ideales y teoría. hugo azcuy. caiman barbudo abril 1967

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parte de la polemica sostenida por los jovenes profesores de filosofía de la Universidad de La Habana con los profesores de marxismo de las EIR. transcurrida entre 1965 y 1966 la polémica se publicitó desde las paginas de la revista Teoría y Práctica y El Caimán Barbudo

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  • 3. , ID AL S Y T ORlA

    Hugo Azcuy

    Y es que hay que acabar de saber qu es un revolucionario. Si acaso un revolucionario es sim ple't~-ent~ aqul que se arma de una teora re-volucionaYtia, pero no la siente, tiene una relacin mental con la teora r.lfvolucionaria pero no tiene una re-lacin afectiva, no tiene una rela-cin emocional, no tiene una actitud realmente revolucionaria, y acos-tumbra ver los problermas de la teora revolucionaria como una cosa fra, que no tilfne nada que ver co11 la realidad.

    FIDEL CASTRO

    Los ideales polticos, en todas las pocas, han chocado una y otra vez con la nica realidad en que ellos deban plasmarse: la realidad social. sta ha sido una fuente constante de utop-as, de evasiones. Ante las duras cir-cunstancias se opt -y an se opta frecuentemente- por la ilusin de un mundo idealmente construido, capaz ,de admitir todas las normaciones ticas. Se ha dicho que la historia se repite, como sainete y como tragedia: aqu es posible encontrar el uno y :la otra. Hay una corriente clsica del pensamiento poltico, el liberalismo, que nos puede dar una imagen de esta visin caricaturizada de la historia.

    El liberalismo ha sido el punto de partida de muchas frustraciones, ~as que,. al parecer, han encontrado su justificacin terica en el famoso Imperativo categrico, la contradiccin infinita entre ei deber ser y el ser -sin solucin de continuidad-, inmanente a nuestro mundo moral. Este lugar comn tiene su contrapartida en otro lugar comn -aunque para algunos no lo sea tanto-, el profetiS1no en1ergente de un detcrnnisn1o

    ~~ecanicista. Una teora que cumple su meta, que ha agotado u po i-hihdades porque lleg realmente a donde se lo propona, no puede r n1. fuente de accin; a partir de entonces su misin devendr e pli ~lti ' 1, b 7

  • pa ividad ser su elemento. Pero tambin la posesin de
  • prendi esta realidad y ello le permiti superar el utopismo por una parte y el blanquismo po: la ~t~a.' Sabemos que. estas dos ltimas corrientes se .Qcbaten, una en la Impos1b1hdad de una qutmera y la otra en la ignorancia de las fuerzas motrices ltimas de la historia. La comprensin de esta verdad implica una afirmacin que se repite fatigosamente en el marxismo: la historia la hacen las masas. Esta asercin, de cuya justeza ningn revolu-cionario (marxista) duda, no puede constituir ms que un punto de partida para el anlisis y es ~qu precisame~t~ donde. c.omienzan las dificultades. La sociedad, como obJeto del conocimiento, difiere fundamentalmente de toda otra realidad, su extrema movilidad exige una pesquisa constante, no hay aqu esa fijeza estructural de otras esferas que permite que ellas sean investigadas como si siempre fueran idnticas a s mismas. Esto lleva a menudo a confundir la interpretacin de una situacin concreta con lo que efectivamente constituye un descubrimiento definitivo; es precisamente esto lo que nos conduce a veces a tener por verdadero lo que fue verda-dero, a ver el pasado superpuesto al presente, aunque ese presente, sea una revolucin.1

    El marxismo no es una filosofa de la historia al estilo hegeliano, que vaticina y profetiza, es una teora cientfica de la sociedad que, poi' su mism contenido, por la voluntad que expresa, asume formas ideolgicas definidas, es ante todo, la teora de la REVOLUCIN SOCIAL.

    En estas condiciones, el ,sujeto de la historia que mencionbamos ms arriba adquiere ciertamente, caractersticas problemticas. Nuestra poca ha sido definida como la del paso al socialismo y al comunismo.

    Para ello es necesario establecer, en cada pas, la dictadura del prole. tariado. En estas generalidades somos contestes todos los que nos llamamos marxistas-leninistas. El problema se presenta en la consideracin de cmo, cundo y dnde instaurar la dictadura del proletariado; esto 's exige una clara comprensin de lo que es el sujeto de la historia. Para Marx ste .2

    Y a en 184 3, cuando su teora ni siquiera haba tnido un esbozo sis-temtico, Marx escriba: 3 Cuando el proletariado anuncia la disolucin del orden social actual slo anuncia el secreto de su propia existencia, pues l constituye la disolucin efectiva de este orden social.~ Es decir, el sujeto de la historia es aqul cuya propia existencia . . . constituye la disolucin de un orden social injusto, opresivo, que representa de un modo preciso la negacin ms total para los oprimidos de realizarse como hombres, y, exactamente, como hombres concretos, histricos. Utilizamos esta cita in-tencionalmente e intencionalmente tambin, prescindimos de la racionalidad que ella pueda contener para darle nuestra propia interpretacin, histrica. Ms adelante tendremos ocasin de volver sobre esto.

    Una vez que el capitalismo se hubo consolidado en todos los rdenes en su lugar de nacimiento, comenz su proceso de expansin, de rebasa miento de lo que fueron sus marcos nacionales, crendose el llamado sistema capitalista mundial. Marx no fue ajeno a este proceso de exportacin. En

    1 R. Debray: Revolucin en la revolucin?, p. 15. 2 Fernando Martnez: El ejercicio de pensar, El caimn barbttdo, opus, 11. 3 Idem. 789

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    su trabajo La moderna teora de la colonizacin1 da aJgunas de sus carac-tersticas, pero aqu Marx toma como ejemplo a un pas, Norteamrica, cuyas condiciones ptimas y excepcionales (condiciones histricas) llevaron, en fin de cuentas, al triunfo pleno del capitalismo. La realidad, para la mayora, ha sido otra.

    Afirmar que, en su naturaleza, la sociedad burguesa permanece siempre idntica a s misma, es decir bien poco. En realidad ella se autotransforma constantemente crendose nuevas condiciones de existencia, en todos los niveles, incluso el poltico. En este ltimo tambin sabr organizar el juego, de tal manera que las fuerzas que representen una potencial subve -cin del

  • investigacin del orige? ?~ las clase~ o ~7 otr.os mucho~ aspectos socio-!, gicos, sicolgicos e h1stoncos de pnmenstma tmportancta para una acle-o ada determinacin del concepto de clase social. La direccin de nuestro ~uters es bien definida, por eso partimos de algunas verdades elementales 1~neralmente admitidas por todos los marxistas. De la definicin que Lenin ~a en Una gran iniC!iativa, y del concepto de conciencia de clase de Gyorgy

    Lukacs. En su definicin, Lenin, insiste, bsicamente, para la determinacin de

    lo que es una clase y de su pertenencia a ella, en el lugar que se ocupe en un sistema de produccin. Entendemos que ste es, efectivamente, un ele-mento decisivo para que se pueda hablar en un caso dado de clase social. La consideracin de sta como una realidad colectiva -no puede velar el hecho de que el moderno concepto de clase social surge ligado principalmente a las condiciones de la produccin; en este sentido, Marx, ciertamente, con-tina una tradicin de la ciencia social ms avanzada de su tiempo1 y sus fundamentales esclarecimientos parten, precisamente, de esta verdad incon-trovertible. ste es, pues, el punto de partida del marxismo en este pro-blema, pero slo el punto de partida. Si el criterio econmico resulta indis-pensable para la definicin del concepto, tambin hay que decir que, (~or s solo es insuficiente, porque para que una clase exista como tal, es necesario que se forme, adems del agrupamiento objetivo de sus miembros, su inte-gracin subjetiva, que stos se autoidentifiquen como tales, lo que vendr3 a significar la persistencia del grupo, que l no es eventual con respecto al modo de produccin que es una clase social.

    La formacin de la clase no lleva implcita una finalidad, una misin; es el resultado, de un proceso histrico-productivo y es dentro de ste donde los individuos de una clase se trazan determinados fines, lo que supone ya\Jvirtualidad de una conciencia y de una voluntad: los fines no lo son nunca de una historia impersonal, absolutamente objetiva, son los hombres los que se los proponen y no importa que tengan que hacerlo dentro de lmites muy precisos que ellos mismos crean con su vida pasada, sino que la historia no es algo distinto de quienes la hacen. Por ello es que para la burguesa result relativame.p.te fcil cumplir su vocacin; recordemos que ella impuso su dominio total, sin un plan previo, sin una accin coordi-nada de todos sus miembros, pero por otra parte en cada burgus coincide muy claramente aquella vocacin>> con su inters inmediato, directo, de tal

    ~anera que ste ya representa en s un poder efectivo. La conciencia indi-VIdual de la posicin propia en la sociedad no puede ser distinta, por principo, de la conciencia de clase, aunque no pueda hablarse de identidad entre una y otra.

    Lukacs admite que los hombres ejecutan concientemente sus propios act.os ~i~tricos, pero al sealar que se trata de una falsa conciencia, apunta ~a ~n~t1hdad del estudio nico de sta para comprender el proceso histrico, mstst1endo en que toda explicacin de ste a partir de aqulla se convierte en ~na simple descripcin de muy poco valor, que lo que hace realmente es dtsolver el proceso histrico mismo.

    ~,a falsa conciencia, por ser precisamente tal, por significar una incom-prenswn de la relacin del individuo con la totalidad social concreta, no alcanza los fines que se traza; los fines alcanzados, objetivos, son descono-

    1 Marx a Weydemeyer, Obras escogidas en un tomo, La Habana. 791

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    cid os p:1ra ella, y no deseados. De aqu infiere Lukacs que una correcta cxp1i-c~cin de la conciencia de clase exige, no la consideracin de los pensa-mientos y sentimientos que han tenido los hombres, sino los que hL hieran tenido de :1.ptar su situacin real con respecto a 1a estructuracin social en su conjunto, es decir, la conciencia de clase es una objcti vidad que no admite explicacin por las ideas que los hombres se hacen. de s mismos, por sus estados sicolgicos, afectivos, etc., individuales o colectivos. Por ello, la conciencia de clase viene a ser la adjudicacin de una reaccin racional adecuada a una situacin tpica determinada en el proceso de pro-duccin. Aqu tenemos aquella racionalidad de la historia de que hablbamos cuando citamos a Marx (el joven Marx) y que consiste en, por medio de la abstraccin, explicar el devenir social mediante atribuciones lgicas. Las cla-ses que, por su posicin dentro de la estructura econmica de la sociedad, tienen una fuerte conciencia, realizarn indefectiblemente su misin y, por supuesto, esto en especial para eL proletariado, que por no tener lmites objetivos en su vocacin revolucionaria, ser el nico que poseer una conciencia total, plenamente consecuente.

    De acuerdo con esta concepcin bastar, si nos consideramos revolu-ci.arios, con que fundemos un

  • puede hacer revolucionaria Y por otra, resulta ingenuo creer que un sector de ella deviene revolucionario cuando se identifica con la teora marxista; ser revolucionario no consiste en una actitud terica, sino en una actitud prctica; esto ltimo es lo que hace a la clase obrera, o a cualquir otra clase, revolucionaria. La revolucin como hecho y no como situacin po-tencial, no se produce espontneamente; aun la actitud prctica es insuficiente, ella tiene que ser deseada, actualizada en todas sus consecuencias, impuesta a costa, inclusive, de todas las violencias. Es entonces, cuando se realiza esta compulsin, cuando las clases populares tendrn oportunidad de mostrar sus mejores inclinaciones y tendencias (y no hay que alarmarse porque en algunos casos no slo aparezcan las mejores tendenc_ias), que se comprobar claramente que la historia la hacen las masas. Minimizar el papel de la vanguardia revolucionaria partiendo de la mxima anterior es condenarse a la pasividad. Cuando nuestros propsitos son ms definidos que nunca antes, ms necesita la historia de la Nirtualidad de una con-ciencia y de una voluntad; slo un equipo de hombres firmes, apasionados, capaces de actuar, incluso, contra lo que la mayora considere la lgica ms elemental, puede llevar adelante la revolucin. Y no puede haber reti-cencias en la bsqueda de apoyo inicial; la prueba ms viva de la descd-m-posicin de un rgimen social puede estar percisamente en la existencia de grandes grupos -
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    III

    Nos parece que las ms importantes conclusiones que podemos extraer de lo expuesto, no tienen solamente un carcter prctico, sino que encierran tambin un valor moral, y no nos produce ningn escrpulo expresarnos as, porque estimamos que la teora y la actividad poltica no tienen que ver exclusivamente con la inteligencia o con la frrea necesidad social: hay algo ms que eso. Negar la posibilidad del error e identificar la verdad con lo moral es absurdo y, adems una trampa en la que tambin podemos caer; pero absolutizar esto y afirmar que siempre se trata de incomprensin o de la fuerza de las cosas, abstenindonos por ello de todo juicio valorativo, creemos que es, en el mejor de los casos, una candidez o una perversidad.

    Para la revolucin en Amrica Latina hay una sola va y la primera prueba (que estamos convencidos de que es concluyente), la revolucin cu-bana, ha demostrado la importancia que tienen las convicciones, los ideales. Pefp hay algo tambin muy importante que emerge de la situacin actual en el continente: persistir en una poltica reformista ya no significa sola-mente esperar a que en las calendas griegas se produzca la revolucin por s sola: es jugarle una mala pasada a la clase obrera, es contribuir a sus-traerla, en parte, de su revolucin y esto no tiene ms que un nombre: traicin. Sern precisamente los sectores del proletariado permeados por los hbitos reivindicativos de orden econmico que continan inculcndoles sus falsos dirigentes como una importante forma de lucha, los que no enten-dern la revolucin en sus inicios y le presentarn tambin a ella sus reivin-dicaciones; los que se quedarn perplejos cuando se pidan los sacrificios necesarios y s~ comiencen los imprescindibles reajustes de la estructura sa-larial deformada por un desigual desarrollo econmico, que muchas veces lleva a los abanderados de las reformas a olvidar a los obreros ms sufridos y maltratados por el orden burgus; precisamente los que -ironas de la historia-, constituirn el principal apoyo del poder revolucionario en sus medidas ms radicales.

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