientos delamor divino son, a veces, casi insensibles, si existe,aún así un derramamiento de amor, porque el co-razón está despierto y atento: "Yo dormía, pero mic o r a zó n e s ta b a d e s p ie r to " (C a n t 5 , 2 ) , d e b e m o s a b a n -donarnos a ello, sin hacer más que consentir, ohaciendo solamente lo que ese amor suscita ennosotros como respuesta.

Hemos dicho que los puntos de partida de lavida de oración podían ser muy diferentes. Hemosevocado la meditación y la plegaria de Jesús, queson sólo algunos ejemplos. Y creo que hoy, en estenuestro siglo tan particular, en el que nosotros es-

7 La santa desarrolla largamente esta imagen del agua en suAutobiografía, caps. 11 y siguientes.

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tamos tan heridos y Dios tan apremiado, las eta-pas tradicionales y progresivas de la vida espiritualse ven frecuentemente desquiciadas; nos vemos amenudo como proyectados sin preámbulo en la vidade oración, y recibimos de forma casi inmediataesta herida de la cual hemos hablado: por la graciade la conversión, por la experiencia de la Efusióndel Espíritu Santo, como puede darse en la renova-ción carismática o, en otras ocasiones, medianteuna prueba providencial a través de la cual Dios seadueña de nosotros. La parte que nos correspondeentonces en la vida de oración consiste en ser fie-les a la plegaria, a perseverar en el diálogo íntimocon Aquel que nos ha tocado, a fin de "manteneresta herida abierta", impidiendo que se cierre cuan-do el "momento fuerte" de la experiencia de Diosparezca alejarse y nos olvidemos poco a poco de loocurrido, dejándonos gradualmente ser sepultadospor el polvo de la rutina, del olvido, de la duda.

3 - Nuestro corazón y elcorazón de la Iglesia

Para concluir esta parte, querríamos decir algu-nas palabras acerca del alcance eclesial de la vidade oración. En primer lugar, porque se trata de unmisterio muy bello, que puede alentar fuertementea las personas a perseverar en la oración. Pero tam-

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bien para asegurarnos de no dejar en el lector laimpresión -totalmente falsa- de que un componen-te tan esencial de la vida cristiana como la dimen-sión eclesiástica sea extraño a la vida de oración, otenga con ella sólo un contacto periférico. Muy porel contrario: entre la vida de la Iglesia -con la am-plitud universal de su misión- y lo que pasa entreun alma y su Dios en la intimidad de la plegariaexiste un lazo extremadamente profundo, aunquea menudo invisible. No es por casualidad que uncarmelita que no salió nunca de su convento hayasido declarado patrono de las misiones.

Habría muchísimo que decir en este tema acer-ca de las relaciones entre misión y contemplación,la forma en la cual la contemplación nos insertaíntimamente en el misterio de la Iglesia, sobre lacomunión de los santos, etc.

La gracia de la oración va siempre acompañadade una profunda inserción en el misterio de laIglesia. Esto se ve muy claramente en la tradicióncarmelita -que en un sentido es la más con-templativa- donde lo que se busca de manera másfuerte y explícita es la unión con Dios a través deun camino de oración, en un itinerario que puedeparecer externamente muy individualista. Pero almismo tiempo, es allí donde encontramos expresadade la forma más clara y explícita la articulaciónentre la vida contemplativa y el misterio de laIglesia. Sólo que esta articulación no está vista demanera superficial, con criterios de visibilidad y deeficacia inmediatas, sino que se comprende en todasu profundidad mística. Esta articulación es

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extremadamente simple pero profunda: se realizapor el Amor, porque entre Dios y el alma sólo setrata de amor, y en la eclesiología implícita en ladoctrina de los grandes representantes del Carmelo(Teresa de Ávila, Juan de la Cruz, Teresa de Lisieux)lo que constituye la esencia del misterio de la Iglesiaes también el Amor. El amor que une a Dios y alalma, y el amor que constituye la realidad profundade la Iglesia son idénticos, pues este amor es undon del Espíritu Santo.

Santa Teresa de Ávila murió diciendo: "Yo soyhija de la Iglesia". Si ella funda sus carmelitas,enclaustra a sus hermanas y las impulsa a la vidamística, es en primer lugar como respuesta a lasnecesidades de la Iglesia de su tiempo; se sienteconmocionada por los estragos de la reforma pro-testante y por los relatos de los conquistadores acer-ca de esos pueblos inmensos de paganos que de-bían ser ganados para Cristo. "El mundo está enllamas; no se trata de ocuparse de cosas sin impor-tancia."

San Juan de la Cruz afirma muy claramente queel amor gratuito y desinteresado a Dios vivido enla oración es lo que beneficia más a la Iglesia, y esde hecho lo que ella más necesita. "Un acto de amorpuro beneficia más a la Iglesia que todas las obrasdel mundo."

Es santa Teresa del Niño Jesús quien expresa dela manera más bella y más completa este nexo en-tre el amor personal por Dios, vivido en la oracióny el misterio de la Iglesia. Ella entra al Carmelo"para orar por los sacerdotes y por los grandes pe-

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cadores", y el momento más fuerte de su vida esaquél en el que descubre su vocación. Ella, que de-sea tener todas las vocaciones, porque desea amara Dios hasta la locura y servir a la Iglesia de todaslas maneras posibles, cuyos deseos desmesuradosson un martirio, sólo encontrará la paz cuando com-prenda, a través de las Escrituras, que el serviciomás grande que puede prestar a la Iglesia, y quecontiene a todos los otros, es mantener en ella elfuego del amor:

"... sin ese amor, los misioneros dejarán deanunciar el Evangelio, los mártires de dar susvidas... He descubierto finalmente mi vocación:en el corazón de la Iglesia, mi madre, yo seréel amor".

Y éste se vive sobre todo en la oración:"Siento que cuanto más el fuego del amor abra-

ce mi corazón, cuanto más le pida que me atrai-ga hacia él, tanto más las almas se acercarán amí (¡pobre pequeño resto de hierro inútil, sime alejara del brasero divino!), tanto más co-rrerán rápidas hacia los perfumes de su Biena-mado, puesto que un alma abrasada de amorno puede quedarse quieta. Sin duda, como san-ta Magdalena, se echarán a los pies del Señor,para escuchar su palabra dulce e inflamada;pareciendo no dar nada, darán mucho más queMarta, que se atormenta con muchas cosas yquiere que su hermana la imite... Todos los san-tos lo han comprendido, y más particularmen-te quizá quienes llenaron el universo con la luzde la doctrina evangélica. ¿No es en verdad en

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la oración donde los santos Pablo, Agustín, Juande la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Do-mingo y otros tantos ilustres amigos de Diosdescubrieron esta ciencia divina, que maravi-lla a los más grandes genios? Un sabio ha di-cho: dame una palanca y un apoyo y moveré latierra. Y lo que Arquímedes no pudo conse-guir, porque su pedido no iba dirigido a Dios,y sólo se basaba en un punto de vista material,lo consiguieron los santos en toda su plenitud.El Todopoderoso les dio como punto de apoyoa Sí mismo y sólo a Sí mismo, y como palancaa ta oración, que abrasa con fuego de amor, yes así como movieron la tierra. Y de esta ma-nera la mueven los santos aún militantes y lamoverán también, hasta el fin del mundo, lossantos por venir".

La vida de Teresa presenta este muy hermosomisterio; ella sólo quiere vivir una cosa: una vidacorazón con corazón con Jesús, pero cuanto másentra en esta vida, cuanto más se centra en el amorde Jesús, más su corazón se agranda y se dilata almismo tiempo en el amor de la Iglesia; su corazónse hace grande como la Iglesia, más allá de todolímite de espacio y tiempo8. Cuanto más Teresavive en la oración de su vocación de amor por Je-sús, más entra interiormente -en el misterio de laIglesia. Y ésta es, por otra parte, la única manera

8 V er lo s cap ítu lo s co n sa g rad o s a san ta T eresa d e l N iño Jesúse n e l m u y h e rm o so lib ro d e l P . L é th e l, titu la d o C o n n a itrel'amour du Christ qui surpasse toute connaisance, edición delC a rm e lo .

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de comprender verdaderamente a la Iglesia. El almaque no vive en la plegaria una relación de esposacon Dios, no comprenderá nunca a la Iglesia, nipercibirá su identidad profunda. Pues Ella es la es-posa de Cristo.

En la oración, Dios se comunica con el alma y leexpresa su deseo de que todos los hombres se sal-ven. Nuestro corazón se identifica con el corazónde Jesús, participa de su amor por su Esposa que esla Iglesia y de su sed de dar la vida por ella y porto d a la h u m a n id a d : " T e n e d e n v o so tro s lo s s e n tim ie n -to s q u e fu ero n lo s d e J esu c r is to " , n o s d ic e s a n P ab lo .Sin la oración, esta identificación con Cristo nopuede realizarse.

La gracia propia del Carmelo consiste en haberpuesto en evidencia el lazo profundo entre la unióncorazón a corazón con Jesús en la oración, y la in-serción en el corazón de la Iglesia. Debemos verallí, sin duda alguna, una gracia mañana, porque¿no es acaso el Carmelo la primera orden marianade Occidente?, y ¿quién sino María, Esposa porexcelencia, y figura de la Iglesia, podría introducir-nos en esas profundidades?

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CAPÍTULO IV

Las condicionesmateriales de laoración

Hagamos ahora algunas observaciones acerca delas condiciones externas de la oración: duración,momentos, actitudes, lugares adecuados.

No debemos otorgar a esto una importancia ex-cesiva; ello significaría hacer de la vida de oraciónuna técnica, o concentrarse en lo que no es esen-cial, lo que sería erróneo. En principio, podemos oraren cualquier momento, sin importar dónde, y conuna gran variedad de actitudes físicas, en la santalibertad de las criaturas de Dios. Sin embargo, nosomos espíritus puros; somos seres encarnados, con-dicionados por el cuerpo, el espacio y el tiempo; for-ma parte de la sabiduría bíblica tenerlo en .cuenta ysaber emplear estas contingencias concretas al ser-vicio del espíritu. Más aún si tenemos en cuentaque el espíritu se encuentra a veces incapacitado paraorar, y es entonces afortunado que exista este "her-mano asno" que puede acudir en su ayuda y de al-guna manera suplir esta falta con una señal de lacruz, una actitud de prosternación, o el movimien-to de los dedos sobre las cuentas del Rosario,

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1 - Tiempo

El momento para orar

Todo momento es bueno para orar, pero inten-temos, según nuestras posibilidades, consagrar a laoración los momentos más favorables: aquellos enlos cuales el espíritu está relativamente fresco, nodemasiado cargado aún con las preocupaciones in-mediatas, en condiciones de no ser interrumpidocada tres minutos, etc. Pero, una vez aclarado esto,debemos decir que disponemos a veces de poca li-bertad para elegir el momento ideal. Estamos lamayor parte del tiempo obligados a aprovechar losraros momentos propicios que nos dejan nuestroscompromisos.

Debemos saber también aprovechar, dentro delo posible, la gracia propia de ciertas circunstan-cias. Con seguridad, el tiempo que sigue a la Euca-ristía será un momento privilegiado para la oración.

Un punto nos parece importante, y es que debe-mos tender siempre a convertir la oración en unhábito. Que no sea una excepción, un momentoarrancado con gran trabajo a otras actividades, sinoque forme parte del ritmo normal de nuestras vi-das, y que su lugar en ese ritmo no sea nunca dis-cutido. Así la fidelidad, tan esencial, como hemosseñalado, nos será mucho más fácil. La vida huma-na está hecha de ritmos: el ritmo del corazón, de la

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respiración, del día y la noche, de las comidas, dela semana, etc. La oración debe entrar en estos rit-mos para convertirse en un hábito, tan vital comolos demás hábitos que constituyen nuestra existen-cia. El hábito no debe ser considerado como algonegativo (al contrario de la rutina); por el contra-rio, constituye la facilidad de hacer naturalmentealgo que en principio exigía de nosotros un esfuer-zo y una lucha. El lugar que Dios ocupa en nuestrocorazón es el que ocupa en el ritmo de nuestra vida,de nuestros hábitos. La oración debe convertirseen la respiración de nuestra alma.

Agreguemos que el ritmo fundamental de nues-tra vida es el de los días. Nuestra oración debe ser,en lo posible, cotidiana.

Duración del tiempo de oración

Algunas observaciones en cuanto a la duraciónde la oración. Esta debe ser suficiente. Consagrarcinco minutos a la oración no es dar de nuestrotiempo a Dios. Pensemos que damos ese tiempo acualquier persona cuando nos queremos librar deella. Un cuarto de hora es el mínimo estricto. Quientiene posibilidad de hacerlo no debe dudar en con-sagrar una hora o más todos los días.

Debemos cuidarnos, sin embargo, de ser dema-siado ambiciosos al establecer la duración de nues-tras oraciones, bajo pena de exigirnos más de loque nuestras fuerzas nos permitan y terminar des-alentándonos. Vale más un tiempo relativamentebreve (veinte minutos o media hora), realizado

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mente todos los días, que dos horas pero irregular-mente de vez en cuando. Es importante fijarnos untiempo mínimo para la oración, y no abreviarlosalvo en casos excepcionales. Sería un error esta-blecer la duración de nuestras plegarias por el pla-cer que encontráramos en ellas; cuando comenza-ran a hacerse un poco aburridas, las dejaríamos.Puede ser sabio interrumpirlas, a veces, si nos creanuna fatiga y una atención nerviosa excesivas. Pero,por regla general, si queremos que la oración désus frutos, debemos atenernos fielmente a un tiem-po mínimo y no ceder a la tentación de acortarlo.Y con más razón cuando la experiencia nos mues-tra que es a menudo en los cinco últimos minutoscuando el Señor viene a visitarnos y a bendecir-nos, luego de haber estado mucho tiempo "sin pes-car nada", como san Pedro en la barca.

2 - Lugar

Dios está presente en todo lugar, y se puede oraren cualquier sitio: en el dormitorio, en un oratorio,ante el Santísimo Sacramento, en un tren, o hastaen la cola del supermercado.

Pero debemos siempre buscar para la oración,de ser posible, un lugar que favorezca el silencio yel recogimiento, la atención a la presencia de Dios.El mejor lugar, cuando es posible, es una capillacon el Santo Sacramento, sobre todo si está expues-

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to, para beneficiarnos con la gracia de la PresenciaReal.

Si oramos en nuestra casa, será bueno crear unrincón especial para hacerlo, con iconos, una vela,un pequeño altar, y todo aquello que pueda ayu-darnos. Necesitamos signos sensibles; es por esoque el Verbo se hizo carne, y estaríamos muy equi-vocados si despreciáramos esas cosas, si no nos ro-deáramos de aquellos objetos cuando nos llevan ala devoción. Cuando la plegaria se hace difícil, unamirada puesta en una imagen o en la llama de unapequeña vela puede volvernos a la presencia delSeñor.

Así como existe un tiempo para la oración, esbueno también que en cada casa exista un espacioconsagrado a la oración. Actualmente muchas fa-milias sienten la necesidad de armar una suerte deoratorio en alguna habitación de su casa, o al me-nos en un rincón de alguna de ellas, y esto es algomuy bueno.

3 -Actitud corporal

¿Qué actitud corporal debemos adoptar paraorar?

Esto en sí mismo no tiene mucha importancia.Ya hemos dicho que la oración no tiene nada quever con el Yoga. Ésto depende de cada uno, de su

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estado de cansancio o. de salud, de lo que le con-venga personalmente. Se puede orar sentado, derodillas, prosternado, de pie o acostado.

Pero, más allá de ese principio de libertad, pode-mos guiarnos por dos observaciones.

Por una parte, es necesario que la actitud elegi-da para la oración permita una cierta estabilidad,una cierta inmovilidad. Que favorezca el recogi-miento, que permita respirar con calma. Si uno estátan mal ubicado que necesita cambiar de posicióna cada rato, es evidente que ello no favorecerá esadisposición de total presencia ante Dios esencial atoda oración.

Pero, por el contrario, no es adecuado que laposición del cuerpo sea demasiado relajada. En efec-to, si en la base de la oración existe un ejercicio deatención a la presencia de Dios, es necesario que laposición del cuerpo permita y favorezca esta aten-ción (que no debe ser una tensión sino una orien-tación del corazón hacia Dios). Aveces, cuando elespíritu siente tentaciones de pereza o de flojera,una mejor posición del cuerpo, más significativade una búsqueda y un deseo de Dios -de rodillascon ayuda de un reclinatorio y con las manos abier-tas, por ejemplo- permite mantener más fácilmen-te esta atención a Dios. Aquí también encontra-mos la sabiduría de utilizar al "hermano asno" alservicio del espíritu.

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CAPÍTULO V

A lg u no s m éto d o sd e o ra c ión

1 - In tro d u cc ión

A la luz de todo lo precedente, vamos ahora adecir unas muy breves palabras acerca de los méto-dos más empleados para orar.

Muchas veces ningún método será necesario.Pero a menudo será útil poder apoyarse en uno uotro de los medios que vamos a recordar.

Algunas observaciones preliminares. ¿En qué nosbasamos para elegir una forma de actuar en lugarde otra? Creo que es un campo en el cual nosotrossomos muy libres: cada uno debe simplemente ele-gir el método que le convenga, en el cual se sientacómodo y que le permita crecer en el amor de Dios.Debe tan solo vigilar para mantenerse siempre, seacual sea el método empleado, en el "clima espiri-tual" que hemos intentado describir en estas pági-nas, y el Espíritu Santo los guiará y hará el resto.Debemos también ser perseverantes; cualquiera quesea el método utilizado, habrá siempre momentos

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de aridez, y tenemos que evitar abandonar prema-turamente una forma de orar porque no nos da in-mediatamente los frutos que esperamos de ella. Porlo tanto debemos ser también libres y desprendi-dos, y cuando el Espíritu nos mueve a abandonaruna forma de actuar propia, que ha sido buena yfecunda durante un período de nuestra vida, por-que ha llegado la hora de pasar a otra cosa, no que-dar aferrados a nuestros hábitos.

Agreguemos finalmente que pueden "combinar-se" entre sí distintas formas: tener en nuestra ora-ción una parte de meditación y un momento con-sagrado a la oración de Jesús, por ejemplo. Perodebemos también evitar el peligro de dispersión;cambiar cada cinco minutos de actividad, duran-te la oración, no sería tampoco bueno; la oracióndebe tender a una cierta inmovilidad, a una ciertaestabilidad que le permita ser verdaderamente unintercambio profundo de amor. Los movimientosdel amor son lentos y apacibles; son actitudes esta-bles porque comprometen todo el ser en el acogi-miento de Dios y en el don de sí mismo.

2 - La meditación

La meditación, como ya hemos tenido ocasiónde decir, ha sido, al menos desde el siglo XVI, labase de todos los métodos de oración propuestos

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en Occidente9. Esta es evidentemente una prácti-ca bastante más antigua, puesto que se arraiga enla costumbre, constante en la Iglesia y también enla tradición judía que la precede, de una lecturaespiritual e interiorizada de las Escrituras que llevaa la oración, siendo uno de los ejemplos más carac-terísticos de esta costumbre la "lectio divina"monástica.

La meditación consiste, luego de un tiempo depreparación más o menos largo y más o menos es-tructurado (puesta en presencia de Dios, invoca-ción al Espíritu Santo, etc.), en tomar un texto dela Escritura, o un pasaje de un autor espiritual, yleer ese texto lentamente, haciendo sobre él "con-sideraciones" (intentando comprender lo que Diosquiere decirnos a través de esas palabras y cómoaplicarlo en nuestras vidas), consideraciones quedeberán aclarar nuestra inteligencia y nutrir nues-tro amor para que surjan de él efectos, resolucio-nes, etcétera.

Esta lectura no tiene sin embargo el fin de au-mentar nuestros conocimientos intelectuales, sinofortalecer nuestro amor por Dios. Por esto, debeser hecha sin avidez, con calma, deteniéndonos enun punto particular, "rumiándolo" mientras se en-

9 Debemos tener en cuenta al leer los autores espiritualesclásicos, como santa Teresa de Ávila y san Juan de la Cruz.De lo contrario, corremos el riesgo de comprender errónea-mente algunas de sus enseñanzas, que dan por sentado quese ha comenzado por la meditación, y que no pueden sersiempre tomadas al pie de la letra por quienes entran en lavida de oración por otro camino, como es común hoy en día.

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cuentre en él algo de alimento para el alma, trans-formándolo en oración, en diálogo con Dios, enacción de gracias o de adoración. Y cuando haya-mos agotado el punto particular objeto de la medi-tación, pasar al punto siguiente o al resto del tex-to. Es aconsejable a menudo terminar con unmomento de oración final, donde de alguna mane-ra se retoma todo lo meditado para agradecer porello al Señor y para pedirle la gracia de ponerlo enpráctica. Los libros que ofrecen métodos y temasde meditación son muy numerosos. Para tener unaidea acerca de lo que podríamos aconsejar en estepunto como forma de proceder, podemos leer lahermosa carta del Padre Libermann, fundador delos Padres del Espíritu Santo, a su sobrino, citadaen el Apéndice, o también los consejos de san Fran-c isc o d e S a le s e n la In tro d u c c ió n a la v id a d e v o ta .

La ventaja de la meditación es que ella nos daun método abordable para el comienzo, no muydifícil de poner en práctica. Evita el riesgo de pere-za espiritual, porque hace un llamado a nuestraactividad misma, a nuestra reflexión, a nuestra vo-luntad.

La meditación presenta también peligros; puedeser más un ejercicio de la inteligencia que del cora-zón; podemos a veces estar más atentos a las con-sideraciones que hacemos acerca de Dios que almismo Dios. Finalmente, podemos también ape-garnos sutilmente al trabajo propio del espíritu porel placer que encontremos en ello.

La meditación presenta también otro inconve-niente: generalmente, a veces con mucha rapidez,

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otras luego de un cierto tiempo, se nos vuelve to-talmente imposible. El espíritu no llega a podermeditar, leer y hacer consideraciones acerca de ello,como hemos descripto. Esto es habitualmente unabuena señal10. Esta aridez, en efecto, indica a me-nudo que el Señor desea hacer entrar al alma enuna forma de oración más pobre, pero más pasivay más profunda. Como ya lo hemos explicado, estepasaje es indispensable, puesto que la meditaciónnos une a Dios a través de conceptos, de imágenes,de impresiones sensibles, pero Dios está más alláde todo esto, y es necesario dejarlos, llegado elmomento, para encontrar a Dios en sí mismo, demanera más pobre pero más esencial. La enseñan-za fundamental de san Juan de la Cruz con respec-to a la meditación no es tanto dar consejos parameditar bien, sino incitar al alma a dejar la medi-tación cuando sea tiempo, sin inquietarse por ello,acogiendo la impotencia para meditar no comopérdida sino como ganancia.

10 San Juan de la Cruz nos da criterios que permiten discer-nir si la imposibilidad de meditar es realmente el signo deque Dios desea hacer entrar al alma en una oración contem-plativa más profunda. Porque esta aridez puede muy bienprovenir de otras causas, ya sea la tibieza en que se ha dejadocaer al alma, perdiendo el gusto por las cosas de Dios y de-seando más bien interesarse por las cosas externas o por unacausa psíquica, una suerte de fatiga espiritual que la tornaincapaz de interesarse en nada. Para que esta impotencia parameditar sea realmente un signo de Dios es necesario que estéacompañada por dos cosas: por un lado, que exista una ciertainclinación al silencio y a la soledad, y por el otro, que noexista el deseo de aplicar la imaginación a otra cosa que nosea Dios (Cf. Montee du Carmel, cap. 1.3).

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Para concluir, digamos entonces que la medita-ción es buena en cuanto nos ayuda a desprender-nos del mundo, del pecado, de la tibieza, y nos acer-ca a Dios.

Debemos saber abandonarla, llegado el momen-to, y ese momento no está en nuestras manos ele-girlo; la decisión está en manos de la SabiduríaDivina. Agreguemos más bien que, aunque no prac-tiquemos la meditación como forma habitual deplegaria, puede ser bueno a veces volver a ella. Re-tornar a la lectura y a las consideraciones, a unabúsqueda más activa de Dios, si esto nos resultaútil para salir de una cierta pereza o no aflojar enla oración. En fin, si la meditación no es, o ha deja-do de ser, la base de nuestra oración, debe igual-mente tener un cierto lugar en toda vida espiritual.Es indispensable leer frecuentemente las Escritu-ras, los libros espirituales, para nutrir nuestra inte-ligencia y nuestro corazón con las cosas de Dios,sabiendo interrumpir de vez en cuando esta lectu-ra para "orar" los puntos que nos tocan particular-mente.

¿Qué debemos pensar hoy día de la meditacióncomo método de oración? No existe razón algunapara desaconsejarla o excluirla, si se saben evitarlos escollos que hemos señalado, y si de ella se sacaprovecho para nuestro progreso. Es cierto, sin em-bargo, que, a causa de la sensibilidad y el tipo deexperiencia espiritual propios de estos tiempos,muchas personas no se sienten cómodas con lameditación, y se reencuentran mejor consigo mis-

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mas en una forma de plegaria menos sistemáticapero más simple e inmediata.

3 - La plegaria del corazón

La oración de Jesús, o Plegaria del Corazón, esconsiderada la vía regia para entrar en la vida deoración en la tradición cristiana oriental, especial-mente en Rusia. En estos últimos años se extendiómucho en Occidente, lo que es algo muy bueno,puesto que puede conducir a muchas almas a laoración interior.

Esta oración consiste en la repetición de unabreve fórmula, del tipo de: "¡Señor Jesús, Hijo delDios Viviente, ten piedad de mí pecador!".

La fórmula empleada debe contener el nombrede Jesús, el nombre humano del Verbo, pues estaforma de orar está ligada a toda una muy bella es-piritualidad del Nombre, que encuentra sus raícesen la Biblia. Esta tradición es, por lo tanto muyantigua. Entre tantos otros, san Macario de Egip-to, en el siglo IV, es testimonio de ello:

"Las cosas más ordinarias le servían de signospara elevarse a lo sobrenatural. Recordaba asan Pémen esta costumbre de las mujeres deOriente: 'Cuando yo era niño, les veía masti-car el betel para endulzar su saliva, y así sacarel mal aliento de sus bocas'. Así debe ser para

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nosotros el Nombre de Nuestro Señor Jesucris-to: si masticamos ese Nombre bendito pro-nunciándolo constantemente, traerá a nuestrasalmas toda dulzura, y nos revelará las cosas ce-lestiales, él que es el alimento de alegría, lafuente de la salud, la suavidad de las aguasvivificantes, la dulzura de todas las dulzuras.Él aleja del alma todo mal pensamiento, ennombre de Aquel que está en los cielos, Nues-tro Señor Jesucristo, el Rey de Reyes, el Señorde todos los señores, celeste recompensa dequienes lo buscan con todo su corazón".

La ventaja de esta plegaria es el ser pobre, sim-ple, basada en una actitud de gran humildad. Pue-de llevar -y el Oriente es testigo de ello- a unaprofunda vida mística de unión con Dios.

Puede ser utilizada no importa dónde ni cuán-do, aun en medio de otras ocupaciones, y condu-cir así a la oración continua. Habitualmente, conel tiempo, la plegaria se simplifica, se conviertesólo en una invocación del nombre "Jesús" o enalgo muy breve: "Jesús, te amo", "Jesús, ten pie-dad", etc.; según lo que el Espíritu sugiera perso-nalmente a cada uno.

Y sobre todo -pero esto no es un don gratuitode Dios y no debe en ningún caso ser "forzado "-desciende de la inteligencia al corazón. Al mismotiempo que se simplifica se interioriza, convirtién-dose en algo casi automático y permanente, enuna suerte de habitación constante del Nombrede Dios en el corazón. El corazón ora sin cesar

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llevando dentro suyo este Nombre con amor. Setermina, de alguna manera, viviendo permanente-mente en el propio corazón, en el cual habita elNombre de Jesús. Nombre de donde brotan el amory la paz.

" T u n o m b re es u n p e r fu m e q u e se d e rra m a " (C a n t 1 ,3 ) .Esta plegaria de Jesús es, evidentemente, una

excelente forma de oración. Pero no es dada a to-dos, al menos bajo la forma que hemos descripto.Eso no impide, evidentemente, que sea una formamuy recomendable de orar, de llevar lo más posi-ble en el corazón y en la memoria, de pronunciarfrecuentemente, con amor, el nombre de Jesús,puesto que por este medio nos unimos a Dios. Elnombre representa, ó más bien hace presente, a laPersona.

El peligro de la plegaria de Jesús consistiría enquerer forzar las cosas, obligarse a una repeticiónmecánica y cansadora, que sería más fuente de ten-sión nerviosa que de ninguna otra cosa. Debe serpracticada con moderación, con dulzura, sin for-zarla, sin querer prolongarla más allá de lo que noses dado, y dejándole a Dios el cuidado, si él lo quie-re, de transformarla en más interior y continuada.No debemos olvidar el principio que hemos enun-ciado desde el comienzo: la oración profunda no esel resultado de una técnica, sino de una gracia.

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4 - El Rosario

Algunos podrán sorprenderse al vernos presentarel tradicional Rosario como método de oración,pero creo que éste ha permitido a muchos, quizásin saberlo, llevar una verdadera vida contem-plativa, y hasta acceder a la oración continua.

El Rosario también es una plegaria simple, po-bre, para los pobres -y quién no lo es- que tiene laventaja de ser apta para todo. Puede ser una plega-ria comunitaria, familiar, y una plegaria de interce-sión. ¿Qué más natural, cuando una persona deseaorar, que rezar una decena por alguna intención?

Pero, al menos para quienes reciben esta graciat

el Rosario puede ser también una forma de plega-ria del corazón, que les hace entrar en oración deforma análoga a la plegaria de Jesús.

El "Dios te salve, María", ¿no contiene acaso elNombre de Jesús? El Rosario es María, quien nos hace entrar en suplegaria, nos da acceso a la humanidad de Jesús ynos introduce en los misterios de su Hijo. Maríanos hace, de alguna manera, participar en su ora-ción, la más profunda que jamás haya existido.

Recitado lentamente, con recogimiento, el Ro-sario tiene frecuentemente el poder de establecer-nos en la comunión del corazón con Dios. El cora-zón de María ¿no nos da acaso acceso al corazónde Jesús?

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El autor de estas líneas ha experimentado a me-nudo que, en momentos en los cuales le es difícilorar, cuando le cuesta recogerse en la presencia deDios, basta con comenzar a rezar el Rosario (sinrealmente terminar de hacerlo la mayoría de lasveces) para encontrarse rápidamente en un estadode paz interior y de comunión con el Señor. Y estáclaro que hoy, luego de un período de ser dejado delado, el Rosario vuelve con fuerza, como un mediomuy preciado de entrar en la gracia de la plegariadulce y amante. No se trata de una moda ni de unretorno a una devoción anticuada o caduca, sinode un signo de la presencia maternal de María, tanfuerte en los tiempos actuales, que desea, gracias ala oración, llevar el corazón de todos sus hijos ha-cia su Padre.

5 - Cómo reaccionar frente aciertas dificultades

A r id e z , d e sg a n o , te n ta c io n e s

Cualesquiera que sean los métodos empleados,la vida de oración se enfrenta evidentemente a difi-cultades. Ya hemos mencionado un cierto númerode ellas: aridez, experiencia de nuestra propia mise-ria, desgano, sentimientos de inutilidad, etc.

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Estas dificultades son inevitables, y lo primeroque debemos hacer es no asombrarnos por ellas,no preocuparnos ni inquietarnos cuando aparecen,puesto que no sólo son inevitables, sino que sonbuenas: purifican nuestro amor por Dios y nos for-tifican en la fe. Deben ser sentidas como una gra-cia, y forman parte de la pedagogía de Dios hacianosotros para santificarnos y acercarnos a él. El Se-ñor no permite nunca un tiempo de prueba que nosea seguido de una gracia más abundante a conti-nuación. Como ya hemos dicho, lo importante esno descorazonarnos y perseverar. El Señor, que venuestra buena voluntad, hará que estas dificultadesse vuelvan a favor nuestro. Las diversas indicacio-nes que hemos proporcionado a lo largo de estaspáginas nos parecen suficientes para comprenderel sentido de estos momentos y para saber enfren-tarlos.

En caso de grandes y persistentes dificultades quenos hagan perder la paz -incapacidad total y dura-dera para orar, cosa que puede ocurrir- es sin dudadeseable confiarse a un padre espiritual, quien po-drá reasegurarnos y darnos los consejos apropiados.

Las distracciones

Digamos solamente algunas palabras acerca dealgunas de las dificultades más comunes: las dis-tracciones en la oración.

Estas son absolutamente normales, y no debe-mos asombrarnos por tenerlas, ni entristecernos por

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ello. Cuando nos sorprendamos en estado de dis-tracción, cuando nos demos cuenta de que nuestroespíritu se ha ido a pasear -no sabernos dónde- nodebemos desalentarnos ni enojarnos con nosotrosmismos, sino que, con simplicidad, paciencia ydulzura, llevar nuestro espíritu a Dios. Y si nuestrahora de oración ha consistido sólo en esto: perder-nos incesantemente y volver nuevamente al Señor,esto no es grave. Si hemos intentado volver al Se-ñor cada vez que nos hemos dado cuenta de nues-tra distracción, esta oración, aun en su pobreza,será sin duda muy agradable a Dios... Dios es Pa-dre, conoce nuestra hechura, y no nos demanda ellogro sino la buena voluntad. Pensemos que, a me-nudo, nos es más beneficioso saber aceptar nuestrasmiserias y nuestra impotencia, sin desalentarnos nientristecernos, que hacer todo perfectamente.

Agreguemos también que -fuera de ciertos esta-dos excepcionales, en los cuales es el Señor mismoquien lo hace por nosotros- es absolutamente im-posible controlar y fijar completamente la activi-dad del espíritu humano, estar totalmente recogi-dos y atentos, sin dispersión ni distracción alguna.La oración presupone con seguridad el recogimien-to, pero no es una técnica de concentración men-tal. Querer buscar un recogimiento absoluto seríaun error y podría producir más tensión.

Aún en los estados de oración más pasivos, acer-ca de los cuales ya hemos hablado, existe una cier-ta actividad del espíritu, de los pensamientos, dela imaginación, que es continua. El corazón estáen una actitud de recogimiento pasivo, de orienta-

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ción profunda hacia Dios, pero las ideas siguen"paseando", en mayor o menor grado. Esto puederesultar a veces un poco penoso, pero no es grave yno impide la unión del corazón con Dios. Estospensamientos son, en cierta manera, como moscasque van y vienen, pero que no perturban verdade-ramente el recogimiento del corazón.

Cuando nuestra oración es todavía muy "cere-bral", cuando se basa sobre todo en la actividadmisma de nuestro espíritu, las distracciones sonmolestas, puesto que cuando uno se distrae, dejade orar. Pero si, por gracia de Dios, hemos entradoen una plegaria más profunda, si nuestra oraciónse ha convertido esencialmente en una plegaria delcorazón, las distracciones serán menos molestas:el espíritu podrá estar un poco distraído (lo queestará generalmente marcado por un cierto ir y ve-nir del pensamiento) sin que esto impida orar alcorazón.

La verdadera respuesta al problema de las dis-tracciones no es entonces hacer que el espíritu seconcentre más, sino que el corazón ame más inten-samente.

Hemos dicho muchas cosas, y demasiado poco...Deseamos sólo que este libro pueda ayudar a algu-nos a emprender el camino de la oración, o a en-contrar aliento para su perseverancia. Es lo únicoque nos ha llevado a escribirlo. Que el lector pongaen práctica con buena voluntad lo que hemos in-tentado decir. El Espíritu Santo hará el resto.

Para quien desee profundizar todos estos temas,aconsejamos sobre todo leer los escritos de los san-

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tos, particularmente aquellos que hemos citado enestas páginas. Es siempre mejor acudir a ellos y asus escritos: allí es donde se encuentran las ense-ñanzas más profundas y menos susceptibles de pa-sar de moda. Demasiados tesoros admirables queserían muy útiles al pueblo cristiano duermen enlas bibliotecas. Si se conociera mejor a los maes-tros espirituales cristianos, sería menor el númerode jóvenes que siente el deseo de ir a buscar gurúesa la India para satisfacer sus deseos de espirituali-dad.

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APÉNDICE I

Método de meditaciónpropuesto por el Padre

Libermann(fundador de los Padres

del Espíritu Santo)

(Carta dirigida a su sobrino Francois, de 15 años,para enseñarle a orar.)

Bendigo a Dios por los buenos deseos que teconcede, y no puedo dejar de alentarte para que teapliques a la oración mental. He aquí, aproxima-damente, el método que podrás seguir para hacerde ella un hábito.

Para empezar, desde la víspera, lee en un buenlibro algún tema piadoso, el que se adapte más a tugusto y a tus necesidades: por ejemplo, acerca de laforma de practicar las virtudes, o sobre todo acercade la vida y los ejemplos de Nuestro Señor Jesu-cristo o de la Santísima Virgen. Por la noche, duér-mete con esos buenos pensamientos y a la maña-na, al levantarte, recuerda las reflexiones piadosasque deberán ser el sujeto de tu plegaria. Luego derecitar tu oración, quédate en presencia de Dios;

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Jacques Philippe EL TIEMPO PARA DIOS

piensa que ese gran Dios está en todas partes; queestá en el lugar donde te encuentras; que está demanera muy particular en el fondo de tu corazón,y adóralo. Luego, recuerda cómo por tus pecadoseres indigno de aparecer delante de su majestadinfinitamente santa; pídele humildemente perdónpor tus faltas; haz un acto de contrición y recita elConfíteor. A continuación, reconoce que eres inca-paz de orar a Dios por ti mismo; invoca al EspírituSanto; llámalo para que venga en tu ayuda y teenseñe a orar, para que te lleve a hacer una buenaoración, y di el Veni Sáncte. Aquí comenzará tuoración propiamente dicha, que contiene tres par-tes: la Adoración, la Consideración y la Resolución.

1° La Adoración

Comenzarás saludando con respeto a Dios, o aNuestro Señor Jesucristo, o a la Santa Virgen, se-gún el tema de tu meditación. Así por ejemplo, simeditas sobre una perfección de Dios, o sobre unavirtud, rendirás honor a Dios que posee dicha per-fección en grado infinitamente alto, o a NuestroSeñor Jesucristo, que ha practicado dicha virtudcon tanta perfección. Si haces oración sobre la hu-mildad, pensarás en cómo ha sido humilde Nues-tro Señor Jesucristo, que era el Dios de toda eter-nidad y que se rebajó hasta hacerse niño, hastanacer en un pesebre y ser obediente a María y Josédurante tantos años, hasta sufrir toda suerte deoprobios e ignominias de parte de los hombres.Entonces, le darás testimonio de tu admiración, de

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tu amor, de tu reconocimiento, e impulsarás a tucorazón a amarlo y a desear imitarlo.

De la misma manera, puedes considerar esta vir-tud en la Santa Virgen, o en algún santo; observarcómo la han practicado, y testimoniar a NuestroSeñor el deseo de imitarlos. Si meditas sobre unmisterio de Nuestro Señor, por ejemplo, sobre elmisterio de la Natividad, puedes representar en tuimaginación el lugar donde ocurrió el misterio, laspersonas que se encontraban allí; podrás, por ejem-plo, imaginar el pesebre en donde nació el Salva-dor; representarte al Divino Infante en brazos deMaría, con san José a su lado; los pastores y losMagos que vienen a rendirle homenaje, y te unirása ellos para rezarle, adorarlo y alabarlo.

Puedes servirte nuevamente de representacionessemejantes si meditas sobré las grandes verdades,como el infierno, el juicio o la muerte. Represen-tarte, por ejemplo, que estás en el momento de tumuerte; las personas que podrían estar a tu lado,un sacerdote, tus padres; los sentimientos que ten-drías entonces, y producir los afectos hacia Dios,los sentimientos de temor, de confianza. Despuésde detenerte en estos afectos y sentimientos, porel tiempo que desees y te sea útil ocuparte, pasarásal segundo punto, que es la Consideración.

2° Consideración

Aquí repasarás, con calma en tu espíritu, los prin-cipales motivos que deben convencerte de la ver-dad sobre la cual meditas en este momento; por

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ejemplo, de la necesidad de trabajar para tu salva-ción. O los puntos que deben llevarte a amar, apracticar tal o cual virtud. Si haces tu oración so-bre la humildad, podrías considerar cuántas razo-nes te comprometen a ser humilde. Primero, por elejemplo de Nuestro Señor, de la Santa Virgen y detodos los santos, y luego porque el orgullo es lafuente y la causa de todos los pecados, mientrasque la humildad es el fundamento de todas las vir-tudes. Finalmente, porque no tienes nada de lo cualenvanecerte; ¿qué tienes que no hayas recibido deDios? La vida, la conservación, la salud espiritual,los buenos pensamientos, todos vienen de Dios.No tienes nada de lo cual puedas vanagloriarte; porel contrario, tienes mucho de qué humillarte, pen-sando cuántas veces has ofendido a tu Dios, tuSalvador, tu benefactor.

En estas consideraciones, no busques repasar entu memoria todos los motivos que puedas tener paraconvencerte de tal o cual verdad, sino sólo detenteen algunas que te afecten más, y que serán enton-ces más adecuadas para impulsarte a practicar estavirtud. Considera esto con calma, sin fatigar tu es-píritu. Cuando una consideración no te cause yamás impresión, pasa a otra. Entremezcla todo estocon piadosos afectos hacia Nuestro Señor, con de-seos de serle agradable, y dirígele de tiempo en tiem-po algunas cortas plegarias y aspiraciones, para tes-timoniarle los buenos deseos de tu corazón.

Después de haber considerado los motivos, vol-verás a entrar al fondo de tu conciencia y examina-rás cuidadosamente cómo te has conducido hasta

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aquí con respecto a la verdad sobre la cual has me-ditado. Cuáles son las faltas que has cometido, porejemplo, contra la humildad, si es sobre la humil-dad que has meditado; en qué circunstancias hascometido estas faltas y qué medidas podrás tomarpara no caer más en ellas.

Entonces pasarás al tercer punto, las Resolucio-nes.

3° R e so lu c io n e s

He aquí uno de los más grandes frutos que pue-des obtener de tu oración: hacer buenas resolu-ciones. Recuerda que no basta solamente con de-cir: "no seré más orgulloso"; "no diré más palabrasen mi alabanza"; "no me pondré nunca más demal humor"; "practicaré la caridad con todo elmundo", etc.

Sin duda, estos buenos deseos demuestran unabuena disposición anímica. Pero debemos ir máslejos. Pregúntate en qué circunstancias cotidianascorres el riesgo de caer en esta falta que te propo-nes evitar, en qué momentos podrás hacer un actode tal o cual virtud. Por ejemplo, has meditado,supongo, sobre la humildad. Examinándote, te da-rás cuenta de que, cuando te interrogan en clase,sientes un gran amor propio, un vivo deseo de serapreciado. En ese momento, puedes tomar la re-solución de recogerte un instante para hacer unacto de humildad interior, para decirte que renun-cias de todo corazón a todos los sentimientos de

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amor propio que pudieran brotar en tu alma. Si tedas cuenta de que en tal circunstancia te distraes,tomarás la resolución de huir de esta ocasión, sipuedes hacerlo, o de recogerte un poco en el mo-mento en que prevés que podrías distraerte.

Si te das cuenta de que sientes repugnancia portal o cual persona, tomarás la resolución de ir ha-cia ella y testimoniarle una gran amistad, y así conel resto.

Pero, por buenas y hermosas que sean las reso-luciones que tomes, todo será inútil si Dios no vie-ne en tu ayuda. Ten cuidado de pedirle instantá-neamente su gracia, hazlo después, de haber tomadola resolución, y al tomarlas, para que te vuelvas fiela ellas, pero también de vez en cuando en las de-más partes de tu oración. En general, no es necesa-rio que tu meditación sea árida, y sólo un trabajodel espíritu. Es necesario que tu corazón se dilate yse expanda ante tu buen Maestro, como el corazónde un niño ante un padre que lo ama tiernamente.Para que estos pedidos sean más fervientes y efica-ces, podrás representarte amorosamente a Dios,pensar que es por su gloria que pides la gracia depracticar esa virtud sobre la cual has meditado. Quees para cumplir su santa Voluntad, como hacen losángeles del cielo, que le pides su ayuda para ser fiela tus buenas resoluciones. Que se lo pides en nom-bre de su querido hijo Jesucristo, que murió en lacruz para hacerte merecedor de toda su gracia. Queha prometido'acoger a quienes le¡ pidan, siempreque lo hagan en nombre de su Hijo.

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Encomiéndate también a la Santa Virgen, rue-ga a esta buena Madre que interceda por ti; ella esbondadosa y todopoderosa, no sabe negar nada yDios le concede todo lo que le pide para nosotros.Reza también a tu santo patrono y a tu buen Án-gel. Tus plegarias no pueden dejar de obtenerte lagracia, la virtud, la fidelidad a las resoluciones quenecesitas.

De vez en cuando, durante el día, recordarás tusbuenas resoluciones para ponerlas en práctica, opara considerar si las has observado bien, y reno-varlas por el resto del día. De vez en cuando eleva-rás tu corazón a Nuestro Señor para realentarte enlos buenos propósitos que él ha puesto allí durantela oración matinal.

Obrando así, puedes estar seguro de sacar granprovecho de este santo ejercicio, y hacer grandesprogresos en la virtud y en el amor de Dios.

En cuanto a la distracción en tus oraciones, note inquietes por ello. Tan pronto como las perci-bas, recházalas y continúa tranquilamente tu ora-ción. Es imposible para nosotros no tener nuncadistracciones. Todo lo que el buen Dios nos pide esque seamos fieles en volver a él, en cuanto las ad-virtamos. Poco a poco éstas disminuirán y la plega-ría se volverá más calma y más fácil.

He aquí, querido sobrino, las instrucciones quecreo que te convienen para facilitarte la prácticatan necesaria de la oración. He aquí el gran me-dio que emplean para santificarse todas las almassantas.

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Espero que, junto con la gracia, te sea de igualprovecho que a ellas y que tu buena voluntad searecompensada por las gracias de ese buen Maestro.

(C a r ta s d e l v en e ra b le P a d re L ib erm a n n p re sen ta d a sp o r L . V o g e l , P a r í s , D A B .1 9 6 4 ) .

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APÉNDICE II

La práctica de la presencia deDios, según las cartasdel Hermano Laurent

de la Résurrection(1614-1691)

La práctica más santa y la más necesaria en lavida espiritual es la presencia de Dios, que consis-te en complacerse y habituarse a su divina compa-ñía, hablándole con humildad y conversando amo-rosamente con él en todo tiempo, en todo momen-to, sin reglas ni medida, sobre todo en los tiemposde tentación, de penas, de arideces, de hastío, yhasta de infidelidades y pecados.

Debemos esforzarnos continuamente para quetodas nuestras acciones sean como pequeñas con-versaciones con Dios, no elaboradas, sino tal comosurgen espontáneamente de la pureza y simplici-dad del corazón.

Debemos actuar con medida, sin impetuosidadni precipitación que demuestren un espíritu extra-viado. Debemos trabajar con calma y amorosamen-te con Dios, pidiéndole que acepte nuestro trabajo

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y, con esta atención permanente a Dios, aplastare-mos la cabeza del demonio y le haremos caer lasarmas de sus manos.

Debemos, durante nuestro trabajo y otras ac-ciones, durante nuestras lecturas, aun en las espi-rituales, durante nuestras devociones externas yplegarias, apartar algún pequeño instante, lo másfrecuentemente posible, para adorar a Dios desdeel fondo de nuestro corazón, disfrutando de ellocomo de paso, alabándolo, pidiéndole ayuda, ofre-ciéndole nuestro corazón y agradeciéndole.

¿Qué puede ser más agradable a Dios que el queabandonemos mil veces por día a todas las criatu-ras para retirarnos a nuestro corazón y adorarlo?

No podemos rendir a Dios un mayor testimoniode fidelidad que renunciar y despreciar mil veces alas criaturas para gozar de un solo momento delCreador. Este ejercicio destruye poco a poco el amorpropio, que sólo puede subsistir entre las criaturas,de las cuales nos liberan insensiblemente esos fre-cuentes retornos a Dios.

Y no es necesario estar siempre en la Iglesia paraestar con Dios. Podemos hacer de nuestro corazónun oratorio, al cual nos retiremos de vez en cuandopara conversar con él. Todo el mundo tiene la ca-pacidad de tener estas charlas familiares con Dios;sólo basta con elevar mínimamente el corazón -es-cribe el Hermano Laurent, aconsejando ese ejerci-cio a un gentilhombre- un pequeño recuerdo deDios, una adoración interior, aunque sea corrien-do y espada en mano. Son plegarias que, por cor-tas que sean, son muy agradables a Dios, y que, en

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las ocasiones más peligrosas, lejos de hacer perderel coraje, lo fortifican. Recuerde esto entonces tana menudo como pueda: esta manera de orar es muyapropiada y muy necesaria a un soldado, expuestotodos los días a perder su vida, y a menudo su sal-vación.

Este ejercicio de la presencia de Dios es de granutilidad para orar bien, puesto que impidiéndoleal espíritu, durante todo el día, tomar vuelo, ymanteniéndole exactamente ante Dios, le facilita-rá el permanecer en calma durante la oración (Ex-tra íd o d e l l ib ro -" L 'e xp é r ien c e d e la p ré sem e d e D ieu " ,de Fr. Laurent de la Résurrection, Le Seuil).

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ín d iceIntroducción ................................................... 5

CAPÍTULO ILa oración no es una técnica sino una gracia. 7

1 - La oración no es un "yoga" cristiano.. 72 - Algunas consecuencias inmediatas...... 103 - La fe y la confianza, bases de la oración 13

Fe en la presencia de Dios......................... 13Fe en que todos somos llamados a encontrar

a Dios en la oración y que Dios nos da la

g ra c ia n e cesa ria p a ra e llo ....................... 1 4F e e n la fec u n d id a d d e la v id a d e o ra c ió n . 15

4- Fidelidad y perseverancia ..................... 165 - Pureza en la intención.......................... 176 - Humildad y pobreza de corazón ......... 207 - La determinación de perseverar .......... 23

S in v id a d e o ra c ió n , n o ex is te sa n tid a d .... 2 4E l p ro b le m a d e la fa lta d e t ie m p o ............ 2 6E l tiem po dado a D ios no es un tiem po robadoa lo s o tro s .............................................. 2 8¿ N o b a s ta o ra r tra b a ja n d o ? ................... 3 0L a tra m p a d e la fa lsa s in c e r id a d ............ 3 2L a tr a m p a d e la fa ls a h u m ild a d . ............. 3 5

8 - D a r s e t o t a l m e n t e a D i o s ..................... 4 0

CAPÍTULO IICómo emplear el tiempo de la oración......... 47

1 - Introducción ........................................ 472 - Cuando el tema no se plantea ............ 493 - Primacía de la acción divina ............... 54

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4- Prim acía del am or ...................... ........ 57Tender a la simplicidad........................ 60

5 - Dios se entrega a través de la humanidadde Jesús.................................................. 63

6 - Dios vive en nuestro corazón ..... ........ 68

CAPÍTULO IIIEvolución de la vida de oración ..................... 73

1 - De la inteligencia al corazón ............... 73Esta pobreza, ¿por qué es una riqueza?.... 77

2 - El corazón herido ................................. 80Orar es mantener abierta esta herida ...... 83

3 - Nuestro corazón y el corazón de laIglesia ................................................... 85

CAPÍTULO IVLas condiciones materiales de la oración ..... 91

1 - Tiempo ................................................. 92El momento para orar............................. 92Du ración del tiempo de oración ............... 93

2 - Lugar .................................................... 943- Actitud corporal.. ................................ 95

CAPÍTULO VAlgunos métodos de oración ......................... 97

1 - Introducción ........................................ 972 - La meditación ...................................... 983 - La plegaria del corazón....................... 1034- El Rosario.............................................. 1065 - Cómo reaccionar frente a ciertas difi-

cultades ................................................ 107Aridez, desgano, tentaciones .................... 107Las distracciones .................................... 108

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APÉNDICE IMétodo de meditación propuesto por el

Padre Libermann (fundador de los Padresdel Espíritu Santo) ................................. 1131° La Adoración..................................... 1142° Consideración .................................... 1153° Resoluciones....................................... 117

APÉNDICE IILa práctica de la presencia de Dios, según

las cartas del Hermano Laurent dela Résurrection (1614-1691)............... 121

índice .............................................................. 125

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