j. jorge sánchez. la ilusion de la absoluta novedad

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No es fácil esclarecer si los principios que parecen regular nuestra comprensión tienen un origen biológico o social, si se generan en la interacción entre ambos o son construcciones culturales históricamente contingentes. El debate filosófico, pues la pregunta pertenece a este orden, está abierto y no tiene visos de encaminarse a su cierre.

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LA ILUSIN DE LA ABSOLUTA NOVEDAD

No es fcil esclarecer si los principios que parecen regular nuestra comprensin tienen un origen biolgico o social, si se generan en la interaccin entre ambos o son construcciones culturales histricamente contingentes. El debate filosfico, pues la pregunta pertenece a este orden, est abierto y no tiene visos de encaminarse a su cierre.No obstante, algunos aspectos de la discusin gozan de un cierto consenso. Por ejemplo, que el par identidad / diferencia y la serie de oposiciones a l vinculadas han ordenado el panorama conceptual en nuestras sociedades durante siglos o que en funcin de qu miembro del par domina la caracterizacin de un determinado hecho o fenmeno se pueden clasificar y periodizar acontecimientos y series temporales. As, por lo que hace a la interpretacin de la historia, los griegos de la Antigedad inclinaban el fiel de la balanza hacia la repeticin, peso que el cristianismo invirti radicalmente o mientras que desde el siglo XIX la originalidad es considerada una condicin sine qua non del valor de la obra de arte, en siglos anteriores lo haba sido justo su contrario, la semejanza con lo ya creado. Asimismo, podra decirse que la controversia tampoco es especialmente intensa cuando se afirma que si este modelo dualista es aplicado mecnicamente y jerarquizado de forma inflexible, nos acostumbramos a encontrar ante ideologas, religiones o, simplemente, ante la irreflexin o el pensamiento trivial. Es entonces el momento de la proliferacin de maximalismos, profecas, dogmatismos, confusiones de planos, pasos indebidos entre rdenes diversos, simplificaciones, falta de matices...

Pues bien, algo de eso podra estar sucediendo hoy da cuando en los medios de comunicacin se aparenta evaluar la llamada revolucin tecnolgica y efectuar prognosis. Tal vez por la influencia del pensamiento postestructuralista del ltimo tercio del siglo pasado, se est imponiendo demasiado automticamente en la descripcin el polo de la novedad, del cambio, de la discontinuidad, como si la pregunta de Castoriadis, Dnde estaba el piano durante el Neoltico?, que incida agudamente sobre el valor de la ruptura, se hubiera convertido en la vara de medir hegemnica. Esta asuncin, adems, provocara que las especulaciones sobre los escenarios prximos de la evolucin social se articulen casi exclusivamente en trminos de utopa o de apocalipsis: dado que la revolucin tecnolgica de las ltimas dcadas supone una novedad absoluta, las inimaginables transformaciones que conllevar slo pueden valorarse en trminos de un porvenir maravilloso o catastrfico pues carecemos de referencias anteriores.

Mas el imperio de la novedad y su proyeccin utpico-apocalptica pudieran no hacer justicia a la situacin actual y sus escenarios futuros. Tal vez haya continuidades cerca de las discontinuidades, invariantes junto a las rupturas y lo que pasa por radical innovacin no lo sea del todo. Tomemos una muestra de esta revolucin: el correo electrnico. Tanto los apologetas de la Nueva Era como los nostlgicos del pasado parecen coincidir en que est acabando con el correo postal. El e-mail habra aniquilado la carta y con ella una forma de relacin, un gnero literario e incluso una forma de vida segn los primeros para bien, segn los segundos para mal.

Cierto que, a simple vista, correspondencias como las que mantuvieron Kandinsky y Schnberg, Nin y Henry Miller o G.B. Shaw y Churchill son cosa del pasado. Con todo, eso no significa que la comunicacin epistolar sea un hbito que se est extinguiendo: en febrero de este ao el Daily Mail, aunque no los public, atesoraba ms de 300 pginas de correos entre el ex-premier britnico Tony Blair y Wendi Deng. Esta correspondencia no parece tener la categora que la mantenida por Marx y Engels pero es tan distinta de la que entablaron en su tiempo James Joyce y Nora Barnacle? Otro caso. El conocido intercambio epistolar que mantuvieron entre 2008 y 2011 J. M. Coetzee y Paul Auster, que se public bajo el ttulo de Here and now y considerado un ejercicio contemporneo de literatura epistolar, consista en una mezcla de correos electrnicos y misivas enviadas por fax.

El correo electrnico, pues, no est tan claro que haya hecho desaparecer la interaccin comunicativa escrita, aunque la haya modificado, y tal vez tampoco haya transformado tan sustancialmente sus caracteres distintivos como para aniquilarla. Como las mensajeras instantneas frente a la mensajera tradicional, las novedades a lo mejor no son tan absolutas como para apisonar las continuidades y cantar el final ni de la literatura epistolar, ni del gnero, ni tan slo de la costumbre.

Se argumenta, por parte de los utopistas, que el e-mail suprime la distancia espacial y temporal y que este logro modificar las pautas de la interaccin humana. Pero si bien es cierto que disminuye tanto la cesura temporal que casi se estara tentado de corroborar esta supresin, lo cierto es que, aunque disminuida y reducida, sigue existiendo: no se cancela aunque el escrito llegue mucho ms rpidamente que antes. Como tampoco se disuelve la distancia espacial aunque esta se sublime en la forma de un ciberespacio que todos habitamos en calidad de interconectados en la Red. De hecho, una de las formas habituales de la literatura epistolar que consiste en datar y situar a los participantes, permanece en la digital no slo porque muchos correos oficiales o corporativos incorporan ambos datos a pie de correo sino porque redaccin y recepcin siempre contienen una referencia temporal - da, hora y minutos entre otros motivos porque no es posible la comunicacin instantnea e inmediata sin demora, por muy reducida que sea sta: la novedad no cancela una de las causas de la existencia de la correspondencia escrita aunque la altere notablemente.

Un ejemplo tomado del pasado podra servir para profundizar en el arco de las similitudes y diferencias y en la fuerza de esta novedad: la correspondencia que Thomas Mann y Hermann Hesse mantuvieron a lo largo de casi cinco dcadas, entre 1910 y 1955. Algunas caractersticas de la epistolaridad literaria, y con ella de un cierto tipo de interaccin a distancia clsica, se manifiestan en ella en todo su vigor: la autoconciencia del carcter documental de las cartas, su cuidada confeccin como un artefacto literario ms, el intercambio de reflexiones y tomas de posicin, la evaluacin de la actividad creativa de los interlocutores y de otros... Respecto a la conciencia de la naturaleza documental de las cartas: ha desaparecido por completo en el intercambio de mails? Por estos pagos tenemos una muestra de que ms bien sucedera lo contrario. Qu cabe suponer sino en la efusin de correos conservados y presentados al juzgado en el conocido caso del ex-Duque de Palma Urdangarn? Por otro lado, por lo que hace a su composicin literaria, el volumen escrito por Coetzee y Auster, trufado de reflexiones, tomas de posicin y valoraciones de textos del otro, bastara para mostrar que no hay nada en la naturaleza del correo electrnico que impida su uso literario. No obstante, se aducen otros los motivos para sustentar su absoluta novedad. As, se afirma que su velocidad de emisin predispone al contacto breve y protocolario; que la posibilidad de enviar copia a docenas, cientos o miles de individuos acaba produciendo fenmenos de saturacin y abandono adems de la obvia difusin exponencial de la informacin; o que la de adjuntar archivos multimedia o incluir el texto original al que se responde, aspectos todos ellos inexistentes en el correo postal tradicional, modifica totalmente las condiciones de la interaccin. Sin embargo, en la recopilacin de las epstolas que se dirigieron los dos nobeles alemanes, junto a las usuales en este tipo de compilaciones, hallamos no slo tarjetas postales, de por s breves y protocolarias, sino tambin cartas de contenido rutinario encaminadas ms a mantener el ritual del contacto que a transmitir o juzgar como se observa en buena parte de la correspondencia entre diciembre de 1932 y noviembre de 1933. Asimismo, no faltaban tampoco copias de respuestas o de cartas enviadas a otros interlocutores que, sin llegar a las dimensiones del Cc, impiden que se pueda hablar a la ligera de la absoluta originalidad del fenmeno ms cuando, en rigor, los envos masivos a miles de destinatarios tienen lugar mediante listas de distribucin y no correos electrnicos personalizados. Tambin el fenmeno de la saturacin por la masiva recepcin o envo - de mails tiene su correlato, a cierta escala, en la incapacidad de despachar la correspondencia que, a menudo, experimentan ambos, especialmente Thomas Mann quien utiliza la expresin bancarrota epistolar para dar cuenta de sus dificultades de dar cumplida respuesta a lo recibido o entablar nuevos dilogos. Por otro lado, pese a que no se incluya por defecto el texto original al que se responde, que tampoco se incorpora siempre en la comunicacin digital, no por ello deja de ser citado en numerosas ocasiones e incluso a veces reproducido siquiera parcialmente. Finalmente, el envo postal entre ambos fue autnticamente multimedia en el sentido ms amplio y vago del trmino pues las cartas que se enviaron se acompaaron a menudo de recortes de prensa, poemas, ediciones privadas de escritos y, tambin, de acuarelas por parte de Hesse, pintor en sus ratos libres. Estas muestras deberan autorizarnos a adoptar una actitud escptica respecto a las proclamas de ruptura axial.

Es cierto que entre el correo digital y el postal hay diferencias importantes y que incluso si nos limitramos a analizarlas slo por el lado del aspecto cuantitativo deberamos tener en cuenta que, en muchas ocasiones, los incrementos o disminuciones en la cantidad pueden suponer variaciones cualitativas. Con todo, a la luz de la correspondencia entre Mann y Hesse resulta demasiado ligero afirmar que aqul suponga una novedad tan absoluta como para inaugurar una nueva poca que nada tiene que ver con los tiempos inmediatamente precedentes. Y, por ende, ante l, como ante la revolucin tecnolgica, no se debera adoptar una evaluacin ni apologtica ni apocalptica porque tal vez no irrumpira en un vaco histrico sin precedentes.

En realidad, como de costumbre, el problema es de escalas o niveles. La pregunta de Castoriadis tiene trampa. Si se reescribiera como Dnde estaba el piano en el Renacimiento? tendra una fcil respuesta: en el clavicmbalo.