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Introducción. Lo rural y la ruralidad: algunas reflexiones teórico-metodológicas Luz Nereida Pérez Prado El Colegio de Michoacán Introducción Las múltiples definiciones de lo rural y la ruralidad que encontramos en las ediciones de varios diccionarios apuntan hacia el carácter eminente- mente agrario del medio rural. También evocan el carácter rústico del campo y la poca sofisticación que tienen quienes habitan en ese medio.1 Asimismo, en las ciencias sociales, las palabras rural y campo son usadas como sinónimos. Aunque los llamados a clarificar “ lo rural” y “ la ruralidad” abundan en la literatura,2 todavía carecemos de una conceptualización de lo rural y de una idea clara sobre cómo, tomando como punto de partida “ lo rural” , podríamos distinguir otros conceptos como lo urbano y suburbano.3 La opinión popular, fundamentada en las experiencias de los diferen- tes sujetos sociales, también se ajusta a tales definiciones e imágenes. Así, por ejemplo, mientras que para algunos lo rural es simplemente el paisaje fuera de la gran ciudad, para otros es el pequeño pueblito rodeado de montañas o un área con una baja densidad poblacional, donde la agricultura es la principal actividad económica. Estas imágenes sugieren una gama de significados simbólicos en los que se asume que diferentes patrones socio-culturales y actividades económicas coinciden con un marco espacial, social y cultural claramente definido.4 Estas acepciones e imágenes reflejan la confusión que aún existe sobre el “ carácter de lo rural” . La imagen de unicidad de la gente que habita en el medio rural es fortalecida por relatos sobre las ventajas y desventajas de la vida en este ambiente y por las coloridas representaciones de lo rural que encontra-

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Introducción. Lo rural y la ruralidad: algunas reflexiones teórico-metodológicas

Luz Nereida Pérez Prado El Colegio de M ic h o a c á n

Introducción

Las múltiples definiciones de lo rural y la ruralidad que encontramos en las ediciones de varios diccionarios apuntan hacia el carácter eminente­mente agrario del medio rural. También evocan el carácter rústico del campo y la poca sofisticación que tienen quienes habitan en ese medio.1 Asimismo, en las ciencias sociales, las palabras rural y campo son usadas como sinónimos. Aunque los llamados a clarificar “ lo rural” y “ la ruralidad” abundan en la literatura,2 todavía carecemos de una conceptualización de lo rural y de una idea clara sobre cómo, tomando como punto de partida “ lo rural” , podríamos distinguir otros conceptos como lo urbano y suburbano.3

La opinión popular, fundamentada en las experiencias de los diferen­tes sujetos sociales, también se ajusta a tales definiciones e imágenes. Así, por ejemplo, mientras que para algunos lo rural es simplemente el paisaje fuera de la gran ciudad, para otros es el pequeño pueblito rodeado de montañas o un área con una baja densidad poblacional, donde la agricultura es la principal actividad económica. Estas imágenes sugieren una gama de significados simbólicos en los que se asume que diferentes patrones socio-culturales y actividades económicas coinciden con un marco espacial, social y cultural claramente definido.4 Estas acepciones e imágenes reflejan la confusión que aún existe sobre el “ carácter de lo rural” .

La imagen de unicidad de la gente que habita en el medio rural es fortalecida por relatos sobre las ventajas y desventajas de la vida en este ambiente y por las coloridas representaciones de lo rural que encontra-

mos en las monografías de la antropología social, cultural y ecológica. Si la unicidad de lo rural fuera evidente, entonces el problema que presenta­ría su análisis y medición sería uno conceptual y metodológico. No obstante, la tarea dista de ser tan simple. Tanto en los países desarrolla­dos como en los que se enfilan por esa vía, pocos de los supuestos acerca de las diferencias socio-espaciales y culturales entre los medios rural y urbano resisten la prueba del análisis.5

Ahora bien, ciertamente las áreas que consideramos rurales son zonas bajo presión ya sea como resultado del “ desarrollo económico” o de su carencia. Son espacios que atraviesan por un proceso de metamorfosis del cual podrían emerger nuevos lugares. ¿Qué fuerzas sociales están detrás de esta presión? Las transformaciones de los espacios rurales han sido guiadas tanto por fuerzas culturales como por fuerzas politico­económicas.

En resumen, la concepción de lo rural como cuasi-sinónimo de lo agrario y rústico resulta obsoleta a la luz de la complejidad cultural y diferenciación socioeconómica de los grupos domésticos que conforman las llamadas sociedades rurales. Entonces, ¿a qué se debe tal confusión? La respuesta a esta interrogante la encontramos en la evolución de la sociología rural, rama de la sociología que, hasta tiempos recientes, dominó los estudios sobre lo rural y la ruralidad.

La evolución de la sociología rural es el tema que tratamos — en forma sinóptica— en el siguiente apartado de este trabajo.6 En el tercer y último apartado presentamos: 1) un recorrido a vuelo de pájaro del auge de los enfoques multidisciplinarios en los estudios rurales, y 2) sintetizamos las ideas centrales de los artículos que constituyen este número — muestra excelente de la heterogeneidad de los estudios sobre lo rural y la ruralidad— y las incorporamos a algunas reflexiones teórico- metodológicas.

Evolución histórica de la sociología rural

Hasta los años setenta, los estudios sobre lo rural y la ruralidad estuvie­ron ligados a la evolución —y a los vaivenes— de la sociología rural, una “ subdisciplina” cuyas perspectivas teóricas tuvieron como contexto« geográfico-histórico a las experiencias de los países europeos y de los

Estados Unidos. Por consiguiente, estos reflejaron los supuestos que sobre el desarrollo del capitalismo industrial yacen en los escritos de Marx, Weber y Kautsky en los que, con diferentes matices y objetos de estudio, lo rural es entendido como pre-capitalista y atrasado. De aquí que la disciplina se ocupara de “ lo rural” casi como trasfondo para entender el cambio socioeconómico y cultural (Newby, 1987: 8-16).

La investigación fue orientada por enfoques de corte empiricista y descriptivo. Tal orientación, sin embargo, condujo a que — en general— los sociólogos rurales ignorasen las contribuciones de los escritores clásicos (sobre todo, en lo que respecta a la combinación de teoría y método) al análisis de problemas sociológicamente relevantes (p e. los procesos históricos de diferenciación social, ibidem\ 16). Dentro de esta visión empírico-descriptiva, las dos corrientes principales fueron la teo­ría de la modernización y el enfoque del continuo rural-urbano.

La teoría de la modernización fue la corriente que dominó los estudios sobre cambio social en los años cincuenta e inicios de los sesenta. Así, la modernización era entendida como el proceso mediante el cual las llama­das estructuras sociales tradicionales eran transformadas en unas más “ avanzadas” ; un proceso que se asemejaba a lo que había acontecido en los países más desarrollados. El enfoque del continuo rural-urbano fue un intento de respuesta crítico ante lo inadecuado del marco conceptual de la modernización para explicar el cambio socio-cultural en el proceso de desarrollo económico.

La teoría de la modernización

El auge de la teoría de la modernización como modelo interpretativo en los estudios sobre lo rural se dio a partir de la Segunda Guerra Mundial. Dentro del contexto de grandes cambios tecnológicos, los gobiernos de los países más industrializados —particularmente los Estados Unidos— , comisionaron a sociólogos rurales para que investigasen las barreras socio-culturales para la aceptación de las nuevas tecnologías agrícolas. Implícito en esta visión está la identificación de lo rural con lo agrario.

En el transcurso de estos estudios, y a raíz del temor que expresaran habitantes del medio rural de perder los rasgos distintivos de su cultura., surgió la preocupación por conocer el impacto socio-cultural de la

adopción de las innovaciones tecnológicas en las formas de vida de la población del campo (Newby, 1987: 208-209). En este sentido, la teoría de la modernización, “ representó una crítica al deterninismo tecnológi­co” . Algunos adeptos de la teoría de la modernización comenzaron a argumentar que “ el ritmo y la dirección de las innovaciones económicas y tecnológicas estaban influenciadas por el contexto social y cultural” (ibidem: 208).

Sin embargo, la visión de progreso lineal de la perspectiva de la modernización impidió la formulación de una visión dinámica del cambio social en el campo. En otras palabras, esta corriente teórica carece de las herramientas teórico-metodológicas para evaluar: 1) el impacto socio- cultural que estaba teniendo el cambio económico en las comunidades y 2) la mediación de lo cultural en los procesos económicos de diferencia­ción social.

Si bien la teoría de la modernización ha sido ampliamente criticada por científicos sociales, los supuestos en los que se fundamenta siguen presentes en el discurso sobre políticas desarrollistas que pretenden ser el remedio político-económico para el “ exceso de ruralidad” y otras for­mas de “ retraso económico” . Estos supuestos son: 1) las formas moder­nas de producción reemplazarán a las tradicionales, y 2) los sistemas socio-culturales tradicionales y modernos tienden a entrar en conflicto y por ende, a ser mutuamente excluyentes (Long, 1977). Estudios socioló­gicos y antropológicos han puesto en entredicho tales supuestos, al demostrar que algunos de los valores y las relaciones sociales “ tradicio­nales” son compatibles con ciertas formas “ modernas” de producción económica (ver p.e. Taplin, 1989).

El enfoque del continuo rural-urbano

A pesar de las críticas metodológico-conceptuales, la dicotomía tradicio- nal-modemo reapareció bajo la forma de otra dicotomía: lo rural-urbano. Esta perspectiva surge en el contexto de una preocupación por el futuro de las localidades rurales ante el impacto que estaba teniendo en su carácter y cultura la modernización de la agricultura. Tanto sociólogos como antropólogos empezaron a prestarle atención a las diferencias entre el medio rural y el urbano. Dentro de esta vertiente surgieron muchos

estudios comparativos sobre la calidad y los estilos de vida en uno y otro medio; otros tantos sobre las disparidades generadas como resultado del éxito de las políticas encaminadas a la difusión y adopción de tecnologías en el agro; los patrones de movilidad ocupacional y grados de escolaridad, y el impacto de los programas de desarrollo comunitario. A nivel metodológico se emplearon cuestionarios, técnicas de entrevistas forma­les y el análisis cuantitativo. El continuo rural-urbano fue el marco teórico utilizado en el análisis de los datos empíricos.

La conceptualización del cambio social con base en esta oposición urbano-rural — en la que cada extremo es un tipo ideal— tiene su antecendente en los trabajos de Robert Redfíeld (ver Pahl, 1966). Cada extremo es un punto de referencia que representa patrones socio-cultura­les opuestos, los que a su vez engendran una cultura política diferente en cada medio, la cual se expresa en actitudes y orientaciones distintas hacia el sistema político (Chauhan, 1980). Conforme avanza el proceso de modernización, las áreas rurales se vuelven más dependientes del sistema mayor del que forman parte. De aquí que este enfoque guarde muchas similitudes con la teoría de la modernización con la diferencia de que mientras la última se preocupó particularmente por el estudio de las tendencias y procesos en el nivel macro (del cambio estructural en el ámbito global y del Estado-nación), los adeptos del continuo rural- urbano se interesaron más en el estudio del cambio socio-cultural en la esfera de la comunidad rural o sociedad “ tradicional” (Long, 1977).

La distinción entre las relaciones urbanas y rurales que yacen en el concepto continuo rural-urbano ha sido fundamental en los estudios sobre comunidades tanto desde la óptica de la sociología rural como de la urbana y la antropología. Aunque a partir de fines de los años sesenta esta noción comenzó a ser cuestionada en investigaciones que demostra­ban que las diferencias en patrones socio-culturales no coincidían con ciertos espacios geográficos, el polo rural del continuo “ continúa siendo una fuerza en la investigación social” (Smith, 1991: 221). Esta noción está enraizada en una serie de supuestos acerca del carácter atemporal de las relaciones sociales en villorios, rancherías y pequeños pueblos. Se asume que las formas de organización social en el medio rural tienen como pilares unos valores compartidos y experiencias comunes a partir de las similitudes en la rutina de trabajo y el arraigo a la tierra de sus

habitantes; unos valores y experiencias agrupados bajo el rubro “ modo de vida rural” .

La resistencia a descomponer el extremo rural del continuo se funda­menta en la creencia aún ampliamente compartida según la cual, el uso de la tierra en los denominados espacios rurales coincide con la economía moral de la pequeña agricultura y que, ligadas al medio rural están una serie de características que son social, psicológica, económica y geográficamente únicas, importantes y de alguna manera medibles (Pérez Prado, 1990). Este es, de hecho, el fundamento de la distinción entre sociología rural y sociología urbana.

Las raíces de esta distinción se basan en el trabajo del teórico social Ferdinand Tónnies: en sus conceptos de gemeinschaft, unidades sociales con base en el compañerismo, parentesco y la vecindad como característi­cas de la vida familiar y del estilo de vida en el villorio, y gesellschoft, en donde el intercambio y el cálculo racional son la característica dominante de las relaciones sociales en la ciudad y de la vida cosmopolita (Martin Matthews, 1988: 141, citando a Martindale, 1960: 84; la traducción es nuestra).

Si bien el escrito de Thónnies, aunque publicado hace más de un siglo (1887), ha servido de argumento para seguir sosteniendo el polo rural del continuo rural-urbano, también podría ayudar a descomponerlo, en la medida en que el mismo autor introdujo la distinción sociedad-comuni­dad en la investigación social. La transformación de la base económica y la composición demográfica, así como los cambiantes patrones de uso del suelo conectados con la creciente penetración de las otrora remotas tierras por procesos de inversión extra-locales, migración y políticas estatales demandan un nuevo enfoque para el estudio de las comunidades rurales; un enfoque que trascienda la oposición desarrollo urbano versus desarrollo rural (Pérez Prado, 1990).

El auge de los enfoques multidisciplinarios en los estudios sobre lo rural y la ruralidad

A partir de fines de los años setenta se hace patente la preocupación por parte de algunos sociólogos, antropólogos, politólogos y — de forma

destacada— geógrafos, por incorporar los aspectos espaciales de la organización social.7 ¿Qué impactos están teniendo las expansiones urbanas en la organización del espacio rural? ¿Cuáles son sus elementos de interacción? ¿Qué fuerzas sociales están produciendo transformacio­nes geográficas y demográficas en las comunidades rurales? ¿Quiénes son los actores involucrados en los cambios en el uso del suelo y qué roles están desempeñando? Dentro de estos y otros cuestionamientos, la geografía e historia emergen como disciplinas pilares en la reformulación de preguntas teórico-metodológicas que, como veremos más adelante, nos están llevando a una recon-ceptualización de las preguntas claves en los estudios sobre las comunidades rurales.

Los colaboradores en este número abordan diferentes temas que giran en tomo a “ lo rural” y “ la ruralidad” , y que abordan de forma explícita o implícita ya sea la relación entre los actores sociales y las estructuras; las relaciones entre el Estado, segmentos de la población rural y el cambio político-económico; la construcción social del espacio geográfi­co y manifestaciones de acomodo, reacomodo y resistencia a procesos de inversión local y extra-local y de intervención estatal en la vida comuni­taria.

La visión histórica es fundamental para entender no sólo las continui­dades y rupturas del cambio socio-cultural, sino también del politico­económico. Dentro de este último, el intervencionismo estatal desempeña un rol que sin ser — obviamente— excluyente de otros actores sociales, ciertamente es fundamental. El artículo de Martín Sánchez Rodríguez, “ La herencia del pasado. La centralización de los recursos acuíferos en México” se inserta dentro de la revisión académica de los trabajos sobre la revolución mexicana, específicamente en relación con la centraliza­ción y el control por parte del Estado de un recurso productivo. Funda­mentándose en la revisión de leyes, códigos y decretos federales y estatales que regularon el acceso y control del agua, y en la consulta de algunos estudios jurídicos, el autor demuestra de forma convincente que el antecedente a la inclusión de la centralización y el control del recurso agua por parte del Estado que aparece en la constitución de 1917, se encuentra en el régimen porfirista. Lejos de tratarse de un proceso aislado — enfatiza el autor— se trata de uno inmerso en el escenario socio-político del país hacia mediados del siglo pasado y cuyos actores

principales son el Estado, la sociedad civil y los estados miembros de la federación.

La lectura de este artículo arroja luz sobre otro proceso de interven­ción estatal que está afectando de forma diferencial a ejidatarios, peque­ños y grandes propietarios en todo el país y el que, hasta la fecha, no ha despertado gran interés académico: la transferencia de los distritos de riego a los usuarios. Ello pone de manifiesto una vez más, que los nexos con el presente son creados en el pasado, y que para apreciar la importan­cia de la continuidad social necesitamos tener una dimensión histórica del trabajo sociológico (Redclift, 1986: 220).

Desde una perspectiva de la antropología política, el artículo de Scott Robinson, “ Participación y responsabilidad: hacia una comprensión de la cultura política de los reacomodos involuntarios en México” , formula — a partir de la reflexión de nociones estrechamente vinculadas con el concepto de cultura política— una propuesta para el estudio de los diferentes escenarios de reacomodos involuntarios en México producto de la construcción de proyectos hidroeléctricos. El conjunto de nociones — autoridad y autoritarismo, instancias de poder (local, regional, estatal e internacional), procesos de negociación y resistencia, intermediarismo y faccionalismo político, estructuras políticas formales e informales, responsabilidad pública y participación— resulta sugerente no sólo para el estudio de reacomodos involuntarios, sino también para el de otros casos (recientes) de intervencionismo estatal. Ejemplos de ello son el Programa Nacional de Solidaridad ( p r o n a s o l ) , el Programa de Certifica­ción de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos ( p r o c e d e ) de la Procuraduría Agraria, y los impactos de las modificaciones al uso agrícola del agua que aparecen en la Ley de Aguas Nacionales de 1992.

Por otra parte, en el artículo “ Ganadería y recursos de propiedad colectiva” , Thierry Linck presenta ejemplos de varios estudios de caso sobre el uso comunal de tierras de pastoreo como hilo conductor para hacer una reflexión crítica sobre el argumento dominante entre los economistas, según el cual, la propiedad individual tiene ventajas socia­les y económicas sobre la colectiva (p.e., la preservación del patrimonio y un uso más eficiente de los recursos). Como alternativa a la propuesta económica, Linck propone adoptar una visión antropológica sobre el uso de los recursos, pues esta permite una interpretación de ambos tipos de

propiedad no como excluyentes, sino como parte de una red de sistemas de producción y relaciones sociales complejas que no se pueden reducir al cálculo racional y perspectiva hedonista de la interpretación económi­ca.

En el siguiente artículo, “ El Tratado de Libre Comercio y el impacto de los cambios en la política agraria: el caso de la Tierra Caliente michoacana” , Lois Stanford hace primeramente un recorrido rápido de los cambios recientes en la producción de frutas y hortalizas en el estado de Michoacán. La parte medular del trabajo es su análisis de la organiza­ción de la producción hortícola de exportación en la región tierracalenteña antes de 1988, y los conflictos que se generaron entre organizaciones de productores, y entre estas y las empresas estadounidenses que financia­ban la producción de hortalizas. Estos conflictos culminaron en la transformación de la industria agrícola local. Así, los efectos de estos conflictos sobre la producción y comercialización de la hortaliza fueron: la caída de la producción, la pérdida de ingreso y una mayor diferencia­ción de la economía local y concentración en la industria. Con respecto al impacto del t l c , Lois Stanford concuerda con un número relativamente reducido de académicos al aseverar que:

Los cambios, tanto positivos como negativos, serán distribuidos diferencialmente en el sector agrícola de acuerdo a factores tales como el tipo de productor, la región y el cultivo en cuestión y la naturaleza de la integración al mercado internacional.

En el ámbito metodológico, la autora enfatiza la necesidad de exami­nar los vínculos entre los cambios en el nivel macro y sus efectos locales, incluyendo las respuestas de diferentes actores sociales.

En el siguiente artículo, Gabriel Ascencio Franco nos proporciona con “Neoliberalismo y usura” , un ejemplo de las formas cambiantes de intervencionismo estatal y las relaciones de poder (mediadas por redes sociales) en la distribución de los recursos productivos. El lugar es el Soconusco, Chiapas, y la actividad económica es la producción y comercialización del café, elemento de diferenciación socioeconómica en la región. El autor comienza con un relato sobre los orígenes de la producción y expansión del cultivo de café en la región (facilitados por la

legislación estatal). Luego examina el proceso histórico de diferenciación social con base en diferentes formas de tenencia de la tierra, acceso al financiamiento de la producción y capacidad de otorgar crédito a cambio de la entrega de la cosecha. Asimismo, Gabriel Ascencio Franco describe el impacto que tuvo en los productores la retirada del Instituto Mexicano del Café ( im c ) como fuente de fínanciamiento y comercialización. Final­mente, el autor comenta sobre las perspectivas de la producción regional y plantea que la reorientación neoliberal del Estado (expresada en la retirada del. i m c ) por un lado “ afianza la usura como mecanismo de integración entre pequeñas y grandes unidades de producción” , y por el otro — a través de las modificaciones a la legislación agraria— , abre la posibilidad de formar organizaciones agrícolas entre estos mismos dos sectores: finqueros y minifundistas.

En “ Tiempo y espacio entre los rancheros jalmichanos” , Esteban Barragán López y Martha Chávez Torres nos adentran en la vida cotidiana de dos localidades rancheras. El trabajo se centra en la división del tiempo y la concepción del espacio de los habitantes de estas comuni­dades, ejemplos de la organización del tiempo y el uso del espacio en las denominadas sociedades rancheras. Sin que los autores lo aseveren de forma explícita, el escrito ilustra de forma vivida el rol de los actores sociales en la producción y reproducción de las estructuras y, a su vez, el papel crucial que tienen estas en la estructuración de la vida cotidiana; es decir, la repetición de rutinas aprendidas que actúan como límites y posiblidades de lo permisible y lo no permisible (cfr. Giddens, 1979: 198-233). Los autores también presentan algunas imágenes de los espa­cios femeninos y masculinos en las comunidades rancheras y los conci­ben como espacios paralelos, más que como espacios enfrentados.8 El contexto teórico del trabajo, debemos subrayar, es el de la corriente que intenta re-teorizar el concepto de cultura dentro de la geografía, esfuerzo que se ha encaminado hacia una conceptualización de esta como práctica social y del espacio comunitario como un lugar socialmente construido.

El último artículo que aparece en este número, “ Entre haciendas, ranchos y pueblos: condiciones socioeconómicas en el sudoeste de Jalisco a fines del porfiriato” es como bien lo sugiere el título, un estudio sobre las relaciones sociales y la organización económica durante este periodo. Con este fin, el autor, Víctor Manuel Castillo Girón, presenta de forma

sinóptica la estructura de tenencia de la tierra, los sistemas de produc­ción, los mecanismos de acumulación de riqueza de los “ afortunados” y las condiciones de vida de los peones acasillados y de los “ libres” . El autor concluye con una posdata sobre los procesos migratorios como mecanismos de diferenciación social a partir de los años cuarenta.

Concluimos con algunas reflexiones. Las comunidades rurales de hoy — al igual que las de ayer— son una construcción social; una dimensión histórica de la confluencia (y enfrentamientos) de fuerzas sociales en la esfera local, regional, nacional y, de forma creciente, por acontecimien­tos que trascienden las fronteras nacionales. De aquí que haya llegado el momento de reemplazar la investigación que aún se fundamenta (explíci­ta o implícitamente) en los supuestos inherentes al continuo rural-urba- no. Los cambios culturales en las estructuras sociales vía la migración, así como los patrones de inversión y las políticas estatales que interactúan con las actividades de los actores sociales en cada espacio geográfico y generan cambio social, requieren enfoques que capturen el entrejuego entre: 1) la política y la economía, 2) el Estado y la sociedad, 3) los actores sociales y las estructuras, y 4) la comunidad, la cultura y las identidades.

Aun cuando los procesos que generan cambios en los espacios rurales y urbanos (entendidos como construcciones sociales) están encapsulados en estructuras políticas y económicas más amplias y son afectados por los procesos de inversión, producción y comercio en diferentes niveles, el punto de impacto para los actores sociales es el grupo doméstico y el lugar de la comunidad. En otras palabras, las actividades de los grupos domésticos --migración, movilización política, generación de redes de información— constituyen respuestas que a su vez afectan las estrategias de acumulación de capital y el manejo político por parte del Estado, así como el carácter de la vida comunitaria.

Notas

1. Así, por ejemplo, lo rural es definido en el Diccionario del español moderno (autor: Martín Alonso, 5" edición, Madrid, Aguilar, 1975, p. 907) como “ relativo al campo y a sus labores” o

como “ inculto” (sentido figurado). En la misma fuente (p. 908) se define a lo rústico como “ relativo al campo” ; “ tosco, inculto, grosero” (sentido figurado). Asimismo, en el Diccionario

de sinónimos. Ideas afines y contrarios (6a edición, México, Barcelona y Bogotá, ed. Teide, 1990, p. 412) lo rústico, campesino, inculto, tosco y campestre aparecen como sinónimos de lo rural.

2. Véase por ejemplo, R. C., Beal, F. K. Willits y W. P. Kuvelsky, “ The meaning o f rurality in american society: some implications o f alternative definitions” , pp. 255-66; W. H. Friedland, “ The end of rural society and the future o f rural sociology” , pp. 589-608, e “ Is rural sociology worth saving?” , pp. 3-5; Martin Matthews, A., “ Variations in the conceptualization and measurement o f rurality: conflicting findings on the elderly widowed” , pp. 141-150; M. K. Miller y A E. Luloff, “ Who is rural? A typological approach to the examination of rurality’ pp. 6 0 8 -6 2 5 , y M. Mormont, “ Rural nature and urban nature” , pp. 3-20.

3. Por un lado, los datos demográficos sugieren que ciertas características estructurales distinguen a los pobladores de los ámbitos rural y urbano, y por el otro, la evidencia resulta conflictiva en cuanto a si como consecuencia de ello los habitantes de uno y otro medio difieren: ¿hay realmente diferencias en valores, actitudes y comportamiento? Así, mientras que unos estudios se han centrado en la geografía del medio mismo - y por ende, enfatizan las características físicas de las localidades con el fin de dilucidar si el medio rural es efectivamente diferente del urbano-, otros sólo consideran el impacto que tienen en sus habitantes las supuestas características únicas del contexto rural. Para una perspectiva crítica de estos enfoques, véase a A. Martin Matthews, op. cit., 1988, pp. 141-150.

4. Algunas de las ideas aquí expresadas fueron originalmente formuladas en un trabajo de la autora, “ The rural and rurality question” .

5. Si bien el desencanto con la vida cotidiana en las urbes está dando lugar a un auge del mito de lo rural como símbolo de rusticidad y simplicidad (ahora vistos de forma positiva), en esos espacios se consumen muchos de los mismos productos culturales y materiales que se consumen en las ciudades, lo cual está reduciendo aún más las diferencias culturales entre los dos ámbitos.

6. Dos visiones (no del todo opuestas) sobre el desarrollo de la sociología rural las encontramos en William W. Falk y Jess Gilbert, “ Bringing rural sociology back in” , pp. 561-577 y Howard Newby, “ 25 years o f rural sociology. Some reflections at the conclusion of the 25th volume of Sociología Ruralis’’, pp. 207-213.

7. Una de las exposiciones más sugerentes sobre el tema de la relación espacio-política en el desarrollo regional desigual la encontramos en Costis Hadjimichalis, Uneven development and regionalism: State, territory and class in southern Europe.

8. Sería muy interesante identificar y analizar cuáles son los espacios de negociación entre géneros y el nivel o los niveles en los que tiene lugar.

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