inquilinos - manuel díaz

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Inquilinos (Trópico Sur, Uruguay, 2013) es una nouvelle del autor rosarino Manuel Díaz. Es una descripción de una cuadra en una ciudad, a la que dos jóvenes inquilinos van a vivir.

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  • INQUILINOS

  • Manuel Daz, 2013

    Trpico Sur Editor, de esta edicin, 2013

    Esta edicin fuerealizada en el mes de agosto de 2013en la ciudad de Maldonado, Uruguay

    Inquilinoses el nmero 45 de la coleccinMINILIBROS 50I.S.S.N. 2301-0347

    Fotografa de contratapa: Lul G. KaplnDiseo y composicin a cargo de la editorial

    TRPICO SUR [email protected]

    I.S.B.N. 978-9974-8399-5-3

    Los textos que componen este librono pueden ser reproducidos sin constancia fehacientede la autorizacin del autor y de la editorial

  • Manuel Daz

    Inquilinos

    Maldonado, Uruguay2013

  • So sad to see, they suffocate at night

    Jarvis Cocker (Pulp), Freaks

    me lanza a la compaade los salvajes del desierto

    Heinrich von Kleist, Michael Kohlhaas

  • 9Conseguimos casa. Cuando uno se muda, lo queen un principio es provisorio pasa, con el tiempo, aconvertirse en definitivo. As sucede con los libros,metidos en alguna habitacin poco frecuente, apilados,en cajas o simplemente desparramados sin ningnorden ni criterio por el suelo; as sucede con algunosjuegos de vajilla que se consideran de gala, empa-quetados para siempre y olvidados en el interior dealgn mueble y slo algunos corren la suerte de sersacados de all y puestos nuevamente en uso, peroslo por unas pocas horas, para algn cumpleaos oalgn evento similar, para ser luego devueltos a sulugar; as sucede tambin con algunos elementospropios de las cocinas que, inexplicablemente, pasana habitar la heladera. No hay forma de luchar contralas voluntades de los cambios de domicilio. De todasformas, nosotros no tenamos nada de todo eso. Slotenamos unos pocos libros que no llegaban a ocuparcuatro cajas medianamente chicas, pero no tenamosningn lugar poco frecuente donde colocarlas. Tampo-co tenamos estanteras, o plata para hacerlas, o paracomprar maderas y encajarlas en las paredes, por lotanto, los libros se quedaron en las cajas, apiladasjunto a la puerta de entrada.

    Somos dos. Una chica y yo. Nos conocimos cuan-do ella entr a la facultad y yo era ayudante alumno

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    en una materia del primer ao de la carrera de Le-tras. Hace tres aos conversamos por primera vez.Fue cuando ella acababa de rendir el examen finalde esa materia, y, por un amigo en comn, quientambin haba rendido ese da, nos encontramossentados en la misma mesa del bar de enfrente de lafacultad, conversando, como deca, por primera vez.Nos camos bastante bien, supongo. Ella vena de unpueblo del interior, y viva en un departamento pes-tilente del microcentro, con manchas de smog en lasparedes por el humo de los colectivos que entrabapor la ventana cuando estaba abierta. Estaba sola,creo, y el departamento era diminuto, apenas un si-lln frente a un televisor, una mesa, cuatro sillas yuna mesada con un anafe, ms una heladera. Nadams. Dorma en el silln, y, durante el da, pona lassbanas y frazadas en un bal que haba en un rincn.Por ese entonces estaba entusiasmada con la carrera,es ms, se deslumbraba con algunos profesores, conalgunos textos, disfrutaba ir a cursar o a rendir. Lonormal y, a la vez, lo extrao en las chicas que vienena estudiar desde lugares chicos. Se tomaba demasiadoen serio el hecho de ser mantenida por sus padres.Lea todo el da, con entusiasmo, y se senta en elcompromiso de hacer todo en tiempo y forma parano defraudarlos, ya que ellos hacan bastantes esfuer-

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    zos para que ella no tuviera que trabajar. Ahora, tresaos despus, estbamos viviendo juntos. Nuncatuvimos sexo. Ella, con el tiempo, se fue acercandoa m, y fue, a la vez, dejando las cosas para despus,es decir, para nunca. Lo mismo hice yo, y en esosmomentos pensaba que las dejaba para despus, peroahora me doy cuenta de que despus es igual a nunca.

    Tengo un poco de resaca. Nos acabamos de mu-dar y bajamos al bar (al restobar, para ser ms exactos)que hay en el local de la planta baja. Vivimos en unprimer piso, y hay otro departamento. Ms que unprimer piso, es una planta alta. Tiene una entrada co-mn, con una escalera, y arriba se divide en dos puer-tas, una para nuestro nuevo departamento, la otra esla de los vecinos. Todava no los vimos, pero, a veces,podemos intuir sus movimientos. Tengo entendidoque ambos departamentos son idnticos, slo queestn invertidos. Es decir, al fondo, donde est nues-tra cocina, ellos tienen las habitaciones, y nosotrostenemos las habitaciones en el medio, donde ellostienen la cocina. A pesar de ser una de esas construc-ciones antiguas que estn por cumplir los cien aosy que, muchas veces, se caen a pedazos, las paredesno tienen el grosor normal de las casas de esa poca,por lo que, deca, podemos intuir los movimientos

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    de los vecinos. Me explic la mujer de la inmobilia-ria que, antes, en el local de abajo _donde est el res-tobar_, haba una panadera, propiedad de dos her-manos, segn creo, italianos, y vivan, junto con susfamilias, en los dos departamentos de arriba. Unahistoria de hermandad, de unin y amistad, se podradecir. Y ahora no conocamos a los vecinos. Segnme dijo, tambin la de la inmobiliaria, son un matri-monio que tiene un hijo, o dos, y que tambin se aca-ban de mudar, despus de haber tenido alquilada lacasa por un par de aos. Al parecer, durante ese parde aos haban vivido en una localidad cercana, yhaban tenido un supermercado, pero haban fracasa-do y tuvieron que volver.

    Los libros siguen en las cajas. Ahora las cajasestn apiladas en mi habitacin, las sacamos de don-de estaban, al lado de la puerta de entrada. Como yano vamos a la facultad, no los necesitamos, y podranestar embalados durante milenios que no notaramosla diferencia. Nos da igual, pero al lado de la puertamolestaban bastante. Dos cajas son mas, las otrasdos, de ella. Pero todo termina por mezclarse y pa-sa a pertenecernos a los dos, o a nadie. Esta maana,mientras dormamos, el ruido de la puerta al abrirseme despert. La noche anterior, cuando volv del res-tobar, me olvid de ponerle llave. Agustina, mi com-

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    paera, se haba quedado en casa. Deca, entonces,que me despert la puerta al abrirse y me sobresalt,pero enseguida empec a escuchar una voz de nenediciendo "Pap! Pap!". Despus, la otra puerta, lade los vecinos, se abri, y se escuch una voz dehombre diciendo "Ven para ac!" y el nene sali,dejando la puerta abierta. Se nos escap el gato. S,tenemos un gato. Le pusimos Sartre porque es bizco.Cuando hubo pasado la escena familiar fallida en laque el nene, campante, entraba a la casa y buscabaal padre, para abrazarlo, pero le pifi de puerta, melevant con algo de esfuerzo. Me vest con lo primeroque encontr y fui a cerrar la puerta. Entonces, es-cuch los maullidos y fui a buscar a Sartre. Lo en-contr abajo, junto a la puerta de calle. Me mir,maull, e inmediatamente despus mir la puerta,anhelando ir a convivir con los gatos que habitan elpatio de la escuela de monjas que hay en la esquina.Lo alc y lo llev arriba. Cerr la puerta y salt demis brazos para irse maullando, al parecer medioofendido, y meterse en el cuarto de Agustina. Preparcaf. Abajo, en el piso, al lado de la puerta, junto algato, haba una factura de telfono, y le el nombredel vecino: Fernando Crosa. Nosotros no tenemostelfono.

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    Las noches, en el restobar. Agustina no suele a-compaarme, aunque a veces, dos o tres por semana,viene conmigo al restobar, para subir tarde, a la ma-drugada. Ah va gente de bien, a comer, parejas quese toman su vino de alta calidad, mientras comenporciones diminutas de comida gourmet en platosenormes, y no se dicen nada porque no tienen nadaque decirse. Nosotros tomamos cerveza toda la noche.Ah va gente de bien, los parroquianos van a la pan-chera de la esquina. A veces tambin vamos nosotros,cuando no podemos seguir pagando en el restobar.Agustina me peg el gusto asqueroso por lo francs,y por eso vamos al restobar siempre que podemos_o al menos voy yo, siempre que puedo_, porquetiene un aire muy francs, como si uno estuviera enPars. Es medio lgubre, y se ve macizo y, a la vez,refinado, lo que resulta un tanto seductor si uno estembebido de la estupidez francesa por ese tipo decosas. Tambin me gusta el restobar porque no tengonada que ver con nadie ah, y las mozas tienen muybuen sentido del humor y otras cosas. Entonces nadieme habla cuando voy al restobar. Puedo quedarmemirando por la ventana y tomando cerveza hasta quecierran y me voy sin haber abierto la boca para arti-cular sonido alguno. En cambio, cuando voy a lapanchera, siempre termino hablando con alguien.

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    Aunque tampoco tengo nada que ver con los parro-quianos de la panchera. Viejos jubilados que vivenborrachos. Quizs, dentro de unos cincuenta y tantosaos, tenga mucho que ver con los parroquianos dela panchera, y vuelva a buscarlos. Tambin hay j-venes en la panchera. Les gusta el ftbol. Siempretienen camisetas de distintos equipos, y toman Coca-Cola en botellas de litro y cuarto, de las retornables,y miran la televisin, en la que siempre est sintoni-zado alguno de los canales de deportes que aparecie-ron cuando, de repente, empez a ser un gran negociohablar de deportes las veinticuatro horas, y hay, fren-te a una cmara, unos quince o veinte tipos distintosa lo largo del da, en diferentes programas, que hablany analizan la misma jugada una y otra vez, y opinanacerca del arbitraje de tal o cual partido, o de las po-sibilidades de descender o ascender de tal o cualequipo y esas cuestiones, y discuten, y se pelean, co-mo si estuvieran discutiendo un fallo de la corte deLa Haya. Eso miran los jvenes parroquianos de lapanchera, y tambin los viejos, aunque ellos opinanencima de los periodistas, refutndolos, y hablanentre ellos a los gritos. Nadie escapa de la televisin.Los jvenes, por su parte, se quedan callados, mirandofijo la pantalla y no hablan jams, excepto para co-mentar o acotar algo, una opinin acerca de lo que

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    estn viendo u oyendo. Me quedo con el restobar:no hay televisin ni msica.

    Prefiero el murmullo de la gente. Con Agustinacasi no hablamos, y si hablamos, hablamos despacio.Hoy la echaron del trabajo y se encerr a llorar. Selevant de la cama para abrirle la puerta a Sartre,que estaba arandola tratando de entrar a la habi-tacin. Aprovech para meterme yo tambin, a versi poda consolarla. No sabemos cmo vamos a vivir,me dijo. Le dije que podra trabajar yo. Se neg. Meech de la habitacin. Baj al restobar.

    No hace un mes que vivimos ac. Los chicoslloran o corretean todo el da en la casa de al lado.Cuando uno cocina puede escuchar cmo los pasosrpidos ejecutados por piernas cortas resuenan enlos pisos de pinotea, y cmo, cada tanto, lloran, ocmo, de noche, los padres discuten acerca de algntema que no podemos llegar a or en detalles, sinoque apenas omos las voces acaloradas que van co-brando intensidad a lo largo de la discusin. Jamslos vimos, pero cada tanto podemos escuchar cmola madre sale y es seguida por los chicos, quienes,a juzgar por el ruido a plstico que cae o que golpeacontra las paredes, cargan con juguetes. No sabemosnada de ellos, pero nos hacemos una idea: una familiapatriarcal, clsica, en la que la madre es relegada a

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    criar a los chicos, y eso, mientras el padre trabaja eimpone su autoridad ni bien llega a su casa. Lo mis-mo de siempre, la historia de la humanidad puederesumirse a eso. No sabemos si la esposa le teme.

    En la panchera. Se me acerca un viejo, un parro-quiano, que dice llamarse Luis, pero insiste en quelo llame McGyver. Me pregunta de qu barrio soy.Le digo que de ninguno, pero que ahora vivo ac.Ac dnde, me pregunta. Ac, en la cuadra. Me pre-gunta cul de todas es mi casa. Le digo que la deenfrente, enfrente del quiosco. Donde antes estabala ferretera, le digo. Qu ferretera, pregunta. La quetena el cartel grande. Pero no haba ninguna ferretera.S, le digo. No, me dice. Ahora no est ms, le digo.Pero vivs enfrente del quiosco, el de Tatn, me dice.S, le digo, eso le dije. Cambiamos de tema. En lapanchera hace calor, el calor de las frituras y el aguahervida de las salchichas. El parroquiano comprauna cerveza. Tomo de la cerveza. Fumamos cigarrillossin parar, con el parroquiano. Los cigarrillos son del, al igual que la voz que habla. La ma, mi voz,slo afirma eventualmente para que el parroquianosiga hablando. Me cuenta de su viudez. Me dice que,antes, iba con su mujer a bailes y a cenas, y que,ahora que ella est muerta, sigue yendo solo. Voy abailes de jubilados en clubes de barrio, me dice. Di-

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    ce que le gusta vestirse bien para ir a esos bailes, yque las viejas opinan que es un viejito pintn. Gritacuando habla, y tose cuando trata de rer. Se cubrela boca con la mano. Resulta un tanto desagradable,pero lo dejo hablar y lo incito a continuar cuando secalla. Voy a los bailes, y las saco a bailar, pero nuncatuve nada parecido a una pareja despus de la muertede mi mujer, dice, aunque me gustara encontrar auna viejita con la que nos hagamos compaa, medice. No le pregunto si tiene hijos. Me dice que vaal casino y gasta mucha plata. Me dice las cifras, noslo de lo que gasta en el casino sino tambin de loque gana por mes con su jubilacin y su pensin.Pero, agrega, como lo gano yo, es mo, no tengo queir a pedirle nada a nadie y lo gasto como quiero.Procedimiento lgico, una buena forma de razonar.Me cuenta que se jubil en el colegio alemn. Soyalemn, agrega. De qu ciudad, pregunto. msterdam,me dice, donde estn las putas, dice. Me muestra unllavero que exhibe un guila y la bandera alemana,y que tiene dos llaves. Le pregunto qu haca en elcolegio alemn, y me dice que era portero. Sin em-bargo, tiene cara de alemn, o de algn pas de eseestilo, aunque dudo seriamente de que en el colegioalemn elijan a sus porteros por su ascendencia. Memuestra un tarjetero, en el que tiene un pase libre de

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    colectivo, y me cuenta: tengo una viudita amiga, quesalimos a veces, y eso, y me dio el pase de colectivodel finado. Me muestra el nombre del finado, y memuestra su documento, para demostrarme que losnombres no coincidan. Me pareci una genialidadpor parte de la viuda, pero me limit a asentir vaga-mente. Enseguida salta a otra cosa, pero antes deguardar el tarjetero, o lo que fuera ese plstico quetena, me mostr un recibo de la jubilacin: algo ascomo tres mil quinientos pesos con la pensin inclui-da. Retuve el nmero lo ms que pude. Me cont,despus, de sus aventuras en los cabarets de la zona.Voy, dice, a un cabaret que hay ac a la vuelta, y bai-lo en el cao, y todo; pero te termins aburriendo,porque siempre ves el mismo show. Pero bailo encao, dijo menendose un poco, y veo a las chicasqu s yo, a m me gusta, dijo. Se lo respet. A todolo que deca le agregaba el a m me gusta, como paraescudarse o algo, y yo se lo respetaba. Me deca queviva a la vuelta de la panchera, enfrente del motel.A veces, dijo, llego borracho, de noche, y me metoen el motel, ah, entre las cortinas. Me pregunt ahacer qu, pero no se lo pregunt a l. Era histrini-co, el parroquiano. Se pag unas cuantas cervezas,y la televisin transmita un partido muy viejo dedos equipos grandes. Siempre estoy borracho, asegu-

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    r. Le cre. Me cont que de joven era boxeador, yque ganaba peleas, y que todos los boxeadores ac-tuales eran psimos. Vino a cuento de una ancdotaque me cont, que se haba peleado con un tipo. Es-taban en la panchera _dnde si no?_ y el parroquianohaba convidado al otro con varios cigarrillos. Porqueyo s lo que es fumar, dijo el parroquiano en ese mo-mento, y s lo que es no tener puchos y tener ganasde fumar, es horrible. Y no haba ms cigarrillos.Entonces, dijo, le di plata para que fuera hasta elquiosco de Tatn a comprar ms cigarrillos, le di laplata justa, y hasta los de ac me vieron que le di laplata, y el tipo se fue, y no volva, no volva, no vol-va. Entonces, dijo, me par y lo fui a buscar, porqueyo le haba dado la plata para que comprara cigarri-llos, para que fumramos los dos, como venamoshaciendo, y no va que lo encuentro al lado del quioscodel Tatn, en las escaleras del banco, tomndose unporrn l solo. Ah noms, dijo, me agarr bronca yle dije que era un desgraciado, le saqu el porrn yse lo tir a la mierda, y le pegu bastante, me pareceque qued todo sangrando. Pero, dijo, son cosas queno se hacen, si yo le haba dado la plata para quecomprara cigarrillos para los dos, y el tipo se comprun porrn y se lo estaba tomando solo. Viva ac enuna pensin, dijo, ac a la vuelta, despus desapareci.

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    No se hace eso, dijo, yo le haba dado la plata, hastalos de la panchera me vieron que le di la plata. Loaprob en su actitud. Cambi de tema y empez acontarme que, de joven, haba sido marinero. En elsur, dijo, estaba en barcos pesqueros. Haca muchofro, y haba gente que tena la cara y las manoscurtidas por el fro. Yo no me la banqu, dijo, y mevolv. Despus se par y se fue, y le dije hasta luego,Luis, y me dijo McGyver, con un grito que queraparecer un grito de guerra. Y se fue. Me qued mi-rando el partido viejo en la televisin, rodeado deparroquianos jvenes con camisetas de ftbol.

    Conocimos a los vecinos. Nos cruzamos con ellosuna noche en la que bamos con Agustina al restobar.Nos cruzamos con Fernando Crosa, que vena su-biendo la escalera. Es un tipo bastante corpulento,que se viste con camisas claras y pantalones de vestiroscuros, o, al menos, as estaba vestido cuando noslo cruzamos en la escalera. Nos salud de manerabastante efusiva, y se present. No le aclar que noera necesario porque yo ya haba espiado su facturade telfono. Nos invit a subir a su casa, y se ve quela mujer, que result llamarse Romina, debi haberescuchado nuestras voces en la escalera porque,cuando estbamos subiendo, se abri la puerta del

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    departamento de ellos, y ah estaba, con un nene quele colgaba de la pierna. Nos pregunt si el gato eranuestro. Me pareci bastante imbcil su preguntaporque no imaginaba de quin ms poda ser el gato.Sartre. Y dijo ser fbica a los gatos. No dijo alrgi-ca, dijo fbica. Me pareci bastante asquerosa. ltambin. Despus de una charla llena de formalidadesy lugares comunes, mir a Agustina y decidimos huir.Fuimos al restobar. Las mozas seguan teniendo sen-tido del humor, slo que haba una nueva, que notena tanto de las otras cosas. Sentido del humor, s.

    Agustina sigue sin trabajo. Hoy la esper con lacomida preparada; fue a repartir curriculums des-pus de haber revisado la seccin Clasificados deldiario del domingo. Espera que la llamen de algnlado. No nos volvimos a cruzar ni con Fernando nicon Romina ni ningn cro volvi a meterse en lacasa. Sartre sigue queriendo escapar a vivir en comu-nidad con los gatos de la esquina, pero, a menos quese tire desde el balcn, va a tener que seguir con no-sotros. Tratamos de ser precavidos al entrar y salirpara que no quede en la escalera. Nos saldra muycaro matar a Romina de un ataque de fobia. Hoy,como tuve que hacer la comida para Agustina y param, no pude ir al restobar. No estoy seguro de volvera la panchera por el momento. Los libros siguen en

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    las cajas. Prepar fideos, pero me di cuenta tarde deque la crema estaba vencida. Cuando abr el pote,estaba dura, agrietada y con un color medio verdo-so, adems de tener un olor insoportable. Tap laolla, baj la escalera, abr la puerta y cruc la callehasta el quiosco de Tatn. Ya era un poco tarde, y elsupermercado haba cerrado. No encontr crema, Ta-tn no tena. Fracasaron los fideos. Cuando Agustinalleg, se los comi igual, aunque tom mucha agua.

    Estaba agotada. Se tir a dormir apenas apoyel cubierto en el plato. Todava era temprano. Losplatos se van apilando, sucios, en la cocina, y nadieparece percatarse. Sartre los rodea hasta llegar a lapileta, donde suele mear. Cuando lo hace, con la pata,al sentarse, baja el tapn, y entonces toda su meadaqueda flotando en la pileta. Sacarla es un tanto as-queroso, pero resulta necesario. Me cruc con LuisMcGyver en el quiosco de Tatn, cuando fui a comprarcigarrillos. No pareca acordarse de m. A la nocheno poda dormir, y estaba en el sof cuando escuchgritos en la calle. Era una pareja, estaban peleando.Al parecer, ella lo haba engaado y l quera sabercon quin. Te voy a matar, repeta una y otra vez eltipo. Decime quin es. Ella trataba de atajarse de lasinjurias. Decime quin es, decime el nombre, decimeel apellido. Te voy a matar. Dnde lo puedo encontrar.

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    Dnde puedo ir a buscarlo ahora. Decime. Te voy amatar. Se fueron hacia la esquina y los perd de vista,dej de escucharlos y al rato volvieron. Seguan enlo mismo. Puta. Me fui a dormir.

    En el quiosco de Tatn. Es un lugar llamativo, adecir verdad. Es la planta baja de un edificio bajo,de tres pisos, y Tatn y su familia viven en uno delos departamentos del edificio. Han probado variastcnicas para atraer ms clientela, la clientela que sereparten con los dems comercios de la cuadra: otrostres quioscos. En realidad, no son estrictamentequioscos. Uno es un quiosco, s, que tambin tienefotocopiadora. Otro es un locutorio, que tambintiene computadoras y quiosco. El tercero, es unalibrera, fotocopiadora y quiosco, pero que, ms quenada, trabaja sacando fotocopias y vendiendo tilesescolares a los alumnos de la escuela de monjas dela esquina, en la que viven los gatos con los que Sar-tre ansa ir a vivir. Entonces, Tatn, al parecer unode los comerciantes histricos de la cuadra, trata deatraer la clientela que, de una forma u otra, se escapahacia los dems negocios. Quizs mantenga, s, ciertosclientes tan histricos como l, por ejemplo, LuisMcGyver. No obstante, ha implementado ciertas re-novaciones, que exhibe con orgullo. Un da fui acomprar cigarrillos y me encontr con la mitad del

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    local ocupado por computadoras. Para jugar, me diceTatn. En red, agrega. Pienso que lleg tarde, pobre,cuando la costumbre juvenil de jugar en red ha sidoreemplazada por el individualismo de jugar desdela propia casa con desconocidos de todas partes delmundo. Incluso en eso son saboteados los grupos deamigos. Las computadoras, en el quiosco de Tatn,estn ubicadas una al lado de la otra, en cuatro filasde tres computadoras cada una. Doce computadoras.Parecan estar todas apagadas, e incluso parecandesenchufadas. Cada una con su mesita y con unasilla metlica color violeta. En el quiosco de Tatn,las paredes estn pintadas de verde, y, por partes,tiene un empapelado que simula unas piedras que,aunque existieran, seran vomitivas. Los regalos ba-ratos que uno jams comprara se amontonan juntoa sobrecitos de shampoo, cajas de fsforos y stickerspara nios. Jams vi a los vecinos comprarles stickersa sus hijos. Toda la familia atiende el quiosco deTatn, un rato cada uno. La hija, Tatn y su mujer.Tatn pareciera tener menos personalidad que su hijay que su mujer. Es un tipo ms bien alto, con la panzatpica de su edad algo avanzada, y que se muestracasi siempre jovial, sonriendo, con su barba de unpar de das. Siempre responde 'vamos' cuando unole pide algo, y eso no deja de resultar curioso. Unos

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    das ms tarde, volv y las computadoras ya noestaban, y pregunt qu haba pasado. No camin,me dijo Tatn, con aire resignado. Ahora pusimosuna fotocopiadora, as que ya sabs, si necesitsfotocopias pasate. En mis visitas sucesivas, me en-contr con la fotocopiadora en un rincn, desenchu-fada, alejada de su lugar de privilegio en el centrodel local, el que tena originariamente. A veces, cuan-do uno cruza a comprar cigarrillos y ya es de noche,se encuentra a toda la familia de Tatn _no slo a laesposa o a la hija, sino tambin a los sobrinos, nietoso lo que fuera_ cenando amontonados en el local,sobre una mesa que se coloca en el centro del mismo,y todos saludan mientras abren bandejas de polloque pidieron a alguna rotisera, o, en verano, uno lospuede ver en las mesas que sacan a la vereda, mani-pulando una manguera que moja el auto plateado deTatn las veinticuatro horas del da. A veces, el quios-co de Tatn pareciera transformarse en el epicentrode lo que sucede en la cuadra. All se reunan, en unapoca, los vecinos indignados por la creciente inse-guridad que amenazaba al barrio, y Tatn, su mujery su hija eran algunos de los grandes impulsores dela movida. Alguna vez he estado presente en algunade esas reuniones, pero, por lo general, he tratado deescapar. Prefera preguntarle a Tatn, despus, cuando

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    fuera a comprar cigarrillos, y ms de una vez meencontr con un patrullero en la puerta del local. Unavez, met un yonqui en el local de Tatn. Yo volvaa casa, y Agustina no estaba, haba ido a su puebloa visitar a su familia. Vi que un tipo vena caminandohacia m, y ya estaba llegando a la puerta de nuestracasa, y quise seguir de largo, pero el tipo se me acercy me pidi plata para ir a comprar cerveza. Le dijeque bueno, y me dijo si quera ir a tomar cerveza conl, a lo que tambin acced, con la intencin de sacarlode la puerta de mi casa, y lo llev al local de Tatn.El yonqui se qued en la puerta, y le pregunt a lahija de Tatn cmo poda sacrmelo de encima. Enfin, esa historia no tiene ningn atractivo. La resolu-cin es que le di veinte pesos, cuando quise darledos, y me fui. Muchas veces veo a Tatn en el locu-torio, comprando provisiones para su quiosco, cosascomo gaseosas o cigarrillos. No entiendo muy bienel mecanismo de Tatn para comprar y vender, perotampoco busco comprenderlo, sinceramente. Y pare-ciera que a l le gustara que las cosas fueran mejor,pero se contenta colgando el retrato de su hija enfun-dada en su vestido de quince aos, un vestido rosa.En el retrato, la hija posa de forma provocadora, sinresultar provocadora en absoluto. Y vrgenes blancas,de yeso, para pintar. Y un cartel gigante que dice

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    Prohibido Fumar, y los cigarrillos estn tapados conuna tela. Al parecer, no tienen autorizacin para ven-derlos, o lo que sea, y les han hecho multas o algopor el estilo. Me cont la mujer cuando, el otro da,no tena ganas de bajar al restobar y cruc a comprarcervezas. Y un televisor atrs del mostrador, quetransmite canales de msica. Y amontonamiento decosas olvidadas. La mujer de Tatn es la que tiene elcarcter ms fuerte, y le pone los puntos a cualquiera,incluidos los yonquis que se juntan en las escalerasdel banco, donde Luis McGyver se pele con elladrn de cigarrillos.

    Los otros negocios de la cuadra. Una ptica, deun dominado por su madre y la madre del domina-do, que desarman y arman la vidriera cada da, pormiedo a los robos, supongo. Un local de ropa bastantechico de dudoso buen gusto. No confundir con el deenfrente, que definitivamente no es de buen gusto.Es ms, creo que son dos los que no tienen buen gus-to. Una mercera, que es atendida por una vieja arpaque nunca tiene lo que uno busca (me guo porqueno tena lo nico que una vez fui a buscar), y es unade esas viejas tpicamente lentas, que se queda ha-blando con cada vieja que frecuenta su local y,pareciera, mientras habla con alguna, se olvida delresto del mundo. El locutorio, atendido por tres

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    jvenes diferentes: uno, el hijo del dueo, a vecesme fa cigarrillos aunque los carteles digan que nose puede fiar nada a nadie y que los envases de ga-seosa se pagan; otro, estudiante de medicina, tieneuna novia sueca y siempre me cuenta de ella, aun-que, cuando estaba solo, me hablaba de su soledady de las relaciones fallidas que mantena con algu-nas chicas, y, aunque slo recuerdo una vecina suya,haba ms; el tercero es un espantoso que tiene elpelo teido de rubio, y le asoman las races negras,tiene ortodoncia (quizs no puede dejar la boca ce-rrada porque la lengua no le cabe dentro de losdientes), y se viste con remeras apretadas que dejanal descubierto sus musculitos de gimnasio. El quioscode diarios de la esquina, atendido por un tipo cin-cuentn que resulta muy amable, pero que a veceste intima para que le compres algo y tiene cara depjaro. La mitad de las veces, uno va a al quiosco yel tipo no est, sino que est en el bar de enfrente y,cuando uno empieza a mirar para todos lados, pre-guntndose si no ser el momento oportuno para ro-barle, el dueo aparece haciendo seas y cruzandola calle de una corrida. El bar decadente de la esqui-na, en el que pasan msica decente, y al que van to-dos los viejos del barrio _los ms pudientes, los otrosvan a la panchera_, y piden un vino que luego se

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    guarda en la heladera con una etiqueta que indica elnombre del propietario, quien puede beberlo en variassesiones. El quiosco de al lado del bar de la esquina,atendido por un pelado que siempre saluda y cobracarsimas las fotocopias, y que es amable aunquenunca transparenta ninguna emocin y, aunque qui-zs ni l lo sepa, es un sufrido, probablemente des-potizado por su mujer, y a veces lleva a la hija alquiosco, entonces uno puede apreciar cmo la nenase le cuelga al padre de todos lados y no lo deja enpaz un segundo. El local del Correo, que no tieneinters alguno. El lugar de pilates, atendido por unchino; Agustina quiere empezar pilates cuando en-cuentre trabajo. El bar para jvenes de al lado dellugar de pilates, desde donde viene la msica hastatardsimo, se escuchan gritos en la vereda y uno sesiente como si el boliche estuviera en el balcn. Unalavandera y tintorera atendida por un viejo conpeluqun. El local de Tatn, la otra fotocopiadora,atendida por dos hermanos, uno gordo y uno flaco,que tampoco resultan de inters. Hay, adems, unaveterinaria, una peluquera, la panchera, los localesde ropa decadente, una lotera, una verdulera, unsupermercado. En definitiva, uno puede vivir sinmoverse de la cuadra en toda su vida.

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    Agustina consigui trabajo. Trabaja vendiendoropa en una de las tienditas decadentes. Me cuentaque las viejas se prueban la ropa y luego la dejan ti-rada, y que nunca compran nada porque no tienenplata ni siquiera para comprar alguna de las prendasque venden, y que se creen muy finas cuando lo -nico que hacen es demostrar toda su miseria. No lepagan bien, o no le pagan, pero al menos se sientetil. El otro da, Sartre la despert y se puso a gritar.No haba dormido bien, y tena que levantarse tem-prano, porque las viejas, al parecer, hacen todotemprano y ah tiene que estar la tienda decadentepara servirlas. Sartre se meti en su cuarto y empeza maullar porque enseguida quiso salir, y se le subaa la cama y caminaba encima del cuerpo dormido deAgustina. Ella se despert y, con sus gritos, me des-pert a m. Se par y abri la puerta de su habitacin,y Sartre sali disparado rumbo al pequeo patio queopera como pasillo distribuidor. Despus, pude verque mantuvo la luz prendida por un rato largo, laescuch levantarse e ir hasta la cocina, abrir la he-ladera y sacar algo para comer, la escuch masticarlo,sacar la jarra, o cmo apoyaba la jarra en la mesaday buscaba un vaso, y cmo el agua iba cayendo den-tro del vaso y cmo, finalmente, regres la jarra a sulugar, y cmo el vaso, una vez que hubo vaciado su

  • contenido dentro de la boca, fue puesto dentro de lapileta. Despus, volvi a su habitacin, pero mantuvoel velador prendido un rato ms, y yo no poda ex-plicarme qu podra llegar a estar haciendo. Despus,me dorm, o se durmi, no s.

    Pas a visitar a Agustina por el trabajo. Cruca comprar cigarrillos al quiosco de Tatn y no tenalo que yo fumo, entonces fui hasta el locutorio, peroantes pas por la tienda decadente, y salud a Agus-tina. Estaba vendindole un vestido espantoso, conestampado de flores grandes y coloridas, a una viejacon pelo corto, teido y enrulado. Del cuello de lavieja colgaban unos lentes para ver de cerca que se-guramente compr en la ptica del dominado por lamadre. La gente no sale del barrio, la gente no salenunca a ningn lado y no conocen ms que la deca-dencia que exhibe la cuadra: por eso compran vestidosespantosos y por eso compran lentes a pticos domi-nados por sus madres. No conocen otra cosa. Despus,cuando estaba entrando nuevamente a casa, pasLuis McGyver y no salud.

    En el restobar. La cerveza est caliente, pero latermino y pido otra, y una moza con un rato libre sesienta en mi mesa. Es una noche de lunes, y el restobarhoy cierra temprano, no hay mucha gente y la moza

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    no tiene nada que hacer. Es la nueva, la que tienebuen sentido del humor pero no tiene tanto de lasotras cosas. Igual, sus atributos no estn mal. Con-versamos sobre lo que nos pasa, aunque no nos pasanada, y entonces no conversamos de nada. Si al me-nos hablara sola, como Luis McGyver. Pero no, sequeda callada, con sus lentes gigantes con marco decarey, mirando hacia el piso, y se hace la tmida. Separa y va a la barra cada tanto, para volver a sentarseconmigo luego, hasta que termino mi cerveza, le pa-go, le dejo algo de propina y me voy. Mientras subola escalera, puedo percibir las voces de Fernando yRomina discutiendo sobre algo. Me tiro a dormir, yAgustina, esta vez, no es despertada por Sartre.

    Los chicos lloran. A veces no me doy cuenta silos chicos lloran o Sartre malla, pero Sartre, cuandomalla, lo busca a uno, se le acerca. Cuando esto nopasa, llego a la conclusin de que los chicos lloran.Aunque los chicos tambin buscan a sus padres cuan-do lloran, o lloran para que sus padres se acerquen.Evidentemente, Romina y Fernando no se acercana sus hijos cuando lloran, sino que simplemente losdejan llorar.

    Agustina se fue a trabajar. La maana me per-tenece y no s qu hacer con ella. A veces deseo quela noche sea eterna, pero tambin me aburrira.

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    Parece que la comida de la olla se pudri. Y labasura no se saca hace tiempo, pero no nos preocu-pamos. Hay moscas verdes por toda la cocina. Re-cuerdo una especie de manifiesto decadentista o, msbien, decadente, que le alguna vez, en algn lado,y que haba tenido el decoro de olvidar hasta que vila situacin de la cocina:

    No. Eso que ves ah no es bello, no esatractivo. Lo que chorrea nunca puedellegar a ser nada semejante a lo que,tericamente, resulta atractivo. Precio-sidad sin preciosismo, amargura enpotencia, contenido dentro de una bol-sa. Los que no sacamos la basura pre-tendemos hacer piruetas cuando llegaa lmites desbordantes, cuando tenemoseso que chorrea hasta en la baera yya no sacamos el olor, no slo no saca-mos la basura. El olor permanecer, loque no se acumula no se mantiene.Hay que abogar por una rebelin quereivindique el arte de la inmundicia,siempre apoyamos todos los paros debasureros. Primero, por un acto tico;segundo, por una cuestin puramen-te hormonal, la basura purifica y nos

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    permite elevar nuestros instintos ypercepciones a un nivel inusitado, aun lugar que no permite ninguna otradisciplina artstica ni moral que seconozca, ms que la de incitar a lapermanencia de la basura dentro de laspropiedades privadas. Adems, conser-va el calor humano en el hogar, resultasano estar en contacto permanente poruna cierta cantidad de tiempo, la mayorposible, con lo que uno haya consumi-do. Crea vnculos estticos, an no re-sultando atractivo, ni bello. Lo belloest en otra parte, salimos de casa paracontemplar lo bello, sin belleza exteriormoriramos. Arrimamos una bolsa paraapoyar los pies cuando nos sentamosen el silln e inmediatamente sentimosel olor que se eleva desde el interiorde la misma, cuando, con nuestros pies,aplastamos el excedente de aire queconserva el plstico negro relleno delos desechos de los ltimos dos das.Ese olor que se eleva nos llena de unamagnificencia que atrae moscas y gu-sanos, enaltece nuestros movimientosypretende calmar las nuseas que nos

  • producen las mucamas y los mayordo-mos.

    No s cmo consegu recordarlo.Los libros siguen en las cajas. Pienso en desem-

    balarlos, pero me abstengo enseguida de hacerlo. Notenemos dnde ponerlos, recuerdo, y no encontramosningn inters en ellos. De eso, generalmente, meolvido. Los tengo poco presentes, y me olvido deque no nos interesan. Me olvido de su existencia,excepto cuando, como ahora, choco mi pie descalzocontra las cajas y me lastimo los dedos. Quizs laterapia televisiva sirva para combatir mi tedio, perolo dudo. Todo termina por aburrirme, he llegado aesa conclusin. Agustina, en cambio, sigue experi-mentando un mnimo entusiasmo por algunas cosas,como por trabajar, aunque puedo percibir que se vaapagando, y que pronto terminar por ser una msde nosotros, terminar por no sentir nada por nada.Nada le importar: ni sus libros, ni su casa, ni su tra-bajo, ni yo, ni Sartre, ni su virginidad, ni su carreraabandonada, ni sus padres, ni su pueblo.

    Pero no le digo nada.

    Ciudad Arritmia,mayo de dos mil trece

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