islandia, revolucion bajo el volcan xavier moret

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«En este libro, a medio caminoentre el libro de viajes y la crónicaperiodística, explico lo que hapasado en Islandia desde el otoñode 2008, cuando el país sufrió unafuerte crisis financiera que llevó ala bancarrota a sus bancos y amuchos de sus ciudadanos a laruina. El libro incluye entrevistascon personajes islandeses, como laex presidenta Vigdís Finnbogadóttir,y un repaso de la ejemplar reacciónde los ciudadanos indignados, queprovocaron la dimisión delGobierno y llevar a los tribunales a

los responsables de la crisis» (de laweb del autor).

Xavier Moret

Islandia,revolución bajo el

volcán

ePub r1.2Raksha 5.1.14

Título original: Islandia, revolución bajoel volcánXavier Moret, 2011Diseño de portada: Alba Editorial

Editor digital: RakshaCorrección de erratas: Bloper,2BitterForYou, y Bisky; gracias.ePub base r1.0

«Mi opinión ha sido siempre esta:nunca, mientras vivas, tienes que

rendirte,ni aunque te lo hayan robado todo.

Si no tienes nada más,siempre podrás decir

que es tuyo el aire que respiras».

Gente independiente. Halldór Laxness

PrólogoLA REVOLUCIÓN

SILENCIADA

Me enamoré de Islandia en mi primerviaje a este país nórdico, a esta islaremota que a menudo los cartógrafosolvidan incluir en los mapas de Europa.Era el verano de 2001 y me quedéextasiado ante los espectacularespaisajes volcánicos, la luz cálida ysesgada, la vitalidad de Reykiavik y laamabilidad de sus gentes. Fue tan fuertela impresión que incluso escribí unlibro, La isla secreta, en el que quise

contar cómo había sido la historia ycómo eran las gentes que habitaban estaisla asediada por el frío que se concedíaen verano un glorioso paréntesis en elque reinaba el sol de medianoche.

He regresado varias veces a Islandiadespués de aquella primera visita, y encada ocasión he ido conociendo nuevosaspectos de este sorprendente país. Tuvela tentación de actualizar La isla secretacon notas a pie de página y nuevoscapítulos[1], pero los acontecimientosvividos de un modo acelerado en losúltimos años terminaron porconvencerme de que Islandia merecía unnuevo libro, una obra que explicara los

cambios sufridos por la sociedadislandesa desde que la gran crisisfinanciera hundió al país en labancarrota en octubre de 2008. Losucedido entonces fue dramático: en tansólo unos días, un país que gozaba segúnlos expertos de las mejores perspectivasde crecimiento; habitado, según decían,por la gente más feliz del mundo, pasó aser una nación tocada y casi hundida porla crisis económica. Es evidente que hayun antes y un después respecto a estafecha que algunos islandeses calificancomo «nuestro 11 de septiembre»; fue unduro golpe, sin duda, pero el puebloislandés, llevado de su espíritu vikingo,

optó por no resignarse a unas decisionesque sus políticos consideraban«inevitables» y, con una firmezaejemplar, decidió salir a la calle paramanifestarse, forzar un cambio deGobierno, enviar a la cárcel a algunosbanqueros corruptos, ser dueños de susactos y luchar por un futuro mejor parasus hijos.

Si nos remontamos en la historia,Islandia fue durante muchos siglos unmundo aparte, una isla volcánica,inhabitable según algunos, que vivíacasi al margen de todo, encerrada porcompleto en sí misma. Hasta finales dels iglo IX, con la llegada del primer

colono, Ingólfur Arnarson, no empezó apoblarse con vikingos que huían deNoruega y que fundaron en 930 suprimer Parlamento, el Althingi, en elhermoso valle de Thingvellir. Allí,alrededor de la llamada Roca de la Ley,se juntaban una vez al año los granjerosde las distintas partes de la isla paradirimir sus asuntos sin necesidad deningún rey. Era la Edad delAsentamiento, unos años de proezas ycombates en los que se fueron forjandolas sagas, las vibrantes narracionesépicas, primero transmitidas oralmente,que fueron fijadas por escrito entre lossiglos XII y XIV y que todavía hoy

constituyen el gran tesoro cultural deIslandia. Hubo en la larga historia deIslandia erupciones volcánicas,terremotos, hambrunas y otrasdesgracias, y fueron muchos losislandeses que, ante la magnitud de lascalamidades, decidieron emigrar aAmérica, aunque también fueron muchoslos que, llevados de su carácterindomable, optaron por permanecer enla isla de sus antepasados.

A partir de 1944, año en queIslandia alcanzó la independencia deDinamarca, las tensiones derivadas dela guerra fría y el establecimiento de labase norteamericana de Keflavik

pusieron a Islandia en el mapageoestratégico del mundo. Hastaentonces la riqueza de la isla se basabasobre todo en la pesca del bacalao, unproducto que todavía hoy supone un14,3% del Producto Interior Bruto y un70% de las exportaciones. Con estosdatos se comprende que los islandesesse esforzaran por ir ampliandoprogresivamente sus aguas territoriales,cosa que hicieron en 1952, en 1972 y en1975, hasta situarlas a doscientas millasde sus costas. Esta ampliación tuvocomo consecuencia tres guerrassucesivas con Gran Bretaña, en las quesi bien no hubo muertos, sí destacó un

héroe: el capitán Thröstur Sigryggson,que, al mando del guardacostas Aegir,aprovechando la oscuridad y una fuertenevada, la noche de Fin de Año de 1975burló la vigilancia de una fragatabritánica y logró cortar las redes de trespesqueros británicos que faenabanilegalmente en aguas islandesas.

La siguiente ocasión en que Islandiavolvió a ser noticia fue en 1972, a raízde un encuentro de ajedrez en la cumbre,con el Campeonato del Mundo en juego,en el que el norteamericano BobbyFischer se impuso al ruso BorisSpassky. Ocho años después, en 1980,la elección de Vigdis Finnbogadóttir

como presidenta de Islandia (la primeramujer que se convertía en jefa de estadocon el apoyo de las urnas), recordó almundo que Islandia era un paísdiferente, un país a tener en cuenta.Vigdis Finnbogadóttir, por cierto,permaneció en el poder durantedieciséis años, hasta 1996, pero elsiguiente personaje que consiguiócentrar la atención mundial sobreIslandia fue alguien totalmente distinto:la cantante Björk, que en 2003 vendiómás de quince millones de copias de suálbum One Little Indian. Islandia seconvirtió en país de moda y en destinoturístico al alza, mientras que un

pequeño grupo de millonariosislandeses, los llamados BuyKings,parecían tener dinero a espuertas paracomprarlo todo, incluidos grandesalmacenes en Gran Bretaña y enDinamarca.

En octubre de 2008, sin embargo,cuando todo parecía sonreírle a Islandia,una isla habitada tan sólo por 320.000personas, la catástrofe (kreppa, enislandés) se abatió sobre el país. Lostres principales bancos quebraron, lacorona islandesa se devaluó un 60% y laBolsa se hundió. En tan sólo unos pocosdías, Islandia había pasado de ser un

país que deslumbraba al mundo por sumodernidad y su espectacularcrecimiento a una isla golpeada sincompasión por la crisis financiera.

La mejor lección de aquella crisis,que llegó cargada de malas noticias parala economía del país, fue que losislandeses, lejos de quedarse en casa,decidieron reaccionar y salir a la calle.Lo hicieron de un modo pacífico,concentrándose cada sábado en la plazadel Parlamento de Reykiavik paraprotestar ante unos políticos que, en suopinión, habían permitido los desmanesde unos banqueros corruptos que habíanllevado el país a la ruina. Se

manifestaron sin caer en la violencia alo largo de diecisiete semanas, sinquemar ni un solo coche, pero con unadeterminación a toda prueba. Fueaquella una revolución silenciada, unarevuelta popular que ocupó muy pocoespacio en los informativos del resto delmundo, pero que logró al fin su objetivo.En febrero de 2009, a consecuencia dela presión ciudadana, el Gobiernoconservador islandés optó por dimitir yse convocaron elecciones para el 25 deabril. El nuevo Gobierno de centro-izquierda que salió de las urnas supusoun radical cambio de rumbo, trasdieciocho años con los conservadores

del Partido de la Independencia en elpoder.

Pero, a pesar de este espectacularvuelco, el pueblo islandés decidiócontinuar alerta, ya que seguíadesconfiando de los políticostradicionales. No bajó los brazos, sinoque redobló la protesta. Después de queel Gobierno aceptara un acuerdo conInglaterra y Holanda para devolver unos4.000 millones de euros, que losciudadanos de estos países habíandepositado en bancos islandeses y quehabían perdido a raíz de la crisis de2008, los islandeses recogieron firmaspara celebrar un referéndum, en marzo

de 2009, en el que el No triunfóclaramente, con un 93% de los votos. Unsegundo acuerdo, más favorable para losislandeses, también fue rechazado enabril de 2011, en esta ocasión con un59% de los votos en contra, dejandoclaro que muchos ciudadanos se negabana pagar los errores de sus corruptosbanqueros y de los políticos que en suopinión habían actuado como cómplices.Llevados por este espíritu irreductible,los manifestantes consiguieron queDavid Oddson, gobernador del BancoCentral que anteriormente había sidoprimer ministro, fuera apartado de sucargo, que se abriera un proceso judicial

contra el que fue primer ministro GeirHaarde y que se dictara una orden dearresto internacional contra el expresidente del banco Kaupthing,Sigurdur Einarsson, que fue finalmentedetenido en Londres en marzo de 2011.

En el marco de estas reformasimpulsadas por la presión pacífica delos ciudadanos, en abril de 2011 elParlamento nombró una AsambleaConstituyente para que redactara, en unainiciativa única de democracia directa,una nueva Constitución que sustituyera ala actual, que es de hecho una copia dela danesa redactada a raíz de laindependencia. Para esta asamblea se

eligieron 31 ciudadanos sin filiaciónpolítica, avalados por un mínimo detreinta firmas, entre los que hayprofesores universitarios, abogados, unpastor luterano, periodistas ycamioneros, que mientras dure sutrabajo recibirán un salario igual al delos diputados. La Constitución que salgade esta Asamblea, cuyas sesionespueden seguirse por Intenet, deberá seravalada por el Parlamento islandés.«Esta es la primera vez en la historia delmundo que una Constitución se renuevade este modo», ha subrayado la portavozdel comité organizador, Berghildur ErlaBergthorsdóttir. Y la primera ministra,

Johanna Sigurdardóttir, ha declarado porsu parte: «Esperamos que la nuevaConstitución sea una nueva base socialque nos llevará a la reconstrucción y ala reconciliación, y para que esto sucedatoda la nación tiene que implicarse».

Mientras se iban sucediendo estas yotras convulsiones en el panoramapolítico islandés, en enero de 2011 llegóuna noticia sorprendente: la economíaislandesa, por primera vez desdeoctubre de 2008, conseguía salir de larecesión, según datos de la OficinaOficial de Estadística de Islandia. ElProducto Interior Bruto creció un 1,2%en el tercer trimestre de 2010, lo que

suponía el final de un período de sietetrimestres seguidos en recesión. Elmilagro de este pequeño país parecíaque se confirmaba, aunque todavíaquedaba mucho camino por recorrer.

La emigración de islandeses, sobre todoa Noruega y a Estados Unidos, haaumentado a lo largo de este período deincertidumbre, al tiempo que se handejado oír voces que piden el ingreso enla Unión Europea para evitar,precisamente, crisis como la de otoñode 2008. De todos modos, las encuestassiguen vaticinando que los islandesesvotarían No a un hipotético referéndum

de entrada en la UE. La fuerte identidadnacional, y el temor a perder laexclusiva de los ricos caladeros debacalao, juegan en contra. Por todo ellose deduce que las conversaciones,iniciadas en junio de 2011, van paralargo.

Mientras tanto, con crisis o sin ella,la vida cotidiana continúa en Islandiamás o menos como siempre, con unamenor euforia económica, por supuesto,unas cifras de paro que han alcanzado el10% (un récord para el país) y muchashipotecas impagadas. En la calle, sinembargo, no se ven síntomas de miseria,aunque sí muchas obras interrumpidas,

pisos vacíos y carteles que expresan laindignación de la gente. Es evidente quealgo importante se está larvando enIslandia, como lo prueba el hecho que lacantante Björk y la organización SavingIceland monten periódicamentecampañas de concienciación sobre elpeligro que supone para el país laconstrucción de grandes presas y defundiciones de aluminio, en las que seembarcó el Gobierno anterior, y alertensobre la necesidad de conservar laprivilegiada naturaleza de la isla.

Pasando a informaciones másoptimistas, a principios de 2011 sepublicó que en el año 2010 hubo más

nacimientos que nunca en Islandia. Eneste país tan aficionado a lasestadísticas se informó que en 2010nacieron 4.907 bebés, de los que 2.523eran niños y 2.384 niñas. En el mismoperíodo fallecieron 2.017 islandeses yse confirmó que la esperanza de vida sesituaba en los 79,5 años, comparada conlos 79,7 de 2009. Se espera, sinembargo, que los nacidos ahora vivanhasta los 83,5 años, según estudiosoficiales.

Otra noticia, esta de abril de 2011,indica que en el valle de Thingvellir,donde se encuentra la falla que separa laplaca continental Norteamericana de la

Euroasiática, se abrió un nuevo boquete,lo que demuestra que la geología siguesiendo algo muy vivo en Islandia. Paraterminar, en lo que respecta al apartadode noticias curiosas, el insigne profesorSigurdur Hjartarson, fundador de laFaloteca Islandesa, anunció la pasadaprimavera que por fin había podidoincorporar a su colección, expuesta ensu museo de Húsavik, el pene humano dePáll Arason, un donjuán islandés que asu muerte, ocurrida a los 95 años, habíaespecificado claramente la donación.

Y mientras la popularidad de lospolíticos tradicionales continúa a la bajaen Islandia, en los últimos tiempos se

observa que el electorado castigaincluso a los nuevos políticos, surgidosde la escena alternativa tras el desastrede 2008. Según encuestas de laprimavera de 2011, la popularidad delactor cómico Jón Gnarr, elegido alcaldede Reykiavik en mayo de 2010, va a labaja y, en caso de celebrarse nuevaselecciones, su partido sacaría tan sólo lamitad de diputados.

Este rápido repaso a la actualidadislandesa no puede cerrarse sin hacerreferencia a la atención mundial que, enabril de 2010, consiguió concentrar elvolcán Eyjafiallajökull, cuando le diopor entrar en erupción, expulsando una

columna de cenizas que provocó unauténtico caos en el espacio aéreoeuropeo. Los islandeses lo celebraroncon un chiste: «Nos pedíais cash (enreferencia al dinero reclamado por GranBretaña y Holanda por el caso Icesave)y os enviamos ash (por las cenizas delvolcán)». El humor es lo último que sepierde… Pasada la erupción, losislandeses convinieron en que, al fin y alcabo, la erupción del volcán había sidouna buena promoción por Islandia, queocupó las portadas de los diarios y lasaperturas de los informativos durantevarios días. Una erupción parecida serepitió, en este caso en el volcán

Grimsvötn, en mayo de 2011, aunque suduración fue más limitada y los efectosno fueron tan catastróficos para eltráfico aéreo. Tan sólo unos díasdespués, por cierto, el Instituto para laEconomía y la Paz hizo público queIslandia, una nación sin ejército, era elpaís más pacifista del mundo, según uncálculo basado en 23 ítems. Islandiahabía bajado al puesto número 4 tras lacrisis de 2008, pero tampoco en estecampo había tardado en recuperarse.

De todo esto, y de otras muchascosas, trata este libro sobre Islandia,esta obra en la que he querido contar, através de mi visión personal y de

conversaciones con personajes del país,cómo ha vivido esta isla remota unosaños en que la sociedad islandesa se havisto agitada por una gran crisisfinanciera, la consiguiente recesión y laejemplar reacción de unos ciudadanosque viven desde hace siglos bajo laamenaza de que a alguno de los más dedoscientos volcanes de la isla le dé porentrar en erupción, como sucedió en laprimavera del 2010 con elEyjafiallajökull.

Primera parteREGRESO A LA ISLA

SECRETAMayo de 2010

1. Un país distinto

Justo cuando el avión se inclinó paraencarar la pista del aeropuerto deKeflavik las nubes tuvieron el detalle deapartarse para que pudiera contemplarel torturado corazón volcánico deIslandia y la gruesa columna de humoque se elevaba del cráter delEyjafiallajökull, el famoso volcán quese convirtió en la primavera de 2010 enuna pesadilla para el tráfico aéreoeuropeo… y en un trabalenguas para lospresentadores de radio y televisión de

todo el mundo. El origen del malditoembrollo estaba, según los expertos, enlas cenizas del volcán, que tuvieron laocurrencia de elevarse hasta las capasaltas de la atmósfera, amenazando condañar las turbinas de los aviones yprovocar una serie de accidentes aéreosen cadena. Ante esta trágicaeventualidad, la Unión Europea decidiócancelar todos los vuelos sobre unaamplia zona del continente, lo queprovocó un caos aéreo nunca visto: másde 20.000 vuelos suprimidos, cientos demiles de pasajeros bloqueados en losaeropuertos y unas pérdidas diarias deunos 200 millones de euros. Y todo por

culpa de un pequeño volcán islandés quehacía doscientos años que no entraba enerupción… Como contraste, mis amigosislandeses, que se caracterizan por suactitud vikinga ante la vida, con buenasdosis de arrojo y valentía incluso en losmomentos más difíciles, hacía días queno cesaban de enviarme mensajesanimándome a que viajara Islandia parapoder contemplar «esta hermosaerupción».

El humo del volcán, que podía verclaramente desde la ventanilla delavión, era ahora de un blancoinmaculado; nada que ver con la espesahumareda que había visto días atrás en

televisión. Aquel humo blanco que pormomentos se confundía con las nubes,era tan sólo un inocuo vapor de agua queno suponía el más mínimo peligro parael tráfico aéreo; era, en definitiva, labandera blanca que izaba elEyjafiallajökull después de variassemanas de una erupción seguida enriguroso directo por casi todo el mundo.Por una parte era una buena noticia —yaque anunciaba que no tendría ningúnproblema para aterrizar en Keflavik—,pero por otra significaba que no podríaver la dantesca estampa del volcánescupiendo fuego, humo y cenizas sobreel paisaje islandés.

La primera vez que viajé a Islandia fueen junio de 2001, respondiendo a laamable invitación de mi amigo Einar,que tuvo el detalle de conseguirme unacasa en Reykiavik para que pudieraterminar una novela que se me resistía.En los últimos diez años habíaregresado ocho veces a Islandia; laúltima en verano de 2008, tan sólo unassemanas antes de que estallara el granescándalo financiero que sumió al paísen una fuerte crisis: los tres bancoscomerciales de la isla quebraron y elpaís se hundió en una recesión de la quevaticinaban los expertos que no le seríanada fácil salir. La Islandia que había

sido señalada, pocos años atrás, comoun modelo de país próspero con un granfuturo ante sí, la Islandia en la queaseguraba una encuesta que vivía lagente más feliz del mundo, se enfrentabaahora a los nubarrones más pesimistas.Con la llegada de la kreppa (lacatástrofe) todo era diferente.

Desde el momento en que el avióntomó tierra en el aeropuerto de Keflavikera consciente de que me iba a encontraruna Islandia muy distinta a la queconocía. Una economía maltrecha y elhumo de un volcán impertinente parecíanconjurarse para acechar la isla. Detodos modos, sólo veinticuatro horas

antes de emprender el vuelo, unvulcanólogo islandés, Arni TraustiGudmundsson, me había tranquilizado enBarcelona. «A pesar de lo que se dice yde lo que se escribe, es totalmenteseguro ir a Islandia», me dijo mientrasse zampaba unos canapés en un hotel dela playa de la Barceloneta. «La gentepiensa que el volcán es un gran peligro,y no: en Islandia todo está funcionandoperfectamente. En mi país se registra unaerupción cada cuatro años, pero esto nosignifica que la actividad se paralice. Enabsoluto. Estamos preparados y todocontinúa funcionando. Es más, enReykiavik ni tan siquiera notamos los

efectos de la erupción. Los han notadomás en el continente, hacia donde elviento ha empujado el humo y lascenizas, que en la isla, donde sólo unaspocas granjas han sufrido la furia delvolcán. De hecho, la erupción haafectado únicamente a un 1% de lasuperficie de Islandia».

Mientras avanzaba por el largopasillo hacia la recogida de equipajesme fijé en que ya no estaba el anuncioque había originado una polémica mesesatrás. En él se preguntaba al turistarecién llegado: «¿Vienes a Islandia porla naturaleza o por el tipo de cambio?».Era un guiño que quería ser simpático

sobre la devaluación, claro, pero aalgunos islandeses les pareció unapromoción de mal gusto y lasautoridades optaron por retirarlo. Eraevidente que con la crisis algunosislandeses se habían vuelto muysusceptibles. En los muros delaeropuerto se repetía ahora el clásicoanuncio con el maravilloso paisajeislandés y el sol de medianoche comofondo: «En verano mantenemos la luzencendida 24 horas para usted». Muchomás suave, mucho menos polémico.

Al otro lado de la aduana meesperaba mi amigo Einar con unasonrisa de oreja a oreja y los brazos

abiertos de par en par. A primera vistano parecía que la crisis le hubieraafectado demasiado; ni a él ni a su país.Todo estaba en su sitio: los mismosacabados de diseño nórdico, losabundantes folletos de promoción, los4x4 de apariencia poderosa y unascuantas parejas aparentemente felicespaseando con unos cuantos hijos rubiosvestidos con colores llamativos a sualrededor. Por otra parte, lucía un solespléndido y la bella silueta nevada delvolcán Snaefellness, aquel por el queJulio Verne imaginó un viaje al centrode la Tierra, se dejaba ver al otro ladode la bahía como un buen augurio para

mi estancia en la isla. Todo estaba tanigual que hasta me pareció ver lasombra de un elfo en el extenso campode lava que hay entre el aeropuerto y lacapital. La única diferencia apreciableera que el horizonte ya no estabadecorado por un bosque de grúas.

—La fiebre constructora cesó derepente en octubre de 2008 —mecomentó Einar mientras conducía haciaReykiavik—. En los años de la euforiaun pequeño grupo de financieroscorruptos nos hicieron creer queIslandia vivía un gran momento y quenos íbamos a comer el mundo, perodespués de la crisis se ha desinflado la

burbuja inmobiliaria. Ahora hay cientosde pisos vacíos que nadie compra.

—Recuerdo que la última vez queestuve aquí me sorprendió que seestuviera construyendo tanto en un paísde sólo 320.000 habitantes.

—Vivíamos en una nube… —Einarmeneó la cabeza—. Los millonariosislandeses compraban grandesalmacenes en Londres y en Copenhague,y hubo uno que hasta se compró unequipo de fútbol de la Premier League,el West Ham. En Londres los llamabanlos BuyKings (juego de palabras entre«vikingos» y «reyes de la compra»).Celebraban fiestas por todo lo alto a las

que invitaban a grandes estrellas,viajaban en jets privados, tenían yatesde lujo y gastaban sin parar. Pero todoresultó ser una gran patraña… Ahora lagente odia a esos millonarios corruptosy quiere que paguen con la cárcel.

—No será fácil. Los ricos suelenestar bien protegidos.

—Y cuentan con buenos abogados,es cierto. Pero los islandeses estamoshartos. Nos han mentido durante añospara enriquecerse y han provocado laquiebra de nuestros bancos… Por suculpa ahora hay gente en el paro y ladevaluación nos ha empobrecido. A lolargo de 2009 hubo manifestaciones

cada sábado en la plaza del Parlamentohasta que conseguimos que cayera elGobierno. Pero incluso con el nuevoGobierno la gente sigue cabreada.Estamos viviendo una crisis muy fuerte.

Sólo hablamos de dos cosas a lolargo del recorrido: la crisis económicay el volcán. Más de lo primero que de losegundo. Era evidente que aquellos eranlos dos temas estrella de mi nuevo viajea Islandia.

—Para vosotros, los europeos, elvolcán es muy importante —se río Einar—. Os creéis que va a estallar de unmomento a otro, que se hundirá la isla yque todos moriremos, pero para

nosotros es sólo una erupción más.Piensa que hay unos doscientos volcanesen Islandia. Aquí hace tiempo queestamos acostumbrados a convivir convolcanes, tormentas, terremotos, vientoshuracanados… Es una isla inhóspita aojos de los extranjeros, pero a losislandeses nos gusta vivir aquí.

Para avalar sus palabras, Einar merecordó que el primer colono islandés,Ingólfur Arnarson, se había instalado enlo que ahora es Reykiavik en el año 874y que posteriormente fueron llegando ala isla centenares de colonos que huíande los impuestos del rey de Noruega. Dela lectura de las sagas, narraciones

épicas escritas entre los siglos XII y XIV,mezcla de realidad y fantasía, sedesprende que su nueva vida fue muydura y que tuvieron que luchar contra elfrío, el hambre y la actividad volcánica,pero que nunca pensaron en abandonarla isla. Cierto que un proscrito comoErik el Rojo descubrió en el año 1000 laisla de Groenlandia, y que su hijo Leif elAfortunado llegó hasta las costas deTerranova, en América, mucho antes queColón; pero sólo en el siglo XIX, cuandoel volcán Laki permaneció en erupcióndurante ocho meses, el rey deDinamarca se planteó evacuar la isla.Aquella, sin embargo, no fue una

erupción cualquiera: más de ciencráteres entraron en erupción en elinvierno de 1873-1874 y los gasesinfectaron buena parte de las tierrasfértiles y diezmaron la población. Secalcula que un 50% del ganado y un20% de los habitantes de Islandia (unas10.000 personas) murieron y que elresto del mundo también se vio afectadopor una nube tóxica que provocó undescenso general de las temperaturas yun aumento de la mortalidad. Muchosislandeses optaron entonces por emigrara América en busca de una vida mejor,pero la mayoría, fiel a su espírituvikingo, prefirió permanecer en la isla.

—En islandés tenemos una palabramuy original: Móduhardbindin, quesignifica «muerte por hambruna causadapor gas envenenado» —me aclaró Einartras la pequeña lección volcánica—.Nuestra historia nunca ha sido fácil,pero incluso ahora, con todos losproblemas, vemos el futuro conoptimismo.

En el camino hacia la nueva casa deEinar, situada en Kópavogur, unapoblación prácticamente adosada aReykiavik, me llamaron la atención losnumerosos carteles de Till sölu (Sevende) y Till legu (Se alquila), así comola gran cantidad de casas que se habían

quedado a medio construir o quepermanecían vacías. La crisis habíallegado de repente y el país parecíahaberse paralizado.

Al llegar a la casa, un elegante cubocon grandes ventanales característico dela arquitectura nórdica, siempre deseosade aprovechar al máximo la luz, meesperaba la cálida atmósfera habitual enlos hogares islandeses, con impecablessuelos de madera, paredes pintadas deblanco y cuadros con colores alegres.

—He decidido ponerle un nombre ala casa —me anunció Einar mientrasabría la puerta.

—¿Y cómo la llamarás?

—«Reykiavik». Es que yo soy muyde Reykiavik y ahora me sabe mal tenerque vivir en Kopavogur. Si llamo a lacasa Reykiavik siempre podré decir quecontinúo viviendo en la capital deIslandia.

Era una manera de verlo, una trampade escritor.

Tanto la esposa de Einar, Margrét,como sus tres hijas, Arna Björk, ArdisOsk y Hugrun Helga, eran aún másrubias y más bellas de cómo lasrecordaba. Viendo la altura de Arna,calculé el tiempo que había pasadodesde mi primera visita a Islandia.Entonces, en 2001, acababa de nacer;

ahora estaba a punto de cumplir 9 años.—Hoy ha venido el fontanero

porque el agua salía demasiado caliente—me explicó Margrét—. Cuando le hepreguntado si podía ser por culpa delvolcán se ha echado a reír.

Por lo visto, comentó Einar, en losúltimos días de cualquier cosa aciagaque sucediera en Islandia le echaban laculpa al volcán… o al persistentecambio climático que amenazaba conconvertir a Islandia en el futuroMediterráneo de Europa. Esta segundaeventualidad, por cierto, divertía a losislandeses, que se entreteníancalculando hasta cuánto se multiplicaría

el precio de sus casas en el caso de queReykiavik se convirtiera, gracias alcambio de temperatura, en una especiede Barcelona del norte.

—Aquí tienes al nuevo miembro dela familia —dijo Einar con orgullomientras me invitaba a salir al jardín.

Tenía ante mi a un perro pastorislandés, pequeño, blanco con manchasmarrones, ojos inquietos y actitudtraviesa.

—Se llama Hekla, un nombre muy…—¿Volcánico? —apunté,

recordando que Hekla era uno de losvolcanes más activos de la isla. Desde874 había entrado en erupción unas

veinte veces, la última en el año 2000.—Exacto —rió Einar—. Iba a decir

muy islandés pero es verdad quetambién es un nombre muy volcánico,muy adecuado para los tiempos quecorren.

Como si entendiera que estábamoshablando de ella, Hekla se puso a girarsobre si misma a una velocidadincreíble, como un torbellino, o como unvolcán en erupción.

Me costó dormirme después de unabuena cena a base de salmón, cerveza ybuena conversación, todo muy islandés.El sol de medianoche reinaba en uncielo sin nubes e iluminaba el paisaje de

colinas suaves y casas de cuento con unacálida luz, a medio camino entre el colorde la miel y el del whisky, que indicabasin ningún género de dudas que estabaen Islandia. Para completar el panorama,una casa a medio construir y una grúaque hacía tiempo que no funcionabaindicaban que la crisis continuabaparalizando el país.

2. Escenario despuésde la batalla

Cerré los ojos e inspiré hondo al volvera sentir cómo me envolvía el fuerte olora azufre mientras me duchaba. Era comoregresar a mis primeros días en Islandia,nueve años atrás, cuando todo era nuevopara mí: la limpieza prístina del aire, elolor a azufre del agua procedente delsubsuelo, el aspecto de pueblo grandede Reykiavik, el paisaje volcánicodesprovisto de árboles, los extensos

campos de lava y las caras de felicidadde la gente cuando salía el sol y podíanir a pasear por el parque.

Después de desayunar me entretuveun rato jugando con Hekla y las niñas enel jardín, hasta que la aparición de unperro grande de aspecto agresivo noshizo comprender que era mejorrefugiarnos en la casa. Aparte del perrointruso, aquel barrio de Kopavogurparecía el escenario ideal para unanuncio de la felicidad, con casas delíneas modernas rodeadas por un jardínbien cuidado —sin vallas, como en lasurbanizaciones norteamericanas, o comoen las películas de Spielberg— y un

montón de niños que aprovechaban labonanza del verano para pasear enbicicleta por las tranquilas calles quellevaban hasta el pequeño lagoElidavatn, rodeado de verde, flores,casitas de madera y gente que paseaba acaballo. Hasta allí había llegado laúltima oleada del gran crecimientourbanístico de Reykiavik; unos metrosmás allá ya empezaba a mostrarse lanaturaleza de gran formato característicade Islandia, con lúgubres campos delava, escasa vegetación y montescubiertos de nubes bajas.

Tal como habíamos quedado, Helgi, un

amigo de Einar, llegó puntual con su 4x4para ir de excursión al Eyjafiallajökull.

—No será un viaje largo —metranquilizó—. El volcán está sólo a unosdoscientos kilómetros, en la costa Este.

—¿Hay alguna carretera cortada?—Ya no. La erupción del volcán

fundió el hielo del glaciar y provocó unainundación que se llevó parte de lacarretera, pero ya está bien. Aquí todose arregla muy deprisa.

—Así que no hay ningún peligro.—¿Peligro? —se rió Helgi, como si

hubiera soltado una boutade. Hace sólounos días, cuando el volcán aún estabaen erupción, estuve jugando a golf en un

campo que hay por allí cerca. Era bonitover desde los greens cómo el humo delvolcán se dirigía hacia el este, hacia elcontinente.

Jugar a golf bajo el volcán…Decididamente, los islandeses tenían unalma vikinga que no parecía arredrarseante nada.

—En Europa lo veis todo con muchoalarmismo —intervino Einar—. Humeaun volcán y os parece que se acerca elfin del mundo.

—La prensa lo ha descrito como unacatástrofe —lo cortó Helgi—, pero yocreo que el volcán es una buenapromoción para Islandia.

—¡¿Una promoción?!—Ahora todo el mundo sabe donde

está Islandia, y todas las televisioneshan pasado imágenes de nuestro país —dijo muy serio—. Antes, cuando viajabapor el mundo y decía que era islandés,nadie sabía situar Islandia en el mapa,mientras que hace una semana estuve enuna convención en Las Vegas y hasta lostaxistas sabían donde estaba mi país. Yaverás como este verano tendremos másturistas que nunca. Un spot como este notiene precio.

Los islandeses son así, ¿qué levamos a hacer? Si lo miras con elenfoque adecuado, hasta una calamidad

puede convertirse en algo positivo. Soncosas del espíritu vikingo.

Salimos de Reykiavik en dirección aHveragaerdi y Selfoss, hacia la costaEste. De entrada, el campo de lava teníael mismo aspecto de siempre, un páramodesolado, rocoso, desprovisto de vida,con las montañas medio ocultas por laniebla como fondo y el mismo cartel detodos los años junto a la carretera, conun coche accidentado en lo más altosobre el que se anunciaba el número demuertos en accidentes de tráfico. Aquelaño sólo llevaban tres, pero aúnestábamos a mayo. Por desgracia, lacifra aumentaría, sobre todo cuando la

llegada del verano multiplicara eltráfico rodado de la isla, pero seguroque nunca se alcanzarían las macrocifrasde víctimas de los países continentales.Son las ventajas de vivir en un país desólo 320.000 habitantes.

Poco después de atravesar Selfoss, aunos sesenta kilómetros de Reykiavik,Helgi alargó la mano para señalar lacolumna de humo que se veía en elhorizonte.

—Allí lo tienes —celebró—. Unabuena chimenea, ¿no te parece? Lamontaña de la izquierda es el Hekla.

—Dicen que puede ser el próximovolcán en entrar en erupción.

—Se dicen muchas cosas —rió—.Que si el Eyjafiallajökull acabará porcontagiar al Katla o al Hekla, que ambosestán muy cerca… pero de momento nopasa nada. Todo está en calma. Aquí, enIslandia, siempre decimos que hasta quelas cosas no suceden no hay por quéalarmarse.

Desde la distancia, tanto el volcáncomo las montañas contiguas se veíancomo un amasijo difuminado, cubiertopor una nube de polvo que se ibahaciendo más densa a medida que nosacercábamos.

—Ahora se ve claramente que no seve nada —dijo Einar cuando salimos del

coche para observar mejor el volcán—.Es una nube rara, porque no huele. Essólo una especie de polvo. Si estásmucho tiempo expuesto a ella, es mejorque te tapes la boca y la nariz con unamascarilla. Pero por unas horas no valela pena.

Muy cerca de donde estábamos seveían, paciendo en un extenso pradoverde, unas cuantas ovejas, siempre engrupos de tres, la madre con dos críasrecién nacidas. En los momentos másduros de la erupción las había visto portelevisión cubiertas de ceniza, peroahora no presentaban ningún aspectopreocupante. Al contrario, parecían un

anuncio de la calma que reinaba enIslandia, como si las ovejas hubierandecidido colaborar con el Gobierno.

Regresamos al coche y atravesamosel río Markarfljót por un puenteprovisional de madera, hasta llegar a lacascada Seljalandsfoss. El asfaltodesapareció durante un corto tramo paradar paso a una pista en bastante buenestado.

—Esta es la parte de carretera quese llevó la inundación provocada por laerupción —me aclaró Helgi—. Se cortódurante unos días, y también seinterrumpió el ferry que lleva a las islasVestman, pero, como puedes ver, ahora

todo vuelve a la normalidad.Aparte de la ausencia de asfalto, me

llamó la atención la poca gente quehabía junto a la cascada, una de las másvisitadas de Islandia, ya que queda juntoa la carretera y cuenta con un caminitoque te permite pasar por detrás de lacaída de agua. Por lo visto, el volcánhabía desactivado el turismo.

—Hay muchos menos turistas, sí —confirmó Einar—, pero casi mejor. Enverano hay más turistas que islandeses.

—Y no tenemos lavabos para tantagente —se rió Helgi.

Continuamos adelante, mientrasobservábamos cómo la capa de cenizas

cubría cada vez más el paisaje. Comoconsecuencia, los pocos coches quepasaban levantaban una gran polvaredaa su paso, como si avanzaran por unapista del desierto.

Al cabo de unos pocos kilómetros,giramos hacia el interior para dirigirnosa Thorvaldsayri, la casa más cercana alvolcán, la granja aislada que habíasalido en las televisiones de todo elmundo con una inquietante nube negra alfondo.

3. Una granja al piedel volcán

El rostro de Ólafur Eggertsson meresultó familiar desde el primermomento; al fin y al cabo, le había vistoen unos cuantos canales de televisiónsemanas atrás hablando de los efectosdel volcán en un tono grave, sin apenasinmutarse. Tenía aspecto de pioneronorteamericano del siglo XIX, con unabarba recortada de predicador, huérfanade bigote, que le afilaba el rostro

hierático, y en ningún momento mepareció anodadado por la malaexperiencia vivida bajo el volcán.

—Hoy no puede verse el glaciar porculpa de las nubes, pero normalmente seve una gran mancha blanca allí arriba,justo detrás de la granja —alargó elbrazo en dirección norte—. El volcánestá justo encima, pero por suerte ya haparado de escupir ceniza.

—Volvió la calma —celebré conuna sonrisa.

—No del todo. Hoy estáis de suerte,ya que el día es claro, pero ayer ni seveía la granja desde la carretera. Soplóviento del noroeste y todos los campos

se llenaron de polvo. Aún queda muchaceniza arriba en la montaña.

Ólafur se acercó a un montón depolvo grisáceo, más o menos de unmetro de altura, que había junto a lacasa, cogió un puñado y lo desmenuzócon los dedos, sin decir nada, la miradaensimismada. Era un polvo muy fino quecubría el tejado de la granja y de losestablos, los coches, el jardín, el caminoy los campos con una persistente capanegruzca. El granjero permaneció unossegundos mirando la ceniza en silencio,como si no acabara de creerse que era laculpable de todas sus desgracias.

—Esta granja se fundó en 1860, pero

mi familia se instaló aquí en 1906 —noscontó en el tono monocorde de quien yaha contado la misma historia variasveces—. Tenemos doscientas vacas ycultivamos cebada, pero hemos perdidotoda la cosecha por culpa de la ceniza.Desde 1960 producimos cebada bajo elglaciar, y en los últimos años tambiéntrigo. Aquí la tierra es muy buena, y elclima también, dentro de lo que cabe enIslandia, ya que la montaña nos protegedel frío viento del norte.

A continuación se puso a relatarcómo era la dura vida de un granjeroislandés y como se las ingeniaban parasolucionar los problemas cotidianos. Ya

hacía años que había construido unapequeña central eléctrica, aprovechandola cascada que surgía al pie del glaciar,y también obtenía del suelo agua termal,a 66 grados.

—No hace falta ni bombearla —aclaró con una sonrisa, satisfecho de suaprovechamiento de la naturaleza—.Obtenemos unas ochenta toneladas cada24 horas. Antes de probarlo, vino untécnico, estudió el terreno y nos dijo quesaldría agua fría, pero se equivocó:salió agua muy caliente. A mi no mesorprendió, la verdad, ya que sólo haycinco kilómetros entre el cráter y elhoyo que hicimos. Era ridículo decir que

saldría fría.—Este año es especialmente duro

para usted, ¿verdad?—Nunca ha sido fácil ser granjero

en Islandia —meneó la cabeza—. Enesta isla hay mucha agua, pero el climaes adverso. Sólo puedes trabajar unospocos meses al año.

—¿Y cómo contempla el futurodespués de la erupción?

—Aquí nunca puedes hacer planes.Hay que ir día a día. Hace unos días,salió el sol y los campos estabanpreciosos. Entonces me sentí optimista ypensé que todo iba a ir muy bien, que lopeor ya había pasado. Pero después me

giré para el otro lado y vi el volcán enerupción, con una gran nube negra quecubría medio cielo. Entonces me volvípesimista.

Cuando el volcán inició su erupción,el 14 de abril de 2010, Ólafur no sesorprendió. Lo veía venir, ya que desdeel mes de enero había habido pequeñosseísmos en la región, aunque nuncasuperiores al grado 3 de la escala deRichter. De todos modos, aquellaactividad sísmica presagiaba que elvolcán no tardaría en entrar en erupción.

—A pesar de las advertencias,decidimos quedarnos en la granja hastael final —recordó—. Teníamos que

cuidar de los animales, pero estábamospreparados para marcharnosinmediatamente, con las maletas hechasjunto a la puerta.

—¿Y cuándo tuvieron que irse?—El 14 de abril sonó el teléfono en

medio de la noche y los de ProtecciónCivil nos dijeron que teníamos que salircuanto antes, que los índices eran yamuy preocupantes. Salimos enseguida ydormimos dos noches fuera de la granja.

—¿Y qué hicieron con los animales?—Se quedaron aquí, pero podíamos

venir de día a cuidarlos. No es fácilpara un granjero dejar a doscientasvacas en el corral, pero nos dijeron que

no corrían peligro.A Ólafur Eggertsson no se le olvida

la primera vez que contempló el volcánen erupción, escupiendo humo, fuego ycenizas. Los primeros días no pudieronverlo, ya que el cielo estaba nublado,pero escuchaban unas fuertesexplosiones que llenaban el aire demalos presagios. Un atardecer, sinembargo, las nubes se apartaron y pudoverse el volcán: espectacular, horrible,apocalíptico.

—Hubo una erupción más pequeñaen marzo —recuerda Ólafur—, pero lade abril fue realmente terrible. Dabamiedo mirarlo.

—¿Piensan quedarse aquí, a pesarde todo?

—Aún no hemos tomado unadecisión definitiva —Ólafur se encogióde hombros, consciente de que nodependía de él—. Es demasiado pronto.De momento, bajaremos la producción ytendremos menos animales. Lasautoridades nos han dicho que nosayudarán si queremos irnos, pero estagranja es todo lo que tenemos. ¿Quiénnos la compraría ahora?

—Así, pues, se quedarán.—Quizás nos marchemos en el

futuro, pero de momento seguiremosaquí, aunque no es fácil… —Ólafur dejó

que su mirada se perdiera en un puntoimpreciso del horizonte—. Mi hijo tieneun pequeño de un año y los médicos lehan prohibido quedarse. Es muy malopara sus pulmones. El volcán se haapagado, pero todavía queda muchaceniza en la montaña y el viento la vaenviando hacia aquí. Aún sufriremos losefectos de la ceniza durante muchotiempo.

Ólafur nos invitó a seguirle hasta elcampo que tenía entre la granja y lacarretera. Aparentemente la cebadacrecía sin problemas, aunque el colorverde grisáceo de los tallos indicabaque algo no iba bien.

—La hierba está la mitad de alta delo que debería —nos explicó mientrascogía una brizna de cebada con losdedos, el rostro teñido de preocupación—, pero lo peor es el flúor de lascenizas. Envenena la planta y tenemosque tirarla. La lluvia limpia los tallos,pero el flúor llega hasta las raíces y loenvenena todo.

Para mostrarnos hasta que punto laceniza había dañado la cosecha, elgranjero se agachó para golpear lahierba con la mano, primero con lapalma y después con el dorso, como sile estuviera dando unos latigazos. Unanube de polvo no tardó en envolverle.

—Lo veis —nos miró sin dejar delevantar la polvareda—. Es horrible.Aquí sólo hay cinco centímetros decenizas, pero a 800 metros de altura hayhasta 12 centímetros, y más tarde o mástemprano el viento la llevará hacia aquí.

Mirando hacia atrás, recordando susinicios en la granja, Ólafur reflexionóque era la primera vez que tenía quehacer frente a unos problemas tangrandes. No era una situación nada fácil.

—En 1947, cuando el Hekla entró enerupción, caían piedrecitas sobre loscampos, pero duró muy poco —recordó—. Ahora esperábamos que entrara enerupción el Katla, pero no el

Eyjafiallajökull. Seguro que el Katlaacabará estallando, pero no sabemoscuándo.

Además de la suya, comentó quehabía otras cinco granjas afectadas enlas cercanías del volcán, y queProtección Civil había desalojado a 800personas de la comarca en los peoresmomentos de la erupción. Ahora, sinembargo, parecía que todo regresaba ala normalidad, aunque más allá de loscampos de Ólafur se veía la cinta gris dela carretera, con los coches que pasabanlevantando una nube de polvo que nopresagiaba nada bueno. No mucho másallá, en el mar de color gris metálico, se

destacaba la silueta gris de las islasVestman.

—En 1973 vimos desde aquí laerupción del volcán de las islas —murmuró Ólafur, la mirada perdida en elhorizonte—. Fue duro, ya que tuvieronque desalojar la única isla habitada. Mipadre se despertó en medio de la nochey vio que había fuego en las Vestman.«Debe de ser un incendio», nos dijo,pero después supimos que era unaerupción. Nuestra hermana vivía allí ytuvo que ser desalojada.

—Un buen susto.—Aquí, en Islandia, estas cosas

pasan —dijo encogiéndose de hombros,

como si el hecho de vivir en aquella islavolcánica ya llevara incorporado unplus de peligrosidad.

Mientras el granjero ÓlafurEggertsson seguía hablando, sin apenasalterarse, no pude evitar acordarme deuna novela muy islandesa, Genteindependiente, de Halldór Laxness. Elcampesino protagonista, Bjartur, seenfrenta en ella a las adversidades de lavida con una actitud parecida, con unaobstinación y un orgullo que dejan biena las claras que luchará hasta el límitepara conservar sus tierras. En las sagas,las narraciones medievales másgenuinamente islandesas, sucedía algo

parecido. Aquella tierra dura y hostil,los nubarrones negros y la amenazaconstante de las erupciones, debían dehaber forjado, a lo largo de los siglos, elcarácter indomable de los islandeses,siempre dispuestos a luchar hasta elfinal, contra los volcanes, contra lascrisis económicas y contra lo que fuere.

4. Una isla reciénnacida

Sólo he estado una vez en las islasVestman, y fue en una excursión de unaspocas horas. Fui a primera hora de lamañana en ferry, para acompañar a unamigo, y regresé por la tarde. Fue unavisita breve, pero intensa, aunque meconsta que a los cuatro mil habitantes delas Vestman no les sienta nada bien queno te quedes a dormir en Heimaey, laúnica isla habitada de la quincena que

forman el archipiélago. De todos modostuve tiempo de comprobar que Heimaeyes una isla volcánica de sólo 13,4kilómetros cuadrados que cuenta con unpuerto de gran actividad pesquera, unamontaña de 283 metros de altura, uncampo de golf que se abre entre la lavay la colonia más grande de frailecillos,una especie de pájaros bobos enminiatura y coloreados, que puedaencontrarse en el mundo.

Mi amigo Kristinn R. Olafsson,corresponsal en Madrid de la RadioNacional de Islandia y anuncianteocasional de café en la prensa deIslandia, me insiste en que tengo que ir a

las Vestman cuando realmente vale lapena, es decir, el primer fin de semanade agosto. Es entonces cuando secelebra el Thjodhatid, o FestivalNacional, una locura que dura cuatrointensos días, con mucha música, muchacerveza, mucha resaca y muchos jóvenescon ganas de divertirse. El festival tienesu origen en el año 1874, cuando secelebró en Reykiavik el milenario de lallegada del primer colono a Islandia ylos habitantes de las Vestman nopudieron zarpar por culpa del maltiempo. En vez de amilanarse,decidieron celebrarlo en Heimaey conlo que tenían y la armaron tan gorda que

desde entonces la fiesta convoca cadaaño a unos diez mil marchosos deIslandia y otros países.

Los episodios trágicos estánasociados a la historia de las islasVestman. Para empezar, HjörleifrHródmarsson, cuñado de IngolfurArnarson, el primer colono de Islandia,fue asesinado por sus esclavosislandeses a finales del siglo IX, segúnse cuenta en el Landnámabók (Libro delAsentamiento). Ingolfur persiguió a losasesinos hasta las islas Vestman, dondeacabó con ellos. Pero, más que por esteincidente, las Vestman son famosassobre todo por la incursión que unos

«piratas turcos» (en realidad eran deArgel) llevaron a cabo en Heimaey el 20de junio de 1627. La fecha ha quedadograbada con sangre y fuego en la historiade Islandia, ya que los piratas dejarontras de sí un rastro de violencia ybrutalidad. Llegaron con una flota dequince barcos y permanecieron en lasislas durante veintiséis días. Los«turcos» se llevaron a Argel a más dedoscientos esclavos, aunque algunos delos cautivos, entre ellos Ólafur Egilsson,pudieron regresar años después y dejartestimonio escrito del forzado viaje deaquellos islandeses hacia elMediterráneo. «Los piratas

desembarcaron tan de repente que no fuefácil escapar», escribió Ólafur Egilsson.«Recorrieron la isla con violencia,como perros de caza, ululando comolobos, y las mujeres más débiles y losniños no pudieron escapar». Y añade:«Los malvados piratas persiguieron a lagente hasta sus casas, a través de lasmontañas e incluso hasta cuevas y hoyosde difícil acceso. Los piratas mataron atodo el que intentaba luchar contra ellos,y a cualquiera que hiciera la señal de lacruz o pronunciara el nombre de Jesús».

Ólafur Egilson, junto con su mujer ysus hijos, y los más de doscientospresos, fueron llevados en barco hasta

Argel, donde fueron vendidos comoesclavos. A él le dejaron regresar paraque consiguiera un rescate del rey deDinamarca, pero aunque consiguióllegar a Copenhague, ya nunca másvolvió a ver a su familia.En mi visita a las Vestman descubrí que,festival y piratas aparte, el temavolcánico es lo más interesante de estasislas. Y es que la erupción de 1973 fueel mayor desastre natural de la historiareciente de Islandia. Se inició el 23 deenero en la isla de Heimaey y sushabitantes tuvieron que ser evacuadosdurante cinco meses, hasta el 28 de juniodel mismo año. Incluso hubo quien dudó

de que pudieran regresar jamás a la isla,ya que un tercio de la población, hastacuatrocientas casas, quedó destruido porla lava, pero cuando cesó la erupción,decidieron regresar y allí siguen. Losislandeses, ya se sabe, tienen el espírituvikingo muy arraigado, y raramenteretroceden. Eso sí, desde entonces hayquien llama a la parte destruida deHeimaey «la Pompeya del Norte», eincluso se montan circuitos turísticospara mostrar las desgracias causadaspor aquel volcán que provocó que laisla creciera 2,3 kilómetros cuadrados.

Resulta curioso comprobar que laerupción del volcán Eldfell (Montaña de

Fuego, en islandés) de 1973 dejó comorecuerdo una colina de unos doscientosmetros de altura en la isla principal delas Vestman, y que una erupciónanterior, en 1963, provocó el nacimientode una nueva isla en el archipiélago, lade Surtsey, que los científicos cuidancomo oro en paño.

La periodista islandesa HelgaBrekkan me mostró en cierta ocasión, yahace unos años, las imágenes que habíagrabado en la isla para un reportaje quese emitió en varias televisiones:Surtsey, the Black Island. En ellas sepodía ver primero cómo surgía unahumareda del mar, y después cómo la

lava entraba en contacto con el agua y seesparcía una lluvia de cenizas queparecía anunciar el fin del mundo. «Laerupción duró en total cuatro años, entre1963 y 1967, y la isla que nació comoconsecuencia tiene ahora poco más deun kilómetro cuadrado», me explicóHelga. «Está vedada a los turistas, peroes un territorio ideal para loscientíficos, que allí pueden estudiarcómo surge la vida en una tierra reciénnacida. Yo tuve la oportunidad de pasaruna noche en la única casa de la isla y,aunque no creo en estas cosas, sentí queestaba poblada de espíritus. Al no haberpresencia humana, deben sentirse más a

sus anchas».Los espíritus, de nuevo… La verdad

es que no es nada extraño que surjan unay otra vez en las conversaciones conislandeses. Para ellos son algo normal,algo con lo que convivieron susantepasados y con quienes ellos mismossiguen conviviendo de algún modo, apesar de todos los adelantos de lamodernidad. Muchos autores han escritosobre ellos, entre ellos GudbergurBergsson, el autor más conocido deIslandia.

Gudbergur Bergsson, hijo de pescador,nació en Grindavik, en la costa suroeste

de Islandia, no muy lejos de las islasVestman, en 1932. Tuvo una infanciadura y en su juventud desempeñódistintos oficios, hasta que en 1956,cuando contaba 24 años de edad,desembarcó en Barcelona, paracompartir pasión literaria, juergas yborracheras con el grupo de CarlosBarral. Compañero del editor JaimeSalinas hasta su muerte, ocurrida enenero de 2011, Bergsson vive en Madriddesde hace tiempo y ha traducido alislandés el Quijote (dos veces, lasegunda con el propósito de mejorarlo)y otros clásicos españoles. El primerlibro que tradujo fue, en 1963, Platero y

yo. Jaime Gil de Biedma le inmortalizóen su Diario del artista seriamenteenfermo como Han de Islandia, y élmismo ha descrito su infancia enGrindavik y las nada fáciles relacionescon sus padres en La magia de la niñez,un libro en el que habla del camino entrelos pueblos de Grindavik y Keflavikcomo un lugar inhóspito en el que, segúndecían los más viejos, podíasencontrarte fantasmas que caminabancon la cabeza bajo el brazo.

Helga Brekkan, que hizo un trabajosobre Bergsson y que por tanto leconocía muy bien, me contó: «Piensoque Gudbergur Bergsson es un buen

candidato para el Premio Nobel deLiteratura. Por otra parte, desde haceaños tiene una afición muy interesante:la de filmar con una cámara de ochomilímetros momentos históricos como laRevolución de los Claveles en Portugal,en 1974, o la muerte de Franco, en1975». Helga ilustraba sus palabras confragmentos del reportaje que teníaentonces en marcha; eran imágenes contoda la fuerza de la espontaneidad:ondear de banderas en Portugal, rostrosilusionados, portadas de diarios connoticias históricas, colas ante el féretrode Franco… «Bergsson me contó quefilmaba esas imágenes para él,

consciente de que estaba ante unoshechos históricos, pero pienso que esbueno recuperarlas para el reportaje»,opinaba Helga. «Por un lado, tienenfuerza por sí mismas, y por el otro, creoque ayudan a completar la visión de esecomplejo escritor».

Con toda su racionalidad a cuestas,también Bergsson compartía en ciertomodo la conexión con los espíritustípicamente islandesa. «Puedo hacermeinvisible con un método que no puedoexplicar», le contó a Helga con aireenigmático. «De este modo he podidometerme en manifestaciones y cargaspoliciales sin temor a ser herido. Esto

no es sólo porque estoy a la vez muertoy vivo, sino porque pertenezco a dosmundos distintos. Estoy esperando elmomento de la muerte para ver qué pasa.¿Se mezclarán los dos mundos en uno?».

En resumen, una sorprendenteconjunción de la realidad islandesa conel universo literario de Bergsson.Ambos se superponen en Islandia, unatierra volcánica en la que el sentido dela vida parece ser distinto al de otraspartes del mundo, un país remoto en elque una erupción volcánica, que siempreasociamos a la destrucción, puede darcomo resultado la creación de una nuevaisla.

5. La Islandia de antes

Saliendo de la granja de ÓlafurEggertsson, dejamos atrás la inciertavisión de las islas Vestman, asediadaspor la niebla de la mañana, ycontinuamos, siempre hacia el Este,hasta llegar a la espectacular cascada deSkógafoss. Los campos estaban llenosde una ceniza que también cubría lostejados de las casas, cuyos habitanteshabían tenido la precaución de protegerponiendo cinta aislante en puertas,ventanas y cualquier otro agujero por

donde pudiera colarse el maldito polvo.No había nadie en la cascada, algoinusual en un mes de mayo. Los turistasaún no habían llegado a la isla ySkógafoss estaba inmersa en unadesconcertante soledad.

—Fíjate que el color del agua —mehizo observar Einar— no es tan blancocomo hace un año.

Tenía razón: el agua de la cascadase mostraba de un blanco sucio debido ala gran cantidad de cenizas, aunque elsalto de agua conseguía mantener suencanto por encima de todocontratiempo.

En el vecino pueblo de Skógar

fuimos directamente hacia el museo decosas antiguas, donde una brigada dejóvenes estaba empezando a retirar lascenizas de la entrada, acumulándolas enmontones negruzcos, para devolver loscolores al pueblo.

—Somos voluntarios llegados desdeReykiavik —me aclaró una atractivajoven equipada con botas y un anorak decolor rojo—. Cuando ocurre algo así,hay que ayudar a los que tienenproblemas.

Era la solidaridad bien entendida,una solidaridad a la islandesa, delugares límites, que se activaba muyespecialmente cuando había una

erupción volcánica, una amenaza contrala que todos estaban dispuestos a sumaresfuerzos. Contra la crisis económica,sin embargo, no era tan fácil saberdónde había que arrimar el hombro.

Thórdur Tómasson, fundador y almadel museo, asomó la cabeza en cuantooyó que alguien llegaba. Tenía cerca de90 años, pelo revuelto y ojos de niñotravieso —o de elfo, que todo es posibleen Islandia—, y vestía una chaquetadescosida y unas zapatillas tan gastadasque eran dignas de figurar entre lasantigüedades expuestas en su museo.

—He tenido que cerrar diecisietedías por culpa del volcán —se lamentó

de entrada—. ¡No me había pasadonunca! Estaba todo lleno de ceniza, hastalos rincones más recónditos. Eshorroroso: se mete por todas partes y nohay manera de sacarla. Suerte que hoyhan venido las brigadas de voluntarios.¡Benditos sean los estudiantes!

—Parece que lo peor ya pasó.—Sí, pero ayer fue el día más

oscuro de mi vida. El volcán ya noestaba en erupción, pero el vientolevantó una nube de polvo tan espesaque daba miedo.

Por lo que me contó Thórdur, untorrente de verborrea, aquel museo sefundía con su propia vida. Había

empezado a recoger objetos del campoque caían en desuso a los 14 años y nohabía parado desde entonces. Suobsesión por recuperar el pasado era talque cualquier cosa que guardararelación con la vida tradicional deIslandia tenía cabida en sus salas.

—Primero coleccionaba objetossólo para mí —me dijo mientras seofrecía a mostrarme el museo—.Después vi que a la gente le interesaba yen 1949, hace más de sesenta años, abríel museo. Empecé en una pequeña salade la escuela de Skógar, pero en 1984 lotrasladé a otro lugar y desde hace doceaños está aquí, en este edificio que

construimos aposta. Viene mucha gente averlo, aunque hoy no, claro. La culpa esdel maldito volcán…

—Habla de él como si fuera algoanimado.

—En Islandia la naturaleza está viva—sonrió de un modo élfico—. No mediga que no se ha dado cuenta… Antesse decía que cuando estallaba un volcánera como un castigo del cielo porque lagente no se portaba bien. Ahora ya no lodicen, pero…

—Quizás es por la crisiseconómica…

—Podría ser… —me observó dearriba abajo con una mirada torva—. En

los últimos años parece que todos hanenloquecido. La gente de Reykiavik sedesentendió de sus orígenes y losbanqueros pensaron que podían comprarmedio mundo… Y no, no hay queolvidar que estamos ligados a la duravida de esta isla.

A medida que avanzábamos por lasdistintas salas del abarrotado museo medaba cuenta de la gran cantidad deobjetos antiguos que Thórdur Tómassonhabía conseguido acumular: desdeutensilios de cocina y de labranza hastavestidos, bordados, joyas, muebles,objetos de iglesia, libros y epitafios.Toda la Islandia de antes parecía

resumirse entre aquellas paredes, comouna muralla de resistencia ante la ola demodernidad que el viejo Thórdur noestaba dispuesto a aceptar.

—Nadie entiende por quécolecciono tantas cosas… —meneó lacabeza, como si él mismo pusiera encuestión las muchas horas dedicadas almuseo.

—¿Y por qué lo hace?—Cuando era niño se me apareció

un espíritu en plena noche y me dijo quelo hiciera —los espíritus asomaban denuevo, confirmando que estábamos enIslandia—. Y lo hice, claro.

—¿Un espíritu? —repetí la palabra

con extrañeza.—Sí, sí, un espíritu. Ahora la gente

está tan ocupada comprando y viendo latele, que ni se da cuenta de que estánahí. Pero los espíritus existen, créame.

—Usted creció aquí, ¿no?—Mi padre era granjero y yo crecí

en una granja aquí cerca. Pero entoncesesto no era como ahora, ni mucho menos—levantó las cejas para subrayar ladiferencia—. Vivíamos como en la EdadMedia… Todo ha cambiado mucho enIslandia en los últimos años. Anteséramos un país aislado y frío, alejadosde todo, desconectados del mundo, yahora en verano la isla se llena de

turistas…—¿Qué es lo que era distinto?—Pues que antes se hacía todo en

casa. Éramos pobres y teníamos quevivir con lo que había alrededor. Ahoratodo se compra hecho. Vas a una tienda,lo compras y ya está. Antes no era así.Había que trabajárselo. No había nidinero ni tiendas donde comprar tantascosas.

—Dice que su padre era granjero.—Granjero y pescador. Entonces

todos lo eran. Trabajaba la tierra, perouna parte importante de la comida salíadel mar. Él salía a pescar en una barcade remos, pero sólo cuando el mar

estaba calmado. Aquí el mar puede sermuy traidor… Nunca hay que fiarse.

Nos detuvimos ante una vitrina en laque se exponían una serie de objetosrelacionados con los elfos y otros seresocultos, un clásico en Islandia.

—Aquí hay muchas rocas en las quehabitan espíritus —me comentó Thórdur,absolutamente convencido de suexistencia—. En Islandia viven hadas,elfos, espíritus… Tienes que ir concuidado de no molestarlos, porque si lohaces te pueden acarrear desgracias.

—¿Usted los ha visto alguna vez?—Yo no —dijo con un fastidio

evidente—, pero los ha visto mucha

gente. Yo siento su presencia cuandopaso por determinados lugares, peronunca los he podido ver. Me giro derepente y ya no están. Son muy hábiles…

Thórdur alargó la mano paramostrarme tres piezas que, según meinformó, un elfo había dejado a unamujer que no creía en los seres ocultos.

—Ella soñó que un elfo le decía queencontraría algo suyo en una arca quetenía cerrada con llave —me explicóbajando la voz, como si hubiéramosentrado en un terreno minado y hubieraque extremar las precauciones—.Cuando se levantó, fue directamente alarca, la abrió con la llave que tenía

escondida y encontró en el interior unpeine.

—¡¿Un peine hecho por los elfos?!—Sí, claro —respondió sin

inmutarse—. Este peine… ¿Quién si nopodía haberlo dejado allí? Unos díasdespués aparecieron unas tijeras, ydespués una aguja. Todo eran cosashechas por los elfos.

De nuevo me encontraba con alguienque creía a pies juntillas en los seresocultos. No es que sea poco habitual enIslandia, una isla, según dicen, llena deelfos, pero digamos que en Reykiavik lagente no tendía a ser tan crédula.

—Pero, vamos a ver, ¿usted cree de

verdad en esos seres ocultos? —lepregunté abiertamente, recordando quesegún las encuestas oficiales un 55% delos islandeses cree en ellos… y un 5%incluso afirma haberlos visto alguna vez.

—¡Por supuesto que sí! —me clavóuna mirada desafiadora, como si el solohecho de ponerlo en duda fuera unsacrilegio—. La verdad es que losislandeses nunca hemos sido cristianosal cien por cien. Siempre hemos creídoen temas paganos, y especialmente enlos seres ocultos que viven en lanaturaleza. Aquí la naturaleza es muy,pero que muy poderosa. Basta con daruna vuelta por la isla para comprobarlo.

Mientras empezaba a sospechar queThórdur era un elfo disfrazado deanciano —había algo en el brillo de susojos y en su manera de caminar queparecía indicarlo—, me mostró un riñónde madera que se usaba antiguamente enlas granjas para prevenir el fuego, unpedazo de lava que protegía de lostruenos, una piedra con forma de panque se utilizaba para que no faltara lacomida en las casas, amuletos de lasuerte de los pescadores y unas cuantaspajitas hechas con huesos de pescadopara que los niños bebieran la leche.

—Todo está hecho por los propioscampesinos con lo que había a su

alrededor —precisó con su miradaincisiva—. Todo se aprovechaba, no setiraba nada… Entonces llegaban muypocas cosas de fuera.

—¿Usted de qué trabajaba antes?¿Era campesino?

—Yo me he dedicado siempre almuseo, una actividad que me toma todoel tiempo —presumió con orgullo—.Piense que vienen unos 45.000 visitantesal año. Incluso en invierno viene gente.Pocos, es cierto, no más de mil, pero yono cierro nunca. Excepto estos últimosdías, por culpa del volcán…

—Los volcanes también son algotípicamente islandés —sonreí—. Quizás

debería integrarlos en el museo.—Los volcanes siempre están allí y

de vez en cuando hay uno que entra enerupción, pero la verdad es que nunca lohabía tenido tan cerca —miró por laventana con desconfianza en dirección alEyjafiallajökull—. Ha sido unaexperiencia terrible, apocalíptica.

En la siguiente vitrina, unos jugueteshechos con huesos de animales, unconjunto de aperos del campo y unascucharas de cuerno disiparon supreocupación y desviaron su atenciónhacia otros temas.

—Veo que lo está apuntando todo —se río al ver que tomaba notas en mi

pequeña libreta—. Podría escribir unlibro sólo con lo que hay en el museo ycon lo que yo puedo contarle… Fíjeseen estas herramientas del campo: en1921 un granjero las hizo con lo quetenía a mano. «Era demasiado carocomprarlas», me dijo cuando las donó almuseo. Hacía también otras piezas, detodo. Murió en 1969, con 80 años.Ahora sus objetos se exponen aquí, paraque la gente vea como era la vida deantes en la isla.

—¿Piensa que la vida en Islandia esmejor ahora?

—Era mucho mejor antes —respondió sin dudarlo.

—Pero ahora pueden construirmejores casas, protegerse del frío, tenercoches para ir a Reykiavik…

—Ahora la vida es más fácil, cierto,pero los jóvenes dejan el campo y sevan a vivir a Reykiavik. Antes habíamuchas granjas y era bonito crecer enesta comarca. Nos gustaba mucho. Erauna vida más tranquila, más vinculada ala naturaleza, como en la Edad Media…Éramos pobres, pero felices. Toda lafamilia trabajaba en la mismahabitación…

Permaneció unos minutos ensilencio, la mirada perdida en un puntoimpreciso de la sala, hasta que decidió

pasar página y avanzar hasta la siguientevitrina. Allí me mostró unos huesoslargos, limados hasta aplanarlos, queantaño hacían las veces de raquetas denieve.

—Me los hacía mi padre —recordócon emoción, viajando de nuevo al reinode la nostalgia—. Los últimos son de1972. Después ya se compraban otrascosas, hechas en fábricas…Caminábamos con estos huesos atados alos pies y con una vara entre las piernaspara impulsarnos. En medio de la varahabía un cascabel para ahuyentar a losespíritus.

—Otra vez los elfos…

—Por aquí hay muchos elfos, sí —nisombra de ironía en su voz—. A losextranjeros os cuesta creerlo, pero loshay. Los espíritus te visitan de noche y aveces te alertan de cosas que van asuceder. Siempre hay que hacerles caso.

Los seres ocultos, bien sea en formade elfos, de trolls o de espíritus de losantepasados, son una constante enIslandia, y parecían tener en ThórdurTómasson a su principal profeta. Segúnuna leyenda islandesa, convenientementecristianizada, los seres ocultos habíansurgido un día en que Eva recibió lavisita de Dios. Viendo que algunos desus hijos estaban muy sucios, decidió

ocultarlos tras unas rocas, y cuandoDios los descubrió los condenó apermanecer invisibles para siemprejamás. La versión pagana, sin embargo,era mucho más sencilla: los seresocultos eran, en Islandia, unaencarnación de su prodigiosa naturaleza.

Proseguimos la visita del museo ensilencio, entre condones para animaleshechos con materiales naturales, sacosde piel de caballo y una vejiga de vacaque se utilizaba para medir la presión,todo un contraste con los barómetros,los GPS y otros artilugios del presente.Al llegar frente al cráneo de un machocabrío, Thórdur me contó que se solía

poner en lo alto de las casas para atraera la buena suerte.

En la siguente sala, Thórdur,súbitamente inspirado, se sentó alórgano para tocar viejas cancionesislandesas. Mientras lo hacía, echaba lacabeza hacia atrás y adoptaba una posesoñadora, como si estuviera conjurandoaquel pasado que tanto lamentaba haberperdido, o como si buscara aislarse dela crisis que tanto preocupaba a losislandeses. Después cambió el órganopor un langspiel, un antiguo instrumentode cuerda. No cantaba mal, y hastaparecía que los objetos del museo ibancobrando vida a medida que avanzaba la

canción.—Los jóvenes de ahora ya no saben

cantar estas canciones —se lamentó alterminar—. No sé dónde iremos a parar.Todo se pierde…

Al llegar a la última sala, Thórdurseñaló la gran barca antigua, con lasvelas desplegadas y cuatro remos a cadalado, que reinaba sin oposición. Teníapintado en la proa el nombre de Pétursey(La isla de Peter) y, a pesar de estarencerrada en el museo, se la veíaenorme, majestuosa, desafiante.

—Es la pieza más importante quetengo —dijo, orgulloso, apoyándose enella—. La construyeron en 1855 y la

retiraron en 1946. Así era como antessalía la gente al mar. No era una vidafácil, no… El mar aquí puede ser muyviolento y los pescadores tenían que sergente valiente.

Sin dejar de lado los problemas dela vida de antes, Thórdur avanzó hastaun bordado precioso expuesto en una delas vitrinas.

—¿Has oído hablar del secuestro demás de doscientos esclavos de las islasVestman por parte de piratas turcos? —me preguntó.

—Fue en el siglo XVII, ¿no?—En 1627 para ser exactos. Sólo 45

pudieron regresar a Islandia, diez años

después. Una mujer prometió entoncesque haría un mantel bordado para elaltar de la iglesia si volvía. Es este.

Era aquel un increíble paseo por elpasado reciente de Islandia. Todos losepisodios de la historia del país, pornimios que fueran, parecíanconcentrados en aquel museo increíble.

Thórdur me mostró todavía una seriede cartas y mapas antiguos que sealternaban con huesos de ballenas,arpones para tiburones y hallazgosarqueológicos que probaban que enaquel museo cabía prácticamente todo, yterminó destacando entre los libros delmuseo un ejemplar de la primera Biblia

impresa en Islandia, del año 1584, yvarias copias de las sagas que solíanleerse junto al fuego siglos atrás.

—Hoy la gente ve demasiado latelevisión —apuntó en tono de censura—. Ellos se lo pierden. Las sagas sonmucho más interesantes, las sagas son laesencia de Islandia… Pero, en fin, todose pierde… Ahí fuera hay unos cuantascasas de antes que he conseguido salvar:casas hechas con turba, la escuela, laiglesia…

Me despedí de Thórdur con lasensación de que había estado hablandocon un auténtico representante de laIslandia de antes de la independencia,

de aquella Islandia que era todavía unaisla pobre en la que la gente vivía delcultivo de la patata y de la pesca delbacalao, y en la que apenas si circulabael dinero. Nada que ver con la Islandiade la crisis que podía verse cuandocaminabas por Reykiavik.

Cuando salí del museo mesorprendió oír las risas cristalinas delos jóvenes que retiraban con grandespalas, entre comentarios jocosos, laceniza acumulada cerca de las casas deturba. Tuve la impresión de que allí, enSkógar, la vieja y la nueva Islandia sedaban la mano de un modo simbólico.Por lo menos durante unas horas.

6. Corazón volcánico

Continuamos viajando en direcciónnorte, con Helgi al volante y Einarcontando historias sin parar, hasta quepudimos ver de lejos el Myrdalsjökull,un gran glaciar ennegrecido por laceniza. Era una imagen apocalíptica: unacapa negra cubriendo el hielo, como sitoda la isla estuviera de luto. De repenteel paisaje se transformaba en undesapacible diálogo en blanco y negro,como si estuviéramos en otro mundo, oinmersos en una pesadilla. Aunque

conviene advertir que la sensación deencontrarse en un mundo diferente no es,por otra parte, del todo extraña enIslandia, un país en el que un 10% de susuperficie está cubierta de hielo y quesólo es habitable en un 20-25%.

Me apetecía volver a adentrarme enla parte central de la isla, allí donde elpaisaje volcánico se impone de un modocontundente, sin paliativos, pero pordesgracia no disponíamos de tiempo.Tanto Einar como Helgi tenían queregresar aquella misma tarde aReykiavik y no podíamos regalarnosotra vuelta por la isla. Lástima.

Mientras Helgi giraba en redondo sutodo terreno para regresar a la capitalrecordé una excursión que había hechoaños atrás a Landmannalaugar, uno delos lugares más bellos de Islandia.

—Landmannalaugar significa «lapiscina de la gente» —me había dichoEinar—. Allí, en medio de un paisajeprecioso, se abre paso un río de aguacaliente en el que es un placer bañarse.Tienes que ir, aunque yo no podréacompañarte.

Fui, claro. Un lugar como aquel nopodía perdérmelo. Y no me decepcionó.Landmannalaugar estaba situado muy

cerca del volcán Hekla, siguiendo lapista que llevaba hacia el interior através de un paisaje volcánico que ibaperdiendo el color a medida queavanzábamos. Pistas sin asfaltar, unainfinidad de piedras, coladas de lava,ríos de aguas impetuosas y una singulargradación de grises caracterizaban elinterior de la isla.

A la llegada a Landmannalaugar, sinembargo, todo cambia de repente. Tantopor el río de agua caliente, en el queciertamente es un placer darse un baño,como por las montañas de riolita, unaroca volcánica de distintos colores, loscampos de lava y los inesperados

prados llenos de flores que surgen devez en cuando, como una aparición. Esun lugar ideal para realizar excursionesen verano, cuando está abierta la pistade acceso.

—Dada la gran cantidad de genteque va de excursión por aquí, no es deextrañar que al camino principal lohayan rebautizado popularmente comoLaugavegur, el nombre de la calle mayorde Reykiavik —me comentó con unasonrisa uno de los guías del valle—. Losmás atrevidos, sin embargo, prefierenalejarse de la multitud e ir más allá,hasta Bláhnukur («Pico Azul»), unamontaña de 943 metros de altura desde

cuya cima se divisa un maravillosopanorama de este paisaje entre lunar ymágico.

Aunque suene cursi,Landmannalaugar puede describirsecomo una sinfonía de colorestransformada en paisaje. Mires dondemires, puedes admirar un espectáculosoberbio, con montañas que van delamarillo al rosa, pasando por el blanco,el verde y el rojo, frecuentes fumarolas,desolados campos de lava con caminosserpenteantes que los atraviesan y el ríode agua caliente que se abre paso entreel verde y en el que casi siempre hayunas cuantas turistas en remojo. En el

valle hay un camping donde puedesinstalarte para explorar la región,siempre que la lluvia lo permita, y unagranja donde se pueden alquilarcaballos islandeses.

Decididamente, si uno quiere haceruna buena inmersión en los paisajesvolcánicos de Islandia, hará bien enquedarse unos días en Landmannalaugar,ya que el lugar refuerza su bellezaincontestable en cuanto, a media tarde,se alejan los autocares de lasexcursiones de un único día.

—Algunos expertos han detectadorecientemente actividad en el volcán

Hekla —comentó Helgi sin dejar deconducir, devolviéndome de golpe alpresente—. No te extrañe si es elpróximo en entrar en erupción.

Hacía sólo unos días que elEyjafiallajökull había dicho basta y yaempezaban a especular sobre cuál seríael siguiente volcán en animar el cotarro.Decididamente, en Islandia resultadifícil aburrirse.

El Hekla, cuya cima parecía pugnarpor rasgar las nubes que lo envolvían, esun volcán mítico en Islandia. Después dela violenta erupción de 1104, alguien lobautizó con el sobrenombre de Puertadel Infierno, lo que llenaba de temor a

quienes vivían en las cercanías. Laleyenda duró hasta bien entrado el sigloXVIII, cuando todavía los islandesesevitaban acercarse al volcán por miedoa que se los llevaran los demonios. Nofue hasta el 20 de junio de 1750 que elexplorador Eggert Ólafsson consiguióllegar a su cima de 1.421 metros ydeshacer el misterio que envolvía alvolcán.

—Las erupciones del Hekla han sidomuy variadas y existe la creencia de quecuanto más tiempo duerma el volcán,más grande será la siguiente erupción —apuntó Einar.

—Pues menudo panorama…

—Desde el año 874 ha habido unaveintena en el Hekla —continuó—. Aúnrecuerdo la más reciente, en febrero del2000. El 10% de la tefra producida enIslandia en los últimos mil años procededel Hekla y se calcula que es uno de losvolcanes que más lava ha producido enel mundo: unos ocho kilómetros cúbicos.

—El Hekla impone respeto, pero laerupción de la que se guarda peorrecuerdo en Islandia fue la del Askja, unvolcán situado mucho más al norte —intervino Helgi—, más allá de losglaciares.

—El Askja… —acerté a repetir,poco acostumbrado a la familiaridad

volcánica de los islandeses.—Entró en erupción por última vez

en 1961, pero fue en marzo de 1875cuando dejó un trágico recuerdo. Lalluvia de cenizas y gases tóxicos afectóa las granjas del este de la isla,envenenando los campos, matando abuena parte del ganado y provocandouna gran migración hacia tierrasamericanas.

Recordé que un par de años antes yohabía viajado hasta la zona del Askja enun 4x4, desde el lago Myvatn, junto conunos amigos de Akureyri. Confieso quedurante el largo avance en zigzag por el

inmenso campo de lava me costóarticular palabra. Me fascinaba aquellaaproximación lenta, y me turbaba la granextensión de aquella colada de lava quemedía más de sesenta kilómetros delargo y ocupaba una superficie de 5.000kilómetros cuadrados. Era un caminohacia una tierra desértica, hacia unmundo desprovisto de vida, hacia lanada.

Poco después de cruzar el ancho ríoJökulsá á Fjöllum, que nace a los piesdel Gran Glaciar, el Vatnajökull,comprobé que el agua conseguía abrir unespacio de verdor en medio de la lava ypiedra de Odadahraun, nombre que,

traducido, significa nada menos que elDesierto de los Crímenes.

—Aquí era donde en el pasadoobligaban a malvivir a los proscritos —me explicó Hugrun, una de las chicas delgrupo.

—¿Proscritos? —repetí la palabra,que me sonaba a novela histórica deaventuras.

—El más famoso era Fialla-Eyvindur (Eyvindur de las Montañas).Vivió veinte años en este desierto, enuna cabaña al pie de la montañaHerdubreid —señaló Hugrun, que habíatrabajado de ranger en este lugardurante tres veranos seguidos—. Era una

especie de Robin Hood del siglo XVIIIque tenía cabañas en distintos lugares dela isla.

—¿Vivía solo?—Le acompañaba su esposa, Halla,

una mujer fuerte y valiente. Al parecer,Fialla-Eyvindur robó a una mujer algode poco valor cuando era niño, y esta lelanzó una maldición que decía quetendría que robar toda su vida. Cuandoalguien intervino para que suavizara elmaleficio, lo único que añadió fue quenadie le atraparía nunca. Y así ocurrió,aunque su vida fue muy dura.

—¿Y vivía en este desierto? —echéuna mirada alrededor, en aquel paisaje

que parecía absolutamente desprovistode vida.

—Fue una vida muy dura, en efecto.Se dice que un día, en pleno invierno, suesposa lanzó a sus tres hijos por unacascada para evitar que murieran dehambre y frío.

Si ya en verano el lugar me parecíainhóspito, no quería ni imaginarme cómodebía de ser en invierno, cuando lanieve lo cubría todo y el frío se te metíahasta los huesos.

A un lado de la pequeña cabaña deFialla-Eyvindur, convertida en atracciónturística, se levantaba una impresionantemontaña de cumbre plana, el

Herdubreid, de 1.682 metros de altura;al otro lado, en la lejanía, se podía verel Snaefell, de 1.833 metros, el pico másalto de Islandia que no forma parte de unglaciar.

—Se los conoce como el Rey y laReina —me contó Hugrun—, y cuandohace un día claro, como hoy, se dice queambos se miran fijamente a los ojos…

—Aquí, por lo visto, hasta lasmontañas están vivas…

—Dice una leyenda que hacemuchos años ambos gigantes, queriendomostrar su fuerza, se dedicaron alanzarse piedras el uno al otro cada vezmás grandes. Por eso este valle es tan

pedregoso.Continuamos adelante hasta llegar al

lugar donde los astronautas de la MisiónApolo se entrenaron antes de ir a laLuna en 1965. El paisaje era una mezclade tierra blancuzca y beis, apenas sinvegetación, con algunas piedras y rocasnegras como lanzadas al azar. Lasensación de estar en un mundoinhóspito se acrecentaba por momentos.

—Parece un lugar encantado,¿verdad? —apuntó Hugrun—. Por aquíhay muchos lugares con fama de estarencantados, y este es sólo uno de ellos.Dicen que por la noche se llena defantasmas y de espíritus.

Miré a mi alrededor, pero noconseguí ver ningún fantasma. Ni tansiquiera un espíritu o un elfo. Por lovisto, aún no era su hora.

La siguiente parada fue en Drekagil,una zona de acampada situada junto a unrío, con una cascada medio oculta entrelas rocas. Allí montamos la tienda,dejamos lo prescindible y continuamosen el 4x4 hasta llegar a la parte másreciente del campo de lava del volcánAskja.

—Fïjate que aquí la lava tiene uncolor más negro —me apuntó Hugrun—.Es más reciente, de la erupción de 1961.

Pensé entonces que 1961 quedaba

demasiado cerca para mí. Que mehablaran de los desmanes causados porerupciones de siglos pasados, podía serun interesante tema de conversación,pero 1961 era una fechainquietantemente cercana. De todosmodos, la gran erupción del Askja, laque originó la mayor parte del campo delava, tuvo lugar en 1875. Muchosanimales murieron entonces y fueronmuchos los granjeros que decidieronemigrar a América. El centro de la islaera, evidentemente, el territorio de losvolcanes, de la no vida.

Tuvimos que caminar por una tierraoscura, con algunas manchas de nieve y

un círculo de montañas alrededor, parallegar hasta el centro de la caldera. Unaceniza oscura y compacta cubría ahorael terreno que pisábamos.

—Debajo hay capas de hielo quequedó aprisionado cuando la erupción—me aclaró Hugrun—. Fíjate que tuspasos resuenan de un modo distinto.

Efectivamente, el eco de los pasosera ahora sordo, extraño, como sidetectara el hielo que había bajo lasuperficie. Mientras, el cielo se habíacubierto de nubes y la temperatura habíabajado unos cuantos grados, hastasituarse por debajo de los 10. El fríorepentino convertía el lugar en un rincón

todavía más inhóspito.Continuamos subiendo hasta llegar

al volcán Viti, nombre que significaInfierno en islandés. El cráter seencuentra en el fondo de una caldera deunos 150 metros de diámetro y, vistodesde lo alto, su color verde clarocontrasta con el del lago contiguo, elÖskjuvatn, mucho más extenso y con unaagua de un duro color gris metálico.

—El Viti es de agua caliente,mientras que en el otro el agua está muyfría —me aclaró uno de los amigos—.¿Quieres bañarte?

—Bueno —acepté—, pero que seaen el de agua caliente.

Bajamos por la pendiente rebaladizahasta llegar al lago verdoso. Sumergirseen sus aguas sulfurosas en medio del fríoreinante, era como hacerlo en unabañera de agua caliente, aunque elintenso olor a azufre llevaba a pensar enlo adecuado de su nombre: parecía unlago surgido del infierno.

La verdad es que se estaba bien allí,aunque si echabas un vistazo alrededorno te sorprendía recordar que no muylejos se habían entrenado los astronautaspara su paseo lunar. El paisaje de laluna no podía ser muy diferente.

—El lago Öskjuvatn es el másprofundo de Islandia —comentó Hugrun,

que parecía haberse convertido en miguía particular—. Está situado en elcráter del Askja y su nombre significa«el lago del Askja». Tanto este como elViti fueron creados por la erupción de1875.

—¿Por aquí también hay espíritus?—pregunté.

—Pues podría —respondió ella enserio—, ya que hace unos cien años, en1907, dos científicos alemanesdesaparecieron sin dejar rastro cuandoexploraban el lago en un bote. Fue undrama. La novia de uno de ellosorganizó una expedición para buscarlos,pero no encontraron ni la más mínima

pista.Otra típica desaparición islandesa,

que diría el escritor ArnaldurIndridason.

En el lago hay extrañas corrientes yse especula sobre si un seísmo provocóun desprendimiento de tierra que se lostragó, pero la verdad es que nunca másse supo nada de los dos científicos.

Cuando empezó a lloviznar,volvimos de prisa sobre nuestros pasosy nos alejamos de aquel lago misterioso.Volvimos a sentir el eco sordo denuestros pasos sobre la ceniza ycaminamos en silencio hasta quedesembocamos en el extenso campo de

lava.Fue cuando ya nos aproximábamos a

Drekagil, el lugar donde habíamosplantado la tienda, que uno de losamigos me habló de la gran presa queestaban construyendo no muy lejos deallí, la de Kárahnjúkar. «Es unalástima», opinó, «ya que sus aguas setragarán una buena parte del centro de laisla».

Volvería a oír hablar de la presavarias veces aquel día, y en missiguientes viajes a Islandia. Suconstrucción estaba levantando un fuertedebate que enfrentaba a los partidariosde preservar la naturaleza con los

financieros que preferían poner enprimer lugar los beneficios que decíanque reportaría para Islandia.

7. Palabra devulcanólogo

Magnus Tumi Gudmundsson, elvulcanólogo que siguió desde la primeralínea de fuego la erupción delEyjafiallajökull, me citó en un lugar deReykiavik que me pareció muyadecuado: el edificio Askja de laCiudad Universitaria. Me gustó que eledificio, que alberga la facultad deGeología, tuviera nombre de volcán. Yaque en este viaje no podría volver al

Askja, por lo menos visitaría el edificioque llevaba su nombre.

Mientras esperaba frente aldespacho de Magnus Tumi, y recordabade paso que la puntualidad no es unavirtud muy islandesa, me entretuvemirando los recortes de prensa quehabía en el tablón de anuncios. En unode ellos, perteneciente a la portada delMorgunbladid del 17 de mayo de 2010,se veía una gran foto del vulcanólogo,con traje de faena y hielo hasta lacadera, tomando muestras de ceniza enel glaciar del volcán. Decididamente,ser vulcanólogo en Islandia no podía serun trabajo aburrido.

Magnus Tumi Gudmundssonapareció con unos minutos de retraso,luciendo una gran sonrisa. Era másjoven de lo que me esperaba y se le veíarelajado y feliz, sin ningún síntoma deestrés a pesar de la gran cantidad dehoras extras que le había supuesto laerupción del volcán. Durante un par demeses, la prensa de todo el mundo sehabía peleado por entrevistarle, pero aél aquello no parecía alterarle. Alcontrario, se le veía tan tranquilo.

—Estos últimos días —recordómientras se sentaba en su pequeñodespacho— me llamaban de todo elmundo, pero ya aprendí a tratar con los

medios de comunicación cuando hubootra erupción hace catorce años. Yotenía entonces 35 y fue mi primercombate con los medios.

—¿Y qué aprendió?—Pues que tengo que atenderlos

siempre que no interfieran en mi trabajo.Por ejemplo, me niego a acompañarlosal cráter, aunque me lo proponga laCNN o la BBC…

—¿Por qué?—Si lo hiciera, no podría hacer bien

mi trabajo de geólogo. Por otra parte, yasé que me persiguen y que resultamareante, pero en cuanto pasa la noticia,el acoso cesa de repente y vuelve la

calma.El despacho de Magnus Tumi estaba

repleto de libros como suelen estarlo losdespachos de los sabios despistados; esdecir, más que repleto de libros estabadesbordado de libros. Los había en losestantes, encima de la mesa e inclusoapilados en el suelo en columnas deequilibrio precario. Me entretuveleyendo algunos títulos mientras elvulcanólogo atendía una llamada; lamayoría trataba de volcanes, geología,terremotos y otros desastres naturalestípicamente islandeses. Me llamó laatención descubrir, en el estante másalto, una caja con un juego que decía:

«Construye y erupciona tu propiovolcán». Aquella debía de ser laocupación del vulcanólogo modelo ensus horas libres.

Antes de iniciar la entrevista,Magnus Tumi me comentó de pasada quesu hermano era el gobernador del BancoCentral de Islandia, con lo que meconfirmó una vez más que el mundo esun pañuelo, sobre todo en Islandia, unpaís poco poblado en el que laendogamia alcanza límitesinsospechados. A continuación, como sifuera inevitable, bromeó sobre losestados de emergencia que amboshermanos tenían que gestionar: uno se

ocupaba de los volcanes y el otro de laeconomía, los dos temas estrellas de laIslandia actual.

—El Eyjafiallajökull ha estadoactivo muchos días, pero aquí enIslandia ya sabemos que las erupcionesvolcánicas son frecuentes —apuntócuando entramos en materia—. Hay unacada cuatro años de promedio, lo quesupone entre veinte y treinta cada siglo.La mayoría son de carácter explosivo,pero muy pequeñas.

—Estará de acuerdo en que esta, porlas molestias que causó y la repercusiónque tuvo, fue muy especial.

—Fue difícil de gestionar porque se

trata de un volcán muy próximo a lagente. A siete kilómetros del cráter hayuna granja y justo encima un glaciar. Enesto último radicaba el peligro, ya quela erupción podía fundir el hielo yprovocar una inundación que podíacausar víctimas. Pero por suerteestábamos preparados. Aquí, en Islandia—aclaró con una sonrisa—, estamosmás preparados para los volcanes quepara los desastres financieros.

—Supongo que, tratándose de unpaís volcánico, debe de haber muchagente trabajando en este departamento.

—Sólo somos cinco vulcanólogos—otra sonrisa—. Recuerde que estamos

en Islandia y que no somos muchos. Peroestamos coordinados con ProtecciónCivil, que es muy eficaz. La gente suelehacer broma sobre el tema y dicen que sifuera Protección Civil quien gobernara,el país iría mucho mejor.

Las alusiones al crítico momento queatravesaba la economía islandesa serepitieron a lo largo de toda laentrevista. Por lo visto, las erupcionesvolcánicas se habían convertido en lamejor metáfora sobre el tema.

—Tuvimos que desplazar a 800personas de las granjas cercanas alvolcán, pero todo fue bien —prosiguióMagnus Tumi—. No hubo ni un herido.

Por otro lado, tuvimos la suerte de quelas inundaciones no fueron muy graves yno causaron grandes daños, ni a lasgranjas ni a las carreteras. El granproblema fueron las cenizas, y me temoque aún tendremos que luchar contraellas por un tiempo.

—En cualquier caso, parece que enIslandia ya están acostumbrados.

—Podríamos decir que en losúltimos años muchas cosas han divididoa la gente en Islandia, sobre todo elboom económico y la crisis posterior,pero las erupciones volcánicas son algoque nos une. Es la parte positiva delproblema —rió—. Ya que no podemos

controlar a la naturaleza, tenemos queluchar todos juntos contra los desastresnaturales.

—¿Y por qué causó tantosproblemas la ceniza? En otraserupciones esto no pasaba.

Estuvo cayendo durante dossemanas. Ya había sucedido antes, peroesta vez la ceniza era muy fina… Elefecto del Eyjafiallajökull habría sidosólo un fenómeno local de no haberafectado a los vuelos. El viento soplóhacia el sureste y, como la ceniza eramuy fina, la llevó muy lejos, hacia elcontinente. El principal problema tuvocomo escenario el cielo europeo, con

muchos vuelos cancelados.—¿Y cuál es la situación ahora?—La erupción del volcán ya ha

cesado, pero no sabemos por cuantotiempo… La última del Eyjafiallajökull,entre 1921 y 1923, duró con algunasinterrupciones un total de catorce meses.Habrá que estar atentos…

A continuación, Magnus Tumi sepuso a recordar las erupciones de losúltimos cuarenta años en Islandia.Parecía sabérselas de memoria; mejordicho, no sólo las conocía de memoriasino que las recordaba todas al detalle.Se entretuvo enumerándolas una por unahasta llegar a la conclusión de que en

Islandia había habido un total de ochoerupciones con ceniza y, de todas ellas,la del Eyjafiallajökull era la única quehabía causado problemas fuera de laisla.

—En los otros casos, el vientoempujó la ceniza hacia el norte —concluyó—. Ahora ha sido al revés yEuropa, por lo visto, no estabapreparada.

—¿Piensa que se exageró alcancelar todos los vuelos?

—En Sudamérica y Alaska no sontan drásticos —hizo una pausa, como sibuscara la respuesta correcta para nometerse en líos—. Pero es que en

Europa hay muchos más vuelos: unos28.000 diarios. Por eso se notaronmucho más las consecuencias. Encualquier caso, las autoridades siguieronlas normas… Fue una erupciónmoderada, pero hay que admitir que enIslandia son muy pocas las de tamañogrande.

—¿Puede ser el Katla el próximo enentrar en erupción?

—Es una posibilidad. ElEyjafiallajökull entró en erupción encuatro ocasiones anteriormente: 1921-1923, 1612, 920 y hacia el 500 a. C. Noes frecuente. El Katla, en cambio, entraen erupción más o menos cada cincuenta

años. Es evidente que hay una relaciónentre ambos volcanes… Por tanto, nostomamos seriamente la posibilidad deque pueda haber otra erupción. De todosmodos, lo tenemos todo monitorizado,con sensores y GPS. Ahora estamosvigilando al Katla muy de cerca y demomento no hay evidencia de que seprepare una erupción.

—Dicen que Islandia es el país idealpara un geólogo. ¿Está usted deacuerdo?

—Es una isla muy viva en la quesiempre pasan cosas —respondióampliando la sonrisa—. Tenemos esasuerte… Por otra parte, aquí la gente se

interesa mucho por la geología. Detodos modos, en el sector financiero lossueldos son más altos… —nuevasonrisa y nueva pulla a la crisiseconómica—. Hay el mito de que aquítodos creemos en los elfos. Yo no. Escomo el chiste ese que corre, de queBjörk es un semielfo… Lo cierto es queaquí la naturaleza domina y la gentesiente mucho la relación con ella. Hayuna fuerte conexión con la tierra, y loselfos forman parte de esto.

—¿Es cierto que llegan a desviarcarreteras para no molestarles?

—Ha sucedido algunas veces. Lagente no quiere que destruyan unas rocas

donde antes se creía que vivían seresocultos. Pero estas supersticiones estánen todas partes. No sólo en Islandia.

Magnus Tumi Gudmundsson selevantó en ese momento para mostrarmesobre un mapa el origen de tantaactividad volcánica en Islandia. Elmotivo radicaba en el choque de dosplacas continentales, la de Norteaméricay la Euroasiática.

—La razón principal de los volcanesy terremotos es la placa de América delNorte —indicó—. Va por debajo delagua, pero emerge justo al llegar aIslandia, donde choca con laEuroasiática. La placa avanza muy

lentamente, pero en términos geológicosmuy deprisa. Por eso se alza sobre elmar y hay mucho vulcanismo. Todo elsistema avanza en dirección Este, que esdonde se concentran los volcanes enIslandia. De vez en cuando asciende elmagma y es cuando surgen laserupciones volcánicas. En unos pocosmilenios, probablemente la isla crecerá,ya que avanza hacia el Este.

—Las islas Vestman, situadas al estede Islandia, deben de ser las másexpuestas, ¿no? —comenté apuntándolasen el mapa.

—Lo son, en efecto. La isla deSurtsey nació en 1963 de una erupción

que duró en total tres años y medio.Esperemos que la del Eyjafiallajökull,con sus interrupciones, no dure tanto.

—He leído que en el pasadollegaron a pensar en evacuar Islandiapor su actividad volcánica.

—Esto ocurrió hace mucho tiempo,cuando se produjo la erupción del Laki,en 1783. No fue la más grande, pero síla segunda más importante después de lacolonización. En el año 934, la delvolcán Eldgja, que está en el mismosistema volcánico que el Katla, frenóprobablemente el asentamiento. Eldgjasignifica «cañón de fuego» en islandés yde aquella erupción surgió un gran río

de lava, de 18 kilómetros cúbicos, elmayor flujo de basalto del que se tieneconstancia en tiempos históricos.

—Los campos de lava son unaconstante en el paisaje islandés. Losencuentras por toda la isla.

—Otro de los ríos más grandes delava fue el del Laki. Arrojó 12kilómetros cúbicos de lava en ochomeses. También había sulfuros,fluorinas, cloratos… La erupción mató acuatro de cada diez animalesdomésticos, y arrasó los campos. Hubouna gran hambruna que provocó más de8.000 muertos. La noticia llegó aDinamarca y el rey envió un barco

cargado de alimentos. Intentódesembarcar por tres veces, pero nopudo por culpa del viento. Al finalconsiguió hacerlo en primavera. Fueentonces cuando se consideró laposibilidad de evacuar la isla.

—Ahora parece difícil que se repitauna situación como aquella.

—Con la teconología moderna todoes más fácil. Lo saben los queaprovechan la energía geotérmica. Estaisla era muy pobre a inicios del sigloXX, pero la Revolución Industrial locambió todo.

El vulcanólogo, que se notaba que semovía a sus anchas hablando de

erupciones, terremotos y otros desastres,se puso a hablar a continuación de otraerupción que había convulsionadoIslandia, la del volcán Askja. Habíaocurrido en la Semana Santa de 1875,cubrió una parte de la isla con cenizas yse formó una caldera después. Muchoscampos quedaron arrasados y numerososgranjeros emigraron a América. Fue unanueva muestra de la eterna lucha entrenaturaleza y supervivencia.

—Es difícil saber qué ocurrirá en elfuturo —reflexionó Magnus Tumi—,entre otras cosas porque aún no sabemossi ha acabado la erupción delEyjafiallajökull. Si lo miramos con la

perspectiva del tiempo, cada pocos añoshay erupciones en Islandia, pero esta hasido, desde la de Surtsey, la más difícilde gestionar.

—¿Qué pasaría si un volcánerupcionara bajo el Vatnajökull, el granglaciar?

—Eso ya ocurrió con el Grímsvötnen 2004. Por suerte duró sólo unasemana. En este caso se funde el hielo yhay grandes inundaciones. Ahoraestamos esperando una erupción en elGrímsvötn, otra en el Katla y otra en elHekla. Pero no lo vemos como unacatástrofe.

—Es evidente que aquí la gente tiene

espíritu vikingo y se lo toma confilosofía.

—Las erupciones siempre hanformado parte de Islandia. Estamosacostumbrados, pero fíjate en Indonesia.Allí las erupciones son más peligrosaspor el tipo de volcanes, y la genteaguanta. Los que viven bajo un volcán seacaban acostumbrando a él.

—Durante la erupción delEyjafiallajökull vi imágenes de turistasque se acercaban al volcán. ¿Erapeligroso?

—En absoluto. Mucha gente vino aver el volcán. Sólo es un peligro si teacercas mucho; si no, es una experiencia

espectacular. Desde una distancia dediez kilómetros se podían oír lasexplosiones del cráter y notar cómo tesacudían todo el cuerpo. Podías sentir elestallido de la naturaleza sin correrpeligro.

—El otro día me dijo un granjeroque las cenizas que aún quedan en lamontaña son un peligro por la fluorinaque contienen.

—Tiene que llover muy fuerte parallevarse todas las cenizas. Es cuestiónde dejar pasar el tiempo. Los glaciaresafectados ahora están cubiertos de unacapa negra a causa de la ceniza delvolcán. Si es una capa delgada, hay más

deshielo, pero si es más gruesa, menos,ya que hay menos insolación.

Ya daba la entrevista por terminadacuando recordé el viaje al centro de laTierra que imaginó Julio Verne,partiendo del cráter del volcán Snaefell.«Desciende por el cráter delSnaefellsjökull cuando la sombra deScartaris lo acaricie, antes de lascalendas de julio, viajero audaz, yllegarás al centro de la Tierra. Yo lohice», decía el misterioso documentodel profesor Arne Saknussemm. Se locomenté a Magnus Tumi y me concedióentre risas que era una idea fascinante,pero que por nada del mundo estaba

dispuesto a participar en una expediciónde este tipo. «Entre otras cosas»,precisó, «porque el centro de la Tierratiene que ser un lugar demasiadocaliente, y sin apenas huecos.Francamente, estoy más a gustomoviéndome por glaciares y montañas.De momento, digamos que prefiero lasuperficie».

8. El turismo asustado

Por lo que pude comprobar en misconversaciones con los amigosislandeses, la erupción delEyjafiallajökull no les preocupaba enabsoluto. Es más, se reían de que sacarael tema a colación. Para ellos había sidouna erupción espectacular, ciertamente,pero tenían una parecida cada pocosaños y, por tanto, no era ningunanovedad. Lo que sí les preocupaba eraque las cenizas que habían provocado elcaos en el tráfico aéreo acabaran

comportando un descenso del número deturistas en la isla. El verano, su únicatemporada alta, estaba muy cerca, yahora que el país pasaba por una fuertecrisis económica, era mejor no jugar conla afluencia de turistas, una de lasprincipales fuentes de ingresos del país,junto con la pesca del bacalao.

Las estadísticas indican claramentela progresión que ha experimentado elturismo en los últimos años en Islandia:en 1980 visitaron la isla 65.900 turistas;en 1990 la cifra subió a 141.700, en2000 alcanzó los 302.900 y en 2008 yaeran 472.500. Es decir, que en losúltimos años el número de turistas en

verano superaba de largo al deislandeses.

Los síntomas de la crisis económicase dejaban ver en el centro deReykiavik, pero me llamó la atencióncomprobar que las obras del faraónicoHarpa continuaban adelante junto alpuerto. A aquel inmenso auditorio ycentro de convenciones, que seinauguraría a mediados de 2011, noparecían afectarle los recortes.Paseando por Laugavegur, la callemayor de Reykiavik, constaté queaunque había muy pocas obras enmarcha, la vida a pesar de todo seguíaaparentemente como siempre. Los

mismos bares con sillas al sol, lasmismas tiendas y hasta incluso la mismagente. Los precios habían bajadodespués de la devaluación de la corona,pero no obstante las tiendas derecuerdos estaban vacías.

—Este año, de momento, no vienenlos turistas —me informó una chicarubia con trenzas a lo Heidi—. Elvolcán los ha asustado…, pero espronto, todavía estamos en mayo.Espero que se animen cuando llegue elverano.

Para cuando se animaran, me mostródos de los productos estrella de latienda: una camiseta con una imagen del

volcán Eyjafiallajökull y la leyenda:«You wanted cash and we sent you ash»(Queríais dinero y os enviamos cenizas),en referencia a la exigencia de algunospaíses europeos de que los islandesespagaran las deudas contraídas por losbancos quebrados con ciudadanosextranjeros a raíz la crisis del 2008, y,claro está, al volcán. El otro productoestelar eran unos tarros llenos de cenizadel Eyjafiallajökull que se vendían a 12euros, con garantía de autenticidad.

—Y para consumo interno tenemosesto —terminó la muchacha mientrasdesplegaba una camiseta con la leyenda:«Wanted, dead or alive Sigurdur

Einarsson», un «se busca» dirigido auno de los banqueros responsables de lacrisis económica—. Está en la lista dedelincuentes buscados por Interpol yactualmente se dice que vive enLondres.

Una vez confirmado que la crisiseconómica y el volcán seguían siendolos dos temas estrella, me dirigí hacia laOficina Turística para comentarlo con laconcejal de Turismo y Cultura delAyuntamiento de Reykiavik, con la quehabía quedado previamente.

Sif Gunnarsdóttir —una joven alta yrubia, de aspecto decidido— me recibióen su despacho del primer piso, con

vistas a una céntrica plaza dondejugaban unos niños a los que parecíaimportarles un bledo tanto el volcáncomo la maldita crisis.

—El verano de 2009, el primerodespués de la crisis económica, fuefantástico para el turismo en Islandia —me informó—. Aunque la recesión fue,por supuesto, una mala noticia, muchagente se enteró entonces de que Islandiaexistía y se interesó por nuestro país.Por otro lado, la devaluación de lacorona hizo que por primera vez enmucho tiempo Islandia fuera un destinoasequible. Era mucha la gente quesoñaba con venir y los precios la

frenaban.De repente, todo era más barato en

Islandia. Los bed and breakfast, loshoteles, la comida, las actividades…Los turistas empezaron a comprar lasexcursiones más caras, cosa que nosucedía antes, y se disparó el optimismoen el sector del turismo. Nunca tantagente se había interesado antes porIslandia. Lonely Planet situó a la islaentre los diez mejores destinos delmundo, Reykiavik entró en la lista deciudades más interesantes y sepublicaron reportajes en muchas revistasde todo el mundo. Al final de 2009había tanto optimismo que los islandeses

esperaban lo mejor para el 2010. Peroen esto llegó el volcán.

—La erupción del Eyjafiallajökullha sido un golpe muy duro —admitió SifGunnarsdóttir—. Abril y mayo han sidomeses difíciles, pero confiamos enremontar. De todos modos, al inicio dela recesión vimos que el nombre deIslandia se empezaba a clicar muchomás en Google y, con el volcán, lasvisitas se han multiplicado por cinco.Ha habido un interés positivo y esto noslleva al optimismo. La naturaleza atrae amucha gente, que se interesa por losfenómenos volcánicos, siempre que hayaseguridad, claro. Aunque el primer

efecto fue que bajara el número deturistas, ahora sólo puede ir a más.

—En definitiva, que el volcán hasido una buena promoción.

—Es difícil explicar a la gente queIslandia existe, pero ahora ya lo saben.Después puedes hablar de la naturaleza,de excursiones…, pero lo primero esque sepan que existimos. El país es tandiferente de otros que tenemos muchoque explicar.

—La gente, antes, venía poco aReykiavik. Prefería visitar el resto de laisla, la naturaleza. ¿Ocurre ahora lomismo?

—Es cierto que hace diez años la

mayoría de los turistas visitaban el paísy sólo se permitían una visita rápida aReykiavik. Pero en el 2000 Reykiavikfue, junto con otras ocho ciudades,capital europea de la Cultura y estomarcó un antes y un después. Nos dio unnombre. Dos años después se fundabaVisit Reykiavik para promocionar elturismo en la ciudad.

—¿Y qué es lo que ofrecen?—Festivales, baños termales,

museos, galerías… El número deturistas fuera de la temporada alta haaumentado, sobre todo en abril-mayo yen septiembre-octubre, aunque denoviembre a marzo siguen siendo meses

difíciles. Tenemos que organizar actospara atraer a los turistas. En los últimosaños la gente hace más viajes cortos a lolargo del año, y no sólo un viaje largoen verano.

Entre los festivales de Reykiavik,destaca el Iceland Airwaves de música,que se celebra cada año en octubre: unéxito. El Art Reykiavik, en cambio, quese celebra en mayo, suele ser unfenómeno más local.

—En cualquier caso —concluyó SifGunnarsdóttir—, todo contribuye a quevengan más turistas. Si tienes una buenaexperiencia, lo cuentas y viene másgente. Esto está pasando y es importante

para Reykiavik. Tenemos que construiruna industria turística que atraiga a gentetodo el año.

—Ahora mismo, a pesar de la crisis,están construyendo el Harpa, elgigantesco Centro de Convenciones.

—Se terminará en mayo de 2011 yofrecerá muchas posibilidades paracelebrar convenciones en Reykiavik.También programaremos más música yteatro. Es una buena noticia.

—Desde hace años se esfuerzan porpromocionar la capital como una ciudadlimpia.

—Es una atracción más. Creemos enla energía geotérmica. El aire aquí es

muy limpio, y esto hay que subrayarlo.—Por otra parte, la gastronomía

también ha mejorado.—Ha cambiado mucho. Todo está

relacionado. Si viene más gentepodemos tener mejores restaurantes. Yes que nosotros no somos tantos. Ahoratenemos cocina tradicional, de fusión,japonesa, tapas…

—¿Y cómo van los bares, otra de lasgrandes atracciones de Reykiavik?

Continúan como antes, aunque no lospromocionamos porque está claro quehay un choque de intereses entre la genteque quiere dormir y los que quierenseguir de fiesta hasta la madrugada.

—¿Y qué es lo que promocionancomo alternativa?

—En los últimos dos o tres añoshemos insistido en aspectos como laspiscinas, los spa… Hemos constatadoque a Islandia vienen muchas familiascon niños, porque es un país seguro.También promocionamos el diseño y elshopping, sobre todo ahora que hanbajado los precios.

Tras aquel repaso de urgencia a lasposibilidades turísticas de la capitalislandesa, creí oportuno cambiar detercio para sacar un tema que hacíatiempo que me llamaba la atención: laabundante presencia de mujeres en los

puestos importantes del país. SifGunnarsdóttir, una concejal joven eimplicada en la política del país, seguroque tendría una explicación.

—Islandia es un país muy nuevo,pero su historia está llena de mujeresfuertes —me comentó—. El votofemenino se consiguió en 1915, más omenos como en otros países. A finalesde los 60 y principios de los 70 elmovimiento feminista de liberación fuemuy fuerte. El resultado fue la creacióndel Partido de las Mujeres.

—¿Usted lo vivió de cerca?—Yo era una niña en los primeros

70, pero mi madre era una activista y yo

iba al colegio con una chapa delMovimiento de Liberación de la Mujer.Yo tenía 7 años y las otras niñas medecían: «¿Eso quiere decir que tu madreno cocina, que no te lava la ropa?»… Enuna sociedad tan pequeña la posibilidadde no estar tan encerradas en cajas esmayor que en una sociedad grande. Esuna ventaja.

—La elección de VigdisFinnbogadóttir como presidenta deIslandia, en 1980, seguro que contribuyóa cambiar las cosas.

—Su elección fue definitivamentemuy importante. Ella cambió lo quecreíamos que era posible, engrandeció

las posibilidades de la mujer enIslandia. Pero esto no surge de lanada… Siempre hemos tenido mujeresfuertes.

—Aquí, por lo que se ve, lasmujeres están más liberadas. ¿Ser madresoltera no supone ningún estigma?

—Tener un hijo fuera delmatrimonio no es un tabú en Islandia,como sucede en otros países. Seconsidera algo completamente normal.Yo me siento muy feliz de ser mujer enIslandia.

—Dicen que lo de las mujeres en elpoder viene de cuando los hombres erantodos pescadores y se iban largo tiempo

a la mar.—Sí. Al ser un país pequeño no

puedes encerrarte, tienes que participaren todo. Nunca ha sido fácil ser mujer enIslandia, pero hemos luchado por ello.Nada se ha obtenido sin que alguienluchara para obtenerlo, aunque nohayamos tenido que luchar tanto como enotros países. Aquí las mujeres fuertessiempre han estado bien vistas.

Quedaba todavía un último temapara hablar con la concejal de Turismo:el impacto de la crisis económica.Todos los islandeses con los que habíahablado hasta entonces me habíandejado claro que había un antes y un

después respecto a la crisis de 2008.Cuando se lo planteé a Sif Gunnarsdóttirtambién se mostró de acuerdo.

—En la calle no se ve la crisis —medijo—, pero mi marido es arquitecto ytiene un gabinete desde hace veinteaños. Ha tenido que despedir a gente yahora tiene muy pocos proyectos. Ahoratambién hay más paro, y esto es terriblepara nuestro país, porque antes casi nolo había en Islandia. Es lo peor quepodía pasar.

—¿Y cómo afecta la crisis a losjóvenes?

—Antes les costaba muy pocoencontrar trabajo en la industria

turística. Ahora, en cambio… Pero creoque llegará el final de la recesión.Somos eficientes y tenemos unaeducación sólida, pero tomará un tiempoy tendremos que aplicar ideas nuevasque quizás todavía no vemos.

—La gente, por lo que parece,desconfía ahora mismo de los partidostradicionales.

—Especialmente en Reykiavik.Hemos tenido cuatro alcaldes en cuatroaños y ha sido un periodo difícil. Y elpróximo domingo hay eleccionesmunicipales… Pero es cierto quedespués de la recesión, la gente no se fíade los políticos que había, que dejaron

dinero a los financieros que nos hantraído hasta aquí.

Cuando nos despedimos, SifGunnarsdóttir me acompañó hasta lapuerta y me confesó, hablando de lasfamilias poco convencionales que suelehaber en Islandia, que la suya tambiénera un poco especial.

—En 1944 mi abuela materna tuvoun hijo en la granja donde vivía —mecontó—. Vino un chico guapo, se acostócon él y nació una niña, mi madre. Ladieron en adopción porque los padres dela abuela no la querían. Más tarde mimadre se fue a Irlanda a estudiar, seenamoró de otro estudiante con el que no

se casó y tuvo una hija, que soy yo.Después, yo, a los 24 años, también tuverelaciones con un chico muy guapo y mequedé embarazada… Tuve a mi hija, queno es de mi marido. Después me casécon él, que ya tenía tres hijos. A ver quépasa ahora con mi hija, que ya tiene 22años.

La concejal, por lo visto, era unejemplo más de una familia típica delpaís tan atípico que es Islandia.

Segunda parteEL PAÍS DE LOS SUEÑOS

Verano de 2008

9. En defensa de lanaturaleza

En mi anterior viaje a Islandia, en elverano de 2008, poco antes de queestallara la gran crisis, el debate entorno a la construcción de la gran presade Kárahnjúkar y la fundición dealuminio de Reydarfjördur estaba muypresente en la sociedad. En cualquierconversación, por informal que fuera,acababa aflorando el tema, y eranmuchos los islandeses que criticaban

con vehemencia aquellas obrasfaraónicas que consideraban quetraicionaban el espíritu de la isla.«Vender nuestra naturaleza a cambio dedinero no puede traer nada bueno», medijo un miembro de la organizaciónecologista Saving Iceland. «Lanaturaleza es nuestra gran riqueza ysiempre la hemos respetado. Noentiendo por qué el Gobierno hadecidido ponerla a la venta. Por culpade esta presa echaremos a perder lasegunda área virgen más grande deEuropa».

Por lo que pude ver y escuchar aquelverano, en el trasfondo del debate estaba

la devoción atávica que los islandesessiempre han sentido por la naturaleza.Era como si los dioses de la antiguareligión pagana resurgieran paraoponerse a aquella enorme presa quealteraría el curso de dos ríos ycambiaría el paisaje del nordeste de laisla, en las tierras vírgenes situadas másallá del gran glaciar Vatnajökull.

El complejo hidroeléctrico deKárahnjúkar, el más grande de Europa,constaba de cinco presas en cadena quehabían dado origen a un lago artificialde 193 metros de alto por 730 de largo.Había costado en total unos 1.000millones de euros y su único objetivo

era proporcionar energía eléctrica a laplanta de fundición de aluminioFjardaál, situada a unos 75 kilómetrosde distancia, en la costa deReydarfjördur. El problema radicaba enque por el camino se habían tenido quedestruir unos paisajes bellísimos. ElGobierno, que había impulsado elproyecto junto con la multinacionalAlcoa, argumentaba que Islandia nopodía vivir siempre de la pesca y que laplanta de aluminio, que había entrado enfuncionamiento en abril de 2008, daríatrabajo a 450 personas y produciría 940toneladas de aluminio por día, con unpotencial de 436.000 toneladas métricas

anuales, pero la mayoría de losislandeses no veía con buenos ojosaquel macroproyecto.

En aquella ocasión, yo había viajadoa la isla para asistir a un macroconciertoen defensa de la naturaleza, y en contrade la presa, que iban a ofrecer Björk ySigur Rós, las grandes estrellas de lamúsica islandesa, pero era muyconsciente de que si no trataba tambiéndel tema de fondo, el complejohidroeléctrico de Kárahnajúkar, lainformación se quedaría a medias. Parasituarme, apenas llegué a Reykiavik fui avisitar a Úa Matthiasdóttir a la editorialdonde trabajaba, Forlagid. Úa es una

simpática islandesa que hacía unosmeses que había regresado a su país,después de vivir durante muchos años enBarcelona, y estaba seguro de que mepasaría buenos contactos para tomarle elpulso a la sociedad islandesa.

La editorial Forlagid estaba situada enuna casita baja muy cerca del centro deReykiavik, en una calle que parecíaescapada de un pueblecito con encanto,con patio trasero, grandes ventanas y luza raudales. Nada allí reflejaba elambiente tenso de las grandeseditoriales españolas; al contrario, dabala impresión de que en Forlagid se

trabajaba con eficacia pero a un ritmonada estresante, sin que las sonrisas y elbuen humor resultaran sospechosos.

Mientras tomábamos café en elpatio, aprovechando un magnífico sol deverano que parecía que iba a convertirIslandia en una isla tropical, Úa me pusoal día del mercado editorial islandés,sorprendentemente activo para un paístan pequeño, y me mostró un libropublicado recientemente, Draumalandid(«El país de los sueños»), subtituladoManual de autoayuda para una naciónasustada, que estaba relacionadoprecisamente con la oposición a la presay con el concierto en defensa de la

naturaleza que iban a ofrecer Björk ySigur Rós.

—El autor, Andri Snaer Magnason,ha escrito libros para niños como Lahistoria del planeta azul, novelas ypoesía —me contó—, pero lo que hacee n Draumalandid es criticar lasupeditación del Gobierno islandés a lasgrandes multinacionales de aluminio,que ha desembocado en la construcciónde la gran presa de Kárahnjúkar, muycriticada por los ecologistas.

El libro, que apareceríaposteriormente en inglés con el título deDreamland y un prólogo de Björk, y delque también se haría un documental, se

había convertido en un éxitoespectacular, con más de 20.000ejemplares vendidos, el equivalente, sitraducimos el porcentaje respecto a lapoblación, a un best seller de tresmillones de ejemplares en España.

Cuando le comenté a Úa que meinteresaría entrevistar al autor paraescribir un reportaje sobre el tema, letelefoneó al instante y quedamos que nosveríamos al cabo de una hora en elHressó, uno de los bares del centro.

—¿Te interesa algo más? —mepreguntó Úa, solícita.

—Pues, ya que lo dices, la músicaislandesa. Siempre me ha sorprendido la

gran profusión de grupos que hay en laisla, y el éxito internacional que tienen.Aprovechado el concierto de Björk ySigur Rós, me gustaría hablar conalguien que conozca bien el panoramamusical.

—Fácil —me respondió con unagran sonrisa, como si fuera un hadamadrina en el día de conceder deseos—.Mi hermano Arni es crítico musical enel Morgunbladid.

El Morgunbladid, fundado en 1913,es el diario más importante de Islandia,con una tirada de unos 50.000ejemplares. Con estas referencias, meinteresaba, por supuesto, hablar con

Árni Matthiasson, el hermano de Úa. Letelefoneamos y quedamos en que pasaríaa verle por la redacción delMorgunbladid aquella misma tarde. Asíde fáciles son las cosas a veces enIslandia, un país donde no sólo todos seconocen, si no que además da lasensación de que están esperando tullamada y nunca tienen problemas deagenda.

En las primeras páginas deDraumalandid un taxista de Reykiavikle dice a Andri Snaer Magnason:«Vosotros, los autores, estáisdesconectados de la realidad». Este es

el punto de partida de este escritornacido en Reykiavik en 1973, quedecide en su libro tratar un tema quepreocupa a los islandeses: el respeto ala naturaleza enfrentado al intento deconvertir a Islandia en el mayorproductor de aluminio del mundo.

Quién sabe si fueron las ganas deconectarse con la realidad las quehicieron que Andri Snaer Magnason mecitara en el Hressó, un bar del centrorepleto de jóvenes al mediodía. Llegócon un ligero retraso, muy islandés porotra parte, pero se excusó porque seveía obligado a multiplicar su actividada causa del inminente concierto de Björk

y Sigur Rós, que había atraído aperiodistas de todo el mundo. Nossentamos en el patio del restaurante,honrando una vez más al dios sol, y nospusimos a hablar de su libro, delconcierto y del movimiento de protestacontra las fábricas de aluminio.

—Escribí Draumalandid porque vique el sector energético estaba dictandola economía de Islandia y, al mismotiempo, me di cuenta de que mucha genteno estaba de acuerdo, aunque no semanifestaran abiertamente —me contó—. Lo que hicieron las empresasenergéticas fue contar cuántas fuentes deagua caliente y cuántas cascadas había

en Islandia y, a partir de aquí,calcularon cuántas presas podríanconstruir y cuánto aluminio podríanfabricar, y nos dijeron que, siaceptábamos su apuesta, los islandesesseríamos más ricos.

—¿Y no lo seréis?—Lo que no contaron fue la fauna y

la vegetación que desaparecería porculpa de las fábricas de aluminio. Elloshablan de progreso, pero su idea deprogreso no coincide con la nuestra.

—¿Y cuál es la vuestra?—Pienso que es la industria la que

debe seguir a los ciudadanos, y no alrevés. En los sesenta también nos

vendieron la base americana deKeflavik como una gran oportunidad. Labase ya cerró (en septiembre de 2006),pero fuimos dependientes de EstadosUnidos durante unos años en los que laeconomía no se basó en la creatividadindividual.

—¿Cuál es tu visión del futuro deIslandia?

—La mayoría de los islandeses estáen contra de las fábricas de aluminio, yespero que no sigan adelante. El espírituvikingo de Islandia ha funcionado muybien durante muchos años sin fábricasde aluminio. Con el aluminio matas elespíritu libre del país. La energía es

buena, por supuesto, pero tiene quehaber un equilibrio. Puede conllevarcorrupción y falta de respeto al procesodemocrático.

—¿Crees que lo que pasa en Islandiaes extrapolable a todo el mundo?

—Islandia es un modelo a pequeñaescala para el mundo en cuanto a temasde conflicto, intereses, influencia,guerra, independencia y dependencia. Loque pretendo con Draumalandid esmostrar una serie de conexiones paracomprender a nivel local temas globalescomplejos, como la industria militar, laexplotación de los recursos naturales, laglobalización y la relación de las

multinacionales con la democracia.Por lo que escuché en los siguientes

días, Draumalandid no era sólo un éxitode ventas, sino también el centro de unvivo debate en la sociedad islandesa.¿Valía la pena traicionar a la naturalezapor motivos económicos? La mujer másrespetada del país, VigdisFinnbogadóttir, presidenta de Islandiaentre 1980 y 1996, declaró en estesentido que «Draumalandid nos hacepensar poniendo sobre la mesa cosasque ignorábamos y que, por lo tanto, noteníamos oportunidad de deliberar odiscutir abiertamente».

Salí de la entrevista con Andri Snaer

Magnason con la impresión de que en eldebate sobre la presa de Kárahnjúkar sedirimía mucho más de lo que parecía aprimera vista, y que aquella era unacuestión clave para el futuro de Islandia,una nación dividida entre los partidariosdel respeto a la naturaleza y los queapostaban por un progreso basado en ladependencia de las multinacionales delaluminio.

10. Una isla con muchamúsica

Hablar hoy de Islandia sin hablar demúsica es prácticamente una misiónimposible. Al fin y al cabo, la música yla naturaleza son ahora mismo las cartasganadoras que tiene el país parapresentarse ante el mundo. Basta darseuna vuelta por las tiendas de discos delcentro de Reykiavik —12 Tónar oSkifan; mejor 12 Tónar— o por susnumerosos bares musicales para darse

cuenta de hasta qué punto la músicaocupa un lugar importante en Islandia.Da la impresión de que hay grupos apatadas, de todos los estilos y estéticasposibles, con Björk como bandera delsuperéxito internacional. Bandas comoSigur Rós, Gus Gus, Trabant, Múm,Singapore Sling, Qarashi y otras muchasse encargan de animar un panoramamusical que parece renovarse cada año,cuando al llegar octubre el festivalIceland Airwaves, fundado en 1999,pregona las últimas novedades a todo elmundo.

Una idea de la vitalidad musical deIslandia la da el hecho que en 2008

actuaron en los tres días que dura elfestival Iceland Airwaves un total dedoscientos cantantes, bandas y DJ deIslandia y del extranjero. La gran fiestaculminó con la Blue Lagoon Party, unafiesta concebida para combatir la resacaa base de una atractiva agua termal decolor azul turquesa a treintaytantosgrados, un entorno volcánico marcadopor los campos de lava y la música deun famoso DJ. Lo dicho: la música y lanaturaleza fundidos en una imagen quedio la vuelta al mundo con el sello deIslandia.

Recuerdo que cuando le comenté aEinar que había muchos más músicos

por metro cuadrado en Islandia que enEspaña, se encogió de hombros y medijo: «Es normal. ¿Y qué quieres quehagan los jóvenes aquí? No pueden ir ala playa, como en España. Algo tienenque hacer: se juntan en un garaje yforman un grupo musical». Quizá seaesta la razón, o quizá sea más bien algogenético. En cualquier caso, el espectrode la música islandesa pasa por un grannúmero de intérpretes de clásica, porgrupos que intentan recuperar antiguascanciones tradicionales, por croonerscomo Haukur Morthens («el FrankSinatra islandés»), por bandas yeyés quetriunfaron en los sesenta, como Hljómar

(«los Beatles islandeses»), por cantantescountry como Hallbjörn Hjartarson (queen 1984 organizó el festival IcelandicCowboys), por rockers como BubbiMorthens (sobrino de Haukur; otra vezla dichosa endogamia) y Megas («elBob Dylan islandés»), por músicos dejazz como Björn Thoroddsen, porbandas que practican una músicahipnótica apegada a los paisajes de laisla, como Sigur Rós, por una estrellainternacional de gran personalidad,Björk y, más recientemente, por unaserie de bandas electrónicas,alternativas, pop, punk, trash, heavymetal, hip hop, rap, hard rock , etc. que,

a diferencia de lo que pasaba antes, yano necesitan buscar referencias en lamúsica de Gran Bretaña o de EstadosUnidos.

El Kaffibarinn, el mítico bar delcentro, seguía siendo en 2008 unareferencia musical para las noches delfin de semana en Reykiavik, comotambién lo eran el Prikid, el Hressó, elIdno, el Vidalin, el Vegamót, el NASA ymuchos otros escenarios del distrito101, que a partir de la medianocheexperimentaban una transformaciónradical, pasando de bares normales,donde podías tomar una copa e inclusocomer algo, a locales en los que la

noche y la música no parecía que fuerana terminar nunca. Durante años el Sirkusfue el bar alternativo más famoso deReykiavik; incluso Björk se dejaba caerpor allí de vez en cuando, pero en elverano de 2008 me encontré con que lohabían cerrado para derribarlo yconstruir en su lugar un edificio deapartamentos. Lástima. Cosas de lafiebre inmobiliaria.

Cuando, con el ánimo de ampliarmis conocimientos sobre la música enIslandia, llegué a la sede del diarioMorgunbladid, en las afueras deReykiavik, me sorprendió ver un enormeedificio de fachada acristalada y líneas

modernas, situado en lo alto de unacolina y abierto a una naturalezaespectacular que parecía asediar lacapital.

Árni Matthiasson, crítico musicaldel Morgunbladid, se mostró desde elprimer momento como un tipo amable ygeneroso, dispuesto a hablar el rato quehiciera falta de la música islandesa y desu circunstancia. En una redacción untanto caótica —como todas lasredacciones de prensa, con mesasrepletas de libros y diarios, yredactores, ajenos al caos que losrodeaba, enfrascados en escribir lasúltimas noticias—, empezamos hablando

del macroconcierto que celebrarían aldía siguiente Björk y Sigur Rós.

—Ha levantado mucha expectaciónporque es un concierto importante —medijo de entrada—, porque Björk y SigurRós nunca habían tocado juntos antes yporque los dos son figuras destacadas anivel mundial.

—Y porque es un concierto endefensa de la naturaleza.

—También. La percepción de lanaturaleza ha cambiado en los últimosaños en Islandia. Teníamos tantanaturaleza que pensábamos que duraríapara siempre… y ahora la gente empiezaa preocuparse. Una encuesta reciente

señala que el 57% de los islandeses estáen contra de las fábricas de aluminio.

—Los músicos islandeses, ¿se hanpreocupado siempre por la ecología?

—A Jónsi, el líder de Sigur Rós, yale arrestaron en 2004, en elAyuntamiento de Reykiavik, en un actode protesta contra la política energéticadel Gobierno. Los Sigur Rós viven aquíy siempre se han preocupado por lanaturaleza. Compraron una vieja piscinaen Mosfellsbaer y la han convertido enestudio de grabación. Están muy ligadosa Islandia y a todo lo que pasa en elpaís.

—¿Y Björk?

—También. Ella viene de unafamilia muy combativa. Su padre era unlíder obrero del sindicato deelectricistas, muy luchador, muy deizquierdas. Su madre ya hizo en 2002una huelga de hambre contra laconstrucción de la presa deKárahnjúkar. La madre vive enSolheimar, una comunidad alternativa auna hora de Reykiavik. Es como unauniversidad alternativa de espírituhippy. Vale la pena visitarla, es un lugarmuy especial.

—Por cierto, ¿por qué crees que haytantos músicos en Islandia?

—En primer lugar, por la educación

musical, que aquí es muy buena. Ensegundo lugar, porque en una comunidadtan pequeña la gente coopera. En otrospaíses unos hacen música sinfónica,otros rock, jazz… Aquí hay muchacomunicación entre todos, y estoimpulsa la creatividad. En Barcelona,por lo que yo sé, los que hacen músicaheavy se relacionan con los heavies, ylos de jazz con los de jazz. Aquí esto nopasa. En tercer lugar, como somos unacomunidad pequeña, todos se esfuerzanpor sonar de un modo distinto. Björkestudió música clásica, y tambiénKjartan, de Sigur Rós. Es un músico muybueno.

—¿Cuándo crees que empieza estaefervescencia musical?

—Björk es muy importante en estefenómeno. Ella es única, una estrellamundial. La gente se fija en ella, y estoha hecho que se abrieran muchaspuertas. Una buena parte del dinero quehace, lo invierte en Islandia para apoyara los artistas. Además, ella lo controlatodo a través de Bad Taste, suproductora. Los derechos de los RollingStones son de Virgin o de quien sea. Enel caso de Björk, los derechos sonsuyos. Gracias a ella, mucha gente mirahacia Islandia.

—El festival Iceland Airwaves es

otra buena plataforma.—Es un festival muy interesante, sí,

con mucha música distinta, tantoislandesa como extranjera, que sueletocarse en los locales del centro. En lacalle hace frío, pero en los bares se estámuy bien. Hay que vivirlo para ponerseal día.

—Viendo el documental Heima, enel que Sigur Rós hace conciertosimprovisados en distintos lugares deIslandia, se nota que la música de SigurRós conecta muy bien con el paisajeislandés.

—Es difícil decirlo… La últimacanción del álbum Heysáta es muy

bonita. Si la escucha un extranjero,pensará que suena a glaciares y agrandiosos paisajes vacíos… Y no: vade alguien que tiene un accidente con untractor y muere. Supongo que a veces esmejor no comprender la letra, aunquelos Sigur Rós también tienen letras muydivertidas.

—Björk viene del punk, ¿verdad?—Sí, pero el punk en Islandia no es

lo mismo que el punk en otros países.En aquellos tiempos no importaba lo quepudieras hacer, si no lo que hacías.Björk siempre ha querido serautosuficiente. Canta de un modoespecial porque antes cantaba sólo con

acompañamiento de tambor, conSigtryggur Baldursson, de TheSugarcubes. Si te fijas, es por eso quecanta así.

—¿Qué otros músicos destacaríasahora mismo?

—Es muy interesante ÓlafurArnalds. Estaba en una banda de hardpunk y ahora toca más clásico. Piensoque dará que hablar.

—¿Y Ólöf Arnalds, que tambiénactúa mañana en el concierto?

—Es más folk. Toca sola, con suguitarra. De cerca, es muy buena, perolo tiene más difícil en los grandesconciertos.

Mientras me acompañaba hacia lasalida, Árni Matthiasson me comentóque Dóri DNA, nieto de HalldórLaxness, Premio Nobel de Literatura de1955, era otro músico a tener en cuentaen Islandia. Su nombre real era HalldórLaxness, idéntico al de su abuelo, eraraper y cantaba en islandés. Pensé que,de algún modo, debía de haber heredadola creatividad del abuelo. Por lo visto,la literatura de altos vuelos de Genteindependiente, la novela de más éxitode Halldór Laxness, tenía un eco lejanoen la letanía del rap.

11. Björk y Sigur Rós,en directo

A la rueda de prensa previa al granconcierto, celebrada en una carpainstalada en el parque de Laugardalur enjunio de 2008, muy cerca del escenarioy en un ambiente casi familiar, asistieronel alcalde de Reykiavik, variosmiembros de Sigur Rós, Einar ÖrnBenediktsson (ex músico de losSugarcubes y gran amigo de Björk) y unrepresentante de las Naciones Unidas.

Björk excusó su asistencia porqueestaba haciendo pruebas de sonido, loque convirtió a Einar Örn Benediktssony a Jónsi, líder de Sigur Rós, enestrellas del acto.

Entre los asistentes al encuentro, elpersonaje que más me llamó la atenciónfue muy probablemente ÓmarRagnarsson, un polifacético periodista,nacido en 1940, que también ejercía depolítico y ecologista, y que habíagrabado años atrás un disco decanciones infantiles en el que incluyóuna versión en islandés de «Lospajaritos», el gran éxito de María Jesúsy su acordeón. Por si todo esto fuera

poco, en los últimos tiempos Ómar sehabía convertido en una especie de Noéque navegaba por las aguas del nuevoembalse en un barco llamado Örkin (Elarca), para manifestarse contra laconstrucción de la gran presa deKárahnjúkar. «No me gustaría quedestruyéramos la buena imagen denuestro país, una isla con una naturalezaúnica», declaró con autoridad patriarcal.«Nosotros no somos los dueños de estaisla, sólo somos los custodios de unpatrimonio del mundo que tenemos quepreservar intacto para futurasgeneraciones».

La propuesta de Ómar Ragnarsson

para la central eléctrica era comomínimo imaginativa: había que vaciar elagua del embalse y conservar la presavacía como un monumento que recordaraque el pueblo islandés había estado apunto de vender su naturaleza a lasmultinacionales del aluminio. Paraconseguirlo, proponía abrir unasuscripción para que gente de todo elmundo pudiera comprar un pedazo depresa a cambio de escribir su nombre enel gran muro, y organizar a continuaciónuna original maratón subterránea por loslarguísimos túneles vacíos de la centralhidroeléctrica.

Tan sólo dos años antes, en 2006,

Ómar Ragnarsson había sido declaradoPersonaje del Año por el Canal 2 de latelevisión de Islandia, y en 2007 habíafundado el partido verdeÍslandshreyfingin-lifandi land(Movimiento islandés-Tierra viva), perosu lucha a favor de la naturaleza nohabía logrado frenar, por lo menos hastaentonces, la construcción de la granpresa.

En el estrado de Laugardalur, fueEinar Örn Benediktsson quien seencargó de contar cómo había nacido laidea del concierto, y cuáles eran susobjetivos. «En enero hablé con Björk»,explicó a los periodistas, «y ella me

dijo: “Creo que ya es demasiado tarde”.“Tarde, ¿para qué?”, le pregunté. “Parahacer algo por el medio ambiente y lanaturaleza”». Yo le dije que nunca erademasiado tarde y decidimos hablar conlos Sigur Rós, con unas cervezas de pormedio. Enseguida nos pusimos deacuerdo en hacer una web de naturaleza(www.nattura.is) y en organizar elconcierto. «Para nosotros se trata de unfestival importante y esperamos quetodo el mundo se lo pase muy bien.Somos conscientes de que nosenfrentamos a un tanque, que es lo queson las multinacionales del aluminio,pero hay que intentarlo. Hoy mi hijo

cumple 16 años y queremos dejarle unmundo mejor».

Jónsi, el vocalista de Sigur Rós,declaró por su parte: «No somos unabanda política y no creo que los músicosdeban ser portavoces de nada, pero aveces ves cosas que pasan en tu propiopatio trasero y como ser humano nopuedes quedarte sin hacer nada. Loscambios que están sucediendo enIslandia necesitan ser objeto de debate yno ignorarlos, porque no vivimos en eldesierto y hay apatía urbana o una faltageneral de conciencia».

Fue una buena previa para calentarun concierto que se preveía

multitudinario. Lo curioso es que apocos metros del escenario podían verselos lavaderos a los que acudían a lavarla ropa las mujeres de Reykiavikcincuenta años atrás. Islandia,ciertamente, había cambiado muy deprisa en los últimos tiempos. Aquellavieja isla de agricultores y pescadores,independiente tan sólo desde 1944, sehabía convertido, tras unos años decrecimiento acelerado, en una de lassociedades más avanzadas del mundo,con todas sus contradicciones, porsupuesto.

El día del concierto amaneció soleado,

sin una nube, con ese aire nítidocaracterístico de Islandia, libre de todacontaminación, que resalta los colores yperfiles del paisaje y de las casas comosi hubieran sido recortados con tijeras.La luz, la maravillosa luz islandesa, locubría todo con un precioso velo deirrealidad.

Antes de ir al concierto, se celebróuna fiesta en casa de Einar; su hijamayor, Arna Björk, cumplía años yhacia el mediodía empezaron a llegarlos invitados. No había cerveza —nohay que dar mal ejemplo a los niños—,pero sí hamburguesas, salchichas,pasteles y naranjada. Fue una buena

ocasión para reencontrarme con viejosamigos a los que había perdido la pista;con Gudmundur, por ejemplo, con quien,en mi primera visita, había frecuentadolos bares del centro y recorrido parte dela isla en su viejo Mercedes.

—Mi vida, como la de Einar, hacambiado mucho —me informó con unasonrisa un punto nostálgica—. Ahoraambos tenemos hijos, casas, hipotecas…y yo ya no tengo aquel viejo Mercedes.

La vida pasaba, ciertamente. Hacíaya siete años de mi primera visita a laisla y en este período Einar y sus amigoshabían adquirido nuevasresponsabilidades, aunque resultaba

evidente que no por eso habían perdidoel sentido del humor y de la fiesta.

Otro viejo amigo de Einar, elmúsico Örnalfur, a quien había conocidoaños atrás en Akureyri, se habíatrasladado con su esposa Helga aReykiavik, donde ambos seguíanviviendo de la música.

—Damos clases con el métodoSuzuki y también tocamos a menudo —me dijo—. Hoy, por ejemplo, Helgatendrá que irse antes porque tiene quetocar en un funeral.

—Es en una boda —le corrigió ella.—Ah, ¿hoy toca una boda? —se rió

él—. Una boda, un funeral… Qué más

da. ¡Todo se parece!Los niños aprovecharon el día

soleado para jugar en el jardín, mientraslos mayores hablábamos de nuestrascosas, incluido, por supuesto, elconcierto que empezaría a las 5 de latarde y el debate abierto en Islandiaentre los partidarios de la naturaleza ylos de la presa.

—Lo interesante de este debate esque tenemos que decidir qué hacemoscon nuestros espacios naturales —comentó Ólafur, un economista queparecía ser el único partidario de lapresa—. Hay gente que no quiere tocarnada de la naturaleza y gente que intenta

sacarle partido. En cualquier caso, yo nocreo que las fábricas de aluminiocontaminen tanto. Los ecologistas dicenque la presa inunda un valle precioso,pero tendrían que ver que en Islandiahay mil valles como este. Basta consobrevolar la isla para verlo.

La fiesta terminó con una imagenidílica que podría servir de promociónde la buena vida de Islandia, con Einar ysus amigos jugando a crocket en elsoleado jardín, y los niños bailando Lospajaritos en la versión islandesa deÓmar Ragnarsson, el ecologistaconvertido en símbolo de la lucha contrala construcción de la presa.

Aquella misma tarde, en el parque deLaugardalur, Björk y Sigur Rós, losislandeses más famosos del mundo,expresaron ante 30.000 personas y en unambiente festivo y familiar (en Islandiatienes la sensación de que siempre hayniños por todas partes), su preocupaciónpor la construcción de unas fábricas dealuminio que amenazaban laespectacular naturaleza de la isla. Desdeel primer momento quedó claro queaquel concierto era, antes que nada, laexpresión de un descontento. Eraevidente que, a pesar de la euforiageneral, algo no marchaba bien en elpaís, o por lo menos así lo pensaba una

parte importante de sus habitantes, quecriticaba que una isla que siempre habíasido respetuosa con la naturalezaestuviera siendo dañada por la desidiade unos dirigentes que habían confiadoel futuro a las multinacionales delaluminio.

El concierto fue un exitazo.Muchísima gente, buen ambiente, buenamúsica y numerosas paradas de SavingIceland, Draumalandid y Natturapropagando un mensaje ecologista queen Islandia empezaba a verse como unaurgencia. Cuando a media tarde empezóa cantar Ólöf Haralds, con sus cancionesfolk, su guitarra acústica, su melena

rubia y su aspecto frágil, el ambiente eratodavía frío, pero con la actuación deSigur Rós la vibración del público subiómuchos enteros.

Mientras escuchaba aquella músicahipnótica, no pude por menos derecordar el documental de Sigur Rós,Heima, en el que se mezclan imágenesde su gira de 2006 por Islandia, conactuaciones sorpresa en lugaresinsospechados y con algunas bellaspostales de la isla. Todo parecía fluircomo si la música de Sigur Rós hubieranacido de los glaciares, fiordos, camposde lava, cascadas y montañas volcánicasque conforman el paisaje de Islandia.

Dado que la madre de Einar vivíamuy cerca del escenario del concierto,en una casa con vistas al parque, Einarmontó una barbacoa en el jardín, comouna especie de continuación de la fiestade Arna Björk, pero ahora con elinteresante plus de la cerveza, y fueronpasando amigos y familiares a lo largode toda la tarde.

—Lo más curioso —me contó riendoEinar— es que mi madre se llama SigurRós.

—¿Se llama como el grupo musical?—Pues sí, aunque a ella no le gusta

demasiado como tocan. Sigur Róssignifica Victoria Rosa o Rosa de la

Victoria.En ese momento entró por sorpresa

Stefan, un aduanero al que habíaconocido días atrás en el aeropuerto yque, por supuesto, era amigo de Einar.Pasaba por allí, dijo, y había entrado asaludar. No, a él no le gustaba SigurRós, pero venía acompañando a sumadre, a quien le encantaban. Su madre,me informó, tenía 81 años y debía de seruna de las fans más viejas de Sigur Rós,un grupo capaz de cantar canciones queparecen salidas de la mitología pagana,como la que dice «Madre Tierra / madrenuestra, que estás en la tierra /santificado sea tu nombre / venga a

nosotros tu reino…».Unos minutos después me enteré de

que Águila Lobo, el amigo músico deEinar, había estudiado con Kjartan, unode los componentes de Sigur Rós. Denuevo la famosa endogamia islandesa.

—Kjartan es un buen músico, hemostocado juntos piezas clásicas, pero nome gusta como suena Sigur Rós —medijo—. Es como música ambiental,c o m o muzak. Demasiado sencillo,demasiado fácil.

—¿Y Björk? ¿Te gusta Björk?—Björk me gusta más. Tiene una

formación clásica, y se nota. En elfondo, sus canciones parecen inspiradas

en las películas indias de Bollywood.Fíjate.

—¿La conoces? —le pregunté,incauto de mí.

—Pues sí. Hace años yo iba a lasfiestas de los Sugarcubes. Pero entoncesella era la más pequeña del grupo y aúnno tenía responsabilidades. Recuerdoque no tenía dinero ni para arreglar elváter. Teníamos que tirar cubos de aguaporque la cadena nunca funcionaba.

—Creo que esto ha cambiado.—¡Y mucho! Ahora Björk es famosa

y muy rica. Hasta tiene una isla de supropiedad en la costa oeste.

Cuando empezó la actuación de Björk,vestida de colores muy vivos, como unpavo real, el concierto alcanzó elclímax. Para entonces la multitud yaocupaba todo el espacio disponible enel parque y las magdalenas caseras y lospasteles artesanos de las paradas ya sehabían agotado. Afortunadamente, elislandés es previsor, y aunque no sevendía alcohol en el parque, la mayoríallevaba latas de cerveza en los bolsillospara poder beber sin problemas. «Lanaturaleza es antigua / pero nossorprende a todos», cantaba Björk desdeel escenario.

La trayectoria de BjörkGudmunsdóttir dice mucho de ella.Nacida en 1965, hija de una ecologistahippy y un electricista, fue su padrastro,el guitarrista Svaevar Árnason,conocido como «el Eric Claptonislandés», quien la animó a estudiarmúsica. Resultado: Björk se graduó alos 15 años como pianista clásica.Antes, a los 12 años, ya había grabadosu primer álbum, con su padrastro a laguitarra y con versiones en islandés decanciones de los Beatles y de StevieWonder, además de algún tema propio.A los 14 creó una banda punk femenina,Spit and Snot y, después de formar parte

de una serie de bandas del mismo estilo,en 1986 nació The Sugarcubes, el grupocon el que conseguiría sus primeroséxitos en Islandia y en el extranjero. Apartir de 1993, Björk decidió continuarcomo solista. Su primer álbum, de esemismo año, lleva por título Debut. Les i g u i e r o n Homogenic (1997),Vespertine (2001), Medulla (2004) yVolta (2007). Björk, además, hatriunfado como actriz, con un papelestelar en Bailando en la oscuridad(2000), película de Lars von Trier quecontenía un tema de Björk, I’ve Seen itAll, que fue candidato al Oscar a lamejor canción.

En un viejo ejemplar de la excelenterevista gratuita en inglés The ReykjavikGrapevine, fundada en 2001 por dosjóvenes islandeses, leí una entrevistacon Björk, hecha en 2006, en la que sedecían cosas como esta: «En 1994, conocasión del 50º aniversario de laindependencia, nuestra Björk se lanzó enparacaídas sobre el estadio de fútbol deLaugardalsvöllur y empezó a cantar elhimno nacional ante los atónitosespectadores. A partir de entonces pasóa ser, como el bacalao y Nuestra Señorade las Montañas (Fjallkonan) unsímbolo nacional».

Ese «símbolo nacional» se mostraba

muy apegado a la naturaleza en susdeclaraciones a la citada revista.«Comparada con América, e incluso conEuropa, aquí Dios no tiene muchaimportancia para nuestras vidas», decía.«No conozco a nadie que vaya a laiglesia cuando sale de un duro divorcioo está pasando por una depresión. Envez de a la iglesia, vamos a lanaturaleza. La naturaleza es nuestracapilla». Y, a la pregunta del periodistasobre cómo la naturaleza estaba siendoagredida por el proyecto de la presa deKárahnjúkar, respondía: «Es extrañocomo Kárahnjúkar parece estar plagadode desastres humanos y naturales. Es

como si colgara sobre el proyecto algúnmal karma».

La siguiente pregunta del periodistaera si Björk creía que los espíritusestaban interviniendo. A lo que estadaba una respuesta muy islandesa: «Hayel estereotipo de que todos losislandeses creemos en espíritus, y yomisma he jugado un poco a esto en lasentrevistas. Como dijo un miembro deSigur Rós, cuando una compañía dediscos extranjera viene aquí paracontratar a una banda islandesa, loprimero que hace es preguntar a losmiembros de la banda si creen en loselfos, y si estos dicen que sí, los

contratan».Hacia medianoche, bajo la sesgada y

cálida luz inquietante del sol del veranoislandés, terminó el concierto. Sigur Rósy Björk pusieron el punto final, losasistentes regresaron tranquilamente asus casas, sin atascos y sin agobios, a laislandesa, y el parque de Laugardalurquedó sembrado de latas de cervezavacías fabricadas, muy probablemente,por Alcoa, la multinacional a la quetodos criticaban porque estabadestrozando el paisaje del norte de laisla. Era una contradicción más de estaisla que, desde que lograra laindependencia en 1944, había crecido

muy probablemente demasiado deprisa.

12. Un paisajeprivilegiado

De tanto escuchar discursos y cancionessobre la excepcional naturaleza deIslandia, y de tanto oír hablar de lasamenazas que se cernían sobre ella, noes extraño que me entraran ganas desalir de Reykiavik, aunque fuera sólopor unas horas, para volver asumergirme en el hipnótico paisaje de laisla. El día después del concierto,salimos en el coche de Einar en

dirección a Thingvellir, el valle dondeya en 930 se reunían los representantesdel Parlamento islandés, llegados desdelas distintas granjas de la isla; por elcamino, Einar quiso detenerse enGljúfrasteinn, la casa museo del escritorHalldór Laxness, conservada tal comoquedó en 1998, cuando falleció a los 95años.

Lo primero que impresiona de lacasa, aislada en medio del páramo, es elJaguar antiguo del escritor, aparcadojunto a la puerta en perfecto estado derevista, como si Halldór Laxness fuera asalir de un momento a otro para ir a daruna vuelta por la isla. El interior, con

muebles, libros y cuadros perfectamentedispuestos, transmite una sensaciónparecida, como si el autor se hubieraausentado sólo por unas horas. No creoque el espíritu de Laxness continúevagando por ahí —o sí, en Islandia todoes posible—, pero el visitante puedepasear por la casa como si fuera uninvitado del escritor y, casi casi, comosi pudiera espiar por encima del hombrolo que está escribiendo.

Halldór Laxness es toda unacelebridad en Islandia. El hecho de quele concedieran el Premio Nobel en1955, sólo once años después de que elpaís se convirtiera en independiente, fue

festejado por todo lo alto, y la mejornoticia es que sus libros continúanteniendo, aún hoy, una buena aceptación.

—En realidad se llamaba HalldórGuðjónsson, pero firmaba con elapellido Laxness en homenaje a estazona de Islandia —me contó Einar—. Sufamilia se instaló aquí cuando él teníasólo tres años y, aunque después viajómucho, e incluso vivió un tiempo enEstados Unidos; cuando regresó quisovolver a Laxness, donde se construyóesta casa para poder estar cerca de lanaturaleza.

Mientras paseábamos por la casa,recordé la fuerza literaria que emanaba

de su Gente independiente, una novelaque enlaza con el espíritu de las sagas yque narra la historia de un tenaz granjerollamado Bjartur, enfrentado a lanaturaleza y a tiempos difíciles aprincipios del siglo XX en Islandia. Enel libro, que tanto admiraba el mexicanoJuan Rulfo, autor de Pedro Páramo, hayun fragmento, que me encanta, muyadecuado para los momentos duros queatraviesa Islandia de vez en cuando:«Mi opinión ha sido siempre esta:nunca, mientras vivas, tienes querendirte, ni aunque te lo hayan robadotodo. Si no tienes nada más, siemprepodrás decir que es tuyo el aire que

respiras».Detrás de la casa museo hay un río

de aguas bravas y se extiende un paisajede verdes montañas, ideal para ir deexcursión. En vez de caminar, sinembargo, nos dedicamos con Einar acontemplar los caballos islandeses quepacían en un prado cercano, al otro ladode la carretera. Hacía un día espléndido;el verde de Islandia era más verde quenunca y el sol de verano resaltaba elcaracterístico flequillo de aquellospequeños caballos que parecían comode juguete.

El imprevisible Einar me anuncióentonces que, antes de continuar viaje

hacia Thingvellir, iríamos a visitar a unamigo suyo que vivía muy cerca de allí.Se llamaba Ólafur, era productor de ciney hacía unos años que se había ido deReykiavik para instalarse en la antiguasummerhús (casa de verano) de suspadres.

Ólafur resultó ser un tipo muy afableque, a pesar de nuestra intempestivaaparición, nos ofreció una taza de té ynos invitó a sentarnos en una sala convistas a un campo de golf y a un pradodonde pacían los caballos.

—Cuando yo era niño —nos contócon la vista fija en el prado—, recuerdoque en esta granja tenían gallinas y

corderos, pero no caballos. Lo de loscaballos es una novedad. Antes seutilizaban como animales de carga, peroahora sirven para pasear turistas, queestán locos por los caballos islandeses.Ahora hay por aquí muchas granjasespecializadas en la cría de caballos.Camino de Thingvellir hay una queproduce sólo caballos grises.

—¿Grises?—Sí. Ahora la gente se entretiene

haciendo cosas así. Y parece que el grises ahora un color de moda y se paga muybien.

—Es curioso que haya un campo degolf aquí —comenté sin dejar de mirar

por la ventana.—Es sólo de ocho hoyos y lo

utilizan los novatos. Se les conoceporque cogen el palo como un martillo ycada dos por tres me lanzan pelotas aljardín. He oído que pretenden ampliarlo,pero tendrían que invadir el campo delos caballos y esto podría causarproblemas —hizo una pausa y, trasesborzar una sonrisa, añadió—: Aunque,quien sabe, igual obtienen una nuevaraza de caballo islandés, un caballorecogedor de pelotas de golf.

Una hora después proseguimos conEinar viaje hacia Thingvellir, un vallehistórico que los islandeses consideran

poco menos que sagrado y que siempreme sorprende por su gran belleza. Nosparamos unos instantes a rendir tributo ala memoria del primer Parlamentoislandés mientras contemplábamos lafalla que divide casi en dos la isla.

—Aquí es donde chocan la placaNorteamericana con la Euroasiática —señaló Einar, demostrando que todoislandés es un geólogo en potencia—.Dicen que se ensancha unos centímetroscada año. De vez en cuando se abre enla falla un boquete y esto se llena degeólogos investigando, pero unos díasdespués todo vuelve la calma… por lomenos hasta el próximo boquete.

—Veo que es un lugar importantepara los geólogos…

—No sólo para los geólogos —levantó el dedo Einar, reclamandoatención—. Es un lugar de granimportancia geológica, cultural ehistórica de Islandia. Piensa que elAlthingi, el primer Parlamento islandés,se reunió aquí por primera vez en 930,según consta en El libro de lospobladores. Allí están documentadas lasprimeras cuatrocientas familias que seinstalaron en Islandia. Y lo bueno delAlthingi es que los parlamentarioscontinuaron reuniéndose aquí, sinnecesidad de ningún rey, hasta 1789. ¡En

este valle se encuentra la esencia deIslandia!

—Impresionante —dije paracorresponder a su ardor patriótico.

—¿Ves aquella roca, donde ondea labandera islandesa?

—Sí, claro.—Es la Roca de la Ley. Desde allí,

el llamado Portavoz de la Ley tenía querecitar, cuando el Parlamento estabareunido, las leyes del país, que tenía quesaberse de memoria…

Recordaba haberle oído contaraquello en alguna otra ocasión, peroEinar el Intrépido estaba embalado y erainútil intentar cortarle el rollo. Por lo

visto, el paisaje de Thingvellirdespertaba su espíritu vikingo.

—Quizás sería mejor continuar —me limité a decir mirando el reloj.

—Sin mencionar lo de las sagas —dijo de pronto, más vikingo que nunca—. ¿Te he hablado alguna vez de ellas?

—Bueno, sí… —murmuré,recordando las incontables veces queEinar se remontaba a las sagas paracontarme algo de su querido país.

—El río que discurre por el valle —prosiguió sin ni tan siquiera escucharme— es el Öxara, que Flosi Thórdarssoncruza de un salto para huir de susperseguidores en La saga de Nial. Fue

un buen salto, sin duda, sobre todo sitenemos en cuenta que iba equipado conuna pesada armadura…

Temí por un momento que Einar,llevado de su arrebato histórico-patriótico, se dispusiera a saltar el río,pero conseguí convencerle a tiempo deque debíamos proseguir nuestro viaje,tal como habíamos previsto. Volvimosal coche, pues, lo puso en marcha conresignación y subimos por una carreterade montaña para ir hasta la comunidadalternativa de Solheimar, situada junto ala carretera que conduce hacia losgeysirs y a la cascada de Gullfoss, dosde las grandes atracciones de Islandia.

El pueblecito donde me había dichoÁrni Matthiasson que vivía la madre deBjörk era un lugar apacible rodeado deverde, con casas de madera con hierbaen el tejado, talleres artesanales, unaiglesia camuflada entre las rocas y lahierba y una tienda y un comedor conmuchos productos ecológicos. Se veíapoca gente en las calles, pero elrestaurante estaba lleno. Por lo visto,aquella era una excursión ideal para elfin de semana.

Mientras comíamos en una especiede invernadero, quizás para que nossintiéramos más cerca de las plantas,Einar se puso a hablar de osos polares,

la última sensación de la isla.—En las últimas semanas han

matado a dos osos en el norte de la isla—me puso al día—. Los mataron a tiros,el primero unos cazadores y el segundola policía. A la gente no le ha gustadonada tanta violencia, sobre todo a lagente de Reykiavik. Ha habido muchasprotestas.

—¿Y qué hacían unos osos polaresen Islandia?

—La culpa es del cambio climático.—Como de casi todo —me reí.—No, esta vez va en serio. Por lo

visto, los osos vinieron desdeGroenlandia (una isla situada 350

kilómetros más al norte) sobre témpanosoriginados por el deshielo. Es algo queno sucedía desde 1993. El primer oso sepresentó el 4 de junio, y el segundo hacetan sólo unos días. Si sigue la cosa así,pronto podremos montar un nuevo zoo.

Era, la de los osos, una noticiainteresante, especialmente en unsociedad tan avanzada que parecía haberolvidado los duros tiempos de lospioneros, cuando los colonos tenían queluchar para poder sobrevivir en aquellaisla remota.

La conversación sobre los ososderivó después hacia la vuelta a la islaque hicimos en el verano de 2001 en tan

sólo tres días, como si nos estuvieranpersiguiendo todos los espíritus deaquella tierra tan fecunda en seresocultos. Einar se reía sobre todoreviviendo nuestro paso por la montañade Öxi, cerca de Djupivógur, desafiandotorrentes de agua y caminos pedregososcon su viejo Golf.

—Ahora aquel camino de cabras esuna buena carretera asfaltada, conpuentes para salvar los ríos —dijo sinparar de reír—, pero nunca olvidaré lacara de aquella mujer que estabapreparando a conciencia su 4x4 cuandonos vio salir del río en el Golf. ¡Eratodo un poema! Tendremos que montar

una excursión a los fiordos del Oestepara revivir momentos como aquel.

Algún día tendríamos queorganizarlo, sí. Islandia es un buen paíspara las road movies de confrontacióncon la naturaleza, como demostró elcineasta islandés Fridrik ThorFridriksson, que describe con humor enCold Fever (1995) los avatares de unejecutivo japonés que viaja en inviernopor la isla, en un viejo Citroën DS, parair a esparcir las cenizas de sus padres enun río helado y remoto.

Mientras emprendíamos un nuevo viajecon Einar, me quedaba el consuelo de

recordar otra vuelta a la isla que hice enel verano de 2007, en un viejo NissanMicra que tenía el capricho de no frenarcon demasiada convicción. De nuevohabía regresado a las carreterasislandesas con un coche digamos quepoco adecuado, pero ello no impidióque disfrutara de los maravillosospaisajes de la isla, de la visión deglaciares grandiosos, valles verdes,cascadas, lagos, fiordos, «capillas deelfos», volcanes y hasta algún paso demontaña que el Micra afrontó con unosestertores que hacían temer lo peor.Entre los mejores recuerdos del viajeestaba la visión de las ballenas en la

hermosa bahía de Húsavik, unpueblecito apartado, encarado al norte,al que el profesor Sigurdur Hjartarsonhabía trasladado desde Reykiavik suoriginal Instituto Falológico Islandés,más conocido como el museo de losfalos. «Al jubilarme, me vine a viviraquí, y me llevé el museo a cuestas», fuela explicación que me dio.

Mientras repasaba los distintosrincones de Islandia, y las historias queevocaban, pensaba que no me sorprendeen absoluto que este fascinante paisajevolcánico atraiga cada año a másvisitantes.

—A los islandeses nos gusta que nos

conozcan en todo el mundo —bromeóEinar al respeto—, pero tampocotanto… Si seguimos así, pronto nocabremos en la isla.

—Y pensar que Borges la bautizócomo «la isla secreta»…

—¿Secreta? Bueno, ahora es unsecreto a voces.

Volviendo a la corta escapada delverano de 2008, recuerdo que, alregreso de Solheimar, Einar y yoterminamos comiéndonos sendos pylsur(el típico hot dog islandés) en BaejarinsBestu Pylsur, un ínfimo chiringuito cercadel puerto de Reykiavik de nombre

redundante (significa «el mejor hot dogde la ciudad»), fundado en 1935 ysorprendentemente calificado por eldiario británico The Guardian como «elmejor puesto de hot dogs de Europa».

La modestia del lugar engaña, ya quemuchos islandeses celebran su fiestanacional (cada 17 de junio) comiéndoseun pylsur en este chiringuito, e inclusoel ex presidente norteamericano BillClinton cumplió con el ritual en una desus visitas a Islandia.

—Poco después tuvieron queoperarle del corazón, y hay algunosmalvados que insisten en relacionarambos hechos —comentó Einar con una

sonrisa mientras me mostraba unacaricatura de Clinton clavada conchinchetas en la pared de madera.

En cualquier caso, si van al BestuPylsur, lo mejor es pedir el hot dog medöllu (con todo), es decir, con mostaza,ketchup, cebolla cruda, cebolla frita ysalsa mayonesa con rábanos. El que loquiera sólo con mostaza tiene que pedir«un Clinton».

13. El apasionantemundo de las sagas

Hay dos maneras de transportarte almundo de las sagas sin salir deReykiavik. La primera consiste envisitar el autodenominado Museo de lasSagas que hay en Perlan, la colina en laque están aposentados los cuatrograndes depósitos que suministran aguacaliente a la capital, coronados por unespectacular restaurante giratorio. Laotra, mucho más recomendable, es la de

acudir a la céntrica Casa de la Cultura,donde se exponen manuscritos yediciones históricas de las sagas.

Sobre mi visita al Museo de lasSagas, lo mejor que puedo decir es quefue breve, ya que en ningún momentoconseguí vibrar con aquellas figurashistóricas que, aunque están hechas desilicona, tienen la misma expresiónvacía de las estatuas de los museos decera. Recorrí las distintas estaciones delmuseo en cuestión, estructurado a partirde cuadros históricos y amenizado conuna banda sonora compuesta de gritosescalofriantes, sin conseguir entrar en elalma de las sagas ni, por supuesto, en la

historia de Islandia. Ni siquiera cuandoEinar se transmutó en aguerrido vikingo,imitando la actitud belicosa de algunasde las estatuas para que los turistas lefotografiaran, consiguió arrancarme unasonrisa.

—De hecho, mis antepasados eranmás o menos así… —optó porilustrarme—, pero tengo la sospecha deque se movían más. Digamos que estosson unos vikingos… muy estáticos.

Quizás el numeroso público infantil,que se divertía enarbolando grandesespadas imaginarias, se sentíaidentificado con aquellos «vikingosestáticos», pero confieso que ni viendo a

aquellos angelitos comprando zapatos,cascos, gorros de piel y otros aderezoshistóricos en la tienda del museoconseguí sintonizar con aquel ambienteprefabricado.

Mi visita a la Casa de Cultura fue,en cambio, mucho más vibrante. Deentrada, el edificio, inaugurado más decien años atrás, en 1909, ya te lleva asintonizar con los tiempos antiguos. Laambientación interior, por otra parte,está muy conseguida, hasta el punto quesentí cómo un escalofrío me recorría elespinazo cuando pude contemplar porprimera vez, en una sala en penumbra,los manuscritos de las sagas y las

Eddas. ¡Cuánta historia y cuántaliteratura, cuánta emoción y cuántashistorias habitaban en aquellosmanuscritos!

Mientras paseaba entre visitantes,paneles, objetos, manuscritos y librosque evocaban aquella época lejana, meacordé de aquellos islandeses quemuchos siglos atrás, cuando Islandia eratodavía una isla remota y aislada delresto del mundo, habían preservado lasmaravillosas historias de las sagas, quehablan de antiguos vikingos y de épicasbatallas, contándoselas a sus hijos juntoal fuego en las frías noches de invierno.

Jorge Luis Borges, admirador

confeso de las sagas, apunta que «estearte empezó siendo oral, oír cuentos erauno de los pasatiempos de las largasveladas de Islandia. Se creó así, en elsiglo X, una epopeya en prosa: la saga.La palabra es afín a los verbos sagen ysay (decir y referir) en alemán e inglés.En los banquetes, un rapsoda repetía lassagas». Y, tras elogiar estas narracionesépicas, concluye: «Para la historiauniversal, las guerras y los librosescandinavos son como si no hubieransido; todo queda incomunicado y sinrastro, como si acontecieran en un sueñoo en esas bolas de cristal que miran losvidentes. En el siglo XII los islandeses

descubren la novela, el arte deCervantes y de Flaubert, y esedescubrimiento es tan secreto y tanestéril, para el resto del mundo, como sudescubrimiento de América».

Como prueba del gran respeto quesentía por las sagas, Borges, que viajótres veces a Islandia, se hizo enterrar enGinebra bajo una lápida en la que puedeverse, por un lado, una nave vikinga conla vela desplegada y, por el otro, sieteguerreros antiguos, labrados en piedra,blandiendo sus respectivas espadas. Lafrase que preside la lápida, en inglésantiguo, reza: «And ne forthedon na…».Está sacada de un poema épico del siglo

X y significa: «Y que no temieran…», enreferencia a los caballeros que sedisponían a guerrear en la batalla deMaldon, en el año 991.

Las sagas son, sin duda, el gran tesorode Islandia. En un país en el que losedificios más antiguos datan del sigloXVIII maravilla pensar que esta literaturamedieval, fijada entre los siglos XII yXIV, ha llegado hasta nosotros paracontarnos unas historias de carácterépico que parten a menudo depersonajes que muy probablementeexistieron en los tiempos de lacolonización de Islandia, entre los siglos

IX y X. La narrativa oral las fuetransformando con los años y lesincorporó algunos elementos de fantasía,como los combates contra los trolls quehabitan tras las cascadas y otros seresque parecen escapados de El señor delos anillos; aunque, bien mirado, seríamejor decirlo al revés, ya que Tolkiense inspiró precisamente en las sagasislandesas para escribir su archifamosatrilogía.

Las sagas suelen clasificarse endistintos tipos según su contenido: delos tiempos antiguos, de los obispos, delos reyes, de los dioses, de losislandeses… La mayoría son textos

anónimos, aunque los expertos opinanque una de las más vibrantes, la Saga deEgil, se debe a la pluma de SnorriSturluson, personaje real que vivió enIslandia, y viajó a Noruega, entre losaños 1179 y 1241. En cualquier caso,las sagas de los islandeses son sin dudalas más interesantes, y las más literarias.Se conservan alrededor de unascuarenta, algunas muy breves, como lade Hrafnkell, de una veintena depáginas, y otras muy largas, como la deEgil, de más de trescientas páginas.Entre las más conocidas, además de laSaga de Egil, están la Saga de Nial, laSaga de Hrafnkell y la Saga de

Laxdaela.—La de Egil es de las mejores —

comentó Einar que, ante mi sorpresa, sepuso a recitar su inicio de un modoconmovedor.

—¿Te la sabes de memoria?—Algunos fragmentos, pero no tiene

ningún mérito —se rió—. Todos losislandeses las aprendemos en la escuela.

Una vez más me sorprendía lafamiliaridad que los islandeses teníancon aquellos textos antiguos queconsideraban vinculados al nacimientode Islandia. Por otra parte, la lenguaislandesa, al permanecer aislada delmundo durante muchos siglos, había

evolucionado muy poco, lo que permitíaa los islandeses leer las sagas como sihubieran sido escritas ayer mismo.

Las sagas suelen describir de unmodo directo, en orden cronológico,episodios de la colonización, algunosvinculados a hechos históricosimportantes como el descubrimiento deAmérica (descrito en la Saga de Eric elRojo) o el de Groenlandia (SagaGroenlandinga), a menudo con ladefensa del honor como eje. No sedetienen en la descripción psicológicade los personajes, que suelen definirse através de sus acciones, como sucede enel mundo del cine, pero narran al detalle

la genealogía, enfrentamientos, litigios,duelos y batallas. Los protagonistas, porotra parte, no se someten a la típicaclasificación de buenos y malos, sinoque se mueven en el terreno de laambigüedad.

Hoy en día tenemos la fortuna depoder leer muchas sagas en castellano,gracias a las excelentes traducciones deEnrique Bernárdez y Mariano GonzálezCampo, entre otros. A través de ellaspodemos saber que las sagas familiarescomprenden a menudo a personajes devarias generaciones, algunos de loscuales, como Egil Skallagrímsson,protagonista de La saga de Egil, se

caracterizan por ser definitivamenteexcesivos. Egil, que vivió alrededor delaño 1000, es granjero, vikingo, guerreroy poeta capaz de recitar poesíasmientras lucha espada en mano contrasus enemigos.

—Antes de morir —recordó Einar—cuenta Egil que enterró su tesoro,compuesto por objetos de plata, cercade Mosfellsbaer, un lugar no muyalejado de Reykiavik, con lo quetodavía hoy hay quien se empeña enbuscar «la plata de Egil».

Lo dicho: las sagas tienensorprendentes prolongaciones que lasllevan a enlazar con la Islandia más

actual, como puede comprobarse si unose da una vuelta por la isla, dondeabundan las granjas y escenariosnaturales que aparecen en algunosepisodios.

Nial, el protagonista de La saga deNial, es por su parte un personaje sabiode la misma época que Egil, que tambiénse ve inmerso en litigios, venganzas ycombates épicos antes de fallecer en elincendio de su propia casa, junto a lossuyos.

En las sagas abundan las escenasnarradas de un modo directo y losdiálogos cortantes, en medio de una muybien conseguida tensión dramática. Los

estilos y temas son muy variados, eincluso hay algunas sagas, como la deBósi, que se entretienen en ladescripción de algunos episodiossexuales. En ella, por ejemplo, vemos alguerrero Bósi abordar a una moza conpalabras como estas: «Quiero abrevar ami potro en tu fuente de vino». U otrafrase, mucho menos sutil, que dice«quiero taponar tu agujero».

—Mi personaje preferido de lassagas es Egil —apuntó Einar—. ¡Erapoeta y vikingo, como yo! ¡Y tambiénbebía mucho! La historia queprotagoniza es muy buena. HalldórLaxness dijo una gran verdad: «De niño

lees las sagas como cuentos de hadas; demayor, por lo que cuentan; y de viejo,por la sabiduría que desprenden».En la Biblioteca de la Casa de laCultura de Reykiavik puedencontemplarse, además de losmanuscritos, una serie de librosimprescindibles para comprender lahistoria de Islandia, con ediciones quevan desde la introducción de la imprentahasta la actualidad. Esta selecciónincluye, por supuesto, varios ejemplaresde las sagas de los islandeses, poemasépicos, libros de temática religiosa ycódigos de leyes, así como las novelasdel único Premio Nobel de Literatura

que hasta ahora ha tenido el país,Halldór Laxness.

También hay en el recorridomuseístico un espacio para la interesantehistoria de Árni Magnússon (1663-1730), un archivero apasionado,representado con una peluca muy de laépoca, que vivió entre Islandia yDinamarca y reunió una gran colecciónde más de dos mil manuscritos de lassagas islandesas. En Copenhague, ÁrniMagnússon se convirtió desde muyjoven en profesor universitario yasistente de Thomas Bartholin, elAnticuario Real. Fue Bartholin quien leanimó a encontrar todos los manuscritos

que pudiera en sus viajes por Islandia,aunque esta afición ya le venía defamilia, puesto que su tío había sidoescriba y su abuelo un prolífico copista.De todos modos, muchos de losmanuscritos islandeses ya habían voladopara entonces a la colección real deCopenhague o a colecciones privadas delos países nórdicos, y no fue hasta 1685que, a instancias de Bartholin, el reydanés prohibió la venta de manuscritosislandeses a extranjeros que sepropusieran sacarlos del país.

Cuando no podía comprarmanuscritos, Árni Magnússon disponíade un equipo que los copiaba para su

colección, que acabó convirtiéndose enla mejor en este ámbito.Desgraciadamente, la casa donde losguardaba se quemó durante el GranIncendio de Copenhague, en 1728, yaunque el archivero logró salvar,gracias a la ayuda de sus amigos, lamayor parte de los ejemplares, nunca seperdonó que algunos fueran devoradospor las llamas. Tras el incendio, ÁrniMagnússon sufrió una gran depresión, ycuando falleció, en 1730, su colecciónfue donada primero a la Universidad deCopenhague y después a la BibliotecaReal Danesa.

La cesión de los manuscritos a

Islandia, reivindicada durante muchosaños, no fue nada fácil. Se empezó ahablar de ello antes de la declaración deindependencia, que llegó en 1944, yaque Islandia los consideraba parteirrenunciable de su patrimonio cultural,pero no fue hasta después de un largodebate que el Parlamento danés decidió,en mayo de 1965, ceder una parte de losmanuscritos de la ColecciónArnamagnaean al nuevo Instituto de losManuscritos de Islandia, actualmenteconvertido en la institución llamadaStofnun Árna Magnússonar, en honor deÁrni Magnússon.

La firma del tratado, sin embargo, se

demoró hasta 1971 y no fue hasta juniode 1973 que una multitud de islandesesentusiastas recibió en el puerto deReykiavik el primer envío demanuscritos. El resto de manuscritos fuellegando con cuentagotas, los dosúltimos en junio de 1997. Fueron entotal 1.666 manuscritos,aproximadamente la mitad de unacolección que en 2009 fue avalada porla Unesco, que la incluyó en el ProgramaMemoria del Mundo.

En la misma Casa de la Cultura seexponían, cuando visité los manuscritosde las sagas, una serie de fotosimpactantes que, en cierto modo,

ayudaban a formarse una visión máscompleta de Islandia. Se trataba de lasfotos que ilustran el libro Icelanders, deSigurgeir Sigurjónnson y UnnueJökulsdóttir, una pareja que recorrióIslandia durante dos años, hasta las másremotas comunidades rurales, para dejarconstancia de cómo eran a principiosdel siglo XXI los habitantes de la isla. Elresultado es una colección de hermososretratos en la que pueden verse rostrosislandeses de todo tipo, lejos de launiformidad de la capital.A la salida de la Casa de Culturaentramos con Einar, refugiándonos de lalluvia que empezaba a caer, en una

librería de viejo de la calle Hverfisgataque ostentaba el nombre de Bókin («Ellibro»). No era fácil orientarse entre losmiles de libros amontonados, al parecer,sin ningún criterio, que se alternabancon objetos curiosos, pero Einar logróencontrar varios ejemplares de las sagascasi sin despeinarse.

—Son muchos años de venir poraquí —sonrió—. El dueño, BragiKristjónsson, es un intelectualexcéntrico que tiene un programa delibros en televisión y su hijo es amigomío. A ambos, como puedes ver, lesencantan los libros.

Luego se puso a contarme lo que en

principio me pareció una leyendaurbana: Bobby Fischer (Chicago, 1943-Reykiavik, 2008), el excéntrico ylegendario ajedrecista que en 1972 leganó el cetro mundial al ruso BorisSpassky, precisamente en Reykiavik,solía acudir a esta librería, dondehurgaba entre los estantes hastaencontrar un libro en inglés que leinteresara y se sentaba a leer durantehoras y horas.

Como si nos estuviera espiando, enese momento salió de la trastienda elhijo del dueño y se fundió en un abrazocon Einar. La endogamia islandesa sueledeparar escenas como esta. Cuando le

pregunté por Bobby Fischer, meconfirmó las palabras de Einar y añadió:«Le dijo a mi padre que le gustaba veniraquí porque le recordaba las libreríasde cuando era joven en Nueva York».

El final de Bobby Fischer, unpersonaje muy querido por losislandeses, fue triste. Tras ser declaradocampeón mundial, en 1975 se ledesposeyó del título al no aceptar lascondiciones para defenderlo ante el rusoAnatoli Karpov. Después de muchosaños retirado y aislado del mundo, en1992 volvió a enfrentarse a Spassky enBelgrado. Le ganó por 10 partidas a 5,pero su actuación le valió un

enfrentamiento con Estados Unidos, quele acusó de violar el embargo de lasNaciones Unidas al que entonces estabasometida Yugoslavia y ordenó suarresto. Fischer ya no regresó nunca mása Estados Unidos y, tras unos años enJapón, en 2004 se fue a vivir a Islandia,donde un año después le concedieron laciudadanía del país en agradecimientopor haber «puesto a Islandia en elmapa» con su enfrentamiento de 1972.En Reykiavik, la ciudad que fueescenario de su gran victoria, vivióhasta su muerte, en enero de 2008.

—Lo enterraron cerca de Selfoss,pero como dice no recuerdo quien: «La

muerte no es el final; aún queda ladisputa por la herencia» —comentóEinar, sarcástico—. En junio de 2010 elTribunal Supremo de Islandia accedió auna demanda de una presunta hijafilipina para que se exhumara el cadáverde Fischer y le hicieran pruebas deADN para determinar si era su padre. Laexhumación se llevó a cabo el messiguiente, pero las pruebas resultaronnegativas. Toda la herencia de Fischerpasó a Miyoko Watai, la viuda deFischer.

14. Endogamia ygenealogía

La endogamia es algo con lo que topas adiario en Islandia. Todos se conocen ytodos parecen saberlo todo de casi todoel mundo. Al cabo de unos días en laisla ya lo das por sentado, pero a vecesel fenómeno te desborda. Este es unbuen momento para rescatar unaanécdota que me ocurrió en diciembrede 2002, cuando viajé a Reykiavik paracelebrar con mis amigos islandeses la

primera edición de La isla secreta, unlibro sobre la isla que había sidodistinguido con el Premio GrandesViajeros. Einar y Margrét decidieroncelebrar una fiesta en el apartamento quetenían entonces en Reykiavik y seocuparon de que todo saliera bien; hubobuena comida, canapés, pasteles,música, buen rollo, vino, naranjada y,por supuesto, la suficiente provisión decervezas para que ningún invitado seviera afectado por el incómodosíndrome de abstinencia.

Afortunadamente fueron muchos losamigos que se sumaron a la fiesta, perola madre de Margrét llamó desde

Akureyri, la segunda ciudad del país,lamentando no poder asistir. De todosmodos, añadió, participaría a su maneraenviando un pastel.

—¿Y cómo nos lo hará llegar? —lepregunté a Einar, intrigado, ya queAkureyri se encuentra a unoscuatrocientos kilómetros de Reykiavik.

—Irá al aeropuerto de Akureyri y selo dará al primer conocido que vuelehacia Reykiavik.

—¿Y si no conoce a nadie?—Eso es imposible —rió Einar—.

Has olvidado que estamos en Islandia.¡Aquí todos nos conocemos!

Un par de horas después, cuando

estábamos atareados en la cocinapreparando la cena, sonó el teléfono: erala suegra de Einar, que anunciaba que elpastel ya estaba volando haciaReykiavik.

—Veo que al final ha encontrado aquien lo traiga —celebré.

—Me ha dicho que se lo ha dado ala ministra de Industria —anunció Einar.

—¡¿A la ministra?!—Ella también es de Akureyri —

añadió sin darle la más mínimaimportancia—… Dentro de media horatengo que ir al aeropuerto a recogerlo.Si quieres acompañarme…

Por nada del mundo me habría

perdido el espectáculo de una ministramensajera aterrizando con un pastel enla mano.

Llegamos al pequeño aeropuerto devuelos domésticos, situado muy cercadel centro, con una antelación más quesuficiente. Cuando por fin aparecieronlos pasajeros procedentes de Akureyri,Einar me indicó una mujer alta y rubia,con abrigo de lana, sonrisa en los labiosy un paquete en la mano.

—Es ella —me dijo.La ministra se acercó hacia nosotros,

le entregó el pastel a Einar, nos deseóque tuviéramos una feliz fiesta y se fuecaminando sola hacia su coche, un

pequeño turismo de fabricaciónalemana. Fue un trabajo rápido, eficaz ysin complicaciones.

Mientras regresábamos a casa penséque acababa de asistir a una nuevamuestra de la famosa endogamiaislandesa. Todos se conocían y nadiepensaba que era superior a nadie por elmero hecho de tener un cargo en elGobierno. Los ministros islandeses ibansin escoltas, sin coche oficial y sin todoel lío que suele rodear a los políticos deotros países. Me imaginé por unmomento, como contraste, qué habríapasado en el caso hipotético de que a unamigo de Madrid se le hubiera ocurrido

enviarme un pastel utilizando a unministro como mensajero. Muyprobablemente los escoltas le habríaninmovilizado, lo habrían detenido comosospechoso y habrían destruido el pastelpor temor a que fuera una bomba. EnIslandia, en cambio, las cosasfuncionaban de un modo muy distinto.Era otra de las ventajas de vivir en unpaís pequeño en el que todos seconocían.

Volviendo al verano de 2008, undía, dándole vueltas al tema de laendogamia, Einar me sorprendióhablándome de una página web(www.islendingabok.is) en la que se

podía rastrear toda la informacióngenealógica de los islandeses.

—La página parte del Libro de losislandeses (Islendigabók), donde estánconsignados los nombres de loscuatrocientos primeros colonos de laisla —me explicó—. A partir de aquí,dado que se conservan todos losarchivos, es fácil seguir el rastro decada uno.

Lo primero que vi al abrir la páginafue una introducción que decía: «Estaweb tiene sus raíces en 1988, cuandoFridrik Skúlason empezó a reunirinformación sobre familias islandesas ygenealogía y creó el programa Espólin

para ver la relación existente entrefamilias. En 1997, la compañía Islensk yFridrik empezaron a trabajarconjuntamente. Dado que Islandia es unanación muy aislada, la información quese puede obtener es muy valiosa. Esta esla única base de datos genealógica delmundo que cubre toda una nación. Se hahecho con información de más del 95%de los islandeses que hay en el censo de1703, y con información fiable que llegahasta los años de la colonización».

En la web se puede encontrarinformación sobre 740.000 islandeses.Pero las cifras impresionan sólorelativamente. Me impresionó mucho

más cuando Einar escribió su nombre,clicó el ratón y no tardó en aparecer enpantalla una lista completa de susantepasados que se remontaba hastallegar al mismísimo Ingólfur Arnarson,el primer poblador de la isla en el sigloIX. Por el camino también apareció EgilSkallagrímsson, el valiente poetaprotagonista de la Saga de Egil, capazde recitar poesía en plena batalla.

—Tengo la misma sangre que Egil—comentó Einar, sin ninguna emociónen la voz, como si fuera lo más normaldel mundo.

Mientras me lo imaginaba vestido devikingo, con una espada en la mano y

una copa en la otra, Einar probó otrautilidad de la página web. Escribió sunombre y el de otra persona, en estecaso el de Björk, y en unos segundos laweb le informó de cuántos antepasadoscomunes tenían.

—En la mayoría de los casos —mecomentó—, al cabo de siete u ochogeneraciones, todos vamos a parar a unmismo tronco. Es normal en una isla tanpoco poblada que apenas ha tenidoinmigración. La web siempre te da larelación más próxima. La madre deBjörk, por ejemplo, resulta que espariente mía.

Era mareante la familiaridad con que

Einar se paseaba por la historia deIslandia, la facilidad con que podíarastrear cualquier genealogía, aunque meseñaló que algunos nombres, loscorrespondientes a gente que habíatenido problemas con la justicia, teníanel acceso bloqueado; no fuera uno adescubrir que era descendiente de uncriminal.

Navegando por la web fuimos a darcon un personaje muy curioso: el delpoeta y sacerdote Hallgrímur Petturson(1614-1674), a quién está dedicada laHallgrimskirkja, la iglesia más alta deReykiavik.

—De Hallgrímur Petturson se sabe

que se casó con Gudrigur Simonardóttir(1598-1682), conocida como Tyrka-Gudda, o «Gudda la Turca» —me contóEinar mientras iba retrocediendo en eltiempo—. Ella había nacido en las islasVestman, pero fue secuestrada, junto consu hijo, por aquellos «piratas turcos»que en realidad eran de Argelia en 1627,cuando tenía 29 años. Durante diez añosestuvo retenida como esclava en Argel,hasta que el rey de Dinamarca, queentonces era también el soberano deIslandia, hubo pagado un rescate porella y por otros islandeses y consiguióliberarlos.

La historia se complica cuando se

sabe que el hijo de Gudda, que se habíaconvertido al islam, prefirió quedarse enArgel, quién sabe si tentado por labondad del clima mediterráneo. Sinembargo, acabó siendo enviado aCopenhague, junto con los otrossecuestrados, en el invierno de 1636-1637. En la capital danesa se les tuvoque enseñar a todos de nuevo la lenguaislandesa y la religión cristiana. Elinstructor era Hallgrímur Petturson, quese convertiría en amante de Gudda y conquien acabaría regresando a Islandia. En1646, Hallgrímur Petturson fue ordenadosacerdote, se casó con Gudda y tuvieronpor lo menos tres hijos.

Era aquel un caso novelesco biendocumentado en la genealogía islandesa,pero es evidente que no a todos losislandeses les gusta hurgar en su pasado.La prueba es que cuando la empresaDeCode Genetics empezó a investigarhace unos años la genealogía de losislandeses, con la intención decompararla con el historial médico paraencontrar medicamentos para combatiralgunas enfermedades, había chocadocon una fuerte oposición. Y es queremover los espíritus de los antepasadosno está bien visto en Islandia.

15. La isla negra

Dando vueltas al tema de la endogamiaislandesa, y a los polémicosexperimentos desarrollados en la islapor la empresa DeCode Genetics, meacordé que había leído una novela deArnaldur Indridason, Las marismas, quetrataba estos temas en clave negra. Elautor, nacido en Reykiavik en 1961, eraun fenómeno internacional, ya que susnovelas se publicaban nada menos queen veintiséis países. Su serie delinspector Erlendur, de la que ya habían

salido ocho títulos, era un éxitoabsoluto, capaz de vender 30.000ejemplares en Islandia y más de dosmillones en todo el mundo. En el año2003, Arnaldur Indridason habíaconseguido un récord difícil de superar:ocupar los cinco primeros puestos de lalista de libros más vendidos de Islandia.

Cuando le pregunté a Einar si loconocía, me respondió que, porsupuesto, que sí; no sólo eso, si no quehabían estudiado juntos y Arnaldurjugaba a fútbol cada semana con unosamigos suyos. Antes de que pudieradecidir si quería entrevistarle, Einar yalo estaba llamando.

Arnaldur Indridason me citó paraaquella misma mañana en la NordicHouse de Reykiavik. Sería mi últimaentrevista en Islandia, ya que por latarde regresaba a Barcelona. En cuantocolgué el teléfono, Einar me puso ensituación: era hijo de un escritor famoso,Indridi G. Thorsteinsson, y entre 1986 y2001 había sido crítico de cine en elMorgunbladid. En 1997, a los 36 años,publicó su primer libro, y en 2001 pudopermitirse el lujo de vivir sólo de suslibros.

—Es un buen tipo —me dijo Einar—, aunque es tímido.

Llegamos puntuales a la Nordic

House, un edificio precioso de AlvarAalto situado en la zona universitaria deReykiavik, rodeado de verde y a un pasodel centro. No había nadie en lacafetería, tan sólo Einar y yo. Unosminutos después apareció ArnaldurIndridason; saludó a Einar consemblante serio, me saludó a mí y echóun vistazo alrededor antes de tomarasiento, como uno de esosguardaespaldas que desconfían de todo yde todos. En aquel momento me dio lasensación de que era como si se hubieraconvertido en uno de los personajes desus novelas negras.

—Me habían dicho que Islandia es

un país tan endogámico que es imposibleescribir una novela negra ambientada enla isla —le dije para romper el hielo—.Usted ha demostrado lo contrario.

—Era difícil, pero lo intenté y me haido bien —sonrío por fin, demostrandoque empezaba a relajarse—. Había dosrazones para que en Islandia no hubieranovela negra: por un lado no seconsideraba literatura y, por otro, lagente cree que en Islandia nunca pasanada. Cuando escribes, tienes queutilizar trucos distintos a los de otrospaíses, ya que aquí la policía no llevaarmas y nunca hay demasiada violencia.Tienes que encontrar tu propio camino.

—Pero usted insiste en hablar deIslandia.

—Todas mis novelas pasan enIslandia. Sólo escribo sobre Islandia,pero he vendido más de dos millones deejemplares en todo el mundo, lo queindica que mis libros interesan. Se veque a la gente le interesa lo que pasa ennuestra isla.

—¿Cómo nació su inspectorErlendur?

—En 1997, en la primera novela dela serie, Erlendur era secundario, perodespués pasó a protagonista. Fue a partirde la segunda novela que pensé enescribir una serie. Más que nada porque

Erlendur me intrigaba. Quizás un díadescubra por qué.

—Él es un islandés de pura cepa.—Quise hacerlo muy islandés, es

cierto, y su especialidad son lasdesapariciones, algo también muyislandés. A causa del mal tiempo, tantoen el mar como en el interior del país,hay mucha gente que desaparece.Erlendur tiene la teoría de que, como hahabido tantos desaparecidos durantesiglos, cuando hoy alguien desaparece,no se ve como un crimen. Pero élsiempre busca un crimen en unadesaparición. Esta es una sociedadtranquila, pero pasan cosas.

—Los espíritus y los seres ocultosestán siempre presentes.

—¡Si hasta se desvían carreteraspara no molestar a los elfos! Haymuchos islandeses que creen en los elfosy en los espíritus. Han creído en ellosdurante tanto tiempo, que la imaginaciónes muy fructífera. Erlendur no cree enlos elfos, pero sí en los fantasmas.

—¿Cómo es el típico asesinatoislandés?

—Aquí, por suerte no hay muchoscrímenes, pero en los últimos años hahabido algunos. Alguien coge una navajay mata a alguien de mala manera. Haymucha droga y los jóvenes se ciegan

para conseguir una dosis. Aquí y entodas partes.

—Islandia ha evolucionado muydeprisa en los últimos años.

—Erlendur es parte de la historia deIslandia. Él viene del campo y ve queeste país ha cambiado mucho desde laSegunda Guerra Mundial. Ha pasado deser una sociedad de agricultores muysencilla a una sociedad high tech muycompleja, y sólo en dos generaciones.Erlendur se va a vivir a Reykiavik, perosiempre piensa en su juventud en elcampo. No le gusta Reykiavik, ni legusta la influencia de Estados Unidos, nie l fast food. Se interesa más por las

cosas de antes, por la lengua, porejemplo.

—¿En qué se diferencia la Islandiade ahora de la de antes?

—Ahora somos un país rico, perolleno de contradicciones. Estamosconstruyendo grandes presas y fábricasde aluminio, y al mismo tiempoqueremos que venga más turismo pornuestra naturaleza. Queremos mostrarlas ballenas y también las matamos. En150 años el país ha cambiadomuchísimo. La modernización significauna buena educación, sanidad,carreteras… pero también hemosperdido cosas buenas del pasado.

—Para usted, ¿la novela negra esnovela social?

—Absolutamente. Si eres escritor,tienes cosas que decir sobre tu sociedad.Yo quiero escribir sobre lo que pasa ami alrededor. La novela negra va muybien para esto, ya que el detective vienede la calle e investiga. Puedes hacer unbuen retrato social, puedes tocardistintos ambientes.

—La hija de Erlendur aparece amenudo.

—Mis libros tratan también de lasrelaciones familiares, entre padres ehijos, entre hombre y mujer, dedivorcios, hijos… La familia es muy

importante en todas partes. Erlendur,como hombre de familia, es unfracasado. Como policía, es brillante.

—¿Por qué llueve tanto en susnovelas?

—El clima aquí es muy importante.También es psicológico; la lluvia lesienta bien a la novela negra. Islandiacambia mucho en cada estación y estoafecta a los personajes.

—El invierno es oscuro, deprimente.—Tratamos de compensarlo con

reuniones de amigos, fiestas en casa, elThorrablót… Siempre es difícil mirar atu propia sociedad. Yo he vividosiempre aquí, y me gusta vivir aquí.

— E n Las marismas trata de lapolémica sobre la genética en Islandia.

—La idea de la genética me vino deun plan que se hizo público en Islandiaen el 2000. Querían fijar una base dedatos para controlar la genética y asípoder encontrar medicamentos paracombatir algunas enfermedades. Al finalel plan no se llevó a cabo como estabaprevisto, pero hubo una gran polémica.De aquí saqué la historia de uncientífico que va viendo cómo salen enla pantalla del ordenador los nombresde su familia. Esto es lo que mueve lahistoria.

—¿Hasta cuándo tendrá vida

Erlendur?—De momento, pienso escribir diez

novelas con el personaje. Los suecosMax Sjöwall y Per Wahlöö, misfavoritos del género, se pararon en ladécima. Ya veremos. (Posteriormente,en un encuentro en Barcelona, meconfesó que pensaba publicar más dediez títulos de Erlendur. Le había cogidocariño al personaje y le daba penadejarlo de lado).

—Hay quien dice que el vulcanismode Islandia fomenta la creatividad.

—No lo creo. A la hora de escribir,un 98% es trabajo duro y solitario; un2% talento. Yo procuro ser organizado y

trabajar unas horas cada mañana.—¿Qué opina del sueco Henning

Mankell?—No lo he leído. Sé que es el

grande de la novela negra enEscandinavia, pero no lo he leído.

—Por lo que parece, los europeosestán dando nueva vida a la novelanegra.

—Esto tiene que ver con el realismoque tienen estos libros. Hablas de lasociedad y eso interesa a la gente.Cuando lees sobre Erlendur quieressaber más cosas de Islandia. No todoson disparos y persecuciones, como haquerido hacernos creer cierta novela

negra norteamericana.—Por cierto, ¿a qué se debe que

haya tantos escritores en Islandia?—Hay muchos poetas y publicamos

muchos libros al año. No sé a qué sedebe, porque el mercado es pequeño yes muy difícil vivir de esto. Pero haymucha gente que escribe. En parteporque el estado te subvenciona si eresescritor y en parte porque nos gustanmucho las historias. A la gente le gustaexplicarlas y escucharlas. Es algotradicional que ahora se traduce enlibros.

Justo cuando me despedía deArnaldur Indridason se puso a llover,

como si alguien hubiera decidido queaquella era la mejor ambientación paraun autor islandés de novela negra.

No vi ningún elfo de camino hacia elaeropuerto, pero las sombras alargadasdel campo de lava me convencieron deque también en aquella isla remota denaturaleza fascinante podían habitar lospersonajes de la novela negra.

Tercera parteLA CATÁSTROFE

Del otoño de 2008 al verano de 2010

16. La visión deBaltasar

Para entender lo que sucedió en octubrede 2008, cuando la crisis financierahundió económicamente a Islandia, hayque remontarse a los años previos,cuando la economía islandesa vivía unperíodo de descarado optimismo y elpaís era señalado por casi todo elmundo como un ejemplo del buenfuncionamiento del modelo liberal,gracias a sus bajos impuestos, a una

renta per cápita muy alta y a un conjuntode privatizaciones que parecía quefuncionaban a la perfección.

De hecho, las medidas tendentes aliberalizar la economía se iniciaron enIslandia en los años ochenta, cuando elGobierno decidió privatizar la pesca delbacalao, pero fue sobre todo aprincipios del siglo XXI, con laprivatización de la banca, cuando más senotaron sus efectos. Los nuevosbanqueros, por lo general jóvenesambiciosos súbitamente enriquecidos,iniciaron una gran expansión,prometiendo intereses de hasta el 15%,comprando empresas punteras en Gran

Bretaña y en Dinamarca y captandocapitales extranjeros. En aquellos añosIslandia era una fiesta, o por lo menos loparecía, con un espectacular boom de laconstrucción y enormes cantidades dedinero en constante movimiento. Sólounos pocos economistas, sin embargo,empezaron a intuir que algo estabafallando, especialmente cuando losactivos de los bancos llegaron a serdoce veces más altos que el ProductoInterior Bruto del país, gracias a unaregulación confusa y a ciertacomplicidad de los políticos, queconfiaban que aquella desmedidaeuforia económica sólo podía traer

beneficios al país. Fue en este momento,al iniciar una desesperada huida haciadelante, cuando los banqueros corruptosempezaron a crear sociedades fantasmay cuentas secretas en paraísos fiscales,al tiempo que se iban concediendocréditos a sí mismos y a sus amigos sinningún tipo de garantías. Era una carreraalocada, y al final, como no podía ser deotra manera, llegó la catástrofe: enoctubre de 2008 la inflación se desató,quebraron los bancos del país, la coronaislandesa se hundió y se desinfló porcompleto la burbuja inmobiliaria.Islandia, de repente, pasaba a ser unpaís empobrecido inmerso en una gran

crisis económica.No era nada fácil para los islandeses

recuperarse de la kreppa (catástrofe), deaquel duro golpe financiero, pero antesde abordar las consecuenciaseconómicas de aquel octubre nefastotenía ganas de repasar la situacióncreada después de la crisis con alguienque no fuera un economista, alguien queme hablara desde el punto de vista de unciudadano. Con este propósito, en mayode 2010 telefoneé a Baltasar Samper, unartista catalán que llevaba viviendo enIslandia más de cuarenta años. Samperse había casado con una islandesa en1963, tenía tres hijos islandeses y él

mismo se consideraba islandés, aunqueel hecho de haber nacido en Barcelona yde viajar a menudo al extranjeroesperaba que le diera una perspectiva losuficientemente distanciada como paratener una visión más comprensible, porlo menos para un extranjero, de lo quehabía pasado en los últimos años.

Samper me citó a media tarde en elestablo donde guardaba sus caballos, enun lugar llamado Heimisendi. «Significaliteralmente el Fin del Mundo», meaclaró por teléfono, «pero está muycerca, en Kopavogur. Lo que pasa esque la ciudad ha crecido tanto que ahorael Fin del Mundo ya está integrado en el

Gran Reykiavik. Podemos aprovecharpara hablar mientras limpio las cuadrasy doy de comer a los caballos».

Mientras conducía hacia allí,reflexioné sobre la paradoja de que lagran burbuja inmobiliaria previa a lacrisis hubiera acabado integrando el Findel Mundo. Toda una imagen de uncrecimiento desenfrenado.

Al cabo de unos minutos de espera,Samper llegó al volante de un pick-upequipado con ruedas enormes y ejes másaltos de lo normal, ideal paraaventurarse en el corazón de la isla.Tenía aspecto de estar en plena forma, apesar de sus 72 años, extremo que me

confirmó cuando se puso a limpiar lascuadras con un vigor inesperado y arreóa sus cinco caballos, de color negroazabache, para que salieran al campo aairearse.

—La recesión llegó por un conjuntode cosas —me explicó mientraslimpiaba la cuadra—. A la devaluaciónde la corona se añadió la provocada porla gente que cambiaba coronas en elexterior para obtener un mejor cambio.En 2006 ya se intuía la crisis, pero nadiese atrevía a decir lo que estaba pasando.Al final quebraron los tres principalesbancos del país y la economía se hundió.

—¿Piensas que la mala gestión de

los bancos está en el origen de todo?—Hay crisis económica en todo el

mundo, también en España y en EstadosUnidos, pero aquí, al quebrar losbancos, fue mucho peor: todo se hundió.Es evidente que no los gestionaron bien.

—Y parece que los políticostampoco dieron la talla.

—La esperanza ahora es que lospartidos políticos se renueven y seanhonestos. En Estados Unidos eligen aactores como Reagan y Schwarzeneggery aquí ahora dicen que en las eleccionesmunicipales del domingo triunfará unactor llamado Jón Gnarr.

—¿Piensas que es un hombre fiable?

—Es un cómico que se ha hechofamoso en televisión y que ha triunfadoen el cine. A mí no me hace gracia, perola gente le tiene cariño y según lasencuestas será el próximo alcalde deReykiavik. Los tiempos cambian y lagente quiere caras nuevas.

—¿Y qué dicen en el Parlamento?Todos esos cambios parecen habercogido a los políticos de improviso.

—Aquí los políticos viven bien…—se rió Baltasar—, aunque la genteahora desconfía de la vieja manera dehacer política. Ahora los políticos seirán de vacaciones, porque elParlamento islandés cierra casi tres

meses en verano, según una antiguacostumbre, de cuando tenían que ir acuidar a los animales. En verano escuando nacen los corderos y claro…Después cierran casi un mes endiciembre. Viven bien, pero tendrán queponerse las pilas porque la gente ya hademostrado que está harta y quiere uncambio.

—¿Se ha notado la crisis en la vidadiaria?

—Los que más lo han notado son losque se lo habían jugado todo a una carta,confiados en la euforia económica.Habían comprado casas enormes yvivían a un buen ritmo. Son en general

ciudadanos de entre 30 y 40 años, losjóvenes banqueros y sus amigos.Ofrecían dinero barato y la garantía parael crédito era el mismo préstamo. Erauna barbaridad. En un segundo nivel estála gente que siempre trabaja, de 45 a 60años. A mi me perseguían por teléfonoofreciéndome intereses de hasta el 15%.Nunca piqué, no lo veía claro.

—La última vez que vine a Islandiafue en el verano de 2008 y aquí todavíase vivía la euforia. Había grúas yedificios en construcción por todaspartes.

—Cuando ves tantas grúas empiezasa darte cuenta de que no vamos bien. En

España pasó algo parecido: la famosaburbuja inmobiliaria. Ahora los pisosestán vacíos y los que peor lo pasan sonlos que han comprado una casa nuevaconfiando en vender la antigua. Ahorano se vende nada.

—¿Los artistas como tú tambiénsufren la crisis?

—Yo vendo mis cuadros a precioselevados y, aún vendiendo pocos, yatengo para vivir. Los artistas jóvenes lonotan más, pero los que lo pasan mal deverdad son los jubilados y enfermos, yaque las pensiones han bajado.

—Se comprende que el pueblo estécabreado con el Gobierno.

—Ahora que se han cargado laeconomía, nos dicen que todosestábamos en el mismo baile. Quizás seacierto, pero ellos bailaban más quenadie. De todos modos, aquí ya pasamosuna crisis parecida, en 1991 o 1992. Lagente no podía renovar ni la casa ni elcoche. Se prolongó hasta el 2000, ydespués vino la euforia, el despilfarro.La gente se puso a gastar, ya que loscréditos eran fáciles de conseguir; secompraban una casa y un buen coche, yaque aquí no hace un tiempo como para iren bicicleta y tienes que tener un cochepreparado para el invierno.

—Los banqueros y financieros eran,

al parecer, los que gastaban más.—Así es. Llegó a haber hasta ocho

jets privados en la isla. Lo sé porquepasaban por encima de mi casa antes deaterrizar en el aeropuerto de Reykiavik.Ahora no hay ni uno. Y Jón Ásgeir, unode los financieros implicados, tenía unyate increíble, con interiores diseñadospor Armani.

—¿Cree que la Comisión deInvestigación logrará destaparlo todo?

—La juez franconoruega Eva Joly,que está al frente de la comisión, estáinvestigando a fondo y creo que lo estáhaciendo muy bien. Los financieroscrearon una maraña de sociedades, pero

ella ya ha logrado dar con algunascuentas secretas. Cuenta con un buenequipo. Según ella, a esa gente que estáacostumbrada a beber champán a diario,la encierras en la cárcel unos días y sehunde y acaba por cantarlo todo. Y asívan saliendo cosas y se encuentra elrastro del dinero que se llevaron aparaísos fiscales.

Salimos al exterior, donde caía unafina llovizna, de esas que te empapan sinapenas darte cuenta. El cielo estaba grisy los caballos, con el pelo negroabrillantado por el agua, ofrecían unaestampa preciosa mientras correteabanbajo la lluvia, con la hechizante

naturaleza volcánica como fondo.—Yo tengo caballos porque en

verano me gusta recorrer la isla con lafamilia y los amigos —me aclaróBaltasar—. No los tengo para competir,pero son caballos muy buenos.Normalmente, en esta cuadra, suelehaber una docena, entre los de mi hijo ylos míos, pero ahora los de mi hijo estánen su casa del norte. Su mujer estudiódoma y a ambos les encantan loscaballos. Deben de tener alrededor deunos sesenta.

—Por cierto, tu hijo, BaltasarKormakúr, está triunfando últimamenteen el mundo del cine.

—Le va muy bien. Empezódirigiendo 101 Reykiavik, que fue unéxito, y ya ha hecho varias películas,como actor y como director. Ahora lehan contratado en Hollywood para hacerla versión americana de Reykiavik-Rotterdam. Y también está trabajandofuerte en el teatro.

—Veo que los caballos dan trabajo—observé al ver como Baltasar volvía ala cuadra para recoger paladas deestiércol que ponía en una carretillapara llevarlas después hasta uncontenedor.

—Pero es muy sano —sonrió sindejar de trabajar—. Yo pinto cada día

en mi estudio durante unas horas y me vabien tener los caballos para salir unpoco. Estoy en forma, no me duele nada.

—Lo de las excursiones por la islaque me contabas debe de estar muy bien.

—Recorrer Islandia a caballo es unadelicia. Como extranjero, me ha hechoconocer muy bien el país, que comosabes es precioso. Hacemos lasexcursiones en verano, claro, a caballo yen pequeños grupos, equipados contiendas de campaña. Tenemos una grantienda central para comer, beber y cantarjuntos, y tiendas pequeñas para dormiren pareja.

—Todo bien planeado.

—Tiene que estarlo, aquí lanaturaleza puede ser muy hostil.También llevamos una caravana conalimentos. Nosotros sólo vamos acaballo, pero nos sigue un hombre con lacomida y las tiendas. En cada excursióntienes que llevar tres o cuatro caballospor persona. Hacemos entre 40 y 70kilómetros al día y se tienen que rotarlos caballos cada hora y media.

—¿Cuántos caballos debe de haberen Islandia?

—Habrá unos 60.000 en toda la isla,pero es difícil saberlo. Nacen muchoscada año y se venden muchos alextranjero. En Alemania y Francia los

quieren gordos y jóvenes; en Japón,viejos y gordos. Son hermosos e idealespara montar, pero también hay quien secome su carne. Los pequeños son mástiernos y si se cuece bien la carne, esmuy buena.

—No he visto carne de caballo enlos restaurantes.

—La comen en el norte, no aquí.Baltasar me comentó a continuación

que estaba preocupado por una extrañaenfermedad que se estaba propagandoentre los caballos. Se trataba de un virusdesconocido que hacía que los caballostosieran, les saliera un moquillo yperdieran fuerza.

—Ahora los caballos son un buennegocio —concluyó— y a la gente lepreocupa mucho esta enfermedad. Uncaballo islandés en Europa puedecotizarse tanto como un caballo árabe.Puede pagarse a un millón o millón ymedio de coronas (entre 6.500 y 10.000euros), pero los muy buenos puedenllegar a los 8 o 9 millones (unos 60.000euros).

—¿Y por qué tiene tanta fama elcaballo islandés?

—No corre en las carreras, perotiene un paso más, como los camellos,con los pies cambiados a cada lado. Porotra parte, es un caballo muy estable.

Puedes beber un vaso de vino sinproblemas mientras cabalgas. De todosmodos, no todos son mansos. Este —señaló a uno de aspecto salvaje quecabeceaba inquieto— lo monté unostreinta metros y no me tiró, pero tienesque ir con cuidado, ya que a veces estoparece un rodeo.

—¿Y por qué son tan buenos?—Porque son muy fuertes, cómodos

para cabalgar, airosos, con unmovimiento muy fino. Y son seguroscomo una mula. Cuando cabalgas por elinterior, tienen un paso muy seguro.Tienen la pezuña más bien pequeña, loque les va bien para poner el pie en

cualquier lugar.—Cambiando de tema, ¿vas mucho

por España?—Hace un año fui tres veces, a ver

una exposición de arte románico enBarcelona, a la presentación de unhomenaje a mi abuelo (el músicoBaltasar Samper) en la Pedrera y acelebrar el cumpleaños de un amigo.Pero normalmente salgo poco deIslandia. Si lo hago, es en primavera uotoño, ya que en verano me gusta hacerexcursiones a caballo por la isla. EnEspaña a mi mujer y a mi nos gustaAndalucía y el Pirineo.

—¿Y de aquí, de Islandia, qué es lo

que te gusta?—Aquí no hay alta montaña como en

el Pirineo, claro, pero Islandia es comoun pastel, lleno de nieve y hielo en laparte alta. Se pasa del mar a la nievecasi sin transición. Me gusta porque esuna isla muy cambiante: hay hierba,lava, glaciares, ceniza…

—¿Y cuál es tu región preferida?—El nordeste del Vatnajökull, el

gran glaciar. Y sus bordes. Y la regiónde Skagafjördur. En general prefiero laparte norte de la isla, que está menoshabitada, aunque también hay buenosrincones en la península de Snaefellness.El sur no lo recomiendo, porque está

demasiado habitado.—El paisaje es bonito, pero de vez

en cuando hay un susto en forma deterremoto o erupción, como la recientedel Eyjafiallajökull.

—Las erupciones no nos afectan —se rió—. A los animales sí, ya quetienen que respirar el flúor de lascenizas, que es venenoso. Esta mañanahabía un poco de ceniza procedente delvolcán sobre el coche, pero ha llovidoun poco y se lo ha llevado todo. Lo peores cuando el volcán provoca que elhielo de un glaciar se derrita. Entoncesvienen las inundaciones.

—Por lo que veo, estás

completamente enraizado en Islandia.—¡Del todo! Cada vez que voy a

Barcelona pienso: suerte que me largué.Demasiada gente, demasiadas tiendas,demasiado agobio… Por cierto, mequisieron robar en el Barrio Gótico.

—Me temo que no eres el únicoafectado.

—Ya. Me dijeron que es bastantenormal. Islandia, en cambio, es un paísmuy seguro.

—Volviendo a la crisis económica.¿Eres optimista respecto al futuro?

—Saldremos de ella, seguro. Noserá fácil, pero aquí la gente sabereaccionar ante situaciones adversas. La

esperanza es que venga ahora unGobierno de tecnócratas que lo limpietodo y que haga que el país vuelva afuncionar.

Dejé a Baltasar cuidando a suscaballos; se notaba que se sentíaorgulloso de ellos. Todavía lloviznaba,pero en el horizonte, allí donde la isla seconvertía en un territorio inhóspito, seempezaban a abrir claros sobre lasmontañas. Lo tomé como un buenaugurio mientras me alejaba de aquel«fin del mundo».

17. Los caballos nonotan la crisis

Cuando al día siguiente le comenté aEinar que había descubierto, en mi visitaa las cuadras de Baltasar, que loscaballos islandeses podían ser muyinteresantes, me propuso ir a visitar unade las granjas de caballos más antiguasde la isla, la Laxness Horse Farm. «Allípodrás comprobar hasta qué punto loscaballos islandeses son un buennegocio», apostilló. La granja había sido

creada unos cuarenta años atrás en elvalle de Laxnes, no muy lejos deReykiavik, en el camino haciaThingvellir, y organizaba excursionespor la isla de entre varias horas y variosdías, que podían incluir visitas a losgéiser, a la cascada Gullfoss, a la BlueLagoon y mucho más allá.

—Seguro que te gusta —me indicó—. Piensa que allí han estado montandoa caballo famosos como Lou Reed, NickCave, Terence Stamp o ViggoMortensen.

—¿También Jón Gnarr?—Veo que ya has oído hablar de él

—sonrió Einar—. No me extraña:

parece que será el hombre del año enIslandia. De hacer el payaso entelevisión pasará a alcalde deReykiavik. Son las cosas sorprendentesque pasan en mi país por culpa de lacrisis.

Einar llamó por teléfono a la granja,habló con el propietario, ThorarinnJónasson, Thóri para los amigos, y estele dijo que nos esperaba antes delmediodía. Lamentablemente nopodríamos montar a caballo, ya que,dado que hacía un maravilloso díasoleado, los tenía todos apalabrados,pero podríamos visitar las instalacionesy hablar con él durante un rato.

Nos dirigimos, pues, haciaThingvellir por la carretera del oeste, enun recorrido que habíamos hecho yamuchas veces y que nos permitía llegarhasta el precioso valle de Laxnes, dondese encuentran la casa museo del escritorHalldór Laxness y varias granjas decaballos. No nos costó nada encontrar lade Thóri; era la más grande, estabarodeada de caballos que pacían en unprado y no quedaba muy lejos de lacarretera.

Thóri nos recibió con una sonrisa ycierto aire de vaquero del Oeste.Cuando nos pidió que le esperáramosmientras arreglaba la salida de un grupo

de norteamericanos que iban a dar unpaseo de un par de horas, nosentretuvimos viendo como varios de suscaballos se movían nerviosos en elcercado. Después nos sentamos en unasala de espera de estética pionera,equipada con varias mesas rústicas, unamáquina de café y numerosas fotos decaballos y famosos en las paredes.

Estábamos contemplando las fotoscuando regresó Thóri.

—Veo que estáis mirando la foto deViggo Mortensen —nos dijo con unagran sonrisa—. Es un buen tipo. Havenido varias veces a la isla y hasta seha comprado algunos caballos. Le

encanta Islandia.—Debe de ser desde que actuó en El

señor de los anillos.—Quién sabe. Dicen que Tolkien se

inspiró en Islandia para escribir lafamosa novela.

—Pero la película se filmó enNueva Zelanda.

—En las antípodas, sí, pero elmundo da muchas vueltas y el paisaje deIslandia tiene algo que encaja con el deEl señor de los anillos.

Thóri se sirvió una taza de café y sesentó con nosotros, dispuesto a hablarde lo que quisiéramos. De entrada,conectó la máquina de la memoria y se

puso a contarnos, en una evocaciónnostálgica, cómo y cuándo habíafundado la granja.

—Fue en 1968, hace ya más decuarenta años —dijo con una expresiónfácilmente traducible como «hay que vercómo pasa el tiempo»—. De pequeños,en mi generación, todas las familiasislandesas tenían una casita en el campoy en verano los niños hacíamosexcursiones a caballo. Mi padre eramédico rural y se movía por las granjasa caballo. A mi siempre me gustó estetipo de vida. Estudié Medicina tres añosy medio en la Universidad de Reykiavik,pero al final preferí montar un country

club, con piscina, minigolf y cuatrocaballos.

—¿Sólo cuatro? Diría que ahoratiene bastantes más.

—Ahora tengo más de cien —suspiró—. Al principio no había tantosturistas, pero la isla se ha ido animandoen los últimos años. Ahora ya organizocabalgatas todo el año, incluso tours deinvierno en combinación con BigTrucks. Pocos países en el mundopueden tener tantos tipos de actividades.En un día puedes hacer a caballo elGolden Circle, viendo algunas de lasatracciones más espectaculares deIslandia, y si lo prefieres puedes

recorrer toda la isla a caballo.Tras el preámbulo, Thóri nos invitó

a visitar las instalaciones, que constabande una cuadra enorme, con boxesdestinados a acoger varias decenas decaballos, un gran comedor adosadodonde podía atender a grupos deturistas, y un gran cercado dondecorreteaban algunos caballos. Thóri,atento a todos los detalles, ibacomentando cosas a cada paso —«esecaballo tiene una pata herida», «aquelestá demasiado inquieto»—, mientras sequejaba de la misteriosa enfermedadque, tal como ya había comentadoBaltasar, estaba debilitando a los

caballos islandeses. Según parecía todose debía a un virus que había llegadodesde Alemania, y la enfermedad estabatan extendida que incluso se habíasuspendido el Landsmót, la gran feria delos caballos de Islandia.

—Siempre ha habido caballos enIslandia y casi siempre se han exportado—comentó Thóri, remontándose en lahistoria—. Antes se vendían para lasminas de carbón de Inglaterra, porqueeran bajos y trabajaban duro. Después,ya en la segunda mitad del siglo XX,empezó a venir más gente a interesarsepor ellos. Es un caballo fuerte ypequeño, bueno para los niños y para la

larga distancia. Tiene éxito en muchospaíses.

—Y un paso extra.—Sí, un paso muy característico que

hace que sea muy estable. Mueven cadapierna a un tiempo muy de prisa. Es algomuy original.

Según los cálculos de Thóri, en elpaís debía de haber unos 100.000caballos, bastantes más de los que mehabía dicho Baltasar Samper. Encualquier caso, bastaba con una vueltapor la isla para ver que habíamuchísimos caballos en Islandia, tantopara cabalgar como para comer o parael transporte.

—Los caballos islandeses se vendenen todo el mundo —continuó Thóri—.Yo vendí hace poco uno a un cliente deHong Kong. Vino un turista, se enamoróde uno de mis caballos y se lo vendí.También he vendido a California, LosÁngeles y Hollywood.

—No me diga que sus caballos hansalido en películas.

—En películas de aquí sí. No en lasde Hollywood. Allí les gustan loscaballos más altos. He exportadocaballos a pequeña escala a EstadosUnidos, pero sobre todo a Escandinavia,Alemania e Inglaterra. En total se suelenexportar unos 2.000 o 3.000 caballos al

año.—¿De dónde procede este caballo?—Los griegos y romanos ya tenían

caballos parecidos, de la misma altura.Llegó a Islandia con los primeroscolonos vikingos, que venían deNoruega, y se ha mantenido una razamuy pura gracias al aislamiento del país.Gengis Khan, con un caballo así,conquistó el mundo.

—Los he visto de colores muyvariados.

—Es la raza que tiene más coloresdel mundo. Hay uno, el Littförótt, quecambia varias veces de color a lo largodel año. Blanco, negro, marrón claro,

marrón oscuro… Una turista compró unohace tiempo y lo tenía en esta cuadra y,cuando regresó al cabo de un tiempo yvio el cambio de color, pensó que se lohabían robado o que le dábamos elcambiazo. Pero no, el caballo es así.

—¿Están viniendo muchos turistaseste año, a pesar del volcán y a pesar dela crisis?

—Yo noto que sí. Fui el primero enabrir y monto cabalgatas de 3 a 8 díaspara cruzar el país. Dicen que ahora hayhoteles que están vacíos, pero a mi meva bien. Vienen sobre todoescandinavos, ingleses ynorteamericanos.

—¿Españoles?—No tanto.—¿Hay muchas granjas como esta en

la isla?—Ahora hay unas tres grandes

compañías. Esta es la más grande.Montamos excursiones para grupos dediez a veinte personas. A partir de dosdías tienes que llevar como mínimo doscaballos por persona.

Como toque final, Thóri nos invitó aentrar en su casa, situada muy cerca delas cuadras, donde nos enseñó un DVDtitulado A Thousand Years in Iceland enel que aparecían sus caballos, con lamelena al aire, y en el que se decía que,

gracias a aquellos animales, losislandeses habían podido sobrevivirdurante muchos siglos en aquella islaque a veces podía mostrarse muy hostil.Al parecer, ya en el siglo XI se habíaprohibido la importación de caballos aIslandia, con lo que la raza se habíamantenido pura y se tenía la certeza deque los caballos de la actualidad eranmuy parecidos a los de 900 años atrás.

Cuando ya estábamos de nuevo en lacarretera, Einar recordó que Thóri erahijo de un famoso doctor rural que habíaescrito sus memorias, y añadió que leparecía recordar que una hermana delgranjero había sido novia de un amigo

suyo muchos años atrás. La endogamiaislandesa volvía a hacer su apariciónpara demostrar, una vez más, queIslandia es un pañuelo y que loscélebres seis grados de separación sereducen en esta isla, como mucho, a unpar de grados.

18. El parón de laarquitectura

De regreso a Reykiavik, Einar propusoque fuéramos a comer al Bulan, un bardel puerto, instalado en la caseta delantiguo control de entrada, famoso porla calidad de sus hamburguesas.Comimos bien en la barra, rodeados dejóvenes que parecían mucho másinteresados en las hamburguesas, elketchup y las patatas fritas que en laresaca de la crisis económica. Antes de

entrar, sin embargo, ocurrió un incidentenimio: Einar rozó con su 4x4 un cochecon aspecto de estar abandonado y lehizo un pequeño rasguño en el lateral.Era tan poca cosa que apenas si se veía,pero Einar, con el rostro preocupado, nodudó en desenfundar su móvil y marcarun número.

—¿A quién llamas? —le pregunté,intrigado—. ¿Al seguro?

—A la policía de Reykiavik.—Pero si no le has hecho nada.—Cuando sucede algo así es mejor

avisar enseguida. En caso contrariopuedes tener complicaciones.

Unos minutos después, cuando aún

no habían llegado las hamburguesas,hacía su aparición un coche de lapolicía. Bajó uno de los agentes, al queevidentemente Einar ya conocía, leexplicó lo sucedido, tomaron nota y sealejaron sin más. En total no fueron másde cinco minutos.

—Me gusta ver cómo se solucionanlas cosas a la islandesa —le comenté aEinar.

—¿Cómo lo habríais resuelto enEspaña?

—Pues, visto que el rasguño esmínimo, seguramente no habría llamadoa la policía. Ni tan solo a la compañíade seguros.

—Es mejor hacer las cosas bienhechas —zanjó Einar.

Después de zamparnos lashamburguesas —muy buenas, por cierto—, Einar volvió a sacar el tema de ladichosa crisis.

—Entre los profesionales que más lahan notado están los arquitectos, claro—me dijo—. De repente, a partir deoctubre de 2008, se dejó de construir enIslandia y los arquitectos se quedaronsin trabajo… Por cierto, hablando dearquitectos, podríamos ir a visitar a mihermano Gudmundur, que tiene unestudio de arquitectura en el centro.

Era una buena idea. Al cabo de unos

minutos subíamos al coche para ir haciaallí.

El estudio de Gudmundur, situado en unatravesía de Laugavegur, no muy lejos dela gran obra en construcción delConvention Center, era en efecto muycéntrico, y muy espacioso, aunque casitodas las mesas estaban vacías.Gudmundur asomó la cabeza paradecirnos que estaba reunido con uno desus socios, pero nos pidió queesperáramos sólo unos minutos paratomar un café juntos.

Mientras esperábamos, me entretuvehojeando varios libros sobre

arquitectura islandesa. Desde lasprimeras casas, hechas con turba yhierba en el tejado por los primeroscolonos, hasta las iglesias másmodernas, que imitaban los rocososacantilados del norte de la isla, habíapasado todo un mundo. Lo que no podíanegarse es que la arquitectura islandesaestaba emparentada con la arquitecturaescandinava. Dominaban en el últimosiglo el funcionalismo, la línea recta ylos grandes ventanales diseñados paraaprovechar la luz al máximo. En elcentro de Reykiavik se podían vertodavía algunas casas de madera, de doso tres pisos de altura, recubiertas con

chapa arrugada, construidas a finales delXIX o principios del XX, pero a la que tealejabas del centro no tardaban enaparecer numerosas casas unifamiliares,de líneas modernas, distribuidas enurbanizaciones a la americana.

Cuando Gudmundur terminó por finsu reunión me reafirmé en la impresiónque me había producido la primera vezque lo vi. Como hermano mayor deEinar se le veía más serio, másresponsable, más reflexivo y menosdado a la chanza, aunque de vez encuando punteaba sus comentarios,siempre bien argumentados, con unpunto de ironía y unas dosis de humor.

En el tema de la crisis, sin embargo, seabstuvo de bromear.

—La verdad es que desde la crisisde otoño de 2008 ha habido un auténticoparón en Islandia en lo que se refiere ala arquitectura —me comentó consemblante serio—. Un ejemplo lo tienesen este estudio. Antes de la crisis había25 personas y ahora somos sólo 7. Porotra parte, vista la situación, muchosarquitectos han optado por emigrar aotros países. Aquí no hay trabajo.

—Por lo visto, vienen años de vacasflacas.

—Quedan algunas obras públicas,concursos en el extranjero…, pero la

situación no tiene nada que ver con la dehace un par de años. Entonces teníamostodo el trabajo que queríamos, inclusodemasiado.

—¿Y cómo se explica un cambio tanradical?

—La culpa la tiene la burbujainmobiliaria. Se construyó demasiadodurante unos años, porque se creía queera una buena inversión, y ahora Islandiaestá llena de apartamentos vacíos yedificios inacabados.

—¿Qué papel han jugado los bancosislandeses en la crisis del sector?

—Llegaron a ofrecer créditosbaratos para financiar entre un 90 y un

100% de las obras. Esto llevó a unaumento de los precios de las casas. En2006 los bancos empezaron a ofrecercréditos en divisas extranjeras conintereses muy bajos, y a principios de2007 todo se desmadró. Entonces yapodíamos ver que estábamosconstruyendo más de lo quenecesitábamos para los próximos tres ocuatro años.

—Y todo se hundió…—A finales de 2007 ya detectamos

síntomas de dificultades, ya que lospropietarios no podían pagar loscréditos y los bancos se quedaronmuchos edificios inacabados. De todos

modos, los precios siguieron subiendohasta 2008. Cuando llegó la crisis, lospropietarios de las casas que teníancréditos en divisa extranjera debían másdel doble del crédito inicial, y muchoshabían perdido su trabajo o tenían unsalario más bajo.

—Hay quien apunta que ya haysíntomas de mejora.

—No creo. Las cifras del paro bajanporque mucha gente se ha ido del país, ymuchos han optado por volver aestudiar. Se calcula que hasta el 2015 noempezaremos a recuperarnos.

—Supongo que la culpa es de losfinancieros millonarios.

—Ellos llevaron el país a la ruina,sí, pero los políticos fueron, de algúnmodo, sus cómplices. Les dejaron hacerlo que querían…

—Por eso la gente les ha puesto enel punto de mira.

—Hace unos días fui a ver una obraal Teatro Nacional y sucedió algo queme llamó la atención: cuando entró elpresidente se hizo un gran silencio ynadie se levantó de su asiento. Antestodos nos poníamos en pie, pero ahorano. Es un ejemplo más del divorcioentre los políticos y el pueblo.

—En medio de este panoramadesolador, llama la atención que las

obras del Auditorio y Centro deConvenciones continúen adelante.

—¡Y todos siguen cantando! Lo deno parar las obras fue una decisiónpolítica para no hundir a losempresarios, pero de todos modos sefueron a la ruina. Ahora la compañíaconstructora pertenece a una empresasuiza. No creo que el Auditorio fueranecesario, pero admito que es algobueno para la música en Islandia.

—¿Qué opinas de Jón Gnarr?—Es un cómico al que nunca te

puedes tomar en serio. No sabe cómodirigir una ciudad como Reykiavik,aunque sus intenciones puedan ser

buenas. Pero, bueno, la primera ministraJóhanna Sigurdardóttir era una azafataen la que no creo que muchos confiaranpara dirigir Icelandair, ¡y estádirigiendo Islandia!

Salimos del estudio un tantoapesadumbrados por la evidencia decómo la crisis había llegado a afectar ala arquitectura islandesa. Se imponía uncambio de tercio, y Einar propuso, muya la islandesa, ir a tomar un baño a unade las piscinas públicas de Reykiavik.

Hay en Islandia más de doscientaspiscinas públicas, dieciséis en lacapital. Conviene recordar, sin embargo,

que bañarse en una piscina islandesa esuna experiencia totalmente distinta a lade las piscinas españolas. De entrada, elagua está caliente, y nadar no es desdeluego lo más importante. Lo que se estilaen las piscinas islandesas es pasar deuno a otro Hot Pot, unas pozas en las queel agua suele estar entre 38 y 42 grados,sentarse un rato y charlar con loscompañeros de experiencia, que encuanto ven a un extranjero suelenpreguntarle How do you like Iceland?,para interesarse a continuación por loslugares que ha visitado y la gente que haconocido. No tarda en aparecer, porsupuesto, algún conocido común, ante lo

cual se les ilumina la mirada. Es lo quetiene la dichosa endogamia islandesa.

Es cierto que, sumergido en los HotPots, hay momentos en que uno se sientecomo un huevo en un cazo, esperandocon resignación que llegue el punto deebullición, pero también es verdad queuno acaba por acostumbrarse al aguasupercaliente y le parece ver como losporos se van abriendo lentamente y lasalud entra a raudales en su cuerpo. Acontinuación, un baño de vapor y unascuantas brazadas en la piscina, sincansarse demasiado, completan elagradable tratamiento.

Lo más importante de ir a la piscina

es que ves a los amigos y vecinos —meaclaró Einar—. Es como nuestro clubsocial. En Gran Bretaña tienen los pubs,y nosotros aquí tenemos las piscinas.

He comprobado que a los turistasmás puretas, en especial a losnorteamericanos, les incomodacomprobar que en los vestuariosislandeses te obligan a desnudarte porcompleto, a ducharte en pelotas antes deentrar en la piscina y a limpiarte a fondolas partes pudendas. La mayoría acabanpor aceptarlo ante las estrictasinstrucciones de los vigilantes, pero loshay que, indignados, optar por regresaral hotel y tomar un baño en la bañera.

De entre las piscinas de Reykiavik,mi preferida es la de Sundhöll, cubiertay muy céntrica, con una arquitectura delos años treinta muy atractiva, peroEinar me informó que aquel díateníamos que ir a la de Laugardalslaug,ya que aprovecharía para ir a buscar asu madre, que iba allí a diario parahacer una especie de gimnasia depiscina… y para hablar con las amigas,claro.

Recogimos a la madre de Einar enuna casa cercana a la piscina y, antes desalir, aún tuvo tiempo de demostrarmeque a sus más de ochenta años manteníaintacto el sentido del humor. Mientras

me mostraba un cuadro de un cotizadopintor islandés que representaba unpaisaje invernal, recordó, entre risas,que cuando varias décadas atrás lohabía llevado a enmarcar, el enmarcadorlo había recortado un poco porque,según dijo, «no tenía marcos de aquellamedida». No contento con esto, yencontrando que el cuadro era un tantolúgubre, con una luz mortecina, le habíaañadido por su cuenta unas briznas dehierba y unas florecillas de colores enprimer plano. Aquella fue ladesinteresada contribución al arteislandés del siglo XX del anónimoenmarcador, que en ningún momento se

percató de que era un famoso pintorquien firmaba el cuadro.

Aparte de la anécdota, la madre deEinar me regaló además en aquellavisita un par de piedras redondeadas delava que, según dijo, solían encontrarseen las playas del Este y que, según latradición, aseguraban a las embarazadasun parto sin problemas.

—Lo único que tienes que hacer esponerlas bajo la almohada cada noche—me dijo.

—Pero… —observé condesconcierto—, dudo mucho que yo estéembarazado.

—Nunca se sabe —se rió con aire

travieso—. Aquí en Islandia pasan cosasmuy raras.

Salimos, pues, en dirección a lapiscina, yo con mis dos piedras en elbolsillo y con el convencimiento de quenunca lograría ponerme al día sobre lascomplejidades de la vida en Islandia.

Una vez en la piscina, tras pasar porel ritual de la ducha, me sumergí en lostres Hot Pots de manera consecutiva,hasta que el síndrome del huevo enebullición me aconsejó que era mejordejarlo. Inevitablemente, varios de lospresentes se interesaron por mi país deprocedencia y me preguntaron How doyou like Iceland? Cuando les dije que

había venido para ver el volcánEyjafiallajökull no disimularon suregocijo. Se rieron, comentaron entreellos algunas cosas en islandés, y sevolvieron a reír hasta que uno de losinterfectos, un tipo alto y fornido, condientes de conejo, me dijo sin aparcar lasonrisa:

—Has venido a ver el fin del mundoy te has encontrado con que aquí la genteno ha cambiado su rutina diaria.

—Pues sí… Más o menos…—Te diré algo: en contra de lo que

parece, los volcanes islandeses, vistosdesde lejos, son mucho más peligrososque vistos de cerca.

Me apunté la sabia frase y les dejéallí riéndose del pobre extranjero quehabía confundido la erupción de unvolcán islandés con una noticia digna deser convertida en reportaje.

A continuación, me sumergí en lapiscina de agua caliente y di unascuantas brazadas mientras veía de lejoscómo la madre de Einar practicaba unaespecie de coreografías en el agua, conun grupo de la tercera edad, y Einar seenrollaba con unos desconocidos,confirmando una vez más que laspiscinas son lo más parecido a un pubque pueda encontrarse en Islandia.

La tarde transcurrió tranquila en casa deEinar y Margrét, con las niñas jugandoen el jardín, la perra Hekla ladrando atodo lo que se movía y yo tratando depasar en limpio a mi ordenador todo loque había aprendido sobre Islandia.

Después de cenar, Einar propuso ir atomar unas cervezas al centro. Laprimera fue en el Naekst, un bar situadoenfrente del Teatro de la Ópera. Estabaa tope y, entre la clientela de aspectoalternativo, había un viejo conocido:Ásgeir, el divertido pintor, siempresonriente, que había estado casado conla hermana de Einar. Me explicó que

había pasado los últimos seis mesesviviendo en un pueblo cerca de Alicantey, para demostrarme sus progresos conel castellano, me abrazó mientrasrepetía: «¡Mucho bien!, ¡mucho bien!».

El Naekst, reconvertido a aquellashoras nocturnas en una especie de cafécantante, acogía la actuación de un parde chicas de aspecto divertido: unapequeña y seria, y la otra alta, delgada ypayasa. Cantaban en islandés, pero trasellas había una pantalla en la queaparecía la traducción al inglés de todocuanto decían. Decididamente,Reykiavik se estaba convirtiendo en unaciudad muy cosmopolita. Su canción

estrella, «Te odio», dedicada alcomplejo mundo de las parejas en crisis,incluía frases tan sensibles como «teodio, y cuando no miras te cambio tucerveza por meados de gato…». Sumayor éxito, sin embargo, llegó cuandofingieron que eran dos políticas,islandesas por supuesto, que seolvidaban por completo del pueblo y seponían a hablar entre ellas de sus cosas.Fue un gag muy actual, muy aplaudidopor aquel grupo de islandesesclaramente partidarios de combatir lakreppa (la catástrofe) con risas.

Pasamos por el Prikid y por algúnotro bar cuyo nombre no recuerdo, pero

la última cerveza —o más bien lasúltimas cervezas— fueron en el Ölstofa,un local lleno de gente joven con lamúsica suficientemente baja para que sepudiera mantener una conversación sintener que recurrir a los gritos.Abundaban los grupos de estudiantesmuy jóvenes, que lucían una gorra demarinero que indicaba que se acababande graduar, y se oían risas por todaspartes. La crisis, en aquel momento,parecía algo muy lejano, y losextranjeros podíamos aprovechar que,gracias a la devaluación de la corona, lacerveza salía a mitad de precio que unpar de años atrás.

Einar, más en su salsa que nunca, sepuso a hablar con todos los conocidosque encontró, que eran casi todos losclientes del bar, y se presentó a lospocos desconocidos del local paracontarles que en aquellos momentos erael hombre más feliz del mundo y queIslandia, a pesar de la crisis, le parecíaun país maravilloso.

A las dos de la madrugada cerró elbar y nos encontramos de nuevo en lacalle. Hacía una noche clara, sin asomode oscuridad y no demasiado fría. Einarquería continuar bebiendo en otro barcercano al Parlamento, pero Margrét lehizo desistir con el siguiente argumento:

«Es mejor dejarlo cuando aún te lo estáspasando bien». Einar reflexionó,recordó probablemente algunashorribles resacas del pasado, encontróque la propuesta de dejarlo allí era másque razonable y regresamos todos a casapara alborozo de la perra Hekla, que nosrecibió, orgullosa de su instinto cazador,con una muñeca de las niñas a mediodespanzurrar entre sus afiladoscolmillos.

19. La resaca de lacrisis

Me desperté con resaca, y no es extraño,ya que la noche anterior habían caídomás cervezas de las que estoyacostumbrado a beber. Para redondearel panorama, había pasado una nochepoblada de extrañas pesadillas en lasque se me aparecía Islandia, primerocon un volcán del que salía una densahumareda de color negro; segundo,sacudida por un fuerte terremoto; y,

tercero, hundiéndose lentamente en elmar hasta desaparecer por completo,como si se tratara de una nuevaAtlántida. La catástrofe, la famosakreppa, se consumaba en mis sueños.

Lo primero que hice al levantarmefue mirar por la ventana para comprobarque no había ninguna columna de humoen el horizonte. Por suerte no la había, yel mar no había subido de nivel. Todoestaba en su sitio: lucía un solespléndido y unos cuantos niños rubiosjugaban en la calle con caras defelicidad.

Mientras desayunábamos, les conté aEinar y a Margrét mi extraña pesadilla,

pero no pareció que se la tomaran comoun aviso de los dioses vikingos. Alcontrario, ambos se hartaron de reírmientras Hekla, contagiada por laeuforia, daba vueltas a la mesa como sifuera un ciclón.

—Estamos mal, pero no tanto —comentó Einar sin dejar de reír—. Comotú mismo puedes comprobar, demomento la isla aún no se ha hundido.

A continuación, quizás paratranquilizarme, me propuso ir a visitarla sede del Banco Central. Así podríaver de cerca, dijo, la institución queostenta el poder económico de Islandia,y comprobar de paso que no estaba al

borde del hundimiento. Para redondearla mañana, iríamos a comer con Arthur,un economista norteamericano que vivíadesde hacía años en Islandia y que medaría una visión documentada sobre larecesión que estaba viviendo el país.

Nos detuvimos en una gasolinera allenar el depósito y, mientras Einarpagaba con su tarjeta de crédito, recordécómo me sorprendía al principio ver quelos islandeses utilizaban la tarjeta parapagarlo casi todo, desde un café hasta uncoche, pasando por un trayecto en taxi.La utilizaban tan a menudo que a veceshasta me olvidaba de cómo eran los

billetes de curso legal, las coronasislandesas.

Sea como sea, la corona islandesaexiste y la institución encargada deemitirla es el Banco Central de Islandia,cuya sede, en un edificio negro einquietante como un río de lava, estásituada en pleno centro de Reykiavik,muy cerca del puerto, de los edificios delos ministerios y de la estatua levantadaen homenaje al primer colono islandés,Ingólfur Arnarson, que decidió instalarsu granja en lo que acabaría siendo lacapital de la isla en la lejana fecha de874.

Ingólfur Arnarson no conoció, por

supuesto, ningún tipo de divisa. Lacorona llegaría mucho más tarde a laisla: en 1874, la corona danesa y en1918, la islandesa. Lo comprobévisitando en compañía de Einar lacuriosa exposición que hay en la plantabaja del Banco Central de Islandia,donde se exhiben, junto a las monedas ybilletes de curso corriente, piezas depescado seco y retales de ropa, que eralo que más circulaba siglos atrás para elintercambio.

—Hace cien años, apenas circulabadinero en la isla —me comentó Einar—.Casi todo funcionaba a base de trueques.Lo del pescado seco como material de

intercambio estaba tan enraizado que en1944, con la independencia, inclusohubo quien propuso ponerlo en el centrode la bandera de Islandia.

—¡¿Un bacalao seco en la bandera?!—Ríete, ríete, pero es mucha la

gente de todo el mundo que asocia aIslandia con el bacalao.

Mientras me reía pensé que en elfondo tenía razón: cuando preguntas enEspaña qué productos asocian conIslandia, enseguida hay quien dice elbacalao, aunque en los últimos años elnombre de Björk no tarda en aflorar.Pero, bueno, poner una foto de Björk enmedio de la bandera también sería un

disparate.En resumen, que lo de la corona

islandesa está muy bien y lo del pescadoseco denota en el fondo un profundoromanticismo, pero lo que está claro enla economía islandesa de los últimosaños es que ha quedado marcada por lakreppa, la catástrofe que sacudió la islaen octubre de 2008, cuando los tresbancos comerciales del país sehundieron e Islandia quedó sumida enuna gran crisis.

La visita al Banco Central fue breve,ya que ni sus responsables ni losseguratas de la puerta estaban para toursturísticos con la que estaba cayendo en

el país. Fue, por tanto, un visto y novisto, aunque Einar me compensó a lasalida llevándome a comer a unrestaurante del centro, el Tiu Droppar,con Arthur, el economistanorteamericano que parecía saberlo todosobre los últimos años de Islandia.

—Lo que sucedió aquí —meresumió Arthur ya antes de encargar lacomida— fue al fin y al cabo lo quepuedes esperar cuando juntas a unoscuantos adolescentes, unas cajas decerveza y las llaves de un coche. Tienesla certeza de que acabará mal, ya quelos adolescentes beberán demasiado,conducirán borrachos y acabarán

estrellándose con el coche.Me gustó aquella imagen en la que

los adolescentes eran, por supuesto, losjóvenes banqueros y empresariosatrevidos que, con el beneplácito delGobierno, habían tomado el mando delos negocios y los bancos islandeses.Hasta octubre de 2008 todo parecíasonreírles: sus empresas iban viento enpopa, compraban negocios boyantes enel extranjero, volaban en jets privados,navegaban en yates dorados y los bancosislandeses ofrecían los intereses másaltos. Pero la burbuja acabó estallando yahora los islandeses culpaban a losjóvenes y ambiciosos empresarios de

haber arruinado al país.—El desastre no se pudo detener a

tiempo porque era muy difícil de prever—comentó Arthur cuando llegó el casiinevitable plato de bacalao—. Lo vesdespués, cuando ya es demasiado tarde.Cuando el mercado sube nadiesospecha, nadie se da cuenta. Todosestán encantados. Es sólo al final,cuando baja, que empiezan laspreocupaciones. Es en el fondo como elcuento del traje nuevo del emperador.Sólo cuando bajó la marea pudimos verque los bancos islandeses estabandesnudos.

—¿Pero los expertos no lo veían?

—Por desgracia, la economía no escomo el tiempo; no es una ciencia exactasobre la que pueden hacersepredicciones. Depende de lascircunstancias. Y en este caso lascircunstancias jugaron a la contra… Detodos modos, había algunas cifraspreocupantes: la Bolsa multiplicó pornueve su valor entre 2003 y 2007, y setriplicó el precio de los pisos. Vivíamosen una burbuja…

Los datos eran alarmantes antes delgran batacazo: los tres bancosprincipales de Islandia —Glitnir,Landsbanki y Kaupthing—, privatizadosen 2001, tenían una deuda externa

combinada que excedía en seis veces elProducto Interior Bruto de la nación ysuponía unos 160.000 euros porhabitante. Operaban en veinte países yhabían comprado empresas punteras enInglaterra y en Dinamarca. Losbanqueros corruptos se concedíancréditos a si mismos, a sus amigos y aalgunos políticos, sin que fueranecesaria ninguna garantía. Eranaquellos años en que todos veneraban alos BuyKings, que eran lo más parecidoa los jeques árabes que había entoncesen Europa. Sin embargo, el semanarioThe Economist ya había señalado a lacorona islandesa, en 2007, como «la

divisa más sobrevalorada del mundo».Era difícil salir de aquel maldito

embrollo. El resultado fue que en otoñode 2008 Islandia pasó de ocupar el sextolugar del mundo, en función delProducto Interior Bruto per cápita, aexperimentar una crisis que algunosislandeses calificaron como «nuestro 11de septiembre». Subieron la inflación yel paro, la corona se devaluó hasta un60%, se perdieron unos 100.000millones de dólares y el 14 de octubrede 2008 se produjo un crash en la Bolsaislandesa, al desplomarse un 77% y alperder los tres bancos privadosprácticamente todo su valor.

—El banco Kaupthing fuenacionalizado y los otros dos fueronintervenidos por el Estado —prosiguióArthur—. Los tres representabanalrededor del 90% del sistema bancariode Islandia. Ahora están dirigidos pormujeres… A ellas les toca arreglar eldesaguisado cometido por los hombres.

—Aquí hay una fuerte tradición demujeres en el poder.

—Es cierto, y vale la pena recordarque entre los financieros millonariosimplicados sólo había hombres, no másde veinte o treinta. Ellos lomangonearon todo… Sería interesanteque hablaras con la que fue presidenta

del país, Vigdis Finnbogadóttir, que esprobablemente el personaje másrespetado de Islandia. Es una granmujer, como espero que también lo seanlas que ahora dirigen los bancos. Pero laverdad es que hoy estamos en manos delFondo Monetario Internacional.

—Pero ¿cómo pudo llegarse hastaaquí?

—El Banco Central había situadolos tipos de interés a un nivel muy alto, ylas economías pequeñas atraen a losespeculadores. Por otra parte, losislandeses pedían créditos en elextranjero a tipos más bajos. La deudade los bancos aumentó y el Gobierno no

pudo hacer nada cuando estalló la crisisen octubre de 2008, ya que Islandiacontaba con una reserva de divisas muypequeña. Al final, la única solución fuepedir ayuda al extranjero.

—Al Fondo MonetarioInternacional.

—En efecto. El Gobierno solicitóayuda al FMI, que aprobó un préstamode 2.100 millones de dólares,completado con otros 2.500 millones dealgunos países nórdicos. Islandia tuvoque ser rescatada por el FMI, que aplicólas medidas habituales: salarios másbajos e impuestos más altos. Se hareducido el poder adquisitivo de los

islandeses y se ha resentido el Estadodel Bienestar.

—¿Y cómo contemplan ahora loseconomistas el futuro?

—Dos años después hay síntomas demejora —sonrió—. Tenemos gente muypreparada y contamos con los ingresosde la pesca, del turismo, del aluminio…Somos sólo 320.000 y no necesitamostanto para hacer crecer la economía. Ladevaluación nos fue bien para laexportación, pero es evidente queperjudica a la gente que pagaba suscasas con créditos en divisasextranjeras. Son muchos los que no hanpodido hacer frente al pago de sus

hipotecas. Y el consumo también se haresentido.

—Por lo que he oído esos días, lospolíticos están en el punto de mira demuchos islandeses.

—Las manifestaciones de 2009consiguieron que dimitiera el Gobiernoy que subiera al poder el primerGobierno de izquierdas, y ahora en lasmunicipales de Reykiavik dicen queganará un actor cómico… Es como unchiste: a los jóvenes banqueros les hanbastado tres años para poner a punto unarevolución, cuando la izquierda no habíapodido lograrlo en décadas.

—¿Crees que el Gobierno era

corrupto?—Quizás de un modo indirecto. Pero

en cualquier caso fueron demasiadoinocentes. Los que sí eran corruptos eranlos financieros millonarios. Un casocurioso es el de David Oddson, que fueprimer ministro entre 1991 y 2004 y,entre 2004 y 2005, ministro de AsuntosExteriores. A partir de 1994 liberalizólos sistemas bancario y fiscal paraadaptar la economía islandesa alEspacio Económico Europeo. Antes,entre 1982 y 1991, había sido alcalde deReykiavik, y entre 2005 y 2009 fuegobernador del Banco Central deIslandia.

—Un hombre importante, por lo queveo.

—Lo fue. A partir de la crisis elpueblo le consideró culpable y haperdido todo su prestigio. El pasadoabril, sin embargo, fue nombrado editord e l Morgunbladid. Un tercio de lossuscriptores se han dado de baja. Enestos momentos, los islandeses noperdonan… Estoy convencido que alargo plazo habrá muchos litigios, y aúntiene que resolverse el caso Icesave.

El tema de Icesave, la filial porInternet del Landsbanki, con cuentas deahorro con intereses muy altos, habíasoliviantado, una vez más, a los

islandeses y los había alejado todavíamás de sus políticos. Todo empezó conla kreppa, en octubre de 2008, cuando elReino Unido y Holanda reclamaroncompensaciones para los más de400.000 clientes de sus países quehabían depositado su dinero en Icesave,por un valor de unos 4.000 millones deeuros que, al declararse en bancarrota elbanco, quedaban colgados del vacío.Para resolver el caso, en el Reino Unidoel entonces primer ministro GordonBrown recurrió a una ley antiterroristapara bloquear los fondos de ciudadanosislandeses en su país, una medida quecayó fatal en Islandia y que contribuyó a

que quebrara toda la banca.Holanda y el Reino Unido

devolvieron la totalidad de susdepósitos a sus ciudadanos y exigieronal Gobierno islandés que pagara los4.000 millones de euros. El Parlamentoislandés aprobó el 30 de diciembre del2009 una ley que preveía la devoluciónde los 4.000 millones al Reino Unido yHolanda, para compensar a losciudadanos afectados por la bancarrotade Landsbanki, el banco que gestionabalos depósitos de Icesave. El pago teníaque hacerse en quince años y al 5.5%, loque provocó una gran resistencia porparte de los islandeses, que reunieron un

total de 56.089 firmas, una cuarta partedel electorado del país, en contra delmodo en que se habían pactado lasindemnizaciones. El presidente deIslandia, Ólafur Grimsson, se negó enenero de 2010 a ratificar esta ley yanunció que, antes de firmarla, lasometería a referéndum. Este se celebróel 6 de marzo de 2010 y dio un resultadode 93% de votos en contra de la ley ysólo un 2% a favor.

—En la prensa extranjera no seentendió bien el tema Icesave —intervino Einar—. Muchos diariosdijeron que el Gobierno islandés senegaba a pagar. Y esto no es verdad. La

razón del rechazo es que los islandesesqueremos un buen trato. El que aprobóel Parlamento parecía un nuevo Tratadode Versalles. Cuando los bancosislandeses generaron esta deuda noconsultaron a los islandeses, y ahoratenemos que pagar entre todos losciudadanos. El Gobierno recibió lascifras del Reino Unido y de Holanda ylas aceptó sin rechistar. Lo que pedimoses que se revisen las cifras y haya unbuen acuerdo.

Posteriormente, se negoció un nuevoacuerdo más ventajoso, a pagar en 37años con tipos del 3%), pero en unnuevo referéndum el pueblo islandés

volvió a rechazarlo, esta vez con un59% de votos en contra.

—Europa no se portó bien con losislandeses —concluyó Arthur—. Losacusaron de terroristas y han queridoque todos los islandeses paguen porIcesave.

—Y, visto con un poco de distancia,sin entrar en detalles concretos, ¿cómose puede enfocar lo que ha pasado enIslandia?

—Es interesante mirarlo todo desdeun punto de vista de geopolíticaestratégica —prosiguió Arthur—.Primero la base norteamericana ligabaIslandia a Estados Unidos, después el

país miró hacia Europa y ahora, tras lacrisis, hay quien piensa que deberíaentrar en la Unión Europea, aunque estees un tema que levanta muchacontroversia. En cualquier caso —sonrió—, Islandia es uno de los paísesmejor situados del mundo, a mediocamino entre Europa y América, y esevidente que el calentamiento global lebeneficiará.

Nos despedimos de Arthur a la salidadel restaurante y, mientras caminábamospor la calle Laugavegur hacia el coche,Einar me comentó que haría gestionespara que pudiera entrevistar a la ex

presidenta Vigdis Finnbogadóttir, lamujer más respetada de Islandia. Se loagradecí, por supuesto, ya que aquellamujer se había convertido en toda unareferencia. Por otra parte, Einar merecomendó la lectura de El libro blanco,de Einar Már Gudmunson, un escritormuy respetado en Islandia que habíapublicado sus contundentes opinionessobre la crisis en que estaba sumido elpaís.

Aquella misma tarde me hice con unejemplar traducido al inglés y empecé aleerlo con avidez. La resaca, por suerte,ya se había esfumado. La mía, claro,porque la de Islandia parecía que iba

para largo.

20. La Revolución delas cacerolas

Cuando al cabo de un par de días Einarme propuso ir a tomar una cerveza alKaffi Brenslann acepté encantado. Teníabuenos recuerdos de aquel bar situadoen Austurvöllur, la céntrica plaza en laque reinaban la sede del Parlamento deIslandia, el Hotel Borg, unas cuantasterrazas de bares, la iglesia más antiguade la ciudad, la discoteca NASA y,oteando el horizonte desde lo alto de su

pedestal, la estatua de Jon Sigurdsson(1811-1879), uno de los héroes delmovimiento a favor de la independencia.

Me gusta Austurvöllur,especialmente cuando hace buen tiempoy las terrazas se llenan de gente ávida dedejarse acariciar por los cálidos rayosdel dios sol. En el Café de París seinstalan los islandeses mástradicionales, mientras que los jóvenesse reparten por las otras terrazas y losadolescentes optan por tumbarse en elcésped, junto a la estatua de JonSigurdsson, famoso por aparecer en losbilletes de 500 coronas.

Mi recuerdo del Kaffi Brenslann se

concretaba en la gran cristalera que seabría a la plaza y en las numerosasbotellas de cerveza, de más de cienpaíses distintos, que se alineaban detrásde la barra como una invitación alalcoholismo sin fronteras. Me gustaba elambiente joven que se respiraba y habíaido alguna vez a comer alguno de susplatos informales. Antes de entrar, sinembargo, tuve la primera sorpresa: elbar ya no se llamaba Kaffi Brenslann, sino que había adoptado el nuevo nombrede Islenska Barinn, o Bar Islandés.Consecuencias de la kreppa, supongo:cambio de propietario, cambio deorientación, cambio de nombre y quizás

cambio de clientela. La decoracióninterior, por suerte, no había cambiadodemasiado. En cuanto a la clientela, eradifícil decirlo, ya que a aquellas horasde la mañana el bar se veíacomprensiblemente vacío.

Estábamos tomando una cervezacuando me llamó la atención, junto a labarra, una gran foto que mostraba una delas manifestaciones que en 2009 habíantenido lugar allí mismo, en la plaza delParlamento, para censurar la actuaciónde los políticos que dejaron campar asus anchas a los financieros que habíanllevado el país a la ruina.

—Fíjate en que al lado hay otra foto,

de cuando la gente se manifestó en elmismo lugar, en 1949, contra la basenorteamericana de Keflavik —mecomentó Einar—. Entonces la policíalanzó botes de humo para disolverlos.Fue un hito en la historia reciente deIslandia. Ahora la han complementadocon esta otra foto mucho más reciente delas manifestaciones, que también hansupuesto un antes y un después en lahistoria de nuestro país.

En la foto más reciente podía verseel edificio del Parlamento, fuertementecustodiado por policías equipados conmaterial antidisturbios, ensuciado conpintura de distintos colores lanzada por

los manifestantes.—En estas dos fotos están

representadas dos generaciones deIslandia —resumió Einar—. La de mipadre en la primera, la mía en lasegunda. La primera manifestación notuvo mucho éxito, ya que la basenorteamericana no se desmanteló hastaseptiembre de 2006, y no por lasprotestas sino por el fin de la guerrafría, pero sirvió para demostrar que elpueblo de Islandia sabe reaccionarcuando hay algo que no le gusta. Encuanto a las segundas manifestaciones,provocaron en 2009 que se convocarannuevas elecciones y un cambio de

Gobierno. La reacción de los islandesesfue toda una lección para unos políticosque pretendían continuar después de lagran crisis como si no hubiera pasadonada.

Fue en octubre de 2008,inmediatamente después de que saltarala noticia de la catástrofe económica quese cernía sobre Islandia, cuandoempezaron en Austurvöllur lasmanifestaciones contra el Gobierno.Primero fueron esporádicas, con unapresencia testimonial; el 11 de octubrede 2008, el trovador Hördur Torfason,que tuvo su momento de fama a finalesde los años setenta, ofreció su altavoz en

la plaza del Parlamento para que lagente expresara en voz alta suindignación por lo sucedido. El sábadosiguiente ya hubo una manifestaciónconvocada por Raddir Fólksins (lasVoces del Pueblo), a la que acudieronmuchos islandeses equipados consartenes y cacerolas que golpearon hastacansarse para hacer público y sonoro sudescontento. A partir de aquel día, laRevolución de las cacerolas fuetomando cuerpo y cada sábado se fueronreuniendo en la plaza del Parlamentonumerosos manifestantes que pedían ladimisión del Gobierno, al queconsideraban cómplice de los odiados

financieros que habían llevado al país ala ruina, y un nuevo escenario político.Fueron manifestaciones en su mayoríapacíficas, en las que no hubo heridos deimportancia y en las que nunca se quemóni un solo coche.

El 20 de enero de 2009, cuando elParlamento islandés volvió a reunirsedespués de las largas vacaciones deNavidad, las protestas arreciaron y losmanifestantes gritaron al unísono contra«el Gobierno incompetente».Expresando el sentir de los convocados,un joven envalentonado logró escalar lafachada del Parlamento para plantar enla primera planta la bandera de Bonus,

los supermercados más famosos deIslandia, propiedad de uno de los gruposfinancieros responsables del desastre.El símbolo de Bonus, un cerdito rosasobre fondo amarillo, se convirtió deeste modo en emblema de las protestascontra la corrupción del Gobierno.

Dos días después, el 22 de enero lapolicía lanzó gases lacrimógenos paradispersar a la multitud, algo que noocurría desde las manifestaciones contrala base norteamericana de 1949. A pesardel anuncio hecho por el primerministro, Geir Haarde, el 23 de enero,de que adelantaría las elecciones al 25de abril de 2009, cuando estaban

previstas para el 2011, y de que él seretiraba de la política por culpa de uncáncer de esófago, las protestascontinuaron en la calle pidiendo unnuevo escenario político. Cuando ya secontaban catorce semanas demanifestaciones, el 26 de enero Haardeanunció que dimitía como primerministro. Y todo el Gobierno renunció acontinuar.

Una semana después, el 1 de febrerode 2009, subía al poder un nuevoGobierno de izquierdas, dirigido por laprimera ministra Jóhanna Sigurdardóttir,una lesbiana de la AlianzaSocialdemócrata que acabaría

casándose con su pareja, la autorateatral Jónína Leósdóttir, en junio de2010. Los socialdemócratas pasaron agobernar en coalición con la IzquierdaVerde, con el apoyo del PartidoProgresista. Una de las primerasdecisiones del nuevo Gobierno fue echarde su cargo al histórico David Oddson,gobernador del Banco Central queparecía incombustible y que había sidoanteriormente alcalde de Reykiavik, de1982 a 1991, primer ministro entre 1991y 2004, y ministro de Asuntos Exterioresentre 2004 y 2005. Su apartamientosimbolizó la caída del antiguo régimen.

En las elecciones del 25 de abril de

2009 tanto la Alianza Socialdemócratacomo a Izquierda Verde aumentaron susvotos y pudieron formar un nuevoGobierno con mayoría parlamentaria.También subió el Partido Progresista, yel Movimiento de los Ciudadanos,creado a partir de las protestas,consiguió cuatro escaños. El Partido dela Independencia, que se habíamantenido durante dieciocho años en elpoder, hasta enero de 2009, perdió unatercera parte de los votos y nueveescaños. El 10 de mayo de 2009 tomóposesión el nuevo Gobierno, conJóhanna Sigurdardóttir como primeraministra.

Distintos analistas políticoscomentaron que el movimientociudadano islandés constituía una«nueva época de rebelión y protestas», yhasta hubo quien lo comparó con lareacción del pueblo en la Revoluciónfrancesa. Una cosa estaba clara: losislandeses habían decidido salir a lacalle para expresar su protesta por lacatástrofe económica y tumbar alGobierno. Su decidida actuación, quepasó desapercibida en buena parte de laprensa mundial, recibiría con el tiempoel calificativo de Revolución silenciada,y tendría un gran éxito en los forosalternativos de Internet.

—El problema ahora —resumióEinar— es que los islandeses recelamosde los políticos de siempre y buscamosun nuevo escenario político. Espeligroso, ya que es un terreno abonadopara líderes populistas, pero tendremosque esperar para ver cómo acaba.

Entre los nuevos líderes surgidos delpueblo, completamente alejados de losviejos esquemas políticos, Einar citó,una vez más, a Jón Gnarr, el actorcómico que había decidido fundar elMejor Partido para presentarse a laselecciones a la alcaldía de Reykiavik ya quien todas las encuestas situabancomo futuro alcalde.

—Su programa está lleno de cosasgraciosas —señaló Einar—. Entre otrascosas promete traer un oso polar para elzoo de animales domésticos deReykiavik, un Parlamento libre dedrogas y toallas gratis en las piscinaspúblicas. Veremos qué hará cuandogobierne, porque está claro que sólo conbromas no lograremos salir adelante.

Einar no fue el único que me hablóde Jón Gnarr. Casi todos los islandeses,de hecho, hablaban de lo mismoaquellos días; de la irresistibleascensión de Jón Gnarr, un actor cómicode 43 años que plantaba cara a lospartidos tradicionales y que se hacía

merecedor de un capítulo aparte.

21. Jón Gnarr, actorcómico y alcalde

Fueron pasando los días y en laselecciones del 29 de mayo de 2010, talcomo pronosticaban las encuestas, BestiFlokurinn (el Mejor Partido) seconvirtió en la lista más votada para elAyuntamiento de Reykiavik, con el34,7% de los votos y 6 de los 15escaños en disputa, desbancando alconservador Partido de laIndependencia, que se quedó sólo con 5.

El actor cómico Jón Gnarr, de 43 años,se confirmaba como futuro alcalde(sería elegido el 15 de junio). Losislandeses parecían desconcertados,pero el hartazgo de los viejos políticosera tal que una lista alternativa sin unprograma concreto se había llevado lamayoría de los votos.

El día antes de las elecciones, envista de que todos hablaban de JónGnarr, alquilamos con Einar el DVD desu última película, Bjarnfredarson, ynos dispusimos a verla después decenar. La película, derivada de unaexitosa serie de la televisión islandesa,repasaba la vida de un pobre chico

islandés, hijo de una madre solterafeminista y comunista radical que habíaquerido educarlo en la libertad y elcompromiso, sin desviarse ni una pizcade la ortodoxia… y había visto como,con el tiempo, se convertía en nadamenos que un asesino. El estreno de lapelícula había tenido un éxito tanespectacular en Islandia que habíadejado en un segundo lugar a lasuperventas Avatar. Era evidente, sinembargo, que como alcalde deReykiavik, Jón Gnarr no lo tendría tanfácil.

—Jón Gnarr empezó como músicopunk para pasarse después a la comedia

—me situó Einar—. A finales de 2009creó el Mejor Partido y pronto loveremos como alcalde de Reykiavik.

Nacido en Reykiavik en 1967, hijode un policía que militaba en elcomunismo y de una cocinera, Jón Gnarrfue siempre un mal estudiante. A los 11años decidió que no le interesaba laescuela, ya que, según confesó, teníavocación de payaso o de pirata, y senegó a aprender nada más. A los 13 dejóde ir a clase y se unió a la gran familiapunk de Reykiavik. A los 14 le enviarona una escuela para adolescentesdifíciles, pero a los 16 no aguantó más yse fugó. Jón, que se proclama de

ideología anarquista, se unió a gruposecologistas, escribió poesía y viajó conla primera banda de Björk. Quizás poreso su esposa, Jóga Johannsdóttir, unamasajista, se encuentra entre las mejoresamigas de la superestrella Björk, que lededicó la canción «Jóga».

En sus tiempos punk, Jón se hacíallamar Jónsi Pönk (algo así como JohnnyPunk), pero nunca tuvo un gran éxitocomo músico. En 1990, cuando tenía 23años, emigró a Suecia, donde estuvotrabajando un tiempo en la fábrica deautomóviles Volvo. Dos años despuésregresó a Islandia, totalmenteconvencido de su vocación de actor

cómico. Su carrera, a partir de 1992, fueya imparable: triunfó en la radio y en latelevisión, donde tuvo un programaestrella llamado Gnarrenburg, «laciudad de Gnarr», nombre con el quealgunos han rebautizado a Reykiavikdesde que él llegara a la alcaldía.

En el año 2000 Jón Gnarr, despuésde haber tenido éxito en varias seriestelevisivas, estrenó su primera película,Islenski draumurinn («El sueñoislandés»), que trata de un ciudadanoislandés que sueña con hacerse ricoimportando cigarrillos búlgaros. Lapelícula fue de las tres primeras encuanto a taquilla, lo que confirmó la

fama de Jón Gnarr. En 2002 llegó susegunda película, Madur eins og ég(«Un hombre como yo»), una comediaromántica. En 2009, Bjarnfredarsonsupuso su mayor éxito hasta ahora.

Padre de cinco hijos, Jón Gnarrmanifestó cuando decidió entrar en lapolítica para satirizar a los partidospolíticos islandeses que «nunca habíasentido interés por la política, pero creoque hay que ayudar a que los ciudadanosse diviertan». Y añadió: «Se puedenhacer cosas serias siendo divertido.Nosotros ofrecemos confianza a lagente». Quizás por eso sus promesaselectorales eran toallas gratis en las

piscinas públicas, una disneylandiacerca del aeropuerto, un oso para el zoodoméstico de Reykiavik, un Parlamentolibre de drogas para el 2020 y una«transparencia sostenible».

—Lo terrible es que la gente sabeque Jón es un actor cómico, pero nosaben nada de sus ideas políticas —comentó Einar, expresando eldesconcierto general—. Incluso cuandole ves actuar, nunca sabes si estáhablando en serio o en broma.

Para formar el Mejor Partido, JónGnarr recurrió, a finales de 2009, a susamigos, muchos de los cuales procedende las filas del punk islandés. «Que algo

sea divertido no quiere decir que no seaserio», insistió Jón, que se promocionóen la pequeña pantalla al ritmo de lacanción «Simply the Best», de TinaTurner, y que en sus programas de radiosolía llamar por teléfono a la CasaBlanca, a la CIA y al FBI para ver sihabían encontrado su cartera. El tercerlugar de la lista del Mejor Partido fuepara Ottarr Proppe, que entre 1988 y1994 formó parte de la banda de punkRass y de la de rock HAM, y que en1992 actuó en la película SodomaReykiavik.

«Me considero a mi mismo una persona

muy moral», declaró Jón Gnarr a laprensa durante las elecciones. «Mesentía como un personaje de Beckett, deesos que tienen obligaciones moralespero que no pueden comprender lo queestá sucediendo. Era algo así comoEsperando a Godot, yo estaba en ellimbo. Cuando decidí fundar el MejorPartido fue porque tuve la impresión deque Islandia necesitaba algo nuevo, airefresco». Y añadía: «He dicho que BestiFlokkurinn es un partido anarco-surrealista, que combina lo mejor delanarquismo y del surrealismo. Y esta hasido siempre mi convicción política, deverdad».

En una larga entrevista para elsemanario The Reykjavik Grapevine,Jón Gnarr explicaba, en mayo de 2010,cómo su vocación política se habíaoriginado a partir de la indignaciónciudadana frente al estallido de la crisis.«Escuchaba todos los vacíos discursospolíticos, pero nunca me llegaban, hastaque llegó el colapso económico.Entonces pensé que ya tenía suficientede esta gente. Después del hundimiento yde los hechos que siguieron, empecé aleer las noticias locales y a ver losdebates políticos, y me dejaron tanfrustrado que pensé que debía haceralgo, que tenía que joder al sistema.

Para cambiarlo y conseguir algo».Sobre la corrupción islandesa,

añadía: «En Sicilia tienen un sistemafuerte, en el que todos tienen un nombrede familia con el que puedenidentificarles. Todos saben quién esquién, de que pueblo vienes y quién es tutío. Pero aquí, te puedes llamar EinarGudmundsson y nadie sabe quien eres. Yaquí es donde aparecen los partidospolíticos, formando alianzas feudalesque descienden del sistema que teníamosen el siglo XII. Tenemos los cuatropartidos de siempre: socialistas,conservadores, granjeros ysocialdemócratas, que a veces cambian

de nombre o se dividen, pero en elfondo mantienen los mismos privilegiosfeudales con que siempre hemos sidogobernados. Mi padre era un policía, yun comunista convencido. Fue policíahasta los 45 años, y nunca leascendieron, porque era del partidopolítico equivocado. Así es comofunciona nuestro sistema. Todo seresuelve conociendo a alguien, a travésdel nepotismo. Tienes que conocer aalguien para poder hacer algo».

Desde que el 15 de junio de 2010 JónGnarr tomó posesión como alcalde deReykiavik, se ha tenido que acostumbrar

a un nuevo escenario y a lidiar con elliderazgo político de una ciudad de másde 150.000 habitantes. Su «cara depalo» le permite de momento no meter lapata, pero está por ver qué pasará en elfuturo, qué soluciones aportará paraayudar a Reykiavik a salir de la crisis.De momento, en agosto del 2010 causósensación cuando acudió al desfile porlas calles de Reykiavik del Orgullo Gayvestido de drag queen, con un vestidofloreado, peluca rubia y labios pintados.Y también fue objeto de muchoscomentarios cuando felicitó lasvacaciones de Navidad en un video enel que aparecía con una máscara de

Darth Vader y un gorro de Papá Noel.En abril de 2011 provocó una polémicacuando, alegando que era pacifista, senegó a recibir en el Ayuntamiento alalmirante de la Marina de Alemania.«Soy pacifista y estoy en contra delmilitarismo en cualquiera de susformas», dijo. «No creo que esto sea unafalta de respeto para con la gente quenos visita. Sencillamente, no quieroningún contacto con lo militar. Es miopinión más sincera que Reykiavikdebería ser una ciudad de paz. Losislandeses deberían mostrar con susacciones que somos un país libre demilitares. Deberíamos hablar

constantemente a favor de la paz yprotestar contra la guerra».

Aunque estas manifestaciones no lecausaron grandes problemas a JónGnarr, el hecho de que subiera losimpuestos municipales originó, segúnlas encuestas, una gran pérdida depopularidad del Mejor Partido. Fueentonces cuando algunos recordaron loque había declarado a The ReykjavikGrapevine poco antes de ser elegido:«No sé cómo funciona el sistema deimpuestos, es muy complicado. Si pormi fuera, nadie pagaría impuestos. A míno me gusta pagar impuestos, siempreestoy en deuda con Hacienda y el

sistema me ha golpeado. No es justo yquiero cambiarlo».

22. Ministra con niño

Katrin Juliusdóttir, ministra de Turismoe Industria desde mayo de 2009, despuésde que los manifestantes forzaran laconvocatoria de nuevas elecciones, mecitó a última hora de la tarde en la sededel Parlamento de Islandia para unaentrevista. La plaza estaba tranquilaaquel día, muy lejos del ambientecrispado de las manifestaciones definales de 2008 e inicios de 2009. Habíasalido el sol y muchos jóvenes locelebraban tumbados en la hierba,

bebiendo cerveza bajo la estatua de JónSigurdsson.

Mi entrada en el Althingi, elParlamento islandés, se solucionó conun sencillo trámite administrativo y, unavez en el interior, me encontré rodeadode un ambiente funcional y moderno, conmucha luz, alejado de los parlamentososcuros y solemnes que conocía. Unniño de unos diez años, vestido con unacamiseta de baloncesto y pantalón corto,entró con aire enfadado y el pelorevuelto. Unos metros detrás suyoapareció una mujer alta, rubia y guapa,de 36 años, que se presentó como«Katrin Juliusdóttir, ministra de

Industria, Energía y Turismo».—Lo siento, llego tarde —se excusó

Katrin nada más llegar—. Tengo un díamuy ajetreado. Soy parlamentaria desdehace siete años y ministra desde haceuno, pero hoy es un día especialmentemovido. No sé si tendremos suficientetiempo. Además, le he prometido a mihijo que le acompañaré a hacer deporte.

El niño de la camiseta debaloncesto, su hijo, continuabarefunfuñando mientras jugaba con unapelota. Estaba claro que le iba a robar asu madre por unos minutos y no pensabaperdonármelo.

—Bien pensado, será mejor que

vayamos a un bar —dijo de pronto laministra—. Allí estaremos mejor.

Salimos del Parlamento y ganamos laplaza. A pie. La gente saludaba a laministra y ella les correspondía con unasonrisa, mientras el niño nos seguía sindejar de botar la pelota. «Aquí todosnos conocemos», se limitó a decirme. Nirastro de guardaespaldas, coche oficialo algo parecido. Da la impresión de queen Islandia, a diferencia de lo quesucede en la mayoría de países, no hayningún muro que separe a los políticosdel pueblo. Ser tan pocos tiene susventajas.

Recorrimos un par de calles y nosinstalamos en un bar de la calleLaekjargata, muy cerca de la oficina delprimer ministro. Pedimos unas bebidas,también para el niño, por supuesto, ydisparé la primera pregunta.

—¿Cómo vivió las manifestacionesante el Parlamento? No debió ser fácilver al pueblo manifestándose contra lospolíticos.

—No lo fue, es cierto —la ministratorció el gesto—. Fueron muchos losque vinieron a manifestarse ante elParlamento. Yo sabía que no era nadapersonal, ya que se manifestaban contrael sistema y contra la recesión, pero

fueron unos días difíciles. Bueno,conviene aclarar que había dos tipos demanifestantes; por un lado los pacíficos,a los que era más difícil mirar a losojos; de hecho, yo quería estar con ellos.Por otro lado estaban los violentos. Conestos no estaba de acuerdo. Eran pocos,pero eran los que salían en las noticias.

—¿Cómo acabó todo?—El Partido Socialdemócrata, mi

partido, decidió dejar la coalición deGobierno en la que estaba. El Gobiernoquedó en minoría y se celebraronelecciones. Tras ellas, por primera vezhubo una mayoría de izquierdas.

—Aún así, parece que los partidos

tradicionales continúan siendocuestionados.

—Es una pena, pero es así. Miopinión es que los partidos seguirán,pero tendrán que hacer un examen deconciencia, mirar a fondo en su interior.Al fin y al cabo, un partido político noes una institución; es sólo la gente que loforma. Mi partido es relativamentenuevo, sólo tiene unos diez años.Después de esta crisis, está claro quetendremos que revisar nuestra manera detrabajar. Íbamos en la direcciónequivocada, ya que Gobierno yoposición estaban a la greña. Enmomentos así, la gente quiere que todos

trabajemos unidos.—¿Lo han hecho?—Sí, pero la gente está

decepcionada y cuesta mucho recuperarsu confianza. Lo que ha pasado aquí, enReykiavik, tendría que ser una señal dealarma que sirviera para hablar de cuáles la función del político y cómoqueremos que funcionen los partidos.

—Salen nuevos políticos, como JónGnarr, que ha triunfado en las eleccionesal Ayuntamiento de Reykiavik.

—Para mí es un tipo muy listo, unchico excelente que tiene buena gente ensu lista, aunque en mi opinión haydemasiados hombres. Pienso que pueden

hacer buenas cosas para Reykiavik. Haymuchas cosas por hacer y la gente nosenvía un mensaje. Si no tenemos másvotos es probable que no losmerezcamos.

Tras revisar el panorama político, muyagitado en los últimos años, pasamos acuestiones que afectaban directamente asu Ministerio de Turismo e Industria.

—El turismo ha crecido mucho enlos últimos 10 años —resumió laministra—. Y preveíamos que este añosería aún mejor, pero la erupción delEyjafiallajökull creó serias dudas. Hubonoticias confusas, alarmistas, aunque la

verdad es que sólo afectó un poco a lasinfraestructuras y estaba muy localizado.

—Es evidente que en Islandia nocundió la alarma.

—Sólo algunos granjeros tuvieronque ser desalojados. Por otra parte,aquí, en Reykiavik, llegan algunascenizas que arrastra el viento, pero muypocas. Donde sí hubo tensión fue en laanulación de vuelos en Europa. Elturismo cayó un 20% en abril respecto a2009. Pero confío en que losuperaremos. Al fin y al cabo, aquítenemos una erupción cada cuatro años.Puede ser peligrosa, pero es también unahermosa experiencia, aunque los efectos

de la ceniza sean nocivos.—Dejando de lado el volcán,

¿considera que la principal atracción deIslandia sigue siendo la naturaleza?

—Sí, aunque el turismo cultural hasubido mucho en los últimos años. Detodos modos, la naturaleza es nuestropunto fuerte, ya que en una zonarelativamente pequeña tienes glaciares,volcanes, lagunas, géiseres, cascadas…Ahora vienen más turistas que nunca, yesto nos indica que hay que proteger lanaturaleza.

—El avistamiento de ballenas y defocas es otro aliciente.

—Y estamos trabajando en un

programa de desarrollo de tours debienestar, con piscinas, spas,excursiones por los glaciares, etc.Estamos trabajando en este plan y en elde promoción del turismo de fuera detemporada.

—¿Les afectó mucho la crisis enoctubre de 2008?

—La notamos, claro, fue un golpemuy fuerte, pero no afectó al turismo. Ladevaluación le ha ido bien a este sector.Por otra parte, ahora tenemos muchagente cualificada que vuelve a trabajaren el turismo, un sector fundamental paranuestra economía.

—Los bares de noche de Reykiavik,

que eran uno de los centros de la movidahace unos años, parecen haberseapagado un poco.

—Tenemos muchos bares, y muyanimados, pero la naturaleza es sin dudael principal tirón de la isla. Es másdefinitoria para nosotros que la vidanocturna.

—Islandia se caracteriza, respecto aotros países, por tener más mujeres enpuestos importantes. ¿Cómo se explicaesto?

—Es cierto que hay muchas mujeresque mandan, pero aún falta mucho porhacer. En el Gobierno actual porprimera vez hay paridad entre hombres y

mujeres, y en el Parlamento hay un 40%de mujeres. Antes el techo estaba en un30%. Ha sido una lucha constante, peroesperamos que vaya mejorando en elfuturo. Estamos trabajando en ello.

—Hay otro tema que me llama laatención en la sociedad islandesa: laproliferación de madres solteras.

—Yo también lo soy —la ministrasonrió y echó una mirada a su hijo, quecontinuaba con su aire enfadado—. Esalgo muy personal. Aquí somos muyliberales y hay muchas madres solteras.También hay familias combinadas. Peroen general las familias son muy fuertes.Sin mi padre y mi madre, que me ayudan

mucho, yo no podría hacer mi trabajo deministra.

Como ministra de Industria, KatrinJuliusdóttir tenía que lidiar con un temamuy espinoso: el de la gran presa deKárahnjúkar, que había provocado ladestrucción de una parte del paisaje delnoroeste de la isla para beneficiar lainstalación de una serie de fundicionesde aluminio. El fuerte debate entreecologistas e industrialistas no le eraajeno.

—Tenemos un objetivo —me dijotras respirar a fondo—: Intentarconciliar los diferentes puntos de vista.

Ahora trabajamos en una legislación conespecialistas de todos los ámbitos paraintentar categorizar las distintas partesdel país para producir energía. Seráalgo histórico para los islandeses.Buscaremos la unidad. No todos estaráncontentos, claro, pero estamos haciendoun esfuerzo para conciliar las distintasposturas. Todo se harádemocráticamente.

—¿Cree que la energía es el futurode Islandia?

—Los recursos naturales son elpasado, el presente y el futuro. Tenemosla pesca, las cascadas, la energíageotérmica… Ahora legislaremos sobre

los recursos naturales, para que quedenen manos del pueblo, no en manosprivadas.

—¿Cómo ve el futuro de Islandiatras el duro golpe de la crisis?

—Saldremos adelante, seguro.Tenemos que crear una economía másestable, una sociedad más estable.Ahora tenemos que trabajar en laestabilidad, con crecimiento interno yexportaciones de industria creativa,como la de juegos para ordenador, ladel medio ambiente, la de la energía…Estas industrias son las que hacenavanzar.

—¿Y qué pasará con los bancos?

—Los bancos se pasaron. No sucedeen ninguna sociedad que muevan diezveces más dinero que la economía delpaís. Por suerte tenemos buenoscimientos: la pesca, el aluminio, elturismo, que supone un 20% de laentrada de divisas extranjeras.

—¿Cuál es la receta para salir de lacrisis?

—Que la gente se una. Es la únicamanera: la unidad. Somos un país rico ylo continuaremos siendo. Tenemos unbuen estado del bienestar, ayudamos alos que tienen problemas. Mucha gentecompró casas con créditos en monedaextranjera y, tras la devaluación, le

cuesta pagarlos. Pero saldremos de esta.La entrevista terminó antes de lo

previsto, ya que el hijo de la ministratenía que ir a hacer deporte e insistióante su madre en que se estaba haciendotarde.

«Es como todos los niños de 11años», sonrió la ministra, comprensiva,mientras nos despedíamos en la puertadel bar.

23. Hotel Borg

Había quedado con Einar en el HotelBorg para tomar una cerveza a últimahora de la tarde. Lloviznaba, de repentehacía frío y el cielo estaba encapotado,como si fuera a llover, o a nevar, de unmomento a otro, pero me sentía a gustoen Reykiavik, una ciudad que sabe seracogedora incluso cuando la naturalezamuestra su lado más hostil. La plaza delParlamento estaba desierta, pero podíaver, a través de la cristalera, a un grupode jóvenes bebiendo y conversando

alegremente en el contiguo KaffiIslenska. Y es que, por mucho frío quehaga, los bares de Reykiavik tienen lavirtud de ofrecer siempre un cálidorefugio al caminante.

El ambiente del Hotel Borg escompletamente distinto al de la mayoríade bares de Reykiavik. Más formal, máslujoso, pero igualmente cálido, comocorresponde al hotel más antiguo de laisla. Su elegante fachada blanca y sussalones Art Déco rezuman una eleganciaavalada por sus muchos años dehistoria, aunque es cierto que en elúltimo día de 2008 los manifestantes nodudaron en asaltarlo cuando el

Gobierno, cumpliendo con la tradición,estaba reunido en uno de sus salones. Enfin, que nada es como solía ser enIslandia, ni siquiera el generalmenteapacible fin de año.

—El Hotel Borg es el mejor deReykiavik. Sus propietarios aseguranque en este edificio puede resumirse lahistoria de la ciudad —me comentóEinar mientras contemplábamos lasdistintas fotos antiguas enmarcadascerca de la entrada, en varias de lascuales se veía a un tipo con aspecto deforzudo—. La historia de sus orígenes esmuy curiosa. Lo fundó JóhannesJósefsson, que era en realidad un

aventurero y uno de los hombres másfuertes del mundo.

La verdad es que no me sorprendióla referencia al hombre más fuerte delmundo, ya que en la historia de esteconcurso, que empezó a celebrarse anivel mundial en 1977, varios islandeseshan inscrito su nombre. El primero, enlos años ochenta, fue Jón PállSigmarsson, que en 1979 empezó acompetir en levantamiento de potencia,que no es lo mismo que levantamientode pesas. En 1983, a los 23 años, quedósegundo en el concurso del Hombre másfuerte del mundo. En 1984, 1986, 1988 y1990 quedaría en primer lugar. En 1991

le sucedió otro islandés, Magnus VerMagnússon, que volvería a ganar en1994, 1995 y 1996.

—Como podrás apreciar si te fijasen mí —sonrió Einar hinchando el pechode un modo ridículo—, los islandesessomos en general muy fuertes. Por esono es sorprendente que ganemos estetipo de concursos.

Generalizaciones al margen, merecela pena detenerse en la biografía deJóhannes Jósefsson, fundador del HotelBorg y destacado protagonista de unahistoria típicamente islandesa. Nacidoen Islandia en 1883, desde muy joven seconvirtió en campeón de lucha

islandesa. A los 25 años, en 1908,compitió en lucha grecorromana en losJuegos Olímpicos de Londres, quedandoen cuarto lugar. Después viajó por elmundo mostrando su descomunal fuerza,hasta que terminó formando parte delcirco Barnum & Baileys, yconcretamente del Greatest Show onEarth, donde luchaba contra oponentesarmados sin más ayuda que la de suspuños. En los años en que trabajó paraeste importante circo, entre 1912 y1915, Jóhannes Jósefsson nunca fuederrotado.

—Ganó mucho dinero gracias a lalucha —dijo Einar— y en 1927 regresó

a Islandia convertido en millonario —remató Einar—. Su sueño era serpropietario de un hotel de lujo y no paróhasta fundarlo en Reykiavik.

Jóhannes Jósefsson eligió paraconstruir su hotel un solar muy céntrico,situado en la plaza del Parlamento, muycerca de la antigua catedral. Comoarquitecto, optó por Gudjón Samuélson,el mismo que construyó laHallgrimskirkja, la espectacular iglesia,con una fachada que recuerda a unacantilado rocoso, que domina laciudad. Puso la primera piedra en 1928,y dieciocho meses después, en enero de1930, inauguró con toda la pompa el

restaurante. Cuatro meses después abríasus puertas el hotel, convertido desde elprimer momento en una referencia deReykiavik.

—El Hotel Borg siempre haocupado un lugar en la historia deIslandia —destacó Einar—. En unareciente reforma, en 2008, se cargaronsu puerta de entrada, pero la han llevadoa un museo. No podíamos dejar que seperdiera. Te aseguro que alojarse en elBorg es algo que imprime carácter.

Gracias a los contactos de Einar,que casualmente, o no, conocía alrecepcionista, pudimos visitar alguna delas 56 habitaciones del Hotel Borg, a la

vez sobrias y elegantes, diseñadas contres tipos de madera y cinco tipos depiel para conseguir el ambiente ArtDéco adecuado, con todo tipo demodernidades incorporadas. Las fotosdel Reykiavik de época, de entre 1925 y1949, permitían reforzar la idea de queel Borg era un hotel histórico.

Las suites de la última planta, convistas de 360 grados sobre la ciudad,eran ciertamente espectaculares, asícomo el Salón Dorado o el restauranteSilfur, donde dimos cuenta de un menúgastronómico basado en lasespecialidades islandesas, incluidos,por supuesto, salmón y bacalao, pero

también el sabroso cordero islandés.Los altos techos y los grandesventanales que dan a la plaza delParlamento contribuían sin duda arealzar la elegancia del Hotel Borg, queasoma en alguna de las novelas deHalldór Laxness.

Para culminar nuestro paseo por lahistoria, Einar recordó que un amigocomún, el escritor italiano NicolaLecca, había publicado en 2006 unanovela, titulada precisamente HotelBorg, que homenajeaba a este históricohotel. En él, precisamente, se aloja elpersonaje del compositor AlexanderNorberg cuando decide abandonar su

exitosa carrera y celebrar un últimoconcierto, con el Stabat Mater dePergolesi, en la vieja iglesia que hayjunto al Hotel Borg.

—Nicola vivió varias semanas enReykiavik cuando estaba escribiendo lanovela —recordó Einar—. Le encantaesta ciudad y regresa de vez en cuando.Bueno, de hecho a Nicola le gusta pasartemporadas en distintas ciudadeseuropeas.

Recordé, en efecto, que unos mesesatrás se había instalado por un tiempo enBarcelona. Le obsesionaba Europa, legustaba la vida nómada y le fascinabanlos antiguos hoteles tradicionales, esos

que expresan en su decoración elespíritu de otra época. No mesorprendía, pues, que para su novelaislandesa hubiera elegido el título deHotel Borg.

Ya estábamos en la calle cuandoEinar recordó las anécdotas que lecontaba su padre de los viejos tiempos,cuando en los años cincuenta sólopodías beber alcohol en el Borg y otroscontados establecimientos.

—Según dicen, se formaban colasante el hotel —comentó riendo—, yaque había un número máximo de clientesy, cuando el bar estaba lleno, tenías queesperar a que saliera alguien para poder

entrar.—Veo que el Borg siempre ha sido

una institución.—Puedes estar seguro. Hubo un

tiempo en que todo lo interesantesucedía en el Borg. Había conciertos dejazz memorables y cuentan que Björk yGudmundur Ingólfsson actuaron juntosaquí en 1987. Entonces Björk no era tanfamosa, por supuesto. Él tocaba elpiano, Gudmundur Steingrímsson labatería y Thórdur Högnason elcontrabajo. Acabaron formando el grupoBjörk Gudmundsdóttir & tríoGudmundar Ingólfssonar, que tocabamúsica de jazz y bebop. Luego, como

sabes, Björk prescindió del apellido yse dedicó a otro tipo de música.

—Y le fue bastante mejor.—Ganó más dinero y se convirtió en

una artista internacional, pero ellatambién pasó por el Hotel Borg…Bueno, yo creo que los salones de estehotel han visto de todo. Aquí secelebraban bailes elegantes y losoficiales de la base americana solíanvenir al Borg para desconectar, ya meentiendes. En los años ochenta huboincluso conciertos de rock en este hotel.Hay hasta un documental de 1982 que locuenta. Se titula Rokk í Reykjavik… Deeso hace mucho tiempo, claro…

24. El arte de serislandés

Cuando, repasando en casa la actualidadde los últimos meses, Einar me comentóque el escritor Hallgrímur Helgason,autor de la novela de culto 101Reykiavik, había aparecido en la prensa,a principios de 2009, golpeandoenfurecido el coche del primer ministro,en el transcurso de una manifestacióncontra el Gobierno, pensé que estaríabien entrevistarle para ver cuál era su

visión de la Islandia de después de lacrisis. Le había conocido en el veranode 2001, en mi primera visita a la isla, yestaba seguro que tanto Islandia como élhabían cambiado mucho desde entonces.

Hallgrímur Helgason no puso ningúninconveniente para que nos viéramos encuanto le llamé, como suele ser habitualen Islandia, aunque me sorprendió queme citara a las 9 de la mañana en elcéntrico Café de París. De hecho mesorprendieron dos cosas: que me citaraa una hora tan temprana, cuando añosatrás era famoso por vivir la noche atope, y que eligiera aquel viejo café quenada tenía que ver con la movida juvenil

de Reykiavik.—Es normal —me dijo Einar

cuando se lo comenté—. El tiempo pasay los gustos cambian. Hallgrímur ya noes un joven. Nació en 1959 y por tantoya ha superado la barrera de loscincuenta años.

Para preparar la entrevista, rescatéde mi ordenador un artículo deHallgrímur, escrito antes de la crisis,titulado: «El arte de ser islandés». Eraun escrito muy optimista, comocorrespondía a aquella época, y llevabael siguiente subtítulo, inspirado sin dudapor aquellos años eufóricos en que losislandeses creían estar en la cresta de la

ola: «Cómo comportarte cuándo sabesque eres el mejor pero nadie más losabe».

Con un sentido del humor muyislandés, Hallgrímur Helgason contabaen el mencionado artículo que vivir enIslandia era algo muy especial, «ya quenunca sabes lo que va a pasar: un díapuedes despertarte descubriendo que tucasa ha sido rodeada por lava fresca, yal siguiente ves que tienes la bodegainundada. La Navidad puede ser tancalurosa como en las islas Canarias ypuede nevar en la Noche de San Juan».«Es como vivir con un alcohólico loco»,resumía la situación. «Es por ello que

los islandeses hemos desarrollado unagran tolerancia, hacia nuestro país yhacia los alcohólicos. En todas lasfiestas familiares y en todas lasreuniones hay siempre un borracho quemolesta, y los reunidos se limitan aaparentar que en realidad no está allí».

Los muchachos imposibles, apuntabaHallgrímur en su artículo, son por otraparte muy típicos de Islandia. «Fijaos enlas novelas Gente independiente deHalldór Laxness, Ángeles del universode Einar Már Gudmundsson, o la mía101 Reykiavik», escribe. «Todas tratande chicos imposibles. La primera va deun granjero que quiere sacrificar a sus

hijos por su cordero; la segunda de unpoeta que enloquece cuando su novia ledeja y se mata; y la tercera va de unvago desesperado que se acuesta con laamante de su madre y la deja preñada.Nos encantan esos tipos, nos encantaodiarlos. Es una sensación parecida a laque tenemos con nuestro propio país: loqueremos y lo odiamos. Odiamos lo fríoque es, pero nos encanta que nunca hagademasiado calor. Odiamos ser tanpocos, pero nos encanta que aquí vivatan poca gente. Odiamos el oscuroinvierno, pero nos encanta el sol demedianoche del verano. Odiamos loselevados precios, pero nos encanta

gastar nuestro dinero. Odiamos elviento, pero nos encanta el aire fresco.Odiamos lo pequeño que es Reykiavik,pero nos encanta lo fácil que resulta ir atodas partes. Odiamos que no hayaárboles en Islandia, pero nos encantaque no nos tapen la vista. Odiamos lolejos que estamos del resto del mundo,pero nos encanta que el mundo, contodas sus guerras y ataques terroristas,esté tan lejos de nosotros. Inclusoodiamos el nombre de Islandia. Suenademasiado frío. Pero también nosencanta: suena tan cool».

Como puede comprobarse, ni losislandeses son gente fácil de clasificar

ni Islandia es un país fácil. Es más:«Islandia es un país imposible», escribeHallgrímur Helgason, aunque seapresura a añadir: «Pero es posiblevivir aquí… o casi». Y concluye: «Losislandeses somos orgullosos, inquietos ydispuestos a todo. Igual que nuestropaís. Con Islandia, uno nunca sabe loque pasará; con los islandeses, sólosabes que algo va a pasar».

En los últimos años, justo antes de lagran crisis, a caballo de la euforia desus ambiciosos financieros, losislandeses habían llegado a creerse «losmejores del mundo». «Cuando yo eraniño, nos enseñaron que la gente de

América tenía una bebida llamada Coca-Cola», escribe Hallgrímur Helgason.«Ellos bebían Coca-Cola y nosotrosdecidimos hacer lo mismo. PERO MÁS.¿Así que beben Coca-Cola en América?Pues nosotros beberemos más que ellos.Nos llevó sólo una década derrotar a losnorteamericanos. Y ahora hastacomemos más hamburguesas que ellos.Y más pizzas que los italianos. Ybebemos más cafés con leche que ellos.Y tenemos más ordenadores per cápitaque los japoneses. Y más teléfonosmóviles que los finlandeses.Compramos más libros que los noruegosy utilizamos más internet que los de

Hong Kong. E incluso vivimos más añosque los georgianos. Y tenemos másmujeres hermosas que los venezolanos.Así que tenemos más sexo que losfranceses, y nuestras fiestas duran másque las de los españoles».

Pero dejemos por un momento elartículo de Hallgrímur Helgason yvayamos a los datos, o a las ideaspreconcebidas: de entrada, Islandia noes un país tan frío como podría parecervisto desde España; o por lo menos nolo es la región de Reykiavik, donde viveun 60% de los islandeses. Latemperatura más baja jamás registradaen la isla fue de 38 bajo cero, en 1918,

en la costa norte. Si nos centramos enReykiavik, que tiene un clima más suavegracias a la corriente del Golfo, latemperatura más alta fue de 24.8 gradosen 2004, y la más baja de 24.5 bajo ceroen 1918. El promedio de la capital enlos meses más fríos es de 2 gradospositivos, lo que no está tan mal parauna isla cuyo nombre significa «País dehielo». El problema, dicen allí, no es elfrío, sino las pocas horas de sol quetienen en invierno. Cierto que en veranotienen el sol de medianoche, pero eninvierno todo cambia: en Akureyri, en elnorte, tienen en diciembre sólo treshoras de sol al día, mientras que en

Reykiavik llegan a cuatro: el sol salehacia las 11.30, con mucha timidez, y sepone a las 15.30. Es entonces cuandoabundan en Islandia las depresiones, ola llamada «tristeza de invierno»…,pero es también entonces cuando reinaen el cielo la aurora boreal, unas lucesmaravillosas que se mueven en el cieloy que hacen que cada día parezcaNavidad.

Sea como sea, Islandia es unasociedad muy avanzada que ostenta elrécord de coches y de ordenadores porunidad familiar, y también el récord delibros por habitante, y hasta el de poetaspor metro cuadrado. A los que no les

gusta vivir allí, siempre les queda elrecurso de viajar, ya que los islandesesviajan, por término medio, cuatro vecesal año fuera de su país. Hay quiensostiene que es para poder compraralcohol a la vuelta en las tiendas libresde impuestos del aeropuerto, y puedeque algo de esto haya, pero también escierto que a los islandeses les gustaviajar en invierno para disfrutar del soldel Mediterráneo. Eso sí, siempreacaban regresando, ya que el islandés esnostálgico por naturaleza.

Si nos fijamos en los tópicos, losislandeses tienen fama de ser altos,fuertes, rubios y bellos, aunque también

los hay morenos, bajos, debiluchos yfeos. De todos modos, hay hechos queconfirman el tópico. Por ejemplo, losdos islandeses que han sidoproclamados hombres más fuertes delmundo: Jón Páll Sigmarsson y MagnusVer Magnusson. Por otra parte, tambiénentre las reinas de belleza han destacadolas islandesas; en 1985 Hofi Karlsdóttirse convirtió en la primera ciudadana deIslandia elegida Miss Mundo; LindaPetursdóttir lo fue tres años después, en1988, y Unnur Birna Vilhjálmsdóttir fuecoronada en 2005. Teniendo en cuentaque en Islandia viven sólo 320.000personas, el promedio no está nada mal.

Continuando con los tópicos, haydos que siempre salen cuando se hablade Islandia: estamos ante una sociedadliberal en la que el sexo es mucho másdesinhibido que en el resto del mundo, yel índice de alcoholismo es muy alto.Empecemos por el sexo. Según unaencuesta realizada por la empresa decondones Durex entre más de trescientosmil jóvenes de cuarenta y un países, losislandeses son los más precoces delmundo a la hora de iniciarse en lasrelaciones sexuales. Suelen empezar depromedio a los 15,7 años. Más datos: un52% posee un vibrador, cuando elpromedio en el resto del mundo es de un

27%, y un 56% utiliza juguetes sexuales.Suelen tener relaciones sexuales 109veces al año (el promedio mundial es de103) y a lo largo de su vida tienen 12,4compañeros de relaciones sexuales (elpromedio mundial es de 9).

Los islandeses son desinhibidos encuestión de sexo, hay que admitirlo, y amenudo son ellas las que abordan a loshombres en los bares. Sin embargo, noles gusta que se diga demasiado. En2005, por ejemplo, se armó unapolémica considerable cuando, en latelevisión de Estados Unidos, OprahWinfrey trató el tema en uno de susprogramas; la invitada era una

presentadora de la televisión islandesa,Svanhildur Hólm, una guapa y estilizadarubia que admitió que los islandesessolían iniciarse en el sexo a los quinceaños, que no les costaba tener relacionesel primer día que salían con alguien yque muchas islandesas eran madressolteras antes de los veinte años, sin quepor ello fueran estigmatizadas. El diarioMorgunbladid publicó varias cartas deprotesta y se acusó a Oprah demanipular las respuestas de SvanhildurHólm, pero una encuesta oficial de 2004indica, en efecto, que un 64% de losniños de la isla son hijos de madressolteras, que por supuesto no sufren

ningún estigma. Por otra parte, hay pocatradición de casarse en Islandia; por logeneral, muchas parejas deciden hacerlocuando tienen que celebrar laconfirmación de los hijos, como si setratara de un trámite más. Cuando naceun hijo, no faltan las facilidades, seassoltero o casado: el Gobierno concedetres meses de permiso a la madre, tresmeses al padre, y otros tres meses paraque la pareja se los distribuya como leconvenga.

En cuanto al alcoholismo, otro delos tópicos sobre los islandeses, datosoficiales indican que un 16% de losciudadanos de Islandia tiene problemas

con el alcohol, aunque lo que más llamala atención cuando vives en Reykiavikno es lo mucho que beben, sino lo malque beben, ya que suelen beber sólo elfin de semana, y con una urgenciadesmesurada, como si el juegoconsistiera en emborracharse cuantoantes, sin disfrutar del procesointermedio. Y eso que beber sale caro;según otra estadística, el precio de lasbebidas alcohólicas en Islandia es un126% más alto que el precio medio delos países de la Unión Europea.

Dado que en Islandia les encantanlas estadísticas, ahí van algunos datosmás: un 81% de los islandeses cree en

la vida después de la muerte y, según unestudio dirigido por el profesor defolklore islandés Terry Gunnel, un 8%cree que los elfos existen y un 37% creeque «posiblemente existen». No esextraño que, después de un hechoinsólito, los islandeses echen la culpa alos elfos o a los espíritus. En 2001, porejemplo, mientras se hacían las obrasdel Centrum Hotel, una excavadoraextrajo una roca y alguien dijo que lehabía parecido ver una sombra.Enseguida salió un experto que aseguróque era el espíritu encargado de velarpor un vikingo fallecido muchos añosatrás.

Toda esta vena espiritual, muyligada a la tierra, la encauza la religiónÁsatrú (de «asa-tru», fiel a los dioses),que venera a los antiguos diosesvikingos y que celebra en plenanaturaleza unos rituales en los queinvocan a Odín, dios de dioses, y aFreya, diosa del amor. Está reconocidaen Islandia desde 1973, su sumosacerdote es, desde 2003, el músicoHilmar Örn Hilmarsson y en los últimosaños se ha puesto de moda, entre lasjóvenes parejas, casarse por el ritualÁsatrú, que como mínimo es másoriginal que el cristiano.

Desbordado por el exceso de datos,decidí tomarme una pausa y pasé lo quequedaba del día viendo la televisión,jugando con las niñas y paseando juntoal lago con Hekla, un perro que, trasadquirir la suficiente confianza con sunueva familia, se iba alborotando amedida que pasaban los días. A mialrededor, todo estaba en paz enaquellos momentos, y el fantasma de lacrisis parecía ser tan solo un invento quepoco tenía que ver con la realidad. Perode hecho continuaba allí, y no podíaignorarlo.

Cuando por la noche regresé al

artículo de Hallgrímur Helgasondescubrí que lo de ser islandés se habíacomplicado mucho en los últimos años,cuando unos cuantos ambiciososfinancieros se habían convertido en losatrevidos «BuyKings» y habían salido ala conquista del mundo. «Así, pues»,resumía Hallgrímur Helgason, «somosuna pequeña nación que se ha creído quees grande, tal como dijo EidurGudjohnsen, nuestro futbolista estrellainternacional y capitán de la selección,en una reciente entrevista. A veces estamegalomanía puede parecer un pocoabsurda. Nuestro servicio exterior, porejemplo, es tan grande como nuestra

Seguridad Social; somos la única naciónde Europa, aparte del Reino Unido, quepuso en marcha una CNN de 24 horaslos 7 días de la semana, y cada añoestamos convencidos de que ganaremosel Festival de Eurovisión».

Hallgrímur aportaba otros datos:Reykiavik, «una ciudad del tamaño deAlicante o Karlsruhe, tiene doscompañías aéreas internacionales, tresbancos internacionales, un futbolistainternacional, tres Miss Mundo (EstadosUnidos sólo tiene dos) y produce uno delos programas televisivos másimportantes para niños. Es mucho, peroel hecho de que esté mencionándolo

significa que aún no ha desaparecido deltodo nuestro antiguo complejo deinferioridad».

Lo de los tres bancos internacionalesse había esfumado después de la crisisde otoño de 2008, y la estrella de EidurMár Gudjohnsen se había apagado trassu marcha, en 2009, del Fútbol ClubBarcelona, pero no podía negarse que, apesar de la kreppa, Islandia aún teníaunos cuantos motivos de los que sentirseorgullosa. Al día siguiente tendría lasuerte de poder comentarlo conHallgrímur, más que nada para poner aldía su artículo sobre «El arte de serislandés».

25. HallgrímurHelgason en el Café de

París

Hallgrímur Helgason apareció puntualen el Café de París, a las 9 de lamañana, con una barba poblada, lacabeza rasurada y una expresión que aprimera vista no sabría decir si era decansancio o de decepción, o quizás deambas cosas, como si la vida no lehubiera tratado muy bien últimamente.Nos sentamos en una mesa junto a un

gran ventanal y pedimos sendos cafés.Nada de alcohol a aquella hora tantemprana. Los periódicos del díallevaban en portada el triunfo delcómico Jón Gnarr en las eleccionesmunicipales.

—En 1996, cuando publicaste 101Reykiavik, el centro del Reykiavik másmoderno era el Kaffibarinn —lecomenté para romper el hielo—. En2001, quedamos en el Vegamót, otro barde moda, y ahora, en el Café de París y alas 9 de la mañana. ¿Significa esto queenvejeces o que has renunciado a lanoche y a los locales más al día?

—Me temo que ambas cosas —

respondió con una sonrisa escéptica—.La verdad es que antes no venía nuncapor aquí; en cambio ahora me encuentroa gusto en el Café de París. Debe de serla edad… De todos modos, envejecer esalgo natural y es normal que comporteun nuevo estilo de vida. Antes vivíasobre todo la noche y ahora me voy adormir pronto. Mi vida ha cambiado enlos últimos años, ciertamente.

En 101 Reykiavik, la novela de máséxito de Hallgrímur Helgason, elKaffibarinn era el centro de casi todo,por lo menos para los jóvenes. El jovenprotagonista, Hlynur Björn, se pasaba lavida en aquel bar que parecía escapado

de Alaska, agobiado por el alcohol, lasdrogas y toda la información inútil querecibía a través de Internet. Cuandoconocí a uno de los dueños delKaffibarinn, el director de cine BaltasarKormakúr, hijo del pintor BaltasarSamper, recuerdo que me comentó cómohabían logrado que Damon Albarn, unode los miembros de Oasis, fuera sociodel bar: «Se pasaba el día bebiendoaquí. Un día le levantamos la cabeza dela mesa y le dijimos: “Eh, tú, ¿quieresser nuestro socio?”. Le hizo gracia lo detener un bar en Islandia y se apuntó». Enpoco tiempo el Kaffibarinn se convirtióen un local mítico en el que se bailaba

sobre las mesas a las cinco de lamadrugada y al que acudían famosos detodo el mundo.

—Ahora los chicos del Kaffibarinnson los que han tomado el poder —mepuso al día Hallgrímur—. Están en elMejor Partido, el que ha triunfado en lasmunicipales sin decir lo que va a hacer.Se presentaron por hacer una broma yhan ganado. Es algo muy del estilo deHlynur, mi protagonista en 101Reykiavik…

—Deduzco que no te caen muy bienlos del Mejor Partido.

—He escrito artículos contra ellos,ya que pienso que lo que ahora

necesitamos son políticos íntegros yhonestos, no cómicos. Cuando lossistemas se hunden, hay peligro depopulismo y yo veo a los miembros delMejor Partido como nuevos populistas.En la campaña han dicho cuatro cosasgraciosas, pero necesitamos algo más,necesitamos un cambio de verdad.

—¿Y de dónde vendrá este cambio?—No lo sé —meneó la cabeza

insistentemente—. Quizás hemos sidodemasiado perezosos, o hemos estadodemasiado ocupados para hacer algonosotros.

—¿Has tenido alguna veztentaciones políticas?

—Nunca. Estuve casado con unaconcejal del Ayuntamiento de Reykiaviky sé que la política es un asunto sucio.Es trágico: si quieres cambiar cosas dela sociedad, tienes que vivir duranteaños en esta cueva oscura que es lapolítica. Y yo no quiero. Es triste, perono.

—¿Crees que el poder corromperá aJón Gnarr?

—Es probable. Cuando sea alcalde,dentro de unos días, todo lo verádiferente. Fíjate en David Oddson. Fuesucesivamente alcalde de Reykiavik,primer ministro y gobernador del BancoCentral. Era un buen político, pero

parece que se corrompió… De todosmodos, si no tienes carisma, estásmuerto. Jón Gnarr tiene carisma, pero notiene ni idea de lo que hará.

—Pensar que todo empezó como unabroma…

—Querían el poder desde el primerminuto, pero fingían que era una broma.En diciembre de 2009, cuando JónGnarr fue elegido autor del Teatro deReykiavik, que depende delAyuntamiento, impuso una cláusula quedecía que si era elegido alcalde novaldría. Entonces ya sabía lo que quería.

—He leído que Einar ÖrnBenediktsson, miembro de los

Sugarcubes y amigo de Björk, tambiénestá en su equipo.

—Como número 2. No me gustan losgrupos políticos como este.

Era evidente que HallgrímurHelgason, superados ya los cincuenta,desconfiaba de aquel grupo de jóvenes,surgidos de la escena alternativa, quehabían subido al poder aprovechando eldesencanto de los islandeses. Para éltodo era una gran broma, pero pensabaque el país no estaba en aquel momentopara bromas.

—Reykiavik ha cambiado muchodesde que escribí mi novela —reflexionó mirando a la gente que

paseaba por la calle, como si pudieraver el cambio reflejado en sus rostros—. Nos hemos internacionalizado…pero ahora no tenemos dinero.

—La crisis de octubre de 2008 fueun duro golpe, sin duda, pero en la calleno se nota demasiado. Un ejemplo: hevisto que están construyendo el granedificio del Convention Center.

—Decidieron que era más baratoterminarlo que cancelar los contratos —se encogió de hombros—. En losúltimos diez años Reykiavik se haconsolidado como una ciudadcosmopolita. Fue trendy en los años 90,pero ahora está más segura de sí misma.

No sé si el volcán ha cambiado lascosas… Ya sabes el chiste que corre:ahora tenemos ash (ceniza) en vez decash (dinero).

—¿Piensas que el volcán es como unsímbolo de lo que está pasando enIslandia?

—Ha sido como Islandia tirándoseun pedo hacia Europa para mostrar queestamos muy enfadados —soltó una risaseca—. La verdad es que me hasorprendido el impacto de la erupción.Nunca había sucedido nada parecido.Aquí tenemos una erupción cada pocosaños. Esta ha sido muy mala y puedeafectar al turismo.

—El volcán y la crisis parecencentrar toda la atención en Islandia.Visto con perspectiva, ¿crees que lomejor de la crisis fueron lasmanifestaciones de protesta?

—Eso estuvo muy bien, sí. Porprimera vez en muchos años, la gentereaccionó y se montó una pequeñarevolución. Los islandeses estábamostan cabreados que salimos a la callepara decir que no queríamos aquelGobierno que había sido cómplice delos financieros que nos hundieron.

—El anterior Gobierno dimitió,hubo nuevas elecciones y ahora mandael centro-izquierda. ¿Qué opina la gente

del nuevo gobierno?—Tampoco les satisface, pero

pienso que lo que está haciendo eslimpiar todo el lío que dejó el Gobiernoanterior. Los de antes, los del Partido dela Independencia, son como losconservadores ingleses. Ellos son losresponsables de la situación económica.La política del mercado libre quisoprivatizarlo todo. Tuvieron pánico enlas últimas elecciones generales, cuandoperdieron muchos diputados, pero ahora,en las municipales, se han recuperado enparte. No tienen perdón: lo capitalizarontodo, explotaron a la gente.

Hallgrímur Helgason echó un vistazo

alrededor: el Café de París continuabacasi vacío, como si se hubieracontagiado de la escasa marcha quedemostraba el país después de lacatástrofe de 2008. No muy lejos de allíhabía una serie de bares y discotecasque habían estado de moda años atrás;eran bares a la última, con un diseñorompedor, en los que montaban susfiestas los financieros corruptos cuandoestaban en la cresta de la ola.

—Aquellos financieros parecían losamos del mundo —comentó mientraspedía otro café—. Pero todo era capitalficticio, vivían en un mundo deficción…

—Pero entonces se les veía comounos héroes.

—Es cierto. La gente los veía comounos triunfadores que sabían comomoverse en el mundo de los negocios,pero ahora son odiados y la mayoríadeberían terminar en la cárcel —hizouna pausa—. Espero que al final vayan.

—¿Crees que hubo complicidadentre políticos y economistas?

—Sí. Islandia es un ejemplopequeño de lo que pasa a nivel mundial.Los nuevos hombres de negocios,avalados por las medidas deliberalización de los gobiernos, hanencontrado la manera de mover el

dinero muy deprisa por todo el mundo,gracias en parte a Internet. Han creadocompañías pantalla, han abierto cuentasen islas del Caribe… Era difícil sabernada del sistema tan liado que crearon.La culpa es de los políticos que lesdejaron hacer. La tecnología ha hechoque todo vaya muy de prisa y losBuyKings encontraron la manera de irsiempre muy deprisa. Costará muchosaños saber qué hicieron… y encontrardonde está el dinero.

—Lo más sorprendente es queIslandia era un país rico, un modelo paratodo el mundo, y, después de octubre de2008, todo aquel dinero parece haberse

evaporado.—Se suponía que éramos uno de los

países más ricos del mundo, pero aquíahora sólo tenemos un ConventionCenter a medio construir… Nunca vimosel dinero real, aunque los financieroshacían grandes fiestas, invitaban aestrellas del rock, iban a cenar aMónaco en su avión privado…

—¿Ha afectado esto también almundo del arte?

—Afecta a los artistas de granpresupuesto, como Olafur Elliasson.Pero no a los artistas normales. Ahoraestamos mejor porque ahora tenemosmuchas cosas nuevas sobre las que

crear.Cuando le pregunté si pensaba que

lo sucedido le inspiraría una nuevanovela, Hallgrímur Helgason lo meditódurante unos segundos, pero acabómeneando la cabeza. Era pronto parasaberlo. Quizás algún día… Había quedejar tiempo para tener perspectiva delo que realmente había pasado. Ahoraaún estaban inmersos en la crisis y lalucha por el día a día no permitía ladistancia necesaria.

—Ahora hago una vida más familiar—dijo pasando al plano personal—.Tengo tres hijos, de 26, 6 y 5 años. Pasomás tiempo en Islandia por ellos. Viajo

mucho, pero siempre regreso a casa.Hago vida en Reykiavik y en la casa quetengo en el norte. Allí estoy más enconexión con la naturaleza.

—¿Aprovechas la energía de latierra? —comenté, recordando que en unencuentro anterior me había dicho queIslandia es el lugar ideal para unescritor, ya que la actividad volcánica tehace sentir no sólo que la isla está viva,sino que te alimenta con su fuerza.

—Aquí en Islandia siempre pasancosas —sonrió—. La crisis económica,el volcán… Fuera te aburres. Todoparece igual desde hace siglos. Aquí, encambio, el paisaje te inspira mucho.

—¿Piensas que la familia islandesaes distinta que la del resto de Europa?

—Aquí hay muchos divorcios.Tenemos hijos, nos casamos, nosseparamos… La mayoría de los niñostienen más de un padre o una madre…Va bien, pero quizás sería mejor de laotra manera. ¿Nos tenemos que casarpara siempre? No, no creo. Yo ahoratengo una nueva esposa y dos niños,pero he pasado por un infierno losúltimos dos años.

—En general, ¿cómo dirías que sonlas familias islandesas?

—Son muy permisivas en el aspectode la moral. La gente piensa más en el

ahora que en el mañana. Hacen lo quesea porque tienen ganas de hacerlo y nopiensan en las consecuencias. Aquí unopuede ser primer ministro y que el paísquiebre y no se siente culpable. Es elmodo de vida islandés.

—Hace unos años decían que eraisla gente más feliz del mundo.

—Sí, porque somos una pequeñanación de sólo 320.000 habitantes.Incluso con los grandes problemas quetiene ahora el país, seguimos disfrutandode este sentimiento de pertenecer más auna gran familia que a un país… Hacepoco estaba en Seúl, una ciudad de 10millones de habitantes, y me sentía como

una hormiga. Me pasa siempre en lasgrandes ciudades…

—Aquí es diferente, por supuesto.—Aquí todos se sienten alguien.

Incluso la chica que nos sirve el cafétiene un facebook y siente que es alguieny que tiene un modo de vida feliz ysaludable. Este es un país lleno deoportunidades, incluso para estudiar enel extranjero. Seguro que saldremos deesta crisis. No es una depresión fuerte;se ve poco en la calle, porque la genteaún tiene sus coches y muchos mantienensus casas… Es más un factorpsicológico.

—Hace unos años escribió «El arte

de ser islandés». ¿Cambiaría algo deaquel texto?

—Ahora no sería tan optimista, porsupuesto. Todos nos hemos vuelto máspesimistas. A la fuerza. La crisis fuemuy fuerte. Hace unos años éramos losreyes del mundo; ahora somos máshumildes, pero básicamente decía queeste era un país muy impredecible en elque nunca sabías lo que iba a pasar,pero donde siempre acababa pasandoalgo. Y esto sigue siendo cierto, como loprueban las elecciones del pasadosábado. Me sorprendió que eligieran aun comediante.

—¿Qué se ha hecho de los

BuyKings?—Decían que eran buenos hombres

de negocios y han fallado. Pienso quesomos un país joven y que tenemos quecrecer. Tenemos mucho camino porrecorrer, porque como nación somostodavía unos adolescentes. En losúltimos años nos lo hemos pasado bien,y ahora tenemos resaca. Es normal…pero seguro que habrá otra fiesta. Es lamanera de ser adolescente… Aquísiempre pasan cosas. Esto es lo bueno.En Francia, donde viví durante unosmeses, y en Europa en general, tenía laimpresión de que la gente era más viejay sabia, pero también más aburrida.

—Usted escribió que en todas lasfamilias islandesas hay un alcohólico alque se le trata como si no lo fuera.¿Piensa que hay más alcohólicos ahoraque hace unos años?

—Creo que ahora no hay tantosborrachos como antes, quizás porquesomos más cosmopolitas. La gente bebemás vino y con más moderación. Losjóvenes de ahora son más maduros ybeben menos. La cosa se haestabilizado. Yo pensaba, al escribiraquello, en la tolerancia que tiene elpaís, incluso con los alcohólicos. Esoestá bien. Pasa igual con los gays.Somos muy tolerantes.

—La primera ministra es lesbiana.—Sí, tenemos una primera ministra

lesbiana, un alcalde comediante y quizásen el futuro una vampiresa comopresidente.

—Aquí hay mucha endogamia,¿verdad?

—Muchísima. Puede ser algo bueno,ya que todo es más cercano, perotambién puede cansarte. En uno de mislibros digo que la gente está muy felizcuando se va de Islandia… y muy felizcuando vuelve. El lugar donde se sientenmejor los islandeses es en el aeropuerto,porque o bien se van de este «jodidopaís» o vuelven a su «amado país». Que

te reconozcan por la calle está bien,pero también puede ser terrible. En elextranjero me gusta estar un par de horasen una librería, hojeando libros. Aquí esimposible: siempre hay alguien que tedice algo.

—Las estadísticas indican que aquíen Islandia la gente lee mucho.

—Los índices de lectura han bajado,pero aún hay muchos lectores encomparación con otros países. La crisis,por ahora, no ha afectado a la venta delibros. Incluso algunos escritores estánhaciendo dinero, ya que si los publicanfuera, cobran en euros, que ahora valenel doble. Ahora vendemos bien fuera

libros y pescado.—¿Qué nuevas novelas ha escrito?

¿Ha regresado a Reykiavik?—Después de 101, escribí una

novela histórica sobre Halldór Laxness.Estaba ambientada en la Islandia rural ypor todo el mundo. Trataba de unescritor que muere y queda bloqueadodentro de una novela para toda laeternidad. Es como tres libros en uno.Después, escribí una comedia de cienciaficción sobre Dios. Pasaba en eluniverso. Después la de un bloguerocabreado que escribía desde el campo,en algún lugar del norte de Islandia,contra la sociedad. Decía que la gente

tenía que leer más poesía y escucharmenos música…

—Tengo entendido que ha regresadoa Reykiavik en su última novela.

—Es un poco como 101 Reykiavik,pero el protagonista es un asesino que serefugia en Reykiavik y sale por la teledisfrazado de sacerdote. Se tiene queesconder de la mafia en Islandia y es unasituación cómica, ya que es un asesinoen el país más pacífico del mundo,donde no puedes ni comprar una pistola.

—¿Y cómo lleva su vocación deartista?

—En mis pinturas nada hacambiado. En los últimos años no he

pintado mucho: sólo tres o cuatrocuadros. He hecho dibujos y fotos, perotampoco demasiados. Estoy como en lanevera.

—Para terminar, me han dicho quesu novela Stormland tiene algo que vercon una actuación suya durante lasprotestas, cuando atacó el coche delprimer ministro.

—¿También sabes eso? Claro, enIslandia todo se sabe enseguida. Es lavida retransmitida en directo… Lanovela era una parodia, por supuesto,pero un día, en una manifestación, me vigolpeando el coche del primer ministroe intentando agredirle, como el

personaje de la novela. Fue un granescándalo en el país. Me avergüenzo,pero de todos modos creo que se lomerecía. Lo que los políticos le hicierona nuestro país es imperdonable.

Lo dejamos aquí. HallgrímurHelgason consultó el reloj, comentó quese le había hecho tarde, se puso elsombrero y salió del café con prisas. Sinmoverme de la mesa, vi como en la callele abordaban tres jóvenes,probablemente unos fans, y pensé quetenía razón: en Islandia es inevitabletener la sensación de que tu vida estásiendo transmitida en directo en todomomento, como si hubiera cámaras de

televisión haciendo el seguimiento alsegundo.

26. El regreso de losdioses vikingos

Había leído varios artículos sobreJórmundur Ingi Hansen, un ingeniero quedurante ocho años lideró la religiónÁsatrú, un neopaganismo islandés,fundado el primer día de verano de 1972en el Hotel Borg (¡de nuevo el escenarioimprescindible!), que adora entre otros aThor, antiguo dios del trueno, Odín, diosde dioses, poeta y mago, y Freya, diosade la fertilidad, del amor, de la magia y

de la guerra. El punto de partida de losfieles de Ásatrú era que, a pesar de queIslandia había aceptado el cristianismoen el año 1000, en realidad nunca habíaabandonado a los dioses paganos queexpresaban su fuerte vinculación con lanaturaleza.

Había leído artículos sobreJórmundur Ingi y había visto fotos suyas,pero no le conocía personalmente. Espor ello que cuando le vi sentado soloen una mesa del Café de París —inconfundible con su poblada barba, subigote con las puntas hacia arriba y unmedallón antiguo colgado del cuello—decidí abordarle para conversar unos

minutos. No puso ningún problema, alcontrario. Con una educación exquisitame invitó a sentarme a su lado y mecomentó que estuvo en el pequeño grupofundador de Ásatrú y que lo lideró entre1994 y 2002, hasta que le relevó HilmarÖrn Hilmarsson. «Hubo algunasdiferencias por el tema del dinero y mefui», dijo sin entrar en detalles. «Laorganización aún sigue yendo en elmismo sentido, pero no quiero saber loque hacen hoy».

Cuando le pregunté a qué pensabaque se debía la vigencia del paganismoen la Islandia del siglo XXI, se aclaró lagarganta y respondió:

—En Islandia el cristianismo fue unaimposición en el año 999, pero en elfondo los habitantes de la isla nuncarenunciaron a su religión —me dirigióuna mirada cortante—. Los comerciantesislandeses tenían que vender fuera ypara ello necesitaban una licencia queen aquel tiempo otorgaba la iglesia.Hasta el siglo XVIII nadie podía hacernegocios en Islandia si no tenía la mismareligión que el rey. Ni los judíos podían.En el siglo X, los obispos, que eranbuenos negociantes, vendían la licencia.Cuando Noruega se hizo cristiana en 998era obvio que los islandeses tendríanque pagar impuestos por el comercio, y

para evitarlo se hicieron cristianos. Fuemás por asuntos formales que porconvencimiento.

—¿Pero piensa que todavía hoy losislandeses siguen creyendo de verdad enlos dioses paganos?

—En un encuentro con el DalaiLama, él me dijo que nadie cambianunca de religión. Un ejemplo lotenemos en el Tíbet: les han queridoimponer otro modelo, pero ellos siguencon sus creencias. Aquí nos pusieron aDios en la cima, pero el resto de lascreencias continuó igual.

Mientras hablaba con JórmundurIndi, recordé lo que había leído días

atrás sobre Ásatrú: cuando en 1972 losfundadores fueron al Ministerio deJusticia y Asuntos Religiosos parainscribir la nueva religión, el ministroles recibió pero pensó que era unabroma, quizás porque Jórmundur Indi semovía en aquellos tiempos en ambienteshippies y la cosa no parecía muy oficial.Cuando por fin comprendió que iba enserio, les dio largas y les pidió másdocumentación. El diario Visir relató asíla visita: «Los representantes de Ásatrúobtuvieron sólo respuestas vagas delministro, y al parecer, fue por eso queactuó Thor. Cuando ya acababa la visita,y el ministro se había puesto en pie para

despedir a los invitados, se oyó untrueno terrible en el centro de Reykiavikque causó daños muy cerca delministerio». El despacho quedó aoscuras, ante el asombro del ministro, ycasi un año después, en mayo de 1973Ásatrú fue legalizada.

—La antigua religión, o las viejascreencias, como lo prefiera, dependíande los espíritus de la naturaleza —expuso Jórmundur Indi—. La divinanaturaleza se encarnaba muyprobablemente en personajes fuertes quedespués de la muerte pasaban a serespíritus. Había una jerarquía de diosescomo en el Olimpo griego. Thor, Odín,

Freya, Baldur… En cierto modo eranadorados por los islandeses como sehacía en Grecia y Roma con sus dioses.

—¿Y continúan siendo vigentes esascreencias?

—Hoy estamos más cerca de lareligión original, porque es más naturalcreer en la naturaleza o en las fuerzas dela naturaleza. Durante mis años al frentede Ásatrú, la afiliación creció de unmodo espectacular, lo que indica quemuchos islandeses se sienten cerca deestas creencias.

—Hablando de naturaleza, ¿qué creeque significa la erupción del volcánEyjafiallajökull?

—Todo se puede interpretar por ellado positivo o por el negativo. Los dosson necesarios. Ninguno puede existirsin el otro. Ha habido una erupción, quees algo físico. Lo que hacen los espíritusde la naturaleza, según nuestra creencia,es minimizar los daños. Controlan elviento, el agua, la ceniza… Hay quereconocer que los islandeses hemos sidoincreíblemente afortunados en estaerupción. Han caído muy pocas cenizassobre Reykiavik y ha habido pocosgranjeros afectados. Estoy seguro que endos o tres años todo volverá a ser comoantes.

—¿Usted cree en los elfos?

—Sí, claro —clavó una miradaincisiva en mí, como si la pregunta leofendiera—. Representan a los seresocultos, a la naturaleza viva. Un buenamigo que venía del Tíbet me dijo queun espíritu de la tierra es un ser vivo queusa la tierra como cuerpo. Se dicenmuchas cosas sobre ellos, pero sonimportantes porque controlan el medioambiente a su alrededor. Allí dondeviven elfos, las flores huelen mejor y elcielo es más azul. Los elfos construyen asu alrededor un lugar mágico en el quetodo es perfecto. Es como el paraíso delos cristianos.

—¿Ha visto elfos en alguna ocasión?

—Siento su presencia de un modomuy fuerte. En algunos lugares hay rocasque están clavadas profundamente en elsuelo. Allí puedes sentir la energía queacumulan.

—¿Sus antepasados pensaban lomismo que usted?

—Mi bisabuelo era un chamán.Tenía espíritus que le asistían. Aquí, enIslandia, nunca se ha utilizado el términochamán, pero lo era.

—¿Y sus padres?—Mi madre era del Este de la isla.

De niña… Bueno, mi abuela no creía enlos espíritus. Era una mujer moderna y afinales del XIX y principios del XX

todos querían ser modernos. Mi madre,en cambio, me decía que siempre jugabacon los elfos. Tenía muchas habilidadesde chamán, pero no las desarrolló. Entrelos islandeses está muy enraizada lacreencia de que en las grandes rocaspueden vivir seres ocultos. A vecesincluso ponen rocas en el jardín paraque vengan a proteger su casa. No es tanextraño: la religión sintoísta de Japónhace lo mismo.

—Últimamente están cambiandomuchas cosas en Islandia. En octubre de2008 llegó la gran crisis, y en el norte seconstruyen grandes presas y fábricas dealuminio. ¿Lo ve como una violación de

la madre naturaleza?—En algunos casos estas acciones

pueden ser una ofensa a la naturaleza,pero no siempre. Yo no soy pesimista.Somos criaturas vivas en la Tierra ynuestro deber es sacar lo mejor de ella,pero con cuidado. Aunque sólo sea parapreservar la belleza. Pienso que tenemosque tratar bien a la naturaleza, pero nopararlo todo. Hay muchos lugarespreciosos que hay que preservar.

—Islandia, en cualquier caso, es unpaís especial. Gracias a su naturalezavolcánica pueden obtener energíageotérmica.

—Desde el punto de vista físico, es

un país muy especial, en efecto. Aquíhay ríos y lagos de agua caliente,volcanes, fumarolas… Islandia ha sidocreada por unas fuerzas de la naturaleza,por las fuerzas constructoras de lanaturaleza. La isla de Surtsey salió delfuego en 1963. Si no surge tierra nueva,todo se erosionará.

—Cuando viaja al extranjero,¿siente que hay menos fuerza en otrospaíses?

—Es una pena, pero he observadoque a la mayoría de los países no lespreocupa la naturaleza. Creen en laciencia y en el progreso. Sólo cuando sedestruye el medio ambiente la gente

toma conciencia. En el siglo XVIII enInglaterra y Alemania surgieron gruposde protesta allí donde laindustrialización era más fuerte, dondemás bosques destruían. La gente vuelvea las viejas creencias, a la naturaleza.

—Ante los cambios acelerados quevive el mundo, ante las evidencias delcambio climático, ¿es usted optimista decara al futuro?

—Más bien sí, aunque en ciertomodo soy pesimista porque pienso quela naturaleza se vengará si no actuamosbien. Si pescas demasiado, se acaba elpescado. Si cultivas demasiado la tierra,la conviertes en un desierto. La

naturaleza siempre tiene que estar enequilibrio.

—¿La religión Ásatrú tiene muchoéxito en Islandia?

—Siempre ha formado parte de larealidad islandesa y tiene muchosadeptos. De alguna manera, la iglesia seapropió de los espíritus de la naturaleza.

—Aquí en Islandia es bastantecomún, por lo que he visto y oído,referirse a los espíritus de losantepasados como si estuvieranpresentes de algún modo.

—Por supuesto que hay espíritus delos antepasados. Este es un sentimientomuy fuerte en Islandia. Los espíritus de

los que vivieron antes en la isla nosprotegen. Se explican muchas historiassobre ellos y la verdad es que todo loque hacemos depende lo que han hechoantes nuestros ancestros. Si hoy vivimosbien en Islandia es por lo que anteshicieron los islandeses que nosprecedieron.

—Hoy las cosas no van muy bien.En octubre de 2008 llegó la crisis, y conella la recesión.

—Hay fatalidades, como larecesión. Pero pienso que tenía quellegar porque la gente se comportódurante unos años de una maneraestúpida. Tenemos que aprender de la

experiencia.Cuando ya nos despedíamos, me fijé

en el espectacular medallón que llevabaen el pecho. Tenía varios dibujos yletras en caracteres antiguos. Era todoun contraste con su pose elegante, sucorbata y su cuidado bigote.

—Es un Yggdrasil, el árbol de lavida —me explicó—. Me protege.Cuando no lo llevo me siento peor. Escomo los futbolistas, que van siemprecon su amuleto… No es muy viejo. Melo hice hacer hace unos treinta años,pero la idea es muy antigua. Lo hicepartiendo de textos de las Eddas y derepresentaciones antiguas del árbol de la

vida. Son imágenes muy vinculadas a lahistoria de Islandia.

—Usted es ingeniero, ¿verdad?—Estudié ingeniería y arquitectura,

pero nunca ejercí.—En cualquier caso, son estudios

racionales que contrastan con sudedicación a Ásatrú.

—Es que yo soy muy racional. Al finy al cabo, estamos haciendo lo mismoque hace 2000 años en Roma o enGrecia. Ellos descubrieron las estrellasy les otorgaron divinidades que lasmovían. Nosotros hacemos lo mismocon la naturaleza.

—¿Aún se conservan rituales

antiguos?—Los hay, pero se fueron

perdiendo… De todos modos, a partirde los textos antiguos ha sidorelativamente fácil reconstruirlos. Porcierto, cuando viajé a Lituania, un paísque nunca ha sido cristiano, vi quetienen rituales idénticos.

Unos días después de miconversación con Jórmundur Indi leí enuna revista que en 1999, durante sumandato, Ásatrú había inaugurado uncementerio pagano. Posteriormente, aprincipios de 2008, surgió la idea deconstruir un templo para albergarrituales paganos. En enero de 2008

compraron unos terrenos en una colinadel centro de Reykiavik, muy cerca dePerlan, y convocaron un concurso en elque participaron cinco arquitectos. Enseptiembre todo estaba preparado parainiciar la construcción, pero la crisis deoctubre frenó el ambicioso proyecto.Aquel día los dioses paganos chocaroncon la crisis financiera.

27. Einar MárGudmundsson,

escritorcomprometido

Cuando Einar Már Gudmundsson meabrió la puerta de su casa de las afuerasde Reykiavik pensé que tenía aspecto deleñador canadiense, pero en cuanto vi eldesorden de libros que presidía la casitade madera que utilizaba como estudio notuve ninguna duda de que estaba ante un

escritor de esos que viven imbuidos,veinticuatro horas al día, en un universopropio.

Hacía frío en el estudio, peroaquello también encajaba en el retratodel personaje, un hombre duro, conaspecto de estar poco dispuesto a hacerconcesiones. Tampoco me sorprendióque tuviera cinco hijos. Nacido enReykiavik en 1954, Einar MárGudmundsson había publicado varioslibros de poesía y había tenido un granéxito con su primera novela, Ángeles deluniverso (1993), con la que recibió elpremio de Literatura del ConsejoNórdico en 1995. Pero, aparte de su

faceta de creador con una fuertepersonalidad, Einar Már se habíacaracterizado por ejecer de intelectualcomprometido, especialmente en unosmomentos en que la crisis económica yla desconfianza en los partidos políticostradicionales tenía desorientados a losislandeses. Fruto de aquel compromisohabían sido su participación en lasmanifestaciones de enero de 2009 y unensayo que había titulado El libroblanco, en el que mezclaba lasopiniones contundentes con la poesía.

—Me dicen que es poco habitual,pero a mi no me lo parece —me indicóen cuanto se lo comenté—. Los poetas

tenemos que tener opiniones sobre estemundo, especialmente en los momentosdifíciles. No podemos dejarlo todo enmanos de los expertos, porque despuéspasa lo que pasa, que resulta que losexpertos no son tan expertos. Lospolíticos, economistas y abogados hanestado demasiado lejos de la gente,encerrados en sus especialidades.Tenemos que invadir su espacio.

—En su libro habla del dinero quecirculó en los años de euforia enIslandia como un capital ficticio. ¿Quéquiere decir exactamente?

—Ahora se habla mucho del capitalficticio, lo que indica que hay una

relación entre lo que ha pasado y laficción. Los escritores ya nonecesitamos recurrir a la fantasía porquelo que pasa en este mundo es, de algunamanera, fantástico. A veces losescritores tenemos que bajar a la calle yestar con la gente. Yo soy escritor y,como tal, me considero un privilegiado.Los lectores me leen y me siguen, y yoquiero devolverles algo de lo que ellosme dan. No quiero ser un servidor de laclase gobernante.

—No es, desde luego, el primercaso de un escritor comprometido con sutiempo.

—Por supuesto, los ha habido y los

continuará habiendo. Tenemos, porejemplo, los casos de Háldor Laxness oBertolt Brecht.

—Y George Orwell.—Orwell es mi favorito, ya que era

totalmente antidogmático, aunquesiempre encontrarás contradicciones enellos. Orwell parte del socialismo y delcomunismo, pero en sus novelas siemprehay individualistas. Yo, comociudadano, soy consciente de que influyoen mis libros. Quiero escribir sobre loque pasa, lo necesito. A veces ocurreque tú no eliges el tema, sino que eltema te elige a ti.

—Recapitulemos: en el otoño de

2008 llegó el crash financiero quesumió a Islandia en una crisis profunda.

—Islandia quedó muy tocada, peroen mi libro Islandia es un microcosmosde lo que ha pasado y de lo que pasaráen el mundo. Quizás en Islandia hemostenido la suerte de verlo como unlaboratorio, ya que somos un pequeñopaís de sólo 320.000 habitantes en elque los movimientos son transparentes.Aquí la economía ficticia llegó amultiplicar por doce la real. Fue unalocura.

—Un exceso, ciertamente.—Pero pasa igual en todo el mundo.

Nos venden la globalización diciendo

que iremos hacia un mundo feliz en elque las finanzas pueden viajarlibremente. Por eso les dan sueldos tanaltos a los financieros, y bonificacionesy lo que sea… Pero cuando se hundetodo, dicen que es el pueblo el que tieneque pagar.

—Se refiere al caso Icesave,supongo.

—Sí, claro. Ellos, los financieros,están viviendo en Londres con todo ellujo y me cargan a mí sus errores. Es lavieja historia de privatizar losbeneficios y nacionalizar las pérdidas.

—Al final tuvieron que recurrir alFondo Monetario Internacional.

—Ahora entendemos cómo va… EnLatinoamérica se quieren librar de él yen Islandia les damos la bienvenida. ¡Ja!

—Después de la gran crisis, elpueblo islandés está cabreado porquelos políticos dieron respaldo a losfinancieros, pero estos dicen ahora queignoraban sus movimientos. ¿Es creíble?

—Los políticos manipulan con ellenguaje. Con el neoliberalismo hancreado un nuevo lenguaje que utilizanpara mantener la ilusión. ¡Esto esprecisamente lo que tiene que hacer unescritor: denunciar esta manipulacióndel lenguaje!

—Islandia era el país más feliz,

según las encuestas,… y de repentellegó la recesión.

—Si retrocedemos a la generaciónde mis padres, cuando Islandia era unpaís de granjeros y pescadores, lospolíticos y los sindicatos luchaban paracrear el estado del bienestar. Sucedió entodos los países nórdicos. Fuimosprogresando con el tiempo, pero con elneoliberalismo lo privatizan todo y va aparar a manos de sus amigosfinancieros. ¡Y tenemos que volver aarrebatárselo! El estado del bienestar esalgo muy importante.

—Pero usted sabe que no será fácil.—No, ya. Dicen que es un

capitalismo de casino, pero lo triste esque juegan con el dinero de la gente. Esla ideología del mercado financiero. Alprincipio, Mitterrand estaba en contra,pero al final el poder de las finanzas seha hecho con el poder del mundo. Esfácil verlo en Islandia, un país pequeño,casi transparente, pero no es distinto loque ha pasado en otros países. Dicenque nos ha ocurrido por culpa de unospolíticos estúpidos… ¡y no es así!

—¿No lo es?—Todas estas regulaciones vienen

de la City de Londres, que queríacompetir con Wall Street. Pedían esalibertad. En Islandia, la Cámara de

Comercio era la que tomó el poder,como la City. Aquí, en el Parlamentoislandés les hacían las leyes a medida.Eran cómplices de los financieros.

—¿Está hablando de corrupción?—Hemos visto escándalos

clamorosos. Antes la gente creía queeran honestos. Parece una ficción leerahora que los bancos pagaban a lospolíticos y obtenían a cambio lo quequerían.

—Usted ha estado en México. ¿Quéaprendió allí?

—Estuve en Ciudad Juárez y mecontaron historias escalofriantes detraficantes de drogas. Era terrible, pero

en el fondo vi que aquí teníamos elmismo sistema. Los jefes narcos, paraser aceptados por la sociedad,limpiaban su dinero construyendoescuelas, universidades… Aquí, enIslandia, los grandes bancos hacían lomismo. Ayudaban al deporte, a lasorquestas sinfónicas… Hacían que lagente dependiera de ellos.

—¿Cree que son criminales?—Depende de cómo defina la

palabra criminal. Después de laRevolución francesa, el pueblo quería laley para reflejar el sentido de la justicia,pero hoy la ley es para mantener elsistema. Según el sistema, no son

criminales, pero si pensamos entérminos de justicia y moralidad, sí loson. Para mí, los que son responsablestienen que pagar. La gente no tiene quepagar su deuda. Ahora, cuando elgobierno da dinero a los bancos, nos loquita a nosotros, a la gente.

—Hay una comisión deinvestigación en marcha.

—En efecto, y creo que es honesta.Pero esta es sólo una pequeña parte delproblema. La mayor parte de loscrímenes ha sido legal. Construían unamaraña de empresas que iban vaciando,provocando bancarrotas, pidiendocréditos… Esto es lo que hicieron los

barones financieros de Islandia. Pedíangrandes créditos y quebraban lacompañía, pero antes ya habían pasadoel dinero a otra. Así se iba el dinero.Piensa que con este sistema se crearoncien o doscientas compañías de este tipoen Islandia.

—El aspecto positivo es que elpueblo ha reaccionado indignado. Salióa la calle a manifestarse.

—Hubo grandes manifestaciones, sí.El pueblo quería que se marchara tantoel Gobierno como los financieros. Lohicieron, y nada ha cambiado, peroahora sabemos que podemos hacerlo.Los de izquierdas que vinieron después

de las manifestaciones cerraron laspuertas al pueblo y dijeron: no nosmolestéis.

—¿Y qué significa en este contextoel triunfo de un actor como Jón Gnarr?¿Es una reacción contra los partidostradicionales?

—Demuestra que el sistema políticoestá en crisis. No los entendemos. Ahorahay algo nuevo que refleja la protesta,pero al mismo tiempo no tienen nada quedecir. Refleja la crisis de alternativas.

—Hace tan solo unos años, unaencuesta indicaba que los islandeseseran la gente más feliz de la tierra.

—La crisis no tiene nada que ver

con la felicidad. La gente pobre puedeser feliz. Era una manera de engañarnos.Nos decíamos constantemente queéramos un país feliz, pero… Hay untérmino medio entre el complejo deinferioridad y la megalomanía. Que se lodigan a los nazis… Pasa lo mismo enEspaña con la crisis de la construcción.Nos ponen en la Clase Superior cuandolos bancos tienen dinero, y cuando no,nos tiran a la basura. Creo que la gentede todo el mundo piensa que nos hanengañado… Pero mi felicidad no hacambiado. Es más, probablemente lagente es más feliz ahora. Antes nadieosaba hablar en voz alta, y ahora sí.

Quizás por eso he escrito ahora el libro,porque nadie puede parar a un poeta.

—Es evidente que hay una crisis departidos. ¿También de ideología?

—La gente piensa que los miembrosdel Mejor Partido, como Jón Gnarr, sonhonestos y les escucharán, pero cuandohablamos de alternativas, tenemos queaceptar que está todo muy confuso entodo el mundo. No es como en 1968,cuando había una solidaridadinternacional que podía acabar con laguerra del Vietnam. Hoy el poderimperial parece que puede hacer lo quequiera.

—¿Habrá reacción?

—Pienso que la gente pronto secansará de la situación, aunque nosabemos cómo decir no. No creo quenadie quiera volver al comunismo comoera antes. Por lo que veo, los jóvenesvan hacia el anarquismo, hacia lamúsica… De jóvenes, nosotros éramosradicales, trotskistas, etcétera, peropienso que los jóvenes pueden aprenderde algunas cosas nuestras. Siempre hahabido una corriente de surrealismoentre los jóvenes. La única manera desobrevivir es siendo optimista. En estesentido, el Quijote es mi ídolo. Tenemosque creer que protestar sirve de algo.Siempre hay que plantear nuevas

preguntas…—Volviendo al Fondo Monetario

Internacional…—Lo mejor para Islandia es hacer

tratos sin el Fondo Monetario. Podemostener créditos de Noruega, pero elFondo Monetario es tan poderoso queimpone sus condiciones en todos lospréstamos.

—Cambiando de tema, he visto queaquí en Islandia tienen muchos niños.

—Necesitamos gente para poblar laisla —rió Einar Már—. Somos pocos.Yo tengo cinco hijos, aunque en migeneración el promedio es de dos. Haymás niños en Islandia que en el resto de

Europa. La razón puede ser que lasociedad moderna islandesa es tannueva que los lazos familiares son muygrandes. Los abuelos se ocupan de losnietos y todos ayudan.

—¿Es eso consecuencia del Estadodel bienestar?

—Ayuda, pero… Mira, en lageneración de mi madre, la nacida en ladécada de 1930, las mujeres sequedaban en casa. En mi generación, encambio, ganaron mucha libertad. Cuandoyo era niño, había la calle y la madre. Ylas amas de casa estaban mucho en casa,explicando historias. Era como en loslibros de García Márquez… Lo peculiar

de Islandia es que siempre ha sido unasociedad más igualitaria. Todos seconocen y ricos y pobres pueden viviren la misma calle. Y el hecho es que noha habido una cultura específica paracada clase. Esto es importante. Todos loleen todo. En los 60 llegó la liberaciónde la mujer y todo ha ido cambiando.

—Ahora hay muchas mujeres enpuestos clave del poder.

—En Islandia no hay discriminación.En las sagas las mujeres siempre sonimportantes, aunque allí no tengan unaposición relevante. Las mujeresllevaban la casa, decidían. Despuéssiguieron teniendo ese papel las mujeres

de los pescadores y de los granjeros.—¿Y por qué hay tantas madres

solteras en Islandia?—Aquí es normal. Nadie le da

importancia. La iglesia nunca ha tenidodemasiado poder en Islandia, aunque esdifícil generalizar. Por ejemplo, mi hijatiene tres niños y el primero vino a los20 años, cuando era estudiante. En estecampo, los islandeses quizás estánpreparados para lo inesperado. Yoestudié en Copenhague cuando ya teníados hijos. Tuve uno en 1983 y otro en1984. Entre los estudiantes daneses erapoco habitual, pero aquí no nos damiedo tener hijos muy pronto.

—¿Usted siempre quiso ser escritor?—Desde el momento en que empecé

a escribir en serio, cuando tenía 21 o 22años, supe exactamente todo lo quequería hacer. Mi destino era ser escritor.No quería ser profesor o académico.Quería escribir novelas y poesía.

—¿Influye de algún modo escribir enun país de sólo 320.000 habitantes?

—Es muy importante tener los librostraducidos, pero la gran base de todoslos escritores son los lectores de supaís. El mercado del libro de Islandia esrelativamente grande, aunque no loparezca. Hay libros que venden 10.000copias o más. Aquí la gente lee mucho.

Algunos venden 1.000 y otros 5.000. ElEstado, además, te ayuda. Obtienemucho dinero del IVA de los libros yreparte una parte. Puedes tener unsalario para escribir un libro durante unmáximo de tres años. Además tienes lastraducciones, las subvenciones, lasconferencias en escuelas, lascolaboraciones en prensa… Todoayuda.

—¿Afecta el clima, el hecho de tenermitad invierno y mitad verano, mitad solde medianoche y mitad oscuridad?

—Es como los volcanes. Losislandeses ni los vemos. Están allá perono nos preocupan. Fuera, todos nos

preguntan por los volcanes y si tenemosmiedo. Y la verdad es que ni lo hemospensado. Adoptas una actitud estoica.Yo escribo tanto en verano como eninvierno. Me gusta el sol en verano y megusta la oscuridad del invierno.

—Escribe en El libro blanco que eninvierno, las auroras boreales son comoel yoga de los nórdicos.

—Es cierto. Son bellísimas yrelajantes. Vale la pena pasar uninvierno de oscuridad para ver unabuena aurora boreal.

—Los islandeses viajan mucho, perosiempre regresan a la isla. ¿Por qué?

—Es como en los viejos tiempos.

Tiene que ver con una palabra islandesaque significa tanto «quedarse en casa»como «estúpido». Tienes que marcharpara volver con más experiencia. Escomo los héroes de las sagas. Islandiaestá aislada, pero siempre de jóvenesleemos poesía extranjera. Yo mismo leíaa Lorca, a Rimbaud, etc. Islandia erapara mí un buen lugar para saber cosassobre el mundo. Te vas, pero cuandoregresas ves que lo que buscabas lejosya lo tenías aquí cerca y no lo veías.Tienes que marcharte para ver lo quetienes en casa. Es así.

28. La SeñoraPresidenta

Vigdis Finnbogadóttir, la que fuerapresidenta de Islandia entre los años1980 y 1996, la mujer más respetada delpaís, me abrió la puerta de su casa de lacalle Aragata, en el barrio universitariode Reykiavik, con una amplia sonrisa.No se veía en la casa ni vigilancia, niarcos detectores de metales ni guardiasde seguridad. Todo el mundo sabíadonde vivía la ex presidenta, pero nadie

se preocupaba por su seguridad. Al fin yal cabo, Islandia es un país tranquilo enel que ni hay ejército ni la policía llevaarmas de fuego, y en el que raramentepasa nada.

Tras sentarnos en un salónespacioso, con un gran ventanal abiertoa la luz y al paisaje, y unos cuantoscuadros de tema islandés, de alegrescolores, en las paredes, me invitó aempezar la entrevista. Lo hicerecordando que Islandia era de lospaíses más pobres a principios del sigloXX; sin embargo, hacía sólo unos añosera de los más ricos y en el otoño de2008 llegó el gran golpe de la recesión.

—El país ha cambiadodrásticamente, sí —admitió—. Éramosuno de los países más pobres, una islade granjeros y pescadores. Pero despuésvino la libertad, y la libertad te dasiempre alas.

—¿Se refiere a la independencia,que llegó en 1944?

—Antes, en 1928, vino la soberanía.Entonces firmamos un contrato con losdaneses que incluía un párrafo que decíaque si en un plazo de 25 años lodecidían ambos países, podría llegar laindependencia. Fue muy hermoso comose prepararon los islandeses. Enviaronjóvenes al extranjero para estudiar

técnica y para crear buenas escuelas, seinteresaron en cómo aprovechar el aguacaliente del subsuelo…

—Pero la Segunda Guerra Mundialabrió un paréntesis.

—La Segunda Guerra Mundial trajotrabajo a Islandia, ya que vinieron aquílos soldados ingleses y estosnecesitaban gente. Al final la pobreza seacabó. Después vino la generación demis padres, la del cambio de siglo, quefue la que preparó la nueva sociedad. Ydespués, la que hizo que Islandia seenriqueciera.

—Pero tras la riqueza vino el crashde 2008.

—Es triste, porque con lageneración del dinero, que era muyegoísta, hubo mucha deshonestidad. Yno lo hemos sabido hasta ahora… Esteinforme de cómo fue posible la maladirección en los bancos es terrible. Y lapena es que las autoridades no fueron losuficientemente fuertes como parapararles los pies.

—¿Y en qué momento se encuentraahora mismo Islandia?

—Ahora estamos en un cruce decaminos, en un momento de cambio.Tenemos que cambiar nuestra actitudante la vida y cultivar la disciplina. Laautodisciplina ha sido demasiado débil

en los últimos años. Pero no sólo aquí,sino en todo el mundo. Todos lo queríantodo para ellos, y esto es más conspicuoen los países donde teníamos un Estadodel Bienestar. Los que piensan sólo enellos y no en los otros no nos llevan aninguna parte. No puede ser satisfactorioa la larga. Tenemos que tener másautodisciplina, más autorrespeto. Sitenemos más autorrespeto, respetaremosa los otros. Nos dignificará.

En aquel momentó sonó el timbre dela puerta y la señora presidenta selevantó a abrir. Regresó con una sonrisay una explicación:

—Eran los de la Asociación de

Prevención del Alcoholismo, que veníana cobrar la cuota. Es lo que decíamos:falta autodisciplina también en el temadel alcohol, de las drogas… También eljugar con los ordenadores se estáconvirtiendo en una especie de drogapara los niños. Es como un casino. Mepreocupa mucho eso de los jóvenes. Espuro escapismo. Antes disfrutábamos dela vida de una manera más amplia.

—¿Me está diciendo que no ve conbuenos ojos el futuro?

—No, no. Yo soy optimista sobre elfuturo del país, básicamente porque sieres pesimista no eres capaz de cambiarnada… Seguro que nos recuperaremos

partiendo del autoanálisis, que es una delas llaves para coger fuerza de cara alfuturo. Mucha gente falló en Islandia ycontagió a la sociedad. Fue una pena. Lagente decía: «Si el vecino compra esto,¿por qué yo no?». Hoy los niños son losdamnificados. ¿Qué pasa con los niños?Mi hija tiene tres hijas. Ella dice que lagente trabaja tanto que deja a los niñosante el ordenador. A los niños no se lesenseña a ser responsables.

—Hace unos años decían que enIslandia vivía la gente más feliz delmundo. ¿Cree que sigue siendo así?

—Era sólo una encuesta de unperiódico. Decían que éramos los más

felices… pero yo nunca me lo creí. Esuna cuestión psicológica. Fíjate en losviejos islandeses de las sagas. Ellosnunca se quejan. Si le preguntas a unislandés si es feliz te dirá: «Sí, claro».Si se lo preguntas a un francés, encambio, se quejará de que esto no vabien, de que la vida es cara, de que…Aquí nunca se admitirá que no somosfelices. Es el carácter nacional. Perosomos tan felices como en cualquier otropaís.

—Sin embargo, hace sólo dos añosIslandia eran un país rico y ahora…

—Nos tenían engañados. Era unespejo que no reflejaba la realidad.

Construyeron una torre de Babel que notenía nada que ver con la realidad. Ellosse lo decían y se creían que eran losmejores. Sus yates flotaban en un mar dechampán.

—¿Qué recuerdos tiene de cuandofue presidenta, entre los años 1980 y1996?

—Fueron unos buenos años, fuiafortunada, pero le diré la verdad: me lopasé mejor antes, cuando era directorade teatro.

Vigdis Finnbogadóttir tenía unacarrera poco habitual para alguien quese dedicó a la política. Nacida enReykiavik en 1930, hija de un ingeniero

que era profesor en la Universidad deIslandia y de una enfermera, estudiófrancés y literatura francesa en laUniversidad de Grenoble y en laSorbona, en París, entre 1949 y 1953.Después estudió Historia del Teatro enla Universidad de Copenhague y segraduó en inglés y francés por laUniversidad de Islandia. Con estapreparación académica, muy orientadahacia las letras, no es sorprendente queentre 1954 y 1957, y entre 1961 y 1964,formara parte de la Compañía de Teatrode Reykiavik. Durante los veranostrabajaba como guía turística y fuetambién profesora de francés. El teatro,

sin embargo, era lo que más leinteresaba. Entre 1972 y 1980 fuedirectora artística del Teatro deReykiavik y entre 1976 y 1980 fuemiembro del Consejo Asesor de AsuntosCulturales de los países nórdicos. En1980, sorprendentemente, se convirtióen la primera mujer del mundo que eraelegida democráticamente presidenta deun país.

—Ser presidente comporta muchasobligaciones —me comentó como siañorara aquellos tiempos—. Aquí sehace un arte muy bueno, tanto en teatro,como en pintura o en escritura. Yodisfrutaba con el teatro. Ahora la lengua

islandesa está herida por laamericanización, pero yo sé que sesalvará porque lo que salva a la lenguaes tener a buenos escritores, y aquí,aunque sólo seamos 320.000, lostenemos.

—Entre otros tuvieron a HalldórLaxness, un premio Nobel.

—Fuimos buenos amigos, y dirigíalgunas de sus obras. Sus personajes sonsiempre muy fuertes. En su novelaCampana de Islandia describe la luchapor la libertad, cómo llega a serimportante la libertad. Por cierto, ahorapregunto yo: ¿Ha visto la recesión en lascalles de Reykjavik?

—Pues no, se sigue viendo unasociedad con un buen nivel de vida.

—Hace poco vino una televisiónjaponesa y pensaba filmar pobresdurmiendo en la calle, y no encontraronnada de eso. ¿Sabe por qué? Puesporque aquí la gente no lo expresa,aunque por primera vez en muchos añoshay unas cifras de paro importantes.

—En Islandia llaman la atención lasmuchas mujeres que ocupan cargosimportantes, empezando por usted, quefue la primera jefe de estado del mundo.

—Las mujeres han sido importantesa lo largo de la historia de Islandia, perooficialmente sólo lo eran los hombres.

En un país pesquero las mujeres siempreson importantes, ya que son las que seocupan de todo lo de la casa mientraslos hombres se hacen a la mar. Por esolos marineros las valoran mucho. Yo noestaba metida en política, sino encultura. Fueron los marineros los que meanimaron y aplaudieron. Yo no me loinventé. ¿Recuerda lo que pasó el 24 deoctubre de 1975?

—Pues no.—Fue el día que la ONU declaró

que el mundo tenía que tener un Día dela Mujer. Las mujeres de aquí noestaban satisfechas de que sólo fueranlos hombres los que dirigieran el país.

Por eso decidieron tomarse un día libre,el Día de la Mujer. Dejaron de trabajarpor la tarde y se reunieron en la calle.Era un día precioso, soleado, y al pararlas mujeres las fábricas tuvieron queparar, y las factorías de pescado…Todo cerró y se vio que el papel de lamujer era importante, ya que era un pilarde la sociedad. La noticia se dio en todoel mundo como una huelga de mujeres enIslandia, pero no fue exactamente unahuelga.

—¿Usted también paró?—Yo también paré, claro. Entonces

estaba en el Teatro de Reykiavik.—Ahora hay más mujeres en el

Gobierno.—Lo que pasó después de aquel día

fue que los inteligentes vieron que nopodía haber elecciones sin una mujercandidata. Un día vi mi nombre en unpapel, sin esperármelo. Vi que siaceptaba podía ayudar a mi país y puselo mejor de mi parte. Los candidatoséramos tres caballeros y yo. Para misorpresa, gané. Se necesitaba muchavalentía. Podía haber sido un granfracaso y de hecho yo me conformabacon quedar segunda, pero… Con eso seaceptó que las mujeres tuvieran un papeldestacado en Islandia. Antes las mujeresocupaban el lugar 6 o 7 en la lista, para

empujar a los hombres. Fue bueno parael país, ya que se demostró que eraposible.

—¿Qué recuerda de cuándo erapresidenta?

—Yo fui elegida por la gente ysiempre pensé que tenemos que volver alos valores de siempre. El mundo hoy esextraño. Parece que el ser humano noquiere aceptar la paz y siempre hayconflictos. Y, sin embargo, a la gente legusta vivir en paz, plantar árboles, vercrecer a sus hijos… Cuando erapresidenta, yo hablaba de mantener laidentidad y las lenguas de Europa. Ytodavía lo hago. Los valores no están en

el dinero, sino en la identidad. Son máspara la mente que para el cuerpo. Eldinero y los jets privados eran sólojuguetes en manos de algunos ricos…

—En la crisis financiera sólo hansalido nombres de hombres, no demujeres.

—Pienso que nunca habría pasado loque pasó si hubiera habido más mujeresllevando el barco. Los que jugaban conel dinero de todos como si estuvieran enel casino eran todo hombres, y ademástenían los bancos. La privatización fuemal, el neocapitalismo no ha sido bueno.Era «eco me nihi mi», lo digo en latín.Todo va sobre mí.

—Algo que también diferencia aIslandia es que las madres solteras sonsiempre bien aceptadas.

—En una sociedad pequeña comoesta, la gente lo acepta. No es unacatástrofe como sucede en algunospaíses católicos.

—Usted llegó a presidenta estandodivorciada, y adoptó una niña sin estarcasada, ¿verdad?

—Y nunca lo he lamentado. Tener ami hija fue la felicidad de mi vida. Ellaha tenido tres hijas. Ya ve, coleccionomujeres. En el futuro mis nietas seránmujeres fuertes que ayudarán a este país.

—En sus años jóvenes, en 1949,

consta que usted se manifestó contra labase norteamericana.

—Siempre he sido pacifista. No megustaba que hubiera tropas extranjerasen Islandia. Teníamos que decir que nolo aceptábamos. Los intelectualesestábamos en contra. No éramoscomunistas, pero nos preocupaba laidentidad islandesa. Una presenciamilitar extranjera siempre es muydelicada. Era una cuestión de orgullo.

Recordando que VigdisFinnbogadóttir había sido guía turísticaen su juventud, decidí preguntarle porlas bellezas de Islandia, por lanaturaleza de aquel país volcánico que

cada vez atraía más turistas.—Yo era guía turística, sí, porque

siempre me han fascinado los paisajes yla historia del país —apuntó—. Fundé laEscuela de Guías Turísticos para quetuviéramos unos guías bien preparados.No basta con decir mirad esto, miradaquello, un buen guía tiene que explicarel pasado del país. Las novelassudamericanas, por cierto, siempreempiezan con el pasado, con referenciasa los abuelos o antepasados. GarcíaMárquez, Isabel Allende…

—¿Por qué cree que vienen tantosturistas a Islandia?

—Hacer turismo en Islandia es muy

interesante por el paisaje. Es único, nohay otro igual en ningún lugar delmundo. Islandia es como una roca que selevanta entre América y Europa, justodonde chocan las placas continentales.Un país muy interesante, sin duda, y nosólo desde el punto de vista geológico.

—¿Cuál es su paisaje favorito deIslandia?

—Me gusta allá donde estoy:Thingvellir, los fiordos del oeste, losalrededores de Akureyri, el lagoMyvatn… Desde fuera, Islandia se vemuy pequeña, como un punto en elAtlántico, pero es más grande queIrlanda y los volcanes no son un peligro,

ya que sólo afectan a una parte del país.El problema fueron las cenizas y losvuelos anulados. Cuando la madrenaturaleza se enfada, no podemos hacernada. Cuando la madre naturaleza tose,no podemos… Todo ha sido más bienraro. Quizás la naturaleza no estásatisfecha con nosotros. En los últimostiempos ha habido volcanes,terremotos… Aquí, en Islandia, la genteestá muy próxima a la naturaleza.

—Cambiando de tema, ¿cómo vivióla erupción del Eyjafiallajökull?

—Aquí me siento orgullosa de miscompatriotas, que se apresuraron aayudar a los granjeros afectados por la

ceniza del volcán. La unidad esadmirable. Aquí, para combatir el paro,las familias ayudan mucho. En estanación hay unidad. A la gente lepreocupa la vida de los otros. Somos unpaís pequeño y el prójimo quedasiempre muy cerca.

—Se dice que Islandia es un buenlaboratorio para ver lo que pasa en elmundo, ya que, al ser un país pequeño,todo pasa unos años antes. ¿Está deacuerdo?

—Pienso que Islandia puede ser unejemplo de cómo abrirse a las otrasculturas.

—¿Qué papel juegan las sagas en la

historia de Islandia?—Nuestra historia está en el paisaje,

no en los edificios. Nuestro arte es ellenguaje, porque el lenguaje es libre. Notenemos monumentos como en España,pero el lenguaje es nuestro tesoro. Lassagas son nuestros castillos. Y ellenguaje, aunque sólo lo hablen 320.000personas, es nuestro sentimiento.

—Borges decía que Islandia era «laisla secreta».

—Sé que Borges admiraba muchoIslandia. A él no lo conocí, pero sí a suviuda, María Kodama. En su lápida, enSuiza, hay una frase de las eddas o delas sagas.

—¿A qué se dedica ahora?—La verdad es que tengo poco

tiempo para mí misma. No tengo tiempopara hacer media, calceta o bordados.Estoy muy ocupada en la Unesco, en elInstituto de las Lenguas. Yo planeaba unInstituto de Lenguas Extranjeras. Mededico a mis nietas. Viajo mucho.

—¿Qué recuerdos tiene de España?—Soy del Club de Madrid para

promover la democracia. Trabajo muchocon ellos, y viajo a menudo a Barcelonapor la cuestión de las lenguas. Estoy enel Comité de la Paz de la Unesco. Hacepoco estuve en una reunión deacercamiento de las culturas. A veces

alguien utiliza las lenguas para crearconflictos, cuando están hechas paraentendernos.

—En estos momentos en que larecesión crece en todo el mundo,¿piensa que Islandia es un laboratorio aescala de lo que sucederá?

—Hay una teoría sobre esto. Quizásdeberíamos de crear un centro aquí decómo salir de la crisis. Se puedeaprender mucho de la crisis de Islandia.No pienses nunca que lo que ha pasadono te concierne. Todo te concierne.

—¿Le han pedido consejo lospolíticos tras la recesión?

—Me pidieron que hablara para

salvar el buen nombre de Islandia. Y megusta hacerlo, porque los que crearon larecesión eran unos pocos, pero crearonuna mala imagen del país que no secorresponde con la realidad.

EpílogoNUEVA ISLANDIA

Sucedió durante un viaje a Canadá, unfrío mes de noviembre. Había ido hastaallí para escribir un reportaje sobre lososos polares que se concentran cadaotoño en los alrededores de Churchill,en el estado de Manitoba. Los ososacuden por centenares, siguiendo lasancestrales rutas migratorias, y esperanpacientemente a que se congele la bahíade Hudson para así poder entrar a cazarfocas en el hielo. Cuando las detectan,se yerguen sobre las patas traseras,cogen impulso y se lanzan con fuerza

con las delanteras para romper el hielo ymatar a la foca de un zarpazo. Puede seruna escena cruel o un acto desupervivencia, depende de cómo semire.

Fue aquel un viaje emocionante en elque tuve que soportar las rachas heladasdel inmisericorde viento del norte ytemperaturas de hasta 28 grados bajocero. Los osos, por suerte, llegaronpuntuales a la cita y se dejaron ver cercade la costa en lo que fue una experienciainolvidable; los vi caminando comosombras heladas entre los árboles delbosque, tumbados en la nieve, blancosobre blanco, retozando, luchando,

cuidando a sus retoños e inclusohurgando en los cubos de basura deChurchill en busca de un sustento queescaseaba mientras no se congelaba labahía.

Pero lo mejor de los viajes es que,aparte de proponerte el conocimiento deotros mundos, a veces te ofrecen regalosinesperados, y sería pretenciosorenunciar a ellos. Escribió Chestertonque «el viajero ve lo que ve; el turista,lo que ha ido a ver». Ante estadisyuntiva, conviene pertrecharse de lamirada del viajero y no conformarse conver lo que ya sabíamos que veríamosantes de la partida; hay que dejarse

seducir por el factor sorpresa y lanzarsea recorrer caminos que en un principiono teníamos previstos. Es allí donderadica la emoción y la esencia del viaje.

Fue en un bar de Churchill, elGypsy’s, donde conocí a KelseyElliasson, un guía desdoblado en editorde un diario local que tenía la curiosaparticularidad de publicarse sólo«ocasionalmente». Kelsey, que vivía enuna cabaña en medio del bosque, mecontó anécdotas de sus encuentros conosos polares y se lamentó de cómo habíaevolucionado la población de Churchillen los últimos años. «Vine a vivir aquíporque me atrae la naturaleza, pero esto

se parece cada vez más a Disneylandia»,me dijo con la mirada triste. Durantelargo rato estuvimos hablando de osospolares y de la posibilidad de laaventura en pleno siglo XXI. Fue unaagradable conversación en la quedescubrí que Kelsey tenía antepasadosislandeses. «En el verano de 2007 viajéallí por primera vez», me contó, «y mesorprendió ver un nivel de vida tan alto.Cuando preguntaba de dónde salía tantodinero, nadie sabía qué contestarme.Creo que ahora, después de la crisis, yaconozco la respuesta».

Fue Kelsey Elliasson quien meinformó de que en el sur del estado de

Manitoba, a orillas del lago Winnipeg,había una colonia conocida como NuevaIslandia. En cuanto escuché aquelnombre, supe que tenía que ir allí… Alcabo de unos días viajé hasta Thompsonen un tren de una lentitud exasperanteque avanzaba como un fantasma por elpaisaje helado; una vez allí, alquilé uncoche para ir todavía más al sur. Estuveconduciendo entre inacabables bosquesde abetos, lagos helados, ríosimpetuosos y poblaciones de aspectofantasmal, hasta que al llegar a The Pas,una población de pioneros que sevanagloria de su pasado trampero, medesvié hacia el este, hacia Nueva

Islandia.Tanto los campos como la carretera

estaban cubiertos de nieve, pero amedida que iba descendiendo hacia elsur las curvas del paisaje se ibansuavizando hasta desembocar en unconjunto de apacibles pueblos deaspecto y nombre nórdicos, comoEriksdale o Arrborg, con casas demadera que parecían escapadas deSuecia, Noruega o Islandia. Un anunciode un concesionario de coches quellevaba el nombre de Viking Motors,con un gran vikingo dibujado en lafachada, me hizo caer en la cuenta deque ya había llegado a Nueva Islandia.

Poco después cruzaba el IcelandicRiver, un nombre que no dejaba lugar adudas.

El final del día coincidió con millegada a Riverton, un pueblo situado aorillas del lago Winnipeg. Me instalé enun motel cochambroso en el centro y, envista de que ya era oscuro, había nievepor todas partes y el frío arreciaba, cenéun plato rápido en el restaurante chinodel motel y me encerré en la habitaciónpara repasar mis datos sobre NuevaIslandia.

Fue a partir de 1860 cuando un 20% delos islandeses, empujados por el hambre

y por la destrucción de las tierrasfértiles por culpa de las erupcionesvolcánicas, decidió emigrar a EstadosUnidos en busca de una vida mejor. Suprimer destino fue Brasil, pero pronto locambiaron por Estados Unidos,probablemente porque tenía un climamás parecido al suyo. Fueron muchoslos que emigraron al estado deMilwaukee, entre ellos SigtryggurJonasson, que años después seconvertiría en el primer islandés queemigraría a Canadá.

En 1873, un total de 115 islandesesse unieron a Jonasson, que se habíaestablecido en el distrito de Ontario.

Desde aquel asentamiento, muchosdecidieron seguir a un misioneroescocés, de nombre John Taylor, que sefue en busca de mejores tierras hacia elestado de Manitoba. Taylor, SigtryggurJonasson y otro islandés llamado EinarJonasson encontraron lo que buscabanen la orilla oeste del lago Winnipeg,muy cerca del White Mud River, querebautizaron como Icelandic River. Allídelimitaron un área de 58 kilómetros delargo que llegaba hasta la llamada BigIsland, a la que decidieron dar elnombre islandés de Hecla. A este nuevoterritorio, que los colonos ocuparon apartir de 1875, lo llamaron Nueva

Islandia.En el verano de 1876 llegaron a

Nueva Islandia otros 1.200 islandeses,que huían de la erupción del volcánAskja, que arrasó 6.500 kilómetroscuadrados de tierras. No les esperabauna vida fácil, ya que tuvieron queluchar contra una naturaleza desbordantey varias epidemias, pero su espírituvikingo y la lectura de la Biblia y de lassagas mantuvieron su esperanza.Aprendieron a labrar la tierra y a pescaren las aguas del lago, y en 1877 se trazóun primer borrador de Constitución. En1878 se celebraron las primeraselecciones en Nueva Islandia, una región

que en 1887 se incorporó al estado deManitoba. Para entonces, una nuevaoleada migratoria de ucranianos ypolacos ya había empezado a diluir elcarácter islandés de Nueva Islandia.

A la mañana siguiente, cuando fui a daruna vuelta por los alrededores delmotel, comprobé que justo enfrentehabía un parque dedicado a la memoriade los pioneros islandeses. El azar —olos dioses vikingos, o quizás los elfos—me había llevado hasta allí. Leyendo lasplacas de los monolitos descubrí queRiverton había sido bautizado por losprimeros colonos como Lundi, nombre

islandés que significa frailecillo, y queuno de los monumentos estaba dedicadoprecisamente a la memoria del capitánSigtryggur Jonasson (1852-1942),«padre de la Nueva Islandia», fundadordel primer diario islandés de Américadel Norte y miembro de la primeralegislatura de Manitoba en 1896. Otromonolito indicaba que el diario encuestión se llamaba Framfari(Progreso) y que se elaboró allí mismo,«en un cobertizo de madera al este delIcelandic River», desde el 10 deseptiembre de 1877 hasta el 24 de juniode 1880. Un tercer monumento delparque estaba dedicado a la memoria

del poeta Guttormur J. Guttormsson(1878-1966), nacido en una granja cercade Riverton. En él podía leerse, enislandés y en inglés, uno de sus poemas.Traducido al castellano dice así:

El alma humanano es ni alba ni noche,no tiene ni principio ni fin.Es eterna, ilimitada,como el espacio.No es ni culpable ni inocente.Es, en sí misma, Dios.

Animado por este inesperadoreencuentro con la historia de los

islandeses emigrados a Canadá, subí alcoche y me dirigí hacia el norte, hasta laisla de Hecla. Tras cruzar el puente quela une con tierra firne, me desvié haciaHeclastaddir, el pueblo islandés de laisla. Lucía un sol espléndido, pero elfrío era intenso, de varios grados bajocero, y el lago empezaba a congelarse.No había nadie en la isla, ni un alma; loúnico que pude ver fueron casas demadera muy cuidadas que recordabanlas de Islandia, un pequeño puerto y losedificios comunitarios de la iglesia, delayuntamiento y de la escuela, fundada en1890 y reconstruida en 1922. En variasde las casas ondeaba la bandera de

Islandia y en una de ellas había un grancasco vikingo en el jardín.

Todo estaba cerrado en Hecla, sinduda un buen destino en verano, pero noen otoño. Incluso la gasolinera, laGuesta Hús (Casa de huéspedes) y unatienda de regalos estaban cerradas a caly canto, asediadas por la nieve y elhielo. Me entretuve leyendo las lápidasdel cementerio: Tomasson, Helgason,Jornsson… Casi todos los nombres eranislandeses. En un monolito erigido conocasión del centenario de Hecla, untexto daba las gracias al «esfuerzo yperseverancia» de los pionerosislandeses que en 1876 se instalaron en

aquella isla.Me hubiera gustado hablar con

alguien sobre los orígenes islandeses,pero Hecla estaba totalmente desierta.Según supe después, la isla se habíaconvertido con el tiempo en unagradable lugar de veraneo al queacudían los turistas para ver un rincónde Islandia trasladado a Canadá. Eninvierno, sin embargo, el frío y ladesolación se apoderaban de ella.

Leí el cartel en islandés cuandoabandoné la isla, Komid aftur: vuelve, yme dirigí hacia el sur, hacia Gimli, lapoblación que pasa por ser la capital dela Nueva Islandia. Gimli significa «el

lugar de los dioses» y tenía una granestatua de un vikingo en el centro, muycerca del lago, y un Viking Motel a lasalida, junto a la carretera. Todo muynórdico, muy islandés. Me instalé en elViking Motel, que tenía un gran barcovikingo pintado en la fachada y una fotode Magnus Magnusson, uno de los dosislandeses proclamados Hombre MásFuerte del Mundo, junto al mostrador derecepción.

—Supongo que tus antepasadosdebían de ser islandeses —le dije alrecepcionista, un joven alto, fuerte yrubio.

—Yo nací aquí, pero mis padres son

rusos.—¿Y el nombre de Viking Motel?—Gimli es un pueblo islandés —se

encogió de hombros, como si fuera tansólo una etiqueta comercial—. Enverano vienen muchos turistas. Inclusohay un festival vikingo en agosto.

Estaba claro que había llegado fuerade temporada. Por lo visto, en veranovenían multitudes, atraídas por la NuevaIslandia y también porque Gimli era elnombre del representante de los enanosen El señor de los anillos.

Cuando salí a pasear por el pueblo—con anorak, guantes y gorro—, no tuvemucha más suerte: el propietario del pub

era de origen irlandés, el muchacho queatendía en la tienda alternativa, húngaro,y la chica del Fish and Chips ni lo sabíani le importaba.

Tuve que ir al New Iceland HeritageMuseum para reencontrarme conIslandia. Allí, en el interior de unedificio de líneas modernas, había ungran mapa de Nueva Islandia, unoscuantos objetos que habían traído losprimeros inmigrantes, un ejemplar deldiario Framfari, una reconstrucción delas primeras casas, unos cuantos poemascargados de nostalgia, estatuillas dedioses vikingos y pegatinas queproclamaban: «Leif landed first… Ask

any Icelander» (Leif desembarcóprimero… pregúntale a cualquierislandés), en referencia aldescubrimiento de América por parte deLeif Eriksson hacia el año 1000.

La historiadora Elva Sigmundsson,autora del libro Icelandic Settlers inAmerica, me contó allí mismo queactualmente había unos 26.000islandeses en todo el estado deManitoba.

—Es la comunidad más grande fuerade Islandia —precisó— y en este museomantenemos la memoria de la NuevaIslandia.

—¿Todavía hablan islandés?

—Se habla en casa, pero ya no seenseña en la escuela. Hasta ahora se hamantenido, pero me temo que lageneración actual lo está perdiendo.

—¿Conservan las tradiciones deIslandia?

—Algunas. Hay un festival islandésa primeros de agosto, pero el Thorrablót(la fiesta pagana que celebra el final delinvierno) ya sólo se celebra en Aarborg.Por otra parte, también se ha perdido lode cambiar el apellido de padres ahijos. Yo me llamo Simundsson, perotendría que llamarme Gudmundsdóttir.

—¿Ha estado alguna vez enIslandia?

—Hace unos veinte años. Es una islapreciosa… pero yo ya me considerocanadiense. Toda mi vida he vivido aquíy Gimli es un buen lugar para vivir.

A la salida del museo hojeé un diarioantiguo que me había dado Elva, elLögberg Heimskringla. The IcelandicCommmunity Newspaper. Era del 15 denoviembre de 2008 y llevaba un artículosobre cómo la crisis financiera habíaasestado un duro golpe a Islandia. Lomás curioso era que la publicidad de laúltima página era del Landsbanki, unode los bancos quebrados. Fue entoncescuando recordé lo que me había dicho

Kelsey Elliasson unos días antes enChurchill: «La crisis de Islandia es tanfuerte que muchos islandeses igual seplantean ahora emigrar, como en el sigloXIX. Si quieren venir aquí, nosotrosencantados. En Manitoba hay sitio desobras para todos».

Esperemos que no tengan quehacerlo y que Islandia salga de esta,pensé. Y a continuación me reafirmé enla certeza de que tenía que regresar aaquella isla secreta y remota, cuantoantes.

XAVIER MORET ROS. Nacido enBarcelona (España) en 1952, estudióFilología Inglesa y Periodismo en laUniversidad Autónoma de Barcelona.De donde más ha aprendido, sinembargo, es de los viajes. Traductor deSuperman y de Batman en su juventud,ha tenido la suerte de poder ganarse la

vida combinando tres de las cosas quemás le gustan: leer, escribir y viajar. Seinició en el oficio de periodista en losdiarios ya difuntos Catalunya Express yEl Correo Catalán, y durante más dediez años formó parte de la sección deCultura de El País. También hatrabajado en TV3 y en La Vanguardia, ya partir del 2006 es reportero de viajesde El Periódico, hecho que le supone irviajando por el mundo escribiendoreportajes. A los 30 años escribió suprimera novela, El americano queamaba a Moby Dick, y en 1998 publicósu primer libro de viajes, América,América. En 2002 ganó el premio

Grandes Viajeros con La isla secreta,en 2004 el premio 23 d’abril con Dr.Pearson, y en 2006 el Sent Soví con ElBulli desde dentro.

(de la web del autor)

Notas

[1] lo cierto es que en la segunda ediciónen catalán lo hice; parte del contenidode los capítulos 9, 10, 11, 12, 14 y 15,en un redactado distinto, se puede leerallí. <<