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229 FOTO: DERECHOS RESERVADOS. Las cataratas del Iguazú son uno de esos espectáculos naturales que hay que ver, al menos, una vez en la vida. Pero la yapa del paseo por esa zona de Misiones incluye hoteles de lujo, spa, casino, buena gastronomía e, inclusive, un templo budista. selva CUENTOS Evasión de la Por LORENA LOPEZ

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Agua y selva en el norte de Misiones. Un mundo para descubrir y detenerse a entender. En revista Harper´s Bazaar.

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Las cataratas del Iguazú son uno de esos espectáculos naturales que hay que ver, al menos, una vez en la

vida. Pero la yapa del paseo por esa zona de Misiones incluye hoteles de lujo, spa, casino, buena gastronomía

e, inclusive, un templo budista.

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Por lorena loPez

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omo en esos sueños donde todo es posible, mi mirada sube, sube y sigue subiendo: me encuentro al pie de uno de los llamados “gigantes de la

selva”, árboles que superan los 40 metros de altura y que, desde su colosal presencia, me

recuerdan que existe una naturaleza fantástica y muchas veces desconocida. Estoy frente a un palo rosa, especie que posee la categoría de Monumento Natural Provincial y es todo un símbolo de este lugar que los guaraníes, en acertada descripción, llaman Yvirá Retá o País de los Árboles, ya que en la selva misionera hay más de 300 especies.

El Parque Nacional Iguazú, al norte de la provincia de Misiones, fue creado en 1934 y en sus 67.000 hectáreas alberga las famosas cataratas y un gran retazo de selva protegida. Y la selva se hace sentir todo el tiempo, nos circunda aun cuando nos detenemos en uno de los tantos barcitos o lugares de descanso ubicados en forma estratégica para que el turista pueda hacer un alto en esta excursión que lleva todo el día. Laura, la guía que me han asignado y que conoce y quiere este lugar como a su propia casa, me explica que hay varios paseos para elegir dentro del parque y sugiere que comencemos por

el Sendero Verde. Se trata de una caminata de apenas 15 minutos hasta la estación Cataratas, donde el simpático trencito de la selva tiene una de sus paradas. Dejamos pasar la primera oleada de visitantes que van cargados de mochilas, botellas de agua, sombreros de todos los colores y niños en cochecito y, al cabo de unos segundos, nos envuelve un silencio fresco de monte, como llaman aquí a la selva. Caminamos sin decir mucho, entre pájaros, flores, insectos y aromas. En un recodo del camino nos topamos con una palmera pindó que se recorta contra el cielo celestísimo. Es un árbol sagrado para los guaraníes y el único que el demoníaco Ahó-Ahó –una entidad de la selva que parece una oveja pero con enormes y crueles garras–, no puede derribar para atrapar a sus presas.

Nuestro próximo recorrido es por las pasarelas del Paseo Superior, que nos lleva a ver una parte de las cataratas, compuestas por los saltos Bosetti, San Martín y otros menores. “Hay aproximadamente 270 saltos en total –explica Laura–. Cuando hay poca agua, desaparecen los

más pequeños. El más grande es La Garganta del Diablo con 80 metros de altura”. Somos muchos en la pasarela y, justo cuando Laura termina su frase, se produce un claro entre la gente. La belleza y la exuberancia de estas caídas de agua que nunca paran se reflejan en los rostros de los que miran emocionados, sorprendidos y enamorados. Sí, también enamorados, porque las parejas se abrazan más fuerte mientras las contemplan. Un chasquido interminable de máquinas fotográficas me saca de esta observación porque, luego del asombro, todos sin excepción, nos aferramos a nuestras cámaras con la esperanza de retratar lo que vemos... Una misión imposible. En ese momento aparece un arcoiris. El deseo que pido seguro se va a cumplir.

“Hagamos el Paseo Ecológico”, sugiere la guía. Nos dirigimos hacia el embarcadero de donde sale el gomón para navegar por un brazo del río Iguazú. Aquí, de nuevo, el silencio tiene un papel esencial pues la flotada se realiza a remo para que el motor no moleste y nos deslizamos con suavidad por el agua, bordeando la selva. En la media hora de viaje nos cruzamos con un yacaré que parece un tronco, dos tortugas y las infaltables mariposas que gustan de tener compañía.

Finalmente llega “el” momento o, al menos, el momento más publicitado: ir hasta la Garganta del Diablo. Aún nos queda un rato por caminar y ya se siente el estruendo del agua que se torna envolvente a medida que nos acercamos. Tanto se ha hablado de estas cataratas, tantas fotos vistas, que en el fondo no creo que sea para tanto. Poco a poco voy sorteando la marea de turistas y fotógrafos profesionales y, luego

de un par de “permiso” y “excuse me”, las veo. Estoy frente a la Garganta y es como si no hubiera nadie más. Es como pasar a otra dimensión en un espiral con el rugido del agua; como sentirse unida a la naturaleza en estado puro; como un latido, sin lugar para la razón. Me salpica una lluvia de catarata y apenas atino a cubrir la cámara. Haciendo gestos con las manos y en otro idioma, alguien me hace saber que quiere

El Parque nacional Iguazú, en sus 67.00 hectáreas, alberga las fabulosas cataratas y un gran retazo de selva protegida.

mas paseosl Parque temático que recrea el ambiente de monte:

selva viva www.selvaviva.com l refugio de animales silvestres: Güira Oga www.guiraoga.com.arl arboles gigantes y artesanías: La aripuca www.aripuca.com.ar l Orquidiario el Indio solitario y Jardín de los

colibríes, ambos en Puerto Iguazú.

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1. La tierra colorada, clasica de Misiones. 2 y 3. Explorar la selva y navegar en gomón son dos paseos imperdibles.

4. Güira Oga es un centro de fauna silvestre. 5 y 6. La flora y fauna hacen toda la diferencia.

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tomar una foto; me corro de la baranda y busco a Laura. Son casi las seis de la tarde y el parque pronto va a cerrar.

Volvemos al Hotel Iguazú Grand (www.iguazugrand.com/es), conocido por tener uno de los casinos más impor-tantes de Latinoamérica y por su variada gastronomía. La cena hace honor a su fama: como entrada, hay una provole-ta pequeña de queso de cabra en croûte de avellanas y un con-fit de pato sobre ensalada de higos y vinagreta de pomelo or-gánico. Luego, viene la merluza negra con fondue de espárra-gos y puerro, mandioca, una mousse de aceitunas y tomates secos. ¿El postre? Especial para los que prefieren lo no tan dulce, según explica el chef Luciano Grimaldi: una combi-nación de chocolate blanco, mascarpone y frambuesas.

Buda y maracuyáLa distancia entre el lado argentino y el brasileño es breve pero el cambio es abrupto. Diez kilómetros separan el centro de Puerto Iguazú del centro de Foz do Iguaçú, una ciudad de 300.000 habitantes, shoppings, negocios y barcitos al paso para tomar jugos y comer pan de queso. Vamos por la avenida Juscelinho Kubicheck en dirección a la represa de Itaipú, pero doblamos unos 4 kilómetros antes para conocer un famoso templo budista.

Cuando llegamos –sorpresa– somos pocos, menos de diez visitantes. Caminamos entre las 108 estatuas doradas que dan la bienvenida al recién llegado y nos recibe un gigantesco Buda sonriente, orientado en dirección a los tres países que forman la región. Tenemos suerte porque alguien nos abre el interior del templo y allí vemos estatuas de los discípulos más importantes del Buda y el guía nos cuenta la historia de cada uno. Todo es paz y silencio y con el sol del mediodía da ganas de quedarse un rato más, bajo los árboles del parque.

Nuestro próximo destino de recorrida es la mezquita musulmana. Antes de entrar, nos hacen quitar los zapatos y ponernos la burka, que en este caso es de

color blanco. A pesar de que solo me cubre hasta la cintura, al ser tan ceñida al rostro, me quita la visión lateral y se vuelve un poco incómoda. No sé bien dónde estoy parada. A pesar de ello, puedo apreciar la belleza del interior. Justo frente a la mezquita hay una casa que vende dulces árabes: imposible no ceder a la tentación del clásico baclava.

Hacemos un alto para tomar un jugo de maracuyá y mango en un barcito que asombra por su prolijidad, higiene y mezcla de colores. Nos sentamos en una mesa ubicada en la vereda y la tarde simplemente transcurre. Pasa a nuestro lado un vendedor con un carro lleno de naranjas y de mamones, sonríe y sigue de largo. Lo último que vamos a visitar en Foz es el Parque Das Aves, un lugar arbolado, que además de 130 especies de aves, tiene un mariposario y un espacio para ver reptiles. Ideal para los chicos y para observar en detalle todo lo que se nos pasó de largo en el Parque Nacional Iguazú.

Laura, itinerario en mano, me avisa que es momento de volver al Hotel Panoramic (www.panoramic-hoteliguazu.com) donde me alojo. Luego de un rato en las aguas tibias del baño romano al aire libre, la sesión de masajes con las manos mágicas de Marita es el cierre perfecto del día. Aunque todavía falta la cena. En este caso, una entrada de platos típicos de la zona: sopa paraguaya (que no es sopa), chipá guazú y mandioca, una delicia de choclo y queso para el paladar poco acostumbrado. Luego, pacú con verdes y espuma de frutos tropicales.

La noche comienza. Camino por el parque del hotel hacia el mirador, donde hay un banco de madera desde donde se ve al río Iguazú desembocando en el Paraná. Me llegan de lejos ruidos apagados de conversaciones o

de algún entrechocar de vasos, y de nuevo aparece esa sensación de ensueño; hay algo onírico en el calor y la selva que está ahí nomas, que abraza (¿o acecha?) desde las sombras. Un bichito de luz va y viene, hasta que al fin se aleja y me quedo en silencio, mirando el río. n

Como llegarl Lan opera hasta cinco vuelos

diarios Buenos aires-Puerto Iguazú. desde $943 (ida y vuelta con impuestos).Tel. 0810-9999-Lan (526) . www.lan.com

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1. En las cataratas, las proporciones son apoteóticas. 2. La 108 estatuas del templo budista de Foz. 3 y 4. Las vistas del hotel Panoramic justifican sobradamente su nombre.

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