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introducción

Desde el momento que el arquitecto Jorge Tamés y Batta, director de la Facultad de Arquitectura de la unam nos encomendó la tarea de coordinar el volumen dedicado a la historia de la arquitectura dentro de la colección que hoy es una grata realidad, estu-vimos ciertos en aplicar una premisa inicial: todos los autores que invitaríamos serían académicos de nuestra Casa de Estudios, ya que consideramos que, sin ánimo de deme-ritar la calidad académica de otras universidades, la unam cuenta, tanto en la Facultad de Arquitectura como en el Instituto de Investigaciones Estéticas, con los académicos idóneos para enfrentar este reto historiográfico.

Tomada esta decisión inicial, nos dimos a la tarea de estructurar el contenido del pre-sente libro, con la convicción para ambos coordinadores de que las obras arquitectónicas que el pasado nos ha legado, están precedidas por un pensamiento teórico y crítico perte-neciente a cada una de las mentes de sus respectivos creadores –o productores, si no gusta el término– y al mismo tiempo, sucedidas por una acción de valoración y conservación de aquellas obras que conformaran el patrimonio edificado que habremos de heredar a las generaciones siguientes. Por esta razón, estuvimos seguros que en el primer capítulo debía iniciarse con las reflexiones historiográficas de la arquitectura, vertidas por los tres acadé-micos Víctor Arias Montes, Johanna Lozoya Meckes, y por uno de quienes esto escribimos, Ivan San Martín. Por su parte, el segundo capítulo se dedicaría a reflexionar sobre la teoría y la crítica, así integradas, ya que si bien reconocemos que ambas conforman modos dis-tintos de reflexionar en la arquitectura, están indisolublemente ligadas en el pensamiento de los autores, un complejo ámbito intelectual que sólo podrían emprender cuatro lúcidas plumas como las de Ramón Vargas Salguero, Héctor García Olvera, Miguel Hierro Gómez, así como las del profesor emérito Juan Benito Artigas.

El siguiente nivel de decisiones historiográficas para este libro parecía evidente: el topológico y el cronológico. En primer lugar, decidimos que nos ocuparíamos de la his-toria de la arquitectura mexicana, específicamente de aquella realizada en la Ciudad de México, renunciando con ello a la aspiración –errónea, desde nuestro punto de vista– de querer construir desde el centro la historia arquitectónica de todo un país, algo comple-tamente inviable e inoperable, no sólo porque las “historias universales” han caído en desuso debido a sus alcances superficiales, sino porque en la actualidad cada Estado mexicano posee sus propios núcleos regionales de producción intelectual que, en mayor o menor medida, son los encargados de construir su propia historia arquitectónica, des-de sus propios suelos y climas. La otra decisión, la cronológica, nos llevó a analizar el “estado del arte” en torno a la oferta bibliográfica que presentaban los libros de historia de la arquitectura mexicana reciente, lo cual nos llevó a orientarnos en este volumen

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hacia aquella realizada durante la segunda mitad del si-glo xx, no sólo porque consideramos que la arquitectura actual es aún producto del inmediato siglo anterior, sino porque también muchas de sus obras todavía existen en pié, y muchos de sus autores han sido profesores brillan-tes en esta misma Facultad.

Nuevas delimitaciones historiográficas nos llevaron a resolver una siguiente cuestión: los sucesivos cambios ar-quitectónicos durante el siglo xx han sido provocados, a diferencia de otros siglos precedentes, por el acelera-do desarrollo tecnológico, entendiendo con ello tanto a los cambios en los elementos estructurales –nuevas ideas de cubrición y estabilidad– como al surgimiento de ma-teriales novedosos y procesos constructivos inéditos, lo cual no había ocurrido nunca con anterioridad. Durante siglos se construyó con piedra y ladrillo, mientras que “la idea” de una bóveda o de una cúpula perduró durante milenios, característica que no encontramos en el pasado siglo, donde membranas plásticas, maderas laminadas y herrerías en aluminio conviven con estructuras neumáti-cas, marcos prefabricados o cascarones de concreto. Pre-cisamente por ello, estuvimos ciertos que una historia de la arquitectura reciente debía incluir un tercer capítulo dedicado a exponer la historia tecnológica que posibilitó la dimensión material de las obras, razón por la cual fue decisiva la colaboración de siete académicos versados en estos temas como Berenice Aguilar Prieto, Agustín Her-nández Hernández, Luis Fernando Solís Ávila, Ernesto Ocampo Ruiz, Gerardo Oliva Salinas, Eric Valdez Olmedo, y Juan Ignacio Del Cueto Ruiz-Funes.

Abordando así el pensamiento y la tecnología arquitec-tónica, podíamos pasar entonces a seleccionar las obras arquitectónicas emblemáticas de la segunda mitad del si-glo xx, aunque para ello debíamos nuevamente llevar a cabo algunas renuncias historiográficas: decidimos que no abordaríamos una historia estilística o formalista, sobre todo porque son términos de muy difícil aplicación cuando se aborda la arquitectura de la segunda mitad del siglo xx –recordemos, el movimiento moderno abjuró del concepto

de estilo– además de lo estéril que sería una selección de obras basadas únicamente en sus configuraciones forma-les, para etiquetarlas después con neologismos retóricos, que tanto gustan a las revistas comerciales de divulgación arquitectónica, pero que nada tiene que ver con la pro-fundidad académica. Del mismo modo, descartamos estructurar nuestra historia reciente a través de géneros arquitectónicos, una herramienta muy eficaz en la ense-ñanza profesional, pero que nos llevaría a una encrucijada harto difícil de resolver: podíamos dejar fuera a muchos gé-neros por no encontrar académicos idóneos que escribieran sobre ellos, o bien, presentar fragmentada la obra de aque-llos arquitectos que abordaron muchos géneros a la vez.

Estas renuncias historiográficas sobre el estilo y el gé-nero nos llevaron a decantarnos por utilizar la selección autoral para la realización del cuarto capítulo, ya que si bien se trata de una herramienta imperfecta –toda selec-ción histórica discrimina– que promueve la individuali-dad por encima de los productores anónimos colectivos, consideramos que ofrecería un panorama más neutral, en el sentido que las omisiones autorales que seguramente hicimos, siempre podrían ser subsanadas por libros fu-turos. De hecho, aun y cuando la selección de autores abordados en este capítulo no es exhaustiva, considera-mos que sí abona favorablemente para dar a conocer la importancia de muchos arquitectos de los que muy poco o nada se había escrito sobre sus obras. Para lograr este reto, recurrimos a diez y siete destacados académicos que pre-viamente tenía un vínculo intelectual o afectivo frente a su objeto de estudio, tales como Iliana Godoy Patiño, Jorge Fabara Muñoz, Lilia González Servín, Mariano del Cueto Ruiz-Funes, Lourdes Díaz Hernández, las hermanas Lucía y Perla Santa Ana Lozada, Luis Ortiz Macedo, Jany Cas-tellanos López, Isabel Briuolo Mariansky, Louise Noelle, Honorato Carrasco Mahr, Lourdes Cruz González-Franco, José María Bilbao Rodríguez, Carlos González y Lobo, Gabriel Mérigo Basurto y Xavier Cortés Rocha.

Finalmente, consideramos que no bastaba en este volu-men con la recuperación de la memoria del pasado arqui-

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tectónico sin contemplar un quinto y último capítulo que ofreciese una reflexión profunda sobre la restauración y conservación del patrimonio edificado, razón por la cual no duda-mos en incorporar a especialistas como Alejandro Villalobos Pérez, Ricardo Prado Núñez, Luis Arnal Simón, además de quien también esto escribe, Mónica Cejudo Collera.

Así quedó finalmente conformado este volumen, que integra la colaboración de trein-ta y cinco académicos de nuestra Casa de Estudios, docentes de asignatura, profesores e investigadores de carrera, así como profesores eméritos, cada uno de ellos provenientes de posiciones teóricas e ideológicas divergentes, enriqueciendo con ello el panorama intelectual del libro. Además, muchos de ellos han sido reconocidos durante su vida académica dentro de la unam, tanto por la Distinción Universidad Nacional para de Jóvenes Académicos (dunja) como el Premio Universidad Nacional (pun), por no decir los galardones que algunos han recibido fuera de nuestra institución, o los encargos gu-bernamentales federales, así como las contribuciones sociales, tecnológicas o científicas en la divulgación de sus conocimientos en México y el exterior.

Esperamos que este libro ayude a la reflexión profunda de la compleja segunda mi-tad del siglo xx, donde se consolidaron muchos aspectos actuales del urbanismo y la arquitectura mexicanos. Se fortalecieron las ideas y nociones que inclusive crearon un estilo mexicano, hereditario del amplio pasado barroco y neoclásico por los que había transitado la arquitectura nacionalista y que, inclusive, sumó los antecedentes mesoame-ricanos al lenguaje edificatorio. Pero tal vez la más notable fue la consolidación de una academia universitaria, es decir, la generación de profesionales que han dedicado sus esfuerzos a la docencia y a la investigación en la unam.

Ofrecemos así la conformación de este nuevo libro de historia reciente de la arquitec-tura mexicana, en un momento en el que la arquitectura y el urbanismo se encuentran en el umbral del cambio, en que deben responder al reto de conservar por un lado, la arquitectura local que mantenga las fundamentos teóricos e históricos, y que a la vez acepte las iniciativas de la nueva tecnología para crear arquitectura sustentable.

Por ello, a estos treinta y cinco prestigiados académicos les damos las gracias por ha-ber aceptado colaborar gustosamente en esta empresa intelectual, un ejercicio colectivo que, si nuestra memoria institucional no nos falla, no se había llevado a cabo desde hace muchas décadas en nuestra querida Facultad.

Ivan San Martín CórdovaMónica Cejudo Collera

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Recordar a Jaime Ortiz Monasterio es evocar al arquitecto que se significó por disfrutar la vida en torno de su gran pasión: la arquitectura. Y también es recordar al personaje culto, distinguido, de buen porte, elegante, que a mi-tad de una plática podía recitar estrofas completas de poemas de sus autores preferidos. Con una conversación siempre interesante, narraba cómo desde niño la lectura fue su gran pasión, lo que le permitió además de una sólida cultura, tener una vida interior profunda:

Jaime Ortiz mOnasteriO y de Garaydel raciOnalismO a la evOlución de la fOrma

Lourdes Cruz González-Franco

La arquitectura es para ser vivida con una intensa con-ciencia poética, la arquitectura es un abrazo, es una

caricia, la arquitectura no sólo son espacios externos difíciles de manejar [...] es para ser vivida internamen-

te, la arquitectura es un fuego en el corazón1

1 Segunda parte de la cuarta entrevista realizada al arquitecto Jaime Ortiz Monasterio en la casa del doctor Fernando Ortiz Monasterio en San Ángel, el 28 de noviembre de 1995, por la doctora Graciela de Garay. Instituto Mora, pho 11/17-4.

Jaime Ortiz Monasterio, Archivo de Arquitectos Mexicanos, Facultad de Arquitectura de la unam (aam/fa/unam)

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2 Tercera entrevista realizada al arquitecto Jaime Ortiz Monasterio en su casa de San Ángel el 14 de noviembre de 1995 por la doctora Graciela de Garay. Instituto Mora, pho 11/17-3.

3 Jaime Ortiz Monasterio, Fertilizantes de Monclova, tesis de licenciatura, Escuela Nacional de Arquitectura, , México, unam 1957, p. 11.

¿Qué hizo que yo tuviera esa profunda vida interior y la adquisición de una voluntad?, más que fuerza de voluntad, el deseo de ser gobernante de mis propios actos, y tener, fundamentalmente un carácter reflexivo: un acopio de lecturas sumamente importantes, de lite-ratura, de pensamiento profundo, de filosofía […]. Yo he tratado de que esta casa interior, un poco a la manera de Santa Teresa o de Octavio Paz o de Carlos Pellicer, esté siempre habitada, y mis duendes son los libros, y la belleza y el arte y la gente [...] soy una gente que tiene mucho qué decir y que está ávida de escuchar.2

Nació el 24 de septiembre de 1928 en el seno de una familia numerosa. No recordaba desde cuándo quiso es-tudiar arquitectura, pero estaba seguro de que nunca tuvo duda. Estudió en la Escuela Nacional de Arquitectura de la unam (1946-1951), en San Carlos, y se recibió el 30 de noviembre de 1957 con un proyecto que ameritó la men-ción honorífica: El arquitecto en el problema industrial. Fábrica de Fertilizantes de Monclova en Coahuila, obra que por cierto construyó en colaboración con Ricardo de Robina. Fue profesor de esa escuela, ahora Facultad, por más de cinco décadas –desde 1947 se inició como profe-sor adjunto–, en donde impartió las materias de Proyectos y Teoría. Su manera de ser se reflejaba en clase porque siempre se involucraba en los proyectos de sus alumnos, y así como los alentaba los reprendía pues se desesperaba ante la apatía, ya que para él no había punto medio: la entrega a la arquitectura debía ser total.

La arquitectura industrial

Uno de los géneros que Ortiz Monasterio realizó de ma-nera acertada desde el inicio de su carrera profesional hasta 1970 aproximadamente, fue el de tipo fabril. Fue de los pocos profesionales –de aquella época– que se preocuparon y adentraron en estos complejos; señalaba que el arquitecto, cuando se enfrenta a una compleja construcción de tipo fabril, “debe ser un coordinador de esfuerzos, por cuanto necesita de la ayuda de técnicos especializados y comparte con ellos sobre todo en el pro-blema industrial, la responsabilidad del resultado.”3 Un acertado partido arquitectónico dependerá del profundo análisis de los espacios requeridos: acumulación de materia prima, áreas de producción, almacenaje y producto termi-nado, así como la solución de las circulaciones peatonales y vehiculares, y la orientación óptima en las áreas de trabajo: “con esta riqueza de datos se abre ante los ojos del arqui-

Fertilizantes de Monclova, Coahuila, (1957-1959) aam/fa/unam

Industrias Madereras Unidas, Vallejo, Estado de México, (1961-1963) aam/fa/unam

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tecto un panorama fascinante: materializar y darle forma arquitectónica, útil y bella al proceso industrial. Y junto con los anexos de oficinas y los de higie-ne, descanso y esparcimiento de los obreros, darán origen a ese maravilloso conjunto plástico que es la fábrica.”4

Sobresale su trabajo para la Cervecería Moctezuma, durante los años sesenta, en la provincia y en el Distrito Federal;5 de la misma forma hay que señalar el complejo Fertilizantes de Monclova (1957-1959) –actualmente transformado– que comprendía zonas de depósito y fabricación de sustan-cias químicas de difícil manejo como amoniaco y ácido nítrico, talleres de mantenimiento, oficinas y comedor, entre otras. La premisa del proyecto fue el interés del empleo de formas verdaderamente arquitectónicas para procesos industriales. Con el empleo del concreto aparente y del cristal se lograron formas “atrevidas” estructuralmente para ese momento. Para las áreas de al-macenaje se pensó en el ángulo de reposo del material, con el propósito de que la estructura trabajara junto con la materia acumulada, por lo que el diseño se planteó a base de arcos de concreto con forma parabólica que cubrieron grandes espacios de manera óptima y agradable a la vista. El taller de mantenimiento se situó en un lugar estratégico del flujo de producción; el área que ocupaba era de más de 1 000 m2, y estaba protegida por una gran cubierta de concreto solucionada mediante dos inmensas bóvedas de pañuelo de tipo cascarón de 26 m de largo, apoyadas en tres arcos maestros que salvaban el claro menor del taller, quedando el del centro como soporte común para ambas bóvedas.

También fue sobresaliente el trabajo para Industrias Madereras Unidas (1961-1963), en la Colonia Industrial Vallejo, Estado de México; puede con-siderarse el primer intento de almacenaje de madera que utilizó el proceso de secado y estufado, cuyos anexos eran un gran departamento de triplay y un departamento de preterminados, además del comedor, las oficinas y los servicios. En la esquina del terreno se situó el grupo de oficinas de dos pisos y en la parte superior se levantó un espacio de exposiciones de forma esférica de 20 m de diámetro, realizado en madera laminada. En el interior había un elevador-montacargas que al ascender mostraba los diferentes productos de exhibición y venta, colocados en plataformas situadas alrededor del centro de la esfera: “publicidad y arquitectura se hallan aquí resueltos estupenda y originalmente”.6

La sobriedad de la arquitectura racionalista

Al mismo tiempo que realizaba obras industriales, Ortiz Monasterio incursio-nó en otros géneros; durante la década de los cincuenta y sesenta, inmerso en la Arquitectura Internacional –como todos sus colegas–, realizó varios edifi-cios de oficinas y departamentos en el Distrito Federal, algunos en colabora-ción con arquitectos afamados. En este sentido, cabe mencionar la sociedad que compartió por más de 10 años con el arquitecto Ricardo de Robina7 y el trabajo paralelo en algunos proyectos con Juan Sordo Madaleno.8 Esta etapa de su trabajo profesional se caracterizó por un impecable racionalismo: pris-mas bien proporcionados, puros, de excelente factura, sin decoración, y con una composición armónica en sus fachadas.

4 Idem5 Remodelación y ampliación de la

Cervecería Moctezuma en Orizaba, Veracruz; bodegas en Acapulco, Guerrero; planta en Guadalajara, Jalisco; bodegas en el Bulevar de los Ferrocarrileros núm. 247, Colonia Industrial Vallejo y en la calzada Ermita Iztapalapa, núm. 765, México, d.f.

6 Jaime Ortiz Monasterio, “Industrias Madereras Unidas”, en Calli, núm. 10, México, nov-dic. 1963, p. 21. Otros proyectos fabriles en colaboración con el arquitecto Ricardo de Robina fueron la fábrica de pinturas y barnices Sherwin Williams de México, México, d.f., 1954. Véase Arquitectura/México, núm. 50, México, junio de 1955; planta de refrescos Orange Crush, Mexicali, b. c., 1957. De manera particular, General Motors de México, en Toluca, Estado de México, y con Juan Sordo Madaleno los laboratorios Wierth Vales en Vallejo, Estado de México, 1960.

7 Con Ricardo de Robina efectuó además obras y proyectos de restauración: iglesia parroquial y Convento de San Lorenzo en el d.f. Véase Arquitectos de México, núm. 7, México, 1958; y los esquemas básicos para los criterio de la restauración de la catedral de Cuernavaca realizados por Robina y Gabriel Chávez de la Mora. Con Alberto González Pozo, la intervención en la basílica de Guadalupe. De forma individual, el portal de Ceballos y el portal 21 de mayo en Córdoba, Veracruz, además de las propuestas premiadas que se mencionan al final del texto.

8 Otras obras en colaboración con Juan Sordo Madaleno entre 1949 y 1952: cine Ermita y departamentos en avenida Revolución y Tacubaya; edificio de oficinas en Paseo de la Reforma y Lieja; edificio de oficinas en Paseo de la Reforma y Versalles; edificio de oficinas en Niza esquina con Londres; cine París y oficinas en Paseo de la Reforma.

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Es necesario recordar algunas obras por su importancia en el contexto urbano capitalino y dentro de la historiografía representativa del Movimiento Moderno, como la que se encontraba en la esquina de Niza y Londres (des-truida por el sismo de 1985), que realizó junto con Juan Sordo Madaleno, en 1950. Se trataba de un edificio de oficinas, con la fachada superpuesta perfectamente modulada y bien proporcionada, diferenciándose en el entor-no por el pórtico en planta baja; durante años fue símbolo del racionalismo mexicano, al igual que otro ejemplo de oficinas –quizá el mejor y más digno de este arquitecto– ubicado en la calle de Niza núm. 67 (1954), llevado a cabo con Ricardo de Robina, y lamentablemente transformado. Era una obra que reflejaba la influencia de Mies Van der Rohe, ya que “era el hombre que estábamos obstinados a seguir”,9 decía Ortiz Monasterio. Se trataba de una edificación sencilla, en donde predominaba el cristal y que resaltaba por el atinado juego de los elementos de concreto armado asomados en la fachada, rompiendo la monotonía del cristal. Se apreciaba una expresión plástica po-derosa inspirada en el neoplasticismo.10

Por último, hay que mencionar al edificio de oficinas para Banca Cremi que realizó en colaboración con Héctor Mestre, Ricardo de Robina y Manuel de la Colina, situado en Paseo de la Reforma núm. 144 (1961). Fue un edi-ficio relevante en su época por la adaptación a un terreno irregular de frente curvo y resuelto con una estructura de concreto armado reticular de enormes claros, de cierta novedad. Grandes franjas horizontales que atravesaban la fachada principal daban al edificio un marcado sentido de horizontalidad en el contexto urbano de esta arteria principal.11 La solución formal recordaba a los almacenes Schocken del arquitecto expresionista alemán Erich Mendel-sohn, realizados en 1926, en Chemnitz, Alemania.

9 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

10 En el vestíbulo de este edificio Mathias Goeritz realizó un mural-relieve toscamente acabado con el fin, según el artista, de contraponer una decoración burda y pesada a las líneas rectas y finas de la arquitectura moderna. Véase Arquitectos de México, núm. 1, México, julio de 1956, y Arquitectura/México, núm. 49, marzo de 1955. En el género de departamentos sobresalió el de la calle de Nilo núm. 12 (1959), que se singularizó por el “abuso” del cristal, y por los elementos en acero que se quebraban en forma de balcones proyectados hacia el exterior. Se ubicaba en un terreno difícil, pues tenía 10 m de frente por 30 m de fondo, por lo que la planta baja se destinó a comercio y los cuatro niveles superiores para dos departamentos por piso.

Para conocer las casas habitación de esta época que hizo con Ricardo de Robina, véase Arquitectos de México, núm.1, México, 1956; Arquitectos de México, núm. 3, México, 1957; Arquitectos de México, núm. 8, México, 1959; Arquitectura/México, núm. 45, México, 1953-1954; L’Architecture d’Aujourd’hui, núm. 59, París, abril de 1955.

11 Véase Arquitectos de México, núm. 12, México, abril de 1961.

Edificio de oficinas en Niza y Londres, (1950) Distrito Federal destruido. aam/fa/unam

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La disidencia con el racionalismo

Respecto de su labor durante esos años Ortiz Monaste-rio afirmó en una entrevista, en un acto de gran honra-dez consigo mismo, que “nada de lo que está hecho en el tiempo de la arquitectura racionalista, aproximadamen-te en los años cincuenta y sesenta, me enorgullece ni me complace, me parece profundamente disgustante.”12 Con el transcurso de los años, sus juicios de valor derivados de la experiencia lo hicieron afirmar que “la arquitectura de esa época era de piel suave, que envejece; la arquitectura debe de ser de piel gruesa […] Debe tener menos vanos y más macizos…”13 En la serie de entrevistas que le hiciera la doctora Graciela de Garay del Instituto Mora, fue reite-rativo y muy claro respecto a esta postura:

Algo que me chocaba entonces era la exuberancia, el exceso de cristales, el exceso como una vitrina en exhibición, tan ajeno a nuestro meridiano y paralelo mexicanos, que son los de un calor intenso, los de una fuerte lluvia, una vegetación verdaderamente vigorosa, un tiempo cambiante, que era tan ajeno a las influen-cias de tipo septentrional de lugares como la Alemania de Mies van der Rhoe, o los Estados Unidos y Canadá, o Francia misma, que están ávidos de la luz y del sol que a ellos se les retiene y que con nosotros es tan generoso, tan casi ecuatorial.14

Una aventura en fuga

En el aspecto habitacional también sobresalieron ejem-plos racionalistas por su excelente factura y composición; varias casas de Ortiz Monasterio aparecían en las revistas de la época. En 1954 ganó un concurso que le permi-tió construir una residencia de grandes dimensiones en la calle de Flores núm. 504, actualmente transformada. Estaba solucionada dentro de los cánones de la arquitec-tura internacional; hacia 1958, dentro del mismo terreno de proporciones muy generosas pero correspondiente a Flores núm. 502, diseñó para el mismo dueño sobre los cimientos de una casa demolida (proyecto de Enrique de la Mora), una biblioteca-estudio que se complementaba con un pequeño museo de esculturas al aire libre, alber-ca y caballerizas. Aquí se inició una larga trayectoria de búsqueda formal en el campo de las techumbres. En-tusiasmado por los cascarones de concreto armado que realizaba en esos años el arquitecto Félix Candela, deci-dió pedirle asesoría para construir en el interior del estu-

Edificio de oficinas Banca Cremi, Paseo de la Reforma 144, Distrito Federal (1961). aam/fa/unam

12 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

13 Ídem14 Cuarta entrevista al arquitecto

Jaime Ortiz Monasterio, realizada en la casa del doctor Fernando Ortiz Monasterio, el 28 de noviembre de 1995, por la doctora Graciela de Garay. Instituto Mora, pho 11/17-4.

Casa habitación en Flores 504, Distrito Federal (1954). aam/fa/unam

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dio un paraboloide hiperbólico de concreto armado en forma de paraguas. Este sostén, totalmente exento, se levantaba en la parte central donde había un desnivel que, a su vez, provocaba una doble altura interesante. El prisma rodeado totalmente de cristal contrastaba acertadamente con las escaleras y bardas de piedra volcánica, logrando una arquitectura con carácter propio que no podía estar ya en cualquier lugar.15

Posteriormente se preguntó: “¿Por qué toda esa estructura de madera que se usaba como cimbra para hacer esos fantásticos cascarones de concreto se tiraba después de dos o tres veces de usarla? ¿Por qué no hacer trabajar a la madera por sí sola?”16 Los años se encargaron de dar la respuesta a través de sus obras. Por otra parte, cabe mencionar que aunado a estas inquietudes, el excelente trabajo en madera laminada que hicieron el arquitecto Abraham Zabludovsky y el ingeniero civil Federico Martínez de Hoyos para la cubierta del Auditorio 5 de Mayo en Puebla (1960), influyó de manera decisiva en la dirección que tomaría la carrera profesional de Ortiz Monasterio.

Así, el primer intento en cubiertas de madera laminada lo hizo en la casa de su hermano, el doctor Fernando Ortiz Monasterio, en la calle de Magnolia 38, en San Ángel (1976-1978), que dicho en sus palabras se convirtió en “una aventura en fuga, ¿en fuga de qué?, de ese implacable racionalismo que tanto impuso su impronta en nosotros, al que le debemos muchísimos beneficios de orden, de modulación, de la machine à vivre, como decía Le Corbusier.”17 En un terreno relativamente pequeño, los requerimientos del proyecto pedían una estancia-comedor y biblioteca con un acervo de cientos de volúmenes que amenaza-ba crecer. Además, la pareja y sus hijos, dos mujeres y seis hombres, llevaban una intensa vida social, por lo que los espacios externos, además de amplios, debían sumarse a la zona de recepción. El interés de la pareja por la pintura y la escultura demandaba amplios muros que contuvieran la colección de excelen-te calidad; además el presupuesto estaba limitado. Gracias a “la capacidad de

Casa habitación en Flores 502, Distrito Federal (1958). aam/fa/unam

Edificio de departamento en Nilo 12, Distrito Federal (1959). aam/fa/unam

15 Véase Arquitectos de México, núm. 13, México, 1961.

16 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

17 Cuarta entrevista realizada al arquitecto Jaime Ortiz Monasterio, en la casa del doctor Fernando Ortiz Monasterio el 28 de noviembre de 1995, por la doctora Graciela de Garay. Instituto Mora, pho 11/17-4.

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aventura, confianza y entusiasmo del cliente”18 –afirmaba el arquitecto–, pudo realizar su primer ensayo de paraguas de madera laminada de pino. Unidos bajo este elemento espacial, de 10 x 10 m, estaban la estancia, el comedor, el desayunador y la biblioteca-estudio en mezzanine. Las zonas privadas las resol-vió en otra ala, dejando en la planta baja a los padres e hijas y en el piso supe-rior a los hermanos. Además de que formalmente este paraguas es el “personaje principal del diseño”, estructuralmente fue pensado con inteligencia. El apoyo central está formado por un tubo de acero de 30 cm de diámetro, sólidamen-te empotrado y cimentado, sin soportes perimetrales, que oculta la bajada de aguas pluviales y funciona como sujetador de todos los elementos de madera; éstos consisten en una serie de arcos laminados convergentes en dicho apoyo. Es interesante la integración que se logró con esta estructura entre las diversas áreas, pues la ausencia de muros divisorios libera el espacio.

La voluntad de forma y la madera laminada19

Casi al mismo tiempo que hacía la casa de su hermano, construía la suya propia, donde perfeccionó el experimento del primer paraguas. Ubicada en la calle de Flores núm. 538, sobre un terreno muy grande y con una pen-diente pronunciada hacia el río que pasaba al fondo del terreno, esta obra representó, sin duda, la culminación de un proyecto muy personal. En efec-to, estaba conformada por cuatro paraguas de madera laminada de caoba de 12 x 12 m que cubrían una superficie de aproximadamente 576 m2, con sólo cuatro apoyos. La parte central, punto de unión de los cuatro paraguas, quedaba exenta para formar un solarium en torno al cual giraba toda la casa. Las recámaras se solucionaron a base de mezzanines y las áreas de recepción quedaron de doble altura. Una gran pasión estética encerraba esta obra, cuya importancia fue introducir la prefabricación y montaje de la madera como elemento constructivo y decorativo a la vez. De este modo, con la ayuda de buenos carpinteros cimbreros, se obtuvieron esos maravillosos paraguas: “sin ellos [los carpinteros] nosotros los arquitectos no haríamos nada, de-pendemos de esa artesanal industria.”20 Años después esta casa fue vendida, comprobándose las enormes ventajas de este tipo de construcción, pues al ser arquitectura recuperable fue posible desmontar los paraguas y utilizarlos casi 20 años después.21

Ciertamente usó dos de estos paraguas en una casa que había construido en 1962, muy cerca de lo que fuera su propiedad, en Flores núm. 564. Como las casas que había hecho en esa época, ésta era un buen ejemplo de arquitectura racionalista. Se trataba de un prisma de vidrio en donde sólo sobresalían las losas y un balcón que volaba sobre la piscina, a manera de espejo de agua de 20 x 20 m.22 Para 1981 los dueños decidieron ampliar su casa y cubrir la alber-ca, proyecto que Ortiz Monasterio realizó con estos paraguas, provocando un insólito espacio recreativo que se sumaba a la estancia con acierto.

¿De dónde surgió esta pasión por los paraguas? Son varios los motivos que lo impulsaron a hacer este tipo de arquitectura. Por una lado, el gusto y el interés que le provocaban las estructuras de su amigo Félix Candela; por otro, le impresionaba la fuerza y lo imperecedero de la arquitectura gótica religiosa y por último, la apasionada admiración y fijación que desde niño

18 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

19 “La madera estructural laminada y encolada está compuesta de un conjunto de laminaciones de madera, en el que la veta de todas las laminaciones es aproximadamente paralela longitudinalmente. Las laminaciones se unen con pegamentos. Una de las ventajas de la madera laminada radica en el hecho de que puede dársele, al fabricarla, forma recta o curva, con secciones transversales desusadamente grandes y de grandes longitudes.” Véase Harry Parker, Diseño simplificado de estructuras de madera, México, Limusa, 1975, p. 275.

20 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

21 Véase de Manuel Larrosa “Árboles caminantes” en uno más uno, 24 de febrero de 1990.

22 Véase Arquitectos de México, núm. 18, junio de 1963.

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le provocaban los árboles “por su belleza estructural, el cómo inventa sus ramas. Estructura que se opone al viento y al agua…”23

Esta admiración, si se puede llamar así a su amor por los árboles, la trans-portó a la realidad en una casa ubicada en Valle de Bravo (1981-1985). La propietaria era la escultora Charlotte Yazbek que, en pleno vigor creativo, deseaba una casa-estudio; por su estrecha amistad con Ortiz Monasterio le concedió una total libertad en el proyecto, quien la convenció de escoger un terreno en lo alto de la montaña, de tal manera que la casa quedó bastante elevada sobre el nivel del lago. Así, en un terreno con una fuerte pendiente, levantó la casa sobre un gran muro de concreto armado rellenado que fun-ciona como quilla, cuya parte superior se aprovechó al dejar de rellenarla para ubicar el cuarto de máquinas y por encima la alberca. A los costados se elevan dos grandes columnas de concreto y ladrillo: una para el ascensor panorámico que viaja lentamente, y la otra para las escaleras. Estas columnas en la parte superior, estallan en ramas de madera laminada y conectores me-tálicos cubiertos por un piso de duela muy grueso que forma las terrazas de la alberca con vista privilegiada a todo el lago y al pueblo de Valle de Bravo. La construcción, solucionada a base de hexágonos y triángulos, ofrece en el interior espacios únicos rodeados por ventanales protegidos por una cubierta de doble curvatura, también de madera laminada de gran valor formal. Este recurso permite que la montaña por un lado, y la maravillosa panorámica del lago por el otro, se fundan dentro de la casa.24

23 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

24 Cabe mencionar la importancia y el interés que tuvo el calculista José Luis Portela en el diseño de las estructuras de madera de esta casa, así como en la casa-estudio en las Lomas de Chapultepec (1981), en donde Ortiz Monasterio cubrió el estudio-biblioteca con una cubierta de madera laminada con forma de manto de doble curvatura.

Magnolia 38, San Ángel, Distrito Federal (1976-1978). Estancia.aam/fa/unam

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Jaime Ortiz Monasterio realizó otros ensayos con madera laminada; cons-tantemente investigaba sobre este tipo de estructuras para demostrar –y así lo quería dejar por escrito en un ensayo que dejó inconcluso– las ventajas de este material que en otros países es muy utilizado.

Dentro de esta preocupación por trabajar con materiales naturales, hay que señalar el conjunto residencial en Tepoztlán, Morelos (1986). En un terreno casi plano, fraccionado en siete partes de distintos dueños y dividido por una calle de trazo oblicuo, construyó el pórtico circular de acceso, el volumen de las caballerizas –después parte de ellas adaptadas para habitación–, las bardas del conjunto y los muros de otros recintos, con la misma tierra que logró extraer del terreno; su propósito fue “no ser un intruso en el paisaje.”25 Por esta razón, consiguió que las oficinas del dueño principal se mimetizaran con el entorno al quedar ocultas por taludes de pasto, dentro de un patio hundido en forma de espiral, con un hermoso ciruelo silvestre casi al centro. Este espacio resultó un lugar muy especial para el descanso y la meditación. El conjunto fue pensado para que desde cualquier sitio del terreno pudiera gozarse de la maravillosa vista del Tepozteco.26

Paralelamente realizó otros trabajos como el inmueble de la Delegación Cuauhtémoc (1973), con Teodoro González de León, Abraham Zabludovsky y Luis Antonio Zapiáin, y en la década de los ochenta proyectó ampliaciones y construyó edificios nuevos para la Facultad de Química, al igual que el de Posgrado de Psicología de la unam, entre varias obras.

Su preocupación por la ciudad y las propuestas premiadas27

La destrucción de innumerables lugares y edificios de valor histórico o artístico, o bien su grave deterioro, en aras del progreso, la modernidad y sobre todo la especulación urbana, es un problema que se agudizó desde la segunda mitad

25 Entrevista realizada por la autora a Jaime Ortiz Monasterio el 5 de septiembre de 1989.

26 Véase de Lourdes Cruz González Franco, “Jaime Ortiz Monasterio es búsqueda de una expresión propia: arquitectura de madera”, en Cuadernos de Arquitectura y Docencia. 1er concurso nacional de ensayo sobre la arquitectura mexicana: 50 años de arquitectura mexicana, prospectivas y valoración, 1950-1992, núms. 12-13, México, Facultad de Arquitectura, unam, marzo de 1994, pp. 67-77.

27 Véase de Lourdes Cruz González Franco, “Dos propuestas premiadas”, en Obras, vol. xxv, núm. 291, México, marzo de 1997.

Magnolia 38, San Ángel, Distrito Federal (1976-1978). Detalle de paraguas de madera. aam/fa/unam

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del siglo pasado en México y en innumerables ciudades del mundo. Ello propició que a finales de 1995 la Unión Internacional de Arquitectos (uia), lanzara una convoca-toria para un concurso a nivel internacional con el tema “Espacios de convivencia”, con el propósito de recibir propuestas para rescatar y mejorar estos espacios en las ciudades. Como respuesta a esta invitación, el arquitecto Jaime Ortiz Monasterio presentó dos proyectos que fue-ron premiados en la categoría profesional. Ganó el Gran Premio del primer lugar, junto con los arquitectos Sergio Zaldívar y Lucía del Pilar Grajales, con la propuesta para la revitalización de todas las edificaciones existentes en la manzana donde se localiza el antiguo convento e iglesia de San Francisco (1525-1857) y la Torre Latinoamericana, en el Centro Histórico de la Ciudad de México; asimismo, obtuvo Mención Honorífica con el proyecto de la zona histórica de San Ángel.28 Con respecto al primero, los participantes propusieron varias medidas para darle vida al corazón del cuadrante comprendido entre las calles de

28 Los resultados se dieron a conocer dentro de la Conferencia Hábitat, celebrada del 3 al 14 de junio de 1996 en Estambul, Turquía.

Casa habitación Yazbek, Valle de Bravo, Estado de México (1981-1985). aam/fa/unam

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Francisco I. Madero, Gante, 16 de Septiembre y el Eje Lázaro Cárdenas; por ejemplo, restituir al atrio las dimensiones que tuviera en el siglo xviii; la restauración del claustro, del templo y la reposición de las proporciones ori-ginales del Portal de Peregrinos. Para acceder al atrio sugirieron la creación de una red de pasajes con acceso por las cuatro calles circundantes, con el propósito de incorporar a los transeúntes a este gran espacio que proponían se convirtiera en un centro de convivencia. Todas estas transformaciones favorecerían la creación de restaurantes, boutiques, librerías y tiendas de calidad, dando vida propia al corazón de la manzana. Para complementar el conjunto, la Torre Latinoamericana se convertiría en un lujoso hotel de cinco estrellas con centro comercial, club y oficinas, para lo cual los predios pertenecientes al gobierno del Distrito Federal, aledaños a la Torre, podrían venderse a particulares para formar parte de este conjunto. La propuesta fa-vorecía el cambio del uso de suelo por el de habitacional de alto nivel, lo que aumentaría sensiblemente el valor de las propiedades hacia el interior de la manzana. Cabe anotar que las modificaciones cambiarían radicalmente este sitio, lo que ocasionaría un mayor congestionamiento vial. Por tal motivo se previó en el plan la expansión del actual estacionamiento subterráneo de Bellas Artes hacia la Torre Latinoamericana, con salida a este edificio y al atrio. Era

Casa habitación Yazbek, Valle de Bravo, Estado de México (1981-1985). Planta arquitectónica. aam/fa/unam

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pues, una propuesta en donde el pasado y el presente se armonizaban, y que cumplía cabalmente con los requerimientos del concurso: calidad en las propuestas tanto físicas como sociales, factibilidad técnica y económica, la creación de un espacio atractivo y revitalizado, además de la consideración de una mejora en la circulación y el tráfico de la zona. Se trataba de un pro-yecto autofinanciable, con posibilidades claras de realización, que está en espera de ser tomado en consideración por las autoridades.

Por lo que toca al proyecto de revitalización San Ángel, son varios los puntos considerados en aquel momento en la problemática de este proyec-to, mismos que lamentablemente siguen vigentes y se han incrementado: la fragmentación de este antiguo barrio por las vías rápidas de comunicación, la presencia de la Ciudad Universitaria, el tráfico intenso provocado por el

Conjunto residencial en Tepoztlán, Morelos (1986). aam/fa/unam

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crecimiento de la ciudad hacia el sur; la aparición de vendedores ambulan-tes que habían transformado las aceras y las calles en enormes tianguis, y el cambio de uso de suelo que había permitido la aparición de numerosas oficinas, comercios, restaurantes, entre otros, propiciando un déficit impor-tante de cajones para autos. Por estos motivos, el arquitecto Jaime Ortiz Mo-nasterio propuso el rescate de esta zona mediante algunas medidas, como la prolongación de la línea siete del metro hasta la Ciudad Universitaria, con una base subterránea de autobuses y una serie de estacionamientos subte-rráneos en puntos estratégicos; planteó deprimir la avenida Revolución en su cruce con la calle de la Paz, para lograr un tránsito local de superficie y recuperar la plaza peatonal y el jardín del convento del Carmen como lugar de interacción; es decir, se proponía la recuperación total de la plaza del Car-men como espacio tradicional de convivencia en San Ángel; además, para tratar de remediar el caos urbano, se racionalizarían las rutas del transporte público, se reubicarían los grupos de comercio ambulante en lugares fijos, la gasolinera, las escuelas y el mercado de las flores.

Su preocupación por el rescate y la defensa de estas zonas no surgió a raíz del concurso; amaba profundamente su ciudad y desde varios años antes había comenzado a trabajar con colonos, dueños de comercios y con las autoridades en propuestas parciales, en las cuales siguió trabajando hasta su fallecimiento, el 21 de noviembre de 2001.

Corolario

El tránsito de Jaime Ortiz Monasterio de la arquitectura racionalista a formas libres, en ocasiones apegadas a la naturaleza y construidas con materiales cálidos, es testimonio de lo sucedido en la arquitectura de la segunda mitad del siglo xx, en donde logró ocupar un lugar destacado. El camino elegido como arquitecto fue congruente con su forma de ser y de pensar que, día con día, se nutría de sus innumerables lecturas y de las experiencias de sus viajes:

Cada vez me alejaba yo más de ese racionalismo implacable, cada vez más me acercaba al concreto armado, colado, al amanecer con la aurora, a la madera, al barro, a materiales más nuestros, no con un propósito de ser pro-bablemente mexicano, sino hacer arquitectura contemporánea en México, pero con los medios, el pensamiento, la idiosincrasia, esa misteriosa, clara, real identidad que parece a veces ser buscada cuando se tiene...29

Siempre se caracterizó por su continua búsqueda y ensayo con los espacios que conforman la arquitectura; en este sentido, cada vez fue más sensible para adaptarse a la topografía del terreno, logrando en ocasiones espacios mágicos. En sus obras se deja entrever la huella de clientes que compartieron con el arquitecto la aventura, la pasión y el amor que éste depositó en cada construcción, lo cual se debe, en gran parte, a la confianza que supo inspirar y a la labor de convencimiento que tan sabiamente –afirmaba él mismo– supo realizar.30

29 Segunda parte de la cuarta entrevista al arquitecto Jaime Ortiz Monasterio, realizada en la casa del doctor Fernando Ortiz Monasterio en San Ángel, el 28 de noviembre de 1995, por la doctora Graciela de Garay. Instituto Mora, pho 11/17-4.

30 Miembro del Colegio y de la Sociedad de Arquitectos Mexicanos a. c.; Académico emérito de la Academia Nacional de Arquitectura a. c.; Miembro de Número de la Academia Mexicana de Arquitectura a. c.; Miembro honorario de la Sociedad de Arquitectos de Colombia; Premio Universidad Nacional 1999, en Arquitectura y Diseño recibido el 5 de diciembre del 2000. Se distinguió como conferencista en diversas universidades del país. El 16 de mayo del 2002 se inauguró una exposición de su obra y se le hizo un homenaje póstumo en la Facultad de Arquitectura de la unam.