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32. ALVARO GOMEZ HURTADO (1919 - ). Abogado, profesor, periodista, ensayista y político. Estudios secundarios en el Colegio Saint Michel, de Bruselas (Bélgi- ca); en Saint Louis, de París (Francia), y en San Bartolomé, de Bo- gotá (1936). Cursó jurisprudencia en la Pontificia Universidad la- veriana, donde se graduó con la tesis Influencias del estoicismo en el derecho civil (1942). Concejal de Bogotá (1942-44). Represen- tante a la Cámara (1948-49). Senador por Cundinamarca (1950-57, 1958-74 y 1978-82). Miembro de la Asamblea Nacional Constitu- yente (1953-57). Ministro plenipotenciario en Suiza (1946-48). Delegado a la Conferencia Internacional de Comercio (GATI) (La Habana), de Aviación Civil (Suiza), de Libertad de Información y de Ciencias Administrativas (Suiza). Embaiador en Italia. Delegado a los congresos de prensa de Caracas, La Habana y Nueva York. Profesor de ideas políticas en la universidad donde siguió su carre- ra. Perteneció a la Academia Caro (1945). Uno de los fundadores del Banco Popular y miembro de su junta directiva. Director de la Revista Colombiana (1938-42). Director de El Siglo (Bogotá) en tres etapas: 1948-52, 1957-66 y de 1976 hasta el presente. Candi- dato a la Presidencia de la República (1974). En su obra principal, La revolución en América, campean amplios conocimientos de ñ- losoffa de la historia con interpretación muy original. Es, además, autor de doce libros sobre temas económicos y políticos. Formación del acervo tradicional hispanoamericano (De La revolución en América) En la formación del acervo tradicional hispanoamericano existe un contenido intencional que no puede desconocerse; porque 854

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32. ALVARO GOMEZ HURTADO

(1919 - ). Abogado, profesor, periodista, ensayista y político.Estudios secundarios en el Colegio Saint Michel, de Bruselas (Bélgi-ca); en Saint Louis, de París (Francia), y en San Bartolomé, de Bo-gotá (1936). Cursó jurisprudencia en la Pontificia Universidad la-veriana, donde se graduó con la tesis Influencias del estoicismo enel derecho civil (1942). Concejal de Bogotá (1942-44). Represen-tante a la Cámara (1948-49). Senador por Cundinamarca (1950-57,1958-74 y 1978-82). Miembro de la Asamblea Nacional Constitu-yen te (1953-57). Ministro plenipotenciario en Suiza (1946-48).Delegado a la Conferencia Internacional de Comercio (GATI) (LaHabana), de Aviación Civil (Suiza), de Libertad de Información yde Ciencias Administrativas (Suiza). Embaiador en Italia. Delegadoa los congresos de prensa de Caracas, La Habana y Nueva York.Profesor de ideas políticas en la universidad donde siguió su carre-ra. Perteneció a la Academia Caro (1945). Uno de los fundadoresdel Banco Popular y miembro de su junta directiva. Director de laRevista Colombiana (1938-42). Director de El Siglo (Bogotá) entres etapas: 1948-52, 1957-66 y de 1976 hasta el presente. Candi-dato a la Presidencia de la República (1974). En su obra principal,La revolución en América, campean amplios conocimientos de ñ-

losoffa de la historia con interpretación muy original. Es, además,autor de doce libros sobre temas económicos y políticos.

Formación del acervo tradicional hispanoamericano(De La revolución en América)

En la formación del acervo tradicional hispanoamericano existeun contenido intencional que no puede desconocerse; porque

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constituye su característica más notable. Estamos aquí, por lo me-nos en cuanto se refiere al siglo XVI, ante una modalidad sui gene-ris en la constitución de las tradiciones. Porque éstas, ordinaria-mente, se forman basándose en lo que ha sido y sigue siendo. Loque importa es su existencia y no su contenido. Y esa existencia secomprueba con métodos empíricos que en la historiografía moder-na alcanzan notables desarrollos. Podemos decir que las tradicio-nes, como tales, prescindiendo de lo que ellas entrañen, pertenecenal orden del ser. Se crean mediante la decantación de valores a lolargo del tiempo y son como un producto natural de cada socie-dad. Las tradiciones iniciales de Hispanoamérica, muy por el con-trario, no surgieron de ninguna evolución, sino que se dieron yaestructuradas. Fueron trasplantadas artificialmente. Su vigencia de-pendía, casi exclusivamente, de su contenido: era éste el que lasjustificaba y hacía perdurar. Por eso podemos decir también que;por lo menos en su etapa inicial, las tradiciones hispanoamericanaspertenecen al orden del deber ser. Cierto que este carácter artificialpodría inducimos a no considerar esas tradiciones como tales, yaque faltaría en ellas la nota esencial de haber sido algo vigente du-rante un cierto tiempo. Pero insistiremos en llamarlas tradiciones,aferrándonos precisamente al sentido etimológico de la palabra,formada por trans y dare, que significa "dar más allá". Nuestrasprimeras tradiciones fueron efectivamente dadas con el carácter detales desde Europa. ¿Quiere esto decir que, a su vez, eran tradicio-nes vigentes en el Viejo Mundo y que allí habían sufrido en eltiempo la decantación que les faltaba en América? No necesa-riamente.

Las tradiciones impuestas en-el Nuevo Mundo no fueron las mis-mas que imperaban en España, aunque unas y otrasemanaran deuna misma concepción del mundo. La diferencia consistía, precisa-mente, en la forma en que se habían constituído. Las españolasprovenían de la Edad Media tras un largo proceso selectivo de or-den social, mientras que las americanas tenían en buena parte unorigen teórico, determinado por el designio planificador que diri-gía la colonización. Unas surgían espontáneamente de la evoluciónsocial; otras se creaban, en algunos casos, en tomo a los actos ycostumbres de los conquistadores, pero', en parte también, en tor-no a las ideas generales contenidas en las capitulaciones, las orde-nanzas e instrucciones de los reyes y en la legislación de Indias. Es-

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ta dirección de la política colonial implicaba naturalmente unaapropiación de la experiencia histórica de la Península, o sea, unaconsideración constante de su propio patrimonio tradicional. Peroentrañaba también una selección de ese patrimonio, dentro de unconcepto depurado de lo que debería ser el Nuevo Mundo. Con-cepto que, a su vez, sólo pretendía ser la expresión americana deuna visión más general, ecuménica, de la vida y del hombre. (ps.72-73).

Hispanoamérica ha sufrido la Reforma, la Revolución Francesay la revolución técnica a un mismo tiempo

Es cierto que todos los pueblos atraviesan por similares períodosde crisis. Los de Occidente, por ejemplo, han pasado en la EdadModerna por tres transformaciones radicales: la Reforma, la Revo-lución Francesa y la revolución técnica Pero en Hispanoaméricanos ha tocado vivir las tres a un mismo tiempo. Por eso no pode-mos decir con propiedad que hemos tenido crisis, sino más bienque vivimos en crisis: Nos hallamos, desde la Independencia, sopor-tando un proceso de transformación que no tiene ritmo, que care-ce de ciclos, y en el que difícilmente pueden señalarse períodos deverdadera potencialidad creadora.

Sobre este fondo revolucionario que muchas veces no logramosentender, porque sobrepasa los planteamientos sociológicos y polí-ticos de cada país, los hispanoamericanos hemos venido participan-do en una serie de revoluciones inauténticas de segundo orden, queforman una cadena de crisis falsificadas, porque tratan de ser algoen sí mismas, cuando en realidad sólo son síntomas o manifesta-ciones de un fenómeno revolucionario que ni se ha provocado nise puede dirigir, sino que simplemente se padece sin tener adecua-da conciencia de él.

Nuestras "revoluciones" son fruto de ese estado primordial detensión que generalmente no logramos identificar. Por eso todasellas han carecido de sentido y, por consiguiente, de poder renova-dor. En nuestra historia social y política forman una continuidadde fracasos, de períodos huecos y sucesos infecundos; una conti-nuidad de soluciones de continuidad. (ps. 107-108).

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El salto del régimen colonial patemalista a las formas liberalesmás abstractas y exóticas produjo un traumatismoen el cuerpo social hispanoamericano

Todo era nuevo para aquellas gentes surgidas de la tutelar orga-nización política de la Colonia. Cuando ft'Oy·repasamos la historiade la emancipaci6n de los Estados Unidos, nos llama la atenci6nlaforma reiterada en que Jefferson confiesa que al redactar el acta deIndependencia norteamericana, no quiso implantar ninguna nove-dad, sino tan sólo ratificar solemnemente conceptos que eran co-nocidos y practicados por la sociedad anglosajona. En Hispano-américa no podría decirse lo mismo sino todo lo contrario. Allí,las bases en que se apoyaban los nuevos sistemas políticos, no sóloeran ignoradas por el pueblo, sino que contrariaban las tradicionesdel medio social. La implantación del régimen republicano signifi-có, por esta razón, un impacto sobre la totalidad de la cultura his-panoamericana, que en sus efectos revolucionarios trascendía elalcance inicial del movimiento separatista. La comprobada infil-tración previa de las ideas liberales en el medio colonial no autori-za, sin embargo, a afirmar que los hombres de nuestra Independen-cia tuvieran el propósito deliberado de sustituír elhumanismo cris-tiano de la Contrarreforma por el humanismo racionalista del en-ciclopedismo. Tamaño objetivo hubiera estado fuera de su expe-riencia y de su alcance. Tampoco ha de presumirse que mantuvie-ran firmemente la idea de efectuar una revolución de carácter so-cial. Su preocupaci6n consistía en encontrar las formas políticascon las que debían estructurar el Estado y en ello se concentrabapreferentemente su atención. De ahí que no tuvieran recato algu-no en importar sistemas extranjeros que en la mayor parte de lasocasiones resultaban reñidos con las circunstancias y costumbresdel lugar donde se' querían imponer. La adhesión a las formas re-publicanas se hizo sobre la base apriorístíca de su bondad inttfn-seca y prescindiendo de todo estudio de las realidades locales. Latransfonnaci6n política no se llevó a cabo a través de estadios evo-lutivos en los que la experiencia hubiera podido modificar el rigorde las concepciones teóricas que se pretendían alcanzar, Lo que sehizo fue dar un salto del 'régimen colonial patemalista y a vecescasuístico, a las formas liberales más abstractas y exóticas, con elconsiguiente traumatismo del cuerpo social. Esta drástica suplan-taci6n de sistemas es, en el fondo, la causa de ese radicalismo re-

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volucionario que se advierte como una constante en la evoluciónpolítica de Hispanoamérica.

Estos avances revolucionarios se "hipostasiaron" en la organiza-ción colonial superviviente y lograron convivir con ella. Se dio asíorigen a ese dualismo singular, que aún subsiste, en que, por un la-do, se reconoce como un dato cierto la existencia de una sociedadcatólica fuertemente afianzada en nociones espirituales, y, porotro, se preconiza, o por lo menos se acepta, que a esa sociedad sele dé una organización racionalista privada de todo contenido reli-gioso. A lo largo de la historia independien te de los países hispa-noamericanos se advierte un constante divorcio entre la realidadsocial y su expresión política, que no ha podido ser superado yque no es sino uno de los síntomas de la profunda lucha interiorentre dos diferentes concepciones del mundo, la tradicionalista yla revolucionaria, de las cuales la primera actúa como fuerza de re-sistencia, mientras la segunda encauza en un solo esfuerzo todas lastendencias secularizantes y progresistas del mundo moderno. (ps.115-118).

Del estado de naturaleza rusoniano al binomio oscuridad-luzde la interpretación histórica de la Ilustración

Los hispanoamericanos, recientemente emancipados y por lotanto sometidos al hechizo de su nueva situación, no estaban encondiciones anímicas de oponer una resistencia crítica a la fascina-ción de ese binomio oscuridad-luz que para ellos, en términos polí-ticos, significaba Colonia-Independencia. El Nuevo Mundo empezóa creer entonces en el mito del progreso, creencia que iría afian-zándose hasta nuestros días, al estímulo del paulatino desarrollomaterial de las nuevas naciones.

Pero esta visión de la historia no queda completa si prescindi-mos de la aportación de Juan Jacobo Rousseau. Porque si bienVoltaire era el autor más leído por el pueblo, fue sin duda el gine-brino el que más influyó en la élite dirigente de Hispanoamérica.Su entusiasmo prerromántico, el vigor de su fantasía y, aunque pa-rezca paradójico, la propia incongruencia de sus opiniones, lo con-virtieron en una cantera inagotable de la que sin discriminación al-

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guna extraían material los sostenedores de las variadas tendenciasfilosóficas y políticas que empezaban a configurarse. Pero su papelmás importante consistió en traducir o actualizar y poner al servi-cio de la revolución las viejas ideas del estado de naturaleza y delpacto social, en las que los criollos no pudieron menos de ver unestrecho parentesco con las doctrinas ortodoxas de Mariana y deSuárez. Las tesis rusonianas permitieron anteponerle un tercermiembro al binomio oscuridad-luz de la interpretación histórica dela Ilustración. El estado de naturaleza prehistórico descrito por elginebrino, fue asimilado, sin parar mientes en el rigor de la analo-gía, con las seudocivilizaciones indígenas precolombinas, que apa-recieron de pronto generosamente adornadas con los más primoro-sos y fantásticos caracteres idílicos y se convirtieron en el prototi-po histórico de las fantasías sociales imaginadas en tomo al mitodel Buen Salvaje. Rousseau había sugerido la idea, y lo demás fueobra del entusiasmo de los americanos. Los personajes de la histo-ria azteca o inca adquirieron la condición de semidioses y sus ha-zañas se relataron con énfasis homérico, con el deliberado propó-sito de crearle a América, valiéndose de la prehistoria indígena, supropia antigüedad clásica. De esta suerte, el esquema de la historiaamericana quedaba completo: al principio había sido la edad deoro del estado de naturaleza; con los españoles sobreviene el oscu-rantismo y la tiranía; como un tercer estadio, la Independenciaaportaba el triunfo de la razón, y con ella la promesa de una nuevaedad dorada. (ps. 121-122).

Con la independencia hispanoamericana se originó una luchaentre las nuevas formas de organización política y la estructuratradicionalista de una sociedad sin medios positivos de defensa

El ser de las nuevas repúblicas había quedado inscrito, por ra-zón de circunstancias fatales, en el bando de la revolución. Lo tra-dicional dejó de ser una fuerza activa de la política; es más, dejó deser una tendencia lícita porque, por definición, era antinacional.Lo revolucionario se convirtió así, teóricamente por lo menos, enun supuesto necesario cuyo desconocimiento, en aquellos tiempos,razonablemente podía tildarse de antipatriótico. Este planteamien-to originó una intensa lucha entre las nuevas formas de organiza-ción política y la estructura tradicionalista de una sociedad atóní-

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ta, desprevenida, sin medios positivos de defensa. El tradicionalis-mo quedó limitado a ser una fuerza de inercia, sin personería y porlo tanto sin iniciativa. Para participar en la organización del Esta-do, los elementos conservadores tenían que aceptar de antemanoel planteamiento revolucionario; se vieron precisados a montarseen el carro de la revolución para frenarlo desde dentro, en vez deafianzarse en tierra para detenerlo.

Por consiguiente, lo antirrevolucionario no fue, no pudo ser enHispanoamérica, una actitud consciente, afrncada en principiosdoctrinarios. La tradición quedó expósita, sin nadie que se atrevie-ra a defenderla. No se dio una teoría de la continuidad, como enlos Estados Unidos; no hubo siquiera emigrados. como en Francia.El propio ralliement de la Iglesia a las formas republicanas no sepresentó en ningún momento como una alternativa, sino como laúnica posibilidad. En las dos décadas que van de 1810 a 1830, elracionalismo tuvo las puertas abiertas para adueñarse de la opiniónpolítica de las nuevas naciones antes de que la reacción provocadapor los excesos revolucionarios saliera de nuevo a la palestra a dis-putarle el predominio.

Durante esos veinte años, las tesis liberales tuvieron a su favorla presión del nacionalismo criollo exacerbado por la guerra. Eneste aspecto resulta discutible la tesis, tan popular hoy día y tanbien respaldada por otros conceptos, de que la contienda de laemancipación fue una guerra civil. La extirpación total de uno delos bandos con el pretexto del patriotismo la convierte, en el mejorde los casos, en una guerra de secesión.

Hundido el poderío militar español, los elementos conservado-res de Hispanoamérica no tuvieron una doctrina política actualque oponer a la invasión ideológica del extranjero. Cuando mira-ban hacia la filosofía tradicional sólo encontraban las viejas tesisde Vitoria y de Suárez sobre el origen del poder, que ahora, másque para oponerse, parecían servir de justificación al naturalismo.El propio Rousseau había sido divulgado por los jesuitas. Los tra-dicionalistas se vieron sorprendidos y anonadados al comprobarque sus propias fuentes de inspiración doctrinaria se hallaban alservicio de la revolución. Y si en lugar de mirar hacia atrás obser-vaban el panorama de la política contemporánea, en ninguna par-

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te encontraban ejemplos de resistencia que pudieran adaptarse ala situación creada en las antiguas colonias. (ps. 127-128).

El jacobinismo frenético rompió la continuidadhistórica de Hispanoamérica

Si el clasicismo hubiera hecho crisis en Hispanoamérica al mis-mo tiempo que en Europa, y si, sustituyéndolo, un movimiento ro-mántico hubiera intentado revaluar los valores medievales -es de-cir, coloniales- y preservar la continuidad histórica, es seguro quela inevitable transformación republicana no habría quedado marca-da con el signo del radicalismo y la revolución. Pero por causa desu impreparación para la política, las jóvenes repúblicas quedarona merced de un jacobinismo frenético que no aceptaba transaccio-nes ni con el pasado, ni siquiera con las realidades más evidentesdel presente. (p. 130).

El primer romanticismo, de comprensiónhacia el pasado, no llegó a América

Cuando América consiguió su autonomía ya Europa estaba devuelta de los excesos revolucionarios. El romanticismo había rem-plazado el criterio "antihistórico" del iluminismo por una com-prensión unitaria de la historia, que consideraba necesario el exa-men de los hechos pretéritos, ya que éstos habían determinado elpresente de los pueblos y en buena parte determinarían tambiénel futuro. Se hacía, pues, inevitable el estudio de las fuen tes histó-ricas y muy especialmente las que correspondían a la Edad Media,época en la que creían encontrar sus orígenes, y hasta su justifica-ción, los movimientos nacionalistas provocados por las invasionesnapoleónicas. El romanticismo fue, en su primera expresión, queacertadamente ha sido llamada histórica, una tendencia restaura-dora, estrechamente ligada a la reacción contrarrevolucionaria dela Santa Alianza, pero más estructurada que ésta, más extensa ocomprensiva, pues abarcaba desde la literatura y el arte hasta lapolítica y la historia. La actitud romántica hacia el pasado entraña-ba un ánimo dispuesto a la comprensión de las expresiones góticay barroca de la cultura occidental. Era, por lo tanto, el clima pro-

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pICIO para la restauración de los valores de la tradición hispano-americana. Pero este primer romanticismo no llegó a América. Noalcanzó a llegar, porque contemporáneamente a él, en nuestro he-misferio se vivía en pleno clasicismo. Y cuando se advierten losprimeros brotes de romanticismo americano (entre 1830 para unospaíses y 1845 para otros) ya el romanticismo europeo se había he-cho revolucionario. Entonces el contacto con el pasado, lejos deser constructivo como lo proponía el romanticismo histórico, fueen Hispanoamérica nueva ocasión para agrandar la grieta abiertaentre el presente y las tradiciones. (ps. 130-131).

No hubo ordenada evolución política por laausencia del romanticismo de la restauración

Para la ordenada evolución política del Nuevo Mundo, para con-seguir la constitucionalización de los sistemas republicanos y aunpara que posteriormente pudiera sobrevenir una etapa de positivis-mo constructivo y fecundo, había sido muy útil que Hispanoamé-rica aprovechara la oportunidad de una cura realista y conservado-ra como la que había podido brindarle el romanticismo de la res-tauración. Las ideas que éste sustentaba no fueron ciertamenteadoptadas en bloque por el pensamiento europeo del siglo pasado,pero lo cierto es que muchas de ellas pasaron a informar la filoso-fía de Comte a través de Saint-Simon, y otras fueron acogidas has-ta por los socialistas. En líneas generales, pueden resumirse así:que la sociedad descansa sobre un consenso moral; que el indivi-dualismo es "la enfermedad de la civilización occidental"; que elindividuo no tiene derechos sino deberes; que la familia y no el in-dividuo es la verdadera unidad social primaria; que la sociedad esuna realidad que está por encima y más allá de los individuos quela constituyen; que el restablecimiento de la estabilidad social sebasa en la disciplina del individuo y en la restauración del respetoa la autoridad. Si estas ideas, aun en pequeñas dosis, hubieran go-teado sobre la febril América de la primera mitad del siglo XIX, suefecto balsámico se hubiera hecho sentir por lo menos atenuandola discontinuidad agobiadora de su transformación política. Peronuestro hemisferio se empeñaba en no recibir del exterior sinoaquello que podía ser estímulo para su revolucionaridad. (ps.131-132).

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Simón Bolívar, político realista y contrarrevolucionario

Pero Bolívar, pese a todo lo que se diga en contra, fue un políti-co realista. Realista, precisamente en aquello por lo que sus con-temporáneos lo tildaron de iluso. Porque la inmensa tarea del Li-bertador, que previamente había asimilado la concepción del mun-do preconizada por el liberalismo, consistió en amoldar ésta a lasrealidades americanas. Su acción no tendía, como la de muchosotros, al atolondrado descubrimiento de una ideología exótica,puesto que ésta ya la tenía él bien sabida, sino a su aplicación en elmedio americano. Frente a los empecinados ideólogos de su época,Bolívar estaba ya, en cierto modo, de vuelta. Sus objetivos no eranteóricos como los de la mayoría de sus contemporáneos, sino emi-nentemente prácticos. Así se explica que en sus primeros escritos ydiscursos -mucho antes de que nadie pensara en tacharlo de auto-ritario y monárquico- hubiera propuesto fórmulas conservadorasque trascendían el estricto campo de la revolución, en busca preci-samente de su consolidación y afianzamiento. Ya desde 1815, se-gún se advierte en la Carta de Jamaica, su preocupación principalconsiste en buscar o crear elementos de resistencia para contraba-lancear el ritmo desordenado de las nuevas ideas. Con los años yla experiencia, esta preocupación del Libertador se torna obsesio-nante. "La revolución es un elemento que no se puede gobernar".Tal es su convicción. Trata por todos los medios de dominarla, deencauzarla, de aplastarla. Clama por la estabilidad, sin la cual, se-gún él, "todo se corrompe y termina siempre por destruírse" yacaba proponiendo una completa exaltación de las tradiciones: "Elnuevo gobierno que se dé a la República debe de estar fundado so-bre nuestras costum bres, nuestra religión y nuestras inclinacionesy, en último término, sobre nuestro origen y nuestra historia". Pe-ro la revolución, "hidra de cien cabezas", lo desgasta y termina porvencerlo. "El que sirve a una revolución ara en el mar". Su pesimis-mo es absoluto. Sabe que ha fracasado y que América se halla alborde del "caos primitivo".

Bolívar veía problemas que los ideólogos no habían siquiera vis-lumbrado, porque el interés de éstos se centraba sobre la sustitu-ción formal del régimen político español por los nuevos sistemasreoublicanos, mientras que el Libertador había superado ese pri-mer estado y andaba ya preocupado por las consecuencias socioló-

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gicas de la transformación emancipadora. El, como muchos otros,había puesto en marcha las ideas que servían a la Independencia;pero no se había quedado ahí: despreció siempre ese jacobinismotropical que se satisfacía con la repetición de frases hechas por los"filósofos" norteamericanos o europeos. Para él, la verdad estabamás allá de la pura teoría y su vida es un esfuerzo gigantesco poraprehender las formas políticas que realizaran la adecuación de lasideas a las circunstancias.

Fue este propósito el que hizo de él un contrarrevolucionario.No porque en realidad quisiera serlo, sino porque su visión realistale impedía embriagarse con los mitos revolucionarios. Para él, la re-volución terminaba con la guerra de Independencia, a la que habíadado fin con tanta gloria. Su misión militar había quedado cumpli-da con creces y el éxito alcanzado le permitía no sólo elevar la vis-ta hacia preocupaciones ulteriores como las de la organización delEstado, sino también hacia objetivos mundiales que superaban elestrecho marco de los incipientes nacionalismos. Bien pronto sedio cuenta de que las ideas que habían servido para destruír el Im-perio Español no eran las propias para reconstruír la república ymenos aún para edificar una comunidad de naciones hermanas, Laeficacia negativa del liberalismo había servido a la causa patriotamientras ésta sostuvo su lucha contra el antiguo régimen; pero aho-ra, exterminado el bando enemigo, esas mismas doctrinas se revol-vían contra el propio ser de las nuevas naciones, sembrando enellas la anarquía y el desorden. La revolución, que inicialmentese hacía contra España, se convirtió en un cáncer interno. Losideólogos no comprendieron este cambio de las circunstancias ycontinuaron sosteniendo, en tiempos de paz y de recuperación,los dogmas que se habían popularizado con la propaganda de gue-rra. (ps. 135-137).

El "caudillismo bárbaro" es oportunista y amorfo

Privadas de toda amplitud de miras, sin ideas sobre la historia,sin doctrinas, sin espíritu de continuidad, dieron origen a una for-ma de autoritarismo sanguinario hasta entonces desconocida enAmérica y que hoy se designa con el nombre de "caudillismo bár-baro". Este fenómeno de fuerza bruta y ciega, difícilmente merece

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el calificativo de contrarrevolucionario. Por el contrario, el caudi-llismo es personalista y oportunista y, por lo tanto, amorfo. Estámuy lejos de ser conservador y tradicionalista. Los despotismosbárbaros de nuestro hemisferio se han instaurado, casi sin excep-ción, a los gritos de " [Viva la Libertad! [Viva la Revolución!". Yen su ejercicio han sido tan devastadores de lo tradicional como laspropias revoluciones. Ha sido error frecuente de los historiadoresatribuírles un sentido conservador y tradicionalista, cuando, enrealidad, apenas llegan a ser autoritarios y tiránicos. (p. 138).

Resultados revolucionarios: utopías y mitos

Para ser más precisos debemos aclarar que el arquetipo colonialque correspondía, antes de la Independencia, al concepto ideal queEspaña se había formado de su misión evangelizadora, al convertir-se en resultado, dejó de ser propiamente un arquetipo. Ya no eraun modelo ambicionable, una meta, sino un punto de partida. Noestaba delante de la evolución histórica, sino cada vez más atrás.La utopía de la Contrarreforma en América había terminado conla emancipación. Sobre sus resultados, o contra ellos, se empezó arealizar la nueva utopía; que no partió de cero, como había ocurri-do con la planificación hispánica, ya que entonces las seudocivili-zaciones aborígenes se habían derrumbado sin demostrar capaci-dad ninguna de transculturación, sino que se encontró con unaauténtica civilización de recias estructuras y profundas raíces.Los resultados fueron, tenían que ser, transaccionales. El primerestadio revolucionario, el que hemos llamado político, creó unnuevo criterio y un nuevo estilo para la vida pública y moduló lasbases de la organización jurídica sobre fundamentos ideológicos,naturalistas y utilitarios. Pero no se atrevió o no pudo ir más allá:dejó intacta la estructura de la sociedad, respetando la religiosidadcolonial, la organización familiar, el régimen de la propiedad, y,en algunas partes, la propia estratificación de clases. El segundo es-tadio revolucionario, el ideológico, buscó alcanzar resultados máscompletos, en persecución de unos arquetipos que correspondíana una utopía más evolucionada: fue la era del anticlericalismo, delsocialismo romántico, del positivismo y de la teoría del progresoindefinido.

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La tercera etapa revolucionaria, la actual, que hemos llamadoirracionalista, tiene también su utopía, que no se afianza ya enfundamentos ideológicos, sino que es eminentemente vivencial. Suarquetipo de hombre está todavía sin plasmar, aunque las formasde la vida contemporánea permiten desde ahora íntuírlo. La socie-dad se vierte sobre el porvenir, no por adhesión a una doctrina pro-gresista, sino movida por un ímpetu vital. Las ideologías, como di-jimos, todas las ideologías, están en crisis, inclusive las revoluciona-rias. La revolución se hace en nombre de las realidades existencia-les, que en el Nuevo Mundo han desbordado o parecen desbordartodos los planteamientos intelectuales. La utopía que ahora se pre-tende alcanzar, no precisa salir de la esfera del misterio en que to-davía se encuentran las posibilidades de la civilización técnica en elsuelo virgen de la América hispana. Misterio que reside en unaconstelación de mitos: el mito de lo telúrico, el mito de la capaci-dad creadora de lo mestizo, el mito de la raza cósmica, el mito dela fecundidad de la Amazonia, del estímulo tropical, etc.

La utopía que hoy mueve a Sudamérica no es una utopía ce-rrada, sino abierta hacia lo desconocido. No es una utopía de lle-gada, sino más propiamente una utopía de salida. No tiende a unresultado conocido o que, por lo menos, pueda intuírse previa-mente, sino que acepta la absoluta indeterminación de sus objeti-vos en gracia de las promesas que parece contener un presente pro-gresista. Es aquí, en esta indeterminación, donde radica su irracio-nalidad. (ps. 140-142).

El progresismo sudamericano, manía de revolversecontra el pasado para destruirlo

Cuando se habla del Progreso -así, con mayúscula-, no es fá-cil libertarse del relativismo que parece llevar consigo este concep-to. Se usa el término progreso, en su sentido más lato, para desig-nar la facultad real de variación que tiene el hombre; pero másconcretamente se emplea para señalar el "movimiento" tomado ensu aspecto sociológico, o sea, en su sentido de "cambio histórico".Pero, por regla general, cuando se dice Progreso, no se hace otracosa que emitir un juicio de valor, ya que lo único que en realidadse indica es que aquel cambio merece semejante calificación. En

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este momento el progreso no es ya sólo un devenir, una evolución,un sosegado producirse, sino que entraña la idea necesaria de queun cambio de cierta magnitud ha de producirse en [unción de uncierto impulso de perfectibilidad.

El progresismo americano, que quema realidades, que despreciaexperiencias y malgasta formas, no podría caber en el estrechomarco de esta definición. Y, sin embargo, en cuanto que es evolu-ción acelerada, y en cuanto que, en el fondo, sigue un impulso deperfectibilidad, aunque sea puramente meliorista, ese progreso nodeja de ser tal por el hecho de no saber atesorar.

La forma no acumulativa de este progresismo cuadra admirable-mente con la manía sudamericana de revolverse contra el pasadopara destruírlo. Esa manía tuvo su origen en el criterio antihistori-cista de la Ilustración y encontró seguidores entusiastas y numero-sos entre los positivistas a todo lo largo del siglo XIX. (ps. 143,145).

Balance de aportes en el complejo cultural hispanoamericano

La Independencia fue una segunda oportunidad fallida para elmestizaje. Hubo, sí, intentos de revivir lo autóctono y hasta sepensó en colocar en el trono de América a un olvidado descendien-te de los emperadores precolombinos. Pero ello no pasó de ser unafantasía de mentes soñadoras, sin consecuencias prácticas de nin-gún género. La Independencia fue, en todas partes, un movimientooccidentalista, más europeizante que el propio régimen colonial.En el fondo, la Independencia se hizo sobre la plataforma de cul-par a España por no haber europeizado suficientemente a América.El intercambio cultural que la Independencia propuso no fue re-gresivo; no pretendió ser restaurador. Si algunos quisieron alcanzaruna venganza, la buscaron en la sustitución de lo español por otrasformas de cultura europea y no en la imposible revitalización deunas civilizaciones indígenas esterilizadas, cuando no extinguidas.

A partir de la Independencia, América fue sometida a una cons-tanfe influencia francesa que se prolongó hasta las primeras déca-das del presente siglo. Tuvo su origen en la filosofía política enque se cimentaban las formas republicanas adoptadas por los na-

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cien tes Estados. Samuel Ramos advierte cómo "la pasión políticaactuó en la asimilación de esta cultura [la francesa] del mismo mo-do que lo hiciera la pasión religiosa en la asimilación de la culturaespañola" .

Quiere esto decir que el influjo de Francia no se limitó al campopuramente político, sino que penetró por él como por una brecha,para introducir en la compacta fortaleza colonial otros arquetiposculturales, distintos de los espafíoles, pero definidamente europeos.Europeos decimos, porque si bien el contacto de Hispanoaméricacon el Viejo Mundo se realizó entonces primordialmente a travésde Francia, también llegaron allí poderosas influencias inglesas queconjuntamente llevaron el asalto contra la estructura tradicional.Esta influencia franco-inglesa, o mejor "europeizante", tuvo el ca-rácter de un auténtico "choque de culturas" que encaja adecuada-mente en la manera que Spranger denominó receptiva, que consis-te, en que se ejerce a distancia mediante la adopción, por la cultu-ra receptora, de una o varias formas culturales de la civilización in-vasora.

La cultura hispano-colonial adoptó, además de los sistemas polí-ticos europeos, buena parte de su legislación, y también, aunqueparcialmente, un nuevo criterio moral. No se suele emplear paradesignar este fenómeno de adaptación cultural, el manido términode mestizaje; pero es lo cierto que aquí se podría aplicar con ma-yor exactitud que en el caso del choque entre las culturas hispáni-ca y aborigen. El influjo "europeízante", dejando en pie la estruc-tura general de la Colonia, le intrudujo notorias alteraciones queen su conjunto y como resultado, forman un auténtico productohíbrido, distinto de sus componentes. Surgió de ello una nuevaconcepción del hombre y de la vida y, en consecuencia, un concep-to diferente de la historia y un estilo distinto para la vida pública.Puestos en una balanza, los galicismos, los anglicismos y los modosliterarios europeos, son hoy más representativos en el idioma caste-llano que los rezagos de las lenguas aborígenes. En algunas regionespodría también advertirse un nuevo tipo de religiosidad como con-secuencia de la penetración racionalista.

Ultimamente, Hispanoamérica sufre un nuevo choque cultural,que también pertenece a la manera receptiva: el angloamericano.

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Es cierto que este choque ha tenido momentos en que mejor ha-bría podido catalogarse dentro de la manera colonizadora, comocuando la conquista por Estados Unidos de los territorios mexica-nos situados al norte del Río Grande. Pero hoy, ese choque se haceciertamente a distancia, aunque con una potencialidad de mediosde penetración que lo convierten en un fenómeno sut generis en lahistoria universal.

Concretándonos, pues, a la aportación aborigen, tenemos queconcluír que, tanto si se desmenuza la idea general de cultura ensus formas de expresión primordiales para analizar por separadocada una de ellas, como si se toma globalmente, los valores preco-lombinos no lograron transculturarse en grado tal que al resultadopueda con exactitud atribuírse el calificativo de mestizo. A esteconvencimiento se llegará por fuerza si, al considerar el problema,se tienen en cuenta tres imprescindibles reglas de procedimiento,que son las que aquí hemos aplicado:

a) No confundir el mestizaje (mezcla o combinación de elemen-tos culturales disímiles) con la aclimatación de una cultura. Mu-chas de las características típicas de la modalidad anímica hispa-noamericana provienen de la influencia del medio ambiente sobrelas formas culturales de origen europeo, y no, como a veces secree, de una fusión de estas contradicciones aborígenes remanentes.

b) No atribuír al primitivismo de algunas zonas de nuestra po-blación (ignorancia, pobreza, inferioridad biológica ocasionada porel hacinamiento y la desnutrición, etc.) un contenido cultural. Elcontacto de la civilización con ese primitivismo no híbrido.

e) No apreciar la aptitud de transculturación de los valores in-dígenas en toda América de acuerdo con un solo criterio, como siéstos hubieran sido homogéneos, sino distinguir en cada caso entrelos grados de civilización, muy distanciados entre sí, a que habíanllegado los pueblos precolombinos.

De la aplicación de este método surge un balance francamen tedesfavorable para la aportación indígena en el complejo culturalhispanoamericano. Pero ello no entraña necesariamente un juiciocondenatorio sobre los valores intrínsecamente considerados, de

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las evolucionadas civilizaciones de los aztecas, los incas o los ma-yas. Aquí sólo estamos apreciándolos en el momento de entrar enconflicto con lo europeo y en cuanto lograron sobrevivir en la cul-tura resultante. Nos atenemos a los hechos históricos en la formacomo acaecieron sin que ello implique tampoco un juicio de valoren el sentido de afirmar que dicha forma era la mejor posible. Ima-ginariamente bien puede concebirse que el acoplamiento de las cul-turas en conflicto podría haberse realizado en forma tal que permi-tiera un mayor aprovechamiento de los elementos indígenas, quede seguro eran más valiosos y, por consiguiente, más viables de ioque los españoles supusieron. Es probable que mediante la aplica-ción de un criterio más comprensivo se hubiera llegado, en el cam-po de la legislación, en el de la organización social y aun en el reli-gioso, a situaciones menos destructoras del patrimonio cultural na-tivo. No se tome, pues, este análisis de un proceso histórico comouna diatriba contra las civilizaciones indígenas, algunas de las cua-les, por su grado de desarrollo y por el aislamiento en que lo logra-ron, merecen no sólo nuestro respeto sino nuestro entusiasmo. (ps.212-213,215-216).

En América se ha pasado de lapasividad de lo telúrico a lafecundidad de la tierra alalcance y servicio de la raza humana

Hoy las condiciones de vida han cambiado, tanto en las planiciestórridas como en las montañas andinas. Las distancias, que en granparte de la pampa o en los llanos habían podido ser vencidas por elcaballo, han sido drásticamente acortadas por la aviación. El hom-bre está, o se siente, por lo tanto, menos solo; no se encuentra yaperdido en la inmensidad de lo desconocido, sino amparado efi-cazmente por sus congéneres urbanos que se hallan muy cerca deél, en la escala más próxima de cualquier sistema de transporte mo-derno. La mecánica le está arrebatando a la Naturaleza su fatali-dad. El tractor permite la agricultura extensiva donde antes sólo sepodía penetrar con la ayuda del machete. Las plagas de la maniguay las enfermedades tropicales han sido puestas en fuga por los in-secticidas y las drogas. La energía eléctrica y la refrigeración hacencómoda la vida donde antes la sola subsistencia era una proeza.

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La tierra americana, ante la eficacia de la respuesta, empieza adejar de ser una amenaza, un reto, para convertirse en un estímulo.El hombre parece haber encontrado la manera de fijar librementesu actitud frente al cosmos, cuyo orden ha terminado por descu-brir. Creemos estar asistiendo al principio del cumplimiento de unavieja ilusión: el de la fecundidad inconmensurable de la tierra ame-ricana, puesta, por fin, al alcance y servicio de la raza humana. (ps.242-243).

Hispanoamérica entre el mundo occidental y el mundo comunista

El mundo occidental y el mundo comunista se disputan la hege-monía universal sobre el terreno de las realizaciones materiales.Hispanoamérica está situada geográfica y políticamente en lugarmás próximo a los halagos occidentales. No es presumible, por lotanto, que mientras estas circunstancias sigan actuando, abandonesu parcialidad occidental para imitar el ejemplo de otros pueblos"neutralistas" que aprovechan la emulación entre los dos bloquespara conseguir, jugando al mejor postor, una mayor utilidad. Occi-dente le reporta todavía a Hispanoamérica el máximo de conve-niencias materiales.

Por lo tanto, el peligro comunista no se presenta en América tansólo en función de las circunstancias económicas. Es cierto, sí, quees muy grande la presión de las masas desposeídas sobre los mediosde producción. Pero esta presión encontrará escapatoria mientrasla economía se halle en estado de expansión. La insistencia enapreciar el problema comunista hispanoamericano a través de lascategorías económicas de los países altamente desarrollados, con-duce a una formulación equivocada del problema, porque sólocomprende una parte de los datos que deben tenerse en cuenta.

El comunismo no es hoy día, como hubieran podido sostenerlolos ideólogos y teorizantes de principios de siglo, un simple siste-ma político con fundamentos económicos. Es algo mucho más queeso, puesto que, al proyectarse scbre el mundo ortodoxo ruso, dioorigen a una metamorfosis cultural, creando una de las formas máspujantes de la civilización contemporánea. Si nos limitáramos a

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apreciar el comunismo partiendo sólo de su formulación doctrina-ria original, es decir, como una imprescindible etapa postcapitalis-ta, o, más sencillamente, como un partido político de extrema iz-quierda, estaríamos desconociendo el sentido eficaz -y por lo tan-to verdadero- de los sucesos más importantes de nuestro tiempo.Al comunismo hay que apreciarlo hoy en función de sus grandeséxitos y de sus grandes fracasos, porque éstos, a su vez, han obradode nuevo sobre la doctrina marxista y modificado sustancialmentela estructura del movimiento. La doctrina no puede ser considera-da aisladamente de sus desarrollos porque sería desmembrar unaunidad creada por la historia. El comunismo entraña teórica yprácticamente la adopción de un nuevo criterio sobre el hombre yla vida; pone en marcha una forma peculiar de humanismo, que so-brepasa los objetivos puramente materiales que deliberadamente seha fijado como meta; de ello surge una idea de redención envueltaen originales conceptos sobre la justicia, la igualdad, la fraternidaden el trabajo; su dinámica es expansiva porque exhibe un entusias-mo contagioso que acaso, con razón, ha sido señalado como sínto-ma de la existencia de una mística. Quizá tampoco se hallen com-pletamente equivocados quienes lo consideran una herejía cristiana.

Todo esto quiere decir que el mundo comunista dispone de unrepertorio de valores que le permite librar la batalla por el predo-minio sobre América, pero en un terreno que no sea precisamenteel de la utilidad, puesto que en éste, hasta ahora, la tecnología y elcapital de Occidente lo han mantenido a raya. El comunismo dis-pone de un apreciable acervo de contenidos significativos que nohan sido puestos en juego porque la formación cristiana de la cul-tura de nuestro hemisferio les cerraba las puertas. Es claro que siHispanoamérica mantiene su actual ritmo revolucionario hasta elextremo de que sólo queden vigentes los elementos neutrales de sucivilización, se derrumbará la valla que hasta ahora ha encontradola expansión comunista.

Decíamos antes que una hipertrofia de elementos neutrales nosacia la apetencia del hombre por los contenidos significativos. Lailusión de prosperidad, el beneplácito por el progreso material al-canzado, pueden en cierto momento dar la impresión de que con-juntamente la tecnología y las formas políticas bastan para conse-guir la felicidad de los hombres; es ésta una impresión de momen-

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to, porque si una cultura quiere perdurar ha de preocuparse de quelos estímulos espirituales que contiene y que configuran su indivi-dualidad no queden postergados frente a los de puro orden mate-rial, pues bien puede ocurrir que el destino de un pueblo superdo-tado materialmente se quiebre por la atracción incontenible quesobre él ejerzan otros sistemas culturales que posean una densidadespiritual a la cual ese pueblo, por no estar acostumbrado, no estácapacitado para resistir.

Si Hispanoamérica sigue formando parte de la cristiandad, laatracción del comunismo continuará limitada a la evolución me-cánica de la economía dentro del planteamiento rígido del mate-rialismo histórico y su predominio será, por 10 mismo, una even-tualidad poco probable. Pero si en virtud de la combinación de unproceso revolucionario interior con un progresismo neutralizanteHispanoamérica llega a considerarse como parte de un Occidentepost-cristiano, los halagos materiales del comunismo encontraránel poderoso estímulo de sus propios contenidos significativos, queal proyectarse como un rayo cultural sobre un continente ávido deobjetivos espirituales, demostrarán, seguramente, una capacidad depenetración tan poderosa, pero más decisiva que la que ha alcanza-do la tecnología occidental en los pueblos del Oriente. Aquí, esapenetrabilidad no proviene del contenido significativo mismo,puesto que por el hecho de ser tallo suponemos menos ágil quecualquier contenido neutral. Si el comunismo logra infiltrarse enHispanoamérica, no será por la densidad de su ideología, ni por lapureza de su mística, sino en virtud de la inopia espiritual a que hallegado el organismo receptor. (ps, 272-275).

La interpretación espiritualista de la historiaexige la preservación de los valores tradicionales

La interpretación espiritualista de la historia aún no ha sido de-rrotada. La apoteosis de la tecnología moderna no ha conseguidodesarraigarla del pensamiento y del corazón de los hombres, aun-que ya no consiga una formulación explícita en las tesis que infor-man el actual concepto de Occidente. El espíritu anda de nuevopor el mundo buscando su oportunidad, entre los hombres maltre-chos por la civilización urbana, entre las gentes de color, entre los

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ignorantes que aún no han logrado asimilar las categorías mentalesde la edad atómica y también entre los sabios superdotados que,cuando agotan todos los recursos de la investigación científica, en-cuentran que todavía hay algo más, algo inaccesible, que está fueradel alcance de la supuesta omnipotencia del hombre. Ya Comte lohabía dicho: "Sin un resurgimiento espiritual, nuestra época, quees una época revolucionaria, producirá una catástrofe". Esta intui-ción del padre del positivismo es cada vez más obsesionante a me-dida que el presentimiento de un cataclismo encuentra sus tentácu-los en el agotamiento anímico del hombre contemporáneo yen elsimultáneo desarrollo de su poder de destrucción.

La necesidad metafísica de un renacimiento espiritual se imponepoco a poco como el recurso último a que el hombre puede aspirarpara contrarrestar las amenazas creadas por la emancipación de suvigor intelectual. Llegará ciertamente un momento en que la ex-pansión horizontal de la tecnología extienda su influencia homoge-neizante sobre toda la extensión de la tierra y se convierta en unaauténtica característica planetaria. Pero, entonces, también es pre-sumible que el hombre busque en la profundidad del alma otrosmotivos para su organización social y le fije nuevamente rumbosespirituales a su destino histórico. Llegado a ese punto, se echarámano a todo lo que sobreviva de las concepciones religiosas delmundo, que adquirirán de nuevo el poder determinante de épocaspasadas. ¿Qué será, entonces, de Hispanoamérica, hinchada de téc-nica, pero culturalmente neutra y, por lo tanto, anímicamente es-téril? ¿Cómo podrá fijar autónomamente los rumbos de su evolu-ción futura si ha perdido el espíritu, que es precisamente aquelloque le permite al ser entrar dentro de sí mismo =spiritus sive ani-mus- para adueñarse de las potencias del alma? En ese momento,Hispanoamérica, exhausta por el esfuerzo denodado que realizópara alcanzar una meta cultural neutra, se verá de nuevo colocadaa la retaguardia de un mundo 01 H.'Il tado a la recuperación de los va-lores espirituales. El afán revolucionario de nuestros pueblos loshabrá colocado, por exceso de éxito, en una nueva situación ana-crónica, que esta vez consistirá en un distanciamiento, no de cier-tos arquetipos extraños, arbitrariamente elegidos, sino de sus pro-píasmodalidades tradicionales.

El afán cultural de entonces consistirá, al contrario de lo quehoy ocurre, no en actualizarse a costa de símisma,sino en recupe-

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rar sus propias esencias. Ese puede llegar a ser el verdadero mo-mento de madurez para nuestra América, cuando surja con todosu vigor un adolorido criterio de responsabilidad que, despojandoal hombre de sus falaces pretensiones de llegar a ser original, lo so-meta a una disciplina conservadora, único camino efectivo para lle-gar a la plena autenticidad histórica. La revolución, entonces, ha-brá terminado, dejando tras de sí el panorama desolado de un te-rritorio cultural cubierto de valores agónicos, que será preciso rea-nimar, uno tras otro, para crearle de nuevo un marco digno a laexistencia humana.

Nuestra misión actual, el único programa político que puede te-ner hoy fundamentos auténticos en la historicidad de nuestrospueblos, ha de ser el que tenga como objetivo la preservación delos valores tradicionales. Esa es la ley suprema de la naturaleza: insuo esse perseverare conatur; 10 cual no presupone ni la quietuddefensiva, ni el ensimismamiento hermético e impermeable. La na-turaleza misma nos enseña, con su sabia evolución conservadora,que el esse de algo es a un mismo tiempo su fieri o -10 que enotros términos podría decirse, con relación a Hispanoamérica-que la misión que a ésta corresponde es perseverar en su ser dentrode su propio devenir. Todos los estímulos revolucionarios queacentúan artificialmente su evolución, destruyendo sus esencias,conducirán al anacronismo de su desespiritualización, con la falazapariencia de una redención tecnológica.

La continuidad, conservación. He aquí dos palabras que, cuandoconsigan convertirse en una realidad social, serán el síntoma ine-quívoco de que Hispanoamérica ha llegado a la plenitud de su exis-tencia histórica y de que ha terminado la alocada aventura revolu-cionaria. (ps. 280-282).

Técnica y política(De Política para un pais en vta de desarrollo)

La escuela liberal clásica siempre fue muy celosa ante la intro-misión de valores que tuvieran la pretensión de ser superiores a laexpresión popular. Así, por ejemplo, la resistencia del liberalismoa aceptar la noción aristotélico-tomista del bien común, invocada

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tan a menudo por los conservadores, En los tiempos actuales talresistencia se ejerce contra esa otra formulación del bien comúnfuturista hecha a nombre de la técnica y que tiene su expresiónconcreta en los sistemas de planeación. El optimismo liberal sobrela condición humana le impide aceptar que puedan existir elemen-tos de convicción -morales o racionales- que no sean comparti-dos por la mayoría y, por 10 tanto, la voluntad de ésta debe tenerpleno derecho a que se la considere como la razón fmal.

Este dogmatismo demo-liberal era fácilmente defensable dentrode las antiguas ideas que se forjaron en el siglo XVIII, cuando lamentalidad del iluminismo formó toda clase de utopías sobre 10que se creía que era el resurgimiento redentor de las ideas políti-cas de la antigua Grecia. Ahora la situación es bien distinta. El Es-tado se ha convertido en un organismo extremadamente comple-jo, con funciones múltiples y cambiantes, que en nada se parecena la idea simplista de la "polis" ateniense. En aquellos tiempos latécnica pudo haber sido un elemento dentro de la capacidad dejuicio individual; hoyes una realidad generalmente inapropiablepor el individuo, que subsiste por sí misma, como término de re-ferencia inevitable para cualquier ordenación social, que crece yse perfecciona independientemente de la política y que llega aconstituír una especie de reproche obsesionante para cuantos lacontrarían o desconocen. La técnica no es ya un aspecto de la cul-tura personal sino un acervo colectivo que resulta criminal no uti-lizar. Frente a su creciente majestad, la inteligencia del hombre so-lo vale poco. La suma de varias voluntades, así sean mayoritarias,no compensa el poderío de la técnica. A veces ni siquiera el con-senso unánime de los ciudadanos.

A medida que la diosa Técnica adquiere mayor imperio, más seempecinan los parlamentarios en afianzar su condición política. Esuna reacción natural y comprensible que lleva, sin embargo, a unexceso de defensa y que impide la evolución del sistema. Para re-chazar la invasión tecnocrática se apela, con solemnidad y grandi-locuencia, a invocar el auxilio de otra diosa, cautivante y magnífi-ca: la diosa Libertad.

Igual cosa ocurre, aunque menos palpable en los ramos ejecutivoy judicial del poder público. Al final, es el carácter político el que

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predomina, no sólo porque nuestra organización constitucionalpropicia ese resultado, sino porque es el que procura mayores sa-tisfacciones a los funcionarios. La técnica se manifiesta como unconjunto omnicomprensivo, como un sistema de planeación. Y laplaneación es básicamente una norma disciplinaria.

Dos caminos se presentan para darle a la técnica una interven-ción adecuada e indispensable en la dirección de los asuntos pú-blicos: el primero consistiría en vigorizar administrativamente elorganismo de planeación, creando en tomo a sus recomendacionesuna mística colectiva que implicara, inclusive, la opinión oficialde los partidos; para el caso de que esto no fuese posible, por faltade entusiasmo o deficiencia de apoyo por parte de los órganos es-tatales que deban plegarse a la disciplina de-la planeación, queda elsegundo camino, que consistiría en darle a ésta cierta entidad cons-titucional, atribuyéndole facultades normativas que limitaran lainiciativa tanto del gobierno como del parlamento, pero conserván-dola celosamente separada de cualquier función ejecutiva. Se rom-pería así la polarización existente entre política y técnica, con evi-dente beneficio de los organismos constitucionales hoy sometidosa un progresivo descrédito. (1963, ps. 24-26).

La polftica como fuerza

Aisladamente ningún estamento, ningún cuerpo colegiado, nin-gún gremio, ningún sindicato puede desafiar la potencia estatal, nivale para ello que se ampare en normas jurídicas que carecen de ca-pacidad protectora. Lo único que hace detener al Estado es la polí-tica. Sólo la política -no la ley- contrarresta la fuerza estatal,porque a su vez aquella también es fuerza. La política se hace conla ley o sin la ley y a veces contra la ley. Ello cambia el estilo de lalucha pero no afecta su esencia de ser una fuerza. Y como tal tieneuna misión. Mientras más se denigre la política desde el Estado,mayor será el valor sustitutivo que la política tiene para restablecerel equilibrio: sustituirá a la ley, a la tradición, a la ética. Sólo la po-lítica puede impedir que el círculo de la omnipotencia se cierre yque se usurpe defmitivamente ese derecho primario de la personahumana.

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A la omnipotencia administrativa, cuando logra quebrantar losfrenos jurídicos, no se le puede oponer sino una fuerza de tipopolítico. Porque la fuerza de tipo político es la que se juega com-pleta, la que se juega a sabiendas de que le va en ello la totalidadde su existencia. Cuando la potencia del Estado se desborda, cuan-do las leyes ya no valen, cuando los tribunales ya no se atreven avolver por el predominio de la Constitución y de las leyes sobre laarbitrariedad, cuando los gremios no resisten porque no tienenconsistencia interior para oponerse solos a la arbitrariedad, no que-da sino la organización de una fuerza defensiva de tipo político.(1967, p. 27).

La política suministra los criterios para poderentender el cambio histórico

El mundo político circundante tiene una inmensa capacidad en-volvente. En los tiempos actuales, lo que se juega políticamente esel conjunto de las circunstancias humanas, desde el derecho delsufragio -que es cuando la gente cree estar haciendo política-hasta el derecho de información -que es cuando el ciudadano es elmás pasivo de los sujetos políticos-o En la inmensa gama entre es-tos dos términos está casi toda la actividad del hombre: la libertad,la planeación, el comercio, su capacidad de consumo, el problemadel bienestar, la higiene. La política, por su universalidad, es la for-ma final de concebir el mundo. Por lo menos suministra los crite-rios para poder entender el cambio histórico. (1970, p. 29).

Responsabilidad en la política e irresponsabilidad en la demagogia

Porque el más grave compromiso que se adquiere cuando seadopta el empeño de la política, es el de no poder ser indiferenteante nada: debe haber una opinión -conservadora por ejemplo-sobre lo grande y lo nimio; sobre lo transitorio y lo duradero; so-bre lo propio y lo ajeno. Lo interesante y lo duro de la política esque hay que tener conceptos sobre el Estado y sobre la moda, so-bre la plataforma submarina y sobre el precio de la gasolina, sobreel cine y sobre la política monetaria. Y lo grande de pertenecer aun partido que tenga una visión del mundo es que, esa proeza inte-

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lectual se puede realizar armónicamente, sin caer en contradiccio-nes, como un ejercicio natural de una vocación pública.

Tampoco nos gusta la demagogia, porque nos parece demasiadofácil. Prometer para no cumplir es una de las más despreciables for-mas de la cobardía. Porque, aunque se crea lo contrario, para ser

. demagogo no se necesita ser valiente. Eso de ofrecer lo de los de-más en provecho propio lo puede hacer cualquiera dentro de unacompleta impunidad. Y lo que más nos disgusta es lo de que la de-magogia no resuelve los problemas, sino que engaña, adormece,Después de que han pasado los demagogos por una barriada, lagente pobre queda como adormecida, pensando que le va a llegaruna redención que se le ha prometido irresponsablemente. Despuésdel enardecimiento pasajero sobreviene el sopor de las ilusionesmaltrechas. (1970, ps. 30-31).

Bipartidismo

Yo no me canso de ponderar la bondad del sistema bipartidistaque nos ha regido con buen éxito durante los ciento cincuentaaños de vida independien te. Pienso que es un patrimonio políticoque existan dos colectividades orgánicas y tradicionales que tenganun pasado que respetar y al mismo tiempo le brinden a la opiniónamplios senderos para expresarse y para manifestar sus discre-pancias.

Nuestros talantes, el liberal y el conservador, que nos distin-guen, nos diferencian, es cierto, pero que nos hacen ser parteirremplazable de la idiosincrasia nacional. A los otros partidos hayque dejarlos fundar y actuar sin temor, porque no son -ningunoha podido ser- un bien público.

Yo creo que mientras no se invente otra cosa mejor, hay que se-guir manteniendo el vigor de lo¡ partidos. El conservatismo y elli-beralismo son dos fuerzas históricas que están ahí, que han ..servi-do, que han durado. Constituyen un bien del que disponemos yque otros países no tienen. No veo hoy que se puedan sustituír pornada mejor.

Esos partidos son todavía organismos verticales, que aspiran atener una visión global de los problemas públicos y una representa-

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ción policlasista. Esa es su fuerza. Ahí radica la posibilidad de susupervivencia. Porque en un momento dado, ningún otro tipo deorganización política puede llegar a producir, como ellos, tantacantidad de solidaridad social. (1970 y 1967, ps. 38-40).

ElEstado necesita las agrupaciones políticas

El Estado, en el mundo moderno, no puede ser indiferente ante.la suerte de las agrupaciones políticas: las necesita no sólo comopersoneros de opinión sino como auxiliares administrativos. (1963",p.44).

El conservatismo es polie/asista

En el momento en que el conservatismo abandonara su condi-ción policlasista, desaparecería. (1970, p. 45).

La concordia como propósito nacional

Nosotros los conservadores queremos hacer una política de con-cordia. Esta es la palabra. Una bella palabra latina que fue la basede la organización jurídica y política de los romanos. Etimológica-mente parece que viene de cum y de cor, cordis, que quiere decir:con el corazón. Yo sé que suena raro sacar un latinismo en estaera de la tecnología que no puede perder el tiempo en averiguar elorigen de los vocablos. Pero qué atrayente política una que logra-ra producir la concordia así, como un movimiento del corazón;acordar los programas, concordar los esfuerzos, buscar el acuerdode los sectores, establecer la cordialidad en el trato del Estado conlos ciudadanos. La concordia como tendencia, como estilo, comoelemento disciplinante es toda una política. Aplicada a temas con-cretos puede producir todo un programa. Porque la concordia noes la uniformidad. Está en el extremo opuesto de esa abominableapariencia hegemónica que producen los regímenes omnipotentes.Los romanos usaban la frase horaciana de rerum concordia discorspara indicar que en la naturaleza había una concordia discordante,es decir, una variedad congruente, una individualidad aglutinante.Otro poeta (Manilio) hablaba de discordia concors, una discordia

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concordante, es decir, la reunificación en objetivos superiores depeculiaridades que saben agruparse, unirse a pesar de mantener ca-da una su individualidad. Ese es el estilo de movimiento políticoque proponemos: que cada cual mantenga su idiosincrasia peroque busque, a través de la concordia, propósitos nacionales comu-nes. Ello nos permite hablarle a la gente, a derecha e izquierda,buscar al humilde y al empobrecido, al que no tiene trabajo, al de-samparado, y también al empresario y al rico, para hablarles en suidioma y fabricar con ellos unas esperanzas que sean comunes. Conmejor técnica que hoy, porque aquella tendría que ser una técnicacompartida, explicada democráticamente: pero sin la cortina dehumo de la palabrería económica. (1967, ps. 54-55).

La relatividad en el concepto de revolucián

El término revolución es suficientemente vago como para cobi-jar multitud de situaciones diferentes e infinidad de solucionesimaginarias. A cualquier episodio del presente o no importa quéconcepción del futuro se le puede calificar de revolucionario, si eslo que popularmente conviene, sin temor de cometer un despropó-sito. Hasta los hechos del pasado, sometidos de suyo a una aprecia-ción más restringida, pueden llamarse de igual manera revoluciona-rios apelando a un poco de ingenio, sin que nadie tenga autoridadpara discutir tal atributo. La relatividad de la revolución permitetoda clase de licencias y de interpretaciones, porque los elementosque integran este concepto son tan variados en calidad y cantidad,que cada quien puede hacer con ellos el engendro intelectual quemejor le plazca: revolucionario puede ser todo aquello que signifi-que cambio, actualidad, modernidad, violencia, desorden, mejora,progreso, ascenso, destrucción, anarquía, iconoclastia, rebeldía,clandestinidad, resentimien too ..

Hay veces, sin embargo, en que la revolución ha significado al-go concreto. Es cuando logra presentar, como meta del cambioapetecido, una utopía determinada. La revolución se hace, enton-ces,-tanto en función de lo que anhela como de lo que rechaza. Elpro y el anti de un movimiento así, suministran suficientes elemen-tos para integrar una defmición más exacta de lo que, en un mo-mento dado, es una revolución. Más aún: la posición contra la de-

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termina la bondad intrínseca de los objetivos propuestos, que su-puestamente no se pueden alcanzar sino mediante la destrucciónde lo existente. En el tiempo y en el orden lógico, primero se pro-clama adhesión a unos propósitos y luego -y sólo consecuente-mente- una animadversión a todo aquello que se les oponga. Laparte constructiva, ideológica o programática, se convierte en lajustificación de la parte destructiva, o sea, de la lucha contra loexistente en cuanto antítesis de la utopía revolucionaria.

En la historia moderna, la Revolución, así con mayúscula, comouna noción universal, ha logrado fraguar dos utopías: la libertaria,de tipo burgués, cuya expresión más lograda fue la RevoluciónFrancesa y la proletaria o comunista, que se halla en plena trans-formación a través de los experimentos de Rusia y China. La pri-mera sufrió todo su proceso, hasta lograr la consagración parcialo total de sus vigencias y perder su aspecto revolucionario por ha-berse convertido en el régimen imperante. La segunda empieza amostrar síntomas de estar padeciendo ya su natural envejecimiento.

En efecto, las revoluciones dejan de ser tales a medida que ad-quieren un sentido de responsabilidad. Cuando logran el poder,cuando establecen su propia juridicidad, cuando consagran todoso parte de sus principios, empiezan a trabajar contra la dinámicadel cambio indefinido, porque en ese momento tal cambio signi-fica para ellas una amenaza. Podría decirse que, en este sentido,toda revolución triunfante se vuelve conservadora. Por lo menosconservadora de sí misma.

Yo entiendo que la revolución es un concepto que engloba doselementos: una cantidad de cambio y una cantidad de violencia.¿Cuánta cantidad de cambio y de violencia se necesita para quepueda hablarse de revolución? Eso depende del criterio de la gen-te y por lo tanto el adjetivo revolucionario contiene un importan-te aspecto puramente subjetivo. En Europa, por ejemplo, para queuna revolución sea considerada como tal, requiere una gran canti-dad de cambio y una gran cantidad de violencia. Entre nosotrosocurre lo contrario: a cualquier cosa, de cualquier magnitud, laconsideramos revolucionaria; un golpe de cuartel, un programa,una indumentaria, un baile moderno. Todo nos parece más o me-nos revolucionario porque nos hemos familiarizado con el vocablo

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y no exigimos ni mucho cambio ni mucha violencia al emplearlo.(1963, 1964, ps. 54-55).

El marxismo y el socialismo pierden vigenciapor haber cumplido su ciclo vital en poco tiempo

En un tiempo, hace un par de décadas, la utopía marxista pudoaspirar a ser el signo revolucionario de nuestro siglo. Alegaba parajustificar esta pretensión el antecedente de la Revolución Francesa,cuya temática ocupó el escenario político durante más de cienaños. Cuando los de mi generación estábamos en la universidad, talera la perspectiva que se nos ofrecía como un futuro necesario, co-mo un destino inevitable. El pensamiento tradicionalista creyó te-ner entonces una misión impuesta por ese determinismo histórico:los conservadores nos apercibimos para dar la batalla contra el co-munismo, a nombre de los valores espirituales de la cultura de Oc-cidente.

Hoy los presupuestos históricos han cambiado. El ritmo de ace-leración de la historia hizo que la utopía revolucionaria del marxis-mo cumpliera su ciclo vital más activamente y en menor tiempo.Hace años que maduró: ya sufrió la dura prueba de la experiencia,ya tuvo su oportunidad de poder, ya adquirió las responsabilidadesde sus parciales triunfos. Parece evidertte que ahora no tiene el fu-turo por delante.

La utopía marxista, como hipótesis, científica, resultó falsa. Lamayor parte de las profecías de Carlos Marx fueron desmentidaspor los hechos: no se cumplió la proletarización creciente de lasociedad, ni su progresiva pauperización, ni la anunciada concen-tración de capitales. Las etapas históricas previstas dentro del es-quema del determinismo materialista o no se dieron o presentaronvariantes tan extremas que no podrían ser reconocidas como tales.Pero el comunismo consiguió una importante proporción de po-der. Más como un hecho político cumplido que como una idearevolucionaria en marcha, se nos presenta hoy compartiendo laresponsabilidad del dominio mundial. Ese hecho cumplido se veprecisado ahora a defenderse de su propia aniquilación. El cúmulode responsabilidades adquiridas le impide seguir en el alegre juego

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revolucionario para no arriesgar, en un alarde de fidelidad a la uto-pía inicial, todo lo que hasta hoy ha conseguido. (1963, ps. 57-59).

El socialismo fabrica el resentimiento y la desesperanza

Yo creo que las transacciones con el socialismo esterilizan por-que no le dan a la libre empresa la oportunidad de hacer una orga-nización con miras al desarrollo, ni le dan al Estado la oportunidadde hacer una organización vertical de toda la economía. Entoncesse queda uno sin la potencia y el vigor del trabajo privado, de la in-ventiva y de la creatividad de la gente y se queda uno también sinla eficacia de la burocracia socialista que al fin también logra uncierto grado de progreso.

El socialismo necesita destruír no sólo el bienestar sino la espe-ranza. Para que el clima revolucionario les resulte verdaderamentepropicio pretenden, no sólo que la gente sea pobre y malnutrida,sino que, además, carezca de toda ilusión de progreso. El grandeempeño actual del socialismo en la América latina consiste en de-mostramos que no tenemos ninguna posibilidad de redención. Latesis, para que cumpla sus efectos sociales, tiene que ser absoluta:no hay nada que hacer.

Si lo que se necesita es aumentar la producción para que el paíspueda mantener su ritmo de crecimiento, el socialismo interfiereese proceso con reformas demagógicas que quebrantan el esfuerzo.

Si de lo que se trata es de aumentar las exportaciones para quehaya un mayor ingreso de divisas, el socialismo se propone creartales cargas a los .artículos exportables que no resulten competiti-vos en los mercados extranjeros.

Si lo que se precisa es aumentar las inversiones para incrementarlos volúmenes, el socialismo se apresura a perseguir el capital hastaponerlo en fuga.

y si lo que se requiere es un gran esfuerzo para apropiarse los re-cursos naturales y convertirlos en riqueza, el socialismo, que es

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una fuerza internacional sin patria, no tiene inconveniente ningunoen adoptar apresuradamente una actitud nacionalista para impedirel aporte, indispensable en ese campo, del capital extranjero.

Así obstruye, una tras otra, las posibilidades de salir avante y fa-brica lentamente las condiciones anímicas -el resentimiento y ladesesperanza- que son indispensables para el estallido revolu-cionario.

Cuando nos dejamos contagiar de demagogia y en lugar de bus-car nuestros propios objetivos nos inclinamos a procurar lo-quenos propone el socialismo, estamos contribuyendo a destruír el fu-turo. (1971,1972, ps. 63-64).

El socialismo provoca una nueva pobreza

El socialismo, con su práctica de odio, no da comida, ni vestido,ni casa. Se contenta con crear angustia. Provoca una nueva pobre-za. No la antigua, la nuestra, de la que queremos salir, que era unaprivación de recursos, sino otra, que es una destrucción de las aspi-raciones, un quebrantamiento de la esperanza. Al debilitar a la em-presa privada y al destruír la libertad, el socialismo está al mismotiempo condenándonos ala pobreza, volviéndola una condición in-superable, un modo de vida, un estado de naturaleza. Es 16 que ne-cesita para que haya desesperación ya través de ésta, se consiga unclima revolucionario. (1972, p. 67).

Aprovechamiento del cambio con alto índice de desarrollo

No podemos desaprovechar el cambio, ese cambio que se estáproduciendo, que nos cautiva porque ofrece oportunidades inespe-radas de redención. Es ahí donde tenemos que ser superiores. Esecambio del mundo contemporáneo que pone a nuestro alcance latecnología moderna nos tiene que encontrar preparados, ávidos depoder, pletóricos de ideas.

El cambio no se obtiene con la revolución sino que sedesapro-vecha. No podemos dejarlo pasar en medio de nuestro desorden ysin una cohesión social que nos permita dominarlo.

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El socialismo anacrónico, precisamente por eso, porque no seda cuenta del cambio, porque no lo concibe como un fenómenoactual e incontenible sino como una eventualidad, como un futurocontingente que hay que provocar, se prepara lentamente para sa-car provecho político de una transformación violenta que suponeque vendrá, mientras que nosotros ya estamos en el cambio, lo es-tamos percibiendo y tenemos conciencia de que es la materia pri-ma actual de la política. No hay tiempo para revoluciones, ni po-dernos desperdiciar energías en una lucha intestina innecesaria queesteriliza nuestra capacidad de transformación.

Tenemos que reconocer los fenómenos contemporáneos con va-lor; por ejemplo el impacto de la industrialización del campo sobrelas estructuras sociales agrarias que conmueven todas las tradicio-nes campesinas; las posibilidades de enriquecimiento que brinda lallamada "revolución verde"; la necesidad de darle una teoría degrandes números a nuestro desarrollo industrial; la creación artifi-cial y veloz de nuestros propios mercados internos; la urbanizaciónprogresiva de la sociedad. (1972, ps. 70-71).

Lo socialis ta no es lo moderno

No todo lo socialista es moderno. Casi, casi me atrevería a decirqlle todo lo socialista es un poco anticuado, pues el socialismo esun movimiento político del siglo pasado que se ha ido agotando enEuropa durante mucho tiempo. Que aquí no nos llegó porque nun-ca ha habido una tradición socialista. Además, en Colombia hemosrealizado muchas de las cosas que se suponen ser socialistas. Lamayor parte de los servicios públicos están a cargo del Estado. Demanera que un socialista europeo en Colombia no tendría muchoql;ie proponer: el intervencionismo público es muy grande, las li-cencias las da el Estado, los precios los fija el Estado. De maneraque hemos asimilado un intervencionismo de Estado que los con-servadores favorecimos en nuestra juventud, sin haber caído en larigidez policiva y antiliberal del socialismo. Yo creo que hoy cual-quier formulación del socialismo es un poco contraria a la idea delos tiempos y a las posibilidades de desarrollo de Colombia. (1971,p.71).

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La modernización socializan te significauna alteración de nuestra fe

Profundizando un poco más advertí que ese afán de modernizar-se es un síntoma de las.épocas de decadencia. La palabra misma demoderno no aparece en los idiomas clásicos en los tiempos creado-res, sino ya en la baja latinidad, en Prisciliano o en Casiodoro, esdecir, al final de la civilización latina. Es el afán de los envejecidosfrente a un mundo que no saben comprender. Acaso la angustiade la modernización no es sino una preocupación senil de genteque se siente relegada por el avance de su tiempo.

Yo me pregunto: ¿es que un joven se preocupa por moderniza r-se? ¿Y si uno hace la historia, es parte de ella, la vive entendiéndo-la, acaso se le ocurre pensar si es moderno o no lo es? Digo esto apropósito de mi partido conservador. Yo lo he visto siempre ac-tual, siempre presente, siempre evolucionan te. Hemos sabido per-severar en nuestro ser en movimiento, sin haber perdido la fe en loque en cada momento hemos sido. Para ser actuales no tenemosque desplazarnos en direcciones ajenas a la de nuestra propia evo-lución. La modernización socializante está por fuera de nuestrositinerarios, porque significa una alteración de nuestra fe.

Creemos que la cultura no es un fenómeno del pasado sino unacondición de nuestro tiempo y por lo tanto despreciamos ese tipode subculturas eruptivas que tienen la pretensión de romper la his-toria y avasallar al hombre con vigencias iconoclastas.

Pero peor que todo ello es la situación de tránsito de quienesaceptan los criterios ajenos sin compartirlos, sólo porque si siguie-ran manteniendo su personalidad se sentirían fuera de la historia.Es un estado deplorable en que ya no se es lo que se quiere ser yno se quiere ser lo que uno está llegando a ser. (1972, ps. 73-74).

Ni capitalismo ni totalitarismo socialista

Yo no he sido nunca defensor del capitalismo. No me gusta elsistema capitalista porque ha materializado a la humanidad. Peroentre el capitalismo y lo otro, el totalitarismo socialista, yo siem-

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pre me quedo con el capitalismo, porque al fin y al cabo represen-ta la defensa de un cúmulo de nociones espirituales, de principiosen que hemos creído desde chicos, de tradiciones que hemos here-dado y no podemos entregar; el capitalismo ha materializado almundo, pero ahí en ese materialismo vive todavía el espíritu.(1961, ps. 75-76).

Origenes del ideal polittco conservador

(. .. ) en el análisis de la evolución de las ideas no siempre resultaidóneo porque el pensamiento es polivalente, caprichoso, no siem-pre lógico y por 10 tanto no cabe dentro del itinerario de una co-munidad formal considerada como sujeto de la acción política.

Por el lado contrario, tomado el término conservador en su sen-tido más amplio, bien se pueden cobijar con él situaciones y seresde muy distinto tiempo y lugar, pues estaríamos nada menos queante una de las constantes del temperamento humano. Y en esesentido los conservadores hablamos de nuestro padre Aristóteles,algunos creen que Catón fue conservador; otros pensamos que Jus-tiniano es exponente significativo de nuestro modo de concebirel Estado; no faltan quienes encuentren ascendencia de la idea con-servadora en Santo Tomás naturalmente, en Dante y Federico deHohenstaufen (por aquello de que en todo buen conservador haysiempre un gibelino recóndito), en Fernando de Aragón y nuestrorey Felipe 11;en Hobbes, Suárez y Herder y los románticos alema-nes, pasando, claro está, por los indiscutibles: Mariana, Bossuet,Burke, De Maistre, De Bonald y Hegel. Un vasto, un variado reper-torio de ideas y de sistemas, que no siempre coinciden, que toma-dos aisladamente pueden contraponerse, que, sin embargo, tienenuna misma tendencia, a veces una misma orientación, más frecuen-temente una cadencia común, un estilo, un/talante.

Eso de ser conservador no surge como una posibilidad a partirde un determinado día en que se funda un cierto partido, ni de laocasi6n en que se lanza un conocido programa; no es ello el resul-tado -como pudiera creerse- de las emanaciones de gloria en tor-no a un caudillo, Bolívar, por ejemplo; sino que esa posibilidadpuede tener raíces más antiguas que la propia organización jurídi-

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ca de la nacionalidad y que acaso se remontan hasta el origen mis-mo de la formación de un pueblo. Quizá eso de ser conservador seauna condición humana que sobrepasa en antigüedad al philum dela propia doctrina del conservatismo, que es más ancha que todoslos programas, más duradera que todos los partidos. Yo creo que elconservatísmo colombiano, como hazaña humana e intelectual esuna bella expresión de ese talante universal.

Las páginas de lo que llamamos historia patria se arrancaron dellibro de la historia universal y se encuadernaron aparte, sin ningúnnexo con cuanto nos ha rodeado y con cuanto ha sucedido enotras latitudes. Nuestros hechos se encierran dentro de su propiomarco y se aíslan y se examinan y juzgan con total independenciade lo extranjero, casi sin mencionar la existencia de otros paíseso de otros continentes. Nuestra historia patria se desprende de lacronología universal con los Reyes Católicos y Colón y se consumeluego en el relato intrascendente de tres siglos de paz colonial.Vuelve a tomar contacto con la cronología universal para men-cionar, muy de paso, la invasión napoleónica de España y se apar-ta definitivamente de ella, como si entre una y otra no hubieraexistido influjo de ninguna especie. Tan radical ha sido este dis-tanciamiento, que nos cuesta trabajo establecer la coetaneidad denuestros hombres y sucesos con los personajes y acontecimientosde los demás países.

Conectados con la historia universal, situados dentro del marcode los grandes movimientos intelectuales, nuestros pequeños acae-ceres, los dichos y hechos de nuestra gente abandonan su provin-cialismo y adquieren significados interesantes, se cargan de sentidoecuménico y de profundidad. (1967, ps, 79-81).

Lo conservador en la Conquista y en la Colonia

¿Qué fue lo que se quiso hacer? Proyectar sobre las nuevas tie-rras recién descubiertas, la idea medieval, aún intacta en España,de la cristiandad.

Por ello todo lo que hizo en la Colonia tuvo sentido. Iba haciaun resultado. En primer lugar la empresa americana había tomado

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partido ante el mundo, estaba comprometida. Ante la destrucciónde la cristiandad por causa de la Reforma, la conversión de Améri-ca era una reafirmación conservadora. Ese fue el signo bajo el cualnacimos. Presidía el esfuerzo creador hispánico un afán unitario,decididamente contra-reformista, con tesis, banderas y voluntadde lucha.

Entonces, si esto es así, si todo tenía un sentido ecuménico, lainterpretación de la conquista de América gana en profundidad yse hace aún más hazañosa. Al esfuerzo prodigioso de los semi-dio-ses, que descubrieron nuestro continente y que se agota en la pri-mera centuria, hay que agregar la presencia funcional del alguacil,representante casi inerme de una autoridad ultra marina; la delfraile, elemento esencial en el complejo de la cristiandad; la del po-blador que recuperaba en las tierras vírgenes un modo de vida quedesaparecía en la Europa urbana y mercantil del Renacimiento.Esos personajes dejan de ser aventureros casuales para convertirseen signos. Como, de esta guisa, se convierten también en signos loscastillos, los conventos, las calzadas y hasta los humildes ranchos.

Lo que nacía en América, nacía con voluntad de destino, com-prendido y aceptado por quienes lo vivieron. Los testimonios estánahí, en crónicas, escritos y hechos. Si no hubiese existido esa con-formidad con el objetivo prefijado, no habría tenido nuestra Amé-rica esos tres siglos de paz, mantenida sin coacción, sin aparato po-licivo, sin ejército, confiando a distancia en la adhesión de lossúbditos.

En esta época se movilizan y se ponen en práctica ideas políti-cas a borbotones. La imagen del infiel, por ejemplo, contra el cualse pensaba realizar la ampliación de la cristiandad y que por su fal-ta de resistencia cultural, por su conversión masiva se transformainesperadamente en súbdito, en miembro de la grey. Hay que im-provisar un Estado en medio del desafío de la inmensidad, dondelos servicios, los apoyos, las decisiones, están perturbados por ladistancia y la demora. Se crea la Casa de Contratación como unaimponente y anticipada oficina de planeación. Actúa el Consejo deIndias. Y América se llena de instituciones religiosas, sociales, ju-rídicas, dando un majestuoso ejemplo de su capacidad plasmadora.

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La sociedad se forma, muy de acuerdo con el talante conserva-dor, sobre la base de que la cultura es una planta. Al fin y al caboese es el origen etimológico de la palabra, que viene de cultivar. Lacultura hay que sembrarla, abonarla, desyerbarla, aporcarla, tal vezpodarla. La planta se puede morir un día cualquiera. De ahí quesiempe es útil que haya conservadores. Los demás tienen una ale-gre despreocupación por esta presentación vegetal de la cultura. Sise quiere son más optimistas: presumen que la cultura se da comocualquier maleza. Y por eso ni siembran, ni preparan la tierra; noesperan a que crezca el árbol para convertir sus ramas en leña y eldía menos pensado deciden cortarlo porque hace demasiada som-bra y para ver si nace otro. Los de talante conservador son, por elcontrario, maniáticos de la vegetación: que no se tronchen los re-toños, que se amarre bien el injerto, que a las ramas partidas se lesponga horquetas y que el árbol viejo se acode antes de cortarlo ose le tomen semillas.

En nuestra zona tórrida la cultura es planta exótica. Todo laamenaza. El ambiente parece hostil y hay que realizar mayor es-fuerzo que en otras partes para poder vencerlo. Entre nosotros nose produce el fenómeno de los excedentes. Ni cultural ni económi-camente nos hemos encontrado sobrados. No hemos almacenadojamás. No sabemos cómo hacerlo. La superabundancia ocasional seconsume tan rápidamente que no alcanzamos a llevarla a depósito.Este proceso acelerado de combustión o de desgaste tampoco nospermite derrochar. Cuando lo hacemos quedamos famélicos. Elgasto en exceso, si se produce, es a costa del equilibrio nutricionaldel organismo.

Por eso América latina, que habla de la revolución y la pregona,es conservadurista. Tan pobre ha sido, que al final de cada procesode agitación carece de las energías necesarias para realizar el cam-bio apetecido. Y si lo intenta, no es sin producirse a sí misma, a suacervo institucional y a su patrimonio económico, un daño irrepa-rable. Paradójicamente, para poder ser revolucionario de verdad,hay que disponer de un excedente patrimonial-en bienes institu-cionales y económicos- que nosotros nunca hemos tenido. Nosempeftamos en destruír lo que funciona, lo que ha sabido perdurar.

Los espaftoles se dieron cuenta de que aquí había que crearlotodo. Que inclusive sería difícil utilizar -transplantar o injertar-

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los vestigios de las seudocivilizaciones aborígenes. Y que así comohabía sido necesario traer los primeros huevos, las primeras semi-llas y los primeros cuadrúpedos domésticos, de la misma manerahabía que transportar al otro lado del mar los conceptos abstrac-tos: el de justicia por ejemplo y los demás que hacen posible laconvivencia civilizada, junto con sus correspondientes institucio-nes. Ese esfuerzo creador estaba obsesionado por el peligro de ladestrucción y por eso fue tan marcado, tan irrevocablemente con-servador.

Podía no haber sucedido así. De hecho no sucedió así en Nor-teamérica, a donde llegaron refugiados disidentes del protestantis-mo, expulsados de sus países -Inglaterra, Holanda, Francia- porel fanatismo religioso. Lo que se sembró allí fue una semilla de re-belión. La idea de avasallar un mundo no aparecía por parte algu-na. Los emigrantes se establecieron en las factorías en actitud de-fensiva y se mantuvieron en ellas sin desafiar, como habían hecholos españoles en el sur, el peligro de la inmensidad, de la soledadcircundante. Las pequeñas y timoratas sociedades escalonadas enla banda este del hemisferio nórdico no quisieron aceptar retos queno pudieran contestar. Pero fínalmente también se hicieron con-servadoras. Como bien lo han desentrafiado los más modernos his-toriadores de la independencia de los Estados Unidos, el factor do-minante en la rebelión contra Inglaterra fue un ímpetu tradiciona-lista contrario a cualquier contaminación revolucionaria. Tambiénera necesario cuidar la planta, preservarla de peligrosas contamina-ciones. Y así nació esta América, próspera, creadora, innovadora,vanguardista y que sin embargo no ha podido producir una solarevolución. (En el norte, porque no hubo contra qué y en el surporque no ha habido con qué).Cuando se planeaba y creaba, cuando se sembraba la cultura, ha-

bía conservatísmo, en cuanto se producía una toma de conciencia.Pero cuando vitalmente, vegetativamente diríamos en este caso, lasociedad defendía en forma instintiva su acervo cultural, entoncesse manifestaba el conservadurismo. Muchas veces ha existido esedivorcio entre lo racional y lo instintivo. En la Independencia ocu-rrió. Cuando nuestros próceres fueron sorprendidos con la noticiade que se había derrumbado el Imperio Español, por la súbita inva-sión de la Península hecha por esa especie de anti-Cristo que paraellos era el general Bonaparte, se dieron a la tarea intelectual, pu-

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ramente intelectual de rellenar el vacío con ideas políticas ajenas.y así nos llegó de repente todo el enciclopedismo, con las primerasmanifestaciones de utilitarismo y de liberalismo económico. Fueun chaparrón de novedades que sumergió a esos beneméritos pró-ceres, que habían sido formados en el más puro tomismo y dentrode las más sanas y castas tradiciones políticas. La clase dirigente noestaba preparada y menos aún el cuerpo social. Los distinguidoshombres que dominaban nuestras idílicas sociedades coloniales, sedieron a leer apresuradamente lo que ni siquiera habían vislumbra-do que existía y a ver de construír con materiales tan inaprehensi-bIes el edificio político de los países independizados. Una tarea en-gorrosa, azarosa, porque el diablo podía estar por ahí, al voltearuna cualquiera de las páginas de Rousseau, de Voltaire o de Jere-mías Bentham. Ese bombardeo de rayos extraños produjo una irri-tación en la epidermis de nuestra cultura. La incapacidad para asi-milar tanta novedad, ocasionó ahogos para la clase dominante y es-cándalo o indiferencia en la masa del pueblo. Se había caído algoantes de haber decidido que ese algo debería tumbarse. Ese fue elfenómeno curioso e inesperado de nuestra Revolución de Indepen-dencia: que se convirtió prácticamente en un hecho cumplido, an-tes de haberla siquiera concebido imaginariamente. Habían trans-currido dos años largos desde las abominables escenas de Bayona,más de dos años larguísimos desde cuando los ejércitos del Corsose paseaban por España destruyéndolo todo y todavía no germina-ba ninguna idea política entre los patriotas latinoamericanos. Afalta de otra cosa hubo que inventar la Independencia y abrirle pa-so, crearle opinión, convertirla en un suceso. Fue una gran tareapolítica, valiosa, meritoria si se quiere, pero completamente dis-tinta de la empresa que nuestros historiadores nos han presentado.Salvo en el insólito caso de Túpac Amaru y el muy discutido de loscomuneros neo-granadinos, la Independencia no estuvo en el reper-torio de las inquietudes políticas, ni fue bandera ni meta. Después,a posteriori, se han inventado precursores. Se han pescado frasesde viejos escritos que pudieran revelar un sentimiento recóndito enfavor de la segregación. La verdad histórica es que el desplome ad-ministrativo de España ocurrió primero por causas europeas, antesde que se pensara en serio (Miranda y unos pocos más puestosaparte) en separar al Nuevo Mundo de la madre patria. Y mencio-no a Miranda, porque evidentemente él tuvo la idea de la Indepen-dencia antes de que ésta se produjera, mientras que casi todos los

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demás, aun después de efectuarse la desintegración administrativade España, no habían acariciado semejante idea. Y no es de culpar-los porque tal no era su propósito. Dentro del talante conservador,que dominaba la parte de nuestra historia que hoy denominamoscolonial, romper la unidad hispánica no constituía una ambición niuna meta laudable. La Independencia y su filosofía se convirtieronen un cuerpo extraño. No hubo una evolución natural, una sustitu-ción progresiva de vigencias, una transformación más o menos evo-lutiva. Fue un relleno. ¿Con qué se rellenó? Con literatura políti-ca, con ideas (Voltaire) jurídicas, en que se mezclaba el padre Suá-rez con Locke y Montesquieu, con inefable optimismo filosófico,en que nos considerábamos halagüeñ.amente aludidos cuando Rou-sseau hablaba del Buen Salvaje y fmalmente, con algo de liberalis-mo económico, un poco, casi nada. Ese fue el cuerpo extraño quele fue introducido al organismo tradicional.

Esas ideas novedosas y deslumbrantes, que desde entonces hastahoy han formado nuestro patrimonio jurídico y parte muy sustan-cial del político, tuvieron el triunfo asegurado. No se vieron preci-sadas a dar una batalla para vencer, sino que encontraron el campovacío y lo único que tenían que hacer era instalarse en él. La de-rrota subsiguiente de los ejércitos hispanos, la magna guerra, quegracias a la presencia de Bolívar dejó de ser una lucha de montone-ras, fue la gloriosa culminación militar de una contienda intelec-tual ganada sin combate y por anticipado por los patriotas, sor-prendidos por la brillantez de la ideología que acababan de descu-brir. ( 1967, ps. 81-87).

El 20 de julio de 1810 y las ideas

Se trata de un movimiento de insatisfacción regional, que acasosea la primera manifestación de opinión pública en esta parte deAmérica y que puso en aprietos a las desprotegidas autoridades.Aceptado como antecedente, sin que por ello engendrara un fenó-meno de evolución. Lo malo consiste en que se suele abordar suestudio con un parti pris. consistente en hacer germinar en la men-te de aquellos valerosos rebeldes las ideas de la Revolución France-sa, que aún no había tenido lugar y que muchos años después ibana caerle de sorpresa a nuestros próceres de la Independencia, esta-

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bleciendo así arbitrariamente entre dos sucesos distantes e inde-pendientes, un hilo intelectual imposible y mentiroso. Los Comu-neros, algunos de ellos, aceptando siempre al rey de Espafía, llega-ron a acariciar la idea de derrocar las autoridades de Santa Fe. Perolo que preferentemente ocurrió fue que, para condenarlos y repri-mirlos, las autoridades los acusaron de buscar la Independencia.

Cuando nos convertimos en república independiente fue preci-so sobreponer a ese organismo tradicional no evolucionado, un de-recho público adventicio, sin antecedentes. De este antagonismoentre el organismo y la estructura, emana toda la problemática denuestra vida republicana. El ser de nuestras naciones se había plas-mado -para bien o para mal- dentro de los lineamientos de la pla-neación contrarreformista, barroca, que tenía como propósito laexpansión extemporánea de la cristiandad. Ese era un resultado de-fmido y estable de tres siglos de continuidad política. Pero ese sersocial, con sus valores y defectos, súbitamente se quedó sin perso-nería, casi diríamos que sin cabeza. Y hubo de prestar una ajenapara poder sobrevivir. La cabeza tenía el prestigio de ser moderna,novedosa y el privilegio de ser el órgano de dirección; pero el cuer-po tenía la fuerza de ser estable, orgánicamente sano. El aparea-miento antinatural de estos dos elementos pudo hacerse. El nuevoser logró sobrevivir aunque entre los componentes no se hubieseproducido una simbiosis, sino apenas una coexistencia más o me-nos tolerante. El talante conservadurista ha defendido hasta hoyla organización social tradicional. La men te conservadora en cam-bio, asimiló la superestructura jurídica y la convirtió en acervocultural, en algo que a su vez debe preservarse, en una tradición.Por eso no hubo bando espafíol entre nosotros y, muy a la corta,como consecuencia de aquel famoso decreto de la guerra a muer-te, los únicos realistas que en América quedaron eran los españo-les. Entre los nativos americanos, el bando político al que corres-pondía la defensa de la formación tradicionalista del cuerpo social,quedó apabullado porel nacionalismo y prácticamente desapareció.(1967, ps. 87-89).

Origen liberal del conservatismo

La tolerancia de la estructura liberal del Estado por parte delconservatismo, primero, y luego su defensa, produjo no poco estu-

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por y escándalo. Parecía ser una contradicción insoportable. Sinembargo, hoy la podemos entender. En efecto, el cuerpo social tra-dicionalista que había quedado expósito, necesitaba una persone-ría. El precio de ésta fue pagado por el instinto de defensa conser-vadurista. Para la protección de los valores culturales no importabatanto la ortodoxia de las ideas, como la recuperación de las reglasde juego. En el momento de la revolución lo más peligroso era lainestabilidad, la incertidumbre, la pérdida del Estado de derecho.El conservatismo colombiano buscó rápidamente la creación denormas jurídicas, la creación de reglamentos, la recuperación de lasinstituciones. Cierto que ese nuevo Estado de derecho no se podíaconstruírsino con materiales heterodoxos. No importaba. La fuer-za tradicionalista, aún no perturbada, existente en el organismo so-cial, podría a la larga, ser más fuerte que esa contaminación inevi-table con las tendencias liberales, así se consideraran éstas pecami-nosas o luciferinas. Los conservadores creyeron que la empresa cul-tural realizada durante los tres siglos coloniales, había dejado fru-tos que merecían conservarse. Para conseguirlo buscaron el orden.y por el orden llegaron a hacerse defensores acérrimos del dere-cho. De un derecho cuyos fundamentos filosóficos no compartían,pero que había entrado en el terreno de los valores sociales que unbuen tradicionalista debe defender. (1967, ps. 89-90).

El talante conservador

Este concepto hace falta para designar ese universalismo de loconservador. El talante es un estado de ánimo, una disposición es-pontánea, pre-racional; es una situación anterior a la actitud, unavoluntad inadvertida de captar, de comprender o de rechazar. Tie-ne, por lo tanto, una importancia decisiva en la aptitud gnoseológi-ca. Las cosas son, en política, como nuestro talante nos-las permiteapreciar. La continuidad de un talante se desarrolla en una articu-lación jerarquizada de los estados de ánimo, lo cual cie'rtamente separece mucho a la concepción del mundo del tipo diltheyano. Sí.Los conservadores tenemos, gozamos de una concepción del mun-do. Partiendo de ella llegamos a conclusiones convergentes o no.Quizás eso no tiene verdadera importancia. Lo que para nosotrosvale es que las vivencias las tenemos iguales, las experimentamos dela misma manera, con el mismo talante.

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De todas maneras, es teniendo como fondo el gran telón de unaconcepción del mundo como vale la pena ser miembro de partido.Uno se afilia a su partido con la convicción de que es el órganoapropiado para realizar una concepción del mundo. En el casonuestro, de esa concepción del mundo que el talante conservadornos ha revelado.

El conservatismo colombiano unas veces ha sido más concep-ción del mundo que partido y, otras, más partido que concepcióndel mundo. En ocasiones no ha sido sino un mero talante. Talocurrió, por ejemplo, a la muerte del Libertador. Nada quedó co-mo organización, sino unos amigos en fuga del Padre de la Patria;y como ideas, casi ninguna, porque la mitología liberal se habíaadueñado del firmamento. Pero quedó el talante. El cual, sin nom-bre y sin cuadros, triunfó en el año de 1837, luego en el 40, hastaque una nueva adversidad 10convirtió en partido. (1967, 90-91).

Tres revoluciones y el porvenir del conservatismo

(. .. ) en la historia moderna ha habido tres o cuatro revolucio-nes de verdad. La primera fue de tipo religioso, cuando con la Re-forma se destruyó la unidad católica. En un momento parecíatriunfar y la vieja ortodoxia creyó perder definitivamente la bata-Ha. Pero al finalizar el siglo XVI ya el catolicismo había recupera-do la ofensiva, había superado el desconcierto y originado un am-plio movimiento cultural de signo conservador conocido como laContrarreforma, con sus poderosas manifestaciones artísticas co-mo el siglo de oro español, el barroco, etc. La revolución religiosaque en su momento parecía incontrastable, después de obtenertriunfos y derrotas parciales, había concluído como fenómenosocial.

Más tarde se produce la Revolución Francesa, de tipo individua-lista y burgués, que tuvo éxitos políticos y jurídicos indudables yque en su momento también pareció avasalladora. Pero al cabo dedos décadas había perdido su ímpetu. Las tradiciones se impusie-ron de nuevo sobre la gran transformación revolucionaria y surgióla época conservadora del romanticismo.

En nuestro siglo hemos asistido a la revolución marxista. Ha te-nido éxitos y fracasos y al parecer nos hallamos ante la declinación

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de ese fenómeno revolucionario. Lo que se advierte es que el mun-do viene de la revolución. Lo que sigue es un porvenir conservador.

Cuando nos da por creer que Hispanoamérica va para la revolu-ción, somos fieles a una modalidad nuestra de vivir, siempre a lapenúltima moda. Sería absurdo que, si el porvenir en el mundo espara las ideas conservadoras, nosotros dejáramos perecer nuestropartido precisamente ahora, cuando estamos en el sentido de lahistoria. Ser conservador era difícil antes; no lo es ahora, porqueese nombre está cargado de promesas. (1964, ps. 94-95).

Tradición y progresismo

Uno no puede, de la noche a la mañana, prescindir de todo loque estudiaron, experimentaron y vivieron los otros pueblos ynuestros antecesores. Por eso somos nosotros conservadores. Den-tro de esos límites tenemos la posición más progresista que se quie-ra, siempre manteniendo los valores tradicionales para no destruíruna riqueza nacional. (1963, p. 95).

La tradición no se opone a la innovación

El proceso de aceleración de la historia que presenciamos, nodesvirtúa sino que, por el contrario, amerita la actitud conservado-ra. Porque sin ella la vida sería amorfa, un confuso turbión, unaexistencia tediosa. La manera de adquirir una posición crítica fren-te a la innovación, es tener la arrogancia de querer comprenderla.Un pensador francés ha dicho: "Hasta ahora, la tradición se opo-nía a la innovación, pero empezamos a comprender que estas dosnociones contradictorias se concilian, y que la gran característicade la historia humana es la tradición de innovación".

Pertenecemos a esa tradición, a la del cambio. Porque al fin y alcabo tiene más mérito invocar un pasado de tranformaciones, co-mo lo puede hacer el partido conservador, que apuntarse a la cartaindeterminada de un cambio futuro que se invoca por no tener al-go más concreto para proponer. (1970, ps. 95-96).

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El conservatismo siempre va a la vanguardia

El partido conservador, pese a su nombre, siempre ha permane-cido en la vanguardia de las necesidades nacionales y así pretende-mos seguir durante muchos siglos. Nuestras ideas renovadoras hanhecho que en los gobiernos conservadores los cambios sean másacentuados y el progreso y .el desarrollo colombianos mucho más.notorios.

Ningún partido, por liberal que se llame, tiene más acciones enla defensa de la libertad que el partido conservador. (1972, p. 98).

El conservatismo no defiende los intereses de los capitalistas

El conservatismo no será jamás un defensor de los intereses crea-dos de las clases capitalistas ni se dejará llevar a ningún tipo de coa-liciones que se presenten como una alianza defensiva de las clasesplutocráticas. (1972, p. 103).

La pobreza no se remedia con la revolución

Nosotros no creemos que la pobreza se remedie con la revolu-ción, sino dentro de la paz, encauzando las energías del país haciala creación de prosperidad. Sin embargo, seguramente no ha defaltar quien, con una aproximación primaria a los problemas de lapobreza, aspire a apropiarse la conducción de esos sectores conpromesas de revolución, que siempre son más fáciles. (1972, p. 105).

El Estado paternalista y el Estado ajeno

Dos características marcan la idea que los colombianos tienendel Estado: la de ser paternalista y la de ser ajeno. Paternalista por-que se supone que el Estado debe dar, ser providente, ser generoso;prev_er,suplir, remediar ... Pero al mismo tiempo ese ente paterna-lista y magnífico es algo extraño, distinto y separado de la socie-dad, que pertenece a otros, con el cual, naturalmente, no existeningún vínculo de solidaridad.

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Yo no sé si estas características del Estado, de ser paternalista yajeno, nos vienen de tiempo atrás. Nuestros indígenas no tuvieronnoción alguna considerable de lo que podría ser el Estado. Lo pri-mero que en tal sentido conocimos fue el Estado español, impe-rial, colonizador, eminentemente paternalista y evidentemente aje-no. Nunca existió en la historia universal, y acaso nunca vuelva adarse, un Estado más paternalista y mejor que el que se proyectósobre las Indias durante los tres siglos de nuestra pertenencia al Im-perio. La deficiencia del esfuerzo individual se solía justificar en-tonces por la adversidad del mundo circundante, con su inclemen-cia tropical, su soledad, su inmensidad. El Estado tenía que suplir-lo todo, organizarlo todo, decidirlo todo. Fue una época de sabiointervencionismo, arduamente criticado luego por su omnipresen-cia más que por su intención. Hoy el mundo ha vuelto a recorrerun sendero de estatismo que antes fue atravesado por los gober-nantes hispanos con indudable arrojo y con no poco acierto. Du-rante muchos afi.osese Estado paternalista fue considerado comopropio por los colonizadores hispánicos, hasta cuando los criollosse hicieron numerosos y fuertes y empezaron a considerar que tan-ta ordenación, que venía del otro lado de los mares, no era la deellos, de su propio Estado, sino la de un Estado ajeno. Seguían so-licitando la paternal providencia a un Estado que, sin embargo, noemanaba de su consenso ni de su esfuerzo. Con esas dos mañas nosquedamos. Cuando vino la Independencia seguimos requiriéndolotodo del gobierno -en ese momento asimilado al Estado- pero sinsolidaridad con él. Y en más de 150 años de vida republicana nohemos podido libertamos del influjo que ha tenido entre nosotrosla manera como el Estado se originó históricamente.

La formación del Estado en Europa tuvo, como es sabido, unorigen diametralmente opuesto. Al derrumbarse el Imperio Roma-no surgieron los burgos, los feudos, las provincias, los fueros, lasconfederaciones de ciudades, hasta llegar, en un largo proceso, a laformación de las nacionalidades. El Estado fue una empresa verda-deramente común, realizada en un diario quehacer. En la Europade la Edad Media y del Renacimiento, lo mismo que en la Greciaantigua, los ciudadanos tenían un quehacer adicional: el quehacerde hacer el Estado. De ahí una aproximación distinta del súbditohacia la expresión estatal, cualquiera que ésta fuese. En todo caso,había lazo sentimental entre el resultado y el esfuerzo. Se sufría o

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se gozaba con la ciudad. Era orgullo para el común la belleza de laplaza pública, la altura del campanario, la imparcialidad de los jue-ces. Tanto bienes comunitarios como la limpieza, el orden, la esté-tica, la justicia, que cuando el Estado es el fruto de un quehacerresultan la propiedad de todos y el objeto de universal cuidado, pe-ro que, cuando el Estado es tenido como entidad providencialistay ajena, se desprecian y maltratan porque ellos parecen no repre-sentar parte del individual esfuerzo.

Nuestro Estado fue un Estado dado, que lo encontramos ahí,traído, importado. Ha sufrido un proceso natural de complejidad:ha tratado de diversificarse, de especializarse, de multiplicarse. To-do eso sin plan. La necesidad ha creado los órganos; pero éstos sehan integrado en un todo inorgánico. No es una paradoja ni un jue-go de palabras: es que el Estado colombiano se encontró de prontoante un orden de magnitudes superior a él y ha tenido que adaptar-se sin teoría, sin orden lógico, sin premeditación. No hemos podi-do disponer de una tradición estatal. Por el contrario, la improvisa-ción ha sido la característica tradicional de todo intervencionismodel Estado.

Esa insolidaridad del colombiano con su Estado, con un Estadoque no considera suyo, se manifiesta en dos proclividades casiirreprimibles: la tendencia a solicitar el intervencionismo y la ten-dencia a criticar ese intervencionismo.Contra la idea de que el Estado es ajeno existe una terapéutica:

poner todo el énfasis en las instituciones estatales intermedias, quehemos dejado languidecer por causa de un centralismo irreflexivo.Hay toda una política que consiste en suscitar un sentimiento deapropiación de lo vecinal, de lo comunal, de lo regional. Que elmunicipio, el departamento, la corporación, no sean manifestacio-nes parciales de un Estado ajeno y distante sino una prolongación,una ampliación del ámbito individual. Tener esas instituciones in-termedias como propias; usarlas, gozarlas, sostenerlas, tales deberíanser las costumbres de los buenos ciudadanos. (1965, ps. 112-114).

La tendencia estatizante es universal

La antigua noción del intervencionismo de Estado, aquella quepodríamos llamar tradicional y que fue tema de candente discu-

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sión en las primeras décadas de este siglo, ha cambiado completa-mente su significado en nuestro tiempo y presenta característicastan disímiles que muy poco nos dicen hoy los alegatos de aquellaresonante controversia. Entonces se partía del supuesto de la liber-tad como norma general, que podía o debía ser interferida por elEstado en función de objetivos comunes inalcanzables por el con-junto inorgánico de esfuerzos individuales. Qué tan seguros eranlos derechos del ciudadano y cuán eficaces las ordenaciones supe-riores emanadas del Estado, eran los puntos debatidos y que deter-minaban la posición de los partidos frente a 10 que parecía ser eltema central de la política.

La disputa la ganó el Estado. En Colombia, sin mucha pena ycasi sin gloria. Hoy podría decirse que la norma general es la orien-tación estatal y la excepción perturbante la iniciativa privada. ElEstado se encuentra en todas partes: es la voluntad determinantede cualquier actividad, el dispensador de privilegios y hasta de laslibertades, el dueño de oportunidades y el titular de los derechos.La libertad no es un atributo de la persona sino una concesión es-tatal. La libre empresa encuentra, muy próximo, un cerco de pro-hibiciones que limitan tan drásticamente la iniciativa individual,que raras veces ésta puede completar el ciclo de su evolución.

No podría decirse hoy si este resultado es bueno o malo. Se tra-ta, evidentemente, de una realidad, frente a la cual no parece efi-caz invocar los principios individualistas, tan llenos de nostalgia ysentimentalismo. La tendencia estatizante es universal y posible-mente incontrastable porque se presenta con una impresionanteaureola de tecnicismo. Cuando esto último no se da, porque novale la pena de apelar a la técnica, basta con que el Estado pongacara de necesidad.

Parece, sin embargo, útil y necesario distinguir entre el inter-vencionismo de Estado -en su amplísima concepción actual- yla omnipotencia de la razón de Estado. Porque aquél implica queel Estado sea un creador de normas, cuyo imperio invade cada vezámbitos más amplios, mientras que ésta es la destrucción de lasnormas, en virtud de la invocación excepcional de la salud pública.En el primer caso, el Estado es ordenador, legislador, creador deinstituciones, de reglas, de sistemas coactivos que disciplinan la

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actividad individual; en el segundo, su acción irrumpe por encimade las instituciones y normas vigentes sin propósito de crear pre-cedentes, sin discutir siquiera la vigencia de los derechos individua-les, sino supendiéndolos por motivos extraordinarios de interés co-lectivo. (1964, ps. 117-118).

El intervencionismo de Estado como herramienta para el desarrollo

El intervencionismo tiene en los países subdesarrollados una en-tidad superior a la que ordinariamente se le concede en los indus-trializados, pues su alcance no es, como en estos últimos, preferen-temente correctivo, sino que entre nosotros tiene una misiónorientadora y reguladora, en la que va envuelta la posibilidad totaldel desarrollo económico.

Un Estado eficaz debería convocar a la ciudadanía para ese es-fuerzo, señalar las prioridades, los objetivos próximos y los distan-tes y establecer la correspondiente disciplina para producir la eco-nomía de esfuerzos y la concentración de recursos que se necesi-tan para poner en marcha un fenómeno acelerado de desarrollo.Un Estado así, intervencionista para alcanzar un bien común me-diante planes previa y libremente acordados, conseguiría realizaruna tarea histórica. La amplitud de las metas justificaría ante laopinión la importancia de los sacrificios. (1965, p. 120).

Tipos de intervencionismo

Parecería que existe una diferencia sustancial entre un interven-cionismo de Estado regulador y un intervencionismo de Estado ex-pansionista. El primero es aquel tipo de intervencionismo con pre-tensiones a la justicia distributiva, que tiene un profundo sentidosocial y que surgió contra los excesos del capitalismo en la épocade la revolución industrial. Su objetivo era morigerar y quebrantarel libre juego de las leyes de la economía liberal en busca de unanivelación igualitaria que preservara, hasta donde fuera posible, ladignidad humana. Con toda su carga de buenos sentimientos y conlas grandes ejecutorias cumplidas contra la opresión de la dialécti-ca capitalista, este tipo de intervencionismo resulta hoy insuficien-

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te porque ha sido desbordado por las condiciones técnicas de laproductividad. Hoy se requiere un tipo de intervencionismo que,además, busque la nivelación social en las posibilidades del ensan-chamiento económico.

Veamos, para aclarar esta diferencia, lo que está ocurriendo enel campo de la libre competencia Dentro de lo que pudiéramos lla-mar la ortodoxia del intervencionismo inicial, debe combatirse yeliminarse toda posibilidad del monopolio. No así en el caso deque nos situáramos en el terreno de la productividad. Se ha de-mostrado que, por regla general, todo intento anti-trust conducea una disminución del empleo. Frente a esta amenaza, se terminapor tolerar las condiciones inequitativas de la concentración capi-talista. Hoy, ante el apremio de producir y de ocupar más gente,se requiere institucionalizar un intervencionismo que permita laconvivencia con un monopolio o un oligopolio eficiente, dentrodel cual se haya establecido una equitativa distribución no sólo delas oportunidades de enriquecimiento sino de las prerrogativas demando. Y no se crea que este problema de la convivencia con elmonopolio ~ que no se puede destruír es un fenómeno de paísesmás avanzados que el nuestro. Por el contrario. Las condicionesmonopolísticas se dan, por causa misma del Estado, más frecuen-temente en los países pobres, donde no existen suficientes recur-sos para fomentar la competencia. Nuestras inversiones en bienesde capital son únicas, de suerte que cualquier producción que seinicia encuentra mercados exclusivos y prontamente recibe un pro-teccionismo radical, porque a su vez el Estado se interesa por queno se realicen nuevas inversiones paralelas en condiciones antieco-nómicas. De esta suerte, aunque en teorfa se mantenga la línea ini-cial anti-monopolística, en la práctica se está cumpliendo un inter-vencionismo en sentido contrario, concentrando en uno o en po-cos un cúmulo de exclusividades económicas. Tal vez nunca comoahora los productores colombianos han tenido una noción más pa-tente del Estado patemalista, pues no sólo les estimula la inversióny les elimina la competencia, sino que termina por garantizarles elconsumo de sus productos. El Estado lleva así al productor de lamano, con visible deterioro de los índices de productividad, sinperjuicio de que un día cualquiera, después de haberle otorgadotanto y tan inmerecido favor, lo abandone en la primera encruci-jada y lo someta a condiciones económicas despiadadas, tales co-

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mo una sorpresiva competencia o una suspensión súbita de susabastecimientos. (1965, ps. 121-122).

Intervencionismo y libre empresa

El conservatismo no es partidario de un sistema absoluto de li-bre empresa porque precisamente nuestro partido fue la antítesisdel liberalismo manchesteriano que la proponía; pero tampocoacepta el socialismo porque en todo momento busca preservar ladignidad de la persona humana ante el predominio estatal. Aquínosotros partimos de una economía ya socializada en su base, encuanto los servicios públicos están, casi todos ellos, en manos delEstado. Pero en los demás sectores se ha logrado un sano equilibrioque nos permite diferenciarnos de otros países latinoamericanosprecisamente por la extensión, eficacia y vigor de la empresa priva-da en torno a la cual se va formando una clase media más anchay sólida que la de otras partes. (1967, p. 135).

Concentraci6n de esfuerzos para el mejorestar general

El propósito de orientar la actividad económica de un país sub-desarrollado hacia los grandes números mediante una concentra-ción de esfuerzos que desencadenen un aumento de la producción,del consumo, de los servicios y, por 10 mismo, de las oportunida-des de empleo y del mejorestar, tienen un hondo sentido espiri-tual. Al extrovertir las aspiraciones materiales, al buscar la satisfac-ción de los anhelos terrenales en la superación de las circunstanciaslimitativas del progreso, se abren campos de acción que no estánsometidos a la lucha de clases. De ahí que nosotros pongamos, co-mo católicos que somos, tanto énfasis en las posibilidades de unaplaneación expansionista y no simplemente correctiva. (1965, p.140).

Todo gobierno necesita el respaldo de los partidos

El gobierno debe apoyarse en la opinión en general. En la mayorcantidad de opinión que pueda conseguir sin recortar las posibili-dades de su acción administrativa. Pero ocurre que sólo los parti--dos producen ese tipo de solidaridad vertical que da estabilidad a

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los gobiernos. La solidaridad de los gremios o de las clases socialescomo tales, está condicionada a que la administración los favore.z-ca. Los partidos, si son policlasistas como han pretendido ser losnuestros, tienen una visión de conjunto y por eso su apoyo puedeser más eficaz y más estable. A pesar de la opinión de muchos, de-jan en mayor.líbertadal mandatario. (1970, p. 141).

El progreso social implica producir, exportar, crear y dtstributr

No concebimos que pueda haber progreso social sin desarrollo.Hay que producir, exportar, crear y distribuír. Todo eso en con-junto, en armonía.

Producir para tener: elemental. Exportar para tener con quécomprar: elemental. Crear empresas para conseguir trabajo: ele-mental. Y distribuir lo que se tiene, lo que se ha logrado produciry ahorrar, para que haya convivencia social: elemental.

Pero una ordenación total del esfuerzo del país para conseguirestos fines es una novedad, cuando nos hallamos en un clima deenvidia, de improductividad, de reformismo infecundo y de desi-lusión. (1972, p. 143).

El pueblo tiene derecho a conocer los planes estatalesya ejercer sobre ellos la debida vigilancia

La intervención del Estado no puede seguir siendo una funciónepiléptica, como lo es hoy. No debe ser ocasional, arbitraria, sor-presiva, amenazante. Debe obedecer a un plan. Los ciudadanos tie-nen derecho a conocer ese plan. Ese es un nuevo derecho democrá-tico que ha surgido. Es que el concepto mismo de la democraciava cambiando. Antes la democracia consistía en ejercer el derechode votar, de imprimir un periódico. Hoy, entre los requisitos deuna democracia está el que se haya hecho un plan con participa-ción de las fuerzas vivas del país, que ese plan sea conocido y eje-cutado. Así podemos apreciar y juzgar cada uno de los actos delgobierno encontrándoles en la planeación un término de referencia.

Se requiere algo más: que el plan adoptado se convierta en unpatrimonio público, es decir, que no se adopte sino mediante el

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consenso mayoritario, que no se modifique abruptamente y que seanalice, actualice y divulgue con tal esmero y tanta publicidad, quesu ejecución signifique una diaria prueba de opinión. Para ser másenfáticos diríamos que el pueblo tiene hoy un derecho suplemen-tario, que se debe sumar a los que tradicionalmente han formadoel conjunto de las garantías ciudadanas: el derecho a conocer losplanes estatales y a ejercer sobre ellos la debida vigilancia.

La planeación, no considerada simplemente como una depen-dencia asesora del gobierno, ni como un instrumento político con-tra el Congreso, ni como un sistema para justificar o disimular elsectarismo, sino como un elemento regulador de la acción del E!rtado y de la actividad particular, podría darle a los programas, enque somos tan duchos y prolíficos, las condiciones de seriedad, es-tabilidad y técnica propias de una verdadera política económica.

Una planeación así concebida vendría a ser una garantía contrael sobresalto de las medidas oficiales, contra la discontinuidad dela ley y de los decretos, contra la discriminación, contra la varia-ción súbita de las condiciones económicas que tanto alteran la pro-ducción y que amedrentan a los inversionistas.

La planeación se convierte entonces en el centro, en el meollo,en el corazón de la política estatal. De allí salen las normas recto-ras, los lineamientos que determinan los estímulos, positivos y ne-gativos del intervencionismo y que en nuestro tiempo resultan másdecisivos que los tradicionales mandatos de las leyes. (1964,1965,ps. 144-147).

El pleno empleo

El subempleo, el subsalario y el sub consumo producen un esta-do tolerable de subalímentación. El dramatismo de la desocupa-ción se disimula y por ello vivimos dentro de un estado de confor-mismo que no permite plantear el tema del pleno empleo como unpropósito nacional. Por el contrario, todas las. fuerzas de presiónse ejercen inconscientemente contra esa meta, buscando la satis-facción de ambiciones de gremio o de clase, con manifiesto desin-terés por las posibilidades de inversión, que son las que a la largao a la corta podrían cambiar el subempleo en empleo pleno.

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Apenas vale la pena de mencionar la desmoralización que existeen nuestras fuerzas de trabajo. Toda la legislación se ha orientadohacia prestaciones que garanticen la persistencia de un trabajo amedias. Se ha conseguido un alto grado de protección para la in-suficiencia, a costa de un auténtico salario real. Y, muchas veces,presenciamos el esfuerzo poderoso de los sindicatos buscando irre-flexivamente la descapitalización de las fuentes de trabajo, como silo único que importara para ellos fuera el apremio demagógico delmomento. (1963, p. 152).

En materia de centralismo somos un país atípico

En la soledad de América, al principio de la historia, la tenden-cia del hombre era a la concentración, para defenderse, por el nú-mero, del misterio de la inmensidad circundante. Los primerosconquistadores crearon ante todo ciudades antes de intentar cual-quier tipo de colonización, precisamente por la necesidad de per-manecer unidos ante un mundo exterior amenazante e insondable.Ese es el origen de la centralización en la América Latina, conti-nente que empezó siendo urbano.

En Colombia el proceso fue distinto. Cierto que se crearon ciu-dades. Colombia es un país de ciudades, precisamente porquenuestro medio geográfico interrumpió el proceso de concentración.

Hay ámbitos físicos que tienen una influencia dispersante sobrela formación de los pueblos. La geografía de Colombia no es uni-ficante sino dispersante. Y, dentro de nuestro país, tenemos zonasque son particularmente dispersan tes.

Nuestra cultura se esparció por nuestro territorio creando cen-tros vitales autónomos, donde era posible vivir con dignidad por-que existían los elementos básicos de civilización y de convivenciasocial.

Y, en todas partes, una estructura socioeconómica autosuficien-te. Esta fue una época de saludable descentralización.

El fenómeno moderno de la urbanización de la cultura, que co-mo es obvio también se ha presentado en Colombia, lo hemos ma-

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nejado mejor, gracias a lo que todavía subsiste de capacidad dísper-sante de nuestra geografía. Pero empieza a estropearse acelerada-mente por el crecimiento absorbente de los núcleos centrales don-de están las posibilidades de participación.

Hay una tendencia natural, orgánica, de las sociedades hacia laconcentración. Se trata de un fenómeno contra el cual no se puedecombatir sólo con literatura. Tampoco hay fórmulas concretas quelo modifiquen o enmienden. No hay que esperar que un artículode la Constitución o una simple ley, puedan cambiar el sentido deuna evolución vital de los pueblos.

A cierto nivel de cultura y de inquietud anímica ya no es posi-ble vivir en el campo. Hay razones de progreso que determinan unaemigración campesina incontrastable. La gente se viene del campoporque allá se están agotando las posibilidades de realizarse comoun hombre contemporáneo. Lo natural, hoy, es aclimatarse a unnivel de oportunidades que no se consiguen sino dentro de la ciu-dad. El estado de naturaleza en que hoy vive el hombre ha cam-biado. (1972, ps. 156-159). '

Hacia la sociedad urbana

Si queremos estar a la altura de nuestro tiempo, tenemos quepensar desde ahora en que nuestra sociedad será urbana. Y que, 'además, ese fenómeno nos va a librar de un compromiso socialque hoy, con una población rural dispersa e improductiva, no po-demos cumplir.

Es con un propósito de utilizar el desafío para conseguir la re-dención social, como podemos enfrentarnos al fenómeno de la ur-banización, para dominarlo y para, a través de él, aprovechándolo,buscar un reparto más acelerado del ingreso.

Lo que interesa es que la transformación urbana no sea simple-mente un proceso de aglomeración inorgánica.

Pero en una sociedad perfectamente urbana, es posible nosóloconcebir sino realizar una adecuada descentralización. Lo que ím-

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pide llegar a una teorí-a de la descentralización moderna, es la enve-jecida creencia de que hay que detener el crecimiento de las duda-.des. No podemos aceptar esta pretensión, porque entonces todosnuestros propósitos descentralistas quedarían sometidos a una con-dición imposible.

Lo que evidentemente está ocurriendo, es que estamos ante elpeligro de una macrocefalia que puede destruír lo que queda denuestra vieja estructura regional.

No importa tanto la concentración demográfica, sino el fenóme-no colateral de que también en esas ciudades se acaparan las opor-tunidades de decisión y las posibilidades de bienestar. (1972, ps.160-162).

Concentración tecnológica y centralismo

Las posibilidades del hombre contemporáneo no se pueden rea-lizar sino dentro del ámbito de los grandes números. Y los grandesnúmeros están en las ciudades. Ese es otro fenómeno natural quetiende a la concentración.

La primera concentración de grandes números con que nos en-contramos, es la información.

Existe indudablemente un nuevo derecho político ala informa-ción. Una de las formas de resignarse frente al centralismo es aban-donar ese derecho. El Estado no suele interesarse por compartircon otros esa inmensa herramienta de gobierno que es la estadísti-ca. y cuando no se la tiene a mano, cuando no se la maneja conpropiedad, lo que se está haciendo es delegar el poder decisorio aquienes disponen de ella. Las regiones se colocan así al margen dela iniciativa administrativa y sevuelven sujetos pasivos del desarrollo.

Simultáneamente también se concentra la tecnología.

Otro instrumento centralista es la capacidad de divulgación.

Creemos hacer descentralismo cuando justificadamente recla-mamos contra la absorción de poder que se observa en los grandes

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centros, pero no caemos en la cuenta de que favorecemos esa con-centración cada vez que reclamamos innecesariamente la interven-ción del Estado, o le transferimos obligaciones que inmediatamen-te le corresponden a la comunidad. Cuando renunciamos al esfuer-zo parroquial y pedimos que el Estado se encargue de los serviciospúblicos, estamos centralizando. Cuando solicitamos la protecciónpaternalista de la autoridad, estamos centralizando. (1972, ps.163-165).

Planeación y descentralización

Porque debemos ser francos: una efectiva distribución geográfi-ca de las nuevas industrias, no se obtendrá sino mediante un régi-men audaz de incentivos y de desgravaciones que justifiquen eco-nómicamente, por márgenes amplios, el alejamiento de las grandesciudades.

El crecimiento del Estado ha sido un factor centralista. Yo lo hedenunciado muchas veces. y lo seguirá siendo mientras el sistemade planeación no se estructure en forma tal, que permita la partici-pación de las regiones y de los estamentos en la adopción de losgrandes propósitos nacionales y, después, promueva la descentrali-zación/de funciones, en cumplimiento del plan general de desarro-llo. (1972, ps. 166, 170).

La macrocefalia del Estado debe detenerse

Cuando se combate a la empresa privada, no se la critica por loque ha sido, sino porque no ha conseguido más. Porque no mantu-vo su ritmo de crecimiento, porque no aumenta la zona de la fuer-za de trabajo que con ella se vincula. Se nos dice, por ejemplo, queles trabajadores industriales son una oligarquía obrera, como si nosdoliera el bienestar relativo que ellos tienen. Pero no se nos dicecómo podríamos crear esas mismas condiciones para un mayor nú-mero de compatriotas, como no sea instalando más industrias paraque haya más trabajo, más prestaciones y más obreros sindicaliza-dos. Lo malo no es que haya unos pocos trabajadores con condi-ciones económicas y sociales tolerables sino que no sean más.

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El Estado no es un creador eficaz de empleo. No es tampoco unbuen patrono. Cuando suministra servicios, cumple una misión quegeneralmente la empresa privada no puede desempeñar. Pero cuan-do se erige en productor, crea más distorsiones y más situacionesnegativas que las que pretende solucionar.

El Estado justifica su presencia en la producción de bienes parael mercado alegando dos propósitos: facilitar el desarrollo y elimi-nar los monopolios privados. Lo primero no parece justificado. Sise trata de crear empresas deficitarias, a todas luces resulta másprometedor crear las condiciones económicas para que no lo sean,en vez de embarcarse en irremediables situaciones de pérdida de lasque ya nunca puede sustraerse. Si la industria es próspera, tampo-co se explica que, existiendo otros sectores que requieren las in-versiones estatales, éstas se concentren sobre las posibilidades delucro. (1972, p. 172).

Centralización polttica e independencia de las regiones

Una de las tareas fundamentales del Estado es corregir la mal-formación de la sociedad. Se ha pretendido que lo moderno es laconcentración del poder. Estamos manifiestamente ante una ter-giversación del problema. Parecería que el Estado se resigna yacepta una tendencia que no está en capacidad de modificar y quepor lo demás, le es favorable. En años pasados fuimos sometidos aun autoritarismo que quebrantó inútilmente la consistencia de lasaspiraciones regionales y de las fuerzas vivas del país. La hegemo-nía del Estado se consagro, en su expresión gobierno, en la máselemental y primitiva de las simplificaciones.

El autoritarismo así sin normas, establecido por la fruición deejercerlo, no es una expresión moderna de la política, sino, por elcontrario, muy arcaica. El despotismo florecía tranquilo cuando laciencia de la política no se había desarrollado y no existía el con-cepto civilizado del equilibrio del poder. No basta para justificarla concentración, el hecho de mostrar cierta eficacia en la ejecu-ción de las órdenes o alguna prontitud en la realización de ciertosempeños. La contrapartida de esta forma expedita de resolver lascosas, es la ausencia de participación de los gobernados. Se trata,por lo mismo, de un precio muy alto.

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La democracia, para ser verdaderamente tal, necesita un gradocreciente de descentralismo en su expresión contemporánea, queno consiste en desmembrar la autoridad ni en obtener un simplereparto de las rentas públicas. Lo primero no es apetecible; lo se-gundo es insuficiente. De lo que se trata es de que orgánicamentehaya una paulatina participación en todos los órdenes admi-nistra tivos.

Lo que se busca no es implantar unas medidas más o menos de-fensivas de la independencia regional sino adoptar unafilosofiaso-bre el ejercicio del mando. Es necesario convertir en un propósitoactual la vieja tesis de la "centralización política y la descentrali-zación administrativa", creando los organismos que restauren elequilibrio del poder.

En cambio, si se consigue apartar los brotes temperamentales deautoritarismo, los actuales textos constitucionales bien pueden ser-vir para instaurar esa planeaci6n participada y participante, que esel punto de arranque de la moderna descentralización.

La iniciativa y la legítima independencia de las regiones, puedeser preservada según sea el criterio con que se estructure la planea-ci6n. Es este un tema que, como muchos otros que se refieren a ladescentralizaci6n, apenas empieza a debatirse. Será necesario tra-bajar intensamente sobre la forma que deba tener la planeaci6n re-gional, hasta crear un concepto claro de que la concentraci6n auto-ritaria no es la única forma de modernizar el Estado, sino que hayotras, más novedosas aún, que por medio de una participaciónininterrumpida de los gremios, los municipios y los departamentos,alcanzan resultados técnicos más estables y congruentes. No hayque olvidarlo: la descentralizaci6n es la más moderna de las inquie-tudes humanas. (1972, ps.17~180).

Contra el angelismo económico

Alguien ha dicho que gobernar es escoger. No basta, por ejem-plo, conseguir que el Estado sea tan poderoso y tenga tantas facul-tades que todo lo pueda hacer mejor. En ese momento tampocotendríamos una política. Porque lo que es mejor para unospuede

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no serlo para otros. Porque lo que el Estado considera mejor en unmomento dado puede ser un simple y pernicioso impulso tempera-mental. Establecer la bondad de las metas y de la conducta es elfin de toda política. En consecuencia el angelismo. como una capa-cidad potencial de mejorarlo todo un día cualquiera, puede ser unade las mayores amenazas para el desarrollo, que de todas manerasnecesita un cierto grado de continuidad. Las situaciones angustio-sas de despilfarro a que suelen llegar nuestros países se deben a queno tenemos una política suficientemente valerosa que le brinde ala libre empresa las oportunidades a que tiene derecho y al mismotiempo no tenemos el coraje de adoptar la política contraria, que.consistiría en darle una auténtica oportunidad al socialismo. Nosquedamos en el medio, transando defensivamente ante las presio-nes y los hechos cumplidos. Ahí reside el despilfarro. (1967, p. 193).

Empresas agropecuarias

La propuesta que corresponde hacer es la siguiente: debeesti-mularse la creación de empresas agropecuarias, en forma de socie-dades anónimas, cuyas propiedades fueran inafectables yen cuyasutilidades tuvieran participación los trabajadores agrarios. El capi-tal que en ellas se suscribiera podría provenir de utilidades obteni-das en otras actividades y que se declararan libres de impuesto so-bre la renta por el hecho de invertirse en ese programa de desarro-llo. (1971, p. 206).

Polttica agraria

De la producción agrícola dependen, entre ctros muchos facto-res de desarrollo, dos que son primordiales pars el bienestar de to-dos nuestros conciudadanos: el abastecimiento de víveres baratosen lo interno y la disponibilidad de divisas en lo externo, con lascuales podamos pagar nuestro desarrollo.

Debe buscarse una política agraria que no sea una amenaza parael agricultor, que asegure aumentos en la producción porque de-bemos recordar que el progreso del país está ligado a la posibili-dad de las divisas que podamos invertir, y esas divisas, en su gran

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mayoría dependen de la productividad del sector agropecuario.(1972,pL 22~ 223~

Deficiencias de la propiedad comunitaria

Al campesino le conviene más la existencia de empresas agríco-las donde tenga trabajo seguro y pueda reclamar condiciones debienestar menos aflictivas.

En torno a la empresa agrícola, se pueden lograr formas de aso-ciación sindical eficaces y conseguir para el trabajador un tipo deconvivencia social, con atención médica, educación y entreteni-miento, condiciones que dif'ícilmente se pueden imaginar en unagranja colectiva o propiedad comunitaria en la cual el patrono esremplazado acaso por el Estado en su más distante manifestaciónburocrática.

La absorción de trabajadores por propiedades comunitarias sincapacidad de inversión sería siempre muy exigua. En cambio, elmultiplicador de empleo de un desarrollo industrial es incalcula-ble: vaqueros y tractoristas, faeneros de carne y operarios de fri-goríficos, a niveles de salario que nunca podría alcanzar una pro-piedad comunitaria ocupada probablemente en producir artículosde pan-coger con muy escasos excedentes para el intercambio.(1971, ps. 230-231).

El cambio es una tarea de todos los dfas

El cambio es una de las condiciones estimulantes de la vida mo-derna; el cambio es el desafío dentro del cual tenemos que esperartodos los días una respuesta, y en ese ejercicio de la mente es don-de encontramos la verdadera sabiduría de la doctrina que profesa-mos para no ser víctimas del cambio; para no tener que soportarlo,para no tener que ser sujetos pasivos de él, para no lanzarse simple-mente al cambio como si uno no tuviera capacidad de dirigirlo, senecesita hacer una especie de esfuerzo espiritual, de recuperaciónde los valores tradicionales del hombre; porque es ahí en la tradi-ción majestuosa de la cultura que hemos heredado, donde nosotros

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podernos conseguir la dinámica que nos permita manejar el cambioy ponerlo al servicio del hombre.

El partido conservador es la fuerza más moderna del país, preci-samente porque no ha estado esperando el cambio sino que lo haestado viviendo. Porque no está soñando con un cambio lejano, tu-multuoso, que destruye las cosas que tenernos, sino que busca uncambio constructivo, que hay que fabricar todos los días yeso sig-nifica una tarea de la voluntad y al mismo tiempo una tarea de lamente.

Con el cambio hay que congeniar: hay que vivir dentro del cam-bio, hay que gustar de él, hay que fascinarse con las posibilidadesque nos brinda. En cierto modo hay que tener una vocación senti-mental con el cambio, porque es la manera corno el hombre serealiza.

El cambio acelerado es el signo cautivante de nuestro tiem-po. Lo que importa es encauzarlo y ponerlo al servicio del hombre.El conservatismo no se debe limitar a pedir un cambio que de to-das maneras sobreviene; corno aspira a ser el partido de la inteli-gencia, debe prepararse para dominarlo, es decir, para acelerarlo odirigirlo según las conveniencias. El cambio por el cambio o elcambio a cualquier precio que otros proponen, a mí no me seduce.(1972, ps. 237-239).

Inconformismo por falta de progreso social

En la continuidad de nuestra insatisfacción, en el inconformis-mo que nos causa la falta de progreso social, está la razón de nues-tra dinámica. Así es corno hemos hecho esta República: sus leyes,sus instituciones y sus grandes conquistas sociales, que son todasnuestras. Tenernos una impecable tradición de progreso que nosllena de autoridad para reclamar el manejo del futuro.

La historia lo prueba: gobernamos mejor, precisamente porqueno esperamos la revolución. El diario quehacer del buen gobiernoes lo que conduce a que la gente tenga algo que conservar: porejemplo, el orden y el Estado de derecho. (1971, p. 239).

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La formación de equipos humanos y el avance tecnológico

El avance tecnológico está produciendo diariamente una canti-dad abrumadora de datos que es necesario considerar. Para mante-ner un mínimo nivel de información hay que hacer cada día un in-gente esfuerzo de capacitación. Los temas públicos son múltiples,cada día más complejos. Están sobrepasando 'no sólo la capacidadde asimilación individual sino la de equipos. Nada hay más tristeque una posibilidad de solución para algún problema que está ahí,yacente, por falta de capacidad técnica para ponerla en marcha.

Esto es lo que la revolución no resuelve. Ya hay suficiente cam-bio desaprovechado para desperdiciar esfuerzos en la improceden-te tarea de someter lo que existe a un criminal proceso de destruc-ción. La formación de equipos humanos para el aprovechamientointensivo de las oportunidades de cambio es una tarea indispensa-ble para mantener ante la vida una actitud contemporánea. (1970,p.241).

Es indispensable la politizaci6n de la juventud

Ya no es posible no tener una cierta participación en la vida pú-blica porque el Estado le está resolviendo a uno los problemas pro-pios del Estado y le está resolviendo los problemas propios del in-dividuo y de la familia. El Estado moderno, por su magnitud y sucomplejidad, le resuelve a uno sus propios destinos, como una fun-ción pública, sin pedirle concepto, sin considerar la totalidad delos problemas que a uno conciernen y por lo tanto el individuo es-tá sometido a ser un sujeto pasivo de la política. Quiéralo o no,aunque se declare apolítico, durante el día está siendo una, variasveces, casi todo el tiempo, sujeto pasivo de la política. Yo creo queahí radica la explicación de porqué la juventud se está politizando.Porque si no se politiza, siempre seguirá siendo un sujeto pasivodentro de la política, mientras que si se politiza puede cambiar lacondición inevitable de ser víctima del impacto político que pro-duce el Estado, por otra que evidentemente es más noble, que con-siste en aduefíarse de las oportunidades políticas que existen paracontrarrestar esa pasividad y participar en la dirección de la políti-ca. Es muy importante para la juventud este concepto, porque si

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uno no hace la política, la política se la hacen a uno, que es gene-ralmente lo que ocurre a la universidad. (1972, p. 252).

Por su heterogeneidad el populismo es un estado de indefinición

El populismo es un estilo de la política. No es nuevo. Lo hubocasi siempre, Y acusa muchos rasgos comunes a través de la histo-ria. En forma genérica puede decirse que los populismos siemprehan sido movimientos espontáneos, surgidos en virtud de una ne-cesidad física: la de llenar el vacío que dejan las formas tradiciona-les de la política.

Por eso creo que el populismo siempre es un efecto producidopor causas que le son extrínsecas. Es el resultado de.una.crísís quelo ha antecedido y de la cual, por lo común, no se ha tenido con-ciencia. El populismo es el lugar donde estaciona la gente que haquedado suelta. Es una gran central ferroviaria donde se puedentomar trenes para todos los destinos: desde los que van a la revolú-ci6n hasta los que 10 devuelven a uno a casa.

En cierto modo el populismo es un estado de indefmici6n: se sa-be, por lo general, de dónde se viene pero es muy frecuente que nosepa hacia d6nde se va. Como es apenas obvio, se trata también deun estado de insatisfacci6n. Cuando la gente se desprende de loscauces comunes es porque éstos se han hecho estrechos e infecun-dos. Abandonan la corriente antes que se precipite por un salto.En esa búsqueda de nuevos destinos hay una inicial intuición deque el rumbo tradicional conducía al fracaso. Se trata, por consi-guiente, de un diagnóstico público adverso a la continuidad de lasituación existente. .

El populismo es heterogéneo. Nunca llega a tener un grado efec-tivo de homogeneidad, porque esa gente que llega a la estación tie-ne sus solidaridades puestas en el pasado, vive aún de recuerdos, deilusiones perdidas, de desamores. No ha tenido todavía una vida encomún <conlos demás emigrantes. Todavía no hay con éstos un pa-sado colectivo. Apenas se comparte con ellos el clima de frustración.

En ese conglomerado inarmónico está la materia prima de lanueva política. Es una arcilla moldeable que es necesario trabajar

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sin descanso. Porque el populismo, como la arcilla, es un materialneutro, que se puede orientar. Se pueden hacer cruzadas o revolu-ciones y también se puede obtener una ancha base para el afianza-miento del sistema institucional. Porque cuando los hombres estánen la estación, se hallan propicios para cuanto se les proponga. Enlos andenes están también, activos y vociferantes, los agentes detodos los viajes, aprovechando que hay muchísima gente en tránsi-to predispuesta a cambiar su itinerario.

Esa situación de apertura constituye un desafío incitante. Paralos políticos significa que han entrado en período de prueba, por-que las estructuras vigentes están siendo socavadas: pero sobre to-do porque lo que se ha roto es la apatía resignada de las multitudesque exigen una nueva motivación. Hállanse éstas, por lo tanto, a laexpectativa del mensaje político. (1970, ps. 257-258).

Los movimientos populistas terminan desintegrándose

El populismo no es el proletariado, no representa a los siervosde la gleba, ni está integrado por las clases empobrecidas y faméli-cas. Sus huestes reclutan en las clases medias donde las insatisfac-ciones producen un explicable fermento revolucionario. Entre losque integran el populismo están las nuevas fuerzas vitales: los estu-diantes, los progresistas, los imaginativos, los ambiciosos, los que.van adquiriendo conciencia política, que es distinta de la concien-cia de clase y muy superior a ella. Posiblemente quienes se hallanen este tránsito político es porque han sido o están siendo protago-nistas de un tránsito social mediante el cual han perforado uno ovarios estratos económicos y culturales. Su nueva condición exigeotras formulaciones políticas que les permitan volver a crear unajerarquía de valores y esperanzas.

Estos movimientos tienen la pretensión legítima de ser el pue-blo, de representarlo. Por eso hablan en su nombre aprovechandola timidez o el desconcierto de los partidos tradicionales que depronto se sienten sin autoridad para competir en ese campo.

Es interesante observar que la aparición de los populismos nocoincide con las épocas de crisis económicas. Las grandes recesio-

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nes pueden determinar la caída de los gobiernos que las dejan pro-ducir, pero el resultado en esos casos es autoritario y conduce alestablecimiento de regímenes de fuerza. Los movimientos popu-listas, en cambio, se producen más frecuentemente cuando aumen-tan los consumos o por lo menos cuando una parte sustancial de lapoblación accede a un nivel de vida de mayor holgura. Conseguidoeste ascenso surge la angustia de no poder continuarlo. Es la con-ciencia de haber agotado las posibilidades próximas de progreso loque despierta el desamor por el sistema. En la rebeldía populistase quiere encontrar el camino hacia la reconstrucción de la espe-ranza. El hombre instintivamente preserva celosamente sus posibi-lidades de anhelar sin darse mucha cuenta de que esa es la formaque ha encontrado para soportar la pobreza. En cambio, cuandolos índices del crecimiento económico son continuamente inferio-res al demográfico o cuando el ritmo en que aumentan las apeten-cias es superior a la posibilidad -así sea remota- de satisfacerlas,la consiguiente desesperanza origina el descontento político y des-pierta las inquietudes populistas. El apremio de satisfacer las nece-sidades secundarias -las de relación social o las culturales- es unmotor revolucionario más eficaz que la urgencia de calmar el ham-bre o de encontrar un techo.

En muy pocos casos los populismos llegan a ser revolucionarios.Porque el objetivo revolucionario es demasiado drástico y demasia-do concreto para aglutinar a esos movimientos amorfos y eminen-temente vivenciales, que se han formado más por causa de la frus-tración que en tomo a un propósito positivo. La toma del poder,si es por la fuerza, suscita una serie de tensiones que resultan inso-portables para esa aglomeración heterogénea, que difícilmentereacciona con la misma docilidad ante un objetivo y unos sistemasque despiertan 'sentimientos encontrados. Por eso es frecuente elcaso de que los populismos progresen -como fueron los casos deluomo qualunque o del "poujadismo" - mientras la marcha haciael poder puede realizarse por el camino electoral. Pero tan prontose advierte que ese camino no conduce a él y que es necesaria laviolencia, la correspondiente desintegración se produce con es-trépito.

Estos grupos o movimientos, como en el caso del uomo qualun-que, en Italia, tienen su momento por distintas causas, suben, asus-tan y luego se desploman. (1970, ps. 258-260).

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Actitud de los partidos democráticos frente a las masasque integran los movimientos populistas

Si no hay partidos en los cuales apoyarse, si para cada ocasiónes necesario suscitar multitud de pequeñas solidaridades encontra-das y fugaces, la sola magnitud de la opinión indefinida e insatisfe-cha que integra el populismo es un elemento desconcertante. Lasolidaridad que se origina en la simple conveniencia particular -decada grupo de presión- no permite las grandes transformacionesporque esa solidaridad no se mantiene sino mediante una inmovili-dad defensiva. Cualquier actitud definida, cualquier acción direc-ta puede contentar a unos y disgustar a otros. En cambio, en la so-lidaridad de un partido policlasista es posible conseguir que el inte-rés de cada estrato se subordine a los propósitos comunes.

Sólo la certeza de estar trabajando por un futuro propio queuno mismo se ha fijado permite prescindir de los escrúpulos en eltrato con los partidarios de la revolución. Se necesita un alto gradode confianza en sí mismo para tener la seguridad de que esos con-tactos no lo convertirán a uno en cauda de otro movimiento máspotente. El trato de poder a poder entre las fuerzas civilistas y larevolución es indispensable para preservar la continuidad republi-cana. (1970, ps. 262-263).

Pluralismo y desequilibrio moral(De La otra opinión, tomo 1)

En el campo moral el desquiciamiento es aún mayor. Seríamonstruoso que las instituciones democráticas usaran el sistemarapto-rescate como un procedimiento oficial. Ninguno de buena fepodría propiciar semejante actuación. Tampoco se toleran otrosmenos drásticos, que podrían ser apenas una reacción proporciona-da a la magnitud de las agresiones de que son víctimas. En cambio,en el campo de la izquierda, la violencia es un acto heroico, el ase-sinato un "ajusticiamiento" y el secuestro un medio lícito de im-pactar la opinión pública y de obtener recursos financieros para lascampañas políticas. Ese desequilibrio moral hay que tolerarlo parano desconocer el "pluralismo", que finalmente consiste en que lademocracia permita la coexistencia de quienes creen en el sistema

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y lo defienden pacíficamente con quienes lo detestan y puedenatacarlo por medio de la violencia. (ps. 94-95).

Restauración de la moral y ejercicio de la libertad de prensa

Junto con la defensa de las ideas buscaremos la restauración dela moral. La dignidad nacional la necesita. También la superviven-cia de la organización republicana del país precisa de ella. Porqueninguna institución impura merece subsistir.

Si la cultura es el resultado del esfuerzo civilizador del hombre,siempre habrá mucho que conservar, Sobre todo en tiempos car-comidos por la duda, como los actuales. Ahora más que nunca, seapreciará el inmenso valor social que significa ser conservadores,

Pero nuestra política no es primordialmente defensiva. No nosresignamos a adoptar una concepción del mundo pesimista. No letememos al futuro. Un futuro donde hay tanto por hacer no es te-mible. La luz está adelante, no atrás. No se han agotado los recur-sos de la inteligencia de Occidente: simplemente han sido puestosa prueba.

Decían los antiguos que las cosas no son iguales para todos loshombres. Sencilla afirmación que está en la raíz de todos los ade-lantos del pensamiento. Encontrar los matices de las cosas es signode alta cultura política. Por el contrario, la simplificación que en-vuelve la expresión uniformada y unilateral de opiniones redundasiempre en un empobrecimiento intelectual. Si queremos que sub-sista nuestra organización republicana, que hoyes característicamuy nuestra, singularísima y de la que legítimamente podemosufanamos, es imperioso que se mantenga la posibilidad real, y nosimplemente jurídica, de que se ejerza la libertad de prensa.

El partido conservador, como la gran fuerza tradicionalista einstitucionalizante, no tiene una propensión demagógica hacialas reformas. Cuando se declara partidario de ellas, procura quetengan un alcance nacional, que vayan a modificar la estructuramisma de los problemas y que, hasta donde ello sea posible, seanperdurables en su vigencia.

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Sin destruír la estructura del sistema constitucional, sin "rom-perle vértebras", se puede no sólo actualizar sus estructuras cadu-cas sino ampliar el ámbito de regulación constitucional. Dentrode lo primero, no cabe duda, entraría la reforma de los cuerpos co-legiados y la justicia. Dentro de lo segundo, las normas necesariaspara hacer efectiva la planeación, el control administrativo o ladeseentralización.

Hoy, lo más importante, como objetivo fundamental de cual-quier modificación del ordenamien to jurídico, es la recuperaciónde la moral pública. Si no es posible empezar el saneamiento por elCongreso mismo, sí se puede hacer mediante una transformaciónde los demás órganos del Estado y la creación de sistemas eficien-tes de control que en un momento dado pongan a actuar, con efi-cacia, la estructura de una verdadera "emergencia moral". Si la re-forma fuese suficientemente radical como para crear una credibili-dad pública en torno a las posibilidades de recuperar la moral, noimportaría que el Congreso quedase como un lunar, porque quizásentonces se movería a ejercer su capacidad fiscalizadora, que no leha sido arrebatada, pero que no ejerce.

Siempre es bueno regenerar a los pueblos y a los hombres. Oja-lá se pudiera iniciar todos los días una vida nueva, con las enseñan-zas de ayer y sin la ominosa carga de los viejos pecados. (ps. 97-99,116-118, 124).

La alienación y la socialización de lo excelente

Existen ciertos valores o activos culturales, espirituales y mora-les que se nos están atrofiando. Tras siglos de purificación, de de-cantación creadora, estos activos intangibles senos tornan de re-pente en pasivos deleznables y vergonzosos. La época actual estáregida por el imperativo de generalizar y masificar todos los aspec-tos de lo social, de manera que no queda espacio, ni viabilidad, pa-ra lo que es selectivo, específico y único.

Se pierde así uno de los significados mejores de todo procesode desarrollo: el de socializar lo excelente, y no lo mediocre; loque resulta magnífico y perfecto en el hombre; lo que distingue ydestaca, que es al mismo tiempo lo que une al hombre dialéctica-

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mente con lo universal, es lo que lo acerca a todos los idealismos,a las perfecciones mentales que nos hacemos y que aspiramos aobtener.

La nostalgia que sentimos por acercar al hombre a sus formasideales y puras, no se podrá redimir nunca sin salvar las grandes pe-queñeces que pertenecen a él ancestralmente.

La alienación del mundo moderno consiste en un reconocimien-to fatuo y amargo de que el proceso de desarrollo generaliza loinocuo, lo huero, lo sin sentido. Nos educa a todos en formas in-concretas, pero demasiado materiales, que se toman inhumanasuna vez aplicadas a nosotros mismos. Las sociedades que sufren es-te descontrol de los procesos de cambio, producen hombres enfer-mos de deshumanidad. Sin conocer exactamente la causa de la an-gustia que corroe y cercena el espíritu, la aceptación íntima de que"algo anda mal" con todo el planteamiento del hombre, los llevaal suicidio, a la agresión violenta, a la drogadicción, al pesimismocínico o resentido.

Pero la alienación es sólo un aspecto primario del desenfoque.Cuando la masificación va más allá de la propaganda de valoresinocuos, para socializar desvalores, la sociedad desemboca en la co-rrupción absoluta e incontenible. En una corrupción orgánica, in-crustada de manera irredimible en el inconsciente mismo de los pa-cientes indefensos. El hombre nuevo comienza a quedar mal hechodesde el principio.

La corrupción, un grado avanzado de alienación, une a los hom-bres alrededor de lo inhumano, destruyéndolo así.

Se hace impostergable rescatar el derecho a existir que tienenlos aspectos más humanos del hombre.

Lo que llamamos virtudes seculares, debe encontrar una aplica-bilidad cotidiana en la vida social. El ánimo de perfeccionamientode ellas debe guiar de la mano, teleológicamente, todo el procesosocial.

Es necesario revaluar y propagar el derecho universal a la sonri-sa, que es una de las manifestaciones exclusivas de la razón huma-na que la izquierda fanfarrona nos ha devaluado. Debemos reim-

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plantar el derecho de existir de la bondad, que es por excelenciaun símbolo social, el derecho a la benevolencia, a la amabilidad, alas buenas maneras, si se quiere; que son ya una estilización de to-do lo anterior.

Pero sobre todo, es necesario que la excelencia misma, y la dig-nidad del hombre, no sucumban ante un tratamiento excesivamen-te colectivo de los aspectos políticos y sociales.

Lo particular y lo esencial deben tener un derecho político y ci-vil a existir. La alegría, infantil o madura, debe tener un espaciodiario en los medios de información masiva. Así la satisfacción, lacortesía, la higiene, el derecho a tener cariño, a añorar, a llorar in-clusive, no son taras burguesas. La alegría debe aspirar a la mismadifusión universal que el dolor.

S610 rescatando los derechos de existir de las cualidades delhombre lograremos encaminar el avance social, hacia el desarrollohumano.

Lo otro es un progreso mecánico y ciego que prescinde sucesi-vamente del hombre.

Cuando la libertad de prensa propicia la pornografía y defiendelas pasiones, porque tienen un precio; pero no defiende la bondady la bonhomía, porque su precio no es contable, esto es un signode que nos acercamos a las "utopías" escalofriantes donde se sacri-fica la calidad por la cantidad. Así son las sociedades al estilo del"mundo feliz" de Huxley, que contrario a lo que se piensa corrien-temente, no son sociedades porque no tienen personas, y no sonfelices sino amargas.

No es posible continuar cobardemente este "desarrollo" que ter-giversa al hombre.

Lo particular es lo que pertenece a la esencia, y es lo que debecontinuar y permanecer. Generalicemos, sí, socialicemos, lo quesiendo particular y único, es además excelente. (ps. 169-172).

Solidaridad dentro de un orden jerárquico(DeLa otra opinión. tomo 11)

La vida urbana se nos ha salido del régimen institucional. Hayque volver a la inmediación de la autoridad. Se requiere crear unas

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instituciones de derecho público primarias, como lo fueron las queel hombre ideó cuando se vio precisado a establecerse en las ciuda-des. Tal fue, además, la más primigenia de nuestras tradiciones:cuando llegaban los conquistadores, lo primero que hacían era ele-gir sus autoridades. Y eran puñados de aventureros que entendíanmuy bien lo que nosotros no hemos descubierto: que no es posiblela convivencia pacífica sin un principio de solidaridad y que éstasólo se consigue dentro de un orden jerárquico.

Hay aquí una gran tarea por hacer. Es a la vez simplista y tras-cendental. Hay que repensar el Estado en sus manifestaciones máselementales pero más necesarias. El destino de nuestro país se deci-dirá en las ciudades, y es en ellas donde precisamente las institucio-nes han hecho crisis.

Hermosa tarea para el partido conservador la de darle nueva vidaal sistema institucional, provocando la recuperación orgánica de laconvivencia urbana. Es todo un programa. Es una espléndida ban-dera. Es la forma más noble de ser útil. (p. 52).

Elevación del nivel cultural del pueblo

La elevación del nivel cultural del pueblo es el más eficaz instru-mento de progreso, es la necesidad más sentida por los ciudadanosy su satisfacción no sólo es deber primordial del Estado, sino ele-mento político de primer orden, por cuanto del adelanto de la ca-pacidad y de la información de la gente depende la comprensión yla buena marcha del sistema democrático. (ps. 65-66).

El conservatismo y la cultura

(. .. ) el conservatismo debe luchar con insistencia, hoy comosiempre, por una mayor concreción que lo acerque a la sociologíay a la antropología humanas, de las cuales se van alejando progresi-vamente las mitologías modernas. Ellas diseñan un modelo políti-co para un hombre imposible, deshumanizado, que no existe niexistirá. El conservatismo, en cambio, aspira a la realidad. Es dia-léctico, porque confronta siempre el pensamiento con la acción. Se

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auto-refuta y se regenera. Une el conocimiento material y físicocon el otro, espiritual y moral. Pero a diferencia de otras "dialécti-cas", no transige con la vulgarización materialista, ni con la con-cepción tragicómica e improbable de la "lucha de clases", ni con laconcepción escueta y pobre, resignada y torpe, de un futuro prede-terminado por leyes intangibles. Para el conservatismo el futuro esuna obra humana, ascendente, perfectible.

Para aspirar a la realidad, el pensamiento conservador se tornahumano y social. No diviniza las pasiones, sino que las controla.No aparta los dolores pero los quiere subsanar. No se avergüenzade la debilidad humana, porque existe, precisamente, para conver-tirla en dignidad.

Porque la cultura, el ser de una nación en el decir de Spengler, ocrece, o muere; no hay una tercera posibilidad. El conservatismo,afianzado en la tierra, en la realidad política, debe empeñarse enhacer crecer la Nación hacia la plenitud de su cultura. (ps. 141-143).

El rescate del hombre y su libertad moral

(... ) la filosofía y el hombre se han empeñado en diseñar alter-nativas para el absolutismo moral que había gobernado veinte otreinta siglos de la humanidad. Y el intento resultó sencillísimo:bastaba con poseer una idea "pura", ya fuera sobre el uso de lossentidos del hombre, sobre la naturaleza del arte, sobre el amor hu-mano o sobre el Estado Político "perfecto"; desvinculada de todarealidad, desde luego, porque esta "idea pura" habría de sustituír"toda la realidad", y la idea se convertía así en la alternativa parael Nuevo Mundo, de la noche a la mañana. Era suficiente aclarar,antes de exponer la idea, que ésta era "utópica", es decir, que nohabía existido jamás en ningún lugar, para que su bondad fueseaceptada sin recelos y sin estudios.

Así nació la mentalidad revolucionaria, que se encargó de hacerel tránsito de la moral objetiva a la moral subjetiva. Un profundodesencanto del mundo pasado y presente se encargaba de abonarese tránsito que nunca se cuestionó completamente. Lo bueno seidentificaba ahora con lo nuevo, con lo distinto, con lo contrario,

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no porque ya no tuviese vigencia el sistema moral, sino porque elutopismo se había enquistado ya en las mentalidades del vulgono académico.

De aquí al moderno derrumbe moral había un paso, tan solo, yéste se dio "valientemente". Hoy en día la moral no es sólo aque-llo que se puede presentar como utópico, es decir, como inconcre-to. Sino que en el campo cotidiano, está la sociedad humana -y lanuestra- dedicada a fabricar una nueva moral que se identifiquecon las apetencias caprichosas del individuo, sin controles, hedo-nísticamente.

Es el imperio del subjetivismo moral, el que vivimos. Y para lle-gar a él ha sido necesario aceptar la existencia de una zona gris dela moralidad, en la cual está empeñado en subsistir el país, dondeno se hacen juicios, ni se ejercen críticas, ni se castiga con rigidez.

Para que el partido conservador pueda aspirar a la realidad, deberestaurar la moral perdida del compatriota, del funcionario públi-co, del joven y del niño inclusive, porque en una futura sociedadinmoral es evidente que un partido ético perderá la vigencia. Peroel conservatismo no está dispuesto a trastocar sus valores para po-der subsistir. Por el contrario, aspira a rescatar al hombre y entre-garle su libertad moral, que no consiste en poder escoger libremen-te entre el bien y el mal, sino sólo lo primero. (ps. 145-148).

Geopolftica y mestizaje

Han tenido que pasar ciento cincuenta años para que los latinoa-mericanos nos demos cuen ta que somos unos mismos, no en virtuddel presente ni de las perspectivas dispersantes del futuro, sino deuna idiosincrasia honda y rotunda, que nos hace amigos y solida-rios, y que proviene de haber vivido en común una etapa históri-ca en que todos tuvimos una misma concepción del mundo y unestilo de vida en el cual se forjó nuestra manera de ser.

El concepto de raza es algo más que el resultado experimentalde una combinación de genes. Somos unos mismos con los argenti-nos italianizados, los caribes negroides, los mexicanos en los que la

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morfología indígena predomina en la configuración humana. Contodos ellos es más lo que nos une que lo que nos divide. Tenemossituaciones de desarrollo que son disparejas, lo mismo que estadosde cultura diferentes y modos de organización política diversos. Sinos sentimos fraternalmente solidarios con los brasileños no es porla lengua, claro está, sino por ese mismo concepto ampliado de laraza que creó historia, toda ella, en este continente.

Muchas veces se ha explicado cómo el Imperio Espafíol no creóentre nosotros un mestizaje cultural. Vivimos sustancialmente deconcepciones, ideas y creencias que pertenecen, todas ellas, aun lasfolclóricas, a una raíz que a través de España emana de Occidente,de la cristiandad, de la fusión del helenismo con las tradiciones ju-daicas. Ese fue el gran privilegio que tuvimos, del cual solemosblasfemar de vez en cuando, creyendo que tenemos una obligaciónde ser originales a costa de renegar de aquello que ya supimos ser:pueblos de alta cultura.

Los espafíoles hicieron raza en América. No se puede decir lomismo de otras naciones colonizadoras, que unas veces aniquilarona los pueblos subyugados por el imperialismo, como ocurrió enNorteamérica, y otras se mantuvieron en actitud marginal, periféri-ca, como sucedió en la India. Aquí el español vino a quedarse, afundirse con el paisaje, con la inmensidad del Nuevo Mundo, conlos aborígenes. Todos somos mestizos, unos más que otros. Y Co-lombia es el mejor ejemplo, porque no quedaron reductos de po-blación in asimilad a, porque hemos logrado mantener una toleran-cia racial que podemos mostrar con orgullo, como que es la mejory no siempre bien ponderada característica de nuestra democracia.Ese concepto ampliado de la raza nos ha evitado la discriminación,nos ha permitido disputar por otras causas, distintas de la sangre oel color de la piel. Mal que bien se han conseguido brindar hoy,por esta causa, oportunidades igualitarias a todos nuestros habitan-tes; porque si hay desigualdades, y muy grandes, todas ellas provie-nen en forma primordial de situaciones económicas o de condicio-nes de cultura que no necesariamente se identifican con el origende las distintas estirpes.

Nuestra raza es el resultado de un concepto de la dignidad hu-mana que fue superior a su tiempo. Cuando había esclavos en el

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mundo se pretendió liberar a los indios de esa abominación. Seapeló al trabajo de los negros, con el cual traficaban los puebloscivilizados de aquel tiempo, que fueron después los que acusarona España por esta migración masiva de gente desvalida, que lo eramenos aquí que en las regiones de donde provenía. Y de la des-preocupación por la pureza racial que heredamos en buena hora delos españoles, ha surgido ese elemento fundamental de nuestra geo-política que es nuestro difundido y excepcional mestizaje racial.(ps.169-171).

Con tra el mal thusianismo

¿Cuáles son nuestras posibilidades? Cabe aquí infinito númerode sugerencias y de interpretaciones. La mayoría de ellas halla unconsenso fácil en tomo al subdesarrollo: las probabilidades delpaís, en términos de despegue industrial, agrícola, exportador, yaestán cumplidas y cada administración "hace lo que se puede", loposible, lo evidente, lo inmediato. El conservatismo ha queridoabrirle a Colombia dimensiones nuevas, más allá de "lo que se pue-de" hacer en las circunstancias actuales. Ha querido explicar "loque no se puede hacer" y cómo lograrlo. Es decir, aquello que sepuede considerar ambicioso y altanero en las miras de un país. Es-tamos convencidos que es posible lograr lo "imposible", si se com-bate la mentalidad temerosa de los inmovilistas que va permeandoinexplicablemente el espíritu de la gente. Las posibilidades de unpaís, en el campo del desarrollo material y espiritual, están dadas,en parte, es cierto; pero el complemento tiene que provenir deldeseo común, de la capacidad de sacrificio, de la predisposiciónhacia una mejor vida que podamos hallar en el alma misma delpueblo. La primera parte es, realmente, lo actual. La segunda, es lamedida de nuestras esperanzas y de la grandeza que aspiramos a lo-grar, y es así nuestra verdadera potencialidad: seremos lo que nospropongamos alcanzar.

Somos una nación que se precia de tener un "capital humano"desarrollado, pero que no lo utiliza. Por el contrario, la tendenciamoderna que prolifera impune, incuestionada, nos dice que es ne-cesario reducir la tasa de crecimiento de la población a ceros, yasea por medio del asesinato masivo que implica el aborto, ya sea

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por medio de la esterilización masiva que deforma la naturaleza yla dignidad humanas, ya sea por medios más benévolos de contro-lar los nacimientos.

Los que reducen las soluciones a la problemática colombiana y"tercermundista" al campo del control natal, no están haciendootra cosa que revaluar el malthusianismo clásico del cual pretendenescapar. El señor Malthus, quien creía que el desarrollo tecnológi-co del mundo ya estaba logrado, en el siglo XVIII, lo único que hi-zo fue predecir los métodos trágicos y bárbaros que utilizaría elhombre para racionalizar su crecimiento, si la producción de ali-mentos no aumentaba. Los partidarios del aborto y de la esterili-zación no están impidiendo que el malthusianismo se cumpla: loestán implementando. (ps. 192-195).

Los embelecos ideologizantes y la salvación de la democracia

(. .. ) aún existen los elementos suficientes para un gran movi-miento de regeneración, Pero para ello es indispensable que nos de-cidamos a suprimir la vigencia de unos cuantos embelecos ideológi-cos en los cuales se apoyan, de una parte, los que en su cegueradoctrinaria desean derruírlo todo para construir su utopía en unfuturo incierto y lejano, y, de la otra, los pobres de moral y losaprovechadores del caos. ¿Por qué a nombre de unas farisaicas li-bertades, estamos tolerando el imperio de la pornografía? ¿Cuálesson las libertades que estamos garantizando y cuáles las que esta-mos asesinando al endiosar el libertinaje sexual? ¿Por qué, a nom-bre de la libertad de información, tenemos que tolerar una clase deprensa, de radio, de televisión y de cine que no hace sino estimularlos bajos instintos, enseñar el crimen, exaltar la violencia? ¿Cuántacapacidad de información estamos garantizando y cuánta estamosnegando con este desatentado proceder? ¿Por qué hemos dado enaceptar que la moral es el fruto de un determinado nivel de vida,que si no se alcanza, justifica cualquier desafuero contra los ciuda-danos? ¿No estamos con ello estimulando un materialismo brutal,con olvido de todos los valores del espíritu? ¿Cuál es el nivel de vi-da cuyo no logro justifica el crimen? ¿Será el del sustento, o másbien el que permite comprar coche de último modelo y pasearsepor el mundo? ¿Quién traza esa raya? ¿Por qué nos aferramos a un

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sistema judicial que no sirve y aceptamos que frecuentemente seaplique en favor del "pobre" criminal? ¿Qué es lo que nos estáimpidiendo pensar que el verdadero pobre es el ciudadano común,sometido al imperio de la inseguridad total? ¿A nombre de qué ti-P9 de libertad, de moral o de justicia llegamos a aceptar que todaviolencia es respetable si se la sabe marcar con alguna especie demotivación ideológica? ¿Cuánta criminalidad estamos estimulandocon ello y cuántas son las víctimas inocentes que caen cada día?

Es posible aún detener el derrumbamiento. Nuestra sociedad tie-ne, y así lo estamos viendo en estos días, salud suficiente para ge-nerar los anti-cuerpos que detengan la infección. Porque somos op-timistas a este respecto nos hemos vinculado con todas nuestrasfuerzas a la campaña regeneradora. Pero si aspiramos a tener éxito,debemos decidimos a extirpar los agentes provocadores del mal.Principiemos pues por liberamos de los embelecos ideologizantesque paralizan la acción defensiva, y sirven de escudo a los que im-pulsan los arietes que están derribando nuestra sociedad.

Nuestra democracia podrá ser salvada a partir del día en que to-memos conciencia que ser demócrata no es lo mismo que ser tontoy pusilánime y que nuestras instituciones están para garantizar elpredominio del bien, la seguridad y la libertad y no el imperio delmal, la incertidumbre y la sumisión. (ps. 208-210).

El pluralismo destruye el concepto de bondad

La bondad ha sido el componente esencial de todo arquetipohumano a 10 largo de la cultura occidental. Los hebreos y los grie-gos y todos cuantos de allí heredaron sus valores sociales, tuvieroncomo propósito explícito exaltar la condición benevolente, la ten-dencia hacia el bien, de la especie humana. Ser bueno era o deberíaser apetecible. Y el tipo de bonhomía no podía ser discutido, por-que correspondía por necesidad a una tabla de valores aceptadauniversalmente de acuerdo con un criterio moral uniforme.

Las formas de alcanzar la bondad, naturalmente, podrían ser di-versas. Fue así como se consagraron los diversos tipos heroicos; lospacíficos, los bélicos, los humildes, los intelectuales. Desde el pun-

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to de vista de las altas virtudes del espíritu, se podía llegar a la cús-pide por el camino de la lucha o por el de la resignación. La bon-dad social de cada actitud se juzgaba en función de su utilidad co-mo ejemplo. En su conjunto, el pueblo adoptaba sus héroes en virotud de sus conductas edificantes. Ese consenso sobre lo bueno, to-mado como ejemplo, debía constituír la voluntad de una naciónde configurar su propio destino y de proyectar sus conviccionesmorales hacia el futuro.

El consenso sobre la bondad debería conducir el imperio de lasgrandes virtudes cívicas: la paz, la tolerancia, la solidaridad, laigualdad. Todo eso que en otro tiempo se escribía con mayúsculay que hoy tiene una inocultable apariencia de bobería. Lo buenoya no tiene prestigio. En apariencia se llega a la bondad por faltade otras condiciones humanas que producen directamente el triun-fo y el predominio. La agresividad y la codicia, adoptadas comomedios lícitos para sobresalir acaban por determinar la licitud delos fines. Ya no se trata de saber si el fin justifica los medios, sinode adoptar como buenos aquellos fines que unos medios moral-mente neutros pueden alcanzar.

El síntoma más degradante de nuestra sociedad actual es su acti-tud frente a la violencia. Porque el anhelo tradicional de paz haperdido prestigio. Se ha llegado al convencimiento que la violenciaha de estar siempre incrustada en cualquier forma de organizaciónpolítica. Pero frente a ese reconocimiento del fracaso de la convi-vencia, no se produce una reacción idealista que buscara la recupe-ración de unos propósitos; tampoco es ya dominante una actitudde resignación. Lo que ahora se advierte es la complacencia de unasociedad que ha aceptado como arquetipo las propias formas deuna decadencia que no ha podido evitar.

La destrucción del consenso sobre la bondad, como consecuen-cia de la llamada sociedad pluralista, le permite a la contra-culturaadquirir la supremacía en el orden de los derechos, es decir, recla-mar el orden jurídico a su favor, ya que, dentro de una igualdad deopiniones cuestionadas, lo que sigue es la neutralidad impotentedel Estado. Y una vez conseguida esa neutralidad, el empuje de ladecadencia resulta incontrastable. Su acción corrosiva, su capaci-dad de impactar a la masa, la inmensa gama de sus complacencias

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y tolerancias le permiten adecuar su poder de sedutción a cual-quier tipo de personalidad humana.

Hay quienes creen que el "pluralismo" es sólo una especie de to-lerancia para que puedan coexistir pacíficamente opiniones con-traria:s sobre un mismo tema. Esta es la imagen tierna e ingenuaque la decadencia le vende a los hombres desprevenidos. No. Elpluralismo a que aspira la' izquierda exige la destrucción del con-senso moral, es decir, que no haya valores tradicionales vigentes.Ahí es donde está la fuerza destructiva de esta política. Si nada esrealmente bueno, nada es realmente malo. Y nada, por lo tanto espunible, ni siquiera la violencia. Y toda la violencia resulta ser así-mismo mala ... o buena. La que se hace en defensa de la libertad,del país, del orden; de la virtud o la que se hace contra todo ello,ya que no se trata de valores que contengan en ninguna forma elelemento bondad.

El neutralismo de la sociedad frente a lo bueno es la quiebra denuestra tradición cultural. (ps. 266-269).

Somos tolerantes pero no pluralistas(de La otra opinión, tomo 111)

La tolerancia es la gran virtud de los hombres que tienen fe. Losque no creen en nada no pueden apreciar el don divino que les esesquivo, pues ellos en el mejor de los casos apenas llegan a ser indi-ferentes, condición humana bastante distinta de un estado virtuoso.

El creyente presume que está en lo cierto. Necesita seguramentepara mantener el equilibrio de su espíritu, una cantidad de valorescongruentes que le sirven de base para entender el mundo y parafijar su posición frente a él. Privado de esos soportes externos, queson elementos de verdad objetiva y con vigencia universal, el hom-bre creyente no sabe proyectarse adecuadamente sobre el ámbitopolitico-social.

Cuando el hombre supone que en torno suyo existen unos valo-res vigentes sobre los cuales puede descansar y que representan pa-ra él un invaluable soporte que su propia cultura le brinda, puede

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ser tolerante. Esta situación superior de aceptar que existen otrasideas y creencias, que no son necesariamente las suyas y que tie-nen un derecho a la coexistencia pacífica. En general, toda actitudtolerante es una forma de magnanimidad. Más sencillamente, pode-mos decir que sólo es en realidad tolerante el que tiene medios pa-ra no tolerar. Hay algo de injusticia en esto de las virtudes: que al-gunas de ellas han sido concedidas como un privilegio para losfuertes. Y ello es particularmente notorio en tratándose de latolerancia.

En la política, la tolerancia es una condición indispensable pa-ra la verdadera paz. Opera así: la comunidad, reunida en torno aunos principios de organización social básicos, adopta una formade gobierno que prevea las condiciones de su propia evolución pa-cífica. Dentro de ese marco de valores morales y de instituciones,se puede y se debe transigir con todo ... hasta un límite. Porquemanifiestamente no es racional que esa transigencia se lleve a unpunto en que los enemigos minoritarios de esa concepción políti-ca colectiva puedan destruírlacon impunidad.

La fijación de ese límite, cuya necesidad fue hasta ahora univer-salmente aceptada como requisito para evitar la anarquía, ha sidomotivo de grandes controversias, con especialidad en los paises quehan tenido una trayectoria democrática. Se ha dicho que la liber-tad no debe ser mezquina, que debe correr ciertos riesgos y permi-tir la extensión de su ámbito benéfico más allá de sus propias insti-tuciones y aprovechar inclusive a quienes no la aprecian y preten-den destruirla.

La verdadera controversia sobre la tolerancia no empieza, sinernbargo, sino cuando la transgresión del límite pone en peligrola supervivencia de la democracia; cómo es de útil el pluralismo pa-ra quienes se hallan fuera del sistema. Los comunistas, de todos losmatices, pero principalmente los más extremistas, 10 transan todoa cambio de que los demócratas les acepten el nuevo concepto depluralismo.

Ese vocablo 10 venden disfrazándolo de tolerancia. En aparien-cia es una simple cuestión semántica. "Para decir 10 mismo se pue-de usar una palabra u otra". Y no hay tal. El pluralismo es precisa-

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mente la destrucción de la idea de tolerancia. Si se acepta el plura-lismo, que es lo que la izquierda propone, ya no hay valores colec-tivos vigentes. Los consensos mayoritarios valen tanto como los delas minorías. Los primeros valen como uno, los segundos formanotras unidades según el número de minorías que se produzcan. Ytodas esas unidades son iguales entre sí, tienen sus propias tablasde valores, sus criterios morales y políticos. Nadie, dentro de unconcepto pluralista, tiene derecho a imponer sus conceptos sobrelos demás. Inmediatamente lo tildarían de "maniqueo", apelativode una herejía por allá del siglo IV de nuestra era y que está resul-tando el insulto más afrentoso de nuestro tiempo. (ps. 35-36, 38).

La democracia y el "acuerdo sobre lo fundamental"

Para que la democracia funcione se hace necesario que existandos elementos: un consenso sobre los asuntos fundamentales delordenamiento nacional, aquello que los ingleses llaman con tantapropiedad un agreement on fundamentals, llegando inclusive alpunto extremadamente civilizado de tener un documento nacio-nal que lleva ese nombre y sobre el cual se basa el derecho públicode Inglaterra; y un disenso sobre los programas que se han de reali-zar por medio de los poderes públicos puestos al servicio de unaagrupación política. No puede haber democracia sin un consensofundamental, y tampoco sin un disenso programático. Ambos sonfactores esenciales en la construcción moderna de esa magníficamaquinaria democrática que en tan pocos países funciona bien pe-ro con la cual tanta gente sueña, en la intimidad de las bibliotecasy de las academias. (p. 132).

La inseguridad y la violencia urbanas inciden en la cobardía colec-tiva como decadencia yen el holocausto de las instituciones.

América fue insegura desde cuando empezó a transitar por lahistoria. Pero los riesgos y peligros estuvieron siempre a la in tem-perie, en lo escampado, en la inmensidad de la llanura, en la agresi-vidad de la selva, en las encrucijadas de los caminos escarpados.Nuestra civilización se hizo en tomo a la confianza que brindabanlos poblados.

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Cuando los españoles llegaban a algún sitio ignoto, fundaban vi-llas, establecían cabildos y designaban alguaciles y alcaldes. Y esadecisión inicial, casi simbólica, representaba para ellos la seguridad.Todo lo demás, lo que estaba por fuera, podía ser la aventura, laempresa heroica, la asechanza de la muerte o de la traición. Peropor dentro de un recinto que sólo excepcionalmente fue amuralla-do y que iba mereciendo los títulos cada vez más honoríficos depueblo, villa, burgo o ciudad, la convivencia era la preciosa condi-ción de la vida humana.

El escaso número de pobladores permitió establecer sistemas efi-caces para protección de los ciudadanos. La autoridad, que nuncafue poderosa ni ostensible, era proporcional a la amenaza de per-turbación. Y la solidaridad social ejercía la vigilancia de las institu-ciones para que éstas fueran unánimemente respetadas. La genteera dueña de la calle, del barrio. Antes que todo eran vecinos, esdecir, copartícipes de una creación social que era la vida pacíficaen común. La inseguridad de alguien era la de todos. Y ni la políti-ca, ni los personalismos, ni las diferencias sociales fueron jamásmotivo de insolidaridad frente a esos bienes colectivos en que des-cansaba la paz pública.

Así se explica que el Imperio Español durara trescientos añossin fuerza de ocupación, sin ejércitos, casi sin cárceles, donde unospocos alguaciles y serenos, que envejecían en sus cargos, lograbangarantizar la seguridad a lo largo y ancho de un territorio inmenso.La sociedad era un sujeto activo en la protección de la paz.

En todo tiempo, pero especialmente a partir de la Independen-cia, nuestros caminos fueron inseguros. Y hubo guerras civiles enque se consumaron inmensos sacrificios de vidas y de bienes. Peroaun en esas épocas de perturbación sangrienta, en las ciudades sevivía en paz, cualquiera que fuese el bando dominante. En las épo-cas más recientes de la violencia política, a partir de 1930, en lasaldeas los matones políticos sembraban el terror, casi siempre enlos días de elecciones. Pero la seguridad pública era neutra, no tu-vo bandería. Se la buscaba por igual porque era considerada comoun auténtico bien común.

El pluralismo de nuestro tiempo ha destruído ese concepto co-lectivo de la seguridad urbana. Ha caído en una peligrosa zona de

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relativismo, al mezclarse con teorías sociales o políticas que per-turban la unicidad de los valores sociales. Ya no es bueno para to-do el mundo que haya seguridad. Para algunos es malo, porque ellosignifica una manifestación de conformismo frente al "establecí-miento", una quiebra del espíritu revolucionario.

Es más: para que la insurgencia política prospere es preciso quehaya malestar social. Y si éste se produce por razones económicascomo el empobrecimiento de la población, el alza del costo de lavida o la falta de progreso material, conviene activar el fermentohaciendo que nadie se sienta seguro.

La violencia urbana es, querámoslo o no, un fenómeno real,cruel y duradero. Ignorarlo es rehuír un compromiso histórico.

Salvamos quizá las apariencias republicanas de nuestro país, pe-ro permitimos el holocausto de las instituciones. Ello es también,por desgracia, otra manifestación de decadencia. (ps. 179-182).

Liberalismo y conservatismo frente al concepto del orden

El conservador penetra dentro de la idea de orden y la trabaja,la desmenuza, la analiza. La convierte en una parte sustancial deltemario político. Quizás ahí es donde más sigue vigente la filosofíade Santo Tomás de Aquino, aun entre los conservadores anglosajo-nes que hace tanto tiempo se desprendieron de la influencia de es-te angélico doctor.

Porque para el conservador de cualquier latitud, el orden es pro-pio de la creación, de la naturaleza, de los organismos vivientes ypor último de la vida en sociedad, o sea de la política. El ordenpuede ser la base de toda existencia y, sobre todo, de cualquiercreación de la cultura. Es decir, que no es una cosa que esté sóloahí, que haya que descubrir o simplemente preservar, sino que ade-más hay que construírla como tarea del entendimiento.

El orden no es necesariamente un fin pero resulta ser la condi-ción esencial para cualquier progreso estable. Se puede progresarcon la ruptura del orden y de hecho ello ocurre. Pero ese progresosólo es estable si conduce a una ordenación. Esa es la tragedia de

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las revoluciones, que destruyen y crean. Pero lo que destruyen sepierde y lo que crean sólo subsiste cuando logra ordenarse, esto es,volverse anti-revolucionario.

Para los liberales el ejercicio de la libertad no tiene verdadero va-lor sino cuando se realiza a costa del orden. Es cuando para ellosesa libertad resulta no sólo heroica sino altamente reproductiva: secede una cantidad de orden y se complace al mayor número degente, aunque para ello sea indispensable entregar una parte delsistema institucional que sirve de base a la organización jurídica deun país. La transacción sobre la ley, sobre la disciplina, sobre lastradiciones, ha sido la gran cantera de donde ha extraído sus mejo-res materiales el liberalismo universal.

A los conservadores les causa desasosiego ese tipo de libertadque no se defiende por su valor intrínseco sino por ser una licen-cia contra algo. No es una libertad positiva de hacer o decir, sinode violar o contradecir una norma. Hay una libertad falsa que seexperimenta cuando se logra quebrantar un precepto, infringir unaprohibición. Muchas personas se sienten majestuosamente librescuando tiran basura, o fuman en los cines, o se pasan un semáforoen rojo. El orden que con ello se pudo quebrantar es para ellas, demanera cuantitativa menor que el inmenso goce del libertinaje.Porque para esos temperamentos, el orden no es intangible, no tie-ne categoría intelectual, no es el resultado de un esfuerzo colecti-vo. En lo social vale menos que cualquier impulso individual o quecualquier anhelo colectivo. Y por lo mismo no importa entregarlosi con ello se obtiene una cantidad de contentamiento.

Esta consideración puramente cuantitativa de uno de los ele-mentos básicos de la sociedad, al generalizarse y convertirse en cri-terio dominante, crea una desintegración que se acerca mucho a unestado de anarquía. Porque en ese momento lo prestigioso no esimponer la ley, ni escudarse en ella para ejercer la autoridad, sinomostrar tanta tolerancia con el desorden cuanta sea necesaria paracomplacer al mayor número.

y así se llega al borde del abismo. En donde la noción de orden,tanto tiempo despreciada, vuelve a ser importante. Sólo que en esemomento no es posible otorgarle súbitamente su vigencia total

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porque resultaría una política desafiante para un clima de indolen-cia que se ha permitido crear.

Esto explica que los conservadores hayan tenido más éxito en elmanejo de situaciones conflictivas. No por la drasticidad de las me-didas que imponen, que suelen ser más drásticas las que adoptanen el bando liberal. Sino porque no permiten la previa degradacióndel concepto del orden. Para ellos, con el orden no se puede jugarporque se deteriora la ley; y si la ley pierde vigencia se quiebra elEstado de derecho y se acaba la libertad. Por eso no es de la índoleconservadora tolerar la ilegalidad, así sea durante un paro de vein-ticuatro horas, porque en ese momento se destruyen valores queno se recobran fácilmente. (ps. 242-245).

La izquierda y la desconfianza hacia la prestidigitaciónfilosófica que intente instaurar en el poder una metafísica

El triunfo de la izquierda, más que en los episodios de rupturaviolenta del orden, está en una opresión de las almas que han logra-do crear por medio de hábiles y sofistas argumentos dialécticosque nuestra amodorrada "clase dirigente" no sabe refutar. Es indu-dable que la izquierda lee más que los demócratas. Escribe mejorque ellos. Está mejor informada de lo que pasa en el mundo. Tie-ne, inclusive, más dineros para desperdiciar en propaganda mural.Si no ha vencido en los 40 años que lleva tratando de cambiar elsistema, es porque sus líderes y las circunstancias socio-políticasno eran muy aptos para ello. Pero tampoco lo es el talante delcompatriota, que exhibe siempre una desconfianza sana hacia todotipo de prestidigitación filosófica que intente instaurar en el poderuna metafísica. Pero hay momentos cuando las reservas sociales deun pueblo se ven reducidas por la adversidad, y entonces la izquier-da penetra, como un virus demoledor, aprovechando el descuidogeneral. (p. 253).

La demora en el desarrollo eterniza la condicióninfrahumana de las masas

Si la convivencia es el objetivo de la política puede ser tambiénel efecto de la economía. Un país en desarrollo produce aquella

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expansión de posibilidades que facilita la concordia. En un país es-tático o sin progreso o que se empobrece, se adelgaza el aire de lasolidaridad, se rarifica la tolerancia y se emponzoñan los ánimos.

Nos preocupa la pobreza; nos duele. Sabemos que destruye ladignidad humana. La pobreza es nuestra obsesión porque ha sidoel castigo de nuestro pueblo. Y hay que salir de ella con un esfuer-zo hercúleo, de tiempo de guerra, es decir global, disciplinado,obligatorio. Quienes se preocupan más de la poca riqueza que hayno entienden esto, porque prefieren el camino de la revolución,que tiene como punto de partida una concentración explosiva degrandes rencores.

Hemos llegado a la convicción, cimentada en la experiencia pro-pia y ajena, de que no puede haber bienestar sin crecimiento eco-nómico. Por lo menos en los países como el nuestro en que la mi-seria es mayoritaria. Quienes hemos pasado la vida alIado del pue-blo sabemos que la sensibilidad social no se consigue con expresio-nes literarias ni con incitaciones a la revuelta, ni instigando anhe-los, sino dando. Y nadie da lo que no tiene. La gran reivindicacióneconómica de los colombianos no debe estar circunscrita a aquelloque puedan quitar de pronto a alguien; sino que depende de lo quelogren producir en forma permanente. Unos y otros; o mejor, to-dos juntos. Al final nadie nos dará más de lo que merezcamos pornuestro trabajo y nuestra inteligencia. La conquista del bienestarno debe posponerse hasta cuando se realice por alguien una revolu-ción de resultados imprevisibles. La demora en provocar el desa-rrollo está eternizando la condición infrahumana de nuestras masas.

Al país hay que estrujarlo para que dé lo suyo, lo que puededar. Aquí no debe haber escaseces. Quizá no consigamos fácilmen-te la abundancia. Pero qué gran pecado es tener los recursos natu-rales a medio explotar, las tierras a medio cultivar, las máquinas amedio utilizar y nuestros hombres a medio trabajar. Hay demasia-da pobreza en Colombia para que esos términos medios sean tole-rables. Precisamente porque somos pobres debemos ser más exi-gentes. Sólo un ritmo de crecimiento superior al de los países in-dustrializados nos podrá ofrecer un mejoramiento relativo en elconcierto mundial. Es en verdad porque hay carencias horriblespor lo que debemos hacer un esfuerzo económico superior, ávido,

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a111bicioso. Lo humano, que es dramático, es el gran impulso deldesarrollo. El contenido humano, en medio de la miseria en que vi-vimos, va implícito en el esfuerzo hacia el progreso. Al principio yal final está siempre el hombre, como causa y motivo de la accióny como su resultado. (ps. 288-290).

Hay que evitar los excesos del capitalismo y dara los desvalidos una permanente garantía de equidad

El Estado no debe suplantar a las fuerzas vivas, cuando éstas es-tán cumpliendo una misión creadora. Entendemos el intervencio-nismo de Estado como un elemento impulsor de progreso dentrode una planeación democrática, pero sobre todo como un elemen-to justiciero que evite los excesos del capitalismo y que le dé a losdesvalidos una permanente garantía de equidad. Porque hemos si-do intervencionistas necesitamos un Estado racional. El que tene-mos no lo es. Su presencia es una plaga. Lo que se le confía salemal. Destruye en lugar de ordenar. Contagia el desorden en vez deinstaurar disciplina. Es triste que todos los ciudadanos sean insoli-darios con su Estado, que lo consideren como la contra-parte, co-mo un enemigo. Pero lo más triste es que el Estado lo merezca.(p. 292).

El conservatismo siempre aspira a ser alternativa(De Civismo y civilización)

El conservatismo, que ha mantenido a un mismo tiempo todossus derechos y su libertad programática, proeza casi inverosímil, seha mostrado como un factor orgánico, tranquilo, confiable, útil.Puede legítimamente aspirar a ser la alternativa, tanto porque elloes una consecuencia lógica, dentro de la alternabilidad de oportu-nidades que caracteriza a la democracia, como porque ha ostenta-do condiciones excelsas y excepcionales en el agitado clima políti-co de nuestra América. Ha sabido esperar, mantener la calma, justi-preciar los hechos, realizar críticas constructivas y señalar oportu-namente los motivos de su inconformismo, al mismo tiempo queha propiciado las oportunidades de cambio pacífico que todavíasubsisten.

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¿Qué caminos le quedan a un partido lleno de vitalidad como elconservador? En primer lugar, no perder la vitalidad. En segundolugar, tener presente qué política se hace todos los días, con la res-ponsabilidad última del gobierno o sin ella. El partido debe tenerpresencia política propia, opinar sobre todos los temas, aportarrespuestas a todas las preguntas, colaborar con el liberalismo en lasolución de los problemas nacionales. En tercer lugar, no olvidarnunca que somos alternativa. Y somos alternativa no sólo por lafuerza política recientemente comprobada sino porque estamostrabajando sobre todos los temas, pensando con audacia en todaslas soluciones. (ps. 52-53, 100).

El abismo existente entre la estéticade la política y la prácticautilitarista de la política

Disciplinar una victoria es una actitud heroica. Y por eso mismoes hermosa. Esos amigos griegos que todavía nos hacen pensar entantas cosas, siempre creyeron que la política, para ser bella, debíatener un contenido heroico. Pero todo eso son pamplinas en nues-tro tiempo. El desinterés, por ejemplo, es una forma de la bobería.Lo inteligente, lo sagaz, lo que es propio de esa tremenda "maliciaindígena" que hemos convertido en una virtud de nuestra raza, esel reclamo amenazante, la presión con condiciones. Y hay quienesson expertos en situar todas las cosas en ese degradante terreno.Para ellos no hay más valores que aquellos que se traducen enoportunidades de predominio. ¿La elegancia? Otra expresión debobería.

Se abre así un abismo entre la estética de la política y la prácti-ca utilitarista que de ella se hace. Gana casi siempre lo último. Perola política es la que pierde. Ese noble arte de conducir a los hom-bres, queda así postrado, denigrado, sometido al justificado vili-pendio de la ciudadanía. Y, además, se crea un desamor de la gentehonesta por los grandes temas de la vida pública. (ps. 111-112).

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Continuamente toca a los conservadores la tarea de lareconstrucción, el redescubrimiento del orden,de la justicia, de la paz, de esa tranquilidaddel espíritu indispensable para el progreso

¿Por qué, si de todas maneras se ha de terminar siendo y actuan-do como conservador, hay quienes dedican toda su vida a lucharcontra el conservatismo, a denigrar de sus principios, de su talante,de sus hombres y de todo cuanto representa la actitud sana, repo-sada, inteligente y deliberante que conduce a esa posición intelec-tual del individuo y de grandes grupos de población que hemosconvenido en denominar conservatismo? ¿Cuál es la causa de queuna y otra vez, en especial en las últimas décadas, se repita contanta frecuencia toda esa gran comedia en la que partidos políti-cos como el liberal o los radicales, social-demócratas, social-cristia-nos, cristianos-demócratas de otras latitudes, se lanzan a la con-quista del poder con unas banderas (rojas en muchos casos), en lasque se pregona la marcha hacia la izquierda, el igualitarismo prima-rio, el crecimiento del Estado patemalista, mientras se acusa de to-dos los males que padecemos a la supervivencia de unos valoresfundamentales que brotan de lo más hondo de la naturaleza huma-na? ¿Para qué todo este enorme ejercicio dialéctico, para qué tan-to grito y gesticulación, tanta demagogia de segunda y tercera ma-nos, si todos sabemos, en especial los dirigentes de esos movimien-tos supuestamente revolucionarios, que a la postre, si es que todala gran pantomima conduce a la toma del poder, sólo puede gober-narse sensata y productivamente aplicando los principios políticosy administrativos que tanto empeño se puso en derrotar?

Quizá nuestras preguntas no tengan una respuesta lógica. For-man ellas parte de la gran incógnita del hombre, de su capacidadde ser voluntariamente irracional y contradictorio, destructivo yrevolucionario. Y hay momentos en que esta actitud adquiere cier-to sentido: cuando lo tradicional, lo que con tanto esfuerzo y sa-crificio se ha logrado construír pierde su alma, su espíritu creador,y entra en estado de descomposición y decadencia. Entonces la ca-ra negativa y destructora del hombre adquiere la supremacía,mientras que la creadora y ordenada pasa a segundo plano, pierdesu vigor. Y la sociedad se lanza por la pendien te de las condescen-dencias demagógicas, hasta que se precipita en el abismo de la re-

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volución destructiva. Entonces, cuando se ha llegado a la oscuri-dad, cuando se han apagado todas las luces, toca a los conservado-res, a la gente equilibrada y serena, la tarea ingente de la recons-trucción, el redescubrimiento del orden, de la justicia, de la paz, deesa tranquilidad del espíritu indispensable para el progreso. Pareceque hay algo de inevitable en este ciclo recurrente de la política.(ps. 225-226).

El pensami en to liberal padece la superstición legal que tiendea iden tificar la proclama ción de los derechos con su realización(De Planeación)

El liberalismo creyó descubrir la fórmula mágica que habría deproducir la felicidad de Colombia al cambiar el texto constitucio-nal del 86 por el sacrosanto "la propiedad es una función social".El pensamiento liberal padece la superstición legal que tiende aidentificar la proclamación de los derechos con su realización, lasolución de los problemas con la creación de institutos, la correc-ción de desigualdades con la simple aprobación de leyes y la refor-ma de la sociedad con el cambio de un verbo por otro en un artículode la Constitución. Cierta dosis de ingenuidad en la visión del mun-do y de la sociedad, inspirada siempre en las mejores intenciones,ha caracterizado históricamente el pensamiento y la acción del li-beralismo. Esta puede ser otra diferencia entre conservatismo yliberalismo, porque los conservadores siempre se inspiran en el su-premo criterio de la realidad de la naturaleza de las cosas, de la li-mitación del Estado y de los recursos de una nación. Ingenuidadllena de buenas intenciones en los liberales y realismo lleno de bue-na voluntad en los conservadores, son dos notas que distinguen yseparan, y que pueden colmar las ambiciones de los cerebros quetanto se torturan buscando diferencias entre los partidos. (ps.27-28).

El conservatismo rechaza el inmediatismo y la intervenciónincoherente, que sólo genera pánico y retrocesos

El conservatismo cree en la intervención y la ha practicado, peroconsidera que para aplicarla es indiferente el tamaño del Estado.

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Más aún: cree que con un Estado más pequeño es más eficiente laintervención. El liberalismo no concibe la intervención sin gigantis-mo estatal, sin más burocracia. El conservatismo es intervencionis-ta o no es conservatismo. De lo contrario, ¿cómo se buscaría elbien común y la solidaridad social? Pero el intervencionismo con-servador considera indispensable la planeación, rechaza el inmedia-tismo y la intervención incoherente y "epiléptica" que sólo generapánico y retrocesos. Intervenir con intervalos imprevisibles, conamenazas y sin planeación, no puede ser una política conservadora.

La planeación, como herramienta de su inteligencia, ha falladocasi siempre, diluida en el toderismo. Hemos planeado la manerade que el Estado actúe al tiempo sobre todos los sectores, sin per-mitir en el mercado la expansión económica dentro de una exigidaescala de prioridades. A mandoblazos contra la economía y lasfuerzas del mercado, se ha "dirigido" el crédito, "orientado" laindustria, "estimulado" la agricultura, "beneficiado" a los margi-nados, y "generado" ingreso, empleo e inversión.

La verdad es que nuestros dos partidos han sido intervencionis-tas, aunque de diversa manera. Los conservadores tienen del inter-vencionismo un concepto directamente vinculado a la razón de Es-tado y lo consideran como una apelación suprema contra el librejuego del ejercicio absoluto de la libertad, con el propósito deorientar el desarrollo, evitar las consecuencias extremas del capita-lismo y preservar la dignidad humana. Por ello lo aplican menos,pero lo hacen en forma rotunda.

Para los liberales el intervencionismo es algo menos solemne,más cotidiano. Lo manejan como un acaecer diario, como una fun-ción permanente. Y por lo tanto cuando apelan a él, lo hacen paracosas de poca monta, como fijar precios o prohibir operaciones co-merciales, y por lo mismo con menor profundidad y muy pocaconsistencia.

La idea de planeación para los liberales es algo así como la ex-tensión del intervencionismo a todos los casos posibles o imagina-bles. Es decir, equivale a una licencia general que se otorga al Esta-do, y acaso más directamente al gobierno, para que haga lo quequiera en cualquier campo. Porque, además, suponen que quien

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hace los planes es exclusivamente ese gobierno que en sus manostiene una vocación in tervencionista incon trastable.

Los conservadores parten de suposiciones contrarias. Consideranque nada hay peor que un intervencionismo casuístico, que noobedezca al cumplimiento de unos propósitos, sino que sea la ma-nifestación diaria de la omnipotencia de mandatarios caprichosos.y por lo mismo, el establecimiento de la planeación es ante todouna regla suprema. Pero no dictada, a la manera staliniana, sinoacordada. Que sea el fruto de un consenso tanto en su iniciacióncomo en sus diversas etapas evolutivas.

En ese momento el intervencionismo cae dentro de la disciplina,se enrumba, concuerda con lo que se supone ser el querer nacional,en lugar de contradecirlo. Y acaso queda también limitado, cons-treñido por el plan, sujeto a comprobar la eficacia de su acción y elcosto económico-social que pueda tener. Es la manera de domesti-carlo y de preservar la libre iniciativa que nos va quedando.

Los liberales creen que la planeación es la apoteosis del interven-cionismo; los conservadores queremos que sea su marco, su regla-mento. Nuestro propósito es que a través del plan se produzca unareconciliación del Estado con la Nación, para que todos tengamosde nuevo bienes comunitarios. (ps. 29-30,32-33,128-130).

La planeación es un derecho social

La planeación económica y social es uno de los sistemas lógicosque se han inventado para ordenar las prioridades simultáneas delos Estados. Infortunadamente, el sistema opera correctamente enpaíses con una solidez institucional y social mayor que la nuestra,en los que la verdadera prioridad se puede aislar y convertir pormedio de una máquina publicitaria en un auténtico propósitonacional.

No se ha podido gobernar a la Nación con miras a un quinque-nio o a una década como lo hacen con indudable éxito los paísessocialistas y como lo están comenzando a hacer las naciones capi-talistas que han comprendido que la planeación, más que un sofis-

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ticado recurso de los economistas, es un derecho social que se deri-va de la enorme cantidad de información que existe en las econo-mías modernas sobre los distintos fenómenos y que se puede, pormedio de técnicas adecuadas, controlar y utilizar para la formula-ción de políticas o policies.

Una de las causas de la injusticia social consiste en que quien de-biera planear sistemáticamente sus gastos es el pobre. Y no lo hace.Mientras que el rico, que podría gastar sin medida cuida con esme-ro sus recursos y los invierte con temor de dilapidarlos. Lo propioocurre con los países: que son los ricos los que calculan el rendi-miento de sus inversiones y las someten a un exigente proceso se-lectivo, mientras que las naciones pobres se debaten en la confu-sión de todas las prioridades simultáneas y terminan malgastando10 poco que tienen. (ps. 88-90).

Para rescatar la dignidad de la política es imprescindibleapropiarse políticamente de los criterios técnicos

Para rescatar la dignidad de la política es imprescindible apro-piarse políticamente de los criterios técnicos. Y esto no se puedehacer sino orgánicamente, aduciendo en todo momento la razónde Estado. Y la planeación es la forma moderna de realizar ese as-censo. Es natural que la adopción de un plan significa un cambioprofundo en nuestras costumbres y en las prácticas administrati-vas. Pero la grandeza del propósito justifica los riesgos de semejan-te hazaña. Que no hay que esperar, para realizarla, a que sobreven-gan unos tiempos heroicos. Basta con comprobar que, como va-mos, no podemos seguir. Y que si la perspectiva es la desintegra--ción del Estado, 10 que se intente para no llegar a.ese resultado de-be merecer el respaldo de la opinión pública. (p. 94).

La planeación y la libertad en el nuevo campo de la política

El gran fracaso de la democracia es no haber podido congeniarcon la planeación. O por lo menos no haberla podido colocar asu servicio. Se ha querido ver en todo tiempo un antagonismo en-tre una y otra, como si hubiere resultado cierto que la planeación

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es enemiga de la libertad, según se sostuvo durante la segunda y latercera década de este siglo.

El liberalismo de entonces tenía terror de los planes a largo pla-zo, porque los consideraba una limitación opresiva para la libreempresa. La verdad es que en aquel entonces, en los principiosde la era staliniana, la planeación no era otra cosa que una subor-dinación de fines del Estado impuesta por razones políticas. Sepredeterminaba el esfuerzo productivo de un país para conseguiruna cantidad de potencia imperialista. Frente a esos propósitosdeterministas de los rusos, la ordenación nazista que tenía finesanálogos resultaba un paraíso de la libertad económica.

Pero en las democracias fue preciso aceptar poco a poco el in-tervencionismo de Estado. Los conservadores se pasaron rápida-mente a la tesis de que no era posible permitir el libre juego de lacompetencia sin que se estropeara la dignidad humana, porque eltrabajo quedaba inmisericordemente sometido a la implacable leyde la oferta y la demanda. Se quebró así la intangibilidad de la li-bertad económica y el manchesterianismo liberal terminó siendouna actitud claudicante, condenada a sucesivas transacciones.

Sólo que ese intervencionismo fue concebido de muy diversasmaneras: los liberales lo tuvieron como un mal inevitable y lo apli-caron con intermitencias, en situaciones extremas; mientras quelos conservadores lo consideraron como un recurso útil y como unsistema orgánico. De todas maneras, a ambos les faltó una concep-ción amplia del problema y nunca buscaron un acoplamiento inte-gral entre la liberad y lasmotivaciones socio-económicas del Estado.

Hasta mediados del presente siglo no era dable evaluar acertada-mente lo que significa la información como un elemento de la po-lítica. Fue sólo cuando ella pudo manejarse electrónicamente y so-meterse a los ordenadores, cuando adquirió su verdadero significa-do como elemento de decisión en los asuntos públicos. La infor-mación computada permitía, nada menos, que pronosticar el futu-ro dentro de un prudente sistema de variables. Y entonces, de súbi-to, fue preciso pensar más hacia adelante de lo que históricamentese había hecho. Hoy no basta con planear la acción del Estado, co-mo escasamente se hacía a través del presupuesto de rentas y gas-

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tos o mediante la adopción de planes de inversión en obras públi-cas. Se requiere diagnosticar el futuro y a la vez relacionar los fe-nómenos económicos y sociales entre sí para conseguir una mejorutilización de los recursos.

Suponiendo que ya existe un consenso básico sobre la estructu-ra del Estado y sobre sus órganos principales, la planeación se haconvertido en el nuevo campo de la política. Allí es donde se de-ben debatir las discrepancias ideológicas, porque es en ese terrenodonde se puede proponer el tipo de sociedad en que se aspira avivir.

Pero todavía hoy se mira este formidable tema con notables re-ticencias. Los gobiernos la temen, por miedo a perder su capaci-dad de decisión, sin advertir que ellos podrían ser los voceros deun bien común explícito, traducido en objetivos tangibles y enprogramas cuantificados. Y que ello les simplificaría la concerta-ción con los diversos sectores.

Por su parte, quienes se hallan en la esfera de la empresa privadatemen también someterse a un sistema disciplinario, porque nadieha conseguido diseñar la forma de una planeación verdaderamentedemocrática. Por esta razón no caen en la cuenta de que el primerresultado de un plan es disciplinar el intervencionismo de Estado,que debería quedar enmarcado dentro de los lineamientos de lospropósitos nacionales, determinados de común acuerdo entre lossectores, bajo la dirección del gobierno y con aprobación del Con-greso. Cierto que todo ello entraña limitaciones. Pero éstas no se-rían ya unilaterales, como son las que resultan de la aplicación deun intervencionismo estatal como el que hoy existe, el cual tieneaplicaciones caprichosas, cuya justificación emana del criterio uni-lateral de quienes dirijan el Estado.

Paradójicamente se ha llegado, por experiencia, a la conclusiónde que una de las maneras de salvar la libre empresa -si es queacaso no es la única- consiste en resignarse a planear el desarrollo.y si ello es así, es mejor ponerle a ese empeño todo el entusiasmoy ensayarlo cuanto antes, tratando de obtenerlo como un bien ape-tecible y no como un desenlace fatal. Aun en el terreno de la técni-ca, el entusiasmo es condición importantísima del buen éxito. Por-que, además, siempre será mejor una libertad enmarcada por obje-

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tivos conocidos, que una libertad miedosa, sujeta a un intervencio-nismo impredecible. (ps. 95-98).

La dependencia económica esteriliza la capacidadcreativa en lo relativo al desarrollo

Somos un país sin historia internacional. Pasada la epopeya dela Independencia, nos encerramos dentro de nuestros propios lími-tes para sobrellevar con dignidad una agobiadora pobreza. El es-fuerzo persistente de una población sufrida nos ha permitido al-canzar un respetable nivel de cultura en medio de unas limitacio-nes de orden material que disimulamos con ingenio y buen humor.De ahí también que nuestra historia interna no haya sido particu-larmente traumática y que hubiésemos podido construír una admi-rable organización institucional.

La dependencia económica ha esterilizado nuestra capacidadcreativa en el campo del desarrollo. Hemos sido buenos para sobre-llevar penurias y eficaces para sortear adversidades. Y esa actituddefensiva se nos ha vuelto connatural. Hasta el punto de que nosdejamos sorprender cuando las condiciones de subsistencia se vuel-ven menos hostiles, y que además, seamos inhábiles para manejarlos pocos golpes de suerte que el destino nos ha deparado. (p. 136).

El conservatismo quiere restablecer la vigencia de losprincipios constructivos y sacar la moral pública de lazona gris en que la ha colocado el pluralismo(De Posiciones)

La característica esencial de una sociedad pluralista es que pier-de la valoración moral. Establece una especie de democracia de losvalores, sistema en el cual las tradiciones buenas tienen que entrara convivir con aquellas que las quieren derrumbar y, finalmente, sellega a una situación en la cual la distinción práctica entre el bien yel mal deja de existir. Y no hay nada que se pueda invocar conacierto para combatir este derrumbe, pues dentro de una horripi-lante igualdad entre morales diferentes, no hay una que pueda es-tablecer su primacía. El pluralismo ataca los espíritus y las tradi-ciones, pero combate también los sistemas institucionales que los

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guardan. Por ejemplo, a nombre de él hay que respetar el sagradoderecho al inmoralismo que tienen los anunciadores de cine porno-gráfico, o los programadores de televisión que desean hacer un lu-cro fácil y rápido. Pero, también a nombre del pluralismo, es nece-sario respetar la existencia de los grupos políticos que no quierenla libertad, pero que la utilizan para poderla derrocar finalmente.

Lo que el conservatismo quiere hacer es restablecer la vigenciade los principios constructivos y sacar la moral pública de la zonagris indeterminada donde la ha colocado el pluralismo. Queremosvolver a saber qué está bien y qué está mal, basados en que determinado acto haya sido tradicionalmente bueno o malo. Es decir,queremos restablecer los puntos de comparación para que los cri-terios evaluadores no se disuelvan en una falsa bruma democráti-ca. (ps. 45, 48-49).

Hacia una participación y comunión de valores de la humanidad

Dentro de la creciente internacionalización de la cultura y de lavida individual, temas hay que son materia de esta conferencia, pe-ro que hallarán su ambiente propio en la mundial que prepara laUnesco. Aunque hay culturas perfectamente delimitadas, acasomayores aún en sus barreras que las fronteras señaladas con mojo-nes físicos, la cultura es patrimonio de la humanidad, y sus benefi-cios han de irrigarse por el orbe. El gran problema está en que esacomunidad mundial no destruya, sino asimile y exalte, las comuni-dades parciales. Que haya una música universal sin que dañe la mú-sica local. Que el libro salte de lengua en lengua sin perder por elloel color y el sabor de su idioma original. Que el cine, la grabaciónfonóptica, el disco y el casete, el aprovechamiento de los satélites,no sean instrumentos de alienación y de colonialismo cultural, sinopor el contrario participación y comunión de valores de la humani-dad. (ps. 165-166).

El conservador es más sensible ante la ruptura del ordeny los liberales van más a la letra de la ley

Los conservadores tendemos a ir a la raíz, a buscar las causas, y "por eso solemos ser elementales. Lo que proponemos, casi siempre,

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no es acoplable a lo que existe. Necesita la dirección completa dela obra. Por ello hace décadas que estamos buscando, democráticay pacientemente, la supremacía desde el gobierno. Para que sobreuna dirección del Estado que haga un planteamiento radical, sepuedan utilizar constructivamente los elementos que aporten otrasfuerzas políticas, que quedarían entonces orientadas hacia unospropósitos nacionales de largo alcance.

Para entender estas distinciones, podemos poner, como ejemplo,la seguridad. Es posible que siempre haya, entre liberales y conser-vadores, una diferencia en cuanto a la apreciación de su magnitud.El conservador es más sensible ante la ruptura del orden. Aprecialas cosas con mayor alarma y tiende a ponderar el efecto destructi-vo de cualquier deterioro de la convivencia. Los liberales van más ala letra de la ley, a la justificación estadística de los hechos: no im-porta que sea liberado un reo manifiestamente culpable, si en suexcarcelación se cumplieron todos los incisos; no debemos alar-marnos por los secuestros cuando estadísticamente se puede de-mostrar que hay otro país donde suelen sermás frecuentes. (p. 266).

Hay que perforar barreras tradicionales deestancamiento econó11Úco-social

No tener un propósito sobre el crecimiento económico le arre-bata al liberalismo la posibilidad de trabajar sobre la parte más no-ble y más cautivante de los programas políticos. Por eso no propo-ne hechos nuevos, ni obras públicas, ni creación de fuentes de pro-ducción, sino que se limita a enumerar remedios para aliviar losfactores reales de una situación de miseria que, en cierto modo, seconsidera inevitable.

El liberalismo ha tenido la desgracia de dejarse decir cosas de loscolumnistas de izquierda que colaboran en sus periódicos. Y creeen ellas a pie juntillas aunque no se compadezcan ni con lo que pu-diera ser su actual doctrina económica ni con su propio tempera-mento. Los teorizantes de izquierda han convencido a los liberalesde que el crecimiento económico es malo, que se trata de una ob-sesión fascista para adormecer el ímpetu revolucionario del pue-blo, que conduce a monstruosas desigualdades y que para conse-

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guirlo hay que hipotecar el futuro del país o venderles los recursosnaturales a las compañías multinacionales. Esta teoría fue inventa-da por la izquierda para perturbar el progreso de los pueblos sub-desarrollados con el fin de que, permaneciendo en la miseria, seconservara latente el anhelo revolucionario. Los liberales, muy bur-gueses y muy antirrevolucionarios, no han tenido suficiente espíri-tu crítico para refutar las opiniones de sus amigos de izquierda.Por el contrario, han creído que al aceptarlas realizan una de esasaperturas en que creen encontrar la posibilidad de modernizarse,de "beber en las canteras del socialismo" según la manida e inex-plicable frase del general Uribe Uribe. Porque ya eso de beber enuna cantera es una prueba harto difícil, que resulta más problemá-tica cuando se ignora absolutamente a qué clase de socialismo serefería el ilustre prohombre liberal. Lo cierto es que los liberalesconsideraron que debían colocarse contra el crecimiento económi-co y abandonaron así toda idea que pudiese estimular el progresoo abrirle perspectivas al país para salir de su deplorable estado depobreza.

Para los conservadores, en cambio, la miseria consuetudinaria denuestro pueblo es la gran obsesión. Es lo que no deja pensar engrande, lo que no permite mejorar la condición de vida del pueblo,lo que nos está haciendo perder posición relativa entre las nacionesde nuestro propio continente. Estando ya situados en el penúltimolugar del ingreso per cap ita en América Latina, es imprescindiblesalir de ahí. Los remedios para esa situación siempre serán medio-cres. Lo que se busca es un despegue. Hay que perforar barrerastradicionales de estancamiento. Es preciso inventar nuevas formasde enriquecimiento, nuevos renglones de exportación. Hay quecrear una mentalidad de guerra contra la pobreza; alcanzar, así seaparcialmente, altos índices de productividad, utilizar intensiva-mente la mano de obra y extraer los minerales que se pueda de lasentrañ.as de la tierra para que nos den la base de unas nuevas es-tructuras económicas que procuren no sólo satisfacer un mayor ni-vel de consumos internos sino una exportación competitiva y vale-rosa. Todo esto, claro está, se basa en el.crecimiento y conduce aldesarrollo.

Es este un anhelo político del partido conservador y una necesi-dad histórica del pueblo colombiano. Es, además, la forma patrióti-

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ca de convocar en torno a una posibilidad de redención a todas lasenergías nacionales. Pero ésto, como se ha visto, no va a ser enten-dido fácilmente por los liberales, que están pensando en aumentarimpuestos, en distribuír miseria, en sostener la burocracia y que,por encima de todo, le tienen miedo, verdadero terror, al creci-miento económico. (ps. 272-274).

El liberalismo es partidario de la expansión del Estadoy la burocratización, pero el conservatismo prefiereel Estado limi tado, justo y eficaz.

A la manera liberal, el Estado debe ser tan paternalista y tan in-tervencionista como pueda serlo. Parece existir una presunción deque el Estado es siempre bueno, o por lo menos siempre mejor queel sector privado. Cada vez que algo anda mal, no falta el liberalque proponga "nacionalizar" eso que no está funcionando, sea ellouna carretera, un colegio, una industria o un servicio.

Curiosamente, los conservadores han sido mejores practicantesdel intervencionismo de Estado. Sólo que con un criterio diferen-te, porque lo conciben como una excepción, como un último re-curso y, por lo mismo, casi siempre resulta justificado. A los libe-rales, en cambio, les gusta tener un intervencionismo en potencia,que caiga como un rayo sobre cualquier desviación de la econo-mía, sea a la manera de una expropiación, o de una fijación de pre-cios o de la prohibición de alguna actividad económica.

Los liberales, ningún liberal ha querido tratar el tema de la deca-dencia del Estado. Los conservadores tienen un criterio muy críti-co sobre ese aparato estatal, que está malogrando las posibilidadesdel desarrollo. Han llegado a la conclusión, muy radical y grave,de que no sirve. Es una carga que hay que soportar, que cuesta de-masiado, que interfiere el ímpetu de progreso y que poco a pocova consumiendo los recursos públicos en un desesperante procesode "uruguayizaci ón".

Para los liberales el Estado es una creación política que está ahí,con su dinámica propia hacia el gigantismo, en desarrollo de la uto-pía de que tarde o temprano todo tendrá que ser absorbido por él.

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Si una dependencia no cumple, pues se crea otra. Al fin y al cabo,si el estatismo es un final necesario y conveniente cada ensancha-miento es un paso hacia adelante, hacia el futuro, hacia la mo-dernidad.

Los conservadores tienen la inaudita pretensión de someter elEstado y a sus dependencia a la regla de oro del costo-beneficio.Es decir, que hay que pedirle cuentas al sector público y sabercuánto está costando lo que está produciendo. Esta aspiraciónnaturalmente se quiebra cuando se llega a aquellas zonas en que laactividad estatal, por su propia índole de ser un ejercicio de la so-beranía, no puede ser delegada. Pero, de todas maneras, hay mul-titud de sectores donde un criterio de productividad no sólo es po-sible de aplicar, sino que aparece como necesario.

Para los liberales el crecimiento del Estado no es responsable. Sicreció, es en virtud de un determinismo histórico. Para los conser-vadores no. Por el contrario, cada entidad estatal debería tener laobligación diaria de justificar su existencia y de demostrar sueficacia.

No se trata de desensamblar el Estado. De ninguna manera. Setrata es de salvarlo. De permitirle hacer, con abundantes recursosy plena capacidad de decisión aquello que puede cumplir con éxi-to. Y quitarle todas las adehalas enojosas, en las que de antemanose sabe que va a fracasar. Para que recupere así su prestigio, paraque vuelva a surgir en tomo a los objetivos concretos de la admi-nistración una solidaridad de la burocracia, un espíritu de cuerpo,un propósito de triunfo.

Se acusa a los conservadores de querer achicar el Estado. Comosi eso fuese realmente un cargo. Ellos, claro, no se pueden si sequieren defender de algo que, en sí mismo, no es bueno ni malo.Aquí entra de nuevo en consideración el problema de la pobrezade nuestro país, que es la obsesión del conservatismo. El peor gas-to que puede hacer un país casi miserable como el nuestro es man-tener un andamiaje estatal ineficaz. Es el típico derroche de paíssubdesarrollado. Es, además, una forma de snobismo horrible: gas-tar lo poco que se tiene en cosas que no se necesitan. (ps. 286-289).

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