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ILUSTRACIONES DE

Paulina Mönkeberg B.

GABRIELA KAST RIST

Cuentos de Adviento

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ILUSTRACIONES DE

Paulina Mönkeberg B.

GABRIELA KAST RIST

Cuentos de Adviento

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A mis padres,A Jaime,A mis hijosA mis nietos

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EL tiempo de Adviento es un periodo de cuatro semanas, en el que la Iglesia Católica prepara los corazones de sus fieles para la llegada del Señor, con el deseo de acoger

amorosamente la venida del Hijo de Dios, nuestro Salvador. Adviento es un tiempo de anhelo, de oración y de recogimiento, de sacrificio y especialmente de esperanza.

Es un tiempo apropiado para compartir en familia, entre otras co‑sas, cuentos que puedan despertar en nuestros hijos sentimientos nobles, modelos de imitación que eleven las conciencias hacia Dios. Una ma‑nera de lograr esto puede ser reunir la familia alrededor de una corona de Adviento, rezar y cantar unidos.

El primer domingo se enciende la primera vela. El segundo do‑mingo se vuelve a encender la primera vela y se enciende también la segunda.

El tercer domingo se encienden tres velas y el cuarto domingo se enciende la cuarta vela junto con las otras tres, de manera que las cuatro se encuentren ardiendo durante la Nochebuena, el 24 de Diciembre, en un ambiente de paz, alegría, oración y esperanza.

Esta antigua costumbre de la Iglesia brindará muchas bendiciones de Dios Padre a cada familia que se reúna para adorar a nuestro Salvador el Hijo de Dios Padre, Jesucristo, Hijo de la Santísima Virgen María.

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Todos los años, al aproximarse la fiesta de Navidad, acontecía algo singular en Paulita. Cuenta su mamá:

“Cuatro semanas antes de Navidad, Paulita dice adiós a sus juguetes y se transforma en una niñita tan obediente que encanta. Pero con la llegada del Año Nuevo vuelve a ser la niña de siempre”.

Adaptación de Gabriela Kast a un relato de autor desconocido

Primera Semana de Adviento

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Admirada, la madre contempla estos cambios tan bruscos. Ni ella, ni el papá y ninguno de los amiguitos más íntimos de la pequeña saben dar una explicación a ese hecho extraño. Solamente Dios conoce su secreto.

Cuando Paulita tenía cinco años, su abuela le contó que el Niño Jesús había nacido tan pobre que no tenía, como los otros niños, una cunita calentita, sino que lo habían dejado en un frío establo, en pleno invierno. Lágrimas de compasión corrieron por las mejillas de la niña: ¡Pobre Niñito Jesús, sin colchón, sin abrigo! ... ¡Y Jesús era el Hijo de Dios!... ¿Qué se podía hacer?

–¿No te gustaría ofrecerle una camita blanda y frazadas abrigadas?– le preguntó con mucho interés la abuelita.

–¡Cuánto me gustaría abuelita!… Pero, ¿cómo puedo hacer yo todo eso?

–Escucha. Cada sacrificio que hagas será una pluma para la almohada y para el colchoncito de Jesús, y cada oración una hebra de hilo para las sabanitas. Faltan cuatro semanas para el nacimiento. Todavía tú puedes, en este tiempo, prepararle una camita blanda y calentita.

Este fue el secreto que Paulita guardó con tanto cariño y que nunca olvidó. Después de algún tiempo, el buen Dios se llevó la abuelita al cielo. Paulita lloró amargamente; ahora no tenía a nadie que le ayudara a preparar la cunita del Niño Jesús. Finalmente, después de pensar mucho, recordó que seguramente la abuelita, desde el cielo, contemplaba su

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trabajo y vería si ella lograba juntar muchas plumas para el colchoncito del Niño Jesús.

Cuando la mamá colocaba la Corona de Adviento en el comedor y encendía la primera de las cuatro velas, Paulita comenzaba a juntar plumitas y a fabricar hilos para la camita del Niño Jesús. Al principio esto no fue fácil, pues no podía encontrar nada, no sabía qué sacrificio podía hacer.

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Un día, durante el juego, Antonia, una de sus compañeras, para molestarla le dio un fuerte pelotazo en la espalda, y cuando Paulita estaba a punto de pagar con la misma moneda, oyó en su interior una vocecita que le decia: “No le tires la pelota a Antonia, soporta el dolor por Mí. Haz un sacrificio”.

“Ahora –pensó Paulita– ahora ¡sí Señor!, éstas son tus plumitas, los sacrificios para el Niño Jesús”.

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No tiró la pelota y así recogió la primera pluma que guardó en su corazón, en un cofrecito celestial.

Aquella misma tarde cuando su madrina le dio un chocolate, ella ya sabía que ese chocolate tenía que ser cambiado por una plumita para el colchón del Niño Jesús. En vez de comérselo, lo dejó en un bolsillo del abrigo de su hermanito. Al día siguiente ayudó a su mamá llevando un canasto de ropa al lavadero y allí trabajó con ella

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toda la mañana, tanto que su mamá quedó admirada y la besó suavemente. Todo se transformaba en plumas para el pesebre: dulces, sacrificios y oraciones.

En la tercera semana de Adviento, cuando se encendió la tercera velita, Paulita ya había juntado treinta y nueve plumitas.

“¿Bastarán?”, reflexionó… Como no sabía si treinta y nueve plumas serían suficientes para hacer un colchón, sacó calladita el colchón de la muñeca de su hermana y fue al sótano. Allí, con toda calma, abrió una de las costuras y sacó treinta y nueve plumas. Pero quedó desilusionada al ver el pequeñisimo montón. No había juntado ni la mitad de lo que necesitaba. Tan poca cosa no bastaría para calentar al Niñito Jesús, al Hijo de Dios. “No importa”, pensó, y con un suspiro puso otra vez las plumas en el colchón.

Desde ese momento la dominaba un solo pensamiento: “¡Más plumas! ¡Necesito juntar más plumas, si no el querido Niño Jesús pasará frío!”.

¡Cómo se esforzaba la niña! Vivía atenta para no perder ninguna ocasión de hacer un sacrificio. Durante este tiempo ella fue la más amable de las compañeras, la más servicial, especialmente frente a aquellas que no le gustaban, y hasta hubiera sido capaz de decirles que hicieran cualquier cosa para asi tener ocasión de juntar otra plumita.

¿Comprenden ahora por qué en cada Adviento Paulita deja de lado sus juguetes? Su tesoro secreto crecía siempre más. El Niño Jesús, ¿no deberia tener también sabanitas?

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En la cama de Paulita había dos y además la abuela le había enseñado cómo hacerlas. Cada vez que rezara, sería una hebra de hilo para las sábanas del Niño Jesús. Ahora Paulita agregó a las oraciones de la mañana y de la noche un Ave

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María, y cuando miraba el cuadro que colgaba en la pared, sobre la cama, pensaba: “Mi corazón es sólo de Jesús”.

En el camino a la escuela cuando pasaba por la iglesia, se encontraba con una imagen de la Virgen y el Niño Jesús en brazos. Paulita vio que las flores estaban allí muy marchitas. Desde ese día llevó todas las mañanas un ramo de flores a la iglesia y lo dejó a los pies de la Santísima Virgen. Después, rezó todas las oraciones que sabía de memoria, recordando que cada una sería una hebra de hilo para las sabanitas de su querido Jesús.

Finalmente llegó la Navidad, la hermosa Nochebuena. Paulita estaba arrodillada muy cerca del pesebre, en una dulce conversación con el Niño Jesús:

“Estás recostado sobre paja, pero en mi corazón, querido Niñito Jesús, hay muchas plumitas para calentarte. Tengo dos sabanitas para cubrirte. Ven, Niño Jesús, ven a mi corazón; te va a gustar la camita calentita y blanda que te he preparado”.

Y el Niño Jesús entró alegremente en el corazón de Paulita.

REFLEXIÓN: • ¿Cómopuedoyoprepararunacamitacalentitaal

Niñito Jesús? • ¿Quésacrificiospuedohacer,paraofreceralNiño

Jesús? • ¿Cómopuedoyohacermemáspequeña,máshumilde

y más generosa, para que sea Jesús el que viva en mí?

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Segunda Semana de Adviento

F altaban tres semanas para Navidad, pero los hermanos Pedro y Juan no parecían darse cuenta de ello.

Su familia era numerosa. Eran seis hermanos y todos debían ayudar en las tareas de la casa. Gabriela, la mayor, que tenía 15 años, se preocupaba del aseo. Ignacia de 13, debía cuidar a sus hermanas pequeñas, Teresita e Isabel, de 1 y 2 años. Pedro de 9, y Juan de 6 años debían alimentar los conejos, los pajaritos y mantener el jardín limpio y ordenado.

Pedro y Juan hacían su trabajo con alegría porque querían mucho a los animales, pero había un solo problema; peleaban demasiado,… se enojaban por cosas sin importancia y no podían vivir en paz.

¡Qué triste se ponía su madre! Al comenzar cada día llamaba a sus hijos y les decía:

–Niños, ya comienza un nuevo día. ¿No podrían hoy hacer un esfuerzo y tratar de no pelear?

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Entonces Pedro y Juan miraban a su madre, sintiendo pena por haberla hecho sufrir y se proponían no volver a pelear.

Ese día, cada uno partió para hacer sus tareas diarias. Pedro, que debía alimentar a los pájaros, se metió dentro de la pajarera, limpió el piso, puso paja nueva y les dijo:

–Pajaritos, aquí tienen paja limpia y agua fresca para que se bañen; también les traigo lechuga y una rica manzana que todos pueden picotear.

Tenían ocho caturras, cuatro palomas y seis canarios. ¡Qué lindos eran sus colores! Pedro miraba a cada uno con mucho cariño. Cuando les hablaba, los pajaritos le respondían cantando.

Juan, en cambio, era el encargado de los conejos. Aparecía frente a la jaula cada mañana, y los conejos lo esperaban en dos patitas. Enseguida saltaban unos sobre otros para recibir luego el pastito fresco.

¡Qué felices se ponían los conejitos al ver a Juan! El les hablaba como si entendiesen y limpiaba su jaula con mucho esfuerzo. Para Juan no era tarea fácil. Una vez terminada la labor de alimentar a los conejos, debía recorrer el jardín limpiándolo, barrer las hojas caídas de los árboles y luego regarlo. Como el jardín era muy grande, todo esto lo hacía con la ayuda de Pedro. Pero ese día Pedro ya no quiso trabajar: decía que ya estaba cansado, y que Juan siguiera trabajando solo.

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Entonces Juan, muy enojado, le gritó:

–Eres un flojo. ¡Siempre tengo que hacer todo yo! No te importa verme trabajar solo. Estoy muy aburrido contigo…

Se enfureció y lleno de rabia se tiró encima de Pedro, comenzó a pegarle puñetes, patadas y a tirarle del pelo.

Como Pedro era mayor, le devolvió los golpes con más fuerza aún. Los gritos y llantos asustaron a la mamá, que en ese momento estaba muy ocupada arreglando el árbol de Navidad. Corrió entonces al jardín donde vio a sus hijos peleando, enfurecidos. Sintió una gran pena.

–¡Niños, niños! –gritó–. ¿Qué haré con ustedes? ¿No han pensado que se acerca Navidad? Faltan sólo tres semanas para que nos visite el Niño Jesús. ¿No pueden durante este tiempo dejar de pelear? Ofrezcan ese sacrificio al Niño Jesús.

Los niños la escucharon y no siguieron peleando pero, en realidad, todavía se miraban con mucha rabia.

Aunque sabían que luego vendría Navidad, aún en sus corazones no sucedía nada. Seguían tan egoístas como siempre, pensando cada uno sólo en sí mismo y sin importarle nada del otro.

Mientras todo esto ocurría, dos ángeles miraban y escuchaban atentamente. Eran los Ángeles Custodios de los niños, a los que también se les llama Ángeles de la Guarda.

Estos dos ángeles comentaban entre sí:

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–¿Qué haremos con estos niños? Dios Padre está muy triste con ellos. Sus corazones están oscuros, no brillan, porque han peleado tanto.

–Sólo faltan dos semanas para Navidad, pero todavía no hemos logrado que se den cuenta y preparen sus corazones para que Jesús pueda entrar en ellos.

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–Creo que ya no alcanzaremos a transformarlos –decía el ángel de Juan–. Es muy poco tiempo para cambiar esos dos corazones egoístas, y transformarlos en corazones generosos, en corazones alegres.

Finalmente, el ángel de Pedro dijo:

–Mira, hoy en la noche, cuando duerman, trataremos de hablarles en sus sueños. Les explicaremos que ya es muy tarde, que queda muy poco tiempo y que deben cambiar, y que si no lo hacen, el 24 de Diciembre no recibirán la visita del Niño Jesús en sus corazones. Les explicaremos también que los sacrificios hechos con esfuerzo y con amor, van directamente al corazón de Dios Padre. El conoce todos nuestros esfuerzos, y todos los transforma en alegría.

Y luego agregó:

–Intentemos un cambio en estos niños. Sería muy penoso, en esa noche de Amor, de Paz y Alegría, que ellos estuvieran tristes, solos y sin la visita del Niño Dios.

Fue así como esa noche Pedro y Juan soñaron con estos angelitos que les hicieron comprender cómo podían preparar sus corazones para Navidad.

Pedro soñó que salía del colegio con Juan, y éste era atropellado por un auto. Juan también tuvo el mismo sueño, pero era Pedro el que resultaba atropellado. En sus sueños, los dos tuvieron un dolor terrible al sentir de verdad que perdían a su hermano para siempre. Se despertaron llorando. Comprendieron por fin qué felicidad era tener un hermano.

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Cuando se levantaron, ninguno de los dos le contó a su hermano lo que había soñado. Pero un cambio se había producido en sus corazones y eso ya se notaba: Pedro quería hacer todo el trabajo de Juan, y a éste le ocurría lo mismo. Finalmente se ayudaban uno a otro en todo lo que podían.

Cuando faltaba ya sólo una semana para Navidad, los niños habían cambiado mucho. Cada día se esforzaban por no pelear y ser buenos hermanos. Eso no les fue fácil, pero, de ese modo, ya tenían varios sacrificios para ofrecer al Niño Jesús.

Mientras tanto sus angelitos se sentían muy felices. ¡Habían logrado algo muy grande!: Que dos niños volviesen a ser hermanos de verdad, es decir, a quererse, ser generosos y cariñosos entre sí. ¡Qué feliz se puso el Niño Jesús al encontrar a dos buenos hermanos, que supieron ser valientes, fuertes y capaces de hacer sacrificios para recibirlo en Navidad.

REFLEXIÓN • ¿Haspensadoenlasuertequetienesdecontarconun

hermano o hermana? • ¿Tedascuentaquecontuspeleasponestristesatus

papás y también a Jesús? • ¿Seráscapazdedejarpasaralgunascosasquenote

gusten con tal de no pelear?

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T odas las noches, el papá, la mamá y sus cuatro hijos se arrodillaban frente al pesebre, porque sólo faltaban dos semanas para Navidad.

Rezaban, mirando al Niño en su pesebre y se sentian felices conversando con la Virgen, con el Niño y con Dios Padre. Terminada la oración, se despedían con un beso y los niños se iban a dormir.

Pero Rosarito aún no se dormía. Nadie sabía que ella, cada noche, conversaba con su madre del cielo. Siempre comenzaba saludándola cariñosamente:

–¿Cómo estás, madrecita querida? ¡Qué largo se me ha hecho el día esperando poder conversar contigo nuevamente! ¿Me has echado de menos? ¿Crees que hoy me he portado bien?

Rosarito hablaba con naturalidad, porque estaba hablando con su mejor amiga. ¡Cómo quería a su madre del cielo!

Sus ojos brillaban de felicidad. Le contaba todo esto, todo cuanto había sucedido en el día … las penas y las

Tercera Semana de Adviento

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alegrías. ¡Qué suerte la de Rosarito! Poder contarle a la mamá del Niño Jesús todo lo que le pasaba. ¡Ella sí que sabía escuchar!

Mientras la niña hablaba, la Virgen miraba a Rosario con gran cariño, porque la quería mucho, como también quiere a todos los niños del mundo.

Pero Rosario no sólo hablaba con la Virgen cada noche, mostrándole cuanto ocurría en su corazón. También durante el día todo lo compartia con Ella. Si jugaba a la ronda o a

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las escondidas, le dejaba un lugar. Le cantaba, le bailaba o la adornaba con flores. No pasaba día en que no «jugara» con su Madre Celestial. ¡Qué buenas amigas eran!

Faltaban dos semanas para Nochebuena. Rosarito estaba acurrucada con su osito regalón y de repente sintió esa querida voz, para ella tan familiar, que le decía:

–Rosario, hoy he visto que te caías recibiendo un golpe muy fuerte en tus rodillas. Vi también cuando lloraste y me dio pena tu dolor. Hijita querida: me gustaría, si otra vez sientes un dolor o una pena, que pudieras regalárselo con alegría al Niño Jesús … El tomará tu dolor, tu pena y te

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llenará de paz y felicidad. Será un gran regalo para El. Sólo tienes que decirle: «Niñito Jesús yo te ofrezco mi dolor, te lo ofrezco con amor».

Rosarito estaba maravillada y no queria que su amiga la dejara tan pronto. Se llenó de alegría cuando oyó que la Virgen, su querida mamá del cielo, le decia:

–Rosario, tienes mucho que crecer, tienes mucho que vivir en este mundo… escúchame hija querida… Se acerca Navidad, esa fiesta tan hermosa, tan querida por los niños. Como sé que tú quieres a mi hijo tanto como yo, ofrécele tus sacrificios; ofrece lo que te resulte difícil, tus penas, tus dolores. No te quejes, no llores, pero no te olvides de agradecerle tus alegrías. ¡Esa cantidad de pequeñas cosas que te hacen feliz!

Entonces Rosarito se quedó dormida, deseando que llegara luego el nuevo día.

REFLEXIÓN • ¿ConversoconlaVirgenMaría?¿Dejoquemehable?

¿Le pido ayuda? ¿La invito a acompañarme en mis juegos durante el día?

• ¿PodréimitaraRosario?¿Servalientecomoella?¿Ofrecer mis penas, dolores y alegrías al Niño Jesús?

• ¿Quénuevossacrificiosherealizadoduranteestasemana?

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Adaptado por Gabriela Kast de un relato de autor desconacido

S an José tomó su flauta, y suavemente comenzó a tocarla. El pensaba que ya era hora que su esposa María descansara, y que la suave música la

hiciese dormir. Y así, suavemente, todos se fueron quedando dormidos: primero la Virgen y luego los animales que también la habían acompañado durante el nacimiento de su hijo. Como ya era de noche, San José también se recostó.

¡Todos dormían! Menos el Niño Jesús que estaba despierto y sonreía. ¿Por qué debía dormir si recién había llegado a este mundo? Pero estaba muy calladito, para no despertar a la Virgen y a San José.

Comenzaba a hacer mucho frío y la noche estaba oscura. Pero el Niño no estaba solo. El buey y el burro también estaban despiertos.

El buey movía su cabeza preocupado, y decía:

–Hace frío, el Niño se va a resfriar.

Cuarta Semana de Adviento

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El burro levantó su cabeza y miró con preocupación al recién nacido.

–Silencio –dijo el buey–, vas a despertar al Niño.

–Pero si no está durmiendo‑, contestó el burro.

–¿Qué haremos para que no se resfríe?

–¿Despertamos a su mamá?–, preguntó el burro.

–¡No! –dijo el buey–, ella debe descansar.

–¿Qué haremos entonces?

–Ya sé –dijo el buey–. Acerquémonos al Niño, nos acostamos a su lado, lo abrigamos y así no se enfermará.

–¡Qué buena idea! –dijo el burro–. Tú, ponte por el lado derecho y yo por el lado izquierdo.

Así se pusieron los dos, uno por cada lado; el buey trató de acurrucarse lo más posible, para calentarle los pies al Niño Jesús. El burro miró a su alrededor y dijo:

–¡Qué oscuro está todo! Apenas puedo ver; saldré afuera y veré si encuentro una hermosa estrella para iluminar el establo… no puede ser que el Hijo de Dios esté sin luz.

El burro salió despacito para no despertar a la Virgen y a San José, miró largamente al cielo… hasta que descubrió una estrella grande, luminosa y muy linda para llevársela al pequeño. «¡Qué bien se verá esta estrella sobre el pesebre!» pensó el burro.

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Al volver vio que el buey estaba calentando al Niño Jesús con su aliento. ¡Lo hacía con tanto cariño!

–Mira –le dijo el burro al buey–, traigo la estrella más linda del universo para que nuestro Niño Jesús esté siempre con luz.

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El niño Jesús los miraba con ojos grandes y brillantes. Se sentía feliz y agradecido por las preocupaciones de los animales. Por primera vez Jesús empezó a jugar con sus manitos.

El buey descubrió entonces los piececitos del Niño Jesús y para calentarlos soplaba cinco veces en cada pie, a fin de poder calentar cada dedito.

El burro, por su parte, se acostó de tal manera que con su cola podía espantar las moscas.

En el establo había una gran paz y tranquilidad.

El Niño, que todavía no hablaba, miraba a los animales y ellos entendían lo que les quería decir:

–¿Por qué me calientas? –preguntó el Niño al buey, con la mirada.

–Y tú, burro, ¿por qué espantas las moscas y me cuidas?

Los animales no sabían cómo contestarle ya que no podían hablar como los hombres. ¿Cómo decirle al Niño que lo amaban por ser el Hijo de Dios, el rey que había venido a salvar a todos los hombres?

El Niño les sonrió y dijo:

–No se preocupen, los entiendo. Soy el Hijo de Dios y he venido a salvar a todos los hombres. Vengo a quedarrne en los corazones de los niños, de todos aquellos que quieran recibirme.

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El burro y el buey se sintieron felices. Habían cuidado al Niño Dios, lo habían protegido del frío y la oscuridad. ¡Qué suerte habían tenido!

REFLEXIÓN:El Niño Jesús casi se enfermó de frío. Lo calentaron los

animalitos del establo. –¿Has pensado que el Niñito Jesús puede pasar mucho

frío en tu corazón? –¿Cómo puede pasar frío en tu corazón? (De muchas

maneras si no le hablas, si no lo recibes, si no le rezas). Falta muy poco para que vuelva a nacer, para que

vuelva a ser su cumpleaños. El 24 de Diciembre es el cumpleaños del Nino Jesús.

Tengamos para él un corazón calentito. Que no sienta frío. Ofrezcámosle una casa donde El pueda vivir siempre muy contento y feliz.

Esa casa es tu alma, la que debe estar siempre limpia y pura para que en ella pueda habitar dignamente el Hijo de Dios.

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¡Es muy fácil! Sólo necesitas: • Una ramita de un pino • Cuatro candelabros bajos • Cuatro velas largas (rojas o blancas) • 2 ó 3 lazos de cintas que hagan juego • Un soporte redondo de alambre ondulado o

trenzado (“de gallinero”, que existe en las florerías)

Las ramitas de pino y los candelabros se sujetan al marco redondo de alambre para formar una corona verde, empleando para ello cordeles o cintas.

La corona de Adviento queda muy linda ubicada en una mesita en el living, o como centro de mesa en el comedor.

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delo claro de la actitud interior ne‑cesaria para recibir adecuadamente al Niño Jesús. Apoyándose en el relato, es aconsejable mantener con los niños un diálogo franco para definir claramente qué sacrificios concretos puede realizar cada uno durante el Adviento.

No debiera sorprender que el comportamiento «raro» de Paulita sólo durase hasta la Navidad. Sería ideal, por supuesto, que el niño ad‑quiriera como modalidad perma‑nente ese modo de vivir en Cristo. Pero los adultos sabemos muy bien que la existencia entera suele no alcanzar para consolidar ese esti‑lo de vida. La acción educativa en esa dirección debe ser permanente: «proteger» del frío al Niño Jesús es tarea de toda la vida.

Pedro y JuanPedro y Juan podrían ser dos

hermanos de cualquier familia: las peleas entre hermanos cons‑tituyen un hecho habitual en la mayor parte de los hogares donde hay niños.

Paulita se prepara para Navidad

Estos cuatro cuentos de Ad‑viento se ofrecen bajo el titulo de «Esperando al Niño Jesús». Es lo que hace Paulita, personaje central del primer cuento, cuyas alternati‑vas están destinadas a despertar y desarrollar, en el pequeño lector de estas narraciones, el sentido de la espera del Salvador. Todo confluye actualmente a limitar la Navidad como una fecha para recibir y en‑tregar regalos. La autora rescata el sentido primitivo de esas cuatro se‑manas anteriores al 24 de Diciem‑bre, período en que todos deben estar en vela, es decir en un estado de vigilancia, particularmente en las cosas pequeñas de cada día.

Los episo‑dios vividos por Paulita ofrecen al niño un mo‑

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¿Cómo h ac e r r e ‑f l ex ionar a un niño sobre el va‑

lor y la ale‑g r í a q u e significa el poder con‑tar con un

hermano? Para el niño, tener un hermano es un simple hecho de su existencia, fuente de placer sin duda, pero a la vez origen de varia‑dos conflictos.

La autora optó por drama‑tizar una situación «soñada» de pérdida irreparable del hermano con quien se desarrolla el conflicto. El dolor de esa pérdida apacigua la intransigencia del «yo» egoísta, permitiendo entonces a cada pro‑tagonista descubrir el camino que conduce a ofrecer un «sacrificio» al Niño Dios. El peso considerable de este ofrecimiento inclina la balan‑za en el alma del niño que de este modo acepta el renunciamiento.

Los padres y educadores no deben perder de vista que la conso‑lidación del sentimiento fraternal en la criatura es la mejor contribu‑ción para que el futuro adulto com‑prenda cabalmente el mandato de

Jesús: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

Para todo el desarrollo futuro de un ser humano, es de valor in‑calculable aprender desde la pri‑mera niñez a resolver con amor y renuncia los ine‑vitables conflictos que genera la convivencia.

Pero no cabe duda, en defini‑tiva, que nuestro comportamiento habitual como adultos gravitará de manera decisiva en la formación del niño en los aspectos indicados.

Mi madre, la Virgen María

La protagonista de este cuen‑to, Rosarito, una niñita pequeña, nos ofrece un tierno ejemplo de natural espontaneidad en la con‑vivencia con la «Madre del Cielo». Ello sugiere un camino sencillo para cada uno de nosotros, niño o adulto, que permita establecer

un vínculo muy cercano con la Madre de Jesús.

Como en el rela‑to, la Virgen está siempre disponi‑ble para nosotros, sea para escuchar, ayudar o alentar.

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«Si Rosarito hablaba todas las noches con la Virgen, ¿por qué no puedo hacerlo yo?». Esta puede ser la reflexión de los niños que escu‑chen o lean este relato. Cuanto más tempranamente aprende un niño a volcar su corazón en María, mayor será la posibilidad de que alcance en un futuro la felicidad humana posible.

No podemos ahorrar a nues‑tros hijos su cuota de dolor, angus‑tia y sufrimiento. En cambio, con seguridad, está a nuestro alcance enseñarles que todos esos pesares, lo mismo que todas sus alegrías, no deben quedar en el camino de la existencia, sin sentido, abando‑nados.

Es preciso que aprendan, tal como María hizo en su vida, a ofrecer sus sacrificios. Ofrecerlos al Niño Jesús. Es el consejo de María a Rosarito en el cuento.

Los animales de BelénA través de la lectura de

este sencillo cuento, los niños se trasladan al tiempo de la prime‑ra Navidad. Cuando José y María se duermen, agotados por el can‑sancio, el niño Jesús queda apa‑rentemente solo, con sus grandes ojos muy abiertos sobre el mundo al que ha sido enviado. Pero otras criaturas del pesebre observan, vi‑gilan y se inquietan. Animalitos con limitadas posibilidades, pero llenos de amor hacia el niño, amor que les permite suplir esas limita‑ciones para proteger y calentar al Niño Dios.

Seguramente el pequeño lec‑tor de este relato se identificará fácilmente con los animalitos del pesebre y con los sentimientos que los animan. También cada niño tie‑ne grandes limitaciones, pero pese a ello podrá preparar «un corazón calentito» para Jesús. Así como el buey del relato calienta los deditos del niño con su aliento cálido, así también nuestros niños pueden aprender a irradiar el calor que se desprende de los seres llenos de amor hacia el Niño Dios.

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Tiempo de Adviento• •••••••••••••••••••••••••••••••••7

Paulita se Prepara para Navidad••••••••••••9

Pedro y Juan••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••• 19

Mi Madre, la Virgen María••••••••••••••••••• 29

Los Animales de Belén••••••••••••••••••••••••••• 35

Haz tu Corona de Adviento•••••••••••••••••• 43

Guía para Padres y Educadores•••••••••• 44

Contenido

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ESPERANDO AL NIÑO JESÚSCuentos de Adviento

Texto:Gabriela Kast Rist

Ilustraciones:Paulina Mönckeberg B.

Inscripción Nº: 81.198

© Editorial Nueva Patris S.A.José M. Infante 132, Providencia

Tels/fax: 235 8674 ‑ 235 1343Santiago, Chile

E‑Mail: [email protected]

Diseño y Diagramación:Margarita Navarrete M.

I.S.B.N.: 978‑956‑246‑663‑981a Edición eBook: 2011

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