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El libro en circulación en la América colonial producción, circuitos de distribución y conformación de bibliotecas en los siglos xvi al xviii Idalia García Aguilar Pedro Rueda Ramírez (Coordinadores) Q uivira México 2014

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Historia de AméricaMéxicoSiglos XVI, XVII y XVIII

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El libro en circulación

en la América colonial

producción, circuitos de distribución y conformación de bibliotecas

en los siglos xvi al xviii

Idalia García Aguilar

Pedro Rueda Ramírez

(Coordinadores)

Quivira

México2014

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García Aguilar, Idalia; Rueda Ramírez, Pedro (coordinadores)El libro en circulación en la América colonial. Producción, circui-tos de distribución y conformación de bibliotecas en los siglos XVI al XVIII / Presentación de Idalia García y Pedro Rueda / Prólogo de Antonio Castillo Gómez. 1a edición. México : Quivira, 2014 320 pp. ; 14 x 21.5 cm — Colección Artes del libro

Primera edición, 2014 © 2014 Los autores © 2014 Ediciones Quivira sobre el diseño de la ediciónExcelsior 239, 07870, México, D. F.

Esta edición fue impresa gracias al apoyo de: Pedro Ángeles Jiménez.José Antonio Yañez de la Peña.Coalición de Libreros.Federación de Sindicatos de Editores.Jimena Manrique Eternod.

Se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio impreso o digital, sin el permiso escrito del autor y del editor. isbn 978-607-9153-16-8 Impreso y editado en México.

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Idalia García AguilarUniversidad Nacional Autónoma de México [email protected]

No hablan con el vulgo los desengaños que escuchan en esta Historia los ojos: nacieron destinados a los nobles, como los cedros a las cumbres, y algunas flores a los más cultos jardines, y sólo por reflexión vuelven hacia la plebe y hacen eco en los valles.Álvaro de Cienfuegos (1754).

Introducción

Sin duda existe una cierta fascinación por la historia de los jesui-tas desde su fundación en el siglo XVI, y que se puede apreciar en cientos de libros, artículos y ponencias en todo el mundo. Durante todos estos siglos la Compañía de Jesús ha tenido partidarios y de-tractores de su labor cultural y educativa; estos últimos, incluso han llegado pensar que “cada movimiento, cada paso, era parte de una es-trategia general establecida veladamente” (Martínez 1981, 30).

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Quizá esta dicotomía que en ocasiones toma tintes pasiona-les pueda explicar todo lo que sabemos actualmente sobre di-versos aspectos sociales, económicos, políticos y culturales de los jesuitas en comparación con otras órdenes religiosas, y que abarca todos los territorios donde vivieron desde su fundación hasta los momentos del extrañamiento, clausura y renacimiento de la orden.

En estas múltiples miradas analíticas no se puede exceptuar el territorio de la Nueva España. Por el contrario, podemos encon-trar numerosos textos dedicados a narrar, logros, fracasos y aven-turas de los jesuitas novohispanos, realizados tanto por miembros de la Compañía como de ajenos a ésta. Algunos de estos trabajos, antiguos y modernos, marcaron tendencias en el análisis historio-gráfico de diversos aspectos ignacianos así como en la recupera-ción de fuentes documentales.

Pero el estudio de ciertos aspectos culturales o literarios fue dejado a otros especialistas ajenos a la disciplina históri-ca (Lavrin 1989, 46), y éstos no se han interesado demasiado por la imprenta y las bibliotecas de los jesuitas novohispanos. De ahí que no resulte extraño encontrar escasas menciones so-bre estos temas. Los libros, sin duda alguna formaron parte de la vida cotidiana de los jesuitas desde su llegada a la Nueva España y hasta su extrañamiento en 1767, tanto en la evange-lización y el trabajo misionero como en la extensa actividad educativa que ejercieron.

Las bibliotecas de la Compañía fueron consideradas como las más ricas en el territorio novohispano, y en éste, fue la única or-den religiosa que tuvo imprenta propia durante un largo periodo de tiempo. Debido a tales circunstancias resulta notoria la poca atención que ha despertado el estudio de sus libros y bibliotecas, como una parte relacionada directamente con la cultura escrita en la Nueva España. Especialmente si se considera el caudal de fuen-tes que todavía se conservan y que no han sido estudiadas; testi-

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monios que podrían abrir interesantes perspectivas de investiga-ción a futuro e incluso transformar algunas cosas que suponemos sobre estas temáticas.

Ahora bien, se sabe que una parte de la documentación que da cuenta del contenido y tipo de las bibliotecas jesuitas, son todos los documentos realizados con motivo del extrañamiento, pero también debemos considerar otros documentos como aquéllos que testimonian la revisión inquisitorial de las bibliotecas institu-cionales. Por ejemplo esta noticia localizada de 1697:

En la librería del Collegio de Tepotzotlán se han reconocido los li-bros siguientes1

Barelaio tres tomos de Argenis, y uno del Satyricon.Adriano Juirnebo tres tomos Adversariorum en un cuerpo.Item otros tres tomos de otras obras también en un cuerpo.Vn tomito Admiranda Admirabilium rerum encomias.Alciato emblemas.Vn tomo de Adagios de Erasmo.Dos tomos de las obras de Periofontes.Francisco Juntino Speculu Astrologis tomus posterior.Athengo cum Isarco Casaubono.Padre Geronimo Plati dos tomos en latin, y dos en romance.Vn librito Parayso de Almas con varias Lethanias.Y en atencion a que estos libros mencionados se contienen en el ín-dice de los libros prohibidos, y no estan corregidos, se remiten en el cajon adjunto. Al Santo Tribunal para que determine lo que de ellos se debe hacer.Tepotzotlan, y Março 10 de 1697”

Desde su llegada a la Nueva España en 1572, los jesuitas fun-daron diversas instituciones a lo largo del todo el territorio. En

1 AGN, Inquisición Vol. 536-2, núm. 81, fol. 442r.-442v.

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la capital del virreinato al año siguiente de su llegada, en 1573, se fundó el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, y los tres convictorios2 San Bernardo y San Miguel, ambos en 1574, y San Gregorio en 1575. Estos tres se fusionarían en 1588 para formar el Real Colegio de San Ildefonso. La Compañía volvió a fundar con el nombre de San Gregorio un colegio para niños indígenas en 1583, y también fundaron el Noviciado de Tepoztlán en 1585, el Colegio de San Martín en 1580 para niños indígenas y en 1592 la Casa Profesa (Osorio 1979, 11).

En Puebla de los Ángeles se establecieron cinco colegios: el Espíritu Santo en 1579, el convictorio de San Jerónimo en 1580, el colegio de San Ildefonso en 1625, el colegio de San Ignacio en 1702, y el de San Francisco Javier en 1744. Además establecieron colegios en las ciudades de Pátzcuaro en 1574, Oaxaca en 1576, Valladolid en 1578, Veracruz, en 1580, Guadalajara en 1586 con dos colegios el de Santo Tomás y San Juan Bautista, Zacatecas en 1590, Durango en 1593, San Luis de las Paz en 1594, Santa María de las Parras en 1594, Mérida en 1618, San Luis Potosí en 1623, Querétaro con un colegio en 1625 y un convictorio en 1680, Parral en 1689, Chiapa o Ciudad Real en 1683, Monterrey en 1713, Campeche en 1716, Chihuahua en 1718, Celaya en 1720, León en 1731 y Guanajuato en 1732 (Ibid., 11-12).

También establecieron 23 misiones en Sinaloa, 30 en Sonora y la Pimería, 13 en las dos Californias, 7 en Nayarit, 17 en la Tarahumara, y 12 en Cinipas y Tepehuanes. “En total, los jesuitas tuvieron en el territorio de la Nueva España, Chiapas y Yucatán, 30 colegios, 3 casas, un hospicio y 102 misiones” (Idem.). Todo este inmenso conjunto de casas jesuitas quedó reducido en la ins-trucción de 1767, al reconocimiento de tan sólo 29 entidades (Colección de Providencias 1768, 24).3 2 En los colegios jesuitas es el lugar en donde viven los educandos.3 “Provincia de Nueva España: Puebla de los Ángeles, California (Misiones), Campeche, Celaya, Chiapa, Chihuagua, Cinaloa (Misiones), Querétaro,

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Todas y cada una de estas instituciones, algunas más y otras menos, poseyeron alhajas, obra de arte, objetos de culto y, por su-puesto, libros que gradualmente crecían reflejando las contribu-ciones de particulares que la orden recibía constantemente (véase por ejemplo el “Inventario de la Congregación de la Anunciata”).4 Así aquellos bienes, acumulados durante siglos, quedaron expues-tos a un destino incierto a partir del bando de 25 de junio de 1767 de Don Carlos Francisco de Croix (Bernabéu 2005, 191), cuyo secretismo al implementar las medidas que fueron indicadas para el extrañamiento de los jesuitas podría explicarse por la mis-ma normativa, cuyo tenor establecía que:

[…] á nadie há de comunicar el recibo de esta, ni del pliego re-servado para el dia determinado que llevo dicho: en inteligencia de que si ahora de pronto, ni después de haberlo abierto á su debido tiempo, resultase haberse traslucido ántes del dia seña-lado por descuido, ò facilidad de V., que exîstiese en su poder semejante pliego, con limitacion de término para su uso, será V. tratado como quien falta á la reserva de su oficio, y es poco atento á los encargos del Rey, mediando su Real Servicio; pues previniéndose á V. con esta precision el secreto, prudencia y di-simulo que corresponde, y faltando á tan debida obligación, no será tolerable su infracción.5

Durango, GUATEMALA, GUADALAJARA, Guanajuato, Habana, Leon, San Luis de la Paz, San Luis de Potosí, Merida de Yucatan, MEXICO, Nayaries (Misiones), Santa María de las Parras, Pásquaro, Sierra de Piastla (Misiones), Los Pimas (Misiones), Sonora (Misiones), Tarahomares (Idem), Tepehuares (Idem), Tepotzotlan, Valladolid de Mechoacan, Vera-Cruz, Zacatecas”. Lista de los Colegios, Casas, y Residencias de los Regulares de la Compañía del nombre de Jesús, en las Indias Occidentales, é Islas Filipinas, pp. 24-274 BNMx Ms 11005 “Carta circular con remisión del pliego reservado, á todos los Pueblos en que existían Casas de la Compañía; y se dirigió á sus Jueces Reales Ordinarios” (Colección general, 3).

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El legado cultural de la Compañía de la Nueva España en el que las bibliotecas tuvieron un enorme protagonismo, quedaba así en la orfandad esperando un tránsito gradual que beneficiase a otras instituciones y a otras congregaciones. Lo cierto es que no fue así, la historia de la transmisión de los libros que habían per-tenecido a los jesuitas fue tanto enredada como tortuosa, dando como resultado una enorme pérdida cultural que aún intentamos subsanar.

Imprenta en la Compañía

Como decíamos con anterioridad no existen muchos trabajos que analicen las prensas tipográficas de los jesuitas en la Nueva España. De esta manera para los aspectos relacionados con la im-presión de libros en la Compañía contamos básicamente con dos trabajos; uno dedicado al impresor Antonio Ricardo en el siglo XVI (Cid Carmona, 2006) y otro a la prensa del Colegio de San Ildefonso durante el siglo XVIII (Whittaker, 1999). A la fecha no se sabe que los jesuitas hayan tenido prensa propia durante el siglo XVII. Las investigaciones realizadas indican que las impresiones de Ricardo en la Nueva España fueron realizadas entre 1577 y 1579, aunque se sabe que este impresor llegó al territorio novo-hispano en 1570 (Medina 1989, T. 1, XCIII).

El primer impreso que se ha atribuido a Antonio Ricardo es “Emblemas de Alciato” con fecha de 15776 (Cid Carmona, 2006, 9), aunque también se ha establecido que la primera obra que imprimió fue de Ovidio. De tristibus quam de ponto una cum elegenatissimis quibusdam arminibus divi Gregorii Nazianzeni7 (Fernández de Zamora, 2009, 234). Las portadas de ambos im-6 Ejemplar conservado en la Biblioteca Pública de Nueva York.7 Ejemplar conservado en la Biblioteca Eusebio Francisco Kino de la Compañía de Jesús.

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presos establecen que el taller se encontraba en el Colegio de San Pedro y San Pablo (Cid Carmona, 2006, 39), aunque otros con-sideran que comenzó a trabajar en esa casa jesuita hasta 1578 (Jacobsen 1938, 234).

Los estudios no indican que Antonio Ricardo se haya trasla-dó desde España con prensa y aparejos, sino más bien que pudo haber trabajado como oficial en la imprenta de Pedro Ocharte. Tampoco se ha encontrado información sobre el acuerdo entre Ricardo y la Compañía de Jesús, que nos permita conocer ma-yores datos sobre la prensa. Lo que sí se ha localizado son las dos licencias impresas otorgadas a los jesuitas en 1577, una por el virrey Martín Enríquez y otra por el Arzobispo Pedro Moya de Contreras, para que Antonio Ricardo pudiera imprimir los libros necesarios para los estudiantes ignacianos (Fernández de Zamora 2009, 358). Antonio Ricardo imprimió para los jesuitas doce obras, entre las que se encuentran un vocabulario en lengua zapo-teca y dos tratados de medicina.

Si la prensa que Ricardo utilizó con los jesuitas fue adquirida por éstos, se explicaría la opinión que establece que esa prensa si-guió trabajando en el mismo espacio y que posteriormente se mo-vió al Colegio de San Ildefonso (Jacobsen 1938, 234). De lo que no parece quedar duda es que Ricardo se trasladó a Lima en 1580 con material de prensa (Cid Carmona 2006, 26 y 27, y Whittaker 1998, 17), pero que comenzó a imprimir hasta 1584.

Por otra parte desconocemos si la prensa de San Ildefonso tenía material que hubiese quedado del siglo XVI, cuando co-menzó a funcionar a mediados de 1748, en que se autorizó “una imprenta completa con todos sus caracteres” (Medina 1989, I, CLXXI). Pero para otros, la impresión comenzó con equipo usa-do, probablemente adquirido del taller de la viuda de Francisco Ribera Calderón que había cerrado el año anterior (Medina 1989, I, CLXVI), y que no fue sino hasta 1755 en que se dispuso sola-mente de nuevos tipos (Whittaker 1999, 53, 37-38).

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El inventario que se conserva de la prensa de San Ildefonso8 posterior al extrañamiento, menciona que contaba con tres prensas9 con “villos de palo, piedras de bronce, ramas de fierro”, “un tórculo muy ordinario con sus abios”,10 y una importante cantidad de “castas de letras” entre las cuales había Gran canon, Peticano, Misal, Paragon, Texto, Athanasia, Lectura, Entredos, Breviario y Glosilla, en varios tamaños y tipos. También había “letras de palo, grandes, labradas y sin labrar”, “guarniciones con trece tamaños de diversas flores”, “puntas para los actos, grandes y chicos”, “escudos de todos tamaños” e incluso “troje-les para medallas”.

El inventario de la imprenta en San Ildefonso es resultado de las instrucciones del extrañamiento de 1767, porque reconocían que:

Es regular también se encuentren Imprenta de las Comunidades, en confianza â nombre de Seglares, y de ellas se hará Inventario formal, con distinción de Prensas, Fundiciones de Letra, Caxas, Papel, y demás peltrechos; para ponerlas en debido cobro, y propocionar su venta â Seculares, en quienes debe existir con-forme â las órdenes circulares del Consejo, por ser este manejo impropio de Casas Religiosas, y perjudicial su existencia en los privilegiados (Colección de Providencias, 1768, XXI, 70-71).

Dicha normativa también establecía que de encontrarse obras en proceso de impresión, se debía suspender la impre-sión así como recoger el original hasta proceder al inventario. Solamente las obras “corrientes” se podían seguir imprimiendo,

8 AHUNAM. Fondo Colegio de San Ildefonso, Caja 105, exp. 131, doc. 1051, fol. 90r.-93r.9 Whittaker dice que eran cuatro (1999, 50).10 AHUNAM. Fondo Colegio de San Ildefonso, Caja 105, exp. 131, doc. 1051, 92r.

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pero aquellas nuevas o añadidas deberían detenerse hasta la con-sulta y valoración del Consejo Real (Colección de Providencias, 1768, XXII, 71).

En este sentido sólo se reportaron en San Ildefonso “diez y seis galeras malas y buenas”. En esta prensa jesuita se imprimieron 409 impresos, entre ellos numerosas novenas, sermones, calen-darios, vidas, invitaciones, y numerosos actos11 (Whittaker 1999, 110, 204-228), que se explican por las características de la propia formación impartida por los jesuitas, y su particular expresión de la espiritualidad.

La última noticia que se tiene del material de la prensa de San Ildefonso es de 1812.12 En este documento, afortunada-mente también conservado, encontraremos por primera vez punzones sueltos y de diferentes tipos como Misal, Peticano, Lectura, Texto, Entredos, Breviario, Atanasia, Gran Canon, to-dos en cursivos, redondos y de diversos tamaños. También en este avalúo se registraron matrices de las mismas letras, así como signos de álgebra y puntuación, cajas de latón entre otros ma-teriales de prensa (como caracteres sueltos). Cada punzón fue tasado en 6 pesos y cada matriz de latón en 4 pesos y las de plo-mo en dos pesos. El total del material de la prensa se estimó en 1 665 pesos.

11 Estos impresos de una sola hoja han sido considerados como tesis, en nuestra opinión erróneamente ya que se trata de anuncios o invitaciones a los exámenes (un tipo de impreso menor). Esto justificaría la exuberante decoración tipográfica que los caracteriza. En el inventario que estamos presentando todo el material tipográfico es designado como “juguetes”, “puntas”, y “trechos” para actos, por lo que suponemos que se trata de diferentes tipos de viñetas. Por otro lado jamás se menciona la palabra “tesis” como se ha querido suponer (Whittaker 1999, 47).12 “Valuo y reconocimiento por menor hecho por Don Francisco Rangel de la Madre de Imprenta entregada al Real y mas Antiguo Colegio de San Ildefonso por el Reverendo padre Don José Espinosa de los Monteros cuyo valuo se hizo en 19 de Abril de 1612. AHUNAM. Fondo Colegio de San Ildefonso, caja 107, exp. 139, doc. 1071, fol. 16r.-17r.

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Los impresos de la Compañía durante el periodo de la prensa de San Ildefonso, activa durante diecinueve años, son de buena calidad en el trabajo de impresión y no sólo eran productos in-telectuales de jesuitas. La prensa ignaciana estaba produciendo al mismo tiempo que los talleres de la Biblioteca Mexicana, Rivera, Hogal y, Zuñiga y Ontiveros. De los 2034 impresos producidos en la Ciudad de México durante esos años, 413 han sido atribui-dos a la Compañía de Jesús (Whittaker 1999, 204-228).

El año de mayor producción fue 1766 con 53 impresos. Sin embargo, todavía no se ha realizado un estudio que analice la pro-ducción de esta prensa, entre los impresos conservados y los regis-trados, para así determinar los detalles materiales de los impresos, entre estos la tipografía, la ilustración y el tipo de papel.13 Porque también habría que considerar que los últimos procesos de ca-talogación de numerosas bibliotecas seguramente aumentarán la noticia del número de impresos atribuidos a las prensas de San Ildefonso como en cualquier otro taller. En particular sería intere-sante determinar cuántos de estos impresos pueden ser considera-dos “tesis” y otros “actos”, estos últimos como meras invitaciones a los eventos académicos (Maza 1991, 38).

El inventario de la prensa da cuenta de un taller bien equipado en sintonía con otros de su época, que al igual que otros también contó con librería. Ésta, de la que también se conserva inventa-rio, tenía a la venta en ese momento 122 títulos, tanto de pro-ducción novohispana como importaciones europeas (Whittaker 1999, 150), aunque predominaban los primeros más que los se-gundos, a diferencia de otros establecimientos comerciales de la ciudad de México.14

13 Whittaker trabajo solamente con los registros de Medina y los libros conservados en la Biblioteca Sutro.14 A la fecha se han estudiado los inventarios de la primera imprenta y librería de Guadalajara, la librería de Agustín Dhervé, la de Paula de Benavides, la de Luis Mariano de Ibarra y, la de Cristóbal de Zúñiga y Ontiveros.

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En efecto se sabía que la Compañía vendía impresos en sus casas, como otros establecimientos religiosos. De ahí que el con-tenido de la librería de San Ildefonso haya sido registrado con la misma minuciosidad que el taller de imprenta. Salvo que para el aspecto comercial del libro se establecieron otras consideraciones. Así de estas librerías jesuitas también se debía hacer inventario, pero detallando “los exemplares en papel, ô enquadernados… y el precio â que se vendía cada tomo, ô juego, para darles salida como caudal” (Colección de Providencias, 1768, XIX-XX, 70). En par-ticular interesaba saber sí esas mismas obras de las librerías jesui-tas eran vendidas por otras personas (como impresores, libreros o eclesiásticos), por lo que se estableció que “se ajustará cuenta con ellas, así del producto, como de los enseres abonandolos la comi-sión” (Colección de Providencias, 1768, XIX-XX, 70).

Otro taller jesuita del que se tiene noticia estuvo en el Real Colegio de San Ignacio de Puebla, que estuvo en funciones desde 1758 cuando obtuvieron permiso del Virrey para el establecimien-to de una imprenta en ese centro educativo (Trabulse 1991, 14). De otro documento histórico localizado, tenemos información precisa del conjunto de caracteres que tuvo, pues el documento nos informa sobre los tipos disponibles, tales como Parangona, Texto, Athanasia, Lectura, Entredos, Breviario, Peticanon, Gran Canon, Misal, pero también abecedarios de letras grabadas.15

El dato más interesante de esta misma noticia se refiere a los trechos para comenzar las obras, de los que se especifica que de-ben ser:

[…] uno de folio, otro de quarto, y de octavo el otro, con la cali-dad que de los dos primeros han de tener un circulo entre medio, y este abujerado, para poderle allí meter el Escudo de Armas de

15 “Memoria de los characteres que se deberan remitir al Colegio Real de San Ignacio de la Ciudad de la Puebla de los Angeles, para complemento de su nueva imprenta. AGN, Indiferente, caja 11338, exp. 17, 2 fol.

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la Religión que le tocare; los quales vendran tambien, V.g. IHS, Maria, Joseph, y unos mismos serviran al primero y segundo Trecho, abriendo los Circulos de un mismo tamaño.16

Según Medina esta prensa fue traída de París (1991, XXXVI), cosa que no se especifica en el documento citado, aunque una re-ciente exposición bibliográfica indica que fue en 1762.17 Trabulse por su parte informa que esa prensa se fundó por los conflictos que los jesuitas tenían con el impresor Cristóbal Tadeo de Ortega y Bonilla, en relación a la calidad de los impresos (1991, 14). Lo cierto es que este taller jesuita estuvo en funcionamiento hasta 1767 como otros establecimientos similares con una interesante producción que merece un buen estudio. Suponemos que los re-cientes intereses que algunos investigadores han manifestado so-bre la cultura libresca de Puebla, darán fructíferos resultados de la historia de este taller y el destino que tuvieron sus aparejos, pues aparentemente después de la expulsión fue propiedad del Seminario Palafoxiano.

Como se puede desprender de varios documentos, la Corona deseaba conocer con detalle la producción impresa de los jesui-tas y las obras que distribuían. Este recelo se mantuvo a pesar de la extinción de la Compañía, sus impresos (producidos en pren-sas jesuitas y otras), siguieron generando preocupación como da prueba esta noticia:

Núm. 6. Elogios particulares de la gloriosa santa Anna, y ofrecimiento del Rosario; que ofrece con afectos cordiales la Congregación de Nuestra Señora de los Dolores del Colegio de la Compañía de Jesus de San Pedro y San Pablo de la Ciudad

16 En el original se encuentra subrayados estos términos.17 La exposición se realizó en el 2009 y fue titulada como “La imprenta de los Ángeles”, es digital y se encuentra disponible en http://www.lafragua.buap.mx/expdig/imprentadelosangeles/ [Consulta: Febrero de 2014]

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de Mexico. Este librillo esta impreso (segun dice) con licen-cia en México por Miguel de Rivera Calderon año de 1701. Me parece se debe prohibir enteramente por estar fundados en el Protho-evangelio farsamente atribuido a Santiago Apostol; como se pueden cotejar, viendo a Calmet. Diccion. 1 p. Verb. Anna. Y el tal Protho-evangelio es apocrifo, y lleno de fabulas; como dice Natal Alexandro Sycu. 1. Cap. 11 § 7.18

La mayor parte de las instrucciones de la Corona, estuvieron dedicados a la búsqueda de los “papeles sediciosos”. También es importante anotar el hecho de que esas instrucciones, impresas en Madrid en 1767, hayan sido reimpresas al año siguiente en México por los herederos de María de Ribera.19 Lo que puede dar cuenta del interés y preocupación que las autoridades virreinales tuvieron para garantizar su puntual conocimiento. Otra cosa muy distinta sería su eficaz cumplimiento, que no fue así lo que posi-bilitó una enorme dispersión de los fondos bibliográficos que los jesuitas habían compilado en este territorio.

Las librerías de los jesuitas en la Nueva España

El escaso interés histórico que se observa en el estudio de las bi-bliotecas jesuitas de la Nueva España no es exclusivo de estas, sino que se aplica a todas las bibliotecas de las órdenes religio-sas que estuvieron activas en el mismo territorio. A diferencia de

18 “Inquisición de México. Año de 1781, N. 247. Reconocimiento de varios devocionarios”. AGN. Inquisición 1202, exp. 1, fol. 1r. Revisión de Fr. Francisco Larrea en el Convento Imperial de Nuestro Padre Santo Domingo de México, 29 de diciembre de 1781. Este documento resulta interesante para el análisis de la censura previa de los impresos porque informa de varios de los impresos que fueron producidos “sin aprobaciones ni licencias”.19 Este taller forma parte de la dinastía Bernardo Calderón, a la que Ken Ward dedica su trabajo en este mismo libro.

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otros países donde se aprecia un desarrollo constante y continuo en los estudios dedicados a bibliotecas de instituciones religiosas. Nuestro caso es notorio y lo debemos anotar porque conservamos numerosos testimonios que dan cuenta del contenido de esas bi-bliotecas en repositorios mexicanos. Entre estos se distinguen el Archivo General de la Nación, la Biblioteca Nacional de México y, la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, o el Archivo Histórico Nacional de España, en donde se conservan la gran ma-yoría de esos documentos.

Sin embargo pese a la importancia que tienen como testigos de la cultura escrita novohispana, todavía no hemos realizado un censo completo de todos los documentos que se han conserva-do, ni tampoco hemos identificado las características de cada me-moria conservada con especial atención al número de títulos y volúmenes que fueron registrados. Tampoco contamos con una bibliografía que recupere los trabajos realizados con anterioridad que den noticia de estas bibliotecas, ya sean menciones, análisis de su contenido o identificación de los libros registrados.

En esta temática es necesario hacer una precisión, porque los documentos que testimonian los libros que conformaron esas bi-bliotecas se conocen genéricamente como “inventarios de libros”, pero también como “memorias de libros”. Esta última denomina-ción parece más correcta, en tanto que así fue denominada en casi toda la documentación que hemos localizado y que refiere a bi-bliotecas particulares, institucionales y también para los registros comerciales donde se registraron libros. Así podríamos también diferenciar este tipo de fuente de estudio de los “inventarios post mortem” que se refieren a la relación de los bienes de una persona, entre los que también se registraron los libros como parte de las propiedades.

Por otra parte, no hemos apuntado su estudio como un pro-blema historiográfico que nos permita analizar las propuestas teóricas y metodológicas que han orientado el estudio de las bi-

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bliotecas antiguas, tanto institucionales como privadas. La re-flexión sobre este aspecto tan crucial es necesaria para poder rea-lizar una clasificación y una tipología documental, cuantitativa y referencial que identifique las razones por las que estos regis-tros fueron realizados, y quizá elaborar una caracterización que reconozca los diferentes establecimientos religiosos, seculares y regulares, que han sido agrupados y reconocidos como bibliote-cas conventuales.

El estudio de las instituciones antiguas también permitiría en-tender la función de la biblioteca en un grupo de instituciones que desde luego fueron más que conventos, ya que también exis-tieron bibliotecas en seminarios, colegios y noviciados. Así po-dríamos transitar hacia la comprensión de que en la historia del libro y de la lectura, existe un proceso históricamente determina-do que tiene características que varían en el tiempo. Por tanto su comprensión también depende de los grupos y las significaciones que éstos hacen de los textos (Castañeda 2002, 164.).

Lo que sí sabemos es que la biblioteca fue un espacio car-dinal en la vida colectiva de la comunidad religiosa, como se puede apreciar en las reglas y constituciones de numerosas ór-denes religiosas. La Compañía de Jesús también reconoció la importancia del libro para la difusión del pensamiento y para la expansión de la doctrina católica. Por eso procuraron que en sus centros se “mantuviera una continua actualización de sus bi-bliotecas, apoyadas por una detallada normalización de su fun-cionamiento, de la organización de sus fondos y de sus catálo-gos” (Miguel 200320, 1). Lo que sí diferenció a los jesuitas de Agustinos, Carmelos, Dominicos, Franciscanos, o Mercedarios, entre otros, fue que sus bibliotecas contaron con “una clasifica-ción bibliográfica propia, que expresaba su propia concepción del saber” (Idem.).

20 Aquí se citan páginas de la edición digital disponible en la red.

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Dicha valoración de las bibliotecas formó parte del ideario de la orden desde la redacción de las Constituciones en 1554 por Ignacio de Loyola (Parte IV, capítulo 6, artículo 7). Así, se reco-mendó que en todos los Colegios existiera una biblioteca y que ésta debía ser de uso común, que debían ser atendidas por una persona de la comunidad que el Rector hubiese juzgado conve-niente, y que los libros no debían ser anotados. Para mantener la compra de libros se determinó que:

para que no falten a los nuestros los libros suficientes, aplique alguna entrada anual ya de los bienes del mismo colegio, ya de otra parte a aumentar la biblioteca, entrada que no se po-drá por razón alguna emplear en otros usos” (Biblioteca [50], Pedagogía 2002, 75).21

Los jesuitas también poseyeron rentas fundacionales que les permitieron contar con bibliotecas desde la fundación de las ins-tituciones (Martínez 1988, 317), pero también tuvieron donacio-nes de bibliotecas de particulares que engrosaron el contenido de los repositorios. En la Nueva España, el Colegio de San Pedro y San Pablo contó con las donaciones de libros del obispo y capitán general de Manila Manuel Antonio Rojo, el Padre Julián Parreño que fue rector del mismo colegio, el señor Pedro Pablo del Villar Santelises, y también del Marqués de Castañiza en 1815 (Osores 1929, 67 y 164).

Los jesuitas novohispanos también mandaron pedir libros en Europa con libreros o corporaciones mercantiles (Martínez 1988, 324), peticiones que podemos documentar en algunos tes-timonios localizados como la “Memoria de libros comprados en España”22, la “Memoria de los libros que recibi por la flota de 21 Reglas del Prepósito Provincial de la Ratio Studiorum (Romae: In Collegio Societatis Iesu, 1586)22 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5284, exp. 16 (Jesuitas)

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estén año de 1660. por mano del hermano Francisco Vello de la Compañía de Jesus”23, y la “Memoria de los libros que el hermano Manuel Duarte de la Compañía de Jesus, remite en este cascon a la Ciudad de Manila, aqui en se los pide y son”.24

Para el enriquecimiento de las bibliotecas también se tiene noticia de misiones especiales para realizar compras de libros que se realizaron bajo la tutela de los provinciales. Los jesuitas no sólo estaban interesados en la biblioteca colectiva, sino que instaron a los particulares a tener sus propios libros. Por supues-to, tanto la institución como las personas debían abstenerse

[…] en lo absoluto de libros de poetas o de cualesquiera que puedan hacer daño a la honestidad y buenas costumbres, a menos que previamente sean expurgados de cosas y palabras deshonestas (Parte IV, capítulo 6, artículo 7).

De ahí que no resulte extraño apreciar las consideraciones de la Corona, para lo general y lo particular en materia de li-bros, como cuando se decretó el extrañamiento para “una po-derosa organización internacional” (O´Gorman 1947, 98). Así se puede leer en la “Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Estrañamiento y ocupación de bienes y ha-ciendas de los Jesuitas en estos Reynos de España é Islas adjacentes en conformidad de lo resuelto por S.M.”, que:

VI. Hecha la intimación procederá succesivamente en compa-ñía de los Padres Superior y Procurador de la Casa á la judicial ocupación de Archivos, Papeles de toda especie, Biblioteca co-mun, Libros, y Escritorios de Aposentos; distinguiendo los que pertenecen á cada Jesuita, juntándolos en uno o más lugares; y

23 AGN. Inquisición 438-2, exp. 48, fol. 491r.-492v. Son 12 títulos.24 AGN. Inquisición 438-2, fol. 509r. También son 12 títulos.

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entregándose de las Llaves el Juez de Comision” (Colección de Providencias, 1768, 7-8).25

Para realizar los inventarios de las librerías de la Compañía de Jesús se estableció un procedimiento que determinaba el registro de lo que había en los aposentos y de lo que se encontraba en la casa común. De esta manera “Se redactaron dos órdenes princi-pales: la Instrucción de lo que se deberá observar para inventariar los libros y papeles existentes en las casas que han sido de los regulares de la Compañía de todos los dominios de su S.M., contenida en la Real Cédula fechada en Madrid a 23 de abril de 1767, y la más espe-cífica Carta circular pidiendo informe sobre la división en suertes reducidas de las haciendas de los jesuitas, destino de sus casas y otros puntos, y prescribiendo método para formar el inventario de los pape-les manuscritos, fechada en Madrid, a 29 de julio de 1767” (García Monge, 2004, 210-211).

La instrucción constó de veinticuatro artículos, que dividían los libros entre impresos y manuscritos, estableciendo que de los libros se haría índice separado y que se expresaría el tamaño (ma-yor, folio, cuarto u octavo). También que el orden de los inventa-rios sería alfabético por los autores, poniendo “seguidamente en-tre paréntesis el nombre propio”, después el título “ô portada”, “el lugar y el año de la edición, porque esto contribuye â saber si es la primera, ô si es reimpresión, lo qual conduce mucho en especial respeto â los Libros de Moral, en que há habido algunas variacio-nes succesivas” (Colección de Providencias 1768, I-III, 67).

La instrucción también da cuenta del conocimiento que se te-nía de una biblioteca institucional (común) y de que había libros en los aposentos de cada padre que habitaba la casa jesuita. Este

25 “Instrucción de lo que deberán executar los Comisionados para el Estrañamiento y ocupación de bienes y haciendas de los Jesuitas en estos Reynos de España é Islas adjacentes en conformidad de lo resuelto por S.M.”, 6- 14.

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interés puntual en los manuscritos y en los documentos se obser-va en la “Instrucción del modo con que deben hacer los Comisionados los Inventarios de los papeles, muebles, y efectos de los Regulares de la Compañía. Interrogatorio por el qual deben ser preguntados sus Procuradores”, donde se precisa:

VII. Que por lo tocante â los Libros se inventaríen con distin-ción los de cada Aposento, y los de las Bibliotecas comunes de cada Casa; pero por lo perteneciente â manuscritos, y cartas de correspondencia, reservaba nuestro Fiscal proponer las precau-ciones, y métodos que se le ofreciecien, para que sobre ello se arreglase lo conveniente” (Colección de Providencias 1768, XV, 57-58).

De esta manera se estableció el inventario en tres grupos: im-presos, manuscritos y “papeles de archivo” (García-Monge, 2004, p. 211). Estos últimos se reducen a “instrumentos públicos, libros de cuenta y razón, vales, cartas de correspondencia”, y de cada grupo “se hán de hacer legajos separados, sin omitir papel alguno por inútil y despreciable que parezca; pues todos se deben reco-ger, y ordenar con el mayor cuidado” (Colección de Providencias 1768, X-XV, 68-69)

Por su parte los manuscritos debían consignarse con mayor detalle; así, se instruyó que “se pondrán los dos primeros renglo-nes con que empieza la obra, y los dos últimos con que finaliza, y el número de folios de que consta, consiguiéndose por este medio saber si el manuscrito está integro, ô diminuto” (Ídem, IV, XVII, 67). También se mencionan códices, pero sólo de aquellos que te-nían letra gótica o monacal antiguo (Ídem, V, 68).

A este respecto no hemos encontrado todavía noticia que se refiera a los otros códices, los prehispánicos, que serían de interés en la Nueva España y que seguramente también formaron parte de las bibliotecas jesuitas. Al menos en el testamento de Carlos

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de Sigüenza y Góngora, quién donó su biblioteca al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, se puede leer en la cláusula 38 lo siguiente:

Con mayor desvelo y solicitud, y gasto muy conciderable demi hacienda he Conseguido diferentes libros, o Mapas originales de los Antiguos Yndios Mexicanos que ellos en su gentilidad llama-ban Texamatl, ô Amoxtle; Y aunque mi animo fue siempre re-mitir algunos de ellos a la Libreria Baticana donde se conservan no muchos a, con grande aprecio otros al Escurial y los restantes a la Blibioteca del gran Duque de Florencia a quien por mano del Excelentissimo Señor Duque de Jovenazo me lo había in-sinuado, tengo por mas conveniente que alhajas tan dignas de aprecio y beneracion por su antigüedad, y por ser originales se conserven en dicha librería del Collegio Maximo del Señor San Pedro y San Pablo.26

Otra noticia que también resulta cautivante, es que en ese

tiempo ya se reconoce la existencia de los volúmenes facticios, puesto que se indica que debían recibir atención individual, ya que “suele acontecer que en un mismo volumen se hallan diferen-tes Obras enquadernadas unidamente, y será del caso ojearlas al tiempo de hacer el Índice, para advertirlo; y en este caso se pondrá en cada una el principio, y fin, en la forma que ya queda preveni-do en el artículo IV (Ídem, VI, 68).

También esta instrucción estableció una consideración que in-valida las apreciaciones generales que han considerado estas me-morias como documentos elaborados por personas con poca cul-tura bibliográfica. Así, se estableció que para realizar tales registros de libros impresos, se debía considerar:

26 “Testamento de Carlos de Sigüenza y Góngora, 26 de Agosto de 1687”. AGN, Bienes Nacionales, vol. 1214, exp. 29, fol. 10v.

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donde hubiere Libreros hábiles se podrá encomendar â estos, y que al mismo tiempo hagan su tasación, cuidando algún litera-to inteligente, ê imparcial, rever la ortógrafia, y exactitud de los Indices (Colección de Providencias 1768, XVI, 69).

Un aspecto en el que fue muy preciso Don Pedro Rodríguez Campomanes, a quién se le atribuyen todas estas decisiones y quién:

se reservó proponer al nuestro Consejo el método individual de formalizar el Indice, y reconocimiento de Libros, y Papeles de las Casas de la Compañía, por requerir reglas especiales, para que se executase con uniformidad en todas ellas, y con el debido méto-do, distinción y claridad porque no haciéndose así se caería en confusión y mucho más si entregase esta diligencia al cuidado de los Escribanos, agenos por lo comun de literatura, y del idioma Latino, y demás lenguas en que se hallan los mejores Libros; y que por otro lado, reduciéndose a un Inventario en papel sellado, autorizado de Escribano, sería una obra cansada y prolixa, que consumiría muchos salarios y costas y absorveria en algunas par-tes el valor de los Libros (CP, XVII, 66).27

El registro de estas bibliotecas, dada su complejidad y el nú-mero de libros que contenían no fue fácil de realizar. La acti-vidad requirió varios años en los que se tuvo que ratificar la necesidad de realizar un “puntual índice alphabetico de todos

27 Esta información está contenida en la “Real Cedula, comprehensiva de la Instrucción de lo que se deberá observar, para inventariar Los Libros y Papeles exîstentes en las Casas que han sido de los Regulares de la Compañía, en todos los dominios de S.M., que contiene la “Instrucción de lo que se deberá observar, para inventariar los Libros, y Papeles existentes en las Casas, que han sido de los Regulares de la Compañía, en todos los dominios de S.M.” (Colección de Providencias 1768, XVII, 65-73)

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los libros y papeles”,28 que existieran en las casas jesuitas de las diferentes ciudades de la nueva España. Registros que no olvida-ron incluir además de todos los datos solicitados, el estado del ejemplar de los materiales.

El destino de las bibliotecas jesuitas también había sido de-cidido previamente, ya que se consideró que allí donde hubiera Universidades “podría ser útil agregar â ellas los Libros que se ha-llaren en las Casas de la Compañía” (Colección de Providencias, 1768, XXIV, 71). Para tal efecto se elaboró otra “disposición fir-mada por Carlos III el 17 de diciembre de 1770 para decidir el destino definitivo de los fondos jesuíticos” (Vergara 2008, 328).

De ahí que en algunos lugares estas colecciones bibliográficas fueran el cimiento de bibliotecas universitarias tanto como pú-blicas. Porque los padres jesuitas que iniciaron su penoso exilio hacia Italia, sólo pudieron contar para su uso con “los Breviarios, Diurnos, y libros portátiles de oraciones”.29 Atrás quedó un lega-do condenado en nuestro país a un triste destino, pues su disper-sión y pérdida fue irremediable.

Algunas memorias de libros conservadas

Como se ha dicho son varias las memorias identificadas de bi-bliotecas institucionales de la Colonia que se han conservado, y es muy posible que existan otras en los archivos de los estados de la República Mexicana, que deberán ser identificadas.30 Sin duda

28 Carta del Marqués de Croix a Juan Antonio de Ayanz de Ureta, 7 de mayo 1769. AGN, Correspondencia de Virreyes, exp. 17 BIS, fol. 99r. Veracruz29 Carta del Marqués de Croix a Felix de Ferraz, 15 de julio de 1767. AGN, Correspondencia de Virreyes, exp. 17 BIS, fol. 12r. Veracruz. Se trata del capítulo VX de la instrucción de 1767.30 A la fecha no tenemos noticia de que exista un proyecto de investigación que pretenda localizar la totalidad de estos inventarios. Se tiene noticia del trabajo dedicado a inventarios de misiones jesuitas. Cfr. Mathes (1991).

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estos testimonios “son fuente riquísima de datos sobre la lectura de tiempos pasados y también sobre la organización de la biblio-teca que se inventariaba, gracias al mecanismo que se seguía para su confección y que hacía que se reflejara en él la situación exacta de la colección (Miguel 2003, 1).

Las memorias de bibliotecas jesuitas que a la fecha hemos lo-calizado son las siguientes:

• Librería del Colegio del Espíritu Santo de Puebla.31

• Librería de Guanajuato, 20 de octubre de 1745.32

• Librería de San Pedro y San Pablo33, la segunda parte fecha-da en 1768.34

• Librería de la Casa Profesa, (1778).35

• Librería de San Xavier36

• Librería de Querétaro, (1772).37

• Librería de Zacatecas, (1810).38

31 AGN, Indiferente Virreinal, Colegios, Caja 1525, exp. 4 (1773). 93 fojas.32 AGN, Jesuitas, vol. 1-14, exp. 17333 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 2878, exp. 00134 AGN. Temporalidades 109, vol. 235, fol. 1r.-355r. En el primer folio se indica “2ª parte”. El volumen no está numerado, por lo que los folios indicados son el resultado de nuestra cuenta. De esta librería también se han citado el “Indice de los autores (estos es) no jesuitas, que estan colocados por un orden en la Biblioteca del Colegio de San Pedro y San Pablo de esta ciudad de Mexico. Año de 1774. Manuscrito” e “Indice general de los autores jesuitas corrientes que han quedado sobrantes en la librería de este collegio de San pedro y San Pablo… Mexico, 1774. Manuscrito” (Véase Chinchilla 2004, 360).35 “Librería de la Congregacion del Salvador cita en la Casa Profesa de México a cargo de su prefecto Padre Antonio Ruiz”. AGN. Temporalidades 109, vol. 235, fol. 355r.- 445r. Se ha citado otra noticia de un inventario como “Ymbentario Alfabetico de los cuerpos de libros, y otros sueltos que se hallan en la librería de la Casa Profesa de Mexico… México, 1769. Manuscrito”. (Véase Chinchilla 2004, 360). Existe otra noticia en el Archivo Histórico Nacional de España (en adelante AHN), en Clero, Jesuitas, libro 368.36 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 4849, exp. 006.37 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5466, exp. 050 (Temporalidades).38 AGN, Indiferente Virreinal, Caja 5128, exp. 072 (Temporalidades)

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• Librería de Tepotzotlán, (1697).39

• Librería de Parras40

• Librería de Chihuahua41

• Librería de San Luis de la Paz, (1767-1768).42

• Misiones de la Tarahumara y Tepeguana43

• Biblioteca del Colegio de San Luis Potosí, (1767).44

• Librería del Colegio de Pátzcuaro45

• Colegio de Durango46

• Colegio de Veracruz47

Estas memorias son el resultado documental de las instruc-ciones del extrañamiento, que pueden parecer un poco maniacas en las formas y en los resultados que se esperaban, porque al final “debían emitirse seis índices diferentes para cada una de las casa de la Compañía” (García-Monge, 2004, 211). Del único caso que hemos localizado más de una memoria, es el Colegio del Espíritu Santo de Puebla.

La intención de este trabajo no es transcribir el contenido de estas memorias sino mostrar características generales a través de tres memorias representativas: San Pedro y San Pablo, la Profesa y Parras. Éstas presentan datos registrados no muy diferentes de

39 AGN, Inquisición 1536, exp. 1, y Real Junta, vol. Único, fol. 34-36 y 109-112. El primero de estos expedientes se encuentra en proceso de digitalización en el archivo, por lo que no ha podido analizarse.40 AGN, Temporalidades, vol. 152, vol. 172, y vol. 187 (1784-1804)41 AGN, Temporalidades, vol. 5042 AGN, Temporalidades, vol. 17543 AGN, Temporalidades, vol. 19644 AHN, Clero, Jesuitas, L.91, núm. 56, 68 y 70. A esta biblioteca se han dedicado dos breves trabajos (Véase Betrán 2009 y Martínez 2004).45 AHN, Clero, Jesuitas, L.8746 AHN, Clero, Jesuitas, L. 84, núm. 13 y 24. A esta biblioteca se le ha dedicado un breve trabajo (Véase Cruz, 2004)47 AHN, Clero, Jesuitas, L.88, núm. 20

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otros existentes,48 y que se corresponden con lo establecido en la instrucción:

Los libros y papeles, que se hallen en los Aposentos, se reco-nocerán uno por uno, y se harán inventarios particulares para trasladarlos luego al índice general (Colección de Providencias 1768, VIII, 68).

Así, la memoria de la Librería de San Pedro y San Pablo es un extenso volumen organizado alfabéticamente por los libros encontrados en los aposentos de los padres. Por ejemplo, el pa-dre Manuel de Montada tenía 168 libros,49 y el padre Agustín de Castro tenía 110 libros y 1 manuscrito50, aspecto que no difiere de otras bibliotecas en colegios de otras latitudes (Vergara 2008, 337). Sus libros una vez revisados quedarían en la biblioteca del Colegio.

Este inventario fue realizado por instrucción de Jacinto Martínez de la Concha “ocupando muchos días varias plumas resultando un grueso volumen en folio” (Osores 1929, 165). Es importante observar este comentario porque en efecto en el Archivo General de la Nación sólo hemos podido consultar el volumen que inicia “2ª. Parte”, por lo que se supone que debió existir una primera parte. De acuerdo con Osores “la librería del colegio contaba en 1797 según el índice que de ella formó el rec-tor Dr. D. Pedro Rangel, cincuenta estantes de cinco cajones, y más de cuatro mil y trescientos cuerpos” (1929, 166).

48 Por ejemplo puede verse el Catálogo de la biblioteca del colegio de la Compañía de Jesús, de Huesca. Se conserva en la Biblioteca Pública del Estado en Huesca y se puede consultar en la Biblioteca Virtual del Patrimonio Bibliográfico.49 AGN. Temporalidades 109, vol. 235, fol. 38v.-71r.50 Ibíd. Fol. 214r.-237v.

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Los registros de los libros que podemos apreciar, ofrecen datos completos en cumplimiento de las instrucciones:

Aguado / Padre Francisco / el perfecto religioso tomo primero un volumen en folio Madrid mil seiscientos diez y digo veintte y tiene pergamino.51

Por su parte el inventario de la Casa Profesa contiene al prin-cipio una relación alfabética de ciento trece volúmenes, y poste-riormente se inicia el inventario alfabético del aposento del Padre Antonio Ruiz, que contiene 228 volúmenes. Las descripciones de los libros son extremadamente detalladas, incluso llegando a ocu-par dos folios de registro. Cada volumen ha sido tasado, inclu-yendo aquellos ejemplares apolillados y sólo se exentó de su valor a aquellos libros que se les consideró inservibles. La memoria fue realizada por Antonio Vito González y Morales, perito designado para el reconocimiento de la librería y fue firmada por Joseph de Montalván, escribano real.

La memoria de Parras fue realizada en tres sesiones en diferen-tes días, así se registró el primer día 281 títulos, el segundo 119 y el tercero 94, dando un total de 494 títulos. Los libros que fueron registrados el segundo día corresponden a los que se declararon como faltantes, de los cuales sólo uno fue devuelto por el padre Cortinas. Se trata de la obra del Padre Sylveira que fue tasado en 4 pesos. Los registros de la primera y la segunda parte de este do-cumento son breves comparados con otros y del tipo siguiente: “Item: dos dicho folio, de Moral mui viejos Questiones canonicas de Emanuel Rodericus”.52

Pero la tercera parte contiene más detalles:

51 AGN. Temporalidades 109, vol. 235, fol. 215r.52 AGN, Temporalidades, vol. 152, vol. 172, fol. 33r.

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Item: tres dichos de el P. Francisco de Mendoza viejos forrados en Pergamino primero, segundo y tercero; el segundo sin caratula, los otros dos con la siguiente: Francisci de Mendoza Olyponensis e Societatis Jesu.53

También se encuentran algunos registros de este tipo:

Item: un Missal viejo. Nada.54

Esta memoria es muy sugestiva porque no es resultado del ex-trañamiento de 1767, sino que se realizó diez y siete años después, en 1784, debido a que hubo un “desfalque” de libros. Situación que se denuncia en el mismo documento, porque tal ausencia se determinó en comparación con el registro realizado “al tiempo de la expatriación”,55 el día 11 de agosto de 1767.

Sin duda las bibliotecas, prensas y libros testimonian el mun-do de la cultura escrita de los jesuitas (Jacobsen 1938, 238), del cual aparentemente todos querían beneficiarse. Pero los intereses manifiestos no pudieron impedir que la burocracia y el descuido hicieran mella en las ricas colecciones bibliográficas, de lo que dan prueba numerosos documentos en nuestros archivos como éste de Veracruz:

En vista de quanto Vuestra Señoría me hace presente en su car-ta de 3º del proximo anterior expresando en ella que aunque los libros y papeles inventariados en el Colegio de los Regulares Expulsos de esa Ciudad se han colocado con la debida forma-lidad, y con el posible resguardo de su conservacion, reconoce Vuestra Señoría que cada dia se và experimentando notable detri-

53 Idem, fol. 40v.54 Idem, fol. 29r.55 Lamentablemente no hemos encontrado todavía la memoria de 1767 para poder realizar esa misma comparación.

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mento en los primeros à causa de la mucha humedad, y polilla, y deseoso de que se tome alguna providencia, para que no se in-utilicen, me da Vuestra Señoría cuenta a fin de que no le resulte responsabilidad en lo subcesivo; pero como en el dia no puede darseles otro Destino, solo queda el arvitrio de cuidarles dè el ayre y se remuden de tiempo en tiempo al parage mas comodo que tenga ese Colegio.56

Quizá nunca podamos saber con certeza cuál fue la dimensión

de la pérdida bibliográfica que se generó con el extrañamiento de los jesuitas, pero el desastre bibliográfico fue terrible en todos los sitios. Todavía en 1771 se decía que “con la misma indiferencia y peligro se halla la aplicación de las bibliotecas, que permanecen aún sin uso, y resta que se expurguen y separen los libros de laxa doctrina” (Rico 1949, 93).

La Real y Pontificia Universidad, institución que debía recibir la mayor parte de la herencia bibliográfica de las casas jesuitas de la Ciudad, no presentó mucho interés en esos libros y nada pudo hacer “cuando se malbarataron ó tiraron á la calle los libros de la Casa profesa, de S. Pedro y S. Pablo, de Tepotzotlán y otras par-tes” (Osores 1929, 169). No sólo fue el caso de esta institución. Como resultado quedan pocos testigos de estas bibliotecas. Pero si no dedicamos tiempo al análisis de estas memorias y a docu-mentar la procedencia de los libros sobrevivientes, no tendremos oportunidad para ser conscientes de su valor y de la heredad que todavía representan.

56 Carta del Marqués de Croix a Juan Antonio de Ayanz de Ureta, 7 de diciembre de 1768. AGN, Correspondencia de Virreyes, exp. 17 bis, fol. 99r. Veracruz.

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