j. i. jiménes-grullón - pedro henríquez ureña. realidad y mito y otro ensayo

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J. I. JlMENES-GRULLON - HENmgUEZ UIErf!: REALIDAD 'l MITO Y eTaD EISaye EDITORIAL LIBRERIA DOMINlCANA Santo Domingo, R. D. 1969

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Tanto en España como en nuestra América, el relieve intelectual de Pedro Henríquez Ureña es un hecho ampliamente reconocido. Pero al adentramos en lo que sobre él se ha escrito, nos encontramos amenudo con evaluaciones en las cuales los factores afectivos e ideológicos han primado sobre el juicio ecuánime y penetrante (1). Es hora ya de poner fin a esto último, y de colocar al escritor en el sitial quele corresponde, sin olvidar que en todo escritor hay un hombre. víctima de la dialéctica entre el afán de perfección y las imperfecciones insuperables.Para realizar esta labor de ubicación no queda otro camino que el estudio de su obra. Pero como todaobra es el producto de un fuego interno en el cualla vida se consume, lo fundamental es captar la naturalezade ese fuego. Lo primero que debemos recoMnacer, al respecto, es que había en Pedro Henríquez Ureña un talento poco común, unido a una gran sensibilidad artística. Este talento no acusó profundidadfilosófica; pero sí una notable organización qu~ lollevó a sistematizar cuanto tocaba. De esta capacidadde sistematización se derivan la concatenación lógicayel consiguiente orden expositivo que delatan casitodas sus producciones. Mas no se organiza lo que a primera vista revela anarquía, sin consagrar al punto un creciente esfuerzo. Y puesto que ya lanzado al estudio de diversos temas, él encontró esa aparente anarquía, procuró superarla mediante una empecinada labor de investigación que proporcionara los elementos de enlace ocultos en las realidades estudiadas.

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  • J. I. JlMENES-GRULLON

    -PE~IC HENmgUEZ UIErf!:REALIDAD 'l MITO

    YeTaD EISaye

    EDITORIAL LIBRERIA DOMINlCANASanto Domingo, R. D.

    1969

  • Impt'ello en la Repblica DominicanoPrinted in the Dominicon Republic

  • DEDICATORIA:

    A

    DominAo Moreno limenes,poeta en la vida y la obra.

  • PRIMER ENSAYO:

    PEDRO HENRIQUEZ UREAREALIDAD Y MITO

  • "Confo en que el respeto a las figurasvenerables no cortar las alas al libreexamen, porque la crtica es en esenciahomenaje, y el mejor, pues como decaHegel: slo un grande hombre nos conduce a la tarea de explicarlo."

    Pedro Henriquez Urea..

  • Tanto en Espaa como en nuestra Amrica, elrelieve intelectual de Pedro Henrquez Urea es unhecho ampliamente reconocido. Pero al adentramosen 10 que sobre l se ha escrito, nos encontramos amenudo con evaluaciones en las cuales los factoresafectivos e ideolgicos han primado sobre el juicioecunime y penetrante (1). Es hora ya de poner fina esto ltimo, y de colocar al escritor en el sitial quele corresponde, sin olvidar que en todo escritor hayun hombre. vctima de la dialctica entre el afn deperfeccin y las imperfecciones insuperables.

    Para realizar esta labor de ubicacin no queqaotro camino que el estudio de su obra. Pero como to-da obra es el producto de un fuego interno en el cualla vida se consume, lo fundamental es captar la na-turaleza de ese fuego. Lo primero que debemos reco Mnacer, al respecto, es que haba en Pedro HenrquezUrea un talento poco comn, unido a una gran sen-sibilidad artstica. Este talento no acus profundidadfilosfica; pero s una notable organizacin qu~ lollev a sistematizar cuanto tocaba. De esta capacidadde sistematizacin se derivan la concatenacin lgi-ca yel consiguiente orden expositivo que delatan ca-si todas sus producciones. Mas no se organiza lo quea primera vista revela anarqua, sin consagrar al pun-to un creciente esfuerzo. Y plJesto q'Je, ya lanzado alestudio de diversos temas, l encontr esa aparenteanarqua, procur superarla mediante una empecinaMda labor de investigacin que proporcionara los ele-

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  • mentos de enlace ocultos en las realidades estudiadas.Para esto ltimo, que no requiere una inteligen-

    cia excepcional, es, sin embargo, imprescindible la con-sagracin al trabajo. A su talento, l aun esta cansaNgracin. Fue, en el campo de las letras, uno de losmximos investigadores con que cuenta nuestro idio-ma. Logr as casi transformar su cabeza en un riqu-simo fichero. Sus obras "Las corrientes literarias en laAmrica hiwnica" e "Historia de la cultura en faAmrica mspIJica", lo demuestran a cabalidad. Porotro lado, su sensibilidad artstica le permiti o~recervaliosos atisbos e interesantes reflexiones -a menu-do polmicas- sobre el desarrollo de las artes, y muyespecialmente de la literatura, en nuestra Amrica.

    A todos estos dones, gracias a los cuales lleg aconocimientos literarios vastsimos, uni el de la so-briedad y belleza del estilo. Aun cuando clsicos ymodernos influyeron en su formacin, puede afirmar-se que fue un escritor nato que se destac, primordial-mente, en los campos de la filologa, la lingstica, yla crtica literaria, as como en la elaboracin de vas-tos esquemas ideales, levantados sobre su fica erudi-cin.

    A esta erudicin se debe que muchos escritoreslo hayan presentado como un humanista. E. AndersonImbert afirma. al respecto: "Fue un humanista for-mado en todas las literaturasJ en todas Ia~ filasofas;y en su curiosdad por lo humano no descuid ni si-quiera las ciencias" (2). A su vez, Fraaciseo Rome-ro -representante seero del colonialismo filosficoen nuestra Amrica- expresa: "Acaso ninguna de-signacin convenga ms a Pedro Henrquez Ureaque la de humanista". Y agrega: "El humanismo con-siste en la asimilacin de la cultura. La humanidadcrea la cultura en un esfuerzo plural nunca interrum;'pido. El humanismo es el enriquecimiento del indi-

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  • viduo con todos los bienes de orden superior produ-cidos por la especie, la animacin del tesoro dispersoal ser encarnado en una persona humana" (3). Noestamos de acuerdo con estos criterios, que delatan laatadura del filsofo argentino a una concepcin yaperimida del humanismo. Sig.uiendo a Althusser. estimamos que el verdadero humanismo tiene que serreal. es decir. "debemos 6nsc:arlo ~n la realid8d~ enlA sociedad. en el Estado, et." (4). No consiste, portanto, en una simple asimilacin de la cultura en susmanifestaciones superiores, como pensaron los hu-manistas del Renacimiento y sus sucesores inmedia-tos. En cuanto a la afirmacin del Sr. Anderson Im-bert, carece de bases documentales y es desmentidapor las obras de Henrquez Urea: no delatan stasque su formacin intelectual respondiera a "todaslas literaturas" y a "todas las filosofas", y tampocohay en ellas indicios de que "no descuid ni siquieralas ciencias" (5). Es ms: su inters por 10 humanoes, como habr de verse, harto objetable.

    Cierto es que el escritor que nos ocupa escribipoemas, cuentos, "un ensayo de tragedia a la maneraantigua". Pero no adquiri relieve en estas discipli-nas; careci de capacidad creadora para Ja literaturade ficcin. Ms que un creador, fue un captador y unintrprete y organizador de sus captaciones. Este donde mterpretacin Jo llevo al ensayo, campo propiciopara la crtica de Ja vida poltica, moral, intelectualy artstica del hombre, a travs de la historia. Comaensayista 10 presentan E. Diez Echarri y 1. M. RocaFranquesa en su importante "'Historia General de laLiteratura Espaola e Hispanoamericana" (6). Esti-mamos, sin embargo, que muchos de sus ensayos re~velan ms aJ erudito, al recopilador de datos, que alhombre de ideas, y habremos de ofrecer pruebas deello. En otras ocasionas por el contrario, las ideas tie-

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  • nen primada, aun cuando a veces carecen de riquezao novedad. No creemos, por otra parte, que puedanser ubicados dentro del gnero ensayo sus ttabajosfilolgicos y lingsticos y sus narraciones historiogr-ficas (7). Los primeros traducen un profundo cono-cimiento de la materia, nacido de un trabajo personalde investigacin, y tienen un carcter primordialmen-te cientfico. Las otras, en cambio, caen dentro delrelato casi siempre esquemtico y ofrecen vacos y,muy a menudo, interpretaciones y enfoques falsos,que ponen de manifiesto su ignorancia de la sociolo-gia, la ciencia econmica y la cienda poltica. Ahorabien: cul fue el pensamiento orientador de sus pro-ducciones ensaysticas? ,Cabe dividir estas produccio-nes obedeciendo a su temtica? A la primera pregun-ta respondemos con la siguiente afirmacin: la esen-cia y tnica de sus ensayos fue la concepcin idealis-ta -llevada a su culminacin espiritualista- del cos-mos y la vida. En cuanto a la segunda pregunta, ad-mitimos la. divisin: una parte de su ensayistica serefiere a temas estrictamente literarios, mientras elresto trata otros campos de la cultura, casi siempredentro del mbito espaolo hispanoamericano.

    Basndonos en 10 recin expuesto, real2aremosnuestro estudio. El primer punto a analizar ser eldel espiritualismo del aUtor. Luego, entraremos en laapreciacin de su ensaystica, desglosando sta en lasdos partes mencionadas. Posteriormente, dedicare-mos algunos prrafos a sus trabajos filolgicos, lin-gisticos e historiogrficos. Y terminaremos el estu-dio -a guisa de conclusiQ- con las interferenciasms importantes de la exgesis anteriormente reaIizada.

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  • 1. ESPIRITUALISMO.

    Sin conocimientos a fondo de filosofa -su obraas 10 revela- Henriquez Urea se presenta, desdetemprano, como un conswnado idealista. A ello locondujo, segn parece, su fervor por Platn. Confir-ma este fervor su amigo intimo -y como l, granprosista- AlfoDSO Reyes, al afirmar que "fue carac-terstica suya el mantener una temperatura de fan-tasa racional", a 10 cual aade: Los universales re-gan su mente y jams los perda de vista". Ququiere esto decir? Que las esencias platnicas 10 do-minaban y que, al igual que el creador de estas esen-cias, pretendi racionalizar lo fantstico, dndole pri-maca sobre 10 real. Esto explica su frecuente recursoa la utopa --que a su juicio es una realidad "concaracteres plenamente humanos y espirituales"- ysu tendencia a ver en la cultura a lo nacido estricta-mente del espritu. En esta actitud fue indudable-mente lejos: lleg a escribirle a una amiga: "'Porqu crees que no me gustan tus pginas msticas?Yo tambin soy mstico. Tengo especial aficin a co-sas misticas de cierto tipo. Quizs tengo un misticis-mo informulado, quizs un misticismo tico" (8). . .Esta confesin es elocuente. Pene al desnudo su es-piritualismo. Es ms: tiende a ubicarlo en el planoreligioso, ya que todo "misticismo tico" es forzosa-mente irracional y se basa en la supuesta voluntaa.divina.

    Tal espiritualismo, junto a su desconocimientode la filosofia, lo empujan a decir que "hay momen-

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  • tos en la historia intelectual de Espaa en que el msalto pensamiento filosfico se refugia en los msticosyen los lricos", como si pudiera hablarse, en los ca-sos de stos, de filosofa; y a mostrar un pennanen-te afn de exaltacin de "los hombres magistrales,hroes verdaderos de nuestra vida moderna, verbode nuestro espritu y creadores de vida espiritual".

    Empero, no implican estas citas, que l dejara decaptar el cmulo de miserias materiales dentro de lascuales ha vivido y vive el hombre. Las capt. Y lasdenunci a menudo! Habl de "los estorbos de laabsurda organizacin econmica en que estamos pri-sioneros". Desgraciadamente, no se adentr en el pro-blema; y cometi as el error de reducir a "simplesecuaciones econmicas" las propuestas hoy -y ya ensu poca- para destruir esos estorbos. Ello hace verque desconoci el marxismo. Ms an: pese a quecoincide en muchas de sus afirmaciones con el fondode humanismo real que esta doctrina delata, circuns-cribi su humanismo ---desmentido, como habr deverse, por otras afirmaciones y hechos- a nueetraAmrica. tierra llamada a crear el "hombre universal,por .cuyos labios hable libremente el espritu", a tra-\ts,. sobre todo, de las attes 1'iterarias, plsticas y mu-sicales. En suma: llevado por su espiritualismo, opuso a una visin falsa de la doctrina de Marx -a lacual indirectamente se refiere, sin mencionarla- lavisin de un hombre universal para cuya creacinNuestra Amrica estaba predestinada. Se abstiene desealar cmo brotar este hombre y las rutas que babr de seguir para llevar a trmino la extraordinariaempresa; pero lo ve ---en su ensueo-.- "con el gustointenso de los sabores nativos", considera que teildrla "mejor prep:;tracin para gustar de todo lo que ten-ga sabor genuino, caracter propio", Ideal de contenido romntico qe iinplica un menosprecio de las

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  • posibilidades de universalidad de los hombres de otrastierrasl

    Pueden darse pruebas mayores de un espiri-tualismo extremista? Es difcil ... El caso ofrece unejemplo tpico de enajenacin por dicha ideologa.Enajenacin que explica, adems, su miopa frente alhombre concreto y la sociedad que ste integra, y launilateralidad de su visin de la cultura.

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  • 2. OUALIDAD DE LA ENSAYISTICA.

    Conocida ya la distincin que hemos hecho en~tre los ensayos literarios y culturales del autor estu-diado, conviene sealar que la divisin no tiene uncarcter absoluto, ya que es imposible, en este cam-po, establecer fronteras definidas. Tenemos as queen el ensayo literario ms importante de HenrquezUrea -o sea "Las Corrientes literarias en la Amri-ca hispnica"- se observa que conjuntamente con laexposicin de estas corrientes, el autor pasa revista,de modo somero, a las manestaciones de las demsartes. N o obstante, la primaca de 10 literario es no-toria, lo que permite ubicarlo dentro de los primeros.En lo que respecta a los segundos, algunos de ellosinvaden tambin el predio de la literatura, pero eltema central es otro: tal es el caso de los consagra-dos a determinadas facetas de la cultura espaola ohispanoamericana.

    a) ENSAYOS LITERARIOS.Fueron mltiples. Y casi se circunscribieron al

    estudio de autores espaoles o de Nuestra Amrica.Ello pone de relieve tanto su amor a Espaa y a 10nuestro como la vastedad de sus conocimientos de laliteratura de ambas zonas y del idioma castellano.Hay que reconocer que muy pocos lo aventajaron-si es que los hubo- en esto. Los ensayos se refie-ren a la obra de relevantes figuras (Jnan Ruiz deAlarcn, Rioja, Sarmiento, Hostos, MarH, GaIvn,Juan Ramn Jimnez, etc.) o a temas ms amplios.

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  • Centraremos nuestro estudio en los siguientes: "Lascorrientes literarias en la Amrica hispnica", "Lacultura y las letras coloniales en Santo Domingo",JlCaminos de nuestra historia literaria", "Ciudadano deAmrica", "Enriquillo" y "Mart".

    "Las corrientes literarias en la Amrica hispnica"

    Despus de referirse a 10 que signific el descu-brimiento del Nuevo Mundo en "la imaginacin deEuropa", el autor entra en consideraciones sobre laleyenda negra de la obra de Espaa en Amrica y,enfrentndose a ella, llega a afirmar que los espao-les y portugueses "en seguida alcanzaron a ver quelos indios eran, despus de todo, hombres no muy dis-tintos a ellos mismos, y se mezclaron con ellos, y lostrataban como se trataban ellos entre s; no mejor,como deseaba Las Casas, pero tampoco -o, si acaso,en contadas ocasiones- peor". Procura, pues, subs-tituir dicha leyenda negra, que cabe, con variacionesde matices, a todos los conquistadores y colonizado-res, con una leyenda blanca, reida con 10 que nosdicen las ms recientes investigaciones histricas (9).Esto no puede pasar inadvertido; pone de relieve algosobre 10 cual haremos insistencia luego: el exaltadohispanismo de Henrquez Urea, base terica sobrela cual levant -como habr de verse- su america-nismo. Pero la importancia del punto es menor quela revelada por la falsedad de la visin, mxime sien-do esta falsedad la lnea de partida de las apreciacio-nes ulteriores.

    Luego entra en el estudio de la creacin de "Unasociedad nueva", y aqu el enfoque, por 10 unilateral,carece de validez. El autor dice al respecto: "Ya des-de 1500 qued sellado el destino de los indios, poruna generosa decisin de la reina Isabel, que se ajus-taba a viejos principios catlicos: no seran someti-

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  • dos a esclavitud, sino a vasallaje, La decisin de lareina se vi luego apoyada por una serie de leyes quedieron lugar 8 188 grandes controversias del sigloXVI". Los indios "recibiran los fundamentos de ladoctrina y de la cultura europea; a una minora se-lecta se le permitiran estudios acadmicos, em~zando por el latn", Dirase, pues, G.ue todo fue co~lor de rosa para los indios! Bien visto el punto, lacita ofrece una mezcla de fantasa y de realidad. Realfue la decisin de la reina Isabel; mas pudo acasotal decisin ser cumplida? No. Hubo, pues, desde en-tonces -y Henrquez Urea lo confesar en otfaoportunidad- un divorcio entre los hechos y laley (10). Por otro lado, es errnea la afirmacin deque la prohibicin de la esclavitud responda a vie-jos principios catlicos. Sabido es, en efecto, que tan-to Agustn de Tagasto como Toms de Aquino con-sideraron a la esclavitud un hecho natural (11), yque fueron muchos los clrigos que vinieron al Nue-vo Mundo acompaados de esclavos (12), ya quepara entonces la esclavitud existia en la propia Es-paa (13) y, como se ha visto, se hallaba consagra~da por las ms altas jerarquas catticas.

    Por ventura, las afirmaciones recin expuestasno llevan al autor a la ceguera total frente a los ras-gos de la "sociedad nueva". Admite que "los principiosexistan, pero su aplicacin no fue estricta". Es ms:reconoce que si bien "los C1U2amientos dieron lugara una curiosa subdivisin de castas, que con el tiem-po hubo de recibir una como justa sancin legal", es-ta subdivisin fue desmentida por la existencia deuna "condicin fluida" que se traduca o encontrabasu raz en "los cambios frecuentes en las fortunas delos individuos. .. su movilidad social. . . y su adap-tacin a las nuevas circunstancias". Se inclina, ade~ms, ante el hecho incontrovertible de que la con-

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  • quista fue "una verdadera tragedia para los nativos.1'an slo una minora se libr del yugo, y los benefi-cios que para ellos represent la educacin fueron, engeneral, escasos. Por muchos que nos parezcan los quealcanzaron a descollar en el arte o las letras, no son,en realidad, sino excepciones desperdigadas entre losmillones que quedaron al fondo". Tales afirmacionesson plausibles; mas puede acaso negarse que con-tradicen las que el autor hizo con anterioridad, alreferirse a la decisin de la reina Isabel? Hay algoms. .. Llama la atencin que hombre tan conoce-dor d.e la semntica -como 10 fue Henrquez Ure-a- use mal la palabra estructura. Dice, en efecto,que "la estructura social (de entonces) era formal-mente aristocrtica", cuando 10 aristocrtico era slosu jerarqua. Por ltimo, al expresar que "las relacio-nes de los espaoles con los indios eran, de por s,humanas, pero anrquicas", el escritor contradice engran parte -nueva contradiccin!- su aseveracinrespecto al yugo que pes sobre la mayora indgena.

    Cuanto acabamos de citar sirve de fondo y baseal hecho infundado de que "uno de los principios queen los tiempos de la Colonia guiaban a aquella socie-dad, despus de la religin, era la cultura intelectualy artstica". Para demostrar la verdad de 10 dicho, elnotable escritor se extiende en consideraciones sobrela fundacin de las Universidades, la introduccin dela ciencia moderna y de la imprenta, la aparicin delteatro, y la frecuente llegada, durante el siglo XVIy a principios del XVII, de artistas y "escritores detodas las categoras". Se detiene a citar a los msimportantes de stos, sealando sus obras. Y llegaa afirmar que "las universidades y los conventos, loshombres de estudio y los que presidan dicesis y au-diencias, los virreyes mismos en las grandes capita-les. .. crearon un ambiente propicio a la literatura

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  • y las artes". De ms est decir que lo que hay en estode verdadero, aparece muy exagerado; en cuanto alo otro, hay que verlo como exabruptos imaginativosdel autor. En efecto, las pruebas que ste ofrece parasustentar su aseveracin inicial pierden todo su valorcuando se recuerda que "la cultura intelectual y ar-tstica" qued limitada a una nfima minada, com-puesta por personas pertenecientes a la alta clase pri-vilegiada -clase que hemos llamado burguesa at-pica- y residentes en las ciudades. El ambiente pro-picio para "la literatura y las artes" no alcanz, portanto, al pueblo, y si bien hubo algunos virreyes quecoadyuvaron a crearlo, el hecho no admite la gene-ralizacin. Ello explica cmo de aquella comunidad,positivamente desintegrada, solamente surgieran du-rante los tres siglos coloniales, escassimos hombresde letras y ciencias. Por fortuna, no aconteci estocon las artes -especialmente la arquitectura-, cam-po en el cual las clases inferiores ,integradas por mes-tizos, indios y esclavos negros, pudieron a veces pro-yectar sobre los estilos europeos, su peculiar sentidode la belleza Pero esto no se produjo porque existaun "ambiente propicio"; fue ms bien un grito de pro-testa contra la coaccin de que eran vctimas dichasclases.

    Se infiere de lo citado que al escribirlo, Henr~quez Urea, impulsado por su fervor hispnico, per-di el sentido de la realidad Ms todava: reafirmaesta prdida diciendo que "'el mundo colonial se des-arroll con asombrosa rapidez", y que el florecimien-to artstico y literario fue ''tanto ms sorprendentecuanto que slo una dcima parte de la poblacin,aproximadamente, era la que poda hablar en correc-to espaolo portugus". Repitiendo algo ya dicho,expresa: "La literatura y las artes encontraron el apo-yo de las Universidades y escuelas, de los conventos,

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  • de las autoridades polticas y eclesisticas. Los virre-yes trataron de resucitar la tradicin de los mecenas.Tan pronto el teatro moderno se hizo pasatiempo demoda, construyeron teatros privados en sus palaciosde Mxico y de Lima. Algunos tuvieron salones overdaderas academias literarias". ., Ante estas afir-maciones qu otra cosa cabe sino el asombro? Enprimer trmino, no hubo tal "asombrosa rapidez" enel desarrollo del mundo colonial, ya que el fenmeno,tal vez aceptable en 10 que respecta a la literatura ylas artes, se circunscribi a estos aspectos de la cul-tura y no se tradujo en un mejoramiento global dela vida de la comunidad, que es 10 esencial para queel desarrollo exista. En segundo lugar, el criterio ex-puesto choca con la afirmacin siguiente, hecha porel autor con anterioridad: "La nueva sociedad de la

    ~rica hispnica retrocedi, en ocasiones, a formasmedievales que ya estaban desapareciendo en Euro-pa", y cuya existencia implicaba para nuestras masaspopulares, la acentuacin de su servidumbre y oscu-rantismo. Eso no es todo. .. Pues da acaso la me-dida del desarrollo de una comunidad que las figurasy los centros citados propiciaran la literatura y lasartes, mxime cuando slo "una dcima parte de lapoblacin" hablaba un espaol o un portugus co-rrecto y el analfabetismo cubra, sin lugar a dudas,ms del 95% de aqulla? Reconozcmoslo: la ena-jenacin hispanista oscureci el juicio de HenrquezUrea sobre estos puntos, hacindolo resbalar hastael absurdo.

    Por ventura, esto ltimo no es 10 corriente. Loms corriente es la generalizacin indebida, como 10demuestran las siguientes aserciones: "La palabra vi-va ejerci siempre su encanto en nuestro mundo co-lonial. Nuestra gente gustaba de leer versos en altavoz, de asistir a las representaciones teatrales, de es-

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  • cuchar los sermones y controversias eclesisticas, yaun los exmenes de los colegios". A qu gente serefiere? Acaso al indio, al mestizo y al inmigranteespaol iletrado? Podan stos ---que formaban lamayoria de la comunidad- "leer versos en alta voz'?Tenan los medios de asistir tl las representacionesteatrales -gala de las lites urbanas- viviendo, co-mo aconteca con la mayor parte de ellos, en el cam-po? Posea toda esa gente la preparacin necesariapara entender sermones y "controversias eclesisti-cas"? Slo un lirismo rayano en el delirio. unido auna ceguera ante la realidad, explican tales asereo-nes. Vio el autor como un hecho comn a todos, 10que perteneca a un grupo privilegiado nfimo. Y 10ms triste del caso es que la generalizacin no se li-mit a. esos puntos: tambin abarc la msica. Nos'dice el escritor que sta no era "india ... : su ascen-dencia era europea, aun cuando el nuevo ambiente ylas nuevas costumbres no tardaron en modificarla yen darle un nuevo e inconfundible aroma". Acepte-mos que la msica europea pasara a nuestro Conti-nente; mas renunciaron acaso a las suyas el indio'y el africano? Dirase que no. La enajenacin hispanista l!eva a Henqucz Urea a esta afirmacin tcita, pero bien real.

    Volvamos al tema de la "asombrosa rapidez" delClesarro1!o colonial. .. Ansioso de demostrarlo, el BU':'tor no se conforma con las presuntas pruebas brin-dadas: recurre a Juan Ruiz de Alarcn, BernardoBalbuena, el Inca Garcilaso, Antonio Viera, SantaRosa de Lima, Sor Juana Ins de la Cruz y otros es-critores de menor importancia, y al auge de la arqui-tectura urbana. Cita tambin a figuras cientficas derelieve, como Sigenza, Peralta Barnuevo y Caldas.Pero al reconocer que "'nuestro mundo colonial pro-dujo mucho menos obra duradera de la que hubiera

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  • sido de esperar", se inclina ante el hecho de que laliteratura "qued confinada a una minora ms pe-quea que en Espaa y Portugal", y acus un "sen-tido europeo", con 10 que pone de manifiesto que es-ta literatura no fue otra cosa que una prolongacino una rplica de las que se hacan en las respectivasmetrpolis. A pesar de los apoyos de que goz -se-gn afirma- de "universidades y escuelas, conven-tos y autoridades polticas y eclesisticas", NuestraAmrica -o para mejor decir: su pueblo- estuvoausente de ella. Luis Alberto Snchez 10 confirma alexpresar, en un importantsimo estudio, que "nues-tras letras nacieron contrahechas: sin epopeya pri-mordial, con lrica maniatada, sin tradiciones terr-genas. .. Como todo 10 obtuvimos de prestado ...fue imposible organizar una cultura. Con nuestroscanales de regado indios, caractersticas de una ci-vilizacin agraria, fueron destrudos otros canales, me-nos perceptibles, ms vitales: los del alma. Durantetres siglos se estuvieron midiendo, en perpetuo ace-cho, el fanatismo ibrico y el misticismo indio, laagresin y la resistencia, el alarido y el silencio. . .Error tremendo de la Colonia, el de querer borrar'por decreto' la inmensa tradicin aborigen, en vezde absorberla" (14).

    Pero Henrquez Urea escamotea estas realida-des. Habla del "florecimiento" de la cultura colonialsin parar mientes en que sta qued restringida a al-gunos y no a todos sus costados, y en que, tal comol mismo 10 confiesa, slo una reducidsima minorahubo de expresarla y alentarla. Es cierto que aceptael carcter hispnico de la literatura de entonces; pe-ro tiende a dar la sensacin de que ella fue el pro-ducto de un hombre nuevo, que encontr plena li-bertad para proyectar 10 que lata en su hontanaranmico. Sorprende que no haga la menor mencin

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  • de la influencia global nefasta de la Contra-Reforma,y del valladar que implic para aquella libertadinadmisible, la institucin inquisitorial. Sobre esto,Picn Salas es de una precisin abrumadora Despusde narrar todo cuanto la Inquisicin signific comofuerza coactiva de regresin o estancamiento, de "laamplitud de su autoridad, sus dictmenes sin apela-cin ... su fantica justicia"l pasa a sealar "las pre-bendas y granjeras de que gozan los inquisidores enla administracin de los bienes incautados, en el co-mercio y trfico ilcito que a veces realizan", e insisteen que dicho "super-organismo" hizo que el indio oel negro ''humillado, cuya conciencia trata de soldarla enseada religin espaola con sus propias prcti-cas y mitos", viera en la brujera "una especie de pro-teccin y algo que cubre a su persona de misteriosaautoridad". Actuaciones -todas stas- francamentenegativas, a las cuales se uni para acentuar la esen-cia cruel y sombra de la realidadl "la restrictiva po-lica contra la cultura intelectual", que ejerci dichosuper-organismo. "El sistema defensivo de la Contra-Reforma espaola -agrega el esritor citado-- haacumulando precauciones para que en las Indias nose difunda el ms leve eco de 10 que ocurre en laagitada conciencia europea. Ya desde 1543 la Coro-na prohibi que vinieran a Amrica libros de romancey materias profanas y fabulosas'. " Dentro de eseslUeo contrarreformista la mejor aspiracin es con-vertir las colonias en una inmensa casa de rezos. Des-pus, en las Leyes de Indias, todo el ttulo XIV sededica al expurgo de libros" . . . Claro est: obligado"a callarse por los decretos reales y la polica de laInquisicin, el intelectual colonial a quien no se lepermite e6cTibu novelas ni historias de la gente ind-gena, se evadir por los tortuosos meandros de prosabarroca. Detrs de un laberinto formalista, en com-

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  • plicado juego de palabras en que el sentido casi seevapora en el entrevesamiento estilstico, expresarsu reprimida personalidad" (15). Se dir que Henr-quez Urea menciona una vez a la Inquisicin, aldecir, refirindose a los indios, que ella "no estabaautorizada a seguirles proceso: sus errores en la in-terpretacin de la Fe habran de perdonarse comosimples pecados de ignorancia"; y que "una especiede timidez ataba al pensamiento colonial, que se sen-ta obligado a esperar una seal de la distante me-trpoli acerca de cmo deban hacerse las cosas!Prohibiciones como la que afectaba a las novelasapretaban ms el cerco". Claro: la mencin en e(Steltimo caso no es explcita, pero subyace. .. De to-dos modos, el cuadro que pinta no refleja toda larealidad: slo ofrece sus colores plidos, no los som-bros, que son los ms extendidos e impresionantes.Considerar, adems, como "timidez" del pensamientoa lo que era un efecto de la tirana intelectual, es unaclara distorsin del hecho, reveladora -al igual queotras ideas ya analizadas- de la enajenacin del au-tor por el hispanismo.

    Sin embargo, este hispanismo parece amortiguar-se cuando Henrquez Urea entra en el estudio de loque llama "La declaracin de la Independencia In-telectual". Esta indepencia se inicia, -a su juicio-con la "Alocucin a la poesa", de Andrs Bello; seenriquece luego con el poema "La victoria de Junn",de Olmedo; y la acentan ms tarde Heredia y Li-zardi, entre otros. Fueron ellos -segn el autor- "lospoetas de la independencia consumada". Surge estapregunta: de cul independencia, de la intelectual ode la poltica? El punto permanece oscuro. .. De-cimos esto porque pese a que el escritor recalca. refi-rindose a Bello y Olmedo, que "en sus descripcionesde la naturaleza. . . s haba novedad", 10 mismo que

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  • en el hecho de dar voz "a propsitos polticos y so-ciales", expresa que "no :ntroctujeron ninguna inno-v.qcin en la versificacin o el estilo, fuera del usode algunas palabras indigenasl cudadosamente en-marcadas dentro del ms castizo espaol". Ello plan-tea la siguiente interrogante: cabe hablar de "inde-pendencia intelectual" bansndonos en que Bello can-t a la naturaleza americana, y Olmedo a la gestaemancipadora? Pese a que Hendquez Urea 10 daa entender, responder afirmativamente a la pregun-ta nos paTece aventurado. No hay -8 nuestro jui-cio-- independencia intelectual mientras el pensa-miento no se enfrenta a todas las formas colonialesde vida ya las bases tericas que las sustentan, yelindividuo, en vez de proyectarse obedeciendo a suspropias esencias, lo hace impulsado por enajenacio-nes extraas. El tema merece, dada su importancia,un exhaustivo estudio. De todos modos, lo ya dichorevela nuestro disentimiento con el escritor que aho-ra nos mueve. Reconoce ste que "la poesa crioUahaba existido desde los primeros tiempos; pero da laimpresin de que es entonces cuando se extiende, vi-gorosa, transformada ya en un exponente de la "inde-pendencia intelectual". Ahora bien: puesto que exis-ti antes de la emancipacin poltica, este ltimo jui-cio es harto discutible, mxime cuando el autor noofrece, para fundamentarlo, pruebas slidas. Puedesostenerse, a 10 sumo, que la aludida extensin, pro~dueto del nuevo estado de cosas, reafirmaba con fuer-za el inters por lo nuestro, sin que ello implicara,tanto en el espritu como en la fonna, la ruptura conla sumisin a corrientes exticas.

    De estas corrientes, Henrquez Urea acierta alsealar que la de mayor influencia durante las prime-ras dcadas del siglo XIX, fue la romntica Inicia elestudio del hecho diciendo: "La independencia no

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  • trajo la tan esperada felicidad a los pueblos de laAmrica hispnica. La mayora de sus pases salieronarruinados y con su poblacin diezmada por la luchasangrienta. Y luego se desat la anarqua latente delrgimen colonial; sucedironse alternativamente laguerra civil y el despotismo, salvo cuando el gobiernoestuvo en manos de algn hombre de gran carcter yenerga ... Por fin, entre 1850 y 1870, la estabilidadfue afirmndose lentamente, ya fuese porque la de-mocracia iba cobrando realidad, como en la Argenti-na, ya porque el poder quedara durante un largo pe-rodo en manos de un hombre fuerte, que mantenauna apariencia de gobierno republicano al tiempo quepromova el progreso general". .. Todo esto mereceel comentario. . . N o nos parece correcta la tesis deque bajo el rgimen colonial existi una "anarqualatente". Lo que existi -como en todo rgimen po-ltico desde los inicios de la era histrica y en la in-mediata pre-historia- fue una lucha de clases fre-nada entonces por la coaccin gubernamental y lagravitacin de las ideologas dominantes. En vez deuna anarqua latente, existi entonces un orden -or-den terriblemente injusto,- que reposaba en el tra-bajo esclavo del negro y semi-esclavo del indio; y 10comn fue que stos mostraran sumisin (16). Esms: si hubo luego anarqua, mucho ms se debi alas contradicciones vigentes en el seno de la burgue-sa criolla que dirigi y capitaliz la guerra de eman-cipacin, que a una explosin de la lucha de clases.En trminos generales, puede afirmarse que las ma-sas populares fueron engaadas: se dejaron arras-trar por las promesas de libertad y justicia de sus l-deres. Luego, convertidos stos en caudillos, las ganla mstica caudillista. La anarqua fue, en consecuen-cia, un fenmeno nuevo, consecuente con la natura-leza de la referida guerra. Estimamos que la apre-

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  • ciacin del autor al respecto, es, por tanto errnea,Pero no es ste el nico error. Hay otro de mayorimportancia: distingue el despotismo, que reposa enun mando personal, del gobierno de un bombre "fuer~te", cuando este gobierno no es otra cosa que un ex~ponente de despotismo.

    Junto a tales conceptos falsos, aparece el si.guiente: ''Durante los cincuenta agitados aos quetranscurren entre 1820 y 1870, empmedise unatarea titnica. Se cambi la estructura de la sodedad",Asercin inslita! Pues basta analizar ese perodohistrico para captar que tal tarea slo asom en al-gunos pases. En los dems --que integraban la granmayora- la norma fue 10 contrario: vivieron den-tro de guerras intestinas, originadas por la lucha delos caudillos por el poder, o bajo dictaduras reaccio-narias. Fue la poca de la tirana bestial de GarcaMoreno, en Ecuador; del Dr. Francia, en Paraguay;de Rosas, en la Argentina; de Santa Anna, en Mxi-co; de la anexin de la Repblica Dominicana a Es-paa, y de la disolucin de la Federacin de las Pro-vincias Unidas del Centro de Amrica. Es cierto quepara entonces, un pas. tras otro, fue aboliendo la es-clavitud; pero de ningn modo puede sostenerse quecambi, en 10 fundamental, "la estructura de la so-ciedad". Por el contrario, las viejas estructuras socio-econmicas coloniales siguieron vivas, y aun cuandoel liberalismo econmico fue gradualmente desarro-llndose, dando origen a una creciente extensin delas relaciones de produccin capitalistas, el feudalis-mo peculiar del pretrito persisti. En cuanto a lademocracia, ni siquiera en la Argentina pudo cobrarreal vigencia, despus de la cada de Rosas, 10 quees explicable, ya que no puede haber democracia -ensu forma en boga entonces, o sea la representativa.--aH donde el capitalismo no ha entrado en su etapa

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  • industrial.No obstante, es indudable que para esa poca

    se produjo -y Henrquez Urea 10 resalta-, juntoa una decadencia de las artes plsticas, un auge lite-rario, que se expres en la riqueza del movimientoromntico. Pero bien visto el punto, dicho auge guar-d una ntima relacin con la actividad poltica, yqued circunscrito a la burguesa, que era la clasesocial ilustrada. El escritor comentado no para mien-tes en esto ltimo y cae de nuevo en el error al sefja-lar que "los hombres de letras estuvieron todos dellado de la justicia social, o al menos del lado de laorganizacin poltica contra las fuerzas del desorden"~Lo cierto es, sin embargo, que durante esos tiempos,de la justicia social ni siquiera se hablaba y que fue-ron muchos los letrados cuyas plumas estuvieron alservicio de las ms oprobiosas tiranas reaccionarias,mostrando con ello que obedecan, fundamentalmen-te, a sus intereses de clase. No es necesario decir queal obrar as se convirtieron en factores anti-cultura-les, ya que no puede calificarse de amante y propi-ciador de la cultura a quien se coloque al lado delmal y de los mtodos criminales que sirven de ins-trumento a ste. Ms an: no hubo entonces tiranoque no encontrara en algunos hombres de letras lasumisin ms abyecta y la apologa indigna y cons-tante. El mal -no es ocioso decirlo- se ha prolon-gado hasta hoy (17).

    En 10 que concierne al romanticismo literariode la referida poca, Henrquez Urea sostiene quela nueva corriente tradujo un afn de "novedad enla forma, de una forma adaptada estrictamente (talera el sueo) a los nuevos asuntos". Con razn ex-presa que el movimiento 10 inicia Esteban Echevarraen la Argentina, y secundado luego por Lastarria enChile, Andrada e Silva en el Brasil y Jos Javier

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  • Fox en Cuba, culmin con la obra relevante de Do-mingo Faustino Sarmiento. A juicio del erudito CO-4mentado, tuvo un carcter revolucionario, pues im-plic una ruptura con los cnones obedecidos hastaentonces y una libertad plena en la expresin. Estoltimo es cierto; pero tambin 10 es que en 10 querespecta a su esencia, fue un reflejo europeo, unanueva manifestacin imitativa, un exponente ms desubordinacin a 10 extico. Sin decirlo, HenrquezUrea 10 admite cuando afirma que nuestros romn-ticos "hablaron alguna que otra vez como desterrados;pero no hacan entonces ms que imitar diligente-mente a sus dechados europeos... Nunca fueronrebeldes. .. estrechos lazos los ligaban a la familiay a las costumbres tradicionales, y jams llegaron aser revolucionarios individualistas". El autor distin-gue, pues, el carcter del movimiento y la actitudde sus representantes. Mas cabe acaso la distincin?No nos parece ... No puede haber revolucin si elcambio pretendido slo abarca 10 formal y las posi-bilidades de expresin, dejando intactas las esencias.As aconteci con dicho movimiento. Y es precisa-mente por eso que, contrariamente a 10 afirmado pormuchos, Sarmiento no puede ser considerado comoun revolucionario. Henrquez Urea 10 exalta, perono cae en apreciaciones falsas. Seala las cualidadespositivas y negativas de su obra, y al referirse al hom-bre, destaca su condicin de constructor. Da a en-tender -yen ello est en 10 cierto- que careci depenetracin filosfica y pone al desnudo que "su mi-rada no es slo intelectual; es tambin imaginativa".En verdad, bien poco dej de perdurable. Llevadopor una lgica animosidad hacia la obra de Espaaen Amrica, substituy su anti-colonialismo espaolpor otros colonialismos. Enamorado al principio deFrancia, traslad luego ese amor a los Estados Uni-

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  • dos. Vio a su alrededor lo que llam "barbarie" y cre-y que este mal slo poda ser superado ajustandonuestra vida a normas ajenas. Abjur de nuestro mes-tizaje y se afan por eso en la inmigracin europea.No fue, pues, una figura de substancia americana.Pese a su prdica, no es posible verlo como un ver~dadero demcrata. Ms todava: ceg ante las racesde nuestra supuesta barbarie. Por ventura, ya en suocaso, Jos Hernndez le dio un ments. Supo stever en la vida del gaucho brbaro una consecuenciade la explotacin de que era vctima. Su "MartnFierro" fue una luminosa respuesta a las quimricasinterpretaciones de la realidad social contenidas enel "Facundo".

    Henriquez Urea no hace la ms ligera men-cin de lo recin expuesto. Y dice que Sarmiento, "co-mo hombre del siglo XIX, tuvo la veneracin de lasciendas de la naturaleza". La afirmacin es justa. Yobliga a ver en el escritor argentino no slo a unidealista romntico, sino tambin a un precursor delpositivismo. No demor esta corriente filosfica eu-ropea en llegar a Nuestra Amrica y captar muchosadeptos. Aconteci esto entre el 1860 y el 1890, d-cadas que cubren 10 que Henrquez Urea llama "pe-rodo de organizacin", Desgraciadamente~ sobre esteperodo dice cosas bien peregrinas... Manifiesta~por ejemplo, que las divisiones de clase "respondanahora a las diferencias de poder, o de riqueza o de'educacin", Ante ello, surge esta pregunta: es queacaso no existi esto antes? Bajo la Colonia, sola~mente el rico lograba educarse, y si no era un altofuncionario, comparta parcialmente el poder con s-te, al igual que en la Europa occidental 10 hizo laburguesa con la clase aristocrtica, durante el sigloXVIII. Ms an: se detiene el autor en el hecho deque "dos tragedias polticas ensombrecen este peco-

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  • do: la guerra del Brasil, Uruguay y la Argentina con-tra Paraguay, y la guerra entre Chile y el Per". Perose abstiene de apuntar que estos acontecimientos na-cieron de causas econmicas y del colonialismo inte-lectual de las respectivas burguesas gobernantes, quesin haber creado autnticas naciones, haban hechosuyo el nacionalismo imperialista de las naciones,europeas occidentales, cuya economa se fundamen-taba en el capitalismo industrial y en el permanentesaqueo de los pueblos considerados por ellas comoinferiores.

    Pero dejemos. momentneamente de lado 10 po-ltico y volvamos a la literatura. Como seguimos elorden expositivo del autor, tenemos que dar un pasohacia atrs y caer de nuevo en el romanticismo, queera, -segn el texto analizado- "ya tradicin en]a Amrica hispnica, como en Espaa y Portugal.Prosigui las tareas que se haba trazado: la conquis-ta del paisaje, la reconstruccin del pasado, la des-cripcin de las costumbres". Ofrece el texto un re-cuento de poetas y prosistas que se distinguieron en-esta labor que -bien se sabe- no tradujo todo elsentido del romanticismo. Destaca, con razn, el re-lieve estilstico de Juan Montalvo y la importanciade Jorge Isaac en el campo de la recin nacida no-vela. Pero luego viene lo increble: cae el escritor enla mencin de autores que, pese a que delataban las-tres romnticos, estaban, como Justo Sierra y Euge-nio M. de Hostos, entregados al culto positivista. Esobvio que esto tiende a confundir al lector y pone enentredicho la organizacin mental, unnimementereconocida, de Henrquez Urea. Por otra parte, pue-de ser considerado el positivismo, en sentido estricto,una corriente literaria? No: fue una filosofa, que es.;.pecialmente en Nuestra Amrica, se expres a travsdel ensayo.

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  • Ya a fines del siglo XIX, el romanticismo de-cae entre nosotros, herido casi de muerte por la co-rriente llamada modernista. Henrquez Urea dedicaa esta corriente una vasta seccin de su importantetrabajo, que intitula "Literatura pura". De inmedia-to nos preguntamos: fue esto el modernismo? Res-pondemos: slo parcialmente. Mart, en quien se ve,conjuntamente con Casal, Gutirrez Njera y Silva,a uno de sus fundadores, raras veces hizo literaturapura. Puso su pluma, pletrica de colorido, profun-didad y novedades, al servicio del hombre de nues-tras tierras, de 10 que l llam "Nuestra Amrica".Vamos ms lejos: la puso al servicio del humanismoreal -humanismo universalista- creado por Marx.Por otro lado, puede acaso negarse que tanto Casal,como Silva y Gutirrez Njera, fueron, ms que mo-dernistas, poetas romnticos? En el propio Daro hayun fondo de romanticismo; pero no cabe duda quees a l a quien se debe, fundamentalmente, la nuevaorientacin. Qu busc sta? De dnde brot? Esmucho 10 que se ha escrito al respecto. Y si seguimosa Mart y consideramos que "o la literatura es cosa va-ca de sentido o es la expresin del pueblo que lacrea" (18), tendramos que llegar a la conclusin deque nuestro modernismo no fue literatura americanaautntica. Pues se observa entre los representantesde este movimiento, sobre todo en sus poetas, un cons-tante recurso a las esencias y la temtica extica,slo desmentido por algunos poemas indigenistas oampliamente americanistas de Daro, Chocano y otros.

    En cuanto a los orgenes del movimiento, Hen-rquez Urea cree encontrarlos en 10 econmico-so-cial. A su modo de ver, la literatura pura, dentro dela cual 10 ubica, nace en el 1890 y se extiende hastael 1920, y nace de la prosperidad dentro de la cualviva Nuestra Amrica en esa poca. Dice al respec-

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  • 00: "Nacida de la paz y de la aplicacin de Jos prin-cipios del liberalismo econmico, la prosperidad tuvoun efecto bien perceptible en la vida intelectual Co-menz una divisin del trabajo. Los hombres de pro-fesiones intelectuales trataron ahora de ceirse a latarea que haban elegido y abandonaron la poltica;los abogados, corno de costumbre, menos y desp~sque los dems. El timn del estado pas a manos dequienes no eran sino polticos; nada se gan con ello,antes al contrario.. Y como la literatura no era en rea-lidad una profesin, sino una vocacin, los hombresde letras se convirtieron en periodistas o maestros,cuando no en ambas cosas". Qu hay de verdad enestas afirmaciones? Casi nada ... Adentrmonos enellas! Digamos, de inicio, que si hubo prosperidad.,sta slo alcanz a la burguesa y en algunos pases---como los del Sur- a la clase media. En cuanto alliberalismo econ6mico, nadie puede negar que fuecapitalizado por la mencionada burguesia y las em-presas imperialistas, ya lanzadas al saqueo de nues~tras riquezas. Adems, salvo excepciones rarsimas, "eltimn del estado" qued en manos de militares, con-vertidos en polticos, o de caudillos civiles, algunosde los cuales tenan slida preparacin intelectual; ysi algunos hombres de letras se convirtieron en ~periodistas o maestros", el hecho no se generaliz ni im-plic una novedad: era corriente desde principios desiglo: Bello y Sal'miento fueron maestros y periodis-tas. Es ad.misible~ no obstante, que estas actividadesgozaran entonces de mayor atraccin para la intelec-tualidad. Pero el hecho se explica: el leve auge eco-nmico provocado por la. introduccin del capitalis-mo forneo, dio extensin y fuerza a la cIase media,muchos de cuyos meimbros lograron ilustrarse, y alno encontrar los dotados para las letras, provecho.en su ejercicio, tomaron aquellos caminos. Circuns-

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  • crito a esa clase y a la burguesa, el cultivo de la lite-ratura obligaba, adems, a quienes carecan de ren-tas, a convertirse en burcratas. Por otra parte, noes entonces cuando comienza -como asevera Henr-quez Urea- "la divisin del trabajo". El fenmenose inici con la conquista, y la afirmacin prueba, alas claras, que para el autor no eran familiares la so-ciologa ni la ciencia econmica. Por qu, siendo estoas, se intern en sus predios?

    Al vivir la burguesa de espaldas al drama denuestros pueblos, sus intelectuales, al igual que losde la clase media, pusieron los ojos en Europa y es-pecialmente en Francia, sacudida entonces por lascorrientes iconoclastas que partiendo de Baudelaire,Rimbaud, Verlaine y Mallarm, integran 10 que sellam el decadentismo literario. De dicha actitudsurgi nuestro modernismo. Fue ste, por tanto, unmovimiento tpicamente europeo: de Europa llega~ron los temas y las formas que dieron substancia yperfil a la nueva corriente. A pesar de que identifi-cados con sta, algunos de nuestros poetas mostra-ron en ocasiones cierta preocupacin por NuestraAmrica, la regla fue la creacin de un mundo ajenoa sta. Mart constituye, indudablemente, una excep-cin. Pero no puede decirse 10 mismo de Daro. "Seha acusado a Daro y a sus imitadores -manifiestaHenrquez Urea- de excesivo apego a las tradicio-nes y modas del mundo antiguo; en realidad, todaaquella parafernalia extranjera no era ms que untlisfraz. Bajo la mscara, 10 que vemos es la reapa-ricin de la riqueza y el lujo de la Amrica hispni-ca, con la prosperidad de las ltimas dcadas del siglapasado". .. Criterio -a nuestro juicio- podo ypor tanto, insostenible. Quines mostraban ese lujo?Una nfima minora; vctima de la ms horrenda ex-plotacin, la myora llevaba una vida miserable, que

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  • en muchos sectores acusaba rasgos infra-humanos.El modernismo fue, pues, especialmente en la

    poesia, una expresin nueva de lo que hemos llama-do el colonialismo intelectual. En lo que respecta a laprosa, tambin puede decirse lo mismo. Pero la regl~fue en gran parte violada por un Gonzlez Prada, unEuclides da Cunha y un Rod, entre otros. Siguieronstos las huellas de Mart, al menos en su fervor porNuestra Amrica.

    Hay algo ms ... A juicio del escritor que estoRdiamos, el modernismo, --expresin de la "literaturapura"- fue una de las fonnas de veganza de los hom-bres de letras ''frente a la supuesta indiferencia quehacia ellos mostraba la tan vituperada burguesa. . .La torre de marfil se convirti en smbolo familiar".En realidad, tales asertos no reposan en datos con-cretos. Un Silva, un Valencia, un Lugones, miem-bros -como tantos otros poetas modernistas- de laburguesa, no tenan razn alguna para vengarse desu propia clase. Slo en Lugones podra tal vez ad-mitirse este afn de venganza, ya que de origen hu-milde, alcanz tardamente el nivel burgus, sin olvi-dar su origen. Pero de ningn modo puede sostener-se que dicho afn existiera en los otros dos o en unHerrera y Reissig, cuya aristocracia intelectual 10llev a alejarse del pueblo y a hacer de su "Torre delos Panoramas" un centro exclusivista donde slo te-nan acceso sus admiradores Y otros en quienes l veaespritus selectos. Tampoco puede decirse Que dichoafn lata en un Dara, un Nervo, un Santoo Choca-no, un Blanco Fombona. Unos provinieron de cunaburguesa y siguieron perteneciendo a esta clase so-cial; otros, oriundos de la clase media, se aburguesa-ron. y alejados todos del drama de nuestros pueblos,obedecieron -unos ms, otros menos- a la tenden-cia individualista, rasgo tpico de la burguesa. Salvo

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  • contadas excepciones, si en algunos brot moment-neamente un grito de rebeldia contra sta, hay quever en ello ms una "pose" que una expresin naddade la entraa antnica.

    Obedeciendo a la dialctica de la historia, elmodernismo va a dar origen a una literatura social,que aparece entre los aos 1920 y 1940, Y traduceuna reaccin, a veces violenta, contra los cnones yla temtica modernista. Tiene razn HenrquezUrea al expresar que esta novedad, asi como la quese manifest en un retorno a "una especie de ro-manticismo exaltado" tuvieron su origen en los acon-tecimientos tambin novedosos -como la ReformaUniversitaria de Crdoba y la Revolucin Mexicana-que sacudieron entonces al Continente? En gran par-te porque a la vez influyeron otros dos sucesos, in-dudablemente trascendentales: la expansin imperia-lista norteamericana, inspirada en la poltica del "ga-rrote"; y la difusin del marxismo en el seno de nues-tra intelectualidad. Como el autor vivi, hasta ciertopunto, en una torre de marfil, consagrado fundamen-talmente a la investigacin filolgica y literaria, seexplica que no se diera cuenta de esto ltimo. Nopuede llamar la atencin, en consecuencia, que figu-ras seeras del pensamiento hispanoamericano, comola de Jos Carlos Maritegui, que naci en el 1895,slo se mencionen de modo escueto --o se silencien-en el ensayo. Maritegui aparece exclusivamente endos notas bibliogrficas. En cambio, el texto hablade otros, nacidos despus, que no mostraron la menorpreocupacin social, aun cuando --como Jorge Ca-rrera Andrade-- se distinguieron en el cultivo delverso libre. Llama la atencin, adems, que entre losque hicieron amplio uso de este ltimo como mediode expresin de una temtica estrictamenf-e nadonalo latinoamericana, el autor no cite al mximo poeta

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  • dominicano de estas ltimas pocas: Domingo Mo-reno Jimenes.

    Pero el escritor acierta cuando expresa que lasmltiples corrientes nuevas nacidas del modernismotradujeron la pugna centenaria entre la concepcindel "arte por el arte" y la del "arte al servicio de lahumanidad". Falla, sin embargo, al abstenerse de des-tacar que los defensores de la primera concepcin fue-ron casi todos miembros de la burguesa o aspirabana devenir burgueses, mientras los otros, eran repre-sentantes de la clase media y, excepcionalmente, dela clase obrera. Por ventura, reconoce que en la d-cada que se inicia en el 1940, "gran parte de la mejorliteratura de la Amrica hispnica expone. .. pro-blemas sociales, o al menos describe situaciones socia-les que contienen en germen los problemas. Normal-mente es la novela el gnero que con ms frecuen-cia apunta a estos aspectos de la sociedad en los tiem-pos modernos". Trtase, a nuestro modo de ver, deuna literatura que tiene un carcter insurgente, y enla cual el drama latinoamericano comienza a asomarcon toda su desnudez.

    En swna: junto a algunos aciertos interpreta~tivos, el ensayo contiene una cuanta mucho mayorde errores. Pero hay en l un catlogo, indudablemen-te til, de hechos y figuras. Es la obra de un eruditoen el campo de las letras: no de un historiador --enel autntico sentido de la palabra- de este costadode la cultura.

    "La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo"

    Ms que un genuino ensayo, "La cultura y lasletras coloniales en Santo Domingo" es una narracincasi totalmente carente de interpretaciones (19). cu-yo propsito bsico es destacar, de modo entusistico,

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  • 1&; primicias de la vida intelectual y artstica en laprimera de las colonias espaolas del Nuevo Mundo.Expresa: Santo Domingo, "nico pas del NuevoMundo habitado por espaoles durante los quinceaos inmediatos al Descubrimiento, es el primero enla implantacin de la cultura europea. Fue el prime-ro que tuvo conventos y escuelas. .. sedes episco-pales. .. Real Audiencia". .. Correctsimol Pero elautor se queda corto. Pues calla que en esos quinceaos comenz a producirse la simbiosis cultural his-pano-africana. Con la conquista, y luego el inicio dela colonizacin, desaparecieron los portadores de lacultura indgena; pero sigui sta haciendo asomosparciales, en virtud del mestizaje. A su vez, los afri-canos trajeron su cultura que, en sus rasgos esencia-les, conservaron durante buen tiempo. Hubo, pues,desde temprano, una mezcla de presencias cultura-les. Pero el autor se detiene estrictamente en la his-pnica! Las otras, por lo visto, carecan de valor.

    Es obvio, por otra parte, que el ensayo aspiraa reivindicar a la primera, sumida, al parecer, en elolvido, desde los tiempos de la Independencia. Elautor estima que este fenmeno se dio en toda Nues-tra Amrica. Afirma en efecto, que al producirse laemancipacin "hubo empeo en romper con la cultu":ra de tres siglos". Qu quiere decir con ello? Queesta cultura era la hispnica. Tesis falsa, ya que lacultura autnticamente espaola slo rein -comose ha visto-- en una minora privilegiada, que impu-so su dominio sobre el mestizo, el indgena y el africano. Estos ltimos, sumidos en la ignorancia, ofre-cieron sus propios rasgos culturales. El fenmeno acu-s variantes: "los hijos de grandes imperios indios,-afirma un escritor ya citado-, dueos de idio-m.:-='S y tradiciones propias, difcilmente se adaptan alas modalidades ibricas: el negro, s. Menos tradi-

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  • donatista y plstico, ms imitador y musical, adoptaIn:} r..'clevas melodas" (20). Infortunadamente, pues-to que para Henrquez Urea la cultura se reduce-y ello habremos de confirmarlo- a la literatura ylas artes, yen estos campos, con excepcin de la m-sica y las artes decorativas, el factor cultural hisp-nico predomin soberano o fue el nio en manifestar-se, ve en ellos "la porcin til de nuestra herencia",Lo dems, por consiguiente, es, a su juicio, porcinintil ... Basado en esta tesis cita a numerosos hom-bres de letras nacidos en Santo Doming-o en e~' si~glo XVI, y refiere que "gran nmero de hombresilustrados residieron all" en dicho siglo. Dentro destos habia "'telogos y juristas, mdicos y gramti-cos, cronistas y poetas". Calla, naturalmente, que es-ta residencia implic para ellos una vida esplndida,ya que la economa --que es otra expresin de lacultura- repos en la esclavitud.

    Pero no se detiene ah la referencia. ,. Mirma,en efecto: "Espaa no trajo slo cultura de letras yde libros: trajo tambin tesoros de poesa popular enromances y canciones, y tesoros de sabidura popularen el copioso refranero". Es claro que ante esto tene-mos que preguntamos: carecan los indgenas y losnegros de msica? Y ha habido acaso un pueblo sinrefranero? Es ms: no delataban sus religiones, em-papadas -como la catlic8- de magia, una sabidu-fa popular? Las respuestas a estas preguntas son,evidentemente, afirmativas.

    Continuemos. .. Asevera el autor que "SantoDomingo conserv tradiciones de primacia y seo-ro que se mantuvieron largo tiempo en la iglesia, enla administracin poltica y en la enseanza univer-sitaria. De estas tradiciones, la que dur hasta el si-glo XIX fue la de la cultura", Pasemos por alto laprimera afirmacin, lanzada al aire sin un solo dato

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  • probatorio y detengmonos en la ltima, reveladorade algo ya sealado: para Henrquez Urea, la cultu-ra se reduce a las letras y a las artes, que no son sinofoonas superiores de ella. En consecuencia, culturaera tanto aquellas supuestas tradiciones de "prima-ca y seora" como las proyecciones materiales yespirituales de los esclavos y de los hombres libressituados por debajo de la clase superior privilegiada.

    Duele decirlo: el ensayo tennina con un elogioindirecto a la aristocracia. Aqu va: en Santo Domin-go "se avecindaron representantes de poderosas fa-milias castellanas, con 'blasones de Mendozas, Man-Tiques y Guzmanes'. En 1520, Alessandro Geraldini,el obispo humanista, se asombra del lujo y la culturaen la poblacin escasa. Con el tiempo, todo se redujo,todo se empobreci; hasta las instituciones de culturapadecieron; pero la tradicin persisti". Por qu es-te cuadro unilateral y, por lo dems, discutible? Cu-brlan acaso a los ind!!enas vivos an en la poca deGeraldini y a los mestizos y los esclavos negros, ese"lujo" y esa "cultura"? (21) Dejamos que el lectorresponda!

    Ahora b'en: junto a los errores e injustificablesvacos ya referidos, hay un importante acierto: se-gn el autor relata, ''la leyenda local dice que laciudad de Santo Domingo, capital de la isla, mereciel nombre de Atenas del Nuevo Mundo. Frase muydel gusto espaol del Renacimiento". De inmediato,analiza el hecho de este modo: "Qu extraa con-cepcin del ideal ateniense: una. Atenas militar enParte, en parte conventual! En qu se fundaba elpomposo ttulo? En la enseanza universitaria, desdeluego; en el saber de los conventos, del Palacio Arzo-bispal, de la Real Audiencia, despus". Exactsimo!Pero se le olvid decir que tales "enseanza" y "saber"eran de contenidos dogmticos y slo alcanzaban

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  • -lo hemos dicho muchas veces- a una reducida mi-nora.

    Concluyamos ... El ensayo ofrece --como se havisto- una nueva prueba de la enajenacin hispanistadel autor. Pese a la erudicin que delata, es pobreen ideas y terriblemente desorientador. Dbese estoltimo al aristocratismo que rezuma, a la parcialidaddel enfoque, y a su punto de partida bsico: la falsavisin de la cultura.

    "Caminos de nuestra historia literaria'

    No cabe decir 10 mismo del ensayo que sirve dettulo a estos prrafos. He aqu un trabajo que reve-la penetracin y agudeza, pese a sus puntos polmi-cos! Desde los inicios, Henrquez Urea destaca lainexistencia -hasta ese momento- de una historiade nuestra literatura. Ahonda en los orgenes del he-cho y expresa la confianza de que ser superado. Elmismo trabaj en esto: no obstante las fallas de suconten;do, precisa reconocer que "Las corrientes lite~mrias en la Amr:ca h.::;p~nka" es Ufi3. ohm pionera,que oblig a una larga investigacin. El abri, pues,el camino ... Lo transitaron luego Arturo Torres Rio-seca, con su "Nueva Historia de la gran literntu!'aiberoamericana"; Anderson Imbert, con 8'1 "LiteraturaHispanoamericana", y Diez Echarri y Roque Franquesa con su notable "Historia General de la Litera-tura Espaola e Hispanoamericana". No es aventu-rEtdo afirmar que estas obras responden, en trminosgenerales, a la "tabla de valores" que nuestro autorpropone. Pues son historias de la literatura que giran"alrededor de unos cuantos nombres centrales: Be-llo, Sarmiento, Montalvo, Marti, Daro, Rod".

    Plantea el ensayo un tema novedoso: "hay-se-gn el autOf- dos nacionalismos en la literatura: el

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  • espontneo, el natural acento y elemental sabor dela tierra nativa, al cual nadie escapa, ni las excepcio~Des aparentes; yel perfecto, la expresin superior delespritu de cada pueblo, con poder de imperio, deperduracin y de expansin". Estima Henrquez Urefiaque a este ltimo nacionalismo aspiramos "desde laindependencia: nuestra historia literaria de los ltiwmas aos podra escribirse como la historia del flujoy reflujo de aspiraciones y teoras en busca de nues-tra expresin perfecta; deber escribirse como la his-toria de los renovados intentos de expresin, y sobretodo, de las expresiones realizadas", El punto tienehondura: no puede ser tratado a la ligera. Pero esti-mamos que el autor muestra parquedad en su desarro-llo; plantea la tesis, y apenas argumenta .. , Elloobliga a la pregunta: existen realmente esos dosnacionalismos literarios? Si aceptamos esta existencia,no es acaso el primero una parte substancial del se-gundo? El destacado erudito no aclara el asunto. Afir-ma que el primero ha dado origen a "complicacionesy enredos" que tienen un origen idiomtico. "Cada idio-ma -asevera- tiene su color, resumen de larga vidahistrica. Pero. .. vara de ciudad a ciudad, de re-gin a regin, y a las variaciones dialectales, siquieramnimas, acompaan multitud de matices espiritua-les diversos", Puede esto ltimo aplicarse a nuestjaAmrica de hoy? Hay reahnente una relacil': nti-ma entre las aludidas variaciones y los mencionados"matices espirituales? No sabemos si el problema hasido objeto de una investigacin socio-lingsticaexhaustiva. De todos modos, nos hallamos frente aalgo incontrovertible, sobre 10 cual ha insistido LuisAlberto Snchez: ha existido en el hombre de Nues-tra Amrica "una inadecuacin entre el modo de sen-tir y pensar, y la expresin a que se le quiso obligarpara verter sus sentires y penares. Se trata de que,

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  • habiendo comenzado con la Gramtica, el uso delidioma result consecuencial. en vez de ser, como de-be, causa. Semejante inversin no se realiza impune-mente" (22). Siendo ello as, la idea de la relacinreferida es -por lo menos entre nosotros, hispano-americanos- inaceptable.

    Henrquez Urea pretende simplificar el asuntosin pasar -lo repetimos- por la etapa previa de suprofundizacin. Considera que nuestra literatura "sedistingue de la literatura de Espaa, porque no pue-de menos de distinguirse, yeso 10 sabe todo observa-dor. Hay ms: en Amrica, cada pas, o cada grupode pases ofrece rasgos peculiares suyos en la litera-tura, a pesar de la lengua recibida de Espaa, a pesarde las constantes influencias europeas". La tesis esaceptable; pero estimamos que no cabe su genera-lizacin a toda nuestra historia. Pues slo desde laemancipacin poltica hasta la fecha es cuando seobservan en nuestra literatura esos "rasgos peculia-res". Bajo la Colonia, dicha literatura fue -ya se di-jo- un apndice de la espaola, como lo fueron ca-si todas las dems expresiones elevadas de la cultura,con excepcin de la msica y las artes plsticas. Laautoctona de Ruiz de Alarcn constituira, s seacepta, una singularidad (23).

    La emancipacin poltica acarre, pues, una re~novacin literaria que gradualmente se fue acentuan-do y gracias a la cual nuestra literatura cobr poco apoco mayores rasgos diferenciales de la espaola.Pero los juicios sobre esta diferenciacin varan. Hen-rquez Urea recoge -sin aceptarlo- uno de losms socorridos: nuestros escritores se distinguierony distinguen de los peninsulares porque fueron y sonexuberantes. Cuanto el autor dice al respecto es, anuestro juicio, acertado. Anota que escritores exube-rantes los tuvo y tiene Espaa, y los hallamos en to-

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  • das las literaturas. Ms aun: lo comn es que en 10que respecta a la forma, dicha cualidad sea un pro-ducto de la ignorancia. "En cualquier literatura -sos-tiene el escritor que motiva este ensayo-- el autormediocre, de ideas pobres, de cultura escasa, tiende averboso; en la espaola tal vez ms que en ningu-na", Los sostenedores de la tesis la levantan sobre elconcepto, hoy perimido, de la influencia climtica:se trata de un producto del trpico, Pero quienes es-to afrman desconocen u olvidan -bien lo dice Hen-rquez Urea- nuestra geografa: "La Amrica in-tertropical, se dividi en tierras altas y tierras bajas",y slo estas ltimas son "legtimamente trridas", Ca-rece, pues, de sentido, sustentar sobre esa base falsala existencia de una "Amrica buena" y una "Amri-ca mala". En realidad, "no hay una literatura de laAmrica templada, toda serenidad y discrecin", Sihay divergencias, el autor ve su raz en un problemade "cultura": la frondosidad se halla en dependenciade la preparacin insuficiente. Estimamos que hayalgo de esto; pero de ningn modo tiene la fuerzay extensin que el autor le da: la causa ms impor-tante de la frondosidad est ms bien en el temperamento. Valga este ejemplo: Vargas Vila, escritor es-trambtico y eglatra ---de quien, por ventura, yanadie se ocupa- naci en el altiplano (Bogot) yno puede negarse que tuvo, pese a su exuberancia,formacin literaria.

    De lo dicho se colige que si all donde se haavanzado en el desarrollo material y espiritual, la li-teratura ha alcanzado cierta moderacin expresiva.no se trata de una norma general. Quizs hoy tene-mos en algunos de esos pases ms escritores frondo-sos que sobrios ...

    Henrquez Urea concluye su ensayo con el siguiente pensamiento: 'Todo hace prever que, a 10

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  • largo del siglo XX, la actividad literaria se concen-trar, crecer y fructificar en la 'Amrica buena'; enla otra, -sean cuales fueJen 103 paises que al fin lacODstituyan-;, las letras se adormecern gradualmen-te hasta quedar aletargadas". Qu interpretacin dael autor a dichas Amricas? Repitmoslo: la ''buena''es la que tiene una preparacin cultural; la "mala"es la que no la tiene. Los tiempos han pasado y nose puede afirmar que hayan dado la razn a Henr-quez Urea Vemos, en efecto, que pases que se en-cuentran en el ms genuino subdesarrollo -como Pe-r, Guatemala, Colombia y la Repblica Dominica-na- han producido recientemente una lite intelec-tual -nacida ms bien de la clase media que de laclase privilegiada- en cuyas manos brilla la antor-cha de las buenas letras. Dentro de esa lite hay fi-guras sobresalientes: basta citar los nombres de Mi-guel Angel Asturias, Guillermo Garca Mrquez, Ma-rio Vargas Llosa y Juan Bosch.

    En sntesis, el ensayo estudiado llama a la me-ditacin y apenas ofrece fallas. Difcilmente puedaser olvidado por la posteridad

    "Ciudadano de Amrica"

    Versa este ensayo sobre la figura y obra de Eu-genio Mara de Rostos, y casi se limita a ofrecer unbreve relato biogrfico de tipo apologtica. que re-cuerda al que el autor escribi sobre Sarmiento.

    Es indudable que hay puntos de contacto entreel pensador puertorriqueo y el escritor argentino.Prueba de ello es que mientras para este ltimo elproblema fundamental de Nuestra Amrica se con-cetttraba en la sentencia dilemtica: "Civilizacin ybarbarie", para Bastos el dilema era "Civilizacin o

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  • muerte", frase con la cual intitul un importante ar~tculo.

    En su ensayo, Henrquez Urea no entra en elestudio de esos conceptos. Simplemente apunta elsostenido por Hostos, figura en quien "arde -8 sujuicio- con la ms alt~ llama, la pasin del bien,pasin de apstol. Porque Hostos vivi en tiemposduros, en que florecan los apstoles genuinos enEue;itra Amric8" Nuestro problema ce c:vi!iza..:'n ybarbarie exiga, en quienes 10 afrontaban, vocacinapostlica. El apstol corra peligros reales, materia-les pero detrs de l estaba en pie, alentndolo y sos-tenindolo, la hermandd de los creyel1~", "'""1 pl ues-tino de Amrica como patria de la justicia". Ha pa-sado mucha agua bajo los puentes y hablar hoy deesos dilemas causa la misma sensacin que cualquierfrase de un nio candoroso. En primer trmino, lapalabra civilizacin tiene actualmente un significadodistinto al que le dieron los hombres de la Ilustra-cin y, ms tarde, los positivistas. En segundo lugar,el trmino barbarie ha cado prcticamente en desuso,ya que de acuerdo con la culturologa contempOI'nea,aun los pueblos considerados ayer como brbaros ofre-cieron -y siguen ofreciendo- una cultura que, pesea su precariedad, posey o an posee caractersticasdefinidas. El antagonismo entre civilizacin y barba-rie fue, pues, una pura ilusin de escritores que obe~decan a la concepcin enciclopedista del progreso.Lo mismo cabe decir de 18 alternativa hostosiana ci-vilizacin o muerte. Ya ha quedado demostrado queno es obedeciendo al carcter supuestamente brbarode su cultura que determinado pueblo deja de existir.Es ms: todava hay pueblos que viven en la erapaleoltica o neoltica.

    Cuando Henrquez Urea escribi el trabajoque ahora analizamos --o sea en el 1935-, ya se sa-

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  • ban estas cosas. Evidentemente, con mayor raznse saban en el 1945, fecha de su ensayo sobre Sar-miento. Sorprende, pues, que l acuse solidaridadcon aquellos conceptos. Solidaridad bien honda, pues-to que estima que se necesitaba "vocacin apostlica",sobre todo en esos "tiempos duros", para afrontar lasupuesta realidad que tales conceptos delataban. An-te esto, surge por fuerza la pregunta: fueron acasotiempos blandos los anteriores? No. Como tampocolos de hoy. Razn por la cual muchos han sido, desdela emancipacin poltica hasta la fecha, quienes handado la vida por la justicia, despus de un fe.rvorosoapostolado.

    No se puede negar que Hostos fue un abande-rado del bien. Nuestro autor 10 resalta. Destaca, a lavez, su afn de crear "hombres de razn y de concien-cia", y su pasin por la verdad, para cuyo logro el po-sitivismo -as lo estimaba- abra las puertas. Peroolvida sealar que junto al positivista, haba en Hos~tos hlitos romnticos. Lo prueba el hecho de quesustentara que "el conocimiento del bien lleva a laprctica del bien". No es esto puro romanticismo?Por adentrarse en el estudio de su obra, HenrquezUrea anota que el tratado de Sociologa, --expre-sin genuina del spencerianismo- queda "fuera delos caminos actuales de la ciencia social Tiene razn.Pero elogia otra obra del pensador puertorriqueo-la Moral Social-, sin parar mientes en que, pesea su fundamentacin racionalista, obedece a un uto-pismo tico derivado de la supuesta existencia de va-lores absolutos.

    Esto ltimo -bien se sabe- pas ya a la his-toria. Quien ignora hoy que la moral es algo relati-vo que brota de circunstancias socio-econmicas ytiene el carcter de una superestructura? No respon~de ella, desde cuando surgi la divisin de la sociedad

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  • en clases, a "una forma especfica de la concienciasocial, que corre pareja con las dems formas: la ideo~loga poltia y jurdica, las artes y la religin (23)"?Pero Henriquez Urea -se infiere del mencionadoelogio-- no piensa as. .. y expresa: en 1898, "cuan-do va a terminar la segunda guerra cubana de inde-pendencia, con la. intervencin de los Estados Unidos,Rostos corre a reclamar la independencia de PuertoRico. Qu menos poda esperar el antiguo admira-dor de los Estados Unidos, cuyas libertades, antes sim-ples y difanas, exaltaba siempre como paradigmasfrente a Europa enmaraada en tiranas y privile-gios? Ahora tropez de nuevo con la injusticia: losdueos del poder no soltaron la presa gratuita". Yluego? Aconteci algo que el autor silencia: el aps-tol acept aquella injusticia. Y lleg a pensar que losEstados Unidos era la nacin indicada para realizaren la referida presa., la obra de civilizacin que l ha-bia soado. Renunci as a su apostolado hispano-americano. Obr como casi todos los dems positivis-tas de Nuestra Amrica que, sin el menor reparo,contribuyeron -a veces brindndole alientos- a lavoracidad imperialista. Para entonces, es obvio queya se haba apagado en su espritu el fuego romn~tico.

    Puesto que esto ltimo no aparece en el ensa-yo estudiado, es innecesario decir que ste acusa par-cialidad (24). Presenta al pensador puertorriqueobajo un solo aspecto, llegando a decir que fue "unode' los espritus originales y profundos de su tiem-po". Apreciacin exageradsima, reveladora de queel autor desconoca el movimiento filosfico de supoca. No despreciamos la labor magisterial de Hos-tos, y fundamentalmente, el aliento racionalista yantidogmtico a que responda. Esta labor tuvo, enaquel momento, un valor relevante. Pero por ms

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  • que se ahonde en su obra, no hay donde encontrarun asomo de originalidad: por su pensamiento nohabl l, sino el positivismo evolucionista. Basta, pa-ra reafirmar este concepto, comparar diha obra conla que dej Jos Mart. Meintras la primera es subs-tancia ajena, la otra es fuego ntimo, esencia propiay es indudable que mientras el fulgor de esta ltimacrece con los das, el brillo de la de Hastos se ha apa-gado.

    "EnriquilIo"

    Del ensayo que Henrquez Urea dedic a "En-riquillo", novela del escritor dominicano Manuel deJs. Galvn, es forzoso ocuparse: expresa ideas queno deben pasar inadvertidas. Ms que en la novela,el autor pone nfasis en la figura del novelista. "Decultura moderna -dice refirindose a ste- slo seincorpor ntimamente a la que ya circulaba en laEspaa del siglo XVIII. Hasta en la literatura, suslmites naturales eran anteriores a la independenciade Amrica o a 10 sumo contemporneos de ella: enEspaa, Jovellanos y Quintana; fuera, 800tt y Cha-teaubriand. Cuanto vino despus resaltaba en l co-mo mera adicin, cosa accidental, no sustantiva. Fue,por eso, escritor de tradicin clsica con toleranciapara el romanticsmo; pero su tradicin radicaba prin-cipalmente en el clasicismo acadmico del siglo XVIII".No tuvo, pues, el novelista -si nos atenemos al au-tor- nada de americano. Ello es cierto. Fue un au-tntico espaoL Es ms: llev a la poltica su espao-lismo. Hemquez Urea destaca esto ltimo al se-alar que despus de nacida la Repblica, se adhirial partido que aspiraba a "la reanexin de su patriaislea a la monarqua espaola (1861-1865): des-esperado intento para salvar la hispanidad de SantoDomingo, en zozobra frente a la amenaza de la frilD-

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  • ca-haitiana Hait, duea del occidente de la isla". Talreanexin tuvo lugar, y el autor anota que, al culmi-nar en el fracaso por ohra de la guerra restauradora,"'Galvn se va con Espaa. Su patria de adopcin 10eleva a la intendencia de Puerto Rico. Pero la tierranativa 10 atrae: se reincorpora a ella, y pronto apa-rece como ministro en el ejemplar gobierno de Es-paillat".

    Al tratar el punto, Henrquez Urea es dema-siado parco. .. Envuelve la verdad en rosados ro-pajes. Dice, por ejemplo, que de regreso al hogar na-tivo, Galvn "ser el hombre eminente a quien losgobiernos llaman para que los ilustre como jurista opara que los honre en la magistratura o al frente delMinisterio de Relaciones Exteriores o en misiones di-plomticas". Tales llamadas positivamente se produ-jeron. Mas surge esta interrogante: cules fueronlos gobiernos que as obraron? Aqu va la respuesta:exceptuando el de Espaillat, dos dictaduras reaccio-narias: la de Cesreo Guillermo y la de Ulises Heu-reaux. Galvn fue, precisamente, la persona en quieneste dictador puso su confianza, despus de nombrar-lo Encargado de Negocios en Washington, para quehiciera Jos mximos esfuerzos, corno efectivamentelos hizo, para el arrendamiento de la Baha y la Pe-nnsula de Saman a los Estados Unidos. Nuestroautor calla el carcter proditorio de estas negociacio-nes. Es ms: prefiere no referirse a ellas. Esta ac-tuacin de Galvn qu revelaba? Que nunca ardien su espritu la llama patritica y que, pese a sen-tirse espaol, no tena reparos en entregarlo a cual-quier potencia extranjera.

    Henrquez Urea pretende disculpar su trayec-toria pblica al expresar que su novela "escoge comoasunto la primera rebelda consciente y organiz~ade Amrica contra Espaa", y que el novelista aspi-

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  • raba a que su obra sirviera "en parte, como leccinque ayude a resolver los problemas de Espaa enCuba y Puerto Rico". Es claro que esto ltimo es unapura especulacin. Pero lo que a primera vista im-presiona en el ensayo es que el autor vea en la re-anexin de la Repblica Dominicana a Espaa "undesesperado intento por salvar la hispanidad en San-to Domingo", amenazada por los franco-haitianos.No rie esta afirmacin con su postura americanistay su elogio de la fusin de razas en nuestro Continen-te? No perteneca Francia tambin a la hipotticaRomana, por l exaltada? La contradiccin es evi-dente. Pero la explican su enajenacin hispanista y

    ~u finne creencia de que la mtica hispanidad se extenda a Nuestra Arnrica. Ahora bien: qu se in-fiere de la cita? Que si l hubiera vivido en aquellapoca, su posicin habra sido la misma que la asu-mida por Galvn frente al problema anexionista.

    De la novela -gran novela- cuanto el ensayodice acusa casi siempre ligereza. Es cierto que "no hayen ella nada legendario ni fantstico: todo lo que noes rigurosamente his,rico, es claramente verosmil".El autor resume el argumento. Y las interpretacionesal respecto son, por 10 comn, bien pobres. Hay algu-nas incorrectas ... Vaya un ejemplo: dice que "so-bre el tumulto de la conquista y la refriega de lasgranjeras, se levanta como columna de fuego el ar-dimiento espiritual de fray Bartolom de las Casas,en quien Galvn no ve, como los irreflexivos, al de-tractor de sus compatriotas, sino la gloria ms purade Espaa". Habla as sin hacerse eco de la revalori-zacin que desde principios de siglo se ha estado ha~ciendo de esta ltima figura. Claro est: que un espi-ritualista -como l- trate de irreflexivo a quien nie-gue la cualidad gloriosa de un hombre que si bienfue un ardiente defensor de los indios, acept duran-

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  • te dcadas la esclavitud del negro africano, es algoinconcebible (25).

    Henrquez Urea termina el ensayo con unasntesis de 10 que considera 10 ms esencial de la no-vela. Expresa ~ uy as, este vasto cuadro de los ea-mienzos de la vida nueva en la Amrica conquista-da es la imagen de la verdad, superior a los alega-tos de los disputadores ~ el bien y el error (por quno el mal?) la oracin y el grito. se unen para' con-certarse en armona final, donde espaoles e indiosarriban a la paz y se entregan a la fe ya la esperan-za". Conclusin idlica, desmentida por la historia!Pues qu nos dice sta? Que para entonces, los in~dios de la Espaola se hallaban en las proximidadesde su definitiva extincin, y que ni all, ni en nin-guna otra regin de Amrica, hubo esa paz entre es-paoles e indios y mucho menos -en lo que respec-ta a los ltimos- esa entrega a la fe y la esperanza.

    "Marti"

    He aqu un ensayo breve, pero indudablementeenjundioso, donde no hay un solo error de interpre-tacin y el pensamiento se circunscribe a 10 esencial!Preciosa sntesis de la vida ---que sigue viva a travsde su obra singular- de un hombre extraordinario."Mart --expresa Henrquez Urea- sacrific al es-critor que haba en l -no lo hay can mayor donnatural en toda la historia de nuestro idioma- alamor y al deber ... Pero el escritor, que se encogapara ceder el paso al hombre de amor y deber, reapa-reca, aumentado, transfigurado por el amor y el de-ber; la vibracin amorosa hace temblar cada lneasuya; el calor del deber le da transparencia", Bastaeso para captar el valor del ensayo! Es. a nuestro jui-cio, lo ms logrado del autor como maestro de la pro-sa. Y entre los retratos de figuras americanas deja-

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  • dos por su pluma, el ms fiel. Escrito en 1931, tuvofuncin precursora: todas las pginas valiosas produ-cidas despus sobre el cubano egregio, recogen la sa-via y el rumbo de este ensayo admirable, digno defigurar en las ms recatadas antologas.

    b) ENSAYOS CULTURALES.La ensaystica cubierta por esta temtica gira

    alrededor de dos centros: Espaa y Nuestra Amri-ca. Centros que en un desesperado esfuerzo, el autortrata de unir ... Hay que pensar que el primero fueun producto de su formacin intelectual y de su amora la lengua espaola. El segundo, en cambio, surgiprobablemente de un fenmeno tipico de su poca:el encuentro de gran parte de la intelectualidad his-panoamericana con su propio mundo, del cual bro-t la tendencia a valorizarlo.

    En esos dos centros se halla la fuente de la ideo-loga del autor: de sus contenidos substanciales irra-dia su pensamiento. El hispanismo y el hispanoame-ricanismo son, en consecuencia, 10 que da tnica decasi todos sus enfoques de la problemtica cultural.Es ocioso decir que no se trata de dos filosofas: sonestrictamente dos posturas ideolgicas de raz espiri-tualista. Ahora bien: cul de ellas prim en su es-pritu? Lo dicho en pginas anteriores brinda la res-puesta: su pasin por Nuestra Amrica se levant so-bre su devocin a 10 hispnico. El estudio que hare-mos de inmediato habr de demostrarlo. Para ma-yor claridad expositiva, lo dividiremos en dos partes:la correspondiente a los ensayos sobre Espaa y sucultura; y la que se refiere a la cultura iberoameri-cana. Dentro de la primera se hallan muchos traba-jos. Escogeremos los siguientes: "Raza y cultura his-pnicas", "Barroco de Amrica", "Rioja y el senti-

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  • miento de las flores", "La cultura de las Humanidades"y "Pasado y presente". En cuanto a la segunda parte,rica tambin en producciones, versar sobre los en-sayos que llevan los ttulos: "La utopa de Amr:ca",''Patria de la justicia", "El descontento y la promesa"y, por ltimo, "Historia de la Cultura en la Amricahispnica".

    "Raza y cultura hispnicas"

    Trtase de un ensayo apologtico: la raza his-pnica es objeto de una calurosa exaltacin. Pero en-tendmonos: el autor est consciente de que el trmi-no raza, en el campo cientfico, se presta a muchasinterpretaciones. No obstante, considera intil substi-turlo por el vocablo cultura, debido a que sta, "enel significado que hoy tiene dentro del lenguaje tc-nico de la sociologa y de la historia, no despierta enel oyente la resonancia afectiva que la costumbre daal vocablo raza". Se inclina, pues, ante la costumbre,y sostiene que 10 que "une y unifica a esta raza, noreal sino ideal, es la comunidad de cultura, determi-nada de modo principal por la comunidad de idio-ma". No toma en cuenta esta tesis -por cierto, bas-tante aeja,- que pese a la primaca del castella-no, hay muchos idiomas y dialectos en la propia Es-paa, 10 que, si se acepta que la comunidad de idio-ma es el factor primario en la determinacin de lacultura, da a la espaola bastante heterogeneidad.

    Tal vez esto ltimo ha infludo en muchos his-panfilos para sostener que el elemento esencial dedicha cultura es el religioso. Manuel Garca Moren-te, destacado expositor de la filosofa idealista, dice

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  • al respecto: "Yo pienso que todo el espritu y todoel estilo de la nacin espaola pueden condensarse ya la vez concretarse en un tipo humano ideal, aspi-racin secreta y profunda de las almas espaolas, elcaballero cristiano... Caballerosidad y cristiandaden fusin permanente e identificacin radical, peroconcretadas en una personalidad absolutamente indi-vidual y seera, es tal vez, segn yo lo siento, el fon-do mismo de la psicologa hispnica". Y agrega: "Lahispanidad es consubstancial con la religin cristia-na ... Espaol y catlico son sinnimos (26)". Noestamos de acuerdo con este criterio, que no toma enconsideracin el carcter superestructural -y, portanto, variable-- de las religiones. Pero nos inclina-mos a pensar que por lo menos en la poca de la co-lonia, lo religioso fue --contrariamente a 10 afirma-do por Henrquez Urea- el factor substancial dela cultura hispnica. El idioma acus raigambres es-pirituales, pero hay que verlo como el instrumentoms importante que en aquel entonces, utiliz dichofactor para proyectarse.

    En qu basa nuestro autor su tesis? En hechoshistricos. .. Siguiendo a Sarmiento -quien man-tuvo el errneo concepto de que pertenecemos a "laRomani.a, a la familia latina", Henrquez Urea ex-presa que el latn "ha sido en Occidente el vehculoprincipal de la tradicin romana: la tradicin persis-te -aade- a travs de todas evoluciones, donde-quiera que persisti el latn. Deshecho el Imper:oRomano, su idioma se parti en mil pedazos; peroen las lenguas de cultura que se construyeron sobrelas ruinas del latn... sobrevive la tradicin delLacio, y esas lenguas la han difundido ,Sobre territo~rios que Roma no sospech". . . Dicho esto, el escri-tor pinta el cuadro del antagonismo entre la tradi-cin romana y "los pueblos de lenguas germnicas"

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  • -que por 10 visto no son, segn su criterio, "lenguasde cultura"- para llegar a la conclusin de que "den-tro de la Romania constituimos, los pueblos hispni-cos, la ms numerosa familia, extendida sobre inmen-sos territorios, los ms vastos que ocupa ningunalengua, salvo el ingls y el ruso". Tales afirmacionesson slo parcialmente verdaderas. Pues pese a las di-vergencias lingsticas entre los pueblos del nortey aqullos sobre los cuales influy en forma deter-minante la tradicin romana, en unos y otros se pro-dujo una simbiosis cultural que implic la existenciade rasgos propios, en los cuales la prdida del idiomavernculo y su substitucin por el latn no influypara nada. Tenemos as que el pueblo galo, a pesarde haber sido latinizado, dio origen, en virtud de lasfusiones tnicas, al pueblo franco, cuyo espritu tra-dujo una cultura nueva, diferente en sus esencias yformas, de la romana

    Algo similar aconteci en Nuestra Amrica. Eldestrozo de la cultura indgena por la conquista y lacolonizacin espaolas no implic la prdida total delas substancias anmicas que la originaron, y es biensabido que todava persisten muchos idiomas abor-genes. Es que -tal como lo afirma Juan Mara Gu-tirrez- "la lengua o el lenguaje. .. tiene una inme-diata correlacin con el pensamiento, y nadie tieneel derecho de dar reglas sobre cmo ha de expresarseel pensamiento, mucho ms cuando son reglas de uncdigo, dictadas en otros siglos y bajo el influjo deunas ideas que el progreso ha dejado atrs como ves-tidos antiguos" (27). En la Europa occidental, lospueblos aparentemente romanizados, o se rebelaroncontra ese cdigo creando los idiomas romances, olograron conservar el propio, qe enriquecieron conlatinismos. Salvo excepciones, entre nosotros no sedieron esos casos. El idioma castellano se impuso; pe-

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  • ro ni el indgena ni el mestizo adaptaron su menta-lidad a l ''Los mestizos coloniales -sostiene conrazn Luis Alberto Snchez- hallaban dificultadespara expresarse en un idioma a medias propio. Lo po-dan usar para los menesteres cotidianos, pero la in-timidad de sus sentimientos y la forma esttica re-queran ms amplio dominio" (28). Claro est: si nopodemos considerar a los pueblos del Occidente eu-ropeo como pertenecientes a la Romania, a pesar deque tnicamente procedieron de un mismo tronco --eleuro-asitico-, mucho menos cabe hacer esa consi-deracin en 10 que concierne a nuestros pueblos, cu-yos orgenes tnicos son dismiles. Estimamos, porconsiguiente, que Henrquez Urea yerra al hacerla.

    Pero 10 recin dicho no niega que a la Jarga. elidioma castellano y el portugus se impondrn defi-nitivamente entre nosotros. Apoyado en razones s..lidas, el autor 10 afirma. No obstante, estimamos queambos irn enriqueciendo su vocabulario, con unamayor cuanta de voces nativas. Ms an: pese a lareferida imposicn, 10 ms probable es que el triun-fo del proceso revolucionario en marcha entrae P?!'8las lenguas aborgenes supervivientes, un crecienterespeto y un estmulo para su desarrollo.

    Qu quiere decir esto ltimo? Que en el futu-ro, el portugus y el castellano sern las lenguas ex~elusivas de las grandes mayoras -la primera en elBrasil y la otra en el resto de Nuestra Amrica-, yque conjuntamente con ello, la minora indgena queha conservado su pureza, ser bilinge. Nos pareceque ya el fenmeno se est en gran parte dando ...

    Ahora bien: si no pertenecemos a la Romania,qu somos en el orden cultural? Algo totalmentenuevo, hecho comprensible para todo aqul familia-rizado con la dialctica de la historia. En efecto, siaplicamos al caso el pensamiento hegeliano, nos da-

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  • mas cuenta de que tal novedad no es otra cosa sinola s~ntsis -con una cualidad tpica propia-- de IRpugna entre la tesis y la anttesis representadas porla cultura hispnica y las culturas aborgenes y afri-canas. No cabe, por tanto, considerar nuestra reali-dad cultural como un producto exclusivo de lo espa~ol, y al hombre iberoamericano como un "caballerocristiano". En suma: analizado el punto cientfica-mente, hay que llegar a la conclusin de que nuestrapertenencia a la hispanidad es un autntico mito. Ylo decimos sin olvidarnos de que aun aceptando queesta hispanidad existe, se impone la discusin sobresu naturaleza. Para Garcia Morente, "el sentido pro-lfundo de la h~stoda de ESPGri.s. es 18 con~iUbstanci'.cinentre la patria y la religin. .. Servir a Dios es ser-vir a Espaa; servir a Espaa es servir a Dios.. . Elhombe hispnico, que ha hecho Espaa y Amrica-o si se prefiere la hispanidad-. .. no consideraque vivir sea vivir para vivir, ni vivir para a!ga queest dentro de la vida, sino que pone la vida entera, 12propia y aun la aiena, al serv1c!o de algo que no es lavida misma, ni est en la vida" (29). Sintetiza as lodicho: El hombre hispnico "confiere a la vida unsentido trascendente", Es cIara que si admitiramosesta tesis, tendramos que sostener que la figura deSancho Panza no es espaola y que todos los con-quistadores y colonizadores de Nuestra Amrica fue wron varones ascticos que pus1eron sus vidas al ser-vicio exclusivo de Dios, sin interesarse jams en losbienes materiales. Se explica que Garca Morente -aquien el idealismo filosfico llev a hacerse monjecatlico-- se exprese de ese modo. Lo grave del casoes que Henrquez Urea aparezca solidarizado conl al afirmar lo siguiente: "La larga lucha contra elmoro templ al espaol, dndole gran dominio de sexigindole tambin una fe sin vacilaciones. La to-

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  • lerancia no poda ser flor de tales cultivos. No se pue-de ser a la par baluarte y jardn. Pero s germinaronall la capacidad de sacrificio, la perseverancia, el des-dn por las cosas pequeas, la generosidad, el sentidode los valores humanos puros, desnudo de todo es-plendor adventicio". Si nos llevamos de tales frases,es evidente que tendramos que reconocer en cada es-paol a un exponente de las ms altas virtudes, casisin sombra de defectos. Aun su intolerancia apare-cera justificada! Pero sabemos que no hay tal cosa. ...Como todos los pueblos, Espaa ha dado santos ymalvados, hombres que entregaron la vida a finestrascendentes y otros para quienes los afanes terre-nos -sobre todo la codicia-, llevaron a cometercrueldades y crmenes sin cuento. Esta dualidad la