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INFORME FINAL DE INVESTIGACION
“EL ESPACIO PUBLICO EN LA CIUDAD DE QUITO. DISTINCION SOCIAL
Y EXCLUSION SIMBOLICA. UN ANALISIS DE LAS CIUDADES DE CUENCA
Y GUAYAQUIL”
Equipo de investigación:
Miguel Chavarría P. (Director)
Ana Hidrovo (Investigadora)
Pablo Lloret (Investigador)
Gregorio Páez (Investigador)
Isadora Ponce (Investigadora)
José Antonio Villarreal (Investigador)
Investigación financiada por
Pontificia Universidad Católica del Ecuador e
Instituto de Estudios de la Ciudad
Quito, marzo 2013
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INTRODUCCION
1.- La investigación intenta establecer el principio de base que consiste en afirmar que
el espacio público -es decir, la existencia de los individuos en él- es un espacio de
jerarquías, de rango y status, de preservación de la autoridad y creación, producción y
reproducción constante, continua de lealtades, filiaciones entre individuos. En un
sentido sociológico se podría hablar de él como de un espacio de estratificación social y
no exclusivamente de división en clases sociales.
“El espacio público es un asunto de apariencia, un asunto de constitución de escenas
comunes, y no un asunto consistente en gobernar los intereses comunes”
De este principio se desprende la caracterización principal del espacio público: él no se
constituye meramente de espacios físicos, o simplemente “espaciales”; se organiza a
partir de las interacciones de los individuos en él, interacciones que pueden tomar la
forma de relaciones de fuerza, de poder, de disputa, lealtades, incluso la forma de la
obsequiosidad en tanto no se la pueda comprender como un comportamiento o actitud
psicológica sino en cuanto significado de una relación social. El espacio público es
producto constituido y simultáneamente estructura constituyente de ellos y de su acción.
En este punto, es preferible por lo tanto hablar de “actor” social en la medida que él es
una figura colectiva, una fuerza social, portadora de un sentido e intenta hacer valer,
dentro de la distribución jerarquizada, un punto de vista en el espacio público.
No podría existir investigación sino hay una definición del objeto sobre el cual versa el
análisis, de modo tal que esta caracterización es una definición preliminar de él.
2.- La comprensión del espacio público que se da y se otorga no se agota con el
enunciado frecuente y común en aquellos que gustan oponer los objetos, acerca de las
dicotomías espaciales entre el sur y el norte de la ciudad, entre un barrio exclusivo y
otro de orden popular, etc. La investigación abandona conscientemente este tipo de
clichés y estereotipos propios de una lógica planificadora y de acción o gestión social
para desplegar ante sí una dimensión casi “inaudita” (en el sentido antiguo del término:
aquello que de tanto ser repetido y conocido, y por ello mismo permanece sin ser
reconocido): si el espacio urbano lo consideramos jerarquizado, algunos de sus
instrumentos privilegiados para realizarlo como tal son la distinción social, la exclusión
simbólica, la privatización de la vida social, el etnocentrismo de clase. (Sobre las dos
primeras, la mayoría de los investigadores las conocen por su mayor o menor
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frecuentación de estos temas tanto en las obras de Bourdieu, como las de Howard
Becker o Touraine, etc.) Voy a referirme rápidamente a aquello que puede considerarse
como el “etnocentrismo de clase” tal como Richard Hoggart ha podido desarrollar en su
investigación The Uses of Literacy (que puede traducirse como los usos sociales por el
hecho de haber aprendido a leer y escribir, en este caso, la alfabetización, la simple
escolarización de las clases populares; es decir, lo que puede denominarse en otras
palabras la “cultura del pobre” por su acceso a la práctica constante de la lectura y de la
escritura). El título de ese análisis sociológico mantiene conscientemente su
ambigüedad en la medida que la escolarización ha significado para las clases populares
de todos los países del mundo un instrumento de liberación de sus ataduras con el
mundo natural, pero al mismo tiempo, ella ha sido un instrumento para vehicular los
prejuicios que las clases sociales altas han fabricado como una imagen de las clases
populares, como su incultura, su embrutecimiento y gusto por la crónica roja, por los
tabloides sensacionalistas como propios de la clase obrera incapaz de comprender un
editorial de opinión de un diario determinado. Podremos observar en la investigación
que este tipo de clichés se mantienen y reproducen con múltiples variaciones en el
mundo contemporáneo; no es otra cosa lo que afirma el moralismo de la familia
Oquendo en sus emisiones de radio; no es otra situación sino la mencionada la que
reproducen noticieros en los presentadores de noticieros, y tantos otros personajes que
mezclan en sus afirmaciones el conservadurismo de sus posiciones sociales, el
moralismo que tipifica a la pequeña burguesía, el distanciamiento social propio de las
clases sociales altas de nuestro medio. (Habría que decir otro tanto sobre la literatura
considerada académica que circula en nuestra ciudad).
3.- No hay mejor forma de ilustrar la existencia de este etnocentrismo de clase en
nuestro medio sino es al escuchar ciertos clichés (estereotipos) que inundan en ciertos
mass media ecuatorianos tales como emisiones de radio, periodismo de opinión,
presentación de televisión, etc. Proyectar una imagen, crear una representación que una
clase social se hace de otra ante todo de la clase popular bajo estereotipos como su
incultura, su ausencia de educación, de higiene, el desorden completo en sus miserables
habitaciones, su falta de previsión económica para el futuro, sus fiestas y el despilfarro,
la irresponsabilidad con sus hijos y consigo mismos, el encanto por los placeres
inmediatos y de novelería, el embrutecimiento diario de sus vidas frente a los emisiones
de televisión, etc., son entre otras imágenes creadas, recreadas como supuestos en varios
enunciados explícitos que de ellas se hacen los personajes que tienen acceso frecuente a
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los medios de comunicación. ¿No hay un cierto “moralismo” que encontramos en el
periodismo de opinión acerca de lo popular?, ¿no se trata de la misma imagen sobre la
ciudad que cierta “intelectualidad”, o un cierto “academicismo” ha fabricado la imagen
de Quito como la “metrópoli mundial”?, ¿cómo comprender editoriales de opinión que
hablan de las clases populares como de una “democracia tumultuaria” y rescatan el
paseo a caballo por antiguos senderos de la Serranía como sinónimo de vivir en la
actualidad la tradición ya perdida de la hacienda serrana por causa de la “vocinglería”
del pueblo? El etnocentrismo de clase, en otras palabras, confina a las clases populares
en su posición de clase dominada porque esta posición implica la situación de
degradación moral en la cual transcurre su existencia. Y en tanto es un etnocentrismo no
puede admitir, a través de sus portavoces mediáticos, que ellas no permanezcan en su
posición social, no puede admitir que no se resignen a su función y posición
dominadas. En contrapartida, en este mundo platónico creado como proyección de su
imagen, y después de haber fabricado esta representación social, las otras clases, ante
todo la pequeña burguesía, se otorgan un valor social de sí mismas como un valor
contrario a la imagen producida de estigmatización; ellas se presentan como clases
“responsables”, capaces de controlar el presupuesto familiar sin caer en el
sobreendeudamiento característico de los pobres, de educar correctamente a sus niños y
su descendencia, de otorgarles los valores adecuados de respeto a la autoridad, los
valores de la familia, de la tradición, la propiedad, etc.
Esta imagen es creada, vehiculada y reproducida por ciertos medios pseudo
intelectualizados tales como debates televisivos, emisiones radiales, discursos de ONGs,
la propia imagen que otorgan las Juntas Cívicas o Juntas de Notables en diversas
ciudades del país, el trabajo de las Fundaciones que tienen un carácter paternal y de
protección hacia los “desvalidos”, aquellos “sufrientes” de la Fundación del Hombre
Doliente de Margarita Arosemena en la ciudad de Guayaquil, etc. ¿Cómo comprender el
trabajo de filantropía y de caridad desarrollado por la Junta de Beneficia de Guayaquil
sino se supone esta caracterización previa? Es la imagen social de una clase social sobre
otra la que se proyecta, se refleja como en un juego de espejos; es una imagen social
producto de una actitud más general de la cual todos los grupos sociales experimentan
con respecto a otros a pesar de que sus maneras sean diferentes y a partir de posiciones
desiguales en la escala social.
La investigación pone un énfasis especial en aquello que se dice y se escribe acerca de
los unos y de los otros, porque ello compone y recompone el espacio público, e insiste
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en que esta actividad debe ser resituada en un sistema de relaciones de fuerza y de poder
entre las clases sociales. Además, el trabajo de investigadores en el análisis sociológico
pone bajo luz nueva los principios de comprensión de esos comportamientos y con una
explicación sencilla se pretende alcanzar un valor universal. No se busca en estos
comportamientos o en los enunciados que acerca de ellos se afirman valorar o
menospreciarlos sistemáticamente, se busca los principios que hacen comprensibles de
otro modo que la banalidad impone su comprensión.
4.- Otra expresión de las dimensiones paradojales del espacio público constituye aquello
que podríamos denominar “la estetización de la vida”, uno de los elementos que
organizan los procesos de elitización en la vida social.
La característica muy peculiar de las clases sociales altas es su distanciamiento de la
necesidad material. Esta distancia, de por sí fundamental para proyectarse sobre las
otras y sobre los posiciones que ellas ocupan en el espacio público, es una distancia que
se representa como natural. En otras palabras, es la creación de una naturalidad de la
vida en aquello que hace, se representa y en su propio comportamiento. La distancia de
la necesidad material es el abismo creado por ella en su relación con las otras
posiciones. Por lo tanto, sus comportamientos tienden a convertirse en estetizantes en la
medida que esa característica, de por sí producto del abismo social creado, es producto
de una distancia primordial: el no poseer la urgencia que determina la necesidad
material.
No existe otra posibilidad de comprender las acciones e interacciones del espacio
público urbano sino lo remitimos a esa tesis general que Bourdieu la ha desplegado en
otras dimensiones y que aquí se retoma para pensar la cuestión urbana. Las clases altas,
por su propia estetización de la vida, es decir la naturalidad que ella debe comportar, se
representan su vida bajo la figura de lo extraordinario en la banalidad temporal que las
otras clases sociales transcurren su existencia. El disfrute de la música clásica, ya sea el
disfrute del deutsches requiem o de la novena sinfonía, aparece como momento
estetizante de su vida, es decir, como momento natural de su relación con el mundo y
con las otras clases sociales. La naturalidad de su existencia, bajo la forma de una
temporalidad social volcada hacia lo infinito de su propia representación, no produce
sino como contrapartida suya un infinito proceso de elitización, es decir, un abismo
social producido bajo la forma natural de su imagen, como si se tratase de un proceso
natural. Por ello, puede verse que la objeción y acusación de disfrute elitista de las obras
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musicales en la Casa de la Música no tiene el menor sentido si no se comprende
previamente la imagen natural estetizante de su existencia.
La función estetizante de la vida no permite que el lazo con lo natural pueda romperse,
es decir, no permite que la música en sí como tantas otras expresiones humanas sea
puesta en disputa de lo común de la comunidad. No permite que otras clases sociales
puedan apropiársela porque en ese instante, y únicamente en él, la dominación puede
aparecer como no natural, es decir, contingente, aleatoria, azarosa, sin fundamento, sin
cualidad. Tanto como hablamos de música, podemos ilustrar del mismo modo las
expresiones de la gastronomía: ¿cómo comprender sino de este modo la gourmetización
de cierta comida importada en nuestro medio? ¿Cómo asir intelectualmente la difusión
publicitaria de una novedad “Premium”, como el Porsche Deportivo 911 Carrera
(Revista Carburando, abril 28, 2012), importado en nuestro medio como si fuese un
objeto mágico, un meteorito caído del espacio, que no es sino el sueño de promoción
social de una clase social, en este caso, de la pequeña burguesía en ascenso? ¿Qué es el
auto y su posesión ahora en nuestro espacio urbano sino “el equivalente exacto de la
catedral gótica” (Barthes, Mitologías)?: un objeto a través del cual se toma distancia de
la naturaleza y se aproxima a lo maravilloso, justamente como sucede en el análisis del
cuento maravilloso de Vladimir Prop.
Pero es preciso retornar al ejemplo que habíamos privilegiado. En otras palabras, la
Casa de la Música no puede tener más razón de existencia si no se concibe como el
lugar material, la materialidad de un lugar, de una estetización de la vida, y esto
conlleva un abismo, una cesura, una ruptura no únicamente temporal e histórica sino de
orden político. ¿Pero ruptura con respecto a qué? Estos procesos de estetización de la
existencia rompen con una imagen republicana que dio inicios y fundación al Estado
ecuatoriano aun cuando ella haya sido una imagen y un proyecto. La expresión musical
de este proyecto republicano fue la pedagogía popular, la educación popular de masas
bajo la forma de la educación popular obrera que en nuestro medio se expresó, como
imagen, en la profusión de textos de pedagogía que la Revolución liberal había
producido y que el normalismo ecuatoriano (los Colegios Normales Superiores) lo había
retomado. Basta la lectura de la obra de Peralta para darse cuenta que el
Republicanismo liberal asumió como suyo la educación, incluso musical, como forma
de crear una entidad política que pueda homogenizar tanto los cuerpos como las almas
de los individuos; una educación que se postuló como laica y universal y que constituyó
la matriz discursiva, de enormes pretensiones pedagógicas, de autores como Humberto
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Salgado, entre los años 20 y 30 del siglo XX, y cuya obra merece un análisis detallado
a partir de este contexto para poder contraponerlo con la cesura que significa ahora, en
los albores del siglo XXI, el comportamiento estetizante de las élites quiteñas. (Es
preciso la lectura de una obra como aquella de Beatriz Zepeda que analiza en el mismo
sentido nuestro “enseñar la nación, la educación y la institucionalización de la idea de
nación en el México de la Reforma (1855-1876)” ¿Cómo comprender entonces una obra
como Las Bacchianas de Héctor Villalobos en el Brasil si no lo es a partir de este
proyecto republicano, y que hoy no existe más y no puede existir más?
La formación republicana, como lo ha señalado Ranciere, ha significado “la armonía de
los caracteres individuales con las costumbres colectivas”. De ahí que ha tenido una
enorme primacía el sentido de paideia o de Bildung en todo proyecto republicano.
Esta ruptura, meramente aludida hasta aquí sin mayores argumentaciones, permite a la
burguesía, o sus fracciones de clase, una doble dominación, dominación por intermedio
del Estado y de los gobiernos municipales, y una dominación en la sociedad. La
característica ejemplar de esta última se expresa bajo la forma de una especie de
“cruzada religiosa contra la ignorancia y la incultura” de las clases bajas, las clases
populares, y esa cruzada se duplica con otra que el propio Municipio asume como
proyecto de convertir a mayo en el mes de la cultura y agosto en el mes de las artes.
Este proyecto de cruzada religiosa cultural contra los infieles que pretenden tomarse la
Jerusalén revivificada, es decir que pretenden adueñarse de espacios que no les
corresponde, no tiene otra pretensión que la constante recreación de una elitización
puesto que ella opera sobre el modo del repudio y la dominación de la forma sobre la
función, de la calidad sobre la cantidad, sobre la dicotomía que el gusto opera: el gusto
musical popular está confinado a los extramuros de la ciudad como el Coliseo de Píntag
en tanto el gusto cultivado toma realización en los lugares centrales, no distantes, de la
ciudad. Y aquí se sobrepone otra forma de repudio social: el lugar distante donde lo
popular habita y opera y la funcionalidad de lo cercano propio del poder material y
simbólico tanto como representación ideológica de una clase social alta.
5.- Existe otro nivel de producción del espacio urbano: el nivel de la imagen de la
ciudad de Quito como imagen creada por mitos, es decir, se trata de una mitologización
de ella. Existen elementos semi-discursivos, discursivos otros, algunos para-discursivos
pero que reflejan bien esta mitologización urbana, el carácter semiológico de nuestras
creencias y nuestras actitudes: “quiteños de cepa”, “asociación de quiteños residentes en
Quito”, “ser de buena familia”, “el chagra advenedizo y el nacido en la ciudad”, “vivir
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en el norte o en el sur de la ciudad”, “el cronista de la ciudad” que nos cuenta y nos
recuerda de manera interminable el origen colonial y señorial de la ciudad, una
cronología de hechos sin mínima importancia que se confunde como si fuera el trabajo
del historiador. Es verdad que la historia y el historiador no nos cuenta la historia sino a
contrapelo, pero el cronista de la ciudad no hace sino recordar el pasado colonial como
imagen propia de la ciudad frente al asalto de la migración. Hay que preguntar por lo
tanto: ¿en qué consiste su trabajo sino en reproducir los mitos de la ciudad sobre la base
de recrear en el imaginario social la jerarquía urbana?
¿Por qué el quiteño se da así mismo una imagen de quiteño de cepa? No lo es sino
porque es un signo entre otros signos; porque el reinado mundial de la mercancía y de
su consumo no es sino el de la confusión total de lo real y la apariencia. Nuestros
gobernantes acuden por ejemplo a sus publicistas para elaborar su imagen de marca,
pero renuncian a lo que era la esencia espectacular de la política: la retórica pública.
Esta investigación enfrenta aquello que puede denominarse como la producción de
imaginarios urbanos que pretenden encerrar en sí una imagen única de la ciudad con
pretensiones de alcanzar una identidad única y homogénea que reprime la pluralidad de
sus expresiones y de su dinamismo. Esta identidad única de Quito es la expresión de
“un remanente más dramático de discriminación étnica a nivel mundial. Junto a la
ciudad de La Paz en Bolivia, esta ciudad lleva la Colonia estigmatizada en cada una de
sus prácticas sociales que a su vez están basadas en la naturalidad del mito” (Pablo
Lloret, Plan de disertación sobre “Quito en el imaginario social: un acercamiento a la
mitología de la ciudad”).
6.- Hay otra dimensión que la investigación enfrenta en su análisis de aquello que
podemos llamar la “cuestión urbana”.
El espacio urbano, podría decirse así, es el receptáculo ahora de la “cuestión social” que
se ha constituido en torno a los problemas de la relación con el mundo del trabajo. Se
puede ilustrar ahora la descomposición de los barrios llamados sensibles o pobres
debido a factores de disociación social que predominan sobre las formas de sociabilidad
organizadas alrededor del trabajo y del trabajador. Lo que hoy se entiende por “política
de la ciudad” no es sino el habitante de la ciudad, y no el trabajador, el interlocutor
privilegiado con los poderes públicos ya sean municipales o estatales, y a través de la
descentralización y la reorganización de las políticas públicas, es a partir del territorio
urbano como se redefinen los desafíos que estructuran los modos de vida de los actores
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sociales. Existe una recomposición del espacio urbano que no responde necesariamente
a los desafíos planteados por la relación de trabajo como fue antaño; hoy existe la
preocupación social que va desde los problemas del hábitat, el acceso a los bienes, a los
servicios y las protecciones, y que parece concluir en la preocupación por su capacidad
de vivir más o menos con cierta seguridad, las posibilidades de éxito en su carrera
profesional o la calidad de la escolaridad y el porvenir de sus hijos, etc.
Hay que pensar que existen nuevos factores de disociación social que se enquistan en el
territorio y en el espacio urbano, y que ellos predominan sobre las formas de
sociabilidad organizadas alrededor del trabajo y de sus instituciones. No voy a
mencionar sino algunos de ellos: el sentimiento de abandono, de marginación que
prevalece en ciertos espacios urbanos en contraste con otros, la degradación de las
condiciones de trabajo y de vida, y por tanto la obligación de migrar hacia el exterior, la
desinstitucionalización y la desocupación masiva, la precarización del empleo y el
fantasma de la deserción escolar para las clases populares … todo ello ha instalado en el
espacio urbano la incertidumbre acerca el porvenir y la inseguridad social en el corazón
de la existencia social.
En este contexto de transformación de la cuestión urbana se desarrollan las políticas de
reordenamiento y regeneración urbana que en su mayoría no se han basado sino en la
doctrina de la escuela norteamericana de geografía urbana denominada la
“gentrificación”. Puede generalizarse la observación siguiente de que esa tendencia
académica ha prevalecido en todos los planes de regeneración urbana desde aquellos
que se inauguraron en el gobierno local de Paco Moncayo; ella comanda los actuales
planes de boulevarización de algunas zonas, avenidas y calles de la ciudad de Quito.
(Compárese por ejemplo aquello que sucede en el boulevard de la Av. 24 de Mayo, en
el de Cotocollao, etc).
En una entrevista para el diario El Comercio, agosto 2012, afirmábamos que la política,
en el sentido más fuerte del término, es la capacidad de cualquiera, aquellos que no
constan en las cuentas del gobierno municipal, para ocuparse de los asuntos comunes.
La política comienza con la capacidad de cambiar su lenguaje común y sus pequeños
dolores para apropiarse del lenguaje y del dolor de los demás. Comienza con la ficción.
La ficción no es lo contrario de la realidad, el vuelo de la imaginación que se inventa un
mundo de ensueño. La ficción es una forma de esculpir en la realidad, de agregarle
nombres y personajes, escenas e historias que la multiplican y la privan de su evidencia
unívoca. Es así como la colección de individuos trabajadores se convierte en el pueblo o
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los proletarios y como que el entrelazamiento de las calles y de los cuerpos se convierte
en la ciudad o en el espacio público.
De ahí que entre clases populares y élites sociales de gusto estetizante, entre quiteños
auténticos o no, pueda plantearse que el espacio público es un espacio literaturizable,
desde consignas e interdicciones tales como desde un “do not loitering” hasta la
manifestación colectiva de estudiantes que otorgan importancia a su título académico:
“yo también quiero ser gerente del Banco Central del Ecuador, mi título no es falso”.
7.- La investigación es un análisis de los espacios urbanos de las ciudades de Guayaquil
y Cuenca. Los ejes de él son los siguientes:
a.- Las modalidades de participación social y política de varios colectivos sociales. En
la ciudad de Cuenca, creemos que la participación de varios actores sociales como los
jóvenes ha sido determinante para que haya incluso un debate sobre el espacio público.
Está por verse lo que ha ocurrido en las ciudades de Quito y Guayaquil. Cada una de las
ciudades puede promover un dinamismo de abigarrada significación pero si él no rebasa
el nivel jerárquico de las autoridades, no podemos hablar sino de una existencia
elemental de ella
b.- Guayaquil, ciudad portuaria, ciudad-puerto, y por este mismo hecho en ella se
estableció desde muy temprano en su historia el comercio no únicamente como
actividad transaccional entre bienes, individuos, y acumulación de riqueza, sino que esa
actividad marcó, signó a sus habitantes, se constituyó como “su tradición” (si puede
emplearse el término en su sentido original). Por el momento no es preciso realizar
diferencias de tiempo y de escala histórica en las cuales se ha constituido diversas
maneras de acumulación del capital y de la riqueza. En la mayor parte de la literatura
económica ecuatoriana se insiste en ese punto.
La investigación, a su vez, aborda otra dimensión que no puedo sino ejemplificar del
modo siguiente. El carácter de esa ciudad se establece incluso en la elección que los
individuos hacen de sus carreras profesionales como instrumento de “posición social”:
¿no hay que preguntarse sino porque en ella prevalecen y proliferan
profesionalizaciones alrededor de su propia actividad tales como los estudios de
economía, el derecho, y sobre todo el derecho mercantil y los estudios de
administración de empresa? Habrá excepciones, sí, pero ello no anula la caracterización.
Y se sobreentiende que este hecho está en relación directa con la construcción diaria y
cotidiana del espacio público, de la cuestión urbana.
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Pero la caracterización de un espacio urbano no significa una herencia inamovible. Toda
ciudad lucha por remover ese lastre, lucha contra lo que ha recibido, y en aquello que ha
recibido contra la acumulación de la riqueza, contra el verticalismo del capital y de la
autoridad. ¿De algún modo la ocupación de tierras para construir en ellas viviendas, aún
cuando sean terriblemente precarias, no es acaso una respuesta, desesperada o no, contra
la ausencia y abandono de esas franjas enormes de población que la autoridad y el
capital operan en un espacio urbano, al tiempo que se privilegian los espacios donde se
produce la riqueza? El caso más emblemático y reciente es el de Monte Sinaí en
Guayaquil.
c.- El grado de involucramiento del poder político local y del empresariado en su
contribución o no a forjar el espacio público, y las manera mediante las cuales se lo
hace y se lo señala, ya sea bajo la forma asistencial, de beneficencia, de caridad, etc.
Esta relación con el espacio público es relevante para otorgarlo un significado que
puede variar. En el párrafo anterior habíamos revisado la contribución de los estudios
académicos para representar el espacio que le es propio.
d.- La comparación de los espacios públicos tanto en Guayaquil como en Quito: el
significado del Malecón y las acciones sociales permitidas o permisibles en él, y el
conjunto de boulevard en la ciudad de Quito, las maneras de establecer las relaciones
sociales.
e.- Los lugares donde se produce y se acumula la riqueza, la propia acumulación del
capital, en los distintos lugares de las ciudades en mención. Es preciso observar que
esos sitios están dotados de los mejores servicios materiales, incluso el soterramiento no
va a comenzar ni terminar en sitios que no sean aqueellos. Hay una tendencia concreta,
a partir de este ejemplo, de crear zonas enormes de exclusividad, justamente los lugares
donde se acumula el capital, y dejar que los otros lugares queden librados a su suerte y
abandono. En los hechos, esa ha sido la tendencia de ciudades como Lima o Bogotá.
&&&
La investigación comprende cinco capítulos: un análisis semiológico de la ciudad y de
algunos elementos de ella aparentemente circunstanciales como una emisión de radio o
un delicatesen en Cumbayá; el segundo analiza la difusión y cultivo de la música clásica
en nuestro medio como una estructura de construcción simbólica de lo común; el tercero
insiste en los desequilibrios sociales producto de una movilidad en parte anacrónica, en
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parte objeto de un discurso modernizante, en parte el significado en ello del ser peatón
como posibilidad de una comunidad de litigio con el consumo del auto; el cuarto
consagra un análisis al discurso de la regeneración urbana en Guayaquil desde los
tiempos de la alcaldía patriarcal de León Febres Cordero hasta el presente de la gestión
de Jaime Nebot. El artículo hace suyo las categorías de Bourdieu para analizar el
significado del discurso de esa gestión ante todo de sus supuestos de exclusión,
discriminación social de los pobres, del insulto y menosprecio incluso contra ellos. No
hay peor existencia social que aquella que se mantiene conscientemente en el
anonimato, la injuria y el menosprecio.
El quinto es un ensayo acerca de la organicidad humana y social extraviada o aún
presente en la ciudad de Cuenca, que en realidad son múltiples Cuencas.
Y concluye finalmente con un conjunto de observaciones conclusivas que apuntan
mucho más a un desarrollo posterior de la investigación que a intentar reseñar lo ya
expuesto en sí mismo. Se dice que la escritura apela la lectura, por lo tanto cada lector
se hará una imagen de esos objetos aparentemente nimios que aquí se analizan … pero
que se piensa el espacio público a través de ellos de un modo singular.
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CAPITULO 1
El espacio público en Quito
Una aproximación semiológica a la cotidianeidad de la ciudad
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El espacio público en Quito.
Una aproximación semiológica a la cotidianeidad de la ciudad.
El espacio público es un tema recurrente en los discursos que rodean a la pugna política
y a la discusión mediática en la ciudad de Quito. Sin embargo, las dinámicas que le dan
origen, que le confieren contenido, que explican su devenir y que prevén su
movimiento, están en el mejor de los casos presupuestas en estos escenarios. Fuera del
halago dogmático, estático y demagógico hacia el espacio público, está noción
comprende un conjunto de relaciones que, si bien dan cuenta de la construcción de la
urbe y de sus sentidos, son a menudo ignoradas y preconcebidas. Las nociones, que
componen el campo semántico que circunda a la idea de espacio público, precisan de un
tratamiento detenido pues son la clave para entender el sentido que la ciudad cobra en
el imaginario de sus habitantes y por ende la naturaleza de las relaciones que se
deducen de él. Este trabajo propone una reflexión acerca de la relación que se entabla
entre el espacio público simbólico y el espacio público concreto. Pretende, mediante la
interpretación de significados creados y convenidos por el discernimiento de la ciudad,
esbozar la figura que el espacio público ocupa en Quito e inferir el papel que juega en la
cotidianeidad de sus habitantes.
¿Cómo pensar y asir la noción de espacio público?
La ciudad de Quito es, en último término, la representación lingüística de la comunión
entre un territorio y una comunidad. Es un significante que engloba significados
infinitos que, en constante reproducción, son creados, comprendidos e interpretados por
la población como parte inherente de su propia imagen tanto individual como colectiva.
Quito como representación no tiene un sentido unívoco pues engloba múltiples
fenómenos que no se agotan en un concepto ni en una definición. La noción
paradigmática de la ciudad, como la unidad moderna de representación de la sociedad,
junto con la escala geográfica de medidas comunitarias (provincia, país, región,
continente, etc.) cumple siempre un papel ambiguo puesto que define realidades
complejas bajo la operación básica de la lengua, el nombre. A diferencia del sustantivo,
el nombre, es la abstracción de una particularidad y no de una generalidad, debido a que
busca representar un fenómeno solamente, siempre resalta lo distintivo, el rasgo único,
lo irrepetible se manifiesta por medio de él. Quito estructuralmente refiere a un
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fenómeno solamente, a un fenómeno que engendrado acontece. Ciudad, por el
contrario, nos remite a un conjunto de condiciones hipotéticas que nunca ocurren pues
son la fórmula de una generalidad y cuando se encarnan en la realidad y se llenan de
contenidos adoptan, pues, un nombre. El sustantivo, como el imperativo categórico de
Kant, está condenado al vacío. En cambio el nombre, como la idea platónica, no puede
sino representar su contenido. Entonces es pertinente preguntarnos ¿qué llena el nombre
de Quito? ¿Cuáles son las operaciones que le confieren significado? ¿Quién y cómo se
decide su contenido?
En primer lugar es preciso anotar que el nombre de la ciudad tiene tantos autores como
miembros, ya que refiere siempre a una noción compuesta por la imagen que la
comunidad, el clima, el paisaje, etc. proyecta sobre cada una de las coordenadas de la
topografía social. En otras palabras, aquello que condensa, por medio del lenguaje, la
idea de sociedad tiene tantos significados como perspectivas que le apuntan. Todos
tienen autoridad para hablar acerca de lo común, puesto que el sesgo, que confiere
heterogeneidad al contenido del nombre y que se origina en las posiciones determinadas
que se pueden ocupar en la comunidad, es inherente a la enunciación misma y no tan
solo un accidente que podría considerarse como un elemento que distorsiona su
representación. Dicho de otra manera, el significado que Quito tiene para cada uno de
sus habitantes, varía en función del ángulo, de la perspectiva, del lugar desde donde se
vislumbra e interpreta el horizonte de lo común y de los mecanismos por medio de los
cuales se elucubra el discurso que da cuenta de él. Sin embargo, esta variación no es un
excedente que nubla o entorpece un supuesto significado esencial de Quito, es, al
contrario, una de las partes constitutivas del contenido de su significado. En resumen,
cualquier aproximación al contenido, a aquello que nos refiere a la idea de la ciudad y al
sentido que cobra Quito en la voz de cualquiera de sus habitantes, está signado por una
diferencia necesaria que denuncia la existencia perenne de una perspectiva. Esto es
válido, tanto para una versión elaborada en el seno de la opinión común, como para
cualquier aproximación histórica o de cualquier otro origen académico. De la misma
manera en que el campo de visión de un paisaje se transforma a medida que se cambia
de posición, el significado del nombre, hace lo mismo y contiene siempre la variable de
la perspectiva dentro de su definición. Esta brecha irreductible entre posiciones es
necesaria y no accesoria, es constitutiva del significado y plantea la heterogeneidad
perpetua de la representación de la comunidad. Ranciere se refiere a esta brecha cuando
afirma que la igualdad no es materia de la ética, sino es un presupuesto imprescindible
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en la relación que entabla cualquiera con la representación de lo común. Tiene que ver
más con las operaciones cognoscitivas que con los mandatos morales de cualquier
colectividad. En segundo lugar, resulta obvio que no es lo mismo nombrar una calle que
una ciudad, debido a que las dimensiones y la complejidad de sus constituciones son
distintas. En el caso de Quito, tenemos que considerar que el nombre abarca realidades,
significados, interpretaciones y procesos que precisan no sólo de contenidos sino de
fórmulas que den cuenta de las dinámicas de significación, de apropiación y de relación
entre las diversas versiones que suscita el contradictorio evento mediante el cual una
palabra puede formalmente nombrar bajo la misma estructura tanto a un alfiler como a
un continente entero.
Tenemos entonces dos líneas principales que, en dimensiones superpuestas, deben ser
desarrolladas para aproximarnos a los procesos mediante los cuales podremos
estructurar la dotación de significados de Quito: la primera, de orden filosófico, que
sustenta el presupuesto de que, ante lo común, todos tenemos palabra, puesto que,
participamos de la lengua y por ende gozamos de una igualdad primigenia que escapa a
cualquier clasificación y manejo histórico de los sentidos de la ciudad. Para este
propósito, desarrollaremos a lo largo del trabajo algunas de las ideas presentes en las
tesis de Jacques Ranciere acerca de lo específico de la política, en donde la dotación de
sentidos que se esconden tras el nombre nos remite a una lucha que se lleva a cabo en el
campo de la estética en donde, aquello que se disputa, es la representación misma de lo
común. Si bien estas consideraciones nos facilitarán la lectura de los fenómenos de
enunciación y acontecimiento de los significados de Quito, es menester anotar que se
refieren al marco que origina la elaboración de una versión de lo común en cualquiera
de sus escenarios. Son las bases que se pretenden universales en los procesos de
representación y por lo tanto nos mostrarán una estructura que, más que buscar la
explicación detallada de nuestro caso de estudio o de cualquier otro, diferencia aquello
que ocurre en cualquier acontecimiento de significación de lo común. El basamento
filosófico nos brinda el conocimiento de los límites de aquellos procesos ineluctables
que definen lo público, su representación e incluso su constitución.
Sin embargo, cuando presuponemos la igualdad en las perspectivas que llevan a cabo la
elaboración estética de la sociedad, y cuando consideramos que estos procesos llevan
una lucha inherente al mismo hecho de pensar la comunidad desde la igualdad. No
podemos sino prever el sentido anacrónico de estos enunciados, pues en la medida en
que sus presupuestos buscan la universalidad, excluyen el desarrollo histórico de estos
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procesos. La igualdad debe ser entendida siempre como un presupuesto, o como una
utopía, nunca como un posible escenario. Si la igualdad fuese susceptible de acontecer
en algún episodio histórico, asistiríamos al cumplimiento de la promesa liberal, en
donde todas las voluntades se alinearían en una gran decisión que hubiera contemplado,
dentro de sus contenidos, el enunciado de cada una de ellas. La igualdad refiere a la
lucha constante y a la tensión perenne que experimentan cada una de las
representaciones de lo común al constatar su eterna potencialidad. Entonces, ¿cómo ha
acontecido la dotación de los significados de Quito? ¿Quiénes han impuesto su
perspectiva de lo común? ¿Dónde tiene lugar esta lucha estética?
Las tesis que responden a esta problemática deben ser necesariamente de tinte
sociológico, pues en una segunda dimensión, los medios mediante los cuales la versión
imperante del significado de la ciudad se ha impuesto y asimilado responden al papel
que han cumplido y han ocupado las versiones históricas de la representación de lo
común. Un agotamiento de las preguntas mediante una respuesta teórica, debe
necesariamente contemplar un enfoque multidisciplinario que incluya visiones
antropológicas, históricas y sociológicas que en base a presupuestos filosóficos den
cuenta de la realidad particular del significado de Quito. Sin embargo, y en vista de las
posibilidades de esta investigación, aquello que propongo es un acercamiento, por
medio del método semiológico de Roland Barthes, a ciertas nociones, ideas, opiniones y
supuestos, que en relación a la ciudad y a su significado, han calado en el
discernimiento público. El objeto de esta interpretación es un conjunto de clichés, de
imágenes, de discursos y de todo aquello que sedimente a su rededor las huellas de un
proceso histórico que ha sido invisibilizado por medio de la obviedad del lenguaje. Y
que sin embargo constituye aquello que en el eco de los medios y de la opinión común,
delimita la versión oficial del significado de la ciudad. Son en estos intersticios,
justamente, donde la mirada genealógica descubre las relaciones de poder, las líneas de
tensión políticas cristalizadas en opiniones y en donde también radica la distribución
orgánica de la ciudad. El espacio público esta signado de entrada por este cúmulo
escurridizo de supuestos, que dictan desde su evidencia, las prácticas y las relaciones
que se llevan a cabo en la ciudad. El manto simbólico que implica una especie de
discernimiento oficial acerca del significado de la ciudad de Quito germina en las
prácticas cotidianas y en las relaciones que los habitantes entablan entre sí mismos y su
entorno. No buscamos con este ejercicio la crítica de un sistema de dominación
claramente delimitado y que en nombre de una moral definida pueda parecernos injusto,
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buscamos por el contrario rastrear los mecanismos por medio de los cuales las versiones
del significado de la ciudad se materializan en prácticas y relaciones que,
cotidianamente, marcan el ritmo de la relación que se entabla entre los habitantes. La
tesis que sustenta esta aproximación radica en el supuesto de que el espacio público está
constituido a priori desde el discurso. Y que los lugares que ocupan, las funciones que
ejercen y las dinámicas que siguen públicamente los habitantes de Quito pueden
deducirse, en cierta medida, de aquello que se piensa acerca de la ciudad, de sus anhelos
y de sus carencias, de sus orgullos y de sus vergüenzas plasmados en pequeñas cápsulas
de discernimiento que circulan a través de los medios y su influencia, a través de frases
e imágenes que atraviesan la gama de la discusión pública y de aquellos lapsus que
revelan más de lo que pretenden.
El método semiológico no pretende agotar la explicación de la dinámica de la dotación
de sentido de Quito, pretende desestructurar ciertas ideas concebidas, cierta ideología,
para dar cabida al horizonte siempre fecundo del pensamiento de lo común. Nos
permite, formalmente, una aproximación a lo específico de la ciudad mediante
problemáticas dirigidas directamente a los sentidos elaborados por Quito acerca de sí
mismo.
A continuación, anotaremos la interpretación de una colección de ideas, imágenes,
recorridos y acciones que cumplen la función de “mitos” en la opinión común de la
ciudad. Este acercamiento al discernimiento de la comunidad pretende deducir el lugar
que ocupan las reflexiones acerca del espacio público en los supuestos que le dan
origen.
La Capital y provincia
El mito, según Barthes, es una suerte de “cápsula” que encierra parte del discernimiento
de una sociedad bajo la obviedad del lenguaje. Es una opinión cristalizada en una
palabra, una dicotomía o una imagen que busca invisibilizar y naturalizar convenciones
que, si bien son el resultado histórico de construcciones sociales, se presentan como
verdades evidentes, como certezas naturales. La sociedad se aproxima a la realidad por
medio del “sentido común” que no es más, desde esta línea de pensamiento, que el
cúmulo de estos “clichés” y “prejuicios” a los que Barthes ha denominado mitos. Estos
recursos simbólicos cumplen una función mecánica que permite que ciertos
contingentes sociales obtengan una lectura automática de la realidad sin ningún filtro
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crítico. Para dar cuenta de la estructura del mito, Barthes se basa en un sistema de
análisis que descompone los fenómenos en las fases del proceso dialéctico. En un
primer momento esta descomposición opera al nivel lingüístico. En el pensamiento de
Saussure, por ejemplo, el lenguaje se descompone en el significante que es la imagen
acústica; el significado que es el consenso abstracto que tenemos sobre esta imagen (el
concepto; la lengua) y el signo que es la relación que se entabla entre las dos etapas
anteriores. El lenguaje entonces se encuentra poblado por signos, que, a manera de
síntesis, son la cara visible de una conjunción de procesos. Para Barthes este proceso
dialéctico se encuentra también presente en el pensamiento de Sartre, en donde, la obra
(signo) es el resultado de la relación que se entabla entre la crisis original del sujeto
(significado) y el discurso literario (significante). El mito no se construye, sin embargo,
en base a estos tres elementos, pues si bien sigue la misma estructura dialéctica, utiliza
los signos como materia prima. En otras palabras, el mito, dispone de los signos
construidos ya por el lenguaje para su aparición. El mito es una segunda ronda
dialéctica en la cual los términos que ya han sido dotados de una síntesis lingüística,
entran nuevamente a fusionarse entre ellos y nos dan como resultado, no tan sólo una
relación entre el significado y el significante, sino una conjunción entre un signo y otro
signo –que si bien juegan a su vez los papeles análogos a los de significado y
significante- se encuentran dotados, en esta segunda ronda, de fuertes atribuciones
sociales.
El mito no es, entonces, la versión inocente e ingenua de la verdad lingüística, es la
positividad de construcciones históricas que, si bien no se presentan como palabras
simples (pues han seguido varios procesos de depuración lingüística), surgen bajo su
misma fórmula y son aprehendidas por la burguesía1 en un solo movimiento irreflexivo.
El mito es, desde esta perspectiva, la banalidad encarnada en la dotación de significados
sociales a la conjunción de signos lingüísticos. Dicho de otra manera, es una serie de
frases construidas, de clichés y reflexiones que –en cápsula- representan el
discernimiento de una sociedad. Este discernimiento no se basa en un ejercicio socio-
intelectual de relación con la realidad, sino en una apropiación mecánica de opiniones y
artificios, que sedimentados en el sentido común, se presentan bajo la evidencia de la
lengua. En la sociedad el mito se esconde en su estructura, puesto que su forma
mimética permite que la relación que nosotros entablamos con él sea, justamente,
1 Para Barthes la burguesía es una porción social histórica que reclama valores universales y se atribuye el derecho de la clasificación de la sociedad. Habla en primera persona en términos míticos atemporales. Y su desarrollo se acompaña de un proceso paralelo de depuración dialéctica que, según el autor, ha desembocado en un regreso triunfal del esencialismo.
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aquella que entablaríamos con la obviedad de la palabra. Las múltiples depuraciones
dialécticas que dan origen a un mito no pueden ponerse de manifiesto, ya que su
estructura resultante no difiere de su estructura primigenia2.
Quito es una ciudad que puede interpretarse desde la mitología de sus habitantes, ya que
muchos de los procesos sociales que operan en su interior han desembocado en estas
imágenes cotidianas, en estas “opiniones consagradas” que, aunque son las evidencias
de la opinión común, son de la misma forma, las claves para descifrar el puesto del
espacio público en el imaginario de la ciudad y por ende el de la dinámica social que
comporta.
La dicotomía “La Capital / provincia” con la cual se sitúa simbólicamente a Quito
dentro del Ecuador, desde esta perspectiva, es mítica. Revela de ese modo una
convención social e histórica creada por la ciudad y entablada entre sí misma y el resto
del país bajo la forma de una división política-administrativa. Mejor dicho, detrás de la
división político-administrativa y empleando un lenguaje técnico que se pretende
objetivo e imparcial se esconde un mito que nada tiene que ver con la aproximación
geográfica del territorio. Desde una mirada interpretativa “La Capital” tiene
connotaciones positivas, ya que su significante encierra nociones de progreso,
modernidad y cambio. “Provincia”, al contrario, se relaciona mejor con ideas como
precariedad, atraso y pobreza. Sería más fácil perseguir las razones por las cuales el
significado de Quito se asocia con nociones de desarrollo, buscando exorcizar sus lazos
con lo primitivo, empero, debemos ir más lejos en el análisis y descubrir la función
insospechada de este mito. Para este propósito es preciso preguntarnos: ¿por qué Quito
plantea esta división para relacionarse con el resto del país? ¿Por qué la relación con su
entorno se entabla por medio del halago y el denuesto?
Comenzaremos anotando que la dicotomía es una de las figuras lingüísticas que mejor
ilustra la brecha inherente a la relación del lenguaje con la “realidad”. Sería tortuoso
hablar aquí de las problemáticas que la filosofía ha planteado alrededor del lenguaje,
nos bastara con definir a la dicotomía como una oposición de contrarios en la que cada
noción se define en función de su opuesto. El “calor” no posee más significado que el
de ser lo opuesto al “frío”, lo que significa que el contenido positivo del “calor”
comporta aquello que no es “frío” y que, a la inversa, aquello que es “frío” es
positivamente la ausencia de “calor”. Esta relación nos muestra un juego de espejos, una
Cinta de Moebius en la que las caras, aparentemente opuestas, resultan ser la misma en
2 Roland Barthes, Mythologies, Éditions du Seuil, Paris, 2009
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estadios diferentes de representación. “La Capital” sin “provincia” carece de sentido,
carece de “realidad”. La dicotomía es un discurso auto-contenido en su propia lógica,
es la unidad más pequeña de la ideología debido a que al enfrentar dos nociones, dos
posiciones, dos perspectivas, etc., plantea generalmente una representación maniquea de
la realidad en donde una idea se descompone en dos caras enfrentadas la una en contra
de la otra.
La dicotomía dice poco o nada acerca de la realidad, sin embargo, revela mucho acerca
de la relación que crea. El nexo entre sus antípodas encierra un marco moral que prepara
la lectura del fenómeno que supuestamente representa. En el caso de “La Capital /
provincia” el lazo que enfrenta las dos nociones contiene un reservorio mítico
inconmensurable que puede rastrearse en dicotomías que van desde “ciudad / campo”;
pasando por “modernidad / precariedad” hasta “civilización / barbarie” uno de los mitos
más antiguos de la cultura occidental.
Ahora bien, ¿por qué Quito utiliza esta dicotomía para afirmar su puesto en el
imaginario de sus habitantes? ¿Qué consecuencias tiene esta muestra de discernimiento
común en el espacio público? La respuesta no es sencilla puesto que no buscamos aquí
rasgos psicológicos que expliquen la lectura maniquea del país desde los individuos,
buscamos relaciones políticas y estructuras sociales que den cuenta de la ciudad en
dimensiones simbólicas, en aquello que la urbe representa para sus habitantes y por
ende en la forma que toma cuando se materializa en relaciones y en estructuras sociales.
Una buena pista, para abordar esta problemática, es la que evidencia que la noción de
“provincia” no incluye a todo el resto del país. De hecho, Quito conoce una vecindad
que no agota el territorio nacional. La Costa por ejemplo, difícilmente entra en la
categoría de “provincia”, incluso si todo un arsenal mítico está especialmente dedicado
desde la simbología quiteña a esta porción del país. La ciudad de Guayaquil tampoco
recibe este título ya que al representar a la Némesis de Quito en el imaginario, es
simplemente ignorada por la dicotomía. Entonces en el imaginario de la opinión común
quiteña, ¿qué es “provincia”?
La “provincia” refiere al campo; al conjunto de costumbres “primitivas” y a todo
aquello que se ha exotizado bajo la figura de lo “folclórico”. La “provincia” es aquello
que denuncia el puesto que ocupa el lazo anudado entre el campo y la ciudad en la
construcción constante de su identidad.
La matriz histórica colonial que define el pasado de nuestro país, delimita también su
devenir, ya que la discriminación que opera esta dicotomía ante lo cotidiano, ante lo
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campesino, ante lo indígena, etc., se torna visible en esta división. Tanto en las
proyecciones de la ciudad actual como en las de las ciudades coloniales y republicanas,
“provincia” es la parte reprimida y repudiada de la urbe; la “incultura de la gente” y el
gusto popular. Deberíamos proseguir el análisis con la búsqueda del posible quiebre
histórico que dio origen a la dicotomía, sin embargo, no existe. La “provincia” siempre
estuvo ahí, constituye el núcleo traumático de la ciudad, aquello que se encuentra al otro
extremo del progreso y que, mediante una constante huida, dibuja el devenir civilizado.
La “provincia” es el síntoma lacaniano, es la distancia que separa a “La Capital” de sí
misma. Es la brecha que impide que el círculo de la perfección se cierre y dé origen a la
ciudad cosmopolita, metropolitana, culta, artística, etc.
Quito es el constante triunfo de “provincia” que se convierte en “La Capital”. La
dicotomía muestra simbólicamente el discernimiento de la ciudad, en donde, “La
Capital” es ante todo una posición, es el lugar más alejado posible de la “provincia”.
Ciertas maneras reniegan del calificativo y preforman el sustrato social. Prácticas como
el acento y la comida se “higienizan” en la constante huida, constante fuga y deserción
que comporta esta lectura de la sociedad. El espacio público recrea esta dicotomía, ya
que en la medida en que todo está sujeto de ser “provincia” opta por la supresión del
sustrato común, a favor de una sociedad privada y exclusiva no sólo en términos
económicos sino también culturales. La discriminación en Quito no opera en contra de
un contingente social definido, opera en contra de la parte susceptible de recordar a la
“provincia” que potencialmente tiene cada uno de sus habitantes. Esta discriminación
introspectiva resulta dañina para las relaciones sociales ya que trastoca el espacio
público en un espacio jerarquizado e ineficaz. Las dinámicas sociales, se marcan
entonces, por una movilidad conflictiva en los sustratos sociales. No evidenciamos aquí
a grupos de personas enfrentadas, sino a personas enfrentadas consigo mismas bajo la
figura de una identidad fragmentada.
La campaña por la paz de Michelle Oquendo Sánchez
La política es, para Jacques Ranciere, una relación que se lleva a cabo en la
representación estética de la sociedad. Ante la evidencia de una brecha existente entre la
realidad y el discurso que da cuenta de ella, el autor propone, situar la lucha política en
este escenario. La idea de comunidad tiene que ser expresada necesariamente mediante
el lenguaje, y al ser el lenguaje el mínimo común que se comparte entre los sustratos
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sociales, define posiciones de mando y de obediencia, sitúa a los cuerpos en funciones
especificas y propone una versión discursiva de la sociedad que, aunque abstracta, cala
en la organización real y en el funcionamiento de la sociedad. El recuento de la sociedad
mediante el lenguaje tiene, sin embargo, ciertos dogmas que lo vuelven efectivo. El
primero presupone que en el circuito de la palabra existen dos tipos de personas,
aquellas que tienen conocimiento y discurso y aquellas que tienen tan sólo voz nuda y
cotidiana. Un grupo siempre esboza su versión discursiva de la sociedad en detrimento
de otros grupos que, bajo esta clasificación, quedan invisibilizados3. Para ilustrar esta
argumentación analizaremos un ejemplo que descubre relaciones conflictivas al seno de
la representación de la sociedad.
“La campaña por la paz de Michelle Oquendo Sánchez” es una iniciativa que tomó la
emisora de radio “Visión” en la ciudad de Quito, a partir del asesinato del ejecutivo
Francisco Espinoza Álvarez en la vía que conecta al norte de la ciudad con el valle de
Cumbayá y Tumbaco. Radio Visión es, como veremos a continuación, una emisora que
reclama la representación de la “clase media ilustrada”4. Su trabajo editorial gira en
torno a denunciar los excesos y desaciertos de la administración gubernamental, al
tiempo, que ofrece programas de tinte cultural y artístico. La iniciativa, que surgió ante
esta irrupción de violencia en la cotidianeidad de la ciudad, consiste en pequeños
mensajes que, en la voz de niños, profesionales, artistas, deportistas, etc., se pasan al
aire con la enunciación de pequeños compromisos por la paz. Así, tenemos por ejemplo
que María, una niña de 12 años, se compromete por la paz a no pelear con su hermanito
y a obedecer a sus padres; Juan, artista de 35 años, se compromete por la paz a
mostrarse más tolerante con su familia y a respetar a los peatones mientras conduce. La
lista sigue de la misma manera pasando por las voces de psiquiatras, abogados, ciclistas,
poetas, médicos, entre otros, que asumen pequeñas responsabilidades, en su día a día,
para apoyar a la consecución de la paz.
Esta campaña resulta interesante para pensar la publicidad en Quito por dos razones
principalmente. La primera que desde la línea de Ranciere, en donde se plantea la
noción de policía como “la actividad que organiza la reunión de los seres humanos en
una comunidad y que ordena la sociedad en términos de funciones, de lugares y títulos
3 Jacques Rancière, El tiempo de la igualdad, Herder, Barcelona, 2011 4 Nombre que evidencia la construcción estética que una porción de la sociedad quiteña ha proyectado sobre toda la comunidad. Clase media al ser un concepto de la social-democracia de posguerras en Europa, refiere a una comunidad mayoritariamente homogénea en términos económicos que presupone que la pobreza y que la riqueza se encuentran en los percentiles más alejados de la sociedad. Este apelativo refiere a una ciudad homogénea económicamente y además se ha cultivado en las máximas del conocimiento y arte que se han planteado desde la Ilustración.
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que deben ocuparse”5; nos presenta a la emisora de radio como un agente calificado
para clasificar a la sociedad. Un portavoz que, una vez situado en el circuito de la
palabra, nombra los límites simbólicos de la ciudad. La segunda razón refiere al mito
liberal por excelencia que recubre y fundamenta esta campaña. El mito de la comunidad
democrática.
Radio Visión inyecta en el imaginario quiteño la figura de la “clase media ilustrada” a
través de una versión discursiva que muestra una porción de la sociedad compuesta por
personas que, en base a su sensibilidad y competencia profesional, reclaman para sí el
monopolio del sentido común. La legitimación de este discurso y del recuento de la
sociedad que implica, se fundamenta en la evidencia mediante la cual la opinión común
se representa esta porción social que en base al cultivo de su discernimiento enuncia la
topografía oficial de la ciudad. La radio como portavoz, en este caso policial, emite sus
juicios, acerca de lo “común”, bajo la figura legitimada de la opinión ilustrada. Y en
vista de la construcción de este derecho, sus conclusiones y aproximaciones a la
realidad sufren lo que Ranciere ha denominado la enfermedad de la escritura6. Esto
quiere decir que su discurso está avalado a priori por la estructura que lo enuncia. Ya no
enfrentamos aquí a la palabra viva que por medio de las operaciones del sentido común
lucha por objetivarse, tratamos con la objetivación de lo común que se ha legitimado
antes de enunciarse. “La campaña por la paz” es efectiva en la medida en que viene
garantizada por el puesto que ocupan sus promotores en la repartición simbólica de la
ciudad. Esta estática está presente en el discurso policial de la parte que tiene parte en
el pensamiento de Ranciere, o, desde Barthes, en la burguesía que reclama valores
universales en términos míticos atemporales. Ha desembocado en un regreso triunfal del
esencialismo y en una configuración simbólica de la ciudad que vuelve estéril el espacio
público.
En otros términos, la radio no representa una voz aislada, representa el eco del
discernimiento de una porción de la comunidad que reclama para sí el derecho de la
clasificación social. Los procesos performativos bajo los cuales el discurso de la
emisora –que enuncia la existencia de una clase media ilustrada- se percibe por la
opinión común como evidente, van desde la autoridad que el nombre y la profesión de
los locutores infunde en la sociedad mediante la red de relaciones políticas específica de
la ciudad, hasta los procesos comunes a todas las dinámicas de los “mass-media”.
5 Jacques Rancière, El tiempo de la igualdad, Herder, Barcelona, 2011, Pág. 74 6 Ibid. Pág. 71
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Tenemos, entonces, que la radio crea una versión de la sociedad que es asimilada por
grandes porciones de la comunidad como evidente y verdadera. La clasificación nunca
se cuestiona como una construcción histórica sino que se entiende como una fiel
representación de lo real. Esta representación enuncia un discurso que ya no precisa de
una argumentación dinámica puesto que es asimilado, en un solo movimiento
irreflexivo, por la opinión común.
Ahora bien, en el caso de Quito, como en el de todas las comunidades, los contenidos de
lo “políticamente correcto” no responden necesariamente a un proceso intelectual de
aproximación a la realidad, al contrario, son grupos semánticos que varían en función
del tiempo y de la acogida que reciben, por parte de ciertos portavoces claves en la
comunidad, quienes se conforman en los estandartes del sentido común.
Según Barthes, estas construcciones, invisibilizadas bajo la obviedad del lenguaje,
componen no tan sólo la lengua cotidiana sino también grandes porciones de supuestos
históricos, ideales políticos y estructuras morales. En Quito, Ranciere nos permite
interpretar el papel decisivo que tienen quienes reclaman el derecho de la clasificación
de la sociedad, en este caso: la emisora “Radio Visión”. Barthes por otro lado, nos
brinda las herramientas necesarias para desarticular los mitos que pueblan la infinita
amalgama de supuestos con los cuales la opinión común se representa la realidad. Desde
esta línea, nuestro interés se centra en la develación del mito que esconde la “campaña
por la paz” y en la comprensión de los efectos que ocasiona, en la comunidad, el hecho
que se lleve a cabo por un portavoz autorizado en el circuito de la palabra.
“La campaña por la paz de Michelle Oquendo Sánchez”, es lo que Barthes llama una
vacuna, “la inmunización del imaginario colectivo por medio de la inyección de un mal
reconocido” 7
. Dicho de otra manera, la reacción de la opinión común de la ciudad ante
un hecho violento resulta en la más primitiva de las simbolizaciones, la liberal.
La violencia es presentada aquí como el resultado de la mala disposición individual para
adoptar la voluntad moral de actuar en pos de la paz. Esta simbolización presupone la
noción liberal de la sociedad, en donde cada individuo está suspendido en un sustrato
infinito que, al no tener bordes, depende únicamente de la agregación aritmética (y no
geométrica) de las voluntades. La sociedad individual carece de forma pues su
abstracción no puede leer más que combinaciones binarias de la realidad.
Cualquier aproximación teórica a la violencia presupone la representación de una
sociedad orgánica en donde las dinámicas son estructurales. La violencia tiene,
7 Roland Barthes, Mythologies, Éditions du Seuil, Paris, 2001, Pág. 225
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necesariamente, un contexto histórico y geográfico y, sin embargo, se presenta por
medio de esta campaña como una opción.
La campaña por la paz no tiene una conexión lógica con el verdadero fenómeno de la
violencia, al contrario de sus intenciones, agrava el conflicto pues neutraliza cualquier
iniciativa común de acción o reflexión, al seno de la comunidad, al brindar la ilusión de
ocuparse públicamente de estos acontecimientos. La ideología liberal, encargada de
exacerbar la noción del individuo, nunca comportó una construcción seria de la noción
de la sociedad. Por lo tanto, la imagen infinita del sustrato que sostiene al individuo
liberal, no es más que el excedente necesario de un discurso que nunca se ocupó de
representar nada más que al sujeto como unidad. La sociedad como noción, es un
efecto no deseado de la doctrina liberal pues es un presupuesto accesorio que resulta
incompleto y necesariamente contradictorio con la imagen del individuo. A nivel teórico
e ideológico, sólo existe individuo en detrimento de sociedad. Entonces ¿qué significa
que la emisora encargada de garantizar la existencia de la “clase media ilustrada” en
Quito y de tener autoridad en la clasificación policial de la comunidad, maneje una
representación tan primitiva de la sociedad? En primer lugar, es importante anotar que
no enfrentamos aquí a un manejo cínico de las representaciones sociales en los medios,
enfrentamos los resultados de la fragmentación que ha seguido rampante la ciudad de
Quito y la desembocadura necesaria en la privacidad como sublimación del espacio
público por parte de los que tienen parte. Asistimos al espectáculo de la letra inmóvil,
de la ley y de los límites como reemplazos del razonamiento. Sin embargo, esta versión
representativa de la sociedad es dañina pues fomenta, sin ni siquiera saberlo, la brecha
que entablan los ciudadanos entre ellos y nos muestra un panorama pesimista para la
ciudad de Quito. Rancière afirma que “el paradigma sociológico se creó en reacción
contra la democracia. Siguiendo la convicción de que el cuerpo social estaba roto,
desecho por una palabra que circula de manera ilegítima, este paradigma se constituyó
mediante la idea de repensar el tejido social con la intención de volver a encontrar una
suerte de unidad del individuo y de la colectividad a partir de la creencia que expresa el
vínculo de la comunidad”8. La sociología, a falta de un cuerpo articulado que practique
el razonamiento de manera pública, debe profundizar la búsqueda y neutralización de
estos portavoces que por medio de su ingenuidad ofrecen una clasificación ineficaz y
fragmentaria de la comunidad.
8 Jacques Rancière, El tiempo de la igualdad, Herder, Barcelona, 2011, Pág. 59
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Cumbayá
El valle de Cumbayá presenta un escenario privilegiado para entender el paradigma de
crecimiento urbano que está siguiendo actualmente la ciudad de Quito y que
probablemente ha seguido desde los inicios de los años setenta. Resulta interesante, ya
que condensa en una imagen, o mejor dicho en un recorrido, muchos presupuestos que,
basados en convenciones sociales, rigen la disposición del espacio y dictan las prácticas
que en él se realizan. Podríamos abordar el fenómeno desde la perspectiva que muestra
al valle como el destino de todo un contingente social que, en base a su capacidad
económica, ha buscado un lugar alejado de la ciudad, que cumpla con todos los
requisitos que implican las maneras modernas de habitación. Cumbayá se puede
interpretar, entonces, desde la promesa de la Villa Saboya, en donde el automóvil, la
privacidad y el aislamiento conceden la comodidad en su grado más sofisticado. Sin
embargo, si miramos con atención, descubriremos en la disposición y en el uso de los
lugares que componen el valle, una problemática más interesante. ¿Cómo el estrato con
más poder adquisitivo de la ciudad se representa lo público? En palabras de Rancière
¿cómo la parte de los que tienen parte en el recuento de la sociedad esboza lo común?
¿Qué nos dice la situación de los lugares en Cumbayá acerca de su vida pública? Para
intentar responder a estas preguntas, es necesario anotar que desde esta perspectiva,
Cumbayá, resulta útil para nuestros propósitos por ser el polo más nuevo de expansión
urbana de la ciudad y no solamente por albergar una porción social calificada como
“alta”. La disposición y el uso que se ha destinado a los diferentes lugares que
componen la parte habitada del valle, lleva sedimentado el discernimiento con el cual se
ha afrontado el problema de lo público. Aquello que resume la relación que los
habitantes entablan entre sí, está plasmado arquitectónicamente en los recorridos y en
los espacios que se han destinado para cada actividad. Muchas veces, cuando se habla
de Quito, y especialmente de las zonas residenciales, se pone el acento en la desigualdad
económica que se hace patente en los contrastes presentes en la cohabitación de grupos
sociales con diferentes poderes adquisitivos. Empero, en este caso quisiera llamar la
atención sobre indicadores distintos que si bien, muestran de igual manera una realidad
desigual, lo hacen en dimensiones poco exploradas pero fundamentales para representar
las dinámicas de una comunidad. Los lugares en Cumbayá se pueden agrupar en dos
grandes conjuntos, por un lado, a manera del tronco de un árbol, tenemos la vía de
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acceso al valle que esta circundada por comercios, restaurantes, supermercados,
ferreterías, gasolinera, etc. Y por el otro, como grandes ramas, existen conjuntos de
urbanizaciones privadas, casas, edificios, etc. Aquello que podemos interpretar de esta
disposición de los lugares es que el espacio visible del valle se reserva al
aprovisionamiento de la vida privada. En otras palabras, el consumo juega un papel
protagónico en la vida común del valle y fuera de compartir estos grandes galpones de
provisiones, muy poco queda reservado para los habitantes hacia la auténtica vida
pública. La diferencia entre la esfera pública y la privada es cualitativa ya que lo
doméstico se encarga de perpetuar la vida. La labor del hombre obedece a la lucha
perenne en contra de las constricciones propias del ciclo vital y la necesidad es la eterna
tensión inherente al hecho mismo de estar vivo. La esfera pública, por el contrario, es el
espacio que permite el acontecimiento de lo social, es la esfera en donde los ciclos
naturales se rompen y la libertad de la persuasión y el razonamiento se da. Cumbayá
desde esta línea de pensamiento no provee lugares destinados a la espontaneidad
necesaria para que sus habitantes se relacionen entre sí. El gran tronco de comercio que
guía hacia las urbanizaciones y que puede confundirse con espacios sociales dicta,
desde los planos, el titulo crónico de cliente que llevan los habitantes del valle. Es
curioso que sea justamente un canal entre galpones de provisiones aquello que guía al
visitante hacia los espacios de vivienda, puesto que este modelo se reproduce muchas
veces en las carreteras del país, en donde es la vía y su tránsito aquello que da lugar a
pequeños poblados dedicados al comercio de víveres y demás artículos necesarios para,
en el primer caso, adentrarse en el campo o en el litoral y en el caso de Cumbayá para
vivir en una comunidad completamente privada. Los dos ejemplos tienen en común la
austeridad que presupone la vida sin un entramado social cotidiano y ambos comparten
la precariedad de la actividad pública, que limitada al consumo de alimentos, medicinas,
vestimenta, herramientas, etc., concede un espacio marginal a la relación entre los
hombres. En otras palabras y sin recurrir a metáforas, no existe diferencia lógica entre la
compra de un botellón de agua en El Progreso en Santa Elena y la de una botella de
champagne Dumesnil en el delicatesen de Cumbayá. Formalmente la relación entablada
con el espacio común, como mero lugar de distribución, es análoga.
Ahora bien, la habitación de las ramas de Cumbayá instaura toda una moral alrededor
de la propiedad. La noción de “inseguridad” es, ante todo, una construcción semántica
que precede a cualquier acto delictivo. Pues de la misma manera en la que los celos solo
pueden confirmarse pues no responden a la traición sino a las dinámicas del deseo, la
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inseguridad instaura un ambiente de paranoia en el cual la justificación de cualquier
acto siempre está conjugada en tiempos hipotéticos. Las ramas de vivienda se enfocan
patológicamente en la privacidad. Por ejemplo, no es que Cumbayá carezca de parques
o de canchas deportivas, simplemente resulta que estos espacios están atravesados por
una versión tan distorsionada de la seguridad y una exacerbación tal de la propiedad,
que cualquier posibilidad de vida social resulta estéril. El valle de Cumbayá esconde,
tras la aparente patencia de la comodidad, las relaciones estructurales que condenan la
cotidianeidad de sus habitantes al eterno retorno de los ciclos naturales domésticos,
ciclos infinitamente repetitivos y, por ello mismo, de un espantoso aburrimiento. La
posibilidad del momento social cómo aquello que transgrede la fatalidad de los ciclos de
vida y la ineluctable dinámica laboral, se encuentra de entrada negada por la disposición
del espacio. Por otro lado, la ilusión que suscita la aproximación cuantitativa a la noción
de “calidad de vida” parece sugerirnos que el espacio que lo público ocupa en el día a
día de las personas es accesorio y se ve, de cierta manera, satisfecho en las prácticas de
consumo. No pretendo por esto afirmar que no existan momentos sociales en Cumbayá,
lo cual resultaría absurdo, simplemente busco enfatizar el hecho de que espacialmente
las relaciones específicamente humanas están supeditadas a lógicas de consumo que no
pueden, estructuralmente, suplir necesidades sociales. La comodidad no es más que una
forma sofisticada de supervivencia. De hecho, indicadores como la soledad y el
anonimato abren ante nuestra problemática una nueva aproximación hacia la vida en
común, hacia el espacio público y hacia la “calidad de vida”. No se trata aquí de medir
económicamente un contingente social en base a la seguridad de su supervivencia, se
trata de enfocar aquellos campos que -inconmensurables ante la mirada cuantitativa- son
en último término aquello que tenemos de específicamente humano. Cumbayá
comprende una versión utilitaria de la vida, comprende, también, una aproximación
liberal de la sociedad y desconoce, en su recorrido, el papel fundamental y especifico
del espacio público.
Patrimonio y turismo
El 8 de septiembre de 1978, la ciudad de Quito, junto con las Islas Galápagos, fue
declarada por la UNESCO “patrimonio cultural de la humanidad” y “patrimonio natural
de la humanidad” respectivamente. El centro histórico de la ciudad se ha considerado
“el casco colonial más grande y mejor preservado de Latinoamérica” y la situación
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geográfica del valle que alberga a Quito, junto con atractivos históricos y culturales, le
han valido el tan preciado título. Ahora bien, ¿qué relación tiene esta presea con el
espacio público? Comenzaremos anotando que la declaración de la ciudad como un bien
preciado, no tan sólo para sus habitantes sino para el conjunto de la humanidad,
reconoce, por medio de una organización internacional, el valor intrínseco de la ciudad.
Reconoce, también, que el conjunto de edificaciones y dinámicas sociales, que se han
plasmado en Quito a través de la historia, resulta valioso para la memoria colectiva de
sus habitantes, del país y del mundo entero. Este título, sin embargo, pone en evidencia
que la responsabilidad del mantenimiento arquitectónico y cultural de la urbe rebasa las
decisiones locales ya que instaura una legislatura que regula el devenir espontáneo de
Quito Una muestra de ello es que en la página virtual del Ministerio de Patrimonio
exista una sección destinada a “preguntas frecuentes” en donde se detallan procesos a
seguir en caso de tener dudas con respecto a las acciones que se pueden llevar a cabo
alrededor de los “bienes patrimoniales”. Preguntas del tipo “¿Qué debo hacer si tengo
un bien patrimonial?, o, ¿puedo comercializar un bien patrimonial?”9, encuentran
respuestas normativas enmarcadas en las regulaciones internacionales. Esto significa
que las decisiones acerca del espacio, que se ha declarado patrimonio, son compartidas
por los habitantes de la comunidad que lo ocupa y por cánones internacionales de
desarrollo y de conservación urbana. En el caso de Quito, está hibrida matriz de
decisión desembocó, en el mandato del Alcalde Paco Moncayo, en una interpretación
coercitiva de las leyes que desconoció los usos cotidianos del centro histórico y
mediante procesos de gentrificación desplazó a comerciantes ambulantes, expendedores
de alimentos y locales comerciales, favoreciendo reapropiaciones “culturales” y
turísticas del espacio. El título “Quito, patrimonio cultural de la humanidad” es la
versión técnica y apostillada de apelativos del tipo “Quito, carita de Dios” que antaño
buscaban, en una imagen, representar el valor de la ciudad para propios y extraños,
solidificando sentimientos de identidad por un lado y despertando interés y curiosidad
por el otro. Los procesos mediante los cuales esta representación de la ciudad se asimiló
en Quito, pusieron de manifiesto el discernimiento que pretende la prevalencia del
espacio arquitectónico por sobre las prácticas culturales y las dinámicas sociales de sus
ocupantes. Podríamos discurrir acerca del papel que juega la cotidianeidad desnuda y
sin adornos de los habitantes del centro histórico en el significado de Quito, sin
9 http://ministeriopatrimonio.ezn.ec/es/que-es-el-patrimonio
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embargo, será mejor deducirlo de los cambios simbólicos que comporta la titulación
patrimonial y turística del espacio. El patrimonio, en nuestro medio, se ha caracterizado
por insertar a los lugares que inviste en una dimensión estática que reniega la vida diaria
de sus ocupantes. La majestuosidad de las iglesias del centro, las calles que las
circundan, los museos y las grandes casas históricas, cumplen un papel en la identidad
de la ciudad, empero, en base a la mirada patrimonial, lo hacen desde una dimensión
emblemática y ya no cotidiana. El turismo hace lo mismo pero en lugar de canonizar los
espacios, los mercantiliza. Esto quiere decir dos cosas: en primer lugar, una persona no
puede relacionarse con el espacio patrimonial sino bajo la relación de la contemplación
y, en segundo, tampoco puede relacionarse con el espacio turístico de otra manera que
no sea la del consumo. Esto no implica que no exista dinámica social en estos espacios;
implica que bajo la construcción estética de la sociedad que se ha llevado a cabo bajo
estas premisas los lazos cotidianos establecidos por los habitantes entre sí, los lugares
en donde se relacionan, comen, se conocen, se enamoran, etc., se invisibilizan debido a
que resultan indiferentes ante los supuestos que dictan el devenir de la ciudad. Esta
extirpación quirúrgica sufrida por los lugares al ser removidos de su contexto mundano,
revela una incomprensión de la constitución misma de la ciudad. Dicho de otra manera,
la utópica pretensión de poblar los lugares con personas sensibles ante la importancia
cultural e histórica del espacio y la burda tendencia a llenarlo de turistas, denotan el
rechazo de la patencia de las prácticas sociales propias de la ciudad. Esta perspectiva,
producto de las taras presentes en nuestra matriz histórica, recrea la práctica que, en los
inicios del siglo XX, llevaba a cabo la revista “Quito a la vista” en donde los indígenas
eran borrados mediante técnicas de revelado de las fotos que se presentaban10
. Aquello
que acontece cíclicamente en la ciudad y que se marca por los ya problemáticos tiempos
laborales, se esconde tras la búsqueda frenética de la metrópolis, de la capital, de la
cosmópolis y demás términos rimbombantes que denotan no solamente el esfuerzo por
constituir una ciudad ficticia en el imaginario social sino la incomprensión de las
estructuras formales que dan origen a la comunidad en su dimensión tanto práctica
como simbólica. Si bien toda representación social es en último término una disposición
estética de las partes que la componen, en el caso de Quito, esta construcción (y por lo
tanto su acontecimiento) carece de elementos imprescindibles para cerrar el círculo de
su representación. Ya no es el indígena a quien se ha borrado del mapa, es a toda la
esfera pública cotidiana que bajo la ilusión del desarrollo privado, desconoce las
10 http://antropologiavisual2010.blogspot.com
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diferencias insalvables entre las dos esferas. En otras palabras, la sensibilidad para la
contemplación y el discernimiento artístico y “cultural” que supone el destinatario de la
ciudad simbólica que se plantea Quito, precisa de un entramado social dinámico y
saludable que pueda permear estas experiencias y darles sentido. Huelga decir que el
entramado social saludable merece más atención que la cúpula ficticia cultivada. Las
pretensiones implícitas en estos discursos no son discriminantes, son incongruentes ya
que los destinatarios del espacio público resultan siempre difusos, siempre ausentes y su
llegada se espera como se espera a Godot, en el aletargamiento infinito del anhelo.
El curriculum vitae de Hillary Hahn
Pocas esferas de la acción humana guardan relaciones tan férreas como las entabladas
entre el arte y la necesidad. Los ciclos de supervivencia están, ante la actividad artística,
siempre satisfechos puesto que es prerrogativa de la interpelación estética la existencia
de una conciencia liberada del ritmo acuciante del hombre en tanto ser vivo. El arte, sin
embargo, no responde a una actividad suntuaria, ni a una esfera dedicada al disfrute
solamente. Al contrario de lo que se puede pensar, el arte es, principalmente,
conocimiento. Conocimiento, empero, liberado de las premisas inamovibles de la
ciencia, que gracias a su constitución, nos relaciona con el mundo desde un arsenal
infinito de representaciones. Cada obra plantea su propio marco discursivo y es el
espectador, mediante sus emociones, quien completa la experiencia y da sentido al
acontecimiento. El arte, ante todo, es un momento y precisa de la interpelación para
llevar a cabo su propósito. La obra, siempre está incompleta, y tan sólo mediante la
mirada conmovida del espectador, logra consumar su designio.
La cultura, por otra parte, tiene a grandes rasgos dos acepciones en dos dimensiones
distintas: aquella que refiere a todo el conjunto de la actividad humana, en oposición al
acontecer natural y, en otra escala, la que relaciona a ciertas prácticas sociales con
grados de sofisticación, de cultivo. Ahora bien, la actividad artística -por su requisito-
constituye la esfera culta por excelencia al proveer experiencias que escapan a la
satisfacción de los meros sentidos y al presuponer la ruptura con los tiempos de Sísifo
que marcan la condición del hombre. El arte representa una esfera diferenciada que
escapando al ritmo cotidiano nos conecta emotivamente con el mundo, y se constituye
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como la actividad más culta, la más humana. Dicho esto, ¿qué relación tienen estas
premisas con el espacio público en Quito? ¿Qué puesto ocupa el arte y la cultura en la
ciudad imaginaria y concreta?
La respuesta no es sencilla. Precisa de especial cautela debido a que muchas veces estas
problemáticas se abordan desde una perspectiva moral que plantea un dilema que pone
el acento en el acceso a la “cultura”. Normalmente, el tema gira en torno a preguntarse
quién tiene la posibilidad de relacionarse con el arte y quién no, quién posee el capital
económico y simbólico para permitir el acontecimiento artístico y quien, en función de
sus ingresos y de su educación, se ve relegado al ostracismo y al anonimato. En este
caso quisiera matizar la pregunta y quisiera llamar la atención sobre el puesto
indiscutido y dogmático que ocupa el arte, la “cultura”, la contemplación y la
sensibilidad en la construcción del significado de Quito, y por ende en la función que se
le dedica desde la planeación del espacio público.
Para este propósito, es importante diferenciar del momento artístico, los usos sociales y
políticos que se le pueden destinar. La relación entre la obra y el espectador no exonera
al arte de ser un elemento activo en la distinción social, tampoco la estructura interna
del momento artístico presupone garantía moral de ningún tipo. Por un lado tenemos el
arte y por otro su concreción en contextos históricos y geográficos definidos.
En el caso de Quito es común que todo lo relacionado al arte, a la cultura, a la
contemplación y a la sensibilidad se asocie con nociones “humanas” de crecimiento. El
paradigma que la ciudad maneja en la actualidad y el discernimiento que podemos
inferir de algunos de sus portavoces, sugiere que a la par del progreso utilitario,
tecnológico y frío se encuentra uno más espiritual, más humano y más correcto, el arte y
la cultura.
Quito tiene una privilegiada relación con el arte, espacios como la Casa de la Música, el
Teatro Sucre, el cine Ocho y Medio, sus museos, etc., no pudieron haber acontecido en
ningún otro lugar del país. El proceso histórico que conformó las élites de la ciudad,
también permitió que para ellas el arte ocupara un papel protagónico dentro de sus
maneras cognoscitivas, tanto en su formación crítica como en sus dinámicas de
distinción. Lo que nos interesa, sin embargo, es delimitar el papel que actualmente juega
el arte en la dotación de significado de Quito. Para este propósito, debemos citar un
evento que ilustra, bastante bien, la intención que el discernimiento de la ciudad le
confiere al arte.
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El 15 de septiembre de 2012 se presentó, en el Teatro Nacional Sucre, la violinista de
élite mundial Hillary Hahn. El concierto se desarrolló sin más percances que unos
pocos aplausos a destiempo y el sonido escandaloso de un celular. No obstante, aquello
que me interesa es el artículo elaborado en torno a la visita de la violinista. En su
edición conmemorativa por la celebración de los 125 años del Teatro Sucre y a manera
de publicidad, su revista presentó una breve reseña de quien era Hillary Hahn y del
concierto en el cual iba a presentarse. El artículo, tras dos líneas de escasa presentación,
reza simplemente que la carrera de Hillary:
“viene avalada por el reconocimiento internacional de 2 premios Grammy, Diapason
D’or of the year (Preis der deutschen Schallplattenkritik) otorgado por la crítica
alemana, Classic FM, Gramophone Artist of the Year (2008), entre otros (…) ha
trabajado con la Orquesta Sinfónica de Baltimor, Orquesta Filarmónica Radio France,
de Netherlands Radio, La NDR Radiofhillarmonie de Hannover, la Royal Scottish
National Orchesta, Camerata Salzburg y Pittsburgh, así como con las orquestas (…)”11
El texto continúa en una enumeración monótona de los lugares en los que la violinista
ha “trabajado” y que “avalan” la gestión de su concierto en el Teatro Nacional Sucre.
Esta presentación, que carece de sintaxis gramatical, muestra una curiosa aproximación
de tinte laboral, incluso administrativo, al fenómeno por medio del cual la ciudad planea
un espectáculo artístico. Llama la atención que una de las oraciones esté repetida, en
alemán y luego en español, como buscando en la exoticidad del idioma rasgos de
elegancia y majestuosidad asociados siempre al respeto que influye el desconocimiento.
El sinónimo que se entabla entre la autoridad de letra muerta presente en la lista de
premios y orquestas, y la ausencia de una sola reflexión hacia la artista o las
singularidades de su interpretación. Sólo pueden decirnos que, en el mejor de los casos,
la ciudad no se relaciona con el arte tan casualmente como se relata en las emisoras de
Radio, en los periódicos, en las agendas culturales y en la opinión común. Entonces
¿qué papel juega el arte en el significado de Quito? ¿Por qué esta búsqueda frenética por
lo cultural y lo artístico? La respuesta a estas preguntas es necesariamente
interpretativa, sin embargo, nos permitirá desarrollar ciertas líneas de reflexión acerca
del espacio público en Quito. En primer lugar es importante anotar que,
lamentablemente, lo artístico se ha dogmatizado en materia de administración estatal
11 http://www.teatrosucre.org/revista/2012/septiembre2012/index.html
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como un componente indiscutible en los espacios públicos. El arte forma parte de la
aproximación “políticamente correcta” al ocio de diseño desde la planificación para la
ciudad. Esto quiere decir que la dimensión cotidiana del espacio público no se
diferencia de la dimensión ritual del arte. Al contrario se ponen las dos en el mismo
nivel y en el caso de Quito se toma partido por la que se muestra más “culta”. El error
radica en la incomprensión del papel diferenciado que en la vida social juega cada una
de las esferas, y pone de manifiesto la poca estima que se tiene por el día a día de sus
habitantes. Esta mezcla de dimensiones, por ejemplo, da por resultado que Quito tenga
un bulevar contemplativo (rasgo que seguramente compartimos tan sólo con Florencia
en Italia) y carezca de comida popular de calidad. En segundo lugar, esta arremetida
cultural tiene por objeto el de moldear para el futuro el gusto de la ciudad. Se busca
refinar por medio del arte el porvenir de Quito, lo cual también deja al descubierto una
“voluntad civilizadora” que a manera de una evangelización secular desconoce la vida
cotidiana patente en las prácticas de la ciudad. Esta canonización del arte y la mala
comprensión del sustrato de la vida social, implica la errónea idea de que la “cultura”
es una sola y debe ser importada a toda costa. La ciudad, desde su administración y
entusiasmo en relación a este tema, se yergue como un espejo desfasado de las élites,
recreando una zalamera oda al arte y un perenne denuesto a la vida marcada por la
necesidad. No hay relación lógica entre el arte y la vida cotidiana, entre la “cultura” y
la cotidianeidad. Al contrario, la cotidianeidad de la ciudad si comporta una cultura
especifica, que en el caso de Quito está reservada a las veredas que lindan las hostiles
vías y que representan en el imaginario de la ciudad un excedente de mal gusto, un mal
momentáneo, un espacio de transición. Las esferas de la vida diaria y el arte son
antónimas necesariamente, cada una ocupa un lugar específico y la presencia de una no
comporta lógicamente la de la otra. Sin embargo, la consolidación de la vida laboral y
cotidiana como: un espacio público basado no en ideales sino en las prácticas que se han
sedimentado en la ciudad a lo largo de los años. Da por resultado el fortalecimiento del
tejido social que, si está bien servido en sus necesidades más básicas, tal vez algún día
tenga la oportunidad de desarrollar un discernimiento artístico que rompa la esfera
privada y, como la cereza que adorna el pastel, muestre la salud de la ciudad pública.
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“El Quito que queremos”
“El Quito que queremos” es la frase que ha sido escogida por la alcaldía para presentar,
en los medios de comunicación, la gestión que su administración ha llevado a cabo
desde el 1 de agosto de 2009. Lejos de buscar una figura que satisfaga la necesidad que
tiene la opinión común de destinar todos los denuestos sociales hacia la autoridad, la
alcaldía nos interesa en la medida en que ha condensado en su eslogan una idea que
circunda los discursos que preforman la ciudad. Dentro de la lucha estética por la
clasificación de la sociedad, el espacio público está en Quito siempre conjugado en
tiempos futuros. Esto se debe, en parte, a que la acción administrativa de la ciudad
busca legitimarse, a través de una perspectiva utópica, en las nociones clásicas de
progreso y desarrollo que han caracterizado los discursos políticos, no tan sólo del país,
sino del paradigma liberal en la política. Sin embargo, en “El Quito que queremos”
inferimos parte del papel que ocupan las prácticas cotidianas de la urbe en el imaginario
social. En primer lugar, el eslogan, muestra una discontinuidad entre la ciudad actual y
la ciudad futura, entre la ciudad patente y la ciudad soñada. Al signar todas las
iniciativas culturales y administrativas, esta frase sugiere que el Quito que tenemos no
es precisamente el Quito que queremos. Esta idea, por simple que pueda parecer,
descubre la brecha que la ciudad establece simbólicamente con relación al espacio
público. La vara que mide a la ciudad futura es la carencia de la ciudad actual, por lo
tanto, la cotidianeidad ocupa un lugar vacío que en el discernimiento que otorga
significado a Quito, se transforma, en el mejor de los casos, en un lugar hipotético. El
Quito que tenemos está marginalizado desde el discurso, ya que desde este punto de
vista, las dinámicas sociales siempre resultan excedentarias, temporales e inacabadas.
Los habitantes de la ciudad resultan, de la misma forma, objeto de una voluntad de
cambio injustificada. La relación que establece la comunidad con sí misma, está
invisibilizado bajo la forma trastocada de la promesa, aquello que día a día se ha
sedimentado alrededor de sus maneras y acciones se desconoce ante la opción ficticia
del “cambio”. La brecha que se ha instaurado en el discurso sobre lo público en Quito
no busca la transformación del espacio ni la optimización de su manejo solamente,
pretende la reconfiguración de sus ciudadanos, bajo el supuesto de que la relación que
establecen con su entorno y entre sí mismos, es perfectible. La imagen de Quito como
una perenne utopía suprime el presente y niega la posibilidad del acontecimiento social
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ya que desde una perspectiva desfasada lo sitúa en el futuro. La parte de aquellos que
tienen parte en el recuento de la sociedad, desconoce no tan solo a un contingente
social, sino a toda una esfera de la acción humana. En Quito, entonces, la
discriminación resulta difusa ya que plantea la imagen de un ciudadano abstracto, un
ciudadano sensible y cosmopolita que se relaciona con lo común desde la
contemplación y ya no desde los usos cotidianos del espacio. Huelga decir que la esfera
contemplativa y la esfera de reproducción vital son cualitativamente distintas y no
pueden reemplazarse entre sí. No tratamos aquí con una lucha entre contingentes
sociales, lo que está realmente en juego es la lucha entre dos tipos de ciudadano: el
primero, cotidiano, se invisibilizan en las reflexiones sobre el espacio público, ya que,
no ocupa un lugar en el discurso. El segundo se anhela, atravesado por la voluntad
civilizadora, en la dotación de significados de la ciudad pretende un cambio holístico en
la sociedad. Este cambio, sin embargo, es imposible ya que presupone un refinamiento
(o mejor dicho un reemplazo) de la cultura, al tiempo, que niega la existencia de
sustratos imprescindibles para su aparición y reproducción en el seno de la comunidad.
Dicho de otra manera, la ciudad patente en los márgenes del discurso, aquella que se
desarrolla en los reductos kafkianos que han sido destinados a la vida social, se
presupone como una competencia más de la vida privada y en lugar de destinar
reflexiones hacia su constitución desde la ciudad, se presume como característica
exclusiva del individuo. Empero, el espacio público precisa de una construcción
dinámica que asigne un papel protagónico a las funciones diarias que la comunidad
plantea en torno a la necesidad. Este sustrato, si es firme, consolida tejidos sociales,
indispensables en cualquier presunción de vida pública. “El Quito que queremos” busca
un cambio alquímico de los significados de la ciudad. Resume la disección quirúrgica
que se opera, desde la dotación de sentido, a los tiempos diarios. El tiempo laboral se
presenta estructuralmente como ajeno al trabajador, el ritmo acuciante de la
cotidianeidad se muestra privado y el ocio, que se deduce de la resta de los dos primeros
al tiempo total, es susceptible, desde el discurso, de “sofisticaciones” y “refinamientos”.
Está clasificación lógica del tiempo cotidiano, no da cuenta de la realidad de la ciudad,
empero, moldea su devenir dejando intersticios (veredas, comedores, discotecas y
karaokes) que a dentelladas son ocupados por la comunidad en la necesidad ineluctable
de la relación social. “El Quito que queremos” persigue sensibilidad y mundo,
olvidando cotidianeidad y afecto. El aletargamiento infinito del espacio público como
promesa comporta una sublimación de las necesidades sociales en prácticas de
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consumo. La vida pública se difumina en la preparación eterna para el destello social.
Los gimnasios, los almacenes de ropa, la cultura gourmet y las opciones de consumo se
valen de esta dilatación para entretener a la comunidad con la misma promesa, que al
ser inalcanzable, recrea los ciclos insaciables del deseo. El Quito que tenemos existe a
pesar de su inasible contenido en el discurso. Y se desarrolla subrepticiamente en los
márgenes de la vida laboral y privada.
Vida cotidiana y vida excepcional. Espacio público concreto e imaginario
Quito es una ciudad que condensa a su alrededor condiciones singulares que matizan el
puesto que el espacio público ocupa en la construcción imaginaria y concreta de la urbe.
Tras la interpretación de algunos mitos hemos podido concluir una serie de
características particulares que dan forma a la opinión común que tiene palabra sobre el
significado de la ciudad. En primer lugar, Quito es una ciudad administrativa; esta
modalidad torna problemática la representación cotidiana del tiempo pues abstrae los
medios de supervivencia a una escala virtual. En segundo lugar, la matriz histórica
colonial de la ciudad se recrea en la actualidad. Sin embargo, el giro de tuerca radica en
que ya no se discrimina a un contingente social sino a un cúmulo inasible de prácticas,
funciones y maneras. En tercer lugar, el espacio público está desfasado en el futuro
hipotético de la ciudad, puesto que para el discernimiento que otorga significado a
Quito en el presente, no existen beneficiarios dignos de relacionarse protagónicamente.
En cuarto, la representación de Quito recrea todas las taras características en la
concepción liberal de la sociedad pues limita la salud de sus habitantes a la mera
supervivencia y condena al círculo privado todo el desarrollo de la vida. Las
necesidades sociales están, en esta clasificación, supeditadas en formas sublimadas de
consumo, y las relaciones de discriminación han mutado en una mea culpa que condena
a sus habitantes a una relación austera y anónima. El espacio público concreto en Quito
resulta, entonces, en una curiosa mezcla: grandes destellos culturales y artísticos,
centros comerciales de categoría mundial, y sitios que brindan servicios dignos de
sibaritas se confunden entre parques abandonados, veredas inexistentes y puestos de
comida insalubres. La brecha que el imaginario abre entre la vida cotidiana y la vida
intelectual, entre lo común y lo excepcional se plasma en Quito de manera sorprendente.
La primera esfera está condenada al olvido y la segunda a la esterilidad. Tan sólo una
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comprensión profunda de las relaciones que se entablan entre ambas puede permitir la
aparición del momento social. El espacio público es un delicado equilibrio que se
establece entre los significados de la ciudad y sus prácticas y funciones. Es la
correspondencia de la memoria histórica, la estima y la identidad que la matriz
metafísica de la ciudad establece con la vida cotidiana, con el humor y con la comida.
Es el día a día respaldado en construcciones abstractas. Es la ampliación de la noción de
comunidad y la constante mutación de presupuestos y superación de prácticas
discriminantes. Quito ha llevado y lleva a cabo una dotación de significados que minan
la posibilidad del espacio público. Ante esta fragmentación rampante, una mirada
detenida a estos procesos resulta urgente para pensar la posibilidad de una comunidad,
de una ciudad, de lo común a todos.
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CAPITULO 2
¿La música un elemento de integración o de exclusión?: Una
lectura de la música clásica como estructura simbólica en el
proceso de construcción de lo común en la ciudad de Quito
Quito es el resultado de un proceso de producción y reproducción simbólica que
se encuentra en constante movimiento, donde las prácticas culturales como la asistencia
a conciertos, exposiciones y obras de teatro de los habitantes reflejan y tejen la forma
de ver y comprender el mundo y lo que se percibe como lo común. La música es una
expresión sensible que mediante el lenguaje particular de cada artista refleja o traduce
una visión del mundo común, del tipo de sociedad de la que es parte.
El presente artículo busca entender como la música clásica es una estructura simbólica
que forma parte del proceso de construcción de lo público, la cual envuelve un
entramado de relaciones sociales heterogéneas y paradojales que se manifiestan en las
prácticas culturales de los quiteños. Estas prácticas se materializan principalmente en
ciertos espacios como La Casa de la Música, el Teatro Sucre, la Casa de la Cultura
Ecuatoriana y el Teatro Politécnico12
que muestran la fragmentación de la sociedad
quiteña, proyectada a través de las relaciones de dominación y exclusión que
históricamente han sido inherentes a este tipo de arte, y la constante disputa por incluir
los distintos horizontes de sentidos y valores que cohabitan en la ciudad.
Cuando pensamos el espacio público el imaginario construido en torno a éste se limita a
concebirlo tan solo como un espacio físico al cual todos los miembros de la ciudad
pueden tener acceso, sin embargo el espacio público es una construcción mucho más
compleja la cual comprende también la idea que tienen los quiteños de lo común, es
decir de lo públicamente compartido: normas, valores, imaginarios y percepciones sobre
temas concretos como el arte y en este caso específicamente la música que habitan en
12 Esta investigación se concentró principalmente en tres espacios: el Teatro Sucre, la Casa de la Música y Teatro Politécnico.
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todos nosotros y que se encuentran en un proceso cíclico de producción y reproducción
a través de los distintos discursos y estructuras simbólicas que existen en esta ciudad, en
la cual la música clásica es parte de ellos.
Es así como este artículo indaga en la importancia de la música clásica y las prácticas
culturales en los habitantes de la ciudad y como por medio de estas se refleja la
fragmentación de la sociedad quiteña, los valores, las relaciones de dominación,
distinción y estratificación que son impartidas por cierto grupo; y por otro lado lo
ambiguo y paradojal de las relaciones que envuelve la música clásica, las cuales dan
cabida a la disputa por reconstruir y revalorizar este discurso con el fin de que la música
funcione como un elemento de comunicación por lo tanto de integración.
Para poder comprende la tesis planteada es necesario remitirnos a elementos históricos
ya que primero nos muestra el desarrollo de este tipo de arte en Quito, su desarrollo y
los grupos que formaron parte de la constitución de este discurso; segundo, esto nos
permite comprender el por qué de la existencia de lugares como la Casa de la Música,
una de las mejoras salas de conciertos de todo América Latina, en una ciudad donde la
música clásica para la mayoría de los habitantes pasa desapercibida al no ser parte de su
universo simbólico, y finalmente para comprender la música y sus prácticas culturales
como un elemento incluyente o excluyente que determinan la distribución del espacio y
de los cuerpos.
Es necesario entender el espacio público de la ciudad como algo creado y modelado por
elementos históricos; Quito al igual que varias ciudades latinoamericanas fue construido
bajo un sistema colonial el cual se sigue expresando en la forma en que se utilizan y
ocupan dichos espacios, los cuales reflejan la organización actual de la ciudad y su
constante producción y reproducción de jerarquías y filiaciones.
No se puede comprender a Quito desde una comprensión homogénea que integre un
solo horizonte de sentidos, ya que el carácter heterogéneo de su población y su
construcción social hace que todo el conjunto de símbolos que tejen la forma de ver y
comprender el mundo sea tan diverso dependiendo de los miembros o grupos de la
comunidad. Es por ello que la existencia de lo común se encuentra en constante
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conflicto como consecuencia de los distintos horizontes de sentido que cohabitan en la
ciudad.
Los distintos universos simbólicos son los que construyen la idea de espacio público, de
lo que a todos los miembros de Quito perciben como lo común. El arte al igual que la
lengua y la religión son estructuras simbólicas, con su propia historia y características
sociales que funcionan como elemento de conocimiento y comunicación. De esta
manera, la música clásica al ser parte del arte como universo simbólico debería
funcionar como un elemento de integración social que brinde consenso sobre el sentido
y la comprensión del mundo.
El desarrollo de la música clásica en el Ecuador ha sido casi inexistente, ya que
claramente podemos ver como en Quito este conocimiento no se ha implantado en la
organización social, ni se transmite ni se reproduce tanto en el lenguaje cotidiano como
en las prácticas culturales de la mayoría de población, principalmente porque el
lenguaje con el que se fundó la idea de cultura, no era un lenguaje lingüístico, un
lenguaje de comunicación, sino por el contrario de fragmentación. Y las élites políticas
y económicas al tener determinados estilos de vida y comportamiento se constituyeron
justamente en este elemento de orden y separación convirtiendo a Quito en una sociedad
desarticulada con pocos espacios de interacción.
Esto se puede explicar a partir de la inexistencia de la música clásica en los programas
educativos, ocasionando que desde temprana edad se perciba a la música clásica con
distancia y respeto como algo lejano a nosotros al ser concebida como de otra época, de
otro lugar, cierto grado de aburrimiento y de clases altas13
, que a pesar de que está
presente en varios aspectos de la vida cotidiana como en: “dibujos animados,
ascensores, películas e incluso en tonos de espera”14
pasa desapercibida sin ninguna
significación al no cumplir la función de signo en la construcción del imaginario social
común, que en contraste con Europa donde “la música clásica es algo natural, se respira
en el aire y es parte de la vida cotidiana”15
.
13 Entrevistas realizadas a los espectadores del ensayo abierto al público de la OSNE en el Teatro Politécnico. 04/10/2012. 14 Entrevista a la orquesta de música de cámara conformada por músicos independientes. 14/10/2012. 15 Entrevista a Celia Zaldumbide, creadora de la Fundación Zaldumbide y directora honorífica de la Fundación Filarmónica Casa de la Música. 17/10/2012.
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Desarrollo histórico de la música clásica en la ciudad
Históricamente la música clásica, al igual que el arte en general, por su génesis
siempre ha pertenecido a las clases o grupos dominantes de la sociedad, los cuales se
encargaban tanto de su producción en calidad de mecenas como de su difusión. La
división de lo sensible no es más que la delimitación de las fronteras de lo común y lo
propio que reparte los espacios, los tiempos y las formas de actividad de los individuos
de una comunidad fijando su participación en lo público16
.
En un principio la Iglesia fue la institución que controló el arte, el cual cumplía una
función social específica de reflejar e impartir lo sagrado y la religión hasta la época
renacentista. En el caso de Ecuador, a diferencia de Europa, la música desde la Colonia
hasta inicios de la República se encontraba bajo el control eclesiástico donde los
compositores se desempeñaban como maestros de capilla o directores de coro y sus
obras eran de carácter religioso. Cabe recalcar que el arte en Ecuador y toda América
Latina fue una herramienta fundamental para el proceso de conquista, colonización y
evangelización de los pueblos indígenas.
A partir del Renacimiento en Europa existe un giro trascendental en la forma de ver y
concebir el mundo y al hombre, donde el teocentrismo fue remplazado por el
antropocentrismo caracterizado por el interés en las artes, la política y la ciencia. A
partir de este periodo la nobleza y la aristocracia pasan a ejercer el rol de mecenas, y el
arte desde entonces se convierte en un elemento simbólico que expresa la posición
social, el rango y el estatus, lo cual se mantiene hasta la actualidad. Desde entonces el
conocimiento artístico y en especial el musical que esta clase social poseía se constituyó
como un elemento distintivo de determinado estrato, el cual quiso ser adoptado por la
burguesía emergente.
A finales del siglo XVIII con el declive de la aristocracia y el ascenso de la burguesía, la
figura del mecenas va desapareciendo paulatinamente hasta que el artista alcanza su
completa autonomía sobre la producción de su obra. En cuanto a la difusión del arte
como consecuencia de lo antes mencionado, la burguesía toma el control de la vida
musical imponiendo un nuevo concepto de cómo deberían desenvolverse los conciertos:
16 Cfr. Ranciere, Jacques, El tiempo de la Igualdad, Barcelona, Herder Editorial, 2° edición, 2011. Pág. 16
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los programas favorecieron a los compositores del pasado olvidando los del presente, se
prohibieron los modos populares, se ofreció orientación a los no iniciados y decrecieron
las prácticas de reunirse y hablar durante el concierto, así como de aplaudir durante la
música haciendo que el acto de asistir a conciertos se convierta en una danza de decoro.
A través de estos cambios la burguesía emitía señales sobre su pertenencia a una élite
social y cultural, estatus que debía ser constantemente reconfirmado por el temor a
descender en la escala social, ya que “la burguesía no es una clase, es una posición. Así
como se la adquiere, también se la pierde”17
.
En el Ecuador, como mencionamos anteriormente, la música clásica se mantuvo ligada
a la Iglesia hasta el siglo XVIII, se tiene poco registro de música de cámara en la Real
Audiencia pero se sabe que algo de este tipo de música se escuchó en los salones de
determinadas autoridades coloniales. Una vez instaurada la República el arte se libera
del dominio eclesiástico generando principalmente un desarrollo de la música popular a
través de una considerable conformación de bandas de pueblo. Debido a la fundación
del primer conservatorio de música en Quito a cargo de García Moreno a mediados del
siglo XIX, en algunos salones de la ciudad se bailaban las pequeñas formas del
romanticismo como valses, mazurcas, paso dobles, etc. Sin embargo, en las fiestas
populares predominaba la música mestiza como pasacalles, pasillos, san Juanito, entre
otros, que tendrían su apogeo en el siglo XX18
.
A inicios de este siglo se consideraba que no existía una música propia que reflejara los
procesos sociales e históricos de nuestro país. Esto se debía a que la producción musical
académica estaba enfocada en la reproducción y copia de las formas europeas, ya que el
folclor y la música popular eran desvalorizados en el mundo de la academia. Es
entonces que empieza a surgir la corriente nacionalista bajo la influencia del
movimiento estilístico que se desarrollaba en Europa y que se consolidó con la
Revolución Liberal.
17 Ross, Alex, Why so serious? How the classical concert took shape, The New Yorker, 2008.En: http://www.newyorker.com/arts/critics/musical/2008/09/08/080908crmu_music_ross?currentPage=all. Traducción de las autoras. 18 Tomado de http://janeth_haro.tripod.com/lamusica.htm
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Revolución que buscó transformar la inequitativa sociedad terrateniente en una
sociedad que sin dejar de ser capitalista no concentrara los medios de producción y
buscará la igualdad de todos sus miembros. Dicha revolución desencadenó años más
tarde (1930-1950) la búsqueda de una voz propia donde lo hasta entonces negado, el
indio, el cholo y el montubio aparecen como figuras fundamentales en el proceso
artístico (indigenismo) buscando convertirse en un elemento simbólico para la
construcción de una identidad nacional, que a nivel de proyecto político quedó y
continua inconcluso19
.
En el proceso histórico de desarrollo de la música en Quito, la música académica ha
sido casi inexistente en el referente común de la ciudad como se menciono en un
principio. Desde la Colonia se puede observar como este tipo de música no ha tenido
movilidad social en los distintos grupos de la sociedad, ya que desde su inicio esta
práctica cultural se ha mantenido en pequeños grupos de la burguesía terrateniente
aunque con la apertura del conservatorio sectores de la clase media tuvieron acceso a
dicho arte, mayoritariamente en calidad de músicos.
Esferas de la Música Clásica en Quito
La música académica en la ciudad se encuentra dividida en dos esferas. Por un
lado, la primera que corresponde a la herencia de esta burguesía terrateniente
situándose en la estructura social a través de las relaciones simbólicas de sus miembros,
es decir todas las acciones simbólicas como la vestimenta, el lenguaje y las prácticas
culturales. Estos elementos están claramente reflejados en los conciertos de temporada
de la Casa de la Música como por ejemplo: el concierto de la Orquesta de Cámara de
Stuttgart o el del Trio Guarneri de Praga en los cuales los espectadores hace gala de sus
lujosos autos y su elegante vestimenta, mientras esperan el concierto existe un especie
de “lobbying social” donde se toma champagne junto a un Audi20
y se posa para las
fotos sociales.
19 Según Celia Zaldumbide actualmente se retoma esta tendencia nacionalista, “hay que ser compositor de su época, hay que darse cuenta que el nacionalismo es una corriente europea del siglo XIX, no hay que caer en el folclorismo dejando de lado la música clásica”. 20Ecuawagen casa automotriz patrocinadora de la Fundación Casa de la Música.
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El concierto se instaura como un acto ritual de comunicación, dentro de él se producen y
reproducen un cúmulo de significados donde cada miembro de acuerdo a su rol, sea este
de espectador, músico o director participa de distinta manera. Como se vio
anteriormente, la idea del programa preparado, es decir el concierto como jornada
intelectual sigue llevándose a cabo con las mismas pautas de siglo XX: la música
usualmente comienza unos minutos después de las ocho; la función se divide en dos
mitades que duran cada una alrededor de cuarenta y cinco o cincuenta minutos; se
espera que la audiencia permanezca callada durante la duración de cada obra, y quienes
aplauden entre movimientos pueden enfrentar momentos vergonzosos, ya que éste
simple detalle revela la carencia del lenguaje, entendiendo a éste como la posesión
legitima de un discurso.
Por otro lado, los músicos participan de este rito dando vida a los sonidos y
consagrando el acto mágico a través de los instrumentos, otro de los elementos
importantes es su vestimenta de gala la cual impone respeto, autoridad y lejanía en
cuanto al público. Distancia que llega a su máxima expresión cuando empiezan la
ejecución de las obras y se los contempla como si fuesen divinidades. En el caso del
director, esta figura encarna el poder y la autoridad desempeñándose como mediador
entre el público y los músicos.
El concierto, al igual que cualquier rito, es una línea que instaura una división
fundamental del orden social, divide entre quienes son aptos y quienes no lo son, cuyo
mayor efecto es el de pasar completamente desapercibido en el caso de que se cumpla el
rol asignado, consagrando la diferencia y legitimando la distinción a los poseedores del
lenguaje.
Todos estos elementos - vestimenta, leguaje y prácticas culturales- mencionados a lo
largo del artículo funcionan como un signo distintivo que expresan posición social,
rango y estatus definiéndose negativamente por su relación con los demás términos del
sistema, instaurándose como actividades naturales y convirtiendo a la cultura en
naturaleza21
, produciendo y reproduciendo un abismo social, un distanciamiento de la
21 Cfr. Bourdieu, Pierre, Condición de clase y posición de clase, Versión PDF. Pág. 89
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vida material que refleja, en términos de Weber, una estilización de la vida cuya
finalidad es ser vista y reconocida como un signo de distinción.
Dichos elementos consagran a este grupo como un grupo de estatus por el uso y la
forma de uso de los objetos, del lenguaje, de las prácticas culturales y sus principios de
consumo que buscan el aislamiento, donde lo público queda difuminado en el horizonte
de la propiedad privada. Como lo hemos visto en el texto,
Los sistemas simbólicos, estuvieran destinados, por la lógica de su
funcionamiento como estructuras de homologías y de oposiciones, o mejor, de
separaciones diferenciales, a desempeñar una función social de asociación y de
disociación, y más precisamente, a expresar las separaciones diferenciales que
definen a la estructura de una sociedad como un sistema de significaciones,
arrancando a los elementos constitutivos de esta estructura, grupos o individuos
de la insignificancia22
.
No obstante, la música clásica no opera como signo de distinción en el horizonte común
de la ciudad al ser legítimo solo en los estratos mencionados23
, ya que al ser el campo
económico el eje articulador de la sociedad, la mayoría de la población quiteña es
atraída por la industria cultural, al ser ésta la que les proporciona un lugar y les da
pertenencia en el horizonte simbólico sacándolos aparentemente del anonimato que
genera la dinámica de la ciudad.
Por otro lado, la segunda esfera de la música clásica responde a otro sector de la
sociedad conformada por músicos en su mayoría provenientes del Conservatorio
Nacional. Como se mencionó anteriormente dicho sector tuvo acceso a aquella música
que hasta entonces solo se escuchaba en ciertos salones de Quito ligados directamente a
los terratenientes quiteños hasta 1904, año en el que el presidente Eloy Alfaro
reinaugura el Conservatorio después haber sido clausurado por Ignacio de Veintimilla a
sus siete años de funcionamiento.
22 Ídem. Pág. 90 23 Para Bourdieu toda acción, práctica o consumo funciona como signo distintivo. Y cuando este signo se trata de una diferencia reconocida, legítima y aprobada por la comunidad se convierte en un signo de distinción. (Bourdieu, 36).
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Desde principios de siglo hasta los años 50 se formaron en el Conservatorio un amplio
grupo de músicos que respondiendo a la tendencia nacionalista desarrollaron música
popular, en la cual el pasillo se consagró como la forma emblemática de dicho periodo.
Este proyecto nacionalista que se encontró articulado a la revolución liberal reflejó la
lucha simbólica de las diferentes clases y fracciones de la sociedad por la definición del
mundo social conforme a la realidad social.
En esta segunda esfera la música clásica, sus construcciones simbólicas y las relaciones
que se generan a partir de ellas son distintas a las suscitadas por el discurso cultural-
musical promovido por el estrato mencionado en la primera esfera, ya que en este
espacio la música busca ser un instrumento de conocimiento y de comunicación, por lo
tanto de integración social, por medio de compositores que intentan desarrollar una
música académica con elementos propios de la música mestiza e indígena acorde al
horizonte simbólico común de la ciudad24
.
Dicho proyecto nacionalista que conjugaba el mestizaje de las formas musicales
europeas con las vernáculas no logró posicionarse en el imaginario de la ciudad, debido
a que por un lado la música académica continuó apartada del discurso cultural de la
ciudad por varias razones como la falta de difusión por parte de los medios de
comunicación; la falta de apoyo estatal25
, y la falta de interés por parte de los estratos
encargados de cultivar y filtrar a las demás capas de la sociedad ya que consideraban la
música nacionalista por sus componentes populares inferior a la música europea
consagrada como universal. Esto explica la falta de interés de algunos músicos en
ejecutar dicha música.
Se puede observar cómo a pesar de los acontecimientos históricos que llevaron la
música clásica a otros sectores de la sociedad y generaron reacciones subalternas, este
tipo de música continuó aislada de lo común. Sin embargo, es importante recalcar que la
música en este espacio no se constituye como un elemento de distinción porque los
24Algunos de los compositores son: Pedro Pablo Traversari (1874-1956), Segundo Luis Moreno (1882-1972) Luis. H. Salgado (1903-1977), Gerardo Guevara (1930), MesiasMaiguashca (1938), Arturo Rodas (1951), Juan Esteban Valdano (1967) 25 A diferencia de otros países latinoamericanos como México, Brasil, Cuba, la corriente nacionalista musical no fue acompañada de un proyecto político nacionalista que utilizara a la música como lenguaje y símbolo para la construcción de una identidad nacional que reflejara autenticidad, reconocimiento y revalorización rompiendo con una cultura construida a base de la separación.
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individuos que lo integran no provienen de una élite sino de las clases medias y en su
mayoría no poseen un capital cultural heredado, sino que más bien su gusto personal por
la música los llevo al cultivo de dicho arte.
Las relaciones que se presentan y se generan en este espacio son completamente
diferentes, ya que la música no opera como signo de distinción principalmente al no ser
consumida como una práctica cultural natural de la vida cotidiana, sino como una
experiencia esporádica de la que se es partícipe cuando es gratuita o de bajo costo. Este
factor es de suma importancia, ya que implica la participación de diversas capas de la
sociedad donde la ritualidad del concierto burgués se ve profanado con los aplausos a
destiempo, los constates murmullos, etc., que reflejan el uso no correcto de la palabra,
es decir, de este leguaje donde no solo el ritual es afectado por el “mal uso” de los
“incultos”, sino por la transformación del mismo espacio de acuerdo con la magnitud
del evento y al público asistente los cuales determinaran la forma y la dinámica del rito.
Los grandes eventos donde la ritualidad del concierto burgués se desarrolla con
completa perfección se llevan a cabo principalmente en la Casa de la Música, donde
todos los elementos incluidas las personas reflejan un ambiente de distinción y poder de
un estrato sobre la posesión de dicho leguaje. No sólo las personas se visten de gala sino
también su amplio número de trabajadores que dan la bienvenida en cada puerta del
maravilloso auditorio, los programas son un completo folleto que informan desde la
historia de la obras y sus compositores, la biografía de los intérpretes hasta una
detallada lista de los miembros de la fundación y los montos de sus generosas
donaciones. Cada detalle se encuentra planificado desde el champagne de bienvenida
hasta la copa de vino, el whisky, el sushi o el costoso café del intermedio.
Al contrario de los conciertos de menor talla, el espacio toma otro aspecto y los detalles
varían según el tipo de concierto. Por ejemplo, en los conciertos que realiza la OSNE no
existe champagne ni ningún producto de cortesía, así como no hay propagandas de
publicidad en los exteriores del auditorio exceptuando si se trata del apoyo de alguna
Embajada, no se contratan anfitriones y la cafetería cambia completamente desde su
menú, sus precios hasta la vestimenta de todos trabajadores del lugar. La gente no arriba
en sus costosos autos ni viste formal, la entrada cuesta 5 dólares por lo que el público
que conforma dichos conciertos es bastante heterogéneo.
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Otro de los espacios donde se lleva a cabo conciertos de alta talla es el Teatro Nacional
Sucre. No obstante, es interesante ver que la formalidad del concierto clásico en su
totalidad no se lleva a cabo, ya que si se toma en cuenta pequeños detalles como el
programa, la organización y la forma de relacionarse de los individuos con los músicos
donde la firma de autógrafos está abierto al público, dicha formalidad del rito se rompe
generando un ambiente un tanto informal. Por ejemplo, en el concierto tanto de Hillary
Hahn a falta de programa la directora del Teatro subió al escenario a contar la biografía
de las intérpretes y a explicar el repertorio, momento en el cual pidió de favor al público
abstenerse de aplaudir o de interrumpir después de cada movimiento.
Podemos apreciar como de acuerdo con la magnitud del evento son asignados los
espacios y como las relaciones que se generan en dichos lugares son diversas de acuerdo
a su público, es decir cómo determinada distribución de los modos discursivos implica
siempre una determinada asignación de funciones y lugares en los cuales los sin parte se
apropian de palabras que no les estaban destinadas26
.
El espacio público donde se materializan estas relaciones es paradojal, ya que envuelve
un entramando de relaciones complejas y contradictorias que se encuentran en constante
disputa por la transformación del orden simbólico, de tal manera que si bien los
espacios como la Casa de la Música o el Teatro Politécnico se constituyen como
espacios de representación donde se llevan a cabo ritos ya institucionalizados, dicho
lenguaje da cabida a una restructuración de las representaciones establecidas del
leguaje, la cual implica una apropiación de la palabra por parte de los sin parte, de los
“ignorantes” de este “culto” lenguaje.
Esto genera una nueva asignación de funciones y de lugares de los cuerpos donde
aparecen nuevas modalidades en la práctica espacial, de tal manera que poco a poco los
quiteños que no habían tenido la oportunidad de escuchar música clásica empieza a
asistir a los conciertos gratuitos de la OSNE, convirtiendo a la Casa de la Música o al
Teatro Politécnico en un espacio al que no sólo asisten los miembros de un determinado
26 Se hace referencia a esta categoría de los “sin parte” utilizado por Ranciére para describir a las demás fracciones de la sociedad que no tuvieron acceso a este arte y a sus prácticas culturales. Óp. Cit. Cfr. Ranciere, 2011. Pág. 17
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estrato, miembros de la orquesta, músicos o familiares de estos, sino estudiantes de la
misma universidad y gente de otras capas sociales que poco a poco van reapropiándose
de un discurso que por varias décadas les ha sido invisibilidad y negado.
Vemos que esta lucha por lo común que se lleva a cabo en estos espacios cada vez
genera nuevas relaciones y nuevas apropiaciones tanto de la palabra como de los
espacios. Esta puesta en lo común de este discurso es un proceso que como hemos visto
a lo largo de la historia ha permanecido como un fantasma. No obstante, desde hace 15
años la Orquesta Sinfónica bajo la dirección del maestro Álvaro Manzano empezó a
sociabilizar y visibilizar la música clásica en la ciudad Quito, “tocando gratis los
viernes en el Teatro Sucre con la finalidad de atraer a un público joven mientras hacen
tiempo para ir a las discotecas” así se “convirtió en costumbre ir los viernes a
escuchar a la sinfónica”27
. Luego se planteó cobrar por los conciertos pero el maestro
Álvaro Manzano decidió que el precio debía ser igual al de una entrada al cine, con la
finalidad de que poco a poco vaya incrementando el público y que se convierta en una
práctica cotidiana de los quiteños, en otras palabras, parte de su habitus.
La actividad de la Orquesta Sinfónica no fue suficiente debido a la falta de apoyo
económico y los problemas administrativos internos que no permitieron una vida activa
de la Orquesta. Hace dos años que empieza el proceso de restructuración interna de la
OSNE que intenta democratizar y socializar el acceso a la música clásica a través de
conciertos llevados a cabo bajo nuevos esquemas y en diferentes lugares y espacios de
la ciudad, que tiene la intención de llegar a más público sobre todo a niños y
adolescentes bajo formatos didácticos y sencillos, lo cual rompe con la idea existente de
que para disfrutar la música se necesita de un conocimiento previo, cuando en realidad
es solo cuestión de percepción28
. Dicho proyecto refleja una verdadera visibilización de
este arte, el cual poco a poco se encuentra filtrándose en el horizonte de sentidos y
busca convertirse en parte de lo común.
Este nuevo proceso no puede entenderse por fuera del actual proyecto político, ya que
los fondos destinados actualmente a la Orquesta Sinfónica han aumentado
notablemente, lo cual hace no sólo que los músicos tengan un mejor salario, sino que
27 Entrevista a Celia Zaldumbide. 17/10/2012. 28 Entrevista al Ing. Villacis, director de comunicación de la OSNE. 10/10/2012.
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cuenten con un amplio apoyo para la realización de los conciertos y su masiva difusión
a través de los distintos medios de comunicación y la publicidad además de la
construcción de un auditorio propio para uso tanto de los conciertos como de los
ensayos. Otro de los cambios importantes son las giras alrededor del país en ciudades
como Loja, Cuenca y Guayaquil, así como en otras ciudades latinoamericanas.
Actualmente, existen varias iniciativas de socialización de la música académica que
nunca antes habían existido en la ciudad y que son de suma importancia, ya que los
proceso de filtración no solo implican la configuración de un nuevo habitus en las
personas, sino también la búsqueda de éstas por una nueva forma de representarse en lo
social generando posiciones subalternas al orden establecido (rito).
Como hemos visto hasta ahora la música no es un ámbito totalmente autónomo que
tiene valor por sí mismo, sino que esta sólo tiene sentido en su relación con la división
de lo sensible, es decir, con la distribución espacio-temporal de los lugares y las partes
en una esfera común. La música, al igual que cualquier disciplina artística, tiene una
función comunitaria que consiste en “construir un espacio específico, una forma inédita
de reparto del mundo común29
”
Incocerto30
es un ejemplo de la manifestación de esta búsqueda por la construcción de
un nuevo espacio donde toda la figura discursiva que envuelve la música clásica se
deconstruye, configurando y condicionando lo visible y lo no visible, constituyendo
espacios que antes no existían al tocar en Iglesias, colegios y estructuras arquitectónicas
diferentes, instaurando una nueva figura discursiva que transgrede la distribución
anterior de la relaciones entre los cuerpos donde al no existir una brecha de separación
entre el músico y el público todos somos espectadores e intérpretes a la vez; donde el
público se encuentra mezclado entre los músicos convirtiendo al espacio en un todo,
difuminando la distancia tradicional; rompiendo el silencio y la oscuridad del lugar con
la luz de los sonidos en un juego de imágenes de claros y oscuros; creando por medio de
los sonidos el silencio entre movimientos instaurando así una nueva forma de concierto,
donde confluyen y cohabitan nuevos y distintos actores.
29Ranciere, Jacques, Sobre políticas estéticas, Versión PDF. Pág. 16 30Es una nueva Orquesta de Cámara compuesta por músicos independientes y miembros de la OSNE, los cuales tiene como objetivo llevar la música clásica a nuevos espacios, principalmente fuera del casco urbano de Quito donde esta música ha sido inexistente.
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Conclusiones
Como hemos podido observar a lo largo del presente artículo, no podemos comprender
a Quito como la configuración de un solo discurso que envuelva y contenga un solo
sentido de entender el mundo, ya que la ciudad es un entramado de relaciones sociales
muchas veces paradojales producto de la constante disputa simbólica donde la música
clásica opera como un elemento de distinción para ciertas fracciones de la sociedad,
como se pudo ver en la primera esfera que pretende posicionar la definición de lo
común según sus intereses en contraposición a otros sectores de la sociedad como la
OSNE, Inconcreto, músicos y nuevos espectadores que rompen y reconstruyen el
discurso y la ritualidad establecida por el estrato poseedor del discurso desencadenando
un conflicto por la redefinición de lo común.
A pesar del carácter heterogéneo de la ciudad y las constantes luchas simbólicas, es
característico de toda sociedad que exista una configuración discursiva hegemónica que
decide lo públicamente compartido y aceptado como lo común. Es así como el espacio
público es un ámbito en el cual se puede ejercer poder no solo a través de la acción sino
también del discurso, y es justamente la cultura entendida como lenguaje, el que decide
lo que es y no es arte, la música clásica como superior frente a la música popular, como
la Casa de la Música se convierte en el espacio que alberga a las élites frente al Teatro
Politécnico que al ser un espacio conocido y público tiene más acogida por distintos
sectores de la sociedad.
Tanto la sociedad como sus distintos universos simbólicos que construyen el horizonte
de sentidos de la ciudad se fundan bajo el dominio colonial construyendo un orden
social que ignoraba e ignora las diferencias existentes en el interior de la sociedad
intentando crear una ciudad de unidad y totalidad que no correspondían ni corresponden
a la realidad, instaurando un orden elitista que legitima comportamientos y prácticas
cotidianas como concierto de “alta talla” que por la forma en que son llevados a cabo y
su ritualidad desarticulan y fragmentan aún más lo social. Convierten así a Quito en esa
“ciudad platónica” basada en la distribución jerárquica de los cuerpos en la sociedad
con la participación desigual de sus miembros donde no todos tienen el poder de la
enunciación.
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El arte y la música clásica por su génesis se implantan como un elemento de distinción
en el orden construido por las élites quiteñas, esto explica que la música clásica en la
sociedad no sea un instrumento simbólico que sirva para la cohesión social, ya que no
cumple su función como elemento de conocimiento y comunicación para la mayoría de
habitantes de la ciudad. Esto explica que la creación de lugares como la Casa de la
Música haya sido un proyecto realizado por una pareja de migrantes alemanes que
debido a la casi inexistente presencia de la música clásica en Quito -dado que la
ejecución de dicho arte se encontraba y de cierta manera se encuentra como una práctica
cultural exclusiva de un grupo reducido que realizaba conciertos en sus propios espacios
manteniendo tanto la práctica como el discurso alejados del horizonte de sentidos31
-
construyan un espacio con el objetivo de brindar un lugar a la ciudad donde se difunda
la música manteniendo altos niveles de calidad, así como un espacio tanto para los
músicos del país como del extranjero, para que promuevan y motiven a los niños y
jóvenes a desarrollarse musicalmente.
Esto nos muestra que la música clásica casi no existe en el referente quiteño, por lo
tanto su valor simbólico es casi nulo para la sociedad, lo cual abre varias relaciones
paradojales. Por un lado, si bien por su origen es concebida como un elemento de
distinción, no opera de tal manera si lo ubicamos en el imaginario de la ciudad al no
poseer legitimación por la mayor parte de los miembros de la comunidad, ya que dentro
del referente común asistir a conciertos comerciales como Pit Bull, Marc Anthony,
Chayanne, Sabina, etc., otorgan mayor distinción a los quiteños no sólo por los altos
precios de sus entradas sino porque este tipo de música se encuentra legitimada y es
parte del horizonte simbólico de la gran parte de la ciudad. Pero si ubicamos la música
clásica dentro de las élites poseedoras del discurso del arte y la “cultura”, sí opera como
elemento de distinción que contribuye a esta “estilización de la vida” que desestructura
lo público al aislarse, conservando y fomentando su carácter privado contribuyendo al
escenario de desigualdad y fragmentación social y espacial que caracteriza esta ciudad.
31La Sociedad Filarmónica era la principal institución que se encargaba de la difusión y el fomento de la música clásica, inició formalmente sus actividades con un recital de Alfred Cortor, considerado en su momento como uno de los más grandes pianistas del mundo, su recital se realizó el 27 de agosto de 1952 con motivo de la primera restructuración y reinauguración del Teatro Sucre. Los artistas más destacados presentados por la SFQ fueron: Arturo Rubinstein, Claudio Arrau, Victoria de los Angeles, JaschaHeifetz, Isaac Stern, Andrés Segovia, Nicanor Zabaleta, Leonard Bernstein y la Filarmónica de Nueva York , Friedrich Gulda, Jaime Laredo, Los Solistas de Zagreb con Antonio Janigro, Niños Cantores de Viena, Mstislav Rostropovich, Andy Sheppard, Chick Corea, I SolistiVeneti con Claudio Scimone, Paul Badura-Skoda. http://www.casadelamusica.ec/fundacion/sociedad_filarmonica.php
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Si bien la música clásica correspondiente a la primera esfera se encarga de distribuir los
cuerpos, los espacios y las funciones instaurando por medio del rito burgués relaciones
de dominación al decidir quienes tienen la palabra y quienes forman parte de dicho
estrato al ser una obra de arte las relaciones de filiación, dominación y exclusión
instauradas por el discurso quedan borradas en la experiencia de lo sensible, ya que
todos los individuos “cultos o incultos” tienen su propia capacidad de percepción. De tal
manera que tanto los aplausos a tiempo o destiempo que surgen en los concierto de
Hilary Hahn en el Teatro Sucre o de Virginia Robilliard en el Teatro Politécnico reflejan
la interpelación del público por la obra de arte más allá de las formas establecidas del
rito.
Por lo tanto, en el arte y en las obras de arte no existe una verdad visible, no hay
realidades verdaderas ni verdades escondidas que sólo pueden ser develadas bajo el ojo
del culto y del sabio, ni como dice Ranciere un único régimen de representación e
interpretación de lo dado que imponga a todos su evidencia. “Toda situación es
susceptible a ser hendida en su interior, reconfigurada bajo otro régimen de percepción
y significación32
”. Porque si bien el arte es un lenguaje que encierra un entramado de
relaciones sociales, de dominación, de poder y de distinción, también es leguaje que
escapa del lenguaje. Son sonidos, formas, movimientos y colores que comunican a
través de lo sensible, donde todos somos espectadores e intérpretes a la vez, donde no
hay hombres de palabra ni hombres de ruido, donde el poder que tiene cada uno es el
poder de traducir a su manera aquello que percibe, “de ligarlo a la aventura intelectual
singular que nos vuelve semejantes a cualquier otro aun cuando esa aventura no se
parece a ninguna otra cosa33
”.
El arte es un espacio que nos refleja esta búsqueda de los habitantes de Quito por
posicionarse en la estructura social, no necesariamente como un elemento de distinción,
sino con la intención de ser parte y tener un espacio de comunicación, un espacio de
encuentro donde se generen tejidos sociales donde las personas se ven obligadas a una
lucha constante por la apropiación y reapropiación simbólica de los espacios una ciudad
que cada vez privatiza la vida convirtiendo a la capacidad de consumo en el criterio
32Ranciere, Jacques, El espectador emancipado, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2010. Pág. 52 33 Ídem. Pág. 23
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fundamental de inclusión y exclusión, transformando al Quito que queremos en una
ciudad estratificada, fragmentada y excluyente.
Es por ello que el espacio público deja de ser un espacio abierto para todos cuando se
imponen maneras de habitarlo y de transcurrirlo, cuando en realidad el sentido político
del espacio público tendría que estar dado por su carácter integrador, como espacio de
encuentro y contacto, donde el vivir como colectividad genere consensos y normas
informales producto de las prácticas sociales, experiencias políticas, históricas y
culturales que trasciendan lo individual, con el fin de crear sentidos de pertenencia
simbólicas e imaginarias.
Pensar en Quito como un relato significa que pueda verse no un cuerpo producido por
voces, sino voces que dibujan poco a poco una suerte de espacio colectivo, donde el
mito de la modernidad que nos hizo creer que la ciudad podía albergar en su interior lo
diferente, lo heterogéneo y convivir sin conflictividad quede destruido.
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CAPITULO 3
LA MOVILIDAD URBANA EN QUITO
… el lenguaje del poder “se urbaniza”, pero la ciudad está a merced de los
movimientos contradictorios que se compensan y combinan fuera del poder
panóptico…”
Michel De Certeau, La Invención de lo Cotidiano.
A manera de introducción.
Con el fin de indagar el espacio público (urbano) en Quito y, dentro de éste, la
diversidad de relaciones sociales y de poder que se tejen a través de mecanismos
constitucionales y leyes derivadas o mediante la existencia de cuerpos simbólicos de
inclusión o exclusión que pasan desapercibidos y hasta naturalizados por la mirada
cotidiana de lo privado o exclusivo, debemos realizar un esfuerzo por delinear un primer
análisis del espacio en su dimensión social. Dicho análisis creemos que debe basarse
necesariamente en las relaciones sociales que se suceden dentro del espacio público para
de esta manera lograr visibilizar las relaciones políticas34
que intervienen en nuestro
accionar cotidiano a manera de filtro y molde, organizando nuestra comprensión e
interacción dentro del espacio compartido, dentro de la ciudad.
El hablar de la existencia de relaciones políticas en el espacio con la finalidad de
comprender su manifestación y orientación responde a uno de los objetivos de nuestra
34CHAVARRIA Miguel, Algunas Consideraciones Teórico-Metodológicas Acerca de la Investigación “El Espacio Público en la Ciudad de Quito. Distinción Social y Exclusión Simbólica. Un Análisis Comparativo Con las Ciudades de Guayaquil y Cuenca”, PUCE-Instituto de la Ciudad, Quito, s/f, Pág. 1.
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investigación el cual es dar cuenta de las maneras en que se configura el espacio público
por fuera de los tradicionales estudios urbanísticos de planificación centralizada, de
prospectiva o de generación y ubicación de infraestructura (que terminan en dicotomías
como Norte-Sur) para superar, desde una visión crítica, la predominante orientación
arquitectónica y situar la problemática del espacio público y su generación en un nivel
sociológico, que acompañe la visión puramente técnica y que a su vez permita estudiar
la interacción social que da vida al espacio físico y que además lo pone en disputa en el
proceso de (re)codificación social cotidiana y política continua.
Al hablar de una aproximación sociológica del espacio apuntamos al contenido
simbólico que significa a estos lugares, significación que tiene lugar debido a una serie
de relaciones sociales históricas y su aceptación-reproducción a través del espacio-
tiempo que las contiene. Es así que requerimos hacer un análisis de los criterios y
códigos que se construyen para mediar el encuentro social y que se reproducen,
potencian o modifican a través de los discursos y prácticas de los diversos actores
sociales (académicos, colectivos ciudadanos, opinión pública-da, ciudadano raso etc.)
que componen la ciudad.
Si bien al apelar a una interpretación sociológica resulta evidente que entendemos el
espacio como resultado de una construcción social, debemos definir y explicar en
primer lugar y de forma absolutamente genérica el elemento sobre el que trabajaremos
nuestro análisis, es decir que debemos respondernos: ¿qué es el espacio?, y ¿cómo se
plantea una interpretación social del mismo? para posteriormente analizar la trama
político-simbólica que incide en la construcción del espacio público en el Quito actual,
centrándonos para este apartado en lo que se conoce como movilidad.
Del “espacio” hacia una comprensión social del “espacio”
Sin lugar a dudas el estudio del espacio ha sido materia de diversas vertientes
interpretativas que buscan reclamar dentro de su campo de intervención y de su
metodología de estudio autoridad frente al objeto.
En un intento mínimo (ya que no es problema central de la investigación) por rastrear
las comprensiones alrededor del “espacio” encontramos que este fue concebido,
desarrollado e interpretado principalmente dentro de ciencias exactas como la
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matemática35
, la física36
y la geometría37
. Igualmente localizamos referencias al
“espacio” y a su comprensión dentro de la filosofía, sin embargo estas aproximaciones
filosóficas -específicamente en el trabajo de Descartes, Kant y Hegel- poseen una gran
influencia de la tradición positivista, propia de las ciencias exactas, en las cuales el
estudio y familiarización del sujeto frente al mundo ocurre inicialmente en el campo de
lo abstracto por lo que se interpreta la existencia de los seres y del espacio (existencia
dentro del espacio) como un hecho fundamentalmente mental: un “espacio mental”
(movimiento de la conciencia, del espíritu, de las formulas matemáticas o de la lógica
formal) que debe dar sentido y extenderse en el mundo exterior. En la actualidad,
debido al excesivo carácter especializado que tiene el saber casi en su totalidad y al
desarrollo de la técnica, producto de esta especialización, encontramos variantes mucho
más sofisticadas y legitimadas de la aproximación positivista en lo que se conoce como
arquitectura y urbanismo, herramienta teórico conceptual de vital importancia en el
manejo y administración pública de las ciudades.
Sin embargo, el problema en términos sociológicos no radica en la visión positivista y el
carácter abstracto de ciertas ciencias, características que pueden resultar útiles en
muchos campos de la administración pública como por ejemplo la gestión de riesgos, en
la defensa nacional o en procesos productivos, sino en lo que omite o silencia dicha
aproximación del espacio –de carácter más abstracto, cuantitativo y geométrico- en el
proceso administrativo de lo público. Por lo tanto, consideramos que el avance de las
categorías conceptuales propias de la arquitectura y el urbanismo, junto con sus
instrumentos traducidos en estrategias y políticas no han logrado comprender el espacio
público de manera integral al reducir el abordaje social a una variación del crecimiento
demográfico, composición etaria de la población, propiedad y costos del suelo, límites
para la ampliación de la frontera urbana, idoneidad para la localización de zonas
industriales, etc. Como consecuencia tenemos proyectos y documentos oficiales que a
más de no considerar la diversidad de realidades que confluyen en el espacio público,
no logran apoyar su observación y diagnóstico en un enfoque social que problematice al
35 Para tener más claro como el espacio es interpretado desde las matemáticas, Lefebvre explica que esta ciencia demando dominio único sobre el “espacio” y sobre el “tiempo” por lo que inventaron espacios indefinidos como: espacio no-euclidiano, espacios curvos, espacios con x dimensiones (inclusive con una infinidad de dimensiones), espacios de configuración, espacios abstractos, espacios definidos por deformación o trasformación, mediante un topología, entre otros. 36Relación entre energía-materia-tiempo-espacio. 37 Esta ciencia es una rama de las matemáticas que dedica su estudio a las propiedades de las figuras geométricas en el plano o espacio como son puntos, rectas, planos, etc.
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espacio existente como un proceso que se corresponde tanto con una operación técnica
que lo planifica como de las relaciones históricas, sociales y de poder38
, que al operar en
el espacio lo simbolizan y otorgan sentido a los lugares, objetos y existencias que
componen el territorio que conocemos como Quito.
Queda claro entonces que uno de los principales problemas en lo que respecta al espacio
y su comprensión inicia en las múltiples perspectivas de interpretación que el avance del
pensamiento ha propiciado, esto es en la fragmentación de la realidad a través del
conocimiento que de manera general ha sustentado el desarrollo moderno de las
ciencias, sean éstas ciencias exactas o ciencias humanas. Al localizar la problemática en
lo que podemos denominar una “parcelación del saber” se impulsa de manera
simultánea un proceso de tecnificación y jerarquización que se reproduce mediante la
especialización y el distanciamiento entre el campo analítico (científico-técnico)
respecto del campo práctico (cotidiano).
Es por esto que más allá del estudio de la distribución de lugares con funcionalidad
social, materia a cargo de la arquitectura y el urbanismo, más allá del estudio de las
cosas per se, la aproximación sociológica que planteamos busca centrarse en la
actividad productora de dicha realidad materializada, en las condiciones de su
institucionalización, así como también en sus consecuencias dentro de la organización
de las relaciones sociales actuales al momento de compartir el espacio entre los
habitantes y su diversidad. Pero, ¿cómo realizar una aproximación sociológica del
espacio tomando en cuenta las problemáticas antes planteadas?
Para poder llevar a cabo el estudio de esta actividad productora del espacio público
creemos que no puede ser entendida sino a través de quienes la originan y que su
análisis debe realizarse tomando en cuenta dos elementos: 1) el proceso administrativo
que organiza y encauza nuestra interacción dentro de estructuras legales y físicas que,
seamos capaces de reconocerlo o no, poseen intencionalidad definida acorde a su
funcionalidad ideológica y, 2) el devenir histórico y social que significa al espacio
público gracias a las representaciones simbólicas que construimos e institucionalizamos
respecto de los usos derivados de las estructuras físicas existentes. Esto nos indica que
en términos de su manifestación ambos momentos son indivisibles y se suponen el uno
al otro. A partir de esta división de carácter metodológico y expositivo, más no
38Una excepción es la comprensión que brinda el marxismo dentro de la teoría social clásica respecto a los modos de producción y las relaciones sociales de producción y reproducción que estas generan; aquí se problematiza la interacción social en el marco de las relaciones económicas que definen y construyen un espacio social en forma de clases sociales.
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fenomenológico o empírico, trataremos de aportar al estudio del espacio público en
Quito un análisis que inicie y finalice en su componente político-social.
1) el proceso administrativo que organiza y encauza nuestra interacción común
dentro de estructuras físicas que, seamos capaces de reconocerlo o no, poseen
intencionalidad definida acorde a su funcionalidad ideológica.
Es precisamente bajo lo que hemos denominado de manera breve “proceso
administrativo y de organización de nuestra interacción común” que se sitúa la
planificación urbana a manera de operación técnica. De hecho su importancia es tal que
ningún Estado en todos sus niveles de gobierno puede, en la actualidad, darse el lujo de
carecer de unidades o direcciones de planificación dentro de su estructura orgánica.
Sin embargo, esta operación planificadora se presenta neutralizada, de manera similar
que las ciencias exactas por la objetividad del saber y las fórmulas empleadas. Bajo esta
supuesta objetividad se pretende dejar de lado u obviar el efecto social que este ejercicio
de administración y definición del espacio (re)produce.
Nos referimos a una separación no solo epistemológica o de organización del
conocimiento sino de poder y de concentración de capitales (económico, social,
simbólico, cultural e informacional) que al momento de operar terminan situando por un
lado a los planificadores urbanos como centro y autoridad del pensar la ciudad, y por
otro lado a quienes hacen la ciudad andándola, es decir desde la cotidianidad, desde su
apropiación y uso del espacio. De esta manera la división que inicia en el saber conduce
a la legitimación de actores minoritarios investidos de poder decisional a nivel de lo
público mientras deslegitima la visión “profana” incluso “carente” de amplios sectores
sociales. Esta distancia producida entre los actores que en los hechos terminan
habitando y compartiendo el espacio público es el resultado del proceso de planificación
urbana en su acepción más ortodoxa ya que en esta tradición “…no se trata de localizar
en el espacio preexistente una necesidad o una función, sino, al contrario, de
espacializar una actividad social, vinculada a una práctica en su conjunto, produciendo
un espacio [social] apropiado…”39
.En pocas palabras el ejercicio consiste en primero
crear el lugar o la infraestructura en el territorio (necesidad) para posteriormente generar
los lazos de unión y la funcionalidad social de tal estructura física, aún cuando estos
lazos sociales hayan existido previamente aunque con otra manifestación e
intencionalidad.
39 LEFEBVRE, H, Espacio y Política: El Derecho a la Ciudad II, Ediciones Península, Barcelona, 1976, Pág. 9.
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En el caso de Quito dicho ejercicio de planificación no ha sido inexistente ni ha pasado
desapercibido. Como ejemplo de esta orientación más ortodoxa de la planificación
urbana que ha operado se puede mencionar el plan regulador de la ciudad de Quito
elaborado por el arquitecto urbanista uruguayo Joan Odriozola y presentado al Alcalde
Andrade Marín en 194540
. En este plan, como señala el antropólogo Marcelo Naranjo:
…oficialmente se institucionaliza una estructura ocupacional de la
ciudad caracterizada por la segregación la cual obedece a una serie
de criterios estereotipados que no solamente hacen relación a una
jerarquía socio-económica, sino a supuestas incapacidades de
algunos segmentos poblacionales para vivir en determinadas áreas de
la ciudad. A modo de ejemplo –continua Naranjo-, el citado urbanista
(refiriéndose a Odriozola) manifiesta que los trabajadores del
ferrocarril por sus condiciones socio-económicas como también por
su membrecía cultural, no podían ir a vivir al barrio de la Belisario
Quevedo…sino que tenían que residir alrededor de la estación del
ferrocarril, zona apropiada a sus características…41
Pero más que ejecutar un sentencia o encontrar una verdad empírica que justifique
irrefutablemente la existencia de una segregación espacial y social explicita de estratos
o clases sociales por medio de la planificación urbana y su localización geográfica, más
que darnos respuestas, la cita busca generar interrogantes tales como quiénes son los
supuestos llamados a pensar la ciudad, hacerla y hablar de ella, ¿En función de qué
criterios se planifica? Y, finalmente ¿Cómo estos criterios que definen el sentido de la
planificación entienden lo común dentro de la administración pública?
Al formular toda esta serie de cuestionamientos ingresamos en los dominios de una
comprensión política y sociológica del espacio público y de la práctica técnica que está
llamada a pensarlo para centrarnos así en sus efectos dentro de la composición de las
40 Se debe dejar en claro que si bien el urbanista Odriozola diseño y conceptualizo todo el primer Plan Regular de Quito, él no pudo participar en su realización por problemas de salud. De esta manera cuando en el año 1974 el municipio de Quito invita al urbanista a evaluar como se ha desarrollado el proyecto de ciudad que él ideo se encuentra con que lo que observo distaba mucho del concepto original que se planeo. En palabras de Odriozola el problema fue que:”…del plan que yo había preparado…muy pocas cosas se llevaron a cabo y por cierto que no se llevaron adelante las cosas más importantes. ¿Por qué? Porque al contrario de los centros donde existe una verdadera cultura tradicional que no importa el partido que está o que cambie en el gobierno, pero donde se ha sentado una línea de conducta para dirigir los trazos de la marcha del país o de la región o del departamento o de la ciudad, cambie o no cambie el gobierno, esas líneas con las modificaciones impuestas por el paso del tiempo y no por el paso de los políticos, se continúan.” En DOMINGO Walter, Entrevista al Arquitecto Guillermo Jones Odriozola sobre el Plan Regulador de Quito 1942-1944, Revista TRAMA, Número 56, Enero, 1992. 41 NARANJO, M, Segregación Espacial y Espacio simbólico: Un Estudio de Caso en Quito, Pág. 328, disponible en http://www.flacso.org.ec/biblio/shared/biblio_view.php?bibid=8782&tab=opac
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relaciones sociales. Es así que para nosotros la planificación urbana puede ser
considerada de carácter político por dos motivos: el primero se debe a que su ejercicio
se realiza y perfecciona dentro de lo que conocemos como Estado moderno (central o
local), estructura donde se concentra principalmente el poder político en una sola fuente
legal y legítima llamada norma constitucional de la que se derivan toda una serie de
leyes y políticas que, por más democráticas o consensuadas que se presenten, obedecen
a la necesidad misma del Estado por consolidar su establecimiento y funcionamiento
exclusivo. Este proceso histórico por la definición de una forma específica de
organización del poder culmina y sostiene dentro del Estado lo que Max Weber llamó el
“monopolio del uso legítimo de la violencia física en un territorio determinado”,
definición a la que Bourdieu agrega lo que él llama violencia simbólica.
Si bien el monopolio (violencia) que ejerce el Estado sobre lo simbólico no se
manifiesta de manera tan evidente como el monopolio de la violencia física que ha
desarrollado cuerpos específicos para su ejercicio (policía y ejército), la dominación
sobre lo simbólico determina los significados o visiones de mundo legalizadas,
permitidas y extendidas en el tejido social, las mismas que se corresponden íntimamente
a las sensibilidades de ciertos grupos sociales que alcanzan la administración de la
institucionalidad formalizada. Esto quiere decir que en la disputa por el Estado, por el
poder y manejo de lo común formalizado, se incluye una disputa de carácter ideológico
y hegemónico en la medida que se refiere al sentido de vida, a una visión de mundo. La
ciudad de Guayaquil es el mejor ejemplo de esta dominación simbólica apuntalada
además con el ejercicio de dominación física y para observarlo no hace falta más que ir
al Malecón 2000, examinar su señal ética y las disposiciones oficiales que regulan hasta
las manifestaciones más elementales de afectividad o sino caminar por el centro de la
ciudad y percibir el sentido persecutorio que acosa a los vendedores informales a través
de la policía metropolitana.42
42 En un estudio etnográfico realizado por X. Andrade se analiza de manera más extensiva el carácter de lo público construido por los urbanistas y administración local en la ciudad de Guayaquil. Es interesante que para Andrade las “…observaciones etnográficas dan cuenta del proceso de regeneración urbana en Guayaquil como una producción esencialmente turística, la misma que tiene como contrapartida la aniquilación gradual del espacio público expresada mediante políticas de control y vigilancia e, igualmente, la participación e incorporación de las coreografías del poder local por parte de los urbanistas...”. Dentro de la construcción de visión de mundo impulsada en la ciudad porteña y extendida incluso en la existencia física de la ciudad se observa que “En el Malecón 2000, por ejemplo, un bote de paseo, denominado Capitán Morgan parte de un muelle que tiene como símbolo el McDonalds adyacente…todo patio de comidas en los dos malecones renovados incluye un Kentucky Fried Chicken, y letreros advirtiendo que se guarda el derecho de admisión, los mismo que sirven para excluir a vendedores ambulantes y sectores marginales tales como los travestis e, inicialmente, también a los homosexuales…”. ANDRADE, X. en CARRION, F. y HANLEY, L. (ed.), Regeneración y Revitalización Urbana en las Américas: Hacia un Estado Estable, FLACSO-Ecuador, Quito, 2005, Pág. 148-149.
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Se visibiliza entonces que el dominio del Estado y del campo político es de vital
importancia dentro de un proyecto que aspire administrar lo público y dominar lo
simbólico por lo que el ejercicio de la planificación junto con sus ejecutores se
convierten en elementos claves en la construcción y fortalecimiento de hegemonías (en
el sentido de dominación política y moral) nacionales o locales, en lo que respecta a la
regulación de la ciudad, de los/las ciudadanas y sus flujos, ergo, en la construcción de la
comunidad, de una convivencia y del Estado moderno en su totalidad. Como dice el
propio Bourdieu al respecto de la emergencia del Estado, su funcionalidad, su relación
con los capitales y sectores sociales que se lo disputan para conformarlo:
…[el Estado es el] resultado de un proceso de concreción de
diferentes especies de capital, capital de fuerza física o de
instrumentos de coerción (ejército, policía), capital económico,
capital cultural…capital simbólico, concentración que, en tanto tal,
constituye al Estado en detentor de una suerte de meta-capital que da
poder sobre otras especies de capital y sobre sus detentores. La
concentración de diferentes especies de capital…conduce…a la
emergencia de un capital… estatal… permite al Estado ejercer un
poder sobre los diferentes campos y sobre las diferentes especies
particulares de capital… la construcción del Estado va de la mano de
la construcción del campo de poder entendido como el espacio de
juego en el interior del cual los detentores de capital…luchan
especialmente por el poder del Estado…43
Dicha condición tendiente a la generación de un gran meta-capital, puesto en disputa y
que además funciona y organiza la vida social a través de la institucionalidad estatal es
la que nos acerca a nuestra segunda observación sobre el carácter político que la
planificación va adquiriendo y que tiene que ver con el cómo este opera. Ya no es tan
solo desde donde tiene lugar la planificación y con qué finalidad o articulación sino con
las distancias sociales que (re)produce este ejercicio al separar la mayoría de veces,
como ya lo dijimos, el campo analítico del campo práctico, es decir que dicho carácter
político se presenta dentro de la planificación en tanto y en cuanto es en su práctica y
43 BOURDIEU, P, Génesis y Estructura del Campo Burocrático, Pág. 3, disponible en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/forte/articulos/genesis.pdf
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retórica donde se establece “…la relación entre el poder común de la comunidad (lo
compartido y cedido) y la distribución de los cuerpos en lugares y funciones…”44
.
Debemos aclarar que la distribución de cuerpos y lugares no se refiere a una
distribución geográfica o espacial en el sentido de los planes oficiales, sino que
distribuye a los cuerpos y más importante aún sus voces y demandas dentro del campo
político gracias a la investidura de autoridad y legitimidad que se concede a ciertos
operadores para referirse a temas o conflictos que en su administración y resolución
tienen efectos sobre la vida de todos, y a la desposesión de sectores sociales que tiene
lugar de forma paralela a esta investidura. Por lo tanto en este punto nos encontramos en
un nivel de carácter más discursivo que en el nivel de la planificación urbana opera de
forma articulada con el análisis del control del capital político concentrado en el Estado
y sus principales actores.
Así mismo es evidente que en términos de la construcción del discurso se trata de
problematizar en correspondencia a que criterios ideológicos –hegemonías, cúmulos de
capital- se piensa lo común desde los núcleos de poder institucionales, más aún cuando
en la actualidad priman debates en torno al derecho a la ciudad y al hábitat urbano.
Finalmente la delimitación, definición y materialización con la que culmina el ejercicio
planificador no se reduce a la constatación de la objetividad y de la técnica empleada
dentro del proceso de planificación como tal sino en cómo este proceso va construyendo
realidades físicas y discursivas a las que los habitantes de la ciudad debemos remitirnos
y de ser el caso desmontarlos.
2) El devenir histórico y social que significa al espacio público gracias a las
representaciones simbólicas que construimos e institucionalizamos respecto a
sus usos derivados de las estructuras físicas existentes.
Sería un error considerar que el entramado discursivo y práctico que genera la
planificación urbana como técnica de administración local sea aceptado sin más. Al
presentarlo de esta manera estaríamos asumiendo como axioma la supuesta carencia de
saberes por parte de ciertos actores y consolidando una interpretación del
funcionamiento de lo social y de lo común mediante la imitación o imposición fundada
en un sentido a-crítico de la población en general, cuando son justamente estas visiones
las que pretendemos de-construir en la aproximación sociológica que proponemos.
44 RANCIERE Jacques, El Tiempo de la Igualdad, Editorial Herder, Barcelona, 2011, Pág.34.
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Tal como acabamos de recalcar la planificación urbana no solo genera documentos a
manera de planes y/o políticas sino que funda discursos que (re)producen y apuntalan
ideologías hegemónicas articuladas a instituciones y actores que concentran la
distribución de lo simbólico en su forma de capitales monopolizados, sin embargo esto
no quiere decir que este deba ser el núcleo de nuestro análisis. Nosotros creemos que de
manera simultánea debemos centrarnos en el análisis de la otra cara de la moneda, la
misma que se encuentra signada por los usos y sentidos de mundo y vida subyacentes
dentro y fuera de la mirada oficial (izada). Es justamente aquí donde va adquiriendo
fuerza nuestro planteamiento según el cual espacio público es un espacio político
construido socialmente y en constante disputa.
Se debe dejar en claro que no se niega la existencia de un marco de valores extendido
socialmente, al que la sociología del conocimiento conoce como “acopio social del
conocimiento”45
, aparentemente naturalizado, al que nosotros denominaremos código46
.
Estos entramados significantes/simbólicos que conforman el código son centrales en
nuestro análisis ya que median nuestra interacción social y visión de mundo
privilegiando, en este caso, cierto tipo de “valores” y representaciones fundamentadas
principalmente en la base material de cierto consumo cultural como objetos, lugares,
situaciones o gente. Como consecuencia encontramos un espacio social en el que los
sujetos, para poder ocupar posiciones, para lograr transitar y moverse socialmente, para
adquirir características específicas que los diferencien, deben recurrir a la adquisición de
objetos que otorgan un plus análogo al maná de la vida religiosa y que en términos
sociales se conoce como status.
De esta manera la extensión dominadora de un representación específica de la vida
social a través de la proliferación del código sedimentado no se entiende únicamente
apuntando a los actores más visibles, a la punta del iceberg, como puede ser tanto la
administración local o central como los medios de comunicación y ciertas “cruzadas”
moralizantes que llevan a cabo, sino que toda esta disposición sensible debe tomar
forma habitando el diálogo común que hemos implantado para otorgar sentido a nuestra
vida cotidiana y dentro de ella a todo lo que nos rodea. Si bien existen varios
45 BERGER Peter y LUCKMAN Thomas, La construcción social de la realidad, Amorrortu Editores, Bueno Aires, 2005, Pág. 58. 46 Planteamos esta categoría ya que la misma condensa en su funcionamiento la capacidad que posee el lenguaje en construir campos semánticos que trascienden la realidad de la vida cotidiana y se remiten a un proceso histórico que va desde su planteamiento inicial (externalización) pasando por su objetivación o institucionalización para terminar siendo internalizado a través de un proceso de sedimentación intersubjetiva de estos signos legitimados y transmitidos socialmente, pero separados temporalmente de su contexto de enunciación inicial.
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mecanismos encargados de potenciar y afirmar dichas disposiciones, éstas se ven
mediadas por especificidades culturales e históricas del grupo receptor y usuario del
código cultural heredado; es decir, por las maneras en que esté es empleado y
simbolizado por nosotros en su uso (artes de hacer). En este sentido refutamos la
supuesta pasividad de los sujetos-consumidores y la masificación de las conductas para
plantear, junto con Michael de Certeau, que dichos códigos hegemónicos funcionan:
…como las herramientas, los proverbios o los discursos diferentes,
[que también] están marcados por los usos; presentan al análisis
huellas de actos o de procesos de enunciación; denotan las
operaciones de las cuales han sido el objeto, operaciones relativas a
situaciones que se pueden considerar como modelizaciones
coyunturales del enunciado o de la práctica, de manera más amplia,
indican pues una historicidad social en la cual los sistemas de
representación o los procedimientos de fabricación ya no
aparecerán como cuadros normativos, sino como herramientas
manipuladas por los usuarios…47
En consecuencia creemos que estamos frente a un tipo de “contra planificación” que
procede de los usuarios carentes de ese saber concentrado en capitales, pero que en la
medida de su accionar y existencia dentro el mundo planificado rompen con los
esquemas pensados desde el poder, rompen con la ciudad utópica planteada por el
ejercicio urbanístico para ensanchar sus fronteras y replantear los esquemas bajo los que
se nos ha encausado a manera de solución urbana. Hay que tener cuidado sin embargo
confundir esta ruptura que planteamos aquí con una apuesta a la ausencia de
planificación o de administración pública de lo urbano, por el contrario, solo tratamos
de poner en relieve como las dinámicas sociales y sus percepciones en algunos casos –
no todos- pueden ir más allá o ser más eficientes en la resolución de conflictos
comunes, tal y como quedará expuesto en el siguiente punto de nuestro análisis
alrededor del estudio de la movilidad en Quito.
Este enfoque entendido de manera integral, tal como se lo ha planteado, nos permite
revelar la existencia de una ideología dentro de los sistemas de representación que
operan en el proceso de planificación del espacio público, ideología que es producto de
la historicidad social (conformación-aceptación-continuidad) que marca las
47 DE CERTEAU, Michel, La Invención de los Cotidiano: I Artes de Hacer, Universidad Iberoamericana, México, 2007, Pág. 25 y ss. Las negrillas son nuestras.
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especificidades del pensar y construir ciudad, y que además se manifiesta en el conjunto
de edificaciones levantadas a nuestro alrededor. También nos permite poner énfasis en
los mecanismos de apropiación-resistencia-aceptación que se encuentran en medio de la
existencia y propagación del marco interpretativo y de acción derivado de esta matriz de
pensamiento. De tal manera que al hablar del técnico-planificador en contraposición a
los actores que hacen ciudad al andar en ella buscamos delimitar las brechas y
escisiones entre la representación del deber ser de la ciudad y de lo que se práctica en
ella.
Por lo tanto nuestro interés no radica únicamente en la historia de las mutaciones del
espacio (como creció, hacia dónde se direccionó ese crecimiento, etc.) sino en las
variaciones sociales de lo que consideramos son los diferentes momentos espaciales
dentro de la producción del espacio público, nos referimos a los espacios de
representación y su incidencia en la representación del espacio. Esta correspondencia
que deviene en una capacidad generadora del espacio o en su producción social es la
que estudiaremos en torno a la movilidad en Quito retomando algunos planteamientos
del ya citado Lefebvre. Así podemos identificar la existencia de tres momentos
interrelacionadas dentro de la producción social del espacio y de su disputa política:
1. La práctica espacial: práctica que produce y se apropia del espacio mediante la
creación de “lugares” y sistemas jerárquicos capaces de invisibilizar el espacio
como relación social impuesta.
2. Representaciones del espacio: es el espacio conceptualizado y dominante en
una sociedad. Este momento del espacio es creado por actores técnicos
(planificadores, urbanistas, tecnócratas, ingenieros sociales, etc.).
3. Espacio de representación: es el espacio dominado en el que la imaginación de
los habitantes y sectores subalternos pretende transformar y apropiarse del
espacio oficial a través de resistencias simbólicas. Establece las relaciones de los
sujetos frente a los objetos y las lógicas de los posibles cambios en el espacio. 48
48Cfr., LEFEBVRE, Henri, The Production of Space, Blackwell Publishing, Oxford, 2007, Pág. 38-46. Esta tríada también puede ser explicada de la siguiente manera (HIERNAUX-NICOLAS, Daniel, Henri Lefebvre: del espacio absoluto al espacio diferencial,versión PDF disponible en http://148.206.107.15/biblioteca_digital/articulos/12-264-4132wvf.pdf):
Lo percibido---->La práctica del espacio Lo concebido--->La representación del espacio Lo vivido--------->Los espacios de representación.
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Finalmente esta división conceptual del espacio y del proceso de su producción nos
sirve para el estudio del espacio público en Quito ya que brinda herramientas que
facilitan la observación relacional de los elementos físicos con los elementos simbólico-
representativos que se movilizan tanto en la construcción social, sea técnica o “profana”
del espacio, pero que al encontrarse producen la disputa política que tiene lugar en la
definición del sentido del espacio público. Debido a que no podemos analizar todos los
elementos que entrarían dentro de esta disputa, abordaremos la problemática desde lo
que se conoce como movilidad y la incidencia de voces y demandas emergentes que
debido a la fuerza que han tomado en la actualidad han podido incidir en la
planificación y en la política pública local.
Quito: lo urbano, su consolidación y el espacio.
Para entender la dinámica de cualquier ciudad primero debemos tener claridad en lo que
respecta a su proceso histórico de constitución para lo cual estamos obligados a
diferenciar la ciudad como lugar de convivencia o asentamiento común y el hecho
urbano como proceso histórico propio de la modernidad, relacionado íntimamente al
desarrollo industrial e integración económica de los territorios.49
De hecho, la ciudad
como hecho político existe mucho antes que la noción de “lo urbano”. Entender dicho
proceso de consolidación del hecho urbano nos remite inevitablemente a la dicotomía
entre lo tradicional y lo moderno -trabajada brillantemente por Eduardo Kingman-
según la cual los cambios históricos tendientes hacia la modernidad, en el caso de
Quito, están dirigidos “…no solo a generar modificaciones urbanísticas y
arquitectónicas, sino a la diferenciación social de los espacios, así como a introducir
“limites imaginarios” entre la ciudad y el campo…”50
.
El resultado de esta diferenciación y generación de “limites imaginarios” dentro del
espacio conduce al establecimiento de una “modernización tradicional”51
producto de
un largo proceso histórico de diferenciación social que inicia en Quito hace no menos de
cien años, entre 1870 y 1970.52
Es precisamente este el punto: podemos localizar con
49 Cfr., LEFEBVRE, Henri, El Derecho a la Ciudad, Ediciones Península, Barcelona, 1978, Pág. 18-21. 50 KINGMAN, Eduardo, La Ciudad y los Otros: Quito 1860-1940, FLACSO Sede Ecuador- Universidad Rovira e Virgili, Quito, 2006, Pág.41. 51 Se define a nuestra modernidad bajo esta categoría ya que: “Las propias élites no eran completamente modernas y en muchos aspectos su modernidad se reducía a los signos exteriores. En el caso de Quito, en concreto, los señores de la ciudad eran, al mismo tiempo, señores de la tierra, de modo que su paso a la modernidad fue resultado del incremento de las rentas hacendatarias y el desarrollo del capital comercial y bancario, hasta los años treinta y cincuenta, antes que de una incursión en la industria o un desarrollo manufacturero. Se trataba de una modernidad incipiente, y excluyente a la vez, que se expresaba sobretodo en el consumo y en la secularización de los gustos y costumbres…” IDEM, Pág. 49. 52 IDEM, Pág. 67.
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cierta exactitud cronológica cuando inicia dicha “modernización tradicional” pero no
cuando termina por lo que para nosotros este sentido tradicional fundamentado sobre la
exclusión y segregación espacial y simbólica en el espacio público no se agota en 1970,
sino que es a partir de esta fecha que la dominación simbólica del espacio público y de
quiénes lo conforman adquiere otros sentidos y visibiliza a otros actores.
Para ser exactos es en 1970 cuando se consolida un nuevo tipo de dominación simbólica
instaurada gracias a la emergencia de un actualizado código de convivencia urbana en
Quito, código que privilegia dentro del modelo de ciudad deseado la generación de
infraestructura vial a través de la ingente inversión (ver tabla 1) y planificación pública
para la construcción de túneles, intercambiadores o ampliación de vías, por lo que de
manera simultánea se comienza a privilegiar nuevos objetos trascendentales en la vida
social como el automóvil, produciendo, entre otras cosas, el aislamiento del individuo
dentro de un coche privado para poder moverse en la ciudad. Se entiende que por ser
nueva esta dominación no abandona su carácter tradicional, por el contrario la actualiza.
Tabla 1.- Inversión en vialidad alcaldía Sixto Duran
Ballén.
Año Monto (en sucres)*
1971 4ʾ043.547,76
1972 9ʾ444.969,30
1973 18ʾ396.408,45
1974 20ʾ631.990,70
1975 9ʾ950.098,41
1976 8ʾ784.774,50
1977 14ʾ325.662,24
1978 5ʾ297.834,45
Fuente: "La obra municipal del Arquitecto Don Sixto
A Duran-Ballén Cordovez al dejar la Alcaldía de la
Ciudad tras ocho años de labores"
Elaboración: del autor.
* Estos montos incluyen pagos por concepto de
expropiación.
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Pero ¿qué sucedía en el Ecuador y, específicamente, en Quito de 1970 que facilita todos
estos cambios? Como denomina con acertada ironía Alberto Acosta el Ecuador en esos
años pasó de ser un “pobretón bananero a nuevo rico petrolero”53
, realidad que
contribuyó a la llegada de la famosa inversión extranjera y por consiguiente al
desarrollo exponencial de la empresa privada en nuestro territorio.
Estas nuevas condiciones económicas impulsadas por la explotación petrolera
articularon al Ecuador dentro de una economía política ligada a los flujos del mercado
mundial lo que derivó en la constitución del espacio urbano y en éste del espacio
público como el punto de confluencia de estos flujos comerciales, por lo que la
planificación de la ciudad empieza a dar preeminencia a las conexiones y conectividad
produciendo espacios diseñados para la circulación de mercancías y capitales. Como
nos indican los datos de la época, en los años setenta “…se registraron los montos más
altos de inversión extranjera con un pico de 162,1 millones en 1971; desde entonces la
inversión extranjera no volvió a superar el promedio de los cien millones de
dólares.”54
.
Al interior del país fueron las grandes ciudades, especialmente Quito y Guayaquil, las
que se beneficiaron mayoritariamente de los ingresos petroleros por lo que se
consolidaron dentro de estos territorios grupos sociales y económicos con las
condiciones propicias y los mejores vínculos para el desarrollo de la industria, el
comercio y las finanzas. De manera general encontramos que varios grupos privados55
aprovecharon la bonanza petrolera en nuestro país no solo gracias a la facilidad para
vincularse con sectores productivos o financieros sino a través de subsidios del Estado
como el congelamiento de los precios y tarifas de los bienes y servicios de las empresas
públicas, mediante tarifas deprimidas en el transporte o alimentos, exenciones
tributarias y exoneraciones arancelarias para la importación de bienes con fines de
industrialización endógena, expansión del gasto y la inversión fiscal, créditos
preferenciales para la industria y barreras arancelarias que protegían de la competencia
extranjera. 56
53 ACOSTA, Alberto, Breve Historia Económica del Ecuador, Corporación Editora Nacional, Quito, 2006, Pág. 119. 54 IDEM. 55 Entre estos grupos privados podemos encontramos: Ecuatoriana de Aviación, Banco la Previsora, Ingenio Azucarero del Norte (IANCEM), Azucarera Tropical Americana (AZTRA), Empresa de Leche Cotopaxi, Ecuatoriana de Artefactos, etc. IDEM, Pág. 132. 56Cfr., IDEM, Pág. 124-134.
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Gracias a la concentración de los réditos dejados por el “desarrollo petrolero” en Quito
ocurren de manera paralela procesos de migración interna hacia la ciudad capital,
incrementando los problemas de ocupación del suelo y reforzando una vez más el
carácter tradicional de nuestro proceso de modernización. En términos de la
planificación urbana y ordenamiento territorial estamos a las puertas de lo que se
conoce como una transición en la ocupación del suelo y estructuración de la ciudad que
va de lo concéntrico (ordenamiento territorial en circunferencia alrededor de un centro)
hacia lo policéntrico (ordenado de forma reticular con varios centros)57
; proceso que
termina consolidando lo que actualmente se conoce como hipercentros dentro de
macrocentralidades. Como ejemplo del crecimiento de la ciudad que fortalece el
naciente carácter policéntrico en la década de los 70tas tenemos el aparecimiento del
barrio Mariscal Sucre y, en los alrededores de la Carolina, el primer centro comercial de
la ciudad llamado CCI58
. Queda claro que en este contexto la ejecución de obras de
vialidad por parte del municipio no obedecía exclusivamente al desarrollo y articulación
comercial sino también a la necesidad urgente de la ciudad por poseer la infraestructura
necesaria que comunique las nuevas centralidades en la menor cantidad de tiempo
posible.
Ratificado como alcalde por la dictadura militar59
el Arq. Sixto Duran Ballén decide
llevar a cabo en su mandato las respectivas obras para solventar las primigenias
necesidades viales y de movilidad desde la administración municipal. Para esto realiza
toda una serie de contrataciones tanto con empresas nacionales como internacionales
privadas, (ver Tabla 2.-) lo que hace de esta inversión y trabajo en vialidad dentro de la
ciudad el portaestandarte de una administración eficiente y no demagógica: eficiente ya
que “…en este periodo de siete meses [antes de abandonar la alcaldía], se logró
pavimentar una superficie superior a le ejecutada en el quinquenio anterior a nuestra
administración…”60
; y no demagógica –entiéndase técnica- ya que la obra “…no
57 Cfr., GORDON, Sofía, La Movilidad Sustentable en Quito: Una Visión desde los más Vulnerables, FLACSO-Abya Yala, Quito, 2012, Pág. 14. 58 Al respecto de la construcción del primer centro comercial del la ciudad, el CCI se fundó en 1971 y fue construido por la familia Wright gracias a la concesión del terreno –inicialmente un sector del actual parque La Carolina- por parte del Municipio de Quito que en se entonces estaba bajo la administración del Arq. Sixto Duran Ballén. Lo realmente curioso está en la relación familiar que unía al alcalde con el naciente grupo económico de los Wright ya que la señora Carmen Duran Ballén de Cordovez, hermana del alcalde Sixto Duran Ballén de Cordovez, estaba casa con el señor Guillermo Wright. De esta manera se hace evidente como el poder político público, representado por la Alcaldía, beneficia al sector privado concediéndole no solo subsidios sino infraestructura para su despunte y actual monopolio. 59 Decreto Supremo del 31 de julio de 1974. 60 DURAN BALLEN, Sixto, La Obra Municipal del Señor Arquitecto Don Sixto A. Durán Ballén Cordovez al dejar la Alcaldía de la Ciudad tras ocho años de labores, 1978, Quito, S/e, Pág. 18.
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obedece[ce] ni a pedidos ni a presiones, ni a ofrecimientos demagógicos, sino a una
planificación global, a un enfoque total de la zona metropolitana de Quito; [ni a]
pensar no en lo inmediato sino a largo alcance…”61
Fuente: IDEM.
Elaboración: del autor.
*datos hasta el 31 de Enero de 1978.
Resulta interesante que dentro de esta administración, específicamente en el documento
de fin de gestión presentado por Durán-Ballén a la comunidad, ya se empezaban a
avizorar –sin prestarle mayor atención- las consecuencias a largo plazo de estos grandes
proyectos de vialidad y del avance exclusivo en infraestructura física para el tránsito de
automóviles. Estamos hablando del fomento del carro como el medio de transporte que
la ciudad necesita, impulsado desde el gobierno local y consolidado en el paisaje urbano
(ver gráfico 1) mientras se olvida que las ciudades se hicieron para la circulación de
individuos, cuerpos, entrelazamientos entre ellos, y no solo de máquinas. También es
importante resaltar cómo en el mismo documento, mientras se jacta del proceso de
fortalecimiento de la red vial (ver mapa 1), se habla del supuesto “…anhelo de muchos
años [y], de muchos de nosotros: la peatonalización de la ciudad de Quito en su parte
61 IDEM, Pág. 22.
Tabla 2.- Empresas contratadas para obras viales.
Empresa Contratado Realizado*
CEPA 667.000m₂ 556.992m₂
TERAN HNOS. 372.100m₂ 312.436m₂
DE LA TORRE 203.700m₂ 193.468m₂
ASTRA 368.00m₂ 353.811m₂
CALICANTO 275.100m₂ 61.270m₂
ASFTS. COLUMBIA 108.000m₂ 54.000m₂
DAEWOO 1ʾ591.000m₂ 153.235m₂
MENATLAS 75.000m₂ 30.000m₂
MENESES 110.300m₂ 50.000m₂
H.T INTERNACIONAL 818.800m₂
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céntrica…”62
, anhelo por el cual poco o nada se hizo durante esa administración. Por el
contrario, cuando en la actualidad se realiza la evaluación de estas obras se ve que si
bien estas “…descongestionaron la ciudad en su momento, no contemplaron las
externalidades negativas que provocarían, al generar espacios, recovecos de difícil y
peligroso acceso peatonal, sirviendo y facilitando el uso y la velocidad de los
vehículos…”63
.
Grafico 1: crecimiento parque automotriz de Quito 1970-
2008 (con proyecciones al 2025)
Fuente: Plan Maestro de Transporte, 2008
62 IDEM, Pág. 25. 63 Óp. Cit., Flacso-Abya Ayala, Pág. 47.
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Mapa 1: Consolidación de la red vial urbana por etapas ciudad de
Quito- 1921-2001 (las vías marcadas con color verde se corresponden
a los tramos construidos entre 1971-1987)
Fuente: IDEM.
Son precisamente las externalidades negativas de aquellos grandes proyectos históricos
de infraestructura que en ese entonces eran de avanzada para la ciudad los que nos abren
campo para descubrir la problemática del espacio urbano público en términos sociales y
políticos, y, dentro de este gran espectro, el problema de la movilidad, el mismo que
hoy por hoy se ha consolidado indudablemente como una demanda central por parte de
varios colectivos y organizaciones ciudadanas de Quito a ser tomada en cuenta por
cualquier aspirante a la administración local.
Es así que retomando las categorías teórico-metodológicas planteadas al inicio de este
trabajo encontramos que el Quito de la década de los 70tas nos revela dos momentos
históricos que facilitan una cadena interpretativa interrelacionada del espacio social. El
primer momento es la evidente existencia de una representación del espacio trabajada
e implementada a través de la alcaldía de Durán Ballén y, el segundo momento,
derivado del primero, es la institucionalización de una práctica espacial que consolida
un tipo de simbolización, codificación y uso del entorno físico de la ciudad fundado
especialmente en la capacidad de poseer un automóvil para movilizarse. Pero en
términos concretos, ¿qué efectos genera sobre la vida social esta práctica espacial
inaugurada en los 70tas?
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Tal y como lo veníamos mencionando en Quito se establece un tipo de modernización
de carácter tradicional que sostiene y actualiza sus mecanismos o criterios de
diferenciación y estratificación social mediante signos exteriores, los que en este caso
pueden ser de procedencia (abolengo, origen) o de posesión (consumo, expectativas). El
conjunto de estos signos componen el leguaje específico que cada ciudad construye
históricamente y que permite ubicar dentro de su “red significante” a sus habitantes de
manera que lo realmente importante no es el simple signo aislado sino dicha red de
significados, valores y hábitos enlazados a su manifestación empírica y posterior
reconocimiento social lo que califica y ubica una existencia dentro de la ciudad y su
tejido común.
En lo que respecta a la práctica espacial que se estableció en Quito, ésta afianza la
existencia de un código social que, desde una perspectiva de corto plazo, materializa
una dominación del espacio físico de carácter técnico acompañada de la (re)producción
de sistemas jerárquicos o de diferenciación social que funcionan en el espacio (social)
de manera totalmente invisibilizadas ya que en términos inmediatos no se concibe el
espacio y sus derivados como una producción social y de carácter político. De esta
manera la práctica espacial inaugurada dentro de la búsqueda por la consolidación de
Quito como distrito metropolitano64
posiciona, como hemos insistido, al automóvil y su
significación social dentro del universo de los signos, universo según el cual “…los
objetos ya no están vinculados en absoluto con una función o una necesidad definida.
Precisamente porque responden a algo muy distinto que es, o bien la lógica social, o
bien la lógica del deseo, para las cuales operan como campo móvil e inconsciente de
significación…”65
Precisamente es alrededor de esta supremacía del automóvil como signo y significado
integrado al código social que organiza nuestras posibilidades de existencia en la ciudad
donde inician las luchas políticas en torno al espacio público urbano y su distribución
desde la visión de la movilidad. Desde una perspectiva de largo plazo, que es donde se
empiezan a visibilizar las rupturas sociales y políticas por lo simbólico, podemos decir
que nos encontramos frente a la emergencia de los espacios de representación, relatos
64 Anhelo que se cumplió en 1993 con la promulgación de la Ley de Régimen para el Distrito Metropolitano de Quito. 65 BAUDRILLARD, Jean, La Sociedad del Consumo: Sus Mitos, Sus Estructuras, Siglo XXI Editores, Madrid, 2007, Pág. 78.
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propios de la diversidad social que al operar sobre lo instituido en la práctica espacial
buscan incidir en la representación oficializada del espacio para impulsar de este modo
una actualización tanto de sus usos como del campo de sensibilidades sociales que
habitan, dialogan y se disputan el sentido de esta institucionalización de lo común, sus
contenidos y relaciones, a través del código que significa tanto al espacio físico como la
interacción social que ocurre en él.
La disputa social y política por la codificación de los usos espaciales en
Quito: el caso de la movilidad.
Una vez desdibujada desde una perspectiva histórica la instauración de un sistema
específico de vialidad que define la movilidad en torno al mandato del automóvil y la
circulación maximizada de flujos mercantiles y de capital, localicemos estos espacios de
representación simbólica y su incidencia actual en la distribución de cuerpos y voces
que componen el campo político de Quito y que a través de su intervención en este
campo aspiran a re-conceptualizar el código que significa nuestra existencia social y
cotidiana visibilizando aquellos sentidos subyacentes que sobre el espacio público
urbano se venían consolidando. Esta capacidad transformadora se debe a la bien
conocida característica de las Ciencias Humanas, en este caso de la sociología, según la
cual la realidad social es producto de su dinámica y por lo tanto es una dación de forma.
En términos de la producción del espacio y su transformación sucede lo que señala con
absoluta claridad Lefebvre:
…No creo, por otra parte, que haya un sistema total, que se cierre,
que se estabilice. Las contradicciones del espacio son tales que
impiden a ese sistema constituirse, le impiden cerrarse. Yo pienso que
hay nuevas relaciones que emergen en el seno de todo esto. Una
nueva relación del cuerpo y de la sociedad con el espacio, en el seno
de las formas antiguas aparecen o se esbozan nuevas formas, pero las
formas antiguas se defienden, tienen muchos medios para defenderse,
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especialmente estos dos medios complementarios: el espacio
instrumental y la violencia…66
De esta manera son lo que teóricamente se denomina como contradicciones del espacio
o, desde una visión histórica, externalidades negativas, las que indudablemente fueron
desplegando y marcando estas tendencias críticas respecto a las nociones de movilidad
permitidas en el espacio público urbano de Quito, y por ende son ellas las que sustentan
su traducción y capitalización política actual. Por otro lado, también es evidente que
estas visiones inclinadas a la politización del espacio público responden al desarrollo de
nuevas identidades, especialmente de nuevas generaciones emergentes en la vida
pública, que perciben esta disposición histórica del espacio para la movilidad como un
sistema excluyente e individualizante. Así se hacen públicas las rupturas o escisiones
entre el espacio planificado inicialmente por diversas administraciones con su finalidad
modernizadora y las nuevas voluntades sensibles que pretenden democratizar el espacio
público en lo referente a movilidad poniendo especial énfasis en los más vulnerables,
sus condiciones de existencia dentro de esta distribución y lo que ellos pueden hacer
para ampliarla.
Pero, ¿por qué afirmamos que este código se sostiene mediante una disposición hacia la
violencia? En este caso no hace falta más que transitar como cualquier persona por la
ciudad y observar cómo se menosprecia sistemáticamente los espacios establecidos para
los otros, quienes, excluidos inicialmente de esta planificación, no poseen auto pero que
de igual manera les pertenece el espacio urbano público, que también son ciudadanos y
defienden su derecho a la ciudad sobre la base de la paz y tolerancia a las diferentes
elecciones válidas para andar por la ciudad. Percibir esta arrogancia del automóvil y sus
propietarios por sobre la bicicleta –que continua siendo una máquina- y especialmente
sobre el peatón es un ejercicio cotidiano que radica en observar la agresividad
propiciada por los automóviles y sus propietarios, agresividad que se ha justificado y
naturalizado incluso desde la óptica de quiénes deben hacer cumplir la ley como lo es la
policía ya que desde su perspectiva el tráfico solo está compuesto por automóviles
(maquinas), es decir que en la ciudad solo se mueven los autos, motivo por el cual el
66 LEFEBVRE, Henri, La producción del Espacio, Pág. 224-225 disponible en: http://crucecontemporaneo.files.wordpress.com/2011/11/1c2ba-47404221-lefebvre-henri-la-produccion-del-espacio.pdf
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peatón debe esperar, ser paciente y no quejarse. Al respecto de la violencia que busca
sostener este código a favor del automóvil como medio exclusivo para el andar en la
ciudad dicha actitud no es solo el irrespeto del paso cebra o la utilización de veredas
como parqueaderos67
sino también la amenaza a la vida a partir del abuso instaurado por
los autos y que muchas veces terminan en muerte para quienes no estamos sobre un
armatoste mecánico. Las estadísticas sobre causas de accidentes de tránsito son claras
(ver gráfico 2.-). Paralelamente desde la academia y su capacidad de generación de
opinión pública también se han realizado críticas al establecimiento violento del
automóvil en tiempo actuales, así encontramos un editorial de Alejandro Moreano
titulado “Apología al Peatón” donde se esboza una crítica mordaz al imperio del
automóvil y quienes lo usan. Moreano nos dice en lo medular de su argumentación:
…Pero el caminante se transformó en peatón en la era del automóvil
y pasó a ser la “última rueda del coche”. Por diversas razones, he
engrosado la muchedumbre de los peatones –signo de una estrepitosa
caída- y he vivido en carne propia las humillaciones de la vida. El
problema se agrava en países como el Ecuador, donde los bienes
duraderos se convierten en elementos de discriminación. Los “de
automóvil”, como antes los “de a caballo”, se envanecen y
consideran a los peatones unos pobres infelices convertidos en
estorbo. Claro que si bajan del automóvil –como los policías cuando
se quitan el casco- quizá puedan volverse seres humanos. Cuando lo
que se requería y requiere es organizar el tránsito en función de los
peatones, la nueva ley los penaliza, y la policía lanza una campaña
represiva, que se ha iniciado del modo más intolerante en Guayaquil,
una ciudad planificada solo para los “de automóvil” con un alcalde
que tiene complejo de tanque. Ironías de la historia: la crisis
civilizatoria que vive la humanidad es en gran medida una crisis del
automóvil. Por todas partes germinan iniciativas para sustituirlo
desde el uso de bicicletas, nuevos transportes colectivos hasta una
67 Esta realidad no es invento ni percepción exclusiva de nosotros ya que se la reconoce dentro del Plan Maestro de Movilidad, el mismo que al respecto nos dice: “…En cuanto a la infraestructura para desplazamientos peatonales, hay muy pocos desarrollados; las zonas peatonales del Centro Histórico no son respetadas por los conductores de vehículos motorizados, haciendo difícil su ocupación por personas. El uso de las aceras se complica en muchos sectores de la ciudad por su mal estado o porque son ocupadas con diversos usos, dificultando la circulación de los peatones… ” Pág. 35.
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nueva “peatonización del mundo. Después de todo, el automóvil es
transitorio; el peatón es eterno. 68
Gráfico 2.- Causas de Muerte por accidentes de tráfico 2008
Fuente: IDEM.
A pesar de esta realidad, también se debe ser justo y mencionar que han existido
políticas públicas y proyectos locales que han buscado potenciar la movilidad de
sectores sociales –la mayoría- que no tienen acceso a ese objeto para el cual está
diseñado y establecido la mayor parte del espacio público en lo que respecta a la
movilidad. Nos referimos al desarrollo de lo que en términos técnicos se conoce como
Bus Rapid Transit (BRT) y que en Quito se lo ha bautizado como Trole Bus (1996) y en
sus más recientes variantes Ecovía (2001) y MetroBus (2005). Para muchos, Quito ha
sido ciudad pionera en el establecimiento de estos mecanismos públicos de movilidad
que, al otorgar exclusividad al transporte colectivo por sobre el privado, llevan a
replantear el modelo de ciudad establecido para los ciudadanos-usuario y sus relaciones
así como también los conceptos sobre los cuales se diseña la ciudad por parte de los
68 MOREANO, Alejandro, Apología al Peatón, disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=90517 , las negrillas son nuestras.
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técnicos planificadores.69
En efecto es dentro de esta re-conceptualización del modelo
de ciudad que se inscribe la transición que va desde el Plan Maestro de Transporte
(2002) hacia el Plan Maestro de Movilidad (2008); también se encuentran transiciones
ideológico-conceptuales en los Planes de Desarrollo de la Ciudad (2000-2020 y 2012-
2022 respectivamente). Estos son los documentos más actuales en cuanto a
planificación y desarrollo local de Quito: el uno en el ámbito específico del transporte y
su posterior denominación como movilidad, y el segundo que trabaja términos más
macro y se presenta como la brújula que guiará la acción pública municipal, definiendo
acciones concretas y escenarios futuros esperados sobre la base de este accionar técnico-
político (prospectiva).
Si bien estos cambios conceptuales surgen a partir de su simple enunciación, nosotros
consideramos que en ella se manifiestan transiciones de carácter ideológico y de
distribución de poder debido a la actualización de sentidos que provocan en torno a la
articulación entre el capital político-dominación simbólica-hacer ciudad (ver grafico 3).
En este sentido nos es válido preguntar ¿cuál ha sido la incidencia de las Organizaciones
de la Sociedad Civil (OSC) que han politizado el supuesto proceso “objetivo” tanto de
planificación como de diseño del espacio en Quito en esta transición conceptual que ha
logrado visibilizar a los no motorizados como parte del transporte local? Y, ¿como los
nuevos procesos políticos nacionales marcan las tendencias en torno a esta re
conceptualización de lo público?
69 Cfr. Óp. Cit., Flacso-Abya Ayala, Pág. 59.
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Gráfico 3.- estructuración actual del sistema de transporte en Quito
Fuente: Plan Maestro de Movilidad 2009-2025.
En primer lugar, es necesario acotar que estas OSC nacen a finales de los años ochenta e
inicios de los noventas como respuesta local al reconocimiento mundial de la
problemática ambiental (Rio de Janeiro 1992 y Kyoto 1997). Es así que en 1986 se
funda en Quito Acción Ecológica y es en el seno de esta ONG que se establece el
trabajo en lo que llamaron “área urbana de Acción Ecológica” para abordar
problemáticas ligadas, valga la redundancia, a la vida urbana y, dentro de ésta, el
problema de los vehículos y su aumento exponencial de factores contribuyentes a
agravar las condiciones de la ciudad en términos de congestión, tensión, violencia y
salud de todos.70
Derivadas de esta ONG que formaba identidades políticas a través de
campos vacacionales dirigidos a jóvenes voluntarios, empiezan a surgir organizaciones
con luchas más específicas sobre el espacio público urbano, ligadas principalmente al
uso de la bicicleta como alternativa sustentable de movilidad.
70 Cfr, IDEM, Pág. 88.
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No obstante estamos frente a la emergencia en el tejido social y campo político de
organizaciones que trabajan sobre la sedimentación de lo instituido a través del
cuestionamiento público de una práctica espacial histórica, desarrollando en torno a su
disputa política nociones como movilidad sustentable, noción traducida en acciones y
estrategias (repertorios de acción colectiva) con el claro objetivo de “…mejorar la
calidad de vida, a través de la distribución equitativa entre las formas de transporte
motorizadas y no motorizadas…”71
¿Pero como incidir en el campo de administrativo
de lo local? Dicha incidencia no se sustenta en la negación absoluta de esta práctica
técnica sino en la complementariedad entre estas atribuciones administrativas y las
percepciones subyacentes alrededor de la historia vial de Quito que estas organizaciones
recogen. Es así que dentro de esta modificación de los marcos ideológicos-conceptuales
expresados en las discusiones en torno a los planes locales se han puesto sobre la mesa
de discusión las degeneraciones que ha institucionalizado esta práctica espacial. La
explicación de una de estas organizaciones puede resultar ejemplificadora al respecto
del motivo de su existencia y sus objetivos. La Asociación de Peatones de Quito (APQ)
nos dice lo siguiente acerca de esto:
A veces cuando algún evento se vuelve cotidiano nos olvidamos de
cuán hostil puede resultar. Por ejemplo, quienes caminamos por
nuestra ciudad estamos tristemente acostumbrados a los pitazos
estridentes, la congestión de tránsito, los cruces no respetados, las
veredas usadas como parqueos. Precisamente estos abusos nos
motivaron a conformar una Asociación de Peatones, quienes podamos
contribuir con las condiciones de diseño y planificación y con una
mejor calidad de vida en Quito…72
.
Pero dentro de esta disputa, los que más atención e incidencia pública han tenido son las
organizaciones que trabajan alrededor de la bicicleta como medio alternativo de
movilidad no motorizada en Quito. En este espectro de organizaciones pro-bicicleta
encontramos una amplia gama de colectivos que van del inicial Biciacción (2002)
pasando por Ciclopolis (2007) llegando a organizaciones más radicales como Andando
en Bici Carajo (ABC) o las tendencias hacia la politización de la bicicleta incluso desde
71 Cfr. IDEM, Pág. 55. 72 Asociación de Peatones de Quito, ¡El que Camina no Contamina!: Los Orgullosos Peatones de Quito
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una perspectiva de género a través de la “Carishina Race”, etc. Como se ve, el espectro
de organizaciones es bastante amplio lo que también ha generado en varios casos
disputas entre ellas.
Sin embargo uno de los mayores logros de estas organizaciones (Biciacción y
Ciclopolis) se encuentra la institucionalización dentro de la vida y paisaje urbano
quiteño de su primer gran proyecto denominado “Ciclopaseo”, el cual tiene su principal
antecedente en el “Viernes de Pedales”, un espacio donde los jóvenes bicicleteros
buscaban visibilizar al ciclista y la bicicleta como alternativa para la movilidad en
Quito. Pero más allá de los detalles y minuciosidades respecto del desarrollo de estas
organizaciones, todas y cada una de ellas han contribuido, sin excepción, a la
visibilización del espacio público urbano para la movilidad como un problema político,
construido y modificado socialmente donde influyen varios factores sean de decisión
política, de dominación simbólica o de planificación local.
Aunque sin duda se puede calificar como un logro la institucionalización del ciclopaseo
que lleva alrededor de diez años funcionando y democratizando el espacio en la ciudad,
el componente político de esta iniciativa se ha difuminado en medio de una serie de
visiones que buscan poner en términos utilitarios la existencia de este espacio, nos
referimos a justificativos que ven en el ciclopaseo un momento dominical en el cual se
recrean, se apuesta por una valorización de un estilo de vida saludable o simplemente se
hace ejercicio. A pesar de ello, el ciclopaseo constituye uno de los logros más claros en
lo que a la lucha por el derecho a la ciudad respecta, ya que éste:
…significa el derecho de los ciudadanos- ciudadanos urbanos, y de
los grupos que ellos constituyen (sobre la base de relaciones sociales)
a figurar en todas las redes y circuitos de comunicación, de
información, de intercambios. Lo cual no depende ni de una ideología
urbanística, ni de una intervención arquitectural, sino de una calidad
o propiedad del espacio urbano…73
73 Óp. Cit., Ediciones Península, Pág. 18.
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En referencia a las transiciones respecto al sentido de lo público que se emanan desde el
gobierno central, estas nociones han incidido simultáneamente en la administración
local de Quito. En este marco se observa como el retorno del Estado sobre el manejo y
administración de lo público ha ido restando, poco a poco, los espacios sobre los cuales
las OSC capitalizaron y sustentaron su existencia política. Por lo tanto muchas de ellas
se encuentran en la necesidad o de vincularse integralmente a la oficialidad del poder
local/central (como es el caso de ciclópolis) o simplemente desaparecer ya que no tienen
capacidad de autofinanciamiento, mucho menos de gestión autónoma de los problemas
comunes.
Dentro del proceso y ejercicio técnico de planificación encontramos que el retorno del
Estado ha sido beneficioso ya que se han delimitado y trazado un objetivo común al que
apunta todo el sistema nacional de planificación y que se ha llamado Buen Vivir. Si
bien el buen vivir presenta problemas que cualquier análisis de discurso puede develar
en torno a su carácter polisémico, incluso vaciado, él mismo posibilita localizar rupturas
específicas en cuanto al fin mismo de la política y dentro de ésta la política pública.
Específicamente es el objetivo 7 el que establece con carácter mandatorio la
construcción y fortalecimiento de los espacios públicos interculturales y de encuentro
común. Así se ha facultado la puesta en marcha del proyecto bici-q, inaugurado el 31 de
julio del 2012 y que supone una apuesta desde el gobierno local por consolidar una
infraestructura especial para la movilidad de los no motorizados.
Conclusiones.
Como resulta evidente para cualquier lector atento hemos dejado pasar intencionalmente
el proceso actual del Metro-Q. Ello obedece a que consideramos que este gran proyecto
es el llamado a solucionar tanto los problemas de movilidad motorizada como no
motorizada mediante la racionalización y fundamentalmente articulación de todos y
cada uno de los componentes que constituyen la movilidad de la ciudad, con lo que se
espera lograr consolidar un servicio donde se respeten tanto horarios como frecuencias y
espacios dedicados para peatones y bicicletas.
Se puede estar o no de acuerdo en que Quito necesite un metro, para esto se pueden
argumentar problemas en términos topográficos –se sabe que Quito es relleno de
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quebradas-, de financiamiento o que simplemente lo existente es perfectible. Todos y
cada uno de estos puntos son válidos por lo que no se debe pensar el metro como una
solución automática a los problemas históricos en lo que respecta a movilidad en Quito,
pero sí como el primer paso, del cual se debe estar vigilante de forma constante.
Para que toda esta transformación en lo que a movilidad respecta funcione y se otorgue,
se debe trabajar paralelamente sobre las percepciones, sobre el dominio de lo simbólico
y el sentido de superioridad que otorga la posesión de un signo materializado en el
automóvil para muchos actores sociales. Así se acompañará las actuales leyes con un
cambio sustantivo en el espectro social donde la tolerancia y capacidad de compartir el
espacio público en movilidad sea la que prime en el momento de construir nuestra
cotidianidad.
Ahora bien, queda la duda de cuál es el futuro de las OSC. Tal como cualquier otra
organización que capitalice políticamente una demanda social latente, éstas están
condenadas a la actualización de sus fines una vez alcanzados sus principales demandas.
Muchos actualmente trabajan de la mano con el gobierno, sea central o local, y otras
tantas siguen cuestionando la institucionalidad que durante tantos años se ha olvidado
de estas realidades que ellos representan y por la que luchan.
En fin, estas luchas recién empiezan a dar sus frutos y lo más importante es que a largo
plazo logren consolidar un Quito amigable, solidario, tolerante y respetuoso de las
diferencias no solo en movilidad, sino en todo el campo social y político que componen
a nuestra ciudad.
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CAPITULO 4
La génesis del discurso de la
Regeneración Urbana en Guayaquil.
Introducción
El presente artículo es una interpretación sobre los sentidos latentes (o ausentes) en el
discurso de León Febres-Cordero y en el de los articulistas de los diarios el Universo y
el Telégrafo que reprodujeron un saber sobre la ciudad y acerca del espacio público de
Guayaquil durante el inicio de la regeneración urbana en 1992.
Lo que se busca es mostrar las concordancias que surgieron, interconectadas bajo un
mismo régimen de verdad, entre los enunciados manifiestos por la lectura del portavoz
político y por los escritos de opinión elaborados en aquellos años. Se intenta visibilizar
además que entre ellos circularon elementos complementarios de un discurso
autoritario, violento y neoconservador que buscaba, al poner en escena y dar forma a la
“nueva ciudad” porteña, ejercer el monopolio legítimo de la violencia simbólica, así
como también justificar la existencia de las instituciones, mecanismos y técnicas de
control social sobre el conjunto de la población.
¿Bajo qué discurso fue representada la ciudad de Guayaquil en 1992? ¿Cuáles fueron
las principales características, valores, normas, prácticas e instituciones que fueron
propuestas para la misma? ¿Cuáles fueron las cosas que perturban e incomodan para la
construcción de un nuevo orden?, en fin ¿cuáles son las categorías bajo las cuales se
pensaba a los agentes de lo público? Tales son algunas de las interrogantes que a través
del análisis del discurso este ensayo busca comprender.
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La estrategia discursiva de Febres-Cordero: recuperar Guayaquil, enterrar al
populismo.
El contexto.
Luego de más de diez años de hegemonía del fenómeno populista, como ha sido
catalogado (Burbano de Lara, 1998; De la Torre, C 1989; Menéndez Carrión, 1986), en
agosto de 1992 León Febres-Cordero dirigente del Partido Social Cristiano (PSC74
)
llega a la alcaldía de la ciudad de Guayaquil. Su irrupción en la política guayaquileña se
autodefinió por la construcción de una “nueva era” para la urbe y sus habitantes. Febres-
Cordero buscó representar el final del “pavoroso”, “caótico y anárquico” Guayaquil así
como también demarcar la “inclusión de las masas al poder”. Su imagen se erigió sobre
la nueva institución de lo social, por ende sobre la transformación de lo político, hecho
que incluyó la batalla por la desestructuración de la mayor parte de elementos que tanto
en el campo social como en el político circulaban con anterioridad a su llegada
(prácticas, discursos, normas, capitales, etc.).
El discurso de Febres-Cordero fue su principal forma de aprehender y gobernar la
realidad, fue la retórica por la cual un novedoso bloque de poder autoritario y
neoconservador, así como una élite urbana se articularon a favor de un proyecto político
local que procuraba “hacer historia”, según se representaba a sí mismo.
Un proyecto político local sobre el cual podríamos decir que posiblemente no significó
ninguna novedad para una ciudad que históricamente se había pensado por y servido de
los beneficios políticos acumulados y arrebatados al clivaje regional y a las falencias
institucionales del “centralismo de Estado”; para justificar desde ahí en una escala
74 Según Freidenberg y Alcántara (2001: 30 - 31) bajo el lema de Patria libre, Sociedad Justa, Camilo Ponce Enríquez más un grupo de amigos católicos de la alta burguesía y algunos militantes provenientes del socialismo, fundaron el Movimiento Social Cristiano en 1951. “Si bien el PSC emergió defendiendo los principio de la doctrina Social de la Iglesia, del pensamiento demócrata cristiano, junto al humanismo, en un contexto internacional de Guerra Fría, lo que lo llevó a ubicarse en una posición intermedia entre los dos bloques hegemónicos del momento: comunista y capitalista; con el paso del tiempo se convirtió en defensor de los valores y las acciones de uno de los bloques de la post- Guerra Fría, el triunfador, liderado por Estados Unidos. De este modo, fue perdiendo su carácter confesional católico, su apoyo principalmente serrano y sus tesis demócratas cristianas para transformase esencialmente en una agrupación de empresarios modernos costeños, que buscan trasladar a la política su capacidad gestora y su eficiencia en los negocios, todos ellos con un profundo compromiso de “servir a la comunidad”, motor principal de su dedicación a la política” (Freidenberg y Alcántara, 2001:37).
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diferente a lo nacional, la autónoma potestad de la administración de su territorio y su
población75
.
Con Febres-Cordero a la cabeza, lo local adquirió un nivel de politización innovador. El
reciente electo alcalde hizo de esta construcción política el elemento matriz de su
propuesta. Lo local fue re-valorizado como el objeto a poseer, conocer, descubrir,
“purificar”, nombrar; fue por él y a través de él que se profundizó la brecha para re-
descubrir la dimensión perdida del “verdadero” Ser social que habita en los
guayaquileños y en “su ciudad” que para entonces lucía “contaminada” en su
cotidianeidad por la presencia de todo lo que en ella se insertó bajo la codificación de lo
“popular”.
Conquistar lo local es la motivación que se oculta y aparece en la voz de Febres-
Cordero y de todos a quienes él representaba, tanto de los grupos oligárquicos más
tradicionales como de la moderna, financiera e inversionista burguesía porteña. Como
diría Lefort (1991), dar forma y poner en escena una realidad local “envidiable” a los
ojos de propios y extraños fue la parte sustancial de una lógica de poder dispuesta a
modificar las estructuras sociales que configuraban el mundo de vida guayaquileño.
Lo “local por lo local” o lo “local frente a lo nacional”, funcionaron como elementos
articuladores de un proyecto político decidido a reconquistar lo público en sus fases
moral, política, social y económica. Dar vida a una nueva construcción de sentido
espacial y temporal que se imponga sobre sus pares y sobre sus antagónicos fue la
convicción que motivó la actuación del “líder” que apareció, para utilizar el concepto de
Merleau-Ponty (2010), en el entrecruzamiento de la desestructuración del universo
populista y la recuperación del mundo “notable”76
que había permanecido casi
absolutamente inmovilizado por la eficacia simbólica de su precedente.
75 Basta con recordar la fuerza simbólica con la cual se cobijaba (y aún lo continua haciendo) la “noble labor” de la Junta de Beneficencia de Guayaquil (JBG), institución especializada en el control y en el disciplinamiento social que, en razón de la “devoción” filantrópica de las familias de los notables (De la Torre, P. 1994), no fue sino un dispositivo de dominación política y un mecanismo para legitimar la reproducción de una sociedad con inmensas distancias y poderosas fronteras establecidas entre las clases sociales. 76 El trabajo de Patricia De la Torre, citado en éste texto, resulta fundamental para entender, lo hemos denominado, el mundo de los notables. De la Torre analiza los hechos vitales de los notables, sus vínculos y solidaridades, sus relaciones con la política local y nacional. Ella pone de manifiesto cómo se conjuga el poder económico, social y político del “notable” en la ciudad y lo considera como “concentrador de un poder de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre otro, de un grupo sobre otro, de una clase sobre otra,
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El discurso de Febres-Cordero.
El discurso de Febres-Cordero tuvo como principio de coherencia77
“el rescate de
Guayaquil”. Éste simbolizó el inició de una propuesta política que se conformó de tres
partes: la identificación común y la distinción del enemigo; el restablecimiento del
orden institucional, y la construcción de una conciencia pública diferente, manifiesta y
practicada por una ciudadanía moral.
En ejecución a cada una de sus partes, esta estrategia discursiva se perfiló
tempranamente para consolidar un sentimiento de control absoluto sobre el tiempo, el
espacio, la población y el porvenir de la considerada nueva historia guayaquileña. Una
“nueva historia” que como fuerza de representación, sin lugar a dudas, giró alrededor de
los procesos de legitimación de la imagen de quien pudo representar el lugar vacío del
poder que dejó el populismo: la figura de “El león” Febres-Cordero78
.
Después de cuatro años de haber sido Presidente de la República, León se trasladó a
Guayaquil con una misión: “librar a la ciudad de la “caótica situación moral, jurídica,
administrativa y financiera” a la que los regímenes anteriores la habían sometido.
“Salvar”, “reconstruir” y “proyectar la ciudad hacia el futuro” se convirtieron en los
objetivos políticos implícitos en un discurso imperativo para una sociedad que fue
representada bajo la necesidad y la urgencia de instituir una oportunidad para renacer.
“Ahora o nunca Guayaquil” (Video a) repetía Febres-Cordero a favor de “despertar” un
“espíritu amedrentado” por el gobierno popular que “se sirvió del chantaje, la coima y
la corrupción” (Video a) y del cual su mejor legado fue la “podredumbre física y moral”
(Video a).
La “cruzada cívica para sacar adelante a la ciudad del estado de postración y abandono
en el que se encuentra” (Video a), (como Febres-Cordero denominó en su primer mes
contrariamente a lo que dice Foucault, el poder no es tan impersonal pues pasa por el personal” (De la Torre, 2004:280). 77 Utilizo este concepto en el sentido que lo hace Foucault (2009) como un principio organizador de elementos dispersos, necesario en la formación de toda unidad del discurso. 78 Ver más en el proyecto de investigación realizado por Karen Silva (2012), próximo a publicarse, en el cual se profundiza el análisis sobre la configuración del capital simbólico del político (León y Nebot) en la ciudad de Guayaquil.
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como Alcalde al trabajo que iba realizarse durante su inaugural período de gestión
durante 1992 a 1994) se convirtió en la égida trazada para la re-institucionalización del
Ser de la ciudad.
Dividir, convocar y unificar a las diferentes fuerzas locales, “he convocado a todos, sin
excepción, a fundar juntos el nuevo Guayaquil….” decía el alcalde; así como repartir,
separar y rechazar a los cuerpos que habitan la urbe, fueron las tonalidades de un
discurso que no solamente sentó las bases ideológicas del gobierno municipal, sino que
también proyectaron la imagen del enemigo, de aquel antagónico siempre útil para
diferenciarse, ideal para legitimarse y peligroso para aproximarse.
Para “el León” el enemigo fue el populismo, los populistas (del PRE79
) y sin decirlo sus
“bases cautivas” (lo popular). Por eso, el re–establecimiento de lo social desde su óptica
era posible solamente a través de la ampliación de un régimen de dominación simbólica
que entre sus diferentes funciones llegase a localizar claramente al Ser populista,
señalizando su naturalidad, sus características, sus fronteras y sobre todo imponiendo
como principio de verdad un conjunto de instituciones, esquemas de percepción y
acción capaces de operar en la agencialidad como formas de distinción socio -
espaciales para la urbe.
El régimen de Febres-Cordero se proyectó en base a la construcción de un nuevo
universo simbólico en el que se consagró una jerarquía social reproducida por
novedosas categorías de clasificación urbanas (como veremos se replican en el discurso
de los editorialistas). Categorías por las cuales quienes eran vistos como los “más”
favorecidos del proceso de regeneración debían pensarse, reconocerse y sobre todo,
mirarse de manera diferenciada de los otros miembros del campo social.
El discurso, como lo aprendimos con Foucault (1999:15), no es simplemente aquello
que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por
79 El Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) emerge como una escisión del Partido Pueblo, Cambio y Democracia, la agrupación que fundara en 1981 Jaime Roldós Aguilera, sobrino político del libanés Assad Bucaram Elmahlín, para separarse del partido que dirigía éste (Freidenberg y Alcántara, 2001:173). El PRE es considerado en sus Estatutos como un “…partido del pueblo y para el pueblo…” (art.1), que busca transformar las estructuras sociales y económicas del sistema bajo el marco democrático, para que no existan diferentes clases sociales (art. 2). Su meta fundamental es “… triunfar en la gran empresa de la liberación nacional de las clases marginadas…” (Freidenberg y Alcántara, 2001:182). El Roldosista fue el partido al que pertenecieron los anteriores alcaldes de Guayaquil: Harry Soria (1989), Elsa Bucaram (1988) y Abdala Bucaram (1984).
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medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse. Es en el discurso
donde Febres Cordero enfrentó al populismo, y la potencialidad política que éste
conllevaba, es ahí donde quiso ordenarlo y domesticarlo. Es en el espacio de las
palabras donde en el ejercicio del poder y la violencia simbólica quiso representar la
realidad que deseaba, tomando control de los imprevistos, los detalles, las formas y los
contenidos de un discurso que antaño se caracterizó por articular la pluralidad de voces
periféricas, de los no contabilizados.
El discurso del “Gran Alcalde” (título con el que la prensa lo denomina) en este sentido
tiene dos cosas a resaltar. Primero la incitación para una limpieza sociológica del Ser de
la ciudad “contaminada por el populismo” y por todo aquello que con éste aconteció (el
“piponazgo”, la migración, etc.), hechos que por su sola existencia “mancillaron” el
cuerpo y el espíritu de Guayaquil. “Esta mafia que tanto daño le ha hecho a nuestra
ciudad” (Video a) decía, deja “una ciudad que ha tocado fondo” (Video a).
Evidentemente para él, Guayaquil a razón del populismo era una “realidad pavorosa” a
vencer y superar.
Segundo exigía con celeridad el compromiso de un experimentado gestor de la política
que, al igual que el mesías, al interpretar la voluntad de su pueblo, se sacrificase en su
nombre, no solo para ejercer la voz legítima de mando (Bourdieu: 2005) sino para
unificar y sanear aquellas heridas causadas por el abuso acometido por el gobierno
populista. “La situación de Guayaquil es dramática y demanda de acciones urgentes”
decía el alcalde, mientras que con gestos de rabia se dirigía a sus telespectadores.
Bajo las palabras de Febres-Cordero se localiza un doble rechazo del fenómeno
populista, frente al conjunto de los “funcionarios municipales y una red puesta al
servicio del mismo…” (Video a), así como también frente aquello por la cual esta red y
estos funcionarios aparecen “el extremo de la inmoralidad” en el que vive la ciudad.
Inmoralidad que parecería ser, ante sus ojos, el rezago de una cultura política que se
reproducía en lo social en base al ejemplo (o mal ejemplo) y la carencia de la autoridad
municipal.
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La reproducción e intensificación de la fuerza simbólica de su discurso tuvo, a más de la
identificación de su enemigo, la caracterización y nominación de la institucionalidad
como el centro y el motor de la vida guayaquileña: El Municipio.
Reconstruir “el palacio del terror” (como denominó la prensa nacional a las
instalaciones del Municipio) en el que fue convertida la instancia municipal fue para
León otro eje neurálgico de su discurso. “Han saqueado al municipio”, “…el saqueo ha
sido total y descarado, ¡se han robado el patrimonio municipal! …”, “…un sepulcro
blanqueado es lo que nos han entregado…”, son sólo algunas de las frases que se
repiten en la retórica del líder social cristiano cuando se refiere a “esta otrora joya
arquitectónica ha sido destruida” (Video a), la edificación donde funciona el gobierno
local.
Para Febres-Cordero, el Municipio representaba más que una simple estructura
arquitectónica (que bien, bajo las condiciones físicas que la encontró, pudo ser
demolida), para él, “la destrucción del edifico del palacio municipal ha significado la
destrucción de nuestra ciudad” (Video a). Recuperar este lugar era un hecho político –
patrimonial que se relacionaba perfectamente con la representación estética e histórica
que la “nueva ciudad” precisaba tanto para su desarrollo presente, cuanto para el futuro
que, entre otras cosas, avecinaba la vuelta en escena de la eterna batalla con el siempre
en ciernes Estado – Nación ecuatoriano.
Remodelar el edificio municipal así como practicar en él un trabajo de ingeniería
institucional significaba poner en antecedente a lo nacional, la motivación para desde el
espacio local disputarle al Estado parte de los elementos que configuran su centralidad y
que desde Weber (2004) tienen relación con el “monopolio legítimo de la fuerza” (ahí
se explica parte de la temática sobre la seguridad ciudadana) y para Bourdieu (2005) el
“monopolio legítimo de la violencia simbólica” (que tendría relación con las
competencias municipales posteriormente desarrolladas en los ámbitos de la educación
y salud principalmente).
“Debo sanear ahora o nunca nuestro municipio”, en “obligación moral y jurídica de
precautelar los bienes públicos y los intereses de la ciudadanía de Guayaquil,…”, esto
sumado a la “reparación integral del palacio municipal”, así como la implementación de
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la “ organización, eficiencia y honorabilidad” como valores a cumplir, fueron las tareas
propuestas desde la alcaldía para alcanzar la “nueva era” en la “vamos hacer del servicio
público un ejemplo de honestidad y de trabajo” decía Febres-Cordero.
Por último, la fundación del “nuevo Guayaquil que todos queremos”, en su propuesta,
estuvo acompañada por la ofrecimiento de implementar un proyecto cívico educativo
para que florezca el “orgullo de representar a nuestra ciudad,… el orgullo de ser
guayaquileños, de vivir en Guayaquil” (Video a). Convirtiendo así el futuro programa
en el espacio adecuado para la socialización de una conciencia pública que tenga
“…como guía la práctica de los valores cívicos que han hecho grande a nuestra ciudad”
(Video a).
Decía Febres Cordero:
“…. Vamos de la mano con amor, con respeto por la ciudad que nos vio nacer
que nos ha abierto los brazos para trabajar y vivir como nos corresponde.
¡Vamos a rescatar a Guayaquil!... ” (Video a).
Regenerar las estructuras sociales, políticas, patrimoniales; reformular el marco cultural
en el que la ciudad se representa, así como tener sujetos moralmente dosificados y
específicamente ubicados en el nuevo mapa cartográfico del saber sobre lo urbano, son
algunos de los elementos más importantes que se articularon en la formación de una
unidad discursiva sui generis.
El discurso mediático: la opinión infundada y la violencia simbólica.
Para los medios de comunicación locales el discurso que habla sobre la “regeneración
urbana” y “el rescate de la ciudad” nunca se mostró como algo ajeno. Los principales
enunciados que modificaron las relaciones de fuerzas del campo político, sirvieron
como enclaves discursivos para un campo periodístico que se mostró abiertamente
dispuesto a colaborar con la institución del nuevo régimen de dominación simbólico de
la ciudad.
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Para la época, el discurso de opinión formulado por varios editorialistas de la urbe
denotó un arte de escribir que rebasaba la reductiva comprensión del mismo a un
simple canal de comunicación utilizado como instrumento del pensamiento y la libertad
de expresión. El Guayaquil de 1992 muestra que el discurso de los editorialistas de la
ciudad es un discurso de poder, en él está presente una voluntad de saber sobre el Ser de
la nueva urbe guayaquileña.
Aquí, el discurso de opinión es un enunciado que nace, se formula y se repite como un
hecho colectivo. Cada palabra contiene una significación que, como pieza de una gran
partitura musical, se encuentra asociada a otras con las cuales concuerda en las
tonalidades que el poder precisa para normar, disciplinar, excluir. Concuerda en la
formulación de una verdad que incluye, excluye y, sobre todo, reparte a los cuerpos en
un espacio que reclama su característica de público, siempre y cuando lo que es común,
paradójicamente, sea limitado, contenido, registrado, vigilado y contabilizado.
La formulación del campo de enunciados realizada desde el ámbito periodístico muestra
una adhesión sinérgica e indiscutible hacia lo que habíamos denominado el principio de
coherencia del discurso de Febres-Cordero: el rescate de Guayaquil.
Rescatar a Guayaquil, regenerarlo, así como para el político, se convirtió para los
articulistas en una tarea histórica. Arrancar a Guayaquil de las “repugnantes garras” del
pasado populista para encaminarlo en las rieles del progreso, el orden, la moral, fueron
los justificativos en los que el conjunto de argumentos y conceptos (muchos de ellos
repetidos como lugares comunes) dieron forma a un sentido de “objetividad
profesional” que no hizo sino encubrir la hipocresía de una mirada que al participar
activamente de la política, sabía que la fundación de la “nueva ciudad” haría que la
igualdad sea una cuestión reservada y privilegiada para unos cuantos.
Preguntémonos entonces: ¿que decían los articulistas con respecto a la ciudad?
Muy tempranamente, días antes de la posesión del Alcalde, Martha Torres de El
Telégrafo y Joffre García de El Universo referían sus palabras en los siguientes
términos respectivamente: “durante cuatro años nos obligaron a vivir en medio de la
basura, alcantarillas rebozadas y calles con huecos. Todo ello queremos olvidar a partir
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del 10 de Agosto próximo” (García, 1992); y “el Alcalde ha aceptado un reto que sabrá
desempeñar con altura.” (Torres, 1992).
Mientras que García dentro de su llamado a “pagar impuestos”, no solo creía que el
nuevo alcalde sería quien fundaría nuevamente Guayaquil, sino que también le
solicitaba al mismo “hacer un verdadero saneamiento en la municipalidad y en la
ciudad”; bajo su concepción la ciudad estaba “llena de mercachifles y buhoneros,
carretillas y burros con parlantes que inundan con sus pregones pueblerinos”, para él
había “una ola de inmoralidad que ha rodeado al Consejo”; así que desde su privilegiada
posición de articulista la fórmula consistía en “desaparecer a los mendigos y moñudos
mendicantes que con sus pequeños hijos molestan a todos y ensucian la ciudad”. “Hay
que limpiar todo, moralizar todo, ordenar todo”, decía (García, 1992).
Los enclaves discursivos operaron en los editorialistas como mecanismos catalizadores
de la propuesta que buscaba “recuperar la ciudad”, la cual para ellos significó también
“sanearla de lo popular”. Antes de empezar las grandes obras físicas, era necesario
realizar una transformación del cuerpo de la sociedad, extirpar de él todo aquello que
vino y se quedó con y por el antiguo régimen.
Así, el discurso editorial consolidó sus bases en un acuerdo tácito e implícito, entre los
actores del campo comunicacional y del campo político a favor de limpiar la ciudad de
esos otros que “aún peligrosamente” habitaban sus callas y transitaban sus veredas, esos
otros, clasificados como pobres, campesinos, empleados públicos (especialmente los
identificados como pipones), choferes, homosexuales, invasores de tierras, migrantes,
etc., que a su entender no eran más que una patología social.
Alberto Guzmán decía “la ciudad cuenta con propios y extraños. Esos extraños son
pobres y traen lo negativo de sus etnias, por eso hay que educarlos…” “La gente de
otras provincias que viene a Guayaquil genera problemas” (Guzmán, 1992). Luis
Sarrazín Dávila se refería a los “pipones” como un “cáncer maligno a ser pulverizado”.
(Sarrazín, 1992), Luis Villacis (1992) creía que “para los que robaron el municipio la
peor mazmorra del infierno los espera después de la muerte, pero en vida deben ir a
parar con sus huesos en la cárcel”. Mientras que Juan Carlos Faidutti calificaba de
“patibularios y desadaptados sociales” a los transportistas, quienes además, según su
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visión, “no respetan las normas del tráfico, utilizan un lenguaje agresivo, amenazante y
aparte son verdaderos enfermos sexuales por la constante agresión a la que se ven
expuestas madres, mujeres e hijas de ciudadanos que tienen que, por desgracia usar tal
servicio”. (Faidutti, 1992a).
Por otro lado, en su “Balance imprevisto” Luis Hidalgo V. se congratulaba con la labor
de la Intendencia de Policía y como escribe resaltaba su “trabajo de control y
saneamiento a todos los bares cantinas y burdeles que en gran número han proliferado
que en nuestra ciudad; las prostitutas los travestis e invertidos están siendo retirados de
nuestras calles céntricas y obligados a desarrollar sus actividades en sitios
preestablecidos, así mismo los consabidos cuidadores de carros o lavadores ambulantes,
muchos de los cuales son verdaderos extorsionadores están siendo correteados de los
lugares centrales ya que se han convertido en una verdadera plaga al margen de
apropiarse de la vía pública”. (Hidalgo, 1992).
Estas afirmaciones nos permiten decir que, al entender de los articulistas (sin dejar de
estar en sintonía con los políticos), lo que perturbaba la construcción del nuevo orden
era el pueblo. Era todo lo relacionado con el pueblo lo que se debía despreciar, odiar,
aborrecer, negar, controlar, localizar. Se debía introducir en él y en sus vínculos,
potenciales mecanismos sociales operadores de distinción y diferenciación que
separasen en la ciudad a propios y extraños o en otros términos, que determinasen
quienes realmente representaban cualitativamente “el orgullo de ser guayaquileño”.
Para eso fue necesario apropiarse y silenciar la voz del pueblo, resaltar, una y otra vez,
lo incomodo de su presencia. Poner en práctica una forma de escribir con pretensiones
universalistas, normativas y reglamentarias sobre lo que la ciudad y el habitus de sus
moradores debía ser.
El campo enunciativo en el que nacen los artículos de opinión hace de las imágenes, los
colores, los sonidos, los olores y las prácticas populares algo moral y políticamente
subversivo para todos quienes no comparten los “rasgos naturales” de su existencia: los
“verdaderos guayaquileños”. En él se refuerza la formación de, como lo dijo Bourdieu
(2007:202), una alquimia social si por esta entendemos “la transformación de las
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relaciones arbitrarias en relaciones legítimas donde las diferencias de hecho se han
convertido en distinciones socialmente reconocidas y sacramentadas”.
Así, las formas de clasificar que operaron en lo social, superaron el discurso del
economicismo y su recurrente llamado de atención sobre contradicción entre trabajo
asalariado y capital, para dejarnos ver que en el inicio de la época de la regeneración, a
más del no ser propietario de los medios de producción, lo que se configuró fue un
espacio urbano de distinciones y diferencias referente a un capital simbólico acumulable
o no, según las transacciones e inversiones sociales realizadas con el interés de no ser
confundido con un “migrante”, un “pipón”, un “pobre”, un “ladrón”, una “prostituta”,
un “patán” o simplemente con un “sucio”, “insalubre” y “ruidoso” individuo que no
sabe cómo comportarse en la calles de una “prometedora y naciente ciudad”.
Escuchemos como Juan Carlos Faidutti se expresaba al respecto:
“En estos días del cambio se acentuó nuestro pesimismo. La “viveza criolla” ha
hecho que se multipliquen los quioscos y vendedores ambulantes, esta vez, sin
respetar nada. Ni parques, ni aceras estrechas, ni calles. Para reafirmar la teoría
de los “derechos adquiridos” y debidamente aleccionados, estos nuevos
“comerciantes” que violan toda norma de higiene, de estética y de urbanismo, se
han pertrechado y reforzado con cemento armado en sus bases. ¡Qué pena
circular por los pocos parques que nos quedan! ¡Qué espectáculo tan denigrante
el que presentan los puestos de comida y quioscos en la esquina sur de la
avenida Olmedo y Eloy Alfaro! ¡Que vergüenza que es todo Guayaquil! Nos
hemos convertido en unos seres hambrientos que salimos a las calles a devorar
todo producto preparado que encontremos en charoles, fogones, cocinas
improvisadas, etc. Las normas de salud no rigen y, lo que es peor, demuestra
nuestro pueblo un grado de incultura total. Porque cultura es, también, cuidar de
la salud y obedecer las disposiciones sanitarias” (Faidutti, 1992b).
El mismo Faidutti continúa diciendo:
“A los vendedores de artículos musicales no se les ocurre otra cosa que
promocionar su mercadería con todo el volumen posible de sus equipos. Lo peor
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es que no están conscientes del daño que causan, pero de la violación de las
normas del ruido. Consideran que se trata una cosa normal y que los habitantes
de Guayaquil tienen la obligación de aguantar su forma “efectiva” de vender. La
patanería está a la orden del día. Con el vocabulario o el modo de vestir no se
respetan señoras o niños y ¡ay del que se atreva a llamarles la atención! Son
derechos adquiridos y el que no aprovecha y abusa de esos derechos es
grandísimo tonto” (Faidutti, 1992b).
Y para finalizar, sentencia: “cualquier afán de cambiar esta madera de patanes, costará
mucha sangre, dolor y lágrimas” (Faidutti, 1992b)
Un “baño desinfectante” era lo que Ángel Rojas creía necesario para la “Perla del
pacífico”, él como de seguro unos cuantos más, anhelaban que “después de la labor
higiénica de desinfección vendrá un gran baño lustral” (Rojas, 1992).
Una vez más, en compaginación con el campo político, vemos como los editorialistas
elaboran sus propuestas desde la misma matriz generadora de diferencias y distinciones
sociales; una matriz epistemológica, hegemónica, especialista en la categorización y la
clasificación orgánica del todo y sus partes, de aquello que a su entender no concuerda
con las vanguardistas estética y sociología urbanas que en su búsqueda por la
modernidad, el orden, el progreso, el mercado, etc., intentaron que sus presupuestos se
introduzcan como conceptos neutrales y se legitimen en la necesidad cotidiana de exigir
un “nuevo Guayaquil”.
Francisco Cuesta Safadi escribió: “En el caso específico de Guayaquil todos estamos
consientes de su descalabro. Su aldeanización (las cursivas son mías) ha sido progresiva
desde la administración de Assad Bucaram hasta la de Elsa Bucaram, con pequeños y
cortos paréntesis. Lo urbano nunca estuvo en la mente de esos malos administradores.
Esta vez, un grupo político ha captado el poder municipal y hará bien en no mostrar
politicidad alguna en su gestión. Es plausible que no hayan hecho uso de las
manoseadas e hipócritas fórmulas “sociales” para consolidarse en la municipalidad. Sus
primeros pasos apuntan a asumir una responsabilidad política, cuya beneficiaria será la
comunidad, como un todo orgánico” (Cuesta, 1992).
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De esta forma hemos sido testigos de la formulación de un saber sobre lo social. De un
discurso que es gubernativo y disciplinario así como elocuente y seductor. Para 1992, en
Guayaquil se edifica una arquitectura cognitiva, un paradigma de la regeneración urbana
decidido al mismo tiempo a higienizar lo social y construir una flamante comunidad de
iguales fundada en la desigualdad y el desposeimiento.
El régimen de dominación que se impuso en la urbe porteña fue producto de una
multiplicidad de relaciones de poder que confluyeron en una sola dirección: la
constitución de un orden legítimo que separó a los individuos y grupos, estableciendo
claras diferencias entre quienes mandan y quienes obedecen, es decir, entre aquellos que
viven condenados a la sumisión dóxica y quienes están, por el “sencillo hecho de poder
entenderla”, encima de ella.
El “nuevo Guayaquil” se formó en concordancia con dos elementos: a) el racismo de la
inteligencia como aquello que utilizan los dominantes con el fin de producir una
“teodicea de su propio privilegio”, como dice Weber, es decir, una justificación del
orden social que dominan (Bourdieu, 2008:262) y; b) por el principio de imposibilidad
de acción para los dominados fomentado en la autorización legítima para hablar sobre
esos mismos principios por los dominadores.
Para que Guayaquil llegue a ser la “gran ciudad”, se necesitó que los dominados
permanecieran anclados a la lógica de la urgencia cotidiana por sobrevivir en un
escenario económico y simbólicamente adverso y, los dominadores fueran conocidos y
reconocidos como portadores de un sentido de autoridad escolástica con plena
capacidad para elaborar ideas - fuerza capaces de representar a todos quienes se supone
no podían, ni siquiera en la palabra, valerse por sí mismos.
Ahora cabría interrogarnos si, “en esta noble labor” por recuperar Guayaquil, tan bien
identificado estaba el antagónico: el pueblo y sus particulares características, ¿qué les
hace ser distintos a aquellos que ejercen la palabra?, ¿cuáles son los elementos que
modelan, sustentan y autorizan su condición de cuerpos parlantes?
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Creo que lo más próximo a una respuesta puede ser encontrada en lo que por ellos
mismos fue y ha sido denominado como “el despertar cívico de la ciudad”. Al parecer la
idea fue clara: después de un fallido intento por sostener el universo populista sobre la
ciudad, se necesitaba de un régimen radicalmente diferente que modificase no solo las
estructuras sino las prácticas sociales de una ciudad que, como lo escuchamos de
Febres- Cordero, “ha tocado fondo”.
Para los articulistas, “ser guayaquileño” implicaba hacer del odio hacia el otro, hacia lo
popular, un ritual cotidiano; arraigar un odio que tenía que contentarse con una
venganza imaginaria (Nietzsche 2007:31) o con la completa inaudición de aquellos que
no tienen título reconocido para gobernar80
: el pueblo.
Así, tras las líneas de los escritos de opinión aparece una postura que creyó que para
“rescatar la ciudad” había que salvarla de la “perdición en la que se encontraba”,
corregirla, disciplinarla, había que establecer en ella un imperativo categórico que
levantase poderosas barreras entre lo permitido y lo prohibido, lo sagrado y lo profano,
lo bueno y lo malo. Para rescatar a la “perla del pacífico” era imperioso, en base a la
reproducción de un nuevo capital simbólico, desestructurar esa mala conciencia
populista que se encargó de enterrar en el olvido lo valioso que fue la virtud
aristocrática del antaño Guayaquil.
Una virtud “Patricia” que interiorizada y apreciada en forma de capital cultural y
contundentemente expresada en el ánimo de un proyecto evangelizador no se cansaba
de insistir en la “solidaridad”, la “honestidad”, el “trabajo”, la “lucha”, el “esfuerzo”, la
“unidad”, la “disciplina”, la “sencillez”, la “autoridad” como componentes axiológicos
y praxiológicos de su manifiesto sentido de la vida buena.
Virtud que además, como mecanismo operador de distinción social sirvió para
eufemizar el ejercicio de dominación que para legitimarse e inmunizarse nunca se
apartó de los valores cristianos que exaltan la tradición, la fe, el amparo, la esperanza,
tan bien representados por el lema de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.
80 Jacques Rancière (1996) utiliza esta expresión para caracterizar la democracia como el gobierno de aquellos que no tiene título reconocido por la sociedad.
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El editorial del diario el Universo señalaba, en razón de las fiestas de octubre, lo
siguiente: “… En la profunda verdad urbana, cada habitante tiene bastante por hacer por
Guayaquil. A cada uno de nosotros nos corresponde cuidarla y aportar con la buena
voluntad, el trabajo, la disciplina social e individual para que sea mejor”. “Hay que
comenzar en el radio pequeño de la barriada, en el ámbito ya mayor del sector
parroquial. Hay que avanzar hacia consideraciones de servicio social que, con fortuna,
no se han perdido en la conciencia colectiva y que quizás, estén algo aletargadas, pero
no muertas”. (El Universo, 1992).
Mientras que Ileana Espinel al escribir sobre “Nuestro Guayaquil” decía: “Guayaquil
fue siempre ciudad acogedora y dadivosa, que lo dio todo tantas veces sin pedir nada en
cambio”. “… y nuestro Guayaquil está ahí desde siempre luchando contra el fuego y los
piratas, soportando las plagas diezmadoras, el desamor de muchos, el olvido de
tantos…” (Espinel, 1992)
“Pujante, emprendedora, con edificios de audaz arquitectura, con sus
tugurios de caña a la intemperie, con montubios e indígenas pulando en sus
calles junto al citadino enjambre proletario, con sus cimbreantes féminas y
sus varones hechos al esfuerzo múltiple, esta ciudad avanza indetenible,
cayendo a ratos, levantándose con el rostro en lágrimas, pero luchando
siempre, en desigual brega contra aciagas fuerzas destructoras, sin dejarse
vencer, jamás vencida…” (Espinel, 1992)
Y Carlos Estrellas Merino cuando al referirse a las masas migratorias de la ciudad
enfatizaba: “…Este quizás es el mayor blasón de la ciudad: transformar en pudientes a
los menesterosos, y darles una vida más fácil y digna. Y es que Guayaquil nunca ha sido
egoísta, nunca vivió solo para sí, haciéndolo siempre en función de país” (Estarellas,
1992).
La dominación simbólica que configura el “nuevo Guayaquil” hace que ser parte activa
y contabilizada de la ciudad incluya replicar y objetivar subjetivamente el nuevo
discurso cívico sobre su memoria, sobre su moral, su autoridad, su ley. Ser
guayaquileño era ser y tener algo más que lo común o lo popular, implicaba haber
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pasado por un proceso de conversión subjetiva ajustada siempre a los cánones
valorativos de un marco cultural cada vez más, menos permisivo de las dispersiones y
las eventualidades que el ser en común siempre origina.
CONCLUSIONES
Después de haber realizado un recorrido por el tejido documental expuesto, podemos
concluir algunas ideas. Indudablemente, el discurso sobre la regeneración urbana que se
repite, tanto en el Alcalde como en los articulistas, es un discurso que conjuga el poder
y el saber en una manifiesta intención por “salvar” a Guayaquil del populismo.
Populismo que como fenómeno político es reducido a una comprensión peyorativa
sobre la inclusión mayoritaria y la participación de las masas al poder o como un
sinónimo de la “vergonzante” escenificación e irrupción del “peligroso” demos y
quienes por un momento se atribuyeron su representación.
En este sentido, “la cruzada cívica por recuperar Guayaquil”, no es sino esa estrategia
discursiva destinada a transformar el mundo de los significados populistas que
perduraron en la ciudad antes de la llegada de Febres- Cordero a la alcaldía porteña.
Estrategia discursiva, que más allá de ser entendida como producto de la soberana
inventiva del líder, como todo discurso, nace en un campo enunciativo que se formula
en la multiplicidad de ideas, conocimientos, saberes y creencias que alimentan, como
decía Dilthey, la memoria objetiva de una sociedad.
El discurso de León hace explícito al Ser de la ciudad que se desea. Tras sus palabras
existe un mundo de significados y experiencias de vida, que al ser manifiesto desde una
posición política y social particularizada (ser alcalde y al mismo tiempo heredero de un
capital cultural de una familia de abolengo), opera como una retórica dirigente y
seductora, capaz de plantearse entre sus objetivos la homogeneización del espacio social
- urbano bajo la apariencia de una diferencia natural de clases sociales, divididas no solo
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por la posesión de recursos económicos, sino también por la escasez sostenida que el
modelo igualitario de virtudes “Patricias” impuso, produjo y hasta la actualidad no se
cansa de reproducir.
Los artículos de opinión también tienen su especificidad. Si bien es cierto que los
articulistas, al contrario del político, no tienen las mismas condiciones de posibilidad
para la enunciación, no deje de ser verdad que sus palabras gozan dentro de una
democracia de audiencias (Manin, 1998), de una eficacia simbólica lo suficientemente
importante como para haber atraído nuestra mirada hacia ellos.
Con esto no digo que basta solo con que los agentes del campo periodístico, como
tampoco los del político, se pronuncien para que quien(es) es interpelado por ellos
otorgue fiabilidad absoluta y respuesta inmediata a sus ideas (cabría un largo trabajo
hermenéutico y etnográfico para ver como son codificados los mensajes por las
“audiencias” y los “consumidores políticos”, es decir los electores), sino lo que intento
y he intentando a lo largo de éste artículo es ver cómo ese aparente, neutral, objetivo y
disperso universo de sentidos al que la libertad de expresión rinde tributo, también
participó del juego de poder que construyó el régimen de la época donde los articulistas,
como los periodistas del Telégrafo y el Universo cumplieron un rol en la división social
del trabajo de dominación (Bourdieu, 2009).
Los artículos de opinión que fueron seleccionados denotan un arte de escribir que
sintoniza con la propuesta del político, pero que, al igual que su discurso, no es ajeno a
la configuración epistemológica que cobija al nuevo Ser de la ciudad y, por supuesto, al
saber que se tejió sobre la misma. La opinión manifiesta por los articulistas, sin
importar quienes ellos hayan sido, o cómo lo presentaron, fue también una propuesta
política pues su retórica, como lo escuchamos posee una voluntad de saber, de poseer la
ciudad; voluntad que fue su forma de apoderarse del otro, del pueblo, silenciándolo o
simplemente insistiendo en su domesticación social. ¡Cuán pretensiosos fueron al querer
hablar en nombre de un mundo desconocido para ellos!
Finalmente puedo decir que, la opinión escrita como la política en el inicio de la
regeneración, fueron construcciones colectivas, que fabricaron una unidad discursiva en
un contexto de vacío de poder, por lo tanto de disputa por la caracterización de un
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particular mundo de vida de estructuras y prácticas distintas. Ambas fueron beneficiarias
simbólicas directas de un espacio de poder en que las condiciones de enunciabilidad se
mostraron favorables para, desde el status de sus posiciones sociales, sea más fácil decir
y escribir la “verdad” sobre la “nueva ciudad”.
CAPITULO 5
Cotidianeidad y espacio público. Una aproximación a Cuenca.
Cuando hablamos de espacio público, muchas nociones quedan involucradas en las
intuiciones que despierta en nosotros esta idea. Si bien deberíamos proponer una
definición clara y concisa de aquello a lo que nos referimos cuando hablamos de este
concepto, resulta más interesante deducir su significado en los nudos que se atan entre
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dimensiones distintas del quehacer humano; y que en su relación dan origen a esta
representación del momento social en tanto espacio público. Nociones tales como:
“cultura”, “identidad”, “cotidianeidad”, “pertenencia”, “ocio”, entre muchas otras,
participan de la dotación de los significados que llenan la idea que nos ocupa. El espacio
público, desde nuestra perspectiva, resulta de las relaciones que se entablan entre los
significados que la comunidad elabora sobre sí misma; y los usos, maneras y modos que
adopta la ciudad cotidiana y concreta con base en ellos. Dicho de otra manera, aquello
que acontece en la ciudad, las relaciones que se entablan entre sus habitantes, las líneas
de filiación y jerarquía que se evidencian entre contingentes sociales, pueden, de cierta
manera, deducirse de los sentidos con los cuales el discernimiento de la comunidad ha
elaborado los cánones que dictan el contenido de sus relaciones. Esta cualidad dialéctica
envuelve al espacio público con una dinámica constante que torna difícil su
aprehensión. Y hacia la cual podemos tan sólo aproximarnos desde las huellas y desde
las marcas que va dejando tras de sí el proceso.
Aquello que proponemos en este trabajo, es el análisis de ciertas ideas que pueden
permitirnos una representación de la concepción del espacio público en la ciudad de
Cuenca. Analizaremos características que han moldeado el nexo que la ciudad ha
establecido consigo misma; y que incluso si son patentes para sus habitantes, resultan
muchas veces extrañas y sibilinas para quien no está familiarizado con estas maneras y
presupuestos. El desarrollo de estos aspectos busca una explicación a las singularidades
que toma el espacio público en Cuenca y una comprensión de un contexto que muchas
veces puede resultar enigmático.
Para esbozar la forma que el espacio público ha tomado en Cuenca es preciso, para
comenzar, entender el modo en el que la ciudad planteó su desarrollo desde un
principio. La provincia del Azuay a diferencia de las provincias del norte, nunca contó
con suelos de calidad para el desarrollo de la agricultura en grandes superficies. Puesto
que la Cordillera de los Andes se vuelve paulatinamente más angosta conforme se
desciende al sur del país, los valles que se alojan en estas latitudes se tornan estrechos y
dificultan la labor agraria. A diferencia del latifundio del norte, la figura que se manejó
en Cuenca y sus anejos, para dar cuenta del modelo de explotación del suelo, fue la del
minifundio. Pequeñas montañas parchadas con cultivos heterogéneos se pueden avistar
desde el sur de Chimborazo y se extienden hasta la provincia de Loja. Algunas fuentes
afirman que: el minifundio, no solamente, debe su acontecer a las duras condiciones que
presentaban los campos. Una versión más detallada y sofisticada, que nombraremos sin
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entrar en detalles, narra en palabras de Nela Martínez un vínculo aún más fuerte y
tristemente insospechado. El territorio cañarí y su legado. “… el Azuay es pues punto
de partida del inmenso territorio de los cañaris, su puerta mayor. Antes de la colonia,
que nos trazó linderos artificiales, ya presidía el territorio de la inmensa nación con
idioma común 'desde Tiocajas hasta Huagra-Huma y desde el Océano hasta las Jibarías'.
Volvemos a Octavio Cordero Palacios para saber que 'La REGION CAÑARI, cogía no
solamente la actual provincia del Azuay y la de Cañar, sino que lo hacía al propio
tiempo con el Cantón Alausí y con las parroquias de Taura, el Naranjal, Balao, el
Guabo, Machala, El Pasaje, Tenta, Manu, Zaraguro y Paquishapa, y con las de El
Rosario, Méndez y Gualaquiza, extendiéndose en las comarcas aledañas de las actuales
provincias de Chimborazo, del Guayas, de El Oro, de Loja y de Santiago Zamora'”81
.
Tenemos entonces que: el minifundio, los límites ancestrales del territorio, la baja
calidad del suelo y el aislamiento con respecto al resto del país, tuvo, según el acuerdo
de muchos autores, un papel protagónico en el desarrollo de las actividades laborales de
la ciudad. Cuenca al nunca haber tenido grandes recursos naturales destinados a la
explotación, giró sus actividades en torno a los oficios y a las oportunidades que la vida
urbana brindaba a unos y a otros para desarrollarse. Esta necesidad de supervivencia
resultó en una sociedad orgánica en la que los ingresos de las personas se encontraban
en la relación que entablaran con sus pares. La ciudad erigida como núcleo del
desarrollo económico desembocó en una versión urbana distinta de la mayoría de las
ciudades de la Sierra. Esto no quiere decir que Cuenca no haya entretenido un lazo
fuerte con el campo, al contrario, esta disposición minifundista permitió que los
campesinos tuvieran una relación personal con su producción y sumándose al resto de
labores, encontraran un nicho dentro de la ciudad de forma análoga a los nichos
ocupados por artesanos, alfareros, herreros, etc. En un pasaje, que trata sobre la
fundación de la urbe, presente en “Una historia cotidiana de Cuenca”, Juan Martínez,
anota que esta disposición orgánica de la sociedad cuencana se evidencio desde los
primeros días de su creación: “Las bases de la sociedad colonial empiezan a
establecerse, los oficios artesanales, que tanto marcarán el talante de la ciudad, están
presentes desde ese mes de abril del año 1557, zapateros y sastres recién llegados se
unirán a los molineros y labradores, carniceros y alarifes empujaran la creación de la
81 Nela Martínez, “CAÑAR: ALTA TIERRA, PROFUNDA TIERRA. Memoria de los rebeldes, de los tiernos.”, en “Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra”, Universidad de Cuenca, Cuenca, 1996, Pág. 89
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urbe, ellos pared de por medio con los funcionarios públicos, con los comerciantes y los
curas, asumirán la creación de Cuenca”82
.
El carácter austero que presentaban los campos de la provincia impulsó la producción
en detrimento de la administración, lo cual tuvo y tiene por resultado una inversión de
los términos que intervienen en los modelos de desarrollo que se manejan en la ciudad
de Quito y en la de Guayaquil. En otras palabras, Cuenca es una ciudad que gira su
devenir en torno a las relaciones laborales entabladas entre sus habitantes; Quito, por su
parte, basa su economía en la administración de recursos; y Guayaquil ha otorgado al
comercio el rol de la fuerza matriz de su desarrollo. Podemos considerar entonces, que
la disposición: minifundista, productiva y aislada de la ciudad de Cuenca ha tenido
como resultado dos cosas: En primer lugar, la ciudad se construyó, desde su fundación,
sobre la certeza de que cualquier versión del futuro implicaba la participación integra
de la comunidad; y en segundo lugar, que el día a día nunca perdió de vista el flagelo de
la necesidad. En estas líneas de reflexión podemos anotar, a manera de ejemplo, que el
apelativo “Cuenca, la Atenas del Ecuador” es una mala traducción de su apelativo
original: “Cuenca, la Arcadia de los Andes” que en la mitad del siglo XIX resaltaba, en
voces de intelectuales como Miguel Moreno y Emmanuel Honorato Vásquez, el carácter
orgánico de la ciudad, al ser Arcadia “esa mítica tierra griega en la que conviven los
pastores y los músicos, los dioses y los poetas”83
. Dicho esto, y en vista de las
reflexiones que pretendemos desarrollar sobre el espacio público es pertinente
preguntarnos: ¿es Cuenca una ciudad pública? ¿Qué espacio ocupa el momento social
en el modelo de ciudad que maneja Cuenca? ¿Cómo podemos relacionar la disposición
laboral de la urbe con el espacio público? La respuesta a esta problemática no es
sencilla, sin embargo, guiara el camino de nuestra exposición.
Efemérides, campo y política
Pocas ocasiones resultan tan propicias para pensar los significados de una ciudad como
las que se presentan en sus fiestas. En el caso de Cuenca, las fechas que ilustran mejor
las dinámicas de relación que se entablan entre los contingentes de su sociedad, son
aquellas que rememoran la independencia de la urbe cada 3 de noviembre; y aquellas
82 Juan Martínez, “Una historia cotidiana de Cuenca”, en “Cuenca: Santa Ana de las Aguas”, Libri Mundi, Quito, 2004, Pág. 151 83 Ibíd. Pág. 185
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que festejan fechas que antaño tenían relación con los ciclos de la naturaleza y que,
luego de la colonia, se sincretizaron en muestras como: el “Septenario”: que recrea cada
año tradiciones populares como la gastronomía tradicional que, junto con recetas judías
ocultas tras los famosos “dulces de corpus”, cuentan a su manera la historia de la urbe84
.
Las “Romerías de Turi” en donde se afinca, por medio de una leyenda, el lazo perdido
por la instauración de los limites republicanos entre la montaña de Turi y la de
Cojitambo en Cañar, recuerdan de la misma forma el carácter fundacional que tiene la
celebración cíclica de la comunidad misma. Si bien no podemos afirmar que el lazo
entre Cuenca y su pasado cañari sea, o haya sido evidente, para el discernimiento común
de la sociedad azuaya, el sólo intento por parte de intelectuales para rescatarlo,
desemboca en lo que Herder consideraba “uno de los primeros pasos hacia el
redescubrimiento de la identidad autentica y la restauración de una comunidad a su
estado natural, haciendo que la nación cultural coincidiera con la nación política”85
.
El historiador Juan Martínez afirma que, a diferencia de Quito, todas las fiestas que se
celebran en la ciudad tienen una matriz popular y competen a la totalidad de la
comunidad86
. Este gesto representa el respeto y el afecto que los contingentes sociales,
o, en palabras de Rancière, al menos que el contingente social que tiene palabra en la
dotación oficial de los significados de la urbe, mantienen ante la estructura social de la
ciudad que resulta en, el imaginario cuencano, la ciudad misma. El espacio público se
entiende entonces, como el sustrato ineluctable de la vida cotidiana, puesto que no está
reservado al ocio, ya que en este modelo no se diferencian los usos del tiempo tan
marcadamente como en sociedades individualizadas; ni cercenado de las actividades del
día a día, sino funciona como la base de la actividad económica, social y política. Esta
disposición contraria a la sociedad liberal -en donde el individuo nada en un sustrato
ilimitado- tanto en su versión simbólica como en su encarnación concreta, no excluye a
la ciudad de las prácticas poscoloniales presentes en toda la Sierra ecuatoriana y en los
Andes, en general. Las relaciones sociales que despiertan, en su acontecer, el
calificativo de “discriminatorias” en nuestras ciudades responden a las condiciones
específicas que los contingentes humanos tuvieron a su haber en términos intelectuales
y materiales. Muchas veces, consideramos que nociones como el “etnocentrismo” son
patrimonio exclusivo de la psicología o atributos propios de la ignorancia, ya que en
84 María Rosa Crespo, “Cuando llegaron a Cuenca los últimos judíos”, en “Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra”, Universidad de Cuenca, Cuenca, 1996, Pág. 347 85 Anthony D. Smith, Nacionalismo, Alianza Editorial, Madrid, 2004, Pág. 95 86 Entrevista realizada a Juan Martínez el 10 de octubre de 2012
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nuestros tiempos, la existencia de un individuo que pregone la diferencia étnica, resulta
aberrante ante el decoro del sentido común y de aquello a lo que la convención de la
sociedad ha denominado “lo políticamente correcto”. La verdad es que esta perspectiva,
y muchas otras construcciones lingüísticas (corrupción; inequidad; entre otras), nace de
cambios paradigmáticos en la opinión común; y de una relectura, actualizada en
términos morales, del pasado. Esto nunca ha implicado que el fenómeno de la
discriminación, en cualquiera de sus variantes, haya tenido un origen individual. Al
contrario, en el caso de la colonia en nuestro país, la versión de la opresión y la
explotación sistemática de los indios respondió: en primer lugar a las extensiones y
posibilidades del territorio; en segundo, al modelo de desarrollo económico que se había
planteado; y finalmente a la misma creación discursiva de la figura del indio. Esta triada
volvió del sistema productivo, político y religioso, un solo cuerpo indivisible que, para
el discernimiento de la época, resultaba coherente. Nela Martínez al respecto, afirma lo
siguiente: “Y no es que fuera enemigo de los indios. Ejercía la agricultura, como tantos
otros propietarios en Cañar, más bien con una práctica patriarcal que traducía el
concepto de inferioridad, de minoría de edad, de los indígenas. Ninguna reflexión sobre
la escala de valores iguales, aunque diferentes, entraba en conflicto en esa costumbre,
que se había vuelto tan natural como el respirar”87
. El fenómeno de la discriminación
tiene su origen, entonces, en la mutación de los preceptos con los cuales el sentido
común se representa la realidad. Estos preceptos tuvieron orígenes históricos y la
evidencia de su continuidad tiene, por consecuencia, repercusiones estructurales en las
relaciones políticas que entabla la comunidad consigo misma.
Al poseer, Cuenca, la misma matriz histórica que el resto del país, la evidencia de
prácticas poscoloniales está, hoy en día, presente en las relaciones sociales de su
comunidad, sin embargo, estas han tomado una forma necesariamente distinta a las que
observamos en ciudades como Quito o Riobamba, en donde la jerarquía ha tenido un rol
histórico ya que la explotación, como hemos visto, respondía a una concepción distinta
de la política. En el caso del norte del país, la persistencia de estas líneas de jerarquía,
ha desembocado en procesos de fragmentación identitaria.
Las relaciones con el campesinado han estado desde la fundación de Cuenca
enmarcadas, de igual manera en la jerarquía, pero al ser una sociedad principalmente
87 Nela Martínez, “CAÑAR: ALTA TIERRA, PROFUNDA TIERRA. Memoria de los rebeldes, de los tiernos.”, en “Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra”, Universidad de Cuenca, Cuenca, 1996, Pág. 93
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minifundista, estas han resultado sublimadas en relaciones más o menos lineales. Si el
respeto hacia el campesino en Cuenca ha surgido de la necesidad que plantea la
situación aislada de la región o de algún precepto moral, es un tema que se nos escapa.
Empero, es importante anotar que en fiestas como en el pase del niño es común que los
estratos sociales altos, y por lo tanto decisivos en la representación simbólica de la
ciudad, vistan a sus niñas de cholas (en Cuenca no se oye la expresión disfrazarse de
chola, sino vestirse de chola) lo cual demuestra la estima por la historia de la región que
ante los ojos de la sociedad es común y compartida. De ahí que el hablar coloquial esté
repleto de quichuismos tales como “gara”, “chulio”, “shungo”, entre otros; y que la
comida típica no diferencie paladares. De hecho el mote y el cuy, que tienen en el resto
del país connotaciones peyorativas por su génesis indígena, nunca han sido ni siquiera
cuestionados desde ningún punto de vista en la ciudad, al contrario, junto con los platos
a base de “chancho”, despiertan fuertes afectos, tanto en la ciudad, como en su diáspora
regada a lo largo del mundo en base al fenómeno de la migración.
Desde otro punto de vista y en esta misma línea, hemos repasado como los intelectuales
han dedicado esfuerzo al rescate de la cultura cañari y la actividad literaria nunca ha
cesado de exhortar las bondades de la ciudad y su alrededores. El campo y los espacios
administrativos comparten “pared de por medio” sitios protagónicos en la ciudad
concreta e imaginaria. La plaza de San Francisco, situada a una cuadra del parque
central por ejemplo, cumple el papel de anfitrión del campo al interior de Cuenca,
debido a que los campesinos comercian ahí sus productos; y toda la manzana está
destinada a su hospedaje y acomodación. Esta situación central del campo, recuerda el
papel imprescindible que cumple la figura del campesino, junto con los otros oficios, en
el desarrollo y en el sustento diario de la urbe. Desde esta perspectiva Cuenca posee un
espacio público práctico y funcional, derivado de la necesidad de supervivencia.
En otra línea, y diferenciándose de Guayaquil, Quito y Manta, la situación de los barrios
cuencanos no obedece a la tendencia de conformar guetos basados en la voluntad de
distinción de los diferentes estratos sociales, sino al emplazamiento histórico que el
casco urbano ha plasmado en el territorio por medio de su crecimiento. El sistema
educativo en Cuenca tampoco muestra la obsesiva voluntad segregadora que
evidenciamos en ciudades como Quito, Lima o La Paz; al contrario de estas, Cuenca,
posee un conjunto de instituciones educativas clasificadas más por su tradición
pedagógica, que por su orientación al servicio de estratos sociales determinados.
Aunque podríamos considerar que la gama educativa responde en primer lugar al
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tamaño de la ciudad, esta disposición ha tenido un efecto notorio y ha esbozado una
figura de la comunidad compartida por la mayoría desde su juventud. La disposición
urbana de Cuenca, más el respeto hacia la misma estructura que mantiene el desarrollo
de la ciudad, han calado en el discernimiento de sus habitantes y han despertado afectos
alrededor de la vida cotidiana. El acento, con fuertes rasgos andinos, se comparte por la
totalidad de la comunidad, salvo pequeñas excepciones, no encontramos en la ciudad la
voluntad de refinarlo o “higienizarlo”. Al contrario, se busca, por medio del humor, el
reconocimiento de la idea de la ciudad con la patencia de sus rasgos característicos. El
significado de Cuenca está atravesado por sentimientos de orgullo, identidad y
pertenencia, y una especie de humildad que se desprende del reconocimiento de una
realidad austera, actual y concreta. La realidad de una región atada a la necesidad tanto
de recursos como de lazos con el resto del país, ha desembocado en la figura de la
“ciudad” como única salida hacia el porvenir.
Ahora bien, podemos concluir que Cuenca es una ciudad pública en el sentido de que
goza de una representación común y su sociedad comparte rasgos en cualquiera de sus
estratos. La cultura en Cuenca se desprende no de promesas y poses pero del sedimento
cotidiano que se ha ido acumulando en las maneras y modos de relación que sus
habitantes han entablado con su entorno y entre sí mismos. María Rosa Crespo anota
que “la cultura es sobre todo un proceso estructurador de sentidos que condensa la
memoria histórica de los pueblos, contiene las respuestas que las comunidades humanas
han dado y siguen dando a los desafíos de su propia existencia”88
. Estas respuestas han
sido, en Cuenca, elaboradas al seno de la comunidad ya que cada una de sus porciones
ha resultado indispensable históricamente. Pero, ¿son estas características suficientes
para considerar que la ciudad goza de un espacio público saludable?
Cuenca ante los ojos de propios y extraños.
La ciudad de Cuenca es la única del país que limpia sus aguas tras utilizarlas y las
regresa a sus ríos, es la única que tiene a su cargo un parque nacional bajo su
jurisdicción, es una ciudad que ha tenido en sus revistas literarias colaboraciones de
Jorge Luis Borges y Jean Cocteau, y sin embargo tiene la reputación en el resto del país
de ser un reducto del conservadurismo y la discriminación. ¿Cómo se explica esto?
88 María Rosa Crespo, “Una propuesta para la interpretación de la cultura de Cuenca y su región”, en “Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra”, Universidad de Cuenca, Cuenca, 1996, Pág. 27
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Podemos iniciar nuestro análisis con la constatación de que la urbe tuvo desde sus
inicios una presencia fuerte de la Iglesia, los valores y modales cuencanos tienen base
en los dogmas católicos y a finales del siglo XIX la ciudad protagonizó una cruzada
antialfarista que ha quedado marcada en la memoria del país entero. La fama de ser una
ciudad discriminante, nace de una lectura errónea que pretende calzar la realidad
cuencana en los marcos históricos de las provincias del norte: pretende dotar a la
dinámica social de la ciudad con las mismas estrategias de distinción que se evidencian
en las otras ciudades del país. Sin embargo, sí existe una línea de división en el espacio
público que no ha sido garantizada por el carácter orgánico de la ciudad. Cuenca es una
ciudad articulada por la masculinidad, hombres y mujeres juegan papeles diferenciados
en el espacio público y detrás de las galanterías y demás rituales aparentemente
ingenuos se esconde una escisión clara y marcada en las dinámicas sociales. “A través
de la historia, el desarrollo sociocultural de Cuenca, de la región y del país, muestra la
predominancia de una cultura patriarcal, con la subordinación y desvalorización de la
mujer frente al hombre. Esto trajo como consecuencia que a partir de la conquista y del
mestizaje se marque un modelo sociocultural, en el cual la acción pública de la mujer,
en la cultura, en la política o en el ámbito económico, ha sido más bien la excepción”89
.
El ritmo cotidiano y las prácticas públicas de la ciudad también excluyen a la mujer,
relegándola a jugar un papel más bien pasivo y servil. Si bien esta disposición se
desprende de rituales vernáculos de cortejo tales como “los serenos” o “la molestada”
(nombre que lleva el conjunto de todas las acciones que anteceden al noviazgo), puede
sólo ser traducida como una tradición que otorga roles específicos y férreos a cada uno
de los géneros.
En conclusión, Cuenca es una ciudad que goza cotidianamente el espacio público ya que
su lugar no es hipotético ni prometido; y sus beneficiarios no están ni supuestos ni
adornados, el sentido de la ciudad gira en torno a sus habitantes y sus relaciones; y la
versión simbólica de la ciudad despierta sentidos de identidad y afectos entre la
comunidad. Por otro lado, el espacio público está atravesado por una relación sexista
que incluso en nuestros días permanece invisibilizada por el peso de la costumbre. Y las
características que hemos anotado a lo largo de este ensayo, han resultado en una
perspectiva chauvinista de la sociedad, por parte de sus habitantes, que afirma que “el
mundo se acaba entre Yunguilla y Paute”.
89 Ana Luz Borrero Vega, “Presencia de la mujer en el desarrollo de Cuenca y la región”, en “Estudios, crónicas y relatos de nuestra tierra”, Universidad de Cuenca, Cuenca, 1996, Pág. 207
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Cuenca ha apostado su historia completa al modelo de ciudad orgánica, y salvo pocas
excepciones lo sigue haciendo. Este núcleo indispensable en la representación de esta
ciudad, y la cercanía entre la producción simbólica de la comunidad y lo que acontece
cotidianamente, sigue presente en los desafíos que depara el futuro para Cuenca. Incluso
si los procesos globales de fragmentación acechan cada vez más, no han logrado minar
los sentidos que dictan las formas, rituales y costumbres que desde el espacio público
dan forma y contenido a Cuenca y sus anejos.
Conclusiones.
1.- La manera de ocupar la calle –apropiarse de un espacio que por lo general se entrega
a la circulación de mercancías, bienes e individuos- para situar allí una escena y
redistribuir los papeles: en esto consiste precisamente el espacio público, y así ha sido
comprendido, asumido, tematizado bajo múltiples formas comparativas entre las
ciudades aludidas y en sus síntomas constantes que ofrecen: Quito, la ciudad de la
exclusión latente y que opera contra el individuo en sí mismo; Guayaquil, la urbe cuya
cúspide alcanza en la violencia simbólica que ella ha desencadenado contra sus propios
habitantes, y Cuenca, la Arcadia de los Andes anclada como única posibilidad en su
organicismo que tiende a configurarse bajo la forma de un tradicionalismo de carácter
aristocrático.
Sin embargo, todas ellas tienen sus propias potencialidades, sus propias barricadas que
pueden estallar como en trincheras cuya puesta en escena es una distribución distinta de
roles y papeles como en un guión determinado.
2.- El espacio de circulación de los individuos (trabajadores, informales, trabajadores
autónomos, burócratas, amas de casa, etc.) se convierte en un espacio de manifestación
de un personaje olvidado en las cuentas y estadísticas del gobierno: el pueblo, los
trabajadores o cualquier otro personaje colectivo. La potencialidad de Quito consiste en
hacer aparecer personajes colectivos con una particularidad insólita de toda puesta en
escena: ayer fueron los obreros de la fábrica Internacional, los forajidos de hace poco o
los colectivos de movilidad en estos tiempos; mañana serán los hijos de migrantes de
hace 30 o 40 años pero que no se reconocen como tales sino como los auténticos
quiteños, es decir los anónimos de los parques y de las calles, el anonimato propio de
esta ciudad.
3.- Robar las palabras y los sentimientos de los demás … es esa la política en el sentido
más fuerte del término; es esa la capacidad de cualquiera para ocuparse de los asuntos
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comunes … El vocablo de los forajidos fue apropiado por un movimiento social que no
admitía representación política después de haber sido utilizado por la “cocina
gubernamental” en su sentido de antisocialidad con respecto a su propio poder político.
Y los ejemplos pueden multiplicarse al infinito …
4.- El espacio público es la capacidad de cambiar su lenguaje común y sus pequeños
dolores para apropiarse del lenguaje y del dolor de los demás. El estudio sobre
Guayaquil nos muestra de modo magistral que el informal, la grasienta turba popular, se
apropia del lenguaje periodístico que lo menosprecia para decirnos finalmente que …
“nuestra victoria consiste en que ellos, los habitantes de Samborondón, continúen
creyendo lo que ellos dicen de nosotros sin que posean el más mínimo interés en
conocernos realmente …”
5.- Y aquí comienza finalmente la ficción … la ficción es una forma de esculpir en la
realidad, agregarle nombre y personajes, escenas e historias que la multiplican y la
privan de su evidencia única … como aquel relato de aquella mujer, una empleada
doméstica, que bajo nuestra insistencia en considerar que el viaje en bus es peligroso
para su seguridad, nos dice finalmente que “ustedes están equivocados, en el bus yo
hago cosas y relato hechos que no lo hago ni en mi casa (en Guamaní) ni en mi lugar de
trabajo (en la Jipijapa), es el único lugar donde yo opino de política … fuera de la
domesticidad de mi hogar o la labor exhausta con mi jefa”.
Así el entrelazamiento de las calles y de los cuerpos se convierte en el espacio público.
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