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IX Jornadas contra el racismo y la xenofobia
El racismo no pinta nada
Ayuntamiento de Gijón y Organizaciones sociales (Asturias), 21 marzo 2014
Los racismos en la Gran Recesión:
peligros del “deslizamiento” antiinmigrante
Lorenzo Cachón Rodríguez
Universidad Complutense de Madrid
21 de marzo: Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial:
El 1966 la Asamblea General de NNUU proclamó el 21 de marzo de cada año como
Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial en recuerdo y
como homenaje a las 69 personas muertas por disparos de la policía en una
manifestación pacífica contra las leyes del apartheid en Sharpville, Sudáfrica.
Es un día que nos recuerda nuestra responsabilidad colectiva e individual de
promover y proteger los ideales de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, cuyo primer artículo afirma que “todos los seres humanos nacen libres e
iguales en dignidad y derechos”.
Es también un Día que debería recordar a los Estados que su función fundamental es
garantizar la libertad y la igualdad de los todos los seres humanos que habitan en su
territorio.
Esquema de la intervención
1. Vivimos tiempos difíciles: las tres crisis: la económica, la social, la política o el
triángulo de las Bermudas [de la “cuestión migratoria” y del racismo]
2. Pero ¿qué es el racismo en el siglo XXI?
3. Racismo y Gran Recesión
4. Racismo en Europa, racismos en España: el “deslizamiento” de los discursos, de las
políticas y de las prácticas sociales
5. ¿Qué hacer? Otro tipo de discurso, otro tipo de política es posible
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1. Vivimos tiempos difíciles: las tres crisis: la económica, la social, la política o el
triángulo de las Bermudas [de la “cuestión migratoria” y del racismo]
Vivimos tiempos difíciles…
tiempos difíciles económicos: la crisis y la recesión económica y los efectos que
traen consigo nuevos peligros de exclusión social de las clases populares y, entre
ellas, de inmigrantes y gitanos;
tiempos sociales difíciles: que aceleran el miedo fluido de las opiniones públicas
(construidas) y que tienden a “culturalizar” los problemas sociales;
tiempos políticos difíciles: con discursos y políticas en la Unión Europea, en los
Estados miembros y en España que acentúan los peligros del populismo xenófobo.
La confluencia de estos tres malos vientos hace que nos movamos en una especie de
“triángulo de las Bermudas” donde las tormentas son auténticas galernas y amenazan
con hacernos naufragar.
A)
La crisis económica de 2008 ha puesto fin a una larga etapa de “crecimiento dinámico”
sostenido desde mediados de los noventa. Y lo ha hecho de un modo repentino y brutal
pero no inesperado, porque, como suele recordar Krugman, había señales más que
suficientes que anunciaban el crack. Señales que los responsables políticos y
económicos no fueron capaces de ver o no lo quisieron o (algunos, al menos, desde los
mercados financieros) ocultaron lo que estaban cocinando.
Los efectos de la GR sobre el empleo tienen tres características generales si se
comparan con otras crisis: esta crisis es la más profunda, la más larga y la que tendrá
una salida más lenta.
España vive además esta crisis, por primera vez, con un nivel de inmigración elevado
(la mayor proporción de extranjeros entre los países grandes de la UE) y esto se ha
reflejado en al aumento de la vulnerabilidad de los inmigrantes en distintos campos:
laboral (con más de un 1,1 millón de parados y tasas de paro del 37%), Social (como
muestra el notable incremento que ha habido en los últimos meses de personas
inmigrantes (además de autóctonos) que acuden a los servicios sociales de
organizaciones de apoyo o a los ayuntamientos), Habitacional (por los crecientes
problemas que les llevan a perder sus viviendas) y Legal (por el peligro de perder sus
“papeles”).
Se ha producido un incremento de la competencia en el mercado de trabajo entre
inmigrantes y determinados grupos de trabajadores autóctonos (especialmente los de
menor cualificación) por la necesidad y el intento por parte de éstos de “recuperar”
empleos que en años anteriores habían podido rehuir por mejores puestos de trabajo. Y
esto conduce a un mayor riesgo de conflictos ligados a la inmigración (con o sin el
mercado de trabajo y su “competencia” de por medio: lo ocurrido en el invierno de 2008
con la recogida de la aceituna en Jaén fue sólo uno de los primeros ejemplos visibles de
estos procesos).
B)
El “clima de miedo”, de que habla Solinka, que caracteriza a las sociedades
occidentales, se ha posado desde hace unos años en la inmigración, en el “otro”
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inmigrante. Por una parte, especialmente desde el 11-S, en los colectivos musulmanes,
musulmán/árabe/marroquí: mezclando religión, etnia y nacionalidad en España. Por
otra, en los (nuevos) gitanos, en esos “otros” que forman parte histórica del “nosotros”
europeos. Incluso son ciudadanos comunitarios rumanos, pero esa ciudadanía no ha
evitado que los miedos se hayan posado (o mejor, los hayan hecho posar) sobre ellos.
C)
Este miedo fluido de las opiniones públicas está en gran medida construido desde el
poder político, deliberadamente o no: hay una combinación de los dos elementos que se
retroalimentan.
Por eso hay que poner el foco más importante en los vientos que se pueden producir
desde el campo de la política. Son muy preocupantes algunos discursos y algunas
políticas que se van consolidando en Europa y que cuentan también con sus réplicas en
España. Y son peligrosos, sobre todo, porque se producen en esta época de crisis, que es
un humus propicio en el que pueden germinar “las flores del mal” (dicho esto en
homenaje a Tzvetan Todorov, Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales de 2008), es
decir, del racismo en algunas de sus diversas manifestaciones. Algunos de esos
discursos son claramente racistas, otros tienen un tufillo demasiado xenófobo para que
pueda ser ignorado; en otros subyace una concepción meramente utilitarista de la
inmigración; otros ponen, injustificadamente, sobre los hombros de los inmigrantes la
responsabilidad de las insuficiencias del Estado de bienestar, de “nuestro” Estado de
bienestar. Todos estos discursos no sólo no ayudan nada a la comprensión por parte de
la sociedad de un fenómeno complejo como son las migraciones internacionales sino
que dificultan la puesta en marcha de políticas coherentes que favorezcan la eficacia de
la gestión de los flujos y la integración de los inmigrantes a través de la única vía
posible en un país democrático: el reconocimiento efectivo de derechos.
2. Pero ¿qué es el racismo en el siglo XXI?
Un fantasma recorre Europa en este desde el inicio del siglo XXI: el fantasma del
racismo. O mejor, habría que decir: Un fantasma recorre de nuevo Europa: el fantasma
del racismo. Porque en 2014, en este primer centenario del inicio de la PGM, hay que
recordar que Europa no aprendió (mucho) de las lecciones de la Gran Guerra, sino que
al firmar su final puso las bases para que empezara la SGM. Y parece que tampoco
hemos aprendido de las causas alemanas y europeas que llevaron luego al Holocausto y
a los campos de exterminio.
Contra lo que a veces se da por sobreentendido o en ocasiones se formula, ni el racismo
es un fenómeno del pasado ni lo es en la actualidad sólo de otras latitudes siempre
“diferentes” a la nuestra. El racismo está entre nosotros, en nuestras sociedades. Y
constituye una de los grandes desafíos del presente y del futuro de Europa y de España.
Como señala Wieviorka (1998), “debemos saber que, cualquiera que sea la evolución
futura, es muy probable que nuestras sociedades sean cada vez más tentadas por el
racismo. El racismo constituirá cada vez más, si no una realidad perceptible, al menos
un desafío, una amenaza siempre susceptible de surgir y extenderse (...) El racismo es
un desafío que no hay que tratar ni por exceso, haciendo de él una plaga masiva o
dramatizando los acontecimientos que lo traducen, ni por defecto, banalizándolo o
minimizándolo”.
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Hay signos de que se trata de un fenómeno de creciente importancia, como lo ponen de
relieve los diversos informes periódicos de la Agencia de Derechos Fundamentales de la
Unión Europea (antes Observatorio sobre el racismo de la Unión Europea) en Viena, de
la Comisión Europea contra el Racismo y la Intolerancia (ECRI) del Consejo de
Europa, del Observatorio Español del Racismo y la Xenofobia. Basta seguir la “revista
de prensa” que elabora MUGAK.
No es de extrañar que hace unos años Balibar (1991) afirmaran que, “con formas
tradicionales o renovadas, (...) el racismo no está en regresión, sino en progresión en el
mundo contemporáneo. Este fenómeno conlleva desigualdades, fases críticas (...) pero
en definitiva, sólo se puede explicar por causas estructurales”.
Pero es complejo abordar la cuestión del racismo. En países como España esta dificultad
tiene razones políticas, porque no está en la agenda que se quiere dominante. Y tiene
causas sociales, porque excepto en los grupos de extrema derecha no es aceptable que
alguien pueda ver calificados sus actos como racistas.
Pero más allá de estos hechos, hay dificultades ligadas al concepto mismo de “racismo”.
Miles (1989) comienza su clásico Racism señalando que “como otros conceptos
sociológicos, el de racismo tiene un uso cotidiano y muchos significados cotidianos (...)
gran parte de este uso cotidiano es acrítico. Pero el concepto tiene una particularidad por
el hecho de que está muy cargado negativamente (...) Todo esto hace que el científico
social que intenta utilizar el concepto se encuentre con una especial dificultad”.
Entre las diversas definiciones que se han dado de “racismo” recordaré dos de ellas, una
académica y otra institucional. Para Wierviorka (1998:7), “el racismo consiste en
caracterizar a un conjunto humano por atributos naturales, ellos mismos asociados a
características intelectuales y morales que valen para cada miembro que forma parte del
grupo y, a partir de ahí, en poner eventualmente en marcha prácticas de inferiorización y
de exclusión”. Por su parte, el Consejo de Europa, a través de la Comisión Europea
contra el Racismo y la Intolerancia [en su Recomendación nº 7 sobre legislación
nacional para combatir el racismo y la discriminación racial de 13 de diciembre de
2002] define el racismo como “la creencia de que, por motivo de la raza (concepto que
la ECRI rechaza), el color, el idioma, la religión, la nacionalidad o el origen nacional o
étnico, se justifica el desprecio de una persona o grupo de personas o la noción de
superioridad de una persona o grupo de personas”.
El racismo es un atributo de las sociedades modernas, de las sociedades individualistas,
igualitarias, universalistas. El llamado racismo “científico” surge en el contexto de los
procesos de colonización e imperialismo del XIX y de la expansión de los
nacionalismos europeos del siglo XIX con aportaciones “científicas” de las ciencias
sociales. Este racismo se basaba en las diferencias biológicas que se establecían entre
las distintas “razas”. Pero este concepto ha perdido todo su valor científico después de
los trabajos UNESCO (de 1952 y 1960) y ha sido desacreditado por la ciencia y la
moderna genética.
Sin embargo, el concepto “raza” es recurrente porque tiene una utilidad funcional en el
marco del discurso y de las prácticas racistas.
Las “razas” no tienen un fundamento biológico sino que son relaciones de grupo
naturalizadas. En ese sentido no sólo existen sino que son continuamente
(re)construidas socialmente. Y hoy el campo de acción fundamental del racismo se
llama inmigración. Pero no hay que olvidar el otro campo de acción relevante (y
tradicional) del racismo en España y otros países europeos (¿hay que recordar el siglo
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de persecuciones a que Suecia ha sometido a los gitanos hasta muy recientemente?): los
gitanos; y las nuevas confluencias de inmigración y gitanos: en la Unión Europea y en
España.
Se puede plantear si hay dos racismos (uno clásico, biológico y otro nuevo, “cultural”)
que se habrían sucedido en los años cincuenta y sesenta al salir de la experiencia del
nazismo y entrar en la de la descolonización (como defiende Taguieff 1988) o si hay un
solo racismo pero con “dos lógicas distintas, de jerarquización y de diferenciación,
contradictorias y sin embargo necesariamente co-presentes en toda experiencia
significativa de racismo” como defiende Wieviorka (1998).
El “nuevo racismo” [concepto introducido por Martin Baker en 1981] cambia la
argumentación “legitimadora” del discurso racista desde la inferioridad biológica del
racismo clásico a la diferencia cultural y se produce como un racismo “cultural”,
“diferencialista” (Taguieff), “simbólico”. Si la “lógica” del racismo clásico era la “pura
jerarquización (…) (que) hace del grupo caracterizado por la raza una clase social, una
modalidad extrema del grupo explotado” (Wieviorka 1998), la “lógica” que incorpora el
nuevo racismo es “una lógica de pura diferenciación, que tiende a rechazar los contactos
y las relaciones sociales, que reenvía a la imagen de la exterioridad radical de los grupos
humanos considerados, que en el límite no tienen ningún espacio común donde
desplegar la menor relación, sea racista o no” (ibid.). De tal manera que el nuevo
discurso racista “se legitimaría menos por la invocación de una desigualdad de ‘razas’
como por la idea de la irreductibilidad y la incompatibilidad de ciertas especificidades
culturales, nacionales, religiosas, étnicas u otras” (ibid., 33).
En este nuevo racismo “la cultura puede funcionar también como una naturaleza,
especialmente como una forma de encerrar a priori a los individuos y los grupos en una
genealogía, una determinación de origen inmutable e intangible” (Tanguieff.). Además,
aunque formalmente en este planteamiento desaparece la cuestión de la jerarquía para
resaltar la diferenciación, esto es más aparente que real, porque “de hecho, la idea de
jerarquía (...) se reconstruye en el uso práctico de la doctrina (por lo que no necesita que
se enuncie explícitamente) y en el tipo de criterios que se aplica para concebir la
diferencias de culturas” (ibid.).
Los “otros” van cambiando a lo largo del tiempo. Porque, como ha señalado Miles
(1989), el racismo adopta formas “específicas históricamente”. Nuestras sociedades han
desplegado dispositivos de construcción social del racismo que reproducen la lógica de
inclusión/exclusión que busca sustitutos funcionales de la “raza” como objetos sobre los
que construir representaciones racializantes. Se podría decir, extremando el argumento
puesto que – por ejemplo – en España y otros lugares de Europa seguimos teniendo un
grupo social muy “racializado” como son los gitanos, que hoy en Europa la “raza” se
llama inmigración.
Para Balibar (1991), la inmigración aparece como elemento funcional sustitutorio de
“raza” en el modus operandi racista tras los procesos de descolonización y los flujos
inmigratorios en norte y centro de Europa tras la segunda guerra mundial.
Antes de la crisis económica de los años setenta la inmigración aparece, sobre todo,
como un fenómeno de clase: los inmigrantes aparecen como trabajadores extranjeros,
son definidos sobre todo en términos sociales, por su posición en la estructura social.
Tras la crisis comienzan a ser extranjeros (vagamente definidos como en términos
étnicos/culturales), trabajadores o no. Y así comienza a producirse, por decirlo
sincréticamente, un proceso de racialización de la “clase inmigrante” (Cachón 2005).
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Este cambio en la construcción del objeto por parte del racismo y su planteamiento en
términos “étnicos” tiene, como ha señalado Chebel d’Appollonia (1998) ventajas
evidentes: “apelar el ‘sentido común’ para constatar que hay diferencias entre grupos
humanos; utilizar el término ‘étnia’ en vez de ‘raza’ pero sin dejar de insistir en su
carácter innato; e introducir de nuevo el principio de desigualdad (...) para establecer
una jerarquía no ya de razas (...) sino de ‘producciones culturales’”. Con ello se
explicaría el título, sólo aparentemente contradictorio, de un capítulo del libro de esta
autora: “Las razas no existen, pero la raza explica muchas cosas”.
Típicamente, nuestras “razas”, que es el eco que llega cuando hablamos de étnias, se
llaman inmigrantes. No se quiere decir que otros colectivos como los gitanos o los que
nacionales (de origen o por nacionalización) que tienen rasgos fenotípicos diferentes de
los mayoritarios en nuestra sociedad, o los judíos u otros colectivos con religiones o
culturas distintas no puedan ser y sean sometidos a procesos de “racialización”, pero sí
que estos procesos racializantes se producen sobre todo con algunos colectivos de
inmigrantes.
Dos peligros mayores en nuestro tiempo, relacionados entre sí y con efectos
multiplicadores el uno en el otro:
El paso de un (fomentado) “estado de xenofobia” a una “xenofobia de estado”
(formalmente como respuesta a aquel)
discurso antiinmigrante/antimusulman: desde la extrema derecha se ha ido
inoculando, extendiendo, a algunos políticos de la derecha conservadora y a
veces también a ciertos políticos progresistas. Es a este proceso a lo que llamaré
“deslizamiento”, fruto de una “inoculación”.
3. Racismo y Gran Recesión
Ya hemos recordado que las crisis son un humus especialmente proclive al crecimiento
del racismo y la xenofobia. Pero conviene recordar qué son las crisis. Porque la Gran
Recesión (GR) que estamos viviendo tiene dos componentes relevantes: uno la recesión
económica y sus efectos sobre el mercado de trabajo (con las destrucción de cerca del
20% del empleo en España en los últimos seis años): pero otro aspecto íntimamente
ligado al anterior, porque aquel le ha servido en gran medida de justificación y de
disculpa para su implementación, son las políticas de recortes de derechos que se están
llevando a cabo. Y para ver qué relación hay entre el racismo y la GR hay que tener en
cuenta estos dos aspectos.
La desestructuración de las relaciones sociales características de la era industrial ya se
venía produciendo desde el triunfo de las políticas neoliberales en los años ochenta. Su
resultado viene siendo el crecimiento de las desigualdades sociales, con aumento del
paro estructural, de la precarización y de la exclusión social. Con ello, los “antiguos”
referentes sociales y políticos han entrado en un período de incertidumbre. Como dice
Bauman (2001): “Actualmente, el sentir dominante está instituido por un nuevo tipo de
incertidumbre, que no se limita a la propia suerte o talento, sino que atañe a la futura
configuración del mundo, a la forma adecuada de vivir en él y a los criterios en función
de los cuales juzgar los aciertos y errores de cada forma de vida”.
Un segundo registro para comprender el racismo contemporáneo es la crisis de las
instituciones que deberían garantizar la socialización de los individuos como son la
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escuela pública y los servicios públicos, especialmente la sanidad. Y aquí es donde
entran en juego las políticas de recortes sociales que se están llevando a cabo. Ya antes
de la crisis Wieviorka (1998) había señalado cómo la escuela pública “parece penar por
cumplir su misión y, a menudo, sus dificultades son imputadas, una vez más, a la
inmigración. El racismo, aquí, consiste en acusar a las principales víctimas de esta crisis
de ser responsables de la misma, a hacer a los inmigrantes la causa del mal
funcionamiento de la escuela”. Pero las políticas puestas en marcha con la disculpa de la
GR han profundizado el deterioro de las instituciones responsables de la seguridad
social y de la solidaridad que tienen que abordar realidades nuevas y diversas en medio
de escasez de personal y de recursos financieros y sin la preparación adecuada lo que
lleva a la pérdida de la noción de “servicio público”.
Que la crisis de la relación salarial que se vive en la actualidad sea un humus más
favorable para la aparición de fenómenos racistas no debe hacernos caer, como ha
señalado Balibar (1991), en explicaciones mecanicistas del tipo: crisis paro
precariedad aumento de la competencia en el mercado de trabajo exclusión social
hostilidad, xenofobia violencia racista. Hay que poner de relieve correlaciones
indiscutibles entre ambos fenómenos, pero una correlación que va en las dos
direcciones: la crisis como factor del racismo y el racismo como factor (multiplicador)
de la crisis. Porque “es indiscutible que la existencia del racismo, los actos de violencia
que le dan cuerpo, se convierten en un componente activo de la crisis social, pesando
por ello en su evolución” (Balibar 1991). Por eso “más que de causa y efecto, habría que
hablar de acción recíproca de la crisis y del racismo en la coyuntura: es decir, hay que
calificar, especificar la crisis social como crisis racista, investigar sobre las
características del ‘racismo de crisis’ que aparece en un momento dado en una
formación social determinada”. Con la crisis entran en escena “capas y clases sociales
nuevas (o individuos cada vez más numerosos de capas sociales nuevas), que adoptan
una postura de ‘racificación’ de situaciones cada vez más variadas” (ibid.).
Pero hay efectos directos de la GR en el racismo que se han podido medir. Un reciente
estudio de la London School of Economic de Febrero de 2014 de David W. Johnston y
Grace Lordan, ha cuantificado algunos efectos contracíclicos directos de la crisis
económica sobre el racismo a través de la discriminación por origen racial o étnico en el
mercado de trabajo. Con datos británicos han podido mostrar que un incremento de un
1% en el desempleo produce un aumento de un 4% en el prejuicio racial auto-reportado
en los varones de mediana edad con alto nivel educativo empleados a tiempo completo.
Este resultado sugiere que los trabajadores no blancos tienen más probabilidades de
encontrarse con empresarios y directivos con prejuicios raciales en momentos de mayor
desempleo.
[Otros resultados muestran que la brecha de empleo racial y salarios aumentan con el
desempleo y que estos efectos son mayores para los trabajadores negros de alta
cualificación. Por ejemplo, un incremento de un 1% en el desempleo aumenta las
brechas salariales de negros y blancos para las personas altamente cualificadas. Es decir,
los autores han podio mostrar sólidamente que los no blancos sufren
desproporcionadamente más que los blancos durante las recesiones, como consecuencia
de cambios en el mercado y de cambios en las actitudes hacia ellos. Dicho de otra
manera, las recesiones exacerban las desigualdades raciales ya existentes.]
Pero ¿qué está ocurriendo en el nivel político en Europa y en España?
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4. Racismo en Europa, racismos en España: conflictos ligados a la inmigración y
el “deslizamiento” de los discursos, de las políticas y de las prácticas sociales
El racismo, la xenofobia, adquiere una mayor gravedad cuando entra en el terreno de lo
político, cuando desde un “estado de xenofobia” se pasa a la “xenofobia de estado”. Por
la capacidad destructiva que tiene la política y porque se multiplica su nivel potencial de
difusión.
De ahí la importancia de luchar por mantener a la política y a las instituciones sin ser
contaminadas por el racismo, sin que se produzca una xenofobia institucional. Pero la
realidad de Europa y de mucho Estados miembros arroja señales muy preocupantes. Se
podría calificar de dos maneras:
Proceso de inoculación: los planteamientos xenófobos de la extrema derecha se han ido
infiltrando en algunos partidos conservadores en Europa (y en Estados Unidos), e
incluso, en algunos casos, en políticos “progresistas”.
Proceso de deslizamiento: porque algunos partidos conservadores en Europa, e incluso,
en algunos casos, políticos “progresistas” se han ido “deslizando” hacia posiciones
xenófobas, posiciones que han sido tradicionales de la extrema derecha.
Todo ello ha llevado a una cierta “banalización” del racismo en los discursos y en la
acción política.
Un caso bien claro es el de Francia. Pero se podría poner otros ejemplos en Europa
porque, por desgracia, abundan. La más reciente incorporación a este “club del
deslizamiento xenófobo” es el Reino Unido.
En Francia la extrema derecha hace años que ha inoculado su discurso xenófobo en
líderes de la derecha tradicional. ¿Hay que recordar a Sarkozy llamando “racaille”
(escoria) a los jóvenes magrebíes que se manifestaban (con violencia o sin violencia) en
las calles? ¿hay que recordar su iniciativa sobre la “identidad” francesa? Pero no sólo en
la derecha. El muy popular ministro socialista de interior del gobierno de Hollande ha
lanzado diatribas contra los gitanos que legitiman el discurso racista del Frente Nacional
y que muestran cómo ese discurso va inoculando a la izquierda tradicional francesa (por
un puñado de votos). La expulsión de la familia gitana Dibrani a Kosovo levantó mucha
polvareda (sobre todo porque una alumna gitana Leonarda fue detenida por la policía
durante una excursión escolar). Pero las actuaciones contra los gitanos que se han
desarrollado en Francia en los dos últimos años rayan el racismo institucional. Y así un
candidato del Frente Nacional puede decir que a los gitanos hay que “concentrarlos en
campos” porque son una “lepra” y… no pasa nada! ¿Hay que recordar que en Francia
hubo campos de concentración de judíos y gitanos (y resistentes antifascistas, entre ellos
republicanos españoles) previo a su envío a los campos de exterminio en Alemania?
Los gitanos o los inmigrantes son muy “útiles” porque los discursos populistas
xenófobos encuentran en ellos el “chivo expiatorio” de todos nuestros males y porque
los políticas hacen echar humo con ellos para tapar sus actuaciones al servicio de
política neoliberales que esas sí, están en la base de nuestros males.
¿Hay que recordar el renaciente antisemitismo en Europa? En una Europa donde aún
viven algunos supervivientes de los campos de concentración de la época nazi, se
asaltan cementerios judíos o algún humorista pone de moda gestos antisemitas.
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¿Hay que recordar la islamofobia que recorre Europa y Estados Unidos, acelerada tras
los atentados del 11S, del 11M o del 7J en Londres? En el día de ayer, el líder de la
extrema derecha en Holanda proclamó, con un tufo de incitación al odio que no es
posible ignorar, que “quería menos, menos, menos, marroquíes” en Holanda. Pero no
son marroquíes sino musulmanes holandeses de lo que está hablando realmente. Habla
de nacionalidad, pero quiere decir… “raza”.
¿Hay que recordar al dirigente de la Liga Norte en Italia que defendía bombardear los
barcos con inmigrantes indocumentados antes de que se acercaran a Lampedusa? Claro
que aún no habían muerto 232 personas en una embarcación.
¿Hay que recordar los discursos de dirigentes de la extrema derecha en Europa en el
Reino Unido, en Bélgica, en Austria, en Dinamarca y en varios países, todos ellos
comunitarios, del este de Europa?
¿Hay que recordar los reiterados insultos racistas dirigidos a dos ministras en ejercicio
en Francia y en Italia, las dos negras, las dos mujeres, algunos de esos exabruptos
proferidos por diputados de los parlamentos?
¿Hay que recordar los discursos antinmigración copiados de la extrema derecha pero
enunciados por partidos conservadores y a veces incluso progresistas, hechos sobre todo
en vísperas electorales, pensando en un puñado de votos? Puede que luego no cumplan
las promesas de restricciones a la inmigración porque son irreales y negativas para el
país y para Europa (bienvenido incumplimiento), pero lo que sí contribuyen es a
sembrar la cizaña antiinmigante y la cizaña germinará y otros serán los que recojan la
cosecha y entonces verán crecer a la extrema derecha pero ya no habrá remedio: el
deslizamiento ha ido demasiado lejos. De nuevo el ejemplo de Francia debe ser
recordado.
Porque estos discursos no han empezado hoy. Llevamos años con ellos. Años oyendo a
Berlusconi, Cameron o Merkel criticar sin matices el multiculturalismo. Años olvidando
la función de pedagogía (no de demagogia) que debe tener la política.
Un momento especialmente significativo fue la aprobación el día 19 de junio de 2008
por parte del Parlamento Europeo de la (llamada) Directiva de Retorno. Una directiva
que ha suscitado tanto rechazo dentro y fuera de Europa y que ni fortalece ni legitima a
la Unión Europea. Entonces tuve ocasión de recordar un texto de Coetzee en Diario de
un mal año: “Llegan tiempos en los que la indignación y la vergüenza son tan grandes
que sobrepasan a todo cálculo y toda prudencia, y uno debe actuar, es decir, hablar”.
Se podría pensar que en España no estamos en una situación tan grave. Y hay algunos
datos (del Eurobarómetro) que así permiten afirmarlo en términos comparativos. Pero
depende donde queramos poner el acento. Por ejemplo, si se analizan los conflictos
ligados a la inmigración, España no ha sufrido hechos tan graves como los que han
tenido lugar en Francia, Reino Unido, Alemania, Italia o Suecia.
En España tampoco tuvieron lugar violentas reacciones antiislámicas después de los
atentados del 11M como ocurrió en el Reino Unido (o como siguen ocurriendo en
Estados Unidos) (Cachón 2011: 437-8).
Pero España dista mucho de ser una “Arcadia” para los inmigrantes. Baste recordar los
asesinatos de inmigrantes (comenzando por el de Lucrecia Pérez en 1992) o los sucesos
racistas de El Ejido el año 2000, o los de otro cariz de Elche en 2004.
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Una clave importante para entender esta mejor situación comparativa en España es la
respuesta que se ha dado desde ayuntamientos y ONGs muy implantadas en el terreno:
ese tejido social ha sido fundamental.
Pero hay hechos recientes muy preocupantes que muestran un racismo institucional o
situaciones muy próximas a él. Las expulsiones ilegales (es decir, donde el Estado
español viola sus leyes en vigor) o el abuso que supone lanzar pelotas de goma contra
inmigrantes que intentan entrar ilegalmente en el territorio y que un día llegaron a
producir 15 muertos en Ceuta, políticos llevados a juicio por incitación al odio racial, el
Servicio Estados Público de Empleo condenado por discriminar a inmigrantes
marroquíes en las prestaciones por desempleo, dos mossos de escuadra condenados por
acusar falsamente a una mujer gitana rumana de maltratar a su hija: son todos ejemplos
recientes de racismo institucional en España.
Pero déjenme que señale otro aspecto muy preocupante en España: es la tolerancia con
cierto tipo de manifestaciones racistas. El tema del Día Internacional de la Eliminación
de la Discriminación Racial 2013 es: “El racismo y el deporte”. Y quiero recordar un
hecho racista que se banalizó desde la opinión pública y desde los responsables políticos
y que tuvo graves consecuencias por el enorme eco que tuvo.
Un suceso banal: “negro de mierda” y los códigos del fútbol” en España (Cachón
2005: 260-6)
Acto primero: “negro de mierda” (Luis Aragonés dixit)
Acto segundo: el eco amplifica el grito: insultos racistas en el Bernabeu contra
los negros que juegan en la selección inglesa de fútbol”
Acto tercero: los racistas son los antirracistas. Paradoja
Este es un “excelente” ejemplo de deslizamiento: estos hechos racistas hay que cortarlos
de raíz y desde el principio: ¿cómo hubiera sido la noticia las palabras de Aragonés en
el Reino Unido? Aragonés es cesado por un acto racista (recogido y multiplicado por la
TV).
El mayor peligro del “deslizamiento” es no frenarlo a tiempo: Hay que matar la víbora
racista desde el huevo: Si el deslizamiento se prolonga, su fuerza se multiplica y cada
vez es más difícil luchar contra él.
Con palabras de D. Nandy (Lester 2000) ¿Hay que recordar que “es un deber de los
políticos escuchar a la opinión popular. Que es igualmente un deber de los políticos
educar a la opinión pública. Pero en la teoría de la política democrática nada requiere a
los políticos para que den cancha a los prejuicios populares, especialmente cuando están
en juego los derechos de las minorías”?.
5. ¿Qué hacer? Otro tipo de discurso, otro tipo de política es posible
Creo que hay dos campos donde la mejor manera de luchar contra el racismo es
dotarnos colectivamente de proyectos políticos. Uno es una cierta idea de Europa el otro
es una concepción de la convivencia en Europa. Se podrá pensar, no sin fundamento,
que lo que voy a hablar son ideas y que lo que cuentan en nuestro mundo son los
intereses. Pero conviene recordar un olvidado mensaje que nos dejó Keynes [Teoría
general de la ocupación, el interés y el dinero: Capítulo (24) final: “Notas finales sobre
la filosofía social a que podría conducir la teoría general”]:
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“las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas
como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se
cree (…). Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de
cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista
difunto (…) Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera
mucho comparado son la intrusión gradual de las ideas (…) Pero, tarde o
temprano, son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros,
tanto para bien como para mal”.
Permítanme, por ello, que enuncie esas dos ideas que anunciaba.
A) Hacia una Europa red de bienestar keynesiano
En las Jornadas sobre el porvenir de Europa del Instituto Berggruen celebradas a finales
de febrero en Madrid, se enunciaron a mi modo de ver dos diagnósticos y una
perspectiva: El primer diagnóstico: “El avance del populismo en muchas partes de
Europa es nuestra principal preocupación” (Mario Monti). El segundo diagnóstico:
“Quizá este es el momento más difícil en la construcción europea. El apoyo ciudadano
está en mínimos. La opinión pública considera que Europa no responde a sus
expectativas. La idea de que juntos lo hacemos mejor ha perdido fuerza” (Pascal Lamy,
presidente de Notre Europe). La perspectiva la enunció bien Enrico Letta: “El sueño
tiene que ser la unión política”.
La deslegitimación de la UE se está produciendo porque muchos ciudadanos europeos
la perciben como la causa de la pérdida de derechos (hoy sobre todo como consecuencia
de las políticas económicas, monetarias, fiscales, laborales y sociales que se han
adoptado como respuesta a la Gran Recesión): la UE está perdiendo “legitimidad”, esa
condición que hace que los ciudadanos consideren “aceptable” un orden político. En el
imaginario de las gentes, los aspectos positivos de “Europa”, de la construcción
europea, pertenecen al pasado. Los aspectos negativos (y deslegitimadores) al presente.
Hoy no hay una verdadera “identidad europea” que venga “legitimar” Europa. Reforzar
la democracia y la unión política en Europa son condiciones necesarias pero no
suficientes. La “identidad europea” exige dotar de contenido a la “ciudadanía
europea” en el Estado red Unión Europea.
No me detendré en la idea de Estado-red enunciada por Castells, que exige
“mancomunar y compartir soberanía más que transferirla a un nivel superior” (Keoane y
Hoffman, citado por Castells 1998). Pero el Estado red no es suficiente: “La unificación
europea, en una perspectiva a largo plazo, requiere una identidad europea” (ídem, 367).
Esa “identidad europea” no se puede apoyar (véase Castells, 1998)
El cristianismo (puesto que muchos europeos no la comparten)
La democracia (puesto que muchos otros países la compartes)
La etnicidad (puesto que además de peligroso, Europa es cada vez más diversa)
La identidad “nacional” (puesto que es el elemento superado)
La economía (“nadie se enamora del euro”, parafraseando a Delors).
¿Cuál podría ser el contenido de dicha identidad proyecto europea? “La única, la
verdadera justificación económica de la construcción europea es que permite acrecentar
el bienestar de los pueblos –es decir, su nivel de vida y sus oportunidades de lograr
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empleo. No es cuestión de perseguir la virtud financiera en detrimento de la cohesión
social” (Fitoussi 1995).
Europa encontrará la “identidad europea” y con ello su legitimación actual y el mejor
remedio contra todo tipo de populismo xenófobo en el proyecto de construcción de un
“Estado red europeo de bienestar” que gire en torno a la defensa del Estado de
bienestar, de la solidaridad social, del empleo estable y de los derechos de los
trabajadores. No se trata de “una proclamación utópica de sueños, sino (de enunciar) la
lucha por imponer modos alternativos de desarrollo económico, sociabilidad y
gobierno” (Castells 1998).
B) Hacia un multiculturalismo integrador
Para enunciar la segunda idea, debemos arrancar del argumento de B. Parekh (en
Rethinking multiculturalism) perfectamente aplicable a Europa, a España y a Asturias:
a) “Hoy en día, casi todas las sociedades son multiculturales y probablemente lo
seguirán siendo en el futuro previsible” (realmente se podría quitar el casi todas…).
b) “Una sociedad multicultural no puede ser estable (…) sin desarrollar un sentido de
pertenencia entre el ciudadano común. El sentido de pertenencia no puede ser étnico
o basado en una cultura, una etnia u otras características compartidas. (…) ha de ser
de naturaleza política y basada en un compromiso compartido hacia la comunidad
política”
c) “Las sociedades multiculturales afrontan problemas que no tienen paralelo en la
historia. Necesitan encontrar formas de conciliar las reivindicaciones legítimas de
unidad y diversidad, lograr unidad política sin uniformidad cultural, ser inclusivas
sin ser asimilacionistas, cultivar entre sus ciudadanos un sentido de pertenencia
respetando sus legítimas diferencias culturales, albergar identidades culturales
plurales sin debilitar la preciosa identidad de la ciudadanía compartida. Se trata de
una formidable tarea política y, hasta la fecha, ninguna sociedad multicultural ha
conseguido resolverla de manera exitosa”.
Por eso, frente a derivas “culturalistas”, tanto en la lucha contra el racismo como en las
políticas de integración de y con los inmigrantes, hay que insistir en la necesidad de
apoyarse de forma simultánea en la justicia en dos dimensiones: (la vieja) justicia
redistributiva y (la nueva) justicia de reconocimiento. De ahí las “3R”: Redistribución,
Reconocimiento y Representación. Pero en esta argumentación hay un Kilómetro 0, un
punto previo de partida del que hay que arrancar: políticas que garanticen la igualdad de
trato, la lucha contra la discriminación y el racismo en todas sus manifestaciones
(Cachón 2009)
Sobre estas cuatro patas se puede apostar por un desarrollo progresivo de una sociedad
más justa donde impere un “multiculturalismo integrador”, “multiculturalismo
integrador” que intenta conseguir la unidad (en igualdad) y en (el respecto y aceptación
de) la diversidad (Cachón 2011).
La crisis económica no debe ser el tobogán por el que nos deslicemos a terrenos
peligrosos, pasando de un (fomentado) “estado de xenofobia” a una “xenofobia de
estado” (presentada como respuesta a aquella). Otro tipo de discurso es posible y
durante las crisis económicas es más necesario que nunca.
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Espero que no sea vano terminar con el final de Sobre la paz perpetua de Kant:
“Si es un deber, y al mismo tiempo una esperanza, el que contribuyamos todos a
realizar un estado de derecho público universal, aunque sólo sea en
aproximación progresiva, la idea de la ‘paz perpetua’ (…) no es una fantasía
vana, sino un problema que hay que ir resolviendo poco a poco, acercándonos
con la mayor rapidez al fin apetecido, ya que el movimiento del progreso ha de
ser, en el futuro, más rápido y eficaz que en el pasado”.
Bibliografía
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Cachón, L. (2009): La “España inmigrante”: marco discriminatorio, mercado de trabajo y políticas de
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Cachón, L. (2011) (Director): Inmigración y conflictos en Europa. Aprender para una mejor convivencia,
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Fitoussi, J.-P. (1996): El debate prohibido. Moneda, Europa, pobreza, Barcelona, Paidós.
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